Ynoub, Roxana - Cap 3

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 29

Capítulo

La lógica de la investigación III


Quien haya pasado por la educación formal aceptará un razonamiento como el Los cuervos,
siguiente: Sócrates y
las inferencias
Todos los caternarios son blonquios,
“x” es caternario, racionales
entonces, x es blonquio…

Lo aceptará aunque nunca haya oído hablar de un caternario, ni sepa qué clase
de cosa es, ni entienda cuál es su peculiar blonquiedad. Esto sucede porque lo que
en verdad “acepta” es la “validez formal” del razonamiento.
Aprender a “razonar lógicamente” es aprender a aceptar este tipo de validez,
sin importar si el razonamiento refiere a la “negrura de los cuervos”, a la “mortali-
dad de Sócrates” o a alguna peculiar relación entre “p y q”.1
La lógica es la ciencia que se ocupa del examen de las formas de los razo-
namientos. Pertenece, como tal, al campo de las llamadas ciencias formales.
No se interesa por los contenidos de nuestros pensamientos, sino por los modos

1 Es importante hacer notar que estas “reglas de la lógica formal” no son admisibles para cualquier
sujeto humano —aun adulto—. Las investigaciones de Luria (1987) sobre las competencias para el
pensamiento formal entre campesinos analfabetos pusieron en evidencia —entre otras cosas— que
las reglas de la lógica formal no son admisibles para quien no ha pasado por el aprendizaje de la
lectoescritura. A simple modo ilustrativo, una experiencia de las que Luria llevó a cabo consistía en
interrogar a los sujetos, pidiéndoles que dieran la conclusión respecto a distintos tipos de razonamientos
deductivos como el siguiente: “En el lejano Norte, donde hay nieve, todos los osos son blancos. La isla
Tierra Nueva se encuentra en el lejano Norte y allí siempre hay nieve”. Luria preguntaba entonces a los
referidos campesinos: “¿De qué color son allí los osos?”. Una respuesta típica era del siguiente modo:
“No lo sé. Yo he visto un oso negro. Nunca he visto otros [...] Cada región tiene sus propios animales
del mismo color [...] Nosotros decimos sólo lo que vemos, lo que nunca hemos visto no lo decimos”
(p. 125). Es decir, las respuestas remitían a una “lógica-situacional” propia de lo que podría llamarse
pensamiento concreto. Estudios posteriores de Scribner y Cole (1973) —basados en los hallazgos de
Luria— precisaron esta cuestión, demostrando que el patrón de socialización de la educación formal era
la variable explicativa —antes que la mera competencia lectoescritora—. Ese patrón socializador parece
ser el factor que hace posible el acceso al pensamiento abstracto y formalizador que supone la lógica.
64 PARTE UNO Introducción epistemológica

y las reglas con los que funciona. No nos dice qué debemos pensar, sino cómo
debemos hacerlo. O, para ser más precisos, nos indica cuáles son los “buenos o los
malos razonamientos”. Y la cuestión de qué se entiende por lo “bueno o lo malo”
en el terreno de la lógica refiere al asunto de la validez formal de un argumento
o razonamiento.
Examinaremos enseguida algunas cuestiones que nos permitirán precisar el
alcance de esta última afirmación.
Antes de ello quisiera anticipar que el tratamiento tendrá una función mera-
mente instrumental: estará destinado a precisar algunas observaciones que brin-
dan claves para comprender las inferencias comprometidas en distintos momen-
tos del proceso de investigación.
Dado que las ciencias (como ciencias empíricas, en este caso) pretenden al-
canzar conocimientos válidos y confiables, no es un asunto menor examinar el
sustrato intelectivo —lógico inferencial— en que se sustentan. Por lo demás, de
una u otra manera, lo hemos estado haciendo al referirnos a las distintas posicio-
nes epistemológicas, según el modo en que comprenden la creación y validación
del conocimiento científico. El asunto que ahora nos ocupa es de precisar y explicitar
los fundamentos lógicos que acompañan a cada una.

Aunque probablemente no fue Aristóteles el primero en examinar los aspectos


formales del razonamiento sí fue, sin embargo, quien nos legó un tratado sistemá-
tico sobre el tema, conocido como Órganon.
El término órganon significa “instrumento” y de acuerdo con éste la lógica
constituiría un instrumento, un medio para la propia filosofía y la ciencia.
Aunque esa lógica imperó como única concepción durante mucho tiempo hoy
se puede hablar de distintos tipos de lógicas. Se distingue, así, la lógica clásica —o
aristotélica— de la lógica moderna. Esta nueva lógica ha quedado, en su mayor par-
te, fuertemente vinculada a la lógica matemática, como una lógica simbólica que
busca desentenderse del lenguaje natural para privilegiar el uso de lenguajes absolu-
tamente formalizados (pueden reconocerse diversos sistemas lógicos en ese marco,
como “lógica de clases”, “lógica de predicados”, “lógica de relaciones”, entre otros).
Algunas vertientes de estas nuevas lógicas introducen también variaciones
que ponen en duda postulados básicos de la lógica clásica —como el principio de
no-contradicción y el de tercero excluido—. Entre éstas se pueden citar las llamadas
lógicas paraconsistentes, lógicas cuánticas, lógicas paracompletas, lógica de los con-
juntos borrosos (cfr. Da Costa, 1994; Bobenrieth, 1996; Haack, 1980).
De cualquier modo en este contexto no me interesa profundizar en las di-
versas orientaciones de la lógica, me limitaré a situar algunas nociones clave para
comprender —como lo anticipé— las inferencias comprometidas en el proceso
de investigación.
CAPÍTULO III La lógica de la investigación 65

Dicho examen lo realizaremos en el marco de los aportes de Charles Sanders


Peirce (quien en verdad se basa principalmente en la lógica clásica aristotélica)
reexaminados y ampliados por Samaja (2003a), desde su concepción lógico-dia-
léctica. Comenzaré por precisar entonces el concepto mismo de “inferencia”.
Inferir es “ir de un conocimiento a otro conocimiento”; de una proposición o
enunciado a otra proposición o enunciado. La lógica se ocupa del examen de esas
“reglas de derivación”, es decir, de las reglas que rigen ese pasaje o encadenamiento
de proposiciones.
De acuerdo con la lógica aristótelica resulta posible identificar distintos tipos
de razonamiento, según sea la manera en que se vinculan dichos enunciados o
proposiciones. Cuando ciertos enunciados se asumen como “premisas” se entien-
de que no se derivan de otros enunciados.
Por ejemplo, una premisa podría afirmar algo con carácter universal, como en
la siguiente proposición:

Todos los cisnes son blancos. (a)

También podría formularse una proposición como la siguiente:

Esto es un cisne. (b)

Efectivamente se podría considerar que esta afirmación tampoco se deriva de


otra proposición ni de otro conocimiento —al menos en apariencia—. “Enuncia
un hecho o un ‘caso’ ” y, en tal sentido, a diferencia del enunciado anterior, la pre-
misa refiere aquí a un conocimiento particular.
Dadas ambas premisas podría, entonces, derivarse de ellas otro conocimiento,
que resulta de su sola vinculación. Esa derivación sería la siguiente:

Este cisne es blanco. (c)

Si se asumen las premisas anteriores se puede postular entonces que esta pro-
posición constituye una conclusión. Esta conclusión ahora sí resulta de las premisas
previamente admitidas.
Adviértase que para que esa conclusión se produzca debemos admitir no
sólo los enunciados que se dieron como premisas, sino también una regla que los
vincula o deriva (uno a partir de otro). Esa regla diría algo así como: “Si acepto (a)
y acepto (b), entonces estoy obligada a aceptar (c)”.
De cualquier modo la lógica no se interesa por nuestros procesos psicológicos
(como lo refiere, por ejemplo, la idea de “admitir la conclusión”). En términos lógi-
cos la conclusión simplemente tiene carácter necesario.
Desde la perspectiva del examen lógico un razonamiento es válido si, por la
naturaleza de su estructura o encadenamiento de sus proposiciones, dichas pro-
posiciones no son contradictorias entre sí. Los lógicos llaman a esta propiedad
consistencia lógica.
66 PARTE UNO Introducción epistemológica

Una definición de consistencia lógica podría ser la siguiente:

El tipo de consistencia que concierne a los lógicos no es la lealtad,


la justicia o la sinceridad, sino la compatibilidad de creencias. Un con-
junto de creencias es consistente si las creencias son compatibles
entre sí. Daremos una definición un poco más precisa: un conjunto
de creencias es considerado consistente si estas creencias pueden
ser todas, en conjunción, verdaderas en alguna situación posible.
El conjunto de creencias es considerado inconsistente si no hay una
situación posible en la que todas las creencias sean verdaderas
(Hodges, 1978: 1).2

El razonamiento anterior no sería consistente si afirmara lo siguiente:

Todos los cisnes son blancos.


Esto es un cisne
[entonces...]
Este cisne es negro.

No puede ocurrir que al mismo tiempo todos estos enunciados sean simul-
táneamente verdaderos. Alguna de las tres proposiciones debe ser falsa: o no es
cierta la premisa mayor, o no es cierto que estoy ante un cisne o, bien, no es cierto
que sea negro.
Conforme a todo lo dicho hasta aquí podemos afirmar entonces que la lógica,
como disciplina formal, se interesa por el examen del modo en que se vinculan
o derivan los conocimientos y por la validez formal que puede imputarse a esa
derivación.3
Con el objetivo de precisar esta idea, la examinaremos en los distintos tipos de
inferencias lógicas. Procuraremos, a través de ese examen, comprender la naturaleza
formal de las inferencias y sus virtudes y limitaciones en términos de su validez.

2 Fragmento traducido al castellano por M. Córdoba, de la Facultad de Ciencias Económicas de la Univer-


sidad de Buenos Aires. http://www.econ.uba.ar/www/departamentos/humanidades/plan97/logica/
Legris/apuntes/consisHod.pdf. Consultado en junio de 2013.
3 Quisiera dejar establecido que la problemática de la validez formal y las pruebas que se han propuesto
para determinar esa validez abren un sinnúmero de cuestiones que ocupan los debates de las lógicas
clásica y contemporánea, entre éstos la cuestión de los métodos sintácticos y semánticos para
determinar las verdades lógicas de un lenguaje. Tales asuntos exceden los objetivos de este trabajo por
lo que remitimos a la bibliografía de referencia para su ampliación.
CAPÍTULO III La lógica de la investigación 67

Para el examen de las distintas inferencias seguiremos —como ya adelantamos— Generalizar y


la formulación y la nomenclatura que utiliza Charles Sanders Peirce por ser de particularizar:
extrema sencillez y muy adecuada para situar el alcance de sus propios aportes.4
la concepción
Para Peirce la “deducción” es la inferencia que “aplica una regla”, es decir, que
particulariza un enunciado a partir de una premisa general. Así lo expresa: conjuntista que
sustenta
la inducción
y la deducción
La llamada premisa mayor formula esta regla; como, por ejemplo,
todos los hombres son mortales. La otra premisa, la menor, enuncia
un caso sometido a la regla; como Enoch era hombre. La conclusión
aplica la regla al caso y establece el resultado: Enoch es mortal. Toda
deducción tiene este carácter; es meramente la aplicación de reglas
generales a casos particulares (Peirce, 1970).

El concepto que puede resultar más enigmático en esta definición es el de


regla. Si se examina con detenimiento, sin embargo, una regla es la expresión
de una regularidad o de un criterio general: alude al vínculo regular o característi-
co entre un “antecedente” y un “consecuente”.
Eso aclara incluso algunos malentendidos que pueden deslizarse en la inter-
pretación del término “universal” como ocurre con las consideraciones que al
respecto hacen Guibourg, Ghigliani y Guarinoni (cfr.1984: 48) cuando niegan que
en el siguiente ejemplo la deducción pueda concebirse como “inferencia de parti-
cularización” (citado por Samaja, 2003a):

Si Pablo habla, Aníbal lo pasa mal


y además Pablo habla, entonces,
Aníbal lo pasa mal.

Para los referidos autores la premisa de esta deducción sería particular ya que
alude al individuo Pablo y al individuo Aníbal.
Pero —como señala Samaja— se oculta así el enlace que se ha establecido
entre ambos enunciados, enlace que es precisamente ejemplo de la referida regla.
Esta regla se enunciaría de la siguiente manera:

4 La obra de Peirce es prolífica y bastante asistemática. Su pensamiento produjo desarrollos en


múltiples perspectivas, y su propia teoría de la “abducción” sufrió diversos ajustes a lo largo de sus
escritos. Aquí nos remitiremos a las definiciones que adopta en el texto de 1878 Deducción, inducción
e hipótesis (Peirce, 1970). Para un análisis del desarrollo de su obra, y en particular de los aspectos
referidos a las inferencias lógicas se puede consultar: Burks (1946), Fann (1970), Thagard (1977 y 1981)
y Anderson (1986).
68 PARTE UNO Introducción epistemológica

Siempre que Pablo habla… Aníbal lo pasa mal.

O, lo que es equivalente:

Cada vez que Pablo habla… Aníbal lo pasa mal.

Como se advierte en ambas formulaciones tenemos un enunciado universal,


que puede expresarse como una regla que vincula un “antecedente con un conse-
cuente” de la siguiente manera:

Como “inferencia de particularización” la deducción se formula para Peirce


como una inferencia que parte de una regla y un caso, a partir de los cuales se
infiere un rasgo. El “caso” funciona como el término medio en el razonamiento
deductivo aristotélico —es la premisa menor—. Mientras que el rasgo es la con-
clusión, que resulta de aplicar la regla al caso: el rasgo está ya postulado por la regla
y como resultado de la inferencia se insta o adscribe al caso.5
Esquemáticamente podríamos representarlo de la siguiente manera:

Debemos señalar que esta “particularización” deriva una atribución o conoci-


miento de un conjunto a un subconjunto o partición de él. Es decir, la inferencia

5 El término que utiliza Peirce es en realidad “resultado”, Samaja lo reemplaza por “rasgo” por encontrar
que se muestra más adecuado a la hora de precisar las características de la propia abducción, como
señalaremos más adelante.
CAPÍTULO III La lógica de la investigación 69

va de un agregado de elementos —el conjunto de casos— a una parte concebida


como subconjunto.
Esta precisión es de suma relevancia y se torna crucial para el examen que
luego haremos en relación con las características de la inferencia que Peirce llamará
abducción. Desde ella puede situarse también el alcance de la inducción.
Por oposición a la deducción, la inducción puede concebirse como una infe-
rencia de generalización.
Según Peirce en esta inferencia “generalizamos a partir de un número de casos
de los que algo es verdad, e inferimos que la misma cosa es verdad de una clase
entera. O, cuando hallamos que cierta cosa es verdadera de cierta proporción de
casos, e inferimos que es verdadera de la misma proporción de la clase entera”.
Esta inferencia se conoce también como inducción enumerativa: el mismo o
los mismos rasgos se constatan (o postulan) en un caso, en otro caso, en otro
caso... hasta n casos. A partir de ellos se concluye la regla: lo que vale para los casos
constatados o enumerados se generaliza a todos los casos del mismo género o de
la misma clase.
Lo anterior se podría ilustrar de la siguiente manera:

El criterio extensivo o conjuntista es el mismo que en la deducción, pero en este


caso la inferencia va de lo particular a lo general: de un subconjunto al conjunto.
A partir de la presentación de ambas inferencias podemos examinar ahora sus
virtudes y limitaciones formales.
Recordemos que ese examen refiere al carácter necesario o problemático de
sus conclusiones. Dicho de otra manera, a las condiciones bajo las cuales accedemos
a un conocimiento formalmente válido en términos de sus condiciones de verdad.
70 PARTE UNO Introducción epistemológica

Limitaciones y virtudes formales de la deducción


y la inducción

“Teniendo presentes las características de cada una de las inferencias, examinare-


mos ahora sus respectivas virtudes y limitaciones para establecer el ‘valor de verdad’
de sus conclusiones.” En lo que respecta a la deducción se constata que cuando las
“premisas son verdaderas” la conclusión resulta “necesariamente verdadera”.
Dado que ésta no agrega conocimiento, todo lo que vale para las premisas
vale para la conclusión: si las premisas son verdaderas, la conclusión será verdadera
necesariamente. En cambio, cuando las premisas —una o todas— son falsas, la
conclusión queda “formalmente indeterminada en cuanto a su valor de verdad”.
Un ejemplo permite comprenderlo con claridad:

“Si todos los hombres son rubios y José es hombre,


entonces... José puede ser rubio o no serlo”.

Esta indeterminación en la conclusión se debe a que una de las premisas es fal-


sa. De tal modo la deducción resulta formalmente válida cuando sus premisas son
verdaderas, pero se torna problemática cuando una o ambas premisas son falsas.
Adviértase que entonces, tiene su virtud allí donde la ciencia encuentra su ma-
yor desafío: en el conocimiento de la verdad de los enunciados universales. Para
que la deducción sea válida necesitamos conocer la verdad de la premisa mayor.
Pero ése es justamente el conocimiento que persigue la ciencia, precisamente por-
que no se le tiene como punto de partida.
La inducción, en cambio, es una inferencia formalmente problemática cuando
sus premisas son verdaderas. En la inducción, aun partiendo de conocimientos
verdaderos, nunca tendremos garantías plenas sobre la verdad de la conclusión. La
regla se puede constatar en n casos, y sin embargo, nunca sabremos si en el n +1
aún se cumple.
Salvo que la inducción sea completa —es decir, que podamos examinar todos
los casos (para lo cual se requiere que el universo de referencia sea finito y que
además tengamos la posibilidad de constatar la validez de la regla en cada caso)—
nunca tendremos plena certeza a la hora de generalizar.
Una vez más, aunque desde otra perspectiva, encontramos un límite para la as-
piración de la ciencia a un “conocimiento con alcance general o universal”, es decir,
conocimiento que se pretenda válido para cualquier caso de un mismo género de
fenómenos: desde los casos efectivamente constatados hasta los potencialmente
constatables.
CAPÍTULO III La lógica de la investigación 71

Ya he explicado otras veces que en esta De las


clase de casos lo extraordinario constituye limitaciones de
antes que un estorbo una fuente de indicios.
la falsación al
La clave reside en razonar a la inversa cosa, sea
dicha de paso, tan útil como sencilla… reconocimiento
(C. Doyle, Estudio en escarlata, 2000.) de la abducción.
El caso como
Siguiendo a Karl Popper —y de acuerdo con lo señalado en el capítulo II— po- conocimiento
dría postularse entonces que la virtud formal de la inducción se encuentra en la
inferido
negación de la regla; precisamente cuando se constata que ésta no aplica o no se
cumple en algún caso.
Cuando esto ocurre se debería concluir con carácter apodíctico6 la nega-
ción de la regla. De esta manera se complementarían las limitaciones de la de-
ducción con las virtudes de la inducción. Por vía deductiva se postula la hipótesis
(como regla), se predice el caso y se somete a falsación. Si se encuentra el contrae-
jemplo, entonces se derriba la regla.
Si así fuera entonces la concepción falsacionista de Popper se asienta también
en esta virtud de la inducción, a pesar de que Popper parece reticente a reconocer-
lo de manera franca y directa. Recordemos lo que ya hemos citado en el capítulo
anterior, cuando presentamos el método hipotético-deductivo (apartado II.8.1):

Una argumentación de esta índole —sostuvo Popper— que lleva a


la falsedad de los enunciados universales, es el único tipo de infe-
rencia estrictamente deductiva que se mueve, como si dijéramos, en
“dirección inductiva”: esto es de enunciados singulares a enuncia-
dos universales (Popper, 1962: 41).

Como oportunamente lo señalamos, esta manera esquiva de referirse a la


inducción podría deberse no sólo a la peculiar formulación que se haría de ella
(como “negación de la regla”), sino también a las posiciones que asumió Popper al
distanciarse del empirismo del Círculo de Viena.
Sus principales discrepancias se centraron entonces en la crítica al verificacio-
nismo, desde el cual se concibe precisamente la inducción como inferencia rectora.

6 Es decir, con carácter “necesario”.


72 PARTE UNO Introducción epistemológica

De cualquier modo, para los propósitos de nuestra reflexión, lo que interesa


advertir es que, pese a esta posición falsacionista, nunca tenemos certezas plenas
ni para afirmar el caso ni para rechazarlo. Eso se debe sencillamente a que la afir-
mación del caso supone ya una inferencia previa. Y esta inferencia es formalmente
problemática:

¿Puede establecerse la falsedad de un enunciado particular de


modo incuestionable? La respuesta, desafortunadamente, es
negativa. Determinar que una cierta proposición es falsa implica
dos pasos: i) asegurarnos de que estamos frente a un genuino caso
del objeto particular referido; y ii) que no está presente el atributo
o rasgo buscado. Ambos, a su vez, son procesos inferenciales que
tienen sus propias debilidades lógicas. Por ejemplo, la identificación
de un caso de un cierto tipo implica, de un lado, la disposición de una
regla de identificación incuestionada; y de otro lado, la observación
de al menos uno de los rasgos implicados en la regla para poder dar
el salto inferencial a la conclusión […], es decir, al caso (cfr. Samaja,
2003a: 12).

Allí estriba el gran aporte de Peirce al distinguir un tercer tipo de inferencia, que
además está presupuesta en la inducción y la deducción desde el momento en
que forma parte de sus premisas, tal como lo hemos definido previamente:

Efectivamente, como quedó dicho, el caso es también resultado de una infe-


rencia, a la que Peirce denominará abducción o “inferencia de hipótesis”.7
Esta inferencia podría representarse mediante el siguiente esquema (siguiendo
la equivalencia con el razonamiento clásico):

7 Para el razonamiento hipotético Peirce usó además de “abducción”, los términos “retroducción” y
“presunción”; pero fue el de “abducción” el que predominó, sobre todo, en la etapa final. Es en un
manuscrito de la década de 1890 que contiene las notas de una “Historia de la ciencia”, que proyectó y
no realizó, donde introduce el término “retroducción” cuyo significado, señala Peirce, es el mismo que el
del término aristotélico “abducción” (cfr. Peirce, 1974).
CAPÍTULO III La lógica de la investigación 73

Esta inferencia resulta formalmente problemática respecto a su validez.


Constituye lo que en lógica clásica se conoce como “falacia de afirmación del con-
secuente”; es decir, se invierte la relación entre el rasgo y el caso, según mostramos
aquí:

“Todo a es b; algo es b, entonces es a.”

Por ejemplo:

“Si algo es animal, entonces se alimenta. (Regla)


Esto (“x”, aún no especificado como “caso”) se alimenta. (Rasgo)
Entonces es animal” (Caso)

Peirce reconoce esta limitación de la abducción, pero asume que la inferencia


lógica admite no sólo conclusiones apodícticas, sino también probables —como
ocurre también en la inducción—. Lo expresa así: “Un argumento completo, sim-
ple y válido, o silogismo, es apodíctico o probable” (cfr. Peirce, 1988b: 92).
Por otra parte, como ya se mencionó, resulta un hecho constatable que las
inferencias inductivas y deductivas contienen esta inferencia en sus premisas. Es
decir, asumen el caso como un presupuesto: ambas suponen en sus premisas un
enunciado particular o, como señala Peirce, la identificación del caso.
Si partimos de premisas que sostienen, por ejemplo, que “Toda histeria presenta
síntomas conversivos” y, además, que “la paciente Dora es una histérica”, podemos
entonces concluir deductivamente que “Dora, presentará síntomas conversivos”,
pero para esto debimos antes “identificar a Dora como histérica”.
Esta identificación es la que compromete la inferencia abductiva. No se puede
echar a andar el sistema de inferencias, si no se presupone la abducción como un
momento en el encadenamiento de las mismas.
74 PARTE UNO Introducción epistemológica

Con el objeto de precisar con claridad el alcance de la abducción la ejemplifi-


caré en el marco de diversas modalidades en que se aplica:
• La abducción como inferencia diagnóstica. Todo diagnóstico supone
la aplicación de una regla que juzga8 sobre hechos. No importa cuáles
sean el área y el asunto diagnosticado: clínica médica, evaluación social
o educativa, procesos productivos. Diagnosticar es valorar “hechos” para
transformarlos en “casos”. En algunos dominios —según sea la regulación
de los procedimientos— la regla es explícita, discursiva e incluso norma-
tivizada. Un manual de diagnósticos, como los clasificadores de signos y
síndromes biomédicos (del tipo de la cie),9 constituye enunciados sobre
reglas aplicables en el campo de la clínica médica. Esa clínica o semiolo-
gía médica consiste, precisamente en el arte de la correcta aplicación de
dichas reglas.
• La abducción como inferencia de tipificación jurídica. En el campo jurí-
dico los “hechos se valoran según se ajusten a derecho”. Ajustar los hechos
a la luz del derecho es también valorarlos conforme a la tipificación jurídica.
El juez no crea el derecho, pero lo aplica. La “hermenéutica jurídica” refiere
precisamente al asunto de la valoración jurídica de los hechos a la luz de
la normativa desde la cual se les interpreta. Su carácter lícito o ilícito, por
ejemplo, deviene de la norma jurídica (“regla”) a la luz de la cual son valora-
dos para transformarlos en “caso” (en el sentido peirciano del término). La
“cosa juzgada” —como se define en el ámbito judicial— es, precisamente,
la que resulta de la aplicación de ciertas normas (que funciona como la
regla abductiva) a un conjunto de hechos.10
• La abducción como inferencia de interpretación. Interpretar y abducir
podrían considerarse términos equivalentes. Cada vez que se interpreta un
texto, un discurso, una imagen, un cuadro clínico se abduce. Se le puede
dar, sin embargo, un carácter específico a este tipo de abducción, referida
a los procesos semióticos y, eventualmente, semiolingüísticos. De acuerdo
con lo anterior, cuando se lee un texto o se comprende el lenguaje oral se
ha aplicado una regla interpretativa que transforma las marcas escritas, o
el sonido escuchado en sentido o significado. Esta regla transforma al mero
sonido (que constituirían los “rasgos” de nuestra fórmula de la abducción)
en “casos”: el caso será entonces la significación alcanzada. Por ejemplo, ante

8 Se podría equiparar la noción de abducción con la de juicio, especialmente en el mismo sentido


que Kant le otorga a este término. Esta coincidencia no es azarosa, desde el momento que todo el
pensamiento peirciano se enrola de manera muy directa con los aportes y desarrollos de Kant.
9 La sigla refiere al “Clasificador Internacional de Enfermedades”.
10 En el campo del derecho las normas o criterios que funcionan como reglas (de nuestra fórmula de la
abducción) pueden extraerse de “casos análogos”. Por eso se utiliza también la “jurisprudencia”, es decir, los
antecedentes de otros casos resueltos o juzgados. Veremos luego que el “caso” siempre contiene la “regla”,
precisamente por ello puede utilizarse para extraer de aquél el criterio interpretativo ante una situación
semejante.
CAPÍTULO III La lógica de la investigación 75

una secuencia de caracteres como los siguientes: V € ᐱ ∞ ‫ څ‬no se puede


leer nada porque faltan las reglas de interpretación que permitirían hacer de
esas marcas un material significante. Cada vez que podemos “interpretar” un
texto lo hacemos porque esa tinta impresa en el papel remite, para el que
puede leerla, a un “código” de interpretación. El código estipula las “reglas”
que vinculan la materialidad significante con el sentido o significado. Por su-
puesto que estos sentidos pueden ser múltiples y complejos, pero eso no
cambia el supuesto general que estamos considerando: en todos los casos,
cualquiera que sea la complejidad de la interpretación, se estarán haciendo
inferencias abductivas.
• La abducción como inferencia detectivesca. En el caso de la investiga-
ción policial, como en la investigación histórica, también se busca inter-
pretar hechos, pero no para ajustarlos a un código, una nomenclatura o
una tipificación previa, sino para identificar en ellos “intencionalidades” y
“factores explicativos”. También en estos casos estamos ante reglas —que
en verdad funcionan como modelos o patrones— que se utilizan para leer
los hechos. Los hechos tienen aquí el estatus de indicios, desde los cuales
se espera reconstruir un sentido a la luz de “pautas de comportamiento”
esperadas o socialmente convencionales. El historiador interpreta hechos
históricos y los define como traiciones, conquistas, fundaciones, derrotas,
etcétera; es decir, los lee a la luz de su corpus o de la taxonomía de conduc-
tas socialmente significativas.11

Adviértase que en todos estos ejemplos se puede apreciar el carácter proble-


mático de la conclusión abductiva. El clínico hablará así de “diagnóstico presunto”,
es decir, le adjudicará carácter hipotético. La medicina asienta su práctica en la
inferencia abductiva. Es por esta razón por la que se la ha definido también como
ars o arte médico. En tanto “práctica clínica” supone siempre la competencia o el
“arte interpretativo”. El buen médico, el buen clínico, es aquel que logra identificar
la “regla adecuada para la interpretación o lectura de los signos y síntomas que
refiere o identifica en el paciente”. Pero sus conclusiones serán siempre problemáti-
cas; puede haber error, los hechos pueden seguir un curso imprevisto, podría haber
signos (rasgos) no identificados, podría ser que otra regla (es decir, otro cuadro
nosográfico) se ajuste mejor al cuadro, etcétera.
De igual modo ocurre con la “sentencia judicial”: siempre puede resultar injusta
(se puede condenar a un inocente o liberar de cargos a un culpable); la “interpre-
tación histórica” puede estar sesgada, las “pruebas o pesquisas policiales” pueden
acarrear errores o una mala lectura de los hechos.
Es por todo ello que Peirce llamó a la abducción “inferencia de hipótesis”. La
hipótesis es un conocimiento que se asume tentativamente, al modo de una

11 En posteriores pasajes de este libro volveremos sobre estas cuestiones vinculadas al gran campo de las
investigaciones interpretativas o hermenéuticas, entre las cuales se incluirá también la investigación
histórica.
76 PARTE UNO Introducción epistemológica

conjetura posible. Como veremos más adelante esto conduce al reconocimiento


de que la abducción nunca opera sola, sino que debe complementarse con las
restantes inferencias.
Por otra parte, los ejemplos que hemos examinado nos permiten advertir tam-
bién que existen diversas maneras de inferir mediante abducción —según sea la
naturaleza de los fenómenos y las reglas aplicadas en cada ocasión—. Esa diversi-
dad empírica podría ordenarse, sin embargo, según criterios lógico-conceptuales
que brinden fundamentos de alcance general; criterios que están presupuestos en
el propio pensamiento de Peirce.
Efectivamente, aunque su filiación es, en muchos aspectos aristotélica, Peirce
toma de Kant la idea de que todo conocimiento supone reducir la pluralidad de lo
sensible a la unidad. Esta reducción o síntesis no brota de la mera intuición sensible
(los “puros rasgos”), sino de un concepto o juicio de vinculación —que pone el
intelecto—: la regla, en la jerga de Peirce.
Kant postula que es posible describir las formas que sustentan esa estructura
intelectiva y cree identificarlas en un conjunto de 12 juicios y categorías. Con base
en esos presupuestos Samaja propone una clasificación de las reglas, inspirada en
las “categorías de relación” de Kant, que permitiría tipologizar las abducciones, se-
gún los siguientes criterios:
• Reglas de atribución. La conclusión abductiva consistirá en caracterizar o
describir el caso, según sus rasgos y características específicas.
• Reglas de causación o procesualidad. La conclusión abductiva consistirá
en explicar el caso, en función de factores etiológicos o productivos.
• Reglas de significación. La conclusión abductiva consistirá en significar o
interpretar el caso, adjudicando un sentido a los hechos, signos o indicios.

Retomaremos estas cuestiones más adelante, en particular cuando abordemos


el tema de las hipótesis de investigación. Por ahora resulta suficiente recordar, una
vez más, que la abducción consiste en relacionar hechos con reglas para determinar
el caso. El modo en que se produzca esa síntesis (como la llama Kant) viene dado
por el tipo de regla implícita en cada una de ellas.
Dicho lo anterior podemos volver entonces a la cuestión de las diferencias
entre “abducción e inducción” para precisarlas con mayor profundidad. De modo
general podemos decir que la diferencia entre éstas es la misma que separa la no-
ción de “todo como agregado-conjuntista” de la de “todo concebido como siste-
ma relacional-organísmico”. La relación entre agregado o pertenencia y “elemen-
to-conjunto” es la que rige en la inducción, ya que lo que se identifica en un caso
(su rasgo o atributo) se generaliza a todos los entes del mismo tipo.
En la abducción, en cambio, el atributo se integra con otros atributos en la
“totalidad de un todo orgánico o sistémico”: la abducción avanza desde el acci-
dente aislado hasta la sustancia singular, desde el atributo hasta la esencia o con-
figuración de atributos; va de la parte al todo, pero no por generalización, sino
CAPÍTULO III La lógica de la investigación 77

como identificación del sustrato (sustancial, procesual o comunicacional) al que


pertenece la parte (accidente, efecto o significante) (cfr. Samaja, 2003a).
Peirce era consciente de esta diferencia decisiva tal como se observa en el si-
guiente fragmento en el que, además, advierte sobre los límites de la lógica de
clases a la luz de la teoría de la abducción:

Así la lógica ordinaria tiene mucho que decir acerca de los géneros
y las especies o, en nuestra jerga del siglo xix, acerca de las clases.
Ahora bien, una clase es un conjunto de objetos que comprende
todos los que se encuentran entre sí en una relación especial de
similitud. Pero allí donde la lógica ordinaria habla de clases, la lógica
de los relativos habla de sistemas. Un sistema es un conjunto de
objetos que comprende todos los que se encuentran entre sí en un
grupo de relaciones conectadas. De acuerdo con la lógica ordinaria
la inducción se eleva de la contemplación de la muestra de una
clase a la de toda la clase; pero según la lógica de los relativos, se
eleva de la contemplación de un fragmento de un sistema a la del
sistema completo (Peirce, 1988a: 316 y 317).

Ahora bien, establecida la diferencia entre inducción y abducción, y habiendo


ya aceptado que esta última forma parte de las “premisas” de la deducción y la
inducción se impone entonces reconocer una cuestión decisiva en términos de
la validez del conocimiento que se alcanza por la vía lógico-inferencial.
Si la abducción tiene limitaciones formales respecto a las condiciones de
verdad de sus conclusiones, y si todas las inferencias presuponen la abducción
como parte de sus premisas, entonces ¿el conocimiento, y en particular el co-
nocimiento científico, se asienta en un pantano de incertidumbre? Es decir, ¿no
tenemos, ni podemos pretender ninguna garantía sobre la verdad de los cono-
cimientos científicos?
La respuesta a esta cuestión depende de cómo se entiendan las condiciones
que están en la base de las conquistas y el uso de las “reglas” —no sólo de las
reglas que como “hipótesis científicas” utilizamos para explicar o interpretar los
hechos, sino de todas las reglas que funcionan desde que hay actividad vital y
social, es decir, desde que hay inteligencia—.
Para precisar esta idea me serviré de un ejemplo ideado con fines didácticos.
Supongamos que un investigador simula en la computadora el sonido y el mo-
vimiento de una mosca y los expone a un animal (pongamos por caso, un sapo)
que se alimenta de moscas (que zumban y se mueven tal como lo hace la ima-
gen que se le muestra en la pantalla). El animal podría aplicar las reglas de que
dispone como parte de su bagaje genético e interpretar (erróneamente aunque
él no lo sepa, por supuesto) que “eso que se mueve frente a él es una mosca”.
Si eso ocurriera podríamos pensar que ha hecho una abducción del siguiente
tipo:
78 PARTE UNO Introducción epistemológica

• Regla (disponible en su bagaje genético): “Todo lo que se mueve zigza-


gueando de tal manera, zumba en tal frecuencia, tiene tal color, etcétera,
es mosca”.
• Resultado o rasgos (estímulos a los que está expuesto): “Esto se mueve zig-
zagueando de tal manera, zumba en tal frecuencia, tiene tal color, etcétera”.
• Caso (por abducción infiere): “Esto es mosca”.

Por supuesto no pretendo sugerir que el animal lleva adelante una reflexión
discursiva como la desplegada aquí. Pero sí que su sistema perceptor está progra-
mado (genéticamente programado) para operar con reglas que evalúan o exami-
nan su experiencia visual con supuestos de este tipo (o que se podrían expresar en
esos términos, si tuviéramos que ponerlos en forma discursiva o adscribirlos a un
sistema de inteligencia artificial).
El sapo “lee” su experiencia y, entonces, dado el veredicto “esto es mosca”, ac-
túa y extiende su lengua esperando captar al apetecido insecto (recordemos al
respecto que Peirce consideró la abducción como la esencia del pragmatismo: “La
hipótesis es lo que nos mueve a actuar en la realidad y disponer los hábitos condu-
centes para ello” (cfr. Peirce, 1974).
Pero en este caso, como sabemos, el pobre animal dará con su lengua sobre
la pantalla del ordenador, dado que todo ha sido un vil engaño perpetrado por
los investigadores que montaron el experimento. En definitiva ha cometido un
error. Ha hecho una “mala lectura de su experiencia”. Como anticipamos, en toda
abducción la conclusión es problemática, es decir, puede ser falsa. Y en esta singular
ocasión, lo ha sido.
Surge una vez más la pregunta: ¿deberíamos concluir que así vamos por la vida,
con reglas totalmente inciertas, expuestos a un sinnúmero de situaciones que po-
drían llevarnos una y otra vez a equívocos?
La respuesta podemos extraerla del mismo ejemplo que estamos examinando.
En primer lugar lo que cabe reconocer es que la probabilidad de que un sapo,
cuando percibe movimientos, sonidos, colores, etcétera, que le hacen suponer que
está ante una mosca, se encuentre en verdad ante una pantalla de computadora, es
tan pero tan baja que resultaría equivalente a un valor absolutamente despreciable.12
Por supuesto que los sapos pueden equivocarse (y seguramente se equivocan)
a la hora de capturar una mosca, y por razones completamente ajenas a la de
nuestra hipotética experiencia. Pero lo que su historia evolutiva nos informa es que
la mayoría de las veces aciertan. Si así no fuera, si la mayoría de las veces fracasaran
a la hora de conseguir su alimento, entonces no podrían sostenerse ni perpetuarse
como especie. No serían sustentables.
De este reconocimiento podríamos extraer una conclusión de alcance general
muy relevante, que converge con lo que sostuve en el capítulo dedicado al tema de

12 Resultaría del cociente entre las veces en que se constata una experiencia como la descrita y las veces en
que todos los sapos existentes en la historia de esa especie han extendido su lengua para capturar una
mosca.
CAPÍTULO III La lógica de la investigación 79

“modelización” (cfr. capítulo II): la “regla” que portan es consecuencia de su historia


evolutiva adaptativa. En el proceso (y por el proceso) mediante el cual el sapo llegó
a ser sapo, se ha hecho capaz de conseguir con éxito su alimento. Es decir, la regla
de la que ahora dispone es resultante de las condiciones que fueron modelando
su peculiar “saposidad”: su anatomía, su sistema perceptor, sus funciones fisiológicas
son, en cierto sentido, una perspectiva de las moscas (y de cualquier otro alimento
que haya hecho posible la evolución, la emergencia y la perpetuidad de esa especie).
Lo que ahora aparece allí afuera, como si dijéramos “frente al sapo” —como
condición necesaria para su sobrevida singular— es lo que modeló al animal desde
dentro.
Eso que Gottfried Wilhelm Leibniz (cfr. 1981) llamó la “armonía preestablecida”,
se disuelve como hecho cuasi milagroso a la luz de los procesos que remiten a la
historia formativa, a la génesis.
Desde esta perspectiva, entonces, podemos dirigirnos al más relevante y enig-
mático asunto en el terreno de la creación y la evolución cognitiva y, por tanto,
también lógico-científica: el de la creación y el descubrimiento de las hipótesis (o
las “reglas”).
Este asunto nos conduce al examen y la comprensión de la “analogía” y su lugar
en el sistema de las inferencias, tema al cual dedicaremos el siguiente apartado.

Un físico, en su laboratorio, da con algún La función


fenómeno nuevo. ¿Cómo sabe si la conjunción de
vital de la
los planetas no tuvo algo que ver con ello, o si no
se deberá a que a la emperatriz viuda, de China, “analogía” en el
se le ocurrió por la misma época, hace unos años, descubrimiento
pronunciar alguna palabra con poder místico, o de la regla
quizás se deba a la presencia de algún genio invisible?
Pensemos en los trillones y trillones de hipótesis que
pueden hacerse de las cuales sólo una es la verdadera;
y, con todo, el físico, después de dos o tres conjeturas,
o, a lo más, de una docena, llega muy de cerca a la
hipótesis correcta. Por azar no lo habría conseguido,
probablemente ni en todo el tiempo transcurrido
desde que la tierra se solidificó.
(Ch. S. Peirce, Escritos lógicos, 1988b: 137.)

Volvamos por un momento a los ejemplos con los que hemos ilustrado la “abduc-
ción” en distintos ámbitos y bajo distintas formas de aplicación. Podemos reconocer
en todos ellos que ni el médico ni el investigador policial ni el juez crean la “regla”.13

13 En tal sentido discrepamos con Umberto Eco (1989) cuando ilustra el uso de la abducción en la
80 PARTE UNO Introducción epistemológica

En realidad lo que ellos hacen es aplicar una o varias reglas con las que ya cuen-
tan como parte de su acervo de conocimientos disponibles.
Su “arte” consiste en el reconocimiento acertado del “caso”. Ese reconocimien-
to puede suponer más o menos complejidad, dependiendo de la naturaleza del
asunto. No es lo mismo diagnosticar con un instrumento de rutina —como por
ejemplo, un test— cuyos “procedimientos de aplicación” y cuyas “reglas de inter-
pretación” ya están disponibles, que hacerlo con procedimientos más abiertos y
menos estructurados.
El reconocimiento de esas diferentes complejidades ha permitido que algunos
autores propongan una distinción entre “abducciones hiper e hipocodificadas”
(cfr. Bonfantini y Proni, 1989; Eco, 1989).
Por abducción hipercodificada se entiende aquella en la cual la regla a aplicar
—y la consecuente identificación del caso— se impone con carácter obligatorio y
automático o semiautomático.
Un ejemplo de ese tipo de abducción es la que realiza el “hablante compe-
tente” de cualquier lengua. Quien domina un código lingüístico dispone de un
sistema de reglas que operan de modo espontáneo y sin mediar ninguna actividad
reflexiva para seleccionarlas y aplicarlas.14
La abducción hipocodificada es aquella en la cual la regla para inferir el caso
se selecciona de un conjunto de reglas equiprobables,15 disponibles como parte
de nuestro conocimiento del mundo (nuestra “enciclopedia semiótica”) (cfr. Eco,
1989).
Cuanto más “hipocodificada” resulte la abducción más complejo será el proce-
so inferencial para dar con el “caso”. Se podrían probar distintas reglas para explicar
o interpretar los mismos hechos como lo hace, por ejemplo, el investigador policial
que va tras las huellas del sospechoso, sopesando evidencias, indicios, buscando
pruebas, etcétera.
Que el proceso sea más complejo significa aquí que la aplicación de la regla es
más mediada, reflexiva y evaluativa.
Ahora bien, aun cuando la abducción constituya en sí misma un trabajo de
investigación, tanto en la abducción hipercodificada como en la abducción hipo-
codificada se opera con reglas ya disponibles. No hay, estrictamente hablando, in-
vención de nuevas reglas. El término “hipótesis” con que Peirce describió también

práctica clínico-médica, diciendo que “el médico busca tanto leyes generales como causas particulares
y específicas […]”. Si el médico actúa exclusivamente como “clínico” no busca leyes generales, aplica
las leyes que ya conoce. Si, en cambio, lo hace como investigador científico entonces su práctica
clínica es el medio para examinar, explorar y descubrir hipótesis científicas que puedan dar lugar al
establecimiento de las referidas leyes.
14 De cualquier modo, es importante remarcar que aunque la abducción pueda estar absolutamente
codificada, como en el ejemplo que acabo de comentar, siempre existe la posibilidad de fallar y producir
una “mala interpretación” o una “mala ejecución”. Es decir, reconocer carácter automático a este tipo de
abducción no implica afirmar que la conclusión se siga de modo necesario.
15 Es decir, que tienen todas igual probabilidad (o en este caso también “posibilidad”) de ser adecuadas
para interpretar los hechos. Dicho de otro modo, hay que seleccionar la regla de entre varias reglas
potencialmente adecuadas para inferir el “caso”.
CAPÍTULO III La lógica de la investigación 81

la abducción no alude a la regla, sino al caso; lo hipotético es el diagnóstico, el


veredicto, la sanción o la tipificación particular que resulta de aplicar la regla.
Otra es la situación si, a la luz de las reglas disponibles los hechos no pueden
ser interpretados, explicados o comprendidos por éstas. Es lo que ocurriría, por
ejemplo, si un cuadro clínico no se correspondiera con ninguno de los descritos en
las nosografías disponibles; o, de un modo más general, si los modelos o los ante-
cedentes teóricos del científico no explicaran o no se ajustaran a ciertos hechos. Es
decir, si se advierten “anomalías” en la experiencia. Se puede reconocer entonces
que estamos ante una genuina situación de incertidumbre.

Se tienen los hechos —como “rasgos” o “resultados”—, pero falta averiguar a


qué tipo de caso corresponden, precisamente porque se carece de la regla para
interpretarlos o explicarlos. Es ante esta situación cuando efectivamente se debe
“crear o descubrir la regla”.
El asunto de la creación o el descubrimiento en la ciencia es y ha sido amplia-
mente debatido. Las posiciones son variadas al respecto, aunque algunas han sido
más divulgadas y aceptadas que otras.
Karl Popper, por ejemplo, como vimos en el capítulo anterior, considera que
no hay lógica ni racionalidad en el descubrimiento. Su posición en este punto es
la mera postulación del método de ensayo y error. Pero nada nos indica acerca del
criterio a seguir para saber qué es lo que debemos ensayar. Recordemos al respecto
lo que nos dice sobre el descubrimiento, al que le atribuye un carácter irracional:
“No existe, en absoluto, un método lógico de tener nuevas ideas, ni una recons-
trucción lógica de este proceso” (Popper, 1962: 30).
Ahora bien, si se debe ensayar y poner a prueba cualquier hipótesis, si todas las
posibilidades están igualmente disponibles, se impone entonces la pregunta que
se plantea en el epígrafe de este apartado: ¿cómo saber que las conjunciones de
los planetas no tienen nada que ver con el tema de nuestro estudio…, o por qué
descartar las ocurrencias de la emperatriz viuda, de China… de nuestras variables
por explorar?
El absurdo de esta pregunta consiste simplemente en poner en evidencia la
falta de sustento racional que tiene el simple método de ensayo y error, no porque
la ciencia no se sirva del ensayo y el error como procedimientos para la exploración
y la investigación, sino porque primero es necesario precisar el criterio para elegir
las hipótesis que habrán de ensayarse. Si se ensaya sobre la base de una selección
que tiene infinitas alternativas, ¿cómo se explica entonces —tal como se pregunta
82 PARTE UNO Introducción epistemológica

Peirce— que luego de explorar dos o tres de éstas el investigador llega a hipótesis
correctas o al menos plausibles?
El propio Peirce no resuelve este misterio. También él se muestra tentado de
aceptar “irracionalidad” en el fundamento del descubrimiento. Pero, como advier-
te la naturaleza del problema, postula que el alma humana posee ciertas facultades
que describe como “adivinatorias”. Gracias a éstas dispondríamos de la capacidad
para seleccionar con bastante adecuación las hipótesis relevantes a cada contexto.
Así lo expresa:

Sea cual sea el modo como el hombre ha adquirido su facultad de


adivinar las vías de la naturaleza, lo cierto es que no ha sido me-
diante una lógica autocontrolada y crítica. Ni siquiera ahora puede
dar ninguna razón exacta de sus mejores conjeturas. Me parece
que el enunciado más claro que podemos hacer de la situación
lógica —la más libre de toda mezcla cuestionable—, es decir que
el hombre tiene un cierto discernimiento de la terceridad, de los
elementos generales de la naturaleza, no lo bastante fuerte como
para estar con mayor frecuencia acertado que equivocado, pero lo
bastante como para no estar abrumadoramente con más frecuencia
equivocado que acertado. Lo llamo discernimiento porque hay que
referirlo a la misma clase general de operaciones a la que perte-
necen los juicios perceptivos. Esta facultad participa a la vez de la
naturaleza general de los instintos, pareciéndose a los instintos
de los animales en que supera con mucho los poderes generales de
nuestra razón y en que nos dirige como si estuviésemos en posesión
de hechos que se encuentran por completo más allá del alcance de
nuestros sentidos (Peirce, 1988a: 138).

Mientras que Popper postula su consigna de la “invención abierta” y Peirce, el


talento o la capacidad “adivinatoria”, Samaja —apoyado en la tradición dialécti-
co-hegeliana— propone la “analogía” como una peculiar, pero legítima inferencia
involucrada en el descubrimiento de “reglas”.
La idea de que ciertas formas de la abducción funcionan al modo de una
analogía, se halla en la misma obra de Peirce y ha sido postulada también por
diversos seguidores de su pensamiento.16 Así, por ejemplo, los mismos autores
que proponen la distinción entre abducciones hiper e hipocodificadas hablan
de un tercer tipo de abducción creativa que daría cuenta de la adivinación a la
que se refiere Peirce. En esta abducción, sostienen, la ley mediadora para inferir
el caso es enunciada ex novo, es decir, inventada. Según ellos, es en este tipo de

16 Así lo señala por ejemplo, Mauricio Beuchot “[…] Peirce se da cuenta también de que la hipótesis
(abducción) está basada en características de las cosas (más que en las cosas mismas o en las clases de
cosas), y por ello le parece esencial encontrar entre ellas lo común, y es consciente de que a veces no
se llega a lo común unívoco, sino a lo común analógico. La analogía está, pues, muy vinculada con la
abducción, a tal punto que le sirve de base o fundamento” (2013).
CAPÍTULO III La lógica de la investigación 83

abducción en la que habría auténtica adivinación (cfr. Bonfantini y Proni, 1989: 183).
Resta precisar, sin embargo, las diferencias en el modo en que funciona dicha
creación de la regla, ya que sólo queda invocada y eventualmente ejemplificada.
Es en esa dirección en la que precisamente hace una aportación la concepción
de Samaja, al distinguir con nitidez la abducción de la analogía.
El esquema que utiliza para representar el modo en que la analogía se vincula
con la abducción es el siguiente (se muestra con algunos ajustes, que preservan lo
nuclear del modelo original):

La secuencia supone los siguientes pasos: el punto de partida es el “estado de


incertidumbre” al que nos referimos previamente: se da el hecho —los “rasgos”—,
pero sin poder concluir el “caso” ya que falta la “regla”.
A partir de ahí, entonces, el proceso avanza mediante la comparación con
otros casos o reglas ya conocidos y disponibles. Debido a que no disponemos de
la regla propia o específica, se compara la situación anómala o desconocida a la luz
de esas reglas conocidas.
Samaja incluye también —y de modo privilegiado— la referencia al caso aná-
logo, dado que todo caso contiene ya una regla. Además, nuestra mente se mues-
tra más propensa a captar experiencias-configuradas, reglas-materializadas en los
84 PARTE UNO Introducción epistemológica

casos, antes que puras reglas abstractas. Por ejemplo, el clínico tiene frente a sí un
paciente que presenta un conjunto de síntomas y signos (rasgos) que parecen
no ajustarse a ninguna patología conocida (incertidumbre que se expresa como:
“c (?)”). Sin embargo, el paciente —o el cuadro— le recuerda el de otro paciente
bien diagnosticado: se parece “en algo”, aunque no en todo. Hay elementos que per-
miten pensar en un proceso infeccioso aunque aún no sepa muy bien a qué tipo de
infección atribuirlo.
Mediante la comparación deberá ir precisando las semejanzas, pero también
irá identificando las diferencias entre ambas experiencias. Por ese camino podrá,
entonces sí, “probar y ensayar” (a lo Popper, digamos) pero con base en la heurísti-
ca que le provee el modelo en el cual sustenta su búsqueda.
Lo que se espera de ese proceso es que progresivamente se identifique la re-
gla propia, que ya no será la misma que la que explica al caso-análogo (ni la regla
vinculada a éste). Habrá entonces innovación y descubrimiento, pero apoyados en el
modelo de base sobre el cual se reconfigura y emerge la nueva idea.
La analogía también puede trazarse por referencia a un “modelo teórico”,
comparando las reglas del modelo para precisar las reglas propias. Así lo hace, por
ejemplo, un investigador como Lévi-Strauss al cotejar su teoría del parentesco con
los modelos y hallazgos de la fonología:

[…] como los fonemas, los términos de parentesco son elementos


de significación; como éstos, adquieren esta significación sólo a
condición de integrarse en sistemas; los “sistemas de parentesco”,
como los “sistemas fonológicos”, son elaborados por el espíritu en el
plano del pensamiento inconsciente; la recurrencia, en fin, en
regiones del mundo alejadas unas de otras y en sociedades profun-
damente diferentes, de formas de parentesco, reglas de matrimonio,
actitudes semejantes prescritas entre ciertos tipos de parientes,
etcétera, permite creer que, tanto en uno como en otro caso, los
fenómenos observables resultan del juego de leyes generales pero
ocultas. El problema se puede formular entonces de la siguiente
manera: en “otro orden de realidad” los fenómenos de parentesco
son fenómenos del mismo tipo que los fenómenos lingüísticos
(Strauss, 1968: 32).

Ahora bien, a la luz de este ejemplo se podría reconocer también que la ana-
logía no se da sólo entre “fonología y antropología”, sino que éstas se inspiran en
un macromodelo de alcance más general: el que funda la concepción estructura-
lista. La modelización estructural está en la base de ambas concepciones y es en
realidad el marco ontológico en que se asientan. Esta concepción brinda lo que
podríamos llamar “metarreglas” a la luz de la cuales se especifican las reglas de cada
disciplina particular.
CAPÍTULO III La lógica de la investigación 85

Este asunto nos remite a todo lo que ya hemos adelantado en el capítulo de-
dicado a las “modelizaciones en ciencia” (cfr. capítulo II): estos macromodelos no
suponen un contenido específico, sino que son formas y concepciones que orga-
nizan y dan sustento a distintos contenidos.
Por otra parte es de igual importancia reconocer que, pese al innegable recurso
heurístico que supone cotejar estructuras, concepciones o procesos entre diversos
asuntos y disciplinas, la exportación de modelos de un dominio a otro conlleva
también algunos riesgos.
Como señala Ludwig von Bertalanffy, en primer lugar se corre el riesgo de caer
en comparaciones demasiado superficiales. “Así ocurre —sostiene— cuando se
compara el crecimiento de un organismo con el de un cristal o el de una celda
osmótica: hay parecidos superficiales en uno y otro aspecto, pero puede afirmarse
con seguridad que el crecimiento de una planta o de un animal no sigue la pauta de
crecimiento de un cristal o de una estructura osmótica” (1993: 87). Efectivamente,
decir que la planta y el cristal crecen como también crecen la población mundial
y la contaminación urbana, es decir algo tan vago y superficial que, más que un
aporte, resulta un empobrecimiento del pensamiento.
De igual modo el análisis por analogías puede conducir a reduccionismos per-
niciosos —aun cuando se recurra a modelos más sofisticados e interesantes—. Así
sucede cuando se extrapolan leyes válidas en un dominio de fenómenos a otro
dominio, sin hacer los necesarios ajustes y reformulaciones.
Lo que se puede señalar ante estos riesgos es que la analogía debe funcionar
como guía heurística17 para orientar los caminos de búsqueda, contribuyendo así a
reducir el número de opciones abiertas a la hora de rastrear una potencial hipóte-
sis o conjetura. Pero en tanto recurso heurístico, debe usarse y luego abandonarse
para dar paso al modelo o la explicación específica. De modo que, aunque la ana-
logía brinda un punto de partida para buscar una regla propia a partir de una regla
análoga, no constituye de ninguna manera un punto de llegada. Con la analogía
se determinan las condiciones de posibilidad de la hipótesis, pero no la hipótesis
misma (cfr. Samaja, 2003a).
Al respecto resultan sumamente instructivos los siguientes comentarios de
Émile Durkheim, que a un tiempo rescatan el valor y la utilidad de la analogía
señalando también los límites de ésta:

El error de los sociólogos biologistas no es haber usado [ la analo-


gía], sino haberla usado mal. Quisieron no controlar las leyes de la
sociología con las de la biología, sino deducir las primeras de las
segundas. Pero tales deducciones carecen de valor; pues si las leyes
de la vida se vuelven a encontrar en la sociedad, es bajo nuevas

17 De un modo general se puede entender por “heurística” al arte y la ciencia del descubrimiento.
También se puede usar como adjetivo: por ejemplo, se puede hablar de “estrategias heurísticas”
o “reglas heurísticas” o “procedimientos heurísticos”. En todos los casos se refiere a estrategias, reglas o
procedimientos que facilitan o conducen el descubrimiento.
86 PARTE UNO Introducción epistemológica

formas y con caracteres específicos que la analogía no permite


conjeturar y que sólo pueden alcanzarse por la observación directa.
Pero si se comenzaron a determinar, con ayuda de procedimientos
sociológicos, ciertas condiciones de la organización social, hubiera
sido perfectamente legítimo examinar luego si no presentaban
similitudes parciales con las condiciones de la organización animal,
tal como lo determina el biologista de su lado. Puede preverse inclu-
so que toda organización debe tener caracteres comunes que no es
inútil descubrir (Durkheim, 2000: 27).

Un ejemplo especialmente instructivo respecto a estas mismas ideas lo encon-


tramos en el relato de Gregory Bateson, referido a su estudio sobre las relaciones
sociales en la comunidad de los iatmules.18 Lo examinaremos con cierto deteni-
miento puesto que nos permitirá precisar la propuesta y los criterios que sugiere
Durkheim.
En primer término, Bateson advirtió que el sistema social de los iatmul difiere
del nuestro en cuanto a que su sociedad carece de funciones equivalentes a nues-
tras jefaturas: “[…] yo expresé laxamente este hecho, diciendo que el control del
individuo se tornaba efectivo mediante lo que llamé sanciones ‘colaterales’ más
que por ‘sanciones desde arriba’ ” (Bateson, 1991: 100).
Pero lo interesante es que, según Bateson, ciertos hechos vinculados a ese sis-
tema de sanciones y represalias entre clanes le hicieron pensar en una analogía ex-
traída de sus conocimientos sobre anatomía comparada: “Dije: es como la diferen-
cia entre los animales con simetría radial (medusa, anémonas marinas, etcétera) y
los animales que tienen segmentación transversal (lombrices, langostas, hombres,
etcétera)” (Bateson, 1991: 100).
La comparación le daba —según sus propias palabras— un diagrama visual
para orientar y ordenar el análisis. Los estudios sobre embriología experimental y
gradientes axiales le brindaron, además, elementos para pensar la dinámica de esos
sistemas:

Sabemos que predomina algún tipo de relación simétrica entre


los segmentos sucesivos; que cada segmento podría, si quisiera
(hablando en sentido amplio), formar una cabeza, pero que el seg-
mento inmediatamente anterior lo impide. Además, esta asimetría
dinámica en las relaciones que se dan entre los segmentos suce-
sivos se refleja morfológicamente; encontramos, en la mayoría de
estos animales, una diferencia serial —la llamada diferenciación
metamérica— entre los segmentos sucesivos. Sus apéndices, aun-
que puede demostrarse que se conforman de una estructura básica
única, difieren uno del otro a medida que descendemos en la serie.

18 Iatmul, tribu de cazadores de cabezas de Nueva Guinea [n. del e.]. 


CAPÍTULO III La lógica de la investigación 87

(Las patas de la langosta proporcionan un ejemplo conocido del tipo


de fenómeno al que me refiero.) Contrastando con esto en los ani-
males con simetría radial, los segmentos, ordenados alrededor del
centro como sectores de círculo, suelen ser todos iguales (Bateson,
1991: 102).

En síntesis, la imagen que construye por medio de esta analogía se organiza en


torno al contraste entre la “forma radial versus la forma segmentada”. Y ese con-
traste funciona como guía heurística en la búsqueda de la regla o el criterio propio
para orientar su análisis de la sociedad.
Bateson no usa la analogía de forma literal: no pretende encontrar algo del
orden de la langosta o de la medusa en la organización social de los iatmul. Por
el contrario, busca extraer el modelo de base, el patrón morfológico que podría
iluminar las pautas o las formas de la organización social:

Mi “corazonada” me había proporcionado un conjunto de palabras y


diagramas más estrictos, en función de los cuales podía yo intentar
ser más preciso en mi pensamiento sobre el problema de los iatmul.
Podía ahora examinar otra vez el material referente a ellos para
determinar si la relación entre los clanes era realmente simétrica
en algún sentido y para establecer si existía algo que pudiera ser
comparado con esta falta de diferenciación metamérica. Comprobé
que la corazonada daba buen resultado (Bateson, 1991: 103).

Efectivamente encuentra que, por ejemplo, en lo referente a ciertas conductas


sociales, las relaciones entre clanes eran “simétricas”, y que en lo tocante a la dife-
renciación, éstas no seguían un patrón seriado. Adicionalmente comprueba que
los clanes tenían una fuerte tendencia a imitarse unos a otros, a robarse fragmen-
tos de las respectivas historias mitológicas y a incorporarlas cada uno al propio pa-
sado (la define como “una especie de heráldica fraudulenta”), en la que cada clan
copiaba a los otros, de manera que el sistema en su conjunto tendía a disminuir la
diferenciación entre ellos.
Pero lo importante de todo esto —al menos en la perspectiva de lo que me
interesa situar aquí— es que, una vaga “corazonada” (como la llama) tomada de una
cierta disciplina lleva a formulaciones y descubrimientos fructíferos en otra disciplina.
Efectivamente, Bateson toma sus iniciales presunciones, al modo de esas cora-
zonadas provisorias. Pero es plenamente consciente del esfuerzo que debe seguir
a la presunción inicial para ajustar la idea con precisión conceptual y, sobre todo,
para adecuarla al material empírico que estudia.
88 PARTE UNO Introducción epistemológica

Lo dice de un modo que converge con las advertencias que en esa dirección
hacía Émile Durkheim:

Habrán advertido ustedes que la forma en que empleé los datos


biológicos fue realmente bastante diferente de la que utilizaría un
zoólogo al hablar sobre su material. Donde el zoólogo hablaría de
gradientes axiales, yo hablé de “relaciones asimétricas entre seg-
mentos sucesivos”, y al emplear esta expresión estaba dispuesto
a asignar a la palabra “sucesivos” dos sentidos simultáneos: al
referirme al material animal significaba una serie morfológica en
un organismo tridimensional concreto, en tanto que al referirme al
material antropológico la palabra “sucesivos” significaba cierta pro-
piedad abstraída de una jerarquía. Pienso que sería honesto aclarar
que empleo las analogías de una forma curiosamente abstracta, que
de la misma manera en que en lugar de “gradientes axiales” empleo
“relaciones asimétricas”, también infundo a la palabra “sucesivos”
cierto significado abstracto que la hace aplicable a ambos tipos de
casos (Bateson, 1991: 105).

Se advierte, en este párrafo (en realidad en el artículo completo), la prudencia


con la que Bateson utiliza la analogía. Lo hace efectivamente como recurso para
orientar su búsqueda, procurando extraer de la comparación “formas generales”
para iluminar su propio asunto.
Finalmente, irá ajustando progresivamente los datos a su modelo, y su modelo
a los datos, para dar con la descripción que corresponda con el tipo de fenómeno
que estudia. La analogía constituyó su punto de partida pero, como ya dijimos,
bajo ningún concepto su punto de llegada.
Por último podemos extraer de este ejemplo una conclusión más, vinculada al
alcance y a las diferencias que pueden trazarse entre distintos tipos de analogías. En
particular la que distingue —siguiendo una vez más a Samaja—, entre “analogías
próximas y analogías distantes”.
Por analogía próxima se entiende aquella que se realiza entre asuntos del mis-
mo tipo. Un ejemplo sería la comparación entre un paciente y otro, o entre un
cuadro infeccioso y otro en la indagación clínico-médica: se comparan fenómenos
de igual naturaleza, un caso frente a otro caso.
En la analogía distante, en cambio, la comparación se hace entre fenómenos o
asuntos sustancialmente distintos. Un ejemplo de este tipo lo constituye la inves-
tigación de Bateson que hemos comentado: se compara en éste “la morfología de
los invertebrados” con la “organización social de los iatmul”.
En ambos tipos de analogía habrá, sin duda, creatividad e innovación cognitiva.
Pero en principio es esperable que cuanto más audaz, distante e interesante resulte
la analogía (si es que efectivamente se muestra fructífera para iluminar el tema en
estudio), mayor será su potencial aporte.
CAPÍTULO III La lógica de la investigación 89

En la historia de la ciencia se constata que las grandes transformaciones del


pensamiento —al modo de las revoluciones científicas descritas por Kuhn—, sur-
gieron de sujetos capaces de revisar las analogías inspiradas por los modelos de sus
respectivas disciplinas. En esa dirección no parece arbitrario vincular la creatividad
a la capacidad de “exportar e importar modelos de un campo disciplinario a otro”
y de un ámbito de experiencias a otro.
Por lo demás, el gran sustrato del que abreva toda analogía es el de la estructura
de la acción concebida como “praxis”. Ésta es la fuente o cantera de los modelos
que nutren las ideas y brindan las cartografías que cada época y contexto histórico
social hacen posible:

La fuerza de la analogía reposa precisamente en que detrás de todo


análogo está la matriz última de todo saber: la praxis. Giambatista
Vico expresó de manera indeleble esa tesis fundamental: verum
ipsum factum, con la que vino a consagrar que todo lo que el hombre
puede conocer pasa por lo que puede hacer. Accedemos al conoci-
miento o explicación de algo cuando podemos examinarlo in statu
nascendi (Samaja, 2003a).

Hemos abordado en extenso esta cuestión en el capítulo dedicado al tema de


los modelos. Lo que agregamos aquí es el reconocimiento al lugar central que tiene
la analogía en dicha modelización.
Con lo dicho debería quedar claro también que a partir de esta concepción
es posible salir del “encierro formalista” de la lógica —en sus diversas vertientes—,
para dar paso a una concepción que se abre al mundo de la vida (natural y so-
cial) como el ámbito en el cual el pensamiento surge, se desarrolla y también se
transforma.
Finalmente, y como cierre de todo lo expuesto, sólo resta reconocer el lugar
que la analogía tiene en el “sistema de las inferencias”.
Este lugar sería prioritario, en tanto que es mediante la analogía que se echan
a andar las restantes inferencias, precisamente porque es la que hace posible la
conquista y el descubrimiento de las “reglas”.
De acuerdo con lo anterior podemos revisar las relaciones entre todas las infe-
rencias para examinarlas a modo de un sistema inferencial en el que se integran y
se reclaman unas a otras.
90 PARTE UNO Introducción epistemológica

La conclusión final del papel que desempeñan las inferencias en el proceso de


investigación nos invita a considerar que no se puede (ni se debe) identificar un
tipo de inferencia de manera privilegiada frente a otra. Cada una cumple distintas
funciones en ese proceso y esas específicas funciones se presuponen y se integran
entre sí.
Si tuviera que trazarse un esquema general para ilustrar el modo en que se
integran todas las inferencias,19 éste podría reconocer la siguiente secuencia:

• En primer término la analogía hace posible el descubrimiento o ideación


de nuevas reglas.
• La abducción hace funcionar la regla (concebida como la hipótesis de in-
vestigación) a partir de la cual se hace la conjetura sobre el caso.
• La deducción hace la predicción sobre lo que se espera encontrar empíri-
camente (si se aceptan el caso y la regla), al modo hipotético-deductivo.
• La inducción permite confirmar o rechazar la presunción realizada.

El siguiente esquema ilustra la referida secuencia (tomado y adaptado de


Samaja, 2003a):

En este esquema se presenta cada tipo de inferencia según el fundamento on-


tológico en que se sustenta. La analogía y la abducción parten de una concepción
organísmica conforme a la cual el “todo” es una totalidad relacional y configurada.

19 De modo general esta secuencia corresponde con la concebida por Peirce en los siguientes términos:
“La deducción prueba que algo debe ser; la inducción muestra que algo es realmente operativo; la
abducción se limita a sugerir que algo puede ser”, Peirce (citado por Harrowits, 1989: 244). Sin embargo,
lo que le falta es el lugar de la analogía, desde el momento en que a partir de ésta se descubre la
regla. Ya hemos anticipado la discrepancia que tenemos aquí con Peirce —y con la mayoría de sus
continuadores— en términos del lugar diferencial que adjudicamos a la abducción y a la analogía: la
abducción supone la regla, mientras que la analogía la hace posible, es el medio para su descubrimiento.
CAPÍTULO III La lógica de la investigación 91

La analogía compara un “todo con otro todo”, mientras que la abducción va de la


“parte al todo”. En cambio, la inducción y la deducción parten de una concepción
conjuntista o extensionalista. El “todo”, es aquí un agregado de entidades. La de-
ducción va desde “ese todo-conjunto al subconjunto” (es decir, del todos al uno
o alguno). En cambio, la inducción va del “subconjunto al conjunto” (del uno o
algunos al todo).
Se distingue entonces el predominio de la analogía y la abducción en el contexto
de descubrimiento, mientras que la deducción y la inducción remiten al contexto de
justificación. Es por ello que las flechas que avanzan del descubrimiento a la justifica-
ción evocan el proceso progresivo para el descubrimiento y la puesta a prueba de la
hipótesis. Mientras que las flechas en sentido inverso, que retornan de la deducción
a la abducción y la analogía, indican simplemente que cuando no se confirma la hi-
pótesis se debe volver “hacia atrás” para revisar precisamente el proceso que condujo
a dicha hipótesis: cotejar la identificación y la selección del caso (material empírico y
mediadores instrumentales), o revisar y reformular la regla (teoría).
Tal como anticipé, a lo largo de este libro volveré una y otra vez sobre estas infe-
rencias y sus mutuas relaciones. Advertiremos entonces que la trama entre ellas es
más sutil y, eventualmente, más rica que la de esta esquematización preliminar. Sin
embargo, lo dicho hasta aquí resulta suficiente para evocar, cuando sea necesario,
los supuestos en que se asientan cada una de estas inferencias.

También podría gustarte