Canción de Los Ángeles

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Canción de los ángeles

[Poema - Texto completo.]

Rainer Maria Rilke

________________________________________

No he soltado a mi ángel mucho tiempo,

y se me ha vuelto pobre entre los brazos,

se hizo pequeño, y yo me hacía grande:

de repente yo fui la compasión;

y él, solamente un ruego tembloroso.

Le di su cielo entonces: me dejó

él lo cercano, de que él se marchaba;

a cernerse aprendió. yo aprendí vida,

y nos reconocimos lentamente…

Aunque mi ángel no tiene ya deber,

por mi día más fuerte desplazado,

baja a veces su rostro con nostalgia,

como si no quisiera ya su cielo.

Querría alzar de nuevo, de mis pobres

días, sobre las cimas de los bosques

rumorosos, mis pálidas plegarias

basta la patria de los querubines.

Allí llevó mi llanto originario

y pensamientos; y mis diminutos

dolores se volvieron allí bosques

que susurran sobre él…


Sí algún día, en las tierras de la vida,

entre el ruido de feria y de mercado,

la palidez olvido de mi infancia

florecida, y olvido el primer ángel,

su bondad, sus ropajes y sus manos

en oración, su mano bendiciendo;

conservaré en mis sueños más secretos

siempre el plegarse de esas alas,

que como un ciprés blanco

quedaban detrás de él…

Sus manos se quedaron como ciegos

pájaros que, engañados por el sol,

cuando, sobre las olas, los demás

se fueron a perennes primaveras,

han de afrontar los vientos invernales

en los tilos vacíos, sin follaje.

Había en sus mejillas la vergüenza

de las novias, que el espanto del alma

tapan con púrpuras oscuras

ante el esposo.

Y en los ojos había

resplandor del primer día:

pero sobre todo

descollaban las alas portadoras…

Había expectación en la llanura


por un huésped que no acudió jamás:

aún pregunta tal vez el jardín trémulo:

su sonrisa después se vuelve inválida.

Y por los barrizales aburridos

se empobrece en la tarde la alameda,

las manzanas se angustian en las ramas

y les hacen sufrir todos los vientos.

Es donde están las últimas cabañas

y casas nuevas que, con pecho angosto,

se asoman estrujadas, entre andamios miedosos,

quieren saber dónde empieza el campo.

Allí la primavera siempre es pálida, a medias,

el verano es febril tras esas tablas:

enferman los ciruelos y los niños,

y tan sólo el otoño allí tiene algo

de remoto y conciliador: a veces

son sus tardes de suave derretirse:

dormitan las ovejas, y el pastor con zamarra

se apoya, oscuro, en la última farola.

Alguna vez ocurre en la honda noche

que se despierta el viento, como un niño,

y pasa la alameda, solitario,

quedo, quedo, llegando hasta la aldea.

Y a tientas va marchando hasta el estanque

y se para después a oír en torno:


y las casas están pálidas todas

y las encinas mudas…

“Fábula y rueda de los tres amigos”

Enrique,

Emilio,

Lorenzo.

Estaban los tres helados:

Enrique por el mundo de las camas;

Emilio por el mundo de los ojos y las heridas de las manos,

Lorenzo por el mundo de las universidades sin tejados.

Lorenzo,

Emilio,

Enrique.

Estaban los tres quemados:

Lorenzo por el mundo de las hojas y las bolas de billar;

Emilio por el mundo de la sangre y los alfileres blancos,

Enrique por el mundo de los muertos y los periódicos abandonados.

Lorenzo,

Emilio,
Enrique.

Estaban los tres enterrados.

Lorenzo en un seno de Flora;

Emilio en la, yerta ginebra que se olvida en el vaso,

Enrique en la hormiga, en el mar y en los ojos vacíos de los pájaros.

Lorenzo,

Emilio,

Enrique.

Fueron los tres en mis manos

tres montañas chinas,

tres sombras de caballo,

tres paisajes de nieve y una cabaña de azucenas

por los palomares donde la luna se pone plana bajo el gallo.

Uno

y uno

y uno.

Estaban los tres momificados.

Con las moscas del invierno,

con los tinteros que orina el perro y desprecia el vilano,

con la brisa que hiela el corazón de todas las madres,


por los blancos derribos de Júpiter donde meriendan muerte los borrachos.

Tres

y dos

y uno.

Los vi perderse llorando y cantando

por un huevo de gallina,

por la noche que enseñaba su esqueleto de tabaco,

por mi dolor lleno de rostros y punzantes esquirlas de luna,

por mi alegría de ruedas dentadas y látigos,

por mi pecho turbado por las palomas,

por mi muerte desierta con un solo paseante equivocado.

Yo había matado la quinta luna

y bebían agua por las fuentes los abanicos y los aplausos.

Tibia leche encerrada de las recién paridas

agitaba las rosas con un largo dolor blanco.

Enrique,

Emilio,

Lorenzo.

Diana es dura,

pero a veces tiene los pechos nublados.


Puede la piedra blanca latir en la sangre del ciervo

y el ciervo puede soñar por los ojos de un caballo.

Cuando se hundieron las formas puras

bajo el cri cri de las margaritas,

comprendí que me habían asesinado.

Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias,

abrieron los toneles y los armarios,

destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro.

Ya no me encontraron.

¿No me encontraron?

No. No me encontraron.

Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba,

y que el mar recordó ¡de pronto!

los nombres de todos sus ahogados.

A orillas del Duero

Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día.

Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía,

buscando los recodos de sombra, lentamente.

A trechos me paraba para enjugar mi frente

y dar algún respiro al pecho jadeante;

o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante

y hacia la mano diestra vencido y apoyado

en un bastón, a guisa de pastoril cayado,


trepaba por los cerros que habitan las rapaces

aves de altura, hollando las hierbas montaraces

de fuerte olor ?romero, tomillo, salvia, espliego?.

Sobre los agrios campos caía un sol de fuego.

Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo

cruzaba solitario el puro azul del cielo.

Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo,

y una redonda loma cual recamado escudo,

y cárdenos alcores sobre la parda tierra

?harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra?,

las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero

para formar la corva ballesta de un arquero

en torno a Soria. ?Soria es una barbacana,

hacia Aragón, que tiene la torre castellana?.

Veía el horizonte cerrado por colinas

oscuras, coronadas de robles y de encinas;

desnudos peñascales, algún humilde prado

donde el merino pace y el toro, arrodillado

sobre la hierba, rumia; las márgenes de río

lucir sus verdes álamos al claro sol de estío,

y, silenciosamente, lejanos pasajeros,

¡tan diminutos! ?carros, jinetes y arrieros?,

cruzar el largo puente, y bajo las arcadas

de piedra ensombrecerse las aguas plateadas

del Duero.
El Duero cruza el corazón de roble

de Iberia y de Castilla.

¡Oh, tierra triste y noble,

la de los altos llanos y yermos y roquedas,

de campos sin arados, regatos ni arboledas;

decrépitas ciudades, caminos sin mesones,

y atónitos palurdos sin danzas ni canciones

que aún van, abandonando el mortecino hogar,

como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar!

Castilla miserable, ayer dominadora,

envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.

¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada

recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?

Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;

cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.

¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerta

de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.

La madre en otro tiempo fecunda en capitanes,

madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes.

Castilla no es aquella tan generosa un día,

cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía,

ufano de su nueva fortuna, y su opulencia,

a regalar a Alfonso los huertos de Valencia;

o que, tras la aventura que acreditó sus bríos,

pedía la conquista de los inmensos ríos


indianos a la corte, la madre de soldados,

guerreros y adalides que han de tornar, cargados

de plata y oro, a España, en regios galeones,

para la presa cuervos, para la lid leones.

Filósofos nutridos de sopa de convento

contemplan impasibles el amplio firmamento;

y si les llega en sueños, como un rumor distante,

clamor de mercaderes de muelles de Levante,

no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa?

Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.

Castilla miserable, ayer dominadora,

envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora.

El sol va declinando. De la ciudad lejana

me llega un armonioso tañido de campana

?ya irán a su rosario las enlutadas viejas?.

De entre las peñas salen dos lindas comadrejas;

me miran y se alejan, huyendo, y aparecen

de nuevo, ¡tan curiosas!... Los campos se obscurecen.

Hacia el camino blanco está el mesón abierto

al campo ensombrecido y al pedregal desierto.

CARTA DE CREENCIA

Entre la noche y el día

hay un territorio indeciso.

No es luz ni sombra:
es tiempo.

Hora, pausa precaria,

página que se obscurece,

página en la que escribo,

despacio, estas palabras.

La tarde

es una brasa que se consume.

El día gira y se deshoja.

Lima los confines de las cosas

un río obscuro.

Terco y suave

las arrastra, no sé adónde.

La realidad se aleja.

Yo escribo:

hablo conmigo

hablo contigo.

Quisiera hablarte

como hablan ahora,

casi borrados por las sombras

el arbolito y el aire;
como el agua corriente,

soliloquio sonámbulo;

como el charco callado,

reflector de instantáneos simulacros;

como el fuego:

lenguas de llama, baile de chispas,

cuentos de humo.

Hablarte

con palabras visibles y palpables,

con peso, sabor y olor

como las cosas.

Mientras lo digo

las cosas, imperceptiblemente,

se desprenden de sí mismas

y se fugan hacia otras formas,

hacia otros nombres.

Me quedan

estas palabras: con ellas te hablo.

Las palabras son puentes.

También son trampas, jaulas, pozos.

Yo te hablo: tú no me oyes.

No hablo contigo:
hablo con una palabra,

Esa palabra eres tú,

esa palabra

te lleva de ti misma a ti misma.

La hicimos tú, yo, el destino.

La mujer que eres

es la mujer a la que hablo:

estas palabras son tu espejo,

eres tú misma y el eco de tu nombre.

Yo también,

al hablarte,

me vuelvo un murmullo,

aire y palabras, un soplo,

un fantasma que nace de estas letras.

Las palabras son puentes:

la sombra de las colinas de Meknès

sobre un campo de girasoles estáticos

es un golfo violeta.

Son las tres de la tarde,

tienes nueve años y te has adormecido

entre los brazos frescos de la rubia mimosa.

Enamorado de la geometría
un gavilán dibuja un círculo.

Tiembla en el horizonte

la mole cobriza de los cerros.

Entre peñascos vertiginosos

los cubos blancos de un poblado.

Una columna de humo sube del llano

y poco a poco se disipa, aire en el aire,

como el canto del muecín

que perfora el silencio, asciende y florece

en otro silencio.

Sol inmóvil,

inmenso espacio de alas abiertas;

sobre llanuras de reflejos

la sed levanta alminares transparentes.

Tú no estás dormida ni despierta:

tú flotas en un tiempo sin horas.

Un soplo apenas suscita

remotos países de menta y manantiales.

Déjate llevar por estas palabras

hacia ti misma.

Las palabras son inciertas

y dicen cosas inciertas.

Pero digan esto o aquello,


nos dicen.

Amor es una palabra equívoca,

como todas.

No es palabra,

dijo el Fundador:

es visión,

comienzo y corona

de la escala de la contemplación

y el florentino:

es un accidente

y el otro:

no es la virtud

pero nace de aquello que es la perfección

y los otros:

una fiebre, una dolencia,

un combate, un frenesí, un estupor,

una quimera.

El deseo lo inventa,
lo avivan ayunos y laceraciones,

los celos lo espolean,

la costumbre lo mata.

Un don,

una condena.

Furia, beatitud.

Es un nudo: vida y muerte.

Una llaga

que es rosa de resurrección.

Es una palabra:

al decirla, nos dice.

El amor comienza en el cuerpo

¿dónde termina?

Si es fantasma,

encarna en un cuerpo;

si es cuerpo,

al tocarlo se disipa.

Fatal espejo:
la imagen deseada se desvanece,

tú te ahogas en tus propios reflejos.

Festín de espectros.

Aparición:

el

instante tiene cuerpo y ojos,

me mira.

Al

fin la vida tiene cara y nombre.

Amar:

hacer de un alma un cuerpo,

hacer de un cuerpo un alma,

hacer un tú de una presencia.

Amar:

abrir la puerta prohibida,

pasaje

que nos lleva al otro lado del tiempo.

Instante:

reverso de la muerte,

nuestra frágil eternidad.

Amar es perderse en el tiempo,

ser espejo entre espejos.


Es idolatría:

endiosar una criaturay a lo que es temporal llamar eterno.

Todas las formas de carne

son hijas del tiempo,

simulacros.

El tiempo es el mal,

el instante

es la caída;

amar es despeñarse:

caer interminablemente,

nuestra pareja

es nuestro abismo.

El abrazo:

jeroglífico de la destrucción.

Lascivia: máscara de la muerte.

Amar: una variación,

apenas un momento

en la historia de la célula primigenia


y sus divisiones incontables.

Eje

de la rotación de las generaciones.

Invención, transfiguración:

la muchacha convertida en fuente,

la cabellera en constelación,

en isla la mujer dormida.

La sangre:

música en el ramaje de las venas;

el tacto:

luz en la noche de los cuerpos.

Trasgresión

de la fatalidad natural,

bisagra

que enlaza destino y libertad,

pregunta

grabada en la frente del deseo:

¿accidente o predestinación?

Memoria, cicatriz:
¿de dónde fuimos arrancados?,

memoria: sed de presencia,

querencia

de la mitad perdida.

El Uno

es el prisionero de sí mismo,

es,

solamente es,

no tiene memoria,

no tiene cicatriz:

amar es dos,

siempre dos,

abrazo y pelea,

dos es querer ser uno mismo

y ser el otro, la otra;

dos no reposa,

no está completo nunca,


gira

en torno a su sombra,

busca

lo que perdimos al nacer;

la cicatriz se abre:

fuente de visiones;

dos: arco sobre el vacío,

puente de vértigos;

dos:

Espejo de las mutaciones.

Amor, isla sin horas,

isla rodeada de tiempo,

claridad

sitiada de noche.

Caer

es regresar,

caer es subir.

Amar es tener ojos en las yemas,


palpar el nudo en que se anudan

quietud y movimiento.

El arte de amar

¿es arte de morir?

Amar

es morir y revivir y remorir:

es la vivacidad.

Te quiero

porque yo soy mortal

y tú lo eres.

El placer hiere,

la herida florece.

En el jardín de las caricias

corté la flor de sangre

para adornar tu pelo.

La flor se volvió palabra.

La palabra arde en mi memoria.

Amor:

reconciliación con el Gran

todo

y con los otros,


los diminutos todos

innumerables.

Volver al día del comienzo.

Al día de hoy.

La tarde se ha ido a pique.

Lámparas y reflectores

perforan la noche.

Yo escribo:

hablo contigo:

hablo conmigo.

Con palabras de agua, llama, aire y tierra

inventamos el jardín de las miradas.

Miranda y Fernand se miran,

interminablemente, en los ojos

hasta petrificarse.

Una manera de morir

como las otras.

En la altura

las constelaciones escriben siempre


la misma palabra;

nosotros,

aquí abajo, escribimos

nuestros nombres mortales.

La pareja

es pareja porque no tiene Edén.

Somos los expulsados del Jardín,

estamos condenados a inventarlo

y cultivar sus flores delirantes,

joyas vivas que cortamos

para adornar un cuello.

Estamos condenados

a dejar el Jardín:

delante de nosotros

está el mundo.

Tal vez amar es aprender

a caminar por este mundo.

Aprender a quedarnos quietos

como el tilo y la encina de la fábula.

Aprender a mirar.
Tu mirada es sembradora.

Plantó un árbol.

Yo hablo

porque tú meces los follajes.

Arte poética

ENTRE sombra y espacio, entre guarniciones y doncellas,


dotado de corazón singular y sueños funestos,
precipitadamente pálido, marchito en la frente
y con luto de viudo furioso por cada día de vida,
ay, para cada agua invisible que bebo soñolientamente
y de todo sonido que acojo temblando,
tengo la misma sed ausente y la misma fiebre fría
un oído que nace, una angustia indirecta,
como si llegaran ladrones o fantasmas,
y en una cáscara de extensión fija y profunda,
como un camarero humillado, como una campana un poco
ronca,
como un espejo viejo, como un olor de casa sola
en la que los huéspedes entran de noche perdidamente ebrios,
y hay un olor de ropa tirada al suelo, y una ausencia de flores
-posiblemente de otro modo aún menos melancólico-,
pero, la verdad, de pronto, el viento que azota mi pecho,
las noches de substancia infinita caídas en mi dormitorio,
el ruido de un día que arde con sacrificio
me piden lo profético que hay en mí, con melancolía
y un golpe de objetos que llaman sin ser respondidos
hay, y un movimiento sin tregua, y un nombre confuso.

Poema 20
(de Veinte poemas de amor y una canción desesperada)

PUEDO escribir los versos más tristes esta noche.


Escribir, por ejemplo: " La noche está estrellada,

y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.

La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.

Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.

Y el verso cae al alma como pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.

La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.

Mi alma no se contenta con haberla perdido.


Como para acercarla mi mirada la busca.

Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.

Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.

Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.

Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,

mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,

y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

Walking around

Sucede que me canso de ser hombre.

Sucede que entro en las sastrerías y en los cines


marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro

navegando en un agua de origen y ceniza.

El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.

Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,

sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,

ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.

Sucede que me canso de mis pies y mis uñas

y mi pelo y mi sombra.

Sucede que me canso de ser hombre.

Sin embargo sería delicioso

asustar a un notario con un lirio cortado

o dar muerte a una monja con un golpe de oreja.

Sería bello

ir por las calles con un cuchillo verde

y dando gritos hasta morir de frío.

No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,

vacilante, extendido, tiritando de sueño,

hacia abajo, en las tripas moradas de la tierra,

absorbiendo y pensando, comiendo cada día.

No quiero para mí tantas desgracias.


no quiero continuar de raíz y de tumba,

de subterráneo solo, de bodega con muertos,

aterido, muriéndome de pena.

Por eso el día lunes arde como el petróleo

cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,

y aúlla en su transcurso como una rueda herida,

y da pasos de sangre caliente hacia la noche.

Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas,

a hospitales donde los huesos salen por la ventana,

a ciertas zapaterías con olor a vinagre,

a calles espantosas como grietas.

Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos

colgando de las puertas de las casas que odio,

hay dentaduras olvidadas en una cafetera,

hay espejos

que debieran haber llorado de vergüenza y espanto,

hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos.

Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,

con furia, con olvido,

paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,

y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:


calzoncillos, toallas y camisas que lloran

lentas lágrimas sucias.

Yo soy aquel que ayer no más decía

[Poema - Texto completo.]

Rubén Darío

–I–

Yo soy aquel que ayer no más decía

el verso azul y la canción profana,

en cuya noche un ruiseñor había

que era alondra de luz por la mañana.

El dueño fui de mi jardín de sueño,

lleno de rosas y de cisnes vagos;

el dueño de las tórtolas, el dueño

de góndolas y liras en los lagos;

y muy siglo diez y ocho y muy antiguo

y muy moderno; audaz, cosmopolita;

con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo,

y una sed de ilusiones infinita.


Yo supe del dolor desde mi infancia,

mi Juventud… ¿fue juventud la mía?

Sus rosas aún me dejan su fragancia,

una fragancia de melancolía…

Potro sin freno se lanzó mi instinto,

mi juventud montó potro sin freno;

iba embriagada y con puñal al cinto;

si no cayó, fue porque Dios es bueno.

En mi jardín se vio una estatua bella;

se juzgó mármol y era carne viva;

un alma joven habitaba en ella,

sentimental, sensible, sensitiva.

Y tímida ante el mundo, de manera

que encerrada en silencio no salía,

sino cuando en la dulce primavera

era la hora de la melodía…

Hora de ocaso y de discreto beso;

hora crepuscular y de retiro;

hora de madrigal y de embeleso,

de «te adoro», de «¡ay!» y de suspiro.


Y entonces era en la dulzaina un juego

de misteriosas gamas cristalinas,

un renovar de notas del Pan griego

y un desgranar de músicas latinas,

con aire tal y con ardor tan vivo,

que a la estatua nacían de repente

en el muslo viril patas de chivo

y dos cuernos de sátiro en la frente.

Como la Galatea gongorina

me encantó la marquesa verleniana,

y así juntaba a la pasión divina

una sensual hiperestesia humana;

todo ansia, todo ardor, sensación pura

y vigor natural; y sin falsía,

y sin comedia y sin literatura…

si hay un alma sincera, esa es la mía.

La torre de marfil tentó mi anhelo;

quise encerrarme dentro de mí mismo,

y tuve hambre de espacio y sed de cielo

desde las sombras de mi propio abismo.


Como la esponja que la sal satura

en el jugo del mar, fue el dulce y tierno

corazón mío, henchido de amargura

por el mundo, la carne y el infierno.

Mas, por gracia de Dios, en mi conciencia

el Bien supo elegir la mejor parte;

y si hubo áspera hiel en mi existencia,

melificó toda acritud el Arte.

Mi intelecto libré de pensar bajo,

bañó el agua castalia el alma mía,

peregrinó mi corazón y trajo

de la sagrada selva la armonía.

¡Oh, la selva sagrada! ¡Oh, la profunda

emanación del corazón divino

de la sagrada selva! ¡Oh, la fecunda

fuente cuya virtud vence al destino!

Bosque ideal que lo real complica,

allí el cuerpo arde y vive y Psiquis vuela;

mientras abajo el sátiro fornica,

ebria de azul deslíe Filomela.


Perla de ensueño y música amorosa

en la cúpula en flor del laurel verde,

Hipsipila sutil liba en la rosa,

y la boca del fauno el pezón muerde.

Allí va el dios en celo tras la hembra,

y la caña de Pan se alza del lodo;

la eterna Vida sus semillas siembra,

y brota la armonía del gran Todo.

El alma que entra allí debe ir desnuda,

temblando de deseo y de fiebre santa,

sobre cardo heridor y espina aguda:

así sueña, así vibra y así canta.

Vida, luz y verdad, tal triple llama

produce la interior llama infinita;

El Arte puro como Cristo exclama:

Ego sum lux et veritas et vita!

Y la vida es misterio; la luz ciega

y la verdad inaccesible asombra;

la adusta perfección jamás se entrega,

Y el secreto Ideal duerme en la sombra.


Por eso ser sincero es ser potente.

De desnuda que está, brilla la estrella;

el agua dice el alma de la fuente

en la voz de cristal que fluye d’ella.

Tal fue mi intento, hacer del alma pura

mía, una estrella, una fuente sonora,

con el horror de la literatura

y loco de crepúsculo y de aurora.

Del crepúsculo azul que da la pauta

que los celestes éxtasis inspira,

bruma y tono menor -¡toda la flauta!,

y Aurora, hija del Sol -¡toda la ira!

Pasó una piedra que lanzó una honda;

pasó una flecha que aguzó un violento.

La piedra de la honda fue a la onda,

y la flecha del odio fuese al viento.

La virtud está en ser tranquilo y fuerte;

con el fuego interior todo se abrasa;

se triunfa del rencor y de la muerte,

y hacia Belén… ¡la caravana pasa!


‘Pascua de 1916’ (W. B. Yeats)

(William Butler Yeats)

Con ellos me he cruzado al caer el día

cuando venían, la mirada intensa,

de algún escritorio o ventanilla

entre sombrías casas dieciochescas.

Con la cabeza los he saludado,

o con alguna amable frase hecha;

me he detenido otras veces un rato

a decir otra amable frase hecha,

y antes de terminarla he pensado,

en un escarnio o maledicencia

para dar gusto a alguien sentado

en el club, cerca de la chimenea,

seguro como estaba de que todos

en un país de bufones vivimos;

todo cambiado, cambiado del todo:

una terrible belleza ha nacido.

El día se pasaba esa mujer

ocupada en su buena voluntad

de ignorante; la noche, en perder

la voz por discutir y pelear.


¿Acaso existía voz más grata

que su voz cuando, bonita y joven,

en pos de los lebreles cabalgaba?

Dirigía una escuela este hombre,

jinete del caballo alado nuestro;

este otro, su ayudante y amigo,

entonces empezaba a mostrar genio,

podría haber adquirido prestigio,

su sensibilidad tal parecía,

tal el arrojo y la delicadeza

de sus ideas. A este veía

en sueños, jactancioso, sin maneras,

y borracho. Peor no pudo obrar

con personas a quienes quiero tanto,

pero en esta canción figurará,

y es que también él ha renunciado

a su papel en la incierta comedia;

él también ha cambiado y se ha visto

transformado de todas las maneras:

una terrible belleza ha nacido.

A lo largo de inviernos y veranos

un corazón con una idea fija

parece convertida por encanto

en piedra que agita las aguas vivas.


El caballo que por la senda corre,

el jinete, los pájaros de vuelo

errante atravesando nubarrones:

ellos cambian momento tras momento;

una sombra de nube en curso de agua,

de un momento a otro ha cambiado;

en la ribera un casco resbala,

y un caballo cae chapoteando;

va la zancuda focha a sumergirse,

a un macho llama una focha hembra;

ellos momento tras momento viven,

y sigue en medio de todo la piedra.

En piedra puede acabar convertido

un corazón de sacrificar tanto.

Ah, ¿cuándo se hartarán? Papel divino

es ese, el nuestro es ir musitando

nombre tras nombre, como una madre

el de su hijo, cuando al fin el sueño

se apodera de las extremidades

que estaban agitándose sin freno.

¿Y no es esto el anochecer acaso?

No, no, no es la noche; es la muerte;

¿Fue inútil esa muerte al fin y al cabo?

Porque Inglaterra su palabra puede


cumplir por todo lo dicho y hecho.

Conocemos el sueño de ellos; basta

con saber que soñaron y están muertos.

Pero ¿qué importa si un amor sin tasa

hasta la muerte los enajenó?

Todo esto voy yo a escribir en rima:

MacBride y MacDonagh, el profesor,

Pearse y Connolly, el sindicalista,

ahora mismo y en tiempos venideros,

dondequiera que el verde sea exhibido,

del todo habrán cambiado todos ellos:

una terrible belleza ha nacido.

"Oh dime la verdad sobre el amor"

Unos dicen que amor es un niñato

Y otros dicen que un ave,

Unos dicen que hace girar el mundo

Y otros que no se sabe,

Y cuando fui a charlar con mi vecino

Por ver si estaba al tanto,


Su indignada mujer me echó de casa

Con un grito de espanto.

¿Tiene aspecto de bata o de pijama,

O de jamón secándose en un bar?

¿Diríamos que huele a piel de llama

O desprende un olor a bienestar?

¿Tiene el tacto punzante de un espino

O bien la suavidad de un almohadón?

Si repasas el borde, ¿es grueso o fino?

Oh dime la verdad sobre el amor.

Nuestros libros de historia lo mencionan

En glosas enigmáticas,
Y es un tema que está de moda en

Las líneas trasatlánticas;

Lo he visto mencionado con frecuencia

En notas de suicidas,

Y hasta aparece escrito en las solapas

De guías eruditas.

¿Se lamenta como un mastín famélico

O retumba cual banda militar?

¿Es posible seguir su ritmo bélico

Con un piano y un taco de billar?

¿Es el cantante, el alma de la fiesta?

¿Sólo clásica escucha con ardor?

Si uno pide silencio, ¿se molesta?

Oh dime la verdad sobre el amor.

Miré en el interior de la glorieta,

Allí no había nada.

Opté por intentarlo río arriba

Y también en la rada.

No sé qué dijo el mirlo con su trino

Ni qué contó el rosal;


Mas no estaba debajo de la cama

Ni estaba en el corral.

¿Sabe poner mil caras sorprendentes?

¿Se marea al montarse en un tiovivo?

¿Se la pasa apostando eternamente

O chascando los dedos sin motivo?

¿Sus juicios del dinero son fundados?

¿Piensa que el patriotismo es un valor?

¿Cuenta chistes vulgares e inspirados?

Oh dime la verdad sobre el amor.

Cuando llegue, ¿vendrá sin avisar

Mientras estoy hurgándome el oído?

¿Sabrá pedir permiso antes de entrar

O verterá su copa en mi vestido?

¿Veré cambiar el clima en su presencia?

Su saludo, ¿dará frío o calor?

¿Será un cambio total en mi existencia?

Oh dime la verdad sobre el amor. ~

Enero 1938.

Versión de Jordi Doce

miercoles de ceniza

Porque no espero retornar jamás

Porque no espero

Porque no espero retornar


Deseoso del don de éste y de la visión de aquél

Ya no me esfuerzo más por esforzarme por cosas semejantes

(¿Por qué debiera desplegar las alas el águila ya vieja?)

¿Por qué debiera lamentarme yo

Por el poder perdido del reino acostumbrado?

Porque no espero conocer jamás

La endeble gloria de la hora positiva,

Porque pienso que no

Porque conozco que no he de conocer

El único real de los poderes transitorios

Porque no he de beber

Allí, donde los árboles florecen, y los manantiales fluyen,

pues –de nuevo– no hay nada]

Porque yo sé que el tiempo es siempre tiempo

Y que el espacio es siempre sólo espacio

Y que es actual lo actual sólo en un tiempo

Y sólo en un espacio

Me alegra que las cosas sean tal como son y

Renuncio al rostro bienaventurado

Y renuncio a la voz

Porque no he de esperar ya retornar jamás

Me alegro en consecuencia, al tener que construir algo

De qué alegrarme.
Y ruego a Dios se apiade de nosotros

Y le ruego que yo pueda olvidarme

De aquellas cosas que conmigo mismo discuto demasiado

Explico demasiado

Porque no espero retornar jamás

Deja que estas palabras respondan

Por lo que se ha hecho, para no volver a hacerse

Que el juicio no nos sea demasiado gravoso

Porque estas alas ya no son alas para volar

Sino sólo abanicos que baten en el aire

El aire que ahora es terriblemente angosto y seco

Más angosto y más seco que la voluntad

Enséñanos a preocuparnos y no preocuparnos

Enséñanos a quedarnos sentados quietos.

Ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte]

Ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte.

II

Señora, tres leopardos blancos estaban recostados bajo un árbol

de enebro]
A la fresca del día, tras haberse saciado hasta el hartazgo

De mis piernas mi corazón mi hígado y aquello que había sido el

contenido]

De la esfera ahuecada de mi cráneo. Y dijo Dios

¿Vivirán estos huesos? ¿Vivirán

Estos huesos? Y aquello que había sido el contenido

De los huesos (que ya se habían secado) dijo con un gorjeo:

Gracias a la bondad de esta Señora,

Por su belleza, y porque

Honra a la Virgen meditando

Brillamos relucientes. Y yo, que estoy aquí disimulado,

Ofrezco mis acciones al olvido, y mi amor

A la posteridad del desierto y al fruto de la calabaza.

Esto es lo que rescata

Mis entrañas, los nervios de mis ojos y las partes indigeribles

Que rechazan los leopardos. La señora se retira

Con un vestido blanco, a contemplar, con un vestido blanco.

Que la blancura de los huesos sirva de expiación para el olvido.

No hay vida en ellos. Como estoy olvidado

Y he de estar olvidado, así me olvidaría

Al consagrarme, concentrado en un propósito. Y dijo Dios

Su profecía al viento, al viento solamente porque sólo

Sabe escuchar el viento. Y los huesos gorjeaban en un canto,

Acompañados por los saltamontes. Y decían:


Señora del silencio

Calmada y afligida

Desgarrada e intacta

Rosa de la memoria

Rosa de los olvidos

Agotada y nutricia

Preocupada y tranquila

La Rosa singular

Es ahora el Jardín

Donde el amor termina

Da fin a los tormentos

De amor insatisfecho

El tormento mayor

Del amor satisfecho

Final de lo infinito

Viaje a ninguna parte

La conclusión de aquello

Que es inconclusible

Discurso sin palabra y

Palabra sin discurso

Las gracias sean dadas a la Madre

Por el Jardín

Donde el amor termina.


Bajo un árbol de enebro, cantaban esparcidos los huesos

relucientes]

Estamos satisfechos de estar desperdigados, no hicimos nada

bueno los unos por los otros]

A la fresca del día, bajo un árbol, con la anuencia de la arena,

En olvido de sí mismos y de los otros, juntos

En el silencio del desierto. Esta es la tierra que

Dividiréis por lotes. Y ni la división ni la unidad

Importan. Es la tierra. Tenemos nuestra herencia.

III

Al doblar la segunda escalinata por primera vez

Me di vuelta y miré lo que había abajo,

La misma forma serpenteante sobre el pasamanos

Tras los vapores en el aire fétido,

En pugna contra el diablo de las escaleras,

Con su engañoso rostro de esperanza y desesperación.

Al doblar la segunda escalinata por segunda vez

Las dejé serpenteando y enrollándose ahí abajo;

Ya no había más rostros, la escalera estaba oscura,

Húmeda y escarpada, como la boca de algún viejo que babea sin

remedio,]
O las fauces dentadas de un tiburón ya viejo.

Al doblar la tercera escalinata por primera vez

Había una ventana panzona como el fruto de la higuera

Y detrás del espino florecido y de la escena pastoril

Una figura de anchas espaldas ataviada en verde y en azul

Hechizaba con una flauta antigua el mes de mayo.

Son dulces los cabellos que se agitan, los cabellos castaños que

ondean sobre la boca,]

Los cabellos violetas y castaños;

La distracción, la música de la flauta, las pausas y los pasos de la

mente en la tercera escalinata,]

Cada vez más se apagan; una fuerza mayor a la esperanza y a la

desesperación]

Sube por la tercera escalinata.

Señor, yo no soy digno

Señor, yo no soy digno

pero una palabra Tuya bastará.

IV

Quien caminaba entre el violeta y el violeta


Quien caminaba entre

Las varias gamas de variados verdes,

De azul y blanco, con el color de María,

Mientras hablaba de cosas triviales

Sin saber y sabiendo sobre el dolor eterno

Quien caminaba entre los otros mientras caminaban,

Quien hizo que las fuentes brotaran vigorosas e hizo frescas las

aguas de los manantiales]

Enfrió la piedra seca e hizo firme la arena

Con el azul de los delfinios, el azul del color de María,

Sovegna vos

He aquí los años que andan entre medio, haciendo a un lado

Los violines y las flautas, reinstaurando

A una que se mueve en el tiempo entre el sueño y el despertar,

vestida]

Con un manto de luz blanca, envuelto en la cabeza.

Los años nuevos van, reinstaurando

A través de una nube de lágrimas brillante, los años,

reinstaurando]

Con versos nuevos una rima antigua. Redime

El tiempo. Redime

La visión no leída en el sueño más alto


Mientras los unicornios enjoyados arrastran la carroza fúnebre

dorada.

La hermana silenciosa con su velo azul y blanco

Entre los tejos, tras el dios del jardín,

La de la flauta sin aliento, agachó la cabeza e hizo un gesto, pero

no dijo nada]

Pero brotó la fuente y cantó el pájaro

Redime el tiempo, redime el sueño,

Muestra de la palabra nunca oída, nunca dicha,

Hasta que el viento arranque mil murmullos del tejo

Y después de este destierro.

Si se perdiera acaso la palabra perdida, si se gastara acaso la

palabra gastada]

Si se escuchara acaso y se dijera

La palabra no dicha ni escuchada;

Aún seguiría siendo la palabra no dicha, la Palabra no escuchada,

La Palabra sin palabra, la Palabra dentro


Del mundo y para el mundo;

Brilló la luz en las tinieblas y

Contra la palabra el mundo inquieto seguía dando vueltas

Alrededor de la Palabra silenciosa

Oh pueblo mío, ¿qué te he hecho?

¿Dónde habrá de encontrarse la palabra, dónde

Resonará? Aquí no, porque aquí no hay silencio suficiente,

Ni en el mar ni en las islas, ni

En el continente, tampoco en el desierto o en las praderas

húmedas,]

Para quienes caminan en lo oscuro

Durante el día y durante la noche

El lugar apropiado y el momento justo no son éste

No hay un lugar de gracia para aquellos que rehúyen el rostro

Ni tiempo de alegrarse por aquellos que caminan entre el ruido

pero niegan la voz]

¿Ha de rezar la hermana del velo

Por los que andan en lo oscuro, los que Te han elegido y

enfrentado,]

Los que están desgarrados sobre el cuerno entre estación y estación,

entre un tiempo y otro, entre]

Una hora y otra, una palabra y otra, entre un poder y el otro, los
que esperan]

En medio de lo oscuro? ¿Ha de rezar la hermana

Por los niños que esperan en la puerta

Que no se irán de allí, y que son incapaces de rezar?

Reza por los que eligen y por los que se oponen

Oh pueblo mío, qué te he hecho.

¿Ha de rezar la hermana entre los árboles de tejo esbeltos

Por quienes la ofendieron y ahora tienen miedo

Y no pueden rendirse y afirmar ante el mundo y negar entre las

rocas]

En el último desierto entre las últimas rocas

Azules el desierto en el jardín el jardín en el desierto

De la sequía, y escupir de la manzana la semilla seca?

Oh pueblo mío.

VI

Porque no espero retornar jamás

Porque no espero

Porque no espero retornar

A debatirme entre la ganancia y la pérdida


En este breve tránsito donde se cruzan sueños

El crepúsculo por el que cruzan sueños entre el momento de

nacer y el de morir]

(Padre, bendíceme) aunque no quiero desear estas cosas,

Desde el gran ventanal hasta la costa de granito

Las velas blancas siguen volando rumbo al mar, volando al mar

Velas intactas

Y el corazón perdido se endurece y se alegra

Por la lila perdida y por las voces que el mar perdió

Y el espíritu débil se apura en rebelarse

Por el cetro de oro torcido y el aroma que el mar perdió

Se apura en recobrar el grito de la codorniz y el del chorlito que

vuela en círculos]

Y el ojo ciego crea las formas en las puertas de marfil

Y renueva el olor el gusto de salitre de la tierra arenosa.

Es el momento de tensión entre morir y el nacimiento

El lugar solitario donde tres sueños cruzan

Entre rocas azules

Pero cuando las voces arrancadas al tejo comiencen a perderse

Que se agite en respuesta el otro tejo

Bendita hermana, santa madre, espíritu del jardín y la fuente,

No permitas que el uno al otro nos burlemos mediante falsedades


Enséñanos a preocuparnos y a no preocuparnos

Enséñanos a quedarnos sentados quietos

Incluso entre estas rocas,

Con nuestra paz entre Su voluntad,

Hermana, madre

Y espíritu del río, espíritu del mar,

No permitas que me aparte

Y llegue a Ti mi clamor.

"Lo imposible"

sa vida de mi infancia, la gran ruta accesible en todo tiempo, sobrenaturalmente sobrio, más
desinteresado que el mejor de los mendigos, orgulloso de no tener ni patria ni amigos, qué
bobería fue. ¡Y sólo ahora me doy cuenta!

-Yo tenía razón al despreciar a esos benditos que no se perderían la ocasión de una caricia,
parásitos de la limpieza y de la salud de nuestras mujeres, hoy que ellas se entienden tan
poco con nosotros. He tenido razón en todos mis desdenes: ¡puesto que me escapo!

¡Me escapo!

Voy a explicarme.

Hasta ayer, suspiraba yo aún: "¡Cielos! ¡Cuántos somos los condenados aquí abajo! ¡Hace
tanto tiempo ya que pertenezco a su cuadrilla! Los conozco a todos. Nosotros nos
reconocemos siempre y nos asqueamos. La caridad nos es desconocida. Pero somos
corteses; nuestras relaciones con el mundo son muy correctas." ¿Es sorprendente? ¡El
mundo! ¡Los mercaderes, los ingenuos! Nosotros no estamos deshonrados. ¿Pero cómo
habían de recibirnos los elegidos? Ahora bien, hay gentes hurañas y alegres, falsos
elegidos, puesto que necesitamos audacia o humildad para abordarlos. Y esos son los
únicos elegidos. ¡Que no están nada dispuestos a echar bendiciones!
Al recobrar dos céntimos de razón -¡cosa muy pasajera!-veo que mis males provienen de no
haber pensado a tiempo que estamos en el Occidente. ¡Los pantanos occidentales! No es
que suponga la luz alterada, la forma extenuada, el movimiento extraviado... ¡Bueno!
Ahora resulta que mi espíritu quiere ocuparse en absoluto de todos los desarrollos crueles
sufridos por el espíritu desde que acabó el Oriente... ¡Mi espíritu lo quiere así!

... ¡Mis dos céntimos de razón se han terminado! El espíritu es autoridad y quiere que yo
esté en Occidente. Habría que hacerlo callar para llegar a la conclusión que yo deseaba.

Yo mandaba al diablo las palmas de los mártires, los esplendores del arte, el orgullo de los
inventores, el ardor de los pillastres; regresaba al Oriente y a la sabiduría primitiva y eterna.
¡Parece que ha sido un sueño de grosera pereza!

Sin embargo, no pensaba para nada en el placer de escapar a los sufrimientos modernos. No
tenía en vista la sabiduría bastarda del Corán. ¿Pero no es un suplicio real el que, a partir de
esta declaración de la ciencia, el cristianismo, el hombre se engañe, se pruebe las
evidencias, se hinche de placer al repetir esas pruebas y no viva más que de ese modo?
Tortura sutil, bobalicona; fuente de mis divagaciones espirituales. ¡La naturaleza podría
aburrirse, quizá! El señor Prudhomme ha nacido junto con el Cristo.

¡Y ha de ser porque cultivamos la bruma! Devoramos la fiebre con nuestras legumbres


acuosas. ¡Y la borrachera! ¡Y el tabaco! ¡Y la ignorancia! ¡Y las abnegaciones! ¡Todo esto
está a cien leguas de la sabiduría del Oriente, la patria primitiva! ¡Para qué un mundo
moderno, si se han de inventar semejantes venenos!

Las gentes de Iglesia dirán: Comprendido. Pero vos queréis hablar del Edén. Nada hay para
vos en la historia de los pueblos orientales. -Es cierto; ¡era en el Edén en lo que pensaba!
¡Qué significa ante mi sueño esa pureza de las razas antiguas!

Los filósofos: El mundo no tiene edad. La humanidad se desplaza, simplemente. Vos estáis
en Occidente, pero sois libre de habitar en vuestro Oriente, por antiguo que os sea menester
-y de habitarlo a gusto-. No hay que declararse vencido. Filósofos, vosotros pertenecéis a
vuestro Occidente.

Espíritu mío, ten cuidado. Nada de medios violentos de salvación. ¡Ejercítate! ¡Ah, la
ciencia no va suficientemente a prisa para nosotros!

Pero me doy cuenta de que mi espíritu duerme. ¡Si estuviera siempre bien despierto a partir
de este momento, pronto llegaríamos a la verdad, que nos rodea acaso con sus llorosos
ángeles! ... Si hubiera estado despierto hasta este momento, sería por no haber cedido yo a
los instintos deletéreos, en una época inmemorial... ¡Si siempre hubiera estado bien
despierto, yo bogaría en plena sabiduría! ...

¡Oh pureza! ¡Pureza!

Este minuto de vigilia me ha concedido la visión de la pureza. ¡Por el espíritu se va a Dios!


¡Lacerante infortunio!

La negación de san Pedro

[Poema - Texto completo.]


Charles Baudelaire

Por cierto, ¿qué hace Dios de ese mar de anatemas


Que asciende día a día hasta sus serafines?
Como un déspota ahíto de viandas y de vinos,
Al dulce son de nuestras blasfemias se adormece.

Las quejas de los mártires y de los torturados


Son una sinfonía embriagante sin duda,
Ya que, pese a la sangre que cuesta su deleite,
¡Los cielos no parecen todavía saciados!

-¡Acuérdate, Jesús, de aquel Huerto de Olivos!


Con suma sencillez oraste de rodillas
A quien allá en su cielo reía de los clavos
Que unos viles verdugos hincaban en tus carnes,

Cuando viste escupir en tu divinidad


A la chusma del cuerpo de guardia y de cocina,
Y cuando tú sentiste penetrar las espinas
En tu cabeza donde habitaban los hombres,

Cuando aquel peso horrible de tu cuerpo quebrado


Estiraba tus brazos tensados, y tu sangre
Y tu sudor corrían por tu pálida frente,
Cuando fuiste mostrado como blanco ante todos,

¿Recordabas los días tan brillantes y hermosos


En que a cumplir la eterna promesa tú viniste,
Cuando a lomos de mansa borrica recorrías
Los caminos sembrados de flores y ramos,

Cuando, henchido tu pecho de esperanza y valor,


Azotabas con fuerza a viles mercaderes,
Cuando fuiste maestro? ¿No caló en tu costado
El arrepentimiento más hondo que la lanza?

-En cuanto a mí, es seguro que saldré satisfecho


De un mundo en que la acción no es hermana del sueño;
¡Ojalá mate a hierro y que a hierro perezca!
San Pedro renegó de Jesús… ¡hizo bien!

Abel y Caín

Raza de Abel, duerme, bebe y come;


Dios te sonríe complaciente.

Raza de Caín, en el fango


Arrástrate y muere miserablemente.

¡Raza de Abel, tu sacrificio


Halaga la nariz de Serafín!

Raza de Caín, tu suplicio,


¿Tendrá alguna vez fin?

Raza de Abel, ve tus sembrados


Y tus ganados crecer;

Raza de Caín, tus entrañas


Aúllan hambrientas como un viejo can.

Raza de Abel, calienta tu vientre


En el hogar patriarcal;

Raza de Caín, en tu antro


Tiembla de frío, ¡pobre chacal!
¡Raza de Abel, ama y pulula!
Tu oro también procrea.

Raza de Caín, corazón ardiente,


Guárdate de esos grandes apetitos.

¡Raza de Abel, tú creces y paces


Como las mariquitas de los bosques!

Raza de Caín, sobre los caminos


Arrastra tu prole hasta acorralarla.

II

¡Ah, raza de Abel, tu carroña


Abonará el suelo humeante!

Raza de Caín, tu quehacer


No se cumple suficientemente;

Raza de Abel, he aquí tu vergüenza:


¡El hierro vencido por el venablo!

¡Raza de Caín, al cielo trepa,


Y sobre la tierra arroja a Dios!

Letanías de Satán

[Poema - Texto completo.]


Charles Baudelaire

Oh tú, el Ángel más bello y asimismo el más sabio


Dios privado de suerte y ayuno de alabanzas,

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Príncipe del exilio, a quien perjudicaron,


Y que, vencido, aún te alzas con más fuerza,
¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Tú, que todolos sabes, oh gran rey subterráneo,


Familiar curandero de la angustía del hombre,

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Tú, que incluso al leproso y a los parias más bajos


Sólo por amor muestras el gusto del Edén,

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Oh tú, que de la Muerte, tu vieja y firme amante,


Engendras la Esperanza – ¡esa adorable loca!

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Tú que das al proscrito esa altiva mirada


Que en torno del cadalso condena a un pueblo entero

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Tú sabes las guaridas donde en tierras lejanas


El celoso Dios guarda toda su pedrería,

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Tú, cuyos claros ojos saben en qué arsenales


Amortajado el pueblo duerme de los metales,

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Tú, cuya larga mano disimula el abismo


Al sonámbulo errante sobre los edificios,

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Tú que, mágicamente, ablandas la osamenta


Del borracho caído al pie de los caballos,
¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Tú, que por consolar al débil ser que sufre


A mezclar nos enseñas azufre con salitre,

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Tú que imprimes tu marca, ¡oh cómplice sutil!


En la frente del Creso vil e inmisericorde

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Tú, que en el corazón de las putas enciendes


El culto por las llagas y el amor a los trapos

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Báculo de exiliados, lámpara de inventores,


Confidente de ahorcados y de conspiradores,

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Padre adoptivo de aquellos que, en su cólera,


Del paraíso terrestre arrojó Dios un día,

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Oración

Gloria y loor a ti, Satán, en las alturas


Del cielo donde reinas y en las profundidades
Del infierno en que sueñas, vencido y silencioso.
Haz que mi alma, bajo el Arbol de la Ciencia,
Cerca de ti repose, cuando, sobre tu frente,
Como una iglesia nueva sus ramajes se expandan.

No pude detenerme ante la muerte.

Because I could not stop for Death, Emily Dickinson (1830-1886)


Porque no pude detenerme ante la muerte,

amablemente ella se detuvo ante mí;

el carruaje solo nos encerraba a nosotros

y a la inmortalidad.

Condujimos lentamente, ella no sabe de apuros;

y por su cortesía debí abandonar mis labores e incluso mis ratos de ocio.

Pasamos por la escuela donde jugaban los niños

Sus lecciones apenas concluidas;

pasamos frente a los campos de pastoreo

y ante el sol que se ponía,

Nos detuvimos ante una casa que parecía

una hinchazón de la tierra;

su techo, solo visible,

su cornisa, apenas un montículo.

Desde entonces han pasado siglos;

pero cada uno parece más corto

que el día en que anuncié por vez primera

que las cabezas de los caballos

apuntaban hacia la eternidad.


Morí por la Belleza

Por Emily Dickinson

versión de Irene Gruss

Morí por la Belleza, pero apenas

acomodada en la Tumba,

Uno que murió por la Verdad yacía

En un cuarto contiguo-

Me preguntó en voz baja por qué morí.

-Por la Belleza -repliqué-

-Y yo -por la Verdad- Las dos son una-

Somos Hermanos -dijo-

Y así, como Parientes, reunidos una Noche-

Hablamos de un cuarto a otro-

hasta que el Musgo alcanzó nuestros labios-

y cubrió -nuestros nombres-

CANTO A MI MISMO

Tal vez sea cierto, como pensó alguna vez León Felipe, que los grandes poetas no tienen
biografía, tienen un destino que se expresa en su canto. El mismo Whitman escribió en sus
Cantos de Adiós: “camarada, esto no es un libro, quien vuelve sus hojas toca un hombre”,
es decir, quien vuelve sus hojas se las ve con un destino. Y el destino es una cosa harto
difícil y reveladora, la única que –llegado el momento de las definiciones- puede
mostrarnos cómo se trasciende la existencia, sin dejar de ser mortal por un segundo.

En Canto a Mí Mismo, un hombre pone su destino en la mesa y nos dice: “Yo soy el que
riega las raíces de todo lo que crece, y la prueba de quién soy la llevo yo en mi rostro; lo
que diga sobre mí, debes tú señalarlo como tuyo, porque sólo lo que nadie puede negar
existe”. Ese hombre, Walt Whitman (1819-1892), y su destino, llegan a confundirse tanto
que éste siempre es aquél, y ambos somos nosotros mismos, porque, a la larga, lo que
constituye este poemario es una declaración de todo lo que vive.

Parte fundamental de sus Hojas de Hierba (1855), el Canto a Mí Mismo tiene, sin embargo,
una vitalidad propia, un sello distintivo. En él está latente el Whitman más profético y
visionario; cada uno de sus cincuenta y dos poemas están atravesados por el ímpetu de la
revelación; no en vano en uno de ellos el poeta nos señala: “acostúmbrate ya al resplandor
de la luz”, acostúmbrate y vive todas estas cosas que son nuevas –el aire, la mañana, la
mujer y el niño-, porque aun cuando han estado aquí desde hace tanto tiempo, apenas si
hemos empezado a descubrirlas.

Como Baudelaire y sus Flores del Mal, Walt Whitman fue poeta de un solo libro; sus Hojas
de Hierba se fueron ampliando con el paso de las ediciones hasta alcanzar las quinientas
páginas. También se le persiguió, como al francés, unas veces por su sexualidad, otras por
su errancia, pero he aquí que a casi dos siglos de su nacimiento, pocas figuras han
alcanzado para la poesía estadounidense la gloria de un estilo inconfundible como el suyo,
y es que el “padre del verso libre” –como con frecuencia se le llama-, ha tomado para sí
aquello de que un escritor verdaderamente original, no crea escuela, más bien se hace
inimitable.

No podría afirmarse de qué trata en concreto el Canto a Mí Mismo; por él transita todo: la
tierra, los animales, el universo cósmico, los más soterrados sentimientos, la libertad y el
egoísmo, cada uno de los dioses, toda la cartografía que vienen construyendo los
especialistas. Antes de empezar la primera línea, Whitman echó la cabeza hacia atrás para
cerciorarse de que no faltase nada, y nada se quedó por fuera. Por ello su libro es casi un
evangelio: no comporta una doctrina, pero instaura lo nuevo, confidencia lo desconocido, y
abre un camino que habrá de construir quien decida oírlo.
Dentro del poemario hay muchas fuerzas; relámpagos que van y vienen en todas
direcciones, hacia arriba y hacia abajo, hacia afuera y hacia adentro; y hay dos o tres
centros en donde orbitan los poemas: la comunión con la naturaleza, la llamada mítica, y la
constitución de la heroicidad. Quisiera invitar a los lectores a acercarnos a estos tres puntos,
con el ánimo de dimensionar el sentido que pulula a lo largo de las páginas.

De cada uno y de todos sale esta canción

Por su título, es posible pensar que Canto a Mí Mismo está concebido desde una
perspectiva egocéntrica y ostentosa. Mas, esto constituiría un error de base, puesto que lo
que busca Whitman es aprehender toda la naturaleza para expresarla por su boca y, por
ende, lo que resulta de este ejercicio, necesariamente, tiene que dar cuenta de toda ella. En
otras palabras, cuando Whitman afirma que este es su canto, está queriendo señalar que
también es nuestro canto, porque habla por todos y por todo. De esta forma lo expresa en el
primer verso del poema 1:

“Me celebro y me canto a mí mismo.

Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,

porque lo que yo tengo lo tienes tú

y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también” (Pág. 25)

Este verso es algo así como una declaración de principio: si lo que dice Whitman sobre sí
no vale para todos, entonces no sirve en absoluto. El poeta estará volviendo sobre esta idea
muchas veces, e insistiendo en que el origen y horizonte de su canto es múltiple y nunca
individual. Ahora bien, de lo anterior se desprende una consecuencia importante: sobre el
Canto a Mí Mismo y, en general, sobre la poesía de Walt Whitman, ya no sólo cabrá lo
bello, lo laudable, lo que es digno de nuestro respeto, sino también lo corrupto, lo secreto y
hasta lo miserable.

Fueron, precisamente, estas nuevas posibilidades que se abrieron para su poesía, las que le
acarrearon después tantas denuncias por libertinaje, obscenidad y rebeldía. Sin embargo, lo
que no se hace explícito para defender a Whitman de ese juicio histórico es que el erigir
una obra en donde quepa por igual lo malo y lo bueno, el verdugo y la víctima, etcétera, no
obedece a una búsqueda conciente de ser obsceno o rebelde, sino a la amplitud que alcanza
el humanismo del autor; mejor dicho, si algunos encuentran en Canto a Mí Mismo cosas
que les pone la piel de gallina, siempre se debe más a un falso pudor que al interés del poeta
por verse “maldito” y, sobretodo, más a una hipocresía que quiere perpetuarse que a un
pensamiento como el de Whitman que, a pesar de todas los caracteres y adversidades, no
desconoce jamás a su prójimo.

A lo que quiero apuntar es al hecho de que este poemario está escrito por un humanista,
alguien que asegura que hablará sobre él mismo, pero tiene la certeza de que no podrá
hacerlo dejándonos a un lado, porque lo que es él también lo somos nosotros, y nosotros
somos los perversos, los amigos, los cretinos, los que lían a las prostitutas, los que juegan
calladamente y sacan el mejor provecho, los que juzgaron al negro y también el negro
juzgado, el criminal y el violador y, por supuesto, también quienes fueron las víctimas y los
violados.

En términos generales, lo que opera aquí es un juego de virtualidad al modo en que un siglo
después lo teorizaría Sartre: lo que es un hombre en particular, lo que tiene éste de bueno o
de malo, es lo que es el hombre en un sentido amplio, y esto es así porque un hombre
concreto expresa a través de sí la virtualidad de lo humano, nuestras potencialidades, esto
es, el criminal a quien se juzga por un homicidio o el loco que trastabilla por la calle nos
están diciendo con sus actos: soy lo que ustedes son en potencia, asesinos y locos
disfrazados.

Whitman piensa que la poesía debe abarcarlo todo; por tal razón, Canto a Mí Mismo no
tiene distinción de sexo, credo, edades, sabiduría o costumbres; bebe en el campo al llegar
el crepúsculo, y en la ciudad cuando retrocede la aurora; habla de los animales de los
bosques, y de las rutinas de los obreros; en últimas, quiere tocar, aunque sea por un
instante, la totalidad de lo que existe. Así se descubre en los poemas 7 y 43:

“Muero con el moribundo

y nazco con el niño que recogen los pañales.

Yo no soy sólo esto que se alarga entre mi sobrero y mis zapatos.

Mira atentamente la pluralidad del universo:


nada es igual y todo es bueno.

Buena es la tierra,

buenos los astros….

y las estrellas subalternas también” (Pág. 36)

“Yo no sé lo que aún no hemos sufrido y lo que aún nos aguarda más allá,

pero sé que llegará de una manera inexorable.

Nos tendrá en cuenta a todos:

a los que pasan corriendo

y a los que se quedan sentados.

No se olvidará de ninguno” (Pág. 107)

Restará decir que el canto de Whitman es universal, no sólo porque en él caben los hombres
y sus actos, sino también porque se ocupa de hablar por el animal y lo que hace, por los
minerales que desdicen los discursos de geólogos, por la noche y su perfecto equilibrio con
el día, y por la muerte que, si bien ineluctable, sólo está entre nosotros para recordarnos que
hay vida.

La llamada mítica

Whitman quiere decir por él y por nosotros “que la muerte no existe, que el mundo no es un
caos, que es forma, unidad, plan, vida eterna, alegría”, pero cómo puede hacerlo sin filtrar
sus palabras a través de lo profético. Canto a Mí Mismo nos muestra la dimensión más
visionaria de Walt Whitman, y el motivo que viene a argumentar este hecho es el siguiente:
revelar un mundo, toda una naturaleza, y hacer el inventario de sus grandes fundamentos,
requiere de un lenguaje que nos remonte a lo mítico.

Es cierto que el poeta no ha venido a fundar dogmas, ni a llevar a ninguno de la mano. Su


objetivo es menos cruel, quiere hablarnos de las cosas, pero como estas cosas parecen
renacer merced a su palabra, se nos presentan siempre como nuevas. Whitman escribe estas
páginas como si se tratase de una apóstol y, sin embargo, como casi todo a lo que ellas se
refieren ya hace parte de nuestra existencia, no tiene la impronta de una creación per se,
sino la sorpresa de quien quita las máscaras que nos impiden ver en lo profundo.
Escuchémosle:

“Quédate hoy conmigo,

vive conmigo un día y una noche

y te mostraré el origen de todos los poemas.

Tendrás entonces todo cuanto hay de grande en la Tierra y en el Sol

(existen además millones de soles más allá)

y nada tomarás ya nunca de segunda ni de tercera mano,

ni mirarás más por los ojos de los muertos,

ni te nutrirás con el espectro de los libros.

Tampoco contemplarás el mundo con mis ojos

ni tomarás las cosas de mis manos.

Aprenderás a escuchar en todas direcciones

y dejarás que la esencia del Universo se filtre por tu ser” (Pág. 28)

Ante un lenguaje de este calibre, el lector comprende que aquello que tiene para decirnos el
poeta sobrepasa cualquier deducción lógica. Hablar sobre la verdad o sobre la existencia,
como lo hace Whitman, es sumergirse en una rica urdimbre mítica, en donde lo dado pierde
el carácter y se rellena de una nueva sustancia que prescinde de las palabras. “Escribiendo y
hablando no se me prueba”, dice el autor; es decir, y tal como afirmó Pavese, una
revelación no puede deducirse de palabras, puesto que es algo que nos inunda con su simple
presencia.

Hay dos aspectos más en esta llamada mítica a ver el universo como nuevo. El primero
tiene que ver con que el tiempo en donde se realiza la experiencia no es el pasado y
tampoco es el futuro, siempre es un presente inmediato. En el aquí y ahora empieza y
termina todo lo que puedo comprender, en él se encuentra la única oportunidad de
perfección que todos poseemos; nada existe por fuera de esto que vivimos, no hay algún
infierno distinto al que ahora experimentamos, ni mayores vejez o juventud. Luego
veremos que la ubicación de lo que nos dice Whitman en el presente es, ante todo, un
llamado a la heroicidad, un remojón para apercibirnos de que estamos siendo, y no hay
nada más falso que aquello que fuimos o seremos.

El otro aspecto importante de la llamada que nos llega de Canto a Mí Mismo corresponde a
un juego muy bien trabajado entre lo sagrado y lo profano o, más exactamente, entre
sacralizar y desacralizar. Por un lado, está claro que tanto en lo formal como en el
contenido Whitman utiliza lo profético y lo sagrado, pero, por otro, no es menos verdad que
por sus páginas siempre están cayendo las ruinas de viejos paradigmas, considerados por
muchos como sagrados.

Por ejemplo, en el poema 24 declara abiertamente: “esta cabeza mía vale más que las
iglesias, las biblias y los credos”; en el 41: “lo sobrenatural no existe, llegará un día en que
yo haga prodigios, ahora mismo soy un creador”, y aún en el 21 –un poco con dejo
nietzscheano-: “canto la canción del crecimiento y el orgullo (ya nos hemos arrastrado y
escondido bastante)”. ¡Un hereje!, sentenciarían los cristianos; ¡blasfemia!, el católico
ortodoxo. Pero, sin duda, el verdadero perfil iconoclasta de Walt Whitman no está en estas
líneas desperdigadas por sus poemas, sino en el sacralizar lo mundano, o sea, en atribuirle
un sentido hierático. El tacto, un animal que pasa, el solo placer que nos provoca la belleza
de lo artificial, son dignos de expresar también eso que podríamos considerar sacro:

“(He oído cuanto se ha dicho sobre el universo,

todo cuanto se ha dicho desde hace miles de años,

y no está mal hasta ahora… pero ¿es eso bastante?)

Vengo a darme a todos

y a engrandecer a todos.

A pisarle la oferta al ganguero

y a pujar, desde el principio, más alto que ninguno en la subasta” (Pág. 99)
Por ahí dicen que toda creación implica algo que se destruye, y quizá así pueda entenderse
mejor esta tensión en la obra de Whitman entre lo sagrado que empieza a caer bajo la
fuerza de nuevas revelaciones, y lo profano que se considera este advenimiento hasta el
momento en que se acepte como nuevo paradigma. Sea como fuere, debemos a Canto a Mí
Mismo una de las más logradas elucubraciones de este tipo que se han hecho en la poesía
americana.

La heroicidad del hombre común

“Los infinitos héroes desconocidos valen tanto como los héroes más grandes de la historia”;
y, para cantar a ellos, se levanta Walt Whitman. “Las batallas se pierden con el mismo
espíritu con que se ganan”; y por ello, para los derrotados también es su canción. Si todo
conjura para nombrar lo que miramos y vivimos, todo esto que ocurre frente a nuestros
ojos, si hasta advertimos en sus dobleces revelaciones de tenor sagrado, ¿por qué razón,
entonces, no podríamos celebrar el hombre cotidiano? Si lo mundano empieza a ser
profético y sublime, ¿cómo ignorar a ese hombre corriente que es su máxima expresión?

El primer paso en esta carrera que emprende Whitman para mostrar nuestra heroicidad es
reconciliarnos con el resto de la naturaleza. De muy lejos, de tiempos inmemoriales, se nos
acerca esta sentencia: no hemos de sentirnos arrojados, porque mirando hacia atrás por un
momento se descubren los cientos de sucesos que nos precedieron para hacer posible
nuestra aparición:

“Antes de que mi madre me pariese,

generaciones me condujeron.

Mi embrión nunca ha estado dormido ni enterrado.

Por él, la nebulosa se cuajó en una estrella,

y para que en ellos descansase

se apiñaron los enormes y lentos estratos geológicos.

Árboles inmensos le dieron su sustento

y saurios monstruosos lo transportaron en sus fauces y lo depositaron con cuidado.


Todas las fuerzas del universo

han trabajado sin descanso y obedientes para completarme y deleitarme…

Y ahora estoy aquí ¡Miradme!

en este sitio,

con mi alma robusta y vigorosa (Pág. 110)

Para estar aquí, en este presente mítico que nos revela el justo tamaño de las cosas, fueron
necesarias miles de estaciones. No nos quedaremos en ellas, por supuesto, ese sería un
craso error, pero las tendremos en cuenta para no perder de vista que aquel granjero que
siega su cultivo, y este otro que en la tarde cerrará un negocio, y la vaca que pace en la
montaña inamovible, no son productos fortuitos, sino la magia misma de todo lo que existe;
lo tendremos presente para no olvidarnos de todo lo que nos acerca a ellos, todo lo que
compartimos y que a manos llenas es asombroso.

Reconciliado con la naturaleza, el héroe –cree Whitman- debe expandir todos sus sentidos:
el tacto de “colmillos puntiagudos”, la vista que llega a lontananza, el oído que percibe el
rumiar de lo viviente, la nariz que absorbe los aromas, y el paladar que gusta lo agrio y lo
dulce alternativos. Entonces, y sólo entonces, podrán comprenderse a cabalidad las palabras
del poeta. Whitman desea pasar con nosotros un día y una noche, para luego continuar con
su camino; vendrá a hablarnos como “el hombre que se despoja de los estorbos al iniciar un
viaje”, y le recordaremos porque aunque nos enseña a huir de él ¿quién puede hacerlo?

¿Pero, por qué aquel que acepta el Canto a Mí Mismo es un héroe? Es fácil: quien aprende
por fuerza propia a descubrir el resplandor, y una vez descubierto entra en armonía con él,
se llena de orgullo, y ese orgullo lo impulsa a defender todo lo que le concierne: lucha y
sufre como un héroe su vida cotidiana, sabiendo que por fuera de ella no existe algo más
grande, y que es tan magnífica y fútil como la de todos los demás. Tendrá conciencia de su
trasegar, aunque no comprenda muchas de las cosas, pero siempre estará dispuesto a
disfrutar de los placeres que se ofrecen, y a ponerse del lado de quien lo necesita:

“Comprendo el gran corazón de los héroes.

El valor de hoy
y el valor de todos los tiempos (…)

porque yo soy el hombre que sufrió y que estuvo allí.

Siento el orgullo y la serenidad de los mártires.

Siento a la madre que ayer fue quemada en la hoguera por hereje, ante la mirada de sus
hijos;

y al esclavo perseguido como un zorro por los perros;

lo siento vencido,

apoyado en la cerca,

sin aliento,

sudoroso…

Siento las punzadas de su corazón,

sus piernas dobladas,

su cuello caído sobre el pecho

y los balazos asesinos.

Todo esto lo siento y lo sufro.

Yo soy todo esto” (Pág. 85)

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