Canción de Los Ángeles
Canción de Los Ángeles
Canción de Los Ángeles
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ante el esposo.
Enrique,
Emilio,
Lorenzo.
Lorenzo,
Emilio,
Enrique.
Lorenzo,
Emilio,
Enrique.
Lorenzo,
Emilio,
Enrique.
Uno
y uno
y uno.
Tres
y dos
y uno.
Enrique,
Emilio,
Lorenzo.
Diana es dura,
Ya no me encontraron.
¿No me encontraron?
No. No me encontraron.
del Duero.
El Duero cruza el corazón de roble
de Iberia y de Castilla.
CARTA DE CREENCIA
No es luz ni sombra:
es tiempo.
La tarde
un río obscuro.
Terco y suave
La realidad se aleja.
Yo escribo:
hablo conmigo
hablo contigo.
Quisiera hablarte
el arbolito y el aire;
como el agua corriente,
soliloquio sonámbulo;
como el fuego:
cuentos de humo.
Hablarte
Mientras lo digo
se desprenden de sí mismas
Me quedan
Yo te hablo: tú no me oyes.
No hablo contigo:
hablo con una palabra,
esa palabra
Yo también,
al hablarte,
me vuelvo un murmullo,
es un golfo violeta.
Enamorado de la geometría
un gavilán dibuja un círculo.
Tiembla en el horizonte
en otro silencio.
Sol inmóvil,
hacia ti misma.
como todas.
No es palabra,
dijo el Fundador:
es visión,
comienzo y corona
de la escala de la contemplación
y el florentino:
es un accidente
y el otro:
no es la virtud
y los otros:
una quimera.
El deseo lo inventa,
lo avivan ayunos y laceraciones,
la costumbre lo mata.
Un don,
una condena.
Furia, beatitud.
Una llaga
Es una palabra:
¿dónde termina?
Si es fantasma,
encarna en un cuerpo;
si es cuerpo,
al tocarlo se disipa.
Fatal espejo:
la imagen deseada se desvanece,
Festín de espectros.
Aparición:
el
me mira.
Al
Amar:
Amar:
pasaje
Instante:
reverso de la muerte,
simulacros.
El tiempo es el mal,
el instante
es la caída;
amar es despeñarse:
caer interminablemente,
nuestra pareja
es nuestro abismo.
El abrazo:
jeroglífico de la destrucción.
apenas un momento
Eje
Invención, transfiguración:
la cabellera en constelación,
La sangre:
el tacto:
Trasgresión
de la fatalidad natural,
bisagra
pregunta
¿accidente o predestinación?
Memoria, cicatriz:
¿de dónde fuimos arrancados?,
querencia
de la mitad perdida.
El Uno
es el prisionero de sí mismo,
es,
solamente es,
no tiene memoria,
no tiene cicatriz:
amar es dos,
siempre dos,
abrazo y pelea,
dos no reposa,
en torno a su sombra,
busca
la cicatriz se abre:
fuente de visiones;
puente de vértigos;
dos:
claridad
sitiada de noche.
Caer
es regresar,
caer es subir.
quietud y movimiento.
El arte de amar
Amar
es la vivacidad.
Te quiero
y tú lo eres.
El placer hiere,
la herida florece.
Amor:
todo
innumerables.
Al día de hoy.
Lámparas y reflectores
perforan la noche.
Yo escribo:
hablo contigo:
hablo conmigo.
hasta petrificarse.
En la altura
nosotros,
La pareja
Estamos condenados
a dejar el Jardín:
delante de nosotros
está el mundo.
Aprender a mirar.
Tu mirada es sembradora.
Plantó un árbol.
Yo hablo
Arte poética
Poema 20
(de Veinte poemas de amor y una canción desesperada)
Walking around
y mi pelo y mi sombra.
Sería bello
hay espejos
Rubén Darío
–I–
en un escarnio o maledicencia
En glosas enigmáticas,
Y es un tema que está de moda en
En notas de suicidas,
De guías eruditas.
Y también en la rada.
Ni estaba en el corral.
Enero 1938.
miercoles de ceniza
Porque no espero
Porque no he de beber
Y sólo en un espacio
Y renuncio a la voz
De qué alegrarme.
Y ruego a Dios se apiade de nosotros
Explico demasiado
II
de enebro]
A la fresca del día, tras haberse saciado hasta el hartazgo
contenido]
Calmada y afligida
Desgarrada e intacta
Rosa de la memoria
Agotada y nutricia
Preocupada y tranquila
La Rosa singular
Es ahora el Jardín
De amor insatisfecho
El tormento mayor
Final de lo infinito
La conclusión de aquello
Que es inconclusible
Por el Jardín
relucientes]
III
remedio,]
O las fauces dentadas de un tiburón ya viejo.
Son dulces los cabellos que se agitan, los cabellos castaños que
desesperación]
IV
Quien hizo que las fuentes brotaran vigorosas e hizo frescas las
Sovegna vos
vestida]
reinstaurando]
El tiempo. Redime
dorada.
no dijo nada]
palabra gastada]
húmedas,]
enfrentado,]
Una hora y otra, una palabra y otra, entre un poder y el otro, los
que esperan]
rocas]
Oh pueblo mío.
VI
Porque no espero
nacer y el de morir]
Velas intactas
vuela en círculos]
Hermana, madre
Y llegue a Ti mi clamor.
"Lo imposible"
sa vida de mi infancia, la gran ruta accesible en todo tiempo, sobrenaturalmente sobrio, más
desinteresado que el mejor de los mendigos, orgulloso de no tener ni patria ni amigos, qué
bobería fue. ¡Y sólo ahora me doy cuenta!
-Yo tenía razón al despreciar a esos benditos que no se perderían la ocasión de una caricia,
parásitos de la limpieza y de la salud de nuestras mujeres, hoy que ellas se entienden tan
poco con nosotros. He tenido razón en todos mis desdenes: ¡puesto que me escapo!
¡Me escapo!
Voy a explicarme.
Hasta ayer, suspiraba yo aún: "¡Cielos! ¡Cuántos somos los condenados aquí abajo! ¡Hace
tanto tiempo ya que pertenezco a su cuadrilla! Los conozco a todos. Nosotros nos
reconocemos siempre y nos asqueamos. La caridad nos es desconocida. Pero somos
corteses; nuestras relaciones con el mundo son muy correctas." ¿Es sorprendente? ¡El
mundo! ¡Los mercaderes, los ingenuos! Nosotros no estamos deshonrados. ¿Pero cómo
habían de recibirnos los elegidos? Ahora bien, hay gentes hurañas y alegres, falsos
elegidos, puesto que necesitamos audacia o humildad para abordarlos. Y esos son los
únicos elegidos. ¡Que no están nada dispuestos a echar bendiciones!
Al recobrar dos céntimos de razón -¡cosa muy pasajera!-veo que mis males provienen de no
haber pensado a tiempo que estamos en el Occidente. ¡Los pantanos occidentales! No es
que suponga la luz alterada, la forma extenuada, el movimiento extraviado... ¡Bueno!
Ahora resulta que mi espíritu quiere ocuparse en absoluto de todos los desarrollos crueles
sufridos por el espíritu desde que acabó el Oriente... ¡Mi espíritu lo quiere así!
... ¡Mis dos céntimos de razón se han terminado! El espíritu es autoridad y quiere que yo
esté en Occidente. Habría que hacerlo callar para llegar a la conclusión que yo deseaba.
Yo mandaba al diablo las palmas de los mártires, los esplendores del arte, el orgullo de los
inventores, el ardor de los pillastres; regresaba al Oriente y a la sabiduría primitiva y eterna.
¡Parece que ha sido un sueño de grosera pereza!
Sin embargo, no pensaba para nada en el placer de escapar a los sufrimientos modernos. No
tenía en vista la sabiduría bastarda del Corán. ¿Pero no es un suplicio real el que, a partir de
esta declaración de la ciencia, el cristianismo, el hombre se engañe, se pruebe las
evidencias, se hinche de placer al repetir esas pruebas y no viva más que de ese modo?
Tortura sutil, bobalicona; fuente de mis divagaciones espirituales. ¡La naturaleza podría
aburrirse, quizá! El señor Prudhomme ha nacido junto con el Cristo.
Las gentes de Iglesia dirán: Comprendido. Pero vos queréis hablar del Edén. Nada hay para
vos en la historia de los pueblos orientales. -Es cierto; ¡era en el Edén en lo que pensaba!
¡Qué significa ante mi sueño esa pureza de las razas antiguas!
Los filósofos: El mundo no tiene edad. La humanidad se desplaza, simplemente. Vos estáis
en Occidente, pero sois libre de habitar en vuestro Oriente, por antiguo que os sea menester
-y de habitarlo a gusto-. No hay que declararse vencido. Filósofos, vosotros pertenecéis a
vuestro Occidente.
Espíritu mío, ten cuidado. Nada de medios violentos de salvación. ¡Ejercítate! ¡Ah, la
ciencia no va suficientemente a prisa para nosotros!
Pero me doy cuenta de que mi espíritu duerme. ¡Si estuviera siempre bien despierto a partir
de este momento, pronto llegaríamos a la verdad, que nos rodea acaso con sus llorosos
ángeles! ... Si hubiera estado despierto hasta este momento, sería por no haber cedido yo a
los instintos deletéreos, en una época inmemorial... ¡Si siempre hubiera estado bien
despierto, yo bogaría en plena sabiduría! ...
Abel y Caín
II
Letanías de Satán
Oración
y a la inmortalidad.
y por su cortesía debí abandonar mis labores e incluso mis ratos de ocio.
acomodada en la Tumba,
En un cuarto contiguo-
CANTO A MI MISMO
Tal vez sea cierto, como pensó alguna vez León Felipe, que los grandes poetas no tienen
biografía, tienen un destino que se expresa en su canto. El mismo Whitman escribió en sus
Cantos de Adiós: “camarada, esto no es un libro, quien vuelve sus hojas toca un hombre”,
es decir, quien vuelve sus hojas se las ve con un destino. Y el destino es una cosa harto
difícil y reveladora, la única que –llegado el momento de las definiciones- puede
mostrarnos cómo se trasciende la existencia, sin dejar de ser mortal por un segundo.
En Canto a Mí Mismo, un hombre pone su destino en la mesa y nos dice: “Yo soy el que
riega las raíces de todo lo que crece, y la prueba de quién soy la llevo yo en mi rostro; lo
que diga sobre mí, debes tú señalarlo como tuyo, porque sólo lo que nadie puede negar
existe”. Ese hombre, Walt Whitman (1819-1892), y su destino, llegan a confundirse tanto
que éste siempre es aquél, y ambos somos nosotros mismos, porque, a la larga, lo que
constituye este poemario es una declaración de todo lo que vive.
Parte fundamental de sus Hojas de Hierba (1855), el Canto a Mí Mismo tiene, sin embargo,
una vitalidad propia, un sello distintivo. En él está latente el Whitman más profético y
visionario; cada uno de sus cincuenta y dos poemas están atravesados por el ímpetu de la
revelación; no en vano en uno de ellos el poeta nos señala: “acostúmbrate ya al resplandor
de la luz”, acostúmbrate y vive todas estas cosas que son nuevas –el aire, la mañana, la
mujer y el niño-, porque aun cuando han estado aquí desde hace tanto tiempo, apenas si
hemos empezado a descubrirlas.
Como Baudelaire y sus Flores del Mal, Walt Whitman fue poeta de un solo libro; sus Hojas
de Hierba se fueron ampliando con el paso de las ediciones hasta alcanzar las quinientas
páginas. También se le persiguió, como al francés, unas veces por su sexualidad, otras por
su errancia, pero he aquí que a casi dos siglos de su nacimiento, pocas figuras han
alcanzado para la poesía estadounidense la gloria de un estilo inconfundible como el suyo,
y es que el “padre del verso libre” –como con frecuencia se le llama-, ha tomado para sí
aquello de que un escritor verdaderamente original, no crea escuela, más bien se hace
inimitable.
No podría afirmarse de qué trata en concreto el Canto a Mí Mismo; por él transita todo: la
tierra, los animales, el universo cósmico, los más soterrados sentimientos, la libertad y el
egoísmo, cada uno de los dioses, toda la cartografía que vienen construyendo los
especialistas. Antes de empezar la primera línea, Whitman echó la cabeza hacia atrás para
cerciorarse de que no faltase nada, y nada se quedó por fuera. Por ello su libro es casi un
evangelio: no comporta una doctrina, pero instaura lo nuevo, confidencia lo desconocido, y
abre un camino que habrá de construir quien decida oírlo.
Dentro del poemario hay muchas fuerzas; relámpagos que van y vienen en todas
direcciones, hacia arriba y hacia abajo, hacia afuera y hacia adentro; y hay dos o tres
centros en donde orbitan los poemas: la comunión con la naturaleza, la llamada mítica, y la
constitución de la heroicidad. Quisiera invitar a los lectores a acercarnos a estos tres puntos,
con el ánimo de dimensionar el sentido que pulula a lo largo de las páginas.
Por su título, es posible pensar que Canto a Mí Mismo está concebido desde una
perspectiva egocéntrica y ostentosa. Mas, esto constituiría un error de base, puesto que lo
que busca Whitman es aprehender toda la naturaleza para expresarla por su boca y, por
ende, lo que resulta de este ejercicio, necesariamente, tiene que dar cuenta de toda ella. En
otras palabras, cuando Whitman afirma que este es su canto, está queriendo señalar que
también es nuestro canto, porque habla por todos y por todo. De esta forma lo expresa en el
primer verso del poema 1:
Este verso es algo así como una declaración de principio: si lo que dice Whitman sobre sí
no vale para todos, entonces no sirve en absoluto. El poeta estará volviendo sobre esta idea
muchas veces, e insistiendo en que el origen y horizonte de su canto es múltiple y nunca
individual. Ahora bien, de lo anterior se desprende una consecuencia importante: sobre el
Canto a Mí Mismo y, en general, sobre la poesía de Walt Whitman, ya no sólo cabrá lo
bello, lo laudable, lo que es digno de nuestro respeto, sino también lo corrupto, lo secreto y
hasta lo miserable.
Fueron, precisamente, estas nuevas posibilidades que se abrieron para su poesía, las que le
acarrearon después tantas denuncias por libertinaje, obscenidad y rebeldía. Sin embargo, lo
que no se hace explícito para defender a Whitman de ese juicio histórico es que el erigir
una obra en donde quepa por igual lo malo y lo bueno, el verdugo y la víctima, etcétera, no
obedece a una búsqueda conciente de ser obsceno o rebelde, sino a la amplitud que alcanza
el humanismo del autor; mejor dicho, si algunos encuentran en Canto a Mí Mismo cosas
que les pone la piel de gallina, siempre se debe más a un falso pudor que al interés del poeta
por verse “maldito” y, sobretodo, más a una hipocresía que quiere perpetuarse que a un
pensamiento como el de Whitman que, a pesar de todas los caracteres y adversidades, no
desconoce jamás a su prójimo.
A lo que quiero apuntar es al hecho de que este poemario está escrito por un humanista,
alguien que asegura que hablará sobre él mismo, pero tiene la certeza de que no podrá
hacerlo dejándonos a un lado, porque lo que es él también lo somos nosotros, y nosotros
somos los perversos, los amigos, los cretinos, los que lían a las prostitutas, los que juegan
calladamente y sacan el mejor provecho, los que juzgaron al negro y también el negro
juzgado, el criminal y el violador y, por supuesto, también quienes fueron las víctimas y los
violados.
En términos generales, lo que opera aquí es un juego de virtualidad al modo en que un siglo
después lo teorizaría Sartre: lo que es un hombre en particular, lo que tiene éste de bueno o
de malo, es lo que es el hombre en un sentido amplio, y esto es así porque un hombre
concreto expresa a través de sí la virtualidad de lo humano, nuestras potencialidades, esto
es, el criminal a quien se juzga por un homicidio o el loco que trastabilla por la calle nos
están diciendo con sus actos: soy lo que ustedes son en potencia, asesinos y locos
disfrazados.
Whitman piensa que la poesía debe abarcarlo todo; por tal razón, Canto a Mí Mismo no
tiene distinción de sexo, credo, edades, sabiduría o costumbres; bebe en el campo al llegar
el crepúsculo, y en la ciudad cuando retrocede la aurora; habla de los animales de los
bosques, y de las rutinas de los obreros; en últimas, quiere tocar, aunque sea por un
instante, la totalidad de lo que existe. Así se descubre en los poemas 7 y 43:
Buena es la tierra,
“Yo no sé lo que aún no hemos sufrido y lo que aún nos aguarda más allá,
Restará decir que el canto de Whitman es universal, no sólo porque en él caben los hombres
y sus actos, sino también porque se ocupa de hablar por el animal y lo que hace, por los
minerales que desdicen los discursos de geólogos, por la noche y su perfecto equilibrio con
el día, y por la muerte que, si bien ineluctable, sólo está entre nosotros para recordarnos que
hay vida.
La llamada mítica
Whitman quiere decir por él y por nosotros “que la muerte no existe, que el mundo no es un
caos, que es forma, unidad, plan, vida eterna, alegría”, pero cómo puede hacerlo sin filtrar
sus palabras a través de lo profético. Canto a Mí Mismo nos muestra la dimensión más
visionaria de Walt Whitman, y el motivo que viene a argumentar este hecho es el siguiente:
revelar un mundo, toda una naturaleza, y hacer el inventario de sus grandes fundamentos,
requiere de un lenguaje que nos remonte a lo mítico.
y dejarás que la esencia del Universo se filtre por tu ser” (Pág. 28)
Ante un lenguaje de este calibre, el lector comprende que aquello que tiene para decirnos el
poeta sobrepasa cualquier deducción lógica. Hablar sobre la verdad o sobre la existencia,
como lo hace Whitman, es sumergirse en una rica urdimbre mítica, en donde lo dado pierde
el carácter y se rellena de una nueva sustancia que prescinde de las palabras. “Escribiendo y
hablando no se me prueba”, dice el autor; es decir, y tal como afirmó Pavese, una
revelación no puede deducirse de palabras, puesto que es algo que nos inunda con su simple
presencia.
Hay dos aspectos más en esta llamada mítica a ver el universo como nuevo. El primero
tiene que ver con que el tiempo en donde se realiza la experiencia no es el pasado y
tampoco es el futuro, siempre es un presente inmediato. En el aquí y ahora empieza y
termina todo lo que puedo comprender, en él se encuentra la única oportunidad de
perfección que todos poseemos; nada existe por fuera de esto que vivimos, no hay algún
infierno distinto al que ahora experimentamos, ni mayores vejez o juventud. Luego
veremos que la ubicación de lo que nos dice Whitman en el presente es, ante todo, un
llamado a la heroicidad, un remojón para apercibirnos de que estamos siendo, y no hay
nada más falso que aquello que fuimos o seremos.
El otro aspecto importante de la llamada que nos llega de Canto a Mí Mismo corresponde a
un juego muy bien trabajado entre lo sagrado y lo profano o, más exactamente, entre
sacralizar y desacralizar. Por un lado, está claro que tanto en lo formal como en el
contenido Whitman utiliza lo profético y lo sagrado, pero, por otro, no es menos verdad que
por sus páginas siempre están cayendo las ruinas de viejos paradigmas, considerados por
muchos como sagrados.
Por ejemplo, en el poema 24 declara abiertamente: “esta cabeza mía vale más que las
iglesias, las biblias y los credos”; en el 41: “lo sobrenatural no existe, llegará un día en que
yo haga prodigios, ahora mismo soy un creador”, y aún en el 21 –un poco con dejo
nietzscheano-: “canto la canción del crecimiento y el orgullo (ya nos hemos arrastrado y
escondido bastante)”. ¡Un hereje!, sentenciarían los cristianos; ¡blasfemia!, el católico
ortodoxo. Pero, sin duda, el verdadero perfil iconoclasta de Walt Whitman no está en estas
líneas desperdigadas por sus poemas, sino en el sacralizar lo mundano, o sea, en atribuirle
un sentido hierático. El tacto, un animal que pasa, el solo placer que nos provoca la belleza
de lo artificial, son dignos de expresar también eso que podríamos considerar sacro:
y a engrandecer a todos.
y a pujar, desde el principio, más alto que ninguno en la subasta” (Pág. 99)
Por ahí dicen que toda creación implica algo que se destruye, y quizá así pueda entenderse
mejor esta tensión en la obra de Whitman entre lo sagrado que empieza a caer bajo la
fuerza de nuevas revelaciones, y lo profano que se considera este advenimiento hasta el
momento en que se acepte como nuevo paradigma. Sea como fuere, debemos a Canto a Mí
Mismo una de las más logradas elucubraciones de este tipo que se han hecho en la poesía
americana.
“Los infinitos héroes desconocidos valen tanto como los héroes más grandes de la historia”;
y, para cantar a ellos, se levanta Walt Whitman. “Las batallas se pierden con el mismo
espíritu con que se ganan”; y por ello, para los derrotados también es su canción. Si todo
conjura para nombrar lo que miramos y vivimos, todo esto que ocurre frente a nuestros
ojos, si hasta advertimos en sus dobleces revelaciones de tenor sagrado, ¿por qué razón,
entonces, no podríamos celebrar el hombre cotidiano? Si lo mundano empieza a ser
profético y sublime, ¿cómo ignorar a ese hombre corriente que es su máxima expresión?
El primer paso en esta carrera que emprende Whitman para mostrar nuestra heroicidad es
reconciliarnos con el resto de la naturaleza. De muy lejos, de tiempos inmemoriales, se nos
acerca esta sentencia: no hemos de sentirnos arrojados, porque mirando hacia atrás por un
momento se descubren los cientos de sucesos que nos precedieron para hacer posible
nuestra aparición:
generaciones me condujeron.
en este sitio,
Para estar aquí, en este presente mítico que nos revela el justo tamaño de las cosas, fueron
necesarias miles de estaciones. No nos quedaremos en ellas, por supuesto, ese sería un
craso error, pero las tendremos en cuenta para no perder de vista que aquel granjero que
siega su cultivo, y este otro que en la tarde cerrará un negocio, y la vaca que pace en la
montaña inamovible, no son productos fortuitos, sino la magia misma de todo lo que existe;
lo tendremos presente para no olvidarnos de todo lo que nos acerca a ellos, todo lo que
compartimos y que a manos llenas es asombroso.
Reconciliado con la naturaleza, el héroe –cree Whitman- debe expandir todos sus sentidos:
el tacto de “colmillos puntiagudos”, la vista que llega a lontananza, el oído que percibe el
rumiar de lo viviente, la nariz que absorbe los aromas, y el paladar que gusta lo agrio y lo
dulce alternativos. Entonces, y sólo entonces, podrán comprenderse a cabalidad las palabras
del poeta. Whitman desea pasar con nosotros un día y una noche, para luego continuar con
su camino; vendrá a hablarnos como “el hombre que se despoja de los estorbos al iniciar un
viaje”, y le recordaremos porque aunque nos enseña a huir de él ¿quién puede hacerlo?
¿Pero, por qué aquel que acepta el Canto a Mí Mismo es un héroe? Es fácil: quien aprende
por fuerza propia a descubrir el resplandor, y una vez descubierto entra en armonía con él,
se llena de orgullo, y ese orgullo lo impulsa a defender todo lo que le concierne: lucha y
sufre como un héroe su vida cotidiana, sabiendo que por fuera de ella no existe algo más
grande, y que es tan magnífica y fútil como la de todos los demás. Tendrá conciencia de su
trasegar, aunque no comprenda muchas de las cosas, pero siempre estará dispuesto a
disfrutar de los placeres que se ofrecen, y a ponerse del lado de quien lo necesita:
El valor de hoy
y el valor de todos los tiempos (…)
Siento a la madre que ayer fue quemada en la hoguera por hereje, ante la mirada de sus
hijos;
lo siento vencido,
apoyado en la cerca,
sin aliento,
sudoroso…