Esferas Sociales
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Esferas Sociales
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consecuencia, construir una escala, esta vez de valores, para definir
qué orientación es deseable que tome el desarrollo?
Lo que se entiende por desarrollo puede, por tanto, variar no
sólo de una sociedad a otra, sino también pueden coexistir dife-
rentes modelos, concepciones, estrategias o posiciones dentro de
una misma sociedad. Es por lo que se afirma que el desarrollo se
debe entender en términos morales. Dicho de otro modo, su orien-
tación moral enfatiza cuál "debe ser" el resultado final del proce-
so de desarrollo y cuáles son los medios "correctos" e"incorrec-
tos" para llegar a ese fin deseado. En los últimos tiempos se han
propuesto toda una batería de significados para el desarrollo, pre-
cisamente reveladores de ese carácter moral y voluntarista. El pri-
mero de ellos se centra en el protagonismo o liderazgo y en el ori-
gen de los recursos empleados en tal proceso. Hablamos de
"desarrollo endógeno"13:
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tunidades, calidad de vida, carácter participativo y democrático- del
desarrollo. Por su parte, el concepto de "desarrollo sostenible"
remite también a la dirección que "debe" tomar el desarrollo: aque-
Ila que permita un equilibrio entre la mejora de la vida humana y la
conservación de los recursos14. El concepto de "desarrollo integra-
do", por último, incide también en la dimensión cualitativa del desa-
rrollo, más allá del simple crecimiento, pero frente a esas visiones
parciales nos dirá que éste ha de tener lugar de manera simultánea
y armónica en todas las esferas aludidas: en lo ambiental, en lo eco-
nómico, en lo social, cultural, político...
Se comprueba por tanto que no hay uno si no muchos posibles
desarrollos. ^Por qué orientación inclinarse? ^Quién propone o
impone esta? ^,Tienen todos los agentes sociales la misma capacidad
de decisión al respecto? La sola formulación de estos interrogantes
está hablando de una característica esencial del desairollo, consus-
tancial con su orientación moral: su carácter sociopolítico.
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carácter desigual del desarrollo y la existencia de una "división
espacial del trabajo" (Massey, 1984) es también un hecho, ya que
"la interacción entre lo local y lo global incluye relaciones de explo-
tación" (Hadjimichalis, C., 1994: 241).
Para David Harvey, el capitalismo se caracteriza por una cons-
tante revolución del espacio o"reorganización espacial", bien en
sus fases expansivas o de crisis. El modelo global define el marco
de cooperación o competencia entre lugares o localidades con-
cretas:
15 También Uny (1995) wta la cuestión de cómo, para ser "consumidos", los espacios
son "remodelados" o"reconswidos" desde las imágenes que de estos tienen determinados
actores sociales.
16 En esa conswcción simbólica, orientada a obtener ventajas competitivas, ocupa un
lugar destacado el capital especulativo, el cual encuentra a menudo la "complicidad popular",
o dicho de otro modo, una identidad en tomo a(sus) intereses, movida por la pequeña propie-
dad, los supuestos beneficios generales del crecimiento, la cooptación o la persuasión (Harvey,
1993).
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Pero no sólo puede surgir el conflicto en la confrontación entre
lo local y lo global, o entre localidades diferentes. Como se ha podi-
do comprobar, el desarrollo no sólo pone en marcha procesos de
cambio en la esfera económica, sino que afecta también a las rela-
ciones sociales en sentido amplio. Andrés Pedreño, tomando la
agricultura murciana como ejemplo de estas transformaciones, nos
muestra cómo las discriminaciones de género y etnia operan, a la
hora de gazantizaz simultáneamente cualificación y desprotección,
en el desarrollo económico ".
Por tanto, la definición y puesta en mazcha de un modelo parti-
cular de desarrollo también genera procesos de confrontación a
escala estrictamente local. Conflictos locales que tienen una impor-
tante componente simbólica, como pugna sociopolítica entre agen-
tes diferentes por consolidar o mantener su hegemonía ^oncretada
en el campo económico a través de una particular orientación del
desarrollo-. Este es un aspecto que será planteado más adelante y,
en cualquier caso, se hallará omnipresente en el tratamiento de los
agentes sociales del área de estudio.
En definitiva, la consideración del conflicto nos permite recono-
cer el carácter complejo, dinámico e interrelacionado -en forma de
flujos y redes-, a un tiempo global y local, material e inmaterial, de
los procesos de desarrollo. Con lo que se consigue conciliar la
estructura y la acción, o dicho de otro modo, las características esta-
blecidas y los procesos dinámicos -cognitivos o materiales- que
configuran tales procesos.
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redescubrimiento del localismo -entendido éste sin el carácter des-
pectivo que a menudo se le atribuye-, que echa por tierra buena
parte de los augurios de los profetas que vaticinaban tiempos en los
que las identidades, las diferencias... iban a ser abolidas debido al
proceso de homogeneización consiguiente a la nueva era global. Por
tanto, el lugar de las sociedades y las economías rurales se constru-
ye en mitad de dos procesos aparentemente contradictorios: la glo-
balización y la relocalización18.
La orientación de los cambios en los macroprocesos globaliza-
dores podrían sintetizarse en cuatro grandes niveles interrelaciona-
dos: en primer lugar, en la esfera económica, dónde se asiste a una
"creciente indiferencia espacial" del capital y sus instituciones pare-
jas (Urry, 1984: 55), al tiempo que éste se vuelve cada vez más cir-
culante; en el escenario cultural, con una. difusión anteriormente
desconocida de determinadas manifestaciones culturales, propo-
niendo como ejemplo gustos musicales, formas de vestir...; en ter-
cer lugar, en la esfera política, dónde nos hallamos con una cre-
ciente necesidad de concertación internacional y unas tendencias
asociativas paralelas a la dimensión mundial que adquieren tanto la
economía como los distintos problemas a los que se enfrentan los
Estados: hegemonía, seguridad, migraciones...; pot último, al nivel
social en sentido estricto, donde, entre otros factores, el carácter ins-
tantáneo e intensificado que las mejoras en las comunicaciones pro-
porciona a las relaciones interpersonales -por muy distantes que se
hallen los individuos-, provoca que surjan nuevas imágenes que
refuerzan la unidad planetaria y se pongan en marcha mecanismos
de identificación/rechazo entre los grupos sociales de diferentes
escenarios nacionales; al tiempo que surgen formas sociales y de
estratificación desconocidas hasta el momento, derivadas en
muchos casos de las nuevas formas de trabajo (o de la ausencia de
éste) y de los procesos migratorios.
Pero al mismo tiempo se ha constatado, desde los años setenta,
la eficiencia de los "sistemas productivos locales", así como impor-
tantes procesos de descentralización y difusión productiva que
benefician incluso a áreas relativamente remotas. La procedencia de
los objetos económicos se convierte en término de elección en la
misma medida en que se desata el furor del "consumo de lugares" a
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través de las prácticas residenciales, de ocio, turísticas... También
los procesos de descentralización político - institucional contribu-
yen al reforzamiento de lo local, como lo hace el "redescubrimien-
to" de las identidades, de la dignidad de la diferencia frente al afán
modernista de homogeneización.
Ambos procesos tienen su cara amable: la globalización nos
acerca al principio de "una sola tierra", mientras que la relocaliza-
ción nos habla de la posible universalización del desarrollo. Pero
también su rostro perverso, que se mueve entre la centralización del
poder político - económico y la aparición de localismos excluyen-
tes. En cualquier caso, el devenir de lo rural en la sociedad contem-
poránea sólo puede ser comprendido desde la consideración simul-
tánea y recíproca de ambos procesos, que remiten a un tiempo a
escenarios globales y locales. A un mundo crecientemente global,
movilizado, integrado económicamente e interconectado, donde al
mismo tiempo tiene cabida el localismo, la reivindicación identita-
ria y la funcionalidad económica de los sistemas territoriales. Unos
y otros forman parte de los argumentos que permiten hablar de un
desarrollo rural de cierta entidad ^ aunque, eso sí, tremendamente
selectivo. Pero comprender éste implica tener presentes los atribu-
tos que afectan a la naturaleza misma del concepto de desarrollo,
como son su carácter no sólo económico-mercantil, sino también
social, cultural y sociopolítico. Atributos reforzados en el momento
en que consideramos la variable territorial, es decir, en cuanto
hablamos de desarrollo local. Y es en la comprensión del desanrollo
local, incluso en sus manifestaciones singulares, como un fenóme-
no complejo y multidimensional, donde se argumenta la legitimidad
de su análisis sociológico.
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lista ha sido uno de los más influyentes y postula que las activida-
des económicas prefieren concentrarse en un lugar determinado del
espacio -no estando, por tanto, dispersas aleatoriamente por el terri-
torio-, respondiendo a la búsqueda del principio de máximos bene-
ficios/mínimos costes. El modelo de las "etapas de desarrollo", por
su parte, desplaza el interés de la dimensión formal ^ómo y dónde
tiene lugar el desanrollo económico- hacia la temporal. El desarro-
llo desigual, en este caso, vendría explicado por el distinto momen-
to de incorporación de los países o lugares a un ciclo evolutivo uni-
lineal, en función de sus condiciones intemas. Por último, las
teorías de la dependencia, frente a las condiciones internas aducidas
por los anteriores para explicar ese desfase, se argumentará que obe-
decerá a motivos políticos, ya que "la causa misma del subdesarro-
llo de unos es el desarrollo de otros" (Benko y Lipietz, 1994: 27).
Lo que resulta evidente es que las teorías clásicas del desarrollo
conciben el espacio como dividido entre centros en los que el desa-
rrollo se despliega y periferias que permanecen, en mayor o menor
medida, al margen de éste. No es necesario insistir, por la obviedad
de este extremo, en las similitudes entre estos planteamientos y los
que se aplican a la ruralidad, tal y como se ha visto anteriormente.
Los fenómenos de auge económico local en espacios periféricos
obligarían a superar esa concepción dualista y evolucionista del
desarrollo.
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cuanto a estructuras de comercialización, escala producti-
va, acceso a créditos y experiencia operativa en los mer-
cados exteriores, conseguían éxitos en la ampliación de
su mercado (interno e internacional), en la realización de
ganancias y en la creación de `nuevos puestos de traba-
jo"' (Becattini, 1988: 3-4).
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ción formado lentamente a lo largo del tiempo" (Becatti-
ni, 1988:5).
20 Piore y Sabel (1992) Ilevazían la cuestión mucho más lejos: los distritos industriales no
son un caso específico de la organización económica y productiva, sino que serán más bien el
testimonio de la emergencía de un nuevo modelo global de desarrollo que se encargaría de des-
bancar a las rígidas industrias de la producción en serie: la denominada "especialización flexi-
ble". Una vez más, la pequeña escala, la innovación constante y la cooperación entre empresas
serían los aspectos claves del nuevo modelo. Para el caso americano, dónde este proceso se
encontraría más arraigado, las transfotmaciones podrían saltar de la esfera económica y sentar
las bases para una "democracia americana de pequeños propietarios" (Piore y Sabel, 1992).
21 La mayor parte de las críticas se han dirigido no tanto a la propuesta de modelo inter-
pre[ativo del distrito industrial, sobre todo si éste se aplica para comprender situaciones espe-
cíficas, sino hacia su abusiva generalización en el tiempo y el espacio que, en algunos casos,
podía Ilevar incluso a suponer una nueva etapa más moral y democrática del capitalismo, igno-
rando mientras el carácter central que continuan desplegando las grandes corporaciones, sin
que por ningún lado aparezcan amenazas para la influencia de éstas (Amin y Robins, 1991;
Martinelli y Schoenberger, 1994).
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2.3. El advenimiento del modelo territorial de desarrollo rural
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nuevo marco de relación de fuerzas entre Estados y con las grandes
corporaciones. Los problemas de las cuotas lácteas, de la vid, el
olivo o los caladeros muestran la vertiente concreta de la crisis de
las actividades primarias, incluso aquellas más modernizadas.
Ello permite que, en particular para lo rural, surja un nuevo
modelo genérico de desarrollo -al que se ha denominado de territo-
rialización de la economía o desarrollo tenritoria122-, cuya coartada
ideológica última se puede encontrar en los ideales postmodernos:
retorno del sujeto frente al imperio ciego de la razón objetiva; diver-
sidad frente a la homogeneización precedente. También parece jus-
tificado por los nuevos diseños económicos -para algunos indicati-
vos de una nueva fase de acumulación que se ha denominado como
posfordista-, en los que se propone flexibilidad productiva frente a
las rígidas economías de escala fordistas. Asimismo, frente a la
obsesión por el dominio y transformación de la naturaleza, se valo-
ran la calidad ambiental y los espacios diferentes a las congestiona-
das ciudades.
z2 "La aproximación territorial se presenta menos como una teoría del desarrollo econó-
mico regional que como un paradigma nuevo del desarrollo: el desarrollo terri[orial" (Furió,
1996: 15).
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como la de la Unión Europea, han tenido una enorme repercusión
en nuestro contexto.
En este sentido recogeré, a modo de apunta breve, algunos
ejemplos que confirman lo planteado hasta ahora y que se ocupan
específicamente del desarrollo de las zonas rurales. En primer
lugar, la filosofía del documento "Gestión pública rural", de la
OCDE, poco sospechosa de tendencias enfáticas respecto a la rele-
vancia de lo social en el desarrollo económico. En él se nos habla-
rá de "desarrollo basado en las riquezas locales [...] soluciones que
tomen en consideración las necesidades particulares de las empre-
sas rurales y de los jefes de las empresas rurales, así como la natu-
raleza de las estructuras sociales y económicas que caracterizan en
la actualidad a las regiones rurales" (OCDE 1987:63). Asimismo,
la principal política de la Unión Europea -hecho evidente en tér-
minos presupuestarios- como es la PAC, constituye un reflejo claro
de ese cambio de estrategia. La PAC abandona el "objetivo de
intensificar la producción" ( Sancho Hazak, 1997: 850), mediante el
paso "del desarrollo agrario al desarrollo rural" (Etxezerreta y
Viladomíu, 1997: 329). Esto es, de una orientación política de corte
sectorial, estrictamente económica, a otra de carácter integrado y
con una importante dimensión social. Producto genuino de esta
orientación es la Iniciativa Comunitaria LEADER, plenamente
inserta en ese proceso de territorialización de los modelos de desa-
rrollo. El propio concepto de desarrollo local planteado por la UE
como "una política de desarrollo económico, aplicada por los agen-
tes locales en un territorio coherente" (VV.AA., 1996) evidencia la
consideración de las diferentes dimensiones del desarrollo. EI
LEADER y otras iniciativas semejantes --como el PRODER-, en
consecuencia, aplican estos principios a un modelo de intervención
en zonas rurales. Ello se concreta en la apuesta que esta Iniciativa
Comunitaria hace por la diversificación de actividades en el medio
rural; por el carácter necesariamente integrado en la definición
"común de una estrategia y medidas innovadoras para el desarrollo
de un territorio rural de dimensión local", de "una lógica de desa-
rrollo" ( CEE, 1994: 20), a través del reconocimiento y la partici-
pación de los distintos agentes en los Grupos de Acción Local
(GAL); por la importancia que se atribuye a variables sociales
como la formación y cualificación, motivación de la población
-valores de identidad, pertenencia y autoestima-, al carácter
demostrativo de los proyectos, etc.
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Como consecuencia de todo ello, en las economías territoriales
comienzan a buscarse alternativas en actividades como la artesanía,
los productos con denominación de origen, el turismo o, más en
general, los servicios, que se ven fuertemente apoyadas por las
líneas de la política comunitaria -reforma de la PAC, Política
Regional-, las cuales adquieren una especial relevancia en las regio-
nes que, como en el caso de la casi totalidad de las españolas, han
estado englobadas en los Objetivos 1 y Sb de la política de cohesión
de la Unión Europea.
Con todo, tras la "fiebre" de las economías territoriales en los
ochenta, los noventa supusieron la estabilización de éstas ya que, tras
los tiempos de crisis, las metrópolis recuperaron parte de su prota-
gonismo. Se reconsideran las economías de aglomeración. Se vuel-
ve a valorar la concentración, la centralidad, frente a las característi-
cas de docilidad de la mano de obra, por ejemplo. En la tensión
descentralización-metropolización, Pierre Veltz (1994) enumera los
factores que favorecen a esta última: la existencia de un mercado de
trabajo cualificado, de un mercado de servicios especializados y la
internacionalización de las estructuras productivas. Dicho de otro
modo: "El redescubrimiento de la importancia de la profesionalidad,
de la cultura técnica, beneficia a los yacimientos de cualificación
frente a las cuencas dé empleo" (Benko y Lipietz, 1994: 20).
í,Habrá sido el despunte de las economías regionales, por con-
siguiente, un episodio efímero y pasajero? Quizás haya llegado el
momento de aprender de los errores del pasado y de plasmar real-
mente, más allá de los eslóganes, nuesta condición postmoderna en
su vertiente más positiva, menos determinista, más antidogmática.
De entender el desarrollo como una pugna entre diferentes mode-
los, patrones y estrategias, que podrían operar simultáneamente a
diferentes escalas o en diferentes escenarios espaciales. Ello ven-
dría reforzado por el carácter más complejo y multipolar que ha
venido adquiriendo la organización económica territorial. El consi-
derar que, en algunos casos, nos encontraremos con economías
metropolitanas claramente al alza coexistiendo con regiones rura-
les competitivas parece coherente con la dualidad globalización-
relocalización aquí expuesta. Asistiríamos así a una nueva fase
expansiva ^esde el punto de vista territorial- de la economía capi-
talista, tanto hacia dentro -hacia los centros- como hacia afuera
-las periferias-, en extensión -implicando cada vez territorios más
amplios- e intensidad.
70
El desanollo local y rural tienen, por tanto, su lugar en un
mundo cada vez más complejo y diverso, lo que le pennite coe-
xistir con otros modelos de desarrollo no necesariamente basados
en la identificación con la variable teritorial o de carácter descen-
tralizado.
71
vos y formalizados del conjunto, muy a menudo los de corte eco-
nómico -mercantil- e institucional z3.
La consideración de los aspectos subjetivos, simbólicos y, a la
postre, culturales de la realidad social no constituye ninguna nove-
dad. De hecho, el propio Marx identifica la influencia social en el
conocimiento a través de las distintas acepciones del término ideo-
logía. Con todo, desde el principio del proceso de institucionaliza-
ción de la Sociología, se reconoce una cierta tensión entre la nece-
sidad de entender a la sociedad de manera objetiva, y comprender,
al tiempo, que ésta se halla constituida también de manera subjeti-
va. Los dos autores más relevantes de la flamante Sociología insti-
tucionalizada de finales del XIX y principios del S. XX, Durkheim
y Weber, expresan con nitidez la doble vertiente de esa preocupa-
ción. Para el primero una de las reglas fundamentales del saber
sociológico es considerar los hechos sociales como cosas (Durk-
heim, 1983), mientras que para el segundo el objeto de conoci-
miento de la Sociología es el complejo de significado subjetivo de
la acción (Weber, 1984). Tras un siglo de existencia de la Sociolo-
gía como disciplina científica reconocida y formalizada, el primero
de los planteamientos encontró un mayor eco que la definición
social e intersubjetiva de la realidad. Últimamente, sin embargo, se
ha comenzado a conceder a esta última una mayor relevancia. A la
difusión de planteamientos sensibles a la importancia de la realidad
subjetiva y simbólica, así como a la consideración de la cultura
como elemento fundamental de la existencia social ^specialmente
en lo que respecta a la vida cotidiana- ha contribuido, de manera
decisiva, la aportación de autores como Peter Berger y Thomas
Luckmann (1984). Sin embargo, no sería posible afrontar la proble-
mática de la construcción significativa del mundo social, ni posi-
blemente se hubiese producido la obra de estos últimos, sin la figu-
ra clave de Alfred Schutz (1993; ver también Schutz y Luckmann,
1977).
Schutz propone una concepción peculiar e innovadora de la
Sociología, ya que "el punto de partida de la ciencia social debe
z3 Ello lo expresa nítidamente Enzo Mingione en la denuncia que realiza acerca del carác-
ter dominante que en la Sociología, como en otras Ciencias Sociales, ejerce el que denomina
"paradigma del mercado competitivo y autorzegulado", el cual ignora la influencia decisiva los
factores de tipo recíproco (comunitario) y asociativo en la vida sociceconómica (Mingione,
1994).
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encontrarse en la vida social ordinazia" (Schutz, 1993: 171). Paza él,
la objetivación es un mecanismo fundamental en la vida cotidiana, en
la que los distintos productos sociales o subjetivos son experimenta-
dos como cosas naturales. Pero también la condición subjetiva se tras-
lada a la acción, dirigida desde la "serie de vivencias que se fonnan
en la conciencia concreta e individual de algún actor" (Schutz, 1993:
69). Tales condicionantes subjetivos de la acción son en buena medi-
da adquiridos a través de la comunicación, lo que nos habla de la "his-
toricidad del mundo social y cultural" (Schutz, 1977: 37). Berger y
Luckmann, por su parte, recogen las ideas de Schiitz para sostener la
tesis fundamental de "la construcción social de la realidad" 24. Una de
las tazeas sociológicas principales ha de ser el comprender los "pro-
cesos por los que cualquier cuerpo de `conocimiento' llega a quedaz
establecido socialmente como `realidad"'. Ello -frente a la propen-
sión modema hacia la objetividad y el "desvelamiento"- "sin dete-
nerse en la validez o no validez de dicho `conocimiento"' (Berger y
Luckmann, 1984: 15). Son, por tanto procesos de índole social los
que consiguen que "los significados subjetivos se vuelvan facticida-
des objetivas" (Ibid.: 35), que sean vividos como realidades de tipo
objetivo por los individuos que participan de ellos. Así, recuerdan, "el
orden social es un producto humano" (Ibid.: 73).
Con todo, el concepto de grupos sociales no es apenas evocado
por Berger y Luckmann, cuya formulación se acaba convirtiendo en
una teoría individualista de la construcción social de la realidad.
Ignoran, por tanto que "las inserciones del individuo en diversas
categorías sociales y su adscripción a distintos grupos constituyen
fuentes de determinación que inciden con fuerza en la elaboración
individual de la realidad social, generando visiones compartidas de
dicha realidad e interpretaciones similazes de los acontecimientos"
(Ibáñez, T., 1984: 12). Así lo considera, por contra, la teoría de las
representaciones sociales -Moscovici (1985) Jodelet (1985^, la
cual también incide en la consideración privilegiada del campo del
sentido común en la formación de conocimiento en la sociedad.
z^ De hecho, el primer capítulo de la obra que así titulan, está, en gran medida, basado en
las ideas de este último.
73
lo individual y de lo social. El individuo es, de parte en
parte, un objeto social, inseparable de una sociedad que
está, toda ella, en su propio ser. El individuo se produce a
través de ingredientes sociales y produce elementos
sociales. Las representaciones sociales no están ni en la
cabeza de los individuos ni tampoco en algún lugar
extraindividual de la sociedad. Son un proceso que resul-
ta de la naturaleza social del pensamiento" (Ibáñez, T.;
1984: 12).
74
ré de área de debate antes que de corriente o escuela porque "se trata
más bien de un conjunto de problemas e interrogantes en los que
trabajan estudiosos muy diferentes en cuanto a sus trayectorias inte-
lectuales, recursos conceptuales, métodos o relaciones con el traba-
jo empírico" (Corcuff, P.; 1998: 19). La orientación constructivis-
ta 25 parece esencial en la comprensión colectiva e integrada de
factores, procesos y fenómenos de índole tan diversa como los con-
tenidos en el objeto de este trabajo:
^ Son distin[as y variadas las posiciones teóricas que pueden Ilegar a aglutinazse bajo el
calificativo de "constructivismo". Así, la genérica orientación conswctivista -"tras el término
conswctivismo encontramos más bien un parecido de familia, en la expresión de Wittgenstein,
entre los diferentes autores y aportaciones, que una teoría común" (Corcuff, 1998: 19^ se nutre
de aportaciones pioneras como las de Norbert Elías y Schutz, de prés[amos de la filosofía de
Ricceur, Foucault o Derrida, entre otros, y podríamos situaz en su arranque la obra de autores
[an dispares como P. Bourdieu o los ya citados Berger y Luckmann, tradición después seguida
por Cicourel, Callon, Latour...
^ La explícita consideración integrada de procesos materiales y cognitivos, "objetivos" y
"subjetivos", que postula esta orientación, desacredita la crítica superficial y caricaturizante
que le dedican autores como Woodgate y Redclift (1998), en la que se vierten afirmaciones
como que el constructivismo concibe la naturaleza -y por ex[ensión "las condiciones materia-
les o naturales que subyacen a la sociedad"- simplemente "como un conjun[o de símbolos cul-
turalmente generados" (Ibid.: 19-20).
75
Una de las razones que hacen especialmente sugerentes este tipo
de planteamientos es que abre un espacio, en tiempos de "pensa-
miento único", que permite mantener posturas críticas en la medida
en que: "cuestionan lo dado y dejan margen a una diversidad de rea-
lidades cuyas relaciones deben ser objeto de reflexión" (Ibid.: 21).
Se enfrentan así a la "ilusión de la transparencia" (Bourdieu et al.,
1989: 30), fuente de una ingenuidad ideológicamente intencional.
76
sobre el espacio aparecen esbozados elementos que más tarde serían
planteados por teorías como las de Berger y Luckmann o Moscovi-
ci: la objetivación y naturalización de significados sociales.
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ducido [...] se usa para (re)producir espacio, para (re)producir
estructuras y finalmente, para (re)producir sociedad" (Halfacree,
1993: 27). Por tanto "las representaciones de los lugares tienen con-
secuencias materiales en la misma medida que las fantasías, deseos,
miedos y anhelos son expresados en el comportamiento real" (Har-
vey 1996: 22).
Reconocida la importancia que los aspectos inmateriales tienen
en la configuración de las formas espaciales, hay una serie de geó-
grafos como David Sibley, Edward Soja o Derek Gregory, entre
otros, que se enfrentan a cualquier forma de comprensión o inter-
vención abusivamente organizadora y totalizadora del espacio, al
tiempo que reivindican una especial sensibilidad por la diferencia,
por los "saberes locales" y por las muchas maneras de entender el
espacio en sí transnacional, transgrupal y transculturalmente. Es lo
que ellos mismos denominan una actitud postmoderna en el estudio
del espacio (Cloke et al. 1991). Y esto último remite a una cuestión
de gran trascendencia para este trabajo: la pluralidad de espacios o
representaciones espaciales y, en definitiva, la relevancia sociológi-
ca de todas ellas.
Pluralidad que no implica la inexistencia de mecanismos de
dominación e imposición de unas representaciones del territorio
sobre otras, en función de los grupos que las generen y su lugar en
una estructura social cada vez más movilizada y dinámica pero no
por ello menos jerárquica. Carece por tanto de sentido el debate
entre las "comunidades y lugares representados" y las "prácticas
sociales materiales" que los constituyen, si la pretensión es que
prevalezcan unas sobre otras como fuente de causalidad universal
en la construcción del lugar. Antes bien, la primacía de uno u otro
aspecto obedecerá a la voluntad sociopolítica de los distintos gru-
pos o actores sociales 28. Todo esto permite ahondar en las implica-
ciones de los contenidos de las representaciones, ya que a través de
ellas se les asigna a los lugares un valor y una clasificación jerár-
quica. En ello desempeña un papel de crucial importancia la "orga-
nización y distribución del poder económico-político" (Harvey
1996: 21).
78
No debe sorprender, por tanto, que David Harvey afirme, meta-
fóricamente, que "las luchas sobre la representación son, en conse-
cuencia, tan fieras y tan fundamentales para las actividades de cons-
trucción del lugar como los ladrillos y el mortero" (Ibid.: 23). Los
planteamientos expresados hasta ahora se alejan de la consideración
unitaria, consensual o idílica de la construcción de lo local y, en
consecuencia, del desarrollo. Antes bien, es el ejercicio del poder
por parte de los grupos sociales -y su distribución desigual-, esto
es, la dimensión sociopolítica, el elemento definitivo en la forma-
ción del lugar. En este mismo sentido se podría afirmar que los dis-
cursos de los actores sociales de un determinado lugar contienen no
sólo la representación de éste, sino, en cierta medida, también su
futuro 29, ya que las ideas, representaciones sociales, apariencias,
contribuyen a"la generalización de consensos 30 sobre aspectos con-
cretos de la realidad" a"imprimir orden sobre su complejidad"
(Oliva, 1998: 3). Por tanto, la producción o construcción de espa-
cios concretos ^scenarios-, es guiada desde plurales imágenes
colectivas -representaciones- de los mismos, generadas y puestas
en práctica por diferentes grupos sociales -agentes o actores-. Lo
que nos aleja de una visión idealista o materialista a ultranza de la
realidad social local:
z9 "Cómo imaginamos las comunidades y los lugares del futuro pasa a ser parte del rom-
pecabezas de lo que puede ser nuestro futuro" (Harvey, 1996: 28).
30 Entendiendo el consenso no en un sentido armónico, sino como acoplamiento de volun-
tades y consentimientos en una situación de desigualdad.
79
4. LAS APORTACIONES DE LA SOCIOLOGÍA RURAL A LA
COMPRENSIÓN DE UN OBJETO COMPLEJO
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relaciones de trabajo rurales en un periodo de globaliza-
ción. Producción -consumo y relaciones entre lo local-
global deben ser vistos como conjuntos de dinámicas en
torno a los cuales podemos basar una serie completa de
análisis sustantivos" (Marsden, 1992: 225).
81
Las nuevas y cambiantes realidades imponen, por tanto, un
nuevo estilo de investigación que para los teóricos de la reestructu-
ración rural pasa por la ampliación de la "problemática rural", la
consideración de ésta dentro del contexto de regulación y reestruc-
turación internacional, o dicho de otro modo, el establecimiento de
la"vinculación del cambio en lo local con el que se produce a nivel
macro" (Ibid.: 11).
Esta teoría identifica una serie de rasgos comunes en las áreas
rurales de las sociedades capitalistas avanzadas. Entre ellas, la exis-
tencia de un sustrato derivado del dominio histórico de la produc-
ción agraria. La cual, pese al proceso de desagrarización, tiene aún
hoy una enorme importancia tanto "social e ideológicamente" como
en el uso y control de la tierra. Sin embargo, a medida que esa
importancia decrece, se redefine el espacio rural hacia otras pro-
ducciones primarias y hacia la satisfacción de "roles de consumo
diferenciados". En consecuencia, todo ello "crea oportunidades de
acumulación nuevas y específicamente locales, nuevas identidades
y procesos de reproducción social" (Ibid.: 12).
La Reestructuración Rural propone, por tanto, una visión de lo
rural encardinada en una visión compleja y globalizadora. Ello
implica la "importancia decreciente de los criterios espaciales
(especialmente la dicotomía rural-urbano)" (Ibid.. 9) reemplaza-
da por la nueva lógica espacial de la acumulación capitalista, que
busca explotar las facilidades que el medio y las poblaciones
rurales ofrecen: sus menores costes laborales, sus recursos histó-
ricos, culturales, ambientales... Reestructuración económica glo-
bal-efectos sociales locales son, por consiguiente, los dos ele-
mentos claves en la lógica argumental de esta corriente, al
contemplar: "la naturaleza de las relaciones entre la reestructura-
ción de la producción capitalista y de la `sociedad civil' por un
lado, y los efectos de ese conjunto de relaciones en los `sistemas
locales' de estratificación social por otro. [Así como la] com-
prensión del poder y las clases en las localidades rurales y parti-
cularmente las maneras en que estos pueden modelar el cambio
estructural" (Ibid.: 10).
Con esta consideración de lo social como aspecto clave en el
cambio acaecido en las áreas rurales se intenta romper con el ries-
go de dar un cariz exclusivamente economicista o globalizador a
esta teoría. Por tanto se llega a afirmar que "hoy se reconoce cada
vez más que la naturaleza de las relaciones entre lo global y lo local,
82
y su especificidad deben ser comprendidas en referencia a la acción
social, económica y política local" (Ibid.: 11)3'-.
Con todo, pese al "cataclismo renovador" que para la fosilizada
Sociología Rural supuso la "tesis de la reestructuración" y los logros
que sus autores le atribuyen -haber "superado la ortodoxia conduc-
tista de las primeras teorías [...] Ha hecho desaparecer la noción de
autarquía de la sociedad rural. Ha superado el aislamiento teórico de
la Sociología Rural" (Marsden et al., 1990: 11)-, presenta algunos
puntos oscuros que deben ser sometidos a crítica: su orientación pre-
ferentemente económica, no permite atisbar en su verdadera dimen-
sión e importancia los aspectos culturales, ideológicos y, en definiti-
va, la dimensión sociopolítica, intersubjetiva y micro del cambio en
lo rural. También sigue sin resolver qué es lo rural más allá de un
escenario territorial relativamente indefinido, un referente histórico
de un pasado agrario o un conjunto de problemáticas. Recogiendo las
palabras de Luis Camarero, "la teoría de la reestructuración rural es
un paso adelante en la reflexión teórica sobre lo rural, pero es parcial,
abre tan sólo un angosto sendero. Nos dota de nuevos elementos: el
espacio, pero nada nos dice sobre el sistema social" (1997: 13). Pare-
ce por tanto necesario ir más allá de la dimensión estrictamente socio-
económica del cambio en los espacios y sociedades rurales.
83
ción- y que hace depender a la expresión dominante de ésta y su
materialización -tanto en toda la sociedad como en sociedades o
espacios concretos- de la pugna sociopolítica entre agentes o gru-
pos con distinto poder, influiría de manera importante en la Socio-
logía y Geografía Rural británica y especialmente en algunos teóri-
cos de la Reestructuración Rural, hasta el punto de integrar esta
cuestión entre sus planteamientos centrales.
Significativo de ello es el título de la obra que, sin lugar a dudas,
más claramente expresa este intento de síntesis: "Constructing the
Countryside", escrita conjuntamente por los miembros del ESRC
"Countryside Change Centre" del University College de Londres,
T. Marsden, P. Lowe, R. Munton y A. Flynn (1993). En ella decla-
ran la "necesidad de un enfoque interdisciplinario para nuestra com-
prensión de los efectos combinados de fuerzas de cambio sociales,
económicas, políticas e institucionales", así como de "integrar las
fuerzas nacionales e internacionales de cambio con las respuestas
de actores situados en sus contextos locales particulares". Por ello
consideran cruciales cuatro parámetros en la comprensión del desa-
rrollo de las zonas rurales, a saber: económicos, como la diversidad
y diversificación económica y la acción local del Estado en el apoyo
o promoción de determinadas actividades; sociales, como el nivel
de presencia de clase media y las dinámicas de movilidad laboral y
residencial que encontremos en cada caso; políticos, que aluden a la
representación política y a la participación colectiva; y, por último,
culturales, entre los que se encuentran las actitudes hacia el desa-
rrollo y el sentido de pertenencia.
En consecuencia con esa ampliación de perspectiva, estos auto-
res fijan su atención en la formación de representaciones "como un
proceso social y político que continuamente redefine la "arena" en
la cual se produce la contestación sobre los recursos" (Ibid.: 21). La
localidad se convierte así en un "constructo social", con lo que el
medio rural se reproduce "como una entidad tanto física como ideo-
lógica" (Ibid.: 30).
84
En definitiva, propugnan la "aparición de un campo ("Country-
side") más diferenciado" debido al "ensamblaje más complejo de
elementos económicos, sociales y políticos. Estos elementos pue-
den estar presentes a escala local, regional, nacional e internacio-
nal" (Ibid.: 185). Con todo, esta declaración no les aleja definitiva-
mente de muchas de las inercias de corte economicista e
institucionalista que se derivan de su tradición formativa en el
campo de la economía política y que, aunque amplificadas, había-
mos hallado en sus obras anteriores. También es significativo el
hecho de que la cuestión de las representaciones sea planteada
desde una óptica preferentemente localista, dejando a un lado la for-
mación de representaciones globales de lo rural, olvido éste más
significativo si consideramos la relevancia que atribuyen, sin ir más
lejos, a las transformaciones económicas a nivel global. Es decir, en
el fondo no han conseguido liberarse de la lógica de considerar pre-
ferentemente los "procesos globales y sus respuestas" que daban
título a sus trabajos anteriores (Marsden et al.; 1990).
Otros autores con antecedentes similares a los citados han ido
más lejos en la necesaria integración de los aspectos materiales e
inmateriales que explican las importantes transformaciones que ha
conocido lo rural, entre ellas que tenga sentido hablar de un desa-
rrollo rural. Es el caso de los últimos trabajos de Jonh Urry (1995;
Macnaghten y Urry 34, 1998), quien proporciona una interesante
perspectiva -ya iniciada en la obra que escribe con Scott Lash
(1994) "Econornies of Signs and Spaces"- a través de la cual enfa-
tiza que el consumo aparezca como principal elemento mediador
entre lo económico, lo social y lo cultural. Como se ha visto, Urry
se fija no ya en el clásico consumo de mercancías, de objetos mate-
riales, si no que atribuye una gran relevancia al consumo de "sig-
nos", lo que hace que podamos hablar, en consecuencia, de un "con-
sumo de lugares" (Urry, 1995).
Los lugares no sólo son "reestructurados como centros de con-
sumo", afirmación con la que sin duda estarían de acuerdo los auto-
res de la Reestructuración Rural, si no que también son "ellos mis-
mos, en cierto sentido, consumidos, especialmente de manera
visual", al tiempo que también "su identidad" puede ser consumida
3Ó Recordaré que esta obra ha sido criticada por Woodgate y Redclift por haber ido dema-
siado lejos en su "giro culturalista".
85
(Urry, 1995: 1). Los elementos explicativos de ese "consumo" los
encuentra tanto en el proceso de reestructuración que lleva a un cam-
bio profundo en la comprensión económica del lugar como en el
"vuelco cultural" o"turn towards culture" que explica cómo el lugar
es "construido culturalmente" (Ibid.: 2) en el marco de las "econo-
mías de signos" en las que el tiempo y el espacio recuperan la impor-
tancia central que a menudo la teoría social les había negado. Den-
tro de ésta, en los noventa, se desarrolla una "Sociología del lugar
(place)" la cual "cada vez más incorpora el análisis de diversos pro-
ductos, industrias e imágenes culturales en su examen de lugar y de
los mitos a él vinculados" (Ibid.: 29). Esta última noción, la de
"place-myth" o mito del lugar se emparenta con la de representación
social del espacio, como se desprende de estudios concretos de la
formación de imágenes de lugares como el "Lake District" inglés.
El esfuerzo sintético realizado por John Uny queda expresado
por la frase siguiente: "Así que es claro que lo que ocurre en el
campo no puede ser separado de cambios más amplios en la vida
económica, social y cultural" (Ibid.: 228), con lo cual se identifica
con la actitud -antes que con modelos o paradigmas dogmáticos-
con la que la teoría social más reciente plantea el estudio de lo rural.
Actitud que en buena medida se nutre, como se ha venido repitien-
do, de la inserción de los espacios rurales y del desarrollo rural en los
grandes procesos socioeconómicos que realiza la teoría de la Rees-
tnacturación Rural. A1 tiempo que de la interpretación que ofrece el
enfoque constructivista, al hacer aflorar el carácter intersubjetivo y
sociopolítico de la categorización de deterrninadas partes del espacio
como rurales, y las pugnas reales y simbólicas que se producen en la
definición global y local de éstas. Por último, de la puesta en cues-
tión del papel que la Sociolcgía y las Ciencias Sociales han jugado
en la construcción de tales categorías. Así, los estudios de lo rural:
86
estilo de hacer Sociología Rural, recogiendo elementos de los deba-
tes teóricos y metodológicos centrales a las Ciencias Sociales en
genera135 y rompiendo con su marginación respecto a las corrientes
principales de la reflexión sociológica. Logrando que, en el estudio
de lo rural y los procesos de desarrollo que en este escenario tienen
lugar, se recojan los "tres aspectos de la imaginación social: lo
material, lo inmaterial y lo político" (Philips, 1998: 146).
3s En los que se confron[an pero también integran de manera abierta elementos dispares
tomados de las teorías acerca de la postmodemidad, el postestructuralismo. el constmctivismo,
la economía política neomarxista o la reestructuración entre otros.
ó^
1987, 1990, 1996, 1997) es, sin duda, el autor de referencia en tal
comprensión de lo rural, no sólo como objeto de representación si
no, sobre todo, "como categoría de lectura de lo social" en términos
amplios. Lo trascendental de la teoría de lo rural como categoría y
construcción social es que realiza, definitivamente, una ruptura con
la concepción de lo rural en los planteamientos clásicos. Así, "esta
perspectiva busca romper con un sesgo muy frecuente que consiste
en suponer efectos mecánicos y unívocos entre estructura espacial y
estructura social" (Mormont, 1997: 31). Es decir, erradica el deter-
minismo geográfico y el carácter unilineal de los planteamientos
imperantes en nuestra disciplina, la cual "se desarrolló bajo el pos-
tulado (más o menos explícito) de que en las sociedades modernas
(industriales) existía una división significativa del dominio social en
dos mundos relativamente independientes, el rural y el urbano"
(Mormont, 1990: 21). Tal ruptura supone una reformulación pro-
funda no sólo en el objeto si no también en el sentido de la Socio-
logía Rural:
88
sociopolítica, además de como objeto de investigación. El realizaz
una "Sociología de la Sociología Rural" permite contemplaz, por
tanto, el desarrollo paralelo de las Ciencias Sociales a los procesos
de urbanización e industrialización, al tiempo que éstas recogen las
cuestiones que de tales procesos se desprenden (Mormont, 1990): la
supervivencia de los pueblos frente a la difusión del modelo urba-
no, la oposición entre un modelo de sociabilidad de corte "persona-
lista" y otro más "societazio" y, entre otras, la cuestión de la capa-
cidad del espacio o, en su lugar, del trabajo, en la configuración de
la identidad. Desde un punto de vista antropológico lo rural es "una
categoría de pensamiento del mundo social. Es un modo de clasifi-
caz los hombres, las cosas, que toma su sentido del juego de oposi-
ciones que lo sostiene. Su función es, sobre todo, pensaz el mundo
social construyendo una representación de su espacio-tiempo"
(Mormont, 1996: 162).
No sólo se representa a los pueblos, el campo, en la categoría
rural. También ésta "buscando pensar una ruptura social [contrazia
a buena parte de los valores de la Sociedad Industrial]; implica una
representación del mundo social" (Ibid.: 163). Es la respuesta a una
crisis sociopolítica, en algunos lugares más explícita y en otros más
latente, además de a la propia crisis de los modos de vida tradicio-
nales. Como tal respuesta, "lo rural es afirmado como un modelo
del vínculo social: la defensa de lo rural es la de un modelo de
sociedad que se ve como respuesta a los conflictos de la sociedad
industrial" (Ibid.: 165). La categoria de lo rural se convierte así en
"categoría sociopolítica" que va a actuaz a su vez como "categoría
transacional". El proceso transacional logra resolver la contradic-
ción entre la especificidad del medio rural y la globalización pro-
pia de la Sociedad Industrial, al reconocer al mismo tiempo la legi-
timidad de esos dos procesos contradictorios. Tal transacción 36 se
resumiría en la expresión "dejaz vivir un mundo rural fuerte paza
que pueda contribuir a la estabilidad demográfica, moral y social
de toda la sociedad". El lema que condensa el deseado resultado
final de esa operación sería el de "preservaz y modernizar" (Ibid.:
165) a la vez.
89
Lo rural es por tanto fruto del encuentro entre reivindicaciones,
oposiciones ideológicas o políticas y estrategias entre distintas fuer-
zas sociales, algunas de las cuales buscan, a través de la deslocali-
zación, reinventar formas de identificación o afiliación a un espacio.
Distintos argumentos -patrimonio, interés económico, vinculación,
el pasado o el futuro- configuran los mecanismos de legitimación
de los agricultores, turistas, nuevos residentes... los cuales acaban
por desbordar la escena local.
90
físicamente, a través del uso de esas representaciones en acción"
(Halfacree, 1993: 34). Todo ello tendrá notables consecuencias para
la teoría y práctica de la Sociología Rural:
91
sociopolítica, aunque con consecuencias tangibles. Por tanto, otorga
sentido a la afirmación que se realizaba más amba respecto al hecho
de que los autores de la Sociología clásica participaban de una repre-
sentación de la ruralidad consecuente con los principios de la Moder-
nidad. De la misma manera que permite pensar que la Sociedad Pos-
tindustrial y la cultura postmodema ofrecerán, a su vez, una
representación genuina y propia de los atributos de la ruralidad, que
cristaliza en una serie de rasgos concretos. Para ello parece necesa-
rio comenzar reconociendo algunos elementos de los valores y plan-
teamientos postmodernos ^ de la modernidad tardía, según se pre-
fiera-, que nos ayudan a entender el nuevo papel jugado por la
ruralidad en los tiempos presentes: revalorización del pasado, de los
orígenes, de lo identitario y de los referentes comunitarios; interés
por lo diferente, lo exótico, lo étnico. En este momento se despliega
también la conciencia ecologista, la cual, partiendo de la constata-
ción de la crisis ambiental ^onsecuencia del carácter limitado y fini-
to tanto de los recursos como de la capacidad humana para su apro-
vechamiento-, es de marcada orientación antiproductivista. Esto
implica una fuerte valorización de lo natural, lo tradicional... Cohe-
rente con todo ello es la eclosión de los llamados "valores postmate-
riales" (Inglehart, 1991), entre los que ocupan un lugar central la pre-
ocupación por la calidad de vida y la necesidad de pertenencia.
En el contexto postmodemo encontramos, por tanto, no ya un
nuevo "mundo rural", ni siquiera una nueva ruralidad sino múltiples
ruralidades, producto de su elección por parte de diferentes agentes
sociales como uno de los espacios simbólicos vinculados a la for-
mación identitaria de las sociedades postindustriales. Las teorías
revisadas permiten una mejor comprensión de los procesos sociales
y del desarrollo en las sociedades rurales particulares, especialmen-
te de los mecanismos de legitimación social de las posiciones o
prácticas de determinados grupos o agentes colectivos.
De ahí la importancia de conocer los atributos concretos resul-
tantes de la construcción del concepto ^ representación- de la rura-
lidad en la sociedad actual. Ya que la categoría "rural" evoluciona en
la medida en que lo hace la sociedad, tal categoría "comporta lo que
yo llamaría una representación o conjunto de significados, en la cual
se halla connotado un discurso más o menos explícito que adscribe
un cierto número de características o atributos a esos a los que le es
aplicada [...] El conjunto de significados que la apuntalan se halla
vinculado necesariamente a una representación de la sociedad en
92
conjunto" (Mormont, 1990: 22). En consecuencia, lo rural y su defi-
nición no pueden ser entendidos separadamente de la comprensión
de la sociedad en que tal definición se plantea. Como igualmente
cierto es el argumento que resulta de invertir los términos de esta
afirmación: consideraz la formación del concepto, categoría o repre-
sentación de lo rural nos acerca a la comprensión de los procesos
ideológicos, de formación de sentido, en las sociedades contemporá-
neas, uno de los aspectos claves a la hora de estudiar éstas.
93
TABLA N° 2-L• Síntesis de la ruptura de principios, valores... domi-
taantes e implicaciones en la representaciórz de la rut-alidad
94
PARTE SEGUNDA: