Wallerstein - Análisis de Sistemas-Mundo

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ANÁLISIS DE SISTEMAS-MUNDO

Una introducción

Immanuel Wallerstein

Ediciones L, Y y S
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Título original: World- Systems analysis: An introduction (2005)
Autor: Wallerstein, Immanuel
Traductor: Carlos D. Schroeder

Edición: 2018
Impresión: 2018

Ediciones L, Y y S.
Villa Lynch, Bs. As.

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RECONOCIMIENTOS

Cuando acepté escribir este libro, recibí, por casualidad, una invitación
de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander, España,
para dar un seminario de verano sobre "análisis de sistemas-mundo". El
curso consistiría en cinco conferencias. Los participantes eran en su
mayoría alumnos graduados y profesores jóvenes de universidades
españolas, quienes, en su mayoría, habían tenido escaso contacto con el
análisis de sistemas-mundo. Eran alrededor de cuarenta. Aproveché así la
ocasión para presentar una primera versión de los cinco capítulos de este
libro. Y me he beneficiado por los comentarios recibidos. A ellos les
agradezco.
Cuando terminé de escribir el borrador de este libro, le pedí a cuatro
amigos que lo leyeran y criticaran. Estos amigos son personas en cuyo
juicio como lectores y experiencia docente confío. Pero todos tenían cierto
grado de participación e interés en el análisis de sistemas-mundo.
Esperaba por tanto obtener una variada gama de reacciones, y eso fue lo
que sucedió. Como es el caso con un ejercicio semejante, les estoy
agradecido por rescatarme de zonceras y pasajes oscuros. Me ofrecieron
sus avezadas sugerencias, las cuales incorporé. Pero, por supuesto,
persistí en mi opinión acerca del tipo de libro que yo consideraba más útil
escribir, y los lectores merecen mis disculpas por ignorar parte de sus
sugerencias. Así y todo, el libro es mejor gracias a las cuidadosas lecturas
de Kai Erickson, Walter Goldfrank, Charles Lemert y Peler Taylor.

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PARA COMENZAR: COMPRENDER EL MUNDO EN EL
QUE VIVIMOS

Los medios, así como también los científicos sociales, repiten


constantemente que hay dos cosas que dominan el inundo en que
vivimos desde los últimos decenios del siglo XX: la globalización
y el terrorismo. Ambos se nos presentan como fenómenos
sustancialmente nuevos: el primero rebosante de esperanzas y el
segundo, de peligros temibles. El gobierno de los Estados
Unidos parece desempeñar un papel central en el avance de uno
y la lucha contra el otro. Pero por supuesto, estas realidades no
son meramente estadounidenses sino mundiales. Lo que
subyace a gran parte de este análisis es el eslogan de la señora
Thatcher, primer ministro de Gran Bretaña entre 1979 y 1990:
TINA ("There is NO Alternative", en español: "No Hay Ninguna
Alternativa"). Se nos dice que no hay ninguna alternativa a la
globalización, a cuyas exigencias todos los gobiernos deben
someterse. Y se nos dice que, si queremos sobrevivir, no hay
ninguna alternativa más que aplastar sin piedad al terrorismo en
todas sus manifestaciones.
La caracterización no es falla de verdad, pero sí muy parcial. Si
observamos la globalización y el terrorismo como fenómenos
definidos en un tiempo y escena limitados, tendemos a llegar a
conclusiones tan efímeras como los periódicos. En general, no
hemos sido capaces de comprender el significado de estos
fenómenos, sus orígenes, su trayectoria y, más importante aún,
cuál es su lugar en el orden mayor de las cosas. Solemos ignorar su
historia. Somos incapaces de juntar las piezas del rompecabezas y
nos sorprendemos constantemente de que no se cumplan
nuestras expectativas a corto plazo.
¿Cuántas personas esperaban en los años ochenta que la Unión
de Repúblicas Socialistas Soviéticas se desmoronase tan rápida y

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pacíficamente como lo hizo? ¿Y cuántos esperaban en 2001 que el
líder de un movimiento del que pocos habían oído hablar, al-
Qaeda, atacase las torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono
el 11 de septiembre, provocando tanto daño? No obstante, vistos
desde cierta perspectiva, ambos hechos forman parte de un
escenario mayor cuyos detalles pudiéramos no haber conocido
por adelantado pero cuyos rasgos generales eran más que
predecibles.

Parte del problema es que hemos estudiado estos fenómenos


en compartimientos estancos a los que hemos dado nombres
especiales —política, economía, estructura social, cultura— sin
advertir que dichos compartimientos eran construcciones de
nuestra imaginación más que de la realidad. Los fenómenos de
los que nos ocupábamos en dichos compartimientos estancos
estaban tan estrechamente entrelazados que cada uno
presuponía al otro, cada uno afectaba al otro y cada uno era
incomprensible sin tener en consideración a los demás
compartimientos. Y otra parte del problema es que tendemos a
dejar fuera de nuestras consideraciones analíticas acerca de
aquello que es "nuevo" o no los tres puntos de inflexión
importantes del sistema-mundo moderno: 1) el largo siglo XVI,
durante el cual nuestro sistema-mundo moderno vio la luz como
economía-mundo capitalista; 2) la Revolución francesa de 1789,
como acontecimiento mundial que dio lugar a la dominación
subsiguiente, durante dos siglos, de una geocultura para este
sistema-mundo, cultura que fue dominada por un liberalismo
centrista, y 3) la revolución mundial de 1968, que presagió la
larga fase terminal del sistema-mundo moderno en que nos
encontramos y que socavó la geocultura liberal centrista que man-
tenía al sistema-mundo unificado.
Quienes proponemos el análisis de sistemas-mundo, lema del
que trata este libro, venimos hablando acerca de la globalización

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desde mucho antes de que el término fuera inventado (no,
empero, como de algo nuevo sino como de algo que había sido
un elemento básico para el sistema-mundo moderno desde que
éste comenzara en el siglo XVI). Hemos argumentado que los
compartimientos estancos de análisis —lo que en las
universidades se denomina disciplinas— son un obstáculo y no
una ayuda en la comprensión del mundo. Hemos argumentado
que la realidad social en que vivimos y determina cuáles son
nuestras opciones no ha sido la de los múltiples estados
nacionales de los que somos ciudadanos sino algo mayor, que
hemos llamado sistema-mundo. Hemos dicho que este sistema-
mundo ha contado con muchas instituciones —estados y
sistemas interestatales, compañías de producción, marcas, clases,
grupos de identificación de todo tipo—y que estas instituciones
forman una matriz que permite al sistema operar pero al mismo
tiempo estimula tanto los conflictos como las contradicciones
que calan en el sistema. Hemos argumentado que este sistema
es una creación social, con una historia, con orígenes que deben
ser explicados, mecanismos presentes que deben ser delineados
y cuya inevitable crisis terminal necesita ser advertida.
Este punto de vista no sólo nos ha enfrentado a la sabiduría
oficial de quienes detentan el poder, sino también a buena parte
del conocimiento convencional propuesto por los científicos
sociales a lo largo de los últimos dos siglos. Por tal motivo,
decimos que es importante mirar de un nuevo modo no sólo el
modo en que funciona el mundo en que vivimos, sino también
cómo hemos llegado a pensar acerca de este mundo, Los analistas
de sistema-mundo se ven a sí mismos, por lo tanto, como
participantes de una protesta fundamental contra los modos en
los que hemos pensado que conocíamos el mundo. Pero también
creemos que la emergencia de este modo de análisis es un reflejo,
una expresión, de la protesta concreta contra las profundas

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desigualdades del sistema-mundo que ocupan el centro
político de nuestro tiempo.
Yo mismo me he dedicado y he escrito acerca de análisis de
sistemas-mundo durante los últimos treinta años. Lo he utilizado
para describir la historia y los mecanismos del sistema-mundo
moderno. Lo he utilizado para delinear las estructuras del saber.
Lo he discutido como un método y un punto de vista. Pero jamás
había intentado presentar en un mismo lugar la totalidad de lo
que entiendo por análisis de sistemas-mundo.
En estos últimos treinta años, el tipo de trabajo catalogado bajo
este título se ha vuelto más común y su práctica se ha difundido
geográficamente. Sin embargo, aún continúa siendo una visión
minoritaria, una visión opuesta, en el mundo de las ciencias
sociales históricas. Lo he visto elogiado, atacado y con frecuencia
mal explicado y mal interpretado, a veces por críticos hostiles y
no muy bien informados, pero otras veces por individuos que se
consideraban a sí mismos partidarios o al menos simpatizantes.
Decidí entonces que me gustaría explicar cuáles son las que
considero sus premisas y principios, dar una visión holística de
una perspectiva que sostiene ser un llamado a la constitución de
una ciencia social histórica holística.
Este libro se dirige simultáneamente a tres públicos. Está
escrito para el lector medio que no cuenta de antemano con el
conocimiento de un especialista. Dicha persona puede ser tanto
un alumno que recién ingresa al sistema universitario como un
miembro del público general. En segundo lugar, está escrito
para el alumno de grado en ciencias sociales históricas
interesado en una seria introducción a los temas y perspectivas
encuadrados bajo el título de análisis de sistemas-mundo. Y
finalmente está escrito para el estudioso que desea examinar mi
punto de vista particular dentro de una incipiente pero pujante
comunidad académica.

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El libro comienza trazando lo que muchos lectores
considerarán un camino que no conduce a nada. El primer
capítulo es una discusión acerca de las estructuras de saber del
sistema-mundo moderno. Es un intento por explicar los orígenes
históricos de este modo de análisis. En los capítulos 2 a 4
discutimos los mecanismos concretos del sistema-mundo
moderno. Y es sólo en el capítulo 5, el último, que discutimos el
futuro posible al que nos enfrentamos y por ende, nuestras
realidades contemporáneas. Algunos lectores preferirán dirigirse
directamente al capítulo 5, y convertirlo en su capítulo 1. Si he
estructurado mi argumentación de la manera en que lo he hecho
es porque creo firmemente que para entender el análisis de
sistemas-mundo el lector (incluso el joven y principiante)
necesita "impensar" mucho de lo que ha aprendido de la
escuela primaria en adelante, reforzado cotidianamente por los
medios de comunicación masivos. Es sólo mediante la
confrontación directa de cómo hemos llegado a pensar del
modo en que lo hacernos como podemos comenzar a liberarnos
para pensar de maneras que, creo, nos permitan analizar de
forma más coherente y útil nuestros dilemas contemporáneos.
Los libros son leídos de distintas maneras por personas
distintas, y supongo que cada uno de los tres grupos de lectores
a quienes está dirigido este libro lo leerá de manera diferente.
Sólo puedo esperar que cada grupo, cada lector individual, lo
encuentre de utilidad. Ésta es una introducción al análisis de
sistemas-mundo. No tiene la pretensión de ser una summa. El
libro intenta cubrir todo el espectro de temas, pero sin duda
algunos lectores entenderán que faltan ciertos elementos, otros
se encuentran sobre-valuados y, desde ya, algunos de mis
argumentos son, simplemente, erróneos. El libro se plantea
como una introducción a un modo de pensar, siendo por ende
también una invitación a un debate abierto, del que espero

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participen los tres públicos.

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1. ORÍGENES HISTÓRICOS DEL ANÁLISIS DE
SISTEMAS-MUNDO: DE LAS DISCIPLINAS DE LAS
CIENCIAS SOCIALES A LAS CIENCIAS SOCIALES
HISTÓRICAS

El análisis de sistemas-mundo se originó a principio de los


años setenta corno una nueva perspectiva acerca de la realidad
social. Algunos de sus conceptos habían estado en uso durante
largo tiempo y otros eran nuevos o al menos no habían
recibido un nombre hasta el momento. Los conceptos sólo
pueden entenderse dentro del contexto de su tiempo. Esto es
más cierto todavía en lo que respecta a perspectivas cuyos
conceptos adquieren significado primariamente en relación con
los demás, según el modo en que todos se combinen en un
enfoque. Las nuevas perspectivas, además, por lo general se
entienden mejor si uno las considera como una protesta contra
otras anteriores. Las nuevas perspectivas sostienen siempre que
las antiguas, las que gozan de mayor aceptación en su momento,
son por un lado significativamente inadecuadas, erradas o ten-
denciosas, y por el otro que se convierten más en una barrera
para la comprensión de la realidad social que en una
herramienta para analizarla.
Como cualquier otra perspectiva, el análisis de sistemas-
mundo se construyó sobre la base de argumentaciones y críticas
previas. En cierto sentido, prácticamente ninguna perspectiva
puede ser enteramente nueva. Por lo general, siempre hay alguien
que ha dicho ya algo similar algunos decenios o incluso siglos
antes. Por ende, cuando decimos que una perspectiva es nueva,
esto bien puede sólo significar que por primera vez el mundo
está listo para considerar seriamente las ideas que encarna, y
que, además, tal vez dichas ideas han sido reformuladas de
manera tal que resultan más convincentes y accesibles a un

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número mayor de personas.
La historia de la emergencia del análisis de sistemas-mundo
está imbricada en la historia del sistema-mundo moderno y las
estructuras de saber que se desarrollaron como parte de ese
sistema. Es por demás útil rastrear los comienzos de esta historia
particular no en los años setenta sino a mediados del siglo XVIII.
La economía-mundo capitalista había existido ya por espacio de
dos siglos. El imperativo de la incesante acumulación de capital
había generado una necesidad de cambio tecnológico constante,
y una constante expansión de las fronteras (geográficas,
psicológicas, intelectuales, científicas).
Surgió, corno consecuencia, la necesidad de saber cómo
sabemos y debatir acerca de cómo debemos saber. La afirmación
milenaria según la cual las autoridades religiosas se arrogaban el
ser la única vía de saber la verdad venía siendo desafiada en el
sistema-mundo moderno hacía tiempo ya. Las alternativas
seculares —esto es, no religiosas— recibían cada vez mejor
aceptación. Los filósofos se prestaban a dicha tarea, sosteniendo
que los seres humanos podían adquirir saber mediante el
empleo de su intelecto, en oposición a la recepción de una
verdad revelada por medio de autoridades o textos religiosos.
Filósofos tales como Descartes y Spinoza —al margen de las
diferencias entre uno y otro— buscaban relegar el saber
teológico a un rincón privado, separado de las principales
estructuras del saber.
Mientras los filósofos desafiaban los dictados de los teólogos,
afirmando que los seres humanos podían discernir la verdad
directamente mediante el uso de sus facultades racionales, un
grupo cada vez más numeroso de intelectuales se manifestaba de
acuerdo respecto de la función de los teólogos, pero
argumentaba también que la denominada intuición filosófica
era una fuente de verdad tan arbitraria como la revelación

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divina. Estos intelectuales insistían en darle prioridad al análisis
empírico de la realidad. Cuando Laplace a comienzos del siglo XIX
escribió un libro sobre los orígenes del sistema solar, Napoleón, a
quien presentara el libro, le hizo notar que no había
mencionado a Dios una sola vez en su grueso volumen. Laplace
respondió: "No tengo necesidad de tal hipótesis, señor." Estos
intelectuales serían a partir de entonces llamados científicos. No
obstante, debemos recordar que al menos hasta fines del siglo
XVIII no había una distinción clara entre ciencia y filosofía a la
hora de definir el saber. En aquellos tiempos, Immanuel Kant
encontraba perfectamente adecuado dar conferencias sobre
astronomía y poesía así como también sobre metafísica. Escribió
además un tratado sobre relaciones entre estados. El saber era
considerado aún un campo unificado.
Aproximadamente en ese momento a fines del siglo XVIII,
ocurrió lo que hoy denominamos "divorcio" entre la filosofía y la
ciencia. Fue por insistencia de quienes defendían las "ciencias"
empíricas que ocurrió este divorcio. Afirmaban que el único
camino a la "verdad" era la teoría basada en la inducción a partir
de observaciones empíricas, y que dichas observaciones tenían
que ser realizadas de modo tal que otros pudieran repetirlas
luego y así verificar dichas observaciones. Sostenían que las
deducciones metafísicas eran especulativas y no poseían valor
de "verdad". Se resistían, por tanto, a considerarse a sí mismos
"filósofos".
Fue también en esta época, y de hecho en gran parte como
resultado de este divorcio, cuando tuvo nacimiento la
universidad moderna. Construida sobre las bases de la
universidad medieval, la universidad moderna es en realidad
una estructura diferente. A diferencia de la universidad
medieval, cuenta con profesores pagos, de tiempo completo, que
casi nunca son clérigos y se agrupan no sólo en "facultades" sino

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también en "departamentos" o "cátedras" dentro de dichas
facultades. Cada departamento afirma ser el lugar de una "disci-
plina" particular. Y los estudiantes prosiguen curriculum de
estudios que a su vez desembocan en títulos definidos por el
departamento dentro del cual han realizado sus estudios.
La universidad medieval estaba dividida en cuatro facultades:
teología, medicina, leyes y filosofía. Lo que ocurrió en el siglo
XIX fue que en casi todas partes la facultad de filosofía se dividió
en cuando menos dos facultades independientes: una que
abarcaba las "ciencias", y otra, los demás teínas, denominados a
veces "humanidades", "artes" o "letras" (o ambos), o bien
conservando el antiguo nombre de "filosofía". La universidad
institucionalizó así lo que C. P. Snow denominaría después "las
dos culturas". Y ambas culturas estaban en guerra entre sí, cada
una afirmando ser la única, o al menos la mejor, fuente de
saber. Las ciencias ponían el acento en la investigación
empírica (incluso experimental) y en la comprobación de hi-
pótesis. Las humanidades ponían el acento en la intuición por
empatía, denominada luego comprensión hermenéutica. El
único legado que mantenemos hoy de aquella unidad perdida
es que todas las artes y ciencias en la universidad ofrecen como
título más alto el de PhD, doctor en filosofía.*
Las ciencias le negaron a las humanidades la capacidad de
discernir la verdad. Durante el anterior periodo, del saber
unificado, la búsqueda de la verdad, lo bueno y lo bello estaba
intrínsecamente relacionada, cuando no era idéntica. Pero ahora
los científicos insistían en que su trabajo no tenía nada que ver
con la búsqueda de lo bueno o lo bello, sino, simplemente, con lo
verdadero. Dejaron la búsqueda de lo bueno y lo bello a los
filósofos. Y muchos entre los filósofos aceptaron esta división del
trabajo. Así, la división del saber en dos culturas devino en la
creación de un alto muro divisorio entre la búsqueda de la

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verdad y la búsqueda de lo bueno y bello. Esto justificaba la
afirmación de que los científicos eran neutrales frente a los
"valores".
En el siglo XIX, las facultades de ciencias se dividieron en
múltiples campos denominados disciplinas: física, química,
geología, astronomía, zoología, matemática y otras. Las
facultades de humanidades se dividieron en campos tales como
filosofía, estudios clásicos (esto es, griego, latín y los escritos de la
antigüedad), historia del arte, musicología, lenguas nacionales y
literatura y los idiomas y literaturas de otras zonas lingüísticas.
La pregunta más compleja era dentro de qué facultad debía
posicionarse el estudio de la realidad social. La urgencia de tal
estudio fue puesta en relieve por la Revolución francesa en 1789 y
la agitación cultural que causó en el sistema-mundo moderno.
La Revolución francesa propagó dos ideas bastante
revolucionarias. La primera que el cambio político no era
excepcional ni extraordinario sino algo normal y, por ende,
constante. La segunda fue que la "soberanía" —el derecho de un
estado a tomar decisiones autónomas dentro de su territorio— no
radicaba en (pertenecía a) un monarca o legislatura sino al
"pueblo" quien, por sí mismo, podía legitimar un régimen.
Ambas ideas ganaron popularidad y fueron ampliamente
adoptadas, sin importar los reveses políticos que sufriera la
propia Revolución francesa. Si el cambio político se consideraba
ahora normal y la soberanía radicaba en el pueblo, entonces se
convertía en un imperativo común entender qué era y qué
explicaba la naturaleza y ritmo del cambio, y cómo llegaba, o
podía llegar, la "gente" a esas decisiones que se decía tomaba.
Éste es el origen social de lo que más adelante se denominó
ciencias sociales.
En las Universidades estadunidenses los títulos de doctorado
son invariablemente "PhD" (Philosophiae Doctor), a diferencia de

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las universidades de Hispanoamérica, cuyos títulos de
doctorado llevan siempre por complemento la disciplina a la
que corresponden ("Doctor en Historia", "Doctor en Física",
"Doctor en Letras", "Doctor en Leyes", etcétera) [T.].
Pero ¿qué eran las "ciencias sociales" y cómo se posicionaban
en esta nueva guerra entre "las dos culturas?" No son preguntas
fáciles de responder. De hecho, uno podría sostener que la
cuestión nunca ha sido satisfactoriamente resuelta. En principio,
lo que uno vería es que las ciencias sociales tendieron a ubicarse
entre medio de las "ciencias puras" y las "humanidades". En
medio, pero no cómodamente en el medio. Los científicos sociales
no evolucionaron de modo independiente en una tercera vía de
saber; en realidad se dividieron entre quienes se inclinaban más
hacia lo "científico" o una "visión científica" de las ciencias
sociales y quienes se indinaban más hacia una concepción
"humanística". Las ciencias sociales parecían atadas a dos caballos
que tiraban en dirección opuesta y las despedazaban.
La más antigua de las ciencias sociales es desde luego la
historia, actividad y etiqueta que se remonta a miles de años
atrás. En el siglo XIX tuvo lugar una "revolución" en la
historiografía vinculada al nombre de Leopold Ranke, quien
acuñó el eslogan de que la historia debía ser escrita wie es eigentlick
gewesen ist (como sucedió en realidad). Se oponía a la práctica de
los historiadores dedicados a la hagiografía, narración de cuentos
que glorificaba a monarcas o naciones, incluyendo cuentos
inventados. Ranke proponía una historia más científica, que
rechazara la especulación y la fábula.
Ranke proponía también un método específico mediante el
cual dicha historia podía ser escrita: la búsqueda de la
descripción del acontecimiento en documentos de la misma
época en que éste tuvo lugar. Finalmente, dichos documentos
llegarían a ser almacenados en aquello que denominamos

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archivos. Al estudiar los documentos de los archivos, los nuevos
historiadores partían del supuesto de que los actores ríe antaño
habían escrito no para los futuros historiadores sino para revelar
aquello que realmente pensaban en su momento, o al menos lo
que querían que oíros creyeran. Desde ya, los historiadores acep-
taban que dichos documentos debían ser cuidadosamente
estudiados, para verificar que no hubiera fraude, pero una vez
verificados, dichos documentos deberían ser considerados, por
lo general, exentos de cualquier intromisión tendenciosa por
parte de los historiadores posteriores. Para minimizar cualquier
tendencia aún más, los historiadores sostendrán que sólo es
posible escribir la historia del "pasado" y no la del "presente", ya
que la escritura del presente traería consigo la impronta de las
pasiones del momento. En todo caso, los archivos (controlados
por las autoridades políticas) eran rara vez "abiertos" al
historiador antes de transcurrido un largo periodo (entre
cincuenta y cien años), por lo que normalmente no tenían
acceso de ningún modo a los documentos relevantes del
presente. (Afines del siglo XX, muchos gobiernos se vieron
presionados por los políticos de la oposición a abrir sus archivos
con mayor celeridad. Si bien dicha apertura ha tenido algún
efecto, también parece cierto que los gobiernos han encontrado
nuevos modos de guardar sus secretos.)
Sin embargo, a pesar de este perfil más "científico", los nuevos
historiadores no eligieron ubicarse en la facultad de ciencias
sino en la de humanidades. Esto podría parecer extraño, ya que
dichos historiadores rechazaban a los filósofos por sus
afirmaciones especulativas. Además eran empiristas, y por lo
tanto uno hubiese esperado que tuvieran una simpatía natural
por los científicos. Pero eran empiristas que sospechaban, en
general, de las generalizaciones a gran escala. No les interesaba
llegar a leyes científicas, ni siquiera formular hipótesis,

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insistiendo con frecuencia en que cada "suceso" particular tenía
que ser analizado en función de su propia historia particular.
Sostenían que la vida social de los hombres era distinta de los
fenómenos físicos analizados por los científicos puros debido a la
influencia de la voluntad humana, y tal énfasis puesto en lo que
hoy denominaríamos agencia humana los llevó a pensarse a sí
mismos como "humanistas" antes que "científicos".
Pero ¿qué sucesos fueron dignos de su consideración? Los
historiadores tenían que tomar decisiones frente a los objetos de
estudio. Que se basaran en documentos escritos en el pasado
mostraba ya cierto prejuicio acerca de lo que podían estudiar, ya
que dichos documentos de archivo habían sido escritos por
personas vinculadas a las estructuras políticas (diplomáticos,
burócratas, líderes políticos). Estos documentos revelaban muy
poco acerca de los fenómenos que no estuvieran signados por
acontecimientos políticos o diplomáticos. Más aún, esta
aproximación presuponía que los historiadores se abocaban a
una zona de estudio sobre la cual existían documentos escritos.
En la práctica, los historiadores del siglo XIX tendían por lo tanto
a estudiar principalmente su propio país y en segunda instancia
otros países considerados "naciones históricas", lo que parecía
significar naciones con una historia que podía ser documentada
en archivos.
Pero ¿en qué países estaban localizados semejantes
historiadores? La abrumadora mayoría (probablemente el 95%)
se encontraba en apenas cinco zonas: Francia, Gran Bretaña, los
Estados Unidos y las varias partes de lo que luego se convertiría
en Alemania e Italia. Por eso, al principio, se escribió y enseñó
fundamentalmente la historia de estas cinco naciones. Había
además otra cuestión a dirimir: ¿qué debía incluir la historia de
un país como Francia o Alemania? ¿Cuáles eran sus fronteras,
geográficas y temporales? La mayor parte de los historiadores

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decidieron llevarlas tan lejos como les fuera posible, utilizando los
límites territoriales del presente o incluso los límites que se recla-
maba a la fecha. La historia de Francia fue así la historia de todo
lo que hubiera ocurrido dentro de los territorios de Francia tal
como ésta era definida en el siglo XIX. Tal cosa era por cierto un
poco arbitraria, pero servía a un propósito, el de reforzar los
sentimientos nacionalistas contemporáneos, y fue por ende una
práctica alentada por los propios estados.
Sin embargo, dada la práctica de los historiadores a limitarse al
estudio del pasado, tenían muy poco que decir frente a la
situación contemporánea de sus países. Y los líderes políticos
sentían la necesidad de obtener más información sobre el
presente. Nuevas disciplinas surgieron con este propósito. Eran
básicamente tres: economía, ciencias políticas y sociología. ¿Por
qué, de todos modos, habría tres disciplinas para estudiar el
presente pero sólo una para estudiar el pasado? Porque la
ideología liberal dominante en el siglo XIX sostenía que la
modernidad se encontraba definida por la diferenciación de tres
esferas sociales: el mercado, el estado y la sociedad civil. Las tres
esferas operaban, se decía, de acuerdo con lógicas diferentes, y
por ende era lo mejor mantenerlas separadas unas de otras, en la
vida social y por tanto en la vida intelectual. Requerían ser
estudiadas de modos diversos, apropiarlos a cada esfera: el
mercado por economistas, el estado por politólogos y la sociedad
civil por sociólogos.
Otra vez surgió la pregunta: ¿cómo acceder a un conocimiento
"objetivo" sobre estas tres esferas? Aquí, la respuesta fue distinta
de la dada por los historiadores. En cada disciplina, el punto de
vista que se tornó dominante fue que las esferas de la vida —el
mercado, el estado y la sociedad civil— eran gobernadas por leyes
que podían ser discernibles mediante el análisis empírico y la
generalización inductiva. Era exactamente la misma postura que

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los científicos puros defendían respecto de sus objetos de estudio.
Por ello denominamos a estas tres disciplinas nomotéticas (esto es,
disciplinas en busca de leyes científicas) en oposición a la
disciplina ideográfica que la historia aspira a ser (esto es, una
disciplina predicada en la singularidad del fenómeno social).
Otra vez vuelve a plantearse la pregunta ¿dónde debía
concentrarse el estudio de los fenómenos contemporáneos? Los
científicos sociales nomotéticos se encontraban en los mismos
cinco países que los historiadores, y del mismo modo, se
dedicaron básicamente al estudio de sus propios países (o cuanto
mucho a la realización de comparaciones entre esos cinco países).
Esto era sin duda una fuente de legitimación social, pero los
científicos sociales nomotéticos expusieron además un
argumento metodológico para justificar su elección. Dijeron que
el mejor modo de evadir el prejuicio era el uso de datos cuan-
titativos, y que resultaba más probable encontrar dichos datos en
sus propios países en el presente inmediato. Más aún,
sostuvieron que aceptada la existencia de leyes generales
reguladoras del comportamiento social, carecía de importancia
el lugar donde los fenómenos fueran estudiados, puesto que
aquello que resultase válido en un lugar y un momento
determinados debía serlo en todo lugar y todo tiempo. ¿Por qué
no estudiar entonces los fenómenos acerca de los cuales se
contaba con datos más confiables; esto es los más cuan tincados y
cuya obtención fuera posible repetir?
Los científicos sociales tenían otro problema por delante. Las
cuatro disciplinas en su conjunto (historia, economía, sociología y
ciencias políticas) estudiaban, de hecho, sólo una pequeña
parte del mundo. Pero en el siglo XIX, esos cinco países
imponían su dominio colonial en muchas otras regiones, e
incluso sostenían relaciones comerciales y a veces bélicas con
otras. Convenía estudiar el resto del mundo también. No

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obstante, el resto del mundo parecía ser un poco distinto,
resultando inadecuado el uso de estas cuatro disciplinas
inspiradas en Occidente para el estudio de partes del mundo
que no se consideraba "modernas". Como resultado, surgieron
dos disciplinas adicionales.
Una de ellas se denominó antropología. Los primeros
antropólogos estudiaron pueblos que estaban bajo dominio
colonial concreto o virtual. Partieron de la premisa de que los
grupos que estudiaban no disfrutaban de la tecnología moderna,
no contaban con sistemas de escritura propios y no poseían
religiones que se extendieran más allá del propio grupo. Se los
denominaba genéricamente "tribus": grupos relativamente
pequeños (en términos de población y área ocupada) que
observaban un conjunto común de costumbres, hablaban un
idioma común y en algunos casos reconocían una estructura
política común. En el lenguaje del siglo XIX, se los consideraba
pueblos "primitivos".
Una condición esencial para el estudio de estos pueblos fue
que cayeran bajo jurisdicción política de un estado moderno,
garante del orden y el seguro acceso del antropólogo. Dado que
estos pueblos eran culturalmente tan distintos de quienes los
estudiaban, el principal modo de investigación fue el
denominado de "observación participante": el investigador se
instalaba en la población por un tiempo determinado, con el
objeto de aprender su idioma y discernir la totalidad de sus usos
y costumbres. A menudo, hacía uso de intermediaros locales
como intérpretes, tanto lingüísticos como culturales. Se llamó a
este ejercicio "escribir una etnografía", y se basaba en el "trabajo de
campo" (opuesto a la investigación bibliográfica o de archivo).
Se supuso que estos pueblos carecían de "historia", salvo
aquella resultante de la instauración de dominio por parte de
extranjeros "modernos", hecho entendido como un "contacto

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cultural" y por lo tanto un cambio cultural. Este cambio implicaba
que el etnógrafo normalmente intentase reconstruir las
costumbres tal como existían antes del contado cultural
(relativamente reciente), bajo la suposición de que dichas
costumbres habían existido desde tiempos inmemoriales hasta la
imposición del control colonial. Los etnógrafos sirvieron, muchas
veces, como los principales traductores de estos pueblos para
esos extranjeros modernos que los gobernaban. Reponían en
lenguaje comprensible a estos extranjeros la racionalidad
subyacente a las costumbres locales. Resultaban por ende útiles a
las autoridades coloniales, brindando información que
posibilitaba a los gobernantes trabar mejor conocimiento
respecto de qué podían o no podían (o no debían) hacer en su
administración.
El mundo de todos modos no estaba constituido únicamente
por los estados "modernos" y los denominados pueblos
primitivos. I labia vastas regiones fuera de la zona paneuropea
que debían ser consideradas aquello que el siglo XIX llamaba
"altas civilizaciones", como era el caso de China, India, Persia o
el mundo árabe. Todas estas zonas poseían ciertas
características en común: escritura, un idioma dominante
empleado en tal escritura y una sola religión "mundial"
dominante que, sin embargo, no era el cristianismo. La razón de
estas características comunes era, por supuesto, muy sencilla.
Todas estas zonas habían sido en el pasado, y algunas
continuaban siéndolo en su momento, el emplazamiento de
"imperios-mundo" burocráticos que habían ocupado grandes
superficies, y por ende desarrollado un idioma común, una
religión común y muchas costumbres en común. Esto era lo que
se quería decir al llamarlas "altas civilizaciones".
Todas estas regiones compartían una característica más en el
siglo XIX. No eran ya tan poderosas militar o tecnológicamente

22
como el mundo paneuropeo. Por consiguiente, el mundo
paneuropeo no las consideraba "modernas". No obstante, sus
habitantes claramente no encajaban en la descripción de
hombre "primitivo", incluso según los estándares
paneuropeos. La cuestión entonces era cómo estudiarlos y
qué debía estudiarse de ellos. Dado que eran culturalmente
tan distintos de los europeos, dado que tenían textos escritos
en idiomas tan distintos de los del investigador europeo y
dado que sus religiones eran tan distintas del cristianismo,
parecía que aquellos que fueran a estudiarlas necesitarían de
un largo y paciente entrenamiento en habilidades esotéricas
si es que esperaban entenderlas en profundidad. La
capacidad filológica era particularmente útil a la hora de
descifrar textos religiosos antiguos. Quienes habían
adquirido tal entrenamiento comenzaron a autodenominarse
orientalistas, nombre derivado de la clásica distinción entre
el Este y el Oeste que durante largo tiempo había existido
dentro de la tradición intelectual europea.
¿Y qué estudiaban los orientalistas? En algún sentido, puede
decirse que también hacían etnografía; esto es, buscaban
describir la totalidad de costumbres que develaban. Pero en
gran medida éstas no eran etnografías basadas en el trabajo
de campo, sino más bien derivadas de la lectura de textos. La
pregunta que jamás dejaron de tener en mente fue cómo
explicar que estas "altas civilizaciones" no fuesen "moder nas"
como el mundo paneuropeo. La respuesta que los orientalistas
parecieron encontrar fue que algún componente cultural de
estas civilizaciones había "detenido" su historia,
imposibilitándolas de avanzar, como había hecho el mundo
occidental y cristiano, hacia la modernidad. De lo que se
seguía que estos países requerirían de la asistencia del mundo
paneuropeo para avanzar hacia la modernidad.

23
Los antropólogos etnógrafos que estudiaban los pueblos
primitivos y los orientalistas que estudiaban las altas
civilizaciones compartían un supuesto epistemológico.
Unos y otros recalcaban la particularidad del grupo
estudiado en oposición a un análisis de características
humanas universales. Tendían por tanto a sentirse más
cómodos del lado idiográfico de la controversia que del
nomotético. En su mayoría, se consideraban parte del
campo humanístico y hermenéutico en la división entre
dos culturas, más que del campo científico.
El siglo XIX fue testigo de la expansión y reproducción,
en mayor o en menor escala, de las estructuras
departamentales y de las tomas de posición aquí
señaladas, en una universidad tras otra, en un país tras
otro. Las estructuras de saber fueron tomando forma y las
universidades les ofrecieron un hogar. Además, los
académicos de cada disciplina comenzaron a crear
estructuras organizativas extrauniversitarias para
consolidar sus quintitas. Crearon publicaciones para cada
disciplina. Crearon incluso categorías bibliográficas para
agrupar los libros que supuestamente pertenecían a sus
disciplinas. Continuaron expandiéndose y prevaleciendo
por lo menos hasta 1945, en muchos aspectos incluso
hasta los años sesenta.
Sin embargo, en 1945 el mundo cambió de manera decisiva,
y como resultado tal configuración de las ciencias sociales se
vio sometida a importantes desafíos. Tres cosas tuvieron lugar
en esa época. En principio, Estados Unidos se convirtió en la
potencia hegemónica indiscutida del sistema-mundo, y por
ende su sistema universitario pasó a ser el más influyente. En
segundo lugar, los países del entonces denominado Tercer
Mundo se habían convertido en escenario de conflictos

24
políticos y auto-afirmación geopolítica. Finalmente, la
combinación de una economía-mundo en expansión con un
fuerte incremento de las tendencias democratizantes llevaron a
una expansión increíble del sistema universitario mundial (en
términos de profesores, alumnos y número de universidades).
Estos tres cambios conjuntos dieron por tierra con las
estructuras de saber claramente definidas que se habían
desarrollado y consolidado en los cien o ciento cincuenta años
anteriores.
Considérese en primer lugar el impacto de la hegemonía
estadounidense y la autoafirmación del Tercer Mundo. Su
acontecimiento conjunto dejó en claro que la división del
trabajo dentro de las ciencias sociales —historia, economía,
sociología y ciencias políticas para el estudio de Occidente;
antropología y orientalismo para lo demás— era menos que
inútil para quienes debían diseñar las políticas de acción de
los Estados Unidos, Este país necesitaba académicos capaces
de analizar el surgimiento del Partido Comunista Chino con
mayor urgencia que académicos capaces de descifrar escritos
taoístas; académicos capaces de interpretar la fuerza ríe los
movimientos nacionalistas africanos o la concentración de la
fuerza de trabajo en las urbes más que otros capaces de
explicar la estructura de las relaciones familiares en los
pueblos bantúes. Ni orientalistas ni etnógrafos eran de gran
ayuda en este sentido.
Había una solución: entrenar a los historiadores,
economistas, sociólogos y politólogos para estudiar lo que
estaba ocurriendo en otras partes del mundo. Éste fue el
origen de un invento estadounidense —los "estudios de
área"— que tuvo un enorme impacto en su sistema
universitario (y posteriormente en el del resto del mundo).
Pero ¿cómo podía conciliarse lo que parecía ser relativamente

25
"ideográfico" en esencia —el estudio de un "área" geográfica o
cultural— con las pretensiones nomotéticas de los economistas,
sociólogos, politólogos y ahora incluso ciertos historiadores?
Surgió entonces una ingeniosa solución intelectual a este dilema:
el concepto de "desarrollo".
La noción de desarrollo, según comenzó a ser utilizado el
término a partir de 1945, estaba basada en un mecanismo
explicativo familiar, una teoría de estadios. Quienes utilizaban
este concepto presuponían que las unidades individuales —
"sociedades nacionales"— se desarrollaban todas
fundamentalmente de la misma manera (satisfaciendo así la
demanda nomotética) pero a ritmo distinto (reconociendo las
diferencias que parecían presentar los estados al presente). ¡Listo!
Resultaba entonces posible introducir conceptos específicos para
estudiar los "otros" del presente sosteniendo que, tarde o
temprano, todos los estados terminarían siendo más o menos lo
mismo. Este truco de ilusionismo tenía a su vez un costado
práctico. Implicaba que el estado "más desarrollado" podía
ofrecerse como modelo para los estados "menos desarrollados",
exhortando a estos últimos a embarcarse en cierta suerte de
acción mimética que les prometía hallar una mejor calidad de
vida y una estructura de gobierno más liberal ("desarrollo
político") al final del arco iris.
Esto era obviamente una herramienta intelectual útil a los
Estados Unidos, y su gobierno y sus instituciones hicieron todo
lo posible para alentar la expansión de los estudios de área en
las grandes (e incluso en las pequeñas) universidades. Por
supuesto, en esa época existía una guerra fría entre los Estados
Unidos y la Unión Soviética. La Unión Soviética sabía reconocer
algo bueno. Y adoptó también la noción de estadios de desarrollo.
Por supuesto, los académicos soviéticos cambiaron la
terminología por razones retóricas, pero el modelo básico era el

26
mismo. Introdujeron, empero, un cambio significativo: la Unión
Soviética, y no los Estados Unidos, era el modelo de estado uti-
lizado por la versión soviética.
Veamos ahora lo que sucede al considerar de manera conjunta
el impacto de los estudios de área con la expansión del sistema
universitario. La expansión significó un mayor número de
personas en busca de un título de doctorado. Esto parece algo
bueno, pero recuérdese el requisito de que las disertaciones
doctorales sean contribuciones "originales" a la ciencia. Cada
persona incorporada al trabajo de investigación implicó una
mayor complejidad en la búsqueda de originalidad. Y esta
dificultad favoreció el cazar en Finca ajena académica, dado que la
originalidad se define según parámetros internos a cada
disciplina. Los integrantes de las distintas disciplinas co-
menzaron a forjar subespecialidades en tenias anteriormente
pertenecientes a otras disciplinas. Esto llevó a una considerable
superposición y erosión de los estrictos límites interdisciplinarios.
Ahora había sociólogos políticos, historiadores sociales y todas las
demás combinaciones imaginables.
Los cambios en el inundo real afectaron la autodefinición de
los académicos. Las disciplinas antes especializadas en el mundo
no occidental comenzaron a ser examinadas con sospecha
política creciente por los países que tradicionalmente estudiaran.
Como resultado, el término "orientalismo" fue desapareciendo
de a poco, y sus antiguos profesionales se convirtieron en
historiadores. La antropología se vio forzada a redefinir su
perspectiva de modo radical, puesto que lanío el concepto de
"primitivo" como la realidad que supuestamente reflejaba
estaban desapareciendo. En cierto sentido, los antropólogos
"volvieron a casa" y comenzaron a estudiar sus propios países de
origen. En cuanto a las cuatro disciplinas restantes, tenían ahora
por primera vez miembros especializándose en regiones del

27
mundo de las que sus programas de estudio no se habían
ocupado hasta entonces. La distinción entre zonas modernas y
no modernas se desintegró.
Todo esto llevó, por un lado, a una incertidumbre cada vez
mayor respecto de las verdades tradicionales (lo que alguna vez
se llamó "confusión" dentro de las disciplinas) y por el otro
abrió camino a cuestionamientos heréticos de algunas de estas
verdades, especialmente por parte del creciente grupo de
académicos procedentes del mundo no occidental o de aquellos
que formaban parte del cuadro de los académicos occidentales
entrenados bajo los ya consolidados estudios de área. En el
periodo que va de 1945 a 1970, cuatro debates prepararon la
escena para la emergencia del análisis de sistemas-mundo: el
concepto de centro-periferia desarrollado por la Comisión
Económica Para América Latina de las Naciones Unidas (CEPAL) y
la elaboración subsiguiente de la "teoría de la dependencia"; la
utilidad del concepto marxista de "modo asiático de
producción", debate que tuvo lugar entre los académicos
comunistas; la discusión entre los historiadores de Europa
occidental acerca de "la transición del feudalismo al
capitalismo"; el debate acerca de "la historia total" y el triunfo de
la escuela historiografía de los Anuales en Francia y en distintas
partes del mundo después. Ninguno de estos debates era
totalmente nuevo, pero en este periodo ocuparon el centro de la
cuestión, arrojando como resultado un desafío enorme para las
ciencias sociales tal como habían evolucionado hasta 1945.
El par centro-periferia fue una contribución decisiva de los
académicos del Tercer Mundo. Es cierto que algunos geógrafos
alemanes habían sugerido algo similar ya en 1920, como también
hiciera un grupo de sociólogos rumanos en los años treinta (época
en que la estructura social de Rumania era bastante similar a la del
Tercer Mundo, por cierto). De todos modos, no fue sino hasta los

28
años cincuenta, con el trabajo de Raúl Prebisch y sus “jóvenes
turcos" latinoamericanos en la CEPAL, que el tema pasó a ser
cuestión relevante dentro del saber académico de las ciencias
sociales. El punto de partida era muy sencillo. Sostenían que el
comercio internacional no consistía en un intercambio entre
pares. Algunos países eran económicamente más poderosos que
otros (los de centro) y por ende podían negociar en términos que
favorecían el desvío de la plusvalía de los países débiles (la
periferia) al centro. Alguien lo llamaría luego "intercambio
desigual". El análisis suponía un remedio para la desigualdad:
que los estados periféricos emprendiesen acciones con el fin de
instituir mecanismos que equilibrasen el intercambio en su
mediano plazo.
Desde luego, una idea tan simple dejaba de lado una enorme
cantidad de detalles, dando lugar a encendidos debates. La
discusión se planteó entre sus partidarios y quienes sostenían
una visión más tradicional del comercio internacional planteada
en lo fundamental por David Ricardo en el siglo XIX, aquella
según la cual si todos siguen su "ventaja comparativa", todos
obtienen el máximo beneficio. Pero también se suscitaban
discusiones internas al grupo de partidarios del modelo centro-
periferia. ¿Cómo funcionaba? ¿Quién se beneficiaba realmente del
intercambio desigual? ¿Qué medidas pudieran ser efectivas para
contrarrestarlo? ¿Y hasta qué punto tales medidas requerían más
de una acción política que de una regulación económica?
Sobre este último tema fue que los teorizadores de la
"dependencia" desarrollaron sus versiones corregidas del análisis
de centro y periferia. Varios sostenían que la revolución política
era un requisito previo de cualquier acción reguladora. La teoría
de la dependencia, tal como se desarrolló en América Latina,
parecía a primera vista básicamente una crítica de las políticas
económicas implementadas y predicadas por las potencias

29
occidentales (especialmente las de Estados Unidos). André
Gunder Frank acuñó la frase "el desarrollo del sub-desarrollo"
para describir los resultados de las políticas de las grandes
corporaciones y los estados de las zonas centrales, y de los
agentes interestatales que promovían el "libre comercio" en la
economía-mundo. El subdesarrollo no era visto como un estado
originario, cuya responsabilidad recaía en los países que eran
subdesarrollados, sino como la consecuencia del capitalismo
histórico.
Pero las teorías de la dependencia planteaban también, tal vez
incluso en mayor medida, una crítica a los partidos comunistas
latinoamericanos. Estos partidos habían apoyado una teoría de
los estadios de desarrollo según la cual los países
latinoamericanos eran todavía feudales o "semifeudales", no
habiéndose producido en ellos, por ende, la "revolución
burguesa" que debía preceder a la "revolución proletaria".
Deducían de ello que los activistas latinoamericanos debían
colaborar con la denominada burguesía progresista para llevar a
cabo la revolución burguesa, con el fin de que acto seguido el
país pudiera avanzar hacia el socialismo. Los dependisteis, al igual
que muchos inspirados por la Revolución cubana, sostuvieron
que la línea oficial del comunismo no era más que una mera
variante de la línea del gobierno de los Estados Unidos
(constrúyanse en principio estados liberales burgueses y una clase
media). Los dependentistas rebatieron esta linea de los partidos
comunistas teóricamente, sosteniendo que los países
latinoamericanos ya formaban parte del sistema capitalista y por
eso ya mismo lo que necesitaban era una revolución socialista.
Entre tanto, en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas,
los países comunistas de Europa del Este y hacia el interior de los
partidos comunistas francés e italiano, comenzaba un debate
sobre el "modelo asiático de producción". Al delinear

30
ligeramente la serie de estadios de las estructuras económicas a
través de las cuales hubo evolucionado la humanidad, Marx
agregó una categoría que le resultó difícil de ubicar en la
progresión lineal que describía. Lo llamó el "modo asiático de
producción", usando el término para describirlos enormes y
burocráticos imperios autocráticos que se desarrollaran a lo
largo de la historia en China e India al menos. Se trataba
exactamente de las "altas civilizaciones" de los orientalistas,
cuyos textos Marx había estado leyendo.
En los años treinta, Stalin decidió que el concepto no le
gustaba. Al parecer pensó que podía ser utilizado como una
descripción tanto de la historia rusa como del régimen que
presidía. Emprendió una revisión de Marx que sencillamente
eliminó el concepto de toda discusión legítima. La omisión
generaba múltiples dificultades a los académicos soviéticos (y
comunistas de otros países, también). Se veían forzados a estirar
sus argumentos para hacer coincidir varios momentos de las
historias de Rusia y Asia dentro de las categorías de "esclavitud"
y "feudalismo", que seguían siendo legítimas. Pero no hubo uno
que contradijera a Josef Stalin.
Muerto Stalin en 1953, muchos académicos aprovecharon la
ocasión para reabrir el debate, sugiriendo que tal vez pudiera
haber algo interesante en aquella idea original de Marx.
Hacerlo, sin embargo, implicó abrir nuevamente la cuestión de
una serie de estados de desarrollo obligados, y por ende el
desarrollismo como marco de análisis y directiva política. Obligó
a estos intelectuales a entablar un diálogo con las ciencias
sociales no marxistas del resto del mundo. Básicamente, este
debate fue el equivalente académico del discurso de 1956 en que
Jrushov, entonces secretario general del Partido Comunista de la
Unión Soviética (PCUS), en el XX Congreso del Partido, denunció
el "culto de la personalidad" tributado a Stalin y reconoció los

31
"errores" de lo que hasta entonces había sido una política incues-
tionable;. Al igual que el discurso de Jrushov, el debate sobre el
modo asiático de producción trajo consigo dudas, y un
consiguiente resquebrajamiento de la rígida herencia conceptual
del marxismo ortodoxo. Hizo posible una nueva mirada de las
categorías de análisis decimonónicas, las del propio Marx
incluso.
Simultáneamente, entre los historiadores económicos de
Occidente tenía lugar un debate acerca de los orígenes del
capitalismo moderno. La mayoría de los participantes se
consideraban a sí mismos marxistas, pero eran libres de
cualquier tipo de restricción partidaria. El debate tuvo origen en la
publicación de los Estudios sobre el desarrollo del capitalismo de
Maurice Dobb en 1946. Dobb era un historiador económico
marxista inglés. Paul Sweezy, economista marxista estadou-
nidense, escribió un artículo cuestionando la explicación
propuesta por Dobb de lo que ambos denominaban "la
transición del feudalismo al capitalismo". Poco después, muchos
más salieron a la palestra.
Para aquellos que aceptaban la propuesta de Dobb, el tema
se presentaba como una pugna de explicaciones endógenas
versus exógenas. Dobb encontraba las raíces de la transición del
feudalismo al capitalismo en elementos internos de los estados,
específicamente en Inglaterra. Sweezy era acusado por Dobb y
sus partidarios de privilegiar factores externos, en particular los
flujos comerciales, ignorando el papel fundamenta]
desempeñado por los cambios ocurridos en la estructura
productiva, y por ende las relaciones de clase. La respuesta de
Sweezy y los suyos consideraba a Inglaterra como parte de una
extensa zona de Europa mediterránea, cuyas transformaciones
permitían dar cuenta de lo ocurrido en Inglaterra. Sweezy
empleaba datos empíricos del trabajo de Henri Pirenne

32
(historiador belga no marxista, antepasado de la escuela
historiografía de los Anuales célebre por su explicación de cómo
el surgimiento del Islam llevó a la interrupción de rutas
comerciales con Europa occidental y su estancamiento
económico). Quienes apoyaban a Dobb sostenían que Sweezy
sobredimensionaba la importancia del comercio (considerado una
variable externa), ignorando el papel decisivo de las relaciones de
producción (consideradas una variable interna).
El debate era importante por varios motivos. Ante todo,
parecía tener ramificaciones políticas (como los argumentos de
los dependentistas). Las conclusiones acerca de los mecanismos
de transición del feudalismo al capitalismo posiblemente
tuvieran algo para decir acerca de una potencial transición del
capitalismo al socialismo (como algunos de los contendientes, de
hecho, señalaban de manera explícita). En segundo lugar, el
debate obligaba a muchas personas formadas como economistas
a examinar con mayor detenimiento datos históricos,
posibilitándoles la apertura a parte de los argumentos que el
grupo francés de los Aúnales comenzaba a exponer. Tercero, era
esencialmente un debate sobre la unidad de análisis, aunque
nunca se utilizara tal terminología. El grupo de Sweezy
cuestionaba la relevancia de tomar a un país, proyectado hacia
atrás en el tiempo, como unidad hacia el interior de la cual debía
ser analizada la acción social, en vez de alguna unidad mayor
dentro de la cual se presentara una división del trabajo (como
era el caso de la zona europea-mediterránea). Cuarto, al igual
que el debate acerca del modo asiático de producción, éste
provocó la ruptura del caparazón de una versión del marxismo
(que analizaba únicamente las relaciones de producción, y sólo
dentro de los límites de los estados nacionales) que se había
vuelto una ideología más que una propuesta académica abierta
a la discusión.

33
Casi todos los involucrados en este debate eran académicos
anglo-parlantes. A diferencia de ellos, el grupo de los Anuales se
originó en Francia y durante mucho tiempo tuvo resonancia
únicamente en aquellas áreas del mundo intelectual donde la
influencia cultural gala gozaba de mayor influencia: Italia,
España, América Latina, Turquía y ciertas partes de Europa del
Este. El grupo de los Aúnales había surgido en los años veinte
como protesta, encabezada por Lucien Febvre y Marc Bloch,
contra el perfil altamente idiográfico y empirista que dominaba
la historiografía francesa, determinando su dedicación casi
exclusiva a la historia política. El grupo de los Annales enunció
varias contradoctrinas: la historiografía debía ser "total", es decir,
debía lograr una imagen integrada del desarrollo histórico en
todos los ámbitos sociales.
El grupo de los Aúnales contrapuso varias doctrinas: la
historiografía debía ser "total", esto es, debía concentrarse en una
visión integrada del desarrollo histórico en todas las arenas
sociales. De hecho, las bases económicas y sociales de este
desarrollo eran considerados más importantes que la superficie
política, y, aún más, era posible estudiarlas sistemáticamente, y no
siempre en los archivos. Y las generalizaciones a largo plazo
sobre los fenómenos históricos eran de hecho, no sólo posibles
sino deseables.
En los años entre las guerras, la influencia de los Anuales fue
mínima. De pronto, después de 1945, floreció, y bajo la
dirección de su líder en la segunda generación, Fernand
Braudel, llegó a dominar la escena historiográfica francesa
primero y muchas otras partes del mundo después. Comenzó
por primera vez a penetrar el mundo angloparlante.
Institucionalmente, el grupo de los Anuales presidía sobre una
nueva institución universitaria en París, una institución
construida sobre la premisa de que los historiadores tenían que

34
aprender e integrar sus descubrimientos de otras disciplinas de
las ciencias sociales tradicionalmente más nomotéticas, y que
éstas, a su vez, tenían que devenir más "históricas" en su
trabajo. La era braudeliana representaba tanto un ataque
intelectual como institucional contra el aislamiento tradicional
de las disciplinas de las ciencias sociales entre sí.
Braudel propugnó un lenguaje sobre los tiempos sociales que
dejó su impronta en trabajos futuros. Criticó la historia
"acontecimiental", con lo que hacía referencia a la historiografía
tradicional idiográfica, empiricista, y política como "polvo". Era
polvo en un sentido doble; porque hablaba de fenómenos
efímeros, y porque se metía en los ojos, impidiendo ver las
verdaderas estructuras subyacentes. Pero Braudel también criticó
la búsqueda de verdades atemporales y eternas, considerando el
trabajo puramente nomotético de muchos científicos sociales
como mítico. En medio de estos dos extremos, insistió en otros
dos tiempos sociales que las dos culturas habían olvidado: el
tiempo estructural (o de larga duración, pero no eterno, las
estructuras básicas que subyacen a los sistemas históricos), y los
procesos cíclicos dentro de las estructuras (o tendencias de
mediano plazo, tales como las expansiones y contracciones de la
economía mundial). Braudel también destacó el tema de la
unidad del análisis. En su primer trabajo importante, insistió que
el Mediterráneo del siglo XVI que había estado estudiando,
constituía una "economía-mundo" (économie-mondé), he hizo de la
historia de esta economía-mundo el objeto de su estudio.
Estos cuatro debates tuvieron lugar esencialmente entre 1950
y 1960. Ocurrieron básicamente por separado, sin referencias
mutuas, y con frecuencia sin conocimientos el uno del otro. Sin
embargo, colectivamente, representaron tina crítica central a
la estructura existente. Este levantamiento intelectual fue
seguido por el choque cultural de las revoluciones de 1968, Y

35
estos hechos juntaron las piezas dispersas. La revolución mundial
de 1968 se ocupó primariamente de una serie de asuntos políticos
centrales: la hegemonía de los Estados Unidos y su política
internacional, que lo había llevado a la guerra de Vietnam; la
relativamente pasiva actitud de la Unión Soviética, a la que los
revolucionarios de 1968 vieron en "colusión" con los Estados
Unidos; la ineficacia de los movimientos tradicionales de la Vieja
Izquierda en oposición al statu quo. Discutiremos estos temas más
adelante.

En este proceso de levantamiento, sin embargo, los


revolucionarios de 1968, quienes contaban con su base más
poderosa en las universidades de todo el mundo, comenzaron
también a elevar una serie de temas respecto a las estructuras del
saber. Al principio, hicieron preguntas referentes a la
participación política directa de los académicos universitarios en
trabajos que apoyaban el statu quo mundial, tal como los físicos
que realizaban investigaciones vinculadas con la guerra y los
científicos sociales que proveían material para los esfuerzos de
contrainsurgencia. Luego, cuestionaron sobre áreas descuidadas
del saber. En las ciencias sociales, esto significó las historias igno-
radas de muchos grupos oprimidos: mujeres, grupos
"minoritarios", poblaciones indígenas, grupos con identidades o
prácticas sexuales alternativas. Pero, eventualmente,
comenzaron a plantear cuestiones sobre las epistemologías
subyacentes a las estructuras del saber.
Es en este punto, a principio de los años setenta, cuando la
gente comenzó a hablar explícitamente sobre los sistemas-
mundo de análisis como una perspectiva. Los sistemas-mundo
de análisis fueron un esfuerzo por combinar de manera
coherente las preocupaciones respecto a la unidad de análisis,
la preocupación por las temporalidades sociales y la
preocupación por las barreras que se habían erigido entre las

36
diferentes ciencias sociales.
Los sistemas-mundo de análisis significaron antes que nada la
sustitución de una unidad de análisis llamada "sistema-mundo"
en vez de la unidad estándar de análisis, que había sido el
estado nacional. En su conjunto, los historiadores habían estado
analizando historias nacionales, los economistas economías
nacionales, los politólogos estructuras políticas nacionales y los
sociólogos sociedades nacionales. Los analistas de sistema-
mundo enarcaron una escéptica ceja, cuestionando si estos
objetos de estudio existían verdaderamente, y si en todo caso,
eran los sitios de análisis más útiles. En lugar de los estados
nacionales como objetos de estudio, los sustituyeron por "sis-
temas históricos" que, se argüía, habían existido hasta ese
momento en sólo tres variantes; minisistemas, y "sistema-
mundo" de dos tipos (economías-mundo e imperios-mundo).
Nótese el guión en sistema-mundo y sus dos subcategorías,
economías-mundo e imperios-mundo. La colocación de dicho
guión intentaba señalar que se estaba haciendo referencia no a
sistemas, economías o imperios de (todo) el mundo, sino sobre
sistemas, economías e imperios que son un mundo (pero
posiblemente y de hecho, usualmente, sin ocupar la totalidad
del globo). Éste es un concepto inicial clave a entender. Afirma
que en "sistema-mundo" estamos frente a una zona
espaciotemporal que atraviesa múltiples unidades políticas y
culturales, una que representa una zona integrada de actividad e
instituciones que obedecen a ciertas reglas sistémicas.
De hecho, por supuesto, el concepto fue aplicado inicialmente
al "sistema-mundo moderno" el cual, se argumenta, toma la
forma de una "economía-mundo". Este concepto adaptó el uso
de Braudel en su libro sobre el Mediterráneo, y lo combinó con el
análisis del centro-periferia de CEPAL. Se argumentó que la
economía-mundo moderna era una economía-mundo capitalista.

37
No la primera economía-mundo pero sí la primera economía-
mundo en sobrevivir y florecer durante tanto tiempo, y logró
esto al convertirse, precisamente, en completamente capitalista.
Si la zona considerada como capitalista no fue pensada como un
estado sino más bien como una economía-mundo, entonces la así
llamada por Dobb explicación interna de la transición del
feudalismo al capitalismo tenía poco sentido, puesto que suponía
que la transición tuvo lugar múltiples veces, estado por estado,
dentro del mismo sistema-mundo.
Había en este modo de formular la unidad de análisis un
subsiguiente vínculo con ideas previas. Karl Polanyi, el
historiador económico húngaro (posteriormente británico)
había insistido en la distinción entre tres formas de organización
económica que él había denominado: recíproca (una suerte de
toma y daca directo), redistributiva (en la cual los bienes iban
del fondo de la escala social a lo más alto para retornar, en
parte al fondo), y de mercado (en la cual el intercambio ocurría
en forma monetaria en un espacio público). Las categorías de
los tipos de sistemas históricos —minisistemas, imperios-mundo
y economías-mundo— parecía ser otro modo de expresar las
tres formas de organización económica de Polanyi. Los
minisistemas utilizaban la reciprocidad, los imperios-mundo la
redistribución, y las economías-mundo los intercambios de
mercado.
Las categorías de Prebisch también fueron incorporadas. Se
afirmaba que una economía-mundo capitalista estaba marcada
por una división axial de labor entre los procesos de producción
centrales y los procesos de producción periféricos, lo cual daba
como resultado un intercambio desigual favoreciendo a los
involucrados en los procesos de producción (éntrales. Puesto
que tales procesos tendían a agruparse en países específicos,
uno podía abreviar la nomenclatura hablando de zonas centrales

38
y periféricas (o incluso de estados centrales y periféricos) en
tanto uno recordara que eran los procesos de producción y no
los estados los que eran centrales o periféricos. En el análisis de
sistema-mundo, el centro-periferia es un concepto relacional, no
un par de términos reificados, esto es, que tienen sentidos
esenciales separados.
¿Qué es lo que convierte a un proceso de producción en
central o periférico? Llegó a verse que la respuesta estaba en el
grado en el cual cada proceso particular era relativamente
monopolizado o de libre mercado. Los procesos que eran
relativamente monopolizados eran mucho más gananciosos que
aquellos que eran de libre mercado. Esto volvía a los países en
los que se ubicaban los procesos centrales más solventes. Y dado
el poder desigual de los productos monopolizados vis-á-vis los
productos con muchos productores en el mercado, el resultado
último del intercambio entre productos centrales y periféricos
era un flujo de la plusvalía (queriendo decir en este caso una
gran parte de las ganancias reales de múltiples producciones
locales) hacia aquellos estados que tenían un mayor número de
procesos centrales.
La influencia de Braudel fue crucial en dos aspectos. Primero,
en su trabajo más tardío sobre capitalismo y civilización,
Braudel volvería a insistir en una marcada distinción entre la
esfera del libre mercado y la esfera de los monopolios. El
denominó sólo a esta última capitalismo y, lejos de ser la misma
cosa que el libre mercado, afirmaba que el capitalismo era el
"antimercado". Este concepto constituyó un asalto directo,
tanto sustantivo como terminológicamente, en la conjunción de
economistas clásicos (incluyendo a Marx) de mercado y
capitalismo. Y, en segundo lugar, la insistencia de Braudel en la
multiplicidad de tiempos sociales y su énfasis en el tiempo
estructural —lo que él denominó longue durée— fueron centrales

39
para el análisis de sistema-mundo. Para los analistas de sistema-
mundo, la longue durée era la duración de un sistema histórico
particular. Las generalizaciones sobre el funcionamiento de tal
sistema debían evitar la trampa de parecer afirmaciones
atemporales, verdades eternas. Si tales sistemas no eran eternos,
entonces se seguía que tenían principios, vidas durante las cuales
se "desarrollaban" y transiciones terminales.
Por otro lado, esta perspectiva reforzaba la afirmación que la
ciencia social debía ser histórica, observando los fenómenos por
largos periodos a la vez que en amplios espacios. Pero también
abrió, o reabrió, la pregunta sobre las "transiciones". Dobb y
Sweezy habían presentado explicaciones bastante diferentes
sobre la transición del feudalismo al capitalismo, pero
compartían la convicción de que cualesquiera fuera lo que
explicara la transición, ésta era un suceso inevitable. Esta
convicción se reflejaba en la teoría del progreso de la Ilustración,
que había sido sustento tanto del pensamiento clásico liberal
como del pensamiento marxista clásico. Los analistas de sistema-
mundo comenzaron a mostrarse escépticos frente a la
inevitabilidad del progreso. Veían al progreso como una
posibilidad más que como una certeza. Se preguntaban si uno
podía incluso describir la construcción de una economía-mundo
capitalista como progreso. Esta mirada escéptica les permitió
incorporar dentro de una narrativa de la historia humana las
realidades de aquellos sistemas que habían sido agrupados bajo
el título de "modelo asiático de producción". Uno ya no tenía
por qué preocuparse sobre si estas estructuras estaban ubicadas
en algún punto en particular sobre la curva histórica. Y uno
podía ahora preguntarse por qué la transición del feudalismo al
capitalismo había tenido lugar (como si la posibilidad de que
pudiera no haber ocurrido fuera una alternativa real) y no asumir
su inevitabilidad y buscar, sencillamente, cuáles fueron las causas

40
inmediatas de la transición.
El tercer elemento en el análisis de sistema-mundo fue su falta
de respeto por las fronteras tradicionales en las ciencias sociales.
Los analistas de sistema-mundo analizaban la totalidad del
sistema social a lo largo de la longue durée. Se sentían por lo tanto
en libertad de analizar materiales que en alguna oportunidad
habían sido considerados dominio exclusivo de historiadores o
economistas o politólogos o sociólogos y de analizarlos con un
marco analítico común. El análisis resultante de los sistemas-
mundo no era multidisciplinario, puesto que los analistas no
estaban reconociendo la legitimidad intelectual de estas dis-
ciplinas. Estallan siendo unidisciplinarios.
Por supuesto, esta trilogía de críticas —sistema-mundo antes
que estados como unidad de análisis, la insistencia en la longue
durée, y un enfoque unidisciplinario— representaban un ataque a
muchas vacas sagradas. Era de esperar que se diera un
contraataque. Este llegó, inmediata y vigorosamente, desde
cuatro frentes: los positivistas nomotéticos, los marxistas
ortodoxos, los autonomistas estatales y las particularistas
culturales. La crítica central de cada uno había sido que sus
premisas básicas no habían sido aceptadas por el análisis de siste-
ma-mundo. Esto era, por supuesto, correcto, pero ni con mucho
llegaba a convertirse en un argumento intelectual devastador.
Los positivistas nomotéticos habían sostenido que el análisis de
sistema-mundo era esencialmente una narrativa, que su teorizar
se basaba en hipótesis que no habían sido sometidas a rigurosas
pruebas. De hecho, con frecuencia argüían que muchas de las
proposiciones de los análisis de sistema-mundo eran no
verificables, y por ende, intrínsecamente inválidas. En parte, ésta
es una crítica a una insuficiente (o no existente) cuantificación en
la investigación. En parte, es una crítica a una insuficiente (o no
existente) reducción de situaciones complejas a variables simples

41
y claramente definidas. En parte, ésta es una sugerencia de la
intromisión de premisas con carga de valor en el trabajo
analítico.
Por supuesto que ésta es, de hecho, el reverso de la crítica de
los análisis de sistema-mundo al positivismo nomotético. Los
analistas de sistema-mundo insisten que más que reducir
situaciones complejas a variables más simples, el esfuerzo
debería dirigirse a complejizar y contextualizar todas las
denominadas variables más sencillas a fin de entender
situaciones sociales reales. Los analistas de sistema-mundo no se
oponen a la cuantificación per se (cuan tincarían aquello que es de
utilidad cuantificar), pero (como nos enseña aquel viejo chiste del
borracho) siente que uno no tiene que buscar la llave perdida
debajo del farol sólo porque la luz es ahí mejor (en donde hay
mayor datos cuantificables). Uno busca por la información más
apropiada en función del problema intelectual; uno no elige el
problema porque existen datos firmes y cuantitativos. Este
debate puede entenderse como lo que los franceses denominan
diálogo de sordos. Al final, el asunto no es un tema abstracto
sobre la metodología correcta sino sobre sí los analistas de sistema-
mundo o los posilivistas nomotéticos pueden ofrecer una
explicación más plausible sobre la realidad histórica y así echar luz
sobre los cambios sociales sobre largos periodos y a gran escala.
Si a veces pareciera que los positivistas nomotéticos dieran la
impresión de insistir en una serie de restricciones intelectuales
carentes de espacio y humor, los denominados marxistas
ortodoxos no están muy lejos de ganarles la carrera. El marxismo
ortodoxo está plagado de la imaginería de las ciencias sociales
del siglo XIX, la cual comparte con el liberalismo clásico; el
capitalismo es el progreso inevitable sobre el feudalismo; el
sistema fabril es el mecanismo de producción capitalista por
excelencia; los procesos sociales son lineales; la base económica

42
controla la menos fundamental superestructura política y
cultural. La crítica de Robert Brenner, un historiador económico
marxista ortodoxo, de los análisis de sistema-mundo es un buen
ejemplo de este punto de vista.
La crítica marxista a los análisis de sistema-mundo es por lo
tanto que al discutir un eje centro-periferia en la división del
trabajo, está siendo circulacionista y descuidando la base
productiva de plusvalía y la lucha de clases entre la burguesía y
el proletariado como la variable explicativa del cambio social. Los
análisis de sistema-mundo son acusados de fracasar al no tomar
a las tareas no remuneradas como anacrónicas y en vías de
extinción. Una vez más, los críticos invierten las críticas a ellos
dirigidas. Los analistas de sistema-mundo han insistido en que la
tarea remunerarla es sólo una de las muchas formas de control
riel trabajo dentro de un sistema capitalista, y no la más lucrativa
de todas desde el punto de vista del capital. Han insistido en que
la lucha de base y todas las otras formas de luchas sociales
pueden ser entendidas y evaluadas sólo dentro de un sistema-
mundo tomado como totalidad. Y han insistido en que los
estados en una economía-mundo capitalista no tienen la
autonomía o el aislamiento que hace posible calificarlos como
poseedores de un modo particular de producción.
La crítica de los autonomistas estatales es un poco el reverso de
la crítica marxista ortodoxa. Mientras que los marxistas
ortodoxos argüían que los análisis de sistema-mundo ignoran la
centralidad determinante ríe los modos de producción, los
autonomistas estatales arguyen que los análisis de sistema-
mundo tornan la esfera política en una zona cuyas realidades
derivan de, y son determinadas por, la base económica. Las
críticas del sociólogo Theda SKocpol y del politólogo Aristide
Zolberg sostienen este punto, inspirados en el trabajo del
historiador alemán Otto Hintze. Este grupo insiste que uno no

43
puede explicar lo que sucede en el ámbito estatal o interestatal
mediante el sencillo proceso de pensar en esas arenas como parte
de una economía-mundo capitalista. Las motivaciones que
gobiernan la acción en dichas arenas, sostienen, son autónomas
y responden a otras presiones que el comportamiento del
mercado.
Finalmente, con el advenimiento de varios conceptos "pos-
"ligados a los estudios culturales, los análisis de sistema-mundo
han sido atacados con argumentos análogos a los utilizarlos por
los autonomistas estatales. Se dice que el análisis de sistema-
mundo deriva de la superestructura (en este caso, la esfera
cultural) de la base económica y que desprecia la realidad
central y autónoma de la esfera cultural (véase, por ejemplo, la
crítica del sociólogo cultural Stanley Aronowitz). Se acusa a los
analistas de sistema-mundo de cometer los errores tanto del
positivismo nomotético como del marxismo ortodoxo, aunque
los analistas de sistema-mundo se ven como críticos de ambas
escuelas de pensamiento. Los análisis de sistema-mundo son
acusados de ser apenas otra versión de una "gran narrativa". A
pesar de la afirmación de que los análisis de sistema-mundo están
abocados a la "historia total" se los acusa de economicistas, esto
es, de dar prioridad a la esfera económica sobre otras esferas de la
actividad humana. A pesar de su temprano y fuerte ataque
contra el eurocentrismo, se lo acusa de ser eurocéntrico al no
aceptar la autonomía irreducible de diferentes identidades
culturales. En suma, que niega la centralidad de la "cultura".
Por supuesto, los análisis de sistema-mundo son de hecho una
gran narrativa. Los análisis de sistema-mundo argumentan que
todas las actividades de todas las formas de saber incluyen,
necesariamente, grandes narrativas, pero que algunas de estas
narrativas reflejan la realidad con mayor precisión que otras. En su
insistencia sobre la historia total y la unidisciplinariedad, los

44
analistas de sistema-mundo rechazan sustituir una llamada base
cultural por una base económica. Más aún, como hemos dicho,
buscan abolir las líneas entre los modelos de análisis económico,
político y sociocultural. Sobre todo, los analistas de sistema-mundo
no quieren deshacerse de todo. Estar en contra del cientificismo
no es estar contra la ciencia. Estar en contra del concepto de
estructuras atemporales no significa que las estructuras
(enmarcadas en el tiempo) no existan. La convicción de que la
presente organización de las disciplinas es un obstáculo a vencer
no significa que no se haya arribado a un conocimiento colectivo
(no importa qué tan provisional o heurístico). El estar en contra
del particularismo disfrazado de universalismo no significa que
todos los puntos de vista son igualmente válidos y que la
búsqueda de un universalismo pluralista es fútil.
Lo que estas cuatro críticas tienen en común es la impresión
que los análisis de sistema-mundo carecen de un actor central en
su narrativa de la historia. Para el positivismo nomotético, el actor
es el individuo, homo rationalis. Para el marxismo ortodoxo, el actor
es el proletariado industrial. Para los autonomistas estatales, es el
hombre político. Para los particularistas culturales, cada uno de
nosotros (diferente de todos los demás) es un actor
comprometido con un discurso autónomo con el resto. Para el
análisis de sistema-mundo, estos actores, al igual que la larga lista
de estructuras que uno puede enumerar, son los productos de un
proceso. No son elementos atómicos primordiales, sino que
forman parte de una mezcla sistémica de la cual emergieron y
sobre la cual actúan. Actúan libremente, pero su libertad está
limitada por sus biografías y por las prisiones sociales de las que
forman parte. El análisis de sus prisiones los libera en el grado
sumo que pueden ser liberados. En la medida que analizamos
nuestras prisiones sociales, nos liberamos de sus límites hasta
donde podemos ser liberados.

45
Finalmente, debe recalcarse que para los analistas de sistema-
mundo, el tiempo y el espacio —o mejor dicho el compuesto
Tiempo-Espacio— no son realidades externas inmutables que se
encuentran de alguna manera ahí afuera y dentro de cuyos
marcos existe la realidad social. Los Tiempo-Espacios son
construcciones reales que se encuentran en constante evolución
y cuya construcción es parte componente de la realidad social
que analizamos. Los sistemas históricos dentro de los que
vivimos son, efectivamente, sistémicos, pero también son
históricos. Permanecen iguales a lo largo del tiempo, pero no son
idénticos de un minuto al siguiente. Ésta es una paradoja, pero
no una contradicción. La habilidad para lidiar con esta paradoja,
que no podemos evitar, es la principal tarea de las ciencias
sociales históricas. Esto no es un acertijo, sino un desafío.

46
2. EL SISTEMA-MUNDO MODERNO COMO
ECONOMÍA-MUNDO CAPITALISTA:
PRODUCCIÓN, PLUSVALÍA Y POLARIZACIÓN

El mundo en el que vivimos, el sistema-mundo moderno, tuvo


sus orígenes en el siglo XVI. Este sistema-mundo estaba entonces
localizado en sólo una parte del globo, principalmente en partes
de Europa y de América. Con el tiempo, se expandió hasta
abarcar todo el mundo. Es y ha sido siempre una economía-
mundo. Es y ha sido siempre una economía-mundo capitalista.
Deberíamos comenzar por explicar lo que estos dos términos,
economía-mundo y capitalismo, denotan. Será más sencillo
entonces apreciar los contornos históricos del sistema-mundo
moderno, sus orígenes, su geografía, su desarrollo temporal y
su crisis estructural contemporánea.
Lo que queremos significar con economía-mundo (la économie-
monde de Brandel) es una gran zona geográfica dentro de la cual
existe una división del trabajo y por lo tanto un intercambio
significativo de bienes básicos o esenciales así como un flujo de
capital y trabajo. Una característica definitoria de una economía-
mundo es que no está limitada por una estructura política
unitaria. Por el contrario, hay muchas unidades políticas dentro
de una economía-mundo, tenuemente vinculadas entre sí en
nuestro sistema-mundo moderno dentro de un sistema
interestatal. Y una economía-mundo comprende muchas cultu-
ras y grupos (que practican múltiples religiones, hablan
múltiples idiomas y son diferentes en sus comportamientos
cotidianos). Esto no significa que no hayan desarrollado algunos
patrones culturales comunes, lo que llamaremos una geocultura.
Significa que ni la homogeneidad política ni la cultural debe ser
esperable o encontrada en una economía-mundo. Lo que unifica
con más fuerza a la estructura es la división de trabajo

47
constituida dentro de ésta.
El capitalismo no es la mera existencia de personas o
compañías produciendo para la venta en el mercado con la
intención de obtener una ganancia. Tales personas o compañías
han existido por miles de años a lo ancho y largo del planeta.
Tampoco es definición suficiente la existencia de personas
asalariadas. El trabajo remunerado ha sido conocido por miles
de años. Nos encontramos en un sistema capitalista sólo cuando
el sistema da prioridad a la incesante acumula don de capital.
Frente al uso de la definición, sólo el sistema-mundo moderno ha
sido un sistema capitalista. La acumulación incesante es un
concepto relativamente simple: significa que las personas y las
compañías acumulan capital a fin de acumular más capital, un
proceso continuo e incesante. Si decimos que un sistema "da
prioridad" a tal acumulación incesante, significa que existen
mecanismos estructurales mediante los cuales quienes actúan
con alguna otra motivación son, de alguna manera, castigados, y
son eliminados eventualmente de la escena social, mientras que
quienes actúan con la motivación apropiada son recompensados
y, de tener éxito, enriquecidos.
Una economía-mundo y un sistema capitalista van de la
mano. Puesto que las economías-mundo carecen del cemento
unificador que es una estructura política o una cultura
homogénea, lo que las mantiene es la eficacia en la división del
trabajo, Y esta eficacia es función de la riqueza en constante
expansión que el sistema capitalista provee. Hasta los tiempos
modernos, las economías-mundo construidas habían o bien
colapsado o habían sido transformadas manu militari imperios-
inundo. Históricamente, la única economía-mundo que
sobrevivió por un largo periodo ha sido el sistema-mundo moder-
no, y esto es porque el sistema capitalista echó raíces y se
consolidó como su característica definitoria.

48
Por los mismos unitivos, un sistema capitalista no puede existir
dentro de cualquier marco sino sólo dentro de una economía-
mundo. Veremos que un sistema capitalista requiere una
relación muy particular entre los productores económicos y
quienes detentan el poder político. Si estos últimos son
demasiado fuertes, romo en el caso de un imperio-mundo, sus
intereses se impondrán sobre el de los productores económicos,
y la acumulación incesante de capital dejará de ser una prioridad.
Los capitalistas necesitan de grandes mercados (de aquí (pie los
minisistemas sean demasiado estrechos para ellos) pero también
necesitan de una multiplicidad de estados, para poder obtener
las ventajas de trabajar con los estados pero también para poder
evitar estados hostiles a sus intereses a favor de estados amistosos
a sus intereses. Sólo la existencia de una multiplicidad de
estados dentro de la división total de trabajo asegura dicha
posibilidad.
Una economía-mundo capitalista es una colección de muchas
instituciones, cuya combinación da cuenta de sus procesos, todos
los cuales están interrelacionados entre sí. Las instituciones
básicas son el mercado, o mejor dicho, los mercados; las
compañías que compiten en los mercados; los múltiples estados,
dentro de un sistema interestatal; las unidades domésticas; las
clases, y los grupos de estatus (la terminología de Weber, lo que
algunos han dado en llamar en años recientes, "identidades")-
Todas éstas son instituciones que han sido creadas dentro del
marco de una economía-mundo capitalista. Por supuesto, tales
instituciones tienen cierta similitud con instituciones que han
existido en anteriores sistemas históricos a los que hemos
dados los mismos o similares nombres. Pero el utilizar el
mismo nombre para describir instituciones localizadas en
diferentes sistemas históricos frecuentemente confunde, más
que clarifica, el análisis. Es mejor pensar en el grupo de

49
instituciones del sistema-mundo moderno como
contextualmente específicas a éste.
Comencemos con los mercados, puesto que éstos son
habitual-mente considerados la característica esencial de un
sistema capitalista. Un mercado es a la vez una estructura local
concreta en la que los individuos o compañías compran y
venden mercaderías, y una institución virtual a lo largo del
espacio en donde tienen lugar los mismos tipos de
intercambios. Qué tan grande y extendido esté el mercado
virtual depende de las alternativas realistas que los vendedores
y compradores tengan en un momento determinado. En
principio, en una economía-mundo capitalista, el mercado
virtual existe como totalidad en la economía-mundo. Pero corno
habremos de ver, hay muchas veces interferencias en estas
fronteras que crean mercados más estrechos y "protegidos".
Existen, claro está, mercados virtuales separados para todos los
bienes de consumo así como para el capital y para los distintos
tipos de trabajo. Pero a lo largo del tiempo, también puede
decirse que existe un solo mercado global virtual para todos los
factores de producción combinados, más allá de las barreras que
existen para su libre funcionamiento. Uno puede pensar en este
mercado virtual completo como un imán que atrae a todos los
productores y compradores y cuya atracción es un factor
político constante en los procesos de decisión de todos: los
estados, las compañías, las unidades domésticas, las clases y los
grupos de estatus (o identidades). Este mercado global virtual
completo es una realidad en tanto que influye en todos los
procesos de decisión, pero nunca funciona entera y libremente
(esto es, sin interferencias). El mercado absolutamente libre
funciona como una ideología, un mito y una influencia
restrictiva, pero nunca como una realidad cotidiana. Una de las
razones por las que un mercado totalmente libre no es una

50
realidad cotidiana, si es que alguna vez fuera a existir, es que vol-
vería imposible la acumulación incesante de capital. Esto puede
parecer una paradoja, porque es cierto que el capitalismo no
puede funcionar sin mercados, y también es cierto que los
capitalistas dicen con regularidad que están a favor del libre
mercado. Pero los capitalistas necesitan, de hecho, mercados no
completamente libres sino mercados parcialmente libres. La
razón es obvia. Supongamos que existiera un mercado mundial
en el que todos los factores de producción fueran
completamente libres, como nuestros libros de texto los definen
habitualmente; esto es, uno en donde los factores fluyeran sin
restricciones, en donde hubiera un enorme número de
compradores y un enorme número de vendedores, y en el cual
existiera una perfecta información (esto es, que lodos los
vendedores y todos los compradores supieran el estado exacto
de todos los costos de producción). En un mercado de tal
perfección, sería siempre posible para los compradores
regatear con los vendedores hasta un nivel de ganancia
absolutamente minúsculo (digamos de sólo un centavo), y este
bajo nivel de ganancia haría del juego capitalista algo sin el más
mínimo interés para los productores, removiendo el sustrato
social básico de tal sistema.
Lo que los vendedores prefieren siempre es un monopolio,
porque entonces pueden crear un amplio margen relativo entre
los costos de producción y los precios de venta, y por lo tanto
obtener grandes porcentajes de ganancia. Por supuesto, los
monopolios perfectos son extremadamente difíciles de crear, e
infrecuentes, pero los cuasi-monopolios no lo son. Lo que uno
necesita más que cualquier otra cosa es el apoyo de la
maquinaria de un estado relativamente fuerte, uno que pueda
apoyar a un cuasimonopolio. Hay muchos modos de realizarlo.
Uno de los más fundamentales es el sistema de patentes que se

51
reserva los derechos de una "invención" por un determinado
número de años. Esto es lo que hace, básicamente, que los
productos "nuevos" sean los más caros para los consumidores y
los más ventajosos para los productores. Claro que las patentes
son con frecuencia violadas y en todo caso, eventualmente
expiran, pero, en general, protegen a un cuasimonopolio durante
un tiempo. Incluso en ese caso, la producción protegida por
patentes permanece sólo como cuasimonopolio, puesto que
pueden existir otros productos en el mercado que no estén
cubiertos por esa patente. Ése es el porqué de la situación
normal de las denominadas industrias de punta (esto es, produc-
tos que son tanto nuevos como poseedores de un porcentaje
importante del mercado global de productos) es un oligopolio
antes que un monopolio absoluto. Los oligopolios son, empero, lo
suficientemente buenos como para brindar una tasa de ganancia
elevada, en especial desde que varias firmas con frecuencia, se
asocian para minimizar la competencia de precios.
Las patentes no son el único modo en el que los estados
pueden crear cuasimonopolios. Las restricciones estatales a la
importación y exportación (las denominadas medidas
proteccionistas) son otra. Los subsidios estatales y los beneficios
impositivos son una tercera. La capacidad de los estados fuertes
para usar de su fuerza y prevenir que los estados más débiles
desarrollen medidas contraproteccionistas son también otro
modo. Y el papel de los estados como compradores a gran
escala de ciertos productos dispuestos a pagar precios excesivos,
es otro. Finalmente, las regulaciones que imponen un peso sobre
los productores puede ser relativamente sencilla de absorber
por los grandes productores pero paralizante para los
pequeños productores, una asimetría cuyo resultado es la
eliminación de los pequeños productores del mercado
incrementado de esa manera el porcentaje del oligopolio. Las

52
modalidades por la que los estados interfieren con el mercado
virtual son tan extensas que constituyen un factor fundamental
en la determinación de precios y ganancias. Sin tales in-
terferencias, el sistema capitalista no podría prosperar y por lo
tanto no podría sobrevivir.
Sin embargo, existen dos características antimonopólicas
intrínsecas a una economía-mundo capitalista. Antes que nada,
la ventaja de un productor monopólico es la pérdida de otro
productor. Los perdedores negociarán políticamente para
eliminar las ventajas de los ganadores. Pueden realizar esto
mediante pujas dentro de los estados en donde los productores
monopólicos están ubicados, apelando a las doctrinas del libre
mercado y ofreciendo su apoyo a los líderes políticos decididos a
terminar con ciertas ventajas monopólicas particulares. O lo logran
persuadiendo a otros estados a desafiar al monopolio del
mercado global mediante el uso del poder estatal para apoyar a
productores competitivos. Ambos métodos son utilizados. Por lo
tanto, a lo largo del tiempo, todo cuasimonopolio es
desmantelado por la entrada de nuevos productores al
mercado.
Los cuasimonopolios son, por ello, suicidas. Pero duran lo
suficiente (digamos unos treinta años) como para asegurar una
considerable acumulación de capital por aquellos que controlan
los cuasimonopolios. Cuando un cuasimonopolio deja de existir,
los grandes acumuladores de capital, sencillamente mueven su
capital a nuevos productos de punta o a industrias de punta
completamente nuevas. El resultado es un ciclo de industrias de
punta. Las industrias de punta tienen vidas moderadamente
breves, pero son constantemente sobrevividos por otras
industrias de punta. Y así continúa el juego. Y las industrias que
alguna vez fueran de punta, se vuelven más y más "competitivas",
esto es, reducen más y más sus ganancias. Vemos este patrón cíe

53
conducta en funcionamiento lodo el tiempo.
Las compañías son los principales actores en el mercado. Las
compañías son habitualmente las competidoras de oirás firmas
que operan en el mismo mercado virtual. También están en
conflicto con aquellas firmas de las que adquieren materia prima
y de aquellas alas que les venden sus productos. La furiosa
rivalidad intercapitalista es la regla. Y sólo los más fuertes y
ágiles sobreviven. Debemos recordar que la bancarrota, o la
absorción por una compañía más fuerte es el pan diario de las
empresas capitalistas. No todos los empresarios capitalistas
tienen éxito en la acumulación de capital. Lejos de ello. Si todos
tuvieran éxito, cada uno de ellos obtendría muy poco capital.
Por ello, los repetidos "fracasos" de compañías no sólo despejan
de competidores débiles el área sino que son una condición sine
qua non en la incesante acumulación de capital. Esto es lo que
explica el constante proceso de concentración de capital.
Estemos seguros, existe una contrapartida al crecimiento de
las compañías, ya sea en forma horizontal (con el mismo
producto), vertical (en diferentes pasos en la cadena de
producción) o lo que podría denominarse ortogonal (con otros
productos no vinculados estrechamente). El tamaño reduce los
costos a través de las denominadas economías de escala. Pero el
tamaño agrega costos de administración y coordinación y
multiplica los riesgos de ineficacia gerencial. Como resultado de
dicha contradicción, existe un repetido proceso de zigzag de
compañías que se agrandan y que luego se reducen. Pero esto "o
ha sido un sencillo ciclo de expansión y contracción. Ha habido,
en todo el mundo, un incremento secular en el tamaño de las
compañías, la totalidad del proceso histórico tiene la forma de un
engranaje en donde por dos muescas que se avanza se
retrocede una, en forma continua. El tamaño de las compañías
tiene también consecuencias políticas directas. El gran tamaño

54
da a las compañías mayor peso político pero las vuelve también
más vulnerables al ataque político (por sus competidores, sus
empleados, y sus consumidores). Pero en este caso la línea de
fondo es la de un trinquete que incrementa, a lo largo del
tiempo, la influencia política.
La división axial del trabajo en una economía-inundo
capitalista divide a la producción en productos centrales y
productos periféricos. El concepto centro-periferia es
relacional. Lo que queremos decir por centro-periferia es el
grado de ganancia del proceso de producción. Puesto que la
ganancia está directamente relacionada al grado de
monopolización, lo que esencialmente significamos por
procesos de producción centrales son aquellos controlados por
cuasimonopolios. Los procesos periféricos son entonces los
verdaderamente competitivos. Cuando ocurre el intercambio,
los productos competitivos están en una posición más débil y los
cuasimonopólicos en una posición más fuerte. En consecuencia,
hay un flujo constante de plusvalía de los productores de
productos periféricos hacia los productores de productos
centrales. Esto es lo que se ha denominado intercambio
desigual.
Ciertamente, el intercambio desigual no es la única manera
de transferir capital acumulado de regiones políticamente débiles
a regiones políticamente fuertes. También está el pillaje, usado
ampliamente durante las primeras épocas de incorporación de
nuevas regiones a la economía-mundo (consideremos, por
ejemplo, a los conquistadores y el oro de América). Pero el pillaje
es autoexterminador. Es el caso típico de matar a la gallina que
pone los huevos de oro. Empero, como las consecuencias son a
mediano plazo y las ventajas a corto plazo, sigue existiendo
mucho pillaje en el sistema-mundo moderno, aunque ahora
solemos "escandalizarnos" cuando nos enteramos. Cuando En-

55
ron declara la quiebra, luego de procedimientos de
transferencia de enormes cantidades de dinero a manos de unos
pocos administradores, eso es, de hecho, pillaje. Cuando las
"privatizaciones" de propiedades estatales las ponen bajo control
de empresarios cuasi mañosos quienes abandonan con premura
el país dejando empresas destrozadas a su paso, eso es pillaje.
Suicida, sí, pero sólo luego de que se ha infligido mucho daño al
sistema productivo mundial, y también a la salud de la
economía-mundo capitalista.
Puesto que los cuasimonopolios dependen de la protección de
estados fuertes, están en su mayor parte ubicados —jurídica,
física y en términos de propiedad— dentro de tales estados.
Existe por ello una consecuencia geográfica en las relaciones
centro-periferia. Los procesos centrales tienden a agruparse en
unos pocos estados y a constituir la mayor parte de la actividad
productiva en dichos estados- Los procesos periféricos tienden a
estar desparramados a lo largo de un gran número de estados y
constituyen la mayor parte de la actividad productiva en dichos
estados. Por lo tanto, para abreviar, podemos hablar de estados
centrales y estados periféricos, siempre y cuando recordemos que
en verdad estamos hablando de una relación entre procesos
productivos. Algunos estados poseen una mezcla casi pareja de
productos centrales y periféricos. Denominamos a éstos, estados
semiperiféricos. Tienen, como veremos, propiedades políticas
específicas. No es sin embargo adecuado referirse a procesos
productivos semiperiféricos.
Ya que, como hemos visto, los cuasimonopolios tienden a
autodestruirse, lo que hoy es un proceso central se convertirá
mañana en un proceso periférico. La historia económica del
sistema-mundo moderno abunda en estos cambios, o
degradación de productos, primero a países semiperiférico os y
luego a los periféricos. Si alrededor del I 800 la producción de

56
textiles era con toda probabilidad el proceso productivo central
preeminente, hacia el 2000 era claramente uno de los procesos
productivos periféricos menos gananciosos. En 1800 estos
textiles eran producidos principalmente en muy pocos países
(Inglaterra y algunos otros países del noroeste europeo); hacia el
2000 los textiles son producidos en todas partes del sistema-
mundo, en particular los textiles baratos. Estos procesos se han
repetido con muchos otros productos. Pensemos en el acero,
los automóviles o incluso las computadoras. Este tipo de giro no
ha tenido efecto en la estructura del sistema. En el 2000 existían
otros procesos centrales (producción aeronáutica o ingeniería
genética) que estaban concentrados en unos pocos países. Ha
habido siempre nuevos procesos centrales que remplazaron a
los que se tornaron más competitivos y se reubicaron fuera de
los estados en los que se encontraban originariamente.
La función de cada estado es muy distinto vis-a-vis los procesos
productivos dependiendo de la mezcla de procesos centrales-
periféricos dentro de él. En los estados fuertes, que contienen
un margen desproporcionado de procesos centrales, se tiende a
priorizar su función romo protector ele los cuasimonopolios de
los procesos centrales. En los estados muy débiles, que contienen
un margen desproporcionado de procesos de producción
periféricos, éstos son en general incapaces de hacer mucho para
afectar la división axial del trabajo, y se ven de hecho forzados a
aceptar el destino que les ha tocado en suerte.
Los estados semiperiféricos tienen una mezcla relativamente
pareja de procesos de producción y se hallan en una situación
muy complicada. Bajo presión de los estados fuertes y
presionando a los estados débiles, su mayor preocupación es
mantenerse a distancia de la periferia y hacer lo posible para
acceder al centro. Ninguna de las dos operaciones es sencilla, y
ambas requieren de una considerable injerencia estatal en el

57
mercado global. Estos estados semiperiféricos son los que
implementan con mayor agresividad y en forma pública las
denominadas políticas proteccionistas. Esperan, con ello,
"proteger" sus procesos productivos de la competencia de
compañías fuertes en el exterior a la vez que intentan mejorar la
eficiencia de las compañías internas para que compitan mejor en
el mercado global. Son receptores voraces de antiguas
industrias de punta, en lo que hoy día se define como alcanzar
el "desarrollo económico". En dicho esfuerzo, su competencia es
oriunda no de los estados centrales sino de otros estados
semiperiféricos, igualmente anhelantes de ser los receptores de la
relocación, la cual no puede llegar a todos los aspirantes en
forma simultánea ni en el mismo grado. En los comienzos del si-
glo XXI, algunos países destinados a ser denominados
semiperiféricos son Corea del Sur, Brasil e India, países con
fuertes industrias que exportan productos (por ejemplo, acero,
automóviles y medicamentos) a zonas periféricas, pero que
también se vinculan en forma habitual con zonas centrales
como importadores de productos más "avanzados".
La evolución natural de las industrias de punta —la lenta
disolución de los cuasimonopolios— es lo que da cuenta de los
ritmos cíclicos de la economía-mundo. Una industria de punta
nueva dará un gran impulso a la expansión de la economía-
mundo y resultará en una considerable acumulación de capital.
Pero al mismo tiempo y naturalmente llevará a un empleo más
extenso en la economía-mundo, salarios más elevados y a una
sensación generalizada de prosperidad relativa. A medida que
más y más firmas entran en el mercado del antiguo
cuasimonopolio, existirá una "sobreproducción" (esto es, un
exceso de producción para la demanda real efectiva en un
momento determinado) y como consecuencia un incremento en
el precio de la competencia (por la reducción de la demanda),

58
que reducirá los márgenes de ganancia. En un momento
determinado, se producirá una acumulación de productos sin
vender que tendrá como consecuencia una reducción en la
producción futura.
Cuando esto sucede, tendemos a ver el anverso de la curva
cíclica de la economía-mundo. Hablamos entonces de
estancamiento o recesión en la economía-inundo. Las tasas de
desempleo globales aumentan. Los productores buscan reducir
costos a fin de mantener su porcentaje del mercado mundial.
Uno de los mecanismos utilizados es la reubicación de los
procesos de producción hacia zonas que han contado,
históricamente, con salarios más bajos, esto es, en países se-
miperiféricos. Este cambio incrementa la presión en los niveles
salariales de los procesos que aún permanecen en las zonas
centrales, y dichos salarios también tienden a reducirse. La
demanda efectiva que en un comienzo faltaba a causa de la
sobreproducción ahora se convierte en falta por la reducción en
la ganancia de los consumidores. En semejante situación, no
todos los productores resultan perdedores. Existe un obvio y
agudo incremento de la competencia entre el ahora diluido
oligopolio que está abocado al presente en estos procesos
productivos. Se enfrentan entre sí con ferocidad, con frecuencia,
con la ayuda de sus maquinarias. Algunos estados y algunos
productores tienen éxito en la "exportación del desempleo"
desde uno de los estados centrales hacia los otros.
Sistémicamente, existe una contracción, pero algunos estados
centrales y en particular algunos estados semiperiféricos
parecen resultar bastante favorecidos.
El proceso que hemos descrito —la expansión de la
economía-mundo en presencia de industrias de punta
cuasimonopólicas y contracción de la economía-mundo cuando
hay una reducción de la intensidad de los cuasimonopolios—

59
puede dibujarse como una curva sinusoidal en donde
observaremos fases A (expansión) y B (estancamiento). Un ciclo
considerado una fase A seguido de una fase B es denominado, a
veces, un ciclo Kondratieff, en honor al economista que
describiera este fenómeno con claridad a comienzos del siglo XX.
Los ciclos Kondratieff han sido hasta ahora de más o menos cin-
cuenta a sesenta años de duración. Su duración exacta depende
de las medidas políticas tomadas por los estados para evitar la
fase B, y en especial las medidas tomadas para lograr la
recuperación de una fase B sobre las bases de nuevas industrias
de punta que puedan estimular una nueva fase A.
Cuando un ciclo Kondratieff culmina, nunca vuelve la
situación a donde estaba a comienzos del ciclo. Esto es así
porque lo que fue implementado durante la fase B para salir de
ella y volver a una fase A cambia de manera importante los
parámetros del sistema-mundo. Los cambios que solucionan el
problema inmediato (o de corto plazo) de la inadecuada
expansión de la economía-mundo (un elemento esencial para
mantener la posibilidad de la acumulación incesante de capital)
logra un equilibrio de mediano plazo pero comienza a crear
problemas en la estructura en el largo plazo. El resultado es lo
que denominamos una tendencia secular. Una tendencia secular
debe ser concebida como una curva cuya coordenada (o eje x)
marca el tiempo y cuya ordenada (o eje y) mide un fenómeno
marcando la proporción de un grupo con una característica
particular. Si a lo largo del tiempo el porcentaje tiende a
incrementarse de una manera lineal ascendente, significa que
por definición (puesto que la ordenada está expresada en
porcentajes) que en algún momento ya no podrá hacerlo. A esto
denominamos llegar a la asíntota, o al cien por ciento. Ninguna
característica puede alcanzar en ningún grupo más del ciento
por ciento. Esto significa que en lo que resolvemos los problemas

60
de mediano plazo con un movimiento ascendente de la curva,
alcanzaremos eventualmente en el largo plazo el problema de
acercarnos a la asíntota.
Permítasenos sugerir un ejemplo de cómo esto funciona en
una economía-mundo capitalista. Uno de los problemas que
observamos en los ciclos Kondratieff es que en determinado
momento los procesos de producción más importantes se
vuelven menos beneficiosos, y estos procesos comienzan a
reubicarse a fin de reducir costos. Entretanto, existe un
incremento del desempleo en zonas centrales y esto afecta la
demanda global efectiva. Las compañías individuales reducen
sus costos, pero la colectividad de compañías encuentra más
difícil encontrar suficientes consumidores. Una manera de res-
taurar un nivel suficiente de demanda global efectiva es el
incrementar los niveles salariales de los trabajadores
ordinarios en las zonas centrales, algo que ha ocurrido con
frecuencia hacia el final de los periodos Kondratieff B. Esto a su
vez crea el tipo de demanda efectiva que es necesario para
suministrar suficientes consumidores para nuevos productos
líderes. Pero, obviamente, mayores niveles de pago significan
menores márgenes de ganancia para los empresarios. A escala
global esto puede compensarse expandiendo el número de
trabajadores asalariados en otros lugares del planeta que estén
dispuestos a trabajar por salarios más bajos. Esto puede hacerse
mediante la convocatoria de nuevos individuos a la arena
laboral, para quienes un salario más bajo representa de hecho
un incremento en sus ingresos reales. Pero es obvio que cada
vez que uno incorpora "nuevas" personas en la arena de trabajo
asalariado, uno reduce el número de personas restantes fuera de
la arena laboral. Llegará un momento en el que el grupo haya
disminuido de (al modo que cese de existir en forma efectiva.
Estamos entonces alcanzando la asíntota. Volveremos a este

61
tema en el último capítulo cuando discutamos la crisis
estructural del siglo XXI.
Obvio, un sistema capitalista necesita que existan trabajadores
que ofrezcan su trabajo para el proceso productivo. Con
frecuencia se afirma que tales trabajadores son proletarios, esto
es, trabajadores asalariados que no cuentan con medios
alternativos de sustento (porque carecen de tierras y no cuentan
con dinero o reservas inmobiliarias). Esto no es del todo correcto.
Casi todos los trabajadores están vinculados a otras personas en
unidades domésticas que aglutinan habitual-mente a personas de
distinto sexo y diferentes edades. Muchos, quizá la mayoría, en
esas unidades domésticas pueden ser denominados familias, pero
los lazos familiares no son, sin embargo, los únicos modos en los
que las unidades domésticas se mantienen unidas. Las
unidades domésticas cuentan con frecuencia con residencias en
común, pero esto no es tan habitual como uno podría pensar.
Una unidad doméstica típica consta de tres a diez personas
quienes, en un largo plazo (digamos unos treinta años), juntan
sus recursos e ingresos a fin de sobrevivir de modo colectivo. Las
unidades domésticas no son internamente, en general,
estructuras igualitarias, ni estructuras inamovibles (las
personas nacen y mueren, entran o abandonan las unidades
domésticas, y en todo caso envejecen y tienden así a alterar su
papel económico). Lo que distingue a una unidad doméstica es
alguna forma de obligación de suministrar el ingreso para el
grupo y compartir el consumo resultante de dicho ingreso. Las
unidades domésticas son muy diferentes de los clanes o tribus y
de otros grupos o entidades numerosos y extendidos, los cuales
con frecuencia comparten obligaciones de ayuda mutua e
identidad pero que no comparten en forma habitual sus
ingresos. O si existen entidades numerosas semejantes que
comparten sus ingresos, son disfuncionales para el sistema

62
capitalista.
Debernos primero analizar lo que se comprende por
"ingreso". Existen, hablando en general, cinco clases de
ingresos en el sistema-mundo moderno. Y casi todas las
unidades domésticas buscan y obtienen las cinco clases, aunque
en diferentes proporciones (lo que resulta ser muy importante).
Una clase obvia es el salario, lo que significa pago
(habitualmente en papel moneda) por personas fuera del
ámbito familiar por el trabajo de un miembro de la unidad
doméstica realizado fuera de la unidad doméstica en algún
proceso productivo. El salario puede ser ocasional o regular.
Puede ser un pago por el tiempo empleado o por trabajo
realizado (destajo). El salario tiene la ventaja para el empleador
en ser "flexible" (lo que significa que la continuación del trabajo
es una función de las necesidades del empleador), aunque los
sindicatos, y otras formas de agrupación gremial de los
trabajadores y las legislaciones estatales hayan con frecuencia
limitado la flexibilidad empresarial de diversos modos. Aun así,
los empleadores casi nunca están obligados a suministrar apoyo
de por vida a trabajadores específicos. Pero por lo mismo, este
sistema tiene desventajas para el empleador en tanto que a ma-
yor cantidad de trabajadores necesite, puede que no los haya
dispuestos al empleo, en especial si la economía está en
expansión. Por ello, en un sistema de salarios, el empleador
intercambia el que no se le requiera pagar a los trabajadores
durante los periodos en los que no los necesita por la garantía
de que los trabajadores estarán disponibles cuando sí los
necesite.
Una segunda y obvia fuente de ingresos para la unidad
doméstica es la actividad de subsistencia. Habitualmente
definimos este tipo de trabajo de modo muy estrecho, tomándolo
sólo como el esfuerzo de personas rurales para cultivar alimentos

63
y producir elementos para el consumo propio sin hacerlos pasar
por un mercado. Ésta es, de hecho, una manera de la
producción de subsistencia, y este tipo de trabajo ha ido
declinando marcadamente en el sistema-mundo moderno, razón
por la que sostenemos que la producción de subsistencia está
desapareciendo. Al hacer uso de una definición tan restrictiva no
tenemos sin embargo en cuenta las numerosas maneras en las que
las actividades de subsistencia están en realidad aumentando en
el mundo moderno. Cuando alguien cocina en su casa o friega los
platos, es una producción de subsistencia. Cuando un dueño de
casa ensambla un mueble que compra en un negocio, es
producción de subsistencia. Y cuando un profesional usa una
computadora para enviar un correo electrónico que, antaño, una
secretaria (paga) hubiera mecanografiado, él o ella está enfrascado
en una producción de subsistencia. La producción de subsistencia
es una gran parte del ingreso de la unidad doméstica hoy en día
en las zonas económicamente más afluentes de la economía-mundo
capitalista.
Un tercer tipo de ingreso de la unidad doméstica es el que
podríamos llamar, en forma genérica, como pequeña
producción mercantil. Una pequeña producción mercantil es
definida como el producto producido en la unidad doméstica
pero vendido por dinero en el mercado. Obviamente, este tipo
de producción continúa estando ampliamente distribuida en las
zonas más pobres de la economía-mundo pero no está del lodo
ausente del resto de otras zonas. En las zonas más ricas solemos
denominarla "free-lancing". Este tipo de actividad incluye no
sólo el mercadeo de mercaderías producidas (incluyendo, por
supuesto, los bienes intelectuales) sino también la pequeña
producción mercantil. Guando un niño vende en la calle ci-
garrillos o fósforos de a uno a consumidores que no pueden
asumir la compra de éstos en las cantidades en las que

64
habitualmente se los vende, el niño está involucrado en la
pequeña producción mercantil, siendo esta producción el
desmontaje del paquete mayor y su transporte al mercado
callejero.
Un cuarto tipo de ingreso es aquel al que solemos denominar
renta. La renta puede ser obtenida de alguna inversión mayor
de capital (el ofrecimiento de departamentos urbanos para
alquiler, o de habitaciones dentro de los departamentos) o por
ventajas de ubicación (la colección de peaje en un puente
privado) o por propiedad de capital (los cupones de los bonos o
los intereses obtenidos en una caja de ahorro). Lo que hace que
la renta sea tal es que es una propiedad y no un trabajo de
ningún tipo lo que hace posible el ingreso.
Por último, existe un quinto tipo de ingreso, el que en el
mundo moderno denominamos pagos de transferencia. Éstos
pueden definirse como ingresos de un individuo en virtud de
una obligación ríe un tercero de proveerle de dicho ingreso. Este
pago de transferencia puede originarse en personas cercanas a la
unidad doméstica, como cuando se ofrecen regalos o préstamos
de una generación a otra al momento del nacimiento,
matrimonio o muerte. Tales pagos de transferencia entre
unidades domésticas pueden realizarse sobre bases de
reciprocidad (lo que en teoría asegura que no exista un ingreso
extraen el lapso de una vida pero tiende a eliminar las
necesidades de liquidez). O el pago de transferencia puede
ocurrir mediante un esquema de seguros (en donde uno puede,
al final, beneficiarse o no), o a través de la redistribución de una
clase económica hacia otra.
Tan pronto como pensamos sobre ello, caemos en la cuenta de
la mancomunación de recursos que se produce en las unidades
domésticas. Imaginemos una familia estadounidense de clase
media, en la cual el hombre adulto tiene un trabajo (y tal vez

65
tenga un segundo trabajo), la mujer adulta tiene una empresa de
banquetes que maneja desde su casa, el hijo adolescente es
repartidor de diarios y la hija de doce años es baby-sister.
Agreguemos a esto, quizá, la abuela que retira su pensión de
viudez y quien también, en ocasiones hace de baby-sister para un
niño pequeño, y la habitación encima del garaje, la cual alquilan.
O pensemos en una familia trabajadora de una unidad
doméstica mexicana en la cual el hombre adulto ha migrado
ilegal-mente a los Estados Unidos y envía dinero a la casa, la
mujer adulta cultiva una pequeña huerta en la casa, la joven
adolescente trabaja como doméstica (y recibe pago en efectivo y
en especies) en un acaudalado hogar mexicano, y el joven
preadolescente vende chucherías en el mercado del pueblo,
luego de asistir a la escuela (o en vez de asistir a la escuela). Cada
uno de nosotros podemos imaginar muchas más situaciones
similares.
En la práctica, pocas unidades domésticas funcionan sin los
cinco tipos de ingreso. Pero uno puede darse cuenta en forma
inmediata que las personas dentro de la unidad doméstica
que tienden a proporcionar el ingreso pueden correlacionarse
en categorías por sexo o edad. Esto es decir, muchas de estas
tareas están definidas por edad y por género. El trabajo
asalariado fue durante mucho tiempo considerado tierra de
adultos desde los catorce o dieciocho años hasta los sesenta y
cinco. La producción de subsistencia y de mercaderías menores
fue en su mayor parte definida como el territorio de las mujeres
adultas y de los niños y ancianos. La transferencia de ingresos
por el estado ha estado circunscrita en su mayor parte al ingreso
salarial, excepto por ciertas transferencias relacionadas con la
crianza de niños. Mucha de la actividad política de los últimos
cien años ha estado dirigida a superar la especificidad genérica
de estas definiciones.

66
Como hemos señalado, la relativa importancia de las
distintas formas de ingreso en unidades domésticas
específicas ha variado grandemente. Distingamos dos
variantes importantes: la unidad doméstica en donde el
ingreso salarial da cuenta del cincuenta por ciento o más del
total de los ingresos de toda la vida, y la unidad doméstica en
donde da cuenta de menos. Llamemos a la primera "unidad
doméstica proletaria" (puesto que parece depender en grado
sumo del ingreso salarial, que es exactamente lo que el término
proletariado supone invocar); y llamemos a la última entonces
una "unidad doméstica semiprolelaria" (porque sin dudas existe
un cierto porcentaje de ingreso por salarios para la mayoría de
sus miembros). Si así lo hacemos, podremos observar que un
empleador obtiene ventajas al emplear a aquellos asalariados
que habitan unidades domésticas semiproletarias. En
dondequiera que los trabajos asalariados constituyan un
componente sustancia] del ingreso de la unidad doméstica,
existe necesariamente un piso referente a cuánto puede recibir el
trabajador asalariado. Este debe ser una cantidad que represente
por lo menos una parte proporcional de los costos de
reproducción de la unidad doméstica. Es por ello por lo que
podemos pensar en un salario mínimo absoluto. Si, sin embargo,
el trabajador asalariado es miembro de una unidad doméstica
que es sólo semiproletaria, el trabajador asalariado puede ser
remunerado con un sueldo por debajo del salario mínimo
absoluto, sin poner en riesgo necesariamente la supervivencia
de la unidad doméstica. La diferencia puede cubrirse con el
ingreso adicional suministrado a través de otras fuentes y por lo
común por otros miembros de la unidad doméstica. Lo que
vemos que sucede en tales casos es que otros productores de
ingresos en la unidad doméstica transfieren, de hecho, la
plusvalía del empleador del sujeto asalariado más allá de lo que

67
el mismo empleado asalariado pueda transferir, permitiendo así
que el empleador pague menos que el salario mínimo absoluto.
Se sigue que en un sistema capitalista los empleadores
prefieren, en general, emplear a trabajadores provenientes de
unidades domésticas semiproletarias. Existen, empero, dos
presiones que pujan en la dirección contraria. Una es la presión
de los asalariados mismos quienes buscan "proletarizarse" puesto
que en efecto esto significa mejores sueldos. Y la otra es una
presión contradictoria por parte de los misinos empleadores.
En contra del individuo que necesita salarios más bajos, existe
la necesidad de largo plazo de contar con una demanda
sustancial y efectiva en la economía-mundo para sostener el
mercado para sus productos. A lo largo del tiempo, como
resultado de estas dos presiones diversas, existe un lento
aumento en el número de unidades domésticas proletarizadas.
Sin embargo, esta descripción de las tendencias a largo plazo es
contraria a la visión tradicional de las ciencias sociales del
capitalismo como sistema que necesita primariamente
proletarios como trabajadores. Si esto fuera así, sería difícil
explicar por qué, luego de cuatrocientos o quinientos años, la
proporción de trabajadores proletarios no es más alta de lo que
es. Antes que pensar la proletarización como una necesidad
capitalista, sería más útil pensarla como un sitio de luchas, cuyo
resultado ha sido un lento aunque firme incremento, una
tendencia secular que se acerca a su asíntota.
Existen clases dentro del sistema capitalista, puesto que existen
personas ubicadas en distintos escalafones en el sistema
económico, con distintos niveles de ingreso y con intereses
diferentes. Por ejemplo, es obvio que el interés de los
trabajadores está en el incremento de sus salarios, y es
igualmente obvio que el interés de los empleadores reside en
resistir dichos aumentos, por lo menos en términos generales.

68
Pero, como acabamos de ver, los trabajadores asalariados forman
parte de unidades domésticas. No tiene sentido pensar que los
trabajadores pertenecen a una clase y que los restantes miembros
de la familia pertenecen a otra. Son, obviamente, las unidades
domésticas y no los individuos los que se ubican dentro de las
clases. Los individuos que desean participar de la movilidad
social encuentran que con frecuencia deben retirarse de las
unidades domésticas en las que se encuentran y reubicarse en
otras unidades domésticas, a fin de lograr tal objetivo. Ésta no
es tarea sencilla, pero de ninguna manera imposible.
Sin embargo, las clases no son los únicos grupos dentro de los
cuales se ubican las unidades domésticas. También son miembros
de grupos de estatus o identidades. (Si los denominamos grupos
de estatus, enfatizamos cómo son percibidos por los demás, una
suerte de criterio objetivo. Si los denominamos identidades,
enfatizamos cómo se perciben a sí mismos, una suerte de criterio
subjetivo. Pero ya sea, bajo un nombre como otro, son una
realidad institucional del sistema-mundo moderno.) Los grupos
de estatus o identidades funcionan como etiquetas asignadas,
puesto que nacemos en ellos, o al menos solemos pensar que
nacemos en ellos. En general, es difícil sumarse a estos grupos
de manera voluntaria, aunque no es imposible. Estos grupos de
estatus o identidades son los numerosos "individuos" de los que
todos nosotros formamos parte: naciones, razas, grupos étnicos,
comunidades religiosas, pero también géneros y categorías de
preferencias sexuales. La mayoría de estas categorías son
tomadas como presuntos rezagos de tiempos premodernos. Esta
premisa es errónea. La membresía en grupos de estatus o
identidades es una parte importante de la modernidad. Lejos de
agonizar, están creciendo en importancia a medida que la lógica
del sistema capitalista se desenvuelve más y más y nos consume
más y más intensamente.

69
Si sostenemos que las unidades domésticas se ubican dentro
de una clase y que todos sus miembros comparten dicha
locación, ¿es esto igualmente cierto en el caso de los grupos de
estatus o identidades? Existe una enorme presión dentro de las
unidades domésticas para mantener una identidad común, para
ser parte del mismo grupo de estatus o identidad. Esta presión es
sentida en primera instancia por todas las personas que
contraen matrimonio y a quienes se les requiere, o al menos se
las presiona para que busque su pareja dentro del grupo de
estatus o identidad. Pero, obviamente, el constante movimiento
de los individuos dentro del sistema-mundo moderno, más la
presión normativa de ignorar los grupos de estatus o
identidades de las que se es miembro a favor de un criterio
meritocrático ha dado como resultado una mezcla considerable
de las identidades originales dentro del marco de las unidades
domésticas. Sin embargo, lo que suele suceder en cada unidad
doméstica es la evolución hacia una sola identidad, la
emergencia de nuevas, y con frecuencia apenas articuladas
identidades o estatus grupales que reifican precisamente aquello
que comenzó como mezcla, y por lo tanto reunifican ala unidad
doméstica en términos de identidades grupales de estatus. Un
elemento en la demanda de legitimación de los matrimonios
gay es la presión para reunificar la identidad de la unidad
doméstica.
¿Por qué es tan importante para las unidades domésticas el
mantener una sola clase e identidad grupal de estatus, o al menos
pretender mantenerla? Semejante homogeneización ayuda, por
supuesto, a mantener la unidad de la unidad doméstica como
lugar de recursos económicos comunes y para superar cualquier
tendencia centrífuga que pueda surgir por las desigualdades
internas en la distribución del consumo y los procesos decisorios.
Sería empero un error el ver esta tendencia primariamente-

70
como un mecanismo de defensa interno del grupo. Existen
importantes beneficios para la totalidad del sistema-mundo para
apoyar la tendencia homogeneizadora dentro de las estructuras
de las unidades domésticas.
Las unidades domésticas funcionan como las agencias
primarias de socialización del sistema-mundo. En ellas se nos
enseña, particularmente a los jóvenes el conocimiento y el respeto
de las reglas sociales que se supone debemos obedecer. Esto está,
obviamente, apoyado por agencias estatales tales como las escuelas
y los ejércitos así como por las instituciones religiosas y los medios
de comunicación. Pero ninguno de ellos alcanza el impacto de las
unidades domésticas. ¿Qué es entonces lo que determina cómo
las unidades domésticas socializarán a sus miembros? En
general, la manera en que las instituciones secundarias enmarcan
estos temas para las unidades domésticas y su habilidad para
realizarlo de manera efectiva depende de la relativa
homogeneidad de las unidades domésticas, esto es, tienen y se
perciben como poseedores de una función definida en el sistema
social histórico. Una unidad doméstica convencida de su
identidad grupal de estatus —su nacionalidad, su raza, su
religión, su etnia, su código de sexualidad— sabe exactamente
cómo socializar a sus integrantes. Una cuya identidad es más
incierta pero que intenta crear una identidad homogénea,
aunque sea nueva, tiende a funcionar casi tan bien. Una unidad
doméstica que permitiera en forma permanente la escisión de su
identidad encontraría que la función socializadora le resultaría
casi imposible de llevar a cabo, y encontraría difícil sobrevivir
como grupo.
Por supuesto, los poderes constituidos de un sistema social
siempre esperan que la socialización resulte en la aceptación de
las muy reales jerarquías productos del sistema. También
espera que la socialización resulte en la internalización de los

71
mitos, la retórica y la teorización del sistema. Esto sucede en
parte pero nunca en forma completa. Las unidades domésticas
también socializan a sus miembros para la rebelión, el rechazo y
la desviación. Por cierto, hasta cierto punto semejante
socialización antisistémica puede resultarle útil al sistema al
ofrecer una salida a los espíritus inquietos, siempre y cuando el
sistema todo se encuentre en relativo equilibrio. En tal caso, uno
puede anticipar que las socializaciones negativas pueden tener
cuando mucho un impacto limitado en el funcionamiento del
sistema. Pero cuando los sistemas históricos entran en crisis
estructurales, de pronto, tales socializaciones antisistémicas
pueden tener un profundo papel desestabilizador para el
sistema.
Hasta ahora, hemos citado meramente las identificaciones de
clase y de grupos de estatus como dos modelos alternativos de
expresión colectiva para las unidades domésticas. Pero es
evidente que hay múltiples tipos de grupos de estatus, no
siempre en toral consonancia el uno con el otro. Más aún, a
medida que progresa el tiempo histórico, la cantidad de diversos
grupos de estatus ha aumentado, no disminuido. A Fines del siglo
XX, la gente comenzó a reclamar para sí identidades en función
de preferencias sexuales que no eran la base para la
construcción de una unidad doméstica en los siglos previos.
Puesto que todos estamos involucrados en una multiplicidad de
grupos de estatus o identidades, surge la pregunta sobre cuál es
el orden prioritario de las identidades. En caso de conflicto, ¿cuál
debe prevalecer? ¿Cuál prevalece? ¿Puede una unidad
doméstica ser homogénea en función de una identidad pero no
en función de otra? La respuesta es un obvio sí, ¿pero cuáles son
las consecuencias?
Debemos examinar las presiones externas sobre las unidades
domésticas, La mayoría de los grupos de estatus poseen algún

72
tipo de expresión institucional a través de las unidades
domésticas. Y estas instituciones ejercen presión directa sobre las
unidades domésticas no sólo para que se atengan a sus normas y
a sus estrategias colectivas, sino para que les den prioridad. De
las instituciones a través de las unidades domésticas, los estados
son los más exitosos en su influencia sobre las unidades
domésticas ya que cuentan con las más inmediatas herramientas
do presión (la ley, la distribución de beneficios, la capacidad de
movilizar a los medios). Pero en dondequiera el estado es más
débil, las estructuras religiosas, las organizaciones étnicas, y
grupos similares pueden convertirse en las voces más fuertes que
insistan sobre las prioridades de las unidades domésticas. Incluso
cuando los grupos de estatus o identidades se describan a sí
mismos como antisistémicos, aun entonces pueden enfrentarse
con otros grupos de estatus o identidades antisistémicos,
demandando la prioridad de lealtad. Es este complicado tramado
de identidades de unidades domésticas que subyace a la
montaña rusa de conflictos políticos dentro del sistema-mundo
moderno.
Las complejas relaciones de la economía-mundo, las
compañías, los estados, las unidades domésticas y las
instituciones a través de las unidades domésticas vinculadas a
los miembros de clase y grupos de estatus se encuentran
amenazadas por dos temas ideológicos opuestos pero simbióticos:
el universalismo par un lado y el racismo y sexismo por el otro.
El universalismo es un tema prominentemente asociado con el
sistema-mundo moderno. Es, en muchos sentidos, uno de sus
logros. El universalismo significa, en términos generales, la
prioridad de reglas generales aplicadas en forma igual a todas
las personas, y por lo tanto, el rechazo a las preferencias
particulares en la mayoría de las esferas. Las únicas reglas
consideradas permisibles dentro del marco del universalismo

73
son las que pueden demostrar su aplicación directa al
funcionamiento adecuado del sistema-mundo definido en for-
ma restringida.
Las expresiones del universalismo son múltiples. Si
traducimos el universalismo al nivel de la compañía o la escuela,
esto significa, por ejemplo, la asignación de personas a puestos
diversos en función de su entrenamiento y capacidad (una
práctica conocida como meritocracia). Si traducimos esto al
nivel de la unidad doméstica, implica entre otras cosas que el
matrimonio debe ser contraído por cuestiones de "amor" y no
por cuestiones de riqueza, etnia o cualquier otro particularismo.
Si lo traducimos al nivel de estado, significa reglas tales como el
sufragio universal y la igualdad frente a la ley. Todos estamos
familiarizados con los mantras, puesto que se los repite con cierta
regularidad en los discursos públicos. Se supone que sean el foco
central de nuestra socialización. Por supuesto, sabemos que
dichos mantras son evocados de modo desigual en diversos sitios
del sistema-inundo (y querremos examinar el porqué de ello), y
sabemos que están lejos de ser respetados en su totalidad en la
práctica. Pero se han convertido en el evangelio oficial de la
modernidad.
El universalismo es una norma positiva, lo que significa que la
mayoría de las personas afirma su creencia en él, y casi todos
sostienen que es una virtud. El racismo y el sexismo son su exacto
opuesto. También son norma, pero son normas negativas, en
tanto que la mayoría niega creer en ellas. Casi todos aseguran
que las consideran vicios, y, sin embargo, son normas. Más aún, el
grado al cual dichas normas negativas de racismo y sexismo son
observadas es al menos tan alto como, si no mucho más que la
virtuosa norma del universalismo. Esto puede parecer una
anomalía, pero no lo es.
Examinemos lo que queremos decir con racismo y sexismo. En

74
verdad, éstos son términos que se hicieron de uso común sólo a
partir de la segunda mitad del siglo XX. El racismo y el sexismo
son instancias de un fenómeno más amplio, careciente de un
nombre adecuado, pero que podría denominarse anti
universalismo, o la discriminación institucional activa contra
todas las personas de un grupo de estatus o identidad específico.
Para cada tipo de identidad, existe una clasificación jerárquica
social. Puede que sea una clasificación burda, con sólo dos
categorías, o elaborada, con toda una serie. Pero siempre hay un
grupo arriba en la clasificación jerárquica y uno o varios grupos
en el fondo. Estas clasificaciones son tanto mundiales como
locales, y ambos tipos de clasificación tienen enormes
consecuencias en la vida de las personas y en el funcionamiento
de una economía-mundo capitalista.
Todos estamos familiarizados con la clasificación jerárquica
global dentro del mundo moderno: los hombres sobre las
mujeres, los blancos sobre los negros (o los no blancos), los
adultos sobre los niños (o los ancianos), los educados sobre
quienes carecen de educación, los heterosexuales sobre gays y
lesbianas, los burgueses y profesionales por sobre los
trabajadores, los residentes urbanos por sobre los rurales. La
clasificación jerárquica étnica es más local, pero en cada país,
existe una etnia dominante sobre las otras. Los clasificaciones
jerárquicas religiosas varían a lo largo del mundo, pero en
cualquier zona particular todos están conscientes de su ubicación
en ésta. El nacionalismo asume con frecuencia la forma de
vínculos entre los lados de cada antinomia fusionados en una
categoría, para que uno pueda, por ejemplo, crear una norma
que sostenga que los hombres blancos heterosexuales de etnias y
religiones específicas son los únicos que pueden ser
considerados "verdaderos" ciudadanos.
Existen varias preguntas que esta descripción nos presenta.

75
¿Cuál es el sentido de profesar el universalismo y
simultáneamente practicar el antiuniversalismo? ¿Por qué existe
tanta variedad de antiuniversalismos? ¿Es esta contradicción
antinómica parle necesaria del sistema-mundo moderno? El
universalismo y el antiuniversalismo funcionan, de hecho,
cotidianamente, pero funcionan en diferentes arenas. El uni-
versalismo tiende a ser el principio operativo más fuerte para los
que denominaríamos los cuadros riel sistema-mundo: ni los que
están en la cima en términos de poder y riqueza, ni los que
proporcionan la mayoría de los trabajadores del inundo y la
gente ordinaria en todos los campos y a lo largo y ancho del
mundo, sino más bien un grupo intermedio de gente que tiene
puestos de liderazgo o funciones de supervisión en varias
instituciones. Ésta es una norma que proporciona el nivel ele
reclutamiento óptimo para el personal técnico, profesional y
científico. Este grupo intermedio puede ser más o menos
numeroso dependiendo de la ubicación del país en el sistema-
mundo y de su situación política local. Cuanto más fuerte sea la
posición económica del país, más grande será el grupo. Cuando
el universalismo pierde el equilibrio incluso entre los cuadros en
zonas específicas del sistema-mundo, los observadores tienden a
ver una disfunción y en forma casi inmediata surgen presiones
políticas (tanto desde dentro del país como desde el resto del
mundo) para que se recupere un cierto grado de criterio
universalista.
Existen dos razones diferentes para ello. Por un lado, se cree
que el universalismo garantiza una tarea relativamente
competente y vuelve por ello, más eficiente a la economía-
mundo, lo cual a su vez mejora la capacidad de acumular capital.
Por lo tanto, quienes suelen estar a cargo de los procesos de
control de producción tienden a apoyar los criterios
universalistas. Es claro, el criterio universalista genera re-

76
sentimientos cuando entra en operación sólo después de que
algún criterio particularista ha sido invocado. Si el servicio civil
está abierto sólo a personas de una religión o etnia particular,
entonces la elección de personas dentro de dicha categoría
puede ser universal, pero la elección total no lo es. Si el criterio
universalista es invocado sólo en el momento de elegir mientras
que se ignora el criterio particularista por el cual los individuos
tienen acceso al entrenamiento previo necesario, entonces existe
el resentimiento. Cuando, por el contrario, la opción es
verdaderamente universalista, el resentimiento puede así y todo
ocurrir porque la elección presupone la exclusión y podernos
sufrir presiones "populistas" para el ingreso irrestricto e
ilimitado a una posición. Con estas múltiples circunstancias, el
criterio universalista desempeña una función sociopsicológica
central en la legitimación de las asignaciones meritocráticas.
Hacen que quienes logran el estatus de cuadro se sientan
justificados en su posición ventajosa e ignoran que la manera en
la que el llamado criterio universalista les dio acceso no era en
verdad completamente universalista, o ignoran los reclamos del
resto por acceso a los beneficios materiales asignados
principalmente a los cuadros. La norma del universalismo es
enormemente tranquilizadora para quienes se benefician del
sistema. Hace que ellos se sientan merecedores de lo que
poseen.
Por el otro lado, el racismo, el sexismo y otras normas
antiuniversalistas realizan una tarea igualmente importante en la
asignación de trabajo, poder y privilegio dentro del sistema-
mundo moderno. Suponen exclusiones del espacio social. En
verdad son otros modos de inclusión, pero de inclusión en
rangos inferiores. Estas normas existen para justificar los rangos
inferiores, para hacerlos cumplir, y de modo perverso, incluso
para hacerlos tolerables a aquellos que han recibido un rango

77
inferior. Las normas antiuniversalistas se presentan como co-
dificaciones de verdades naturales y eternas que no están sujetas
a la modificación social. Se presentan no sólo como verdades
culturales sino, implícita o incluso explícitamente, como
necesidades biológicamente determinadas para el
funcionamiento del ser humano.
Así se convierten en normas para el estado, el lugar de trabajo,
el espacio social. Pero también se convierten en normas que los
hogares se ven presionados a utilizar para socializar a sus
miembros; esfuerzo que en general ha resultado exitoso.
Justifican así la polarización del sistema-mundo. Puesto que la
polarización se ha incrementado a lo largo del tiempo, el racismo,
el sexismo y otras formas de antiuniversalismo han cobrado
importancia, aunque la lucha política contra tales formas de
antiuniversalismo se han vuelto más centrales para el
funcionamiento del sistema-mundo.
En última instancia, el sistema-mundo moderno ha asumido
una característica central en su estructura de existencia,
propagación y práctica simultánea del universalismo y el
antiuniversalismo. Este dúo antinómico es tan fundamental al
sistema como lo es la división de trabajo sobre el eje centro-
periferia.

78
3. EL SURGIMIENTO DE LOS SISTEMAS ESTATALES:
NACIONES-ESTADO SOBERANÍAS, COLONIAS Y
EL SISTEMA INTERESTATAL

El estado moderno es un estado soberano. La soberanía es un


concepto que fue inventado en el sistema-mundo moderno. Su
significado a prima facie es completamente autónomo del poder
estatal. Pero los estados modernos existen, de hecho, dentro de
un círculo de estados, lo que hemos dado en llamar sistema
interestatal. Habremos entonces de investigar el grado y el
contenido de esta presunta autonomía. Los historiadores hablan
de la emergencia de las "nuevas monarquías" en Inglaterra,
Francia y España a fines del siglo XV, en el preciso momento que
aparece el sistema-mundo moderno. En lo que hace al sistema
interestatal, sus antecedentes son atribuidos al desarrollo de la
diplomacia renacentista en la península italiana, y su
institucionalización es considerada por la mayoría como la Paz
de Westfalia en 1648. El tratado de Westfalia, firmado por la
mayoría de los estados europeos, codificaba ciertas leyes de
relaciones interestatales que ponían límites así como también
garantizaban una relativa autonomía. Estas leyes fueron
elaboradas y posteriormente expandidas bajo la rúbrica de la ley
internacional.
Las nuevas monarquías eran estructuras centralizantes. Esto es,
buscaban asegurar que las estructuras de poder regionales
estuvieran efectivamente subordinadas a la autoridad
supervisora del monarca. Y buscaban asegurarlo mediante el
fortalecimiento (en realidad la creación) de una burocracia civil
y militar. Aún más crucial, buscaban reforzarse mediante el
aseguramiento de ciertos poderes impositivos con el suficiente
personal para cobrar efectivamente esos impuestos.
En el siglo XVII, los gobernantes de estas nuevas monarquías

79
se declararon a sí mismos monarcas "absolutos". Esto parece
sugerir que contaban con un poder ilimitado. En realidad
carecían no sólo de un poder ilimitado sino que no tenían
demasiado poder. La monarquía absoluta reclamaba para sí
simplemente el derecho a contar con un poder ilimitado. El
término "absoluto" proviene del latín absolutas, \o cual
significaba no que la monarquía era todopoderosa sino que el
monarca no está sujeto (está exento de) a las leyes y por lo
tanto no puede ser legítimamente restringido por ninguna
persona por hacer aquello que el gobernante considere que
tiene que hacer. Esto permitía que el poder fuera arbitrario
pero no significaba que el monarca contara con poder efectivo,
que, como ya hemos visto, era relativamente escaso. Para
asegurarse, los estados buscaron a lo largo de los siglos el
sobreponerse a esta falta de poder real, y lograron un cierto
éxito en este emprendimiento. En consecuencia, una de las
tendencias seculares del sistema-mundo moderno desde el
principio (al menos hasta los 1970, como hemos de ver) fue un
lento y sostenido incremento en el poder real del estado. Si
comparamos el poder real (la habilidad de que sus decisiones
fueran llevadas efectivamente a cabo) de Luis XIV de Francia
(que reinó entre 1661-1715), a quien se lo suele considerar
como el arquetipo del poder absoluto, con, por ejemplo, el
primer ministro de Suecia en el año 2000, pronto nos daremos
cuenta que este último cuenta con más poder real en Suecia en
el 2000 que Luis de Francia en 1715.
La mayor herramienta que los monarcas usaban para
incrementar su poder efectivo fue la construcción de burocracias.
Y puesto que en un principio no contaban con los ingresos
impositivos para pagar por las burocracias, encontraron la
solución en la venta de oficinas, lo que brindó a los monarcas un
incremento tanto de burócratas como de ingresos (y por ende,

80
una cuota adicional de poder, aunque menor que si hubieran
sido capaces de contratar directamente a los burócratas, como
habrían de hacer más adelante). Una vez que los burócratas
dispusieron de una burocracia mínima, buscaron hacer uso de
ésta para darle a los estados el control sobre toda suerte de
funciones políticas: el cobro de impuestos, las cortes, la legislación y
las agencias de control (policía y ejército). Al mismo tiempo,
buscaron eliminar o por lo menos limitar la autoridad autónoma
de los nobles locales en todos estos campos. Buscaron además la
creación de una red de información para asegurarse que sus
intenciones fueran respetadas. Los franceses crearon la
institución de los prefectos —personas que representaban al
estado central y residían en diversas partes del país— y esta
institución fue copiada de distintas maneras por todos los estados
modernos.
La soberanía era una afirmación de autoridad no sólo interna
sino externamente; esto es, vis-á-vis otros estados. Fue, en primer
lugar, una afirmación de fronteras fijas, dentro de las cuales un
estado determinado era soberano, y por lo cual dentro de ellas
ningún otro estado tenía el derecho de ejercer ningún tipo de
autoridad: ejecutiva, legislativa, judicial, o militar. Más aún,
estas afirmaciones por parte de los estados acerca de la no
"interferencia" de otros estados en sus asuntos domésticos ha
sido observada más fielmente en su violación que en su
cuidadoso seguimiento. Pero la mera afirmación ha servido, sin
embargo, para limitar el grado de injerencia. Tampoco han
permanecido las fronteras inmutables. Los reclamos limítrofes
entre estados han sido una constante. Sin embargo, en
cualquier momento dado, existen realidades de facto en cuanto
a las fronteras dentro de las cuales se ejerce la soberanía.
Existe una característica fundamental más en cuanto a la
soberanía. Es una afirmación, y las afirmaciones significan poco

81
y nada a menos que sean reconocidas por los demás. Los
demás pueden no respetarlas afirmaciones, pero eso es en
muchos sentidos mucho menos importante que el que las
reconozcan formalmente. La soberanía es antes que nada una
cuestión de legitimidad. Yen el sistema-mundo moderno, la
legitimidad de la soberanía requiere el reconocimiento
recíproco. La soberanía es un intercambio hipotético, en el que
dos bandos potencialmente (o en verdad) en conflicto,
respetando la realidad de facto del poder, intercambian
semejante reconocimiento como estrategia menos costosa.
El reconocimiento recíproco es uno de los fundamentos del
sistema interestatal. Con frecuencia han existido entidades que
han proclamado su existencia como estados soberanos pero
fracasaron en recibir el reconocimiento de la mayoría de los
restantes estados. Sin tal reconocimiento, la proclama es
relativamente inútil, incluso si la entidad retiene el control, de
facto, sobre un territorio determinado. Tal entidad se halla en
una situación precaria. Sin embargo, en todo momento la
mayoría de los estados son reconocidos por todos los otros
estados. Existen habitualmente algunos estados putativos que no
son reconocidos por nadie, o por sólo uno o dos estados (lo que
los vuelve, en efecto, estados protectores). La situación más
difícil es aquella en la que un estado es reconocido por un
importante número de países pero no reconocido también por
un número importante. Esta situación puede tener lugar como
consecuencia de secesiones o de cambios revolucionarios en
regímenes. Tal división en el proceso de reconocimiento crea un
dilema y una tensión en el sistema interestatal que los estados
concernientes tratan eventualmente de resolver, en una u otra
dirección.
Podemos hallar con facilidad tres ejemplos de las posibles
situaciones en el sistema-mundo en el primer decenio del siglo

82
XXI. Los Estados Unidos y Cuba, aunque políticamente hostiles
el uno hacia el otro, no pusieron en duda su mutua soberanía, ni
tampoco lo hicieron otros países. En un segundo caso, en China,
la proclama de la República Popular en 1949 —con el nuevo
gobierno ganando control de facto sobre el territorio continental
y el gobierno anterior retirándose a Taiwán mientras seguía
reclamando ser la autoridad de la República China en su
totalidad— creó una de esas situaciones intermedias en las que
parte del mundo reconoció a un gobierno y parle del mundo
reconoció al otro, corno autoridad soberana de toda China. Esta
situación fue resuelta en los setenta, cuando las Naciones Unidas
reconocieron las credenciales de la República Popular China
para otorgarle a ésta un puesto en la Asamblea General y el
Consejo de Seguridad y retiraron las credenciales a la República
de China (la que controlaba sólo Taiwán). Este paso se tomó al
mismo tiempo que los Estados Unidos y muchos otros países
reconocieron la legitimidad de la República Popular como al
único gobierno de una "China única", mientras que no se alteraba
el gobierno de facto sobre Taiwán bajo control del antiguo
gobierno chino.
Después de esto, quedaron sólo unos pocos (la mayoría
pequeños) países que continuaron reconociendo a la República
de China como al legítimo gobierno de la totalidad de China,
pero el balance cambió abrumadoramente para el lado de la
República Popular. La tercera situación fue la de la República
Turca del Norte de Chipre. Sostenía ser un estado soberano y
tenía autoridad de facto sobre la mitad norte de la isla. Pero fue
reconocida como soberana sólo por Turquía. Carecía por lo
tanto de legitimidad internacional, el resto del mundo todavía
reconocía la soberanía teórica de Chipre sobre el territorio
ocupado por la República Turca del Norte de Chipre. Si no
hubiera sido por el apoyo (en última instancia militar) de Turquía,

83
la República Turca del Norte de Chipre pronto habría dejado de
existir. Vemos, en estas tres instancias el protagonismo crucial
del reconocimiento recíproco.
Examinemos ahora una situación hipotética pero plausible.
Supongamos que cuando el Parti Québécois accedió al poder por
primera vez en 1976 hubiera declarado en forma inmediata a
Quebec como estado soberano (lo que era, después de todo, la
base programática del partido) y supongamos que el gobierno
canadiense se hubiera opuesto vigorosamente a esto, por medios
políticos y quizá militares. Supongamos que Francia hubiera
reconocido a Quebec, Inglaterra se hubiera negado a hacerlo y
los Estados Unidos hilen-taran permanecer neutrales. ¿Qué
hubiera sucedido? y ¿se habría convertido Quebec en un estado
soberano?
La reciprocidad también funciona en el nivel interno, aunque
convencionalmente utilizamos un vocabulario diferente para
describirla. Las autoridades locales deben "reconocer" la
autoridad soberana del estado central, y en cierto sentido la
autoridad central debe reconocer la autoridad legítima y
definir la esfera de influencia de las autoridades locales. En
muchos países, este reconocimiento mutuo está entronizado en
una constitución o legislación específica que determina la
división de poderes entre el centro y las provincias. Este
acuerdo puede y es con frecuencia interrumpido. SÍ la ruptura es
seria, entonces estamos frente a lo que se denomina una guerra
civil. Una guerra de esas características puede ser ganada por el
poder central. Pero también puede ser ganada por la autoridad o
las autoridades locales, y en ese caso, puede haber una revisión
de las reglas que gobiernan la división de poderes dentro de las
fronteras estatales existentes o la creación de uno o más estados
soberanos mediante la secesión, lo cual presenta, a los nuevos
estados creados el tema de la obtención del reconocimiento en

84
la arena interestatal. La ruptura de Yugoslavia es un buen
ejemplo de esto, una ruptura que dejó sin resolver varias
cuestiones referentes a fronteras y autonomías, de manera tal que
varios años después de la ruptura existen fronteras de facto que
aún hoy siguen en disputa.
La soberanía es, pues, una proclama legal que conlleva
enormes consecuencias políticas. Es por estas consecuencias
por lo que los asuntos vinculados a la soberanía son centrales a la
lucha política, tanto internamente para los estados como
externamente entre ellos. Desde el punto de vista de los
empresarios operando en una economía-mundo capitalista, los
estados soberanos ejercen la autoridad sobre por lo menos siete
arenas principales de directo interés para ellos: 1] Los estados
imponen las reglas sobre el intercambio de las mercaderías, el ca-
pital y el trabajo, y en qué condiciones pueden cruzar sus
fronteras. 2] Crean las leyes concernientes a los derechos de
propiedad de los estados. 3] Crean las reglas concernientes al
empleo y a la compensación de los empleados. 4] Deciden los
costos que las compañías deben asumir. 5] Deciden qué tipo de
procesos económicos deben ser monopolizados, y hasta qué
punto. 6] Cobran impuestos. 7] Por último, cuando las
compañías establecidas dentro de sus fronteras pueden verse
afectadas, pueden usar su poder hacia el exterior para afectar las
decisiones de otros estados. Ésta es una larga lista, y de sólo
observarla uno se da cuenta de que, desde el punto de vista
empresarial, las políticas estatales son cruciales.
La relación de los estados con las compañías es una clave para
el entendimiento del funcionamiento de una economía-mundo
capitalista. La ideología oficial de la mayoría de los capitalistas es
laissez-faire, la doctrina de que los gobiernos no deben interferir
con la labor de los empresarios en el mercado. Es importante
entender que como regla general, los empresarios afirman

85
sonoramente esta ideología pero en verdad no desean verla
implementada, al menos no completamente, y por cierto que no
actúan como si creyeran que es una doctrina coherente.
Comencemos con las fronteras. Un estado soberano tiene en
teoría el derecho a decidir qué puede cruzar sus fronteras y en
qué condiciones. A más fuerte el estado, mayor es la maquinaría
burocrática y por lo tanto mayor es la capacidad de imponer las
decisiones referidas a transacciones que atraviesen las fronteras.
Existen tres tipos principales de transacciones transfronterizas: el
movimiento de mercaderías, de capital y de personas. Los
vendedores desean que sus mercaderías crucen las fronteras sin
interferencia y sin pagar impuestos. Por otro lado, los
vendedores de la competencia dentro de las fronteras a cruzar
pueden querer que el estado intervenga imponiendo cuotas y
tarifas, o mediante el otorgamiento de subsidios a sus productos.
Cualquier decisión que tome el estado favorecerá a uno u otro
empresario. No existe una posición neutral. Lo mismo se aplica al
flujo de capitales.
El movimiento transfronterizo de personas ha sido siempre
controlado de cerca, y por supuesto preocupa a las empresas
puesto que concierne a los trabajadores. En general, el flujo de
trabajadores de un país a otro es una ventaja de mercado para
los empresarios en el país anfitrión y una desventaja mercantil
para los trabajadores residentes del país, si uno utiliza un
modelo de oferta y demanda de corto alcance. Esto deja fuera
del análisis dos elementos que pueden convertirse en centrales
en un debate: el impacto de la estructura social interna de
cualquier país de inmigrantes; y el impacto económico a largo
plazo de la inmigración (que puede ser positivo incluso si el
impacto a corto plazo es marcadamente negativo, al menos para
algunas personas). Una vez más, no existen posturas neutrales.
Los derechos a la propiedad son, huelga decirlo, la pieza

86
central del sistema capitalista. No hay modo de acumular capital
incesantemente a menos que uno pueda mantener el capital que
ya ha acumulado. Los derechos a la propiedad son aquellas leyes
que limitan los modos por los que el estado puede confiscar el
dinero, los parientes pueden reclamar una parte de los bienes u
otros pueden robar los fondos. Además, el sistema capitalista
opera sobre la base de un nivel mínimo de confianza recíproca en
la honestidad de la transacción, y por ende, la prevención del
fraude es un requerimiento social importante. Esto es tan obvio
que apenas parece valer la pena mencionarlo. Pero es evidente
que el actor principal en estas acciones de protección de los
derechos de propiedad es el estado, el cual él solo puede es-
tablecer legítimamente las reglas. Obvio es que ninguno de
estos derechos son ilimitados. Y también es obvio que hay
muchas acciones cuya definición como derechos de propiedad
protegidos es materia de debate. Las diferencias generan
conflictos que deben ser luego resueltos (por las cortes de los
estados). Pero sin alguna protección garantizada por el estado, el
sistema capitalista no puede funcionar.
Los empresarios han actuado, y con frecuencia lo siguen
haciendo como si la arena en la que estuvieran más ansiosos
porque el estado se abstuviera de poner reglas fuera el ámbito
laboral. Se encuentran particularmente preocupados sobre
todos los asuntos atinentes a la relación entre aquellos a
quienes emplean: niveles de remuneración, condiciones de
trabajo, duración de la semana laboral, condiciones de
seguridad, y modos de contratación y despido. Los
trabajadores, por el contrario, hace tiempo que han
demandado que el estado interfiera precisamente en esos
asuntos para ayudarlos a lograr lo que ellos consideran
condiciones adecuadas de trabajo. Es obvio que semejante
injerencia estatal tiende a fortalecer a los trabajadores en el corto

87
plazo en el conflicto con los empleadores, por lo que su
aprobación se descuenta. Pero muchos empresarios han com-
probado que la injerencia estatal puede serles de utilidad
también a ellos. Al asegurar la oferta de trabajadores en el largo
plazo, creando una demanda efectiva y minimizando el
desorden social pueden ser todas, en parte, consecuencia de
semejante interferencia estatal en el mercado laboral. En
consecuencia, un cierto nivel de injerencia puede ser muy
bienvenido por los empleadores (al menos para los grandes
empresarios y para quienes operan sobre la base de
perspectivas a largo plazo).
Uno de los puntos menos percibidos en los que el estado es
crucial para las empresas es decidir la proporción de los costos de
producción que será efectivamente abonado por las empresas.
Los economistas se refieren con frecuencia a costos externalizados.
Lo que esto significa es que una cierta parte de costos de
producción se transfieren de la hoja de balance de la firma a esa
entidad amorfa externa, la sociedad. La posibilidad de externalizar
costos puede parecer contraria a la premisa básica de la actividad
capitalista. Se presume que una empresa produce para obtener
ganancias, y que la ganancia consiste en la diferencia entre los
recibos de venta y los costos de producción. La ganancia es pues
la recompensa por una producción eficiente. La asunción tácita
—y la justificación moral de la ganancia— es que el productor
está cubriendo todos los costos.
En la práctica, sin embargo, esto no sucede así. La ganancia es
una recompensa no sólo por la eficiencia sino por un mayor
acceso a la asistencia estatal. Pocos productores pueden pagar
todos los costos de la producción. Existen tres diferentes costos
que con frecuencia se externalizan de modo significativo: los
costos de toxicidad; los costos de agotamiento de materiales y los
costos de transportó. Casi todos los procesos de producción

88
involucran un cierto nivel de toxicidad, es decir, cierto tipo de
daño residual al medio ambiente, ya sea el deshecho de materiales
o residuos químicos, o simplemente la transformación a largo
plazo del sistema ecológico. El modo más barato para un
productor [jara lidiar con los residuos es hacerlo a un lado, fuera
de su propiedad. El modo más barato de lidiar con la
transformación del sistema ecológico es pretender que no está
teniendo lugar. Ambas opciones reducen los costos inmediatos
de producción. Pero estos costos son entonces externalizados, en
tanto que, ya sea en forma inmediata, o corno suele suceder,
mucho más tarde, alguien pague las consecuencias negativas, por
medio de una limpieza adecuada o una restitución del medio
ambiente. Este alguien son todos los demás, los contribuyentes, a
través de su instrumento, el estado.
El segundo modo de externalizar costos es ignorar el
agotamiento de los materiales. Al final, todo proceso productivo
utiliza alguna materia prima, orgánica o inorgánica que es parte
de los procesos de transformación que resulta en una
mercadería "final" a ser vendida en el mercado. Las materias
primas se agotan, algunas rápidamente, otras de manera muy
lenta, la mayor parte a un ritmo intermedio. Una vez más, los
costos de reemplazo casi nunca son parle de los costos
internalizados de producción. Por ello, el mundo tiene que o bien
renunciar al uso de dichos materiales o buscar de remplazados
de alguna manera. En parte, eso se logra mediante la
innovación, y uno puede argüir que en este caso el costo
económico del no reemplazo es ínfimo o nulo. Pero en muchos
otros casos esto no es posible y entonces el estado debe intervenir
una vez más en el proceso de recuperación o recreación de los
materiales, y esto es, obviamente, pagado por alguien que no es
quien se benefició con las ganancias. Un buen ejemplo de
materiales que no han sido adecuadamente remplazados es la

89
provisión de madera. Los bosques de Irlanda fueron (alados en el
siglo XVII. Ya lo largo de la historia del sistema-mundo moderno,
hemos estado talando bosques de todo tipo sin remplazarlos. Hoy
discutimos las consecuencias de la falta de protección de la que
está considerada la última selva tropical en todo el mundo, el área
del Amazonas en Brasil.
Por último, existe el costo del transporte. Mientras es cierto que
las empresas suelen pagar un importe por el transporte de
mercaderías que reciben o envían, rara vez pagan la totalidad
de los costos. La creación de la infraestructura necesaria para el
transporte —puentes, canales, vías de tren, aeropuertos—
representa un costo muy importante, y este costo es,
comúnmente pagado, en buena medida, no por las empresas
que hacen uso de la infraestructura sino por la colectividad. La
justificación es que los costos son tan masivos, y el beneficio para
una compañía tan mínimos, que la infraestructura nunca sería
creada si no fuera con la cobertura de una gran parte de los
costos por el estado. Esto bien puede ser cierto, aunque un
poco exagerado, pero sigue siendo evidencia del papel crítico
que juega la participación estatal en el proceso incesante de
acumulación de capital.
Ya hemos analizado cómo la creación de monopolios o
cuasimonopolios es central a la acumulación de capital.
Necesitamos sólo recordar que toda decisión que posibilita a un
cuasimonopolio de cualquier índole, cualesquiera sea su
mecanismo, representa una ventaja para alguien pero también
una desventaja para otros. Aquí, corno en todas partes, no
existen posiciones neutrales para el estado cuando facilita la
acumulación de capital. La acumulación de capital siempre es
acumulación de capital de individuos específicos, o compañías,
o entidades. Y la competencia entre capitalistas es inevitable en
un sistema capitalista.

90
En las discusiones sobre "interferencia" estatal con las
empresas, aparecen mencionados con frecuencia los impuestos.
Por supuesto Pero no podrían existir sin los impuestos. Y hemos
dado cuenta cómo el elemento más crucial en el establecimiento
de estructuras estatales fue adquirir no la autoridad sino la
capacidad real para cobrar impuestos. A nadie, se dice, le gustan
los impuestos. De hecho la afirmación opuesta es cierta, aunque
muy pocos lo reconozcan. Todos —tanto las empresas como los
trabajadores— quieren las cosas que los estados pueden
ofrecerles con el dinero que los estados han obtenido mediante
los impuestos. Hay dos problemas básicos que la gente tiene con
los impuestos. Uno es la sensación o sospecha de que los es-lados
están haciendo uso de los impuestos no para ayudar a los con-
tribuyentes honestos que todos presumimos ser, sino a otros –
(políticos, burócratas, compañías rivales, los pobres y rechazados,
e incluso los extranjeros). Por esta razón queremos que los
impuestos sean más bajos, y que este uso indebido de los
impuestos cese. La segunda queja respecto a los impuestos es
cierta: el dinero gravado es dinero que de otro modo hubiera
estado a disposición de cada persona para gastarlo como a ella o
a él le pareciera. Básicamente, uno está renunciando al control
sobre ese dinero a favor de un cuerpo colectivo, que decide
cómo ha de gastarse.
De hecho, la mayoría de la gente y la mayor parte de las
empresas están dispuestas a ser gravadas a fin de proveer el
mínimo de servicios que cada persona y cada empresa considera
puede servir a sus intereses. Pero nadie está dispuesto, o
preparado a ser gravado más allá de ese punto. La pregunta es
siempre la ubicación de la línea que separa los niveles
impositivos legítimos de los ilegítimos. Puesto que los individuos
y las compañías tienen intereses distintos, trazan la línea de
manera diferente. Y puesto que, además de la cantidad de los

91
impuestos, el estado puede y debe elegir entre una gran
variedad de modos de gravar, las personas y las empresas
prefieren los modos en que ellas sean afectadas lo menos posible y
lo más posible los demás. No es ninguna sorpresa que los
impuestos sean una certeza y las disputas impositivas sean
endémicas a la política del mundo moderno. El estado no puede
ser neutral, pero puede, ciertamente, afectar de manera seria los
beneficios eme las empresas y las personas derivan de su política
impositiva.
Finalmente, hemos discutido el papel del estallo con relación a
las empresas como si fuera un asunto interno a las fronteras
estatales. Pero es evidente que las compañías se ven afectadas por
las decisiones no sólo de su propio estado sino de muchos otros
estados en tanto que las mercaderías, capital o personal cruzan o
han cruzado fronteras estatales, un proceso que es a la vez
constante y masivo. Pocas compañías pueden mantenerse
indiferentes a las políticas estatales de un estado que no sea el
propio, en tanto domicilio. La pregunta es cómo pueden las
empresas negociar con esos otros estados. Y la respuesta tiene
dos partes: directa e indirectamente. La vía directa es compor-
tarse como si estuvieran domiciliadas en el otro estado, y utilizar
todos los mecanismos y argumentos que utilizarían en el propio
(sobornos, presión política, intercambio de beneficios). Esto
puede ser suficiente, pero con frecuencia, la Firma "extranjera" se
encuentra en considerable desventaja en la arena política local. Si
la compañía "extranjera" está domiciliada en un estado "fuerte,"
podrá entonces apelar a su propio estado para que use el poder
estatal para presionar al otro a fin de que acceda a las
necesidades y demandas de los empresarios del país más fuerte.
Y por supuesto, este proceso es eje de la vida en el sistema
interestatal. En el último tercio del siglo XX, los fabricantes de
automóviles, acero y las aerolíneas de los Estados Unidos no

92
tenían ningún empacho en pedirle al gobierno de los Estados
Unidos que presionara a Japón y a Europa Occidental para que
modificaran sus políticas de modo que mejoraran la posición de
los fabricantes estadounidenses y el acceso que ciertas líneas
aéreas estadounidenses tenían a los derechos de rutas
transoceánicas.
La inmensa mayoría de la población de un estado está
contabilizada por las unidades domésticas de aquellos que
trabajan para las empresas y otras organizaciones. El sistema
capitalista provee un cierto modo de dividir la plusvalía
producida, y obviamente, en cualquier momento determinado
el balance es cero. La mayor proporción está destinada a la
acumulación de capital, la menor puede ser destinada a
compensar a quienes han trabajado en la producción de
unidades que crearon la plusvalía. Una de las realidades básicas
es que esta división de la plusvalía tiene ciertos límites (no
puede ser el 100% en una dirección y 0% en la otra), pero la
gama de posibilidades intermedias es enorme, sobre todo a
corto plazo, e incluso, hasta cierto punto, en el largo plazo.
Se sigue, por lógica que siempre existirá una lucha constante
por la distribución de esta plusvalía. Esto es lo que se ha
denominado lucha de clases. Cualesquiera sean los sentimientos
que uno tenga respecto a las políticas de la lucha de clase, es una
categoría analítica inevitable, que puede ser verbalmente
disfrazada pero nunca ignorada.
Y es claro que en esta continua lucha de clases (la que sin
duda es un fenómeno complejo, carente de una simple
distribución binaria de lealtades), el estado es un actor
principal en la distribución hacia una u otra dirección. Por lo
tanto, ambas facciones se organizan políticamente para
presionar al estado tanto en su estructura ejecutiva como
legislativa. Si uno toma una postura a largo plazo respecto a la

93
política interna de múltiples estados a lo largo de la historia de la
economía-inundo capitalista, uno puede observar que llevó
bastante tiempo, varios siglos, antes de que el estrato trabajador
fuera capaz de organizarse io suficiente corno para jugar al juego
político con un mínimo de eficacia.
El punto de inflexión fue sin duda la Revolución francesa. La
Revolución francesa trajo consigo dos cambios fundamentales,
que ya hemos mencionado, en la geocultura del sistema-mundo
moderno: convirtió al cambio, al cambio político en un
fenómeno "normal", algo inherente a la naturaleza de las cosas,
y, más aún, deseable. Ésta fue la expresión política de la teoría
del progreso que era tan esencial a las ideas de la Ilustración. Y
en segundo lugar, la Revolución francesa reorientó el concepto
de soberanía, del monarca o la legislatura al pueblo. Cuando el
genio del pueblo como soberano se escapó de la botella, jamás
pudo volver a ser colocado dentro de ella. Se convirtió en el
criterio establecido ele todo el sistema-mundo.
Una de las principales consecuencias de la idea de que el
pueblo era soberano es que el pueblo era ahora definido como
"ciudadano". Hoy, el concepto es tan elemental que nos resulta
difícil entender qué tan radical fue este giro de "sujetos" a
"ciudadanos". Ser un ciudadano significó tener el derecho a
participar en un mismo nivel con todos los otros ciudadanos, en
las decisiones básicas del estado. Ser ciudadano significó que no
había personas cuyos estatus fueran más elevados que el de
ciudadanos (como los aristócratas). Ser un ciudadano significó
que todos eran aceptados como personas racionales, capaces de
decisiones políticas. La conclusión lógica del concepto de
ciudadano fue el sufragio universal, Y como sabemos, la historia
política de los siguientes 150 años fue la de la expansión constante
del voto en país tras país. Hoy, virtualmente todos los países
sostienen que sus ciudadanos son iguales entre sí y ejercen su

94
soberanía a través de un sistema de voto universal. La cuestión es
que sabemos que en realidad esto no es así. Sólo una parte de la
población en la mayoría de los países ejercita los plenos derechos
de la ciudadanía. Porque si los pueblos son soberanos, entonces
debemos decidir quién está incluido en esa categoría de pueblo,
y muchos, resulta, están excluidos. Existen algunas exclusiones
que parecen "obvias" para la mayoría: quienes son meros visi-
tantes en un país (extranjeros); quienes son demasiado jóvenes
para tener criterios formados; quienes están locos. Pero ¿qué
sucede con las mujeres? ¿Y con las personas de un grupo étnico
minoritario? ¿Y con quienes no son propietarios? ¿Y con quienes
están presos como delincuentes? Una vez que uno comienza a
enumerar las excepciones al término "pueblo", la lista puede
volverse bastante larga. El "pueblo" que comenzó como un
concepto incluyente, se volvió muy pronto un concepto de
exclusión.
En consecuencia, las políticas de inclusión y exclusión se
volvieron la pieza central en las políticas nacionales a lo largo de
los dos siglos posteriores. Aquellos que estaban excluidos
buscaban la inclusión, y quienes ya estaban incluidos se
inclinaban, con frecuencia a mantener restringido el criterio de
elección para acceder a los derechos del ciudadano,
manteniendo las exclusiones. Esto quiso decir que quienes
buscaban ser incluidos tenían que organizarse fuera de los canales
parlamentarios para que su causa fuera escuchada. Dicho de
manera sencilla, tenían que organizarse en manifestaciones,
rebeliones y, a veces, actividades revolucionarias.
Esto llevó a un gran debate estratégico entre los poderosos a
principios del siglo XIX. Por un lado, estaban quienes en su
temor creían que estos movimientos debían ser suprimidos (y
la ida de las soberanía popular rechazada). Se denominaban a
sí mismos conservadores y celebraban las instituciones

95
"tradicionales" —la monarquía, la iglesia, los notables, la
familia— como baluartes contra el cambio. Pero opuestos a
ellos se encontraba otro grupo que consideraba que esta
estrategia estaba destinada al fracaso y para quienes sólo
aceptando lo inevitable de algún cambio podían limitar el
grado y la velocidad de éste. Este grupo se autodenominó
liberal, y celebraban al individuo educado como al ciudadano
modelo y al especialista como a la única persona que podía
determinar sabiamente los detalles de las decisiones sociales y
políticas. Sostenían que todos los individuos debían acceder
lentamente a la totalidad de los derechos ciudadanos cuando
su educación fuera lo suficiente como para capacitarlos para
tornar decisiones equilibradas. Al abrazar el progreso, los
liberales buscaban enmarcar su definición de manera tal que las
"clases peligrosas" lo fueran menos y que aquellos con "mérito"
pudieran participar en papeles claves en las instituciones
políticas, económicas y sociales. Existía, por supuesto, un tercer
grupo, los radicales, quienes tendían a agruparse en
movimientos antisistémicos, y en muchos casos, a ser sus
líderes.
En esta trinidad de ideologías que emergió a la sombra de la
Revolución francesa —los conservadores, el liberalismo y el
radicalismo— fueron los liberales centristas quienes tuvieron
éxito en controlar la escena del sistema-mundo, al menos
durante mucho tiempo. Su programa de cambio modulado
sería aplicado en todas partes, y serían ellos quienes
persuadieran lanío a conservadores como a radicales a
modular sus posiciones respectivas de manera tal que tanto
conservadores como radicales se convirtieran en la práctica
en avatares virtuales del liberalismo centrista.
Las políticas de estos movimientos se vieron afectadas por la
fuerza de los estados en los que se desarrollaban. Como sabemos,

96
algunos estados son más fuertes que otros. Pero, ¿qué significa
ser un estado internamente fuerte? La fuerza no está
determinada por el grado de arbitrariedad o abuso de la
autoridad central, aunque es un criterio frecuente que muchos
observadores utilizan. El comportamiento dictatorial de las
autoridades estatales es con frecuencia un signo de debilidad y
no de fuerza. La fuerza de los estados es definida de manera más
útil como la capacidad de poder implementar decisiones
legales. (Recordemos el ejemplo que diéramos de Luis XIV contra
el primer ministro contemporáneo de Suecia.) Una sencilla
medida que uno puede utilizar es el porcentaje de impuestos
cobrados y el alcance de la autoridad impositiva. La evasión
impositiva es de hecho una pandemia. Pero la diferencia entre
lo que pueden cobrar los estados fuertes (alrededor de un 80%)
y lo que pueden cobrar tos estados débiles (alrededor del 20%)
es enorme. La figura más baja se explica por una burocracia débil
y la incapacidad de cobrar impuestos a su vez priva al estado de
los fondos con los cuales fortalecer su burocracia.
Amas débil el estado, menor es la riqueza que puede
acumularse por medio de las actividades económicamente
productivas. En consecuencia esto torna a la maquinaria estatal
en un espacio principal, tal vez el más importante, de la
acumulación de riquezas (a través de la compulsión y las coimas,
tanto a ellos como a bajos niveles). No es que esto no suceda en los
estados fuertes —sucede— pero en los estados débiles se
convierte en el modo preferido de acumular capital, lo que a su
vez disminuye la capacidad estatal de llevar a cabo otras tareas.
Cuando la maquinaria estatal se convierte en el método
principal de acumulación de capital, todo sentido de
transferencia regular de puestos oficiales a los sucesores se
vuelve remota, lo que lleva a elecciones fraudulentas (si es que
hay elecciones) y a espurias transferencias de poder, lo que a su

97
vez hace necesario incrementar el papel político de los militares.
Los estados son, en teoría, los únicos usuarios legítimos de la
violencia, y deberían poseer el monopolio de su uso. La policía y
el ejército son los vehículos principales de este monopolio, y en
teoría son meros instrumentos de las autoridades estatales. En
la práctica, este monopolio está diluido, y a más débil el estado,
más diluido se encuentra. Como resultado es muy difícil para
los líderes políticos el mantener el control efectivo del país y a
su vez aumenta la tentación de los militares por tomar el control
del ejecutivo directamente cada vez que un régimen aparece
como incapaz de garantizar la seguridad interna. Es crucial
notar que estos fenómenos no son el resultado de políticas
erróneas sino de la debilidad endémica de estructuras estatales
en zonas en donde la mayoría de los procesos productivos son
periféricos y por lo tanto fuentes débiles de acumulación de
capital. En los estados que cuentan con materias primas muy
lucrativas en el mercado mundial (como el petróleo), el ingreso
disponible para los estados es, en esencia, una renta, y aquí
también el control real de la maquinaria garantiza que gran
parte de esa renta deba ser desviada a manos privadas. No es un
accidente entonces que tales estados caigan con frecuencia en
situaciones en las que los militares asuman la conducción
directa.
Finalmente, debemos señalar el grado en el que la debilidad
significa la fuerza relativa de notables locales (empresarios,
líderes militares) capaces de ejercer su control sobre regiones del
estado mediante el control de algunas fuerzas militares locales,
combinados con algún otro tipo de legitimación social (como la
etnia, o la pertenencia a una familia tradicional, o rango
aristocrático). En el siglo XX, algunas de estas autoridades locales
fueron absorbidas por movimientos que comenzaron como
movimientos antisistémicos locales los que en el curso de la lucha

98
se transformaron en feudos locales. Tales baronías locales
tienden a atraer el aspecto mafioso de la actividad empresaria
capitalista. Las mafias son, básicamente, animales de presa que
se alimentan del proceso productivo. Cuando hay productos que
no están monopolizados y que no dan grandes ganancias a una
em presa en particular, una de las maneras en las eme uno puede
acumular grandes sumas de capital es establecer un embudo
monopólico a través del cual pasa la producción, y establecerlo
mediante el uso de la fuerza no estatal. Las mafias son notables
por su participación en productos ilegales (como las drogas) pero
también participan de formas legales de actividad productiva. La
actividad capitalista de estilo mañoso es obviamente peligrosa y
pone en riesgo la vida de los mismos mañosos. De allí que
históricamente, los mafiosos, una vez que acumularon exitosamente
capital, buscaron (con frecuencia en la siguiente generación) lavar
su dinero y transformarse en empresarios legales. Pero en donde el
control legal estricto se quiebra o es limitado, siempre hay nuevas
mafias que emergen.
Uno de los modos por el que los estados tratan de reforzar su
autoridad y de fortalecerse y disminuir el papel de las mañas es
transformar su población en una "nación". Las naciones no son
otra cosa que mitos en el sentido en que son creaciones sociales, y
los estados desempeñan una función central en su construcción. El
proceso de creación de una nación incluye el establecimiento (en
gran medida, una invención) de una historia, una larga
cronología y un presunto grupo de características definitorias
(incluso aunque grandes segmentos de la población incluida no
comparten dichas características).
Pensemos en el concepto de "estado-nación" como la asíntota
hacia la que todos los estados aspiran. Algunos estados afirman
que no lo hacen, que ellos son "multinacionales", pero de hecho,
incluso esos estados buscan crean una identidad panestatal. Un

99
buen ejemplo de esto es la Unión Soviética la cual, cuando
existía, sostenía que era multinacional, pero promovía
simultáneamente la idea del pueblo "soviético". Lo mismo
sucede en Suiza o en Canadá. El nacionalismo es una identidad
de estatus grupal, tal vez la más crucial para el mantenimiento del
sistema-mundo moderno, que se basa en su forma presente en
una estructura de estados soberanos ubicados en un sistema
interestatal. El nacionalismo sirve como el aglutinante mínimo de
las estructuras estatales. Si uno examina de cerca, el nacionalismo
no es sólo un fenómeno de los estados débiles. Es, en verdad,
extremadamente fuerte en los estados más ricos, incluso aunque
se lo invoque menos públicamente que en los estados cuya
fuerza no esté solidificada. Una vez más, la propugnación
pública de temas nacionalistas por parte de los líderes estatales
debería ser analizada como un intento de afianzar el estado, no
como evidencia de- que el estado ya es de por sí, fuerte.
Históricamente, los estados han tenido tres maneras de crear
nacionalismo: el sistema escolar estatal, el servicio en las
fuerzas armadas y las ceremonias públicas. Todos ellos son de
uso constante.
Los estados, como hemos remarcado, existen dentro del marco
de un sistema interestatal, y su fuerza relativa no es tan sólo el
grado en el que pueden ejercer su autoridad hacia su interior
sino también el grado en el que pueden mantener sus cabezas
en alto en el competitivo entorno del sistema-mundo. Todos los
estados son, en teoría, soberanos, pero los estados más fuertes
encuentran más sencillo "intervenir" en los asuntos internos de
los estados más débiles que la situación opuesta, y todo el
mundo es consciente de ello.
Los estados más fuertes se vinculan con los más débiles
presionándolos para que mantengan sus fronteras abiertas al
flujo de aquellos factores de producción que son útiles y

100
beneficiosos a las compañías ubicadas en los estados fuertes,
mientras que resisten cualquier demanda de reciprocidad en
este tema. En los debates sobre el comercio mundial, los Estados
Unidos y la Unión Europea demandan en forma constante de
los estados del resto de mundo que abran sus fronteras al flujo
de manufacturas y servicios que ellos poseen. Sin embargo se
resisten con notable tenacidad a abrir completamente sus
propias fronteras para el flujo de los productos agropecuarios o
textiles que compiten con sus propios productos de estados
en zonas periféricas. Los estados fuertes se vinculan con los
débiles mediante presiones para que les permitan instalar y
mantener en el poder a individuos a quienes los estados
poderosos encuentran aceptables, y a unirse a los estados
fuertes para hacer presión sobre otros estados débiles para que
se adapten a las necesidades políticas de los fuertes. Éstos se
vinculan con los débiles mediante presiones para que acepten
prácticas culturales —políticas lingüísticas, educacionales,
incluyendo en dónde deben estudiar los alumnos universita-
rios y distribución de medios— que refuercen los vínculos a
largo plazo entre ellos. Los estados fuertes se vinculan con los
estados débiles presionándolos para que sigan su liderazgo en
la arena internacional (tratados, organizaciones
internacionales). Y mientras que los estados fuertes pueden
comprar la cooperación de líderes individuales de estados
débiles, los estados débiles como estados compran la
protección de los fuertes mediante el arreglo de un apropiado
flujo de capital.

Por supuesto que los estados más débiles son aquellos que
llamamos colonias, a las que definimos como unidades
administrativas que no son soberanas y que caen bajo la
jurisdicción de otro estado, habitualmente distante de ellas. El
origen de las colonias modernas se encuentra en la expansión

101
económica del sistema-mundo. En esta expansión, los estados
fuertes centrales intentaron incorporar nuevas zonas a los
procesos del sistema-mundo moderno. A veces se encontraron
con unidades burocráticas lo suficientemente fuertes como para
ser definidas como estados soberanos aunque no fueran lo su-
ficientemente fuertes como para mantenerse fuera del
sistema-mundo en expansión. Pero con frecuencia los estados
militarmente fuertes (la mayoría ubicados en Europa occidental,
pero también los Estados Unidos, Rusia y Japón deben ser
agregados a la lista) encontraron áreas en donde las estructuras
políticas eran débiles. Para asegurarse la incorporación de tales
áreas al sistema-mundo de manera satisfactoria, dichas áreas
fueron conquistadas y se instalaron en ellas regímenes coloniales.
Las colonias desarrollaron internamente los mismos tipos de
funciones que un estado soberano: garantizaban los derechos de
propiedad, tomaban decisiones sobre el cruce de fronteras;
organizaban los modos cíe participación política (casi siempre
extremadamente limitada); aplicaban las decisiones sobre la
tuerza de trabajo y decidían con frecuencia qué tipos de
producción iban a perseguirse o favorecerse en la colonia. Pero
de hecho, el personal que tomaba estas decisiones era
abrumadoramente enviado por el poder colonial y no individuos
de la población local. El poder colonial justificaba su presunción
de autoridad y la distribución de funciones a personas del país
"metropolitano" mediante una combinatoria de "razones": argu-
mentos racistas acerca de la inferioridad cultural e incapacidad de
la población local; y una auto justificación sobre la función
"civilizadora" que la administración colonial estaba llevando a
cabo.
La realidad básica era que el estado colonial era sencillamente
el tipo de estado más débil del sistema interestatal, con el menor
grado de autonomía real, y por lo tanto sujeto de modo extremo

102
a la explotación por las empresas y personas de un país
diferente, el así denominado país metropolitano. Es claro, uno de
los objetivos del poder colonial era no sólo asegurarse el control
de los procesos de producción en la colonia sino también
asegurarse que ningún otro estado relativamente fuerte en el
sistema-inundo pudiera tener acceso a los recursos o mercados de
la colonia, o cuando mucho, un acceso mínimo. Era por lo tanto
inevitable que en algún momento, existiera una movilización
política de las poblaciones de las colonias en forma de movi-
mientos de liberación nacional, cuyo objetivo podía definirse
como la obtención de la independencia (esto es, el estatus de
estado soberano) como primer paso en el camino para mejorar
la posición relativa del país y su población en la economía-
mundo.
Sin embargo, si prestamos atención sólo a la relación de los
estados fuertes con los débiles podemos llegar a descuidar el
crucial vínculo de los estados fuertes entre sí. Tales estados son,
por definición, rivales, cargando sobre sí la responsabilidad de
diferentes grupos de empresas rivales. Pero al igual que en la
competencia entre grandes empresas, la competencia entre
estados fuertes está aminorada por una contradicción. Mientras
que uno se enfrenta al otro en una suerte de juego donde la
sumatoria final es cero, mantienen en común el interés por
sostener el sistema interestatal, y el sistema-mundo moderno
como totalidad. Por lo tanto los actores son empujados
simultáneamente en direcciones opuestas: hacia un sistema
interestatal anárquico y hacia un sistema interestatal
coordenado y coherente. El resultado, como es de esperar, es
una serie de estructuras que se encuentran a medio camino
entre los dos tipos.
En esta lucha contradictoria, no debemos descuidar la función
particular que desempeñan los estados semiperiféricos. Éstos,

103
de fuerza intermedia, derrochan su energía apresurándose
para por lo menos intentar mantener su estatus intermedio,
pero con la esperanza de ascender en el escalafón. Hacen uso
del poder estatal en el ámbito interno e interestatal en forma
consciente para elevar el estatus de su estado como productor,
como acumulador de capital y como fuerza militar. Su elección
es en última instancia, sencilla: o tienen éxito en ascender en la
jerarquía (o al menos en mantener su lugar) o serán empujados
hacia abajo.
Deben por lo tanto elegir con celeridad y cuidado sus
aliados y oportunidades económicas. Los estados
semiperiféricos están en primer lugar en competencia entre sí.
Si, por ejemplo, durante una fase B Kondratieff existe un
desplazamiento de una industria hasta entonces de punta, ésta
habrá de dirigirse, por regla general, hacia un país se mi
periférico. Pero no ha de hacerlo hacia todos ellos; tal vez sólo
uno o dos. No hay suficiente espacio en la estructura productiva
de todo el sistema para permitir este tipo de desplazamiento
(llama do "desarrollo") simultáneamente en muchos países.
Cuál de todos, entre tal vez quince países, será el sitio de tal
desplazamiento no es de fácil determinación anticipada o
incluso de explicar una vez decidida ésta. Lo que es de fácil
comprensión es que no todos los países pueden ser favorecidos,
puesto que las ganancias se desplomarían demasiado rápido y
marcadamente.
La competencia entre los estados fuertes y los esfuerzos de los
es-lados semiperiféricos para incrementar su estatus y su poder
dan como resultado una constante rivalidad interestatal que
habitualmente toma la forma de un llamado equilibro de poder,
con lo que se quiere decir una situación en la que no existe un
estado que pueda, de manera automática, conseguir sus
objetivos en la arena internacional. Esto no significa que los

104
estados más fuertes no intenten conseguir justamente semejante
cuota de poder. Pero hay dos modos muy diferentes en los que
un estado puede intentar convertirse en dominante. Uno es
transformar la economía-mundo en un imperio-mundo. El
segundo es obtener la hegemonía en el sistema-mundo. Es
importante distinguir entre estas dos modalidades, y entender
por qué ningún estado ha sido capaz de transformar el sistema-
mundo moderno en un imperio-mundo sino que varios estados
han alcanzado, en diversos momentos, la hegemonía.
Por imperio-mundo entendemos a una estructura en la que
hay una sola autoridad política para todo el sistema-mundo. Han
existido varios intentos por crear tal imperio-mundo en los
últimos quinientos años. El primero fue el de Carlos V en el siglo
XVI (continuado de manera atenuada por sus sucesores), El
segundo fue el de Napoleón a comienzos del siglo XIX. El
tercero fue el de Hitler a mediados del siglo XX. Todos fueron
formidables, todos fueron finalmente derrotados e incapaces de
alcanzar sus objetivos.
Por otro lado, tres poderes han alcanzado la hegemonía,
aunque sólo por periodos relativamente breves. El primero
fueron las Provincias Unidas (lo que hoy conocemos como los
Países Bajos), a mediados del siglo XVII. El segundo fue el Reino
Unido a mediados del siglo XIX, y el tercero fueron los Estados
Unidos a mediados del siglo XX. Lo que nos permite
denominarlos hegemónicos es que por un periodo
determinado fueron capaces de establecer las reglas del juego
en el sistema interestatal, en dominar la economía-mundo (en
producción, comercio y finanzas), en obtener sus objetivos po-
líticos con un uso mínimo de la fuerza militar (de la cual
contaban en abundancia), y en formular el lenguaje cultural
mediante el cual se discutía el mundo.
Hay dos preguntas a realizar. La primera es por qué la

105
transformación de la economía-mundo en un imperio-mundo
nunca fue posible, mientras que el logro de la hegemonía sí lo
fue. La segunda es por qué la hegemonía nunca duró. En
cierto sentido, tomando en cuenta nuestros análisis anteriores,
no es demasiado difícil responder a estos interrogantes. Hemos
visto que la peculiar estructura de una economía-mundo (una
sola división del trabajo, múltiples estructuras estatales aunque
parte de un sistema interestatal y por supuesto múltiples
culturas aunque comprendidas en una geocultura) se halla en
peculiar consonancia con las necesidades de un sistema
capitalista. Un imperio-inundo, por otra parte, paralizaría de
hecho al capitalismo, porque significaría la existencia de una
estructura política con capacidad para imponerse a la
acumulación incesante de capital. Esto es por supuesto lo que ha
sucedido repetidamente en todos los imperios-mundo que han
existido antes del sistema-mundo moderno. Por ello, cuando
algún estado parece empeñado en transformar el sistema en un
imperio-mundo, encuentra que se enfrenta eventualmente a la
hostilidad de las mayores empresas capitalistas de la economía-
mundo. ¿Cómo pueden entonces los estados lograr la
hegemonía? La hegemonía, a fin de cuentas, puede ser muy útil a
las empresas capitalistas, en particular si dichas empresas están
vinculadas políticamente con el poder hegemónico. La
hegemonía tiene lugar, por lo común a la sombra de largos
periodos de deterioro relativo del orden mundial al estilo de
"guerra de los treinta años": guerras, esto es, que involucraron a
todos los principales sitios económicos del sistema-mundo y que
han enfrentado históricamente a una alianza en torno del
constructor putativo del imperio-mundo contra una alianza
constituida en torno del poder hegemónico putativo. La
hegemonía crea un tipo de estabilidad dentro del cual las
empresas capitalistas, especialmente las industrias de punta

106
monopólicas, florecen. La hegemonía es popular entre los
ciudadanos comunes porque parece garantizar no sólo el mero
orden sino también un futuro próspero para todos.
¿Por qué no entonces una hegemonía permanente? Como con
los cuasimonopolios en la producción, el poder cuasiabsoluto
en las hegemonías se autodestruye. Para convertirse en poder
hegemónico es vitalmente importante concentrar la eficiencia
productiva que es el sustento del papel hegemónico. Para
mantener la hegemonía, el poder hegemónico debe desviarse en
funciones políticas y militares, lo cual es no sólo caro sino
también abrasivo. Tarde o temprano, en general temprano, los
otros estados comienzan a mejorar su eficiencia económica a
punto tal que la superioridad del poder hegemónico es
disminuida considerablemente, y eventualmente desaparece.
Con ella desaparece la influencia política. Y ahora se ve
entonces forzada a utilizar la fuerza militar, no sólo a amenazar
con hacerlo, y su uso del poder militar no sólo es su primer
signo de debilidad sino también la fuente de la declinación
futura. El uso de una fuerza "imperial" socava el poder
económico económica y políticamente, y es generalmente
percibido como un signo de debilidad, no de fuerza, externa e
internamente. Lejos de definir el lenguaje cultural mundial,
un poder hegemónico en decadencia encuentra que su
vocabulario preferido no está al día y no es aceptado en forma
instantánea.
Cuando el poder hegemónico declina, siempre hay otros que
intentan remplazado. Pero semejantes reemplazos llevan
mucho tiempo y producen, en última instancia otra "guerra de
los treinta años". Por ello la hegemonía es crucial, repetida y
siempre relativamente breve. La economía del mundo
capitalista necesita de los estados, necesita del sistema
interestatal y necesita de la aparición periódica de poderes

107
hegemónicos. Pero la prioridad de los capitalistas no es nunca
el mantenimiento, y mucho menos la glorificación de ninguna
de estas estructuras. La prioridad es siempre la acumulación
incesante de capital, y ésta se logra de la mejor manera con un
siempre cambiante cuadro de dominios políticos y culturales
dentro del que las empresas capitalistas puedan maniobrar,
obteniendo su apoyo de los estados pero buscando escapar a su
tutela.

108
4. LA CREACIÓN DE UNA GEOCULTURA:
IDEOLOGÍAS, MOVIMIENTOS SOCIALES,
CIENCIAS SOCIALES

La Revolución francesa, como hemos destacado, fue un


punto de inflexión en la historia cultural del sistema-mundo
moderno, habiendo provocado dos cambios fundamentales de
los que se puede decir que constituyen las bases de lo que se
transformó en la geocultura del sistema-mundo moderno: la
normalización del cambio político y la reformulación del
concepto de soberanía, ahora depositada en el pueblo, que
está constituido por "ciudadanos". Y este concepto, como
hemos dicho, aunque se supone incluyente, en la práctica
excluye a muchos.
La historia política del sistema-mundo moderno en los siglos
XIX y XX se convirtió en la historia de un debate sobre la línea
que divide a quienes están incluidos de los excluidos, pero este
debate estaba teniendo lugar dentro del marco de una geocultura
que proclamaba la inclusión de todos como la definición de una
sociedad justa. Este dilema político fue disputado en tres arenas
diferentes: las ideologías, los movimientos antisistémicos, y las
ciencias sociales. Estas arenas aparecen separadas. Anuncian su
separación. Pero en realidad, se encuentran íntimamente
ligadas entre sí. Examinemos a cada una de ellas
sucesivamente. Una ideología es más que un conjunto de ideas
o teorías. Es más que un compromiso moral o una cosmovisión.
Es una estrategia coherente en la arena social mediante la cual
uno puede sacar específicas conclusiones políticas. En este
sentido, uno no necesitaba de ideologías en los sistemas-mundo
previos o incluso en el sistema-mundo moderno antes de que el
concepto de normalidad del cambio y el del ciudadano como
último responsable de ese cambio fueran adoptados como

109
estructuras básicas de las instituciones políticas. Las ideologías
presumen que existen grupos en competencia, con estrategias a
largo plazo enfrentadas acerca de cómo efectuar el cambio y
quién es el mejor capacitado para dirigirlo. Las ideologías
nacieron a la sombra de la Revolución francesa.
La primera ideología en nacer fue la de los conservadores. Ésta
fue la ideología de quienes pensaban que la Revolución
francesa y sus principios eran un desastre social. Casi
inmediatamente, algunos textos básicos fueron escritos, uno por
Edmund Burke en Inglaterra en 1790 y luego toda una serie por
Joseph de Maistre en Francia. Ambos autores habían sido
anteriormente reformistas moderados. Ambos anunciarían
ahora una ideología archiconservadora como reacción a lo que
veían como un peligroso intento de intervención radical en la
estructura básica del orden social.
Lo que particularmente los preocupaba era el argumento
acerca de la infinita maleabilidad del orden social, su infinita
posibilidad de mejoramiento y que la intervención política podía y
debía acelerar los cambios. Los conservadores consideraban que
semejante intervención era una soberbia, de características
extremadamente peligrosas. Sus opiniones se basaban en una
visión pesimista de la capacidad moral del hombre; encontraban
falso e intolerable el optimismo fundamental de los
revolucionarios franceses. Pensaban que cualquier carencia que
existiera en el orden social en el que vivían causaría, en última
instancia, menos daños que las instituciones que serían creadas
como resultado de semejante soberbia. Luego de 1793 y del Reino
del Terror, en el cual los revolucionarios franceses enviaron a
otros revolucionarios franceses a la guillotina por no ser lo
suficientemente revolucionarios, los ideólogos conservadores
tendieron a formular sus opiniones diciendo que la revolución
como proceso, llevaba, casi en forma inevitable a tales reinos

110
del terror.
Los conservadores eran, ¡mes, contrarrevolucionarios. Eran
"reaccionarios" en el sentido de que estaban reaccionando contra
los cambios drásticos de la revolución y deseaban "restaurar" lo
que había comenzado a denominarse anden régime. Los
conservadores no estaban necesariamente opuestos
completamente a toda evolución de las costumbres y las leyes.
Simplemente predicaban una profunda cautela e insistían que los
únicos que podían decidir sobre tales cambios debían ser
individuos responsables en las instituciones sociales tradi-
cionales. Sospechaban en particular de la idea que cualquiera
podía ser un ciudadano —en igualdad de derechos y deberes—
puesto que la mayor parte de la gente, en su opinión ni tenía, ni
tendría nunca, el juicio necesario para tomar decisiones
sociopolíticas de importancia. Ellos ponían su confianza, en
cambio, en la jerarquía política y las estructuras religiosas. En las
más importantes, por supuesto, pero en cierto sentido, aún más
en las estructuras locales: las mejores familias, la "comunidad,"
cualquier ente que cayera bajo el control de los notables. Y
ponían su fe en la familia, esto es, la estructura familiar patriarcal
y jerárquica. La fe en la jerarquía (como hecho inevitable y
deseable) es la marca del conservadurismo.
La estrategia política era clara: restaurar y mantener la
autoridad de estas instituciones tradicionales, y someterse a sus
dictados. Si el resultado era el cambio político muy lento, o la
ausencia de cambio político, que lo fuera. Y si estas
instituciones decidían implementar un proceso evolutivo lento,
pues que lo fuera. El respeto por la jerarquía era, según criterio
de los conservadores, la única garantía de orden. Los
conservadores aborrecían la democracia, porque para ellos
marcaba el fin del respeto por la jerarquía. Es más, sospechaban
del acceso irrestricto a la educación, la cual para ellos debería

111
estar reservada al entrenamiento de los cuadros dirigentes. Los
conservadores creían que el golfo entre la capacidad de las clases
altas y las clases bajas no era tan sólo insuperable sino parte
básica del carácter humano y por lo tanto un designio celestial.
La Revolución francesa, definida restrictivamente, no duró
demasiado. Se trasmutó en el régimen de Napoleón Bonaparte
quien traspuso su confianza universalista y fervor misionero en la
expansión imperial francesa justificada por la herencia
revolucionaria. Políticamente, la ideología conservadora estaba
en ascenso en todas partes luego de 1794, y presumiblemente
accedió al poder luego de la derrota de Napoleón en 1815 en
una Europa dominada por la Sagrada Alianza. Quienes
pensaban que cualquier retorno al antiguo régimen era tanto
indeseable como imposible tuvieron que reagrupar-se y
desarrollar una contraideología. Esta contraideología fue lo que
se llamó liberalismo.
Los liberales deseaban distanciarse de cualquier asociación con
el reino del terror pero salvar sin embargo lo que consideraban
el espíritu subyacente que había surgido de la Revolución
francesa. Insistían que el cambio no era tan sólo normal sino
inevitable, porque vivían en un mundo de progreso constante
hacia una sociedad justa. Reconocían que los cambios
apresurados podían ser, y de hecho lo habían sido,
contraproducentes, pero insistían en que las jerarquías tradicio-
nales eran insostenibles y básicamente ilegítimas. El eslogan de la
Revolución francesa que más los seducía era el de "carreras
abiertas a los talentos" (la carriére ouverte aux talents), una idea hoy
más comúnmente conocida mediante frases como "igualdad de
oportunidades" y "meritocracia". Fue en torno de tales lemas que
los liberales edificaron su ideología. Los liberales trazaban una
distinción entre los distintos tipos de jerarquía. No estaban en
contra de lo que consideraban jerarquías naturales, estaban en

112
contra de las jerarquías heredadas. Las jerarquías naturales,
argumentaban, no sólo eran naturales sino también aceptables
para las masas populares y por lo tanto una base legítima y
legitimada de autoridad, mientras que las jerarquías heredadas
tornaban imposible la movilidad social.
En contra de los conservadores que constituían el "Partido del
Orden" los liberales se presentaban como el "Partido del
Movimiento". Las situaciones cambiantes demandaban la reforma
constante de las instituciones. Pero el consiguiente cambio social
debería ocurrir a un ritmo natural (es decir, ni demasiado lento
ni demasiado rápido). La pregunta que los liberales planteaban
era quién debía tomar el liderazgo durante tales reformas
necesarias. No ponían su confianza en las jerarquías
tradicionales, nacionales o locales, clericales o seculares. Pero
también sospechaban de las masas populares, la plebe, a la que
consideraban esencialmente carente de educación y en conse-
cuencia irracional.
Esto significaba, concluían los liberales, que existía sólo un
grupo capaz de asumir sobre sí la responsabilidad de decidir qué
cambios eran necesarios: los especialistas. Los especialistas, por
definición, entendían las realidades de cualquier sujeto que
hubieran estudiado y por lo tanto eran los mejor capacitados
para formular las reformas que eran necesarias y deseables. Los
especialistas, por su capacitación, tendían a ser prudentes y
perspicaces. Tomaban en cuenta tanto las posibilidades como
los riesgos del cambio. Puesto que toda persona educada era
especialista en algo, se seguía que a todos aquellos a los que se les
permitiera ejercer el papel de ciudadanos serían personas
educadas y por lo tanto especialistas. Otros individuos podían
ser admitidos posteriormente en este papel, cuando hubieran
recibido la educación adecuada que les permitiera sumarse a la
sociedad de hombres educados y racionales.

113
Pero, ¿qué tipo de educación? Los liberales argumentaban que
la educación debía cambiar de eje, de las "tradicionales" formas
del saber, lo que hoy denominamos humanidades, hacía la
única base teórica de saber práctico: la ciencia. La ciencia
(remplazando no sólo la teología sino también la filosofía) ofrecía
el camino para el progreso material y tecnológico, y por lo tanto
para el progreso moral.
De todos los tipos de especialistas, los científicos representaban
la cima del trabajo intelectual, el summum bonum. Sólo los líderes
políticos que basaran los programas inmediatos en el saber
científico eran guías confiables para el bienestar futuro. Como
puede verse, el liberalismo era una ideología moderada en lo
atinente a cambios sociales. De hecho, siempre destacó su
moderación, su "centrismo" en la arena política. Alrededor de
1950, un liberal estadounidense, Arthur Schlesinger jr., escribió
un libro sobre el liberalismo, al que tituló The Vital Center.
En la primera mitad del siglo XIX, la escena ideológica era un
conflicto básico entre los conservadores y los liberales. No había
en verdad un grupo poderoso que abrazara una ideología más
radical. Quienes se inclinaban al radicalismo, se asociaban con
frecuencia a movimientos liberales como pequeños apéndices, o
buscaban crear pequeños focos de opiniones divergentes. Se
llamaban a sí mismos demócratas, o radicales, o a veces,
socialistas. No tenían, obviamente, simpatía alguna por la
ideología conservadora. Pero hallaban que los liberales, incluso
aunque aceptaran la normalidad del cambio y apoyaran (por lo
menos en teoría) el concepto de ciudadanía, eran extrema-
damente tímidos y tenían en realidad mucho miedo de todo
cambio fundamental.
Fue la "revolución mundial" de 1848 la que transformó el
panorama ideológico de uno con dos contendientes ideológicos
(conservadores contra liberales) en otro con tres: conservadores a
114
la derecha, liberales en el centro y radicales a la izquierda. ¿Qué
sucedió en 1848? Esencialmente dos cosas. Por un lado, tuvo
lugar la primera "revolución social" verdadera de la era
moderna. Por un breve periodo, un movimiento apoyado por
trabajadores urbanos pareció adquirir cierto poder en Francia, y
este movimiento tuvo su resonancia en otros países. La
preeminencia política de este grupo no habría de durar mucho.
Pero fue un aterrador llamado de atención para quienes contaban
con poder y privilegios. Al mismo tiempo, otra revolución, o
serie de revoluciones que los historiadores denominaron "la
primavera de las naciones". En un número de países, tuvieron
lugar una serie de levantamientos nacionales o nacionalistas.
Fueron igualmente derrotados, y asustaron del mismo modo a
los que detentaban el poder. Esta combinación marcó el
comienzo de un esquema con el que funcionaría el sistema-
mundo durante los siguientes ciento cincuenta años y aún más:
movimientos antisistémicos como actores políticos clave.

La revolución mundial de 1848 fue una llamarada repentina


que fue ahogada, y a la que siguió una profunda represión
durante muchos años. Pero la revolución planteó numerosas
preguntas en cuanto a estrategias, esto es, ideologías. Los
conservadores sacaron una clara lección de estos hechos. Vieron
que las ciegas tácticas reaccionarias del príncipe Metternich,
quien sirviera durante cuarenta años como ministro de estado
(en los hechos, como ministro de relaciones exteriores) de
Austria-Hungría y que había sido el espíritu movilizador detrás
de la Sagrada Alianza destinada a aplastar los movimientos
revolucionarios europeos, y de todos los que se alineaban detrás
de él, eran contraproducentes. Sus tácticas no servían a largo
plazo ni para mantener las tradiciones ni para garantizar el
orden. Por el contrario, provocaban ira, resentimiento y
organizaciones subversivas y por lo tanto socavaban el orden.

115
Los conservadores se dieron cuenta de que el único país en evitar
una revolución en 1848 fue Inglaterra, aunque había padecido el
movimiento radical más significativo de Europa en el decenio
anterior. El secreto parecía ser el modelo de conservadurismo
predicado y practicado en ese territorio entre 1820 y 1850 por
Sir Robert Peel, el cual consistía en oportunas (pero limitadas)
concesiones destinadas a minar a largo plazo la seducción de
acciones radicales. En los siguientes dos decenios, Europa vio
cómo las tácticas de Peel tomaron fuerza en lo que se denominó
el "conservadurismo iluminado" que floreció no sólo en
Inglaterra sino también en Francia y Alemania.
Entretanto, los radicales sacaron conclusiones estratégicas de
sus fracasos en las revoluciones de 1848. Ya no deseaban jugar el
papel de apéndice de los liberales. Pero la espontaneidad, que
había sido un recurso importante de los radicales anteriores a
1848 había demostrado tener sus límites. La violencia espontánea
tenía el efecto de lanzar un papel al fuego. El fuego se alzaba
pero con la misma rapidez se extinguía. Tal violencia no era un
combustible duradero. Algunos radicales antes de 1848 habían
presentado una alternativa, la creación de comunidades utópicas
que retiraran su participación en la arena social. Pero este
proyecto carecía de atractivo para la mayoría de la gente, y
generó un impacto menor sobre la totalidad del sistema histórico
que las rebeliones espontáneas. Los radicales buscaba una
estrategia alternativa efectiva, y la encontrarían en la
organización, una organización a largo plazo, sistemática, que
preparara políticamente el terreno para un cambio social
fundamental.
Finalmente, los liberales también sacaron sus lecciones de las
revoluciones de 1848. Se dieron cuenta de que era insuficiente
predicar las virtudes de la confianza en los especialistas para
llevar a cabo cambios sociales en el momento adecuado y de

116
manera razonable. Tenían que operar activamente en la arena
política para que los problemas les fueran presentados
efectivamente a los especialistas. Y para ellos esto significó lidiar
tanto con sus rivales conservadores como con los nuevos y
emergentes rivales radicales. Si los liberales deseaban presentarse
como el centro político, tenían que trabajan con un programa que
fuera "centrista" en sus demandas, y con una serie de tácticas
que los ubicara en algún lugar a medio camino entre la resistencia
conservadora a cualquier cambio y la insistencia radical por
cambios expeditivos. El periodo entre 1848 y la primera guerra
mundial vio cómo se delineaba claramente un programa liberal
para los países centrales del sistema-mundo moderno. Estos
países buscaban establecerse corno "estados liberales"; esto es,
estados basados en el concepto de ciudadanía, una serie de
garantías contra la arbitrariedad de las autoridades y una cierta
apertura en la vida pública. El programa que los liberales
desarrollaron tenía tres aspectos centrales: la gradual extensión
del voto y, concomitantemente con éste y esencial para ello, la
expansión del acceso a la educación; acrecentar la función del
estado en la protección de sus ciudadanos contra los peligros en
el lugar de trabajo, expandir las prestaciones sanitarias y el
acceso a éstas y minimizar las fluctuaciones de ingreso en el ciclo
vital, transformando a los ciudadanos de un estado en una
"nación". Si uno observa detenidamente, estos tres elementos
son una traducción del lema "libertad, igualdad y fraternidad" a
la política pública.
Hay dos cuestiones principales a tener en cuenta en este
programa liberal. La primera es que había sido implementado
en gran medida en el momento de la primera guerra mundial,
al menos en el mundo paneuropeo. La segunda es que los
partidos liberales no siempre fueron aquellos que más hicieron
por implementar el programa. Es curioso, pero el programa

117
liberal fue llevado a la práctica en buena medida por otros, no
por los liberales, a consecuencia de la revisión de las estrategias
de las tres ideologías que tuvo lugar luego de las revoluciones
de 1848. Los liberales tendieron a retraerse, tímidos en la
prosecución de su propio programa. Los conservadores, por su
parle, decidieron que el programa liberal era modesto y
esencialmente sensato. Comenzaron a legislarlo, la extensión del
sufragio por Disraeli, la legalización de los sindicatos por
Napoleón III, la invención del estado asistencialista de Bismarck.
Y los radicales comenzaron a aceptar estas reformas limitadas,
incluso a abogar por ellas, mientras construían su base
organizativa para un acceso futuro al poder gubernamental.
La combinación de estos tres giros tácticos por los tres grupos
ideológicos determinó que el programa liberal se convirtiera en
efecto en la característica definitoria común de la geocultura, los
conservadores y los radicales habiéndose transformado en meras
variantes o avatares de los liberales, con quienes sus diferencias se
habían vuelto marginales más que fundamentales. Es en particular
en el tercer pilar de la "fraternidad" que podemos observar una
firme confluencia de las tres posturas ideológicas. ¿Cómo se crea
una nación? Mediante el señalamiento de cómo la ciudadanía
excluye a los otros que están fuera de ella. Uno crea una nación
predicando el nacionalismo. El nacionalismo fue enseñado en el
siglo XIX a través de tres instituciones esenciales: las escuelas
primarias, el ejército y las fiestas nacionales.
Las escuelas primarias fueron la estrella de los liberales,
aplaudidas por los radicales y toleradas por los conservadores.
Ellas convertían a los trabajadores y campesinos en ciudadanos
con un mínimo de capacidad necesaria para llevar a cabo tas
obligaciones nacionales: la famosa tríada de leer, escribir y
aritmética. Las escuelas enseñaban las virtudes cívicas,
eliminando los particularismos y prejuicios de las estructuras

118
familiares. Y sobre todo, enseñaban el idioma nacional. A principios
del siglo XIX, pocos países europeos poseían en la práctica un idio-
ma nacional único. A fines del siglo, la mayoría ya lo había
adquirido.
El nacionalismo se asegura mediante la hostilidad a los
enemigos. La mayor parte de los estados en el centro buscan
insuflar esta hostilidad hacia algún vecino, sobre alguna base
cualquiera. Pero existe otra manera de hostilidad, en última
instancia más importante, la del mundo paneuropeo contra el
resto del mundo, una hostilidad institucionalizada como
racismo. Este se encontraba en la difusión del concepto de
"civilización", en singular, no en plural. El mundo paneuropeo,
dominador económico político del sistema-mundo se definía a
sí mismo como el corazón, la culminación de un proceso civiliza-
torio que podía rastrearse a las presuntas raíces europeas en la
antigüedad. Dado el estado de su civilización y tecnología en el
siglo XIX, el mundo paneuropeo sostenía que debía imponerse,
tanto cultural como políticamente, a iodos los demás, el "yugo
del hombre blanco" de Kipling, el "destino manifiesto" de los
Estados Unidos, la mission civilisatrice de Francia.
El siglo XIX se convirtió en el siglo de un renovado
imperialismo directo, con un detalle agregado. La conquista
imperial ya no era sólo una acción del estado, o siquiera del
estado alentado por las iglesias. Se había convertido en la pasión
de la nación, la obligación de la ciudadanía. Y fue esta última
parte del programa liberal que fuera asumido con pasión por los
conservadores, quienes vieron en ella un método seguro para
acallar las divisiones de clase y por lo tanto para garantizar el
orden interno.
Cuando virtualmente todos los partidos socialistas europeos
optaron en 1914 por alinearse con las facciones nacionalistas
durante la guerra, fue evidente que el análisis conservador

119
sobre el efecto del nacionalismo en las antiguas clases
peligrosas había sido correcto. El triunfo del liberalismo en
definir la geocultura del sistema-mundo moderno en el siglo XIX
y la mayor parte del XX fue institucionalmente posible por el
desarrollo de los basamentos del estado liberal. Pero también fue
posible por el alza y la creciente importancia de los movimientos
antisistémicos. Esto puede parecer paradójico, puesto que los
movimientos antisistémicos existen, en principio para socavar el
sistema, no para sostenerlo. Sin embargo, las actividades de
estos movimientos sirvieron en conjunto para reforzar
considerablemente el sistema. La disección de esta aparente
paradoja es crucial para entender el modo en el que la
economía-mundo capitalista —en constante crecimiento tanto en
tamaño como en riqueza y simultáneamente la polarización de
sus beneficios— lo ha mantenido en su lugar.
Dentro de los estados, los intentos de los grupos por lograr
la inclusión como ciudadanos fue el foco central de los
movimientos antisistémicos, esto es, de organizaciones que
buscaban cambios fundamentales en la organización social.
Buscaban, en cierto sentido implementar el lema de libertad,
igualdad y fraternidad de un modo distinto del de los
liberales. El primer grupo excluido en crear organizaciones
importantes fue la clase trabajadora industrial urbana, a la que
se conoce como proletariado. Este grupo estaba concentrado en
unas pocas localidades urbanas y sus miembros tenían facilidad
para comunicarse entre sí. Cuando comenzaron a organizarse,
las condiciones de trabajo y el nivel de recompensa eran
obviamente pobres. Y estos trabajadores desempeñaban una
función clave en las más importantes actividades productivas
que generaban plusvalía.
Hacia mediados del siglo XIX las organizaciones del trabajo
(los sindicatos) y las organizaciones políticas (los partidos

120
socialistas y de los trabajadores) comenzaron a surgir, primero
en los centros más importantes de producción industrial
(Europa occidental y América del Norte) y luego en otras áreas.
Durante la mayor parte del siglo XIX y buena parte del XX, las
maquinarias estatales fueron hostiles a estas organizaciones, al
igual que las empresas. Se daba por hecho que la lucha de
clases se desarrollaba en un campo disparejo en el cual los
"movimientos sociales" se enfrentaban en una difícil batalla para
obtener sucesivas y relativamente pequeñas concesiones.
Dentro de este patrón de sordas luchas políticas existía otro
elemento que nos retorna a nuestra discusión sobre las
unidades domésticas y los grupos de estatus c identidad. El
movimiento social definía su lucha como la de los trabajadores
contra los capitalistas. Pero ¿quiénes eran los trabajadores? En la
práctica, tendían a ser definidos como adultos varones del grupo
étnico dominante de un país determinado. Eran, en su mayoría,
trabajadores calificados o semicalificados, con alguna educación,
y constituían la mayor parte de la fuerza laboral industrial
mundial en el siglo XIX. Quienes estaban "excluidos" de esta
categoría se daban cuenta que puesto que tenían muy poco
espacio en las organizaciones socialistas/de trabajadores, tenían
que organizarse en categorías de grupos de estatus (las mujeres
por un lado, y los grupos raciales, religiosos, lingüísticos y
étnicos por el otro). Estos grupos eran con frecuencia
antisistémicos al igual que los movimientos de trabajadores y
socialistas, pero definían sus reclamos de modo
sustancialmente diferente.
Sin embargo, al organizarse a lo largo de estos criterios,
entraban en competencia y con frecuencia se oponían a las
organizaciones de base clasista de los trabajadores. Desde 1830
hasta 1070, la historia de las relaciones entre estos dos tipos de
movimientos antisistémicos fue de una gran tensión, incluso

121
hostilidad, con, cuando mucho, ocasionales interludios de
simpatía y cooperación. Más aún, durante este periodo, las
múltiples organizaciones de grupos de estatus e identidad
encontraron tan difícil el colaborar entre sí como el hacerlo con
las organizaciones de trabajadores y socialistas.
Como estas organizaciones de grupos de estatus e identidad
definieran sus objetivos a largo plazo (y muchos de ellos no
hablaban del asunto), sus objetivos a mediano plazo se
agrupaban lodos en torno al tema de la extensión de los derechos
de la ciudadanía a los grupos excluidos. Todos encontraban por lo
menos resistencia, y con frecuencia activa hostilidad a sus
propuestas de inclusión dentro del marco de ciudadanos plenos
del estado liberal. Se enfrentaban a dos cuestiones estratégicas
fundamentales. La primera fue decidir cuál estrategia de
mediano plazo sería la más eficaz. La segunda fue qué tipo de
alianzas debía establecer cada tipo de movimiento antisistémico
con sus pares. Ninguna de estas dos cuestiones pudo ser
resuelta fácil o sencillamente.
Los grupos excluidos tenían ciertas dificultades obvias e
inmediatas en su organización política. La ley, con frecuencia,
limitaba de muchos modos, su derecho a organizarse. Los
miembros potenciales eran en su mayor parte individualmente
débiles en lo que respecta a su cuota de poder. Carecían en
forma colectiva (o en su mayor parte en forma individual) de un
acceso importante a fuentes de dinero. Las instituciones
principales de los diversos estados tendían a ser hostiles a sus
esfuerzos. Los grupos eran por lo tanto fácilmente oprimidos.
En suma, el proceso de organización fue largo y lento, y
pasaron la mayor parte de este periodo simplemente
manteniéndose a flote como organizaciones.
Un debate básico involucró decidir si era más importante
para los grupos oprimidos el modificarse a sí mismo o el

122
modificar las instituciones que los oprimían. Esto fue a veces
expresado como la diferencia entre una estrategia cultural y
una política. Por ejemplo, para un grupo nacionalista, ¿es más
importante resucitar un agónico idioma nacional o elegir
personas de su grupo para la legislatura? Para un movimiento
de trabajadores, ¿es más importante rechazar la legitimidad de
todos los estados (anarquismo) o la transformación de los es-
tados existentes? Las luchas internas de los movimientos en
cuestiones de estrategia eran feroces, persistentes,
profundamente divisorias y apasionadamente abrazadas por
sus participantes.
Por cierto, ambos énfasis no eran de hecho mutuamente
excluyentes, pero muchos sentían que los llevaban a direcciones
estratégicas muy diferentes. En el caso de la opción cultural, si
así podemos llamarla, fue que los cambios políticos eran vistos
como superficiales y cooptativos y viciaban los objetivos
subyacentes, radicales o anti-sistémicos. Existía además un
argumento sociopsicológico, que el sistema mantenía a los
individuos cautivos al organizar sus psiques, y que el
desmantelar la socialización de estas psiques era un
prerrequisito indispensable para el cambio social. El argumento
de la opción política era que los proponentes de la opción
cultural eran víctimas inocentes de espejismos, puesto que
asumían que los poderes a cargo les permitirían llevar a cabo el
tipo de cambios culturales profundos que imaginaban. Quienes
argumentaban a favor de la opción política siempre enfatizaban
la realidad del poder, e insistían que la transformación de las
relaciones de poder, no el cambio de las psiques de los
oprimidos, era el prerrequisito para cualquier cambio real.
Lo que históricamente tuvo lugar fue que luego de treinta a
cincuenta años de debate tanto amistoso como virulento, los
proponentes de la opción política ganaron la batalla interna en

123
lodos los movimientos antisistémicos. La constante supresión de
las actividades de los movimientos de ambos signos por los
poderes a cargo hizo que las opciones culturales en toda su
variedad aparecieran como inviables para los movimientos
antisistémicos. Más y más las personas se volcaron a la
"militancia" y más y más los militantes se dedicaron a estar "bien
organizados", y la combinación sólo podía ser llevada a cabo de
manera eficiente por grupos que hubieran elegido la opción
política. A comienzos del siglo XX, uno podía decir no sólo que la
opción política había triunfado en el debate sobre la estrategia
sino que los movimientos antisistémicos habían acordado —
cada variante por separado, pero en forma paralela— en un plan
de acción de dos pasos: primero, la obtención del poder estatal;
segundo, la transformación del mundo/el estado/la sociedad.
Claro que subsistía un profundo nivel de ambigüedad en esta
estrategia de dos pasos. La primera pregunta era qué significaba
obtener el poder estatal, y cómo podía llevarse a cabo. (La
pregunta acerca de cómo transformar el mundo/el estado/la
sociedad era debatida con menor frecuencia, tal vez porque era
percibida como una pregunta hacia el futuro más que como una
pregunta hacia el presente.) Por ejemplo, ¿el poder estatal se
conseguía mediante la extensión del sufragio? ¿Mediante la
participación en elecciones y entonces en los gobiernos? ¿Incluía
el compartir el poder o el arrebatarle el poder a los otros?
¿Suponía cambios en las estructuras estatales o simplemente
controlar las existentes? Ninguna de estas preguntas fue
respondida en su totalidad, y la mayoría de las organizaciones
sobrevivían de mejor modo cuando permitían a partisanos de
distintas y a veces contradictorias posturas, permanecer en su
seno.
Incluso una vez que el plan de acción de dos pasos fue
convertido en el foco central de la acción organizativa, los

124
debates internos no cesaron. La pregunta entonces se convirtió en
¿cómo puede uno apropiarse de la maquinaria estatal? El debate
clásico tuvo lugar entre la Segunda y Tercera Internacional, un
debate que había comenzado antes, dentro del marco de los
partidos socialdemócratas. Era con frecuencia, aunque
erróneamente enmarcado, como el debate entre el reformismo y
la actividad revolucionaria. Cuando Eduard Bernstein urgía al
partido socialdemócrata alemán a adherirse a su "revisionismo"
¿qué era lo que estaba argumentando? Esencialmente, el eje de
su argumentación incorporaba una serie de premisas sucesivas: La
mayoría de la población era "trabajadora", esto es, trabajadores
industriales y sus familiares. El voto universal (masculino)
convertiría a todos los trabajadores en ciudadanos plenos. Los
trabajadores podrían entonces votar según sus intereses, lo que
significaba el apoyo al partido socialdemócrata. Ergo, una vez
que existiera el voto masculino universal, los trabajadores
llevarían al Partido Socialdemócrata al poder. Una vez en el
poder, los socialdemócratas aprobarían la legislación necesaria
para transformar el país en una sociedad socialista. Cada una de
estas premisas sucesivas parecía lógica. Cada una de estas
premisas resultó ser falsa.
La postura revolucionaria era diferente. Su formulación clásica
por Lenin, era que en muchos países los proletarios no
constituían la mayoría de la población. En muchos países no
existían procesos electorales libres, y si los había, la burguesía
no respetaría los resultados si el proletariado intentara votar su
acceso al poder. La burguesía, sencillamente, no lo permitiría.
Los revolucionarios sugirieron una serie de contrapremisas: el
proletariado urbano era el único actor histórico progresivo.
Incluso los proletarios urbanos, para no hablar del resto de la
población (trabajadores rurales, por ejemplo) no estaban
siempre en sintonía con sus propios intereses. Los militantes de

125
los partidos de trabajadores eran capaces de definir los intereses
del proletariado urbano más claramente que el proletario
promedio, y podían inducir a los trabajadores a que
comprendieran sus propios intereses. Estos militantes podían
organizarse de manera clandestina)' alcanzar el poder mediante
una insurrección con la que ganarían el apoyo del proletariado
urbano. Podrían entonces imponer una "dictadura del
proletariado" y transformar el país en una sociedad socialista.
Cada una de las sucesivas premisas parecía lógica. Cada una de
estas premisas resultó ser falsa.
Uno de los mayores problemas de los movimientos
antisistémicos a fines del siglo XIX y la mayor parte de siglo XX
fue su incapacidad para encontrar un terreno en común. La
actitud dominante en cada variedad de movimiento
antisistémicos fue que las quejas que sus adherentes articulaban
eran las fundamentales y que las quejas de los otros movimientos
era secundarias y servían como distracción. Cada variedad
insistía que sus quejas debían ser resueltas en primera instan-
cia. Cada una argüía que la solución exitosa de sus problemas
crearía una situación en la cual las demás quejas podrían ser
resueltas subsecuente y consecuentemente.
Observamos esto en las difíciles relaciones entre los
movimientos de trabajadores y socialistas y los movimientos de
mujeres. La actitud de los sindicatos frente a los movimientos
de mujeres era básicamente que el empleo de mujeres era un
mecanismo utilizado por los empleadores para obtener mano de
obra barata y que por lo tanto representaba una amenaza a los
intereses de la clase trabajadora. La mayor parte de los
trabajadores urbanos durante el siglo XIX y buena parte del XX
creían en un modelo social en el que las mujeres casadas serían
amas de casa que permanecerían al margen del mercado
laboral. En vez del acceso de las mujeres al mercado laboral, los

126
sindicatos luchaban por obtener lo que se denomina "salario
familiar" es decir, un salario suficiente para que el trabajador
industrial masculino pueda mantenerse a sí mismo, a su esposa y
a sus hijos menores.
Los partidos socialistas se encontraban, en muchos casos, con
más dudas sobre el papel de las organizaciones de mujeres. Con
excepción de los grupos de mujeres que se definían como
secciones de los partidos socialistas y cuyo objetivo era organizar
a las esposas e hijas de los miembros del partido con motivos
educacionales, las organizaciones de mujeres eran consideradas
organizaciones burguesas, puesto que su liderazgo provenía
con frecuencia de la fila de mujeres burguesas, y sus objetivos
eran percibidos cuando mucho como intereses secundarios de la
clase trabajadora. En cuanto al voto femenino, mientras que en
teoría los partidos socialistas estaban a favor de éste, en la
práctica eran profundamente escépticos. Creían que las mujeres
de clase trabajadora tenderían menos que los hombres a votar
por los partidos socialistas por la influencia sobre ellas de las
organizaciones religiosas que eran hostiles a los partidos
socialistas.
Las organizaciones de mujeres les devolvieron el favor. Veían
al trabajador y a los movimientos socialistas como
perpetradores de las actitudes patriarcales y de las políticas
contra las que estaban luchando. Las mujeres de clase media en
las organizaciones sufragistas con frecuencia argumentaban
que eran más educadas que los hombres de clase trabajadora, y
que de acuerdo con la lógica liberal, se seguía que se les debía
otorgar primero a ellas los derechos de ciudadanas plenas, lo que
históricamente no fue el caso en la mayoría de los países. Los
derechos legales para heredar, manejar dinero, firmar contratos
y en general actuar como individuos independientes a los ojos de
la ley eran, en general, de mucha más importancia para las

127
familias que contaban con propiedades. Y las campañas de las
mujeres contra los problemas sociales (alcoholismo, maltrato de
mujeres y niños) y por el control de sus propios cuerpos era con
frecuencia dirigida de manera más inmediata contra los
hombres de clase trabajadora que contra los hombres de clase
media.
La relación de los movimientos de trabajadores/sociales con
los movimientos étnicos/nacionalistas exhibieron dificultades
paralelas. Dentro de los países, los movimientos de trabajadores
consideraban a los movimientos étnicos de cualquier tipo como
mecanismos a través de los cuales se podía dividir a las clases
trabajadoras. Las demandas de inclusión en el mercado laboral
de los grupos étnicos y raciales oprimidos se encontró con la
misma respuesta que las demandas de las mujeres. Eran vistas
esencialmente como algo que servía a los intereses de los
empresarios, haciendo posible la obtención de mano de obra
barata. Muchos sindicatos buscaban excluir a tales "minorías" del
mercado laboral, no por completo pero sí de los segmentos asala-
riados más altos del mercado laboral, que eran tradicionalmente
reservados para los trabajadores del grupo étnico dominante. El
impulso por excluir a las minorías también reforzaba la oposición
a permitir la inmigración de zonas que pudieran aumentar o
fortalecer las filas de dichas minorías. Incluso fortaleció la
oposición a (o por lo menos la renuencia) los esfuerzos por
eliminar una variedad de tipos de labor compulsiva, ya que esto
haría posible que dichos trabajadores liberados compitieran en
el mercado laboral libre.
Una vez más, el antagonismo era aun mayor cuando era un
asunto del movimiento de trabajadores/social y su relación con
un movimiento puramente nacionalista, buscando la secesión
del estado dentro del cual el movimiento de trabajadores se
había constituido. Esto sucedía así ya fuera que el movimiento

128
estuviera en una región del mismo país o en un territorio
colonial "de ultramar" controlado por ese estado. Básicamente,
el movimiento de trabajadores/social argumentaba que la
"independencia" nacional no proporcionaría ninguna ventaja a
las clases trabajadoras del país secedido. Podría incluso ser
contraproducente si el viejo poder "imperial" contaba con una
legislatura o una estructura de poder menos hostil a los
intereses de los trabajadores que el putativo poder
"independiente". En todo caso, los partidos socialistas tendían a
insistir que lodos los estados burgueses eran iguales y que la
única cuestión importante era sí la clase trabajadora habría de
acceder al poder en uno u otro estado. Por lo tanto, el
nacionalismo era un espejismo y una distracción.
Aquí también los movimientos nacionalistas pagaron con la
misma moneda. Argumentaban que la opresión nacional era
real, inmediata y abrumadora. Argumentaban que cualquier
intento por seguir la agenda de los trabajadores significaba que
el "pueblo" estaría dividido y por lo tanto debilitado en sus
esfuerzos por asegurarse sus derechos como nación. Argüían que
si hubiera problemas particulares atinentes a las clases
trabajadoras, éstos podían ser resueltos de la mejor manera
dentro del marco de un estado independiente. Y de hecho, las
demandas culturales que presentaban (por ejemplo, las
relacionadas con el idioma) coincidían con los intereses directos
de las clases trabajadoras del país que el movimiento
nacionalista intentaba establecer, y que eran mucho más
plausibles de utilizar el propuesto idioma nacional que el
lenguaje oficial de la estructura política contra la cual los
nacionalistas se rebelaban.
Por último, las relaciones de las organizaciones de mujeres con
los grupos étnicos/nacionalistas no eran mejores. Los mismos
argumentos eran usados por ambas facciones. Por un lado, las

129
organizaciones de mujeres sostenían que no ganaban nada con el
incremento de los derechos ciudadanos de las minorías o por el
logro de la independencia nacional. Pero también afirmaban con
frecuencia que a las mujeres de clase media educadas se les
negaba el voto mientras que a las minorías virtualmente iletradas
o a los hombres inmigrantes se les daba el voto. En el caso de la
independencia nacional, argumentaban que no era más
probable que les fueran a dar los derechos tic los ciudadanos en
el nuevo estado que lo que era en el antiguo. Una vez más, volvía
el antagonismo. Los movimientos étnicos/nacionalistas veían a
los movimientos de las mujeres como representantes de los
intereses del grupo opresor, el grupo étnico dominante dentro
de un país, el poder imperial en los territorios coloniales. Veían
el problema de los derechos de las mujeres como secundario y
uno que podía resolverse una vez que sus problemas fueran
resueltos.
No es que faltaran personas (e incluso grupos) que intentaran
sobreponerse a estos antagonismos, y que sostuvieran la sinergia
fundamental de los diversos movimientos. Estas personas
buscaban la unificación de las luchas y en situaciones
particulares consiguieron ciertos éxitos al respecto. Pero el
cuadro de situación general de 1848 a por los menos 1945 era tal
que los unificadores tenían escaso impacto en la configuración
global de los movimientos antisistémicos. Las tres mayores
variantes de estos movimientos eran 1] trabajadores/sociales, 2]
étnico/nacionalistas y. 3] grupos de mujeres, y permanecían
esencialmente en sus posiciones, cada uno librando la batalla por
sus propias propuestas e ignorando o incluso enfrentándose a
los demás. Por el otro lado, hasta un punto sorprendente, a
pesar de su falta de coordinación (y ni hablar de cooperación) las
estrategias de los diversos tipos de movimientos resultaron ser
paralelas. La historia a largo plazo de estos movimientos es tal

130
que a fines del siglo XX todos habían alcanzado su objetivo
primordial —la integración formal a la ciudadanía— y ninguno
había logrado su objetivo secundario de utilizar su control del
estado para transformar a la sociedad. Ésta es una historia a la
que habremos de volver.
Con las ideologías elaboradas y constreñidas, con los
movimientos antisistémicos canalizando las energías del
descontento, lo que quedaba para asegurar la eficacia de una
geocultura era su aparato teórico. Éste era el papel de las
ciencias sociales. Ya hemos relatado el ascenso de las dos
culturas en el primer capítulo. Relatemos ahora brevemente
esta historia como un fenómeno de la geocultura emergente.
La ciencia social es un término inventado en el siglo XIX. Los
términos "ciencia" y "social" necesitan, cada uno, de una
explicación. ¿Por qué ciencia? En el siglo XIX, la ciencia era la
palabra clave para el logro del progreso, el fin común aceptado
del sistema-mundo. Hoy, esto no parece significativo. Pero en
esa época representaba, como hemos visto, un cambio básico en
el sistema de valores dominantes en el mundo del saber: de la
redención cristiana a la ilustración de las ideas del progreso
humano. El consiguiente llamado divorcio entre la filosofía y la
ciencia, lo que luego se denominaría "dos culturas" llevó al debate
epistemológico acerca de cómo sabemos lo que sabemos. En el
siglo XIX, en las estructuras de saber (en particular en el re-
cientemente revivido sistema universitario) y en general en el
mundo de la cultura, los científicos comenzaron a ganar
preeminencia sobre los filósofos y los humanistas. Los científicos
decían que eran ellos y sólo ellos quienes podían acceder a la
verdad. Decían que como científicos estaban completamente
desinteresados en lo bueno o lo bello, puesto que eran conceptos
no verificables empíricamente. Dejaron la búsqueda de lo bueno
y lo bello a los humanistas, quien en general estaban prestos a

131
refugiarse allí, adoptando, en términos generales, los versos de
Keats: "La belleza es la verdad; la verdad, belleza, eso es todo/ lo
que puedes conocer sobre esta tierra y todo lo que necesitas
conocer." En cierto sentido, los humanistas cedieron el control
sobre la búsqueda de la verdad a los científicos. Y en todo caso,
lo que el concepto de las dos culturas había conseguido, fue la
separación radical, por primera vez en la historia de la
humanidad, en el mundo del saber, entre la verdad, lo bueno y
lo bello.
Mientras los científicos concentraban sus estudios en los
fenómenos materiales y los humanistas en el estudio de los
trabajos creativos, se tornó evidente que había un área impórtame
cuya ubicación en esta división no era clara. Esto era la arena de
la acción social. Pero la Revolución francesa había hecho del
conocimiento de la arena social una preocupación central de las
autoridades públicas. Si el cambio político era normal y el
pueblo soberano, importaba en mucho el en-tender cuáles eran
las reglas por las cuales la arena social era constituida y cómo
operaba. La búsqueda de dicho conocimiento vino a llamarse
ciencias sociales. Las ciencias sociales nacieron en el siglo XIX y
fueron inmediata e inherentemente una arena tanto para la
confrontación política y para la lucha entre los científicos y los
humanistas por apropiarse de esta área para su metodología de
saber. Para quienes estaban en la arena pública (los estados y las
empresas capitalistas), el control de las ciencias sociales
significaba, en cierto sentido la habilidad de controlar el futuro.
Y para quienes se ubicaban en las estructuras del saber, tanto los
científicos como los humanistas consideraban a este terreno como
un anexo importante en su no muy fraternal lucha por el
control del poder y por la supremacía intelectual en los sistemas
universitarios.
En la segunda mitad del siglo XIX y en la primera mitad del

132
XX, como hemos argumentado, seis nombres fueron aceptados
como los que se ocupaban de la realidad social: historia,
economía, ciencia política, sociología, antropología y
orientalismo. La lógica subyacente a estos seis nombres, y por
lo tanto la división del trabajo en el estudio de la realidad social
derivaba de la situación social global en el siglo XIX. Existían
tres líneas divisorias. La primera estaba dada entre el estudio
del mundo occidental "civilizado" y el estudio del mundo no
moderno. La segunda distinción estaba marcada dentro del
mundo occidental entre el estudio del pasado y el estudio del
presente. Y la tercera tenía lugar entre el presente occidental
que la ideología liberal había designado corno las tres áreas
diferenciadas de la vida social civilizada y moderna: el
mercado, el estado y la sociedad civil. En términos
epistemológicos, las ciencias sociales colectivamente se ubi-
caban entre las ciencias naturales y las humanísticas, y se veían
por ende tironeadas por la lucha epistemológica entre las dos
culturas. Lo que de hecho sucedía era que los tres estudios del
presente occidental (economía, ciencias políticas, y sociología)
habían sido transferidos en su mayoría al campo científico y
considerados como disciplinas nomotéticas. Las otras tres
disciplinas—historia, antropología y orientalismo— resistieron
el canto de la sirena y tendieron a considerarse disciplinas
humanísticas o ideográficas.
Esta clara división del trabajo fue la premisa de cierta
estructura del sistema-mundo: un mundo dominado por
Occidente, en el que el "resto" era o bien colonias o
semicolonias. Cuando esta presunción dejó de ser cierta,
esencialmente después de 1945, las líneas fronterizas
comenzaron a parecer cada vez menos obvias y menos útiles
que lo que habían sido hasta ese momento, y la división del
trabajo comenzó a desmoronarse. La historia de lo que sucedió

133
con las ciencias sociales junto con lo que sucedió con las
ideologías y los movimientos antisistémicos es la historia del
impacto de la revolución mundial de 1968 sobre el sistema-
mundo, punto al que arribamos.
En términos de la geocultura que había sido construida en el
espejo de las tres ideologías y paradójicamente sostenida por
los mismos movimientos antisistémicos creados para
enfrentarse a ella, la función de las ciencias sociales era la de
suplir los fundamentos intelectuales de las justificaciones
morales que eran utilizadas para reforzar los mecanismos
operativos del sistema-mundo moderno. En esta tarea tuvieron,
en general, éxito, por lo menos hasta la revolución mundial de
1968.

134
5. EL SISTEMA-MUNDO MODERNO EN CRISIS:
BIFURCACIÓN, CAOS Y OPCIONES

Hemos dicho que los sistemas históricos tienen vidas.


Alcanzan la existencia en algún punió del tiempo y del espacio,
por razones y de maneras que podemos analizar. SÍ sobreviven
a los dolores del nacimiento, siguen entonces su vida histórica
dentro del marco y las constricciones de las estructuras que los
constituyen, siguiendo sus ritmos cíclicos y atrapados en sus
tendencias seculares. Estas tendencias seculares, inevita-
blemente se aproximan a las asíntotas que agravan
considerablemente las contradicciones internas del sistema: esto
es, el sistema encuentra problemas que no puede resolver, y
esto causa lo que podemos llamar crisis sistémica. Con
frecuencia, la gente usa el término crisis en forma casual,
simplemente para indicar un periodo de dificultades en la vida
de un sistema. Pero cuando la dificultad puede ser resuelta de
algún modo, no existe una crisis verdadera sino una mera
dificultad construida dentro del sistema. Las verdaderas crisis
son aquellas dificultades que no pueden ser resueltas dentro
del marco del sistema, sino que deben resolverse por fuera y
más allá del sistema histórico del cual las dificultades son parte.
Para usar el lenguaje técnico de las ciencias naturales, lo que
sucede es que el sistema se bifurca, esto es, encuentra que sus
ecuaciones básicas pueden ser resueltas de dos modos muy
diferentes. Podemos traducir esto a un lenguaje cotidiano
diciendo que el sistema se enfrenta a dos soluciones
alternativas para la crisis, ambas intrínsecamente posibles. De
hecho, los integrantes del sistema son llamados en forma
colectiva a realizar una opción histórica sobre cuál de los
caminos alternativos debe seguirse, es decir, qué nuevo sistema
ha de construirse.

135
Puesto que el sistema existente ya no puede funcionar
adecuadamente dentro de los parámetros definidos, el tomar
una decisión sobre cómo abandonar el sistema, sobre el sistema
(o sistemas) futuros que han de construirse, es inevitable. Pero
cuál de las opciones elegirán colectivamente los participantes es
inherentemente imprevisible. El proceso de bifurcación es
caótico, lo que significa que cada pequeña acción llevada a cabo
en este periodo es pasible de conllevar importantes
consecuencias. Observamos que en talos condiciones, el sistema
tiende a oscilar bruscamente. Pero eventualmente termina in-
clinándose en una dirección. Suele llevar bastante tiempo hasta
que se arriba a la elección definitiva. Podemos llamar a este
periodo de transición, uno cuyo resultado es incierto. En algún
momento, sin embargo, existe un resultado claro y entonces nos
encontramos finalmente inmersos en un nuevo sistema
histórico.
El sistema-mundo moderno en el que vivimos, el de una
economía-mundo capitalista, se encuentra precisamente en una
crisis semejante, y lo ha estado durante ya un tiempo. Esta crisis
puede continuar por unos veinticinco a cincuenta años más.
Puesto que una de las características centrales de tales periodos
de transición es que nos enfrentamos a bruscas oscilaciones de
todas las estructuras y procesos que hemos conocido como
parte inherente del sistema-mundo existente, nos encontramos
con que nuestras expectativas a corto plazo son necesariamente
inestables. Esta inestabilidad puede generar una ansiedad
considerable y por lo tanto violencia en lo que las personas inten-
tan preservar los privilegios adquiridos y el rango jerárquico en
una situación muy inestable. En general, este proceso puede
llevar a conflictos sociales que pueden tomar una forma bastante
desagradable. ¿Cuándo comenzó esta crisis? La génesis de un
fenómeno es siempre el asunto más debatible en el discurso

136
científico. Uno siempre puede encontrar antecedentes y
preanuncios a casi todo en el pasado inmediato, pero también
en el pasado lejano. Un posible momento en el que comenzar la
historia de la crisis sistémica contemporánea es la revolución
mundial de 1968, la que sacudió considerablemente las
estructuras del sistema-mundo. Esta revolución mundial marcó
el fin de un largo periodo de supremacía liberal, desarticulando
por lo tanto la geocultura que había mantenido las instituciones
políticas del sistema-mundo intactas. Y el dislocar esta
geocultura sacó de quicio los basamentos de la economía-
mundo capitalista y la expuso a la fuerza de los impactos
políticos y culturales a los cuales siempre había estado sujeta,
pero contra los cuales había estado previamente, protegida en
parte.
El impacto de 1968 al que hemos de volver no es sin embargo
suficiente para explicar la crisis en el sistema. Tienen que haber
existido tendencias estructurales que comenzaran a alcanzar
sus asíntotas y por lo tanto volvieran imposible el sobreponerse
a las repetidas dificultades a las que todo sistema se enfrenta en
sus ciclos rítmicos. Sólo cuando hemos percibido cuáles son
estas tendencias y por qué las dificultades recurrentes ya no
pueden ser solucionadas fácilmente podemos entender por qué
y cómo el impacto de 1968 precipitó el colapso de una
geocultura que había mantenido unificado al sistema.
En su incesante deseo de acumulación, los capitalistas
permanentemente buscaron las maneras de incrementar los
precios de venia de sus productos y de reducir los costos de
producción. Los productores no pueden, sin embargo, elevar los
precios de los productos en forma arbitraria a cualquier nivel. Se
encuentran limitados por dos consideraciones. La primera es la
existencia de competidores. Por eso es que la creación de
oligopolios es tan importante, porque reduce el número de

137
vendedores alternativos. La segunda es el nivel efectivo de
demanda —cuánto dinero posee el total de compradores— y las
opciones que los consumidores realizan puesto que su poder de
compra es limitado.
El nivel de demanda efectiva se ve afectado primariamente por
la distribución del ingreso. Obviamente, cuanto más dinero
tenga cada comprador, más podrá adquirir. Este sencillo dato
crea un dilema inherente y continuo para los capitalistas. Por
un lado, desean maximizar sus ganancias tanto como sea
posible, y por ende desean minimizar la cantidad de excedente
que los demás reciben, por ejemplo, sus empleados. Por el otro
lado, al menos algunos capitalistas deben permitir la
redistribución de la plusvalía creada, o, caso contrario, habría
muy pocos compradores para sus productos. Por eso, por lo
menos en forma intermitente, al menos algunos productores
tienen que favorecer el incremento salarial de sus empleados a
fin de crear una demanda más efectiva.
Dado el nivel de demanda efectiva en un momento
determinado, las decisiones que toman los consumidores están
basadas en lo que los economistas llaman la elasticidad de la
demanda. Esto se refiere al valor que cada comprador pone en
los usos alternativos de su dinero. Las compras van, a los ojos del
comprador, desde lo indispensable a lo completamente opcional.
Estas valuaciones son el resultado del interjuego entre la
psicología de los individuos, las presiones culturales y los
requerimientos fisiológicos. Los vendedores pueden tener sólo un
impacto limitado en la elasticidad de la demanda, aunque la
publicidad (en su sentido más amplio) está diseñada
precisamente para afectar las opciones de los consumidores.
La consecuencia neta para el vendedor es que el vendedor
jamás puede elevar los precios a un nivel en el que a] los
competidores puedan vender más barato, b] los compradores

138
no tengan dinero para comprar el producto, o c] los
compradores no estén dispuestos a destinar tanto dinero para
esa compra. Dado el techo implícito en los niveles de los precios
de venta, los productores suelen gastar la mayor parte de su
energía para la acumulación de capital en la búsqueda de
nuevas maneras para reducir los costos de producción. Para
entender lo que sucede en el sistema-mundo contemporáneo,
tenemos que examinar las razones por la que los costos de
producción han ido elevándose en todo el mundo con el
transcurso del tiempo a pesar de los esfuerzos de todos los
productores, reduciendo de hecho el margen ente los costos de
producción y los posibles precios de venta. En otras palabras,
necesitamos entender por qué se ha reducido el promedio
mundial de ganancias.
Para cualquier productor existen tres costos principales de
producción. El productor debe remunerar al personal que
trabaja en su empresa. El productor debe comprar los insumos
para el proceso de producción. Y el productor debe pagar los
impuestos que le imponen todas y cada una de las estructuras
gubernamentales con autoridad para hacerlo durante el
proceso de producción particular. Debemos examinar, a su vez,
cada uno de estos tres costos y ver, en particular, por qué se
han ido incrementando constantemente, sobre el longue durée
de la economía-mundo capitalista.
¿Cómo decide un empleador cuánto pagar a sus empleados?
Puede que existan leyes que fijen un salario mínimo. Existen,
por cierto, en todo tiempo y lugar, salarios habituales, aunque
éstos estén sujetos a una revisión constante. Básicamente, el
empleador ha de ofrecer una cifra casi siempre inferior a la que
al empleado le gustaría recibir. El productor y el trabajador
negocian este punto; arguyen en torno de dicha cuestión en
forma constante y repetida. El resultado de tal negociación o

139
lucha depende de la fuerza de cada facción, económica,
política y cultural.
Los empleados pueden fortalecerse durante el proceso de
negociación si su capacitación no es común. Siempre existe un
elemento de oferta y demanda para determinar los niveles del
salario. O los empleados pueden fortalecerse porque se
organizan en conjunto y realizan acciones sindicales. Esto se
aplica no sólo a los trabajadores en la producción (tanto
trabajadores calificados como no calificados) sino también al
personal administrativo (tanto de nivel ejecutivo como de nivel
medio). Esta es la parte interna de la cuestión de la fuerza
económica de cada empresa productiva. Está también la parte
externa. El estado global de la economía, en los ámbitos local e
internacional, determina el nivel de desempleo y por lo tanto
qué tan desesperado está cada segmento de la unidad
productiva para llegar a un acuerdo sobre los salarios.
La fuerza política deriva de una combinación de la maquinaria
política y los arreglos en la estructura estatal, la fuerza de las
organizaciones sindicales de los trabajadores, y el grado en (pie
los empleadores necesitan asegurarse el apoyo de los gerentes y
cuadros medios para mantener a raya las demandas de los
trabajadores ordinarios. Y lo que denominamos fuerza cultural
—los parámetros de la comunidad local y nacional— es con
frecuencia el resultado de la fuerza política previa.
En general, en cualquier área productiva, el poder sindical de
los trabajadores tenderá a aumentar con el correr del tiempo,
merced a la organización y la educación. Las medidas
represivas pueden ser utilizadas para limitar los efectos de tal
organización, pero entonces existirán costos asociados a ellas,
quizá mayores impuestos, o mayores salarios para los cuadros,
quizá la necesidad de emplear y remunerar a personal
represivo. Si uno examina los más beneficiosos lugares de

140
producción —firmas oligopólicas en sectores de punta— existe
un factor adicional en juego, y es que las firmas altamente re-
dituables no quieren perder tiempo productivo a consecuencia
del descontento de los trabajadores. Como resultado, los costos
de remuneración en tales firmas tienden a elevarse con el
transcurso del tiempo, pero tarde o temprano estas mismas
unidades de producción se enfrentarán a un aumento de la
competencia y deberán por lo tanto limitar los incrementos de
precio, lo cual resultará en un menor margen de ganancia.
Existe sólo una medida importante para contrarrestar el
constante aumento en los costos remunerativos: la "fábrica
desplazada". Al desplazar las fábricas a lugares en donde los
costos de producción sean mucho menores, el empleador no
sólo obtiene menores costos remunerativos sino que gana
fuerza política en la zona donde la fábrica se está instalando
parcialmente, puesto que los trabajadores existentes pueden
estar dispuestos a aceptar tasas salariales más reducidas para
prevenir una mayor "huida" de puestos de trabajo. Por
supuesto, hay un aspecto negativo para el empleador. Si no lo
hubiera, los lugares de producción se habrían desplazado mucho
antes. Está el costo de la mudanza. Y en esas otras zonas, los
costos de transacción son normalmente más altos —por el
aumento de la distancia a los eventuales compradores, por una
infraestructura más precaria y por los mayores costos de
"corrupción"—, es decir, remuneración no declarada a
individuos no empleados.
El balance entre los costos de remuneración y los costos de
transacción se desarrolla de manera cíclica. Los costos de
transacción tienden a ser la consideración primaria en épocas
de expansión económica (fases Kondratieff A) mientras que los
costos de remuneración son la consideración primaria en épocas
de estancamiento económico (fases B). Aun así, uno debe

141
preguntar por qué existen zonas de más baja remuneración. La
razón de esto tiene que ver con el tamaño de la población no
urbana en un país o región determinados. En dondequiera la
población rural sea numerosa, existe una cantidad importante de
personas que están parcialmente, o incluso en su mayor parte,
fuera de la economía salarial. O los cambios en el uso de la tierra
en las áreas rurales fuerzan a la población a desplazarse. Para
tales personas, la oportunidad de un empleo asalariado en
áreas urbanas representa un importante aumento en el ingreso
total para la unidad doméstica de la cual son parte, aun cuando
los salarios sean significativamente más bajos que las normas
mundiales ele remuneración. Así pues, al menos en un principio,
el ingreso de tales personas en la fuerza de trabajo es un arreglo
beneficioso para todas las partes: menores costos de producción
para el empleador e ingresos más altos para los empleados. Los
salarios son allí más bajos no sólo para los trabajadores no
calificados sino también para los cuadros. Las zonas periféricas
suelen ser menos costosas, con menos facilidades y los salarios
de los cuadros se encuentran en consecuencia por debajo de las
normas de las zonas centrales.
El problema es que la fuerza política del empleador y de los
empleados no está tallada en la roca. Evoluciona. Si en un
principio los recientemente trabajadores urbanos tienen
dificultades para ajustarse a la vida en la ciudad y no son
conscientes de su fuerza política potencial, este estado de
ignorancia no dura eternamente. Ciertamente, dentro de un
plazo de unos veinticinco años los empleados o sus des-
cendientes se ajustan a la realidad de su nueva situación y se
vuelven conscientes de los bajos niveles de su remuneración en
comparación con las normas internacionales. La reacción es
comenzar a participar en actividades sindicales. El empleador
redescubre entonces las condiciones de las cuales su empresa

142
buscó escapar mediante la mudanza de sus operaciones de
producción. Eventualmente, en un periodo futuro de depresión
económica, el productor puede, una vez más, utilizar la táctica
de la "fábrica desplazada".
Con el tiempo, sin embargo, el número de zonas en las cuales
esta solución particular al aumento do los costos de
remuneración puede ser implementada en la economía-mundo
capitalista se han vuelto escasos. El mundo se ha desruralizado,
en buena medida precisamente por este modo de controlar los
costos de remuneración mediante el desplazamiento de los
procesos productivos. En la segunda mitad del siglo XX, hubo
una reducción radical en la proporción de la población mundial
que vive en áreas rurales. Y la primera mitad del siglo XXI
amenaza con eliminar los espacios rurales restantes de concentra-
ciones rurales. Cuando ya no haya zonas a donde las fábricas
puedan desplazarse, ya no habrá modo de reducir de manera
significativa los niveles de remuneración de los empleados de
todo el mundo.
El constante aumento de los niveles de remuneración no es el
único problema Etique se enfrentan los productores. El segundo es
el costo de los insumos. Al hablar de insumos incluyo a las
maquinarias y a los materiales de producción (ya sea que éstos se
denominen materia prima o productos semielaborados o
elaborados). El productor los adquiere, por supuesto, en el
increado y paga lo que debe pagar por ellos. Pero hay tres
costos ocultos que los productores no necesariamente abonan.
Éstos son los costos de la eliminación de residuos (especialmente
de materiales tóxicos), los costos de renovación de materia
prima, y lo que suelen denominarse costos de infraestructura.
Las maneras de evadir el pago de estos costos son múltiples, y el
no pago de éstos ha sido una fuente importante para mantener
bajo el costo de los insumos.

143
El modo principal de minimizar los costos de eliminación de
residuos es el de tirarlos, esto es, el colocar los desechos en
algún área pública sin haberlos tratado, o con un tratamiento
mínimo. Cuando se trata de materiales tóxicos, el resultado,
además de la acumulación, son las consecuencias nocivas para la
ecosfera. En algún momento, las consecuencias de la
acumulación y los efectos nocivos serán percibidos como un
problema social, y la colectividad se verá forzada a enfrentarlos.
Pero la acumulación de desechos y los efectos nocivos se
comportan un poco como la ausencia de zonas rurales cercanas.
Un productor siempre puede reubicarse en un área nueva,
eliminando de ese modo el problema, hasta que las nuevas áreas
"limpias" se agoten. En términos globales, esto es lo que ha
estado teniendo lugar en la economía-mundo capitalista. Es sólo
durante la segunda mitad del siglo XX que el agotamiento
potencial de los sitios para la acumulación de desechos ha
comenzado a percibirse como un problema social.
El problema de la renovación de las materias primas es un
problema paralelo. El comprador de materias primas no suele
estar interesado en su disponibilidad a largo plazo. Y los
vendedores están notablemente dispuestos a subordinar la
disponibilidad a largo plazo a las ganancias a corto plazo. Luego
de quinientos años esto ha culminado en el sucesivo
agotamiento c incremento de los costos de obtención de tales
recursos. Estas tendencias han sido sólo parcialmente
remontadas mediante los avances de la tecnología en la
creación de recursos alternativos.
Estos dos agotamientos —de espacios para los desperdicios y
de recursos naturales— se ha vuelto el tema de grandes
movimientos de ambientalistas y verdes en los últimos decenios,
quienes han buscado la intervención gubernamental para cubrir
necesidades colectivas. Pero el cubrir estas necesidades requiere

144
dinero, una gran cantidad de dinero. ¿Quién va a pagar todo
esto? Existen sólo dos posibilidades reales: la colectividad, con
los impuestos, y los productores que usan la materia prima. En
la medida en que los productores se vean obligados a pagar por
ellos —lo que los economistas llaman internalización de
costos— los costos de producción de dichos productores se
incrementarán.
Finalmente, está el tema de la infraestructura, un término
que hace referencia a todas las instituciones físicas fuera de la
unidad de producción que forman parte necesaria de los
procesos de producción y distributivos: rutas, servicios de
transporte, redes de comunicación, sistemas de seguridad,
suministro de agua. Estos son de alto costo, y son cada vez más
elevados. Una vez más, ¿quién paga la cuenta? O bien la
colectividad, lo que implica impuestos, o las firmas
involucradas, lo que significa incremento de los costos. Debe
hacerse notar que en la medida en que la infraestructura es
privatizada, la cuenta la pagan las firmas involucradas (incluso
cuando otras empresas obtienen ganancias por la operación
de la infraestructura, e incluso si los individuos pagan mayores
costos para su propio consumo). La presión para internalizar
los costos representa, para las empresas productivas un
incremento importante en los costos de producción, los cuales,
con el tiempo, han superado las ventajas en costos que la
tecnología hizo posible. Y esta internalización de costos omite el
creciente problema que estas firmas están teniendo como
resultado de las multas impuestas por las cortes y las legislaturas
por los daños causados por negligencia.
El tercer costo que se ha ido incrementando con el paso del
tiempo es el impositivo. Los impuestos son un elemento básico
de la organización social. Siempre ha habido y siempre habrá
impuestos de uno u otro tenor. Pero quién paga, y cuánto, es

145
tema de una incesante lucha política. En el sistema-mundo
moderno, han existido dos razones básicas para la carga
impositiva. Una es proveer a las estructuras estatales de los
medios para ofrecer servicios de seguridad (ejércitos y policías),
construir infraestructura y emplear una burocracia con la cual
proveer los servicios públicos y cobrar los impuestos. Estos
costos son inevitables, aunque obviamente pueden existir
importantes diferencias en los puntos de vista sobre en qué y
cómo debe gastarse el dinero.
Existe, empero, una segunda razón para los impuestos, más
reciente (ha surgido sólo en el último siglo de manera
significativa). Esta segunda razón es consecuencia de la
democratización política, la que ha concitado demandas de la
ciudadanía sobre los estados para que los provean de tres
beneficios principales que han pasado a ser entendidos como
derechos: educación, salud y la garantía de un ingreso durante
la vida del sujeto. Cuando estos beneficios fueron suministrados
por primera vez en el siglo XIX, los gastos estatales eran reducidos
y sólo existían en unos pocos países. A lo largo del siglo XX, la
definición de qué es lo que los estados deben suministrar y el
número de estados que lo suministraban de modo constante
creció en cada una de estas áreas. Hoy parece virtualmente
imposible bajar los gastos a los niveles de la situación previa.
Como resultado de los incrementos en los costos (no sólo en
términos absolutos sino como una proporción del excedente
mundial) de seguridad, construcción de infraestructura y la
oferta a la ciudadanía de los beneficios de la educación, la salud y
la garantía de por vida del sujeto, la carga impositiva como parte
de los costos totales se ha ido incrementando en forma
constante para todas las empresas productivas, y continuará
haciéndolo.
Esto es, los tres costos de producción —remuneración, insumos

146
e impuestos— se han ido incrementando sin pausa a lo largo de
los últimos quinientos años y en particular en los últimos
cincuenta. Por otro lado, los precios de ventas no han sido
capaces de mantener el ritmo, a pesar del incremento efectivo de
la demanda, por una expansión constante en el número de
productores y por la recurrente incapacidad para mantener
condiciones oligopólicas. O sea lo que significa la reducción de
las ganancias. Más aún, los productores buscan revertir en forma
constante, estas condiciones, y es lo que hoy día intentan llevar a
cabo. Para apreciar los límites de la capacidad que tienen de
llevarlo a cabo, debemos volver al impacto cultural de 1968. La
economía-inundo en los años posteriores a 1945 vio la mayor
expansión de las estructuras productivas en la historia del
sistema-mundo moderno. Todas las tendencias estructurales a
las que hemos hecho referencia —costos de remuneración,
costos de insumos, impuesto— se movieron en una abrupta
curva ascendente. Al mismo tiempo, los movimientos
antisistémicos que hemos discutido, realizaron extraordinarios
avances en la consecución de sus objetivos inmediatos: el acceder
al poder en las estructuras estatales. En todas partes del mundo
estos movimientos parecían haber logrado el primer paso de
los dos que constaba su proyecto. En una vasta área del norte de
Europa central al este asiático (desde los ríos Elba al Yalú), go-
bernaban los partidos comunistas. En el mundo paneuropeo
(Europa occidental, América del Norte y Australasia), los
partidos socialdemócratas (o sus equivalentes) detentaban el
poder, o al menos alternaban en el poder. En el resto de Asia y
la mayor parte de África, los movimientos de liberación nacional
habían tomado el poder. Yen América latina, los movimientos
nacionalistas/populistas habían tomado el control.
Los años posteriores a 1945 fueron pues un periodo de gran
optimismo. El futuro económico aparecía brillante, y los

147
movimientos populares de toda índole parecían estar logrando
sus objetivos. Y en Vietnam, un pequeño país que luchaba por
su independencia, parecía mantener a raya al poder
hegemónico, los Estados Unidos. El sistema-mundo moderno
nunca se había visto tan bien para tanta gente, un sentir que
tuvo un efecto excitante, pero a la vez un efecto muy es-
tabilizador.
Sin embargo, existía una gran desilusión subyacente
respecto, precisamente, de los movimientos en el ámbito del
poder. El segundo paso de la fórmula de dos pasos —cambiar
al mundo— parecía a la práctica estar mucho más lejos de ser
realizado que lo que la mayoría de la gente había anticipado. A
pesar del crecimiento económico total del sistema-mundo, la
brecha ente el centro y la periferia había crecido más que nunca.
Ya pesar de la llegada al poder de los movimientos
antisistémicos, el gran entusiasmo participativo del periodo de
movilización parecía haber muerto una vez que los movimientos
antisistémicos accedían al poder en un estado dado. Aparecieron
nuevos estamentos de privilegio. Ahora, se le pedía a la gente
común que no efectuara demandas militantes sobre lo que se
aseguraba era un sistema de gobierno que los representaba.
Cuando el futuro devino en presente, muchos ardientes
militantes previos de los movimientos comenzaron a replantear
sus ideas, y eventualmente comenzaron a disentir.
Fue la combinación de un descontento de larga data sobre el
funcionamiento del sistema-mundo y la desilusión respecto a la
capacidad de los movimientos antisistémicos de transformar al
inundo que llevó a la revolución mundial de 1968. Las
explosiones de 1968 contenían dos temas repetidos virtualmente
en (odas partes, independientemente del contexto local. Uno era
el rechazo al poder hegemónico de los Pastados Unidos,
simultáneamente con una queja hacia la Unión Soviética, el

148
presunto antagonista de los Estados Unidos, la cual parecía en
connivencia con el orden mundial que los Estados Unidos
habían establecido. Y el segundo era que los movimientos an-
tisistémicos tradicionales no había cumplido sus promesas una
vez que llegaron al poder. La combinación de estas dos quejas,
largamente repetidas, constituyó un terremoto cultural. La
multitud de levantamientos parecía un fénix y no consiguió
elevar al poder a los múltiples revolucionarios de 1968, al menos
no por mucho tiempo. Pero legitimaron y fortalecieron el
sentimiento de desilusión no sólo con los antiguos movimientos
antisistémicos sino también con las estructuras estatales que estos
movimientos habían fortalecido. Las certezas a largo plazo de la
esperanza evolutiva se había transformado en temor de que el
sistema-mundo fuera inmutable.
Este giro en los sentimientos de la población mundial, lejos
de reforzar el statu quo, retiró el apoyo político y cultural a la
economía-mundo capitalista. Los oprimidos del mundo ya no
estaban más seguros de que la historia estaba de su lado. Ya no
podrían ser entonas satisfechos con mejoras graduales, en la
creencia que darían fruto- hijos y nietos. Ya no podrían ser
convencidos de posponer las quejas del presente en nombre de
un futuro beneficioso. En suma, los múltiples productores del
sistema-mundo capitalista habían perdido el principal
estabilizador oculto del sistema, el optimismo de los oprimidos.
Y esta pérdida llegó en el peor momento posible, cuando la
reducción de las ganancias comenzaba a hacerse sentir de ma-
nera pronunciada.
El impacto cultural de 1968 desestabilizó el dominio
automático del centro liberal, el cual había prevalecido en el
sistema-mundo desde la anterior revolución mundial de 1848.
La derecha y la izquierda se vieron libres de su función como
avatares del liberalismo centrista y fueron capaces de afirmar, o

149
mejor dicho, reafirmar sus valores más radicales. El sistema-
mundo había entrado en el período de transición, y tanto la
derecha como la izquierda estaban decididas a sacar ventajas
del caos reinante para asegurar que sus valores prevalecieran
en el nuevo sistema (o sistemas) que emergería, eventual
mente, de la crisis.
Los efectos inmediatos de la revolución mundial de 1968
parecieron ser una legitimación de los valores de la izquierda,
sobre todo en lo concerniente a cuestiones de raza y sexo. El
racismo había sido una característica prevaleciente del sistema-
mundo moderno durante toda su existencia. Es cierto que su
legitimidad había sido cuestionada durante dos siglos. Pero
sólo después de la revolución mundial de 1968 una campaña
extendida contra el racismo —llevada adelante por los mismos
grupos oprimidos, a diferencia de las anteriores, dirigidas
primariamente por liberales que ocupaban los estratos domi-
nantes— se convirtió en un fenómeno central del escenario
político mundial, tomando la forma tanto de militancia
activa de las "minorías" en los movimientos de identidad en
todas partes y de los intentos por reconstruir el mundo del saber,
y llevar los temas derivados del racismo crónico central al centro
del discurso intelectual.
Junto con el debate sobre el racismo, sería difícil pasar por alto
la ubicación central de la sexualidad en la revolución mundial de
1968. Ya sea que hablemos de políticas relacionadas con el género
o con las preferencias sexuales, y eventualmente con la identidad
transgénero, el impacto de 1968 fue el de llevar al frente lo que
había sido una lenta transformación de las conductas sexuales en
el medio siglo anterior y permitirle explotar en la escena social
mundial, con enormes consecuencias para la ley, las prácticas de
las costumbres, para las religiones y para los discursos
intelectuales. Los movimientos antisistémicos tradicionales habían

150
enfatizado en primer término los temas de poder estatal y
estructuras económicas. Ambos temas habían retrocedido en
la retórica militante de 1968 fente al espacio ocupado por
cuestiones de raza y sexualidad. Esto presentaba un problema
real a la derecha mundial. Los temas geopolíticos y económicos
eran más sencillos para la derecha mundial que los
socioculturales. Esto era debido a que la posición de los liberales
centrista, quienes eran hostiles a cualquier desmantelamiento de
las instituciones políticas y económicas básicas de la economía-
mundo capitalista, pero eran simpatizantes latentes, aunque no
militantes, de los cambios sociopolíticos preconizados por los
militantes de las revoluciones de 1968 (y posteriores). Como
resultado, la reacción pos-1968 fue una división, por un lado de
los poderes establecidos por restaurar el orden y resolver algunas
de las dificultades inmediatas resultantes de la disminución del
margen de ganancia y en la otra una contrarrevolución cultural
de base más restringida pero mucho más activa. Es importante
distinguir los dos temas y por ende los dos tipos de alineamientos
estratégicos.
Entretanto la economía-mundo entraba por esta época en
una larga fase Kondratieff B, la coalición de fuerzas de centro y
derecha intentaban retrotraer los crecientes costos de producción
en sus tres componentes. Buscaban reducir los niveles de
remuneración. Buscaban reexternalizar los costos de insuflaos. Y
buscaban reducir la tasación impositiva para el beneficio del
estado de bienestar (educación, salud y garantías de ingresos).
Esta ofensiva tomó muchas formas. El centro abandonó el tema
del desarrollo (como manera de sobreponerse a la polarización
global) y lo remplazó con el teína de la globalización, la que
demandaba, en esencia, la apertura de todas las fronteras para el
libre flujo de mercaderías y capital (pero no del trabajo). El
régimen de Thatcher en el Reino Unido y el régimen de Reagan

151
en los Estados Unidos asumió el liderazgo en la promoción de
estas políticas, que fueron denominadas "neoliberalismo" en la
teoría y "el consenso de Washington" como política. El Foro
Económico Mundial en Davos fue el lugar de promoción de la
teoría y el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la recientemente
establecida Organización de Mundial de Coerció (OMC) se
convirtieron en los principales implementadores del consenso de
Washington.
Las dificultades económicas que enfrentaban todos los
gobiernos partir de 1970 (en particular en el Sur y en la antigua
zona comunista) hizo extremadamente dificultosa para esos
estados, gobernados por antiguos movimientos antisistémicos, la
resistencia a las presiones de "ajuste estructural" y apertura de las
fronteras. Como resultado, se logró una limitada reducción en
los costos de producción mundiales, pero el éxito fue mucho
menor de lo que esperaban los promotores de semejantes
políticas, y muy por debajo de lo que era necesario para terminar
con la reducción en el margen de ganancias. Más y más, los
capitalistas buscaron aumentar sus ganancias en el área de la
especulación financiera antes que en la de producción. Tales
manipulaciones financieras pueden dar como resultado grandes
ganancias para algunos operadores, pero volatilizan la economía-
mundo y la someten a los cambios de cambio monetario y de
empleo. Éste es, de hecho, una de las señales del aumento del
caos.
En el mundo de la política, la izquierda política global volvía
sus objetivos electorales secundarios y comenzaba más bien, la
organización de un "movimiento de movimientos", que fuera
identificado con el Foro Social Mundial (FSM), que se reuniera
inicialmente en Porto Alegre y al que se refiere con frecuencia
como símbolo. El FSM no es una organización, sino un lugar de
encuentro de militantes de muchos tipos e ideas, que se dedican a

152
una variedad de tareas desde demostraciones colectivas
mundiales o regionales a organizaciones locales en todo el mundo.
Su lema, "otro mundo es posible", es expresivo en tanto que
perciben que el sistema-inundo se encuentra en una crisis estruc-
tural y que las opciones políticas son reales. El mundo se
enfrenta de manera creciente a una lucha en múltiples frentes
entre el espíritu de Davos y el espíritu de Porto Alegre.
El dramático ataque de Osama bin Laden a las Torres
Gemelas, el 11 de septiembre de 2001 fue una señal más del
caos global y del punto de inflexión en los alineamientos
políticos. Permitió que aquellos a la derecha que intentaban
cortar lazos con el centro, instauraran un programa centrado en
afirmaciones unilaterales de los Estados Unidos, basadas en su
fuerza militar, combinada con un intento por eliminar la
evolución cultural del sistema-mundo que había tenido lugar
luego de la revolución mundial de 1968 (en particular en las
áreas de raza y sexualidad). En el proceso, buscaron liquidar
muchas de las estructuras geopolíticas implementadas después
de 1945, a las que veían como constrictoras de sus políticas.
Pero estos esfuerzos amenazaban con empeorar la creciente
inestabilidad del sistema-mundo.
Ésta es la descripción empírica de una situación caótica en el
sistema-mundo, ¿Qué se puede esperar en una situación
semejante? Lo primero a remarcar es que lo que podemos
esperar, lo que ya estamos viendo, son enormes fluctuaciones en
todas las áreas institucionales del sistema-mundo. La economía-
inundo está sujeta a agudas presiones especulativas, las cuales
escapan al control de las más importantes instituciones financieras
y organismos de control, tal como los bancos centrales. Un mayor
nivel de violencia surge en todas partes y dosis grandes y
pequeñas, y sobre periodos relativamente extensos. No hay nadie
que detente el poder para acallar en forma efectiva semejantes

153
levantamientos. Las restricciones morales con frecuencia
reguladas por el estado y por las instituciones religiosas
encuentran su eficacia considerablemente reducida.
Por otro lado, sólo porque un sistema esté en crisis no significa
que no continúe intentando funcionar de la manera habitual. Es
lo que: intenta. En tanto que los modos habituales han
determinado tendencias seculares que se acercan a sus asíntotas,
el continuar con la metodología habitual sólo agrava la crisis, Sin
embargo, la continuación de las acciones habituales será
posiblemente el comportamiento de la mayoría de las personas.
En el muy corto plazo, tiene sentido. Los modos habituales son
los modos familiares, y prometen beneficios a corto plazo, o no
serían los modos habituales. Precisamente porque las
fluctuaciones son mayores, la mayor parte de la gente busca la se-
guridad en el mantenimiento de dicho comportamiento.
Por cierto, toda clase de individuos buscarán, a mediano
plazo, ajustes al sistema, los cuales, argumentarán, servirán para
mitigar los problemas existentes. Esto es también un patrón de
conducta habitual, y en el recuerdo de la mayoría de la gente,
uno que funcionó en el pasado y que debería, por ende, volver a
intentarse. El problema es que en una crisis sistémica, tales
ajustes a mediano plazo tienen un efecto mínimo. Esto es,
después de todo, lo que dijimos define a una crisis sistémica.
Habrá quienes busquen caminos más transformativos, con
frecuencia bajo la apariencia de ajustes a mediano plazo. Esperan
sacar ventaja de las grandes variaciones del periodo de transición
para introducir cambios importantes en los modos operativos, lo
que empujará al proceso en una de las direcciones de la
bifurcación. Es esta última forma de comportamiento la que
tendrá las mayores consecuencias. En la situación actual, es a la
que hacemos referencia como la lucha entre el espíritu de Davos
y el espíritu de Porto Alegre. Esta lucha no está, quizás, en el

154
centro de atención de la mayor parte de las personas. Y por
supuesto, muchos de quienes se encuentran más activos en esta
lucha pueden hallar útil el distraer la atención de la intensidad
de la lucha y lo que en ella se juega, con la espera de lograr
alguno de sus objetivos sin despertar la oposición que una
proclama abierta de estos objetivos podría desatar.
No hay demasiado que pueda decirse de una lucha que recién
comienza a desarrollarse, una cuyas características centrales son:
la total incertidumbre de su resultado y la opacidad de la lucha.
Uno podría pensarla como el enfrentamiento entre valores
fundamentales, incluso de "civilizaciones" entretanto no
identifiquemos a cualquiera de las dos facciones con pueblos,
razas, grupos religiosos, u otros grupos históricos existentes. El
elemento clave del debate es el grado en el que cualquier sistema
social, pero en este caso el futuro que estamos construyendo, se
inclinará en una dirección o en la otra de los dos temas centrales
de larga data en la organización social —la libertad y la
igualdad— temas que están mucho más íntimamente ligados
que lo que el pensamiento social en el sistema-mundo moderno
ha estado dispuesto a admitir.
La cuestión de la libertad (o "democracia") está rodeada por
tamaña hipérbole en el mundo moderno que es a veces difícil
apreciar los ternas subyacentes. Encontraríamos útil distinguir
entre la libertad de la mayoría y la libertad de la minoría. La
libertad de la mayoría se halla en el grado en el que las
decisiones políticas colectivas reflejan, de hecho, las preferencias
de la mayoría, en contraposición de aquellos grupos
minoritarios que puedan en la práctica ejercer el control de los
procesos de toma de decisiones. Esto no es simplemente una
cuestión de las denominadas elecciones libres, aunque no hay
duda de que unas elecciones frecuentes, honestas y abiertas son
parte necesaria aunque lejos de ser suficiente de una estructura

155
democrática. La libertad de la mayoría requiere la activa
participación de la mayoría, también requiere el acceso a la
información de parte de ésta. Y requiere de un modo de trasladar
las opiniones de la mayoría de la población a la opinión de la
mayoría de los cuerpos legislativos. Es dudoso que exista algún
estado en el sistema-mundo moderno que sea plenamente
democrático en este sentido.
La libertad de la minoría es un asunto diferente. Representa
los derechos de todo individuo y grupo para intentar lograr sus
objetivos en todas aquellas áreas en las que no hay justificativos
para que la mayoría imponga su preferencia sobre los demás. En
principio, la mayoría de los estados del sistema-mundo han
prestado apoyo, de la boca para afuera, a estos derechos de
exención a las preferencias de la mayoría. Algunos han incluso
celebrado el concepto no sólo como una protección negativa sino
como una contribución positiva a la construcción de un sistema
histórico de diversas tendencias. Los movimientos
antisistémicos tradicionales han priorizado lo que
denominamos libertad de la mayoría. Los revolucionarios del
mundo de 1968 pusieron gran énfasis, en cambio, en expandir
la libertad de las minorías.
Incluso si asumimos que todos están a favor de la libertad, lo
que no deja de ser una asunción apresurada, existe una enorme
e interminable dificultad para decidir cuál es la línea entre la
libertad de la mayoría y la libertad de las minorías, es decir, en
qué esferas y en qué cuestiones una u otra adquiere precedencia.
En la lucha por el sistema (o sistemas) que remplazarán al
existente sistema-mundo, la brecha fundamental estará entre
quienes deseen expandir ambas libertades—la de la mayoría y
las de las minorías—y la de quienes busquen crear un sistema sin
libertades bajo la apariencia de preferir o bien la libertad de la
mayoría o la de las minorías. En tal lucha, es evidente qué

156
función desempeña la opacidad. La opacidad lleva a la confusión,
y ésta favorece la causa de quienes intentan limitar las libertades.
La igualdad se presenta con frecuencia como un concepto en
conflicto con la libertad, especialmente cuando nos referimos a la
igualdad relativa de accesos a bienes materiales. De hecho, es el
revés de la misma moneda. En la medida en que existan
desigualdades de importancia, es inconcebible que se les otorgue
el mismo valor a todas las personas a la hora de determinar las
preferencias de la mayoría. Y es inconcebible que la libertad de
las minorías sea plenamente respetada si estas minorías no son
iguales a los ojos de todos, iguales social y económicamente para
serlo también políticamente. Lo que la promoción de la igualdad
como concepto hace es señalar las posiciones necesarias de la
mayoría para realizar su propia libertad y para alentar la libertad
de las minorías.
Al construir el sistema (o sistemas) sucesor del existente,
debemos optar o bien por un sistema jerárquico que otorgue o
permita privilegios de acuerdo con una jerarquía del sistema,
comoquiera que sea determinado (incluyendo criterios
meritocráticos), o por un sistema relativamente igualitario y
democrático. Una de las grandes virtudes del sistema-mundo
existente es que a pesar de que no ha resuelto ninguno de estos
debates —¡lejos de ello!— ha llevado, cada vez más, el debate al
primer plano. No cabe duda de que en todo el mundo, la gente
es cada vez más consciente de estos temas hoy igual que hace un
siglo, por no hablar de cinco siglos atrás. Están más conscientes,
más dispuestos a luchar por sus derechos, más escépticos frente a
la retórica de los poderosos. No importa qué tan polarizado esté
el sistema actual, éste es al menos, un legado positivo.
El periodo de transición de un sistema a otro es un período
de grandes luchas, de gran incertidumbre, y de grandes
cuestionamientos sobre las estructuras del saber. Necesitamos

157
primero que todo intentar comprender claramente qué es lo que
está sucediendo. Necesitamos después decidir en qué dirección
queremos que se mueva el mundo. Y debemos finalmente
resolver cómo actuaremos en el presente de modo que las cosas
se muevan en el sentido que preferimos. Podemos pensar en
estas tres tareas como las labores intelectuales, morales y
políticas. Las tres son diferentes pero estrechamente vinculadas.
Ninguno de nosotros puede excusarse de estas tareas. Si así lo
sostuviéramos, estaríamos en verdad (ornando una decisión por
lo bajo. Las tareas ante nosotros son excepcionalmente
dificultosas. Pero nos ofrecen, individual y colectivamente, la
posibilidad de la creación, o al menos de contribuir a la creación
de algo que pueda satisfacer más plenamente nuestras
posibilidades colectivas.

158
GLOSARIO

Éste es un glosario de los términos utilizados en este libro. Un


glosario de conceptos no es un diccionario. No existen
definiciones definitivas para muchos de estos términos. Son con
frecuencia definidos y utilizados de manera diferente por otros
investigadores. El uso particular está con frecuencia basado en
diferentes asunciones o teorías subyacentes. Lo que aquí tenemos
son términos que yo uso y los modos en los que yo los uso.
Algunos de mis usos son estándar. Pero en algunos casos, mi
utilización puede diferir significativamente de la de otros autores.
En varios casos, he indicado el uso que le doy a un término
vinculado con otro término porque considero que los dos
constituyen un par relacional.. Todos estos términos están, en su
mayoría, definidos, explícita o implícitamente en el texto. Pero
puede resultar útil para el lector el poder referirse a ellos de
modo rápido y preciso. Las referencias de una definición a otra
están indicadas por MAYÚSCULAS.

- Acción sindical: Término genérico para cualquier tipo de


acción por la que la gente se agrupa para defender sus
intereses comunes. Un sindicato es un ejemplo típico. Pero
hay muchas oirás formas de acciones sindicales por parte
de los trabajadores. Y oirás personas que no son
trabajadores pueden participar de acciones sindicales.

- Actividad del saber: Término neutral para referirse a cualquier


tipo de actividad académica o científica, un término que
evita tomar postura entre las DOS CULTURAS.

- Asíntota: Un concepto matemático, que se refiere a una línea


que una curva particular no puede alcanzar en el espacio
finito. Su uso más frecuente es en referencia a curvas cuyo

159
ordinal se mide en porcentajes y para las que el 100%
representa la asíntota.

- Capital: Capital es un término extremadamente contencioso.


La generalidad lo usa para referirse a bienes (riqueza) que
son o pueden ser utilizados para invertir en actividades
productivas. Tales bienes han existido en todos los sistemas
sociales conocidos. Marx utilizó "capital" no como un
término esencial sino relativo, el cual existía sólo en un
sistema capitalista, y el cual se manifestaba en el control de
los medios de producción enfrentando a quienes suplían el
esfuerzo de su labor.

- Capitalismo: Éste no es un término popular en las


universidades porque está asociado con el marxismo,
aunque desde el punto de vista de la historia de las ideas la
asociación es cuando mucho, sólo parcialmente correcta.
Bernand Braudel afirmó que uno puede echar al
capitalismo por la puerta principal pero que volvería a
entrar por la ventana. Yo defino al capitalismo de una
manera particular: como un sistema histórico definido por
priorizar la acumulación incesante de capital.

- Centro-periferia: Éste es un par relacional, que comenzó a


usarse ampliamente cuando fue asumido por Raúl Prebisch
y la Comisión Económica Para América Latina de las
Naciones Unidas en los cincuenta como una descripción del
EJE DE DIVISIÓN DEL TRABAJO de la economía-mundo. Se
refiere a los productos pero ha sido usado con frecuencia
para referirse a los países en los cuales tales productos son
dominantes. Es el argumento de este libro que el elemento
clave que distingue a los procesos centrales de los
periféricos es el grado en el que son monopolizados y por
lo tanto gananciosos.

160
- Ciclos Kondratieff: Éstos son ciclos básicos de expansión y
estancamiento en la economía-mundo capitalista. Un ciclo,
consistente en una denominada fase A y una fase B,
generalmente dura alrededor de cincuenta a sesenta años.
La mera existencia de los ciclos Kondratieff es puesta en
duda por muchos economistas. Entre quienes utilizan el
concepto, hay un profundo debate sobre qué es lo que los
explica y en particular qué explica el paso ascendente de
una fase B a una fase A. Los ciclos son así denominados en
homenaje a Kondratieff, un economista ruso quien
escribiera sobre éstos en 1920 (aunque no fue el primero
en describirlos). Kondratieff los denominó curvas de larga
duración.

- Ciencias sociales históricas: Véase UNIDISCIPLINARIDAD,

- Circulacionista- produccionista: Estos términos sólo tienen


sentido dentro de una crítica marxista ortodoxa del análisis
de sistema-mundo. Algunos marxistas argumentan que
para Marx, la característica definitoria crucial de un modo
de producción era el sistema de producción. Por lo tanto,
cualquiera que descara destacar además la importancia del
intercambio es un "circulacionista" y no un
"produccionista". Si éstas eran las opiniones del mismo
Marx es un asunto que se puede debatir largamente. Que
los análisis de sistema-mundo puedan ser definidos como
"circulacionistas" es algo que los analistas de sistema-
mundo rechazan.

- Conflicto (o lucha) de clases: La brecha persistente en el sistema-


mundo moderno entre aquellos que controlan el capital y
quienes son empleados por ellos.

- Conservadurismo: Una de las tres ideologías básicas del


sistema-mundo moderno desde la Revolución francesa. El
161
conservadurismo observa muchas variantes. Los temas
dominantes han incluido siempre un profundo
escepticismo sobre los cambios legislados y un énfasis en la
sabiduría ele las fuentes tradicionales de autoridad.

- Cuadros: Este término se utiliza en el texto para hacer


referencia a todas aquellas personas que no están ni en la
cima de los puestos de mando del sistema social ni entre la
vasta mayoría que se encarga de las tareas básicas. Los
cuadros llevan a cabo funciones gerenciales y con
frecuencia reciben una remuneración que se encuentra
entre los que están en la cima y los que están en la base. En
mi opinión, en términos globales, hoy estamos hablando ríe
un 15 a un 20 por ciento de la población mundial.

- Dos culturas: Un término inventado por G. P. Snow en los


años cincuenta. Se refiere a dos "culturas" claramente
diferenciadas —e realidad, dos epistemologías— de
individuos en las humanidades y las ciencias naturales. El
quiebre, a veces denominado "divorcio" de la ciencia y la
filosofía fue consumado apenas a fines del siglo XVIII, y ha
sido puesto en cuestión nuevamente a fines del siglo XX.

- Economía-mundo, imperio-mundo, sistema-mundo: Estos


términos están relacionados. Un sistema-mundo no es el
sistema del mundo sino un sistema que es un mundo y que
puede ser, y con mucha frecuencia, ha estado ubicado en
un área menor a la totalidad del planeta. El análisis de
sistema-mundo arguye que las unidades de realidad social
dentro de las que operamos, y cuyas reglas nos constriñen,
son, en su mayoría, tales sistemas-mundo (distintos que los
ahora extintos y pequeños minisistemas que alguna vez
existieron sobre la Tierra). El análisis de sistema-mundo
arguye que siempre han existido sólo dos variedades de

162
sistema-mundo; economías-mundo e imperios-mundo. Un
imperio-mundo (como lo fuera el Imperio romano o la
China de Han) es una enorme estructura burocrática con
un centro político y un eje de división de trabajo pero
culturas múltiples.

- Economía-mundo capitalista: Este libro sostiene que una


ECONOMÍA-MUNDO debe ser necesariamente capitalista,
y que el capitalismo sólo puede existir dentro del marco de
una economía-inundo. Por ende, el sistema-inundo
moderno es una economía-inundo capitalista.

- Economiasmo: Este es un término crítico, que sugiere que


alguien insiste en otorgarle prioridad exclusiva a los
factores económicos para explicar la realidad social.

- Eje de división del trabajo: Término utilizado para articular el


argumento que sostiene que lo que mantiene la economía-
mundo capitalista intacta es un eje invisible que une a
procesos centrales y periféricos (véase centro-periferia).

- Elasticidad de la demanda: Término utilizado por los


economistas para referirse al grado de prioridad que la
colectividad o los individuos otorgan a la compra de
determinada mercadería por sobre otras,
independientemente del precio.

- Endógeno – exógeno: Este par es utilizado para referirse a la


fuente de variantes claves para explicar la acción social, ya
sean éstas ir ternas o externas a lo que sea que se defina
como la unida) de acción social.

- Epistemología: Rama del pensamiento filosófico que analiza


cómo e que sabemos lo que sabemos y cómo podemos
validar la veracidad de nuestro saber.

163
- Estado: En el sistema-mundo moderno, un estado es un
territorio limitado por fronteras que sostiene la
SOBERANÍA y el dominio sobre sus sujetos, ahora
denominados ciudadanos. Hoy, todas las tierras del
mundo (con excepción de la Antártida) se encuentran
dentro de las fronteras de algún estado, y no ha territorio
alguno dentro de las fronteras de más de un esta do
(aunque haya fronteras en disputa). Un estado se arroga el
monopolio legal del uso de armas dentro de su territorio
sometido a sus leyes.

- Eurocentrismo: Éste es un término negativo, que se refiere a


cualquier hipótesis de que los patrones percibidos en el
análisis de la historia y estructura social paneuropea son
patrones universales, y por lo tanto, modelos implícitos
para las personas en otras partes del mundo.

- Exógeno: Véase ENDÓGENO.

- Externalización de costos: Término utilizado por los


economistas para referirse a las prácticas que permiten que
ciertos costos de producción no sean pagados por el
productor sino "externalizados" a otros o a la sociedad en
su conjunto.

- Feudalismo: Nombre que se le da habitualmente al sistema


histórico prevalente en la Europa medieval. Era un sistema
de poder paralizado, en el que había una jerarquía de
señores y vasallo: que intercambiaban obligaciones sociales
(por ejemplo, el uso de la tierra a cambio de algún tipo de
pago y protección social). Determinar cuánto tiempo existió
este sistema en Europa y si existieron sistemas similares en
otras partes del mundo son temas de considerable debate
académico.

164
- Geocultura: Término acuñado por analogía con la
geopolítica. Se refiere a las normas y modos discursivos
generalmente aceptados como legítimos dentro del
sistema-mundo. Sostenemos aquí que una geocultura no
aparece automáticamente con la implantación de un
sistema-mundo sino que por el contrario, debe ser creada.

- Geopolítica: Un término decimonónico que se refiere a las


constelaciones y manipulaciones del poder dentro del
sistema interestatal.

- Globalización: Este término fue inventado en los anos


ochenta. Se considera generalmente que hace referencia a
una reconfiguración de la economía-mundo que ha surgido
recientemente, en la que la presión sobre todos los
gobiernos de abrir sus fronteras al libre intercambio de
bienes y capital es desusadamente fuerte. Éste es el
resultado, se argumenta, de avances tecnológicos,
especialmente en el campo de la informática. El término es
tanto prescriptivo como descriptivo. Para los analistas de
sistema-inundo, lo que se describe como novedoso
(fronteras relativamente porosas) ha sido de hecho una
ocurrencia cíclica a lo largo de la historia del sistema-
mundo moderno.

- Gran narrativa: Término crítico utilizado por los


posmodernistas para referirse a todos los modelos de
análisis que ofrecen explicaciones comprensivas de los
sistemas histórico- sociales.

- Grupos de estatus: Este término es la traducción estándar al


inglés del término de Max Weber Stande. El término de
Weber se deriva del sistema feudal, en donde se distinguía
entre los distintos "órdenes" o Stande (aristocracia, clérigos,
comunes). Weber extendió el término e incluyó los
165
agrupamientos so cíales del mundo moderno que no
estaban basados en la clase social (grupos étnicos,
religiosos, etc.) y mostraban cierto nivel de solidaridad e
identificación. A Fines del siglo XX, el término
"identidades" entró en uso, viniendo a querer decir más o
menos lo mismo, pero quizá con un énfasis mayor en su
carácter subjetivo.

- Hegemonía: Este término ha sido usado con frecuencia de


modo lábil para indicar el liderazgo o dominio en una
situación política. Antonio Gramsci, teórico comunista
italiano, siguiendo a Maquiavelo insistía en el componente
ideológico y cultural por el cual el liderazgo se legitimaba
de alguna manera por la población, proceso que
consideraba crucial para el mantenimiento de las élites en
el poder. El término tiene un uso más restringido para los
análisis de sistema-mundo. Hace referencia a aquellas
situaciones en las que un estado combina su superioridad
económica, política y financiera sobre otros estados fuertes,
y por ende cuenta además con el liderazgo militar y
político. Los poderes hegemónicos definen las reglas del
juego. Así definida, la hegemonía no dura por un largo
tiempo y es autodestructiva.

- Hermenéutica: Originalmente, la interpretación académica


de los textos bíblicos. El término hace referencia hoy, de
manera más generalizada, a una epistemología que permite
al analista hacer empatía e interpretar el significado de la
acción social, en contraposición al análisis según alguna
serie de modos objetivos de saber, como por ejemplo, el
análisis estadístico.

- Heurística: Resolución exploratoria de problemas que


ayuda en el conocimiento, sin ser necesariamente

166
definitiva.

- Identidades: Véase GRUPOS DE ESTATUS.

- Ideología: Habitualmente, un grupo coherente de ideas que


conforman un punto de vista particular. El término puede
ser utilizado de manera neutral (todos tienen una
ideología) o de manera negativa (los demás tienen una
ideología, opuesta a nuestro análisis científico o
académico). El término es utilizado de modo más
restringido por el análisis de sistema-mundo para sugerir
una estrategia coherente en la arena social de la cual uno
puede sacar conclusiones políticas. En este sentido, han
existido ideologías sólo desde la Revolución francesa,
luego de la cual fue necesario contar con una estrategia
coherente sobre la demanda continua de cambio político, y
han existido sólo tres: conservadurismo, liberalismo y
radicalismo.

- Idiográfico – nomotético: Este par de términos fue inventado


en Alemania a fines del siglo XIX para describir lo que se
denominaba Methodenstrát (batalla de los métodos) entre
los científicos sociales, la cual reflejaba la división del
trabajo académico en dos CULTURAS. Los científicos
nomotéticos insistían en métodos reproducibles, "objetivos"
(preferentemente cuantitativos) y veían como una de sus
tareas el arribar a leyes generales que explicaran la realidad
social. Los académicos idiográficos utilizaban mayoría de
datos cualitativos, narrativos, y se consideraban a sí
mismos humanistas, y preferían los métodos
HERMENÉUTICOS. Su preocupación principal era la
interpretación, no las leyes, sobre las cuales eran, por lo
menos, escépticos. (Destaquemos que lo idiográfico es
diferente de lo ideográfico. "Idio" es un prefijo griego que

167
significa específico, individual, propio de sí; por lo que
idiográfico significa relativo o perteneciente a
descripciones particulares, "ideo" es un prefijo derivado del
latín y significa pintura, forma, idea; luego, lo ideográfico
es lo que se relaciona a un sistema de escritura no
alfabético, como los caracteres chinos.)

- Industrias de punta: Un concepto reciente entre los


economistas, quienes argumentan que las industrias de
punta existen en todo tiempo, y que son de punta porque
son altamente rentables y están relativamente
monopolizadas, y tienen un impacto importante en la
economía (estos vínculos se denominan de avance y
retroceso). Puesto que las industrias de punta son el sitio
de grandes ganancias, los productores intentan cons-
tantemente entrar en el mercado como competidores, y en
determinado momento la industria de punta deja de serlo
infraestructura. Rutas, puentes y toda otra estructura
comunitaria que sea vista como basamento esencial para el
sistema de producción e intercambio.

- Intercambio desigual: Este término fue inventado por Arghiri


Einnia-nuel en los cincuenta para refutar el concepto de
ventaja comparativa de David Ricardo. Emmanuel
argumentaba que cuando los productos contaban con bajos
costos de salarios (productos periféricos) eran
intercambiados por productos que tenían altos costos de
salarios (productos centrales), había entonces un
intercambio desigual de la periferia hacia el centro, con la
transferencia de plusvalía. El libro de Emmanuel causó un
significativo debate. La mayoría aceptó el concepto de
intercambio desigual sin aceptar la explicación de
Emmanuel de qué lo definía o daba cuenta de ello.

168
- Liberalismo: El liberalismo emergió como término y como
realidad a principios del siglo xix como antagonista del
conservadurismo. En la fraseología de la época, los
liberales eran el Partido del Movimiento y los
conservadores el Partido del Orden. El término
"liberalismo" ha sufrido el uso más variado que se pueda
concebir. Para algunos, hoy día, especialmente en los
Estados Unidos, liberal significa izquierdista (o por lo
menos un Demócrata del Nuevo Orden). En Gran Bretaña,
el Partido Liberal clama para sí el lugar del centro entre los
Conservadores y los Laboristas. En gran parte de la Europa
continental, los partidos Liberales son aquellos
económicamente conservadores pero no clericales. Para
algunos, la esencia del liberalismo es la oposición a la
participación estatal en la economía. Pero desde fines del
siglo XIX, muchos "liberales" se han proclamado
reformistas a favor de un estado asistencialista. Para otros,
el liberalismo refleja una preocupación por las libertades
individuales, y por lo tanto una voluntad de limitar el
poder estatal para constreñir dichos derechos. Se agrega a
la confusión la emergencia a fines del siglo XX del término
neoliberalismo, el cual tiende a significar una ideología
conservadora que enfatiza la importancia del libre mercado.
Como una de las tres ideologías (véase ideología) referida
por el análisis de sistema-mundo, el liberalismo se ubica
primariamente en el centro, favoreciendo una continua
(pero relativamente) lenta evolución del sistema social, la
extensión de la educación como fundamento de la ciuda-
danía, la MERITOCRACIA y la prioridad al rol de los
especialistas en la formación de políticas públicas.

- Libre mercado: De acuerdo con la definición clásica, un


mercado en el que existen multiplicidad de vendedores y

169
compradores, información perfecta (todos los vendedores
y compradores conocen todo lo referente a las variaciones
de precio), y no existen límites políticos para la operatoria
del mercado. Pocos mercados, reales o virtuales, han
alcanzado nunca esta definición.

- Longue durée : Véase TIEMPOS SOCIALES.

- Mana militari: Término latino que significa "por la fuerza".

- Meritócrata: Un término reciente, que define la asignación de


personas a puestos dependiendo del mérito, en
contraposición a las conexiones familiares, posición social o
afiliación política.

- Modo asiático de producción: Este término fue inventado por


Karl Marx para referirse a lo que otros consideraban
sistemas imperiales centralizados organizados en torno de
la necesidad de suplir y controlar la irrigación para la
agricultura. El punto clave para Marx era que estos
sistemas se encontraban fuera de lo que él consideraba una
secuencia universal progresiva de "modos de producción",
es decir, diferentes maneras en las que los sistemas de
producción estaban organizados.

- Monopolio – oligopolio: Un monopolio es una situación en la


cual hay un solo vendedor en el mercado. Los monopolios
auténticos son muy infrecuentes. Lo que es más común es
el oligopolio, en el que hay sólo unos pocos, con frecuencia
de gran importancia, vendedores en el mercado. Con
frecuencia, estos grandes vendedores conspiran para fijar
precios, con lo que la situación del mercado se aproxima a
la de un monopolio-Puesto que los monopolios e incluso
los oligopolios son extremadamente rentables, tienden a
autodestruir.se cuando sus precios son afectados

170
negativamente por la entrada de nuevos competidores en
el mercado.

- Movimientos antisistémicos: He inventado este término para


unir dos conceptos que han sido utilizados desde el siglo
XIX: los movimientos sociales y los movimientos
nacionalistas. Hice esto porque creo que ambos tipos de
movimientos comparten algunas características esenciales,
y porque ambos representan maneras paralelas de afirmar
una fuerte resistencia al sistema histórico existente en el
que vivimos, incluyendo, incluso, el deseo de derrocar al
sistema.

- Movimientos nacionales: También denominados movimientos


nacionalistas y movimientos de liberación nacional. Son
movimientos cuyo objetivo es defender a una "nación" a la
que sus adherentes sostienen que es oprimida por otra
nación, ya sea ¡jorque la otra nación los ha colonizado o
porque sus derechos (con frecuencia lingüísticos)
nacionales están siendo ignorados por el estado, o porque
un grupo de personas de un grupo étnico particular que
afirma su "nacionalidad" ha recibido un lugar secundario
en la escala socioeconómica dentro del estado. Los
movimientos nacionales buscan con frecuencia la
independencia formal de la nación oprimida, es decir, la
separación del estado que se dice opresor.

- Movimientos sociales: Esta frase se originó en el siglo XIX y fue


originariamente utilizada para referirse a movimientos que
promovían los intereses de los trabajadores industriales,
tales como los sindicatos y los partidos socialistas. Más
adelante, el término tuvo un uso más amplio, haciendo
referencia a todo tipo de movimientos que estaban basados
en la actividad de sus miembros y abocados a la acción

171
educativa y política. Hoy día, además de los movimientos de
trabajadores, de mujeres, del medio ambiente,
antiglobalización, de derechos de gays y lesbianas son todos
denominados movimientos sociales.

- Nación-estado: El ideal de facto al que todos, o casi todos los


estados modernos aspiran. En una nación-estado todas las
personas son parte de una nación y por lo tanto comparten
ciertos valores y conceptos básicos. La idea de nación es
definida de manera diferente por distintos países. Casi
siempre significa el uso de un mismo idioma. Con
frecuencia significa la misma religión. Se dice que las
naciones tienen lazos que, sostienen, son frecuentemente
anteriores a la existencia de una estructura estatal. Mucho
de esto, no todo, es pura mitología. Y casi ningún estado
está próximo a ser una genuina nación-estado, aunque
pocos lo admitan.

- Nomotético: Véase idiográfico - nomotético. oligopolio. Véase


monopolio.

- Particularismo: Véase universalismo – particularismo

- Periferia: Véase centro - PERIFERIA.

- Plusvalía: Este término posee una pesada herencia de


controversias y a veces debates ocultos. Lo único que
quiere decir en este libro es la cantidad real de ganancias
obtenidas por un producto, la cual puede, de hecho, perder
como resultado de un intercambio DESIGUAL.

- Positivismo: Este término fue inventado por el pensador


decimonónico Auguste Comte, quien también inventó el
término "sociología" para describir su quehacer. Para
Comte, el positivismo significaba el pensamiento científico
(incluyendo al análisis social) no religioso, no filosófico y
172
constituía la quintaesencia de la modernidad. El
positivismo tomó un sentido más amplio para significar la
adhesión al programa científico utilizando los métodos que
la física representaba de la mejor manera (por lo menos la
física de Newton, durante mucho tiempo indiscutida entre
los científicos de las ciencias naturales hasta la segunda
parte del siglo XX). En este sentido, las metodologías
positivistas y nomotéticas (véase idiográfico -nomotético)
son básicamente sinónimas. Sin embargo, los historiadores
empíricos son con frecuencia llamados positivistas porque
insisten en un estrecho contacto con la información
recogida, aun cuando rechacen tocia aspiración nomotética.

- Proletarios- burgueses: El término "proletarios" comenzó a


utilizarse a fines del siglo XVIII en Francia para referirse a
las personas comunes, por analogía con la antigua Roma.
En el siglo XIX, el término comenzó a usarse de manera
más específica para referirse a los trabajadores asalariados
(urbanos) quienes ya no tenían acceso a la tierra y por lo
tanto dependían de sus sueldos para tener un ingreso. Los
proletarios, por su MOVIMIENTO SOCIAL y por su
IDEOLOGÍA radical eran vistos como los antagonistas
sociales de la burguesía en la moderna LUCHA DE clases.
El término "burguesía" ha estado en uso desde el siglo XI.
Se refería originariamente a los habitantes de la ciudad,
específicamente a aquellos de rango social intermedio
(menos que un aristócrata pero más que un siervo o un Ira-
bajador común). El término estaba asociado en principio
con las profesiones de mercaderes y banqueros. A partir
del siglo XIX, la burguesía, como término pasó lentamente
de significar rango intermedio a rango alto, a medida que
declinaba la importancia de la aristocracia. El término
"clase(s) media(s)" es con frecuencia sustituido por

173
burguesía, excepto que tiende a comprender a \\n grupo
mayor de individuos.

- Radicalismo: Junto al liberalismo y al conservadurismo, ésta


es la tercera de las grandes ideologías de los siglos XIX y
XX. Los radicales creen que el cambio social progresivo no
es (tan sólo inevitable sino altamente deseable, y cuanto
más rápido, mejor. También tienden a creer que el cambio
social no viene por sí solo sino que debe ser promovido por
aquellos que se beneficiarán con éste. El marxismo (en sus
muchas variedades) es una ideología radical, pero no ha
sido, en modo alguno, la única. El anarquismo esotra. Y a
fines del siglo XX, surgieron nuevos grupos que
reclamaban para sí el título de ideología radical.

- Religión mundial: Este concepto comenzó a ser utilizado en


el siglo XIX para describir a un limitado número de
religiones que existían en amplios territorios, a diferencia
de las estructuras religiosas de las tribus (véase TRIBU). La
lista estándar de religiones mundiales incluye por lo menos
al cristianismo, judaísmo, islam, hinduismo, budismo y
taoísmo.

- Semiperiférico: No existen los productos semiperiféricos, lo


que existe son productos centrales y periféricos. Sin
embargo, si uno calcula qué proporción de la producción
de un país es central y qué periférica, uno se encuentra
con algunos países con una distribución
aproximadamente medio-medio, es decir, que envían
productos centrales hacia zonas periféricas y productos
periféricos hacia zonas centrales. Por eso podemos hablar
entonces de países semiperiféricos, y vemos que cuentan
con un tipo especial de políticas que juegan un papel parti-
cular en el funcionamiento del sistema-mundo.

174
- Sistema: Literalmente, una especie de todo conectado, con
reglas de operación internas y algún tipo de continuidad.
En las ciencias sociales, el uso de "sistema" como término
descriptivo está en disputa, en particular por dos grupos de
académicos historiadores idiográficos (véase [BIOGRÁFICO -
NOMOTÉTICO) quienes tienden a dudar de la existencia de
los sistemas sociales, o al menos consideran que los sistemas
sociales no son la explicación primaria de la realidad
histórica; y aquellos que creen que la acción social es
resultado de acciones individuales (con frecuencia
denominados individualistas metodológicos) y que el
"sistema" no es otra cosa que la suma de esas actividades
individuales. El uso del término "sistema" en las ciencias
sociales implica una creencia en las denominadas ca-
racterísticas emergentes. Véase también SISTEMA HISTÓRICO
(SOCIAL).

- Sistema-mundo moderno: El sistema-mundo en el que ahora


vivimos, el cual ha tenido sus orígenes en el siglo XVI en
Europa y América. El sistema-mundo moderno es una
economía-mundo CAPITALISTA. Véase también sistema-
mundo.

- Sistema histórico (social): Esta combinación de "histórico" y


"sistema" en una misma frase es utilizada por los analistas
de sistema-mundo para enfatizar todos los sistemas
sociales simultáneamente sistémicos (tienen características
constantes que pueden ser descritas) e históricos (tienen
una evolución continua y nunca son idénticos a sí mismos
de un momento dado a otro). Esta realidad paradójica
torna dificultoso el análisis social, pero si la contradicción
es mantenida en el centro del análisis los resultados son
más fructíferos y realistas.

175
- Soberanía: Concepto de la ley internacional que fue usado
en forma generalizada por primera vez en el siglo XVI. Se
refiere al derecho de un estado de controlar todas las
actividades dentro de sus fronteras. Es decir, la soberanía
es una negación tanto del derecho de las subregiones de
desafiar al estado central y el derecho de cualquier otro
estado de interferir en los asuntos internos de un estado
soberano. Originariamente, el soberano era el monarca o
jefe de estado actuando en nombre propio. Luego de la
Revolución francesa, fue convirtiéndose cada vez más en el
"pueblo".

- Sociedad civil: Este término, inventado a principios del siglo


XIX se volvió muy popular en las últimas décadas del siglo
XX. Originariamente fue usado como antónimo de
"estado". En Francia, en esa época se contrastaba lepays legal
(el país legal, o el estado) con lepays réel (el país real o la
sociedad civil). Este tipo de distinción implicaba el grado en
el que las instituciones estatales no reflejaban la sociedad (a
todos nosotros), el estado era en ese grado, ilegítimo. En
años recientes, el término fue utilizado de manera más
restringida para incluir a la panoplia de "organizaciones
no gubernamentales" y conlleva la idea de que un estado
no puede ser verdaderamente democrático a menos que
haya una "sociedad civil" fuerte. El término es también
utilizado, en particular en este libro, para referirse a todas
las instituciones que no son estrictamente económicas ni
políticas.

- Tiempo-Espacio: Un concepto de reciente invención. El uso de


mayúsculas y aglutinación de los dos términos refleja la idea
de que para cada tipo de TIEMPO SOCIAL, existe un tipo
particular de espacio social. Por ende, el tiempo y el espacio

176
en las ciencias sociales no deberían pensarse por separados,
o medirse por separados, sino como irrevocablemente
vinculados en un limitado número de combinaciones.

- Tiempo social: Este concepto, favorecido en especial por


Fernand Braudel sugiere que el analista debe concentrarse
en diferentes temporalidades que reflejan diferentes
realidades sociales. Braudel distinguía entre dos usos muy
distintos de los tiempos sociales: el tiempo corto de los
"acontecimientos" usado por los académicos idiográficos y
el "eterno" de los científicos sociales nomotéticos (véase
IDIOGRÁFICO - NOMOTÉTICO). Él prefería otros dos tiempos
sociales a los que consideraba más básicos: el tiempo
estructural que era de larga duración y reflejaba la
continuidad (pero no la eternidad) de las realidades
estructurales, y que denominaba longite duréey el tiempo
cíclico de los altibajos que ocurren dentro del marco de un
tiempo estructural.

- Tribu: Éste es un término inventado por los antropólogos


del siglo XIX para describir la unidad en la que se
ubicaban los pueblos preliterarios. El término fue muy
criticado en la segunda parte del siglo XX, puesto que sus
críticos argumentaban que ocultaba una enorme e
importante variedad de arreglos sistémicos.

- Unidades domésticas: Bajo el uso específico por el análisis de


los sistemas-mundo, un grupo de personas (habitualmente
de tres a diez) que mancomunan una múltiple variedad
de ingresos sobre un periodo extenso (alrededor de treinta
años). Ingresan nuevos miembros y fallecen los ancianos.
La unidad doméstica no es necesariamente un grupo
familiar y sus miembros no son necesariamente
corresidentes, aunque con frecuencia es ambas cosas.

177
- Unidisciplinariedad: Este término debe ser claramente
distinguido de muid- o transdisciplínaridad. Estos últimos
se refieren a las ideas hoy populares de que mucho de la
investigación realizada estaría mejor hecha si los
investigadores combinaran los talentos de dos o más
disciplinas. La unidisciplinariedad hace referencia a la
creencia de que por lo menos en las ciencias sociales no
existen hoy suficientes motivos intelectuales para distinguir a
las diferentes disciplinas, y que por el contrario, todo el
trabajo debería ser considerado parte de una única disci-
plina, a veces denominada ciencias sociales históricas.

- Universalismo – particularismo: Este par refleja la diferencia


entre los académicos nomotéticos e idiográficos (véase
NOMOTÉTICA - IDIOGRAFÍA). El universalismo es la
afirmación que existen generalizaciones sobre el
comportamiento humano que son universales, esto es, que
son verdaderas a lo largo del tiempo y el espacio. El
particularismo es la afirmación de que no existen tales
universales o que al menos no son importantes con
relación a un fenómeno específico, y que por lo tanto, la
función de los científicos sociales es explicar cómo funcio-
nan los fenómenos o estructuras particulares,

- Ventaja comparativa: David Ricardo, economista inglés del


siglo XIX argumentaba que aunque un país produjera dos
productos a un costo menor que otro país, le resultaría más
ventajoso concentrar su producción sólo en uno de ellos,
aquel de los dos para el que fuera el productor de más bajo
costo y negociar ese producto con el segundo país por el
segundo producto. Esto es llamado teoría de la ventaja
comparativa. Ricardo ilustraba esto con el ejemplo de
Portugal, quien debiera concentrarse en producir vino y

178
negociarlo con Inglaterra por textiles, aun cuando
produjera textiles a más bajo costo que Inglaterra. Esta
teoría subyace a muchos de los argumentos en favor de la
globalización.

179
180
Índice:

Reconocimientos 3
Para comenzar: Comprender el mundo en el que vivimos
5
1. Orígenes históricos del análisis del Sistema-
Mundo: De las disciplinas de las ciencias sociales a 11
las Ciencias sociales históricas
2. El Sistema- Mundo moderno como Economía-
Mundo capitalista: Producción, plusvalía y 47
polarización.
3. El surgimiento de los sistemas estatales:
Naciones-Estado soberanías, Colonias y el Sistema 79
interestatal
4. La creación de una Geocultura: Ideologías,
movimientos sociales, ciencias sociales. 109
5. El Sistema- Mundo moderno en crisis:
Bifurcación, caos y opciones 135
Glosario 159

181
182
Este libro se terminó de editar e imprimir
en la casa de Lauti, Yani y Santi en
Septiembre del 2018

183

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