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Permaneciendo fiel

en el ministerio
Nueve convicciones esenciales para cada pastor

John MacArthur
La misión de Editorial Portavoz consiste en proporcionar productos de
calidad —con integridad y excelencia—, desde una perspectiva bíblica y
confiable, que animen a las personas a conocer y servir a Jesucristo.

Título del original: Remaining Faithful in Ministry: 9 Essential Convictions


for Every Pastor, © 2019 por John MacArthur, Jr. y publicado por Crossway,
un ministerio editorial de Good News Publishers, Wheaton, Illinois 60187.
Todos los derechos reservados.
Edición en castellano: Permaneciendo fiel en el ministerio © 2019 por Editorial
Portavoz, filial de Kregel Inc., Grand Rapids, Michigan 49505. Traducido con
permiso. Todos los derechos reservados.
Traducción: Ricardo Acosta
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EDITORIAL PORTAVOZ
2450 Oak Industrial Drive NE
Grand Rapids, MI 49505 USA
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ISBN 978-0-8254-5889-7 (rústica)
ISBN 978-0-8254-6787-5 (Kindle)
ISBN 978-0-8254-7609-9 (epub)
1 2 3 4 5 edición / año 28 27 26 25 24 23 22 21 20 19
Impreso en los Estados Unidos de América
Printed in the United States of America
Contenido

Introducción. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

1 Convencido de la superioridad del nuevo pacto. . . . . . . . . . 21


2 Convencido de que el ministerio es por la misericordia
de Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
3 Convencido de la necesidad de un corazón puro . . . . . . . . . 35

4 Convencido de la necesidad de predicar fielmente


la Palabra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
5 Convencido de que los resultados le pertenecen a Dios . . . . 47

6 Convencido de su propia insignificancia . . . . . . . . . . . . . . . 53


7 Convencido del beneficio de sufrir . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59

8 Convencido de la necesidad de valor . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63


9 Convencido de que la gloria futura es mejor que todo lo
que este mundo pueda ofrecer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69

Índice general . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75
CINCU EN TA AÑO S
D E F I D E L I D A D

La
obra
de la
Palabra
2   T I M O T E O 4 : 2
Introducción

Cuatro generaciones sucesivas de mis antepasados inmediatos inclu-


yeron hombres que sirvieron fielmente al Señor como pastores. Dos
de ellos (mi padre y abuelo) aún vivían y estaban comprometidos
en el ministerio a tiempo completo cuando yo nací, y su constante
dedicación en servir a Cristo tuvo un efecto perdurable en mí.
Mi abuelo murió de cáncer cuando yo aún era niño. Recuerdo
vívidamente que, antes que la enfermedad le impidiera ya predi-
car, él había preparado un sermón titulado “Registros celestiales”.
Lo único que lamentaba mientas yacía en su lecho de muerte era
que no iba a tener la oportunidad de predicar ese último sermón.
Papá mandó imprimir copias del manuscrito y las distribuyó en
el funeral. Así que mi abuelo predicó desde el cielo un sermón
acerca del cielo.
Mi padre sirvió fielmente al Señor hasta que murió a los no-
venta y un años de edad. Lo observé y aprendí de él a lo largo
de los años; llevó literalmente una vida de ministerio fiel y me
transmitió un rico legado de ministerio consagrado. Su influencia
en mí es inmensa.
Cuando me inscribí en el seminario siendo joven, papá me
presentó al doctor Charles Lee Feinberg, quien en ese momento
era la autoridad evangélica principal en hebreo, historia judía y
10 Permaneciendo fiel en el ministerio

estudios del Antiguo Testamento. El doctor Feinberg creció como


judío ortodoxo y lo educaron para ser rabino antes de convertirse
a Cristo. Tenía un doctorado en arqueología y lenguas semíticas.
Amaba las Escrituras y se interesó especialmente en mi persona.
Su enseñanza y estímulo fueron invaluables para mí durante esos
años en el seminario.
Así que fui muy bendecido con varios mentores cercanos y
altamente calificados que me ayudaron a prepararme para el minis-
terio. Estoy en deuda con todos ellos y profundamente agradecido
por todo lo que me enseñaron.
Pero cuando la gente pregunta quién ha sido mi mayor influen-
cia y modelo en el ministerio pastoral, tengo que reconocer que
es el apóstol Pablo. Durante mis primeros años en el ministerio
me cautivó el poder de su ejemplo. Siempre me he visto como
una especie de versión moderna de Timoteo, intentando dar lo
mejor (aunque a menudo frustrado por mis propios fracasos) para
aprender de Pablo y emularlo… especialmente su valor, fidelidad,
profundo amor por Cristo y disposición de soportar en soledad.
De todas las palabras que Pablo nos dejó bajo la inspiración del
Espíritu Santo para que las consideremos, el texto que ha causado
la impresión más indeleble en mi corazón es 2 Timoteo 4:6-8, la
última declaración de fe registrada del apóstol antes de entregar su
vida por causa del evangelio. Justo después de animar a Timoteo
con las palabras “cumple tu ministerio” (v. 5), Pablo escribe:

Yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está


cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera,
he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona
de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día;
y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.
Introducción 11

Llegar al final de la vida y poder decir todas esas cosas con tanta
seguridad es excepcional. En el caso de Pablo, es especialmente ex-
traordinario. Esto es más un regocijo que una elegía. Pero viene de la
pluma de un apóstol cuyo total desdén por jactarse era bien conocido.
El constante rechazo de Pablo a exaltarse es evidente en todas sus
epístolas. Por eso, esta declaración final de triunfo debe leerse como
una expresión de profunda gratitud, paz permanente y gran alivio.
No es de extrañar. Tal vez ningún otro ministro ha enfren-
tado tantas dificultades, oposición tan grande o sufrimiento tan
implacable como el apóstol Pablo. Sin embargo, él siguió a Cristo
con fidelidad inquebrantable hasta el último momento. He aquí
el modo en que resumió su experiencia ministerial. Pablo afirma
que sirvió al Señor:

en trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles


más; en peligros de muerte muchas veces. De los judíos cinco
veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he
sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he pade-
cido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago
en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos,
peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros
de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto,
peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo
y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos
ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras cosas, lo
que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas
las iglesias (2 Co. 11:23-28).

A pesar de todas esas dificultades, Pablo seguía dedicado a Cris-


to cuando exhaló su último aliento. Asombra que cuando acabó
“la carrera” no hubiera multitudes terrenales que le celebraran el
12 Permaneciendo fiel en el ministerio

triunfo. Nadie le concedió un trofeo. Nadie lo aclamó ni le reco-


noció sus logros.
También es notable que cuando comenzó a escribir sus últi-
mas palabras registradas, su segunda epístola a Timoteo, Pablo no
parecía triunfante en absoluto. Desde una perspectiva humana, se
puede apreciar una soledad generalizada en ese último capítulo
de la epístola final del apóstol. El mundo ingrato estaba a punto
de decapitarlo. La vida del apóstol iba a terminar en forma igno-
miniosa. Este hombre incansable que escribió una parte impor-
tante del Nuevo Testamento también había plantado más de una
docena de iglesias estratégicas y había preparado a muchos otros
pastores, evangelistas y misioneros. Personalmente había llevado
el evangelio a multitudes a través de la región mediterránea: desde
Jerusalén y Antioquía hasta Roma. Pero Pablo ahora iba a morir
prácticamente solo. Según todas las apariencias terrenales, este era
un final trágico para una vida decepcionante.
No obstante, Pablo mismo tenía una perspectiva mejor y más
celestial. No estaba frustrado ni desilusionado. Justo antes de
entregar su vida por el evangelio, el apóstol escribió esta última
epístola inspirada a Timoteo, el protegido a quien le entregaría la
batuta. El tono de su instrucción y consejo sugiere que, a medida
que se acercaba la muerte de Pablo, su hijo espiritual Timoteo
podría haber estado totalmente desanimado… quizás incluso a
punto de abandonar el ministerio.
Pablo enfrenta directamente los hechos, sin miedo ni lamen-
tos. No minimiza ni pretende disimular el hecho de que muchos
de sus antiguos compañeros de trabajo y discípulos ya lo habían
abandonado, e incluso se mantenían a distancia quienes se halla-
ban espiritualmente alineados con él. El apóstol prácticamente
comenzó esa epístola final a Timoteo escribiendo: “Ya sabes esto,
Introducción 13

que me abandonaron todos los que están en Asia” (2 Ti. 1:15).


Luego, en el último capítulo agregó estos detalles:

Demas me ha desamparado, amando este mundo, y se ha ido


a Tesalónica. Crescente fue a Galacia, y Tito a Dalmacia. Sólo
Lucas está conmigo. Toma a Marcos y tráele contigo, porque
me es útil para el ministerio. A Tíquico lo envié a Éfeso. Trae,
cuando vengas, el capote que dejé en Troas en casa de Carpo, y
los libros, mayormente los pergaminos. Alejandro el calderero
me ha causado muchos males; el Señor le pague conforme a
sus hechos. Guárdate tú también de él, pues en gran manera
se ha opuesto a nuestras palabras. En mi primera defensa
ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon;
no les sea tomado en cuenta (4:10-16).

Lo que me sorprende es que Pablo no estaba frustrado ni


amargado por toda esa adversidad. Es más, veía sus circunstancias
como una ocasión para dar gloria a Dios. Sus palabras siguientes
fueron: “Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas, para
que por mí fuese cumplida la predicación, y que todos los gentiles
oyesen. Así fui librado de la boca del león. Y el Señor me librará
de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial. A él sea
gloria por los siglos de los siglos. Amén” (vv. 17-18).
Así Pablo se mantuvo fiel hasta el final. Perseveró por puro
amor al Señor, por el simple gozo de obedecer, con sus esperanzas
puestas firmemente en el cielo.
Tal actitud es la clave esencial para cualquiera que busque ser
un ministro fiel de Cristo. Pablo expresó: “Sed imitadores de mí,
así como yo de Cristo” (1 Co. 11:1; cp. 4:16). Ese es un mandato
que ha pendido sobre mi corazón y conciencia durante todos los
años que he estado en el ministerio.
14 Permaneciendo fiel en el ministerio

Una pregunta en la que he reflexionado mucho es: ¿Cómo


alguien hace eso? ¿Cómo puede una persona pasar por todos los
reveses ministeriales que experimentó Pablo y mantenerse firme,
inamovible, abundando siempre en la obra del Señor? ¿Cómo
podemos cultivar esa misma clase de compromiso? ¿Cómo pode-
mos terminar la carrera triunfalmente cuando nuestro rumbo está
plagado de obstáculos que parecen insuperables (“en todo fuimos
atribulados; de fuera, conflictos; de dentro, temores”), según los
describe el mismo Pablo (2 Co. 7:5)?
Detalladas respuestas a estas preguntas las resume el mismo
apóstol en 2 Corintios 4. Ese es el capítulo principal que deseo
explorar en este pequeño libro.

Trasfondo de 2 Corintios
El apóstol Pablo escribió su segunda epístola inspirada a los Co-
rintios durante un período en su ministerio en que tenía todos
los motivos para estar desanimado. Había fundado la iglesia en
Corinto y había servido allí como pastor durante dieciocho meses
(Hch. 18:11). Su obra misionera lo impulsó a seguir adelante, pero
él se mantuvo en contacto directo con los corintios. Su primera
epístola inspirada a esa iglesia constituye un informe extenso y
detallado de varios problemas que atribulaban a la congregación.
Se trata de una agotadora serie de cuestiones pastorales muy di-
fíciles, pero Pablo responde a cada tema con bondad paternal,
abundante sabiduría y sencilla claridad. Pese a todo, muestra una
preocupación profunda y auténtica por los corintios. El apóstol
se muestra paciente, servicial y consolador, la personificación de
un pastor con un gran corazón que conocía de veras a las ovejas
y las amaba.
Sin embargo, cuando Pablo escribió 2 Corintios era objeto de
Introducción 15

intensos ataques en Corinto por parte de algunos propagadores de


falsas doctrinas —falsos apóstoles— que habían aparecido durante
la ausencia de Pablo y se habían infiltrado en la iglesia de Corinto.
Esos falsos maestros hacían todo lo posible por destruir la repu-
tación de Pablo. Con agresividad intentaban socavar la influencia
del apóstol en esa iglesia. Ya que la enseñanza de estos individuos
era una corrupción del evangelio, representaba una grave amenaza
para la salud espiritual y el testimonio de la iglesia en Corinto. Los
falsos apóstoles habían centrado su ataque personalmente en Pa-
blo; tanto su carácter como el contenido de su enseñanza estaban
bajo inclemente asalto. Por tanto, se vio obligado a defenderse, y lo
hace en una forma interesante: no jactándose de sus propios logros
ni tratando de enaltecerse, sino exaltando a Cristo en tal manera
que puso al descubierto la hipocresía y las falsedades interesadas
de los falsos maestros.
Lo esencial y básico de la defensa de Pablo se resume en 2 Co-
rintios 4:5: “No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesu-
cristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor
de Jesús”. Esa es una declaración breve del llamado y la comisión
de todo verdadero ministro. El evangelio es un mensaje acerca de
Cristo, quien en todo momento debe ser el enfoque singular del
mensaje que proclamamos. Los falsos apóstoles y los asalariados
siempre parecen encontrar una manera de cambiar la atención
hacia sí mismos. Se convierten en el personaje central de toda
anécdota. Se pintan como los héroes de cada historia que cuentan.
Por tanto, hacen de su predicación poco más que una exhibición
de sus propios egos. Los púlpitos de hoy están llenos de hombres
que constantemente predican acerca de ellos mismos.
Nadie, mucho menos los corintios, podía acusar legítimamente
al apóstol Pablo de hacer eso. He aquí el modo en que describió su
16 Permaneciendo fiel en el ministerio

ministerio en Corinto: “Me propuse no saber entre vosotros cosa


alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Co. 2:2). A pesar
de que la audiencia exigía algo más, Pablo predicaba a Cristo. “Por-
que los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero
nosotros predicamos a Cristo crucificado” (1:22-23). En Gálatas
6:14 afirmó: “Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro
Señor Jesucristo”. Esa era la perspectiva del apóstol.
Creo que cuando escribió: “No nos predicamos a nosotros
mismos”, es probable que Pablo tuviera en mente las palabras
de Jeremías en la profecía del Antiguo Testamento acerca de los
profetas que hablaban por imaginación propia: “Así ha dicho Je-
hová de los ejércitos: No escuchéis las palabras de los profetas que
os profetizan; os alimentan con vanas esperanzas; hablan visión
de su propio corazón, no de la boca de Jehová” ( Jer. 23:16). Jesús
mismo expresó en Juan 7:18: “El que habla por su propia cuen-
ta, su propia gloria busca”. Pablo definitivamente no buscaba su
propia gloria. Al contrario, informó lo siguiente: “Predicamos a…
Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor
de Jesús” (2 Co. 4:5).
La palabra “siervos” atenúa de algún modo la fuerza de la de-
claración de Pablo. No se describe como un mayordomo vestido
de gala o un mesero en un restaurante elegante. La palabra que
usa significa “esclavos”: propiedad humana; alguien que legalmente
pertenece a otro. El apóstol reconoce que ha sido comprado por
un precio, y que ya no se pertenece a sí mismo (cp. 1 Co. 6:19-20).
Esa convicción fue el punto de partida de toda la filosofía minis-
terial de Pablo.
Al dar a conocer su filosofía en 2 Corintios 4, Pablo nos brinda
una respuesta detallada a la pregunta de cómo se mantuvo fiel en
medio de tanta adversidad. Empieza el capítulo con esta triunfante
Introducción 17

declaración: “Por lo cual, teniendo nosotros este ministerio según


la misericordia que hemos recibido, no desmayamos” (v. 1).
Notemos primero la última frase en el versículo: “No desma-
yamos”. El versículo 16 repite exactamente las mismas palabras.
Entonces, el breve testimonio que Pablo da en este capítulo está
asociado con idénticas afirmaciones sobre su determinación de
servir a Cristo sin desmayar.
Las traducciones al español tienden a subestimar lo que Pablo
estaba diciendo. La Biblia de las Américas dice: “No desfallece-
mos”. Las traducciones modernas típicamente declaran: “Nunca
nos damos por vencidos” (o algún equivalente cercano). El verbo
griego que Pablo usa (ekkakéo) es una combinación de dos palabras
comunes. La primera es una forma de la preposición en, la cual
indica encontrarse en un estado de reposo o rendición “en” o “en
medio de” algo. La raíz principal es un sustantivo, kakéo, que signi-
fica “maldad” o “depravación”. Por tanto, el sentido de la expresión
es: “No nos rendimos a la maldad”, mucho más fuerte que si él
estuviera diciendo simplemente: “No nos cansamos”.
En otras palabras, esto no tiene solo que ver con resistir fatiga,
desánimo o cobardía. Hay una nota poderosa de desafío en el tono
de Pablo. Lo que él quiere decir es: “No desertamos; nos negamos
a ceder al mal en cualquier manera”.
¿Qué lo motiva a hacer esa declaración en este contexto? Sutil-
mente, Pablo reconoce por implicación que su experiencia con los
corintios tenía el potencial de llevarlo a abandonar el ministerio.
Esa iglesia llena de problemas le había causado una dificultad
tan profunda y un desánimo tan penetrante, que una persona con
menos madurez espiritual podría haber estado tentada a tirar la
toalla. Los pecados de los corintios, su superficialidad, su rebelión
y su inestabilidad hacia Pablo son claramente evidentes en las dos
18 Permaneciendo fiel en el ministerio

epístolas inspiradas que les escribió. En esa iglesia había impureza


moral, celos, juicios, incesto y vergonzosa profanación de la Cena
del Señor. Como si esto fuera poco, las críticas que le hacían a
Pablo eran descorazonadoras, y él se lo dice (12:11-14).
En 1  Corintios 16:12, el apóstol dice que instó a Apolos a
llevar a Corinto un equipo de líderes calificados para tratar de re-
solver los problemas que allí había. Pero la iglesia en Corinto tenía
tantos problemas que a Apolos no le quedaron ganas de volver
allá. En resumen, esta era una iglesia que nadie quería pastorear.
Pablo, en realidad, les escribió por lo menos cuatro cartas. Dos
las tenemos recogidas en el Nuevo Testamento, y las otras dos
(que no forman parte del canon inspirado) se mencionan en las
dos que tenemos. Por el contenido de las cartas, es evidente que
cualquier cosa que se remediara por las amonestaciones de Pablo
en 1 Corintios no fue suficiente, porque la iglesia rápidamente
acogió a estos hacedores teológicos de maldad que tenían planeado
destruir la confianza de la iglesia en Pablo. Estos falsos apóstoles
autonombrados acusaron y difamaron implacablemente al apóstol
verdadero.
Pablo hizo una visita a Corinto que no resultó bien. Por tanto,
se alejó sintiéndose peor que antes de llegar. En ese momento les
escribió una fuerte carta. Además, después de esa desastrosa visita
decidió no volver a Corinto (2 Co. 2:1).
Sin embargo, cuando resultó evidente que estos falsos y peli-
grosos maestros ganaban una influencia dominante en la iglesia, el
corazón de Pablo se quebrantó. Esta era la clase de cuestiones que
podían hacer que un ministro abandonara el ministerio. Estaban
criticándole severamente el carácter. Le cuestionaban sus méri-
tos. Tal vez explotaban la controversia que tuvo con Pedro (véase
Gá. 2:11). Lo calumniaban en todas las formas posibles. Decían
Introducción 19

que era poco convincente como orador. Hicieron esta acusación


lo más personalmente ofensiva posible, diciendo que no solo era
tosco como orador (2 Co. 11:6), sino que también su presencia
personal no impresionaba a nadie (10:10). Era una experiencia
deprimente trabajar con esa iglesia.
Pablo apenas disimuló su propia frustración con la iglesia en
Corinto a lo largo de esta segunda epístola. Esto puede verse
desde el principio en el énfasis que pone en la misericordia y el
consuelo de Dios: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el
cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones” (1:3-4). En el
capítulo 2 habla de tristeza. Este es el dolor de la pena… su pro-
pio dolor después de esa desastrosa visita a Corinto, y el dolor de
los corintios cuando recibieron esta fuerte carta. Los capítulos 4,
6, 7, 10, 11, 12 y 13 abordan los problemas en esa congregación,
especialmente la actitud rencorosa y cínica que tuvieron hacia el
apóstol que se sacrificó por la iglesia que él había fundado y a
quien le debían todo. He aquí un hombre que trata con una con-
gregación obstinada y sumamente decepcionante de individuos
en cuyas vidas él había vertido su propia vida y energía. Por eso,
cuando Pablo enumera sus dificultades en 11:23-27 y lo acentúa
diciendo: “Además de [estas] otras cosas, lo que sobre mí se agolpa
cada día, la preocupación por todas las iglesias”, tal declaración
está cargada de significado.
No obstante, a pesar del antagonismo, la calamidad y las priva-
ciones que enfrentó en cada fase de su ministerio, Pablo no cedió
ante el mal. A pesar de los problemas con los que tuvo que tratar
en cada iglesia que plantó, de la oposición que enfrentó, de todos
los desalientos que lo asaltaron, de los sufrimientos que soportó,
sin embargo, permaneció fiel a Cristo en todos los aspectos. De
20 Permaneciendo fiel en el ministerio

todos los personajes que encontramos en las Escrituras, aparte de


Cristo mismo, Pablo es quien mejor encarna una fe infatigable,
persistencia incansable y determinación firme. No existe ejemplo
bíblico más dramático de devoción pura a Cristo. En 2 Corintios 4,
el apóstol mismo explica los factores que contribuyeron a esta
extraordinaria perseverancia.
He aquí nueve razones por las que Pablo no se desanimó. Una:
se veía a sí mismo como un administrador de Dios, a quien se le
había confiado un nuevo y mejor pacto. Dos: veía ese papel no solo
como un gran privilegio, sino también como una gran misericordia
extendida hacia él por la gracia de Dios. Tres: estaba decidido a
mantener puro y recto su propio corazón, y entendía que la fideli-
dad es un elemento clave en la búsqueda de verdadera integridad.
Cuatro: tenía una pasión determinante, es decir, su consagración
a predicar la Palabra de Dios. Cinco: entendía que la Palabra de
Dios no vuelve vacía (Is. 55:11), por lo que no le frustraban las
normas humanas de éxito o fracaso. Seis: era un hombre humilde
que no buscaba elogios ni reconocimiento, sino que iba tras la
gloria de Dios a toda costa. Siete: sabía que Dios utiliza nuestro
sufrimiento como un medio para santificarnos, y estaba deseoso
de participar en la comunión de los sufrimientos de Cristo. Ocho:
estaba familiarizado con los grandes héroes de la fe en el Antiguo
Testamento, e intentaba emular su valor. Y nueve: Pablo tenía su
corazón centrado en el cielo y en las cosas de arriba, sabiendo muy
bien que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos
de ser comparados con la gloria venidera.
Estas son nueve convicciones inquebrantables que mantuvie-
ron fiel a Pablo. Las veremos claramente a medida que avanzamos
en el texto de 2 Corintios 4. Alistémonos y dediquemos tiempo a
examinar con mayor detalle cada una de esas ideas.
1

Convencido de la superioridad
del nuevo pacto

En 2 Corintios 4, Pablo empieza con la declaración: “Por lo cual,


teniendo nosotros este ministerio“ (v. 1). La frase “por lo cual” nos
remite por supuesto al capítulo anterior. Podría parecer una anti-
gua frase trillada, pero es una regla importante a seguir: cuando
ves en la Biblia la frase por lo cual, debes preguntar por qué está
allí. En este caso, une lo que Pablo está a punto decir con el tema
que analizaba en el capítulo 3. Este capítulo es una comparación
detallada y también un contraste entre el antiguo y el nuevo pacto.
El inicio del nuevo pacto (que indica la terminación del an-
tiguo pacto) no representó un cambio sin importancia que Pablo
observara con interés académico como alguien ajeno al tema. Sig-
nificó un cambio radical que alteró por completo su plan de vida e
hizo añicos su visión del mundo. Pablo era hebreo de hebreos de
una línea de fariseos que pertenecían a la más noble de las doce
tribus judías. Fue criado desde el nacimiento para ser celoso de la
ley. Se había dedicado a la tradición farisaica. Era tan escrupuloso
22 Permaneciendo fiel en el ministerio

con relación a las ceremonias y características externas de la ley,


que parecía absolutamente inmaculado ante quien observara la
vida que él llevaba. Esa es la esencia de su testimonio personal
en Filipenses 3:4-6. (El apóstol dio un testimonio similar al rey
Agripa en Hch. 26:4-5, hablando de la meticulosidad de su lega-
lismo y su adherencia estricta a las exigencias del antiguo pacto).
Pero cuando Pablo fue derribado por el mismo Señor Jesús en
el camino a Damasco, todo cambió. La historia de la conversión
del apóstol (una versión que presenta los detalles históricos per-
tinentes) se narra en Hechos 9, y Lucas relata, además, cómo el
mismo Pablo volvió a contar la historia dos veces más, en Hechos
22:3-21 y 26:12-23. El testimonio que ofrece en Filipenses 3
omite los detalles históricos a fin de resaltar las repercusiones
espirituales de largo alcance de su nuevo nacimiento. Allí declara
en lenguaje gráfico cuán profundamente cambiaron su manera
de pensar y su estilo de vida en la conversión. En esencia, Pablo
asegura que, cuando Cristo lo tomó ese día, se dio cuenta de pronto
que todo su legalismo del antiguo pacto no era más valioso para él
ni menos ofensivo para Dios que si intentara ofrecer un montón
de estiércol sobre el altar. Pablo despertó a la verdad de Isaías 64:6:

Todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justi-


cias como trapo de inmundicia.

El sustantivo hebreo que Isaías usó habla de un trozo de tela que


se ha ensuciado y manchado con una descarga corporal impura.
Solo sirve para ser quemado. Esta es una imagen deliberadamente
repulsiva, pero muestra cómo Dios ve todos los intentos de los
pecadores por alcanzar justicia bajo la ley.
Lo que Pablo aprendió, además, es que una justicia realmente
perfecta e inmaculada (la obediencia perfecta que exige la ley) es
Convencido de la superioridad del nuevo pacto 23

imputada a aquellos que creen en Cristo. Durante su vida terrenal


Cristo cumplió toda demanda de la ley del antiguo pacto y más
(Mt. 3:15). Y lo hizo todo a favor de su pueblo, “para que nosotros
fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Co. 5:21). Por tanto,
Pablo afirma que desechó su justicia propia duramente ganada
porque no era mejor que aguas residuales humanas. Declaró: He
considerado tales cosas como basura “para ganar a Cristo, y ser hallado
en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es
por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Fil. 3:8-9).
En su conversión, cada faceta de la vida de Pablo cambió ra-
dicalmente, empezando con su apego al pacto mosaico. Vio al
instante que la ley condena el pecado y no puede salvar a los
pecadores (Ro. 3:20; 7:9-11; Gá. 3:10). “La ley produce ira” (Ro.
4:15). Y la ley impone sentencia de muerte a todos sin excepción,
porque nadie puede cumplirla. Por tanto, la ley tiene poder solo
para dar muerte a los pecadores, no para redimirlos.
Lo que está diciendo no es que la ley en sí sea mala. Al con-
trario, “la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo
y bueno” (Ro. 7:12). Sin la ley tendríamos un entendimiento de-
ficiente de lo que la justicia de Dios exige de nosotros (v. 7). El
problema radica en el pecador, no en la ley.
No obstante, el nuevo pacto suple y perfecciona todo lo que
faltaba en el antiguo pacto. Hebreos 8:6 nos dice que “ahora tan-
to mejor ministerio es el [de Cristo], cuanto es mediador de un
mejor pacto, establecido sobre mejores promesas”. Más que eso,
el nuevo pacto reemplaza y elimina por completo al antiguo: “Al
decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero” (v. 13).
El antiguo pacto se enuncia en centenares de mandamien-
tos detallados y demandantes; el nuevo pacto se centra solo en
Cristo y su obra consumada. Si la pieza central del antiguo pacto
24 Permaneciendo fiel en el ministerio

era la ley de Moisés (con sus rigurosas demandas ceremoniales y


su inflexible sentencia de muerte), el núcleo y el alma del nuevo
pacto es la promesa de vida en Cristo. Obviamente, el nuevo es
“un mejor pacto” (He. 7:22).
El antiguo pacto no podía proporcionar justicia. Cristo pro-
vee para su pueblo la justicia que la ley exigía, pero que no podía
suministrar. El antiguo pacto era temporal; el “cual había de pe-
recer” (2 Co. 3:7). Pero el nuevo pacto es permanente, nunca será
reemplazado. El antiguo pacto pronunciaba muerte y perdición
sobre los pecadores; el nuevo pacto ofrece vida.
“La letra mata, mas el espíritu vivifica” (2 Co. 3:6). Ese es el
punto clave que Pablo resalta en 2 Corintios 3, y que resalta cada
uno de esos contrastes. En el versículo 7 llama al antiguo pacto “el
ministerio de muerte”, y en el versículo 8 al nuevo pacto lo llama
“el ministerio del espíritu”. El versículo 9 habla del antiguo pacto
como “el ministerio de condenación”, y al nuevo pacto como “el
ministerio de justificación”. En el versículo 11 contrasta “lo que
perece” (el antiguo pacto) con “lo que permanece” (el nuevo pac-
to). Esa misma idea se repite en Hebreos 13:20, cuando habla del
nuevo pacto como “el pacto eterno”.
En resumen, el antiguo pacto no ofrecía esperanza a los pe-
cadores. El nuevo pacto ofrece “tal esperanza [que] usamos de
mucha franqueza” (2 Co. 3:12). Las ideas de franqueza, confianza,
suficiencia y competencia constituyen un hilo que atraviesa el capí-
tulo 3 (vv. 4-6, 12). Pablo nos da su respuesta a una pregunta que
había formulado al final del capítulo 2: “Para estas cosas, ¿quién
es suficiente?”. Su respuesta, en una sola frase, es: “No que seamos
competentes por nosotros mismos para pensar algo como de no-
sotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios” (3:5).
Y todo este análisis del nuevo pacto en 2 Corintios 3 es, por tanto,
Convencido de la superioridad del nuevo pacto 25

una descripción detallada de cómo las características distintivas


del nuevo pacto han hecho que los apóstoles y sus colaboradores
sean competentes para el ministerio que Dios les asignó. Cada
punto que Pablo señala en este contexto se aplica a todos los que
en la historia de la Iglesia han predicado fielmente el evangelio,
e incluye a los que Dios ha ordenado y llamado al ministerio en
nuestra generación y en los años venideros.
El antiguo pacto era nublado y velado (vv. 13-14); el nuevo
pacto es claro y despejado. Todos los misterios del antiguo pacto se
revelan en Cristo. Eso es lo que Pablo quiere decir en el versículo
14 cuando afirma que el velo del antiguo pacto es quitado en Cris-
to. Hebreos 1:1-2 declara, asimismo, que la revelación definitiva y
suficiente de Dios para esta época se nos ha entregado de una vez
por todas en Cristo. Tal texto y su referencia cruzada representan
una declaración formal de la finalidad y eternidad del nuevo pacto.
Es significativo que Pablo se refiera al nuevo pacto como “el
ministerio del espíritu” (2 Co. 3:8). La venida del Espíritu Santo en
Pentecostés es uno de los acontecimientos clave que señalaron la
transición del antiguo pacto al nuevo. Desde luego que el Espíritu
también estuvo actuando a lo largo del Antiguo Testamento, pero
la profundidad total de la doctrina trinitaria simplemente no es
prominente en el Antiguo Testamento. El lugar y la función del
Espíritu en la Divinidad trina es una de las verdades monumen-
tales de las que se ha quitado el velo del antiguo pacto. El Espí-
ritu también parece tener un rol nuevo y exclusivo bajo el nuevo
pacto: habitar permanentemente en cada creyente, darle poder y
conformarlo constantemente a la semejanza de Cristo llevándolo
de un nivel de gloria al siguiente (vv. 17-18). Por supuesto, esta
es una de las anclas que sostuvo a Pablo en el conocimiento de
que su competencia para la tarea del ministerio provenía de Dios.
26 Permaneciendo fiel en el ministerio

Esto era prueba de que el Señor mismo proporcionaría suficiente


gracia para cada necesidad. El Espíritu de Dios, que reside en las
vidas de los creyentes, le aseguró a Pablo que incluso las pruebas
y las desilusiones extremas que enfrentaría en su ministerio en
última instancia simplemente lo perfeccionarían, confirmarían,
fortalecerían y afirmarían (cp. 1 P. 5:10). “El Espíritu nos ayuda
en nuestra debilidad” (Ro. 8:26). Ese es en realidad todo el tema
y la esencia de Romanos 8.
Aquí vemos a un hombre que salió de la desesperanza del
antiguo pacto e ingresó a la certidumbre y seguridad del nuevo
pacto. Pablo nunca perdió su sentido de asombro cuando pensó
en el nuevo pacto. Sabía de qué había sido liberado. Cada prueba
que enfrentaba era eclipsada por la liberación que ya le había pro-
porcionado la gracia soberana de Dios a través de Jesucristo. Era
un honor asombroso e inmerecido para él ser llamado al servicio
del Señor, y lo entendía más que nadie.
Es evidente que Pablo tenía eso en mente cuando original-
mente planteó la inquietud de su propia suficiencia, pues escribió:

A Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo


Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el
olor de su conocimiento. Porque para Dios somos grato olor
de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; a éstos
ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de
vida para vida. Y para estas cosas, ¿quién es suficiente? (2 Co.
2:14-16).

En realidad, ningún ser humano podría echar sobre sí mismo una


responsabilidad tan grande o tener esa clase de influencia perdura-
ble. Pero Pablo es un predicador del nuevo pacto, un instrumento
de Dios que tendrá influencia en la eternidad de personas, sea en
Convencido de la superioridad del nuevo pacto 27

el cielo o en el infierno. ¿Qué necio a quien se le da tal llamado se


conformaría con algo menos que eso?
Este es un argumento poderoso para mantenernos centra-
dos en la verdad del evangelio, proclamando todo el mensaje del
evangelio, estudiando los detalles del evangelio, defendiendo las
doctrinas del evangelio, meditando en las promesas del evange-
lio, animándonos unos a otros con los preceptos del evangelio y
cantando las glorias del evangelio. Nunca debemos olvidar el gran
privilegio que significa ser llamados como ministros del nuevo
pacto. Esa es la clave primera y fundamental para la perseverancia
constante de Pablo.

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