PATRIOTAS

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Mario Méndez y Ana Maria Shua Tastee de tape Juan Pablo Zaramella ustralones interiors Diego Simone ler repre Sno 7 potisonigem: (eran) mom 1 Nai fant own Agri Late Lar i I iin, ‘Gur Simone Dag te BT Ba Mena, Ana Marta Shs 2280 ‘Av LeandroN Alem 72, Chua de Bueno Aires Argetion derechos. Prohibida a reproduce ‘oto parc de eta oo sin pemivo dele eit Marea signs istniv que centienen a denomincién “WN Nora) Curia bo heenc de Grape Canal slombis) Primera edi: enero de 2020. Impreao ena Argentina ~ Priceln Argentina Dineen toil: Lure Leber Balin Laue Linsain lela de are: Valen Bet rented prods: Pala Garca ‘ii do producsin les Fortunate ISBN: S76 907 ses s06-2 Patriotas Mario Méndez y Ana Maria Shua Aowrcioen ‘Juan Pablo Zaramella 'y Diego Simone ‘ser nemantanyjmncamer Prélogo & Piarquésaguiosreordando s Manuel Belgan? Quis por ‘que, doscientos afos de su paso por este mundo nes haya dado tina forma distin de mire. ‘Belgrano era un hijo de su tiempo. Por su clase socal privile- sda tv acceso una buena edveacin, als ies de su siglo: Su destllo particular, su impronta. fue ponerse al hombro una ‘evolucisn para que esas licesestuvieran al aleance de todos. ‘Como ya saberor, Belgrano eres Ia bandera, pero también defends To mejor que exos colores repretentar-la educacin pi bia y gratuit, la integracin de lot pueblos erginaros (afin de que tuvieran acceso alos misos derechos queel rato dele poblacin), la inatruceiGn de aa mujeres mas all delasprimeras Tetras, el reparto de tieras para que sus nuevos duefos las tra ‘jen el culdado y la defensa de la agriculture, la industria y el comercioen el pas ‘Manel fe un hombre de paz en tiempos deguerra. Sensible, amigo de ous amigos y hasta de sus enemigos, como Pio Tris tin, que fue su buen compafero indiano en le Universidad de Salamanca, pro con quien luego se enfrents en las batallas por In independencia de America: Pio defendia los intereses del rey os de los crollosesclavizados y aborigenes Elpadro de Belgrano habia sido un esclavista, un realista ac rrimo, Sin embargo, Mantel hizo todo lo posible por ser ott, por ‘Los cuentos que hoy los invtamos a ler reerean,en clave de ficcién histrica, dos momentos que sucedieron en los tiempos e la rovolucién que Manvel ayadé a propagar en nuestra tierra y entre sus gentes:el fxodo Jujeto y el Congreso de Tucuman. En Los patriotas decididas Mario Ménder nos relata, con su ‘especial ensibilidad para narraracciones y aventuras una histo- ria de amor que hubiera sido imposible antes de los tiempos de In revolueisa. En /Tenomos patria! Ana Maria Shua —con una pluma her ‘moa, intima, combina un elinaeélido, casi de entrecasa, con Jag selexiones del nuevo mundo que Belgrano les acerca a los protagonistas, luego de la sesign secreta en la que partcipé y {ue terminé de consolidar la incependencia del pats, “Ambos cuentos resaltan une de las intenciones mas nobles de Ia época: Ie Iucha por la sbalcisn de In esclavitud, la inten cién de compartir un pala mead de In etna, la clase social © el genera Recordamos a Manuel Belg-ano porque aquella revolucién ‘que comenzé hace mas de dos siglos todavia sigue adelante Laura Avila Los patriotas decididos Una historia de amor revolucionario Mario Méndez [Die vise pesah'est ta bao ne doen los trabajos del campo. Sabfa todo lo que ‘un puestero debia saber: arreaba las vacas del patrén por entre las quebradas y montafias de su Jujuy natal, sabia domar un potro, marca: el ganado, herrar un caballo, sembrar, cosechar... Y si hacfa falta podia defender la hacienda de Ja amenaza de los cuatreros, que no faltaban, a punta de facén, Brizuela era el puestero de la hacien- da La Paloma, era viudo y era, también, el orgu- lloso padre de dos varones que se le parecian mucho: Juan y Esteban. A principios de 1804, cuando tuvo el accidente que le costé la vida tr Ja espantada de un caballo que lo tumbs contra ‘unas rocas, su hijo mayor, Juan, tenia diecisiete afios. Y Esteban, quince. Después del breve ve- lorio y del entisrro bajo un érbol, el duefio de la hacienda, don Alcides Pefialba, los dejé a cargo del puesto: eseera el legado de su padre. novedad, Si les hubie~ ran preguntado por su futuro, Juan y Esteban habrian respondido que vivirian en el puesto de la enorme hacienda durante mucho tiempo, quizé la vida entera. ‘Tres afios pasaron, ‘Sin embargo, una noche de 1807, todo empe- 26 a cambiar. En un campo vecino se celebraba un casamiento, al que los dos hermanos fueron invitados. Con sus ropas pobres bien limpias y remendadas, las botas lustrosas y la excitacién de su primera fiesta, lox Brimuela legaron al convite, y para cuando se fueron, cerca del ama~ necer, ya nada era igual. Juan se habia enamo- rado de una de las primas de la novia, y al poco tiempo empez6 a cortejarla. Pasados unos seis meses le propuso casamiento y Paulina, que asi se llamaba la chica, acepts de inmediato. Juan hablé con su hermano. éQué debian hacer? ZEl y Paulina debian buscarse trabajo y viviendaen otro sitio, o el menor debia dejar la casa pater- na? Esteban no lo dud6. Era més joven y no te- nia ningiin compromiso, asf que decidié partir. En a fiesta en la que Juar se habia enamorado, Esteban habia vislumbrado que habia todo un mundo més alld de los limites de La Paloma, y querfa conocerlo, Su hermano quedaria a cargo del puesto mientras él partia a la ciudad. Que- ria pasearse por las calles de San Salvador de Jujuy. Ya veria, en su momento, en qué trabajar: voluntad no le faltaba, como tampoco ganas de aprender. Debus tiempo, Esteban deambulé por Jujuy, Salta y Tucumén. Conchabado en dis tintas haciendas, hizo lo que sabia hacer desde nifio: trabajos de campo, A fines de 1809 se sumé a un arreo que baja- ba a Buenos Aires. Apenas llegado se deslumbré conel movimiento de la gente en la Plaza Mayor y con las conversaciones que se cruzaban en las ‘esquinas, aunque atin no lograra entenderlas del todo. Pero poco a poco fue comprerdiendo que las cosas, en el Virreinato, estaban cembiando. Cierta mafiana caminaba distratdo por una calle cercana a la plaza, cuando choeé con un hombre de levita, un espafiol que, después lo supo, era funcionario del Cabildo. Esteban in- ‘tenté una disculpa, pero el otro no sela permitis, —iGaucho andrajoso! —le grité. Al tropezar, el barro de la calle le habia manchado las ropas inmaculadas, y eso lo habia enfurecido. Més sorprendido que intimidado, Esteban retrocedié. Entonces, envalentonado, el fun- cionario pretendié levantarle la mano. En ese momento, otro hombre, de grandes patillas y ‘una levita tan elegante como le del espafiol, se interpuso entre ambos. El joven le pidié disculpas. Lo golpes sin ninguna intencién. Acéptelas y siga su cami- no. Ya no es tiempo de abusos, el que estamos viviendo —le dijo el hombre de las patillas, mi- randolo alos ojos. El espafiol dudé. Por un momento, Esteban ensé que sacaria un arma o intentaria golpear al entrometido, pero evidentemente no se ai méa hacerlo, porque mascullé unas frases inin- teligibles y siguis su rumbo. Esteban volvié a sorprenderse: el hombre que habia intercedido en su defensa se refa abiertamente, No haga caso, mi amigo —Ie dijo cuan- do se le pasé la tentacién, extendiéndole la mano-. Manuel Belgrano, a sus érdenes. Los criollos ya nunca més tendremos que correr- nos del camino. Esteban, todavia confuso, estreché la mano que le tendian. Era la primera vez.que alguien asi, un sefior a todas luces importante, lo trata- ba como a un igual. ¥ nolo olvidaria nunca. Ee nes cote ererencis ee volucién, y Esteban, que hasta unos meses atrés no sabia absolutamente nada de politica, empezé a participar. Desde la mafiana en la que el caba~ llero criollo habia intercedido por él, algo habia cambiado en los sentimientos del gaucho jujefio. Ahora no se perdia las charlas en las que ofa ha- blar de libertad, de independencia y de justicia. ¥ se sentia conmovido. No lo dudé: él seria parte de Ja revolucién, en el lugar que hiciera falta. Esteban fue uno de los hombres que ronda- ron la plaza, alas érdenes de French y de Beruti, la mafiana Iluviosa del 25 de mayo de 1810. ¥ fue uno de los que més grité, alborozado, cuan- do entre los miembros de la Primera Junta de Gobierno reconocié a Belgrano, que saludaba desde un baleén, ‘Transcurrido un tiempo, cuando supe que su admirado Belgrano condueirfa al ejército que iba hacia el Norte, hacia sus tierras, Esteban decidié alistarse. Llegados a Rosario fue testigo de un he- cho que seria clave en la historia, aunque el joven, jujefio no pudiera siquiera sospecharlo, Firme en las filas, el 27 de febrero de 1812, a orillas del Pa- rané, el soldado Brizuela asistié emocionado al primer izamiento de la bandera. ¥ aplaudis, con todos sus compafieros, cuando el general Belgra- no enarbolé la insignia celestey blanca, Poco tiempo después, luego de un extenuan: te viaje, Esteban volvié a sus tierras, como un soldado més del Ejército del Norte. Sentia gran: des deseos de reunirse con su hermano, al que no vefa desde hacia tanto, pero sabia que no era momento para pedir permisos. Sin embargo, en una escaramuza cerca del arroyo Las Piedras, un disparo lo hirié en el hombro y entonces sf fue licenciado, hasta que la herida sanase. Esteban se dirigié a la hacienda donde ha- bia crecido. Como correspondia, no fue directo a su rancho, sino que pasé primero por la casa, grande, la residencia de don Aleides Pefialba y su familia, a presentarle sus respetos al patrén, ‘Su gesto, sin embargo, no encontré eco en el hacendado, que no solo no lo recibié sino que hizo, intencionadamente, una serie de comen- tarios despectivos sobre “los salvajes revolu- cionarios portefios’ El joven soldado comprendié que a don Alei- des, criollo poderoso que se habia enriquecido durante el Virreinato, no le gustaba nada lo que estaba pasando en América. Antes de seguir su rumbo hacia el rancho donde habia creci- do, paré a tomar agua del pozo que estaba en el patio trasero, junto a la cocina. Pensaba refres- carse y continuar de inmediato, pero apenas se asomé por la ventana cambié de idea. En la cocina, una muchacha a la que habia conocido de nifia iba y venia con el mate. Se la quedé mi- rando. Diamantina, la cebadora, la esclava que Esteban habia visto aprendiendo las labores domésticas afios atrés y que por ese entonces tendria unos quince o dieciséis afios, se habia convertido en la mujer més bella que hubiera visto nunca. Con el sombrero en la mano, y una sonrisa abierta, entré a la cocina y pidié un mate. Mira- baala muchacha con disimulo, pero con insis- tencia. ¥ en un momento le parecié que ella le devolyia las miradas, con picardia. 8 Después de los mates, saludé y se retird. Cuando subié al caballo vio que Diamantina caminaba hacia él con un dltimo mate espu- ‘moso, el del estribo. No era costumbre que una esclava se acercara a una visita para llevarle ese ‘mate final: era una libertad que la muchacha se habja tomado, y que Esteban correspondié con ‘una gran sonrisa, De fondo, mientras se alejaba al trote de su alazén, lo acompafiaron los rezon- gos de Olinda, la negra que daba las érdenes en. Ta cocina. Por el tono de voz de la mujer, Este- ban temié que la osadfa pudiera costarle cara a Diamantina. 9 Pactins y Juan lo recibieron con sorpresa y alegria. Apenas se solt6 del abrazo de su her- ‘mano, Juan corrié al rancho a buscar a su pe- ‘quefio, al que habian llamado como el abuelo. —Este es Vicente, tu sobrino —le dijo Juan, orgulloso—. ¥ si el erfo que viene en camino es ‘mujer, se llamaré Jacinta, como mamé —anun- i6, sonriente. Paulina se rubori2é: recién enton- ces Esteban comprendié que su cufiada estaba otra vez embarazada. Durante la cena, Juan quiso saberlo todo so- bre las andanzas de su hermano menor. Por qué pueblos y provineias habia andado, qué trabajos habia hecho, qué cosas habia visto que él quizé ‘nunca veria, Esteban le conté de los caminos pol- vorientos, de los pueblos y ciudades que habia recorrido y, sobre todo, de Buenos Aires: le hablo de los cafés, de la Plaza Mayor, de los barcos an- clados en la costa y, claro esté, de la revolucién. —En cuanto se me cure el hombro, hermano le dijo—, vuelvo al ejército. Ese es mi lugar. ‘A Juan no parecié gustarle mucho la idea; era un hombre de paz, tenfa un nifio pequefio y otro por nacer, y si bien creia en la libertad y en la independencia, no estaba dispuesto a dejar ‘su lugar de trabajo para tomar las arma: —Cada cual lucha desde su puesto —le dijo Es- teban, para zanjar la discusién—. Tal vez un dia tengas que pelear por la patria, desde acé mismo. Juan asintié. Ninguno de los dos hermanos podia saber que las palabras de Esteban eran premonitorias. Después de la cena, cuando el matrimonio se retiré a dormir, Esteban salié a caminar por ‘el campo que tanto conocia. Tenia la cabeza y el corazén divididos: por un lado, lo lamaba la lu- cha; por el otro, un par de ojos muy negros, yuna ra, le hacian cosquillas en el pecho. Suspir6, y se sorprendié a s{ mismo: ponerse a suspirar en la noche, bajo las estrellas, no perecia muy propio de un curtido soldado. “En todo caso se dijo con una sonrisa—, tal vez sf suspiraran asf algunos combatientes: los enamorados”. Cas dos semanas se que ate en hacienda. Cada vez que podia, cuando apenas clareaba, al atardecer o durante las noches, ron- daba la casa grande, en busca de Diamantina. Y ella, que lo corcespondfa, casi siempre en- contraba una excusa para dejar su puesto en la cocina y encontrarse, furtivamente, con su ena- morado. A los besos y los abrazos, Esteban su- ‘aba las charlas con las que pretendia que su enamorada, nacida esclava, se convenciera de que no lo seria por siempre. El estaba seguro, le decia en cada encuentro, de que en cuanto Ja revolucién se afianzara, terminaria definiti- vamente con la eselavitud, como estaba termi- nando con los abusos que sufrian los criollos. La libertad era un derecho, su derechs, afirma- ba Esteban, y si no la conseguian por las buenas a tomarian por las malas, tal como plenteaban Jos més fervientes revolucionarios de 1810. Diamantina ofa las palabras de su amado con una tibia esperanza, que muchas veces se tornaba escepticismo. Le costaba creer que los blances, eriollos o espafioles por igual, fueran a terminar con la esclavitud. Cuando ella le de- cfa esas cosas, Esteban se ofendia, protestaba que él la queria y que estaba dispuesto a todo por ella, Solo entonces Diamantina afojaba su desconfianza, le echaba los brazos al cxello y le decfa que sf, que juntos serian libres. Un vez recuperado, Esteban anuncié que se iba. Primero se lo dijo a su hermano y luego Diamantina, que lloré al escucharlo, En San Salvador lo esperaba el general Belgrano con el Ejército del Norte, al que debfa volver. A su hermano le dijo que habia que asegurar la revo- lucién, A Diamantina, que para ser felices pri- mero tendrian que ser libres. Esteban se reincorporé a su batallén, pero no le fue fécil. Al oficial a cargo no se le eseapaba que habia vuelto algo cambiado, y se permitis, dudar de la voluntad del soldado Brizuela, Este- ban no dijo nada, Sabia que tendria la oportuni- dad de demostrar su valor, y la ocasién le lleg6 a los pocos dias. Desde el Alto Peri bajaban Jas fuerzas criollas comandadas por Eustoquio Diaz Vélez, Estos hombres, que habian sufrido la derrota de Huaqui, que llegaban enfermos, mal pertrechados, algunos hasta descalzos, se mostraron capaces de seguir peleando y con- tagiaron su fervor a los soldados mas jévenes. Esteban pidié autorizacién y con su propio ca- ballo, su sable y su fusil de chispa, se sumé al. cuerpo de los Patriotas Decididos, al mando de Diaz Vélez. Por las noches, en el camastro en el que dor- mia, dividia sus pensamientos entre el recuer- do de su enamorada y los suefios de libertad, para ella y para todos. Ya habia intervenido en varias escaramuzas, a las érdenes del valeroso Diaz Vélez. Los Patriotas Decididos hostigaban todo el tiempo a las avanzadas realistas, y Este- ban no dudaba del éxito, por mas que las fuer- zas espafiolas fueran mayores. CEN pos ds de gue cxnp Spa do aniversario de la revolucién, Esteban estaba en los cerros, peleando junto alos Patriotas De- cididos. Alli se enteré de que Belgrano estaba organizando, junto con el cura Gorriti, una misa extraordinaria. En la propia catedral de San Salvador, segiin se decia en voz baja, Belgrano haria bendecir la bandera celeste y blanca, la ensefia que habia creado para diferenciar a los, patriotas de los espafioles. Era todo un simbolo, Yun gesto que a los jujefios, en su mayoria re- ligiosos, los terminarfa de convencer de que el general era el hombre adecuado para guiarlos. Esteban tenfa por Belgrano una admiracién ab- soluta. Estaba convencido de que ese hombre los condueiria ala victoria, aunque para eso tu- vieran que sufrir. E]_24 de mayo de 1812, tras una incursién en los cerros en la que los Patriotas Decididos hi- cieron retroceder a los espafioles y les tomaron un cafién y una bandera, Esteban y sus compa- eros entraron a la ciudad, que estaba convul- sionada por|a inminente misa, En uso de un dia de franco, el joven soldado decidié salir a cami- nar por la plaza para disfrutar aside un mere- cido descanso. De pronto le parecié ver, en una esquina, una silueta inconfundible, Sorprendi- do, apuré el paso. Alli, con una sonrisa radian- te, lo esperaba Diamantina. Aprovechando que los patrones de La Paloma habian huido hacia el Norte, la esclava habia decidido escapar dela hacienda; como tantas mujeres, acompafiaria a las tropas, las seguiria, pelearfa con ellas. Unrato después, con Diamantina de la mano, Esteban se present6 ante el coronel Diaz Vélez. Muchos hombres los miraron con asombro. Se podia ser revolucionario, se podia luchar y ‘morir por las nuevas ideas, pero todavia cos- taba mucho aceptar que un hombre blanco se paseara del brazo de una mujer negra. Si Diaz Vélez se sorprendi6, supo disimularlo. Les dio la bienvenida, y le dijo a Esteban que la nueva voluntaria podfa pelear como la valiente Jua- na Azurduy, que ya era una leyenda en todo el Norte. ¥ como tantas otras. Al dia siguiente, desde los tltimos puestos de la catedral, Diamantina y Esteban, siempre de la mano, siguieron emocionados el momen to solemne en que el general Belgrano presen- taba la bandera al vicario Gorriti, para que este la bendijera, ante los aplausos emocionados de los jujefios. Deets ot tempo de oprentina de Die antina, tempo de lucha y también de amor, los espafioles que comandabs el general Pfo Tristan se acercaban peligrosamente a la ciudad de Ju- juy. Enterado de esta situacién, el Triunvirato, ‘que gobemaba desde Buenos Aires, ordené al Ejército del Norte que retrocediera hasta Cérdo- ba, dejando tras de sila tierra arrasada. Esteban, como tantos jujefios, escuché acon- gojado la proclama de su general. Las casas debjan abandonarse, los sembradios que no pu- dieran ser cosechados y transportados debian ser incendiados, al igual que los bienes que la gente no pudiera llevarse; los animales serian arriados: muchos de ellos, por eientos, moririan enel camino, Ochocientos kilémetros separaban a Jujuy y alos jujefios del des:ino fijado por el go- biemo porterio; seria una odisea, y por eso, ya su ppesat, Belgrano fue inflexible Habja que cumplir In orden, y el que se negara seria fusilado, Durante el doloroso éxode, los hermanos Bri- zuela se reunieron en la vieja casa paterna. Es- teban le explicé a Juan cudl era la orden. Juan. no dudé un instante. Reunié sus cosas en tun ca- 170, arrié los pocos animales que los Pefialba no se habjan llevado, coseché lo que pudo e incen- dié lo demés. Su mujer, con un embarazo muy avanzado, lo acompaié en elliderazgo. Esteban. se sintié orgulloso de su hermano y més atin de Paulina, su cufiada, Frente al rancho que quedaba vacio, los her~ manos ¢e fundieron en un abrazo, Juan, su mu- jer embarazada y su pequefio hijo, como tantos otros jujefics, formarian parte del durisimo éxodo, Esteban y Diamantina, con los jinetes de Diaz Vélez, cuidarian la retaguardia, ‘Tras diez dias de marcha forzada, la retirada se detuvo, Esteban oyé sorprendido la orden del coronel Eustoquio Diaz Vélez: las orillas del rio Las Piedras, los Patriotas Decididos y otros va~ lientes que formaban la retaguardia del éxodo darfan batalla. Ese era un punto muy favorable para resistir, y lo aprovecharian. Apenas las tropas espaficlas asomaron fren- te al rio fueron sorprendidas por la caballerfa de Diaz Vélez. Esteban peleada preocupado por su mujer, que tenia ese dia sa bautismo de fue- go. Sin embargo, cuando la lanza corta que ma- nejaba Diamantina intercep:é la espada de un espafiol que lo atacaba, y luego lo derribé para siempre, Esteban comprendié que ella ya era un soldado més, una combatiente a quien podia confiarlela vida. Pocos dias después, el éyodo llegé a Tueu- inn. Tres enviados de la ciudad pidieron entre- vistarse con Belgrano. El general, que tenia muy presente el triunfo de Diaz Vélez en Las Piedras, decidis entonces aceptar lo que los enviados le pedian. Desobedeceria la orden de bajar a Cér- doba y,junto alos tucumanos daria batalla. La importante reunién ya terminaba cuan- do un alboroto los sorprendis. Alguien gritaba, cerea del comando, que una de las jujefias que habfan marchado tantos kilémetros acababa de parir a un varén. ¥ la comadrona decia que la madre habia pedido que el chico se llamara Ma- nuel, en homenaje al comandante. Conmovido, Belgrano decidié que ser‘a el padrino del pe- ‘quefio Manuel Brizuela. ¥ también que esa era Ja tiltima sefial que enviaba la Providencia. Ya zno quedaban dudas: tenian que combatir. Enssae septiembre de 1812, nueve dias des- pués del nacimiento de Manuel, las tropas de Belgrano dieron cara al ejército de Tristan, que los doblaba en ntimero. La caballeria a cargo de Diaz Vélez ocupaba el flanco izquierdo de las tropas de Belgrano, Entre los jinetes que cuida- bban ese flanco se formaban los hermanos Bri zuela, junto a Diamantina, por supuesto. La batalla duré dos dias terribles. Una carga, de caballeria comandada por el coronel Juan Ramén Balearce causé la primera desbandada del ejéreito espafiol, que sin embargo se rehizo yenun determinado momento avanzé sobre el centro de las tropas criollas, confundiéndolas y tomando prisioneros. Desde su lugar de lucha, los hermanos y la joven muchacha, al mando de Diaz Vélez, participaron de la toma de ca~ fiones y armas abandonados por los espafioles. ‘También fueron testigos, cuando la batalla se tomné desfavorable, de un suceso al que muchos consideraron milagroso: una enorme manga de langostas aparecié de improviso, confundiendo por igual a espafioles y criollos. Sin embargo, cuando los eriollos vieron que eran los espafio- les los que, sorprendidos, perdian sus lugares, sus armas y pertrechos, decidieron que las lan- gostas también estaban peleando por el ejército revolucionario,y redoblaron los ataques. Juntos, patriotas y langostas, pusieron en fuga a buena parte de las tropas realistas ‘Al final de la segunda jornada de lucha, el triunfo de Belgrano y sus patriotas habia sido total. Cubiertos de tierra, heridos aqui y allé, pero a salvo, Diamantina, Esteban y Juan se reunie- ron con Paulina, y todos festejaron en las calles de la heroica Tucumén. Ellos no podian saberlo, pero habjan participado de la victoria més im- portante de la guerra de la independencia, 10 Gi1 triunfo de Tucumén modifies las cosas para todo el Norte argentino, y no solo para el Norte. En Buenos Aires, el Primer Triunvirato seria eemplazado por otro, Belgrano ysu gen- te recibirian el premio que més esperaban: se habia anulado la orden de seguir hacia el Sur y, por el contrari, se la habia cambiado por la de regresar hacia el Norte, hacia el propio terrufo, a recuperar lo que habian abandonado. Los Bri- ucla y sus mujeres festejaron la noticia. Ellos, por supuesto, no tenfan nada que ver con las de- cisiones que tomaban los gobernantes: solo sa- bian de su sentimiento de libertad y del amor a su tierra. Volver a Jujuy, como vencedores, era ‘una combinacién perfecta de las dos cosas. No seria facil, desde luego. Pasarian varios meses hasta que el Ejército del Norte llegara a Salta, dorde, una vez més, se enfrentaria a las tropas reelistas, otra vez superiores en mtimero yarmamento. El 20 de ebrero de 1813, nuevamente los her- manos Brizuela y Diamantina formaron parte de la cabelleria de Eustoquio Diaz Vélez. El co- ronel, segundo jefe de las fuerzas de Belgrano cen la batella, fue herido de un disparo apenas comenzaéa la contienda, pero no por eso dejé el campo. Su ejemplo alenté a todos los patrio- tas, que redoblaron los ataques. Una ver vencida la resistencia que Pio Tris- tn habia organizado en torno al cerro San Ber nardo, las tropas criollas avanzaron sobre la ciudad, donde se habjan refugiado los realistas. Los combates se sucedian en las calles. Fue alli donde Juan recibié un bayonetazo que le inuti lizaria para siempre el brazo izquierdo y que, al final de labatalla, lo harfa merecedor, de manos del propio Belgrano, de una medalla por su ve lor en combate, el iltimo que pelearia. Vencidos los espafioles en Tucumén y en Salta, el triunfo de la revolucién todavia no es taba cercs, pero empezaba a vislumbrarse. Diaz Vélez fue nombrado gobernador de Salta, y sus hombres y mujeres festejaron emocionados cuando el comandante ordené que la bandera celeste y blanca flameara por primera vezen un baleén del Cabildo de esa ciudad. Los Brizuela y sus mujeres, como todos los pobladores que habian abandonado sus casas y sus tierras en Jujuy, como los soldados que ha- bfan dejado sus vidas en Tucumén y en Salta, eran parte fundamental de ese momento. Si la bandera lameaba, era por y para ellos. Dispuestos a seguir luchando, Esteban y Dia- ‘mantina se sumaron al cuerpo de Pardos y More- nos, ¥ con ellos, al mando del coronel Supers, se ‘mostraron dispuestos a seguir la marcha hacia el Norte para consolidarla revolucién en el Alto Peri. Sin embargo, antes de partir, Esteban Bri zuela, con su Diamantina del brazo, se atrevié a presentarse ante el vicario Gorriti, en un mo- mento en el que este departia nada menos que ‘con el general. El soldado Brizuela no habia ‘vuelto a hablar con él desde la lejana mafiana del incidente en una calle portefia. Belgrano tal ver lo reconocié, porque lo animé con una am- plia sonrisa, Esteban fue breve, pero firme: que~ ria que el sacerdote los casara. Bajo la atenta mirada de Manuel Belgrano, sus dos soldados fueron casados en una breve a ceremonia. Nunca antes, en las tierras que lu- chaban por su libertad, se habia consumado un ‘matrimonio semejante. Todos los integrantes del Ejército del Norte, ‘empezando por Gorriti y por Belgrano, sabian que ese mismo afio la Asamblea habfa dispues- to que los hijos de esclavos nacerian libres. Dia- mantina y Esteban lo sabfan mejor que nadie. iTenemos patria! Paras empansdas nobayomola negra logia,y ella lo sabe. Esta noche no es una noche cualquiera en la casa de los Guzman Molina, y Eulogia también lo sabe. Por eso se esmera mi ‘que nunca y controla con ojo severo la conduc- ta de las dos negritas, Maria y Jesusa, que tra- bbajan bajo sus érdenes. Las muchachas cuchichean y se rien, Ya uisieran ellas tener su mano para preparar la ‘masa. La receta es fécil la cocinera no la oeul- ta: se deshace en agua caliente, ago salada, un tuocito de levadura, y con esta agua, echéndola poco a poco en el hueco central del montén de hharina y revolviendo se va formando una masa dura que se amasa hasta unirla toda. Entonces, mientras se soba, se le va echando grasa de chancho sacada del tocino frito. ¥ se la amasa més y més hasta que se vuelva suave y blanda. Después, se la cubre con un mantel doblado y se la deja una hora. Es facil decirlo, pero équé manos saben sobar la masa como las manos de Eulogia? Es fécil decirlo, pero no hacerlo. ¥ claro que no es una noche cualquiera: es la noche del 9 de julio de 1816. Hoy ha sido un dia de gloria para todos los que sofiaban con la independencia de la patria. “Qué palabra rara, atria, es como si llenara la boca”, piensa dofia ‘Tomasa, la joven esposa del abogado Guzmén Molina. Patria: una palabra tan nueva, que has- ta hace poco ni siquiera existia. Catorce afios tenia Tomasa cuando Ilegaron las incretbles noticias desde Buenos Aires, ese junio de 1810. Ahora es una mujer grande, ya con seis afios de casada y dos nifios, un varén y una chiquita que lleva su nombre. Los vecinos de Tucumén se han puesto de acuerdo en que el gran festejo para celebrar la independeneia ser4 el 25 de julio, pero esta noche, a pedido de su marido, ella prepara un convite en su casa, al que vendrén varios con- gresales, Entre ellos, Narciso Laprida, el repre- sentante de San Juan, a quien le ha tocado (iqué afortunado!) presidir la sesién histérica de hoy. Las deliberaciones han durado nueve horas y los hombres deberian estar agotados, pero équién puede dormir en una noche asi? Dofia ‘Tomasa le ha ordenado a la negra Eulogia que prepare empanadas como para veinte perso- nas. Y que por favor no se olvide de armar una fuente aparte con algunas que no lleven aceitu- ‘nas; es0 es algo muy pero muy importante, por- que al sefior Laprida no le gustan las aceitunas. A pesar de que se siente una mujer con tanta experiencia ya, a dofia Tomasa, con sus veinte afios, no le resulta facil manejar a la negra Eulo- gia. Pero en noches como esta, en que va a poder lucirse con sus empanadas, su locro, sus huevos quimbos y sus pastelitos de membrillo, esta muy contenta de tenerla en su casa. En toda la ciudad de Tucumén, con sus doce manzanas y sus cua- tro iglesias, nadie cocina come Eulogia. Mientras tanto, en la cocina, Eulogia soba la ‘masa como solo ella sabe hacerlo y las dos chi- cas tratan de imitarla. Son tan jévenes! Eulogia es casi una anciana, aunque gracias al trabajo constante en la cocina y en las tareas domés- ticas, todavia tiene fuerza en los brazos. Ella ‘misma no esta muy segura de cudntos aiios tie ne, aunque ya de grande se preocupé por saber 6 cuando la entregé en Buenos Aires el barco ne- grero en el que vino desde el Congo. Lo pudo averiguar porque fue justo el afio de la gran inundacién. Y nunca se olvidé. Eulogia no sabe leer ni escribir, pero no se olvida de nada: fue en 1771, ella era una nifia y se llamaba Abiba. A veces pronuncia en secreto su nombre africa- no, su nombre prohibido. “Abiba”, se dice a sf misma, “soy Abiba”. ‘Tampoco olvida el nombre de su madre, que murié en el viaje terrible desde el Congo, en un. barco portugués. En la bodega se amontonaban, negros de muchos pueblos y naciones. Su ma- dre se llamaba Ngorogoro y la maté una enfer- medad de la que se contagiaron muchos y que hizo maldecir en todas las lenguas al capitan portugués, que veia perderse su mercaderia an- tes de llegar al punto de venta. Las negritas que trabajan con ella han na- ido aqui, en estas provincias: no se imaginan la ventaja que es haberse criado ya ladinas, es decir, hablando el espafiol. Ella era negra bo- zal cuando llegé al Rio de la Plata, no hablaba més que su idioma africano. Después de que la vendieron aprendié el espafiol a fuerza de gol- pes, en casa de sus amos, con ayuda de los otros esclavos. Tuvo suerte. Los Serrano trataban bien a la servidumbre, Los esclavos tenian sus habi- taciones en el patio de atrés, comian lo sufi- ciente y rara vez se los castigaba con azotes. éCudintos afios tendria ella en ese entonces, asi como cuentan sus afios los blancos? Ocho? Diez? La cocinera de la casa, una negra yoru- ba gorda y alegre, la tomé a su cargo y le en- seiié lo primero que tenia que saber: el idioma ‘espafiol, la religién cristiana y a cebar mate, ‘que fue su primer trabajo en esa casa. Con el tiempo, la negra Carolina le tomé carifio y ter- miné por ensefiarle también muchos secretos de cocina, Eulogia cree en Dios, cree en Jesucristoy en la Virgen Maria, y se estremece al pensar que podria haber vivido toda su vida sin ser eris- tiana. “Eso fue lo tinico bueno de ser esclava”, piensa. Si se hubjera muerto sin convertirse en ‘una catdlica creyente, podria haberse ido al in- fierno. Eulogia se imagina el infierno como la mismfsima cocina en la que ella trabaja, con los diablos como cocineros. El infierno, piensa a veces, debe ser una eterna esclavitud. Los invitados todavia no llegaron. Esta noche la cena seré més tarde que de costumbre. La due- fia de casa acuesta a sus nifios, una tarea que habitualmente le corresponde a la negrita Ma- ria, pero no hoy, porque todas tienen que traba~ jar en la cocina, Los chiquitos estén contentos ylepiden a su mamé que les cuente un cuento. —Esta noche —dice dofia Tomasa— les voy 8 cantar una cancién. Y les canta un par de estrofas de una cancién nueva que se ha puesto muy de moda en todos los salones, una cancién que habla de la patria y de la libertad y sin embargo es lo bastante ‘suave y lenta como para ayudarlos a dormir. Se lama “La condicién’’ Condicién de patricia, femenil condicién, es sentir que por la patria late el amor. Condicién de patricio, varonil condicién, ces saber ser su fiel defensor. -¥ cuando yo sea grande —pregunta Rodri- go, évoy a poder ir a pelear contra los espafio- les con el ejército del general San Martin? —Cuando seas grande, mi vida, iespero que yano haga falta! —suspira eu mamé. A dofia Tomasa le preocupa la suerte de su hermano Bernardo, tanjoveny tan entusiasmado con la causa, que ha viajado a Mendoza para alistarse como oficial en el ejército que cruzaré los Andes para liberar a Chile. iQué locura! To- masa trata de compartir la alegria y la emocién de su marido y de su hermano, pero a veces no deja de preguntarse por qué los hombres siem- pre tienen que matarse entre ellos. éAcaso no es una locura también haber de- eretado asf només la independencia? Tomasa presencié muchas discusiones en su casa en los tltimos dias. No todos estaban de acuer- do en que fuera tan buena idea. Chile esta en manos de los realistas. El ejército enemigo ace- cha desde el Alto Perd, ay, después de tantos fracasos militares, qué desastre. Brasil sigue siempre bajo la corona de Portugal. ¥ enci- ma tienen ahora el problema del caudillo de la Banda Oriental, Artigas, que ha levantado a todo el Litoral, provincias importantisimas que se negaron a mandar a sus representantes al Congres: justamente era imprescindible decretar la inde- pendencia ahora mismo. Como bien habia dicho Ja otra noche Belgrano, saboreando una de las, empanadas de Eulogia: —éCémo nos van a tomar en serio en Europa si seguimos sin ser un pais de verdad? Pero otros pensaban al revés, que —Lo mismo piensa San Martin, me escribe desde Cuyo pidiéndome que apuremos todo lo posible la decisién. iComo si declarar la in- dependencia fuera soplar y hacer botellas! —le contesté el joven Godoy Cruz, representante de Mendoza. =No seré facil, pero es mas que necesario —insistié Belgrano. Los nifios ya estén dormidos y Tomasalle pide a su marido, que tiene muy buena memoria, que le repita las palabras con las que se declaré la independencia. Quiere estar al tanto de todo con el mayor detalle posible, para poder seguir la conversacién de sus invitados. José Marfa estuvo all, en la mismisima casa donde se reine el Congreso. Muchos tucumanos quisieron es- tar presentes. Por suerte, en la titima refaccién tiraron abajo una pared y en la sala caben més de cien personas. José Maria sonrie comprensivamente. iSu ‘esposa.es tan joven, parece tan ansiosa por que- dar bien con los invitados! A sus treinta y ocho afios, él ya perdié algunos brios de la juventud y ahora es un hombre maduro y reposado. Vuel- ve a repetirle, lo mejor que puede, las palabras con que se pregunté a los presentes si querfan la libertad. —"éQuieren que las provincias de la Unién sean una nacién libre e independiente de los reyes de Espafia y su metrOpoli?”. ¥ todos gri- tamos: “iSi, queremos!”. Fue increible, un grito que hizo temblar la casa, te digo que seme hizo un nudo en la garganta, Tomasa. —2Y quién pregunt6? éFue Laprida, el presi- dente? —No, fue Serrano, uno de los secretarios. Mientras tanto, se ha producido un pequefio pereance en la cocina. Eulogia, perdida en sus pensamientos, se distrajo por un momento, Ja negrita Maria no tuvo mejor idea que mez clar la carne cortada a cuchillo con el huevo duro, las pasas iy las aceitunas! Una calamidad. Ya deberian estar haciendo el repulgue, no hay tiempo para preparar todo el relleno de nue~ vo. Eulogia aparta una cantidad y les pide a las muchachas que la ayuden a limpiarla cuidado- samente de todas y cada una de las aceitunas, incluyendo los trocitos cortados. Pero éustedes se dan cuenta de lo que se estd festejando hoy? —les pregunta. —Cosas de blancos —contesta una. —Cosas de blancos que también son impor- Ono estén contentas de que nuestros hijos nazcan tantes para nosotras —insiste Eulogi libres, como pasa desde hace tres afios? =Si, muy libres, pero hasta los veinte afios se tienen que quedar trabajando para los amo: —protesta Maria, mientras revisa con atencién su montoneito de carne. La otra no dice nada, pero Eulogia sabe lo que piensa: su marido fue comprado por un men- docino que se lo llevé a servir al Ejército de los s Andes, Después de dos afios de servicio, el ne- gro Nepomuceno quedaré en libertad. Su espo- sa, que tiene quince afios y un bebé nacido libre, no se atreve a sentirse feliz pensando en que su marido volveré como liberto. Por el momento, tiene mucho miedo de que muera en la guerra. Terminan de lin-piar el relleno y se dedican al repulgue. Eulogia cuida de que las empanadas sin aceitunas no se mezclen con las demés Pone a calentar el locro en la gran olla de co- bre y le ordena ¢ Maria que revuelva de vez en cuando. El llamador ya esté golpeando. Llegan los primeros invitados. Tomasa y José Maria van a abrirla puerta. Poco a poco van llegando los de- més. Es una noche fria y todos traen sus capas y abrigos, que quedan en el recibidor. Pero no hay frfo que pueda con el calor de la emocién y la alegria. La sonrisa de las mujeres, las carca~ jadas de los hombres, la forma en que repiten una y otra vez el relato detallado de los aconte- cimientos del dia... Las negritas pasan con las 6 fuentes de empanadas, que todos alaban y de- voran. Para el doctor Laprida, por supuesto, la fuente especial sin aceitunas. Una de las muje- res le comenta a otra, en secreto, que no ha po- dido convencer a Tomasa de que le preste por un dfa, por un sole dia, a la negra Eulogia. Un

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