Vida Criolla
Vida Criolla
Vida Criolla
VIDA
CRIOLLA
LA NOVELA DE LA CIUDAD
Ü s:
librería p. ollendorff
50. CHAUSSÉE D'ANTIN
PARÍS
ALCIDES ARGUEDAS
///
Vida criolla
(la novela de la ciudad)
VIDA CRIOI.I.A
Da miedo la vida.
— ¡ Y cómo lo dice, por Dios !... Es usté un buen
corrían por boca del mismo Lujan que así creía dar mayor
realce á su persona.
— Que vivía usté... amado, feliz, contento.
— Ya lo creo, si vivía fuera del país...
— ¡Qué lisura!... Pero no por eso, sino porque vivía
usté...¡Díselo tú, Elena; yo no me atrevo! dijo —
tapándose el rostro con el abanico desplegado y como
para ocultar un rubor difícil á notarse dada la capa de
polvos que cubría sus carnes.
Lujan miró á su prima y guiñando los ojos, burlón,
repuso con desparpajo ;
!
VIDA CRIOLLA
¿Quién se lo ha dicho?
lya señorita Quiroz separó el abanico de su rostro
sorprendida del cinismo de lyuján; y al verlo reir al
zoquete, contestó con cierto sobresalto por tener que
entrar en detalles escabrosos reñidos con su honestidad :
— No de Australia.
;
— ¿Qué hay?
— No — repuso don César Peñabrava poniéndose,
sé,
como su hija, de pie en el coche, un landeau ordinariote
y forrado de rojo. Iba don César acompañando á don
Justo Aranda, político de muchas campanillas, senador
por entonces y futuro candidato á una de las vicepresi-
dencias de la República. Era don Justo uno de esos
hombres de quienes se dice que son buenos, y jamás han
patentizado ninguna bondad; virtuosos, y no se conoce
ningún detalle de su pasada vida; intehgentes, y nadie
sabe el título de sus obras...
Habían llegado al primer puente de la avenida que
liga á los dos cerros, y los coches hicieron círculo en la
plazoleta abierta en la base del segundo, de roja arcilla,
al pie de una pequeña cascada que cae en una especie de
1.
10 VIDA CRIOI.I,A
gioso.
— Yo estoy vacunado contra esa peste.
— En sin duda. Dicen
Chile, Diga, ¿y su amigo
allí...
Ramíiez?
Al oir el nombre de su galanteador prestó oídos la
señorita Peñabrava.
— No creo que tampoco.
sé ;
— ¿También vacunado? No; yo sé que es muy pololo.
Ese no respeta ni á las sirvientas.
— ¿Y qué joven respeta á sirvientas? las
: ;
12 VIDA CRIOLLA
Y en gesto de repugnan-
los labios se le contrajeron
cia que se hizo más expresivo al añadir luego :
— Le quiero no más.
— ¿No más? Bs decir, poco, casi nada.
— No no quiere
le quiere, repitió con bastante
le ! —
—
¡
—
Pues si yo fuese padre de una hija casadera, no
ambicionaría mejor marido para mi hija que un hombre
como Ramírez...
— Qué mal gusto, por Dios !
— No se burle usted;
¡
y de Guilarte.
14 VIDA CRIOtlvA
VIDA CRIOI.I.A VJ
I
n
20 VIDA CRIOI.I.A
26 VEDA CRIOLITA
— ¿Te gusta?
— Ya creo
¡ lo Querría tener aquí una casita y venirme
!
VIDA CRIOI.I,A 29
— Malo
j ! —
reprochó al cabo de algunos segundos sin
volver el rostro y llevándose el pañuelo á los enjutos
ojos. En su acento no se notaba ni el más leve enojo.
Turbóse Ramírez. Jamás creyera que tuviese tanto
coraje. Su invencible timidez nunca había podido ser
domada por ningún impulso ni entusiasmo y ésta era la
primera vez que se atrevía á mostrarse emprendedor. Pero
32 VIDA CRIOLLA
mi amor
En su voz había balbuceos de emoción incontenible,
sus ojos miraban con concentrado cariño y era tan ren-
dida su postura, tan llena de ingenuidad, que Elena des-
arrugó al punto el ceño experimentando algo así como ver-
güenza el verse amada con tan rendida devoción y tan
profunda humildad. Y vaga, confusamente, pensó que era
cosa grave en la vida de tma señorita de sus condiciones,
tener que soportar el peso de im sentimiento tan hondo sin
corresponderlo debidamente ni pensar en él con la serie-
dad que el caso requería. Cabecita de paj arillo atolon-
drado, toda su preocupación, su ahinco, su vehemente
anhelo era pasar la vida sin inquietudes de ninguna clase,
libre de pesares. Dogma incontrovertible de su casa era
que el amor no engendra sino deberes y responsabilidades
y que toda joven, antes de casarse, debía gozar de la vida
saboreando los encantos que le son propios. Y estos encan-
tos, tanto para su madre como para ella, no los procura-
ban sino los trapos, las cintas, las sedas, las flores de papel;
los bailes, los paseos, el roce con las gentes de tono, la
vida de sociedad, en fin. Y ella vivía esa vida, llevando,
como única preocupación trascendental la de estar al
corriente de las modas lanzadas en las capitales donde aun
VIDA CRIOI^IvA 33
— ¿Entonces, me amas?
— Te amo !
— ¿De veras?
i
— No.
— ¿De veras?
— Á mí, no; á Emilio.
— ¿Y qué ha dicho? le
— No Me parece que no es de una
sé... señorita... Creo
que...
Y con voz precipitada, como con miedo :
36 VIDA CRIOI.I.A
VIDA CRIOi:.I,A 37
güenza !
y
la chica, orgullosa, volvió á mostrar su preciosa carga.
Elena, imitando á Ramírez, metió su carita rosada en el
sitio en que aun se veía las huellas del rostro del enamorado
quien sonrió con indefinible alegría por figurársele esa
ima prueba de cariño delicada y discreta.
— ¿Y Carlota? —
preguntó la joven irguiéndose y
sacudiendo de su opulenta cabellera los granos verdes
adheridos á ella.
— No sé.
— Vamos á buscarla.
Se cogió del brazo de Ramírez y siguiendo el seco cauce
del arroyo, bajaron al camino por donde venían Carlota y
Lujan, formando curioso contraste. Ella iba prendida del
brazo del joven y le hablaba con animación, riendo dichosa,
comunicativa y Lujan le escuchaba con aire de cansancio
difícilmente reprimido. Laurita, al verlos, corrió á su
encuentro para mostrarles su cosecha y pues era largo el
;
VIDA C11I0I,I.A 39
~ ¿Cuál?
— Quediía saber si Emilio... >
de Carlota.
— ¿Entonces dirás que bonita? es
— Claro; bonitaes
— Sólo eso faltaba
¡
— Yo por el pollo
¡
! — repuso descarnando la pierna de
uno y con acento de superioridad gastronómica, como para
vengarse por lo menos así del desaire sufrido.
Las frases eran cortas, precisas. No hallaban eco los
raros chistes del diputado ni nadie ponía atención en la
postura llena de dignidad adoptada por Guilarte, el peiio-
dista, ya harto de comer.
Al fin, poco á poco, á medida que se saciaba la voracidad
de los comensales, volvía la animación á la charla salpi-
!
42 VIDA CRIOIXA
VIDA CRIOI^IyA 45
40 VIDA CRIOI.I,A
— Elena
¡ Ven á hacer atenciones á la gente
! ¡
— Señores
yo también quiero brindar esta copa por el
:
VEDA CRIOI<IyA 47
48 VIDA CRIOLITA
> — j Con
usté, doctor
— Salud, doctor
¡ !
54 vn>A ouoxxA
sus opiniones :
—
De su novia, hijo de Elenita Peñabrava.
:
58 VIDA CRIOIXA
VEDA CRIOIXA 59
— Nada; pero...
— No hay pero que valga. Si no viene me enojo. usté,
— su papá?
¿Y...
— No sea usté rencoroso. Papá es muy distraído y...
¡No guarde usté rencor; seria feo! IvO ha hecho sin
le
fijarse... Vaya usté no más.
Prometió Ramírez de mala gana y luego de estrechar
la mano de la joven, dirigióse á la plaza principal, in-
evitable sitio de reunión dominguera de todos los habi-
tantes de la ilustre villa.
— « Hé ahí para lo que me ha hecho llamar se —
decía caminando —
para disculpar á su padre y advertirme
que anoche bañaron en su casa sin mí. ¿Vale la pena de
amar á una mujer así, egoísta, esclava de todos los prejui-
cios?...
lylegó á la Plaza y dio de mano con sus amigos 01a-
guibel y lyuján. Estaban sentados en un banco y veían
el desfile de las muchachas, también metidas en sus traDOís
de cristianar.
— Te esperábamos. Es la hora del coktail.
•
— No, hijos; yo no bebo.
I/)S amigos sonrieron socarronamente :
—
Me sentía descompuesto... Parece que la cosa fué
seria. ¿Quiénes estuvieron?
— Gente nueva, hijo : las Orondo, el padre de las
Montenegro..»
VIDA CRIOI,I.A 6l
feo...
— Como oyes; y no tardarán en las
lo Fué ir hijas.
una fiestade tono.
— Pues yo que era una de esas improvisaciones
creí
que solíamos...
— Así decían lo para disculparse de ciertas
ellos defi-
ciencias. Pero estuvo bien preparada. Debías de
la cosa
haber ido; y si sigues haciéndote el interesante, no te
arriendo las ganancias.
— ¿Porqué?
— Claro Le haces corte á
i
! la la chica...
El periodista encogió de hombros sonriendo.
se
— ¿Y divertiste? De
te fijo.
— No mucho; la tal Carlota...
— Qué fea es esa mujer Se necesita tener
¡
! el estó-
mago blindado para hacerle la corte.
— No me hieres, hijo.
— No hay alusión quien te : hace y como tú
ella es la
eres capaz de galantear á un monstruo con poneras...
— No mala para pasar tiempo...
es el
— Para todo mala, querido, aun
es Si tuviera para...
otras ideas, quién sabe. Pero es hipócrita, pudorosa. I^a
moral jesuíta la tiene metida en los tuétanos. Considera
pecado dar ó recibir un beso, mostrar las pantorrillas;
y no mentir, calumniar, levantar un falso testimonio,
deshonrar... Los odio á los jesuítas !
picado.
— un Sí, ¿Sabes
fraile...que me ha pasado? lo
/ — Ya adivino alguna barbaridad.
:
•
— Pudiera. Hace dos ó tres días me hizo llamar un esuíta j
62 VIDA caioi<i.A
VIDA CRIOLITA 63
cabeza.
Olaguibel se sonrojó efectivamente, eso lo había
:
64 VTDA CRIOLITA
66 VIDA CRIOLLA
— Indalecio.
— ¿Indalecio? ¿Su hermano?... ¡Caramba! Todos le
creíamos muerto. ¿Y dónde está que no se le ve por
ningún lado ? Antes éramos muy amigos y me acuerdo que
una vez... Diga : ¿dónde está?
Enrojeció don César y con acento más embarazado
todavía al notar que las señoritas Orondo y su madre se
habían vuelto para escuchar la respuesta, articuló :
bebida...
— Pero papá
¡
—
le atajó Elena, toda encendida y á
!
— Haceme
j favor de callar la boca y no irritarme.
el
Estoy con jaqueca y... buen tonto que eres, pedazo de
j
VIDA CRIOIvI^ 77
—
Parece que tienes razón, —
dijo repitiendo su gesto
brusco y cambió de conversación.
;
invitaron.
— ¿De veras? — preguntó Lujan, desagradablemente
sorprendido.
— Como oyes.
lo
Anduvieron algunos pasos sin hablar ambos pensaban
:
Elena.
— j Ay, hija; es que tú no la conoces !...
Elena enrojeció :
92 VIDA CRIOLLA
diré que tus pololeos con ese tipo te están haciendo mucho
daño. Debes barrerlo con tiempo y... ¿Quieres que te
cuente una cosa? Pues ayerme han dicholas Montene-
gro que si no estuvieron el otro día en tu aptapi fué porque
no recibes sino medio pelos en tu casa. Claro ¿Quién ¡ !
im pecado.
— ¿Y tú confiesas esas cosas? — preguntó Elena,
te
asombrada de que lo oía.
— Fué una de mis amigas que me
No... rogó...
— No verdad. Seguramente BmiHo... eso La
es ¡ Sí, es !
— Tampoco yo : lo juro.
Y añadió en seguida como para consolarse del falso
juramento :
— Ya lo creo
¡ !
enojarse conmigo.
Elena, que desde hacia algunos momentos creía escu-
char á su espalda la voz de Rodríguez, dijo bajo, á Car-
lota :
no las miró Elena ni aun para ver los vestidos que lleva-
ban, lo que en ella era el colmo del desdén. También vio,
paseando con otros amigos, á I,uján y Ramírez. Se hizo la
distraída. Serían capaces de aproximársele y ella quería
evitar su encuentro. Ahora sólo deseaba que la acompa-
ñasen aquellos. Así suscitaría la envidia de muchos y nada
le parecía tan digno de una persona decente como el des-
pertar envidia en los demás.
Andrés Rodríguez y su amigo el poeta abordaron á las
jóvenes con harto contentamiento de Elena :
— Buenas tardes
j j ! ! —
y Rodríguez, fingiendo voz
mujeril, se quitó el flamante sombrero con una gran reve-
rencia cómica.
— Jesús Casi se cae usté. ¿Quiénes son?
i
! y la Qui- —
roz volvió vivamente la cabeza para ver á las personas aue
tal saludo le merecían á su amigo.
— lyas taca-taca.
Carlota hizo un gesto desdeñoso :
k
: !
96 VIDA CRIOI.I.A
— Por pronto, me
lo ofrezco...
— Gracias pero ya he dicho que tengo que traerla
;
les
á ésta...
Elena, fastidiada por la displicencia con que la trataba
su amiga, y adivinando que no quería llevarla á casa de las
Orondo, intervino secamente
— Por mí, no te prives; yo puede venir con...
Iba á decir « con las Pérez » que eran sus vecinas, más des-
pués de lo oído, tuvo vergüenza mentarlas y agregó :
—
... Con cualquiera, ó no venir.
— Ah, no
¡
—
protestó Rodríguez,
! usted tiene que —
venir, señorita y ser de los nuestros. Seguramente le ha-
brá dicho Carlota que estamos organizando una com-
parsa para el Carnaval y contamos con usted.
— No, no me ha dicho nada, —
contestó Elena mi-
rando á su amiga con rencor. Entonces ésta, huyendo la
mirada, expHcó :
— Ahí tienen un tipo que desde hace rato nos sigue co-
mo sombra. Qué cursi !... Tiene trazas de...
¡
—
¡
— Allá
j hay un baile !...
¡
qué caramba !... aquí nadies baila mientras no haiga uno
que los garantice... Claro !
—
¡
k
!
—
Estoy en mi casa y no tolero bromas. Ustedes se han
metido por la ventana y si no se descubren ó no hay uno
que los garantice, nadies baila. Qué caramba, no faltaba
¡
más !...
— Soy yo.
— Caramba, don Emilio Cuánto me alegro de verlo
¡ ! ¡
— Entonces...
— Ya ¡ no faltaba más Usted y sus amigos
lo creo, !
—
Señoras y señoritas estos caballeros son mis amigos
:
I
toó VTOA CRIOtIyA
— Mucho
¡
— ¡
Qué me haiga tocado bailar con una
desgracia que
pareja muda y que no sepa bailar ¿Cuántos calza usté?
!
larte que quería darle una broma y... Pero no; Guilarte, *
— tomar conmigo un
Diga, mascarita, ¿quedría usté
vasito de cerveza?
— Con usted tomaría veneno.
— ¡Jesús! yo no quiero morirme. ¿Me aborrece usté?
— amo. lya
— Esa es una declaración cuidado que tome pa- : le la
labra...
Se detuvo. Al pasar por delante de una de las ventanas
que alguien, exasperado por la pesadez del ambiente, se
había tomado el trabajo de abrir, un purísimo soplo de
aire fresco venido de la calle habíale levantado el volante
del antifaz y descubierto un mentón y el perfil de una
nariz que ella conocía. Además, la voz, esa voz... ¿Sería
posible? Pudiera ella sabía que él no bailaba ella se lo
: :
vería.
—
... Sería triste porque no quisiera causarle mal á una
— ¿Quién soy?
— Alguien que anda detrás de esa personita de la pla-
zuela. Lástima que no esté aquí para su contento.
— Yo soy á su feliz lado.
— ¿De veras? No creo; yo que usté me sé odia.
— ¿Entonces usted sabe quién soy?
^
— Me parece y para que vea, voy á dar un con-
; lo le
sejo : no la persiga más á esa personita. Los padres no lo
quieren.
lio VIDA CRIOI,I.A
VIDA CRIOU<A MI
— ¡
Qué se calle esa momia —
gritó uno de ellos, con
!
voz ronca.
La señora, roja de indignación, repuso con viveza :
— No de bandidos
i ;
dia ! el colérico.
— ¿Quieres que diga? Son todos esos pepitos que se
te lo
dicen nobles. Hasta me parece haber reconocido en alguno
de ellos á nuestro amigo Rodríguez. Creo que estaba con
su banda...
— ¿De veras? ¡No es posible !
— Qué barbaridad !
— ¡
¡
Qué falta de estética !
Y argüyó :
—
¡
— —
Adivinen las noticias que sé, les dijo el poeta, bus-
cando siempre la manera de hablar de sí.
— Que te casas.
— Que te han ganado anoche en pinta. la
— Que te hacen diputado.
— Que eres nombrado de legación.
attaché
Juanito meneaba la cabeza de un lado á otro, conster-
nado de la estolidez de sus envidiosos camaradas. Cortó
sus suposiciones :
— ¿Y de veras se suicidara?
si
— No — repuso Rodiíguez.
creo,
É improvisó una disertación :
— ¿por qué?
Sí, hijo,
— Nada. Curiosidad.
— Hablé, y me ha saltado con tonterías. Apenas ha
subido al ministerio, se ha puesto orondo como im pavo
real. Ahora ya no conoce á nadie, ni... Pero así son los ¡
¿Es que soy menos que Lujan ó que ese idiota de don Cé-
sar Peñabrava?
— Cómo ¿También Lujan y don César?
¡
!
— ¡ Che Dispensen,
! losvoy á dejar. Bl oficial mayor del
ministerio quiere beber una copa conmigo.
Y desbordando alegría los ojillos grises, de mirar sola-
pado y cínico, añadió en tono confidencial
— Les aviso, y esto con mucha reserva, que Bmilio
Lujan y don César Peñabrava han sido señalados can-
didatos por la capital...
— De eso hablábamos cuando llegaste.
— ¿Ah? Bntonces (sonriendo triunfal y agresivo) tengo
! :
puso en pie.
— ¿Nos vamos ya?
— son doce.
Sí, las
Se levantaron. Pedrosa llamó aparte al candidato y con
sumo desdén le pidió prestados cinco pesos.
El sableado hizo un gesto agrio los otros amigos gui- :
— Así parece.
— ¿Es que usted me insulta?
— No, señor — gritó patrón con insolencia. Y
¡ ! el
añadió levantando á altura de cabeza del
el libro la la
médico — No : sólo advierto que su cuenta
le insulto, le
ya tiene cerca de un año y hasta ahora no ha podido usted
cancelarla. Eso no se hace, señor el que no tiene dinero
; :
la chinita.
— Rodríguez odia al mundo entero. Es malo, envidioso.
Se cree el centro del universo y, aun intelectualmente, vale
poco. Apuesto que le tiene envidia á Guilarte...
Sus pasos resonaban huecos en el profundo silencio de la
urbe. Había pasado media noche y todo dormía bajo la
claridad pálida y fría de la luna. Algunos perros vaga-
bundos, acurrucados en los huecos de las puertas, casca-
ban, hambrientos, los huesos recogidos en el muladar de
la Paciencia ó una infecta roña traída del fondo del río
cuyas aguas arrastraban gruesos pedrones de granito lle-
nando con perenne ruido la dormida urbe. De vez en
cuando un chorro de luz viniendo desde las alturas de un
balcón ó cerniéndose de entre las entrearbiertas puertas de
una tienda hacía pensar en la vigilia délos enfermos... De
lejos venían las frases entrecortadas de un vals gimiente
ejecutado al piano y arriba, en el cielo, fulgían las blancas
luminarias
—
...Es envidioso, malo y miserable. Por un peso es
capaz...
Un hombre pasó corriendo por su lado, como una som-
bra y, al oír voces, sedetuvo y volviendo sobre sus pasos,
8
134 VIDA CRIOI.I.A
— ¡
—
i
—
¿Sabes que hace dos días he tenido la alta honra de
hablar con el Excmo. Sr. Ministro de Gobierno, don Jus-
to Aranda? En nombre de su colega el Excmo. Sr. Mi-
nistro de Relaciones Exteriores, cuyo cargo va supliendo
para mayor honra de la famiHa, me ha ofrecido el Consu-
lado del Pafá.
.
— No chico; te
lo sabía, Es tm buen puesto;
felicito.
honroso, sobre todo.
— ¿De veras? Pues he renunciado á honra. la
— Cómo ¿Has renunciado, dices?
¡ !
— he renunciado.
Sí,
— ¿Y por qué?
— No no quiero empleado.
sé; ser
lyuján miró á Ramírez entre burlón y sorprendido.
Creyó que se le estaba burlando :
—
Sí, quizás he cometido una Hgereza. Sólo que me dis-
gustó mucho la manera como ese idiota de Aranda me
ofreció el empleo.
— ¿Y cómo fué Todavía no me has dicho nada.
?
— Pshé Hace dos ó días me hizo decir don Justo
¡ ! tres
que deseaba hablarme de tm asunto muy urgente. Me sor-
prendió el mensaje y acudí á la llamada del buen hombre
»
I
VIII
— i
Che! — les dijo esa misma noche en el hotel, des-
!
tu juventud
Arturo no quiso beber. Esa noche habia reunión de con-
fianza en casa de su novia y le esperaban. Invitó más bien
á los amigos, pero éstos rehusaron la invitación. Les mo-
lestaba las presunciones de la famiHa y no veían con
agrado la importancia que se daba la novia. La encontraban
demasiado pagada de su persona, frivola y fría.
— Ven más bien á comer con nosotros mañana. Será
nuestra última comida de solteros.
Aceptó enorgullecido. Ya le habían dado, según cos-
tumbre, dos ó tres banquetes los demás amigos y le agra-
daba mucho ver en los periódicos la relación que hacían
de las gestas ofrecidas en su honor. Todas esas frases
encomiásticas de los papeles le hacían adquirir un alto
concepto de sí mismo; le gustaba verse rodeado de gente
solícita y como creía encontrar gran número de ella en el
banquete ofrecido por sus compañeros de infancia, fué
grande su decepción cuando, al día siguiente, al entrar al
hotel embutido en su smoking y con retardo de una hora
como signo de buen tono, no descubrió por comensales
sino á sus dos amigos simplemente trajeados con ropas de
todos los días. Los camaradas, al notar su contrariedad, le
dijeron :
— Sí, lo estoy.
— ¡ No te cases !... Hé ahí mi mejor consejo.
— Cásate
¡ ! —
opuso Ramírez con toda gravedad.
Olaguibel abrió los ojos alarmado. Entonces Lujan,
abandonando definitivamente su postura melodramática
y lo más serio del mundo, repuso con ese tono dogmático
y enfático, natural en él
— Cásate !... Ese consejo puede ser todo lo sabio que
¡
es mejor. Y
con quien debes casarte es con una mujer que
tenga tus mismos gustos; que de la vida tenga el mismo
concepto que tú, que la contemple de la misma manera
que tú; porque si tú la ves blanca y ella roja, son dos vi-
siones que no pueden completarse ni aun armonizarse...
¿Entiendes?
Olaguibel meneó la cabeza con toda ingenuidad. Lu- Y
jan explicó :
los dos, el alma de los dos, en fin. Para serlo en estas con-
diciones, acaso sería preciso quererse mucho, amarse con
amor trascendente, es decir, superior á los egoísmos, y un
amor así aun no es flor de nuestro medio. Bn nuestros ma-
trimonios, y aun en todos, uno de los cónyuges tiene que
someterse al otro, sacrificar sus gustos, su manera de vivir,
sus costumbres, esto es, tiene que haber una víctima. Y si
no hay víctima, si cada cual quiere permanecer lo que es,
sin sacrificar nada de lo suyo, sin transigir ni tolerarse,
entonces no pueden vivir juntos, no deben, so pena de
amargarse la vida mutuamente, reprochándose sus actos
y ofreciendo un espectáculo entristecedor á los demás...
¿Entiendes ahora lo que quiero decir?
Olaguibel, sin hablar, hosco y preocupado, hizo un signo
afirmativo con la cabeza. Las palabras de su amigo le ha-
bían hecho daño. Lujan prosiguió :
— Sí.
— ¿Le gustan
Peor... trapos? los
— Le gustan.
— Mucho Ahora escucha mi
peor... consejo escribe :
IX
Y no volvió á ir.
ha barrido la Peñabrava...»
Vendió, por la mitad de su precio, su acción del perió-
dico á su ex asociado y buscó refugio en el valle. Sin des-
pedirse ni ver á SUS amigos, se fué á Caracato, á la finca de
don Tomás Torres, un lejano pariente suyo, hombre rica-
chón, de plácidas costumbres y algo ambicioso.
Estaba la finca de don Tomás una legua más abajo del
pueblo de aquel nombre, ya casi destruido por las anuales
corrientes del río, y se extendía, como casi todas las propie-
dades de esa región, á los pies de cerros pobremente vestí-
VIDA CRIOI^tA 163
— ¿Qué te ha parecido?
Todavía estaba páHdo y emocionado el joven é hizo un
gesto de estupor.
— En tiempo de lluvias, quien anda por esas rinconadas
expone á cada paso su vida.
¡ Ya lo creo que se debía exponer la vida Y recién se !
el
— Si.
— Me alegro por ti.
— ¿Por qué?
,
k
174 VICA GRIOI^A
alegremente :
— Porque es así,
hombre que ya no se espanta de nada. Lujan, sobre-
saltado, cambió de charla :
— ¡ Es ella/
Efectivamente; era la señorita Peñabrava y venía
amorosamente cogida del brazo de Carlota. Desde que el
médico Pedrosa tomara la costumbre de citar en El Eco de
la Patria los nombres de todas las muchachas que iban
al Prado, de ordinario desierto y triste, enorme concu-
rrencia llenaba las avenidas del arbolado paseo y no había
joven casada ó soltera de regtdar posición que no qui-
ty^ VIDA CRIOI,I,A
— ¿De veras? •
-^ De veras.
— ¿Y por qué no te haces invitar?
Elena miró á su amiga con ojos sorprendidos.
— ¿Y cómo?
— Bs sencillo que tu padre vaya á legación y
: la
pida tma tarjeta.
— Ay, no qué vergüenza — protestó ingenua-
¡ !
¡
!
mente Peñabrava.
la señorita
Carlota la miró sorprendida :
— ¿Qué Marino?
tal,
— ¿Dónde se nos ha perdido, Marino?
— ¿Qué de su vida, Marino?
es
El joven, sin dejar de sonreír, habló con marcada acen-
tuación chilena :
k
184 VIDA CRIOI.LA
1 88 VIDA CRIOLLA
— ¿La geografía?
— Perfectamente, tío.Para comprender un país es pre-
ciso antes darse cuenta de sus condiciones geográficas; de
allí va usted al estudio de sus costumbres, que son.
192 VIDA CRIOr.I.A
cree usted?... pues del suelo, don César, del suelo... ¿Com-
prende usted eso?
Don César repuso en el acto sin comprender nada
— Á mí me ha dicho lo mismo y aun me ha asegurado
que los Incas eran pobres por el suelo cuando un niño de
escuela sabe que al contrario tenían muchos tesoros y sus
ropas estaban bordadas en oro. Ó sino ¿cómo hubiese
podido reunir ese Inca un cuarto de oro y otro de plata
para dárselos á los españoles? Pero no hay que hacer caso
de Emilio... Oh, mi don Pedro No vaya usted nunca al
¡ !
Y no se dormía, en efecto.
Tampoco era posible.
Del atardecer hasta media noche no cesaban de traji-
nar las gentes en pos de los susodichos nacimientos y sólo
se detenían cuando las campanas de todos los conventos
é iglesias lanzaban su tonante voz de bronce llamando á la
misa de gallo, oída con santo fervor y profundo recogi-
miento...
Pasada la misa, recogíanse las familias- á sus hogares á
tomar la consabida picana y á bailar, llenas de tonificadora
alegría, de gozo sentido, de espontáneo entusiasmo, los
bailecitos de la tierra, en tanto que por las calles oscuras
recorrían innumerables pandillas de gentes del pueblo dete-
niéndose en los puestos de ponche, provisoriamente ins-
talados en las plazas. Cada grupo llevaba su respectiva
orquesta y en cada orquesta gemían los violines y se que-
VIDA CRIOIvI^ 199
— —
¿ Pero qué ?
i
sabe, señora, cómo se sufre con los mozos. Fehz usted que
no los tiene ganan de balde la plata... Seguro que han
:
K, « reservas :
I
« Él gallardo mancebo cuyo porvenir se anuncia lleno
« de promesas, escritor inspirado de las glorias resplan-
« decientes de la patria, que ha cosechado muchos lauros
(( en torneos intelectuales de fuste donde sólo penetran los
« príncipes de las letras y los elegidos de la fama. Hoy se
« anuncia campeón en las lides electorales, de las que segu-
« ramente saldrá vencedor porque tiene talento y ener-
« gías.
« Ella, fragante violeta blanca... violeta... {la voz de la
lectora se quebró; ardíanle lasmepUas y el papelillo tem-
blaba entre sus enguantados dedos cual si fuese sacudido por
la brisa)... blanca, bella y elegante como las divinidades
« griegas á quienes se parece, más que por sus encantos,
a por su nombre, propicio á la rima...
—... ¿Qué te pasa, hija? Estás pálida vos también;
algo te ha de dar, —
y la Orondo cogió por el brazo á la
I
:
sapos !!!... Me las han de pagar las indias les voy á hacer
:
i
Como si no las conociera Su padre ha sido arriero y su
I
— No, mujer.
12.
! ! :
ojos...
—Y bien que los tengo... ¿Y quién te ha dicho que es
aquella?
—
Pues don Ismael. Me ha dicho que... No me acuerdo
bien lo que me ha
dicho. Creo que en Grecia, Jerusalem ó
no sé dónde mujeres se llaman elenas...
las
— Déjate, animal, de esas cosas; en El Eco no hay nada
de eso...
— ¿Acaso has Sería
lo leído ? la primera vez.
— ¿as indias Orondo...
.
— No digas te han de
¡ así ; oir
VroA CRIOI^tA 211
— i
Quéee !... Las indias Orondo me lo han hecho leer y
también han dicho algo de aquella... {dirigiéndose á la flo-
rista)... Oí, Elena; anda ver si el almuerzo está puesto...
De aquella, pero no querían creer, me parece, que fuera
verdad. ¿Endeveras crees?
— Sí, mujer; don Ismael me ha dicho que es de nuestra
Elena-
Doña Juana ya no le oía. Con el mantón colgado del
brazo, subía lentamente las gradas, deteniéndose en cada
tramo, y sus ojos acuosos, de arrugados y caídos párpa-
dos, se entrecerraban molestados por la refracción que el
sol arrancaba de las paredes, pintadas de azul. En su inte-
rior sostenía trascendental monólogo «Sí; de veras
: —
quedría que fuese cierto nada más que pa darles ajo que
morder á las sapos de las Montenegro y á esas indias de las
Orondo... El Andrés es rico y de buena familia y dicen que
le estaba haciendo la corte á la menor de las sapos. Si se
casara con él, buen sopapo que le daría; pero...»
Arrugó el ceño doña Juana... Sí; buena cosa era hacer
rabiar á las amigas y quitarles el novio, mas una vez casada
Elena, adiós bailes, y paseos, y retretas, y visitas La
¡ !
;
Qué mujer
Cada cual ocupó su asiento y el almuerzo fué frugal y
duró sólo algunos minutos. Comían todos en silencio pre-
ocupado cada uno en sus cosas y no se oía otro ruido que el
de los platos servidos por Clotilde. Pensaba don César en
las próximas elecciones de mayo y no estaba tranquilo.
Pensaba doña Juana en el insulto de las Montenegro y se
sentía furiosa. Pensaba Elena en su probable matrimo-
VIDA CRIOLLA 213
case con ese mozo tu hija y andas ahí diciendo que no...
Entonces, cómetela en escabeches...
214 VIDA CRIOtl^A
XII
— ¿Y has le dices?
visto,
— Sí, señorita.
— ¿Estaba solo?
— Sólito.
— ¿Y qué te ha dicho?
— Nada.
— Cómo nada No seas zonza. ¿Es que has contado
¡ ! le
lo que te he dicho que cuentes? le
— Le he contao. ya sabía \ Si lo !
enfermo...
!
is
2l8 VIDA CRIOLITA
— ¿Y qué te ha dicho?
i
donde puedas
hija, ahí, !
— i
Di mejor que es el mismo; pero te equivocas, hija :
13.
XIII
Que hable — ¡
¡
—
¡
— ¿Quién va?
— Abre, Emilio soy yo.
;
— ¿Por qué? —
preguntó Lujan con viveza y todo
alarmado.
Ramírez, sin entrar en detalles, narró la banal escena....
— Seguramente —
dijo al concluir, —
se la han de pasar
la noche buscándome, y quiero evitar que cometan atro-
pellos conmigo. Sería capaz de emprender á tiros con los
policías...
—Y... ¿no has matado á nadie? —
le preguntó Lujan
haciendo un gesto agrio. No prestaba mucha fe á la rela-
ción de Ramírez y creía que éste había despachado á
algunos á la tumba.
— No, hombre qué disparate
— ¿De veras?
; ¡
— Te equivocas.
— Mejor... ¿Puedes tenerme entonces algunos días
en tu casa?
— Con mucho gusto, ya sabes; pero...
-¿Qué?
— Nada; pero comprendes que también han de venir
á buscarte en casa. Saben que eres mi amigo...
— Tuyo? No; que saben que eres amigo personal
¡ lo es
de don Justo Aranda, Ministro de Gobierno y su candi-
dato favorito... Pero si de veras crees que puedo compro-
meterte... —
dijo Ramírez con profunda extrañeza por
la reservada actitud de su amigo.
VIDA CRIOLITA 237
'
— ...Pero tampoco loco, querido; y es locura hacer lo
contrario de lo que todos hacen, —
repuso Lujan, fría-
mente... Luego encendió im cigarrillo sin ofrecer otro á
su amigo, se tumbó en una butaca y se puso á lanzar boca-
nadas de humo, tratando de hacer coronitas y mirando
la luciente punta de sus zapatos charolados y con caña
de color.
Se hizo un momento de silencio.
Afuera, por la calle, se oía, de vez en cuando el lento
y rítmico paso de las patrullas de soldados lanzadas por
la policía para mantener el orden en la ciudad y, dentro,
en la estancia, el isócrono palpitar de un péndulo. Ramírez,
apoyado en una mesa, garabateaba con un lápiz sobre
una hoja de papel. Como se hacía pesado el silencio,
interrogó Lujan indolentemente :
i
qué quieres !... es la de la vida... Ocultándote en casa,
no sólo soy desleal con el gobierno, sino que me pongo
contra él.... (Atajando con un gesto otro de Ramírez) Te
repito, hijo, las cosas claras. En la lucha entre la amistad
y el interés, solo en el corazón de los héroes triunfa la
amistad, y yo no soy héroe, ni creo que tampoco lo seas
tú... Áti te hace falta salir de Bolivia, conocer mundo,
sufrir del egoísmo de los demás y verías que variaban tus
ideas y llegabas á la misma conclusión que yo... Aunque
no lo creas, yo te quiero más de lo que tú te imaginas; te
VIDA CRIOLITA 241
14.
246 VIDA CRIOIXA
« Es necesario, —
decía Guilarte en su artículo,— poner
cotoá los desmanes de los demagogos ignorantes y pretenciosos
que quieren destruir el orden social guiados solamente por
su ambición desmedida-, es preciso que no sean los más
inmorales quienes pretendan dirigir la opinión pública
sin tener ninguna cualidad. La sociedad está en el deber
de defenderse suprimiendo de su seno á los seres insociables
é inútiles. Debe el Supremo Gobierno tomar medidas enér-
gicas para que no vuelvan á repetirse las salvajes escenas
de anoche que vienen á turbar la libre deliberación de los
ciudadanos conscientes, imponiendo un severo castigo á los
que pretenden turbar el orden público, la sola garantía de
los pueblos libres. »
Y concluía :
I
XIV
en toda la línea!...
Ramírez no pudo reprimir una sonrisa al oir á su amigo.
Estaba sentado junto á un balcón interior que se abría
del lado del río, frente al plano de Cusipata cuyos hoscos
flancos pedregosos caen hostiles sobre el camino de Cha-
Uapampa. Por otro balcón se descubría una confusa aglo-
meración de techos rojos y pendientes.
— ¿Y acaso has creído un solo instante que serías
derrotado?
— ¿Y por qué no?
— Eres curioso. ¿Y por quiénes?
— Por los enemigos.
Ramírez se encogió de hombres sin ganas para discutir.
Y preguntó :
— i
Además...
Aquí se cortaron las meditaciones de Juanillo. Algo
tumultuoso y extraño sintió dentro su ser im deseo impre-
;
sino... te mataría
¡ ! —
sollozó Juanillo con el pecho palpi-
tante y apretando fuertemente el arma hasta incrustarse
las uñas en la palma de la nerviosa mano.
Se atemorizó el Chungara, mas no quiso que creyera
que le tenía miedo. Repuso con voz insegura :
¡ La iDcrra !...
*
* *
— i
15.
Y
tú,
Agachó la cabeza la doméstica y, suspirando, dijo con
voz honda :
— quiero.
Si; le
— Gracias, Clota; yo también te quiero. Eres buena y
me has hecho muchos favores.
— Muchos favores —
j Clotilde amargada de
! repitió
que el torpe mozo no supiese descubrir el fuego que con-
sumía sus entrañas y al saber que sólo le había inspirado
un simple sentimiento de gratitud, egoísta y aun mezquino.
Y haciendo un gesto de resignación, repuso :
— ¿Entonces se va usté?
— señorita; me voy, pero antes de irme he querido
Sí,
verla para...
Iba á decir «para verla una vez más», pero se detuvo.
Y añadió con acento indiferente :
— ... Para devolverle, personalmente, estos papeles, sus
cartas-
Metió la mano al bolsillo del gabán y le alcanzó el
paquetito que ella se apresuró en coger con un movimiento
tan vivo, que se sintió avergonzada de su presteza. noY
sabiendo agradecer, humillada, repitió por la tercera ó
cuarta vez la pregunta :
— « i
Si fuera una tumba !
— ¡ Suelo ingrato !
— Está llorando
i
!
i
Arriba monos !...
Ramírez subió sobre la flaca cabalgadura, dirigió una
última y rápida mirada al cementerio y espoleando los
sudorosos hijares de la muía, emprendió á galope por la
rutilante llanura, ocultando á los policiales ebrios las
lágrimas que le escaldaban las mejillas...
FIN
ESCRITORES ESPAÑOLES
Y SUD'AMERICANOS
LUIS BONAFOUX M. DE TOPO GISBERT
Bilis. Enmiendas al Diccionario de
Bombos y palos. Academia.
la
Por el mundo arriba... Apuntaciones lexicográficas.
Gotas de sangre. ARMANDO CHIRVECHES
Clericanallas.
La candidatura de Rojas.
Casi críticas. E. GÓMEZ DE BAQUE RO
Melancolía.
A pedos.
LAURA MÉNDEZ DE CUENCA
PEDRO C. DOMINICI
Simplezas.
De Lutecia.
F. GARCÍA CALDERÓN
Libro apolíneo.
RAMIRO BLANCO Profesores de Idealismo.
Cuentos plácidos. M. DÍAZ RODRÍGUEZ
TARRIBA DEL MARMOL Camino de perfección.
Problemas trascendentales. AMÉRICO LUGO
EMILIO BOSADILLA A punto largo.
Muecas. P. HENRIQUEZ URENA
Con la capucha vuelta. Horas de estudio.
MIGUEL DE TORO GÓMEZ V. CALDERÓN
Por la cultura y por la raza. Del Romanticismo
P. MOLINA Y E. FINOT al Modernismo en el Perú.
Poetas bolivianos. E. DIEZ-CANEDO
R. BLANCO FOMBONA Imágenes.
Letrasy letrados CAREOS REYLES
de Hispano-América. La muerte del Cisne.
Cantos de la prisión RODRÍGUEZ EMBIL
y del destierro. La Insurrección.
F. CONTRERAS E. RODRÍGUEZ MENDOZA
Los modernos. Cuesta arriba.
MUÑOZ ESCÁMEZ LORENZO MARROQUIN
La ciudad de los suicidas. Pax.
ANUEL UGARTE ALFONSO REYES
Burbujas de la vida. Cuestiones estéticas.
JOSÉ S. CHOCAN o GUSTAVO E, CAMPA
Fiat lux. Críticas musicales.
M. ARAMBURO Y MACHADO TULIO M. CESTERO
Literatura crítica. Ciudad romántica.
AMADO ÑERVO FRANCISCO VILLAESPESA
En voz baja. Torre de marfil.
Ellos. RAIMUNDO CABRERA
Mis Filosofías. Mis buenos tiempos.
CRISTÓBAL DE CASTRO ROSENDO VILLALOBOS
Cancionero galante. Ocios Crueles.