Ynoub, Roxana - Cap 3
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Lo aceptará aunque nunca haya oído hablar de un caternario, ni sepa qué clase
de cosa es, ni entienda cuál es su peculiar blonquiedad. Esto sucede porque lo que
en verdad “acepta” es la “validez formal” del razonamiento.
Aprender a “razonar lógicamente” es aprender a aceptar este tipo de validez,
sin importar si el razonamiento refiere a la “negrura de los cuervos”, a la “mortali-
dad de Sócrates” o a alguna peculiar relación entre “p y q”.1
La lógica es la ciencia que se ocupa del examen de las formas de los razo-
namientos. Pertenece, como tal, al campo de las llamadas ciencias formales.
No se interesa por los contenidos de nuestros pensamientos, sino por los modos
1 Es importante hacer notar que estas “reglas de la lógica formal” no son admisibles para cualquier
sujeto humano —aun adulto—. Las investigaciones de Luria (1987) sobre las competencias para el
pensamiento formal entre campesinos analfabetos pusieron en evidencia —entre otras cosas— que
las reglas de la lógica formal no son admisibles para quien no ha pasado por el aprendizaje de la
lectoescritura. A simple modo ilustrativo, una experiencia de las que Luria llevó a cabo consistía en
interrogar a los sujetos, pidiéndoles que dieran la conclusión respecto a distintos tipos de razonamientos
deductivos como el siguiente: “En el lejano Norte, donde hay nieve, todos los osos son blancos. La isla
Tierra Nueva se encuentra en el lejano Norte y allí siempre hay nieve”. Luria preguntaba entonces a los
referidos campesinos: “¿De qué color son allí los osos?”. Una respuesta típica era del siguiente modo:
“No lo sé. Yo he visto un oso negro. Nunca he visto otros [...] Cada región tiene sus propios animales
del mismo color [...] Nosotros decimos sólo lo que vemos, lo que nunca hemos visto no lo decimos”
(p. 125). Es decir, las respuestas remitían a una “lógica-situacional” propia de lo que podría llamarse
pensamiento concreto. Estudios posteriores de Scribner y Cole (1973) —basados en los hallazgos de
Luria— precisaron esta cuestión, demostrando que el patrón de socialización de la educación formal era
la variable explicativa —antes que la mera competencia lectoescritora—. Ese patrón socializador parece
ser el factor que hace posible el acceso al pensamiento abstracto y formalizador que supone la lógica.
64 PARTE UNO Introducción epistemológica
y las reglas con los que funciona. No nos dice qué debemos pensar, sino cómo
debemos hacerlo. O, para ser más precisos, nos indica cuáles son los “buenos o los
malos razonamientos”. Y la cuestión de qué se entiende por lo “bueno o lo malo”
en el terreno de la lógica refiere al asunto de la validez formal de un argumento
o razonamiento.
Examinaremos enseguida algunas cuestiones que nos permitirán precisar el
alcance de esta última afirmación.
Antes de ello quisiera anticipar que el tratamiento tendrá una función mera-
mente instrumental: estará destinado a precisar algunas observaciones que brin-
dan claves para comprender las inferencias comprometidas en distintos momen-
tos del proceso de investigación.
Dado que las ciencias (como ciencias empíricas, en este caso) pretenden al-
canzar conocimientos válidos y confiables, no es un asunto menor examinar el
sustrato intelectivo —lógico inferencial— en que se sustentan. Por lo demás, de
una u otra manera, lo hemos estado haciendo al referirnos a las distintas posicio-
nes epistemológicas, según el modo en que comprenden la creación y validación
del conocimiento científico. El asunto que ahora nos ocupa es de precisar y explicitar
los fundamentos lógicos que acompañan a cada una.
Si se asumen las premisas anteriores se puede postular entonces que esta pro-
posición constituye una conclusión. Esta conclusión ahora sí resulta de las premisas
previamente admitidas.
Adviértase que para que esa conclusión se produzca debemos admitir no
sólo los enunciados que se dieron como premisas, sino también una regla que los
vincula o deriva (uno a partir de otro). Esa regla diría algo así como: “Si acepto (a)
y acepto (b), entonces estoy obligada a aceptar (c)”.
De cualquier modo la lógica no se interesa por nuestros procesos psicológicos
(como lo refiere, por ejemplo, la idea de “admitir la conclusión”). En términos lógi-
cos la conclusión simplemente tiene carácter necesario.
Desde la perspectiva del examen lógico un razonamiento es válido si, por la
naturaleza de su estructura o encadenamiento de sus proposiciones, dichas pro-
posiciones no son contradictorias entre sí. Los lógicos llaman a esta propiedad
consistencia lógica.
66 PARTE UNO Introducción epistemológica
No puede ocurrir que al mismo tiempo todos estos enunciados sean simul-
táneamente verdaderos. Alguna de las tres proposiciones debe ser falsa: o no es
cierta la premisa mayor, o no es cierto que estoy ante un cisne o, bien, no es cierto
que sea negro.
Conforme a todo lo dicho hasta aquí podemos afirmar entonces que la lógica,
como disciplina formal, se interesa por el examen del modo en que se vinculan
o derivan los conocimientos y por la validez formal que puede imputarse a esa
derivación.3
Con el objetivo de precisar esta idea, la examinaremos en los distintos tipos de
inferencias lógicas. Procuraremos, a través de ese examen, comprender la naturaleza
formal de las inferencias y sus virtudes y limitaciones en términos de su validez.
Para los referidos autores la premisa de esta deducción sería particular ya que
alude al individuo Pablo y al individuo Aníbal.
Pero —como señala Samaja— se oculta así el enlace que se ha establecido
entre ambos enunciados, enlace que es precisamente ejemplo de la referida regla.
Esta regla se enunciaría de la siguiente manera:
O, lo que es equivalente:
5 El término que utiliza Peirce es en realidad “resultado”, Samaja lo reemplaza por “rasgo” por encontrar
que se muestra más adecuado a la hora de precisar las características de la propia abducción, como
señalaremos más adelante.
CAPÍTULO III La lógica de la investigación 69
Allí estriba el gran aporte de Peirce al distinguir un tercer tipo de inferencia, que
además está presupuesta en la inducción y la deducción desde el momento en
que forma parte de sus premisas, tal como lo hemos definido previamente:
7 Para el razonamiento hipotético Peirce usó además de “abducción”, los términos “retroducción” y
“presunción”; pero fue el de “abducción” el que predominó, sobre todo, en la etapa final. Es en un
manuscrito de la década de 1890 que contiene las notas de una “Historia de la ciencia”, que proyectó y
no realizó, donde introduce el término “retroducción” cuyo significado, señala Peirce, es el mismo que el
del término aristotélico “abducción” (cfr. Peirce, 1974).
CAPÍTULO III La lógica de la investigación 73
Por ejemplo:
11 En posteriores pasajes de este libro volveremos sobre estas cuestiones vinculadas al gran campo de las
investigaciones interpretativas o hermenéuticas, entre las cuales se incluirá también la investigación
histórica.
76 PARTE UNO Introducción epistemológica
Así la lógica ordinaria tiene mucho que decir acerca de los géneros
y las especies o, en nuestra jerga del siglo xix, acerca de las clases.
Ahora bien, una clase es un conjunto de objetos que comprende
todos los que se encuentran entre sí en una relación especial de
similitud. Pero allí donde la lógica ordinaria habla de clases, la lógica
de los relativos habla de sistemas. Un sistema es un conjunto de
objetos que comprende todos los que se encuentran entre sí en un
grupo de relaciones conectadas. De acuerdo con la lógica ordinaria
la inducción se eleva de la contemplación de la muestra de una
clase a la de toda la clase; pero según la lógica de los relativos, se
eleva de la contemplación de un fragmento de un sistema a la del
sistema completo (Peirce, 1988a: 316 y 317).
Por supuesto no pretendo sugerir que el animal lleva adelante una reflexión
discursiva como la desplegada aquí. Pero sí que su sistema perceptor está progra-
mado (genéticamente programado) para operar con reglas que evalúan o exami-
nan su experiencia visual con supuestos de este tipo (o que se podrían expresar en
esos términos, si tuviéramos que ponerlos en forma discursiva o adscribirlos a un
sistema de inteligencia artificial).
El sapo “lee” su experiencia y, entonces, dado el veredicto “esto es mosca”, ac-
túa y extiende su lengua esperando captar al apetecido insecto (recordemos al
respecto que Peirce consideró la abducción como la esencia del pragmatismo: “La
hipótesis es lo que nos mueve a actuar en la realidad y disponer los hábitos condu-
centes para ello” (cfr. Peirce, 1974).
Pero en este caso, como sabemos, el pobre animal dará con su lengua sobre
la pantalla del ordenador, dado que todo ha sido un vil engaño perpetrado por
los investigadores que montaron el experimento. En definitiva ha cometido un
error. Ha hecho una “mala lectura de su experiencia”. Como anticipamos, en toda
abducción la conclusión es problemática, es decir, puede ser falsa. Y en esta singular
ocasión, lo ha sido.
Surge una vez más la pregunta: ¿deberíamos concluir que así vamos por la vida,
con reglas totalmente inciertas, expuestos a un sinnúmero de situaciones que po-
drían llevarnos una y otra vez a equívocos?
La respuesta podemos extraerla del mismo ejemplo que estamos examinando.
En primer lugar lo que cabe reconocer es que la probabilidad de que un sapo,
cuando percibe movimientos, sonidos, colores, etcétera, que le hacen suponer que
está ante una mosca, se encuentre en verdad ante una pantalla de computadora, es
tan pero tan baja que resultaría equivalente a un valor absolutamente despreciable.12
Por supuesto que los sapos pueden equivocarse (y seguramente se equivocan)
a la hora de capturar una mosca, y por razones completamente ajenas a la de
nuestra hipotética experiencia. Pero lo que su historia evolutiva nos informa es que
la mayoría de las veces aciertan. Si así no fuera, si la mayoría de las veces fracasaran
a la hora de conseguir su alimento, entonces no podrían sostenerse ni perpetuarse
como especie. No serían sustentables.
De este reconocimiento podríamos extraer una conclusión de alcance general
muy relevante, que converge con lo que sostuve en el capítulo dedicado al tema de
12 Resultaría del cociente entre las veces en que se constata una experiencia como la descrita y las veces en
que todos los sapos existentes en la historia de esa especie han extendido su lengua para capturar una
mosca.
CAPÍTULO III La lógica de la investigación 79
Volvamos por un momento a los ejemplos con los que hemos ilustrado la “abduc-
ción” en distintos ámbitos y bajo distintas formas de aplicación. Podemos reconocer
en todos ellos que ni el médico ni el investigador policial ni el juez crean la “regla”.13
13 En tal sentido discrepamos con Umberto Eco (1989) cuando ilustra el uso de la abducción en la
80 PARTE UNO Introducción epistemológica
En realidad lo que ellos hacen es aplicar una o varias reglas con las que ya cuen-
tan como parte de su acervo de conocimientos disponibles.
Su “arte” consiste en el reconocimiento acertado del “caso”. Ese reconocimien-
to puede suponer más o menos complejidad, dependiendo de la naturaleza del
asunto. No es lo mismo diagnosticar con un instrumento de rutina —como por
ejemplo, un test— cuyos “procedimientos de aplicación” y cuyas “reglas de inter-
pretación” ya están disponibles, que hacerlo con procedimientos más abiertos y
menos estructurados.
El reconocimiento de esas diferentes complejidades ha permitido que algunos
autores propongan una distinción entre “abducciones hiper e hipocodificadas”
(cfr. Bonfantini y Proni, 1989; Eco, 1989).
Por abducción hipercodificada se entiende aquella en la cual la regla a aplicar
—y la consecuente identificación del caso— se impone con carácter obligatorio y
automático o semiautomático.
Un ejemplo de ese tipo de abducción es la que realiza el “hablante compe-
tente” de cualquier lengua. Quien domina un código lingüístico dispone de un
sistema de reglas que operan de modo espontáneo y sin mediar ninguna actividad
reflexiva para seleccionarlas y aplicarlas.14
La abducción hipocodificada es aquella en la cual la regla para inferir el caso
se selecciona de un conjunto de reglas equiprobables,15 disponibles como parte
de nuestro conocimiento del mundo (nuestra “enciclopedia semiótica”) (cfr. Eco,
1989).
Cuanto más “hipocodificada” resulte la abducción más complejo será el proce-
so inferencial para dar con el “caso”. Se podrían probar distintas reglas para explicar
o interpretar los mismos hechos como lo hace, por ejemplo, el investigador policial
que va tras las huellas del sospechoso, sopesando evidencias, indicios, buscando
pruebas, etcétera.
Que el proceso sea más complejo significa aquí que la aplicación de la regla es
más mediada, reflexiva y evaluativa.
Ahora bien, aun cuando la abducción constituya en sí misma un trabajo de
investigación, tanto en la abducción hipercodificada como en la abducción hipo-
codificada se opera con reglas ya disponibles. No hay, estrictamente hablando, in-
vención de nuevas reglas. El término “hipótesis” con que Peirce describió también
práctica clínico-médica, diciendo que “el médico busca tanto leyes generales como causas particulares
y específicas […]”. Si el médico actúa exclusivamente como “clínico” no busca leyes generales, aplica
las leyes que ya conoce. Si, en cambio, lo hace como investigador científico entonces su práctica
clínica es el medio para examinar, explorar y descubrir hipótesis científicas que puedan dar lugar al
establecimiento de las referidas leyes.
14 De cualquier modo, es importante remarcar que aunque la abducción pueda estar absolutamente
codificada, como en el ejemplo que acabo de comentar, siempre existe la posibilidad de fallar y producir
una “mala interpretación” o una “mala ejecución”. Es decir, reconocer carácter automático a este tipo de
abducción no implica afirmar que la conclusión se siga de modo necesario.
15 Es decir, que tienen todas igual probabilidad (o en este caso también “posibilidad”) de ser adecuadas
para interpretar los hechos. Dicho de otro modo, hay que seleccionar la regla de entre varias reglas
potencialmente adecuadas para inferir el “caso”.
CAPÍTULO III La lógica de la investigación 81
Peirce— que luego de explorar dos o tres de éstas el investigador llega a hipótesis
correctas o al menos plausibles?
El propio Peirce no resuelve este misterio. También él se muestra tentado de
aceptar “irracionalidad” en el fundamento del descubrimiento. Pero, como advier-
te la naturaleza del problema, postula que el alma humana posee ciertas facultades
que describe como “adivinatorias”. Gracias a éstas dispondríamos de la capacidad
para seleccionar con bastante adecuación las hipótesis relevantes a cada contexto.
Así lo expresa:
16 Así lo señala por ejemplo, Mauricio Beuchot “[…] Peirce se da cuenta también de que la hipótesis
(abducción) está basada en características de las cosas (más que en las cosas mismas o en las clases de
cosas), y por ello le parece esencial encontrar entre ellas lo común, y es consciente de que a veces no
se llega a lo común unívoco, sino a lo común analógico. La analogía está, pues, muy vinculada con la
abducción, a tal punto que le sirve de base o fundamento” (2013).
CAPÍTULO III La lógica de la investigación 83
abducción en la que habría auténtica adivinación (cfr. Bonfantini y Proni, 1989: 183).
Resta precisar, sin embargo, las diferencias en el modo en que funciona dicha
creación de la regla, ya que sólo queda invocada y eventualmente ejemplificada.
Es en esa dirección en la que precisamente hace una aportación la concepción
de Samaja, al distinguir con nitidez la abducción de la analogía.
El esquema que utiliza para representar el modo en que la analogía se vincula
con la abducción es el siguiente (se muestra con algunos ajustes, que preservan lo
nuclear del modelo original):
casos, antes que puras reglas abstractas. Por ejemplo, el clínico tiene frente a sí un
paciente que presenta un conjunto de síntomas y signos (rasgos) que parecen
no ajustarse a ninguna patología conocida (incertidumbre que se expresa como:
“c (?)”). Sin embargo, el paciente —o el cuadro— le recuerda el de otro paciente
bien diagnosticado: se parece “en algo”, aunque no en todo. Hay elementos que per-
miten pensar en un proceso infeccioso aunque aún no sepa muy bien a qué tipo de
infección atribuirlo.
Mediante la comparación deberá ir precisando las semejanzas, pero también
irá identificando las diferencias entre ambas experiencias. Por ese camino podrá,
entonces sí, “probar y ensayar” (a lo Popper, digamos) pero con base en la heurísti-
ca que le provee el modelo en el cual sustenta su búsqueda.
Lo que se espera de ese proceso es que progresivamente se identifique la re-
gla propia, que ya no será la misma que la que explica al caso-análogo (ni la regla
vinculada a éste). Habrá entonces innovación y descubrimiento, pero apoyados en el
modelo de base sobre el cual se reconfigura y emerge la nueva idea.
La analogía también puede trazarse por referencia a un “modelo teórico”,
comparando las reglas del modelo para precisar las reglas propias. Así lo hace, por
ejemplo, un investigador como Lévi-Strauss al cotejar su teoría del parentesco con
los modelos y hallazgos de la fonología:
Ahora bien, a la luz de este ejemplo se podría reconocer también que la ana-
logía no se da sólo entre “fonología y antropología”, sino que éstas se inspiran en
un macromodelo de alcance más general: el que funda la concepción estructura-
lista. La modelización estructural está en la base de ambas concepciones y es en
realidad el marco ontológico en que se asientan. Esta concepción brinda lo que
podríamos llamar “metarreglas” a la luz de la cuales se especifican las reglas de cada
disciplina particular.
CAPÍTULO III La lógica de la investigación 85
Este asunto nos remite a todo lo que ya hemos adelantado en el capítulo de-
dicado a las “modelizaciones en ciencia” (cfr. capítulo II): estos macromodelos no
suponen un contenido específico, sino que son formas y concepciones que orga-
nizan y dan sustento a distintos contenidos.
Por otra parte es de igual importancia reconocer que, pese al innegable recurso
heurístico que supone cotejar estructuras, concepciones o procesos entre diversos
asuntos y disciplinas, la exportación de modelos de un dominio a otro conlleva
también algunos riesgos.
Como señala Ludwig von Bertalanffy, en primer lugar se corre el riesgo de caer
en comparaciones demasiado superficiales. “Así ocurre —sostiene— cuando se
compara el crecimiento de un organismo con el de un cristal o el de una celda
osmótica: hay parecidos superficiales en uno y otro aspecto, pero puede afirmarse
con seguridad que el crecimiento de una planta o de un animal no sigue la pauta de
crecimiento de un cristal o de una estructura osmótica” (1993: 87). Efectivamente,
decir que la planta y el cristal crecen como también crecen la población mundial
y la contaminación urbana, es decir algo tan vago y superficial que, más que un
aporte, resulta un empobrecimiento del pensamiento.
De igual modo el análisis por analogías puede conducir a reduccionismos per-
niciosos —aun cuando se recurra a modelos más sofisticados e interesantes—. Así
sucede cuando se extrapolan leyes válidas en un dominio de fenómenos a otro
dominio, sin hacer los necesarios ajustes y reformulaciones.
Lo que se puede señalar ante estos riesgos es que la analogía debe funcionar
como guía heurística17 para orientar los caminos de búsqueda, contribuyendo así a
reducir el número de opciones abiertas a la hora de rastrear una potencial hipóte-
sis o conjetura. Pero en tanto recurso heurístico, debe usarse y luego abandonarse
para dar paso al modelo o la explicación específica. De modo que, aunque la ana-
logía brinda un punto de partida para buscar una regla propia a partir de una regla
análoga, no constituye de ninguna manera un punto de llegada. Con la analogía
se determinan las condiciones de posibilidad de la hipótesis, pero no la hipótesis
misma (cfr. Samaja, 2003a).
Al respecto resultan sumamente instructivos los siguientes comentarios de
Émile Durkheim, que a un tiempo rescatan el valor y la utilidad de la analogía
señalando también los límites de ésta:
17 De un modo general se puede entender por “heurística” al arte y la ciencia del descubrimiento.
También se puede usar como adjetivo: por ejemplo, se puede hablar de “estrategias heurísticas”
o “reglas heurísticas” o “procedimientos heurísticos”. En todos los casos se refiere a estrategias, reglas o
procedimientos que facilitan o conducen el descubrimiento.
86 PARTE UNO Introducción epistemológica
Lo dice de un modo que converge con las advertencias que en esa dirección
hacía Émile Durkheim:
19 De modo general esta secuencia corresponde con la concebida por Peirce en los siguientes términos:
“La deducción prueba que algo debe ser; la inducción muestra que algo es realmente operativo; la
abducción se limita a sugerir que algo puede ser”, Peirce (citado por Harrowits, 1989: 244). Sin embargo,
lo que le falta es el lugar de la analogía, desde el momento en que a partir de ésta se descubre la
regla. Ya hemos anticipado la discrepancia que tenemos aquí con Peirce —y con la mayoría de sus
continuadores— en términos del lugar diferencial que adjudicamos a la abducción y a la analogía: la
abducción supone la regla, mientras que la analogía la hace posible, es el medio para su descubrimiento.
CAPÍTULO III La lógica de la investigación 91