A Mis Hijos

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CUANDO YO ME VAYA

En los vuelos largos los viajeros veteranos o muy


sensibles advierten, cuando más o menos falta una hora
para llegar, que algo está pasando.

Se ha iniciado el descenso que obliga a calibrar la


presión interior con la altura.

Un rato más tarde el descenso es evidente y se


observan previsiones para preparar el fin.

Cuando falta poco el Capitán, con la pista enfrente,


lo anuncia. En poco tiempo todo terminará.

La vida humana es similar. En determinado


momento se siente que algo está pasando. Nada es igual
que antes. Por más esfuerzos que quieran hacerse es inútil.
Pronto se acelerará el proceso hasta que llegue el final.

No tengo en estos momentos, según dicen Luis


Enrique e Isturiz, ningún problema especial pero el
descenso se ha iniciado y quiero, antes de formar parte de
mi querido Avila, hablarles de unas cuantas cosas de las
cuales solamente se hablará después que yo me vaya.

Los he querido mucho. A ustedes y a sus hijos, mis


nietos. Son diferentes pero forman el mejor regalo que
Dios me hizo, es un conjunto maravilloso y bello por el
cual doy gracias todos los días.

Quizá fui seco con ustedes. Era la forma de ser de


mi tiempo. No tuve la cara sonriente de mi papá ni el tono
siempre afectuoso de mis tías pero los quise con toda mi
Tomás Polanco Alcántara

alma. Con mis nietos traté de reparar ese error y les di


abrazos y besos cada vez que quise.

Tomás me hizo un comentario, en el cual


seguramente tiene razón, acerca de cómo la intensidad de
la vida que he llevado me permitió lograr hacer lo que
hice pero que a la vez me alejó, me impidió o hizo menos
frecuente, que pudiera deleitarme o gozar de otras cosas
que la vida tiene: vacaciones largas, descansos,
comodidad, etc.

Si bien es verdad que fue así y no me arrepiento de


ello, también es verdad que tal forma de vivir quizá fue
agotando mis energías. Ahora, que tengo setenta y cinco,
mis energías vitales no son tan amplias aunque si lo es mi
optimismo aunque a veces parezca lo contrario.

Quiero que ustedes, que forman una familia tan


grande, sean respetuosos los unos de los otros, no
pretendan nunca interferirse, entrometerse uno con los
demás. Deben siempre apoyarse los unos a los otros pero
nunca lleven a cabo ningún negocio juntos.

Pero lo que más me importa es que ustedes traten y


enseñen a sus hijos a vivir dentro de tres normas
permanentes: el trabajo, la honestidad y la eficiencia.

El trabajo no es una maldición ni un castigo. Nunca


dejen de trabajar. Es el precio de la vida: ganarás el pan
con el sudor de tu frente. Todo trabajo es bueno, es digno,
es honesto.

Recuerden siempre que el trabajo tiene dos


modalidades, una la de servir de instrumento para alcanzar
los medios materiales que necesita la vida. El otro cumplir
Tomás Polanco Alcántara

con la obligación de contribuir a la fortaleza de la


colectividad.

Pero nunca entiendan al trabajo como un fin sino


como un medio. Como fin es un disparate. Como medio
es la forma legítima de vivir.

La honestidad resulta fundamental para la vida. La


aprendí de mi padre y de mi abuelo. Es no tomar lo que no
es de uno, es hacer lo que se debe hacer y no hacer lo que
no se debe hacer.

La eficiencia requiere hacer bien lo que se debe


hacer o al menos procurarlo.

Nunca duden en trabajar, en ser honestos, en ser


eficientes.

Crean siempre en Dios. A él nunca se le puede ver


pero siempre lo sentirán sobre todo en caso de necesidad.
Hablen con Dios. Eso es orar. Decirle lo que uno quiere,
lo que se necesita y pedirle ayuda, no la que uno quiere
sino la que él le dé. Rezar no es recitar una oración formal
que no se entiende, rezar es eso, hablar con Dios. Sin
embargo, de las oraciones formales el Padre Nuestro lo
abarca todo, el Credo señala nuestras creencias como
Cristianos, el Ave María, el ruego a la Santísima Virgen
para que ella ruegue por nosotros en el momento de
impetrarla y en la hora de la muerte.

Les pido que procuren ser católicos con todo lo que


ello significa. Nunca dejen de practicar esa Religión a la
que hemos pertenecido todos. Respeten a sus Sacerdotes y
ayúdenlos en sus obras en cuanto sea posible. Todo sin
perder de vista la tolerancia, el respeto por las creencias y
conductas de los demás y la solidaridad humana.
Tomás Polanco Alcántara

No le guarden rencor a nadie. No odien a nadie.


Esos sentimientos hacen mucho daño a quien los
experimenta.

Procuren siempre hacer el bien, incluso a quienes le


hubiesen causado algún daño o sean personas
desconocidas.

No causen, voluntariamente, daño a nadie. No


olviden que se trata de una norma cristiana que tiene un
profundo contenido práctico: quien recibe un daño puede
que no lo cobre pero es muy probable que sí lo lleguen a
hacer sus hijos, sus nietos, sus parientes. Hacer un daño es
tener, por tanto, una espada sobre la cabeza que no
sabemos cuándo nos va a herir.

No discrimen a nadie por su raza, su nacionalidad,


su idioma, sus costumbres, el color de su piel. Por nada.
La discriminación es una forma cruel de dañar a gente
inocente. Por eso es abominable.

Respeten su hogar, pase lo que pase. Cada hogar


tiene su forma de ser respetado, la de uno no es la de otro,
pero en todos ese respeto es indispensable.

Atiendan a ese hogar. Educar un niño es una seria


tarea. Lo que ustedes hagan el niño lo verá
cuidadosamente y será su guía. Manejar bien el hogar, con
un profundo respeto, es la mejor educación para los hijos.

Sean generosos nunca avaros. Es mejor tener menos


y dar más que tener más y dar menos o nada.

Procuren leer constantemente para así conocer


nuevas ideas y mejorar las existentes, para estar al tanto
de los avances de la cultura, para una continua superación
Tomás Polanco Alcántara

de sí mismos. Por parecidas razones escuchen música, no


cualquier tipo de música sino la que eleva el alma.

Ojalá siempre los anime, a ustedes y a mis nietos,


un fervoroso amor por Venezuela. Debemos querer, amar
y venerar a la Patria. No hay que ocuparse tanto de morir
por ella, que casi siempre es inútil, sino de vivir por ella y
para ella. Así decía don Augusto Mijares.

Sean siempre venezolanos, orgullosos de su país.


Este es el nuestro. Hay que darse cuenta que cada ser
humano para poder existir supone, desde los tatarabuelos,
treinta otros detrás de él. Y de los que corresponden a
ustedes, casi el noventa por ciento, nacieron, vivieron y
murieron en Caracas. Aquí están sus restos, sus
costumbres. Afuera hay que comenzar de nuevo. No crean
que eso es sencillo y que se justifica. Sólo se puede hacer
en casos muy extremos y con plena conciencia de no ir al
Paraíso sino al Purgatorio.

Los demás no son mejores que nosotros. Puede que


se alimenten mejor, que tengan mejor salud, que vivan
más tranquilos. La verdad es que solamente son distintos.

Mi último encargo es: siempre cuiden a su madre.


Es casi seguro que yo me iré antes de ella y ella no debe
quedar sola, debe quedar con ustedes. No le causen
mortificaciones, no la usen, no la olviden.

Ella fue una inadvertencia en la administración de


las huestes celestiales, pues en lugar de enviar un ser
humano enviaron un ángel.

Siempre la he querido profundamente y para mí fue


mi vida, mi conductora, mi ayuda. Supo conocerme
Tomás Polanco Alcántara

apenas viendo mi cara. Interpretar mis sentimientos sin oír


nada.

Ha estado siempre a mi lado, nunca me falló,


siempre fiel, precisa, digna. Ha sido una mujer pura,
insigne, incapaz de pensar mal, de hacer daño.

Si yo tuviera que pagar por ella jamás llegaría a


tener suficiente.

De ningún modo le causen dolor. Nunca la


abandonen. Ustedes deben protegerla porque ella nunca
ha conocido el mundo externo, ni la maldad, ni la intriga.
Protegerla para que no le pase nada, para que viva lo
mejor posible.

Contribuyan a que el nuestro sea un país donde


exista libertad, tolerancia, progreso. Cada uno debe hacer
lo suyo sin creerse redentor de la Patria.

Les ruego ocuparse de mis libros. La Biblioteca la


pueden regalar a la Institución que estimen conveniente.
Pero los libros que escribí, procuren que, al ser ofrecidos
al público, el modesto beneficio que produzcan sea
utilizado en beneficio de estudiantes que necesiten ayuda
para seguir estudiando.

No se olviden nunca de rezar por mí para que


alcance la vida eterna.

De mí quedarán unas cenizas y cuando observen el


Avila recuerden que allá está su padre, contento de verlos
y siempre bendiciéndolos.

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