Primera Tópica Silvia Tubert
Primera Tópica Silvia Tubert
Primera Tópica Silvia Tubert
Silvia Tubert
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Este texto forma parte del libro Sigmund Freud de la Dra. Silvia Tubert. Madrid: Editorial EDAF
Ensayo. 2000.
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Una exposición metapsicológica consiste en la descripción de un proceso
psíquico conforme a sus relaciones no solo tópicas sino también dinámicas y
económicas.
Desde una perspectiva descriptiva, el término inconsciente se refiere al conjunto
de contenidos que no se encuentran presentes en el campo actual de la
consciencia; en este sentido, no se establece una distinción entre inconsciente
y preconsciente. La diferencia se pone de manifiesto cuando los consideramos
como sistemas: mientras las representaciones inconscientes no pueden acceder
de ningún modo a la consciencia, las ideas y recuerdos preconscientes pueden
actualizarse más fácilmente. En otras palabras, las primeras son inconscientes
de manera permanente; los segundos lo son solo temporalmente.
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El sistema preconsciente se encuentra situado entre el inconsciente y la
conciencia; está separado del primero por una censura severa que impide que
las representaciones inconscientes se abran paso hacia el preconsciente y la
conciencia. Por ello, lo inconsciente como tal es incognocible; solo podemos
saber algo de el a partir de sus derivados o formaciones, que irrumpen en
nuestras palabras o actos de una manera ajena a las intenciones del Yo (en
términos de Jackes Lacan, es el Otro que habla en nosotros). En el otro
extremo existe también una censura, pero de carácter permeable que controla
el acceso a la consciencia y a la motricidad voluntaria. Este acceso puede
producirse en algunas condiciones, como cierto grado de intensidad de las
representaciones preconscientes o determinada distribución de la tensión. De
este modo, la consciencia es una cualidad o estado momentáneo que alcanzan
algunas representaciones, pero no es, hablando con propiedad, un sistema. Es
decir, no tenemos tres modalidades de funcionamiento psíquico, sino solo
dos: la inconsciente y la preconsciente; a esta última se le añade,
circunstancialmente la consciencia.
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transacción entre dos fuerzas opuestas (la reprimida y la represora): se
produce un retorno de lo reprimido, pero de una manera disfrazada, lo que da
cuenta de la intervención de ambas.
Una explicación económica es aquella que toma en consideración las cargas de
energía que circulan en el aparato psíquico; no tenemos ideas o pensamientos
de carácter neutral: tanto el trabajo clínico como la experiencia cotidiana
revelan que las representaciones psíquicas están siempre cargadas de afectos
de diferentes intensidades. Es lo que sucede cuando un neurótico obsesivo
por ejemplo se siente obligado a realizar algún comportamiento ritual (como
lavarse las manos continuamente, contar las baldosas, etc.) que su propia
razón rechaza; es frecuente que enuncie: “no tiene sentido hacerlo pero no
puedo evitarlo, es más fuerte que yo”. En este sentido, el conflicto psíquico
supone que las diferentes fuerzas que luchan entre sí están dotadas de energía
y su resolución dependerá de la intensidad relativa de esas fuerzas.
Freud postula la noción de energía solo como aquello que da cuenta de ciertos
efectos observados en la clínica, como las transformaciones del deseo sexual
en lo que respecta a su objeto, su fin o su fuente de excitación, o la
producción de síntomas que se acompaña del empobrecimiento de otras
actividades del sujeto. Así como las ciencias físicas no se pronuncian sobre la
naturaleza última de las magnitudes cuyas variaciones, equivalencias y
transformaciones estudian, sino que se contentan con definirlas por sus
efectos, las fuerzas de las que habla el psiconanálisis aluden a aquello que
produce cierto trabajo mental o que hace posible el funcionamiento del
aparato psíquico.
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las excitaciones o cantidades de energía originadas en los estímulos, y un
extremo motriz por donde se descargar la energía recibida mediante un
movimiento corporal de respuesta. Entre ambos se sitúan los centros
nerviosos de la médula espinal o del cerebro, encargados de recibir la energía y
transformarla en una acción, con el consiguiente efecto de reducir la tensión
generada por el estímulo.
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queda transformada en el sueño en aquella imagen sensorial en la que se había
originado.
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habrá de subrayar el carácter cualitativo del placer y la imposibilidad de
equiparar el displacer con aumento de la tensión y el placer con su
disminución, en la medida en que las relaciones son más complejas; así, por
ejemplo, existen tensiones placenteras. Aunque al comienzo lo denominó
principio del displacer, por cuanto su motivación es la de evitar el displacer actual
y no la de procurar un placer futuro, Freud suele hablar, en diferentes textos,
de principio del placer. Su empleo de este concepto, no obstante, presenta cierta
ambigüedad: en algunos casos lo identifica con el principio de inercia
(tendencia a reducir absolutamente la tensión), en cuyo caso no cuestiona
nunca su carácter fundamental y último; en otros lo asimila al principio de
constancia (tendencia a mantener un nivel constante de tensión), en cuyo caso
se plantea la existencia de principios o fuerzas pulsionales que van más allá del
principio del placer, como veremos al considerar la noción del pulsión de
muerte.
Sin embargo, hay algo que viene a obstaculizar este sencillo modo de
funcionamiento: las grandes necesidad vitales no pueden satisfacerse mediante
una descarga motriz; por mucho que el bebé hambriento grite y patalee, no
logra modificar su situación. El ser humano nace en un estado de inmadurez
biológica; en comparación con la mayoría de los animales, su vida intrauterina
es más breve y pasa por un periodo más prolongado de desamparo o
indefensión (Hilflosigkeit: desamparo) ante los peligros del mundo exterior.
Esto hace que tenga más peso la influencia del mundo exterior y determina
una dependencia intensa y prolongada con respecto a la madre (o al sustituto
materno), cuyo valor para la vida del lactante aumenta en forma proporcional.
Esta onmipotencia de la madre es un factor decisivo para la organización del
sujeto psíquico, que no se produce de una manera espontánea o autónoma,
sino que habrá de constituirse en la relación con el otro, y da lugar al anhelo de
ser amado, que acompaña al ser humano a lo largo de toda su existencia.
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El bebé es incapaz, entonces, de realizar la acción específica, es decir, la actividad
necesaria para lograr la resolución de la tensión interna creada por la
necesidad. Si bien su organismo está dotado de algunos reflejos
incondicionados innatos (succión, deglución, por ejemplo), es imprescindible
una intervención externa adecuada: la madre le aporta el alimento
proporcionándole así una experiencia de satisfacción, que suprime la excitación
interna e incluye la percepción del objeto adecuado para lograrla. A partir de
este momento, la huella mnémica de la excitación derivada de la necesidad
queda asociada con la imagen de ese objeto, de modo que cuando vuelva a
presentarse la necesidad surgirá también un impulso psíquico tendente a
reproducir la situación de la primera satisfacción. Para ello, habrá de orientarse
hacia la imagen mnémica del objeto: esta corriente, que parte del displacer y
tienda al placer este impulso a reconstruir la experiencia de satisfacción no es
otra cosa que el deseo.
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pensamiento. En otros términos, se torna necesario realizar un examen de realidad,
sustituir la tendencia originaria a la descargar inmediata por el camino más
corto posible, por un rodeo, cuya necesidad ha sido demostrada por la
experiencia, para lograr la realización del deseo. De este modo el deseo, la
única fuerza capaz de incitar al trabajo a nuestro aparato psíquico, es también
la fuente del pensamiento: un rodeo que se interesa en las vías asociativas entre
las representaciones, en función de las huellas mnémicas que ha dejado la
experiencia vivida, sin dejarse engañar por su intensidad.
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designa lo que está presente en el espíritu, lo que “se representa”, lo que forma el contenido
concreto de un acto se pensamiento, en particular, la reproducción de una percepción
anterior.
Sin embargo, Freud utiliza este concepto de una manera original. Ante todo,
establece una diferenciación teórica entre las representaciones y la magnitud o
quantum de afecto o energía psíquica que las invista o las ocupa (Besetzung, que se
ha traducido como cargo investimiento, significa literalmente ocupación). En el
fundamento de la represión se encuentra, precisamente, una separación de la
representación y el afecto, que tendrán entonces diferentes destinos: lo que se
reprime, en sentido estricto, es la representación, pues se inhibe o se coarta el
afecto de modo que este no llega a desarrollarse -si llegara a hacerlo, ya no
podría ser reprimido, puesto que se lo experimentaría efectivamente. Hemos
visto, por ejemplo que en el caso del síntoma histérico el afecto se convierte en
energía somática, al pasar una zona o actividad corporal pasa a simbolizar la
representación reprimida. El proceso es diferente en la neurosis obsesiva: el
afecto se desplaza, desde la representación patógena asociada al
acontecimiento traumático, hacía otra representación, que el sujeto considera
anodina, pero que, sin embargo, no deja de acosarlo.
Por otra parte, Freud habla con frecuencia de representaciones inconsciente, lo que
parece paradójico a menos que consideremos que su empleo del término
representación no concede tanta importancia a la acepción, prevalente en la
filosofía clásica, de representarse subjetivamente un objeto, sino que se centra
en la inscripción de las huellas del objeto en los sistemas mnémicos. La
memoria, en efecto, no es un mero almacén de imágenes, sino que el recuerdo
se inscribe en diferentes series asociativas, en función de sus diversos aspectos
(asociaciones por simultaneidad, contigüidad, contraste, etc.); las huellas
mnémicas no son impresiones semejantes al objeto, sino caminos asociativos
facilitados por la experiencia, en cierto modo, signos coordinados con otros
signos. Desde esta perspectiva, Lacan aproximó la representación freudiana a la
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noción lingüística de significante. Sin embargo, mientras la huella mnémica no
es más que la inscripción de un acontecimiento, la representación viene a
investir a reavivar esa huella.
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consecuencia, el preconsciente es el dominio de lo que es potencialmente
consciente y solo lo es aquello que se puede decir.
BIBLIOGRAFÍA
1.1. En alemán:
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S. Fischer Verlag, 1968.
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1.2. En castellano:
Obras completas (3 vols.), traducción de Luis López Ballesteros, Madrid, Biblioteca Nueva, 1981. La
primera edición (17 vols.) prolongada por José Ortega y Gasset, se publicó entre 1922 y 1934, es
decir simultáneamente a la edición de los Gesamnelte Schriften. En castellano contó con la primera
edición de las obras completas de Freud en otra lengua que la alemana.
Obras completas (22 vols.), traducción de Ludovico Rosenthal, que incluyó los escritos de Freud
omitodos en las ediciones alemanas e inglesas; ahora la edición castellana es incluso más completa
que la original, Buenos Aires, Santiago Rueda, 1952-56.
Obras completas (24 vols.), traducción de José Luis Etcheverry; contiene los comentarios y notas de
James Strachey en la edición inglesa. Buenos Aires, Amorrortu, 1978-79.
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