Rivera Iris - Mitos Y Leyendas de La Argentina
Rivera Iris - Mitos Y Leyendas de La Argentina
Rivera Iris - Mitos Y Leyendas de La Argentina
Mitos y leyendas
de la Argentina
Historias que cuenta nuestro pueblo
Iris Rivera
I l u s t r a c io n e s
de D ie g o M o s c a t o
®Estrada
Coordinadora del Área de Literatura: Laura Giussani
Editoras: Florencia Carrizo y Pilar Muñoz Lascara
Actividades: Silvana Daszuk
Jefe del Departamento de Arte y Diseño: Lucas Frontera Schállibaum
Diagramación: Dinamo
Corrector: Mariano Sanz
Rivera, iris
Mitos y leyendas de la Argentina: historias que cuenta nuestro pueblo / Iris
Rivera ; contribuciones de Silvana Daszuk ; ilustrado por Diego
Moscato. - 3a ed. 6a reimp. - Boulogne : Estrada, 2018 .
128 p .: il. ¡ 19 x 14 cm. - (Azulejos. Naranja ; 20)
ISBN 978-950-01-1661-9
1. Leyendas. 2 . Mitos. I. Silvana Daszuk,. colab. II. Moscato, Diego, ilus. III.
Título.
CDD 398.2
C o l e c c ió n A z u l e j o s - S e r ie N a r a n ja
Lobisón................................................................. 21
La Telesita................... .............................. .. 37
El gauchito G il.................................................... 47
La Viuda............................................................... 57
El Sombrerudo.................................................... 69
La Salamanca........................................................ 81
Santos Vega......................................................... 93
El Pujllay........................................................... 107
Los mitos y las leyendas son relatos de cosas que, según se cree, pa
saron “hace bastante tiempo” . Porque se necesita bastante tiempo
para que algo o alguien se transforme en un mito o una leyenda.
Muchos de esos relatos se originan cuando algún personaje del
pueblo, por circunstancias que le tocaron vivir, se convierte en una
especie de “héroe” o de “ heroína”. La gente del lugar comienza a
sentir admiración por él o ella y, muy pronto, pasa de la admiración
a la devoción, hasta que llega a consagrarlos como “santitos”. Esto
ha ocurrido en nuestro país con la Difunta Correa, la Telesita, el
gauchito Gil...
También, en el decir del pueblo, existen lugares “ legendarios”,
como la Salamanca, y seres que muchos aseguran haber visto o
haber creído ver, como el Pujllay, el Sombrerudo, Santos Vega o la
Viuda.
Lo que se dice de todos ellos, en los mitos y las leyendas que
cuenta la gente, ilumina la realidad de una manera que podemos
llamar “poética”. No son verdades comprobables, pero son relatos
que iluminan con una luz distinta los hechos reales. Y esta manera
de mostrar la realidad tiene que ver con el arte de contar historias.
| El arte de contar historias
Mucho, pero mucho antes de estar en los libros, todos los mitos
y las leyendas populares han estado, están y seguirán estando en
la boca de la gente, en la forma de decir, en la manera de hablar
del pueblo. Y así, de boca en boca, estas historias se han ido trans
mitiendo y haciéndose conocidas mucho antes de que alguien las
pusiera en un libro. Y también mucho después.
Las versiones que van a leer buscan reproducir esas formas
y maneras del lenguaje oral, que son diferentes en cada región del
país. Así, van a notar que el narrador de “ El pujllay” habla como
nacido en Jujuy. En cambio, en la historia del Sombrerudo, la forma
de hablar de los personajes “suena” distinta, y eso se debe a que
son catamarqueños.
En las historias del lobisón y del gauchito Gil, la manera de decir
es correntina. Intenta ser sanjuanina en “La Deolinda”, y santiague-
ña, en “La Telesita” . En cambio, la historia de Santos Vega trata de
reproducir el habla de los paisanos de la pampa bonaerense.
Con ese y otros recursos de escritura, se trata de que ustedes, los
lectores y las lectoras, sientan que, al leer, están “escuchando” la voz
del que cuenta. Ni más ni menos que si estuvieran en una ronda de
fogón y, entre cuento y cuento, los convidaran con un mate.
Ella tenía dieciocho años. Era una flor del valle por
lo simple, por lo fresca, por lo linda. Y amaba tanto
al Baudilio, su marido. El tenía veinte años y un bebé
goloso que mamaba la leche de la Deolinda. El hijo
de los dos.
Hasta que apareció un hombre de apellido Ranca-
gua, un militar con fama de sanguinario. Y le echó el
ojo a esa madrecita que le daba el pecho al hijo y los
amores al marido.
Pero ella ni lo miraba. Por eso a Rancagua le subie
ron por las tripas unos celos negros. Y lo primero que
pensó fue sacar del medio al condenado ese del Baudi
lio. No sería tan difícil. ¿0 para qué tenía sus galones1,
su tropa, sus influencias políticas? Para usarlas. Y las
usó. Le vino bien la guerra civil2, que derramaba sangre
de hermanos en el país por esos tiempos.
1 Distintivos que llevan los militares en la manga de la chaqueta, para indicar el rango.
2 Una guerra civil es aquella en la que se enfrentan los habitantes de un mismo pueblo o
nación.
M í + n r v la v a n / to r rifl la A r r t A n lit if i I 1 ^
Ahora está subiendo por un cerro bajo, pero resulta
altísimo para sus fuerzas flacas7. Ahora llega a la cima y
trastabilla8otra vez. Quiere seguir, pero las piernas se le
ablandan. Cae de costado, protegiendo al hijo. No tiene
fuerzas, pero tiene miedo. Porque el cachorro chupa de
sus pechos, pero ¿hasta cuándo? ,
Ahora se arrastra la Deolinda, que ya no puede más.
Ahora, afiebrada, se vuelve boca arriba. Las grietas de _
sus labios se parten más porque murmura.
Le está pidiendo al Cielo que no se acabe la leche de
sus pechos. Está rogando mientras el sol aprieta y el
desierto sopla. Mientras el hijo chupa y ella cierra los
ojos. Y no los abre nunca más.
7 Escasas, pobres.
8 Tropieza.
9 Personas que conducen el ganado.
10 Lugar de la provincia de San Juan.
11 Aves carroñeras, es decir que se alimentan principalmente de restos de animales muertos.
1 Q I i - ; - x>:.
—¡Ave María!
La entierran allí mismo, en Vaüecito. El bebé se ha
salvado. Ni muerta lo abandonó.
I
pueblo más cercano, a que se lo bautizaran. Le pusieron
el nombre de Benito. Era el que había que ponerle para
quebrar el maleficio.
También había que bautizarlo en seis iglesias más, de
seis pueblos distintos: siete en total. Eso lo sabía de sobra
el padre, pero el gurí4 era apenas nacido y la maldición
recién se cumpliría cuando llegara a mozo.
—Hay tiempo —dijo el padre—. Hay tiempo todavía.
Y le entregó el hijo a la madre. El Benito enseguida
se prendió a la teta como lo hubiera hecho un gurisito
cualquiera.
4 Niño.
renegridas. Uñas largas y duras que ña Casiana cortaba por
las noches y a la mañana estaban largas otra vez. Y curvas.
•••
v lü v a n d a c H e la & r r t fin f in f i I
Fue entonces cuando intentaron ir hacia el norte,
hasta Mburucuyá. Querían que el último bautismo fue
ra en una iglesia grande, con una bendición importan
te. Desde aquel malnacimiento, el padre guardaba en
el pecho un largo sapucay6 para gritarlo el día en que
se quebrara la maldición.
Esta vez los acompañó el Florián, el hermano ma
yor. Había cumplido veintidós y montaba un tordillo
que le prestaron.
Y allá iban los tres, camino a Mburucuyá. El padre,
en el zaino; los hijos, en el tordillo.
Cruzaron montes de talas espinosos, vadearon la
gunas de juncos tupidos, rodearon plantaciones de
tabaco. Y siguieron andando. ’
Cada tanto veían algún carpincho que se metía en
su madriguera. Iban atentos porque estas cuevas son
peligrosas si el caballo llega a hundir la pata ahí.
Sin embargo, resultó que, bordeando los esteros
de Santa Lucía, el zaino viejo del padre metió la pata
nomás en una vizcachera. Y cayó de rodillas el caba
llo, con una quebradura. El padre también tuvo una
9 Grasoso, pegajoso.
10 Con los cabellos revueltos.
I lt *íc T ? i\ / p r a
Cuando Florián reaccionó y fue tras él, tardó muy poco
en perderle el rastro.
•••
•••
5 Bebieron.
6 Aflojar, perder fuerza.
42 I Iris Rivera
sabían cómo hacerla regresar. Todo era armar el baile y
ella volvía. A bailar y bailar hasta la aurora.
Y la gente del pueblo comenzó a hacer eso. Cada tan
to armaban fiesta para volver a verla. Y la volvían a ver.
Pero hubo un día terrible de terrible invierno. Allá
lejos, sobre el monte, se veía la luz de una gran que
mazón7. Todos sabían que la Telesita no tenía casa ni
reparo. Sabían también que tendría frío, que sus pobres
ropitas no la podrían abrigar. Y por eso temieron que
sus pies la llevaran para el lado del calor, ahí donde las
llamas se comían los árboles. Y ¿cómo la iban a buscar,
si el fuego era imparable?
Rápidamente se reunieron bombos, guitarras y violi-
nes para que la música sonara mucho y la atrajera hacia
el pueblo. Para que el incendio no la atrapara. Pero la
Telesita no venía. Y el resplandor era más grande; la
música, más fuerte. Y la Telesita no llegaba. Porque era
cierto que tenía frío y que se fue acercando al incendio.
Y que llegó a un lugar donde, aunque el bosque aún no
ardía, el viento se coló a traición. Hizo crecer una llama
rada en un árbol seco. La llama alcanzó el borde de su
vestidito roto. Y lo incendió.
7 Incendio.
La Telesita corrió como una antorcha humana. Corrió
del fuego y lo llevaba con ella, como antes había lle
vado aquel dolor.
Las llamas bailaron una chacarera ardiente con la Te
lesita. El viento traicionero las hacía bailar.
Así se consumió la casi linda. Como bengalita flaca,
la casi niña. Como estrella fugaz.
•••
8 Sequía.
9 Persona que cumple una promesa piadosa, generalmente en una procesión.
intercaladas con siete vasos de caña que han de to
mar. Y tomando y bailando, esperar a que las velas se
consuman. Después, pedir que venga la Telesita “en
alma y reza baile”10.
Recién entonces salen los demás a la danza. Y empieza
la algarabía11, que sigue y sigue y sigue hasta tocar el alba.
Dicen que la Telesita, que es alma pura y buena, vie
ne a bailar con ellos, invisible, hasta el amanecer.
Y a esa hora, entre la noche que acaba y el día que
comienza, se quema el muñeco. Hay cohetes qué estallan
como las ramas secas del incendio que la consumió.
Y al otro día, o al otro, seguro que la Telesita les man
da toda el agua que ella no tuvo para salvar su vida. Toda
la lluvia que el monte santiagueño nunca, nunca, le deja
de implorar.
M it n c y levenriac He la A rcrentin» 1 4 5
El gauchito Gil
En nuestro país, luego de las luchas por la in
dependencia, hubo una serie de guerras entre dos
bandos políticos: los unitarios y los federales. A los
primeros les decían los “celestes”; a los segundos,
los “rojos”. Como siempre sucede en las guerras, es
tos enfrentamientos entre hermanos fueron también
una excusa para que aparecieran las peores cosas
del corazón humano: la envidia, el odio y el abuso de
poder. En medio de toda esta violencia, se desarrolló
la historia de la vida del gauchito Gil. De eso habla
el relato que van a leer. Y también de por qué hay
tantas personas que piden al gauchito Gil para que
les conceda un milagro.
El gauchito Gil
•••
R n I Trie Pú/Aro
La gente entró a comentar que se habían vuelto ban
doleros. Otros decían que robaban, sí, pero solo a los
ricos y para repartir entre los pobres.
Se hablaban muchas más cosas del gauchito. Que
había curado a este y sanado a aquel, por ejemplo. Y
con solo imponerles las manos. Y que tenía en los ojos
un poder magnético. Y que colgaba de su cuello un
amuleto de San la Muerte5que lo protegía del mal.
Así se iba ganando cierto respeto y hasta cierto te
mor, el gauchito. Hasta que una patrulla lo encontró. Y
no hubo San la Muerte ni magnetismo que le valieran.
—Y vos, ¿por qué desertaste? —le preguntaron.
—Ñandeyara se me ha aparecido en sueños —dijo el
gauchito— Y me ha dicho que no hay que pelear entre
gente de la misma sangre.
¿Ñandeyara? ¿El dios de los guaraníes? El sargento a
cargo no le creyó. Y decidió trasladarlo a Goya para que
lo juzgara un tribunal, a ver si merecía la muerte o no.
Pero, mientras iban de camino, los vecinos del lugar
empezaron a juntar firmas para que el gobernador lo in
dultara6. Pensaban que el gauchito era un buen hombre
5 Culto extendido en las provincias del Noreste. A San la Muerte se le pide por protección y
para que haga volver las cosas perdidas.
6 Le perdonara el castigo que se le había impuesto.
7 Brujería, hechizo.
5 2 í Iris Rivera
Pero, cuando llegués a Mercedes, vas a saber que mi
sangre es inocente. Y va a ser tarde para que me salves.
Pero salvá a tu hijo al menos. Acordate de mi nombre,
invócame. Porque la sangre ¡nocente hace milagros.
Como bien decía el gauchito Gil, el sargento no le
creyó palabra y ordenó a los soldados que dispararan.
Pero dicen que las balas rebotaron en el San la Muerte
y no entraron en el cuerpo del gauchito. Entonces, enar
decido, el sargento desenvainó su cuchillo. Y lo usó.
La sangre del gauchito Gil mojó la tierra. Y allí quedó
colgado el cuerpo, sin sepultura, en tanto la patrulla
recorría el camino que faltaba para llegar a Mercedes.
Al entrar en la ciudad, el sargento recibió a la vez
las dos noticias: el gauchito había sido indultado y su
propio hijo agonizaba.
Sin desmontar, regresó a todo galope al lugar don
de había derramado aquella sangre inocente. Descol
gó el cuerpo llorando, y llorando le dio sepultura. Y
persignándose invocó el nombre del gauchito Gil. Le
pidió perdón y le rogó para que Dios no se llevara la
vida de su hijo.
Dicen que, de regreso a Mercedes, con el alma en
un puño, el sargento encontró al chico milagrosamente
sano. Dicen también que entonces cortó unas ramas de
ñandubay8y formó una cruz que clavó en el lugar exac
to donde la tierra se bebió la sangre del gauchito Gil.
56 | Iris Rivera
La Viuda
En los campos de la llanura bonaerense, lejos de
las luces de las ciudades, la noche se hace oscura y
profunda. Por eso, tai vez, abundan las historias de
aparecidos que andan dando vueltas, a la espera de
reparar un daño para poder descansar en paz. Pero
dicen también que algunos hicieron un pacto con el
diablo y que, por eso, nunca dejan de andar por ahí,
que nunca tendrán descanso ni encontrarán ninguna
paz. De esas almas en pena hay una que se ha hecho
muy famosa. Le dicen “¡a Viuda”. Mejor no quieran
saber lo que les pasa a los paisanos que se arriesgan
a encontrarse con ella cuando vuelven a su casa muy
de noche por quedarse “entretenidos” por ahí.
La Viuda
fin i l r í c P ú ío r n
Rosendo estaba ya con ganas de mandar al otro a
freír tortas.
—A usted no hay cosa que le venga, amigo -dijo—. Si
no sé... porque no sé. Y si sé... porque invento. Págueme
la ginebra y buenas noches.
—iEpa, epa! Se puso nervioso, ahora. Póngale que le
acepto que el gaucho vivió hasta el alba. Y con eso, ¿qué?
—¿Cómo qué? Con el alba, la Viuda desaparece.
—Ah, bueno... ¡Solo eso me faltaba oír!
Don Vargas tiró un billete sobre el mostrador, le dio
la espalda al Rosendo y, cuando llegó a la puerta, soltó
tal carcajada que despertó al borracho de la mesa del
fondo. Rosendo lo maldijo entre dientes, mientras don
Vargas subía a su auto viejo y se iba.
•••
2 Causarles horror.
a deshoras3porque se quedaron por ahí chupando alco
hol y engañando a la mujer.
La Viuda es una esposa muerta, pero no cualquier
esposa. Tiene que ser una que haya muerto de odio y
dolor por traición de su hombre. Y que haya firmado
contrato con el diablo.
Su venganza empieza por el marido, apenas ve que
se va a vivir con la otra. Lo persigue y lo horroriza hasta
que lo enferma. Hasta que la otra lo abandona. Y des
pués se le sigue apareciendo y lo va secando; lo seca a
fuerza de espantarlo. Y queda seco ahí. Seco.
Después se empieza a dedicar a otros infieles, a
los maridos de otras engañadas. Busca a una víctima
y ya no la deja. Porque el contrato con el diablo dice
que la Viuda no se satisface nunca. Que no se acaba
nunca de vengar.
•• •
4 Un poco borracho.
R 4 I l r k R ive ra
Mitos y leyendas de la Arcenf.ina I 65
Si don Vargas hubiera creído en la Viuda, no paraba
el auto. Pero no creía. Cuando pisó el freno, la vieja tras
tabilló y estuvo a punto casi de rodar por la banquina.
Don Vargas se bajó rápidamente, caballeroso, y ape
nas tuvo tiempo de recibirla en brazos cuando ella se
soltó. El ropón5sobre la cara se corrió un poco, pero no
lo bastante.
—Vamos hasta esos eucaliptos —le oyó decir a ella
con una voz más dulce que uva madura.
Era una vozjoven. Don Vargas, al oírla, comenzó a tiritar.
No de frío, no de miedo. Tiritaba. El monte de eucaliptos
estaba ahí, a unos pasos. Caían las primeras gotas cuando
empezó a caminar con ella en brazos. Iba hechizado por
esa voz. Y temblaba sin poder contenerse. No de miedo, no
de frío. Temblaba como las hojas de los eucaliptos.
—Hay un tesoro oculto entre esos árboles... y es para
vos —le oyó decir, melosa, mientras sentía que le rodea
ba el cuello en lo que parecía casi un abrazo. Bajo los
eucaliptos lo abrazó con más ternura.
Con más miel fue ajustando el abrazo. Un poco.
Un poco más. Llovía. El mantón se le fue deslizando y
dejó al descubierto, a la luz de los faros, la cabeza.
f if i I 1ri<; P i v p r a
Don Vargas trató de zafarse. Quiso desviar la vista o
cerrar los ojos. Pero la mano firme de la Viuda lo tomó
del mentón, le levantó la cabeza que él agachaba. Y lo
obligó a mirarla cara a cara. Bien de frente.
v la v o n H a ? rio U A r r r o n fin a I f i 7
El Sombrerudo
En las provincias del Noroeste, las siestas de verano
suelen ser muy calurosas. Y, por eso, la gente acos
tumbra quedarse en ¡as casas descansando. No se ve
a nadie por las calles. Sin embargo, si a algún despre
venido o a algún travieso incurable se le ocurre salir a
esas horas, el calor no será el problema más grave al
que se enfrentará. También deberá cuidarse, y mucho,
de no cruzarse con el Sombrerudo. La que sigue es la
historia de uno que no se cuidó.
El Sombrerudo
1 En este relato, los personajes usan las formas verbales características del habla de la
región: queras, por quieras; andis, por andes;hasquedao, por hasquedado, etcétera.
ni respeto!) me iba a escapar. Y listo. Aunque termi
nara enyesado.
En eso, un silbido. Era el José. Di la vuelta a la casa y
encaré para el fondo, justo para donde no tenía que ir.
Pasé como flecha junto al horno de barro. La tía me
tenía dicho que el Sombrerudo muchas noches las pa
saba ahí. Que ahí vivía. Ni de reojo miré.
Cuando llegué al membrillo, lo trepé como un gato.
Y salté la tapia.
—Chei..., ¿vamos pa’ las quintas? —me habló bajito
el José.
-A la de don Wenceslao -voté yo.
Don Wenceslao era mezquino como él solo. Y tam
bién dormía la siesta. Y no hay como el gustito de la
fruta que nunca te convidan..., ¿no?
Así que allá fuimos, bordeando la acequia2. De machi-
tos, nomás. Porque sabíamos bien que al Sombrerudo
le gusta aparecerse en las acequias. Y más se te aparece
si sos amigo de la fruta ajena.
Mirando para todos lados, íbamos. Y menos mal que
tanto no creíamos.
ÍYo tenía un hambre de higos!
2 Zanja o canal por donde se conduce el agua para el riego o para otros fines.
4 Idiota.
5 Susto súbito e intenso.
M ¡4 -n r v la v A n r lA r fts la A r n a r i f i t i A I 7 5
El José apartaba los pastos. Me puse a hacer lo mis
mo, y del Sombrerudo, ni huellas. iUf! iPero un olor
hediondo6...!
Y el José que grita:
—¡Ahí, ahí!
Ahí había una bosta grande, redonda, amarilla. ¡Bos
ta de Sombrerudo! Disparé como liebre. Quería estar
con la tía Balbina. Hasta dormir la siesta quería.
—Pero si ya se fue... ¡Se ha ido...! Llevémonos los hi
gos, sonso...
De a poco fui aminorando. Hasta que paré. El José
insistía, pero yo no iba a subir al árbol. No.
—Haceme pie, por lo menos —dijo el José.
Temblando como un valiente, empecé a volver. Y le
hice pie. El José trepó y cortaba higos.
Yo los abarajaba. Me metí muchos en los bolsillos.
Todos los que entraron. Los otros los amontoné en el
suelo, para el José.
En eso, siento un chasquido entre los pastos.
¡Chau.J Salí disparando otra vez.
—¡Pero si es un cuis! De acá lo veo... —gritó el José en
la rama y se largó a reír.
•••
I I r í c T?rwi=*rra
Era la tía Balbina, que me había destapado. Estaba
hecha una furia. iUna furia! Pero yo no iba a confesar.
—Andá... ¡Salí de acá, con esa mugre! ¡Andá afuera!
iiAndáü
Adentro, la tía furiosa; afuera, el Sombrerudo. ¿Qué
era peor? No sé, la cosa es que salí al patio de nuevo.
¡Ay...! los higos. Seguían regados al sol.
Los empecé a juntar, desesperado. Vigilaba el horno
y la puerta de la cocina al mismo tiempo. Y eso que
quedan para lados contrarios.
Los higos me hacían bulto en los bolsillos. La tía se
iba a dar cuenta. Entonces se me cruzó una ¡dea. Y me
los empecé a comer.
Mordía y, sin masticar, tragaba. Mordía, tragaba.
Mordía, tragaba...
En eso, me gorgotearon7las tripas. Fuerte. Y otra vez.
Y otra. Mi barriga era un revoltijo. Una olla de nervios y
de higos calientes.
¡Ayyyyy.J ¡Qué dolor! Hasta del Sombrerudo me olvidé.
Hasta de la tía. Y no alcancé a llegar al baño. No. No llegué.
Lo que sí llegó a todos los rincones de Catamarca fue
el aroma de mi mal momento.
7 Produjeron un ruido parecido al que hace un líquido al moverse dentro de una cavidad.
80 I Iris Rivera
La Salamanca
En muchos lugares de la Argentina, se escucha
hablar de la Salamanca. Hasta existen muchas can
ciones folclóricas que mencionan su existencia. Di
cen por ahí que la Salamanca es la cueva del diablo,
donde bailan los brujos junto con las alimañas y con
las almas de los condenados. Muchos son los que
quieren ir a la Salamanca, porque parece que ahí se
puede conseguir que el Malo le dé a uno las mayores
destrezas en el canto, en el arte de la palabra, en la
jineteada o en lo que sea. Claro que la cosa no es
fácil. Pocos saben cómo llegar, y menos aún son los
que conocen el modo de entrar. Además, si uno en
tra, parece que debe atravesar pruebas muy difíciles
y, finalmente, pagar un precio muy alto, como dicen
que le pasó al gaucho Santos...
La Salamanca
•••
R 4- I 1ri<; U iv p ra
Muchos días habrá tardado en llegar hasta ese valle
rodeado de montañas, que de seguro el viejo le había
nombrado. Yo también se lo podía haber dicho. A ver
si se piensan que el viejo era el único.
El caso es que habrá llegado. Y en el río que cruza el
valle habrá dejado que el caballo apagara la sed. Él tam
bién. La sed de su lengua apagó, isi lo sabré yo! Pero no
la del corazón.
El Santos vuelve a montar; es como si lo viera. Trepa
la falda del monte y, a medida que sube, el canto de
los pájaros se va volviendo gemido. Lo mismo me pasó
a mí. A cada movimiento, los cascos del caballo espan
tan alimañas. A ver si se piensan que el Santos es el
único que entró en la Salamanca.
Al llegar a lo alto, ahí donde el soí se gasta las últi
mas luces, es como si lo viera al Santos darle rienda
a su flete hacia la quebrada y, cuando ya el sendero
se angosta tanto que no se avanza más, tropieza con
aquella piedra roja, grande, un poco anaranjada. Esa
que a mí también se me cruzó.
Lo veo de pie junto al caballo. Asegurando la guitarra
a la montura. Y el flete relincha, bufa, desprende con
un casco la tierra seca. Pero ya el Santos ni le presta
atención. Lo estoy oyendo pronunciar la palabra que de
seguro le sopló el viejo.
Y entonces es cuando la entrada se deja ver. Veo al
caballo, las crines de punta, que da un corcovo4y dispa
ra al galope. Y lo veo al Santos entrar en la cueva, en la
Salamanca. Lo mismo que antes había entrado yo.
9 El diablo.
10 Elemento químico; su olor desagradable suele asociarse con el diablo.
11 Retrocedo.
Y, con un gesto, abre una grieta honda en el fondo de
la Salamanca. De ahí aparecen monstruos que ni nom
bre tienen. Le cortan el paso al Santos. Viene una luz de
la hendidura12. Y me la juego que el Santos se le anima.
El viejo me ha contado que en ese momento es cuan
do Mandinga tira un cuchillo. Y que el cuchillo cae de
filo sobre la grieta. Y que Mandinga dice:
-¿SERÁS CAPAZ DE CRUZAR ESTE PUENTE?
Y es como si lo viera al Santos, con la frente alta. Ni
pestañea. Los monstruos se le apartan. Apoya un pie
desnudo sobre el filo del cuchillo. Después, el otro. Está
cruzando. Chorrea sangre. Ni se queja. Mira abajo. Ve el
crucifijo. Y entonces oigo que Mandinga grita:
- i ESCUPI LO!
•••
12 Rajadura.
13 Ejército; conjunto de seguidores de un líder.
92 | Iris Rivera
Santos Vega
¿Qué habrá sido del gaucho Santos, luego de que
firmó su pacto con el demonio? Cuenta la leyenda
que se convirtió en un cantor extraordinario, como
había sido su sueño. Su apellido era Vega, y tan fa
moso se hizo, que su mito inspiró a muchos escri
tores. En 1948, cuando se inauguró su monumento
en los pagos del Tuyú, provincia de Buenos Aires, se
leyeron las siguientes palabras: “La existencia de San
tos Vega demuestra que nuestra tierra no solo fue
de gauchos, de campesinos y de guerreros, sino de
poetas y de cantores, herederos de los sentimientos
de la vieja España, que transmitieron a las generacio
nes futuras el gusto de las cosas bellas, la inspiración
de nuestros campos y el amor a la libertad”. Claro
que también se cuenta que el gaucho tuvo un final
de esos que suelen tener los que hacen pactos con
Mandinga...
Santos Vega
•••
•••
96 I Iris Rivera
la roca viva4. Lo acompaña el estruendo del aquelarre.
El humo y las neblinas del infierno lo chupan hacia
arriba. Y él trepa, trepa. Hasta que pone una mano en
el borde del precipicio. Y una rodilla. Alza el cuerpo y,
de un salto, se levanta. El chivo de crenchas sucias,
que antes lo había arrojado a ese pozo sin fondo, aho
ra le lame la sangre como perro mansito.
Y Santos Vega avanza hacia la salida. Desde sus cue
vas y nidos, decenas de arañas lo ven pasar. Reptiles
verdes con garras y colmillos también lo miran. Ningu
no lo molesta. Los ojos de las serpientes no amenazan.
Nada de lo que hicieron antes para trabarle el paso se
lo impide ahora. Y pronto Santos Vega llega al laberinto
por el que antes ha entrado y ahora espera salir.
Apenas pone un pie en el primer pasillo, suena un
arpa a sus espaldas, y un basilisco se le adelanta para
mostrarle el camino. Son los mismos indicios de cuan
do entró. Ahora lo guían para salir. El gaucho sigue al
basilisco, avanza por las galerías. El sonido del arpa es
cada vez más débil. Es que se aleja de las honduras del
infierno, se va acercando a la superficie. Cuando la luz
del amanecer entra en la cueva, sabe que ha llegado.
•••
5 Cantor que improvisa sobre temas variados, acompañándose con la guitarra, generalmen
te en competencia con otro.
6 Rápidamente.
7 Dichosa, feliz.
•••
8 Competencia deportiva con pelota, en la que los jugadores están montados sobre caballos.
9 Raíz gruesa que queda al arrancar una planta,
1 Montículo de piedras, a manera de altar, que se hace en honor a la Pachamama (Ja Madre
Tierra), en el noroeste argentino, en el Perú y Bolivia.
Fiesta de fa Quebrada,
carnaoafito para cantar...
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3 Faldas cortas.
5 Borrachos,
6 Día en el que termina el carnaval.
7 Instrumentos de percusión.
8 Divinidad quechua que representa a la Madre Tierra.
La D eounda
Lobisón
U T elesita
L a V iuda
E l S om brerudo
S antos V ega
E l P ujllay
La Deolinda
Escriban un reportaje.
Imaginen que son periodistas y entrevistan a los arrieros que en
contraron el cuerpo de la Deolinda en el desierto. Piensen qué pre
guntas les harían y cómo las contestarían ellos. Escriban el diálogo
en forma de entrevista periodística. Pónganle un título y hagan una
breve introducción.
L obisón
Redacten instrucciones.
Encontrarse con un lobisón a medianoche es algo poco recomen
dable. Por suerte, hay una serie de cosas que puede hacerse para
espantar a la criatura. Escriban “Instrucciones para evitar inconve
nientes con los lobisones”. Dividan las instrucciones en dos partes:
• Cosas que conviene hacer para mantener a los lobisones lejos.
• Cosas que uno tiene que hacer cuando se encuentra cara a cara
con un lobisón.
Ia T e le sita
Escriban un retrato.
Et retrato es la descripción de una persona, en la que se presentan
sus características físicas y también se habla de su comportamiento
y su manera de ser. Relean el cuento y tomen nota de toda la in
formación que les sirva para hacer un retrato de la Telesita. Luego,
escriban el retrato.
La viuda
El sombrerudo
S antos V ega
E l P ujllay
Inventen un disfraz.
Los que participan en los desfiles de carnaval suelen ponerse disfra
ces vistosos. Elijan el personaje que les gustaría encarnar en un des
file de carnaval y describan el disfraz que usarían para caracterizar
lo. Si quieren, además, pueden dibujar el disfraz que imaginaron.
Ciencias S ociales
1. Ubiquen en el mapa.
En un mapa de la Argentina, pinten con distintos colores las provin
cias que aparecen nombradas en los mitos y leyendas leídos.
M úsica
3. Investiguen.
En un diccionario o en una enciclopedia busquen información acer
ca de los instrumentos musicales que se mencionan en “El Pujllay”.
Si es posible, traten de ver fotografías y de escuchar los sonidos
que producen.