4 Bushnell
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DE
AMÉRICA LATINA
Volumen V
~
~~[ ~~~ EDICIONES UNESCO 1 EDITORIAL TROTTA e
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David Bushnell
A finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, América Latina experimentó proce-
sos de cambio social cuyos efectos variaron segú n las diversas regiones geográfi-
cas y, dentro de cada región, según los distintos elementos de la población. Las
estructuras fundamentales, de carácter corporativo y de espíritu señorial, se man-
tuvieron en su lugar con escasas modificaciones. Sin embargo, evolucionaron las
condiciones materiales y la situación relativa de algu nos grupos e individuos, lo
que generó en ciertos aspectos y lugares una exigencia de transformaciones polí-
ticas que contribuyó a allanar el camino hacia la independencia. En otros casos,
el resultado fue la inhibición de esas mismas exigencias políticas. De cualquier
modo, el cambio social constituyó una parte esencial del contexto de l que, con el
tiempo, surgieron los movimientos independentistas.
Las fuerzas generadoras del cambio en América Latina de finales del período co-
lonial eran tamo de origen autóctono como extranjero. Uno de los factores bási-
cos más comunes, cuyas causas eran a un tiempo internas y externas, fue el au-
mento de población, debido al crecimiento natural y a la inmigración voluntaria
o involuntaria desde Europa y África. Para las sociedades americanas nativas, esta
expansión representaba la continuación de una recuperación demográfica poste-
rior a la Conquista, que en la mayoría de los casos se había iniciado entre media-
dos y finales del siglo XVII, mjentras que para los afrolatinoamericanos -entre
los cuales los esclavos tenían a menudo un índice de crecimiento natural negati-
vo-- el incremento demográfico se alimentaba del comercio de esclavos africa-
nos, que en ciertas zonas alcanzaba p roporciones masivas. La población blanca
también recibió refuerzos significativos de Europa en colonias económicamente
muy dinámicas, como Cuba y el Río de La Plata, pero la principal causa de ex-
pansión fue el crecimiento natural, al que también se debió la casi totalidad del
au mento de la población mestiza. En vísperas de la independencia, los mestizos
descendientes de europeos y amerindios constituían el grupo de población de más
rápido crecimiento y eran ya los más numerosos en partes de México, en Chile y
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en varias otras colonias. Pero el sector de mayor peso social y económico empe-
ro estaba constituido por blancos nacidos en América o «Criollos», como se les de-
nominaba en la mayor parte del continente. Éstos exhibían una confianza y una
autosuficiencia cada vez mayores y, especialmente en el imperio español, un re-
sentimiento creciente contra los privilegios comerciales y las preferencias en los
nombramientos de los que gozaban la madre patria y los peninsulares.
El crecimiento de población hizo aumentar por sí solo la producción de bie-
nes y servicios, aunque por regla general no varió mucho la índole de los produc-
tos ni los métodos de p rod ucción; el cambio fue cuantitativo, no cualitativo. En
las regiones que demostraron ser capaces de responder positivamente a las exi-
gencias de la economía en expansión del Atlántico norte -una vez más, Cuba y
el Río de La Plata son dos claros ejemplos- se registró un desarrollo económico
espectacular. Otro tanto ocurrió al menos en algunas zonas mineras pero no en
::odas, ya que debían tenerse en cuenta la calidad y accesibilidad de los yacimien-
tos. En cualquier caso, la expansión económica y sus efectos sociales concomitan-
res fueron evidentes, sobre todo en el sector exportador de las sociedades latino-
americanas, favorecido por cambios positivos en la política económica imperial y
sm embargo limitado por otros aspectos de la reglamentación comercial.
CASOS REGIONALES
El Virreinato de Nueva España era con mucho la posesión más valiosa del impe-
rio a finales del período colonial. Aun con la exclusión de los territorios del Ca-
ribe y Asia oriental (Filipinas), que teóricamente formaban parte de él, y de las
provincias de Centroamérica que se separarían poco después de la independen-
cia. el Virreinato abarcaba un grupo muy variado de subregiones, escasamente in-
:egradas unas con otras debido a la dificultad y al costo elevado del transporte.
Entre ellas había llanuras tropicales, unas muy húmedas y otras secas; cuencas
septentrionales áridas que se adentraban profundamente en la zona templada; las
tierras montañosas del centro de México y las sierras meridionales de Oaxaca que
eran las de mayor densidad de población. El número total de habitantes en 1810
se aproxi maba a los 6 millones, más que cualquier otra colo nia latinoamericana.
Los amerindios, quizás un 60o/o del total, predominaban en el Sur y en el Norte
remoto (donde vivían en general libres del dominio español), y los blancos y mes-
ciz.os, en la zona central (Lerner, 1968: 328, 338-339).
Nueva España era también la colonia española más rica. Las principales acti-
vidades de la población eran la agriculrura y la ganadería para el consumo inter-
no, pero yendo hacia el Norte, en Zacatecas y Guanajuato, así como en la zona
de Taxco, al Sur de la Ciudad de México, había minas de plata cuya producción
se multiplicó por cuatro (aunque con altibajos) durante el siglo XVIII y llegó a re-
presentar dos tercios de la producción total de plata del imperio español. El tra-
bajo en las minas daba empleo directo a un número relativamente bajo de traba-
jadores, pero su repercusión económica era considerable. Las zonas circundantes
ESTRUC T URA SOCIAL Y ESPACIO GEOGRÁF IC O 109
nes ventajosas. Los dueños de minas también salieron beneficiados, al igual que
los ricos comerciantes que se apoderaron progresivamente, quitándoselo a los pro-
ductores, del suministro de carne, productos agrícolas y otras mercancías a los
consumidores urbanos. Los comerciantes peninsulares, por su parte, co nservaron
el control del comercio de Ultramar, mientras los burócratas y dignatarios ecle-
siásticos de origen español, con escasas excepciones, ocupaban los escalones más
elevados de sus respectivas instituciones. No obstante, por su opulencia y sober-
bia, las principales familias criollas estaban descontentas bajo la preeminencia de
los peninsulares y deseosas de desempeñar un papel más importante en los asun-
tos políticos y de otra índole. También estaban disgustadas con la creciente presión
fiscal, incluida la insidiosa Consolidación de 1804 que ocasionó el súbito reclamo
del reembolso de los préstamos adeudados a fundaciones piadosas (Chowning,
1989: 451-478). Las relaciones entre criollos y peninsulares no se vieron perjudi-
cadas por una gran exigencia de intercambios comerciales directos fuera del impe-
rio - ya que España era un excelente cliente para la plata mexicana y las importa-
ciones de contrabando a través de Estados Unidos o de los centros de distribución
de las Antillas eran razonablemente accesibles- pero no eran inmunes a las ten-
siones existentes en el conjunto de Hispanoamérica.
La Capitanía General de Guatemala, que abarcaba los territorios desde Chia-
pas (que solamente después de la independencia pasó a formar parte de México)
hasta Costa Rica, presentaba en menor escala una diversidad geográfica y social
similar a la de México, pero con una articulación aún más débil de sus distintos
componentes. Chiapas y las tierras montañosas de Guatemala propiamente dicha
albergaban sociedades amerindias autóctonas que conservaban sus costumbres y
lenguas tradicionales (generalmente, de la familia maya) aun cuando pro porcio-
naran tributos y trabajo forzado a los gobernantes coloniales españoles y a la mi-
noría dominante de criollos y ladinos (mestizos o indios hispanizados) . Las inten-
dencias de San Salvador, H onduras y Nicaragua estaban habitadas principalmente
por ladinos, que constituían la categoría de más rápido crecimiento y representa-
ban poco más del 30% de la población de América Central, compuesta por apro-
ximadamente un millón de personas. Los blancos eran mayoría solamente en la
poco poblada Costa Rica, que dependía políticamente de Nicaragua; en la cúspi-
de social se encontraban las principales familias terratenientes y comerciantes de
Guatemala (Martínez Peláez, 1983). H abía algunas explotaciones mineras, sobre
todo en Honduras, pero nada remotamente comparable con México. América
Central tenía una exportación agrícola importante, e_l ~il, cultivado principal-
mente po r agricu ltores ladinos salvadoreños. Sin embargo, el comercio del añil
estaba en decadencia a finales de la era colonial, co mo consecuencia de catástro-
fes naturales y de la competencia con otras regiones productoras. La gran mayo-
ría de los centroamericanos trabajaban en la producción de alimenros y la artesa-
nía para consumo local, y solamente entre los comerciantes y terratenientes más
importantes de Guatemala podían observarse signos de opulencia, aunque difícil-
mente podían rivalizar con México.
Debido a la pobreza omnipresente y al terreno montañoso, las infraestructu-
ras de transportes eran sumamente deficientes. Al mismo tiempo, cada una de las
subregiones, a excepció n de San Salvador, tenía litoral en el Atlántico y en el Pa-
112 D AV ID BU S H NEL L
El Caribe
oriental al mar Caribe. Más tarde, en la segunda mitad del siglo xvm, comenzó a
exportar azúcar, procedente de grandes plantaciones de la llanura litoral, y café,
producido por lo general en pequeñas unidades en las tierras montañosas del in-
terior. El desarrollo de la industria azucarera, en especial, tuvo muchas conse-
cuencias sociales similares a las de otras colonias azucareras, incluida la importa-
ción de un número creciente de esclavos africanos; pero en todo esro Puerto Rico
fue medio siglo a la zaga de Cuba, la principal colonia de plantación de España.
El territorio español de Santo Domingo quedó aún más atrasado. Se dedicaba pre-
dominantemente a la agricultura de subsistencia y la cría de ganado cuando fue
cedido por España a Francia en 1795, en el transcurso de la rebelión que iba a
costar a Francia la parte de La Española que había colonizado anteriormente lo
que pondría definitivamente fin a la economía azucarera de Saint Domingue. La
parte española había experimentado, a lo sumo, una aceleración relativa de la ac-
tividad económica en el siglo XVIII, como consecuencia de la prosperidad de la co-
lonia francesa, al suministrar ganado a sus vecinos (Moya Pons, 1974).
Saint Dorningue fue la colonia de plantación tropical más próspera, económi-
camente hablando. A pesar de sus pequeñas dimensiones -ocupaba menos de la
mitad de una isla de las Indias Occidentales-, en vísperas de la rebelión de los
esclavos de 1791 producía dos quintas partes del azúcar y más de la mitad del café
del comercio mundial. El azúcar se cultivaba principalmente en grandes hacien-
das de la llanura costera y el café en pequeñas unidades de las montañas del inte-
rior. Ambos cultivos dependían básicamente de la mano de obra esclava, aunque
muchos de los dueños de plantaciones medianas especializadas en café, y miem-
bros de la población de color libre de la colonia, eran a su vez descendientes de
esclavos. Los esclavos constituían la mayoría de la población, a causa del conti-
nuo tráfico de esclavos provenientes de África, casi 40 000 personas anuales. As-
cendían a medio millón de personas, es decir aproximadamente el ~5% de la po-
blación rotal; del resto de habitantes, una mitad eran blancos y la otra, negros
libres. Estas categorías raciales se subdividían además según criterios económicos
y de acuerdo con el origen geográfico entre los nacidos en la colonia («criollos»)
y quienes habían llegado de Europa o África, además, desde luego, de las perso-
nas negras libres, que casi sin excepción eran oriundas del país (Geggus, 1982: 1,
6, 10, 23).
Los ricos hacendados blancos eran el elemento dominante de la sociedad de
Saint Domingue, pero el hecho de que muchos de ellos siguieran viviendo en
Francia o aspiraran a regresar allí tras haber hecho fortuna menoscababa la soli-
daridad de la minoría blanca. Los hacendados se quejaban de la falta de autono-
mía política, de las importantes deudas con comerciantes franceses y de algunos
aspectos de la política comercial. La población de color libre, pese a la prosperi-
dad alcanzada excepcionalmente por algunos, padecía diversas formas de discrimi-
nación jurídica y de facto. Pero naturalmente eran los esclavos quienes soportaban
el costo principal de erigir una próspera colonia de plantación. Es difícil deter-
minar el grado de crueldad con que se les trataba, aunque sin duda ocurrían atro-
cidades; pues en la mayoría de las colonias productoras de azúcar la política se-
guida por los administradores de las plantaci.ones consistía en obtener el máximo
rendimiento de los esclavos a corto plazo y luego reemplazarlos, según las nece-
114 D AVI D BUSH NELL
sidades, con recién llegados de África. Asimismo, fueron los esclavos quienes ini-
ciaron la decadencia de la sociedad de plantación, aun cuando la ruina de la in-
dustria azucarera no fuera la consecuencia inmediata del éxito de su lucha por la
emancipación (y la consiguiente liberación del dominio colonial). Los primeros
gobernantes independientes, como Jean-Jacques Dessalines, intentaron con cier-
to éxito mantener las plantaciones en funcionamiento. Sin embargo, este esfuer-
zo fracasó pronto ante la voluntad de los antiguos esclavos de vivir como campe-
sinos independientes, lo que dio lugar a la división de las antiguas plantaciones y
su conversión, en numerosos casos, en parcelas de subsistencia, aunque el café,
que se prestaba más fácilmente que el azúcar a la producción en pequeña escala,
continuó siendo durante muchos años un importante renglón de exportación (Ni-
cholls, 1979).
Primero, la interrupción de las exportaciones de azúcar de Saint Domingue a
causa de la lucha revolucionaria y luego, la desaparición de su sistema de planta-
ciones, facilitaron naruralmente la transformación de Cuba en uno de los princi-
pales productores mundiales de azúcar, en la época eñ que fas colonias continen-
tales españolas luchaban con éxito por su independencia. La expansión de la
industria azucarera cubana precedió a la crisis de la colonia francesa vecina, pero
en la mayor de las Antillas el azúcar había sido hasta mediados del siglo XVIII un
cultivo de escasa importancia, destinado esencialmente al consumo interno. De
hecho, la mayor parte de los 111 000 kilómetros cuadrados de Cuba estaban es-
casamente poblados y se habían dedicado a la agricultura de subsistencia y a la
cría extensiva de ganado. Esta última actividad producía cueros, que eran tradi-
cionalmente el segundo producto de exportación de la isla. Durante muchos
años el principal producto de exportación fue el tabaco, cultivado generalmen-
te por pequeños o medianos agricultores, a lo sumo con ayuda de algunos escla-
vos. La Habana, la capital, era importante como base naval y como última es-
cala portuaria para las flotas que regresaban a España desde el Nuevo Mundo,
además de cumplir una función administrativa. Por eso, era una de las mayores
ciudades de Hispanoamérica incluso antes de iniciarse el auge de la producción
azucarera.
En último término, esta prosperidad fue el resultado de una combinación de
condiciones favorables en el mercado mundial, la disponibilidad de inmensas su-
perficies de tierras apropiadas y una liberalización de la política española relativa
al comercio de Ultramar y a la importación de esclavos africanos. Dichos cambios
comenzaron a introducirse inmediatamente después de la ocupación británica de
La Habana (1762-1763), que había dado a los hacendados y comerciantes cuba-
nos una idea de lo que podía ser el comercio directo legalizado fuera del imperio
español y demostrado la vulnerabilidad de las defensas del imperio. Así, Cuba se
convirtió en el banco de pruebas de las reformas imperiales, muchas de lascuales
se-extendieron después al continente americano, entre ellas la edificación de de-
fensas militares, una administración política más rigurosa y un aumento de la re-
caudación fiscal para sufragar los gastos consiguientes. Con el fin de ganarse el
apoyo de los cubanos para esas innovaciones, y de aumentar el comercio, acre-
centando así indirectamente los ingresos fiscales, en 1765 España permitió que
Cuba comerciase con otros puertos españoles además de Cádiz, anticipando la
EST RU C TUR A SOC I AL Y E SPAC I O G EOGRÁ FIC O 115
política de «libre comercio» que adoptaría para todo el imperio en 1778 . La tra-
ta de esclavos se fomentó de diversas maneras y, a partir de 1789, se liberalizó casi
sin restricciones. Mediante numerosas concesiones especiales se autorizaron otros
intercambios comerciales con potencias amigas no españolas, que no tuvieron
prácticamente restricciones a partir de 1793. Si bien se adoptaron medidas eco-
nómicas similares en beneficio de las demás colonias, nunca fueron tan extensas
como en el caso cubano (Kuethe, 1986).
Gracias a este concurso de circunstancias, la producción azucarera aumentó
durante la segunda mitad del siglo XVJII a un ritmo superior al 4o/o anual (More-
no Fraginals, 1978). El cultivo se realizaba sobre todo en grandes haciendas del
Oeste de la isla, en la zona próxima a La Habana, aunque con el tiempo se exten-
dió cada vez más hacia el centro y el Este de la isla. Junto con la expansión de la
producción azucarera, y para hacerla posible, se incrementó constantemente la po-
blación de esclavos que, sumados a los negros y mulatos libres, en 1792 llegaron
a sobrepasar el número de blancos (Kuethe, 1986) . Aun así, Cuba, como otras po-
sesiones españolas de las Antillas y a diferencia de la mayoría de las colonias del
Caribe, conservó una población blanca numéricamente importante, además de so-
cialmente preeminente. Y, aunque perdiera proporcionalmente terreno con res-
pecto a los no blancos, esa población se incrementaba continuamente con recién
llegados de España, atraídos por la expansión económica de la colonia. La mayo-
ría de esos inmigrantes se convirtieron en pequeños comerciantes o empleados de
servicios, o realizaron otros trabajos mediocres, pero en conjunto gozaban de mo-
vilidad social ascendente y algunos se convirtieron en hacendados productores de
azúcar o contrajeron matrimonio con miembros de las familias de los grandes te-
rratenientes criollos. En ningún otro lugar de Hispanoamérica hubo vínculos fa-
miliares tan numerosos entre blancos nativos y españoles como en Cuba donde,
además, debido a la situación insular de la colonia, la población tenía un fácil ac-
ceso a la madre patria.
La clase de los hacendados cubanos, en especial en la zona de La Habana, no
tenía solamente riqueza y prestigio social (como lo demuestra el hecho de que en
1810 (Knight, 1978: 112) había 29 familias cubanas que poseían títulos españo-
les de nobleza) sino también poder político. Este papel político era fruto del pre-
dominio de la elite criolla en los puestos de la administración local, pero también
de la costumbre de los altos funcionarios españoles de consul tar regularmente con
sus representantes cuestiones fiscales y otros asuntos políticos, y quizá sobre todo
de su control de los puestos de mando en la milicia colonial reformada, e incluso
en unidades del ejército regular. En efecto, la defensa de la colonia estaba en ma-
nos de los criollos. Esta situación no era exclusiva de Cuba pues también en otras
partes, por razones de orden práctico, la Corona española tuvo que recurrir a los
nativos americanos para realizar tareas militares; pero en una colonia a la vez tan
expuesta y tan valiosa la circunstancia basta para explicar la atención que los ad-
ministradores coloniales prestaban a los intereses y a la opinión de los criollos
(Kuethe, 1986). España fue recompensada con la notoria incapacidad de Cuba
para segUir el ejemplo revolucionario de otras colonias españolas después de
1810.
116 DA VI D BUSHNELL
de población, no sólo para intrusos del exterior sino también entre sí. La mayo-
ría de los habitantes vivían en el interior de la colonia, dividida por tr~s cadenas
.melinas y dos grandes ríos, el Magdalena y el Cauca. Ambos eran navegables en
:a mayor parte de su cu rso, al igual que varios afluentes del Orinoco que bajaban
de las estribaciones de la cordillera oriental. Sin embargo, Jos valles fluviales eran
calurosos, generalmente insalubres y escasamente poblados, con la principal ex-
cepción de la parte central del valle del Cauca en la zona de Cali; y el tránsito flu-
q aJ no era fácil, ya que remontar el Magdalena desde la costa hasta Honda, y lue-
go atravesar las montañas hasta Santa Fe de Bogotá, bien podía tomar un mes.
~inguna capital virreina! era de más difícil acceso que Santa Fe, cuya importan-
ClJ era casi exclusivamente administrativa. Incluso en una misma cadena andi na,
.ie hecho, los asentamientos eran en gran medida independientes y autónomos,
;;mculados entre sí por ab ruptos senderos, aptos solamente para el tránsito de mu-
b.s o, en casos extremos, de porteadores humanos.
La llanura costera del Caribe tenía algunas características de una economía
.1~::icola de exportación -similar a la de Venezuela, aunque mucho menos desa-
::: liada- que hacia el final de la era colonial producía cantidades crecientes de
.:ueros y cultivos de plantación. Sin embargo, la principal exportación de Nueva
G~anada seguía siendo el oro, que representaba nueve décimos de las exportacio-
nc:s legales desde Cartagena, por donde pasaba la mayor parte del comercio de la
.:o:onia (Barbier, 1990: 1 07). Las principales regiones mineras se encontraban en
• .1 prO\"i ncia noroccidental de Anrioquia y en la región del Pacífico desde Panamá
dependiente de Nueva Granada desde la creación del Virreinato) casi hasta la
~romera con Quito. En Antioqu ia, numerosos buscadores de oro independientes
explotaban yaci mientos au ríferos. En otras zonas, la minería empleaba general-
mente esclavos y, junto con la agricultura extensiva proporcionaba riqu eza y pres-
:-tgto a la oligarquía local de Popayán, la ciudad más impo rtante del Sudoeste
(Colmena res, 1989: 124-132).
La esclavitud se daba también en plantaciones de las llanuras del Caribe y el
\ .atte del Cau ca, en coexistencia con trabajadores libres. Pero fue solamente en las
.:om:ucas mineras del Pacífico donde los esclavos se convirtieron en el grupo de
:;:: blación más numeroso y donde surgió la cultura afrolatinoamericana más pura
(qJe ha perdurado hasta hoy). En cambio, la sociedad de la costa septentrional
re;:-:-esenraba una combinación de elementos africanos e hispánicos, con algún
cc.mponente amerindio. Los comerciantes y hacendados criollos, algunos de los
~les ostentaban títulos de nobleza, ejercían e l poder político mediante la parti-
.:J¡:-ao ón en funciones administrativas y militares locales, y gozaban de riquezas y
t-'~esrigio, pero en las poco pobladas zonas del interior de Cartagena el control so-
.:ial era difícil de mantener. Eran frecuentes las rebeliones de esclavos y los asen-
:.lmientos de fugitivos (palenques), y existía una numerosa població n de vagabun-
do y ocupantes ilegales de tierras de raza mixta (Fals Borda, 1979 y 1984).
En roda Nueva Granada, pero especialmente en las montañas del interior, so-
~~e,·¡,·ían comunidades amerindias que conservaban sus resguardos y su condición
6ruca distinta. A finales del siglo xvm, estas comunidades ya no estaban sujetas
al rrabajo forzado para las haciendas, pero tenían que hacer frente a presiones
.:.id.l \"CZ mayores de los crio llos y también de los pequeños agricultores mestizos
ESTRUC T U RA SOCIA L Y ESPAC I O G EOGRÁ FICO 119
para lograr la liquidación de los propios resguardos, presiones que los indios pu-
dieron resistir hasta cierto punto, con la ayuda de la Corona española, pero que
ocasionaron de todos modos una disminución gradual de sus posesiones. Además,
a fin de ganar dinero para pagar el tributo o con otros fines, muchos indios toda-
vía trabajaban en jornada completa o parcial como empleados o arrendatarios en
las haciendas; y en todas partes eran víctimas de la sórdida explotación de los fun-
cionarios gubernamentales y del clero (Tovar Pinzón, 1988. 28-36, 64-87).
Además de haciendas (en las que se hallaban generalmente las rierras más pro-
ductivas) y resguardos, Nueva Granada tenía un número creciente de minifundios
independientes, de los que vivía todo un grupo de campesinos indios, mestizos y
blancos pobres. Sea como fuere, en el interior casi todas estas unidades de produc-
ción suministraban bienes para el consumo interno: alimentos o fibras (algodón y
lana) dc;stinadas a la fabricación de telas. La provincia de Socorro, en la cordille-
ra oriental, era particularmente conocida por sus tejidos de algodón, fabricados
por artesanos de pequeñas ciudades y miembros de familias campesinas. A pesar
de las dificultades de transporte, estos tejidos se vendían incluso en otras partes
de la colonia y daban a su región de origen unos ingresos por habitante ligera-
mente superiores a los del resto de Nueva Granada (Brungardt: 1990: 172-173 ).
Sin embargo, ni el comercio interno de textiles ni la exportación de oro eran su-
ficientes para revitalizar una situación general de estancamiento socioeconómico.
Es significativo que de los bienes importados de Hispanoamérica por España en
1782-1796, solamente el 3o/o provenía de Nueva Granada (Fisher, 1990: 152-
153).
A juzgar por las quejas de la oligarquía local, Quito no estaba simplemente
estancada sino en una situación de grave retroceso, generalmente atribuido a pro-
blemas que iban desde las catástrofes naturales hasta el aumento de la recauda-
ción fiscal bajo los Barbones y los cambios de la política comercial imperial. Es
probable que este último factor fuese el más relevante, en particular en lo que
respecta a la desaparición del sistema de flotas y la apertura de los puertos sura-
mericanos del Pacífico al comercio directo con España. Sumadas a la importa-
ción ilícita de textiles del Norte de Europa, donde se había iniciado la revolución
industrial, estas novedades fueron desastrosas para la manufactura de tejidos de
lana que se habían convertido en un elemento esencial de la economía de las sie-
rras ecuatorianas. En el propio Quito y en otras ciudades menores de la monta-
ña, los talleres (obrajes), que a menudo utilizaban mano de obra sernilibre al igual
que los de Nueva España, habían producido tejidos que se vendían en muchas zo-
nas del Perú y en el Oeste de Nueva Granada, así como en al ámbito local. Más
tarde, en la segunda mitad del siglo XVIII, Quito perdió la mayor parte del merca-
do peruano y las telas extranjeras siguieron ganando mercados aún más próximos
(Marchán, 1989: 250-252).
La crisis manufacturera de Quito tuvo una repercusión inevitable en los in-
gresos fiscales así como en los propietarios de obrajes y criadores de ovejas, que
eran a menudo las mismas personas, es decir, miembros de una clase alta criolla
y pretenciosa que comprendía a numerosos condes y marqueses. El impacto fue
menos grave para la sociedad indígena americana que coexistía con la sociedad
hispana de los criollos, algunos españoles europeos y un número creciente de
120 DAVID BU SH N EL L
mestizos. Los indios eran una mayoría sustancial en las tierras altas andinas, don-
de aproximadamente la mitad continuaba viviendo en tierras comunales, excepto
cuando las dejaban temporalmente para vender su producción o ganar dinero; la
mayoría de los demás eran residentes permanentes en haciendas criollas, general-
mente en una situación de trabajo servil.
Sin embargo, otros indios de la montaña, por no mencionar a los mestizos, se
abrieron camino hacia la llanura costera de Guayaquil, donde la producción de
cacao aumentaba con rapidez. Esta expansión se debía en gran medida a la mis-
ma liberalización del comercio dentro del imperio que había afectado a los obra-
jes de Quito: ahora no sólo era posible enviar cacao a España directamente por
vía marítima en vez de pasar por Panamá, sino que era más fácil penetrar en el
mercado de Nueva España. A diferencia de la industria del cacao venezolana, la
de Guayaquil no empleaba un número apreciable de esclavos, pero el dinamismo
de la economía y la sociedad costeras se parecía al de Venezuela y contrastaba cla-
ramente con la decadencia de las zonas montañosas.
artesanos y los fabricantes locales, claro está, no se beneficiaron, pero en los An-
des, donde estaban concentrados los obrajes peruanos, los productores locales se-
guían protegidos, además, por el elevado coste del transporte (Fisher, 1990: 150,
157-163).
Aunque desde el punto de vista del comercio de Ultramar Perú fuera aún más
que Nueva Granada una colonia que exportaba un solo producto (si bien en este
caso se tratara de plata, y no de oro), gran parte del cacao de Guayaquil salía del
puerto del Callao y parecía pues técnicamente una exportación peruana, como es
obvio, de importancia mucho menor. H abía también algunos cultivos para la ex-
portación en las grandes plantaciones de los valles costeros, donde se utilizaba a
esclavos africanos para la producción, en particular, de azúcar destinado al co-
mercio intercolonial con Chile. Sin embargo, los agricultores chilenos enviaban
grandes cantidades de trigo a Perú y, a finales del siglo XVIII, habían llegado a eli-
minar prácticamente "la producción de trigo de dicha región costera. En valor, el
intercambio de mercancías era desfavorable al Perú, pero como el transporte y la
distribución estaban en manos de los mercaderes limeños (que solían tener tam-
bién intereses en la agricultura costera), éstos obtenían una parte desproporcio-
nada del total de las ganancias (Burga, 1989: 231-232, 246). Éste fue otro de los
motivos por los cuales Lima, pese a las lamentaciones del Consulado y de otros in-
teresados, no sufrió la misma suerte que Potosí y siguió creciendo, aunque a un rit-
mo menos acelerado que La Habana o Caracas, siendo todavía la tercera o cuarta
ciudad más importante de Hispanoamérica en vísperas de la independencia.
A la agricultura de la sierra parece, en conjunto, haberle ido mejor que a la
de la costa durante la última fase del período colonial. Obra de comunidades in-
dias, haciendas criollas y pequeñas explotaciones independientes relativamente
poco numerosas, estaba dirigida exclusivamente al mercado interno y especializa-
da en cereales indígenas y cultivos de raíces y tubérculos. No tuvo que enfrentar-
se con la competencia chilena y la producción comunal indígena se recuperó rá-
pidamente -más que la de las haciendas- tras la perturbación causada por la
rebelión de Túpac Amaru (Burga, 1989: 239-242, 248 -250). La agricultura de la
sierra se benefició también forzosamente, en cierta medida, del desarrollo mine-
ro de la región. Por otra parte, el cultivo del algodón en la zona de Arequipa y la
cría de ganado lanar en otros lugares suministraron materia prima a los obrajes y
a los pequeños talleres de hilanderos y tejedores, cuya producción siguió llegan-
do en parte al Alto Perú, pese a los problemas de Potosí (Fisher, 1990: 160-1 63).
En el Alto Perú, la agricultura y la ganadería adquirieron una importancia relati-
va cada vez mayor, al progresar gradualmente tras la gran rebelión, pero sufrie-
ron el azote de sequías pertinaces y devastadoras durante el primer decenio del
siglo XIX (Tandeter, 1991, 35-71).
La repercusión económica de la rebelión de Túpac Amaru se dejó sentir por
poco tiempo, pero sus consecuencias sociales fueron más duraderas. En particu-
lar, como la sublevación fue aplastada ante todo por mjlicias indias alistadas por
la fuerza al servicio de los españoles, contribuyó a agudizar las disensiones entre
los grupos étnicos americanos. Dejó asimismo un sentimiento de temor y descon-
fianza hacia los indígenas en la población de origen hispano, que la hizo más re-
celosa ante cualquier cambio y más decidida a mantener el orden social existen-
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te. Bien es verdad que los grupos dominantes de nobles, poderosos mercaderes, y
propietarios de minas y burócratas engreídos tampoco necesitaban el temor a la
agitación india para soñar con nostalgia con la edad de oro de antaño y acumu-
lar moti\'OS de queja, reales e imaginarios. Tampoco se oponían sistemáticamente
a todo cambio político, como bien pudo verse después de 1810. Sin embargo,
dentro de la minoría blanca, la división más profunda se debía probablemente a
factores regionales. Estaba, ante todo, el resentimiento con que las elites locales
de Cuzco y Areguipa miraban a las de Lima, que se aferraban a sus antiguos pri-
vilegios para lograr, por ejemplo, que los préstamos para la explotación minera
se concedieran al Cerro de Paseo y no a las minas de la jurisdicción de Cuzco.
Como pudo verse durante las primeras fases de la rebelión india y después duran-
te la independencia, dichas rivalidades podían en algunos casos dar origen a alian-
zas temporales que a veces trascendían las fronteras étnicas y de casta (Fisher,
1979: 232-257).
vagamente paternalista que mantenían con sus patronos. Los inquilinos se encon-
traban por lo menos en mejor situación económica que los braceros sin tierra, que
tenían trabajo durante la cosecha y solían errar durante el resto del año por los
campos chilenos.
Santiago, con su burocracia y demás actividades profesionales, experimentó
un desarrollo urbano moderado, y lo mismo puede decirse de V<!lparaíso, su puer-
to, donde vivía un grupo de mercaderes no demasiado numeroso pero importan-
te. No obstante, la sociedad chilena seguía tenjendo una orientación básicamente
rural. Además, la parte más meridional del Valle Central y, más allá, la zona de
montañas y rías que se extendía hasta la Tierra del Fuego seguía estando ocupa-
da por poblaciones indígenas, en particular del grupo araucano. Los araucanos
habían luchado de modo intermitente con las fuerzas militares y los colonos es-
pañoles desde el inicio de la colonización. Por fin la frontera llegó a estabilizarse
a lo largo del río Bío Bío, no lejos de la ciudad de ~oncepción; más allá, y excep-
to en algunos pequeños enclaves españoles dispersos por la costa, los araucanos
conservaban su independencia y su modo de vida. La tradjción de lucha con los
indígenas contribuyó a fortalecer el sentimiento de identidad colectiva y solidari-
dad entre la población española (Villalobos et al., 1982)
Los araucanos y otras sociedades indigenas nómadas y seminómadas ocupa-
ban regiones mucho más vastas al Este de los Andes, en particular, tanto la Pata-
gonia serniárida como la parte meridional de la fértil Pampa argentina. Los indios
de las pampas, provistos de caballos europeos, representaban una amenaza cons-
tante para los confines de la zona ocupada por los españoles, (rontera fluctuante
y no definida con claridad como la del río Bío Bío en Chile. Pese a los fu ertes
fronterizos y a la militarización rural (consistente en un servicio de milicia en teo-
ría obligatorio pero que a menudo era posible eludir), por no hablar de los esfuer-
zos por ganarse la confianza de los indígenas con regalos, los poblados aislados
eran atacados a menudo por bandas móviles de indios que se apoderaban del ga-
nado y capturaban a las mujeres y a los niños, dando muerte por lo general a los
hombres. Sin embargo, había también una extensa tierra de nadie ocupada por
manadas de anjmales bravíos, por donde erraban bandas de vaqueros - muchos
de ellos gauchos indómitos, parecidos a los llaneros venezolanos, dedicados oca-
sionalmente al contrabando y actividades semejantes- que realizaban incursiones
de vez en cuando para hacer grandes matanzas de animales y apoderarse de las
pieles. La carne se dejaba pudrir al aire libre, ya que las necesidades del consumo
local se veían satisfechas por las estancias próximas a Buenos Aires, y todavía no
se había encontrado una manera práctica de exportarla (Mayo, 1987: 251-263).
Fue en la orilla oriental del estuario del Río de La Plata, en la Banda Oriental,
o sea el actual Uruguay, donde empezó de hecho la exportación regular de carne.
A partir del decenio de 1780-1 790, empezaron a cre?fse saladeros, establecimien-
tos donde se preparaba, secaba y salaba la carne de vaca para la exportación, des-
tinada sobre todo a las zonas de plantaciones de Brasil y el Caribe, para el consu-
mo de los esclavos. Esta misma región producía trigo, y los cultivos alternaban
también con el pastoreo en la faja poblada del lado occidental del estuario, es de-
cir, el de Buenos Aires. Ha habido debates entre los historiadores durante los úl-
timos años acerca de la importancia relativa de la producción de cereales y de la
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o servicios. Los demás trabajadores eran, como en el campo, sobre todo pardos y
mestizos. Incluso un pequeño grupo de europeos no españoles se había instalado
allí, atraído por las oportunidades económicas que brindaba el puerto (García
Belsunce, 1976: 62, 71, 83-90, 99-1 01).
La influencia del Airo Perú iba siendo cada vez más evidente a medida que se
viajaba hacia el Noroeste, partiendo de Buenos Aires, a través de regiones del in-
terior que vivían en buena medida del tráfico de los carromatos o, más allá de Ju-
juy, las recuas de mulas. La existencia de un transporte por carro en gran escala
era algo poco común en la América española y únicamente era posible gracias al
paisaje llano de la Pampa; sólo tenía una importancia comparable en la meseta
central mexicana. En las provincias que atravesaba esta ruta se criaban animales
tanto para el transporte como para la exportación al Alto Perú; se fabricaban ca-
rros y guarniciones y se albergaba a carreteros y arrieros. Había también una agri-
cultura de subsistencia y tejidos de fabricación artesanal; la provincia central de
Córdoba participaba de modo marginal en la exportación de pieles del Atlántico.
Cuyo, provincia situada en la ruta hacia Chile y el Alto Perú, producía en cantidad
vino y brand}' para el comercio entre provincias, aunque la aplicación de la liber-
tad de comercio en el imperio hizo que la competencia europea redujera enorme-
mente su cuota del mercado de Buenos Aires. En las provincias del interior, la or-
ganización social era más parecida a la de otras partes de H ispanoamérica que a la
existente a orillas del Río de La Piara. Una pequeña elite de terratenientes, que ha-
bía establecido vínculos matrimoniales con las principales familias de mercaderes
provincianos, disponía de una influencia social y política aproximadamente pro-
porcional al número de peones que para ellos trabajaban en granjas y estancias. Los
artesanos locales constituían una capa intermedia y, sobre todo en el Noroeste, se
encontraban numerosas aldeas de comunidades indias; sin o lvidar que la cu ltura
popular mestiza estaba impregnada de elementos indígenas americanos.
La influencia indígena americana en la cultura mestiza era particularmente
notable en el nordeste, en la provincia de Paraguay, donde un pequeño estrato de
terratenientes y funcionarios espaiioles coexistía con un campesinado étnicamen-
te mestizo que había conservado el guaraní como lengua de uso cotidiano. Ese
campesinado debía prestar un servicio laboral a la clase privilegiada criolla, una
fo rma de encomienda que se mantenía e n Paraguay, aunque hubiera sido oficial-
mente abolida en el resto del imperio. Paraguay estaba acosado por tribus hosti-
les al Norte y al otro lado del río Paraguay -otro caso de situación fronteriza-
pero disponía de una sobreabundancia de tierras cultivables para apenas 100 000
habi tantes y producía un excedente de tabaco y hierba mate para el comercio in-
tercolonial, con productos que llegaban hasta Chile y el Alto Perú. El río Paraná
proporcionaba una salida para este comercio y ponía en relación a Buenos Aires
con otros distritos ribereños, cuya producción de pieles se incorporó progresiva-
mente al comercio atlántico (Whigham, 1991: 1-20).
Brasil
La colonia portuguesa de Brasil se extendía desde la zona templada del Sur -su
provincia más meridional de Río G rande del Sur tenía una sociedad muy seme-
ESTR U CT URA SOCIA L Y ESPA CIO G EO G RÁFI CO 127
estáticas. Así, desde el punto de vista de la dinámica social, puede decirse que am-
bos territorios experimentaron un rápido cambio: un crecimiento cuantitativo es-
pectacular que, empero, no se tradujo en igual medida en una transformación
cualitativa. Otro tanto puede decirse de Venezuela y del Saint Domingue prerre-
volucionario (ya que en el Haití independiente el crecimiento se detuvo, aunque
la transformación se aceleró). Posiblemente los contemporáneos habrían incluido
a México en esta misma categoría, pero hoy día parece más apropiado conside-
rar el caso mexicano como el de un crecimiento económico desigual combinado
con una polarización social cada vez mayor, mientras que el desarrollo regular
aunque generalmente poco espectacular de Chile fue acompañado de una estabi-
lidad social bajo la cómoda hegemonía de la elite criolla. La expansión de las ex-
portaciones agrícolas de Brasil (que compensó la decadencia del sector minero) se
sumó a la persistencia de un orden social esclavista, en el que las capas dominantes
se resistían a cualquier cambio fundamental y lograron detenerlo. La preocupación
de Jos brasileños blancos, y también de los cubanos, por las posibles rebeliones de
esclavos tenía mucho en común con el temor de los criollos y peninsulares de am-
bos Perús a la mayoría indígena, y justificaría una agrupación de todas estas re-
giones con México como muestra de polarización social; simplemente, en Méxi-
co las diferencias raciales no eran tan evidentes. Asimismo, marcadas divisiones
de casta persistieron en todas las regiones en que los indios eran numerosos (Qui-
to y Guatemala así como Perú y Alto Perú).
En el extremo opuesto de las regiones de crecimiento dinámico se encontra-
ba la sierra quiteña, caracterizada por signos de decadencia general. Existían in-
dicios similares en Perú, aunque su decadencia estaba más relacionada con la pér-
dida de importancia en el esquema de la organización imperial y con la retórica
de quienes defendían intereses particulares que con los resultados socioeconómi-
cos reales. Por último, otras tres colonias españolas resultan difíciles de clasificar:
Santo Domingo, afectada por los acontecimientos del país vecino con el que com-
partía la isla; Puerto Rico, que comenzaba apenas a salir de una situación de pro-
longada depresión, y Nueva Granada, que ofrecía un panorama de estancamien-
to generalmente poco destacable.
Todos los rasgos regionales enumerados aquí, incluido el estancamiento, esta-
ban desde luego sujetos al cambio y algunos iban a desaparecer, aunque sus efec-
tos nunca se neutralizarían totalmente, como resultado de la lucha independentis-
ta. Así, lejos de continuar con su crecimiento económico y de otro tipo, Venezuela
fue una de las regiones más perjudicadas por la lucha; sin embargo, con el tiem-
po reanudaría la expansión de las exportaciones agrícolas, sustituyendo simple-
mente el cacao por el café como producto principal. Con todo, los antecedentes
de crecimiento dinámico de Venezuela, que dieron lugar al establecimiento de es-
trechos vínculos con regiones no pertenecientes al imperio español, ayudan al me-
nos a explicar su ulterior función de líder en el movimiento independentista. En
las postrimerías de la era colonial, el Río de La Plata presenta una situación com-
parable, lo que desde luego no es cierto en el caso de Cuba, donde las concesio-
nes comerciales españolas se combinaron con un mayor temor a las rebeliones de
esclavos para preservar la relación con el imperio (Domínguez, 1985: 178-182,
235-242). Es obvio que ningún factor aislado puede explicar el comportamiento
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