28 Creencias de La Iglesia Adventista Del Séptimo Día
28 Creencias de La Iglesia Adventista Del Séptimo Día
28 Creencias de La Iglesia Adventista Del Séptimo Día
Día
Las 28 Creencias Fundamentales de la Iglesia Adventista del Séptimo Día
están organizadas en 6 doctrinas:
01 La Palabra de Dios
Las Sagradas Escrituras, que abarcan el Antiguo y el Nuevo Testamento,
constituyen la Palabra de Dios escrita, transmitida por inspiración divina
mediante santos hombres de Dios que hablaron y escribieron impulsados por el
Espíritu Santo. Por medio de esta Palabra, Dios comunica a los seres humanos
el conocimiento necesario para alcanzar la salvación. Las Sagradas Escrituras
son la infalible revelación de la voluntad divina. Son la norma del carácter, el
criterio para evaluar la experiencia, la revelación autorizada de las doctrinas, y
un registro fidedigno de los actos de Dios realizados en el curso de la historia.
02 La Deidad
Hay un solo Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, una unidad de tres personas
coeternas. Dios es inmortal, todopoderoso, omnisapiente, superior a todos y
omnipresente. Es infinito y escapa a la comprensión humana, aunque se lo
puede conocer por medio de su autorrevelación. Es digno para siempre de
reverencia, adoración y servicio por parte de toda la creación.
03 Dios el Padre
Dios, el Padre Eterno es el Creador, Originador, Sustentador y Soberano de
toda la creación. Es justo y santo, misericordioso y clemente, tardo en airarse y
abundante en amor y fidelidad. Las cualidades y las facultades del Padre se
manifiestan también en el Hijo y en el Espíritu Santo.
04 Dios el Hijo
Dios el Hijo Eterno se encamó en Jesucristo. Por medio de él se crearon todas
las cosas, se reveló el carácter de Dios, se llevó a cabo la salvación de la
humanidad y se juzga al mundo. Aunque es verdadero y eternamente Dios,
llegó a ser también verdaderamente hombre, Jesús el Cristo. Fue concebido
por el Espíritu Santo y nació de la virgen María. Vivió y experimentó la
tentación como ser humano, pero ejemplificó perfectamente la justicia y el amor
de Dios. Mediante sus milagros manifestó el poder de Dios y éstos dieron
testimonio de que era el prometido Mesías de Dios. Sufrió y murió
voluntariamente en la cruz por nuestros pecados y en nuestro lugar, resucitó de
entre los muertos y ascendió para ministrar en el Santuario celestial en favor de
nosotros. Volverá otra vez en gloria para librar definitivamente a su pueblo y
restaurar todas las cosas .
07 La naturaleza humana
Dios hizo al hombre y la mujer a su imagen, con individualidad propia, y con la
facultad y la libertad de pensar y obrar. Aunque los creó como seres libres,
cada uno es una unidad indivisible de cuerpo, mente y espíritu, que depende
de Dios para la vida, el aliento y todo lo demás. Cuando nuestros primeros
padres desobedecieron a Dios, negaron su dependencia de él y cayeron de la
elevada posición que ocupaban bajo el gobierno de Dios. La imagen de Dios en
ellos se desfiguró y quedaron sujetos a la muerte. Sus descendientes participan
de esta naturaleza caída y de sus consecuencias. Nacen con debilidades y
tendencias hacia el mal. Pero Dios, en Cristo, reconcilió al mundo consigo
mismo y, por medio de su Espíritu Santo, restaura en los mortales penitentes la
imagen de su Hacedor. Creados para la gloria de Dios, se los llama a amarlo a
él y a amarse mutuamente, y a cuidar del ambiente que los rodea.
08 El Gran Conflicto
Toda la humanidad está ahora envuelta en un gran conflicto entre Cristo y
Satanás en cuanto al carácter de Dios, su ley y su soberanía sobre el universo.
Este conflicto se originó en el cielo cuando un ser creado, dotado de libre
albedrío, se exaltó a sí mismo y se convirtió en Satanás, el adversario de Dios,
y condujo a la rebelión a una parte de los ángeles. Satanás introdujo el espíritu
de rebelión en este mundo cuando indujo a Adán y a Eva a pecar. El pecado
humano produjo como resultado la distorsión de la imagen de Dios en la
humanidad, el trastorno del mundo creado y, posteriormente, su completa
devastación en ocasión del diluvio universal. Observado por toda la creación,
este mundo se convirtió en el campo de batalla del conflicto universal, a cuyo
término el Dios de amor quedará finalmente vindicado. Para ayudar a su pueblo
en este conflicto, Cristo envía al Espíritu Santo y los ángeles leales para
guiarlo, protegerlo y sostenerlo en el camino de la salvación.
11 Crecer en Cristo
Jesús triunfó sobre las fuerzas del mal por su muerte en la cruz. Quien subyugó
los espíritus demoníacos durante su ministerio terrenal, quebrantó su poder y
aseguró su destrucción definitiva. La victoria de Jesús nos da la victoria sobre
las fuerzas malignas que todavía buscan controlarnos y nos permite andar con
él en paz, gozo y la certeza de su amor. El Espíritu Santo ahora mora dentro de
nosotros y nos da poder. Al estar continuamente comprometidos con Jesús
como nuestro Salvador y Señor, somos librados de la carga de nuestros actos
pasados. Ya no vivimos en la oscuridad, el temor a los poderes malignos, la
ignorancia ni la falta de sentido de nuestra antigua manera de vivir. En esta
nueva libertad en Jesús, somos invitados a desarrollarnos en semejanza a su
carácter, en comunión diaria con él por medio de la oración, alimentándonos
con su Palabra, meditando en ella y en su providencia, cantando alabanzas a
él, reuniéndonos para adorar y participando en la misión de la iglesia. Al darnos
en servicio amante a quienes nos rodean y al testificar de la salvación, la
presencia constante de Jesús por medio del Espíritu transforma cada momento
y cada tarea en una experiencia espiritual.
12 La Iglesia
La iglesia es la comunidad de creyentes que confiesan que Jesucristo es Señor
y Salvador. Como continuadores del pueblo de Dios del Antiguo Testamento,
se nos invita a salir del mundo; y nos reunimos para adorar, para estar en
comunión unos con otros, para recibir instrucción en la Palabra, para la
celebración de la Cena del Señor, para servir a toda la humanidad y para
proclamar el evangelio en todo el mundo. La iglesia recibe su autoridad de
Cristo, que es la Palabra encarnada, y de las Escrituras, que son la Palabra
escrita. La iglesia es la familia de Dios; somos adoptados por él como hijos,
vivimos sobre la base del nuevo pacto. La iglesia es el cuerpo de Cristo, es una
comunidad de fe, de la cual Cristo mismo es la cabeza. La iglesia es la esposa
por la cual Cristo murió para poder santificarla y purificarla. Cuando regrese en
triunfo, él presentará a sí mismo una iglesia gloriosa, los fieles de todas las
edades, adquiridos por su sangre, una iglesia sin mancha, ni arruga, sino santa
y sin defecto.
13 El remanente y su misión
La iglesia universal está compuesta de todos los que creen verdaderamente en
Cristo; pero en los últimos días, una época de apostasía generalizada, se llamó
a un remanente para que guarde los mandamientos de Dios y la fe de Jesús.
Este remanente anuncia la llegada de la hora del juicio, proclama la salvación
por medio de Cristo y pregona la proximidad de su segunda venida. Esta
proclamación está simbolizada por los tres ángeles de Apocalipsis 14; coincide
con la hora del juicio en los cielos y, como resultado, se produce una obra de
arrepentimiento y reforma en la Tierra. Se invita a todos los creyentes a
participar personalmente en este testimonio mundial.
14 La unidad en el cuerpo de Cristo
La iglesia es un cuerpo constituido por muchos miembros, llamados de entre
todas las naciones, razas, lenguas y pueblos. En Cristo somos una nueva
creación; las diferencias de raza, cultura, educación y nacionalidad, y las
diferencias entre encumbrados y humildes, ricos y pobres, hombres y mujeres,
no deben causar divisiones entre nosotros. Todos somos iguales en Cristo,
quien por un mismo Espíritu nos unió en comunión con él y los unos con los
otros; debemos servir y ser servidos sin parcialidad ni reservas. Por medio de
la revelación de Jesucristo en las Escrituras, participamos de la misma fe y la
misma esperanza, y damos a todos un mismo testimonio. Esta unidad tiene sus
orígenes en la unicidad del Dios triuno, que nos adoptó como hijos suyos.
15 El bautismo
Por medio del bautismo confesamos nuestra fe en la muerte y resurrección de
Jesucristo, y damos testimonio de nuestra muerte al pecado y de nuestro
propósito de andar en novedad de vida. De este modo reconocemos a Cristo
como nuestro Señor y Salvador, llegamos a ser su pueblo y somos recibidos
como miembros de su iglesia. El bautismo es un símbolo de nuestra unión con
Cristo, del perdón de nuestros pecados y de nuestro recibimiento del Espíritu
Santo. Se realiza por inmersión en agua, y depende de una afirmación de fe en
Jesús y de la evidencia de arrepentimiento del pecado. Sigue a la instrucción
en las Sagradas Escrituras y a la aceptación de sus enseñanzas.
18 El don de profecía
Uno de los dones del Espíritu Santo es el de profecía. Este don es una señal
identificadora de la iglesia remanente y se manifestó en el ministerio de Elena
G. de White. Como mensajera del Señor, sus escritos son una permanente y
autorizada fuente de verdad que proporciona consuelo, dirección, instrucción y
corrección a la iglesia. Ellos también establecen con claridad que la Biblia es la
norma por la cual debe ser probada toda enseñanza y toda experiencia.
19 La ley de Dios
Los grandes principios de la ley de Dios están incorporados en los Diez Manda-
mientos y ejemplificados en la vida de Cristo. Expresan el amor, la voluntad y el
propósito de Dios con respecto a la conducta y a las relaciones humanas, y son
obligatorios para todas las personas en todas las épocas. Estos preceptos
constituyen la base del pacto de Dios con su pueblo y son la norma del juicio
divino. Por medio de la obra del Espíritu Santo, señalan el pecado y despiertan
el sentido de la necesidad de un Salvador. La salvación es totalmente por la
gracia y no por las obras, pero su fruto es la obediencia a los mandamientos.
Esta obediencia desarrolla el carácter cristiano y da como resultado una
sensación de bienestar. Es una evidencia de nuestro amor al Señor y de
nuestra preocupación por nuestros semejantes. La obediencia por fe
demuestra el poder de Cristo para transformar vidas y, por lo tanto, fortalece el
testimonio cristiano.
20 El sábado
El bondadoso Creador, después de los seis días de la creación, descansó el
séptimo día, e instituyó el sábado para todos los hombres como un monumento
conmemorativo de la Creación. El cuarto mandamiento de la inmutable ley de
Dios requiere la observancia del séptimo día, sábado, como día de reposo,
adoración y ministerio en armonía con las enseñanzas y la práctica de Jesús, el
Señor del sábado. El sábado es un día de agradable comunión con Dios y con
nuestros hermanos. Es un símbolo de nuestra redención en Cristo, una señal
de nuestra santificación, una demostración de nuestra lealtad y una
anticipación de nuestro futuro eterno en el reino de Dios. El sábado es la señal
perpetua del pacto eterno entre él y su pueblo. La gozosa observancia de este
tiempo sagrado de una tarde a la otra tarde, de la puesta de sol a la puesta de
sol, es una celebración de la obra creadora y redentora de Dios.
21 La mayordomía
Somos mayordomos de Dios, a quienes se nos ha confiado tiempo y
oportunidades, capacidades y posesiones, y las bendiciones de la tierra y sus
recursos. Y somos responsables ante él por el empleo adecuado de todas esas
dádivas. Reconocemos el derecho de propiedad por parte de Dios mediante
nuestro servicio fiel a él y a nuestros semejantes, y mediante la devolución de
los diezmos y las ofrendas que damos para la proclamación de su evangelio y
para el sostén y desarrollo de su iglesia. La mayordomía es un privilegio que
Dios nos ha concedido para que crezcamos en amor y para que logremos la
victoria sobre el egoísmo y la codicia. El mayordomo fiel se regocija por las
bendiciones que reciben los demás como fruto de su fidelidad.
22 La conducta cristiana
Somos llamados a ser un pueblo piadoso que piense, sienta y actúe en armo -
nía con los principios del cielo. Para que el Espíritu recree en nosotros el
carácter de nuestro Señor, nos involucramos sólo en aquellas cosas que
producirán en nuestra vida pureza, salud y gozo cristiano. Esto significa que
nuestras recreaciones y nuestros entretenimientos estarán en armonía con las
más elevadas normas de gusto y belleza cristianos. Si bien reconocemos las
diferencias culturales, nuestra vestimenta debiera ser sencilla, modesta y de
buen gusto, como corresponde a aquellos cuya verdadera belleza no consiste
en el adorno exterior, sino en el inmarcesible ornamento de un espíritu apacible
y tranquilo. Significa también que, puesto que nuestros cuerpos son el templo
del Espíritu Santo, debemos cuidarlos inteligentemente. Junto con la práctica
adecuada del ejercicio y el descanso, debemos adoptar un régimen alimentario
lo más saludable posible, y abstenernos de los alimentos inmundos,
identificados como tales en las Escrituras. Como las bebidas alcohólicas, el
tabaco y el uso irresponsable de drogas y narcóticos son dañinos para nuestros
cuerpos, debemos también abstenernos de ellos. En cambio, debemos
empeñarnos en todo lo que ponga nuestros pensamientos y nuestros cuerpos
en armonía con la disciplina de Cristo, quien quiere que gocemos de salud, de
alegría y de todo lo bueno.
23 El matrimonio y la familia
El matrimonio fue establecido por Dios en el Edén y confirmado por Jesús para
que fuera una unión para toda la vida entre un hombre y una mujer, en amante
compañerismo. Para el cristiano, el matrimonio es un compromiso con Dios y
con el cónyuge, y debiera celebrarse sólo entre personas que participan de la
misma fe. El amor mutuo, el honor, el respeto y la responsabilidad constituyen
la estructura de esa relación, que debe reflejar el amor, la santidad, la intimidad
y la perdurabilidad de la relación que existe entre Cristo y su iglesia. Con
respecto al divorcio, Jesús enseñó que la persona que se divorcia, a menos
que sea por causa de relaciones sexuales ilícitas, y se casa con otra persona,
comete adulterio. Aunque algunas relaciones familiares estén lejos de ser
ideales, los consortes que se dedican plenamente el uno al otro pueden, en
Cristo, lograr una amorosa unidad gracias a la dirección del Espíritu y a la
instrucción de la iglesia. Dios bendice a la familia y quiere que sus miembros se
ayuden mutuamente hasta alcanzar la plena madurez. Los padres deben criar
a sus hijos para que amen y obedezcan al Señor. Deben enseñarles, mediante
el precepto y el ejemplo, que Cristo disciplina amorosamente, que siempre es
tierno, que se preocupa por sus criaturas, y que quiere que lleguen a ser miem-
bros de su cuerpo, la familia de Dios. Una creciente intimidad familiar es uno de
los rasgos característicos del último mensaje evangélico.
24 El ministerio de Cristo en el Santuario celestial
Hay un santuario en el cielo, el verdadero tabernáculo que el Señor erigió y no
el hombre. En él ministra Cristo en favor de nosotros, para poner a disposi ción
de los creyentes los beneficios de su sacrificio expiatorio ofrecido una vez y
para siempre en la cruz. Cristo llegó a ser nuestro gran Sumo Sacerdote y
comenzó su ministerio intercesor en ocasión de su ascensión. En 1844, al
concluir el período profético de los 2.300 días, inició la segunda y última fase
de su ministerio expiatorio. Esta obra es un juicio investigador, que forma parte
de la eliminación definitiva del pecado, prefigurada por la purificación del
antiguo santuario hebreo en el Día de la Expiación. En el servicio simbólico, el
santuario se purificaba mediante la sangre de los sacrificios de animales, pero
las cosas celestiales se purifican mediante el perfecto sacrificio de la sangre de
Jesús. El juicio investigador revela a las inteligencias celestiales quiénes de
entre los muertos duermen en Cristo, siendo, por lo tanto, considerados dignos,
en él, de participar en la primera resurrección. También toma de manifiesto
quién, de entre los vivos, permanece en Cristo, guardando los mandamientos
de Dios y la fe de Jesús, estando, por lo tanto, en él, preparado para ser
trasladado a su reino eterno. Este juicio vindica la justicia de Dios al salvar a los
que creen en Jesús. Declara que los que permanecieron leales a Dios recibirán
el reino. La conclusión de este ministerio de Cristo señalará el fin del tiempo de
prueba otorgado a los seres humanos antes de su segunda venida.
26 La muerte y la resurrección
La paga del pecado es la muerte. Pero Dios, el único que es inmortal, otorgará
vida eterna a sus redimidos. Hasta ese día, la muerte constituye un estado de
inconsciencia para todos los que han fallecido. Cuando Cristo, que es nuestra
vida, aparezca, los justos resucitados y los justos vivos serán glorificados,
todos juntos serán arrebatados para salir al encuentro de su Señor. La segunda
resurrección, la resurrección de los impíos, ocurrirá mil años después.
28 La Tierra Nueva
En la Tierra Nueva, en que habita la justicia, Dios proporcionará un hogar
eterno para los redimidos y un ambiente perfecto para la vida, el amor, el gozo
y el aprendizaje eternos en su presencia. Porque allí Dios mismo morará con
su pueblo, y el sufrimiento y la muerte terminarán para siempre. El gran conflic-
to habrá terminado y el pecado no existirá más. Todas las cosas, animadas e
inanimadas, declararán que Dios es amor; y él reinará para siempre jamás.