Simulacro Pruebas Icfes de Lectura Crítica
Simulacro Pruebas Icfes de Lectura Crítica
Simulacro Pruebas Icfes de Lectura Crítica
A mucha gente le gusta ver en los cuadros lo que también le gustaría ver en la realidad.
Se trata de una preferencia perfectamente comprensible. A todos nos atrae lo bello en la naturaleza
y agradecemos a los artistas que lo recojan en sus obras. Esos mismos artistas no nos censurarían
por nuestros gustos. Cuando el gran artista flamenco Rubens dibujó a su hijo, estaba orgulloso de
sus agradables facciones y deseaba que también nosotros admiráramos al pequeño. Pero esta
inclinación a los temas bonitos y atractivos puede convertirse en nociva si nos conduce a rechazar
obras que representan asuntos menos agradables. El gran pintor alemán Alberto Durero
seguramente dibujó a su madre con tanta devoción y cariño como Rubens a su hijo. Su verista
estudio de la vejez y la decrepitud puede producirnos tan viva impresión que nos haga apartar los
ojos de él y, sin embargo, si reaccionamos contra esta Primera aversión, quedaremos
recompensados con creces, pues el dibujo de Durero, en su tremenda sinceridad, es una gran obra.
En efecto, de pronto descubrimos que la hermosura de un cuadro no reside realmente en la belleza
de su tema. No sé si los golfillos que el pintor español Murillo se complacía en pintar eran
estrictamente bellos o no, pero tal como fueron pintados por él, poseen desde luego gran encanto.
Tomado de: Gombrich, E. H. (2003). La historia del arte. Madrid: Random House Mondadori.
Nadie es justo por voluntad sino porque no tiene el poder de cometer injusticias. Esto lo percibiremos
mejor si nos imaginamos las cosas del siguiente modo: demos tanto al justo como al injusto el poder
de hacer lo que cada uno de ellos quiere, y a continuación sigámoslos para observar hasta dónde lo
lleva a cada uno el deseo. Entonces sorprenderemos al justo tomando el mismo camino que el
injusto, siguiendo sus propios intereses, lo que toda criatura persigue por naturaleza como un bien,
pero que la fuerza de la ley obliga a seguir el camino del respeto por la igualdad.
El poder del que hablo sería efectivo al máximo si aquellos hombres adquirieran una fuerza tal como
la que se dice que cierta vez tuvo Giges, el antepasado del lidio. Giges era un pastor que servía al
entonces rey de Lidia. Un día sobrevino una gran tormenta y un terremoto que rasgó la tierra y
produjo un abismo en el lugar en que Giges llevaba el ganado a pastorear. Asombrado al ver esto,
descendió al abismo y halló, entre otras maravillas que narran los mitos, un caballo de bronce, hueco
y con ventanillas, a través de las cuales divisó adentro un cadáver de tamaño más grande que el de
un hombre, según parecía, y que no tenía nada excepto un anillo de oro en la mano. Giges le quitó el
anillo y salió del abismo. Ahora bien, los pastores hacían su reunión habitual para dar al rey el
informe mensual concerniente a la hacienda, cuando llegó Giges llevando el anillo. Tras sentarse
entre los demás, casualmente volvió el engaste del anillo hacia el interior de su mano. Al suceder
esto se tornó invisible para los que estaban sentados allí, quienes se pusieron a hablar de él como si
se hubiera ido. Giges se asombró, y luego, examinando el anillo, dio vuelta al engaste hacia afuera y
tornó a hacerse visible. Al advertirlo, experimentó con el anillo para ver si tenía tal propiedad, y
comprobó que así era: cuando giraba el engaste hacia adentro, su dueño se hacía invisible, y
cuando lo giraba hacia afuera, se hacía visible. En cuanto se hubo cerciorado de ello, maquinó el
modo de formar parte de los que fueron a la residencia del rey como informantes y, una vez allí,
sedujo a la reina y con ayuda de ella mató al rey y se apoderó del reino.
Por consiguiente, si hubiesen dos anillos como el de Giges y se diera uno a un hombre justo y otro a
uno injusto, ninguno perseveraría en la justicia ni soportaría abstenerse de bienes ajenos, cuando
podría tanto apoderarse impunemente de lo que quisiera del mercado, como, al entrar en las casas,
acostarse con la mujer que prefiriera, y tanto matar a unos como librar de las cadenas a otros, según
su voluntad, y hacer todo como si fuera igual a un dios entre los hombres. En esto, el hombre justo
no haría nada diferente del injusto, sino que ambos marcharían por el mismo camino. E incluso se
diría que esto es una importante prueba de que nadie es justo si no es forzado a serlo, por no
considerarse a la justicia como un bien individual, ya que allí donde cada uno se cree capaz de
cometer injusticias, las comete. En efecto, todo hombre piensa que la injusticia le brinda más
ventajas individuales que la justicia, y está en lo cierto, si habla de acuerdo con esta teoría.
Tomado de: Platón IV, D. (1986). República, Traducción y notas de C. Eggers Lan, Madrid, Gredos.
4. ¿Cuál de las siguientes afirmaciones contradice las ideas que presenta el autor?
A. Algunas personas actúan justamente a pesar de poder actuar de manera injusta.
B. La injusticia, contrariamente a la justicia, es natural en el ser humano.
C. Actuar con justicia brinda menos ventajas que hacerlo con injusticia.
D. La injusticia, contrariamente a la justicia, se comete voluntariamente
5. De los siguientes enunciados, ¿cuál presenta un supuesto subyacente a la afirmación “Todo
hombre piensa que la injusticia le brinda más ventajas individuales que la justicia, y está en lo
cierto, si habla de acuerdo con esta teoría”?
A. La injusticia brinda las mismas ventajas individuales que la justicia.
B. La justicia, al igual que la injusticia, brinda ventajas individuales.
C. La injusticia, a diferencia de la justicia, brinda pocas ventajas individuales.
D. La justicia no brinda ninguna de las ventajas individuales que la injusticia brinda.
6. ¿Cuál de las siguientes afirmaciones constituye una razón a favor de la tesis principal del
texto anterior, a saber, que cuando alguien actúa justamente lo hace por obligación y no
voluntariamente?
A. La gente se ve obligada a actuar justamente.
B. Solo la igualdad garantiza el respeto por la ley.
C. La injusticia brinda las mismas ventajas individuales que la justicia.
D. Siempre que una persona cuente con la libertad para cometer injusticias lo hará.
7. ¿Cuál de las siguientes afirmaciones sintetiza adecuadamente las ideas contenidas en el
primer párrafo?
A. El que alguien sea justo es un deber que se deriva de la conciencia moral que tienen todos los
hombres.
B. El que alguien sea justo resulta de una imposición, pues toda persona sin las restricciones y
exigencias de la ley buscará satisfacer sus deseos.
C. La justicia es una ilusión, ya que lo natural es que una persona busque cumplir sus deseos y
alcanzar sus intereses, sin reparar en la igualdad que exige la ley.
D. La justicia es un ideal inalcanzable, ya que toda persona, por más justa que aparente ser, tiene
intereses propios que pueden llevarla a cometer injusticias.
8. Dada la estructura del texto anterior, ¿qué propósito general tiene el autor al introducir el
relato sobre el anillo de Giges, y cómo lo alcanza?
A. Promover en la audiencia la idea de que es más ventajoso seguir el camino de la injusticia. El
caso de Giges muestra cómo obtuvo beneficios gracias al comportamiento injusto que le posibilitó el
anillo.
B. Convencer a la audiencia de que todo hombre cometerá injusticias cuando tenga la oportunidad.
Así lo hizo Giges una vez descubrió el poder que le otorgaba el anillo.
C. Reforzar en la audiencia la idea de que todos cometemos injusticias. El caso de Giges ilustra
cómo las personas aparentemente justas en realidad cometen grandes injusticias.
D. Persuadir a la audiencia de que actuar justamente requiere mucha fuerza de voluntad. En el caso
de Giges, la tentación derivada del poder del anillo doblegó su voluntad.
En nuestra sociedad, se tiende a pensar que el matrimonio, la base de la familia, se sostiene si hay
confianza mutua y buena comunicación, así como si ambos miembros de la pareja trabajan unidos
para resolver los conflictos y pasan tiempos juntos. En resumen, su piedra angular es un amor
maduro y sincero. No obstante, la idea de que este deba ser la razón última del enlace es bastante
reciente: aparece en el siglo XVIII y se afianza en el XIX, con el movimiento romántico. Hasta
entonces, el matrimonio era ante todo una institución económica y política demasiado trascendente
como para dejarla en manos de los dos individuos implicados. En general, resultaba inconcebible
que semejante acuerdo se basara en algo tan irracional como el enamoramiento. De hecho, no se
inventó ni para que los hombres protegieran a las mujeres ni para que las explotaran. Se trataba de
una alianza entre grupos que iba más allá de los familiares más cercanos o incluso los pequeños
grupos.
Para las élites, era una manera excelente de consolidar la riqueza, fusionar recursos y forjar uniones
políticas. Desde la Edad Media, la dote de boda de la mujer constituía el mayor ingreso de dinero,
bienes o tierras que un hombre iba a recibir en toda su vida. Para los más pobres, también suponía
una transacción económica que debía ser beneficiosa para la familia. Así, se solía casar al hijo con la
hija de quien tenía un campo colindante. El matrimonio se convirtió en la estructura que garantizaba
la supervivencia de la familia extendida, que incluye abuelos, hermanos, sobrinos… Al contrario de lo
que solemos creer, la imagen del marido trabajando fuera de la casa y la mujer haciéndose cargo de
la misma es un producto reciente, de los años 50. Hasta entonces, la familia no se sostenía con un
único proveedor, sino que todos sus integrantes contribuían al único negocio de la que esta
dependía.
Que el matrimonio no se basara en el amor no quiere decir que las personas no se enamoraran. Sin
embargo, en algunas culturas se trata de algo incompatible con el matrimonio. En la China
tradicional, por ejemplo, una atracción excesiva entre los esposos era tenida como una amenaza al
respeto y solidaridad debida a la familia. Es más, en tal ambiente, la palabra amor solo se aplicaba
para describir las relaciones ilícitas. Fue en la década de 1920 cuando se inventó un término para
designar el cariño entre cónyuges. Una idea tan radicalmente nueva exigía un vocabulario especial.
Aún hoy, muchas sociedades desaprueban la idea de que el amor sea el centro del matrimonio. Es el
caso de los fulbes africanos, del norte de Camerún. “Muchas de sus mujeres niegan
vehementemente cualquier apego hacia el marido”, asegura Helen A. Regis, del Departamento de
Geografía y Antropología de la Universidad Estatal de Luisiana. Otras, en cambio, aprueban el amor
entre esposos, pero nunca antes de que el matrimonio haya cumplido su objetivo primordial.
Adaptado de: Sabadell, Miguel Ángel (2013). “Líos de familias”. En: Muy Interesante, No. 384, pp.
72-76.