Antro Norte Mexico Libro 2021

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Arqueología en el norte de México: Un cambio de chip

Chapter · June 2021

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Emiliano Gallaga
Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH)
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ANTROPOLOGÍA
DEL NORTE DE MÉXICO

Maximino Matus
Miguel Olmos Aguilera
(coordinadores )
Este libro es producto
de un amplio diálogo iniciado por Y EL SUROESTE DE LOS
ESTADOS UNIDOS
la Sociedad Mexicana de Antropología (SMA)
Miguel Olmos Aguilera fundada en 1937, conformada por prominentes Maximino Matus
antropólogos de las diversas subdisciplinas antropo-
Doctor en Etnología por la École des lógicas: arqueología, historia, etnohistoria, antropología ENTRECRUCE DE CAMINOS Doctor en sociología por la Universidad
Hautes Études en Sciences Sociales. de Wageningen (Holanda). Pertenece
Investigador de El Colef desde 1998.
social, etnología, antropología física y lingüística. Entre sus Y DERROTEROS DISCIPLINARIOS al Sistema Nacional de Investigadores
Miembro del  SNI, nivel  II. Entre sus fundadores destacan: Alfonso Caso, Rafael García Granados, (SNI), nivel  I. Desde 2015 es catedráti-

ANTROPOLOGÍA DEL NORTE DE MÉXICO Y EL SUROESTE DE LOS ESTADOS UNIDOS


libros destacan, El Chivo Encantado: La Wigberto Jiménez Moreno, Paul Kirchhoff, Miguel Othón de co Conacyt adscrito al Departamento
estética del arte indígena en el noroeste de Mendizábal y Daniel Rubín de la Borbolla, entre otros. Desde su de Estudios Sociales de El Colegio de
México (El Colef-Forca, 2011), Memoria fundación, la SMA ha impulsado encuentros bajo el formato de la Frontera Norte (El Colef ). Sus inves-
Vulnerable: El Patrimonio Cultural en mesas redondas, donde se han discutido los avances de la ciencia tigaciones más recientes se enfocan en
contextos de frontera  (ENAH-El Colef, los laboratorios como espacios de in-
antropológica en el país a partir de un tema común analizado
2011) y Etnomusicología y globalización: novación y diseño sociocultural y se ha
Dinámicas cosmopolitas de la música
críticamente bajo la mirada de sus diversas disciplinas. En este especializado en estudios relacionados
popular (El Colef, 2020). esquema se han suscitado dos encuentros que han discutido con las comunidades transnacionales, el
temas relativos al norte de México y el suroeste de Estados acceso, uso y apropiamiento de las TICS,
[email protected] Unidos: la III Mesa, celebrada en la Ciudad de México y la tecno-antropología.

Entrecruce de caminos y derroteros disciplinarios


en el verano de 1943, y la XXXI Mesa, celebrada en
[email protected]
Ensenada Baja California en 2017.

Maximino Matus
www.colef.mx Miguel Olmos Aguilera
libreria.colef.mx
(coordinadores)
Antropología
del norte de México
y el suroeste de los
Estados Unidos
Entrecruce de caminos
y derroteros disciplinarios
A Raquel Padilla,
in memoriam
Antropología
del norte de México
y el suroeste de los
Estados Unidos
Entrecruce de caminos
y derroteros disciplinarios
Maximino Matus
Miguel Olmos Aguilera
(coordinadores)
Antropología del norte de México y el suroeste de los Estados Unidos :
entrecruce de caminos y derroteros disciplinarios / Maximino Matus
Ruiz, Miguel Olmos Aguilera, coordinadores. — Tijuana : El Colegio de
la Frontera Norte, 2021.
     7.6 MB (358 p.)

      ISBN: 978-607-479-384-0

1. Antropología — Norte de México. 2. Suroeste de  los Estados Unidos —


Antropología.  I. Matus Ruiz, Maximino. II. Olmos Aguilera, Miguel.

GN 560 .M6 A5 2021

Esta publicación fue sometida a un proceso de dictaminación doble ciego por


pares académicos externos a El Colef, de acuerdo con las normas editoriales
vigentes en esta institución.

Primera edición, 20 de mayo de 2021

D. R. © 2021 El Colegio de la Frontera Norte, A. C.


Carretera escénica Tijuana-Ensenada km 18.5
San Antonio del Mar, 22560
Tijuana, Baja California, México
www.colef.mx

ISBN: 978-607-479-384-0

Coordinación editorial: Érika Moreno Páez


Corrección y formación: Rosario Arias/Ediciones Marari
Lectura de control: Estefanía Amaro López
Última lectura: Irene Sanz Cerezo
Diseño de cubierta: Lucero Cárdenas Prado
Imagen de portada: "Cráneo" Cueva de la Candelaria Coahuila. Archivo
digitalizado de las Colecciones Arqueológicas del Museo Nacional de
Antropología Secretaría de Cultura. INAH - MNA - CA NON - MEX .
Reproducción autorizada por el INAH.

Hecho en México/Made in Mexico


Índice

Miradas antropológicas al norte de México y el suroeste


de Estados Unidos 9
Maximino Matus y Miguel Olmos

LINGÜÍSTICA EN EL NORTE DE MÉXICO


Y EL SUR DE ESTADOS UNIDOS

El estudio de la relación entre lengua, cultura y sociedad


en el norte de México 41
José Luis Moctezuma Zamarrón
Enredos fronterizos: Las lenguas nativas de Baja California 61
Ana Daniela Leyva
El movimiento del lenguaje. Los idiomas vivos,
moribundos y moribundos revitalizados 75
Paula L. Meyer

ARQUEOLOGÍA Y ANTROPOLOGÍA FÍSICA EN EL NORTE


DE MÉXICO Y EL SUR DE ESTADOS UNIDOS

Puerta septentrional de Baja California: Reconociendo


la arqueología de sus migrantes 99
Antonio Porcayo Michelini
La arqueología norteña: De espacios fluidos
a procesos posglobales 115
César Villalobos Acosta
Arqueología en el norte de México: Un cambio de chip 127
Emiliano Gallaga Murrieta
La antropología física del desierto: Los retos
del siglo XXI 143
Patricia Olga Hernández Espinoza

HISTORIA Y ANTROPOLOGÍA HISTÓRICA EN EL NORTE


DE MÉXICO Y EL SUR DE ESTADOS UNIDOS

El transnacionalismo de la diáspora yaqui 165


Raquel Padilla Ramos
Esos espacios que hacen frontera: La larga traza de una
frontera colonial 177
Cecilia Sheridan
Legados de raza y conquista en la formación de la
frontera México-Estados Unidos 193
Olivia T. Ruiz Marrujo
Unos bocaditos de las hegemonías de lenguajes y sus
descontentos desde 1540 al presente en la región
transfronteriza del suroeste de Norteamérica 221
Carlos G. Vélez-Ibáñez

ANTROPOLOGÍA Y ETNOLOGÍA EN EL NORTE


DE MÉXICO Y EL SUR DE ESTADOS UNIDOS

Cambios y permanencias en la etnomusicología y en las


músicas del noroeste de México 251
Miguel Olmos Aguilera
Investigación en antropología médica desde la frontera
norte: Fluidez ante problemáticas cambiantes 281
Christine Alysse Von Glascoe
La ciudad transnacional. Desplazamientos en el
proceso de urbanización planetaria 297
Federico Besserer
Conclusiones generales 337
Maximino Matus y Miguel Olmos
ACERCA DE LOS AUTORES 347
Miradas antropológicas al norte de México y el
suroeste de Estados Unidos
Maximino Matus y Miguel Olmos

En el año 5-Caña
Vinieron a acercarse los chichimecas:
Vivían como flechadores (cazadores),
No tenían casas,
No tenían tierras,
Su vestido no eran capas tejidas,
Solamente pieles de animal era su vestido,
Y con yerba también lo hacían.
Sus hijos sólo en redecillas,
En «huacales» se criaban.
Comían tunas grandes,
Grandes cactus, maíz silvestre,
Tunas agrias.

(León Portilla, 1967, fol. v.)

Introducción

El epígrafe antes presentado sintetiza las múltiples evidencias sobre la


visión que tenían los grupos indígenas asentados en la zona lacustre
del altiplano mesoamericano respecto a los chichimecas; los prime-
ros se concebían a sí mismos como civilizados, en buena medida
gracias a su capacidad de cultivar y alimentar a su pueblo, así como
por su producción artesanal y artística. En cambio, los segundos
eran vistos como grupos de bárbaros nómadas que no habían lo-
grado desarrollar las técnicas más elementales de cultivo, vestían
de forma precaria y se alimentaban de productos no procesados.

[9]
Maximino Matus / Miguel Olmos

Aunque los chichimecas comandados por Xólotl fueron sujetos de


un acelerado proceso de aculturación en su contacto con los tol-
tecas (León-Portilla, 1967), la oposición entre los grupos civiliza-
dos de Mesoamérica y los otros chichimecas fue reconstruida una
y otra vez por los toltecas y los primeros grupos de chichimecas
que se asentaron en el altiplano central. Después, dicha oposición
fue reproducida por los expedicionarios y encomenderos españo-
les, retomada por representantes de los gobiernos centralistas del
México independiente y avalada por algunos antropólogos moder-
nos del siglo XX; los chichimecas del norte de México fueron aso-
ciados a un horizonte civilizatorio diferente, con una organización
social particular y una cultura idiosincrática que, en el mejor de los
casos, había retomado por contacto algunas prácticas de la civiliza-
ción mesoamericana. El otro chichimeca se construyó históricamente
como un otro tan distante que, incluso, el establecimiento de sus fron-
teras territoriales y el nombre del espacio vivido por sus habitantes
ha sido menguante: Aridoamérica, el Southwest, La Gran chichimeca,
Oasis América, son sólo algunas de las denominaciones que han inten-
tado aprender este vasto territorio; cada una respondiendo a intereses
políticos y académicos particulares.
Pese a que la denominación chichimeca aparece en la historia
mesoamericana como un genérico para designar a todos los que
venían del norte e, incluso, era posible pensar el norte y lo chi-
chimeca como sinónimos, en particular el noroeste de lo que hoy
llamamos México y el oeste del actual territorio de los Estados
Unidos, las evocaciones sobre lo chichimeca y lo norteño no se
generaron de un día para otro. El imaginario que recubre la región
septentrional del país ha sido construido a lo largo de la historia
a partir de lo que las culturas del centro mesoamericano ima-
ginaban sobre el norte, más aún porque desde el centro mexica
se escribía la historia de la hegemonía macrorregional a través de
los tlacuilos mexicas, y se generaba y difundía la mitología sobre
el carácter diferente y desconocido de lo chichimeca. Revisando
las referencias sobre el norte de México en la obra de los primeros

10
Miradas antropológicas al norte de México y el suroeste de Estados Unidos

cronistas como fray Bernardino de Sahagún, se descubre que tal


como lo señalaron, primero Armillas (1969) y después (Braniff,
2001): «el lugar de las rocas secas [...] es un lugar de mucha hambre,
de mucha lamentación y de mucha muerte» (p. 7). El norte como
evocación de lugar desolado no fue una representación colectiva de
reciente creación, sino que se trata de una construcción ideológica
muy antigua. En este espacio no es necesario realizar la genealogía
de dicha construcción, para lo cual se remite a Olmos (2018).
Este capítulo introductorio se encuentra dividido en tres secciones:

1) La primera presenta un recuento de algunas categorías con las


que se ha intentado aprehender la complejidad social y cultu-
ral, bajo una lente multifocal e interdisciplinaria, del amplio
territorio que se extiende entre el norte de México y el suroeste
de Estados Unidos; Aridoamérica, el Southwest y La Gran
Chichimeca.1
2) La segunda reflexiona sobre el estado actual de los estudios
antropológicos que han tenido por objeto el análisis de los fe-
nómenos relacionados con la diversidad física, arqueológica,
lingüística, social y cultural de los grupos humanos asentados
en dicha área cultural, social y geográfica.
3) La tercera y última sección presentan las discusiones centrales
de la obra que nos convocan y los capítulos que las conforman.

La polisemia de un área geográfica indómita

Al igual que el imaginario septentrional, el territorio al norte de


Mesoamérica ha tenido diversas denominaciones tanto en términos

1 
Si bien la multidisciplina antropológica integra diferentes especialidades y
disciplinas, su articulación es perfectamente interdisciplinar. Quizá la inves-
tigación realizada desde otras ramas del conocimiento –como la historia, la
física o la medicina– contraste en la antropología pese a reconocer diferencias
entre la etnohistoria, la antropología física o la etnología, donde a menudo
existen enlaces entre éstas y otras disciplinas de las ciencias antropológicas.

11
Maximino Matus / Miguel Olmos

políticos como antropológicos. El término de Aridoamérica fue


inicialmente propuesto hacia 1943, año en que se llevó a cabo la
Tercera Reunión de la Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de
Antropología (SMA). Hacia ese entonces también se propuso ampliar
el término Southwest, empleado primordialmente por la academia
estadounidense, por algo más extensivo, agregándole el pronombre
The American o el adjetivo Greater a Southwest; sin embargo, nin-
guno de los intentos fue fructífero, ya que los términos propuestos no
generaron consenso entre los antropólogos asistentes.
El encuentro tuvo lugar en el Museo Nacional de Historia,
Castillo de Chapultepec, en la Ciudad de México. La mesa
redonda llevó por título «El norte de México y las relaciones
entre las culturas de América Media y las del sureste y suroeste
de Estados Unidos». En dicha mesa de la SMA , el etnólogo Paul
Kirchhoff resumió en 14 puntos la discusión desarrollada en el
eje temático que se intituló «El norte de México». A continuación
se retoman los puntos cinco y ocho porque se consideran centrales
del argumento que se presenta:

5) Nuevas investigaciones basadas en la Matrícula de Tributos


y otros documentos permiten fijar con más precisión la frontera
del Imperio Mexicano con los pueblos primitivos del Norte de
México. (El Norte de México…, 1943, pp. 7-8).
8) Se ha podido establecer la unidad básica de la cultura de los
pueblos nómadas del Norte de México, constituyendo un área
cultural […] (El Norte de México…, 1943, p. 8).

Como se observa en el punto ocho, en éste se presenta ya


la idea del norte de México como un área cultural con unidad
básica –partiendo de una perspectiva difusionista de la cultura–.
En tanto que el punto cinco señala la existencia de una frontera
que distingue al civilizado Imperio mexicano de los pueblos pri-
mitivos del norte de México.
Por su parte, el arqueólogo Emil Haury fue el encargado de
resumir las discusiones de la sección «Dealing with Mesoamerica

12
Miradas antropológicas al norte de México y el suroeste de Estados Unidos

and the Southwest». Al respecto se retoman dos ideas considera-


das centrales:

1) Se avanzó una propuesta que extiende el presente suroeste para


incluir el área de los pueblos cazadores del norte de México y los
pueblos campesinos de la Sierra sur hasta los cora, los huicholes y
los pueblos costeros tan al sur como el norte de Sinaloa […]
2) Se propuso el nombre América del Norte, pero las alternati-
vas ofrecidas en las discusiones incluyeron el Suroeste de Estados
Unidos y el Gran Suroeste, pero ninguna fue generalmente acep-
table. Los límites norte de dicha área incluirán la región de la
Cuenca y la parte sur de las Californias. La región expresa con-
ceptos de tiempo, así como conceptos de área y también se puede
fraccionar en subdivisiones regionales y temporales de datos
arqueológicos (El Norte de México…, 1943, pp. 10-11 [traduc-
ción propia]).

Del primer punto destacado por Emil W. Haury como resul-


tado de las discusiones, llama la atención la pretensión de algunos
colegas por extender el alcance del concepto del Southwest estadou-
nidense para abarcar a los grupos coras y huicholes, cuya presencia
se extendía hasta el norte de Sinaloa. Al respecto, es importante
señalar que el Southwest nace originalmente como una catego-
ría aplicable a los pueblos históricos y prehistóricos de Arizona y
Nuevo México (Kirchhoff, 1954).
Del segundo punto destaca que se presentan por primera vez
los conceptos de Arid North America, The American Southwest y
el Greater Southwest, ninguno de los cuales alcanzó el consenso
de los antropólogos presentes. Al respecto, resulta importante
señalar que el intento de ampliar el concepto y los límites tanto
geográficos como culturales del Greater Southwest tiene su origen
en la propuesta desarrollada por Kroeber hacia 1928 en su obra
Native Culture of the Southwest, donde señala que «es evidente que
si este Suroeste mayor es una verdadera entidad cultural, los pue-
blos antiguos o incluso el Suroeste Arizona-Nuevo México sólo es
un fragmento cuyo funcionamiento únicamente es entendible en

13
Maximino Matus / Miguel Olmos

términos de una mayor extensión» (Kroeber, 1928, p. 376, citado


en Kirchhoff, 2008, p. 72).
Con esta cita de Kroeber inicia la ponencia –que en 1954 se
convertiría en el artículo– «Recolectores y agricultores en el Gran
suroeste: un problema de clasificación» de Kirchhoff, presentada en
diciembre de 1953 en la reunión de la American Anthropological
Association (AAA) en Tucson, Arizona, como parte del simposio
sobre el suroeste coordinado por Edward H. Spicer y Emil W.
Haury. En dicha ponencia Kirchhoff presentó una discusión más
elaborada de la idea de Arid North America, planteada por primera
vez hacia 1943 en la mesa de la SMA, y avanzada también en su
artículo seminal sobre Mesoamérica del mismo año, donde seña-
laba la existencia de grupos recolectores dentro del territorio mexi-
cano, que en su clasificación pertenecían culturalmente al Gran
suroeste o Norteamérica árida. Lo planteado por Kirchhoff en
dicho encuentro tuvo amplias repercusiones:

Principalmente en el sur de la frontera internacional –donde, sin


discusión alguna, los términos Oasis América y Aridoamérica fue-
ron añadidos por la antropología mexicana al de Mesoamérica–,
planteándose un macroconjunto denominado Mexamérica
(Jiménez, 1961), o entendiéndose que la suma de esas tres áreas
culturales constituía la base para la historia antigua de México
(López y López, 2009, pp. 11-17; Kirchhoff, 1954, p. 71).

La discusión desarrollada por Kirchhoff en «Recolectores y


agricultores en el Gran suroeste: un problema de clasificación» se
centra en discernir si el Greater Southwest, propuesto una década
atrás – SMA 1943– por miembros de la academia estadounidense,
podía ser considerado o no una verdadera entidad cultural. En dicho
ensayo Kirchhoff refiere que en 1939 Kroeber publicó Cultural and
Natural Areas of Native North America, siendo este texto el primer
intento de dividir todo el norte y Centroamérica en áreas culturales,
de donde se deriva el denominado suroeste o el suroeste cultural.

14
Miradas antropológicas al norte de México y el suroeste de Estados Unidos

Empero, en dicho ensayo el autor excluye lo relativo a la extensión


y frontera de dicha área dentro del territorio mexicano, en buena
medida debido a que no existía la suficiente evidencia empírica para
trazar sus límites; como alternativa, el autor se limita a denomi-
nar el norte del altiplano mexicano y Tamaulipas como el noreste
de México, área que en su propuesta pertenecía a «su división no
agrícola de Mesoamérica nuclear» (Kirchhoff, 1954, p. 75).
Después de discernir sobre lo limitado que resulta la exclusión
que hace Kroeber de los grupos de cazadores-recolectores del terri-
torio mexicano, Kirchhoff señala lo siguiente: «yo definiría territo-
rialmente al Gran suroeste incluyendo el centro y sur de California,
Baja California, la Gran Cuenca, Arizona, Nuevo México, la costa
sur de Texas y el norte de México hasta los ríos Sinaloa y Pánuco»
(Kirchhoff, 1954, p. 75), para enseguida plantear la pregunta de
si en realidad el Gran suroeste es una o dos áreas culturales: «Mi
posición es que durante mucho tiempo en el Gran Suroeste han
existido dos culturas distintas geográficamente separadas, y que
debemos reconocer esta situación hablando de dos áreas culturales
y no de una, como antes lo hacíamos» (Kirchhoff, 1954, p. 76).
Al analizar la genealogía del concepto, Kirchhoff señala que
la primera vez que éste fue utilizado se remonta a 1913, cuando
Goddard publica Indians of the Soutwest, donde propone una divi-
sión entre tribus residentes en pueblos y grupos nómadas. El análisis
de Goddard se limitó a los grupos que se encontraban al norte de la
línea divisoria internacional:

Para la época en la que escribió Goddard, la frontera internacio-


nal se había convertido en un factor decisivo en la investigación
antropológica, y asumiría también una importancia especial
en el paulatino surgimiento del concepto antropológico del
Suroeste como un área cultural nativa (Kirchhoff, 1954, p. 78).
Lo anterior resulta de vital importancia pues señala cómo
la división geopolítica de 1848 tuvo consecuencias incluso en la

15
Maximino Matus / Miguel Olmos

forma en que la antropología de México y Estados Unidos se


desarrollaron y pretendieron establecer sus áreas culturales nativas
a partir de límites geopolíticos arbitrarios. No obstante, también
existieron otros intentos promovidos por antropólogos de ambas
naciones para avanzar en la discusión del área cultural más allá de
los límites nacionales; empero, Kirchhoff señala que en la mayoría
de los casos la ambigüedad, respecto a la existencia de una o dos
áreas culturales en relación con las técnicas de subsistencia, fue
predominante (Kirchhoff, 1954).
Una excepción más de la tendencia general de pensar el suroeste
como área cultural única fue el artículo de Spier, denominado
«Problems Arising from the Cultural Position of the Havasupai» de
1929, quien no reconoce una sino dos culturas básicas en el suroeste.
Otro trabajo más en este sentido es The Comparative Ethnology
of Northern México Before 1750, publicado por Beals en 1932,
donde señaló la existencia de «dos grandes grupos dentro del norte
de México que pueden definirse con cierta claridad: los pueblos
agrícolas y los no agricultores» (Kirchhoff, 1954, p. 79).
Kirchhoff aduce que este tipo de aproximaciones ambiguas
–una o dos áreas culturales– eran características de la mayoría de
los es­critos acerca del suroeste o Gran suroeste en la primera mitad
del siglo XX (Kirchhoff, 1954). Además, el autor señala que la discu­
sión en torno al suroeste o el Gran suroeste no consideró información
básica sobre los chichimecas; en particular, el hecho de que su avan­
zada organización sociopolítica los colocaba en un plano superior al
del resto de las culturas recolectoras del suroeste. En conclusión, el
autor propuso una clara división dentro del vasto debate:

Sería útil separar a estas culturas tanto por nombre como en


concepto. Como los nombres descriptivos que he usado en este
artículo son un tanto burdos, para los recolectores propongo el
nombre de «Aridoamérica» y «cultura de Aridoamérica», mien-
tras que para los agricultores pensamos en «Oasis América» y
«cultura de Oasis América». Esto implica el abandono de los

16
Miradas antropológicas al norte de México y el suroeste de Estados Unidos

términos Suroeste y Gran Suroeste en relación con un tipo o


tipos regionales de cultura, así como su uso futuro únicamente
en el sentido geográfico (Kirchhoff, 1954. p. 89).

Kirchhoff destacó caracteres o pautas culturales regionales de


los grupos indígenas del noroeste de México que –de acuerdo con
sus criterios de difusión tan en boga en esa época– pertenecían a
un complejo cultural más extenso, que hacían pensar en constantes
propias de los sistemas económicos. Sin embargo, los patrones lin-
güísticos, o los procesos de conquista, colonización y evangeliza-
ción no fueron del todo considerados en sus planteamientos; menos
aún las expresiones artísticas.
Lo que marcó desde sus inicios la definición de las regiones
fueron, en particular, las culturas arqueológicas. No obstante, en
términos conceptuales, el noroeste es tan antiguo como la historia
misma de la antropología. En la década de 1920, Miguel Othón de
Mendizábal (1930) la definió como una región distinta al altiplano
mesoamericano. Como ya antes se comentó, Kirchhoff (1943), en
su célebre «Mesoamérica sus límites geográficos», indicaba que las
culturas que se encuentran al norte de Mesoamérica poseían dife-
rencias sustanciales con relación a las culturas del centro y sur del
país, tomando las culturas azteca y maya como referentes principa-
les. Fue en 1954 cuando Kirchhoff hace un agregado a lo que él
llama Aridoamérica, definiendo algunas subregiones como Oasis-
América, o lugares bañados por algunos ríos que propiciaban algún
tipo de agricultura, y donde el noroeste posee una parte importante
de su territorio.
A pesar de todo, para Kirchhoff (1943) lo que realmente definía
el noroeste era, sin duda, no sólo las características ya clasificadas,
sino la ausencia de rasgos mesoamericanos. Por lo que –más allá
de las clasificaciones Aridoamérica, Oasisamérica o la Gran Chi­
chimeca– el noroeste se define, visto con ojos macrorregionales, a
partir de ciertos procesos históricos y culturales que reconfiguran

17
Maximino Matus / Miguel Olmos

el modo de vida de los pueblos y culturas que han habitado la


región a través de los siglos. Esto no indica que esta macrorregión
–que incluye los actuales estados de Sonora, la parte occidental de
Chihuahua, el norte de Sinaloa, la península de Baja California, el
territorio de Arizona, el sur de California, el sur de Nevada, el sur
de Utah, el sureste de Colorado y el occidente de Nuevo México–
no pueda ser clasificada en otras subregiones determinadas por
criterios históricos, ecológicos, geológicos, climáticos, culturales,
arqueológicos, políticos, míticos religiosos o artísticos, las cuales en
conjunto no siempre coinciden entre sí de una subregión a otra,
pero que interactúan con elementos culturales comunes si se les
compara con otras macrorregiones del continente americano.
Braniff (2009), como ferviente crítica de los conceptos de
Aridoamérica y de Southwest, recuerda que resulta inapropiado,
ya que políticamente este territorio sólo tiene 150 años de existen-
cia; es decir, que particularmente Southwest fue creado después de
que se movieron los límites de la frontera entre México y Estados
Unidos en 1848. Además, la autora ha sido enfática en señalar que
las culturas que han habitado esta gran área geográfica fueron bási-
camente agricultores, aunque también existieron grupos nómadas y
seminómadas; aseveración –que confronta la limitada oposición de
grupos civilizados versus primitivos– que se encuentra implícita en el
concepto de Aridoamérica como un área geográfica opuesta al esplen-
dor cultural de Mesoamérica, independientemente de sus matices a
partir de la subdivisión tácita en la idea de Oasis América.
Como alternativa de los conceptos del Southwest y Aridoamérica,
Braniff revindica la categoría de La Gran Chichimeca: «De acuerdo
a la información de las fuentes históricas del siglo XVI, se puede
trazar e ilustrar la extensión del área al norte de Mesoamérica
llamada “La Gran Chichimeca”» (Braniff, 2009, p. 27). Desde la
perspectiva de Braniff, La Gran Chichimeca no puede conside-
rarse como un área cultural según los parámetros establecidos por
Kirchhoff para Mesoamérica y Aridoamérica: «Pues aquí vivió

18
Miradas antropológicas al norte de México y el suroeste de Estados Unidos

gente con diferentes tipos de subsistencias: cultivadores, caza-


dores, recolectores, pescadores, etcétera, que además pudieron o
debieron cambiar su tipo de sustento de acuerdo a sus situaciones
climáticas o históricas» (Braniff, 2009, p. 30). En este sentido, más
que una gran área cultural donde los diversos grupos que la habitan
comparten algunos signos asociados a un modo de subsistencia y
una cosmovisión desarrollada en torno a un grano madre, en La
Gran Chichimeca existen múltiples grupos culturales que desarro-
llaron cosmovisiones diversas y complejas a partir de los limitados
recursos naturales que el entorno les ofrecía. De forma tal que se
pasa de la visión homogénea Southwest y Aridoamérica, a la dual
Aridoamérica y Oasis América, para finalmente proponer una
región con múltiples horizontes culturales: La Gran Chichimeca.
Sin embargo, los antropólogos que realizan investigaciones en
el norte y el noroeste del actual territorio mexicano o sur de Estados
Unidos muchas veces no se han identificado plenamente con tales
denominaciones; aunque esto parece no preocupar a muchos inves-
tigadores vinculados con la investigación socioantropológica. En
cambio, la antropología que analiza los procesos históricos cultu-
rales de largo aliento –y sobre todo sensible ante las políticas y el
desarrollo del paradigma antropológico, como preámbulo necesario
para situarse en el panorama de las ciencias humanas y sociales a
nivel global– ha analizado incesantemente, por un lado, la deno-
minación genérica regional y, por otro, el desarrollo del paradigma
antropológico en tierras chichimecas.
Pese a los argumentos de Braniff (2001, 2009) y Di Peso (1974),
la denominación de la Gran Chichimeca, inicialmente de carácter
histórico y arqueológico, como anteriormente se comentó, podría
concebirse como una gran macroárea cultural existente al norte
de Mesoamérica. La denominación regional ha sido impulsada por
criterios políticos e ideológicos que ya se han referido, pero los dis-
positivos teóricos para estudiar la región también han definido el
tipo de estudios que se han puesto en marcha en la región, e igual

19
Maximino Matus / Miguel Olmos

se han sumado a la discusión regional, no sin antes pasar por un


dejo de difusionismo nostálgico.2
De acuerdo con lo comentado, en el vasto territorio de estudio,
se verifica una gran diversidad de visiones del mundo y construc-
ciones ideológicas propias de las culturas nómada, seminómada,
cazador-recolector, pescadores o agricultores ocasionales que com-
plementaban su dieta con la caza o la recolección. Esta situación no
anula la posibilidad de encontrar hilos conductores que apunten
hacia una cohesión regional a través de diversos marcadores, patro-
nes y pautas culturales regionales y microrregionales.
A propósito de la polémica regional, la discusión está lejos
de concluirse, y desde nuestra perspectiva habría que plantearse
constantemente diversas preguntas sobre los indicadores regio-
nales: ¿existen patrones de producción cultural entre las culturas
indígenas del noroeste de México y sur de Estados Unidos?
¿Hasta qué punto el arte, la cultura material, los mitos y las
lenguas son campos del conocimiento que contribuyen a distin-
guir una lógica regional? ¿Por qué hemos pensado el noroeste de
México y suroeste de Estados Unidos como una región? ¿Cómo
repercutió el proceso de evangelización en el desarrollo de la cul-
tura de los grupos indígenas de la región? ¿Los movimientos glo-
bales contemporáneos forman parte o enmarcan a los pueblos y
sociedades que habitan actualmente el mundo moderno en esta
región de estudio?

Como se verá en un apartado más adelante, los equipos de investigación que


2   

se han sumado al estudio regional en las últimas décadas han sido muy diversos
y, actualmente, gozan de gran difusión y productividad. Uno de ellos consiste
en los múltiples encuentros sobre la red de estudios de la región chichimeca
que se originaron en el centro del país, y que han tenido la intención de abor-
dar todo el complejo norteño (Olmos, 2004).

20
Miradas antropológicas al norte de México y el suroeste de Estados Unidos

El estado actual de los estudios antropológicos en el norte de México

La antropología del norte de México atraviesa un buen momento.


Actualmente, son múltiples las instituciones regionales que realizan
investigaciones en las diversas disciplinas antropológicas. Además,
la infraestructura docente y la oferta educativa que involucran
los fenómenos culturales en sus planes y programas de estudios
superiores se han diversificado en los últimos años. Instituciones
pioneras son la Escuela de Antropología e Historia del Norte de
México (EAHNM), fundada en 1990 gracias al esfuerzo de Juan
Luis Sariego, primero como una extensión de la Escuela Nacional
de Antropología e Historia (ENAH), y después como una institu-
ción autónoma en 2012. Otro programa que destaca es la maestría
en Antropología del Centro de Investigación y Estudios Superiores en
Antropología Social (CIESAS) Noreste, o la maestría y doctorado
en Estudios Culturales del Instituto de Investigaciones Culturales-
Museo (IIC), de la Universidad Autónoma de Baja California
(UABC). Además, la maestría en Estudios Culturales de El Colegio
de la Frontera Norte (El Colef), fundada en 2008, y el doctorado
que, a partir de 2016, promueven el estudio de los fenómenos cul-
turales desde una perspectiva antropológica.
El camino seguido por la antropología en tierras norteñas ha
sido ampliamente desarrollado en muchas investigaciones y desde
distintas disciplinas, donde la arqueología ha tenido un papel pre-
ponderante (Braniff, 2001; Villalpando, 1992).
Si en algo pueden estar de acuerdo los antropólogos es que –a
diferencia de otras disciplinas sociales– las disciplinas antropológicas
desde sus orígenes, tanto a nivel mundial como nacional y regio-
nal, restituyen constantemente el camino andado en su peregrinar
disciplinario, con el fin de realizar balances de lo que se ha hecho,
quiénes lo han hecho y en qué condiciones. Una de las obras que
destaca en este sentido es Antropología del desierto. Paisaje, natura-
leza y sociedad (Olmos, Pérez-Taylor y Salas, 2007), derivada de un
encuentro entre especialistas en El Colef, quienes se dieron cita

21
Maximino Matus / Miguel Olmos

Con el objetivo de analizar la antropología del desierto en diver-


sos contextos culturales, así como los espacios desolados por las
“fronteras pluridisciplinarias” en la frontera norte de México
[…] Esta reunión permitió, entre otras cosas, hacer un balance
de las investigaciones en curso sobre grupos indígenas fronteri-
zos, arqueología, sociología de los colectivos migrantes (Olmos
et al., 2007, p. 10).

Sería largo hacer un recuento de la gran cantidad de antropólo-


gos e historiadores que, como misioneros de los siglos XVI y XVII,
han dejado parte de su vida por el desarrollo de las disciplinas
antropológicas en las latitudes septentrionales. Existen diversos do­
cumentos a lo largo del siglo XX, que refieren avances de investiga-
ción antropológica al norte de Mesoamérica (El Norte de México…,
1943; Braniff, 1976), así como escritos de historiadores regionales.
Algunos de los avances más trascendentes fueron publicados por
Braniff (1976 y 2001), Gutiérrez (1991), Bonfiglioli, Gutiérrez y
Olavarría (2006), Bonfiglioli, Gutiérrez, Hers y Olavarría (2008),
Bonfiglioli, Gutiérrez, Hers y Levin (2011), Olmos (2002 y 2007),
Olmos et al. (2007), Sariego (2008) y, desde luego, el Atlas etnográfico
del noroeste (Moctezuma y Aguilar, 2013), entre otras tantas publi-
caciones que seguramente son omitidas en el presente recuento.
Esta última obra es, sin lugar a dudas, el libro de etnografía más
importante que se ha escrito en los últimos años.
Algunas de las investigaciones, así como los libros antes men-
cionados, salieron de proyectos colectivos que tuvieron financia-
miento del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt)
o directamente de las universidades e institutos que los propusie-
ron. En el primer caso está «Las vías del noroeste», proyecto de
Bonfiglioli et al. (2008). Este magno proyecto, llevado a cabo en
la primera década de 2000, llamó la atención debido a las gran-
des reuniones anuales que se realizaron año con año, y de las
cuales se desprendieron tres nutridos volúmenes que recogieron
fehacientemente el estado del arte de las investigaciones sobre el
noroeste en ese momento. En términos teóricos, desde un inicio los

22
Miradas antropológicas al norte de México y el suroeste de Estados Unidos

coordinadores no asumieron las denominaciones regionales como


la Chichimeca o Aridoamérica, mismas que se habían gestado en
contextos históricos de cierto tipo de antropología; tratando de seguir
a Braniff, se plegaron de alguna forma más a este noroeste abierto,
sin trazar punto por punto la región, argumentando que este con-
glomerado cultural macrorregional podía ser representado a través de
múltiples vías.3 Este proyecto reunió a algunos antropólogos, quie-
nes hicieron publicaciones sobresalientes acerca de diversas disci-
plinas insertas en el estudio del contexto regional.
Otro de los grandes proyectos fue el presentado por Hernán
Salas y Rafael Pérez Taylor, cuyos primeros volúmenes recogieron
de manera rigurosa diversas investigaciones antropológicas de la
región. Curiosamente este proyecto, titulado algunas veces como
Antropología del desierto, se desarrolló casi paralelamente al de
Bonfiglioli coincidiendo en algunos años.
Por otra parte, durante la década de 2000, Olmos (2007)
realiza en 2003 un simposio de antropología regional al que tituló
«Antropología de las fronteras». En esta reunión se concentraron
diversas investigaciones tanto de la antropología tradicional como
de nuevas modalidades para el estudio de la migración, elementos
que abrirían la discusión académica a las sociedades indígenas
urbanas migrantes en la antropológica regional. Éste fue el mismo
caso del libro de Olmos et al. (2007).
Los antecedentes de la antropología del norte de México –al
igual que en muchas partes de América– estuvieron dados por las

3 
No obstante, lo novedoso de considerar el noroeste de México abierto en
términos disciplinarios, históricos y culturales, en la fecha en que arrancó el
proyecto, Olmos ya tenía dos tesis donde abordaba directamente el fenómeno
regional. La primera se tituló En torno a la estética, la música y el trance en el
noroeste de México (1992); mientras que la segunda se denominó Les représenta-
tions de l’art indigène dans le Nord-Ouest du Mexique: Esquisse de relations entre
l’ethno-esthétique et l’archéologie, presentada en el año de 1998, en la École des
Hautes Études en Sciences Sociales de París. Esta última no apareció publicada
y traducida hasta 2011 con el título El chivo encantado: la estética del arte
indígena en el noroeste de México.

23
Maximino Matus / Miguel Olmos

descripciones de viajeros y misioneros que, ya bien entrado el siglo


XVII, se internaron en las agrestes tierras norteñas para colonizar o
para llevar la palabra de Dios, como es el caso del actual noroeste
mexicano. Poco más de 200 años después, a finales del siglo XIX ,
como constatan algunas investigaciones aquí incluidas, estudio-
sos se sumaron al trabajo etnográfico y antropológico desde la
antropología biológica como es el caso de Hrdlicka en la antropo-
logía física, así lo confirma el trabajo presentado por Olga Patricia
Hernández en este libro. El antropólogo noruego Carl Lumholtz,
quien desde finales del siglo XIX inició sus investigaciones en el
noroeste y occidente de México, es también una referencia obligada
de la historia de la antropología cultural, pues acogía en su equipo al
antropólogo Hrdlicka, antes mencionado, puesto que el trabajo de
Lumholtz abarcaba todas las ramas de la antropología de su época.
Durante el siglo XX se originaron diversas investigaciones de an­
tropólogos que participaron activamente en el redescubrimiento cul­
tural de lo que algunos arqueólogos llamaron La Gran Chichimeca,
en especial Charles Di Peso (1974) y Beatriz Braniff (2001). No
puede omitirse el trabajo de Kroeber (1925) sobre los indígenas de
California, quien también realizó trabajo de campo entre los seris
de Sonora; así como el francés Leon Diguet (Olmos, 2009), entre
muchos otros.
En este contexto histórico, cada disciplina posee su pro-
pia genealogía, sus personajes, lo mismo que las instituciones
que las impulsan. En la década de 1980, el Instituto Nacional
de Antropología e Historia (INAH) era la institución que mayor
número de investigaciones antropológicas producía sobre el norte
de México. En la actualidad, sin restar importancia al trabajo que
se realiza en este instituto nacional, también hay diversas univer-
sidades y centros de investigaciones regionales que colaboran en la
construcción del paradigma antropológico del siglo XXI.
Un factor que bien podría distinguir la investigación antropoló­
gica del norte de México, respecto a la investigación que se realiza
en el centro del país o en latitudes sureñas, es que muy a menudo

24
Miradas antropológicas al norte de México y el suroeste de Estados Unidos

los proyectos conjuntos llevados a cabo en el norte del país tienen


su parangón en las universidades del sur de Estados Unidos como
Arizona, Texas, Nuevo México o California. Esto es un efecto ló­
gico que pone de manifiesto que existen mayores colaboraciones y
similitudes regionales entre el sur de Estados Unidos y el norte de
México que con el centro del país.
El trabajo de campo en el norte del país ha sido desde siem-
pre un desafío. Las zonas desérticas, los parajes interminables, en
los cuales –como antes se ha comentado– los antiguos mexicas ya
habían construido, según los informantes de Sahagún, una clara
imagen de la alteridad mesoamericana «como un lugar de rocas
secas, de tortura, de muerte, de fracaso y de lamentación…»
(Braniff, 2001, p. 7). Sin embargo, estas regiones septentrionales,
tal como lo constatan las investigaciones arqueológicas –y pese a
tener algunos conectores arqueológicos y etnológicos con culturas
sureñas, es decir mesoamericanas–, poco o nada tienen que ver con
las culturas mesoamericanas en las que el desarrollo de la agricul-
tura marcó de tajo el tipo de sociedades que se establecieron en
la región del altiplano, desde Nayarit hasta lo que actualmente se
conoce como América Central.
Pese a la importancia que recubre la investigación de las cul-
turas arqueológicas o etnohistóricas del norte de Mesoamérica, no
puede restringirse únicamente a su pasado. Los fenómenos socio-
culturales que se sucintan hoy en día en torno a diversas temáticas,
como los conflictos interétnicos entre estados nacionales, la migra-
ción, el racismo o los discursos de odio, también forman parte
de los fenómenos que la antropología del mundo contemporáneo
investiga hoy en día. Por ello, el presente libro abre la discusión
a estos temas a partir de una serie de capítulos derivados en su
mayoría de las discusiones sostenidas en la XXXI Mesa Redonda
de la SMA, que se realizó en Ensenada hacia 2017,4 es decir, 74
4 
Los secretarios de la XXXI Mesa Redonda de la SMA fueron los doctores
Everardo Garduño y Maximino Matus.

25
Maximino Matus / Miguel Olmos

años después de la Tercera Mesa Redonda de la SMA celebrada en


1943, donde se discutieron temas relativos al norte de México y el
suroeste de Estados Unidos.
El evento de Ensenada fue en cierto sentido una continuación
de las discusiones iniciadas en aquel entonces, y una reflexión sobre
el quehacer contemporáneo de los antropólogos que han hecho de
Aridoamérica, el Southwest o La Gran Chichimeca su área de estu-
dio, porque si bien como disciplina se ha avanzado la frontera del
conocimiento sobre la diversidad de grupos humanos que habitan
o transitan por esta compleja región, la polisemia sigue caracteri-
zando este espacio fluido que continuamente reinventa sus fronte-
ras físicas y simbólicas.

Los ejes centrales de la obra

La complejidad cultural y amplia extensión geográfica que se ex­


tiende entre el norte de México y el suroeste de Estados Unidos ha
dado lugar a diversas expresiones contemporáneas sobre las formas
como se habita y ocupa el territorio del desierto que lo recorre,
así como la manera en que la migración se exprese entre y a través
de este amplio espacio. Fenómenos que a su vez han sido determi-
nados por una cambiante circunstancia histórica: la multidimen-
sional y multiforme frontera, otrora espacio fluido que, en tiempos
recientes, debido a políticos neoconservadores, amenaza con conver­
tirse en muro; proceso posglobal.5 En este tenor, las cuatro sesiones
que formaron parte de la XXXI Mesa Redonda de la SMA se cen-
traron en explorar, desde una perspectiva multidisciplinaria, las
categorías de desierto, migración, frontera, espacios fluidos y pro-
cesos posglobales como ejes que vertebran la historia y los fenóme-
nos contemporáneos de esta vasta región.

Retomado del texto con el que se presentó la XXXI Mesa Redonda de la


5 

SMA en el tríptico promocional.

26
Miradas antropológicas al norte de México y el suroeste de Estados Unidos

Si bien la XXXI Mesa de la SMA partió de los cuatro ejes antes


mencionados, al recopilar los trabajos fruto de dicho encuentro, los
coordinadores de la presente obra consideraron que la discusión
disciplinaria de los cuatro ejes podría generar una perspectiva con
mayor profundidad, pero al mismo tiempo el conjunto de la obra
permitiría tener un abordaje y comprensión holística acerca del
aporte que las diversas disciplinas de la antropología logran hacer
sobre los ejes de discusión propuestos. Por ello, el libro se encuen-
tra estructurado en cuatro secciones: Lingüística en el norte de
México y el sur de Estados Unidos; Arqueología y antropología
física en el norte de México y el sur de Estados Unidos; Historia
y antropología histórica en el norte de México y el sur de Estados
Unidos; y Antropología y etnología en el norte de México y el
sur de Estados Unidos. En cada una de las secciones se abordan
los ejes: desierto, migración, frontera, espacios fluidos y procesos
posglobales, en relación con la particular perspectiva multidisci-
plinaria que la compone.
En la primera sección se aborda la lingüística en el norte de
México y el suroeste de Estados Unidos. El capítulo inaugural es
una contribución de José Luis Moctezuma Zamarrón y se intitula
«El estudio de la relación entre lengua, cultura y sociedad en el
norte de México». En dicho texto, Moctezuma hace un recuento
de algunos de los trabajos lingüísticos sobre las lenguas originarias
habladas en el norte de México que ponen énfasis en la relación
entre lengua, cultura y sociedad. A partir del recorrido presentado,
el capítulo es también una denuncia sobre la precaria situación que
están experimentando las lenguas originarias de la región y sus ha­
blantes, así como la falta de estudios y políticas públicas efectivas
que promuevan su mantenimiento y luchen contra el desplazamiento
lingüístico. Por ello, el autor considera que el reto que enfrentan
académicos, políticos y la sociedad en general, es investigar y recupe-
rar estos conocimientos, así como las identidades que conllevan para
hacer posible su transmisión a las siguientes generaciones.

27
Maximino Matus / Miguel Olmos

Ana Daniela Leyva en «Enredos fronterizos: Las lenguas nativas


de Baja California» discute algunos de los retos que implica realizar
investigaciones lingüísticas en lo que denomina contexto de frontera;
la frontera, dice, como espacio multilingüe y diferente en términos
culturales y sociales resulta un escenario fascinante y complejo para
el estudio de las lenguas. A partir de su recorrido, la autora concluye
que los estudios lingüísticos en Baja California se descifran en un
espacio fronterizo en muchos sentidos: una frontera física con Estados
Unidos, pero también una frontera cultural con el resto de la nación
y el propio norte de México; los grupos indígenas de Baja California,
argumenta Leyva, tienen más similitudes con los grupos del suroeste
de Estados Unidos que con los del resto del norte mexicano, y sus
lenguas parece que se encaminan hacia el mismo desenlace.
El siguiente capítulo es «El movimiento del lenguaje. Los idio-
mas vivos, moribundos y moribundos revitalizados», escrito por
Paula L. Meyer. A lo largo del capítulo, la autora señala que el
movimiento lingüístico de los idiomas incluye su paso a través de
las fronteras, como la internacional entre Estados Unidos y México,
y otros límites sobrepuestos a la costumbre tradicional de la gente
misma de cambiarse de un lugar a otro según los recursos. Tal es el
caso de la lengua kumiai y sus hablantes, quienes se han desplazado
durante siglos entre el espacio que hoy es cruzado por la frontera.
Pero, además, en su trabajo Meyer describe el movimiento lingüís-
tico dentro de la comunidad de hablantes, y los individuos como
consecuencia del contacto con otros idiomas o del enfrentamiento
de éste con las lenguas oficiales del Estado y su poder hegemónico,
lo cual resulta evidente del contacto entre el español y el inglés con
la lengua kumiai, convirtiéndolo en un idioma moribundo que ya
no se adquiere ni funciona normalmente ni universalmente en una
comunidad lingüística. Tomando en cuenta que el estado mori-
bundo implica un procedimiento que sigue hacia la muerte de la
lengua, en su texto la autora sugiere algunos escenarios y estrate-
gias para que una comunidad como los kumiai actúen en respuesta
a esta situación lingüística.

28
Miradas antropológicas al norte de México y el suroeste de Estados Unidos

La segunda sección del libro, Arqueología y antropología física


en el norte de México y el sur de Estados Unidos, es inaugurada por
Antonio Porcayo Michelini con el capítulo «Puerta septentrional de
Baja California: Reconociendo la arqueología de sus migrantes».
A lo largo de su discusión, Porcayo revisa los modelos que se han
aplicado en la arqueología de Baja California y lo que se ha enten-
dido, en efecto, por migración. Para la construcción de su argumento
utiliza tres casos específicos que sugieren migración involuntaria o
forzada de grupos humanos durante el período prehistórico e histó-
rico. En sus conclusiones, el autor reflexiona sobre el potencial que
tiene la disciplina en el estudio del fenómeno migratorio moderno en
esta frontera del actual estado de Baja California.
Por su parte, César Villalobos Acosta presenta el texto «La
arqueología norteña: De espacios fluidos a procesos posglobales».
Para Villalobos, en los últimos años la concepción del patrimonio
cultural, específicamente el arqueológico, se ha transformado, y
como tal su investigación, divulgación y docencia ha sido afectada.
Su argumento señala que el proceso ha menguado entre el espa-
cio fluido construido por el nacionalismo mexicano y los procesos
posglobales determinados por la Organización de las Naciones
Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) y el
narcotráfico, lo cual ha implicado diferencias substanciales que
definen históricamente la forma en que hacemos, presentamos y
vivimos el patrimonio, así como la manera en que lo harán los
futuros profesionales de la disciplina. El autor se centra en el caso
de la arqueología practicada en el estado norteño de Sonora, y a
partir de su propia experiencia como practicante de la disciplina
argumenta que en tiempos recientes la arqueología norteña se ha
constituido en un campo de trabajo con personalidad propia.
El tercer capítulo de esta sección se intitula «Arqueología
en el norte de México: Un cambio de chip», y es aportación de
Emiliano Gallaga Murrieta. En el texto, Gallaga señala que, a
diferencia de Mesoamérica, el norte de México es un área que ha
tenido que luchar por su identidad desde tiempos prehispánicos.

29
Maximino Matus / Miguel Olmos

En buena medida, estima que esto se debe a una especie de vacío


material y, por ende, de otro vacío en cuanto al registro material
de su complejidad de pensamiento y de su imaginario colectivo
referido. En consecuencia, Gallaga argumenta que la región del
norte de México ha dependido de la visión e interpretación de las
comunidades que sí desarrollaron esos registros materiales; es decir,
desde Mesoamérica. Por ello, el autor propone un cambio de chip
que modifique esta visión unilateral por una bilateral y compleja.
A lo largo de los diferentes apartados que componen el capítulo,
Gallaga proporciona una serie de claves para entender lo que
implica la práctica arqueológica en y desde el norte de México.
El último capítulo de la segunda sección corresponde a Patricia
Olga Hernández Espinoza, quien contribuyó con el título «La
antropología física del desierto: Los retos del siglo XXI». La pri-
mera parte del capítulo presenta un recorrido por algunos proyec-
tos que tienen relación con las poblaciones antiguas que habitaron
el desierto de Sonora. El recorrido continúa presentando algunas
investigaciones que se han centrado en los actuales pobladores del
desierto, con quienes la autora considera que la antropología física
tiene una gran deuda por la escasa atención que ha prestado a la
región. En una tercera sección de su documento, Hernández dis-
cute sobre los esfuerzos de vinculación entre los antropólogos físi-
cos del norte de México y concluye señalando algunas áreas donde,
a partir de la formación de equipos interdisciplinarios de trabajo,
sea posible responder algunos de los grandes problemas sociocultu-
rales que atañen a la región.
La tercera sección, Historia y antropología histórica en el norte
de México y el sur de Estados Unidos, inicia con el capítulo «El
transnacionalismo de la diáspora yaqui», de Raquel Padilla Ramos.
A lo largo de su trabajo, Padilla aborda lo que identificó como dos
momentos cruciales de la diáspora yaqui: 1) las condiciones que
dieron pie al abandono de su territorio ancestral y 2) su arribo al
suroeste de Estados Unidos luchando por mantener incólume a la

30
Miradas antropológicas al norte de México y el suroeste de Estados Unidos

familia y su cultura. Dicha exploración fue realizada a través de


una diversidad de fuentes documentales, hemerográficas y orales.
Este texto destaca por su importancia, pues se trata de una publi-
cación póstuma que muy probablemente fue la última, o una de las
últimas, escrita por nuestra colega y amiga la doctora Raquel Padilla
Ramos, antes de que le segaran la vida, víctima de feminicidio en el
estado de Sonora en noviembre de 2019; estado de la República
donde Raquel radicaba y poseía sus principales referencias perso-
nales y académicas, que la cobijaron durante toda su vida como
historiadora y antropóloga.
Enseguida se presenta el texto «Esos espacios que hacen fron-
tera: La larga traza de una frontera colonial» de Cecilia Sheridan.
A lo largo del capítulo la autora discute diferentes momentos y
descripciones del proceso de conquista y apertura de vías entre las
costas del norte de la Nueva España. A partir del análisis de los
diversos vericuetos por los que atravesaron los conquistadores en su
expansión al norte y la polifonía de voces de los actores que partici-
paron en la empresa, Sheridan argumenta que la frontera norte de
la Nueva España se perfiló desde la noción de lejanía y vulnerabi-
lidad frente al control virreinal. Sheridan señala que más allá de la
noción historiográfica de la Conquista de México como un hecho
saldado de manera expedita tras la toma de Tenochtitlan, le interesa
pensar y analizar la frontera como lo hacía Colón con su idea del
Nuevo Mundo como tierra por descubrir, y que O’Gorman des-
cribe como campo infinito de conquista. Es desde esta perspectiva
que Sheridan cuestiona el conocimiento creado en torno a la idea
de la frontera colonial como un frente homogéneo; en cambio, para
la autora la conquista es compleja, dinámica.
El penúltimo capítulo de esta sección es de Olivia T. Ruiz
Marrujo, quien presenta el trabajo «Legados de raza y conquista
en la formación de la frontera México-Estados Unidos». Al inicio
de su discusión la autora plantea algunas preguntas en torno al
proceso electoral de Estados Unidos que llevó al triunfo de Trump,

31
Maximino Matus / Miguel Olmos

y cuya retórica se ha mantenido vigente a lo largo de su adminis-


tración: ¿por qué las referencias a la inmigración y al muro fueron
tan efectivos para atraer votos? ¿Por qué regresa a ellas una y otra
vez para defender su presidencia cuando ha sido atacada? ¿Por qué
las alusiones a México, los mexicanos y el muro resonaron y siguen
resonando entre su público electoral? Para contestar dichas pregun-
tas, Ruiz propone explorar el papel que han jugado la raza y la
inmigración, así como la intersección de estas dos dimensiones en
la formación y el desarrollo de las estructuras de poder de Estados
Unidos. A partir de una exploración sobre algunos procesos y acon-
tecimientos históricos centrales en la configuración de la frontera y
la propia nación estadounidense, centra su reflexión en la cuestión
racial como una fuerza paradigmática y decisiva en los primeros
años del desarrollo de Estados Unidos, en los que la percepción de y
la relación con México y los mexicanos jugó un papel central en la
configuración de la identidad estadounidense.
Por último, en «Unos bocaditos de las hegemonías de lengua-
jes y sus descontentos desde 1540 al presente en la región trans-
fronteriza del suroeste de Norteamérica» Carlos G. Vélez-Ibáñez
comparte lo que denomina unos bocaditos de su trabajo sobre los
métodos, modos, y medios por los cuales las hegemonías de len-
guaje se intentaron imponer desde la Colonia hasta el presente en
lo que caracteriza como la región transfronteriza del suroeste de
Norteamérica. Para Vélez-Ibáñez el resultado de este tipo de las
hegemonías del lenguaje se refleja en generaciones de niños lin-
güísticamente fracturados. El autor señala que las hegemonías del
lenguaje siguen expresándose hasta la actualidad, tal fue el caso
del movimiento de English Only a lo largo del siglo XX, y que
tuvo como contrarrespuesta los programas académicos en forma
de estudios chicanos que tuvieron grandes impactos en el conoci-
miento de las poblaciones de origen mexicano. Para Vélez-Ibáñez
los descontentos y remedios han encontrado eco en los programas
educativos bilingües o clases duales, los cuales resultan de gran
beneficio si se estructuran adecuadamente.

32
Miradas antropológicas al norte de México y el suroeste de Estados Unidos

La cuarta sección, Antropología y etnología en el norte de


México y el sur de Estados Unidos, está compuesta por tres capítulos.
La primera contribución corresponde a Miguel Olmos Aguilera,
quien presenta el texto «Cambios y permanencias en la etnomusico-
logía y en las músicas del noroeste de México». Olmos argumenta
que desde finales del siglo XX han sido producidos trabajos con
cualidades epistémicas considerablemente diferentes de los que se
produjeron originalmente en el siglo XX . Al respecto, destaca que
dicha variación no concierne únicamente al objeto de estudio y los
enfoques utilizados, sino también a las herramientas teóricas y dis-
ciplinares con las que la música del norte de México es estudiada.
Debido a dicho cambio, a lo largo de este capítulo Olmos se da a la
tarea de actualizar la documentación sobre los estudios musicológi-
cos en esta parte del país, y destacar las afiliaciones epistémicas y el
proceder metodológico de los mismos, para finalmente discutir lo
global y lo local de la música regional.
El siguiente capítulo, «Investigación en antropología médica
desde la frontera norte: Fluidez ante problemáticas cambiantes»,
corresponde a Christine Alysse Von Glascoe. La autora ofrece una
primera intención de observar el complejo escenario de la frontera
entre México y Estados Unidos desde el punto de vista de la salud
y las condiciones y procesos socioculturales que la determinan. Su
reflexión está basada en más de 25 años de investigación que ha
desarrollado sobre temas relacionados con la salud en la frontera Baja
California-California. El texto presenta algunos de los hallazgos que
Von Glascoe ha identificado a lo largo de su trayectoria en lo referente
a riesgos para la salud, la exclusión social y procesos de precariedad,
la salud ambiental y la justicia social en el contexto fronterizo. Por
último, presenta algunas consideraciones sobre el efecto que ha tenido
la inmersión en esta frontera sobre el proceso de investigarla, e iden-
tificando los procesos de ajustes y temas persistentes y transversales.
En el último capítulo, «La ciudad transnacional. Desplazamientos
en el proceso de urbanización planetaria» es el valioso aporte que
Federico Besserer hace a la presente obra. Durante el capítulo explora

33
Maximino Matus / Miguel Olmos

diversas conexiones transnacionales urbanas que atraviesan múltiples


geografías. Para el autor, el desplazamiento geográfico –nacional y
transnacional– es consustancial a la existencia de la ciudad misma
y la proximidad social de los actores que se desplazan, y aquellos
que se quedan producen entre lugares con diversas continuidades
y discontinuos. Éste es un proceso horizontal que es diferente del
estudio vertical por escalas que caracteriza los estudios de la globa-
lización. En su análisis, Besserer enfatiza la polisemia del concepto
de desplazamiento para analizar las diferentes dimensiones de inclu-
sión y exclusión que implican a nivel social, económico y político.
Una de las conclusiones a las que llega después de presentar diversas
redes urbanas trasnacionales, entre las que se incluyen algunas ciuda-
des de la frontera México-Estados Unidos, es que la ciudad transna-
cional es fundamental para la existencia de la ciudad global.
En la última sección se presentan las conclusiones generales
de la obra a partir de una lectura transversal de los diversos apor-
tes y áreas disciplinarias antropológicas sobre las categorías de
desierto, fronteras, migración y espacio –o de los espacios fluidos
a los procesos posglobales–, y se concluye con una reflexión final
sobre algunos de los retos contemporáneos de la antropología del
norte de México.

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34
Miradas antropológicas al norte de México y el suroeste de Estados Unidos

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LINGÜÍSTICA EN EL
NORTE DE MÉXICO Y EL SUR
DE ESTADOS UNIDOS
El estudio de la relación entre lengua, cultura y
sociedad en el norte de México
José Luis Moctezuma Zamarrón

Los trabajos de investigación sobre la estructura de las lenguas


originarias habladas en el norte de México han tenido un gran
avance en los últimos lustros, después de haber sido relegadas por
años frente a los estudios de otras lenguas habladas en el centro
y sur del país. Sin embargo, en esta presentación más que hacer
una exposición de la obra lingüística realizada en general, se foca-
lizará particular atención en los pocos estudios sobre la relación
entre lengua, cultura y sociedad producidos en los últimos años
sobre las lenguas nativas de la región.
Algunos estudios han dado cuenta de la investigación lingüística
en el norte de México, sobre todo partiendo de analizar los avan-
ces en torno a las estructuras de las lenguas indígenas, como el reali-
zado por Moctezuma, Burnham, Urquijo y Trujillo en 1988 sobre la
lingüística en Sonora y el de Moctezuma (1988) acerca de las lenguas
del noreste de México, publicado en el mismo volumen. También el
elaborado por varios investigadores con una amplia trayectoria en la
mayoría de las lenguas de la familia yutoazteca sureña, editado por
Moctezuma y Hill (2001). La obra de Moctezuma (2008) pone al día
los estudios de las lenguas yutoaztecas, añadiendo el tarahumara –no
incluido en 2001–, así como el seri y algunos trabajos importantes en
lenguas yumanas. Por su parte, Caballero (2011) hace una reseña de
los trabajos de las lenguas yutoaztecas y pone énfasis en los recientes
trabajos de las lenguas localizadas en el noroeste de México.

[ 41 ]
José Luis Moctezuma Zamarrón

En términos de estudios de corte sociolingüístico he presentado


algunos avances sobre las lenguas de la región en varias publicacio-
nes, incluyendo un panorama sobre lengua y sociedad (Moctezuma,
2009), además de lengua, cultura y sociedad (Moctezuma, 2013), así
como de las lenguas yumanas, editado por González y Leyva (2015).
En este trabajo, varios académicos y miembros de las comunidades
yumanas nos dimos a la tarea de analizar el problema que padece
este grupo lingüístico, donde Leyva presenta un panorama desolador
de su situación sociolingüística. También hemos mostrado algunos
resultados sobre el multilingüismo en los censos en lenguas yutoaz-
tecas (Moctezuma y Cifuentes, 2014). Así mismo, he mostrado los
procesos de mantenimiento y desplazamiento lingüístico durante la
etapa de la globalización (Moctezuma, 2015) y sobre las políticas del
lenguaje, tanto en la época colonial (Moctezuma, 2011), como en ese
mismo período y el actual (Moctezuma, 2016).
En cuanto a las instituciones encargadas de los estudios lingüís-
ticos, la Universidad de Sonora ha formado, desde principios de la
década de 1980, un número importante de lingüistas, la mayoría
dedicados al estudio de la estructura de las lenguas indígenas. En
el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) he inves-
tigado desde 1980 las lenguas del norte de México, y desde 2009
lo realizó Daniela Leyva en el Centro INAH Baja California, quien
tuvo como finalidad estudiar la estructura de las lenguas, en su
caso las de la familia yumana, sin embargo, terminó haciendo otro
tipo de investigaciones, sobre todo analizando la relación entre lengua,
cultura y sociedad, dadas las condiciones en las que se encuentran
estas lenguas, las más olvidadas por la lingüística mexicana.
En el caso de la Escuela de Antropología e Historia del Norte
de México (EAHNM), antes ENAH-Chihuahua, los primeros egre-
sados de la licenciatura llamada Lingüística antropológica, apenas
están concluyendo sus tesis, buscando formar cuadros que estu-
dien las lenguas originarias con un enfoque más antropológico,
dirigidos por jóvenes profesores con los mismos intereses y que,
poco a poco, comienzan a publicar sobre el fenómeno de lengua,

42
El estudio de la relación entre lengua, cultura y sociedad en el norte de México

cultura y sociedad. Su institución hermana –la Escuela Nacional


de Antropología e Historia (ENAH)– no ha dejado de proveer
investigadores en esta región del país, pero nada comparado con lo
hecho con las lenguas nativas de más al sur. Por otra parte, diver-
sas instituciones que efectúan investigación lingüística en México
–como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM),
la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), El Colegio de
México y el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en
Antropología Social (CIESAS), por señalar las más importantes–
no tienen presencia en la región, con honrosas excepciones, como
Leopoldo Valiñas, del Instituto de Investigaciones Antropológicas
de la UNAM, así como Lilián Guerrero y Carolyn O’Meara, del
Instituto de Investigaciones Filológicas de la misma universidad.
Los apoyos institucionales, las enormes distancias y los pro-
blemas para acceder a ciertas zonas, los climas extremos y en los
últimos tiempos la violencia desmedida han sido barreras para que
más estudiosos trabajen en este territorio, muchas veces hostil, pero
con una riqueza lingüística enorme a la que le hace falta mucho por
desentrañar. Por su parte, los investigadores de otros países –sobre
todo de Estados Unidos– antes casi los únicos en hacer trabajo lin-
güístico en esta región, han venido a la baja, sobre todo por los
problemas ya señalados.
En términos de investigación lingüística, el tepehuano del
norte es una de las lenguas de México menos estudiadas, tanto en
lo lingüístico como en lo antropológico. Al estar enclavada en el
llamado Triángulo Dorado, en estos momentos es casi imposible
hacer trabajo de campo en las localidades de los autonombrados
ódami, dadas las condiciones de violencia extrema que viven sus
pobladores a causa de la intensa lucha que libran diferentes grupos
del crimen organizado en esta zona del estado de Chihuahua.
La situación en otras comunidades de la sierra Tarahumara no
está lejos de la realidad que viven los tepehuanos. Los asesinatos, los
desplazamientos y el enrolar a los jóvenes de manera forzada en
los llamados cárteles hace casi imposible la vida de los miembros

43
José Luis Moctezuma Zamarrón

de los grupos tarahumara, pima y guarijío, y eso pone en grave


peligro a quienes quieren realizar trabajo de campo en la región,
aunque algunos lo llevan a cabo a pesar de poner en riesgo sus pro-
pias vidas. Quienes suben a la sierra comentan que han padecido
en carne propia el acoso de los grupos criminales.
El escenario no es tan grave en otras regiones del norte de
México, aunque en los últimos tiempos los grupos del crimen orga-
nizado han penetrado fuertemente las comunidades indígenas,
incorporando en sus filas a los jóvenes y creando al mismo tiempo
un alto consumo de drogas en el interior de los pueblos. En poco
tiempo, la armonía que se vivía dentro de las localidades indígenas
ha cambiado de manera radical, sin que haya mecanismos internos
que reviertan este grave problema social y de salud pública. Este
escenario ha provocado un cambio en la forma de hacer trabajo de
campo, y quienes seguimos visitando las comunidades lo hacemos
con cierta cautela para tratar de evitar la violencia.

La investigación sobre mantenimiento y desplazamiento lingüístico

Hasta ahora poco se ha hecho para enfrentar el problema del con-


flicto lingüístico que experimentan las lenguas originarias frente
al español de esta extensa región. La minorización de la mayoría
de las lenguas del norte de México ha aumentado hasta alcanzar la
peor situación de las lenguas que se hablan en el país. A pesar de
esto, los estudios sobre la dinámica de las lenguas en conflicto
apenas se muestran en algunos trabajos elaborados en muy pocas
comunidades de habla vernácula. En lenguas a punto de desapa-
recer no existen investigaciones serias que den cuenta del proceso
que sufren sus pocos hablantes. En algunos trabajos gramaticales
o antropológicos apenas se esboza el grave problema que atravie-
san. Algunas pequeñas muestras y los datos censales, con todo y
sus contradicciones, son los únicos datos con los que contamos
para expresar la situación extrema que viven sus últimos hablan-
tes. Tal es el caso de la mayoría de las lenguas yumanas, el tohono

44
El estudio de la relación entre lengua, cultura y sociedad en el norte de México

o’odham, conocido como pápago en México, y el pima. Por otro


lado, los censos y la información recopilada por algunos investi-
gadores y profesores muestran una vitalidad del tepehuano del
norte, sólo comparada con las lenguas del Gran Nayar y de otras
del sur de la república mexicana, pero hasta ahora no hay un solo
estudio que dé cuenta de la vitalidad lingüística de esta lengua.
Francis y Paciotto (2004) analizan el fenómeno del bilin-
güismo en la sierra Tarahumara, aunque no mencionan la comunidad
estudiada refieren que se encuentra cerca del pueblo turístico
de Creel. Señalan que no existe un bilingüismo sustractivo en la
escuela donde aplicaron su método de investigación: una entre-
vista bilingüe para reconocer el mantenimiento y el desplaza-
miento lingüístico. Usan el concepto de diglosia, pero sin hacer
referencia a quién toman como parámetro, al existir marcadas
diferencias de este concepto por varios autores que van desde
un equilibrio entre las lenguas hasta un conflicto lingüístico,
que implica una fuerte transición de la lengua subordinada a la
lengua dominante.
Por su parte, dos profesores de la EAHNM, Edgar Moreno (2017a)
y Bianca Islas (2017b), han dado cuenta de las configuraciones socio-
lingüísticas de dos comunidades ralámulis (tarahumaras), Munérachi
y Choguita, basándose en el manual elaborado por varios especia-
listas (Pellicer, Díaz-Couder, Barriga, Muñoz y Figueroa, 2012)
para el estudio diagnóstico sobre prácticas comunicativas vigen-
tes en comunidades de habla indígena en México. Este modelo
presenta ocho parámetros para medir la vitalidad de la lengua en
una comunidad de habla en particular, aunque fue aplicado por
los investigadores de acuerdo con los estudios previos que habían
realizado en ambas comunidades.
El primer aspecto que presentan ambas comunidades de habla
ralámuli es su alta vitalidad lingüística en la lengua originaria,
aunque con una presencia cada vez mayor del español, no sólo
por su relación con los llamados chabochis no ralámulis, sino por
la presencia de la escuela, donde muchos de los alumnos ingresan

45
José Luis Moctezuma Zamarrón

como monolingües en su lengua materna y pasan a ser bilingües:


tarahumara-español.
Esta situación, como se verá en el trabajo de Pérez y Servín
(2012), ha sido la constante en el desplazamiento que está expe-
rimentando esta lengua en el ámbito educativo promovido por el
Estado. Sin embargo, en otros espacios públicos, sobre todo comu-
nitarios, el ralámuli sigue siendo la lengua de comunicación y,
sobre todo, de socialización en el interior de las redes sociales de los
miembros de este grupo étnico, asentado en ambas comunidades
de la sierra Tarahumara.
Otros trabajos sobre la dinámica de las lenguas indígenas
frente al español se han centrado en el alfabeto, sin que exista
un consenso en su uso. Incluso, el Instituto Nacional de Lenguas
Indígenas (Inali) implementó un proyecto de creación de alfa-
betos que supone será el oficial, aunque diversos actores sociales
han manifestado que prefieren usar los alfabetos ya conocidos
por ellos, algunos conformados por los mismos hablantes, ya sean
profesores, escritores en lenguas indígenas o promotores cultu-
rales, sin olvidar los elaborados por el Instituto Lingüístico de
Verano y otras instancias, como pueden ser los lingüistas de dife-
rentes instituciones.
En su tesis de maestría, Lerma (2007) discute el conflicto que
se ha presentado en el caso de la llamada educación intercultural-
bilingüe frente a la postura de los maestros yaquis, los mismos
que se resistieron a la llamada reforma educativa en el gobierno
del presidente Peña Nieto (2012-2018). Este grupo de maestros,
al igual que los tepehuanos del norte, ha tratado de tomar en
sus manos la educación dentro de sus comunidades a pesar de la
estructura del sistema educativo en el plano indígena, pero enfren-
tando una problemática que termina por no dar los resultados
esperados o, siendo un tanto perspicaces, buscando terminar con el
bilingüismo en México a través de un proceso ahora no tan lento,
pero muy seguro en sus resultados mostrados en los últimos años,
sobre todo en el norte de México.

46
El estudio de la relación entre lengua, cultura y sociedad en el norte de México

Otro punto de vista lo hemos tenido algunos estudiosos del


conflicto lingüístico, quienes hemos visto cómo la escuela ha jugado
un papel muy importante en el desplazamiento lingüístico que han
experimentado los hablantes de lengua indígena durante las últimas
décadas. El estudio diagnóstico realizado en 2012 por Julio Pérez
y coordinado por Enrique Servín –autoridad estatal en apoyo a las
lenguas indígenas de Chihuahua– permite observar cómo en la
sierra Tarahumara las comunidades donde se localizan las escue-
las bilingües son las que mayor desplazamiento presentan en favor
del español. Al igual que la lengua mayo, el tarahumara era –hacia
mediados del siglo XX– una de las lenguas más vitales y con el
mayor número de hablantes de la región; pero, entre otros factores,
la escuela ha tenido un papel preponderante en el mayor desplaza-
miento lingüístico que están experimentando ambos idiomas.
En otros casos la educación ha tenido un fuerte impacto en
los grupos pequeños, como guarijíos, pimas y tohono o’odham.
En éstos los maestros bilingües eran de origen mayo, algunos con
un manejo rudimentario aun en su idioma materno, debido a que
esta lengua es la que presenta, por mucho, el mayor desplazamiento
lingüístico entre las lenguas que podemos considerar medianas
o grandes según su cantidad de hablantes. A pesar de que en el
conteo de 2015 aparecen 42 601 hablantes, la mayoría de los niños
y jóvenes son monolingües, pero en español. La educación bilin-
güe muestra su verdadera cara porque los profesores realmente no
requieren hablar lengua indígena y los pueden mover a comunida-
des de habla donde el uso del español es la única forma de comuni-
cación en la escuela.
El trabajo sobre sociolingüística y antropología lingüís-
tica, sobre todo con yaquis y mayos, me ha permitido hacer una
correlación entre factores cuantitativos y sobre todo cualitativos
(Moctezuma, 2012). Desde varias perspectivas, se han interpretado
algunos fenómenos del conflicto lingüístico que se resumen rápi-
damente. La dinámica del conflicto es un fenómeno complejo al
que hay que estudiar elaborando modelos complejos, permitiendo

47
José Luis Moctezuma Zamarrón

observar procesos de largo plazo utilizando diferentes paradigmas


de análisis. Entre ellos la correlación entre lengua, cultura y socie-
dad a través de un enfoque etnográfico que permite dar cuenta de
la comunicación en su contexto natural.
De esta manera es posible adentrarse en las comunidades de
habla para desentrañar las relaciones que se dan en su interior,
como puede ser considerando las redes sociales de los miembros de
los grupos estudiados. Esto ha permitido reconocer la diversidad
en el interior de las redes en comunidades bilingües, donde la lucha
por los significados cobra gran relevancia porque es dentro de las
redes, sobre todo densas, donde se está dirimiendo la continuidad
del uso de las lenguas originarias o su desplazamiento en favor del
español. Desde esta perspectiva, queda claro que la familia ya no
es el último bastión en el uso de la lengua nativa y las negociaciones
se dan de múltiples formas, sobre todo en comunidades donde el
proceso de desplazamiento es muy acelerado, como sucede en gran
parte de las lenguas que se hablan en el norte de México, particu-
larmente entre los mayos, donde la mayoría de los niños y jóvenes
hablan el español casi como única lengua, y los miles de hablantes
se han refugiado en las redes densas para continuar con el uso de sus
lenguas maternas en contextos muy específicos, sobre todo de tipo
ritual (Moctezuma, 2001).
El concepto de ideología lingüística, propuesto por varios
antropólogos lingüistas, ha sido clave para tratar de entender la
complejidad del lenguaje en su contexto natural. Propuesto en
la década de 1970, pero desarrollado a partir de 1990, todavía sigue
en discusión al no ser un concepto cerrado, aunque en líneas gene-
rales se destaca que correlaciona las estructuras sociales y culturales
con las estructuras lingüísticas, en su más amplio sentido. Esto es,
no sólo gramaticales sino de corte comunicativo, donde participan
lenguas, hablantes y sus prácticas discursivas. Uno de los conceptos
propuestos es de Judith Irvine (1989), quien lo define como «un
sistema cultural de ideas acerca de las relaciones sociales y lin-
güísticas, junto con su consiguiente carga de intereses políticos

48
El estudio de la relación entre lengua, cultura y sociedad en el norte de México

y morales» (p. 255), a lo que se añade el factor de las prácticas de


las ideologías lingüísticas por los hablantes de comunidades de
habla, claramente visibles en comunidades heterogéneas, –como
las formadas por los grupos étnicos– donde las ideologías lingüís-
ticas están presentes de múltiples maneras en las interacciones
de los hablantes, al negociar el uso de una u otra lengua o poner
en práctica ideologías lingüísticas hegemónicas o contrahegemó-
nicas. Esto es, las prácticas discursivas como prácticas de poder
dominante o solidario, incluso en situaciones aparentemente
fuera del ámbito del poder.
De esta manera, en la vida cotidiana de los hablantes, los con-
textos, los interlocutores, las normas sociales y muchos otros ele-
mentos entran en juego para usar una u otra lengua a partir de la
puesta en práctica de las ideologías lingüísticas. En las comunida-
des con un alto grado de desplazamiento lingüístico, la lucha por
los significados tiene consecuencias en el día a día, y eso ha per-
mitido a los hablantes de lenguas subordinadas mantener en uso
sus lenguas maternas a pesar de las intensas presiones en las que se
ven envueltos, incluso por los miembros de su propio grupo y de
su propia familia, no únicamente por los mestizos con los que inte-
ractúan diariamente. A partir de los grupos de edad en los censos y
de esquemas estáticos en la dinámica sociolingüística del conflicto
mayo-español, podríamos establecer criterios generacionales en la
dinámica del mantenimiento y el desplazamiento lingüístico. Lo
mismo que pasa en ciertas redes yaquis, pero en realidad en la coti-
dianidad las interacciones se dan de múltiples maneras, y el uso de
una lengua u otra pasa por una serie de factores relacionados con
las ideologías lingüísticas presentes en esas comunidades o redes,
produciendo una serie de dinámicas que nada tienen que ver con
los esquemas generacionales, educativos, laborales y muchos otros
factores que están presentes en procesos complejos de imposición,
negociación y práctica de las lenguas en conflicto.
Ante una circunstancia de desplazamiento lingüístico, como
experimenta la mayoría de las lenguas originarias del noroeste de

49
José Luis Moctezuma Zamarrón

México, se requieren propuestas de revitalización que permitan re­


vertir los procesos de pérdida de las lenguas de acuerdo con las
características de cada una y la comunidad de habla. En el caso de
yaquis y mayos, Moctezuma (2014) plantea dos maneras de refun-
cionalizar estas lenguas. La primera es un claro caso de revitalización
de la lengua mayo ante la situación experimentada por la lengua en
su conjunto, donde la gran mayoría de niños y jóvenes ya no habla
la lengua materna del grupo, debido a una compleja situación que
llevó a una generación a casi suspender la transmisión de su lengua
nativa a las siguientes generaciones.
Por su parte, el yaqui no presenta un proceso de desplaza-
miento tan evidente como el mayo, pero no deja de estar en
riesgo; por lo que se requeriría de un planteamiento totalmente
contrario a las políticas del lenguaje actuales a fin de poder detener
un proceso de conflicto lingüístico encaminado a la refuncio-
nalización de la lengua bajo otros parámetros de uso y difusión.
Esto debido a la posibilidad existente de contar con suficientes
redes de comunicación y contextos de uso de la lengua yaqui en
la mayoría de las poblaciones donde una significativa cantidad de
niños son bilingües yaqui-español.
Una propuesta novedosa sobre la revitalización de las lenguas
nativas es la planteada por Wilder, O’Meara, Monti y Nabhan
(2016) en el caso comcaac (seri). El proyecto nace al considerar
ambos lados del conocimiento –el científico y el local– al que
llaman ciencia indígena. En él participan miembros jóvenes
(llamados paraecologistas) y adultos mayores de los comcaac,
junto con académicos mexicanos y estadounidenses de distintas
especialidades: lingüistas, etnobiólogos, antropólogos, geógrafos,
administradores o gestores de tierras y biólogos conservacionistas
o ecólogos para recuperar los conocimientos tradicionales sobre
diversos aspectos del territorio marino y terrestre, así como su
biodiversidad. A través de este trabajo en equipo se ha logrado
recuperar, en bases de datos y su análisis, el registro y la búsqueda
de la conservación y difusión de plantas locales, moluscos, peces,

50
El estudio de la relación entre lengua, cultura y sociedad en el norte de México

mamíferos, aves, especies migratorias, recuperación de especies


en peligro de extinción y restauración del hábitat, así como su uso
económico por los seris.
La recuperación de estos conocimientos haría posible la restau-
ración de la terminología y todo lo que incluye en un amplio panora-
ma sociocultural, permitiendo al mismo tiempo la recuperación de
la lengua seri, debido a que –aunque aparentemente no tiene las
características del resto de las lenguas de la región– existe un claro
proceso de desplazamiento que se ha acelerado durante los últimos
tiempos debido a múltiples factores, sobre todo con el impacto de la
globalización en este pequeño pero único pueblo original y sus múl-
tiples aspectos que lo caracterizan por su gran diversidad lingüística
y cultural respecto al resto de los grupos del noroeste de México.

Algunos estudios con un enfoque hacia la relación lengua-cultura

Una de las líneas de investigación más productiva en México


ha sido la categorización, sobre todo desde la etnociencia. En el
noroeste de México se había trabajado muy poco, pero durante los
últimos años ha habido un interés mayor hacia esta perspectiva de
análisis. Una de las direcciones más estudiadas en la actualidad es
en torno a las partes del cuerpo. En esta región se han producido
tres trabajos por parte de investigadores de la EAHNM, publica-
dos en un número de la revista Dimensión Antropológica sobre este
tema en diferentes lenguas.
Islas (2017a) lo hace con el ralámuli (tarahumara) de Choguita;
Valenzuela (2017) con el ooba nook (pima de Chihuahua) y Moreno
(2017b) sobre el kickapoo de Coahuila. Los tres parten del modelo
semántico propuesto por el «Proyecto de Diccionarios Visuales de
Lengua y Cultura Indígena» de la Dirección de Lingüística del INAH
(basado en 79 láminas) pero, a su vez, cada uno revisa algunas par­
ticularidades de la manera en que la lengua establece las formas
léxicas y morfosintácticas relacionadas con el cuerpo humano y,
en el caso del ralámuli y del ooba nook, sobre las proyecciones o

51
José Luis Moctezuma Zamarrón

extensiones semánticas del cuerpo hacia otros objetos. Estos estudios


sientan las bases para investigaciones más profundas sobre el cuerpo
humano y los muchos aspectos relacionados en torno a él.
O’Meara (en prensa) llevó a cabo un aporte sustancial a la
investigación sobre la categorización del paisaje en la lengua cmi-
ique iitom (seri). Aunque su trabajo parte de considerar el sistema
gramatical y léxico de la lengua, al mismo tiempo intenta aden-
trarse en la conceptualización de los elementos físicos que enmar-
can el territorio de este grupo étnico. Lo interesante de este trabajo
es que rescata el punto de vista de los hablantes sobre la forma en
que construyen culturalmente su espacio a través de la estructura
léxica y gramatical de su lengua materna. De esta manera, la autora
considera los aspectos semánticos como nociones que permiten
interpretar múltiples formas léxicas y morfosintácticas para tratar
de entender aquellos rasgos sobresalientes en la definición del pai-
saje, sobre todo tomando en cuenta elementos que permitan un
análisis gramatical del espacio.
Un concepto medular en este estudio es el de meronimia, enten-
dido como la relación léxica entre la parte y el todo a la cual perte-
nece. Así en seri, la cueva es parte de la montaña, al igual que el valle
es parte de la cadena montañosa. Así mismo, la orilla del arroyo
seco (literal, donde está rasgada la tierra) es parte del arroyo seco.
Mientras que la orilla del estero es parte del estero, la orilla del mar
no es parte de la tierra, aunque ambos tienen como referente el
agua salada, pero en la conceptualización seri existe una diferencia
entre uno y otro. Una relación diferente ocurre entre las dunas, que
pertenecen a la playa y las rocas de la playa que pertenecen al mar.
De esta manera O’Meara analiza la forma en que los seris concep-
tualizan su espacio bajo sus propios esquemas del paisaje que los
rodea, y han caracterizado mediante formas léxicas y gramaticales
motivadas culturalmente.
Por su parte, Caballero y Pintado (2012) hacen un novedoso aná-
lisis del paisaje entre los raráruris o ralámulis (tarahumaras) a partir

52
El estudio de la relación entre lengua, cultura y sociedad en el norte de México

de sus experiencias como lingüista y antropóloga, respectivamente; y


relacionan los fenómenos lingüísticos y culturales para dar cuenta
de cómo dos comunidades con marcadas diferencias geográficas
caracterizan los marcos de referencia considerando diferentes
rasgos. Cotidianamente en la orientación espacial en Choguita,
localizado en la zona de la cumbre de la sierra Tarahumara, el eje
es el río (río arriba/río abajo); mientras en Coyachique, ubicado
en la zona de la barranca, el eje es cerro arriba/cerro abajo. Esto
muestra cómo en una misma lengua existen diferentes parámetros
para marcar la orientación espacial, íntimamente relacionada con
el entorno ecológico.
Por otra parte, en Coyachique existe un sistema de términos
cardinales utilizado exclusivamente en el ámbito ritual, localizado
en el espacio del patio ceremonial, llamado awílachi [awílači] «lugar
donde se baila». Allí los antepasados comenzaron a bailar para
crear las montañas, los valles y los ríos de la actualidad, además
de representar el cosmos. Los danzantes de matachín se colocan
al nororiente para pedir las lluvias suaves; mientras los danzantes
de baskoli (pascolero) lo hacen en el sur-poniente del patio, con el
fin de evitar los chubascos y las enfermedades. El oriente y el norte
representan la parte luminosa, el lado de las deidades. Por su parte,
el poniente y el sur simbolizan el lado oscuro, el de los antepasa-
dos, el peligroso. Este sistema tiene los cuatro términos para los
cuatro puntos cardinales, pero en el plano zenit-nadir el primero
dispone de una forma léxica particular, en tanto nadir comparte la
misma palabra con poniente, relé, lo cual conlleva a compartir el
lado oscuro en este sistema.
Además de las dos categorizaciones anteriores, en el contexto
cotidiano de ambos pueblos tarahumaras existe una compleja estruc­
tura léxica y morfológica en términos espaciales. A nivel de palabra
implica un vocabulario especializado: raíces nominales espaciales y
un sistema de caso espacial. Referencia absoluta a ejes mayores («río
arriba/río abajo» y «cerro arriba/cerro abajo»). Referencia a aspectos
geomórficos y biológicos del terreno (características locales) y referencia

53
José Luis Moctezuma Zamarrón

relativa (de la banda del río opuesta al punto de anclaje), así como
un número significativo de marcadores locativos y deícticos en tér-
minos morfológicos.
Otro trabajo que siendo de antropología retoma el aspecto
lingüístico para dar cuenta de los cantos chamánicos de los com-
caac (seri), es el publicado por Caballero (2016). Su formación
como etnomusicóloga la llevó a adentrarse en los textos produ-
cidos por el haaco cama «chaman», como parte de los cantos de
sanación. Son 18 cantos analizados lingüísticamente, pero sobre
todo en términos culturales. La repetición de cada parte del
canto en cuatro ocasiones forma parte del número sagrado para
los comcaac, como otros números son para otros grupos étnicos.
En la estructura del canto chamánico hay una evocación y una
invocación de elementos de la naturaleza, el universo y el espíritu,
donde algunos elementos le dan fuerza a la canción interpretada a
capela. Pero, al igual que otros aspectos de la lengua y la cultura
comcaac, los cantos de curación están en proceso de desaparición
por los cambios que están ocurriendo en este grupo milenario,
durante menos de un siglo de pasar de un nomadismo estacional
a un sedentarismo en dos comunidades.
A continucaión, se presentan algunos trabajos con propuestas
interdisciplinarias a fin de analizar fenómenos complejos. El pri-
mero es un estudio sobre los moluscos en lengua seri, que llevó
a Becky Moser más de 50 años terminar (Moser, 2014). Para dar
cuenta de 296 términos en la lengua no sólo partió de un estudio
etnosemántico para clasificar distintas categorías de este tipo de
animales marinos, sino de su especialidad en biología y un riguroso
trabajo etnográfico desde que aprendió seri con sus amigos de la
infancia, lo que le permitió mostrar la complejidad de la clasifica-
ción. Su arte al dibujar ayuda mucho para entender el trabajo que
implica la relación de esta especie con múltiples aspectos relacio-
nados: la alimentación, los utensilios caseros, las artesanías y los
mitos, entre otros elementos vinculados con la cultura y la sociedad
de este grupo.

54
El estudio de la relación entre lengua, cultura y sociedad en el norte de México

Por su parte, Claudia Harriss (2012) hace un estudio sobre la


relación entre lengua, cultura e identidad entre los guarijíos a partir
de una propuesta desde la antropología lingüística. Mediante muchos
elementos que permiten entender la dinámica del mantenimiento y el
desplazamiento lingüístico entre guarijío y español, ella encuentra
a través de un estudio discursivo la forma en que el silencio cobra
relevancia en esta comunidad de habla. A diferencia de otros gru-
pos socioculturales, los guarijíos utilizan el silencio como parte de su
comunicación, normatividad interna y relación con los mestizos. En
los intercambios comunicativos el silencio puede estar presente hasta
por más de cinco minutos sin que exista ningún problema entre los
hablantes. Pero también lo utilizan cotidianamente para establecer
normas internas de interacción. Los niños juegan hablando en voz
baja. Las mujeres tratan de mantenerse en silencio en situaciones
donde los hombres tienen intercambios comunicativos, y todos los
guarijíos utilizan el silencio frente a los mestizos como mecanismo
de delimitación intercultural. Su forma de hablar pausada y en
voz baja provoca que los mestizos los estigmaticen como tontos e
ignorantes, incluso por aquellos que deberían tener otra idea sobre
ellos, como los miembros de varias dependencias gubernamen-
tales, incluyendo los empleados de la Comisión Nacional para el
Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) y de la Coordinadora
Estatal de la Tarahumara.
El estudio de Moctezuma (2014) –sobre la cosmovisión de
yaquis y mayos en torno a los diversos universos posibles– recurrió
al modelo de la antropología lingüística, que hizo posible interpretar
este complejo fenómeno explicando sus ideologías lingüísticas a tra-
vés de las prácticas discursivas. A diferencia del modelo occidental
de caracterizar el universo, yaquis y mayos tienen múltiples univer-
sos interrelacionados. El huya ania, traducido como «el mundo del
monte», tiene múltiples implicaciones en los planos míticos, rituales
y en la misma vida cotidiana. El huya ania está íntimamente relacio-
nado con el sewa ania, «el mundo flor», universo simbólico al que
pertenece el venado, como ser primigenio de estos grupos étnicos

55
José Luis Moctezuma Zamarrón

y representado en varias formas, incluyendo el danzante de venado,


la mujer y muchos otros aspectos, donde la flor juega diversos roles,
desde los más benignos, como el florecimiento del huya ania, hasta
como arma divina con la que los anhelguarda de los yaquis o los tres
josés de los mayos vencen a los fariseos el Sábado de Gloria, para
terminar con la oscuridad que llega con el inicio de la cuaresma.
Lo mismo se encuentra el yo ania, «el reino antiguo y venerable,
el gran universo o el universo ancestral», representado físicamente
en parte por el huya ania. El tenku ania «universo de los sueños o
las vivencias», que les permite a algunos elegidos pasar por ciertos
procesos para convertirse en buenos danzantes, músicos e, incluso,
vaqueros u otros oficios. El bawe ania, «el universo marino», donde
se encuentra bawe chiika, «el espíritu del mar», que regresa a la
playa todos los desperdicios que le arrojan para mantener limpio
el mar. Por su parte, el ckokim ania, «el firmamento», está relacio-
nado con el universo y habitado por seres míticos como el suáwaka,
«estrella fugaz o meteorito», también conocido como la estrella
de San Miguel, que con su arpón de fuego destruyó la serpiente
gigante que asolaba a los yaquis. Allí también habitan tata o’ola,
«el padre sol», y maala mecha, «la madre luna», así como Yuku,
«dios de la lluvia». Todos estos universos forman un entramado de
relaciones que dan sustento a la cosmovisión de yaquis y mayos,
y no funcionan como simples unidades discretas, sino como una
compleja red a la que todavía le falta mucho por investigar.

A manera de conclusión

Las muestras que aquí se han presentado permiten vislumbrar la


terrible situación que están experimentando las lenguas originarias
de la región y sus comunidades de habla, así como la falta de estudios
en profundidad, que den cuenta de las múltiples formas de man-
tenimiento y desplazamiento lingüístico entre estas lenguas y el
español. Esto muestra el abandono al que han estado expuestas las
lenguas nativas, así como las políticas lingüísticas encaminadas a

56
El estudio de la relación entre lengua, cultura y sociedad en el norte de México

hacerlas desaparecer. El desinterés por estas lenguas se ve en lo


académico y en lo político, dejando a sus hablantes las muestras
de resistencia para continuar con su uso a pesar de las presiones
extremas, que sin duda han estado dando grandes frutos al encon-
trarse varias de ellas en grave peligro de desaparecer sin que exista
la documentación de este proceso, ni las intenciones por revertirlo.
Por otro lado, aun con el poco material disponible, se puede ob­
servar la enorme riqueza que guardan estas lenguas, en su relación
con la cultura y la sociedad. Sin duda, esto permite percibir lo mucho
que falta por investigar, así como difundir tanto a las comunidades
indígenas como a la población en general. La diversidad de fenóme­
nos es extraordinaria, como es su posible pérdida, dada la situación
por la que atraviesan las lenguas menos estudiadas en este país. El reto
es no sólo documentarlas, sino tratar de investigar con el fin de re­cu-
perar estos conocimientos y las identidades que conllevan para hacer
posible su transmisión a las siguientes generaciones, y hacer visible a
la sociedad lo que es un patrimonio de la humanidad no renovable.

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60
Enredos fronterizos: Las lenguas nativas
de Baja California
Ana Daniela Leyva

A la memoria de don Juan Carranza,


el indio sin fronteras.

El presente trabajo muestra los retos que plantean realizar las inves-
tigaciones lingüísticas en el contexto de frontera. Se disertará acerca
de la manera en que el estudio de las lenguas nativas y las len-
guas mismas se han desarrollado en esta peculiar circunstancia. El
objetivo del trabajo es presentar una reflexión desde la lingüística
antropológica sobre la situación de las lenguas de Baja California;
para ello se realizó investigación documental, trabajo de campo y
observaciones en talleres y mesas de trabajo con los miembros de
las comunidades a las que se hace referencia. Todo esto se desa-
rrolla dentro del proyecto que estudia las lenguas nativas de Baja
California con énfasis en la lengua kumiay dentro del Instituto
Nacional de Antropología e Historia (INAH) Baja California.
Los retos y enredos que esta situación presenta son diversos.
La lingüística encuentra en Baja California un panorama lleno de
riqueza y la confluencia de tantas lenguas y variedades lingüísticas
hace que existan muchos temas de investigación relevantes como:
el contacto entre el español y el inglés; el desarrollo particular que
cada una de las lenguas indígenas de otros estados ha tenido al
mantenerse en un contexto de migración; el uso y su pérdida en

[ 61 ]
Ana Daniela Leyva

pocas generaciones; las lenguas nativas1 y su desplazamiento lin-


güístico; en fin, la frontera es un espacio multilingüe y diverso, así
que el estudio de las lenguas se vuelve fascinante.
Las lenguas de Baja California tienen particularidades lingüísti-
cas, geográficas y culturales que las distinguen del resto de lenguas
mexicanas. La familia lingüística a la que pertenecen se distribuye
en la frontera entre México y Estados Unidos. Otras familias lin-
güísticas corren con la misma suerte, pero no de la misma manera.
Algunos temas controversiales relacionados con las lenguas mismas y
con su estudio son: primero, el ingreso de datos sobre la controversia
de la pertenencia de estas lenguas a la polémica familia lingüística
hokana; segundo, la reflexión hacia las lenguas que se hablan y sus
nombres, así como el debate sobre cuántas son, señalando la difi-
cultad para estudiar las variantes en la situación de desplazamiento
lingüístico en el que se encuentran; por último, se dirige la mirada
hacia el ejercicio investigativo mismo, señalando la relación que se
establece entre los estudios lingüísticos estadounidenses y mexica-
nos, y entre las variedades de lengua en ambos lados de la frontera.

La familia lingüística

Desde hace por lo menos cien años existen propuestas para clasifi-
car las lenguas de este territorio, entre ellas: 1) la hipótesis hokana,
y 2) la cochimí-yumana. La primera fue acuñada por lingüistas desde
finales del siglo XIX y tuvo gran auge explicativo en la primera parte
del siglo XX. Autores como Sapir (1920), Dixon y Kroeber (1913) fue-
ron adeptos a ella. Esta propuesta ha pasado por diversas etapas en las
que se incluyen y excluyen lenguas. La versión más amplia incorporaba

1 
Se utiliza el término nativas y no indígenas debido a que, por un lado, así
es como los miembros de estos grupos se autodesignan y se distinguen de
los otros grupos indígenas que habitan en el estado y el país, y por otro lado
–como se verás más adelante– porque la relación que guardan con los nati-
voamericanos es mucho más cercana que la que tienen con los demás grupos
indígenas mexicanos.

62
Enredos fronterizos: Las lenguas nativas de Baja California

lenguas de California y Baja California: el seri, el tequistlateco y el tla-


paneco-subtiaba. Sin embargo, la relación entre estas lenguas no ha sido
totalmente comprobada en algunos casos y ha sido rechazada en otros.
Este último es el caso del tlapaneco-subtiaba, que ha sido clasificado,
sin lugar a dudas, dentro de la familia otomangue, sin relación con la
familia hokana (Campbell, 1997, 2007). Campbell pone en duda
la hipótesis hokana, y subraya que algunos lingüistas hallan cierto
apoyo, pero no el suficiente. Marlett (2007), por su parte, opina que
«no hay suficiente evidencia para seguir afirmando que existe relación
entre varias de estas lenguas» (p.165), aludiendo a las que conforman
la familia lingüística hokana: tequistlateco, seri, cochimí, yumanas,
chumashanas, salineras, y otras lenguas en California como el pomo,
shasta, karok, washo y atsugewi.
Siguiendo a Marlett, la hipótesis hokana se recibió con entusiasmo
debido a la época en la que surgió, pero la evidencia presentada para
sostenerla es poca y no tiene el rigor que el análisis lingüístico histórico
presenta en la actualidad. Las descripciones lingüísticas han aumen-
tado desde hace cien años, lo que permite una revisión más profunda
de las relaciones de lenguas que se habían postulado y también contri-
buye a cuestionar la validez y pertinencia de la familia hokana.
La segunda propuesta para clasificar las lenguas habladas en la
actualidad en Baja California es la familia cochimí-yumana; ésta
se establece a partir de la comparación entre léxico de dos o tres
variedades de la lengua cochimí y léxico de algunas lenguas yuma-
nas, o bien del proto-yumano. Los autores que han establecido esta
relación (Kroeber, 1943; Langdon, 1974; Mixco, 1978, 2007, 2010;
Troike, 1976) no dudan de su pertinencia, no obstante, consideran
que debe realizarse mayor trabajo con datos de las distintas varie-
dades del cochimí y revisar la propuesta del proto-yumano. Mixco
(2007), después de revisar datos del cochimí del norte, confirma la
hipótesis de relación genética entre las familias yumana y cochimí
(véase figura 1), debido a las correspondencias fonológicas, sintácti-
cas y semánticas entre el cochimí del norte, el proto-yumano y las
lenguas paipai y kiliwa.

63
Ana Daniela Leyva

Figura 1. Familia lingüística cochimí-yumana

Fuente: Miller (2001, p. 1), tomado a su vez de Langdon (1991, p. 189).

Los nombres para las lenguas

Las fronteras lingüísticas en este territorio son difíciles de estable-


cer desde nuestro espacio conceptual de las lenguas como unidades
comunicativas claras y uniformes, pero están bien establecidas desde
el espacio de significación que les confiere un sentido identitario.
Es decir, ha sido complejo esclarecer cuántas lenguas yumanas se
hablan en la península, como lo fue también para los misioneros;
sin embargo, para los miembros de las comunidades esta diferen-
ciación no parece ser relevante.
Por un lado, se tienen los nombres que aparecen en las fuentes
bibliográficas misionales; por otro, los de las fuentes etnográficas
desde finales del siglo XIX hasta la actualidad tanto mexicanas como
estadounidenses; y, en tercer lugar, pero no menos importante, el
nombre con el que los miembros de estos grupos étnicos se refieren a
sí mismos y a sus lenguas.
Con cierto detalle se expone el caso de la lengua kumiay, lo
que obligará también a hablar del cochimí. El nombre kumiay se
refiere tanto a la lengua como a los grupos indígenas asentados en
las comunidades bajacalifornianas de Juntas de Nejí, San Antonio
Necua o Cañada de los Encinos, San José de la Zorra y La Huerta.

64
Enredos fronterizos: Las lenguas nativas de Baja California

Todos ellos y sus tribus hermanas en Estados Unidos recibieron el


nombre de dieguinos o diegueños por estar bajo el territorio de la
misión de San Diego. Los nombres con los que también se han refe-
rido al grupo y sus variedades lingüísticas son kumeyaay, kumiay,
kumiai; k’miai/y, kamia; iipay, ipay, ipai; tiipay, tipay, tipai, tipey.
Kumeyaay es el nombre con el que se autodesignan las tribus en
Estados Unidos y su equivalente mexicano es kumiay; este término
o su variación k’miay parece significar «acantilado o barranco». Se
ha dicho que se refiere a aquellos que viven en los acantilados (en la
costa del Pacífico del territorio bajacaliforniano).
Parece ser entonces que kumiay es el nombre genérico tanto
del grupo como de la lengua, pero existen al menos tres variantes
lingüísticas claramente diferenciadas: el ipay/iipay (kumeyaay del
norte: San Paqual, Santa Ysabel, Mesa Grande, Barona, e Iñaja);
el kamia (tribus del este); y el tipay/tiipay/tipey hablado en Jamul,
Sycuan, Viejas, La Posta, Cuyapaipe, Manzanita y Campo, en
Estados Unidos, y las comunidades bajacalifornianas que se men-
cionaron anteriormente (véase mapa 1).

Mapa 1. Lenguas kumiay

Fuente: Miller (2001, p. 2), tomado a su vez de Langdon (1991, p. 189).

65
Ana Daniela Leyva

Tanto los vocablos ipay como tipay quieren decir «persona»,


«gente», «indio», y son los que utilizan para hablar de sí mis-
mos. Para distinguirse entre otros grupos indígenas ellos utilizan
kumiay, de ahí que el término acordado para la lengua es kumiay
tipey aa. Existe otro problema que causa confusión y enredo, y es
que algunos investigadores han señalado que la lengua hablada en
las comunidades de La Huerta y San Antonio Necua es el cochimí.
Cochimí es el nombre bajo el que se englobaron las variedades
lingüísticas habladas entre la misión de Loreto, en Baja California
Sur, y la misión del Rosario, cerca del paralelo 30. Estas lenguas y
variantes han dejado de hablarse desde el siglo pasado e incluían al
borjeño, ignacieño, cadegomeño, didiu, laymon y monqui. Por un
error de interpretación de algún sujeto externo a las comunidades
–dicen que fue un profesor–, entendiendo que el término cochimí
quería decir «indio del norte» en lengua pericú, les dijo a los huer-
teños y necuanos que ellos eran cochimíes, y en tanto el nombre
étnico es una etiqueta externa ellos lo aceptaron y reprodujeron, pero
la variante lingüística y la historia cultural los asocian directamente
con los grupos kumiay y no con los cochimíes.
Pero, ¿qué pasa con el ko’alh? En Santa Catarina se habla pai-
pai y otra lengua que hasta hace unos años era considerada una
variante lingüística del kumiay, sin embargo, estudios recientes
–realizados por Amy Miller (2018) y Margaret Field (2012)– han
comprobado su diferenciación lingüística.
Ochoa Zazueta (1978) logró identificar variantes de clan. Su
estudio de parentesco y filiación lingüística puede dar pistas de
la organización en clanes y su distribución en el territorio baja-
californiano. Seguramente las variedades lingüísticas del kumiay
fueron complejas siempre, cada clan o shmulh debió tener particu-
laridades expresadas en su lengua, que ahora reducimos a variantes
geográficas, pero aún dentro de las comunidades se pueden escu-
char diferencias léxicas entre una familia y otra. Las lenguas en
situación de desplazamiento pueden presentar una mayor variación
entre los hablantes, lo que dificulta su estudio.

66
Enredos fronterizos: Las lenguas nativas de Baja California

Investigadores, investigaciones y métodos

Son pocos los investigadores mexicanos que han dado cuenta de los
fenómenos lingüísticos de esta península –Ochoa Zazueta (1977),
Trujillo (1980) e Ibáñez (2015), entre otros– y, en general, las
aportaciones más amplias en el siglo pasado (y quizá en la actua-
lidad) fueron hechas por lingüistas estadounidenses; Crawford
(1966, 1983, 1989) para la lengua cucapá; Hinton (1975), Hinton
y Langdon (1976); Langdon (1970) para el kumiay, Mixco (1971,
1976, 1983, 1985 y 2000) profundiza en el estudio de la lengua
kiliwa; y Joël (1966 y 1976) ofrece un panorama fonológico y sin-
táctico de la lengua paipai.
Las formas de hacer trabajo de campo en esta región se basan
en tradiciones etnográficas y lingüísticas estadounidenses; esto ha
influido en las relaciones entre los miembros de las comunidades y
los lingüistas interesados en describir las lenguas. Mientras que los
lingüistas mexicanos, entrenados en el centro del país, estábamos acos-
tumbrados a realizar trabajo lingüístico dentro de las comunidades,
estableciendo lazos cuasifamiliares con los hablantes en períodos
largos de estancia y convivencia en la comunidad, apoyados en la
observación participante y la colaboración en las tareas en la comu-
nidad; los trabajos estadounidenses se basaron, por mucho tiempo,
en la elicitación de material lingüístico pagando por hora de tra-
bajo a sus informantes (en la actualidad, la colaboración que esta-
blecen los lingüistas del otro lado de la frontera con los miembros
de las comunidades es cercana y fructífera). Al llegar a esta área de
estudio, fue necesario modificar el método de acercamiento, pero
el tiempo me ha permitido establecer lazos sólidos y un trabajo
colaborativo enriquecedor. Ahí se descubrió que la necesidad de
investigación urgente era entender los factores que están involu-
crados en la pérdida de la lengua para tratar de frenar ese proceso
si así lo deciden los kumiay.
Un ejemplo claro de un producto de trabajo lingüístico diferen-
ciado en ambos lados de la frontera es el de los alfabetos prácticos

67
Ana Daniela Leyva

propuestos para la lengua kumiay. La tradición de lectoescritura en


la lengua indígena fue difundida en Estados Unidos mucho antes
que en México, quizá por su necesidad más temprana de revitalizar
la lengua. Pero su alfabeto se basó en convenciones del alfabeto
estadounidense, y cuando los kumiay de este lado (México) que-
rían usarlo no se sentían tan cómodos, ya que les parecía escribir
su lengua «como en inglés», así que se creó un alfabeto práctico,
con el apoyo del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (Inali),
que poco se ha usado pero que intentó cubrir las necesidades de
la gente. El alfabeto práctico propuesto por Miller (2001) y el que
nosotros propusimos guarda similitudes, pero mantiene el uso de
las grafías <ñ>, <j>, y la gran discusión sobre la lateral sorda desem-
bocó en su escritura como <lj>.
Actualmente, el trabajo de investigación sobre las lenguas no
es diferente en un lado y otro de la frontera; la disciplina ha ido
refinando sus métodos y los ha globalizado. Los investigadores
establecen relaciones cada vez más profundas y cooperativas tanto
entre ellos mismos, sin importar el lado de la frontera en el que se
esté, como con los hablantes de las lenguas, intentando en todo
momento que este trabajo aporte de alguna manera en sus esfuer-
zos por revitalizar su lengua nativa y fomentando la profesionali-
zación de sus colaboraciones. Ahora, por ejemplo, Margaret Field
(2019) se preocupa porque los textos que produce, como parte del
proyecto de documentación, estén tanto en kumiay como en inglés
y en español, haciéndolos accesibles a las nuevas generaciones y a
quienes estén interesados en estudiarlas.
Faltan muchos lingüistas para que sean abordadas todas las
temáticas dibujadas al inicio del trabajo, pero las escuelas de lin-
güística mexicana parecen estar muy lejos y los lingüistas ameri-
canos parecen tener prohibiciones por parte de sus universidades
para estar aquí. Es cierto que las condiciones de violencia e insegu-
ridad se han acrecentado en los últimos años dentro y fuera de las
comunidades, pero la urgencia de trabajos lingüísticos en la zona
también ha ido en aumento.

68
Enredos fronterizos: Las lenguas nativas de Baja California

Las fronteras lingüísticas, territoriales y temporales

Desde la semiótica, las aportaciones de Lotman (1996) ayudan a


conceptualizar la frontera desde otros postulados, no sólo como
un concepto territorial sino también como demarcación de espacios
de significación con funciones determinadas. El autor da el nom-
bre de semiósfera –concepto análogo al de biósfera– a todo el conjunto
de significaciones que permiten nuestra vida dentro de la cul­tura a
la que pertenecemos; es un espacio abstracto, un continuum semió-
tico con organización jerárquica interna, cuya propiedad es la deli-
mitación a través de una frontera. Lotman (1996) describe la frontera
como «un mecanismo bilingüe que traduce los mensajes ex­ternos
al lenguaje interno de la semiósfera y a la inversa» (pp. 13-14). Sólo
con su ayuda, el sistema de significación puede realizar los contac-
tos con otros espacios de connotación distintos.

La función de toda frontera […] se reduce a limitar la penetra-


ción de lo externo en lo interno, a filtrarlo y elaborarlo adaptati-
vamente […] En el nivel de la semiósfera, significa la separación
de lo propio respecto de lo ajeno, el filtrado de los mensajes
externos y la traducción de éstos al lenguaje propio, así como
la conversión de los no-mensajes externos en mensajes, es decir, la
semiotización de lo que entra de afuera y su conversión en infor-
mación (Lotman, 1996, p. 14).

Se habla aquí de la frontera desde la semiótica y, en tres tiempos,


se menciona esta frontera lingüística a la que lleva de manera natural
la definición de Lotman: una frontera traductora de los lenguajes.
Más adelante se enuncia la frontera desde lo espacial, ya que en la
experiencia humana la primera manera de delimitar es en el espacio,
desde nuestros propios cuerpos hasta el entorno geográfico que
habitamos. Se continua hablando de la frontera temporal, tan
ligada a la espacial, pero se guiará la discusión hacia las posibilidades
de las lenguas nativas en el tiempo.

69
Ana Daniela Leyva

Es difícil dibujar una línea clara en el mapa cuando se habla del


uso de las lenguas nativas. Pensando en las lenguas kiliwa o paipai
o kumiay o cucapá como semiósferas, donde las significaciones y
los sentidos tienen emisores y receptores específicos, se delinean
esferas que confluyen y se intersecan, pero que en el interior tienen
también otros límites familiares o íntimos.
Puede observarse el mapa 1, donde se establecen líneas que sepa-
ran el territorio, etiquetadas con el nombre de una lengua, que dice:
aquí se habla paipai, o se habló cochimí. Pero esas divisiones son
trazadas por los investigadores, quienes desean fervientemente en­
contrar un objeto de estudio claro y uniforme; la realidad no es así,
esas líneas divisorias no están marcadas sobre la tierra ni en los
arroyos, esas fronteras eran movibles y se adaptaban a las interac-
ciones y necesidades biológicas y comunicativas. Pensemos entonces
en las lenguas nativas como continuos de significación, no como uni­
dades homogéneas, sino como compuestas por diversidad. Dentro de
ellas también se encuentran fronteras, entre el kumiay de una fa­
milia o de otra, o de una comunidad y otra, o del kumiay usado en
las ceremonias y cantos y el kumiay usado para contar un chisme o
para arrullar a un niño.
Las lenguas son habladas por personas que habitan territorios y
que conviven con otros en esos territorios. La relación con ese espacio
y con esos otros es compleja, a veces satisfactoria, a veces dolorosa.
No se debe pensar en las lenguas como entes abstractos con vida pro-
pia; su vitalidad está ligada a procesos sociales complejos, a territorios
habitados desde el pasado y compartidos a la buena o a la mala con
los otros (otros grupos nativos, misioneros, colonizadores, mestizos
estadounidenses o mexicanos). Las comunidades viven en constante
lucha por mantener esos espacios geográficos que les confieren iden-
tidad y un modo de vida significativo, es donde están sus ancestros,
donde se plasman las historias transmitidas por los antiguos, donde
los cerros cuentan y los arroyos hablan. Esta frontera territorial es
simbólica y está demarcada por elementos que atraviesan nuestras
divisiones geográficas y conceptuales. Ese territorio también es con-

70
Enredos fronterizos: Las lenguas nativas de Baja California

flictivo, los intereses de afuera por los recursos naturales que están
en los territorios indígenas han sido constantes en la historia de los
grupos nativos. En la actualidad, ellos siguen buscando las mejores
maneras de negociar, buscan las vías más seguras para conservar sus
territorios y su identidad mejorando sus condiciones de vida, aunque
en esa modernidad la lengua de sus ancestros esté desvaneciéndose.
Las lenguas nativas viven un acelerado proceso de desplaza-
miento lingüístico. Es verdad que las lenguas y sus vitalidades cam-
bian, muchas han muerto –como el cochimí–, pero la frontera de
lengua viva/lengua muerta sucede en la línea temporal. Actualmente
todavía se hablan, en el futuro sería magnífico que se mantuvieran;
pero eso sucederá si en conjunto se logran idear proyectos que con-
templen y respeten las particularidades culturales de la región que se
estudia, desde dentro de su espacio semiótico y a través de relaciones
de colaboración respetuosas, solidarias y comprometidas.

Palabras finales

Se trabaja en un espacio fronterizo en muchos sentidos, se tiene


una frontera física establecida entre Estados Unidos y México,
pero también una frontera cultural que se diferencia del resto del
norte de México. Aquí los grupos indígenas tienen más similitudes
con los grupos del sudoeste de Estados Unidos que con los del resto
del norte mexicano, y sus lenguas parece que se encaminan hacia el
mismo desenlace.
Se ha observado que los nativos estadounidenses buscan en los
nativos mexicanos las huellas de su pasado, mientras que los nati-
vos mexicanos ven en ellos el futuro que desean alcanzar, donde la
lengua ya no está presente.
Los kumiay no se sienten parte de la historia nacional, no son
mexicanos, los mexicanos somos nosotros; así que el concepto de
frontera que en ellos se configura no es el mismo que el que noso-
tros tenemos. Su territorio histórico siempre estará por encima de
los muros y las barreras ejidales, municipales, estatales y federales,
y desde ahí mantienen viva su identidad.

71
Ana Daniela Leyva

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74
El movimiento del lenguaje. Los idiomas vivos,
moribundos y moribundos revitalizados
Paula L. Meyer

Una lengua existe en la mente individual, donde reside el


mecanismo del lenguaje, en la familia, donde la lengua
se pasa a la próxima generación, en la comunidad local,
donde la lengua sirve para que funcione la comunidad, en la
comunidad mayoritaria, en el Estado, y entre los Estados.
Estos lugares donde la lengua reside se coinciden, en parte,
todo el tiempo, y se confunden; pero en cada uno la lengua
tiene su propia función.
PLM1

Introducción

En este capítulo se examinan y se comparan las formas de movi-


miento del lenguaje, fenómenos que ocurren y han ocurrido en las
comunidades indígenas, incluso la de los kumiai, en la frontera entre
México y Estados Unidos. El movimiento puede ser físico/geográ-
fico, como cuando un idioma se mueve de un lugar a otro, o puede
ser lingüístico e incluir los cambios de un idioma a otro y/o los cam-
bios básicos dentro del mismo idioma.

El texto forma parte de las ideas presentadas por la autora en la conferencia «El
1 

norte de México y sur de Estados Unidos: De los espacios fluidos a los procesos
globales» en la XXI Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología,
en Ensenada Baja California del 2 al 6 de octubre de 2017. 

[ 75 ]
Paula L. Meyer

El movimiento de un idioma: el caso del kumiai2

El movimiento lingüístico, en primer lugar, es un cambio geográ-


fico por razones políticas y económicas de los idiomas, e incluye
las fronteras, como la internacional entre Estados Unidos y México,
además de otros límites sobrepuestos a la costumbre tradicional de
la gente misma de cambiarse de un lugar a otro según los recursos.
Aunque los kumiai conformaban la población de ambos lados
de la nueva frontera de Baja California con California desde hace
miles de años, con la llegada de los colonizadores de Estados Unidos
en el área de San Diego, muchos de los kumiai que se encontraban
al norte de la nueva línea huyeron hacia las montañas, y luego cruza­
ron al sur de la nueva línea entre la Alta y la Baja California para es­
caparse del desplazamiento3 y así evitar la esclavitud, la integración
y la escuela obligatoria,4 la cual se instituyó unas generaciones antes
en San Diego que en Baja California. Como resultado, el idioma
kumiai se fue hacia el sur, donde la gente podía vivir algunas gene-

Entre las varias configuraciones postuladas está la definición de la comuni-


2 

dad lingüística conocida como kumiai: Los kumiai o kumeyaay forman parte
del tronco lingüístico yumano. Sus asentamientos tradicionales están dispersos
entre el sudoeste de Estados Unidos y el noroeste de México (Pritzker, 2000).
La ortografía kumeyaay fue originada por Margaret Langdon de la Universidad
de California, San Diego, en la década de 1960.
3 
En el área kumiai, que ahora es el condado de San Diego, las expansiones
española, mexicana y estadounidense impactaron en gran medida la tenen-
cia indígena de la tierra. La pérdida y el cambio extensivos de la tierra y su
uso ocurrían durante el período de expansión estadounidense antes de 1891.
Después del Tratado de Guadalupe Hidalgo (1848), que garantizó los dere-
chos de los indígenas a sus terrenos, Estados Unidos falló en confirmar esos
derechos, motivo por el que los kumiai no tenían título legal de su tierra.
Comenzaron a quitársela hasta 1865 con el asentamiento creciente de los
estadounidenses, el cual llevó al despojo de los terrenos indígenas y al estable-
cimiento de las reservas (Shipek, 1988). En todo el capítulo, las traducciones
del inglés al español fueron hechas por la autora.
4 
Aunque los infames internados no tuvieron tanta influencia en San Diego,
las escuelas públicas consiguieron resultados similares en la eliminación de las
culturas y lenguas indígenas.

76
El movimiento del lenguaje

raciones más con sus propias tradiciones y su propio idioma. En con­


secuencia, ahora los escasos hablantes de los idiomas indígenas, es
decir, los idiomas mismos de la región fronteriza –San Diego-Tecate-
Ensenada–, se quedan en México (Field, 2014).
Hoy en día, los kumiai del norte de la línea internacional, quie-
nes han visto desaparecer su idioma de herencia, miran hacia el sur
para reconectarse con sus raíces y su idioma ancestral; así, la lengua
va otra vez al norte en forma de los escasos hablantes nativos que
se encuentran ahora en Baja California. Desde otra perspectiva, los
kumiai del norte se mueven otra vez hacia el sur en busca de sus
raíces lingüísticas.
El movimiento lingüístico es también un cambio dentro de la
comunidad y del individuo indígena cuando su lengua de herencia
se encuentre en contacto con otros idiomas, o cuando se enfrente con
las lenguas oficiales del Estado y con el poder de éste. Esto ocurrió
durante el contacto con el idioma español y luego con el inglés por
parte de los kumiai. Comenzó con las misiones y todavía continúa.
Aunque el idioma kumiai aún existe en Baja California, se
considera moribundo5 porque, siguiendo el camino que ha tomado
al norte de la línea, ya no es parte integral de la comunidad ni
de muchos individuos; está en la última etapa de desaparición o
muerte, sin vitalidad. Cada persona es fluente y la mayoría son
monolingües en español; no usan el idioma de herencia en la vida
cotidiana,6 la mayoría no lo tiene en su mecanismo mental de len-
guaje, y los niños nacen y crecen sin oírlo de manera natural a su
alrededor y sin adquirirlo como su lengua nativa. Éste es el estado
que resulta de la llegada o movimiento del español hacia el interior
de la comunidad y de cada persona.

5 
«Moribundo, da: adj. Que está extinguiéndose o muy cercano a morir»
(WordReference.com, 2018, s. p.).
6 
Respeto a la mayoría del minúsculo número de hablantes del idioma que per-
manecen: «Raramente tienen la oportunidad para conversar entre ellos, y cuando
sí alcancen [a] platicar, casi siempre hablan en español, sólo metiendo palabras o
comentando sobre cómo se dice algo en kumiai» (Meyer y Meza, 2011, p. 60).

77
Paula L. Meyer

Un idioma moribundo (que ya no se adquiere ni funciona de


manera normal ni universalmente en una comunidad lingüís-
tica) y la propuesta de su revitalización (esfuerzos para hacer que
el idioma viva otra vez) tienen que ver sobre todo con el cambio –el
lingüístico– que ocurre por las variaciones económicas y políticas.
Hay al menos dos maneras de ver las causas de los cambios
lingüísticos y la pérdida o modificación de un idioma: el cambio
natural y el genocidio lingüístico.

La desaparición de las lenguas minoritarias por el cambio


natural: la ecología lingüística7

Todo idioma vivo, además de cambiar natural y constantemente


–como se nota con claridad comparando el habla de las distintas
generaciones–, también se modifica por la influencia del contacto
con otros idiomas y dialectos. Los hablantes de cualquier idioma
(sea una lengua prestigiosa o no, escrita o no, grande o pequeña)
tienden a adaptarse a las condiciones lingüísticas ambientales,
incluso la política, lo socioeconómico y el prestigio. Observados
desde el marco de la ecología lingüística o la transformación natu-
ral, los cambios lingüísticos y la falta de ellos ocurren principal-
mente por factores económicos y sociales más o menos normales, y
no por una matanza a propósito de las lenguas originarias. La gente
aprende un nuevo idioma en búsqueda de mejores oportunidades y
para convivir con sus vecinos, y así ha sido por milenios.
En la literatura de la revitalización de los idiomas en peligro
se ha escrito mucho sobre los costos (que existen), pero no de los
beneficios (que también existen) del cambio lingüístico para las
poblaciones afectadas, especialmente desde el punto de vista de
aquellos que se han enfrentado a los cambios y se han adaptado por
su bien (Mufwene, 2018).

El concepto de la ecología lingüística fue introducido por Haugen (1972).


7 

78
El movimiento del lenguaje

Los lingüistas raramente han interpretado el proceso de atrición


y muerte de los idiomas como el resultado a repuestas adaptativas
de los hablantes ante los cambios en las condiciones socioeconómi-
cas a su alrededor. Han puesto poca atención en lo que las poblacio-
nes han ganado, o solamente querían alcanzar, dentro de las nuevas
ecologías socioeconómicas que experimentan (Mufwene, 2003).
Se tienden a percibir los cambios o movimientos lingüísticos del
pasado lejano como eventos naturales, mientras que las transforma-
ciones actuales se observan como desastres. El griego y el latín clási-
cos cambiaron, aunque de distintas maneras; terminaron de existir y
se llaman clásicos porque ya nadie los habla, sin embargo, permane-
cen de forma congelada (no viva) en la literatura, y es por esto que los
conocemos. Tomando en cuenta éstos y otros cambios lingüísticos,
se ve que el prestigio y el alfabetismo, con cantidades de vestigios
escritos, pueden evitar lo negativo del cambio lingüístico para ciertos
sectores de la población.8 El griego y el latín clásicos fueron los idio-
mas más prestigiosos de su mundo y dejaron montones de literatura,
pero ya no existen. Todavía atesoran prestigio, pero tiene que ver
más con la posición imperial y la cantidad de literatura existente que
con el mero hecho del alfabetismo.
Relacionando el prestigio de la literatura con el alfabetismo
para los idiomas actuales en peligro, Mufwene (2003) expone que:

El alfabetismo en la lengua predominante también se ha invo-


cado como factor en su favor, sobre sus competidores. [Pero]
parece que la elaboración de los sistemas de ortografía para, y el
alfabetismo en, las lenguas en peligro, garantizan no su revitali-
zación sino su (sin vida) preservación como las conservas en un
frasco (p. 1 [traducción propia]).

Más ampliamente: algunos de los esfuerzos para preservar (en


efecto, no para mantener ni para revitalizar) idiomas moribundos,

8 
Mucha poesía griega que conocemos como literatura era tradición oral que
se escribió generaciones después.

79
Paula L. Meyer

se han centrado en la elaboración de un sistema de ortografía y el


alfabetismo en ese sistema (por ejemplo Hinton, 1995). Lo apro-
piado de este enfoque en los idiomas amenazados se ha puesto en
duda por el hecho de que las lenguas muertas más celebradas (el
hitita, el sánscrito, el griego antiguo, el latín y el gaélico) nos han
legado ricas tradiciones literarias. Es obvio que los sistemas de orto-
grafía y alfabetismo entre sus hablantes no evitaron su muerte.9
El contraste entre los idiomas clásicos y los minoritarios, que
actualmente están en peligro, falla respecto al tipo de cambio y
el carácter imperialista de los romanos, semejante a los hablantes
de inglés y español en América. El latín y el griego clásicos fueron
cambiando hacia una versión de la misma estructura gramatical
básica en el mismo lugar como el griego moderno, o siguiendo a
los romanos por las tierras del imperio en el sur de Europa, donde
el latín desplazó los idiomas indígenas y evolucionó al español, el
italiano, etcétera; lenguas actualmente vivas que continúan cam-
biando de manera natural, pero todavía evolucionando desde la
gramática del latín.10 Los idiomas indígenas moribundos actua-
les –afectados por el establecimiento del idioma mayoritario en
el mecanismo del lenguaje de la comunidad y los cerebros de sus
miembros–, en vez de evolucionar van perdiendo su estructura
básica (su gramática, la lengua misma) hasta que no existan.

Más evidencia en contra de la significancia del alfabetismo en la


9   

conservación de los idiomas se encuentra en la historia de la coloniza-


ción europea desde el siglo XVI. Varios idiomas europeos escritos per-
dieron la competencia con otra lengua europea por razones que fueron
en gran parte económicas o políticas. Por ejemplo, en Estados Unidos, el
holandés, el francés, el alemán, el italiano, y una serie de otros idiomas fueron
abandonados como lengua vernácula incluso antes de los idiomas indígenas
de las Américas. Los hablantes del inglés no fueron necesariamente más alfa-
betizados; de hecho, una gran proporción no lo eran antes de la Revolución
(1776). El uso creciente del inglés en el sistema económico colonial, ayudado
por los factores políticos, desaprobó las otras lenguas. Prometió oportunida-
des que los otros no (Mufwene, 2003).
El hecho de que el latín no desplazara los dialectos británicos y germá-
10 

nicos, y el francés no venciera al inglés, tiene que ver también con factores
sociopolíticos y económicos, no lingüísticos.

80
El movimiento del lenguaje

En Norteamérica, histórica y actualmente, no sólo las lenguas


indígenas, sino los otros idiomas europeos y todos los demás,
en vez de mantenerse en una situación bilingüe o multilingüe
han ido y continúan disminuyendo hasta que la mayoría desapa-
rezca frente al inglés en Estados Unidos, al inglés y el francés en
Canadá, y al español en México; hay esfuerzos que amenazan el
español en Estados Unidos.
La disminución de las lenguas originarias tiene que ver tam-
bién con el estilo de la colonización. En Norteamérica se ha
experimentado la colonización más asentadora, con una nueva
población inmigrante que trae motivaciones por la integración
social, económica y lingüística; mientras otros lugares con menos
cambio lingüístico han pasado por la colonización más explota-
dora, donde tiende a haber no una población inmigrante, sino
unos pocos administradores y militares quienes se quedan aparte.
Cuando el área de San Diego y el norte de Baja California estaba
bajo tal conquista, el idioma indígena no se veía amenazado;
los cambios hacia el inglés y el español llegaron con la entrada e
influencia de un gran número de hablantes de estos idiomas euro-
peos. Con ellos comenzó el cambio lingüístico.

Eliminado a propósito: el genocidio lingüístico11


Contemplado por el marco del lingüicismo o el imperialismo lin-
güístico (Phillipson, 1992)12 o el genocidio13 lingüístico (Phillipson,

Véanse las múltiples publicaciones de Robert Phillipson (sobre todo 1992)


11 

y Tove Skutnabb-Kangas (2008).


12 
«El imperialismo lingüístico. Una forma del lingüicismo en que una comu-
nidad o una colectividad domina a otra, como en el colonialismo, el imperia-
lismo y la globalización corporativa, en que la lengua del poder dominante se
privilegia estructuralmente en la asignación de los recursos e ideológicamente
en las creencias y las actitudes hacia los idiomas» (Phillipson, 1992, p. 47).
«En el artículo 2 de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito
13 

de Genocidio, de las Naciones Unidas, se ha tipificado como genocidio:


a) Cualquier perpetrado con la intención de destruir, total o parcialmente a
un grupo nacional, étnico, racial, religioso, etcétera; y b) la lesión grave a la
integridad física o mental de los miembros de dichos grupos.

81
Paula L. Meyer

1992),14 el cambio o la extinción de una lengua tiene lugar por


medio de la imposición de un proceso de aprendizaje sustractivo.
Un nuevo idioma dominante/mayoritario se aprende al costo de la
lengua materna, la cual se reemplaza o se desplaza mediante una
situación diglósica como resultado. El repertorio total del individuo
no crece. El aprendizaje sustractivo de idiomas ocurre, dentro del
marco del genocidio lingüístico, con la idea de robarles la cultura
para entonces tomar control del territorio y otros bienes como la labor.
Con el genocidio lingüístico, prácticamente se privilegia la
lengua del poder político-económico dominante en la asignación
de recursos vitales, e ideológicamente en las creencias y las acti-
tudes, incluso hacia los idiomas. Es el mismo proceso mencionado
anteriormente como natural, pero aquí se ve como una campaña para
llevar a cabo la extinción de una comunidad lingüística, en vez de un
resultado natural del contacto.
Es incómodo y hasta penoso ser bilingüe en una sociedad
típica y militantemente monolingüe con la tradición de construir
la unidad nacional por medio de la unidad lingüística como en
Estados Unidos, donde también se usa el lenguaje para segregar
a los diferentes grupos, y como en México donde todos son mexi-
canos. Esta actitud prevalece en las escuelas públicas, los primeros
representantes de la sociedad nacional oficial. «En los EE. UU. hay
un movimiento político que cuestiona el mérito de la enseñanza
de los idiomas que no sean inglés, incluso los idiomas indígenas»
(Reyhner, 1999, p. 2).
En las escuelas (públicas y ahora charter) de Estados Unidos,
con un breve respiro en la década de 1970, el bilingüismo –la
habilidad de entender y usar más de un idioma, según los idiomas
que sean, y ante todo el español– se ha considerado un punto
negativo en contra del alumno que no pertenece a la elite, en vez
del don cognitivo y comunicativo que es y, como se considera en

Este se refiere a la eliminación deliberada de un idioma, por ejemplo for-


14 

zando a los hablantes a abandonar una lengua materna o prohibiendo su uso


en la comunicación social o cualquier otro medio.

82
El movimiento del lenguaje

las clases adineradas, donde saber más de un idioma es un punto


positivo en vez de la discapacidad que significa en aquéllos con
menos recursos financieros. Cuanto más pobre más negativo se
considera saber y usar un idioma que no sea inglés, ideología que
imposibilita en gran medida la enseñanza y el perfeccionamiento
del idioma estigmatizado, y promueve la discriminación que se
utiliza para fortalecer la segregación económica.
Con la disminución de poder, prestigio e identidad impuesta por
la sociedad mayoritaria, se extingue la comunidad lingüística como
entidad separada de la sociedad mayoritaria o imperialista, y a la vez
se crea una subclase utilizable. Esta situación facilita la comunica-
ción y el poder desde los colonialistas y el gobierno hacia los habi-
tantes indígenas o minoritarios, y va cambiando, de cierta manera,
la base del pensamiento de los colonizados hacia el punto de vista
de los colonizadores que los dirigen. Separar a la gente de su lengua
se ve como el método más eficaz para el control del pensamiento, y
últimamente la labor y la tierra de esa gente, porque la lengua está
relacionada con cómo vemos y nos relacionamos con el mundo.
Transformar el pensamiento de un sistema cooperativo y relacio-
nado con el mundo hacia un sistema que valora más las posesiones
materiales y la competencia, ayuda a cambiar a la gente y hacerla más
fácil de manipular, además de quitarles sus tierras y así ponerlas a traba-
jar por dinero, a usar su trabajo por ganancias.15 Agustín Domínguez,
autoridad cultural de la comunidad kumiai de San Antonio Necua,
expresa esta filosofía mediante la metáfora de la recolección de miel:

Llega el mestizo y como es de afuera dice: “Yo me llevo todo


y los dejo sin nada”. Pero uno que es de aquí dice: “Me voy a
llevar un poco y al otro día vuelvo, agarro otro poco y me llevo
de ahí”. El mestizo no, llega y no le importa, como no es de ahí,
dice: “Me lo voy a llevar, ya no voy a volver y me lo voy a llevar
todo”. Así es» (Wilken, 1997, párr. 10).
15 
El legado cultural heredado por los antepasados y la expectativa de que
algunos descendientes seguirán viviendo en la misma tierra crea una perspec-
tiva especial entre los grupos indígenas.

83
Paula L. Meyer

Con el cambio de pensamiento por el contacto con un sistema


basado en el dinero y la ganancia, desaparecen o cambian de sen-
tido partes del idioma tradicional.

El proceso del fallecimiento de un idioma

Mientras un idioma disminuye y se reemplaza con otro, primero


pasa por una situación diglósica16 o bilingüe donde las dos lenguas
se hablan. Luego, dentro de esta situación diglósica deja de crecer el
repertorio total de la lengua nativa del individuo que va perdiendo su
idioma, porque ha sido reemplazado por el oficial del Estado, tanto en
el individuo como en la comunidad, y la lengua nativa se deja de usar.
Las lenguas moribundas, incluso los idiomas indígenas de
Norteamérica, antes de que desaparezcan por completo durante la
situación diglósica o bilingüe, más que nada cambian o se reduce
su estructura gramatical básica, y hay partes de la gramática que
desaparecen.
Otra clase de modificación surge cuando ciertas palabras y frases
cambian de sentido a través del contacto. El primer tipo es más básico
y señala lo moribundo del idioma o su trayectoria hacia la muerte.
El segundo tipo ocurre cuando el nuevo idioma no contiene pala-
bras de los conceptos, acciones e ideas tradicionales.
Un ejemplo de los cambios de sentido dentro del léxico tiene
que ver con la costumbre yumana tradicional de destruir todas las
posesiones, incluso la casa, de una persona difunta. Se preservan
los términos ceremoniales tradicionales para la muerte, pero ahora
dentro de un marco de posesión y herencia de los bienes materiales
(y quizá el cambio desde una vida migratoria hasta un solo hogar
permanente impuesto por los límites de la sociedad mayoritaria).
16 
«La diglosia es una situación social en la que una comunidad de habla
utiliza dos variedades de una lengua (diglosia en sentido estricto) o dos
lenguas distintas (diglosia en sentido amplio) en ámbitos y para funciones
sociales diferentes. Cuando intervienen tres o más variedades o lenguas se
habla de poliglosia» (Centro Virtual Cervantes, 2018a, párr. 1).

84
El movimiento del lenguaje

En el pasado los yumanos no vivían en asentamientos sedenta-


rios pues poseían un esquema distinto de subsistencia. Como
es sabido, estos grupos constituían bandas de cazadores y reco-
lectores nómadas que deambulaban estacionalmente a lo largo
de un extenso territorio en su búsqueda de presas y especies de
flora comestible, y también hacia las costas en donde pescaban
o recolectaban moluscos (Garduño, 2015, p. 13).

Ahora, los kumiai al norte de la línea internacional, con algu-


nas generaciones más de contacto y escuela obligatoria que los del
sur de la línea, usan las palabras originales con el fin de quemarlo
todo, pero ahora dentro de una ceremonia simbólica –es decir, los
restos de la práctica original– aunque ni verdadera ni concreta.
No es el acto mismo de quemar la casa y todas las posesiones
del difunto (que antes tenía un propósito espiritual y también prác-
tico dentro de una sociedad nómada) sino que es una costumbre
que consiste en quemar algunas cosas, como prendas de ropa, que
representan las posesiones del fallecido. Junto con este acto simbó-
lico, el lenguaje que se utiliza también es simbólico y petrificado
(no vivo), porque no es productivo17 (Nordquist, 2017); las mismas
palabras que antes eran parte del idioma vivo ahora son artefactos
que se utilizan fuera o aparte del idioma productivo y solamente en
una cierta situación.
En total, el movimiento lingüístico por los dos tipos de cambios
o pérdidas (de la estructura lingüística y del sentido de las pala-
bras) se va extendiendo. Enfrentado con la influencia económica
y psicológica del contacto o con la imposición del idioma colonial
(aumentada y acelerada por la educación pública obligatoria), el
idioma de los colonizados –la manera en que la comunidad lingüís-
tica pensaba, vivía y se comunicaba entre sí– se vuelve moribundo;
no funciona en la mente ni en la comunidad de forma natural. Por

17 
La productividad es un término en la lingüística por la habilidad sin límite
de usar el lenguaje (eso es, cualquier idioma natural) para decir cosas nuevas.

85
Paula L. Meyer

lo general, un idioma muere por completo durante un proceso de


tres generaciones, aunque algunas familias mantienen su herencia
lingüística más tiempo que otras. Esto es lo que pasó con el kumiai
frente al inglés y al español.
Originalmente, todos los miembros de la comunidad son mono-
lingües en el idioma indígena, pero los niños comienzan a hablar el
idioma de la escuela pública (del gobierno) o el idioma que oyen en
lugares importantes. En la escuela, como en todo el ambiente oficial,
el idioma colonial, oficial o mayoritario se presenta como mejor, y
generalmente los niños observan y aprenden lo que estudian en la
escuela. Estos niños conservan su primer idioma en la mente; entien-
den, pero contestan y hablan en el idioma mayoritario.
Cuando los niños tengan sus propios hijos, seguirán hablando
el idioma colonialista. Sus niños no lo oyen, y por eso no adquie-
ren el idioma indígena; crecen monolingües con el idioma de la
escuela. Los abuelos de estos niños todavía hablan su idioma de
herencia, pero ¿con quién? Los niños actuales pueden oír la len-
gua originaria de los ancianos, y pueden recordar algo, pero –con
algunas excepciones– no durante mucho tiempo (ni en proporción)
como para adquirirlo. Los niños que viven con sus abuelos pro-
bablemente adquieren el idioma, pero con pocas excepciones, y el
proceso comienza otra vez y sigue.
Con la muerte de los abuelos, ni los adultos, que ahora son
abuelos, ni los niños, que son ahora padres de familia, hablan ni
entienden la lengua. La comunidad es ahora monolingüe en el
idioma colonial y el proceso está completo.
Al final de la transformación, la lengua originaria ya no existe
para las funciones que provee una lengua viva. En cambio, es el
idioma del Estado el que ahora realiza las funciones de la comuni-
dad y efectúa las funciones del individuo. Entonces, siguiendo el
mecanismo del lenguaje, el pensamiento va cambiando el sistema
(en la situación de las lenguas de Norteamérica) europeo, aunque
se mantengan algunas características de los antepasados.

86
El movimiento del lenguaje

Los proyectos de revitalización de los idiomas originales:


metas y esperanzas

Lo que ya no es, ¿puede recuperarse? Un programa de revitalización de


un idioma –gran parte de cuya estructura básica y muchas conexiones
léxicas se hayan olvidado– pretende reconstruir o dar vida al idioma,
utilizando los rasgos que queden del idioma moribundo, que nadie
usa ya de una manera natural, y que nadie adquiere como su len-
gua materna. Los rasgos consisten principalmente en el léxico cuya
extensión varía. En vez de lenguas evolucionadas, se reconstruyen
entidades con las gramáticas básicas simplificadas e influidas por
la estructura del idioma mayoritario.
Se tratan de revivir los idiomas indígenas moribundos porque,
aunque el lenguaje no es una característica que defina la etnici-
dad para todo el mundo, muchos le han dado prioridad. La lengua
materna de una comunidad tiene un fuerte enlace con la gente,
aunque ésta lo ignore. A pesar de que no la usen y la ignoren, es
una característica única que los define como grupo. Hay personas que
ya no tienen el idioma de herencia en su mecanismo mental del len-
guaje, que no piensan ni se comunican con él normal y naturalmente,
sin embargo, tienen fuertes opiniones acerca de las característi-
cas de su propio dialecto de la antigua lengua, en contraste con
otros dialectos que tampoco existen. Como observan Field y Meza
(2012) para muchas comunidades indígenas, el dialecto en que una
historia se cuenta valúa tanto a la comunidad como el contenido de
la historia, y los dos requieren la atención cuidadosa de la investi-
gadora. Esto es especialmente el caso en las comunidades indígenas
donde los dialectos locales son emblemas importantes de la iden-
tidad cultural y del grupo. Por ejemplo, en la comunidad kumiai
de habla tipay en México, hay distintos dialectos locales a través de
seis comunidades, todas ubicadas dentro de un radio de 50 millas,
una de la otra.

87
Paula L. Meyer

Una variación léxica intensa se encuentra en muchas comuni-


dades lingüísticas indígenas de California y México (Field, 2012;
Friedrich, 1971; Golla, 2000), tanto como en muchas otras comu-
nidades indígenas del mundo (Sutton, 1978), y está estrechamente
conectada con la identidad del grupo. Por ejemplo, los miembros de
las comunidades kumiai en Estados Unidos frecuentemente expre-
san la convicción de que sus dialectos son tan distintos como para ser
considerados idiomas diferentes (Field y Meza, 2012).
Es posible distinguir ampliamente entre tres escenarios relacio-
nados con las metas que se espera puedan alcanzarse con trabajo
para regresar a la vida una lengua ya moribunda (Meyer, 2006).

1) La meta más ambiciosa se encuentra en el caso de Israel e


incluye el desarrollo del idioma hasta los niveles de la lite-
ratura (incluso la literatura escrita, la religión y la filosofía),
y luego el gobierno, las leyes, etcétera. Los israelíes que pro-
pusieron el uso del hebreo como lengua oficial de la nueva
nación tuvieron y tienen el control sobre la economía, el
gobierno y las leyes; y el hebreo volvió para ser la lengua ofi-
cial obligatoria de la nación. Además, por la religión, mucha
gente ya conocía el hebreo ceremonial limitadamente al
comenzar, algunos acostumbraban a leerlo, y la población
tenía ganas enormes de usarlo desde el principio. Como
resultado de este comienzo único, más el apoyo del poder
del Estado y todas sus instituciones, y los deseos hasta el
fanatismo, los ciudadanos de Israel son ahora hablantes
nativos del hebreo; su competencia en el idioma casi siem-
pre deriva de sus padres; es su lengua materna y la primera
que adquieren quienes nacen en la nación, y los inmigran-
tes lo adquieren. Es una situación básicamente única de la
verdadera revitalización de un idioma no hablado.
2) Una meta más accesible para reestablecer un idioma oficial,
como el hebreo, es reemplazar la lengua tradicional en la vida y
la comunicación diaria, cuando la lengua nativa (el mecanismo

88
El movimiento del lenguaje

del lenguaje) de la comunidad ya sea el idioma mayoritario.


La meta aquí es reproducir básicamente el idioma mismo en la
comunicación natural, y usarlo para hacer las actividades y
los trabajos cotidianos, presidir ceremonias, etcétera. Es crear
el bilingüismo verdadero; los miembros de la comunidad se
vuelven fluentes en dos idiomas, el mayoritario y el originario.
Expresan cualquier pensamiento y efectúan cualquier trabajo
con cualquiera de las dos lenguas.

Algunas comunidades –que incluyen a los maorí en Nueva


Zelanda, los hawaianos, los irlandeses y los cochití en Nuevo México,
Estados Unidos– han alcanzado, hasta niveles variados, la fluidez y el
uso cotidiano de su lengua originaria. Estas comunidades tienden a
tener características en común: hay un solo idioma indígena dentro
de un lugar que goza de cierta cantidad de autonomía, y la comu-
nidad lingüística misma controla su propia estructura política, su
sistema de escuelas, etcétera. Tienen bastantes fondos y recursos
para todos los requisitos; además de haber estudiado, planeado y
organizado durante años, tienen el acuerdo y la cooperación de, si
no toda, la gran mayoría de su gente.
Las comunidades han recuperado un nivel práctico de su len-
gua de herencia, después de un amplio período de investigación,
entrenamiento y planeación; respecto a la planificación.

Los esfuerzos que fallaron se concentraron en la planificación


de cuerpo, es decir, escribir lecciones, crear ortografía, etcétera,
sin pensar en la planificación de estatus, o el lugar del idioma
dentro de la comunidad y las actitudes acerca de la lengua
(Fishman, 1991, p. 39) pronosticó el fallecimiento de este tipo
de programa (Meyer y Meza, 2011, p. 59).

Han comenzado reuniendo a los niños pequeños con los hablan­


tes verdaderamente nativos, quienes han convivido con ellos exclu-
sivamente en la lengua de herencia durante muchas horas por semana
con una sola regla estricta: que los adultos/hablantes se expresen

89
Paula L. Meyer

solamente en la lengua indígena cuando estén con los niños.18 La


regla tiene como base dos hechos: primero, la adquisición depende
de cuánto se oye y de cualquier otro idioma usado que detrae esta
cantidad; segundo, la lengua mayoritaria se oye alrededor y es
mucho más fuerte su habilidad de transmitir el mecanismo del len-
guaje y expulsar la lengua blanca, lo cual requiere que la lengua
minoritaria se escuche durante el máximo tiempo posible.
Puesto que el procedimiento esencial sigue, los niños comienzan
a hablar de forma natural, adquieren la lengua jugando y aprenden
cosas dentro y por medio de la lengua indígena, subconsciente19 y
naturalmente, hasta que se establezca en su mecanismo mental de
lenguaje alrededor de la edad de seis años.20 Durante este tiempo
y después, los niños transmiten el idioma a sus familias, sim-
plemente hablándolo en el contexto de la vida diaria. Para las
familias debe haber apoyo lingüístico organizado y disponible
dirigido a los jóvenes y los adultos.

18 
Más ampliamente: para revivir una lengua moribunda hay que comenzar
con los niños, reunir a los bebés y los niños menores de seis años con las per-
sonas fluentes, al menos cinco días a la semana, todo el día, alrededor de ocho
horas. El requisito absoluto, además de no faltar, es que las personas fluentes,
sin excepción, no hablen el idioma mayoritario, sino que cuiden a los niños
usando exclusivamente el idioma indígena. El trabajo sería mucho para una
sola persona, así que se hace con dos o más personas fluentes disponibles todo
este tiempo apoyados económicamente y en otras necesidades por el resto de
la comunidad. Además, que las familias estén de acuerdo en dejar a sus niños
desde nacimiento hasta que tengan que asistir a la escuela oficial, con los que
llamen las nanas o tías y los tatas o tíos. Para que tenga éxito (que produzca
verdaderos hablantes) se requiere un enorme compromiso y acuerdo de toda
la comunidad. No se debe comenzar hasta que todos estén verdaderamente de
acuerdo, pero tomando en cuenta que las nanas/tías y los tatas/tíos no van a estar
aquí para siempre.
19 
Los adultos cuidan a los niños normalmente e interactúan en la lengua
blanca, pero no la enseñan ni la explican.
20 
Se supone que el Estado no requiere que los niños menores de seis años
asistan a la escuela estatal, o que hay excepciones disponibles o puede que la
comunidad tenga bastante autonomía para gobernar sus propias escuelas.

90
El movimiento del lenguaje

3) Para una comunidad de monolingües del idioma oficial del


Estado que tenga interés en la revitalización de su lengua de
herencia moribunda, pero que no tenga todos los requisitos
del anterior caso, las posibilidades tienen que ver con produ-
cir, de los restos recordados y buscados, una representación
del idioma original que sirva de identidad.

Sin tener que adquirir un verdadero idioma completo, es posible


aprender a decir y responder frases y oraciones del idioma indígena,
pero con la estructura frecuentemente reducida o alterada según la
estructura del idioma mayoritario, que la comunidad ahora tiene
como su mecanismo de lenguaje.
Esta representación reconstruida es deseable porque tiene fun-
ciones importantes en las comunidades indígenas que hayan sido
colonizadas e integradas en la sociedad ahora mayoritaria. Ayuda a
eliminar la vergüenza acerca de su cultura y su lengua, impuesta por
los colonialistas y el Estado con el propósito de dominar sus bienes.
La representación del idioma le da a la comunidad entera –sobre
todo a los jóvenes– una identidad más firme y un orgullo por su
comunidad y su herencia, ya que ésta se les había quitado, de esta
forma se puede unir la comunidad. Es posible entonces que resulte un
nivel más alto de factores que determinan la calidad de vida. Como
ha demostrado Laurie Sherry-Kirk, existe una relación entre las
demandas de las lenguas ancestrales y el aumento de autoestima de
sus hablantes, no sólo a nivel individual, sino del grupo y su cultura,
lo cual deviene en un sentido general de curación y responsabilidad
social (Sherry-Kirk, 2013).
Este último escenario es lo que quieren muchas de las pro-
puestas de los más comunes y conocidos programas y proyectos
de revitalización cuando se dice que tienen éxito; porque no se han
propuesto (ni han alcanzado) revivir el idioma entero con todas
sus funciones, sino que se propusieron (y alcanzaron) algo más
accesible en forma de representación del idioma mismo. Esta meta

91
Paula L. Meyer

requiere algún esfuerzo y organización, pero es más accesible por-


que la gente sigue funcionando con su primera lengua (la oficial del
Estado). Pero puede fomentar mejor la unidad y la felicidad entre
toda la comunidad. El idioma originario no reemplaza el idioma
mayoritario, y no se adquiere el bilingüismo; lo que se revitaliza es
la comunidad. Sherry-Kirk expresa el resultado deseado como un
paso hacia la reconciliación y la curación de los pueblos indígenas,
ya que la revitalización lingüística permite el uso de sus propios
sistemas de sabiduría, sus conceptos, epistemología y filosofía, lo
cual acompaña sus formas específicas de ser y estar en el mundo
(Sherry-Kirk, 2013).

El futuro de los idiomas no vivos,


no muertos, sino moribundos

El cambio lingüístico y la desaparición de la mayoría de las len-


guas indígenas de América del Norte (como de la mayor parte del
mundo) resultan de un proceso natural que viene con el aumento
del contacto entre distintos grupos lingüísticos, y también de un
esfuerzo con el propósito de eliminar una cultura para tomar ven-
taja de sus bienes.
Tomando en cuenta que el estado moribundo implica un pro-
cedimiento que sigue hacia la muerte cuando no se detiene, hay
tres maneras, con combinaciones de ellas, para que una comunidad
como los kumiai actúe en respuesta ante esta situación lingüística.

1) Sin reestablecerla, la lengua se puede considerar un artefacto


en un museo.
2) Conforme al escenario del anterior numeral 3 (apartado
anterior), se puede mantener la lengua de manera reducida
y afectada por la estructura europea del idioma mayoritario,
y enseñarla en forma de frases medio improductivas que la
gente puede aprender y practicar para establecer y mantener
su pertenencia a la comunidad.

92
El movimiento del lenguaje

3) Conforme al escenario del anterior numeral 2 (apartado ante-


rior), con grandes esfuerzos se puede reestablecer la lengua,
o una forma funcional de ella, y mantenerla en uso durante
generaciones en una situación bilingüe, dentro de una o varias
familias. Todavía dentro del escenario del punto 2, pero con
esfuerzos aún más grandes, más años de planeación, organi-
zación y estudio –y siguiendo bien los pasos que dan éxito
en estos casos– se puede regresar, a una parte o al total de la
comunidad, la vitalidad a la lengua.

El sistema socioeconómico de globalización total –con el inglés


marchando delante, junto con las constantes novedades tecnoló-
gicas– ha promovido desde hace bastantes años la uniformidad,
incluso la lingüística, por el mundo. Esta uniformidad parece pre-
decir grandes áreas homogéneas funcionando en el idioma con más
poder económico y político.
Además, –junto con la cada día, más enorme y más infranqueable
frontera internacional entre México y Estados Unidos– el naciona-
lismo oficial, creciente en este último país, incluye la discriminación
aumentada contra México y contra cualquier persona que venga del
lado sur de la línea entre ambas naciones, y esas personas incluyen a los
kumiai; no obstante, el hecho de que tienen decenas de miles de años
viviendo en los dos lados de la línea que en los últimos años los divide.
Tal situación posiblemente termine por cortar la comunicación
que les hace falta a los kumiai a través de la línea, y que promete
aumentar la vida de su lengua tradicional. Amenaza con poner
freno al movimiento del idioma del sur para el norte, impidiendo
el deseo de compartir la lengua entre los familiares para que no la
pierdan completamente.
A la vez ocurren movimientos nuevos de autonomía, separa-
ción y nacionalidad que parecen dirigirse en sentido contrario,
fomentando ganas y habilidad para buscar lo que pertenezca a una
misma comunidad. Queda por verse si –a pesar de los retos y las
dificultades con la adquisición de los idiomas casi desaparecidos, en

93
Paula L. Meyer

un futuro con más autonomía para las poblaciones relativamente


pequeñas– los idiomas, hoy día marginalizados y al borde de no
existir, alcancen a funcionar otra vez dentro de sus comunidades y
entre las personas a las cuales pertenezcan, si es lo que les conviene.

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96
ARQUEOLOGÍA Y ANTROPOLOGÍA
FÍSICA EN EL NORTE DE MÉXICO
Y EL SUR DE ESTADOS UNIDOS
Puerta septentrional de Baja California: Reconociendo
la arqueología de sus migrantes
Antonio Porcayo Michelini

El objetivo del presente trabajo es hacer una revisión documental


para entender de manera general qué modelos se han aplicado en
la arqueología de Baja California y lo que se ha entendido en con-
secuencia por migración. Además, se aporta al tema usando cuatro
casos específicos que sugieren migración involuntaria o forzada
de grupos humanos durante el período prehistórico e histórico,
todo esto fundamentado por el contexto arqueológico, etnográfico
y etnohistórico. Finalmente, se reflexiona sobre el potencial que
tiene la disciplina en el estudio del fenómeno migratorio moderno
en esta frontera del actual estado de Baja California.
Es importante mencionar que la información arqueológica
aquí presentada deriva del «Proyecto Registro y Rescate de Sitios
Arqueológicos de Baja California: Fase Municipio de Mexicali
(Rancho de Los Algodones)», y «Protección Técnica y Legal del
Patrimonio Arqueológico (islas San Jerónimo, San Benito y
Coronados)», ambos del Centro Instituto Nacional de Antropología
e Historia (INAH) Baja California, dirigidos y coordinados por quien
suscribe. En el caso del «Proyecto Prehistoria de Baja California:
Fase San Fernando Velicatá», proyecto del Museo Nacional de
Antropología, deriva de la colaboración durante las temporadas en
que se representó personalmente al Centro INAH Baja California.

[ 99 ]
Antonio Porcayo Michelini

La puerta septentrional de Baja California1

El primero en mencionar la porción septentrional de la penín-


sula de Baja California como la puerta «de un callejón sin salida»,
fue Paul Kirchhoff en su estudio introductorio de 1942 al libro:
Noticias de la península americana de California, del padre Jesuita
Juan Jacobo Baegert, publicado originalmente en 1772 (Kirchhoff,
2013). Kirchhoff, sin antecedente alguno, intuyó y modeló brillan-
temente cómo fue poblada la península, desde las primeras oleadas
de migrantes que llegaron al sur, hasta las últimas que se asentaron
en la puerta septentrional. Posteriormente, Malcolm Rogers (1945,
1966) aportó significativamente más al tema, sin embargo, fueron
las concepciones de Kirchhoff las que se desarrollaron aún más,
con base en oleadas de migración y difusión cultural por parte de
William C. Massey y Donald R. Tuohy en el conocido Layer Cake
Model o modelo estratificado, retomado y modificado tiempo des-
pués por Makoto Kowta en 1984.
Inspirado en estudios lingüísticos y arqueológicos (Gutiérrez y
Hayland, 2002), de manera muy general, el modelo propone al menos
tres migraciones hacia la península: la primera y más antigua por los
hablantes de guaicura y pericú del extremo sur y la región del Cabo,
y sobrevivientes al momento del contacto español, atribuida al com-
plejo Pinto-Gypsum (Massey, 1966), con estratos adicionales pre
Pinto-Gypsum (Tuohy, 1978). La correlación arqueológica de
este estrato sería la Cultura de las Palmas (Gutiérrez y Hayland,
2002; Kowta, 1984; Massey, 1966).
La segunda está representada por los protocochimí o yumanos
peninsulares, quienes ingresaron en un territorio desocupado, o
que empujaron de algún modo a los protoguaicura y pericú hacia
el extremo sur. Su equivalente arqueológico sería el conocido como
Comondú (Gutiérrez y Hayland, 2002).

Para ubicación de sitios mencionados en el texto véase mapa 1.


1 

100
Puerta septentrional de Baja California

Mapa 1. Estado y localidades de Baja California

Nota: Localidades: a) islas Coronado; b) Cerro Pinto; c) Los Algodones;


d) islas Todos Santos; e) isla San Jerónimo; f) San Fernando Velicatá;
g) isla Ángel de la Guarda; h) islas San Benito; i) Isla de Cedros.
Fuente: Cartografía base de Inegi (2017).

101
Antonio Porcayo Michelini

El tercer estrato, u oleada migratoria final, estaría representado


por los yumanos cuyos territorios siguen estando entre el paralelo
30 y 33 (Gutiérrez y Hayland, 2002).
Una de las carencias notables del modelo estratificado es que en
éste no se consideró –porque en ese entonces no había sido estu-
diada de manera suficiente– la migración Pleistoceno-Holoceno
de la costa del Pacífico (Laylander, 2015), y que en el caso de la
península presenta dataciones de radiocarbono muy tempranas de
más de 12 000 años, en las islas de Cedros y Espíritu Santo, evi-
denciando que los primeros pobladores también tuvieron una muy
clara orientación costera (Des Lauriers, 2010; Fujita, 2010).

Del sur a la puerta septentrional de Baja California

Se ha avanzado mucho en la arqueología de Baja California, y ahora


se sabe también que las migraciones propuestas en el modelo estra-
tificado no fueron exclusivamente unidireccionales, esto es de norte
a sur. Para Thomas Bowen, si los primeros migrantes siguieron
progresivamente avanzando por la costa de la Alta California hacia
el sur, en algún momento debieron moverse en sentido opuesto, al
llegar a la región del Cabo (Bowen, 2009, citado en Don Laylander,
2015). Quizá evidencia de esto es la presencia humana de más
de 12 000 años encontrada en la isla Espíritu Santo en el golfo de
California, y otras en el corredor insular alrededor del paralelo 28,
que incluyen la isla Ángel de la Guarda (Bowen, 2015).
En contraposición, una hipótesis lingüística apoya la noción de
una migración unidireccional de norte a sur representada por hablan-
tes de cochimí, kiliwa, rama delta-californiana yumana (tipai y
cucapá), en la que se propone que estas lenguas, en tal orden, entraron
en migraciones separadas a través de la puerta norte (Mixco, 2010).
Al respecto, Don Laylander ha propuesto un escenario que,
por lo menos con la evidencia disponible actualmente, es por
igual loable, referente de que el territorio original de las familias
lingüísticas cochimí y yumana estuvo ubicado en la parte norte

102
Puerta septentrional de Baja California

de la península, y de ahí hubo movimientos que desplazaron grupos


más al norte, fuera de la península, desde hace por lo menos 2 000
años (Laylander, 2010).

Modelos de migración en arqueología para Baja California

Como se acaba de analizar brevemente, modelos arqueológicos como


el estratificado o el de la teoría de la migración costera vía la ruta del
Pacífico demuestran que, efectivamente –como lo ha mencionado
antes Catherine M. Cameron–, las tendencias en general de la
arqueología para explicar las migraciones han sido enfocar sus
estudios solamente en una parte del contínuum del movimiento
humano: es decir, los movimientos de largo rango de segmentos
significativos de población. No es coincidencia que este tipo de
movimientos tiendan a ser los más visibles en el registro arqueológico
(Cameron, 2013) y, por lo mismo, los más estudiados.
Hablar solo de movimientos de largo rango que dejaron su huella
en el contexto arqueológico, remite a pensar en los fechamientos
de más de 12 000 años de las islas de Cedros y Espíritu Santo (Des
Lauriers, 2010; Fujita, 2010) porque, inevitablemente, se asocian
a las primeras oleadas de humanos que migraron aquí. En cambio,
y si se piensa con más detenimiento, más allá de que, sin duda, son
la evidencia fehaciente de la presencia humana en ese momento y
lugar, estas fechas, simultáneamente o no, también podrían per-
tenecer a grupos humanos cazadores-recolectores-pescadores con
una orientación costera, ya establecidos y con tiempo considerable
habitando en las islas.
Como mencionan Anthony y Rouse, saber exactamente qué
tipos de movimientos humanos constituyen migración ha sido un
tema de considerable discusión en arqueología. Un problema que
prevalece al respecto ha sido precisamente diferenciar entre los
movimientos que son parte de la rutina de los estilos de vida móvi-
les (trashumante, movimientos estacionales, etcétera) y migración
(Anthony, 1990; Rouse, 1986, citado en Cameron, 2013).

103
Antonio Porcayo Michelini

El resultado de esto es que los arqueólogos tienden a estudiar


la movilidad 1) relacionado el uso y explotación del territorio,
una forma de movimiento que generalmente no es considerada
migración, o 2) los movimientos de larga distancia entre regio-
nes, considerado esto sí como migración (Cameron, 2013). Sin
embargo, otros tipos de migración han sido menos considera-
dos y están relacionados con una exploración sin planeación del
espacio al que se migrará, y con movimientos forzados e invo-
luntarios de individuos o grupos a través de fronteras sociales o
ambientales (Cameron, 2013). Retomando estas ideas, se presen-
tan algunos casos de contextos arqueológicos de Baja California
en los que se ha intentado reconocer, como hipótesis alternas
de investigaciones en curso, no migración como movimientos de
largo rango, sino como resultado del desplazamiento humano
forzado, involuntario.

La puerta septentrional de Baja California: reconociendo


la arqueología de sus migrantes

Respecto al período histórico, el jesuita Miguel del Barco men-


ciona que al preguntar a los pericúes y cochimíes de dónde habían
venido a poblar la California, éstos le contaron que habían oído de
sus mayores que venían del norte, y lo que motivó esa migración
fue, precisamente, una gran contienda en la que participaron varias
naciones armadas, y después de pelear huyeron los menos fuertes
–sus ancestros–, al mediodía, perseguidos por los más poderosos
hasta que se escondieron en las montañas de la península (Del
Barco, 1988).
A continuación, se presentan cuatro casos, dos prehistóricos y
dos históricos, para intentar de manera muy preliminar reconocer
contextos arqueológicos que pudieran quizá representar migracio-
nes involuntarias o forzadas en el pasado, como la ya citada del
jesuita Del Barco.

104
Puerta septentrional de Baja California

Islas San Jerónimo y San Benito

En las islas San Jerónimo y San Benito (Porcayo y Hernández, 2017;


Porcayo, 2017), recientemente se encontró evidencia arqueológica
somera que demostraba que éstas habían sido ocupadas en algún
momento de la prehistoria. Aunque esta evidencia no ha sido
datada, preliminarmente y por lo observado en la superficie, ambos
casos parecen ser de un solo momento de migración, muy efímero,
ya que, por ejemplo, en ambas no se encontraron en superficie
concentraciones de conchas o concheros producto del consumo
humano que delaten una presencia humana continua, persistente o
más permanente, como sí ocurre en Isla de Cedros (Des Lauriers,
2010), o en las islas Todos Santos (García y Ovilla, 2017). No se
observó tampoco, como en las islas Coronados, la variedad de sitios
y artefactos que a ésta sí la caracterizan, con depósitos profundos,
además de la presencia de cerámica yumana e instrumentos líticos
de molienda (Porcayo y Braje, 2018).
En isla San Jerónimo y las islas San Benito no se conoce his-
tóricamente que existan fuentes permanentes de agua, y tampoco
hay mención alguna de presencia humana indígena en el pasado.
Ambas islas, por lo mismo, sin duda alguna tienen mucho poten-
cial de pertenecer a esas primeras oleadas humanas que poblaron
Baja California en otras condiciones climáticas más favorecedoras
a principios del Holoceno, además de que los niveles marítimos por
debajo de los actuales (Davis, 2010) les pudieron permitir acceder de
manera más fácil. Sin embargo, esta evidencia también puede ser
posterior, del Holoceno medio o tardío, de una migración de algún
tipo forzada por hambrunas o guerras que los llevaron al extremo
de intentar sobrevivir ahí pese a la carencia de agua.
Al respecto, Cameron menciona que la fisión de villas es fre-
cuentemente un evento súbito (después de períodos de incremento
de tensiones), y una de las facciones debe de dejarla rápido luego de
un episodio traumático, como podría ser un asesinato. Después
de la división, la distancia entre facciones puede ser corta o larga,

105
Antonio Porcayo Michelini

dependiendo de la naturaleza de la disputa (Chagnon, 1992, citado


en Cameron, 2013). ¿Podrían las evidencias de las islas San Jerónimo
y San Benito ser reflejo de esto? ¿De un episodio traumático o una
hambruna? Como sea, ésta es una línea de investigación alterna y
simultánea a la que podrían ser también campamentos de tránsito
de las primeras oleadas de migrantes.

Misión franciscana-dominica de San Fernando Velicatá

Durante la cuarta temporada de campo del «Proyecto Prehistoria


de Baja California: Fase San Fernando Velicatá», se encontró en
las excavaciones efectuadas en un cementerio de finales del siglo
XVIII –en el que se presumía hubiesen exclusivamente entierros
de indígenas cochimíes– un entierro que presentaba asociada una
pipa de cerámica yumana, un dato nuevo y muy relevante, hasta
entonces desconocido arqueológicamente, ya que no se tenía evi-
dencia directa de que gentes de estas tribus hubiesen sido llevadas
hacia el interior de la península. Es importante mencionar que los
indígenas cochimíes nunca elaboraron cerámica nativa como sus
vecinos yumanos, lo que de inmediato caracterizó a este entierro
(Bendímez, Porcayo y Panich, 2016; Rojas y Porcayo, 2015).
Se piensa que el individuo en cuestión fue llevado involuntaria-
mente ahí, cuando las epidemias habían diezmado a los cochimíes,
muriendo lejos de su lugar de origen al ser forzado a realizar trabajos
agotadores o por estar expuesto a las epidemias. No obstante, es una
línea de investigación que se sigue explorando y habrá que esperar
los resultados antropofísicos que actualmente se realizan.
Uno de los ejemplos históricamente documentados que ilustra lo
anterior, pero en sentido inverso, de sur hasta más allá de la puerta
septentrional, es el de alrededor de 60 indígenas cochimíes que se
sabe acompañaron las expediciones de los franciscanos para abrir
la Alta California al colonialismo español en 1769 (Lacson, 2009,
citado en Bendímez, Porcayo y Panich, 2016).

106
Puerta septentrional de Baja California

Rancho de Los Algodones, Baja California

En 2007, en el área de Los Algodones, se localizó en excavaciones


arqueológicas un sitio que presentaba concentraciones importantes
de diversos elementos carbonizados, entre estos cientos de semillas de
frijol, calabaza, mezquite y maíz; todo entre un entramado también
carbonizado de hojas de sauce, además de restos de inconfundible
cerámica yumana, asociado con fragmentos de metal. Dataciones por
radiocarbono fueron efectuadas para saber la antigüedad del depósito
mostrando que el acontecimiento tenía poco más de cien años.
Durante el invierno de 2009, y tratando de encontrar más evi-
dencia que mostrara qué fue lo que pudo haber ocasionado que este
granero estuviese quemado, se hicieron otras excavaciones en los alre-
dedores, donde el resultado y los hallazgos fueron los mismos (Porcayo
y Rojas, 2010).
Originalmente, con el primer descubrimiento de 2007 se mane-
jaba la hipótesis de que se refiere a la muerte del dueño del granero,
ya que se sabe por los registros etnográficos, hechos con los yumas,
que tras la muerte de una persona su casa y todas sus pertenencias
eran quemadas, incluyendo sus caballos, las semillas y cultivos que
tuviera (Forde, 1931).
Debido a que en las excavaciones de 2009 se documentó que
las áreas siniestradas eran más y cubrían un terreno más extenso,
otra hipótesis factible tenía que ver con la persecución que hizo
el mayor estadounidense Samuel Heintzelman contra los yumas
o quechanos en 1852, en ambos lados de la frontera alrededor del
fuerte Yuma, y en la que incendió sus campamentos, cultivos y
graneros (Gómez, 2000); sin embargo, esta última rebasaba en más
de una década las dataciones por radiocarbono.
Una tercera hipótesis fue tomando mayor fuerza, ya que las
fechas de otro acontecimiento se acoplaban casi a la perfección con
las de radiocarbono. En 1896, el empresario mexicano Guillermo
Andrade compró el rancho de Los Algodones para posesionarse y

107
Antonio Porcayo Michelini

controlar el agua del río Colorado, con el fin de irrigar las tierras
fértiles que conforman el Valle Imperial y de Mexicali, y así abrirlos
a la agricultura intensiva; no obstante, para lograrlo existía un obs-
táculo: indeseables indígenas yumas o quechan que vivían ahí y que
no querían dejar sus territorios ancestrales (Hendricks, 1968).
Aunque se sabe que uno de sus principales y tradicionales asen-
tamientos –Xucsil, Roca arenisca– se ubicaba aquí desde época pre-
histórica (Forde, 1931), y que en las primeras investigaciones hechas
por estadounidenses, a solicitud del Gobierno mexicano, se mencio-
naba que incuestionablemente pertenecían ahí, y que por lo mismo
no podían obligarlos a mudarse al vecino país (Hendricks, 1970).
Andrade estaba decidido a removerlos de Baja California, y en 1897
negociaciones entre ambos Gobiernos comenzaron y avanzaron
con miras a confinarlos de manera definitiva en el fuerte Yuma, en
Arizona, argumentando falsamente que se habían escapado de ahí,
negociaciones que al final resultaron en la expulsión definitiva de los
yumas de Baja California (Hendricks, 1970).
Este caso es un ejemplo dramático de cómo indígenas pueden
ser simultáneamente migrantes e inmigrantes en sus propias tierras,
al imponérseles fronteras y gobiernos antes inexistentes, caso pro-
bablemente nada más documentado con las evidencias arqueoló-
gicas aquí presentadas, ya que es importante mencionar que no
hay registros que mencionen cómo fue finalmente el desalojo; pero
se sabe que una de las propuestas del Gobierno estadounidense fue
sugerir que las autoridades mexicanas los agruparan por cualquier
medio y los llevaran a la línea fronteriza, donde la policía de la reser-
vación se haría cargo de ellos (Hendricks, 1970). Quizá estas ruinas
son los únicos testigos de ese momento en el que se procuró, con la
quema y destrucción de sus hogares, que nunca regresaran.

La puerta septentrional en el presente

No hay ningún motivo por el cual como arqueólogos no podamos


estudiar el pasado inmediato como lo hacemos con el más remoto,

108
Puerta septentrional de Baja California

en este caso, el de las migraciones involuntarias o de algún modo


forzadas de grupos humanos, y con esto entender cuestiones inhe-
rentes a los procesos de migración y de formación de los contextos
que lo reflejan. Un ejemplo extraordinario es el del arqueólogo
Jason de León, quien hizo un estudio entre Arizona y Sonora con
datos etnográficos y arqueológicos, analizando la relación entre los
migrantes y los objetos que consumen en su intento de cruzar la
frontera (De León, 2010).
A diferencia de las primeras oleadas de migrantes que entraron
a la península hace más de 12 000 años por esta puerta septentrional,
tierra adentro o por sus costas, millones de personas la han cruzado
ahora de sur a norte de igual forma en pocas décadas, viniendo
de muy lejanas tierras, incluso más allá de nuestro continente. La
arqueología aquí no deja de formarse y, día a día, como está suce-
diendo en la zona del Cerro Colorado o Pinto al noroeste del muni-
cipio de Mexicali –paso obligado de migrantes y abierto sin muro–:
senderos que se remontan décadas atrás; otros totalmente nuevos;
guarniciones estratégicas para esconderse; desechos de miles de
botellas que van desde las de vidrio hasta las de plástico, algunas
de cerveza y vasos de café se sobreponen o conforman ya un estrato
más en varios sitios arqueológicos prehistóricos, que incluyen sen-
deros indígenas, abrigos rocosos y sitios en alto que también fueron
usados desde miles de años atrás como lugares estratégicos.
Cerro Pinto es el único sitio arqueológico conocido a lo largo
de la frontera de California y Baja California que tiene abundante
evidencia de ocupación prehistórica de más de 9 000 años de
antigüedad, que coincide y refuerza la hipótesis de esas primeras
oleadas humanas que entraron por la puerta septentrional en tiem-
pos remotos. Sin embargo, desde el punto de vista arqueológico,
es aquí donde no se sabe con certeza si los migrantes modernos
aportan algo o no para su estudio y el de las migraciones humanas
en general, pues el impacto en los contextos aquí ha sido severo; y
debido a que los migrantes ocupan los abrigos rocosos en los que
podrían haber materiales arqueológicos para fechar, y los polleros

109
Antonio Porcayo Michelini

lo vuelven un lugar sumamente inseguro, nada se puede hacer para


avanzar en ningún sentido.
En la costa e ínsulas del este las cosas no son distintas y, como
ejemplo, están las islas Coronado, donde flujos de gente con sus
migraciones, al igual que las prehistóricas, también de alguna
manera dejan su huella contada no por evidencias materiales, sino
por el guardafaro –cronista involuntario de este caótico paso–, al
referirse a lugares como una cueva en la Isla de Enmedio en la
que, según él, pudo haber evidencia prehistórica. Aquí, entre que el
oleaje ha sido inclemente con los vestigios arqueológicos deposita-
dos en el suelo –prehistóricos y modernos–, y que es intensamente
utilizada como trampolín de migrantes y grupos delictivos que
los ponen en riesgo, ya no queda absolutamente nada. El guarda-
faro menciona frecuentes rescates de personas ahí, abandonadas
muchas veces a su suerte, cuestión que de hecho es algo público y
seguramente seguirá sucediendo.
Esta arqueología de los migrantes modernos por ahora tiene que
esperar, pues es de muy alto riesgo para quien la quisiera desarrollar.
Sin embargo, en todos los sentidos tiene gran potencial, y grandes
discusiones deben de girar en torno a ella, incluyendo el impacto
provocado, como se mencionó, en muchos contextos prehistóri-
cos; pero no sólo por los migrantes modernos, sino también por
la decisión unilateral de construir un muro que ha destruido sitios
arqueológicos compartidos en la frontera, pero que irónicamente
también los ha protegido hacia el sur una vez erguido. En esos
casos, los flujos migratorios han cesado junto con todo lo que
conlleva, volviéndolos parajes definitivamente más seguros no sólo
para los arqueólogos y el desarrollo de sus investigaciones, sino para
la población en general que siempre ha radicado ahí.

Conclusiones

Como se mostró en este trabajo, los modelos que indiscutible e his-


tóricamente prevalecen para Baja California en cuanto a migración

110
Puerta septentrional de Baja California

son aquéllos relacionados únicamente con movimientos de largo


rango de segmentos significativos de población. Ésa ha sido hasta
ahora la arqueología de los migrantes de la península.
Aprovechando contextos arqueológicos específicos en islas,
el Desierto Central y la zona fronteriza de Los Algodones, y
haciendo uso de fuentes etnográficas y etnohistóricas, se ha
intentado en combinación tener aproximaciones hipotéticas alter-
nas para tratar de reconocer entornos arqueológicos que reflejen
migraciones involuntarias.
Para el estado de Baja California, además, se cuenta con una
puerta septentrional de entrada y salida con migraciones arqueoló-
gicamente documentadas de norte a sur y viceversa, que –a lo largo
de milenios, siglos y hasta ahora– sigue conformando contextos
relacionados que quizá en un futuro nos lleven a responder cuestio-
nes más específicas sobre el fenómeno de la migración.
Como menciona David W. Anthony, casi todos los arqueólo-
gos están de acuerdo en que a pesar de que las migraciones bien
podrían afectar la evolución cultural, su aparente impredecibilidad
y la dificultad para identificarlas arqueológicamente se combinan
para hacer de la migración una construcción explicativa de utilidad
limitada. En otras palabras, la migración ha sido evitada debido a
que los arqueólogos carecen de la teoría y los métodos que les per-
mitan incorporarla dentro de la explicación del cambio cultural; no
porque la migración en sí misma sea considerada sin importancia
(Anthony, 1990).

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114
La arqueología norteña: De espacios f luidos
a procesos posglobales1
César Villalobos Acosta

La concepción del patrimonio cultural, específicamente el arqueo-


lógico, se ha transformado, y como tal la investigación, la divulga-
ción y la docencia han sido afectadas. Del espacio fluido construido
en el nacionalismo a los procesos posglobales determinados por la
Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia
y la Cultura (Unesco) –y el narcotráfico, dicho sea de paso– hay
diferencias substanciales que definen históricamente cómo hace-
mos, presentamos y vivimos el patrimonio, pero, sobre todo, la
forma en que lo harán los futuros profesionales de esta disciplina.
Nos centraremos en la arqueología norteña, especialmente en la
sonorense, –la que conozco y donde me he criado como arqueólogo
profesional–. Se mencionará brevemente que, si bien la Sociedad
Mexicana de Antropología (SMA) se interesó tempranamente en
el norte de México, ese interés estaba determinado por el espacio
fluido, es decir, reafirmar y consolidar una disciplina centrada
fundamentalmente en Mesoamérica y lo sitios monumentales. Por
el contrario, se argumenta que, emergiendo del lado positivo de
la posglobalidad, la arqueología norteña se ha constituido en un
campo de trabajo con personalidad propia al paso del tiempo, y
que sus reuniones académicas permiten observar sus particularida-
des de forma más precisa.

Agradezco a los organizadores la invitación para participar.


1 

[ 115 ]
César Villalobos Acosta

En este breve ensayo entenderemos por espacio fluido como la


forma tradicional de abordar la arqueología, en un contexto de flui-
dez conceptual y narrativa, vista históricamente como el quehacer
normalizado e institucionalizado desde el nacionalismo posre-
volucionario, con sus muchas variantes a través del siglo XX . Por
procesos posglobales se comprenderá la multiplicidad de actores y
relaciones que se entretejen en los contextos contemporáneos, en
los cuales predomina la coexistencia de narrativas, del todo vale,
al más puro estilo posmoderno, y donde la utilidad y pertinen-
cia del patrimonio arqueológico, así como la práctica misma se
sopesan bajo la tutela de la rentabilidad. Para caracterizar estos dos
momentos, una estampa cultural identificará a cada uno, y de ahí se
trazará una ruta de exposición, la que en el fondo intenta entender
la concepción del norte emanada de esas estampas. Cabe aclarar que
cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia, y que estas
estampas son el extremo más visible de relaciones muy complejas que
aparentemente se rechazan, pero que en el fondo también se inte-
gran; es entre ellas que transcurre la vida profesional cotidiana de los
estudiosos de la arqueología.

Espacio fluido: el quehacer normalizado emanado de la revolución

Estampa 1

Arqueología fluida: Un campesino reporta un hallazgo. El arqueó-


logo llega al lugar, se da cuenta de la importancia cultural del des-
cubrimiento. Se le ocurre un proyecto, lo escribe y lo propone ante
las instituciones respectivas. El Instituto Nacional de Antropología
e Historia (INAH) lo avala, le otorga recursos económicos y lo apoya
con infraestructura. Regresa a la comunidad y explica su come-
tido. Muestra sus permisos federales y las autoridades locales lo
ayudan. Convence a la gente que es por su bien, y por el de los
mexicanos. Los campesinos tienen que colaborar cediendo permi-
sos para excavar sus tierras o dejándoles caminar entre sus parcelas.

116
La arqueología norteña: De espacios fluidos a procesos posglobales

El arqueólogo usa pistola, botas altas y sombrero, pertenece a la


elite intelectual. Contrata peones (que son los mismos campesinos
que reportaron el descubrimiento y los dueños de la tierra), hace sus
excavaciones, extrae piezas e información. Se despide de la comu-
nidad, escribe informes y sus hallazgos son exhibidos en el Museo
Nacional de Antropología (MNA). Todo por el bien de la identidad
nacional. Escribe un nuevo proyecto. Todo acontece de la misma
manera durante décadas. Fin de la estampa.
La concepción de cultura ha determinado en gran medida las
formas de utilización, apropiación y utilidad del patrimonio cultu-
ral; en este sentido, la cultura vista en este proceso fluido se encuen-
tra enraizada en la concepción nacionalista estatal del patrimonio,
es decir, donde la cultura es igual a patrimonio, es detentada por
el Estado y es la productora de identidad. El patrimonio cultural
condensa la totalidad de manifestaciones humanas de un país, y en
el caso mexicano hay elementos que legalmente lo constriñen y le dan
forma. En ésta existen efectos normativos y procedimientos insti-
tucionales que determinan la noción de patrimonio cultural. Se ha
definido como aquella porción de la cultura constituida preferen-
temente por los bienes monumentales, pero que incluye todo. De lo
anterior se desprende que la cultura nacional es consagrada como
un valor identitario supremo, y con ello se convierte en sí misma
como objeto de culto, en tanto se preserva, investiga y difunde. El
pasado nacional, aquél investigado por la arqueología, tiene como
destino el engrandecimiento del presente nacional. Por tanto, su
aspecto ideológico es congruente: la cultura arqueológica es de
todos los mexicanos, pero por el bien de ellos, es el Estado quien
detenta su manejo, uso, fin y destino.
La estampa presentada correspondería fundamentalmente con
dicha concepción tradicional y patrimonial de la cultura, y del ejer-
cicio profesional del arqueólogo, que por demás faltó mencionar el
aspecto neocolonial de su postulado, al afirmar que los arqueólogos en
cuestión (con pistola a la cintura) eran los encargados oficiales de cum-
plir el cometido de dotar de identidad a las comunidades y de proteger

117
César Villalobos Acosta

nuestro patrimonio. La arqueología en este sentido era la única manera


oficial de usufructo de ese pasado y determinaba la forma o soporte en
que llegaba al resto de los mexicanos, ya sea por medio de los museos,
los libros o las visitas guiadas a los sitios arqueológicos.
En otro lugar se refiere a las diferencias que plantea una
arqueología nacional y una nacionalista, y es importante mencio-
narlo porque también ha determinado la práctica de la investiga-
ción arqueológica (Villalobos, 2011). La arqueología nacionalista
es la que se ha encargado de construir y fundamentar esta visión
de las cosas, es la que ha aportado los datos para construir una
visión homogeneizadora de la cultura, y la que ha proporcionado la
iconografía para los billetes, monedas, timbres postales y un sinfín
de representaciones estatales.
Por su parte, la arqueología nacional es la que ha hecho lo otro,
esto es, visualizar e investigar todo aquello que no aparece en los
billetes, monedas, timbres postales y que en los museos apenas
alcanza algunas cuantas vitrinas, por demás escondidas y en luga-
res periféricos. Pero, sin duda, ese era el cometido, y a eso nos dedi-
cábamos; no hay incongruencia, al contrario, un total compromiso
con el Estado en el proceso fluido de la dotación de identidad. En
este sentido, la concepción de cultura y sus formas operativas y
conceptuales pertenecían al reino de la nación, y el instrumento
para cumplirlo de los arqueólogos y su arqueología.
Ahora bien, el contexto general de esta primera estampa permite
observar la construcción de ese norte indómito, donde no había nada.
Una construcción indisociable de su contraparte mesoamericana,
que puede observarse más nítidamente a partir de las dos mesas
organizadas por la SMA , relacionadas con el norte en 1943 y 1961
en el Castillo de Chapultepec, Ciudad de México, y en Chihuahua,
Chihuahua, respectivamente. Las dos se realizaron con el objetivo de
comprender el norte, pero con un ligero detalle, tratar de entenderlo
desde el centro, es decir, la antropología norteña era en realidad
una región más bien periférica de la antropología nacional, mesoame­
ricana por antonomasia. Con ello, las palabras de Ignacio Bernal

118
La arqueología norteña: De espacios fluidos a procesos posglobales

–entonces una figura predominante–, quien en su balance de los 25


años de estas reuniones consideró que la celebrada del 25 de agosto
al 2 de septiembre de 1943 en el Castillo de Chapultepec –con el
tema «El Norte de México y las Relaciones entre las Culturas de
América Media y las del Sureste y Suroeste de Estados Unidos»–
era «básicamente un problema de relaciones. Aunque muy inte­
resantes, no resulta tan fundamental como las dos primeras [que
versaron sobre Tula –1941– y sobre Mayas y Olmecas –1942–],
tal vez porque el tema era prematuro» (Arechavaleta, 2012; Bernal,
1962, p. 13).
Con este balance, el contenido de la mesa refleja, en efecto, una
perspectiva centralista que en su fluidez conceptual aspiraba a asi-
milar y/o comprender los procesos culturales en el norte, pero como
una noción periférica de lo ya sabido y madurado, parafraseando
a Bernal. La lista de ponentes estaba dominada, cabalmente, por
quienes estaban creando la noción de la antropología mesoameri-
cana, y aunque también participaron arqueólogos estadounidenses
que ya tenían una noción bastante clara de los procesos acaecidos
en tiempos prehispánicos en esta mega área, en realidad sus par-
ticipaciones no contribuyeron a la visualización de problemáticas
locales con personalidad propia; de hecho, el norte quedó bajo el
dominio de los estadounidenses, sin hacer un especial eco en la
arqueología centralista.
Respecto a la mesa de 1961 con el tema «El Noroeste de
México» (Pompa y Pompa, Arechavaleta, Bernal, Caso, Medina y
García, 2012), aunque celebrada en Chihuahua, el panorama era
el mismo; la estructuración de las actividades aspiraba a compren-
der ese norte indómito, que en su esencia era el reflejo negativo del
florecimiento centralista. Y, sin quererlo, con sus notables buenas
intenciones, los arqueólogos lo fomentaban. Para la década de 1960,
la investigación en el norte de México se estaba consolidando y,
pese al poco interés del centro, ya se gestaba –de hecho, ya se había
gestado muchas décadas atrás– la concepción de un área cultural
compleja, que estaba siendo estudiada por sus desarrollos locales, y

119
César Villalobos Acosta

no sólo como el reflejo negativo de la grandeza centralista, básica-


mente por arqueólogos estadounidenses, quienes para esa época ya
llevaban como seis décadas de avances en la exploración en campo y
la investigación (Villalobos, 2008).
En síntesis, el proceso fluido con el que se inició la estampa
de esta sección resume un panorama relativamente estable, que
conjugaba y del que emanaba, una relación entre el concepto de
cultura, patrimonio y nación. Todo funcionando correctamente en
el sentido de que había un fin moderno, que se materializaba en
la creación y el fortalecimiento de una identidad nacional. La
arqueología y los arqueólogos, dedicados a esta labor, eran el ins-
trumento, y lo seguimos siendo en muchos casos, de los intereses
nacionales. Por tanto, una arqueología norteña, tan lejos del centro
y tan cerca de Estados Unidos, no embonaba precisamente en el
esquema nacionalista.
A continuación, se presenta la segunda estampa, donde hay una
trasformación del concepto de cultura del norte y a partir de lo cual
se argumenta que en el norte hay mucho, y muy diverso, campo de
trabajo, ya no sólo para extranjeros, sino para los nacionales, quienes
han convertido esta mega área en un campo disciplinar bien definido.

Proceso posglobal: práctica emergente

Estampa 2

Arqueología globalizada: un arqueólogo o arqueóloga trata de con-


seguir un trabajo. No puede, no hay plazas. Continúa el posgrado.
Termina dos posdoctorados. Ha publicado en revistas naciona-
les e internacionales. Escribe un proyecto, lo envía a instituciones
nacionales e internacionales, consigue una beca menor para realizar
trabajo de campo. Va a la comunidad. Cuando puede menciona su
cometido. Muestra permisos. Los pobladores evaden su mirada. La
autoridad local le desea buena suerte. Habla con el dueño del rancho,
le permite el acceso. Reúne un equipo internacional de estudiantes

120
La arqueología norteña: De espacios fluidos a procesos posglobales

doctorales, quienes a su vez consiguen becas para traslado y estan-


cia, y quienes aparecen como últimos coautores en una lista de 10
que encabeza el director del proyecto. Empiezan a trabajar. Unas
semanas después, el ranchero, aquel que le había dado permiso, los
corre a punta de pistola. La investigación queda inconclusa, pozos
abiertos y áreas sin recorrer. Los hallazgos más vistosos los decomisa
un comando armado local. Pone una denuncia ante la autoridad
federal. Escribe un informe. Finalmente, publica sus resultados en
una revista internacional con alto índice de impacto. Sigue buscando
trabajo a la par que solicita una nueva beca. Fin de la estampa.
La concepción de la cultura que emana de esta segunda
estampa es diametralmente opuesta a la expuesta con anteriori-
dad. Como bien indica el planteamiento general, la perspectiva
global, neoliberal o posmoderna –como quiera llamársele– afecta
el ejercicio localizado. Por un lado, y en la parte más radical de lo
que al ejercicio profesional se refiere, se encuentra el concepto de
Patrimonio de la Humanidad, lo que erosiona la idea del pasado
como un referente exclusivamente nacional, fomentando a su paso
un proceso de mercantilización de la cultura, donde ya no se sabe si
ejercemos cultura o la producimos para venderla.
La lógica interna de patrimonio derivada de la primera estampa
–es decir, patrimonio cultural igual a nación– se transforma, puesto
que en esta nueva estampa la arqueología, el pasado y todo lo que
eso conlleva se vuelven un recurso rentable. La preservación de la
cultura se vuelve un fin teleológico, lo que lleva a una paradoja sin
salida: ¿los humanos del futuro querrán por igual que nosotros
a Teotihuacán?; ¿la simulación del conjunto de los monumen-
tos Nubios será igual de valorada por las futuras generaciones
de humanos interplanetarios? El fin teleológico más complejo
es que preservamos sitios arqueológicos para el futuro, en un pre-
sente que nos excluye al no dejarnos ingresar en muchos de ellos
(las cuevas de Lascauax, el interior de la pirámide de Chichen
Itzá, los murales de Bonampak); la capacidad de carga es un
golpe frontal al concepto de recursos culturales. La economía

121
César Villalobos Acosta

simbólica se traslada a otros terrenos de combate: preservamos para


el futuro, generando exclusión en el presente, bajo la prerrogativa de
la humanidad compartida.
Por primera vez en México el papel moneda comenzó a circular en
2019, ya no contiene las clásicas imágenes dotadas por la arqueo-
logía nacionalista, sino que tenderán a la incorporación de bienes
naturales, y alguno que otro sitio arqueológico norteño; pero en
ambos casos deben contar con la aprobación mundial, ya sea como
reserva natural o Patrimonio de la Humanidad. En los contextos
espaciales posglobales, la simulación y la reproducción operan en
contra de la autenticidad y la originalidad; un recurso que parece
perdido. La cultura ya no aparece como patrimonio, sino precisa-
mente como proceso, o un medio de acercar riquezas y contribuir
al fortalecimiento de economías locales o globales.
En este contexto posglobal de escenarios emergentes es donde
se ve la consolidación de un área disciplinar en el norte de México.
En su conjunto, y no precisamente porque nos hemos dedicado a
rentabilizar la arqueología norteña, es el lugar en el que se observa
una etapa madura de la autoconcepción del norte de México como
área de trabajo. Con problemas reales, en situaciones reales, donde
el proceso globalizado influye la práctica local, y múltiples actores
determinan qué hacer y qué no. Todo influye en nuestro queha-
cer, ya sean organismos internacionales o grupos delictivos, estos
últimos convertidos en autoridades de facto. Lo relevante es que
lejos de agazaparse en la umbrella del pretexto, los colegas hemos
incorporado tácticas y técnicas para realizar investigación.
Como se mencionó anteriormente, en el espacio fluido no tuvimos
una mesa de la sociedad que valorara los avances del norte desde
el norte (probablemente sea ésta la mesa esperada), lo cual no está
en detrimento de la organización de este importante evento, sino en
la concepción de fluidez de la que ha emanado gran parte de sus
postulados. Por el contrario, en los procesos posglobales, la arqueo-
logía norteña, cual hija rebelde, se ha desdoblado en su impulso
para, sin dejar de ser nacional, acercarse a la transnacionalidad en

122
La arqueología norteña: De espacios fluidos a procesos posglobales

la cotidianeidad de su práctica. Para ello se remite a la propia diná-


mica de desarrollo interno de la arqueología del norte, tomando
únicamente tres reuniones como ejemplo de un desarrollo paralelo,
a lo que ha ocurrido en otras áreas de nuestra arqueología nacional.
Para sintetizar la estampa anterior, se tomará como ejemplo tres
reuniones académicas que, si bien no fueron organizadas por la So-­
ciedad Mexicana de Antropología (SMA), han influido en el devenir
de la arqueología norteña. Éstas son la reunión titulada «Sonora:
Antropología del Desierto. Primera Reunión de Antropología e His­
toria del Noroeste», organizada en Hermosillo en 1974 por Beatriz
Branniff y Richard Felger (Braniff y Felger, 1974); el «Seminario de
Arqueología del Norte de México», celebrado en 2006, organizado
por Cristina García y Elisa Villalpando (García y Villalpando, 2007);
así como la XI Southwest Symposium bajo la temática «Constru­
yendo Arqueologías Trasnacionales», por Randall McGuire y Elisa
Villalpando en 2010 (Villalpando y McGuire, 2014).
Estos eventos expresaron, en su respectivo momento, que si
bien la arqueología era inhóspita, también era rebelde. Más allá
de la perspectiva nacional emanada de las reuniones de la SMA, se
erigió como principio de una perspectiva distintiva: el norte desde
el norte (aunque una de esas mesas fue celebrada en el MNA en
la Ciudad de México). Mostraron, entre otras muchas cosas, las
características generales del estado de investigación pero, sobre
todo, expusieron la faceta de madurez con la que ya se contaba
respecto al análisis de la antropología en el norte de México. La
primera siendo un producto organizado, aun con cierto corte cen-
tralista, pero ya desde el norte mismo; la segunda mostrando el
resultado del trabajo de arqueólogos y arqueólogas formados ya en
el seno del norte; mientras que la tercera demostrando madurez
conceptual, independencia y problemáticas particulares de una
mega área diversa y trasnacional.
En su postulado inicial, la Primera Reunión de Antropología
del Desierto (1974) materializó la necesidad de entender qué pasaba
en esta mega área. A diferencia de las mesas organizadas por la SMA

123
César Villalobos Acosta

(1943 y 1961, ya referidas), en ésta se dieron cita los especialistas


que habían trabajado por lustros o décadas en el norte de México,
y como tal su experiencia reflejaba problemas particulares, que en
muchos casos se derivaban de cuestiones añejas, netamente locales,
y como productos de una arqueología internacional, nacional, y
aun regional en muchos sentidos.
La celebración de esta reunión dio pie a una formalización y
neocolonización del norte por parte del INAH, con una mayor sen-
sibilización. Su presencia (cuyo primer centro regional se estableció
en 1973 en Hermosillo, Sonora) dio paso a una mayor investiga-
ción y formación de recursos humanos, que después de un par de
décadas ocasionó una segunda etapa, por así decirlo, que se sinte-
tiza en el Seminario del norte de México, celebrado en 2006, cuyos
alcances fueron aún mayúsculos por haberse celebrado en el cen-
tro del país; mientras que el simposio Construyendo Arqueologías
Trasnacionales (2010), en Hermosillo, ya es bajo una perspectiva
de arqueología transnacional que no existe en otra parte del país
y que, sin duda, se refleja en la consolidación de equipos de trabajo,
que en algunos lugares ya suman por lo menos tres generaciones
de arqueólogos formados en el norte, que han aprendido a hacer
arqueología norteña y se dedican a ella.
Para ir concluyendo, con determinación se afirma que las estam-
pas expuestas en esta presentación no están agotadas, cada una en su
propio devenir se reproducen, se combinan y se recombinan; pero
cada una de ellas permite vislumbrar los extremos de un proceso
complejo de coexistencia y rearticulación. Confiriendo se establece
lo que pasa en nuestra particularidad norteña, en la que se observan
varios aspectos que nos alejan y separan del ya trillado y poco útil: en
el norte no hay nada, es un espacio vacío e inhóspito.
Tenemos una arqueología con independencia intelectual con pro-
blemas propios y equipos de trabajo ya formados por generaciones,
como en otras partes de México y del mundo. Tenemos problemas
sin resolver, entre ellos la definición de nuestro gran norte, que
literalmente se dibuja desde la caseta de Tepotzotlán hasta la

124
La arqueología norteña: De espacios fluidos a procesos posglobales

frontera con Estados Unidos y más allá. Tenemos sierras, valles,


desiertos y problemáticas que se combinan y se mezclan. Los sal-
vamentos arqueológicos los tenemos en el norte, hay proyectos
con mucho dinero, cierto, aunque la mayoría de las veces no sepa-
mos ni cuánto cuesta un salvamento.
De hecho, en 2019 comenzó a circular una nueva familia de
billetes mexicanos, y entre ellos tendremos un sitio norteño. Tenemos
sitios Patrimonio de la Humanidad, como en otros lugares del mun­
do; lamentablemente, también el trabajo de campo se ha vuelto
peligroso por la violencia en todos sus niveles, como en otras partes
de México y del mundo. Existen escuelas que forman arqueólogos
regionales; tenemos especialistas; antes los posgrados eran dedica-
dos a los extranjeros, ahora se han convertido en una fuente perma-
nente de aportaciones académicas de arqueólogos nacionales.
Así se pueden seguir sumando datos, procesos y sucesos de lo
que es una arqueología global. El norte de México –sean sus desiertos,
sus valles, el oeste y el este o el centro y el norte– tiene problemáti-
cas particulares y emergen como un campo de investigación conso-
lidado; cierto, con muchas diferencias en infraestructura, recursos
humanos y características culturales.
En este contexto vale la pena cuestionar los conceptos de cul-
tura vertidos previamente: en los espacios fluidos nunca fuimos los
consentidos de la arqueología nacionalista; mientras que en el espa-
cio posglobal la cultura, más que un medio de cohesión y de iden-
tidad, se transforma por su valor agregado y, con sus excepciones,
digamos que tampoco estamos en el ojo del huracán. En suma, por
esas condiciones y además por ser una arqueología de frontera, la
arqueología norteña aportará mucho a las nuevas generaciones.
Sólo concluiré con una pregunta derivada de las estampas pre-
sentadas: ¿para qué hacemos investigación arqueológica? Una cues-
tión que no es privativa ni del norte ni de una región en particular, es
incisiva para toda la arqueología en su conjunto, nacional o mundial;
pero, nótese, si nos preguntan a los arqueólogos norteños, segura-
mente les daremos varias respuestas.

125
César Villalobos Acosta

Referencias

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A. Pompa y Pompa, E. Arechavaleta, I. Bernal, A. Caso, A.
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Sociedad Mexicana de Antropología (pp. 9-27). México: SMA .
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Sociedad Mexicana de Antropología. Revista Mexicana de Es-
tudios Antropológicos, 18, 11-19.
Braniff, B. y Felger, R. (edits.). (1974). Sonora: Antropología del De-
sierto. Primera Reunión de Antropología e Historia del Noroeste.
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García, C. y Villalpando, E. (edits.). (2007). Memoria del Semina-
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mosillo, Sonora: INAH/Centro INAH.
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táforas textuales en la investigación aqueológica de Sonora, México.
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Villalobos, C. (2011). Archaeology in Circulation: Nationalism and
Tourism in Post-Revolutionary Mexican Coins, Notes, Stamps and
Guidebooks (PhD Unpublished). Durham University, Durham, UK.
Villalpando, E. y McGuire, R. (edits.). (2014). Building Transna-
tional Archaeologies/Construyendo arqueologías transnacionales.
Tucson: The University of Arizona.

126
Arqueología en el norte de México:
Un cambio de chip
Emiliano Gallaga Murrieta

¡Toooodooos a booordo! ¡Vááámonoos!, gritó el garrotero del


tren México-Nogales, Sonora, en la estación de Buenavista de
la Ciudad de México. Así comenzó el trayecto hacia casa de mi
abuela, doña Lina Saldívar de Murrieta, en Hermosillo. Mi madre,
Ofelia Murrieta, había comprado boletos en la sección coche-
cama cercano al carro comedor. Estos trenes mexicanos, de ori-
gen inglés, lucían como salidos de las fotografías de la Revolución
mexicana, el tiempo no había pasado por ellos, por cualquier
puerta podría haber salido una adelita o un dorado… estos vago-
nes eran elegantes, color verde olivo con decoraciones en madera
y metal. El cuarto tenía dos butacas encontradas una con otra, en
donde pasé horas leyendo Cien años de soledad, de Gabriel García
Márquez, regalo de mi padre para el viaje, una edición de bolsillo
del Fondo de Cultura Económica (FCE) (que de bolsillo no tenía
nada). Ya por la noche, la cabina se transformaba en cama, no
muy grande pero lo suficiente para que cupiéramos mi hermano,
mi amá y yo. Aunque la lectura era interesante, la mayor parte del
tiempo nos la pasamos en las puertas entre los vagones mirando
el paisaje, sacando la cabeza para que nos diera el viento como
cachorros en los autos de la ciudad, pero sin la lengua de fuera,
claro. Rápidamente, pasamos de un paisaje urbano a los bosques
del eje neovolcánico y de ahí a los valles centrales, hasta llegar a
Guadalajara. Pronto, empezamos a subir la Sierra Madre Oriental

[ 127 ]
Emiliano Gallaga Murrieta

y transitar de pastizales y agaves tequileros a bosques, montañas


y barrancas. Al grito de «¡Camaróóón seeecooooo! ¡Camaróóón seeee-
cooooo!» nos enteramos de que habíamos llegado a Sinaloa. La casa
de la abuela, con olor a pozole, coyotas, tortillas de harina y frijoles
bayos estaba más cerca. Por la mañana del tercer día de viaje, en
nuestro habitual puesto de observación y acostumbrados al vaivén
del tren con su característico sonido de las ruedas al pasar por las
vías, «tract, tract, tract», surgió un nuevo paisaje, acompañado
de fulgor y de silencio; imperceptible al principio, pero que se fue
haciendo más intenso conforme nos acercábamos. Fue al pasar una
curva que lo vimos, ahí, imponente… Tuvimos que entrecerrar los
ojos por el brillo que despedían las millones de partículas que lo
componían… Mirábamos por primera vez las dunas de arena de la
costa de Guaymas y, atrás de ellas, una franja de un azul intenso…
¡el mar de Cortés que abarcaba todo el horizonte…!
Esa fue una de las primeras impresiones que recuerdo del
desierto, el desierto de Sonora en particular: su extremada blancura
y la sensación de ver hasta dónde a uno le da la mirada. Salvo alguno
que otro sahuaro, pitahaya o gobernadora, que más que impedir le
dan profundidad al horizonte, poco hay en el paisaje que detenga
la vista; lo invade a uno una sensación de libertad. Esa misma sen-
sación debieron haber tenido las comunidades prehispánicas que
encontraban en estos parajes norteños no sólo un modo de vida,
sino su hogar; muy al contrario, esa misma libertad de espacio pro-
vocó en los extranjeros occidentales desolación, vacío o abandono.
Es claro que para una sociedad, cuya economía de subsistencia está
basada en la agricultura, las regiones norteñas se mostraban poco
atractivas y se percibía a sus moradores como grupos poco desarro-
llados y, claro está, no civilizados, a los cuales había que llevar las
bondades de las que estas comunidades agrícolas gozaban.
Desde la época prehispánica ha imperado esta visión de los terri-
torios norteños, cuyos adjetivos los nombran como: chichimecatlalli
–o tierra de los chichimecas–, tlacochcalco –o lugar de dardos–,
y/o teotlalpan tlacochcalco mictlampa –o campos espaciosos que

128
Arqueología en el norte de México: Un cambio de chip

están hacia el norte– lugar de la muerte (Braniff, 2001), y que ellos


mismos describían como: «Un lugar de miseria, de dolor, de sufri-
miento, fatiga, pobreza y tormento. Es un lugar de rocas secas, de
fracasos, un lugar de lamentación, en un lugar de muerte, de sed,
un lugar de inanición. Es un lugar de mucha hambre, de mucha
muerte» (Braniff, 2001, p. 7).
Visión que fue compartida y sustentada durante el período
colonial, y en algunas instancias continúa hasta el día de hoy. Pero
esa es la visión de las comunidades sedentarias, de las comunida-
des agrícolas, de Mesoamérica, del sur. En realidad, no sabemos, ni
sabremos, cómo las comunidades chihimecas o prehispánicas del
amplio norte de México describían sus territorios, pero seguramente
no con esos apelativos usados por otros grupos. Se considera que éste
es, en especial, uno de los primeros cambios que como antropólogo, en
general, y como arqueólogo, en particular, debe hacerse para cruzar
el umbral de lo mesoamericano hacia lo norteño, de lo sedentario/
agrícola a lo nómada/cazador-recolector/agrícola incipiente.

Un norte para el norte

A diferencia de Mesoamérica, nos encontramos en un área en la


que sus pobladores han tenido que luchar por su identidad desde
tiempos prehispánicos hasta el día de hoy. Por un vacío de una com-
plejidad material y, por ende, de un registro material de su complejidad
de pensamiento y de su imaginario colectivo, la región del norte de
México ha dependido de la visión e interpretación de las comunida-
des que sí desarrollaron esos registros materiales.
Dentro de las primeras impresiones contenidas en los escritos
coloniales, se percibe que las ruinas arqueológicas del Cerro de
Trincheras, en Sonora, y Paquimé, también llamadas Casas Grandes,
en Chihuahua, ya apelaban a la imaginación y a estas interpreta-
ciones. Los exploradores y misioneros españoles, como Juan Mateo
Mange (1694) y Baltasar de Obregón (1997), proporcionan los pri-
meros relatos del Cerro de Trincheras y Paquimé, respectivamente.

129
Emiliano Gallaga Murrieta

Sus escritos nos ofrecen una idea de cómo se veían estas ruinas
poco después de que sus habitantes se hubieran alejado y aban-
donado sus viviendas, pero siglos antes de que el primer arqueó-
logo pusiera los pies allí. Las narrativas también proporcionan sus
perspectivas sobre cómo los sitios pudieron haber sido utilizados
durante su ocupación, claro está que con una franca negación de la
capacidad de los grupos locales por desarrollar comunidades como
las descritas (Newell y Gallaga, 2004).
Los primeros viajeros (Lumholtz, 1902), los primeros geógrafos
(Bartlett, 1965; Brand, 1933, 1935, 1943; Sauer y Brand, 1930, 1931)
y los primeros exploradores arqueólogos (Amsden, 1928; Bandelier,
1890, 1892; Ekholm, 1939, 1942; Lister, 1958; Noguera, 1926,
1930, 1958; Sayles, 1936) están entre los más importantes pione-
ros, quienes crearon puntos de partida para futuras investigaciones
en el noroeste de México. Durante muchos años, sin embargo, sólo
un puñado de arqueólogos se aventuró por este camino. La mayoría
prefirió los grandes templos de Mesoamérica al sur o la arquitec-
tura omnipresente y atractiva de las casas acantilado y pueblos del
suroeste de Estados Unidos.
De hecho, muchos de estos primeros investigadores que visi-
taron el área, lo hicieron con el objetivo de encontrar cómo esta
región del noroeste encajaba con las áreas de su interés principal
de estudio, y nunca hicieron carreras en el área. Bandelier (1890,
1892) y Lumholtz (1902), por ejemplo, investigaron el noroeste de
México para verificar que sus restos arqueológicos se parecían a las
culturas del suroeste de Estados Unidos, y cómo se habían desa-
rrollado como una extensión de ellos. Sauer y Brand, de manera
similar, exploraron el norte de México para establecer la presencia
de un «corredor prehistórico entre el altiplano mexicano y el pue-
blo del Suroeste Americano» (Sauer y Brand, 1931, p. 1). Eduardo
Noguera (1926, 1930, 1958), el primero y durante mucho tiempo
el único arqueólogo mexicano que describió los sitios de la región
norte, buscó determinar la conexión de la región con Mesoamérica
en el centro de México.

130
Arqueología en el norte de México: Un cambio de chip

No obstante, en las últimas décadas la situación ha empezado


a cambiar y, poco a poco, se ha visto la necesidad de modificar una
visión unilateral (¡de Mesoamérica para el mundo!) por una bilateral,
donde las comunidades norteñas no son una entidad pasiva recep-
tora, sino activa y con poder de decisión sobre lo que aceptan, lo que
no aceptan y cómo lo aceptan. De igual forma, también la percep-
ción que se tenía de estas comunidades como sencillas, igualitarias
y poco complejas, por una aparente falta de monumentalidad, está
cambiando a la de comunidades adaptadas a las diferentes condi-
ciones del norte y sus recursos, donde la práctica de una agricultura
no condiciona continuar con actividades de caza/recolección, y
mucho menos con una gran movilidad, característica esencial de
estas comunidades norteñas.
De esta manera, aunque lentamente se ha comenzado a forjar
un concepto del norte por el norte, en parte por los pocos arqueó-
logos mexicanos que se han interesado en hacer sus carreras en esta
región, pero también por los arqueólogos extranjeros. Siempre ha
habido menos investigadores trabajando en el noroeste de México
en comparación con el suroeste de Estados Unidos o Mesoamérica,
y como resultado se han llevado a cabo menos proyectos. Es apenas
durante las últimas décadas, cuando los investigadores han reali-
zado progresos sostenidos en el registro de sitios, análisis de datos y
en el establecimiento de los desarrollos culturales de las comunidades
prehispánicas de la región. Pero, poco a poco, se van construyendo
modelos interpretativos que expliquen un norte a partir del norte
junto con amplias interacciones extra e interregionales.
El reciente boom arqueológico en el noroeste de México se debe
a varios factores. Los académicos del suroeste de Estados Unidos se
han dado cuenta de que para comprender plenamente la dinámica
de las culturas prehispánicas de su región es necesario aprender
lo que ocurrió al otro lado de la hoy frontera internacional, y no sólo
hasta el otro extremo o Mesoamérica (McGuire y Villalpando, 1993;
Newell y Gallaga, 2004). Algunos de estos académicos también pue-
den haber comenzado a concentrarse en el noroeste mexicano para

131
Emiliano Gallaga Murrieta

escapar del atestado suroeste de Estados Unidos. De igual forma, una


nueva generación de arqueólogos mexicanos ha dirigido su atención
hacia esta vasta área, alejándose de una región mesoamericana cada
vez más desbordada y saturada (Newell y Gallaga, 2004; Pollard,
1997; Villalpando y Fish, 1997).
Este impulso se da en dos tiempos específicos: en la década
de 1970 con el establecimiento de instituciones de investigación
en el norte de México, como los Centros Regionales del Instituto
Nacional de Antropología e Historia (INAH) (Sonora, en 1973;
Chihuahua en 1983, por citar los dos más emblemáticos); y durante
la primera década del siglo XXI, con el establecimiento de escuelas
y/o departamentos de antropología-arqueología en la franja nor-
teña como son las de tipo gubernamental: el Departamento de
Antropología de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí
(UASLP), en 1996; la Unidad de Antropología de la Universidad
Autónoma de Zacatecas (UAZ), en 2006; la Escuela de Antropología
e Historia del Norte de México (EAHNM) en Chihuahua, en 2011
(reestructurada de lo que fue la Escuela Nacional de Antropología
e Historia (ENAH) Chihuahua, fundada en 1990); y una privada
con la licenciatura en Arqueología de la Universidad Humanista de
las Américas (UHA) en Monterrey, en 2009 (Gallaga y Newell en
prensa; Kelley y Villalpando, 1996; Newell y Gallaga, 2004). Con
los arqueólogos mexicanos y la infraestructura institucional local
para trabajar, el norte de México se ha vuelto más accesible para
sus colegas internacionales. El resultado de estos desarrollos es una
cohorte de arqueólogos que son especialistas en una arqueología
del paisaje árido del noroeste de México.1

1 
Para mayor información respecto a la arqueología en el noroeste, el lec-
tor puede consultar las siguientes fuentes (Braniff, 1992; Di Peso, 1966,
1974; Fish y Fish, 1994; Foster y Gorenstein, 2000; Gallaga, 2013, 2017b;
Gamboa, 1996; Kelley y Villalpando, 1996; Newell y Gallaga, 2004; Phillips,
1989; Schaafsma y Riley, 1999; Villalpando, 2000; Whalen y Minnis, 2001).

132
Arqueología en el norte de México: Un cambio de chip

No hay espacios vacíos

Es bastante común escuchar de nuestros colegas arqueólogos mesoa-


mericanos que en el norte no hay nada, posiblemente alguno que
otro sitio de pinturas rupestres como la sierra de San Francisco, Baja
California; de arquitectura de tierra, como Paquimé, Chihuahua; o
de piedra, como el Cerro de Trincheras, Sonora; pero, en general,
es una tierra fuera del alcance de los dioses mesoamericanos, sólo
puro cazador-recolector… ¡sólo…! Para los que arqueólogos que han
trabajado contextos norteños, saben que una concentración de mate-
riales, una punta de flecha o un moctezuma (montículo de tierra) les
hace el día; que la arqueología de estas latitudes no se puede entender
sin la complementación del documento colonial o histórico y del
dato etnohistórico y etnográfico.
Es esta riqueza de información la que hace de la arqueología
del norte algo mucho más complejo para poder identificar a estas
sociedades cazadoras-recolectoras/agricultoras, incipientes en el
escaso registro material. Poder establecer que esos aparentes espa-
cios vacíos dentro de la vastedad de los valles, montañas y desiertos,
donde poco limita la vista, están llenos de evidencia del paso del
ser humano, de las comunidades que hicieron suyos estos espacios
y dejaron a la posteridad sólo pequeñas señales de su devenir por
estas regiones, requiere un cambio en la forma en la que observa-
mos este paisaje, y éste es uno de los retos para los arqueólogos que
quieren trabajar en estas latitudes.
Por lo general, y debido a que en nuestro imaginario colectivo
y académico de clara formación mesoamericana, se ha considerado
que las comunidades prehispánicas del norte de México no tuvie-
ron la capacidad de desarrollar la complejidad de sus contrapartes
sureñas, y no se reconoce su capacidad de poder participar en los
derroteros, traslados y transformación de los elementos mesoame-
ricanos en sus tierras norteñas; o, simplemente, para poder trazar
su desarrollo cultural, siempre ha sido necesario imaginar un potch-
teca sureño, un shaman mesoamericano o un teotihuacano perdido

133
Emiliano Gallaga Murrieta

en este desierto chichimeca (Gallaga y Newell, en prensa). Hoy en


día, cada vez más investigadores consideran que los integrantes de
las comunidades prehispánicas del norte –con una mayor movilidad
que sus contrapartes mesoamericanas o del suroeste americano– son
en realidad quienes transportan materiales, objetos e ideas de una
megarregión a otra.

Entender los espacios vacíos

Investigaciones recientes se han centrado en explorar las relaciones


sociales y económicas internas entre los distintos sitios y comuni-
dades de este territorio. ¿Cómo se relacionan los cazadores-recolectores
con los agricultores? ¿Cuán complejos eran los centros principales, sus
sitios circundantes y áreas más distantes? ¿Qué tan móviles eran las
personas, los bienes, las culturas o las ideas? Empero, muchas pre-
guntas relativas a la prehistoria de la región permanecen sin res-
puesta, como la vida durante los períodos Paleoindio y Arcaico, la
naturaleza de los vínculos extrarregionales con el suroeste de Estados
Unidos y Mesoamérica y los períodos de pre y poscontacto.
No obstante, también es importante mencionar que muchas
áreas y/o tradiciones arqueológicas de esta vasta comarca han sido
nombradas, conocidas o establecidas a partir de la exploración de un
sitio en particular, o de la realización de un proyecto arqueológico
en el área; pero poco sabemos de las áreas periféricas, de los sitios
menores o, peor aún, incluso hoy en día tenemos extensas áreas del
territorio en las que no ha entrado un arqueólogo de manera oficial,
en las cuales se carece de registro de sitios, catálogos de materiales y
cronologías (Gallaga, 2017b). Por lo tanto, un paso importante es
realizar proyectos cuyo objetivo de investigación sea conocer esos
vacíos en el conocimiento del pasado prehispánico de la región.
Con el aumento de la investigación, crece el grado de cono-
cimiento del desarrollo de las comunidades locales en tiempos
prehispánicos; en consonancia con esto se desarrolla la elaboración
de preguntas acertadas, hipótesis e instrucciones de investigación.

134
Arqueología en el norte de México: Un cambio de chip

La información arqueológica existente y la investigación reciente


(Carpenter y Sánchez, 1997; Kelley y Villalpando, 1996; McGuire,
Villalpando, Vargas y Gallaga, 1999; McGuire y Villalpando, 1995;
Minnis, 1985; Minnis, Upham, Light-foot y Jewett, 1989; Whalen
y Minnis, 2001; Whalen, Minnis y Mills, 2000; Whalen, Minnis,
Schaafsma y Riley, 1999) han demostrado que las reminiscencias
materiales de estas tradiciones culturales identificadas en esta área
son el resultado de desarrollos locales con interacciones no sistémi-
cas con sus vecinos mesoamericanos y americanos del suroeste de
Estados Unidos. Ha quedado claro que el noroeste de México ya
no es el hijo dependiente de padres del suroeste de Estados Unidos
y de Mesoamérica. Al alejarse de las preguntas restrictivas que eran
realmente extensiones de temas mesoamericanos y del suroeste
de Estados Unidos, se están desarrollando preguntas específicas de
investigación que abordan el pasado único del noroeste de México.

¿Un norte? No... ¡Muchos!

Así como la región centro-sur de México es amplia y diversa, así tam-


bién es la región norteña del país, incluso es más grande. De manera
habitual, en el imaginario colectivo se piensa que la región norteña es
solamente desierto, cuando es mucho más que eso; son valles, cuen-
cas, bosques, pastizales, sierras, montañas, costas, manglares y, claro
está, desiertos. Muy posiblemente, un elemento común en todos
ellos pueden ser los distintos grados del componente de aridez;
pero siguen siendo distintos nichos ecológicos en una gran diversi-
dad de diferentes organismos, tanto vegetales como animales, sin
llegar a ser deterministas ambientales, con los que un gran número
de comunidades prehispánicas se adaptaron y se desarrollaron.
De igual forma, tiene que considerarse que conforme nos vamos
alejando en el tiempo, estas regiones no fueron lo que son hoy en día.
El crecimiento de las ciudades y las actividades agrícolas, así como
el represo de los principales ríos, han cambiado en gran medida la
región. Por lo que, en el pasado, estas regiones si no fueron más

135
Emiliano Gallaga Murrieta

verdes, sí contuvieron más humedad; ríos que hoy son intermi-


tentes, en el pasado debieron contener agua todo el año y tanto
la diversidad de organismos como su número debió ser mucho
mayor. Claro está que, aunque se presenta un mejor escenario que
el actual, los recursos no dejaron de ser limitados, circunstancia a la
que las comunidades prehispánicas de estas regiones se adaptaron
y en las que se desarrollaron. De esta manera, contamos se cuenta
con comunidades en las que, dependiendo de las circunstancias,
podían optar por caza/recolección/pesca, así como practicar diver-
sos grados de producción agrícola, que en algunos períodos podían
llegar a ser más sedentarios y en otras ocasiones más nómadas.
Sin embargo, se considera que la movilidad fue una característica
imprescindible de estos grupos norteños.

Cambio del discurso patrimonial monumental

Desde tiempos prehispánicos, el norte era considerado por los gru-


pos civilizados del centro un área agreste habitada por salvajes, grupos
de cazadores-recolectores que se cubrían con pieles y dormían a la
intemperie o en cuevas: el famoso Chichimecatlalli. Esta imagen
no cambió mucho durante la época de la Colonia, muy a pesar del
descubrimiento de grandes yacimientos mineros donde era necesa-
rio transportar todo para poder explotarlos, especialmente mano
de obra. Hoy en día, muchos de esos centros mineros son moder-
nas ciudades, pero de igual manera en el imaginario colectivo local
se muestran como comunidades que se hicieron mediante un gran
esfuerzo de la nada, venciendo el desierto, y de memoria reciente,
pues se considera que no hubo un patrimonio anterior a ellos.
¿Cómo cambiar una imagen desértica y desolada de estos territo-
rios? ¿Cómo mostrar que lo que aparentemente está vacío guarda
una gran cantidad de pequeños vestigios materiales de un gran
derrotero histórico de los grupos que aquí habitaron/habitan?
Haciendo uso de la célebre frase, pero no tan acertada de
Vasconcelos, de que «Donde termina el guiso y empieza a comerse

136
Arqueología en el norte de México: Un cambio de chip

la carne asada, comienza la barbarie» (Vasconcelos, 1936, p. 186),


en esta región no puede usarse el mismo argumento patrimonialista
monumental prehispánico de Mesoamérica, porque simplemente
no existe, con sus contadas excepciones y guardando las proporcio-
nes como los sitios Cerro de Trincheras y Paquimé. (¡Y aun a éstos
les ponen peros!) Por lo tanto, la formación de un concepto o idea
de patrimonio prehispánico norteño necesita estructurarse a partir de
otras realidades e incorporando otros campos como la ecología, la
geografía, las culturas vivas y/o la historia. Aunque este elemento
también es de suma importancia en el área mesoamericana, la parti-
cipación e incorporación de las comunidades y de la gente son vitales
para la conservación, preservación y difusión del patrimonio arqueo-
lógico norteño. No obstante, es imperativo cambiar el discurso,
hacer ver la estrecha relación existente entre el efímero vestigio mate-
rial arqueológico con el entorno, el paisaje y su propia comunidad.
Al mismo tiempo, es válido detenernos en la siguiente cuestión:
si el aumento de especialistas en esta región –educados en estas
relativamente nuevas licenciaturas de arqueología– veladamente
no significaría que trabajen en aras de crear una infraestructura
patrimonial arqueológica turística o coadyuvar (con los peritajes
e investigaciones pertinentes) en el desarrollo de esta gran región.
Aunque así lo fuera, en realidad se podrá obtener el mismo efecto.
Es decir, más licenciaturas y departamentos significan más personas
involucradas y educadas en el ámbito arqueológico, en su aportación
social y, finalmente, pero no menos importante, en coadyuvar en
la construcción de un nuevo imaginario colectivo de la gente hacia
su patrimonio cultural.

Conclusiones

Además de un vibrante presente, el futuro de la arqueología mexi-


cana en el noroeste parece brillante. Una red de arqueólogos ha
acumulado una considerable experiencia y trabajan habitualmente
en el noroeste de México, incrementando de manera exponencial

137
Emiliano Gallaga Murrieta

nuestra comprensión arqueológica de esta área. Aumentar el número


de arqueólogos e instituciones que realizan investigaciones ha dado
lugar a un mayor número de proyectos a largo plazo en curso. Éstos
atraen más estudiantes y brindan continuidad a la arqueología del
noroeste de México. Tradicionalmente, los proyectos arqueológicos
de la región empleaban a estudiantes mexicanos de la ENAH, la
principal institución para la formación de arqueólogos de México.
Sin embargo, recientemente, por lo menos tres universidades han
comenzado a formar estudiantes y a generar profesionales espe-
cializados en arqueología del noroeste mexicano: la Universidad
Autónoma de Zacatecas, la Universidad Autónoma de San Luis
Potosí y la Escuela de Antropología e Historia del Norte de México,
en Chihuahua, las cuales contribuyen a crear sangre nueva para el
noroeste de México.
Como colofón se mencionará que es importante promover la
colaboración internacional existente y estimular el debate. En
segundo lugar, hacer hincapié que finalmente el noroeste de
México está entrando en su madurez como un área propia para
la actividad arqueológica, la investigación y la colaboración inter-
nacional. Los trabajos recientes ilustran cuánto ha aumentado y
cambiado nuestra comprensión arqueológica y, lo más importante,
cuánto nos falta por conocer. Por último, subrayar que el noro-
este de México estaba habitado por muchos y diversos grupos inde-
pendientes que no fueron sólo extensiones o parte de una retaguardia
dependiente del suroeste de Estados Unidos o de Mesoamérica.

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142
La antropología física del desierto: Los retos
del siglo XXI
Patricia Olga Hernández Espinoza

La reconstrucción de la historia evolutiva del hombre, así como la


explicación de su variabilidad como especie, es el objetivo de
la antropología física, disciplina que –al menos en México– cuenta
con pocos profesionales trabajando en la región norte de nuestro
país. Hace más de 70 años, Daniel Rubín de la Borbolla, quien
estuviera a cargo de los comentarios de la lineal de antropología
física en la reunión de 1943 (Rubín de la Borbolla, 1943), señalaba en
ese entonces que se contaba con pocos antropólogos físicos en la
región, sin investigaciones que plantearan problemáticas bioculturales
más allá de la forma del cráneo y de las dimensiones corporales de
las poblaciones vivas del desierto, que Hrdlicka había medido a
principios del siglo XX en su recorrido por Sonora, Chihuahua y
Baja California (Hrdlicka, 1908).
Actualmente, es posible señalar que la presencia de los antropó-
logos físicos en el norte de México sigue siendo escasa. Las distin-
tas delegaciones del Instituto Nacional de Antropología e Historia
(INAH) (Centros INAH), ubicadas en el norte del país, son el centro
de adscripción de la mayoría de los físicos –como coloquialmente se
refieren a los antropólogos– que trabajan en el norte; siguen otras
instituciones académicas como la Universidad Autónoma de Baja
California (UABC) y el Centro de Investigación sobre Alimentación
y Desarrollo (CIAD), sede Hermosillo. El caso de Chihuahua es
particular. A finales de la década de 1980 se abrió una extensión de

[ 143 ]
Patricia Olga Hernández Espinoza

la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), que ofre-


cía estudios sobre antropología social a nivel de licenciatura, la cual
creció hasta convertirse en una opción para los jóvenes norteños
interesados en la antropología.
La ahora Escuela de Antropología e Historia del Norte de México
(EAHNM) es otra escuela del Instituto Nacional de Antropología
e Historia, que significó para varios egresados de la ENAH una
oportunidad de trabajo, iniciando la licenciatura y el posgrado en
Antropología Física a inicios de la primera década de este siglo, con
bastante éxito y buenos proyectos de investigación. Aquellos espe-
cializados en Antropología Forense han encontrado en la Fiscalía
General de Estado de Chihuahua un nicho de oportunidad para
desarrollar esta especialidad, coadyuvando en la identificación de
centenares de personas desaparecidas por el crimen organizado.
Las carencias presupuestales de las instituciones a las que se hizo
referencia no han permitido el aumento de la planta de investiga-
dores que atiendan la problemática social existente, que requiere
de antropólogos físicos. En el caso del suroeste de Estados Unidos
la situación es distinta, el número de antropólogos es cuantioso, y
muchos de ellos colaboran con los Centros INAH en el desarrollo
de investigaciones, principalmente de corte arqueológico.
El objetivo de esta reflexión es dar una visión global de los
avances de los trabajos antropológicos en el noroeste de México, en
específico los desarrollados en lo que se conoce como el desierto de
Sonora, a partir de la revisión de distintas publicaciones nacionales
e internacionales, y la generada por los proyectos de investigación a
cargo del Centro INAH Sonora, que se irán describiendo a lo largo
del texto, así como la información obtenida a partir de la propia
actividad como antropóloga física adscrita recientemente a este
centro de trabajo (Hernández, 2012, 2013, 2015b, 2015c, 2017a).
Para iniciar, es posible señalar que se ha avanzado en el desarrollo
de temáticas diversas –lo que afortunadamente supera la opinión que
tenía Rubín de la Borbolla en 1943–, y la mayoría de ellas abor-
dan las poblaciones que habitaron y habitan el noroeste y el norte

144
La antropología física del desierto: Los retos del siglo XXI

de México. Sin embargo, esta ref lexión discute sólo los avances de
la antropología física en las poblaciones que habitaron y habitan lo
que hoy es el estado de Sonora, donde convergen varias regiones
fisiográficas (véase mapa 1): el desierto de Sonora, la franja costera
sureña del golfo de California, la provincia de sierras y valles y la
Sierra Madre Occidental, en las que se desarrollaron varias culturas
arqueológicas (Carpenter, Sánchez y Villalpando, 2003).

Mapa 1. Provincias fisiográficas de Sonora

Fuente: Carpenter, Sánchez y Villalpando (2003, p. 6).

El desarrollo inicial de los proyectos de investigación en el


desierto de Sonora puede situarse hacia la segunda mitad del siglo XX,
bajo temáticas arqueológicas dada la gran cantidad de sitios con
una antigüedad que se remonta a los primeros pobladores; tam-
bién se llevaron a cabo proyectos de corte etnográfico como los
de McGee (1980) entre los seris (comcaac), y los de Margarita
Nolasco (1969, 1982) entre los pueblos indígenas del noroeste de
México. Aún así, prevalecieron las investigaciones arqueológicas
y bioarqueológicas que incluyeron a antropólogos físicos de la

145
Patricia Olga Hernández Espinoza

Universidad de Arizona y del INAH; de ahí que se inicie con los


proyectos que tienen relación con las poblaciones antiguas que
habitaron esa región.

Las investigaciones sobre los antiguos pobladores de Sonora

Para el estudio arqueológico del estado de Sonora se reconocen dos


grandes sistemas geofísicos o ecológicos que corresponden, por con­
siguiente, a dos grandes tradiciones culturales: las tierras bajas o de
la planicie costera sonorense (el desierto de Sonora) y las tierras
altas o las sierras y valles localizados en el norte de la Sierra Madre
Occidental. Las tradiciones arqueológicas reconocidas en las tierras
bajas comprenden la cultura Trincheras, la cultura Costa Central
de Sonora y la cultura Huatabampo; las tradiciones arqueológicas de
las tierras altas son la cultura del río Sonora y la cultura Casas Gran­
des (Villalpando, 2000) (véase mapa 2).

Mapa 2. Tradiciones culturales del noroeste de México

Fuente: Villalpando (2000).

146
La antropología física del desierto: Los retos del siglo XXI

Lo que conocemos de los aspectos bioculturales de las poblacio-


nes prehispánicas del desierto de Sonora se ha derivado de investi-
gaciones arqueológicas, no de proyectos específicos de antropología
física; por lo tanto, los objetivos, los enfoques teóricos metodológicos
y las preguntas de investigación son de corte arqueológico. Así, el
conocimiento de los primeros pobladores que llegaron a lo que hoy
se conoce como el desierto de Sonora, habitado actualmente por
los tohono o’odham, proceden de los trabajos arqueológicos realizados
en El Fin del Mundo, cerca de Caborca, Sonora, por el equipo de
John y Lupita Carpenter, quienes han aportado información acerca
de la presencia humana en ese lugar con más de 13 000 años de
antigüedad, y que convivieron con fauna pleistocénica hoy extinta
(Carpenter, Sánchez y Villalpando, 2003; Sánchez, 2016).
De los primeros grupos aldeanos y agricultores incipientes,
antepasados también de los tohono o’dham, han dado cuenta dos
importantes proyectos arqueológicos del Centro INAH Sonora, bajo
la coordinación de Elisa Villalpando y Randy McGuire (Carpenter,
Sánchez, Watson y Villalpando, 2015; Villalpando y McGuire, 2009).
Las aportaciones bioarqueológicas han estado a cargo de los inves-
tigadores del Arizona State Museum, y de la propia Universidad
de Arizona, coordinados por el doctor Jim Watson, quien es parte
fundamental de ambos proyectos. Gracias a los resultados obte-
nidos, hoy conocemos la forma de vida de los antiguos tohono
o’odham que habitaron el Cerro de Trincheras y el impresionante
asentamiento de La Playa, que han planteado el desarrollo de esta
región como un proceso continuo de adaptación y evolución cul-
tural. Los trabajos publicados dan cuenta de temáticas propias de
nuestra disciplina como son sus características físicas, salud y sus
costumbres funerarias (Byrd, 2014; Watson, 2005; Watson, Barnes
y Rohn, 2006; Watson, Fields y Stoll 2012).
Recientemente se iniciaron los trabajos en El Átil, otro núcleo
de población o’odham, y quizá se obtenga información acerca de
otra rama de esta nación, los denominados areneños y pinacateños,
de los que poco se sabe.

147
Patricia Olga Hernández Espinoza

De la tradición cultural Costa Central de Sonora y sus anti-


guos habitantes existe información proporcionada por el Proyecto
Arqueológico La Pintada, así como de los distintos salvamentos
que el Centro INAH ha hecho a partir de las obras de la Comisión
Federal de Electricidad (CFE), del Proyecto Gaseoducto y del
Acueducto Independencia; más los entierros rescatados por Tita
Braniff en la década de 1970, producto del saqueo, como los de la
Cueva de La Pala Chica y la Cueva del Chamán en el Estero del
Soldado, en Guaymas. Las muestras más grandes, de 10 indivi-
duos a lo sumo, son las de Tastiota, cerca de bahía Kino, Sonora,
y la de Arivaipa, cerca de El Desemboque, Sonora (Hernández,
2013, 2015b, 2015c, 2017a); ambas muestras han proporcionado
una visión más integral acerca de la ritualidad de estos grupos.
Pero insisto, no hay un abordaje integral que explique los distintos
procesos por los que han pasado los antiguos comcaac. Si bien su
trashumancia provocó que no tuvieran asentamientos más perma-
nentes como los de los tohono o’odham, tampoco hay una propuesta
desde la antropología física que explique los procesos de cambio
que se manifestaron en su cuerpo, su salud y su identidad.
La gente del desierto no son sólo ellos, nos falta saber de aquellos
grupos seminómadas que vivían en la parte más árida del territorio,
los tohono akimel y su rama gilense, que se ha estudiado mucho
desde la etnología y antropología social, pero no por parte de la
antropología física institucional mexicana.
Los proyectos arqueológicos realizados en lo que se conoce
como la Pimería Alta –hogar de los o’ob o pimas altos y que per-
tenecen a la tradición cultural Casas Grandes– han arrojado luz
sobre sus orígenes y sus características físicas a partir de los análisis
de los restos humanos que han sido recuperados, algunos de ellos
momificados por las condiciones naturales de sus lugares de
enterramiento (Hernández y Martínez, 2016; Martínez, 2009).
De los antiguos pobladores de Ónavas, de la tradición cultural
río Sonora, también hay información gracias al desarrollo de pro-
yectos binacionales a cargo de la maestra Cristina García; los datos

148
La antropología física del desierto: Los retos del siglo XXI

bioculturales han sido analizados también por el equipo del doctor


Watson. Son bien conocidos por la modificación intencional del
cráneo que la mayoría de ellos lucen y que nos recuerdan a los
antiguos habitantes del sur del país (Watson, 2009, 2012). En
San Javier, Sonora, las investigaciones de antropología física del
escaso material recuperado en un salvamento devolvieron a sus
habitantes sus raíces prehispánicas, ya que el fechamiento de los
materiales otorga a este pueblo una antigüedad mayor a la que se
suponía, mostrando además la existencia de relaciones culturales
con los habitantes de la Costa Central de Sonora y aquéllos de
tradición río Sonora, ya que comparten rasgos físicos y culturales
(Blanquel, Martínez y Hernández, 2016).

Los sonorenses de la época misional y del México independiente

Los pobladores del desierto no sólo datan de la época prehispánica


(fotografías 1 y 2), aunque es importante dar a conocer la com-
plejidad social que existía en este territorio antes de la llegada de
los españoles; lo cierto es que durante la época de las misiones
hubo cambios que los afectaron en sus cuerpos, sus identida-
des, sus pueblos. Según Nolasco (1982), durante los siglos XVI
y XVII la cultura del desierto presentaba cuatro vertientes, las dos
que corresponden a Sonora son:

1) Los pescadores recolectores del desierto costero de Sonora


(comcaac) y los recolectores agricultores del desierto
(yumas, pimas altos y pápagos, hoy tohono o’odham).
2) Los cazadores del norte centro y occidente de Sonora. De
éstos no se sabe mucho desde la perspectiva de la antropo-
logía física; existen interesantes trabajos de otras disciplinas
antropológicas que muestran el proceso de cambio que los
habitantes del desierto enfrentaron, así como las estrategias
de resistencia y persistencia. No hay restos humanos, pero
existen las fuentes escritas, como los padrones y los archivos

149
Patricia Olga Hernández Espinoza

parroquiales que se han de revisar con los ojos de un antro-


pólogo interesado en cómo los cambios políticos, sociales,
económicos y ecológicos se ven plasmados en su cuerpo, su
identidad y sus condiciones de vida.

Fotografía 1. Fardo funerario recuperado de la cueva


La Yaqui, Mulatos, Sonora

Fuente: Patricia O. Hernández, cueva La Yaqui, Mulatos, Sonora, 2016.

Fotografía 2. Restos óseos de la cueva de


Las Momias, Yécora, Sonora

Fuente: Patricia O. Hernández, cueva de Las Momias, Yécora,


Sonora, 2016.

150
La antropología física del desierto: Los retos del siglo XXI

Este tipo de trabajos necesariamente se llevan a cabo entre dos


o más disciplinas, que permitan responder las preguntas plantea-
das. Por ejemplo, el análisis del padrón de Arizpe de 1796 ha lle-
vado a proponer como hipótesis de trabajo, que los ópatas –grupo
que habitó la región central de estado de Sonora y que desapareció
a inicio del siglo XX– fueron borrados del mapa de las poblacio-
nes originales no sólo por la asimilación biológica y cultural que
los convirtió en mestizos, sino por el llevado y traído proceso de
modernidad que, al censar a toda la población como mexicanos,
los borró como nación original, anulando también su identidad.
En 50 años de un censo a otro, las 400 familias ópatas censadas
en Arizpe en 1796 desaparecen de la documentación demográfica
oficial en 1852 (Hernández y Donjuan, 2017).
El tema del mestizaje es apasionante y fundamental para la
antropología física, porque permite explicar cómo este proceso
biológico y cultural fue forjando nuevas identidades y formas de
pensar, pero también nuevas maneras de adaptación y resistencia a
un medio hostil y discriminatorio hacia los más desvalidos. Desde
este punto de vista se ha estudiado otra porción de pobladores del
desierto, aquellos que vivieron a finales del siglo XIX en el distrito de
Hermosillo, y que debido a su condición de marginación y exclu-
sión de los beneficios de la modernidad sufrieron el impacto de
epidemias como el sarampión, con las que vieron a sus niños morir
porque no había médicos para curarlos.
Éste fue el caso de Minas Prietas, La Barranca, Tecoripa, San
José de Pimas y otros pueblos cercanos a la ciudad de Hermosillo
(Hernández, 2015a). En esta ciudad, también parte del desierto de
Sonora, las diferencias sociales y la inequidad en la atención a la
salud ocasionaron estragos entre la población indígena que se res-
guardaba en el recién formado pueblo de seris (Medina, 1997). Un
poco más adelante en el tiempo, en la segunda década del siglo XX,
en los límites entre el desierto y la región serrana, están los pue-
blos del río Sonora, quienes vieron desaparecer dos tercios de su
población por la epidemia de inf luenza de 1918-1919, aquellos

151
Patricia Olga Hernández Espinoza

desamparados que vivían en asentamientos rurales que, pese a su


comunicación con la ciudad, no fueron oídos (Hernández, 2017b).

Investigaciones sobre los actuales pobladores del desierto

Con las poblaciones contemporáneas que habitan esta vasta región,


la antropología física tiene una gran deuda. La gente del desierto ha
sido estudiada desde numerosos aspectos por la antropología social y
la antropología médica; numerosos son los trabajos que dan cuenta
de sus deplorables condiciones de vida y de la movilidad constante a
la que se han visto expuestos para sobrevivir (Castillo, 2012). De los
tohono o’ doham, los tohono akimel, los pimas altos y bajos, así como
de los comcaac, la antropología física contemporánea no ha dicho
mucho o, mejor dicho, casi nada. La excepción a esta última asevera-
ción la constituyen tres aportaciones importantes.
La tesis de maestría y doctorado en antropología física de la
ENAH, de Héctor Martínez Ray es el acercamiento más reciente a
los comcaac, dejando registro de cómo la marginación y la discrimi-
nación han hecho mella en sus condiciones materiales de existencia,
en sus tradiciones, su identidad y su salud (Martínez Ray, 2006,
2011). La tesis de doctorado de Gloria María Cáñez, desarrollada a
partir de entrevistas hechas a tres generaciones de mujeres (abuelas,
madres e hijas) de Hermosillo, da cuenta del proceso de cambio
alimentario y sus efectos en la salud, consecuencia directa de la
transformación de los estilos de vida de una sociedad que se ha
descrito como obesogénica en los últimos 20 años (Cáñez, 2019).
Los efectos del medio ambiente en la deteriorada salud de los
comcaac han sido abordados desde la antropología social y la antro-
pología médica (Luque y Doode, 2010), quedando pendiente la eva-
luación de los efectos de la modernización en la cultura de este pueblo
y, por ende, en su cuerpo y su salud. Basta ver las cifras proporciona-
das por Salubridad sobre la prevalencia de casos de glaucoma y dia-
betes por el consumo de bebidas y alimentos ricos en carbohidratos,
en detrimento de una escasa ingesta de vegetales y proteínas.

152
La antropología física del desierto: Los retos del siglo XXI

De las otras poblaciones del desierto sonorense hablan otros


colegas; uno de los temas fundamentales de investigación tiene que
ver con el patrón alimentario de las familias actuales y la sustitu-
ción de los productos de la canasta básica. Un estudio realizado
entre estudiantes de quinto y sexto de primaria de escuelas públicas
y privadas, en el que se analiza su dieta y su percepción corporal,
sacó a luz varios casos de anorexia y bulimia entre estos estudian-
tes, tanto hombres como mujeres, a consecuencia del cambio de
hábitos alimentarios que implica el consumo de alimentos con
poco valor nutricional, pero con un aporte calórico alto (Meléndez,
Cañez y Frías, 2010).
Estos temas deben ser abordados además por la antropología
física, pues el impacto de dicho comportamiento está afectando la
composición corporal de estas nuevas generaciones entre quienes
abundan los casos de obesidad y de diabetes prematura. Sus efectos
en las generaciones jóvenes son cada vez más difíciles de revertir,
ya que los alimentos chatarra, los refrescos y las comidas rápidas
dan prestigio, pero causan desnutrición y desórdenes alimentarios,
expuestos anteriormente. No sólo en las poblaciones urbanas tene-
mos este proceso de deterioro de la salud por el cambio alimentario,
también está presente en poblaciones de origen rural y entre aquellas
naciones originarias como los pimas de la sierra de Sonora (Esparza
et al., 2015; Meléndez y Cáñez, 2012; Meléndez, Cañez y Frías,
2010; Quihui et al., 2006; Schulz et al., 2006; Valencia et al., 2005;
Valencia, Hoyos, Ballesteros, Ortega y Palacios, 1998).

Sobre los esfuerzos de vinculación entre los antropólogos


físicos del norte de México

En diciembre de 2015, el Centro INAH Sonora auspició una pri-


mera reunión de antropólogos físicos que trabajan en el noroeste
de este vasto país. Los resultados de esta reunión académica de dos
días señalaron claramente que lo que se sabe de las poblaciones que
habitaron y habitan esta región, se ha escrito desde otras disciplinas

153
Patricia Olga Hernández Espinoza

como la arqueología, la lingüística, la antropología social y la his-


toria, pero muy poco a partir de investigaciones de antropología
física. Lo que se ha hecho en esta área procede de las instituciones
académicas hermanas a las que ya se hizo referencia al inicio de esta
reflexión. Uno de los acuerdos de esta reunión fue la formación de
la red de investigación «La población del norte de México», tras la
celebración de una reunión anual tomó el nombre de Seminario
Ales Hrdlicka, en honor al primer antropólogo físico que estudió a
las poblaciones vivas del norte de México, hacia el 1900.
Se han realizado tres reuniones más, las dos primeras con fines
de recabar información y de conformar grupos de trabajo bajo
temas afines; el tercer seminario fue organizado por los antropó-
logos físicos de Chihuahua, en las instalaciones de la EAHNM,
bajo el tema «Curando el cuerpo, curando el alma. Las prácticas
curativas de los pueblos del norte de México», que reunió a inves-
tigadores y estudiantes interesados, quienes presentaron ponencias
escritas desde el enfoque de las poblaciones antiguas y contempo-
ráneas. La cuarta reunión se llevó a cabo en octubre de 2018, bajo
un tema fundamental, «La variabilidad humana y cultural desde
la interdisciplina», con el propósito de discutir uno de los temas
más importantes de la práctica antropológica: la discriminación
hacia el otro debido a su apariencia física, sus raíces culturales y su
género, tema que considero una de las grandes deudas de la antro-
pología física hacia los pobladores del desierto. En esta reunión
participaron, además, promotores culturales de las distintas etnias
sonorenses y un grupo de jóvenes comcaac interesados en el tema
de la discriminación. Los resultados obtenidos de la discusión y de
la reflexión de los participantes señalaron insistentemente la nece-
sidad de formar vínculos con la población, así como la urgencia
de retomar el camino que se debe seguir al elegir una profesión
como ésta: trabajar para el bienestar de las comunidades, aplicar
nuestros conocimientos en beneficio de aquellos que lo requieren,
de los niños y las mujeres, de los viejos.

154
La antropología física del desierto: Los retos del siglo XXI

Los retos del siglo XXI

El estudio del hombre en su aspecto biológico no consiste en obte-


ner medidas, dimensiones falsas y estaturas; las preguntas de inves-
tigación deben incluir procesos que afectan al ser humano en su
cuerpo y su psique, como individuo y población. El reto es grande,
pero también hay muchas oportunidades para plantear soluciones a
problemas sociales derivados de los movimientos poblacionales, sus
reacomodos en nuevos climas y desarrollos económicos, entre indi-
viduos de costumbres distintas, nuevas identidades. La atención
al crecimiento y el desarrollo de las nuevas generaciones, un tema
clásico de la antropología física, tiene escasa presencia en las inves-
tigaciones que se desarrollan entre las poblaciones del desierto, por
mencionar alguna de las temáticas pendientes (fotografía 3).

Fotografía 3. Niños o’ob del poblado de Santiago de Pimas,


Yécora, Sonora

Fuente: Patricia O. Hernández, poblado de Santiago de Pimas,


Yécora, Sonora, 2016.

155
Patricia Olga Hernández Espinoza

Pese a todo el trabajo por hacer, el norte sigue desierto,


desierto de antropólogos que se quieran enfrentar a los retos de
la antropología del siglo XXI, que exige trabajar en equipo bajo
nuevos marcos teóricos, con metodologías más imaginativas. No
tienen que trabajar juntos, tenemos que formar equipos de tra-
bajo con otros colegas de otras disciplinas para poder responder
ante los grandes problemas socioculturales que pueden resumirse
en cuatro grandes grupos:

1) Los antiguos habitantes del desierto, del somontano y de la


sierra, que están representados por sus restos, esqueléticos
o momificados, a quienes hay que devolverles su humani-
dad y su identidad, hay que estandarizar estrategias para su
conservación y preservación a fin de que las generaciones
futuras puedan tener acceso a estos materiales y proponer sus
propias investigaciones; es parte de nuestra responsabilidad.
Después, tratar de averiguar qué les pasó durante su estancia
en esta tierra, cómo sobrevivieron a las limitantes del medio
ambiente en el que vivieron, cómo lo sortearon y qué conse-
cuencias hubo para ellos en su salud, por ejemplo.
2) La antropología física debe cuidar de la infancia, las mujeres, los
jóvenes; de esas nuevas generaciones, no sólo las urbanas, las de
los niños o’ob, tohono o’dham, comcaac, yoremes, yoemes y
makurawes, aquéllos para quienes sus tradiciones han signifi-
cado vivir en la marginación del mundo moderno.
3) Los grupos originarios actuales enfrentan una constante
lucha con el mundo mestizo para conservar sus tradiciones,
su identidad y su derecho a vivir en sus propios territorios;
la modernización los ha afectado de muchas maneras, por
ejemplo, como se anotaba párrafos antes, en su alimentación
y, por ende, en su salud, su calidad de vida y su sobrevivencia.
4) Los migrantes y la conformación de nuevas identidades, lo
que considero el reto más importante. Un ejemplo: en la
costa de Hermosillo existe un asentamiento llamado Miguel

156
La antropología física del desierto: Los retos del siglo XXI

Alemán, donde se han instalado familias mixes, formando


un grupo solidario y compacto culturalmente, pero que poco
a poco se han adaptado al agreste desierto sonorense: ¿cuál es
el impacto en su cuerpo?, ¿en sus pautas reproductivas?, ¿en
su alimentación?, ¿alguien sabe? Urge nuestra presencia.

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161
HISTORIA Y ANTROPOLOGÍA
HISTÓRICA EN EL NORTE DE
MÉXICO Y EL SUR DE
ESTADOS UNIDOS
El transnacionalismo de la diáspora yaqui
Raquel Padilla Ramos

Introducción

Bajo situación de guerra y exilio durante el Porfiriato, los yaquis


encontraron en Arizona (Estados Unidos), un refugio contra las ten-
tativas de exterminio por parte del Gobierno mexicano. Fue ésta
una migración forzada, derivada de la campaña de deportación
contra ellos que, si bien lograron salvarse del destierro, no lo hicie-
ron de la salida definitiva de su territorio.
A través de fuentes documentales y hemerográficas, pero también
de carácter oral abordarán dos momentos cruciales de la diáspora
yaqui: por un lado, las condiciones que dieron pie al abandono de su
territorio ancestral y, por el otro, el arribo al suroeste de los Estados
Unidos, luchando por mantener incólume a la familia y su cultura.

Camino a la diáspora

Los yaquis forman un grupo étnico que habita la región centro-sur


del estado de Sonora. El Censo de población y vivienda del año
2000 calculó el número de yaquis en 15 000 (Instituto Nacional de
Estadísticas, Geografía e Informática [INEGI], 2000),1 aunque hay
quien estima, tomando en cuenta a los que viven en Hermosillo y
en Arizona, en cerca de 40 000 individuos. A pesar de su dispersión

Aunque este dato se basa sólo en los hablantes de lengua yaqui, y no en


1 

cualquier persona que se adscriba como miembro del grupo.

[ 165 ]
Raquel Padilla Ramos

histórica, a los yaquis se les relaciona con el espacio territorial que


han defendido secularmente. En este espacio se sitúan sus Ocho
Pueblos históricos, que son como uno solo, no únicamente porque
en su distribución todos se parecen, sino porque para los mismos
yaquis son como una unidad.
Por diáspora yaqui nos referimos a los episodios de remoción,
deportación o migración por guerra de miembros de esta sociedad
indígena a lugares cercanos a su tierra como Hermosillo o el estado
de Sinaloa, y tan lejanos como la península de Baja California,
Yucatán y Veracruz, entre otros puntos de la república mexicana, o
como Arizona y Texas, en Estados Unidos.
Es posible, incluso, que un batallón de yaquis fuera deportado
a Marruecos como soldados al servicio del rey Alfonso XIII de
España en la década de 1920. La expulsión de los yaquis de su terri-
torio casi siempre fue enmascarada por la eficiencia de su trabajo
en ranchos, haciendas, minas, obrajes, bucería de perlas o leva. La
guerra yaqui se volvió en Sonora parte de la vida cotidiana y dio
motivo de qué hablar en las oficinas de gobierno, en los telegramas
cifrados, en la prensa y en las casas.
El antropólogo estadounidense Edward H. Spicer escribió en
Pascua: a Yaqui village in Arizona: «[en 1909] los yaquis se reunieron
para celebrar por primera vez la fiesta de Pascua, sus miedos de
revelarse como yaquis al fin abatidos» (Spicer 1984, p. 21). Esto
significa que antes de que estallara la Revolución mexicana, los
yaquis establecidos en Arizona ya eran suficientes como para sacar
adelante el despliegue ritual de la Cuaresma y la Semana Santa,
lo cual implica tener al menos un pequeño ejército de chapayekas
(fariseos) y otros miembros de la kohtumbre, maestros, cantoras,
pascolas, venado y cocineras, entre otros cargos y oficios.
En agosto de 1896, un grupo de 75 yaquis asaltó la aduana de
Nogales ante el llamado, o supuesto llamado, de la Santa de Cabora.
Las acciones emprendidas en contra de los alzados devinieron en una
persecución atroz, convenida entre las autoridades de ambos lados de
la frontera, y también en muertes y estampida.

166
El transnacionalismo de la diáspora yaqui

Juan Fenochio, agente fiscal de Sonora, transmitió en diciembre


de aquel año sus hallazgos al secretario de Hacienda, José Y.
Limantour, reportando que los indígenas se habían comenzado
a dispersar hacia el norte de aquel territorio, hasta el poblado de
Florence, unos 100 kilómetros al sur de Phoenix, para evitar la
persecución que hacían los sheriffs, y que su número se cifraba
en poco menos de 70 individuos, dispersos en campamentos y
rancherías, si bien entre ellos no se apreciaba «ninguna organi-
zación o movimiento sospechoso» (Padilla y Meraz, 2017).2

No fue ésta la primera vez que los yaquis incursionaban en


lo que hoy es el estado de Arizona, ya que desde el siglo XVIII
se asienta su presencia, aunque no abrumadora, en los registros
parroquiales de Tumacácori, tanto en bautizos como defunciones
y casorios.3 Sin embargo, ésta es, al parecer, la primera vez que
los yaquis usan el territorio estadounidense como refugio. En años
posteriores, se fueron multiplicando en Estados Unidos.
Sin duda, la primera década del siglo XX fue determinante
para la guerra. Los yaquis habían perdido a Cajeme, pasado por las
armas, pero le sucedió Tetabiate en la jefatura, quien reorganizó a
los insurrectos como guerrilla, usando la sierra Yaqui como reducto,
particularmente el Bacatete. Pero fue justo en esta década cuando
ocurrieron dos de las grandes masacres en contra de los yaquis: la
del Mazo­coba, en la que murieron cerca de 400 y la de la sierra de
Mazatán, en la que el ejército acabó con la vida de 124 yaquis.
Mientras tanto, los yaquis seguían siendo la mano de obra más
importante para el estado de Sonora e, incluso, era una significa-
tiva fuerza de trabajo en la frontera. Por ejemplo, la construcción del
caballo de hierro contaba hacia 1883 con casi 2 000 empleados,
de los cuales 800 eran yaquis (Tinker, 2010); si bien, como indica
Spicer, hacia 1904 no había aún una presencia significativa de éstos

En Centro de Estudios de Historia de México Carso (s. f.), col. José Y.


2 

Limantour, 1a. serie, 1883, carpeta 19, exp. 5148, hallazgo de Emanuel Meraz.
3 
Son 434 registros en la base de datos Mission 2000, que cubre las misiones
de la Pimería Alta (norte de Sonora y sur de Arizona).

167
Raquel Padilla Ramos

en Arizona (Spicer, 1984). Nada de esto importó para el Gobierno


cuando inició la política de deportación de yaquis en 1899, aunque
sí para los patrones, quienes hicieron lo posible para proteger su
mano de obra. Advierte Spicer que, al finalizar la primera década
del siglo XX, los yaquis se habían convertido en «el pueblo indígena
más disperso de la América del Norte» (Spicer, 1994, p. 198), su pre­
sencia se había irradiado desde el sureste mexicano hasta el suroeste
de Estados Unidos e, incluso, hay evidencia de que algunos niños
yaquis estaban enrolados por decenas en escuelas indígenas en
Oklahoma (Meraz, 2017).
La migración y las expulsiones tuvieron entre sus efectos más
perniciosos el deterioro de la familia tradicional yaqui. Al revisar
los testimonios de los indígenas que arribaron a territorio estadou-
nidense, es común encontrar que el tránsito desde Sonora hacia
Estados Unidos suponía riesgos y dificultades que, en muchos
casos, forzaron una disgregación de los miembros de una familia,
quienes debían asociarse en el trayecto con otros yaquis para alcan-
zar la frontera y a parientes o amigos que ya se hubieran asentado.
El cruce ilegal los hacía susceptibles de ser deportados, sobre todo a
partir de 1907, cuando la ley de inmigración estadounidense esta-
bleció que cualquier entrada en su territorio sin inspección oficial
sería considerada una «violación de las restricciones inmigratorias
estadunidenses» (Hernández, 2015, p. 68).

Las armas transfronterizas

A Estados Unidos le interesaba fomentar la guerra del Yaqui, en


parte con el fin de generar una campaña de desprestigio contra
México –pues a principios del siglo XX las relaciones bilaterales se
habían vuelto tirantes a raíz del fortalecimiento de las relaciones de
México con Francia–, pero también, por supuesto, razón de peso
era el provecho por la venta de armas a los alzados. Las autoridades
políticas y judiciales estadounidenses debieron percatarse de que era

168
El transnacionalismo de la diáspora yaqui

indispensable una red familiar, amistosa y de compadrazgos entre


los yaquis que posibilitara el tráfico de las armas hasta su territorio.
De no alcanzar el territorio Yaqui, el armamento y las muni-
ciones pudieron llegar a manos de los rebeldes en cualquier otro
punto de Sonora, ya que los yaquis habían extendido su radio de
acción a principios del siglo XX . En la memoria social indígena,
que difícilmente se dirime del mito y la metáfora, encontramos un
camino por el que los yaquis transitaban desde la sierra Bacatete
hasta Tucson. En aquellos años no había muros fronterizos, si
acaso había mojoneras.
El conflicto yaqui contra el gobierno trajo consigo noticias
escandalosas, pero no por eso falsas, que en un momento dado
servían como pretexto al Estado para continuar la guerra. Surgió
una, por ejemplo, en la que se involucró a los yaquis con el movi-
miento sedicioso que se llevaba a cabo en la frontera norte, espe-
cíficamente en Casas Grandes, Chihuahua, en contra del régimen
porfirista (La Revista de Mérida, 1908a) y esta otra que provocó
cierta polémica:

En Nacozari fue sorprendido y aprehendido un yaqui muy


ladino, denunciado como agente de Flores Magón. Se le recogió
un grueso paquete conteniendo cartas y proclamas revolucio-
narias. Sin embargo, el prisionero niega toda participación con
ellos. Fue llevado á Hermosillo, capital del estado, donde será
sometido á un proceso para averiguar lo que haya de cierto en el
asunto. La aprehensión ha causado alguna sensación (La Revista
de Mérida, 1908b, s. p.).

Pero cuatro días después apareció en el diario la noticia originada


en Douglas, Arizona, de un destacamento de tropas sonorenses que
custodiaban a tres mexicanos detenidos por estar implicados con los
hermanos Flores Magón (La Revista de Mérida, 1908c). Dada la mag-
nitud de los pronunciamientos en el norte y la perseverancia que el
magonismo cobraba, esto se convertía en una excusa del Gobierno
a la hora de repartir castigos o sentencias contra los sediciosos.

169
Raquel Padilla Ramos

Incluso, el Ministerio de Relaciones Exteriores de México propuso


en 1906 recomendar al Departamento de Estado la aplicación de la
sección 38 de la ley de inmigración de Estados Unidos de marzo de
1903 en contra de los yaquis, que impedía la entrada a territorio
estadounidense de personas identificadas como parte de grupos que
atentaran contra los gobiernos legítimos de otros países: la llamada
ley antianarquista (Secretaría de la Defensa Nacional, s. f.).
Los estadounidenses, a veces, aparecían en escena como simpa-
tizantes de la causa indígena o bien unidos al Gobierno mexicano:

México, 12 de agosto.- Informan desde Arizona, que el Capitán


Harry Weller, acompañado de un escuadrón de Rangers, salió
ayer para la frontera con objeto de evitar que crucen la línea
divisoria cincuenta indios yaquis que son perseguidos por dos-
cientos soldados mexicanos. Añádese que los indios están bien
armados, pero que carecen de provisiones (La Revista de Mérida,
1908d, p. 2).

Es interesante cómo, a pesar de que los documentos de


archivo y las notas de periódico muestran que allende la fron-
tera también hubo persecución a los insumisos, en la memoria
yaqui poco prevalece este recuerdo. Por ejemplo, en conversación
con Carlos Valencia, yaqui residente de Guadalupe, Arizona,
descendiente de Antonio Valencia, el Wikoli (el arquero) –quien
arribó a Estados Unidos entre 1910-1915, y de su esposa María
Álvarez–, sus ancestros no sufrieron allí ninguna clase de acoso,
posiblemente porque el estallido de la Revolución mexicana en
1910 había modificado el panorama político trilateral (México,
Estados Unidos, Nación Yaqui). Empero, Carlos también me hizo
ver que Valencia no era su apellido original, y que su tata lo
cambió en Arizona por temor a la persecución, en concreto a la
deportación. Antonio se asentó primeramente en Tubac y después
se movió a Scottsdale, cerca de Phoenix (Carlos Valencia, comu-
nicación personal, enero de 2017).

170
El transnacionalismo de la diáspora yaqui

El aprovisionamiento de armas seguía siendo un punto de


unión entre los yaquis de un lado y del otro. En noticia originada
en el estado de Arizona:

El Gobernador del estado, Mr. Kibey, ha dictado una enérgica


disposición para evitar que los comerciantes americanos estén
introduciendo armas en el territorio mexicano, vendiéndolas á
los indios yaquis… pues semejante tráfico viola la neutralidad
que quiere observar el Gobierno americano, el cual se propone
castigar severamente á los contraventores de aquella disposición
(La Revista de Mérida, 1908e, s. p.).

La Pascua

La crisis mundial –minera, sobre todo, de 1907– contribuyó a la


intensificación de la política de deportación de yaquis, ya que como
mano de obra dejaron de ser indispensables, y así aumentó la hégira
a Estados Unidos. Fue a partir de esta situación que arreció la per-
secución contra los yaquis en Estados Unidos. Con esto, era lógico
que los periódicos arizonenses y las compañías estadounidenses en
Sonora guardaran silencio cuando se alzaban las protestas de otros
capitalistas por el destierro de la más importante fuerza de trabajo
del estado (Hu-DeHart, 1984).
A principios del siglo XX ya los yaquis habían cobrado fama de
buenos trabajadores. Francisco P. Troncoso, en un apartado de su
obra Las guerras con las tribus yaqui y mayo, que se llama «Los yaquis
son necesarios en el estado», advierte de que los yaquis «no sólo son
útiles […] porque se les pagan muy cortos sueldos y son fuertes y
constantes para el trabajo, sino que son absolutamente indispensables
puesto que no hay gente que los reemplace» (Troncoso, 1983, p. 86).
Tetabiate envió a sus familiares a Tucson para ponerlos a salvo
de la guerra. «Dinero no les va a faltar porque yo les voy a estar man-
dando», les dijo (Martina Tadeo, comunicación personal, 2006).
Parte de su descendencia permanece allá como las de muchos de

171
Raquel Padilla Ramos

los que cruzaron al otro lado. Estos yaquis tránsfugas de la guerra


se asentaron al sur de Tucson y de Phoenix, fundando posterior y
respectivamente las comunidades Pascua Yaqui y Guadalupe, donde
radican y conviven como pueblo indígena diferenciado. Mantienen su
vida ritual gracias a que entre las primeras comitivas llegaron muchos
oficios, como témastis, cantoras, killostes, pascolas, venados y fariseos.
La migración hacia ese país continuó todavía entrado el siglo
XX, hasta que las aguas de la guerra se apaciguaron y los yaquis
dejaron de sentir el peligro del yori (gente blanca). Hasta hace poco
las leyes estadounidenses no consideraban a los yaquis como indios
americanos debido a los pocos antecedentes históricos de su presen-
cia en Arizona, pero obtuvieron su reconocimiento el 18 de sep-
tiembre de 1978. Casi todos los que fueron deportados retornaron
a vivir en el territorio ancestral, no así los que emigraron a Arizona,
aunque sí visitan cada tanto tiempo a sus parientes en Sonora.

La familia yaqui

Dentro de los principales aspectos culturales de los yaquis destacan


los ligados a su cosmovisión y, en consecuencia, a una gran cantidad
de rituales tanto comunitarios como familiares. La estructura social
yaqui descansa primeramente en la familia y en el sistema de paren-
tesco. Fundamental para sostener esa estructura social es su amplio
sentido de comunidad y la práctica de la reciprocidad en la vida
doméstica y ritual, aun cuando existen diferencias internas. Destaca
el valor que le dan a los ancestros y a su legado, tanto familiar, como
comunitario, notorios en los rituales mortuorios: la sepultura, el fin
del novenario, el cabo de año y la celebración del Día de muertos. En
todos ellos, la familia juega un papel preponderante.
En términos antropológicos, la familia yaqui es de tipo extensa
y tendente a la matrilocalidad. A pesar de la facilidad de acceder
a nuevos solares (tebat en lengua jiak), los recién casados evitan
levantar su vivienda en las orillas de su pueblo o en el monte, sino
que lo hacen dentro de los límites del solar familiar.

172
El transnacionalismo de la diáspora yaqui

Emanuel Meraz apunta que el acoso a los yaquis transfronterizos


se dio en distintos niveles de autoridad, tanto civiles como judiciales
y migratorias. En 1908, 300 yaquis fueron deportados (repatriados); y
mientras la amenaza de ser devueltos a México se ceñía sobre ellos,
tuvieron que someter su identidad a rendición e incluso abandonar su
lucha ancestral y el apoyo a los congéneres insumisos (Meraz, 2017).
Los yaquis que pudieron retornar a su territorio fueron vistos con
recelo por los yaquis del río, aun cuando el motivo de su ausencia
hubiese sido la deportación. Particularmente, los kaujomes –es decir,
los yaquis que se quedaron a pelear en la sierra Bacatete– eran los
más renuentes a aceptar a los que se fueron e incluso se han estable-
cido linajes familiares que se identifican con uno y otro grupo.

Conclusiones

La década de 1910 atestiguó el arribo al sur de Estados Unidos de


un millar de yaquis, quienes en un contexto de persecución lucha-
ron por reunirse y reconstituir su ciclo de vida ritual y social en un
espacio ajeno. Cuando inició la Revolución mexicana, la comuni-
dad yaqui, que se había conformado durante las décadas posteriores
a la Independencia, ya no existía. Sería en Estados Unidos donde
los indígenas debían dar luz a un nuevo entramado de relaciones
entre sí y hacia fuera, un nuevo mundo donde vivir la Pascua, tem-
blorosa, como aquella mañana de 1909 en la que los matachines
volvieron a bailar, entre miradas de asombro y el murmullo de un
idioma que, a pesar de lo familiar, no dejaba de ser extranjero.
Los lazos con los que se quedaron en el sur, con los Ocho Pueblos
y con las fiestas a sus santos, se han mantenido firmes, aunque
últimamente se han resquebrajado por la desidia (inconformidad
a veces) de los yaquis estadounidenses respecto a las luchas que
los del río sostienen contra un acueducto y un gasoducto. Sin
embargo, muchos yaquis de los pueblos los siguen apoyando con el
equipo humano ceremonial para la Cuaresma o para los cabos de
año, además de que cada 1 y 2 de julio la tropa de matachines

173
Raquel Padilla Ramos

de Pascua acude al llamado de la Virgen del Camino en Loma de


Bácum, para celebrarla como manda la tradición.

Referencias

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174
El transnacionalismo de la diáspora yaqui

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Troncoso, F. P. (1983). Las guerras con las tribus yaqui y mayo (tomo
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175
Esos espacios que hacen frontera: La larga
traza de una frontera colonial
Cecilia Sheridan1

Lo más principal en la conversión de tanta maquinaria de


indios bárbaros que están por aquella parte al interior
de la tierra, causa que parece, tomará Dios Nuestro Señor
tan a su cuenta fomentarla.
(Archivo General de Indias [AGI], 1686, f21v.) 2

La parte interior de la tierra, indescifrable en su tamaño y lindes,


formada de espacios desconocidos en los que solía ubicarse a los
indios infieles y bárbaros como la razón primordial de su conquista
y control, siseaba riquezas de oro y plata, perlas e indios viables
para el trabajo de levantar poblados y criar gallinas de Castilla.
Tras el empeño de la conversión y la creación de un nuevo mundo,
el espacio barruntaba la posibilidad de abrir una vía que conectara
los océanos entre la bahía del Espíritu Santo y el mar del Sur: el río
Grande, capaz de marcar distancia y restañar los daños silenciosos
de las naciones europeas interesadas en las mismas riquezas.
¿Cuáles eran las conveniencias e inconveniencias por considerar
para abrir comunicación por la bahía del Espíritu Santo, en las
costas de la Florida y Tampico? La primera, «la más principal»,

Trabajo presentado en XXXI Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de


1 

Antropología, del 1 al 5 de octubre de 2017.


A partir de este momento, las citas forman parte del documento mencio-
2 

nado hasta que se refiera a otro.

[ 177 ]
Cecilia Sheridan

la conversión de almas; la segunda, poblar esa región y evitar con ello


«que los enemigos de cualquier nación que sean, no se apoderen de
aquella costa y se hagan dueños de las tierras y reynos que ella con-
finan», tanto las tierras adquiridas como las que se buscaba alcanzar.
La tercera refería la «seguridad de los alimentos» dada la infinidad
de «vacas silvestres que llaman cíbolas [búfalos] por todas las tierras
fronteras a la costa, y aún de la tierra adentro, que por muchos
que matan las naciones que de ellas se alimentan, siempre sobran»
(AGI, Estado 43, núm 1).
La cuarta conveniencia señalaba «la esperanza que se puede
tener de que en aquellos reinos haya minerales de oro y plata», y
la quinta confirmaba la riqueza de perlas de agua dulce en el río
de las Nueces, así como la posibilidad de la presencia de ámbar en
los ríos «de aguas limpias y frescas». La sexta apuraba la posibili-
dad de un puerto que, «por estar a la vista del centro mexicano»,
podría servir de centinela además de abrigo para las embarcaciones
«nuestras que oprimidas del enemigo lleguen a salvamento» (AGI,
Estado 43, núm 1).
Las desconveniencias observaban cuestiones estratégicas que
respondían a la necesidad de establecer lindes o fronteras, tanto
con las naciones nativas como con las europeas. La posibilidad de
un puerto dependía de las condiciones marítimas del acceso a la
bahía del Espíritu Santo que parecía presentar problemas aún sin
resolver para el fondeo de gran calado, además de la inminencia
para habitar esos territorios con pobladores traídos ex profeso de
otras latitudes. Para ello, se requería de una suficiente guarnición
de soldados para defenderse, no sólo de los piratas que merodea-
ban la costa, sino de «cualquiera [sic] embarcaciones que puedan
sobrevenirle de príncipes extraños», y por tierra, de los «indios bár-
baros de quienes no se puede tener satisfacción porque naturalmente
han de procurar en los principios defender sus tierras y su libertad
con advertencia que, aunque bárbaros, en materia de guerra […] se
experimentan muy astutos». La geografía se advierte como «tierra
áspera» poblada de ríos crecidos, por lo que cruzar hasta el Nuevo

178
Esos espacios que hacen frontera: La larga traza de una frontera colonial

México o al Parral, habría que cruzar 500 leguas «que se han de


andar por entre infieles, indios bárbaros y enemigos»; mientras
que del Parral al Paso del Norte por unas 200 leguas de «tierra
llana y andable», la presencia de indios bárbaros era más reducida
(Archivo General de Indias, 1686).
Dos décadas después de la descripción del plan de conquista y
apertura de vías entre ambas costas al norte de la Nueva España,
la tierra adentro parecía poblarse a tumbos. Los gobernantes locales
y los nuevos pobladores argumentaban en torno a la lejanía con la
capital novohispana, y las dificultades que les presentaban los indios
hostiles ante su presencia. La frontera como tal se perfilaba así desde
la noción de lejanía y vulnerabilidad frente al control virreinal.
En la carta enviada al virrey en 1698 por don Francisco Cuervo
y Valdés, tesorero de la Caja Real de Guadalajara y gobernador de la
provincia de Coahuila o Nueva Extremadura, hacía la descripción
minuciosa sobre la situación del presidio de San Francisco, el poblado
reciente y la misión a cargo del fraile franciscano Francisco Portoles,
predicador apostólico de «estas nuevas conversiones»; ofrece una idea
del contexto fronterizo en el sentido expuesto: lejanía y vulnerabilidad
(Cuervo y Valdés, 1698). La pobreza de la misión y de los soldados, «los
más desnudos y hechos andrajos, pobres y desarmados […] faltos de
caballos para la campaña que día a día se ofrece contra los indios
rebelados», pintaba un panorama desolador aun cuando contaban
con tierras y el propósito para sembrar, por lo que pedían se atendiera
la pobre provincia: solicitaba acrecentar el número de soldados, «que
solo es de veinticinco […] por el mucho número de indios enemigos
[…] mayormente siendo frontera de la costa del Mar del Norte donde
los enemigos de la Europa la infestan y ser llave y frontera de todo
este Reyno de la Nueva España» (Cuervo y Valdés, 1698).
En este contexto es donde se ha interpretado la idea de frontera
más allá de la noción historiográfica de la conquista de México
como un hecho finiquitado de manera expedita tras la toma de
Tenochtitlan, y no como imaginaba Cristóbal Colón en su idea
del Nuevo Mundo, es decir, como tierra por descubrir, y que

179
Cecilia Sheridan

Edmundo O’Gorman describe como «un campo infinito de con-


quista» desde una perspectiva ontológica: «como un proceso pro-
ductor de entidades históricas y no ya, según es habitual, como un
proceso que da por supuesto, como algo previo, el ser de dichas
entidades» (O’Gorman, 2006, p. 4).

Geometría de los espacios de conquista

Dentro de la complejidad que implica la noción de conquista en


los territorios americanos, partimos del análisis de los procesos de
creación y aplicación de políticas de adquisición vinculadas intrín-
secamente a la colonización como proceso de producción de lugar;
es decir, el proceso de creación de un espacio tangible y reputado
como propio inmerso en los límites septentrionales del cuerpo del
imperio, al mismo tiempo que linde de su poder. Hemos de recono-
cer que en los primeros intentos por entrever esa geometría definida
como fractal (Sheridan, 2000), se admite que la firmeza de tales
definiciones resultaban más que aventuradas en el contexto de la
historiografía producida sobre este espacio, que en su compleja his-
toricidad tiende a la reafirmación de verdades cuasi inamovibles
sustentadas en la idea de una temporalidad colonial justificada en
hechos de conquista, ocupación y, al final de cuentas, la normaliza-
ción de un espacio desde la impronta de la confrontación.
El resultado de tal interpretación me permitió delinear la evi-
dencia de una geometría espacial que mostraba dimensiones sobre-
puestas en el tiempo/espacio de las territorialidades de adquisición
colocadas frente a las territorialidades originarias por los nativos
que habitaban el espacio conquistado. Estas dimensiones pre-
sentaban variables diversas de extensión, formas, relaciones entre
puntos, líneas y ángulos, al mismo tiempo que mostraban esferas
definidas por polos lejanos unidos en un centro por procesos de
territorialización caracterizados por el poder colonial. Una inter-
pretación que, en sí misma, se alejaba de manera inminente de la
noción de conquista que ha pretendido explicar la colonialidad del

180
Esos espacios que hacen frontera: La larga traza de una frontera colonial

poder como una forma plana y simple de la razón misma de su en­


comienda: el triunfo de la civilización sobre la barbarie.
La presente propuesta va entonces en el sentido de aventurar
una lectura crítica de las nociones de frontera y colonialidad que se
han generado desde la historiografía clásica sobre la frontera, con la
intención de desfronterizar el pensamiento colonial en la creación
de espacios/territorios de adquisición. Me interesa repensar estas
nociones desde el análisis de procesos de integración de espacios
límite como fundamento de la construcción de la territorialidad
imperial, por lo que resulta ineludible observar el entramado de
la construcción de la alteridad. En ese sentido, al mismo tiempo,
y como consecuencia de esta aventurada idea de deconstruir la
noción de frontera a partir de la subjetivación de su ontología como
un ser inamovible, debía reflexionar sobre las nociones de lo bár-
baro/chichimeca –lo otro como alteridad indefendible–, a partir
de la idea de que toda interpretación procede de una preinterpreta-
ción; trama que José Luis Grosso sitúa como el punto de partida de
la interculturalidad que nos constituye y que «se prolonga a nuestra
poscolonialidad: la evidencia invisible y el rumor inaudito de nues-
tro tortuoso “ingreso a la historia”» (Grosso, 2005, p. 41).
Esta alteridad, nacida en el centro de la geometría esférica de
las territorialidades multidimensionales, se reveló en el análisis
como la diferencia: el otro irreductible, diferente a la identidad del
conquistador/dominante, sin el cual la conquista simplemente no
es; al mismo tiempo que mostró las identidades múltiples de los
nativos, los otros que territorializaban sus espacios y que se con-
frontaban entre sí en ese axioma idéntico de los territorios nativos
adquiridos por guerra e intercambios.3

3 
Roger Bartra (1998), en su empeño por «estudiar al hombre salvaje como
mito», observó, en el mismo sentido con que intentó entender las territorialida-
des confrontadas, que los conquistadores habían traído su propio salvaje «para
evitar que su ego se disolviera en la extraordinaria otredad que estaban descu-
briendo […] el simulacro, el teatro y el juego del salvajismo –de un salvajismo
artificial– evitaba que se contaminasen del salvajismo real y les preservaba su

181
Cecilia Sheridan

En las nuevas tierras descubiertas/conquistadas los espacios ya


han sido territorializados por los otros; las tierras y el poder asen-
tado en los lindes de las identidades nativas se habían negociado por
milenios produciendo espacios habitables, vivibles, que no son coin-
cidentes con la noción de conquista por adquisición; los invasores
extranjeros percibieron en ellos espacios vacíos poblados de posibi-
lidad para la creación de poblados fijos. En este sentido, es posible
concluir que la creación de los espacios fronterizos novohispanos
involucró la emergencia de procesos de desfronterización de los
territorios nativos originales, los cuales dieron pie a una fractura de
los límites culturales derivados de relaciones sociales, en las que lo
propio y lo extraño conformaron un otro irremediablemente ajeno,
destinado a la extinción cultural y física; esa alteridad a la que hay
que transformar e integrar en los territorios adquiridos hasta con-
vertirla en un bien inherente al inventario de la posesión del poder.
Se justifica así la colonización, la ocupación de ese espacio que, en
sí mismo, representa a ese otro que de tan ajeno es salvaje, chichi-
meca, bárbaro, siempre enemigo de la Corona.
En el proceso de desterritorialización de lo nativo y la cons-
trucción de nuevas territorialidades (nativas y por adquisición),
el poder colonial se esmera en acentuar la diferencia a partir de
clasificaciones que acaban por unificar categorías de adscripción
creadas para marcar las negatividades frente a la positividad que
otorga la colonialidad del poder. Este fenómeno delimita poco
a poco el espacio y logra establecer límites evidentes: los poblados
(misiones, pueblos, presidios militares), creando breves fronteras
interiores que suelen moverse con la misma dinámica que pro-
voca la desterritorialización nativa, dinámica que se manifiesta a
lo largo del período colonial en una violencia permanente entre el
nosotros y los otros.

identidad como hombres occidentales civilizados» (p. 13). Al mismo tiempo


que a los otros, los salvajes de los conquistadores, la irreductibilidad les man-
tenía en el polo opuesto de la esfera evitando el despojo de sus territorios o
reduciendo a otros a su dominio.

182
Esos espacios que hacen frontera: La larga traza de una frontera colonial

La violencia desata en el poder colonial un empeño mayúsculo


por normalizar la diferencia; esto es, definir la apuesta de dominio
de lo bárbaro, de lo vacío, e invisibilizar la diferencia. Fuerza que
es impulsada por una apuesta a la utopía, al vaciamiento de un
continente para erigir un Nuevo Mundo, en el que nada se asemeje
a lo conocido: la Europa desbordada (Subirats, 1994).
En la territorialización por adquisición de este espacio como
expresión tangible del dominio, las instituciones heredadas de un
Viejo Mundo desgastado y maltrecho en sus excesos morales, eco-
nómicos y territoriales no parecieron suficientes para explicar la
construcción de una frontera. Como objeto de control imperial,
la frontera, por definición, pertenece al imperio: la define desde el
centro del poder colonial, es decir, desde afuera, y se refiere a ella
como la tierra adentro, ubicada en la tierra nueva que contiene en sí
los espacios por conquistar, ocupar, poseer y dominar.
Se puede proponer entonces que al fronterizarse el espacio,
se normaliza la idea de frontera, y que ésta sólo toma sentido en
la interpretación contemporánea clásica de Turner (1991) de un
espacio que se supone predestinado al progreso, al avance de una
ola civilizatoria sobre el espacio vacío. Dicha interpretación está
tan profundamente arraigada en la historiografía relativa de las
fronteras americanas, que acaba por borrar de manera tajante
la diferencia a través de la instauración de categorías contables
como clasificaciones normalizantes de la alteridad: el locus que da
sentido a lo real (Sheridan, 2015).
En este afán por desfronterizar la idea de una frontera lineal
es necesario comprender la construcción de lo bárbaro en el largo
proceso de conquista y colonización desde la justificación del justo
derecho del rey para dominar espacios bárbaros o de naturaleza
inferior, donde se despliegan las interpretaciones contemporáneas
sobre esos otros y que en el tiempo han validado la justificación
colonial de la conquista y las secuelas de ésta en la mirada esen-
cialista de aceptación de un modelo homogeneizante; modelo que,
reajustado a la construcción de espacios fronterizos coloniales,

183
Cecilia Sheridan

sólo es posible por la lógica de la colonialidad que justifica la des-


trucción de la diferencia.

Fronterización y fronteridad

La noción de linealidad de la frontera como espacio que divide y


a la vez delimita la posesión colonial ha sufrido serios reveses al
confrontar la propuesta turneriana con la delimitación espacial de
la democracia que deriva de la posesión libre de las tierras; al res-
pecto, es posible encontrar interpretaciones críticas en las que es
concebida como un espacio en sí mismo a partir de premisas como
la propuesta por Pierre Toubert (1992) sobre la materialización de
estos espacios como estados de equilibrio precario, como órganos
periféricos, en referencia al out law de Friedrich Ratzel (1987).
Para Jacques Le Goff, por otro lado, la idea de una frontera lineal
no explicaría los procesos complejos de las fronteras que se crean y se
destruyen en los procesos de conformación de espacios de apropia-
ción; por ello propone analizar la linealidad de la frontera como una
cuestión teórica por debatir: la línea sólo existe como concepto, es
una abstracción que se materializa en la unión de dos puntos bajo un
control estatal incierto o cuestionable (citado en Kaiser, 1998).
Lo cierto es que en las interpretaciones sobre los procesos
de adquisición de los territorios nativos en la América española,
hasta hace apenas dos décadas se empezaron a introducir los
temas de frontera como un campo de investigación en sí mismo
(Schröter, 2001); en algunos casos sobre la base de enfoques tipo-
lógicos y comparativos. Tal vez, la mirada de Perla Zusman es la
que permite acercarse a un estado de la cuestión más sugerente
sobre la importancia de conceptualizar las fronteras, a partir de
una crítica contundente a historiadores y geógrafos de América
Latina sobre el uso normalizado de la noción turneriana del
límite que avanza, desde la cual buscan explicar la expropiación
de los territorios indígenas en la formación de los estados latinoa-
mericanos. Introduce un ejemplo por destacar en relación con la

184
Esos espacios que hacen frontera: La larga traza de una frontera colonial

flexibilidad del concepto propuesto por Turner: «En Brasil, los


geógrafos franceses fundadores de las cátedras de Geografía de la
Universidad de Saõ Paulo se valieron de la metáfora turneriana
para interpretar el proceso de avance de la actividad cafetalera –y
del colono responsable de su cultivo– sobre las “tierras libres”, el
sertão, del estado de Saõ Paulo» (Zusman, 2006, p. 179).
En el caso de Nueva España, los trabajos de Philip W. Powell
–seguidor de Turner y crítico feroz de la emulada leyenda negra–
presentan la frontera en el septentrión novohispano como un
espacio de oposiciones irreconciliables en el tiempo, que justifica
la fuerza del poder colonial por dominar y pacificar a los indígenas
nativos, aun y cuando califica ambas posturas (invasores y nativos)
de violentas (Powell, 1971); es decir, una lucha entre naciones de igua-
les. La centralidad de su mirada la coloca en la idea de la pri-
mera frontera americana, precisamente en la región septentrional
novohispana como un hecho, además de otorgarle una identi-
dad que denomina como gran chichimeca a este espacio diverso
y complejo. La preeminencia de la creación de esta frontera se
coloca en una especie de fronteridad adjudicada por el autor a las
entradas/avanzadas en tierra adentro de los españoles; especie de
cruzados, juiciosos y clementes, que abrieron el camino para la
colonización angloamericana.
La influencia de los trabajos de Powell –entre los que destaca una
narrativa extraordinaria acerca de la cruzada contra los nativos defi-
nidos como clase o categoría de chichimecas sobre la frontera norte
y su interpretación de la guerra chichimeca (1984)– ha recreado,
en la historiografía producida sobre esta región, la idea de una
región de frontera hostil e inhóspita: como límite en movimiento
y constante avance pese a la presencia de irreductibles nativos. Lo
fronterizo septentrional desde la mirada de Powell adquirió con el
tiempo autoridad académica para generalizarse en otras muchas
concepciones, entre las que destacan la noción de tierra de guerra
viva y la propia idea de la frontera chichimeca como espacio desti-
nado a la conquista y la transformación.

185
Cecilia Sheridan

Esta visión de la guerra de conquista, que es factible de traducir


como un mecanismo cerrado que homogeneiza el espacio límite/
frontera, sustenta gran parte de la producción historiográfica sobre
el espacio septentrional novohispano: las narrativas de la conquista
se mueven casi siempre entre la descripción de hechos morales y
apocalípticos, donde las glorias tomadas de los encuentros béli-
cos sirven para explicar la justificación y materialización de una
frontera de guerra. En este sentido, el Gran Norte y The Great
Southwest han sido creados desde una gama de saberes definidos
por la aprehensión historiográfica de un espacio que se crea con-
forme el límite o los límites avanzan, posponiendo la evidencia de
su complejidad en aras de una mirada positivista.
En ese sentido, habría que cuestionar el conocimiento creado
en torno a la idea de la frontera colonial como un frente homogé-
neo, como un avanzar ineludible de la civilización sobre la barbarie
conforme los procesos de expansión coloniales se sostienen; la fron-
tera se configura así en una representación del poder emanado de
un Estado que define sus límites políticos en la misma medida en
que interactúa con los otros, quienes se encuentran del otro lado
de los territorios adquiridos. El cuestionamiento que deriva de tal
convención es por qué la conquista de esta región no se detiene,
retrocede, se atasca y lamenta la dificultad de mantener inmunes
los triunfos logrados.
Para algunos estudiosos de la teoría de las fronteras, como
Owen Lattimore (1939), la frontera y su consolidación como línea
representa en sí misma una zona de interacción, un espacio de
diversidades culturales compenetradas dinámicamente. Dinámicas
que suelen interpretarse como fenómenos sociales de interconexión,
encuentros o, en el sentido más subjetivo de la compenetración,
en dinámicas de interculturalidad naturalizadas. Otros pensado-
res la ubican en la noción de confrontación, hostilidad y defensa.
Wolfang Kaiser, en este sentido, la concibe como un recurso por
explotar, ya sea por la guerra entre naciones o, incluso, por la guerra
comercial, sin dejar su carácter de cohabitación hostil (Kaiser, 1998).

186
Esos espacios que hacen frontera: La larga traza de una frontera colonial

En cualquiera de estas oposiciones, la interacción deviene en con-


tacto; nos movemos en una órbita de explicaciones múltiples que
suelen perder la referencia sobre los satélites de esta confrontación o
encuentro: todos los espacios/lugares son, por definición, espacios
de interacción; de otra manera no serían nombrados: la frontera
trasmuta en proceso, fronterización y, a la vez, en condición de
vida, fronteridad.
En esta tesitura, la frontera novohispana es, ante todo, un hecho
espacial fronterizo: heterogénea, hostil, movediza y temporal. La
condición de movilidad corresponde, precisamente, a un proceso
de expansión en cuyo centro se erigen y trastocan jurisdicciones
o institucionalidades diversas, dependientes de espacios de autoridad
distantes y a la vez aliados entre ellos: misioneros, militares, con-
quistadores y colonizadores que se enfrentan a los otros, quienes a
su vez definen los límites del espacio fronterizo en busca de un con­
trol territorial que no necesariamente pertenece a la realidad de una
intención de soberanía imperial, sino a su propia realidad territorial.
La frontera se parece más a un contenedor de prácticas territoriales
que a una línea que dibuja la soberanía sobre un territorio. Tanto como
contenedor o espacio lineal, desde el poder colonial, ciertamente, el
espacio fronterizo se transforma en hecho fronterizo susceptible de
representación: al descubrir la tierra, el espacio se transforma en
lugar que contiene posibilidades, las nuevas tierras (Sheridan, 2015).
La territorialización del espacio por adquisición transforma el
poder colonial que se impone en el dominio del espacio apropiado,
realidad que no necesariamente empata con el discurso de la colo-
nización como vía de salvación de bienes, almas y todo aquello que
justifique la violencia implícita de la conquista por la vía militar, sino
con la práctica o dinámicas de la fronterización como fenómeno de
sí que se sustenta en el tiempo y el espacio de cuestiones materia-
les específicas: desde inventariar lo logrado a partir de los primeros
acercamientos a lo distinto, a lo posible, hasta definir una frontera
septentrional como objeto de control imperial (Sheridan, 2015).

187
Cecilia Sheridan

Definitivamente, la frontera no es una zona de contacto donde, por


azar, confluyen culturas disímiles aun y cuando la subalternidad se
manifieste como parte del fenómeno lineal en la que Pratt coloca la
evidencia de relaciones de poder «radicalmente asimétricas» (Pratt,
2010, p. 34). En este sentido, importa pensar la frontera septen-
trional novohispana como creación del imperio y no de quienes
ocupan el espacio que fue definido e institucionalizado desde un
espacio de poder ajeno de sí.
Parece entonces ineludible analizar los procesos de territorializa-
ción derivados de la fronterización por conquista desde la objetividad
de los espacios preexistentes o territorialidades nativas indígenas
como espacios aprehensibles en el proceso de apropiación, domi-
nio y creación de lugares hacia el norte del imperio novohispano.
El espacio-frontera colonial –entendido como la imposición de un
límite imperial– forma parte, sin duda, de la definición más prag-
mática del territorio fronterizo derivado de la presencia de dos o más
Estados en oposición o negociación. Pero esta evidencia abre a su vez
la posibilidad de oponer –en el sentido de establecer un oposición
distintiva– el avance de una frontera sobre un mundo desconocido
que se percibe como único y descifrable por el hecho de ser diferente
a la naturaleza que impone la frontera; pero que no considera en
su definición el mundo en el que se pretende explicar la compleji-
dad que le otorga un espacio fractal compuesto de breves fronteras
territoriales que no avanzan, que se mueven en todas direcciones:
una geometría que transforma incesantemente el espacio; límites que
existen para ser destruidos y reconstruidos en función del poder
que institucionaliza la colonialidad y la diferencia que empodera/
hostiliza en la resistencia el proceso de fronterización.
Para quien pretende entender la complejidad de los procesos fronte-
rizos, las fronteras coloniales se transforman en un espacio-laboratorio
de posibilidades más que en un límite. Al nombrar el espacio como
fronterizo, éste adquiere una condición específica sustentada en las
diferencias que toman forma en un nuevo espacio construido al que,

188
Esos espacios que hacen frontera: La larga traza de una frontera colonial

desde el siglo XVI, se le nombró frontera por ser éste un término


práctico, conocido y factible de exponer en común (Sheridan, 2015).
En ese laboratorio inmenso, se ha pensado en el imaginario
como parte fundamental de las construcciones territoriales que le
dan sentido a la constante necesidad de crear límites frente al otro,
fronteras entre uno mismo y los otros. Ya sea como espacio polí-
tico e ideológico, que atañe al poder ejercido en un espacio que, en
cierto momento, se supone delimitado como soberanía jurídica del
territorio, o como el «lazo frágil del príncipe con su principado»
(Foucault, 2008, p. 99); es decir, un espacio en el que la prioridad
radica en la imperiosa tarea de deshacerse de lo externo, del peligro
que amenaza la posibilidad de ser.4
De esta manera, el imaginario en el que radica la consecución
de los territorios por oposición entre lo civilizado y lo bárbaro
abreva en el significado que se le otorga a la guerra, herramienta
por medio de la cual se afirma la diferencia (Clastres, 2001). La
guerra, señala Subirats, «es definida como castigo, la servidumbre
como expiación, la destrucción de culturas, símbolos o formas de
vida, elevada al principio de libertad trascendente y redención bajo
los signos de una identidad» (Subirats, 1994, p. 97).
Los indígenas nativos trastornan el espacio; el poder colonial
engulle las representaciones caóticas del espacio preexistente,
alimentando su idea de sometimiento, de destrucción de todo, para
inaugurar una nueva forma de vida en él. La paz marca, entonces,
la diferencia fundamental entre el mundo civilizado y el mundo
bárbaro a partir de la premisa de que la civilidad es condición de
paz. La paz reordena el espacio y sienta las bases de la diferencia

4 
En el arte de gobernar de El Príncipe de Maquiavelo, señala Foucault
(2008) el tercer principio: «se deduce a un imperativo: el objetivo del ejercicio
del poder va a ser, sin duda, mantener, fortalecer y proteger el principado […]
este último entendido no como el conjunto constituido por los súbditos y el
territorio, el principado objetivo, si lo prefieren: se tratará de protegerlo en
cuanto es la relación del príncipe con su posesión, con el territorio que ha
heredado o adquirido, con los súbditos que están sometidos a él» (p. 99).

189
Cecilia Sheridan

entre el bosque y la ciudad. La sociedad civil del derecho romano,


«como cuerpo político, adquiere y expande por el mundo su civi-
litas [...] no sólo la paz de sus armas sino también el imperio de las
leyes civiles que se alimentan y animan el intercambio de bienes»
(Castro, 1999, p. 14), al tiempo que refrenda la seguridad de la
existencia de territorios colaterales no dominados.

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Esos espacios que hacen frontera: La larga traza de una frontera colonial

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191
Legados de raza y conquista en la formación de la
frontera México-Estados Unidos
Olivia T. Ruiz Marrujo

El presente está atado a la impronta singularidad del pasado.


(Balibar, 1991, p. 41)

Durante el discurso para lanzar su campaña a la presidencia de


Estados Unidos, en junio de 2015, el entonces candidato Donald
Trump calificó a los migrantes mexicanos como: «Personas que tienen
muchos problemas. Y nos traen esos problemas. Ellos traen drogas.
Están trayendo crimen. Son violadores» (Mark, 2018, párr. 3 [tra-
ducción propia]). Segundos después, prometió construir un muro
entre México y Estados Unidos. Su promesa movilizó a su base
electoral. La alusión de la construcción de un muro se convirtió en
una especie de grito de guerra que lo ayudó a ganar las elecciones
y, sostuvo su presidencia durante cuatro años. Trump perdió las
elecciones de 2020. Las preguntas son: ¿por qué las referencias a la
inmigración y al muro fueron tan efectivos entre el electorado?, y
¿por qué regresa a ellas una y otra vez para defender su presidencia
cuando ha sido atacada? La reflexión que sigue propone empezar
por contestar esas preguntas.
Cualquier explicación por necesidad se inserta en un interro-
gatorio mayor sobre las condiciones que llevaron a Trump a
la presidencia, una labor que data desde el momento que salió
victorioso de la contienda presidencial. Se ha argumentado, por
ejemplo, que su elección refleja un giro populista, resultado de la

[ 193 ]
Olivia T. Ruiz Marrujo

creciente desigualdad socioeconómica y el estancamiento salarial


en el país, que ha arrinconado a muchos trabajadores a los már-
genes de la economía estadounidense, a la vez que los costos de la
vivienda y los servicios de salud aumentan. La promesa de Trump
de poner los intereses y el bienestar de los americanos por delante de
cualquier acuerdo comercial internacional, resumida en el lema
America First (y, por implicación, de todo lo extranjero, inclu-
yendo a inmigrantes ya residentes en el país), aprovechó, si no
explotó, inseguridades y agravios que han desgarrado parte de la
población y erosionado su esperanza para el futuro.
Algunos señalan el papel del terrorismo, como amenaza que
Trump lanza de manera repetida para avivar el miedo a lo extran-
jero, especialmente si viene del sur global. Otros más apuntan
al vuelco fundamentalista cristiano, parte integral del paisaje
cultural del país desde su nacimiento, que hoy en día sustenta
toda una industria mediática en defensa de lo cristiano y ameri-
cano ante la supuesta amenaza inminente del exterior. También
se señala la importancia del advenimiento de Barack Obama, el
primer afroamericano en llegar a la presidencia. Si la mayoría de
la población festejó su victoria como una muestra de inclusión
racial, si no reparación moral por el pasado esclavista, para una
minoría blanca su presidencia soltó una onda de choque. A la
vez, si todo lo señalado anteriormente creó las condiciones para
el ataque contra México, no deja de ser un trasfondo condicio-
nante. La pregunta sigue vigente: ¿por qué las alusiones a México,
los mexicanos y el muro resonaron y siguen resonando entre el
público electoral?
Para contestar esa pregunta es necesario explorar el papel en
el que ha participado la raza, la racialización, la inmigración y la
intersección de los tres en la formación y el desarrollo del capita-
lismo y de las estructuras de poder de Estados Unidos. Más especí-
ficamente, hay que ver el papel que desempeñaron en los primeros
años de crecimiento del país, durante las luchas por establecer
su viabilidad económica, política y sociocultural a principios del

194
Legados de raza y conquista en la formación de la frontera

siglo XIX, período definido en gran medida por la expansión terri-


torial del país, mucha de ella en tierras mexicanas.
Lo que sigue propone dar un primer paso hacia una respuesta
al indagar en el papel de la raza y la racialización en el desenlace
de los encuentros estadounidenses con las poblaciones mexicanas en
los años previos a la secesión de Texas y la guerra de 1846-1848. La
reflexión parte de la premisa de que, en Estados Unidos como en
otros contextos coloniales, la diferencia y la otredad se han anclado
tanto, si no más, en la cuestión racial como en la clase social
(Young, 2015, p. 33). A través del paradigma racial, los angloame-
ricanos deliberaron su migración hacia el oeste y la apropiación de
tierras mexicanas y, al final, justificaron sus acciones. La expan-
sión territorial, a su vez, confirmó y dio forma al pensamiento
racial de la época. De esas determinaciones recíprocas emergieron
entendimientos y sentimientos acerca de quiénes eran los mexica-
nos y de la relación que tendrían los estadounidenses con México
y sus ciudadanos. Así, la reflexión se enfoca en la cuestión racial
como fuerza paradigmática en los primeros años del desarrollo de
Estados Unidos y, en particular, examina el papel que jugó la raza
en la percepción de y la relación con México y los mexicanos, por
una parte, y en la función de éstas en la configuración de la identi-
dad estadounidense, por otra.
El ensayo es histórico y, por ende, sus fuentes de datos son textos
primarios y secundarios. Las fuentes primarias incluyen, por ejem-
plo, debates en el Congreso de Estados Unidos a principios del siglo
XIX y escritos de presidentes. Por fuentes secundarias se consideran
reflexiones de historiadores y científicos sociales especializados en los
temas abarcados.
El presente texto está divido en cuatro partes. La primera, a
manera de contexto conceptual, se centra en los aspectos de la raza
y la racialización en la conformación de las relaciones sociales y, por
implicación, las estructuras socioculturales, económicas y políticas
en el desarrollo de los Estados-nación, especialmente en contextos
coloniales, como es el caso de Estados Unidos. La segunda explora

195
Olivia T. Ruiz Marrujo

el papel de la raza y la racialización en la expansión territorial y en


la construcción de narrativas sobre el indígena y el africano, que
emergieron en la fundación de este país como colonia inglesa los
primeros años de independencia y las décadas que precedieron la
guerra de 1846-1848. La tercera –centrada en los primeros encuen-
tros entre estadounidenses y mexicanos y las migraciones estadou-
nidenses al territorio mexicano a principios del siglo XIX– resalta la
manera en que las narrativas raciales ya establecidas moldearon las
imágenes y las narrativas de lo mexicano e influyeron en la deci-
sión de apropiarse más de la mitad del país. Se termina con una
reflexión que, más que un resumen, intenta integrar los distintos
argumentos y discusiones planteados a lo largo del texto.

Estado-nación, raza y racialización

En palabras de Balibar (1991), «los discursos raciales y los de la


nación nunca están muy lejos unos de los otros» (p. 37); o, como
plantean Omi y Winant (1994), «el Estado es inherentemente
racial» y todo proyecto nacional configura lo que se entiende
por raza y, a su vez, es configurado por ella (p. 55). Desde su ini-
cio, Estados Unidos, como toda sociedad racializada, se fincó en
sistemas de adscripción y dominación anclados en construcciones
diferenciales y desiguales referentes a grupos de cuerpos humanos.
Fassin (2011) propone que «si la adscripción es el acto fundacional
a través del cual la racialización se produce», en otras palabras, lo
que «impone la diferencia», el cuerpo es el objeto de la adscripción
(p. 422); «es el sitio de la experiencia racial» (Fassin, 2011, p. 420),
de manera individual y colectiva, y por ello el sitio de la animad-
versión racial.
La interseccionalidad Estado-nación/raza ha tenido profundas
consecuencias en Estados Unidos, dado el modelo de desarrollo
que siguió, el cual se fincó en encuentros y desencuentros entre
poblaciones de distinta procedencia –la originaria, la inglesa, la afri-
cana y, para fines de esta reflexión, la mexicana– y la imposición

196
Legados de raza y conquista en la formación de la frontera

de la angloinglesa sobre las demás. En los esfuerzos por asentarse


en Plymouth, por ejemplo, los puritanos a sabiendas se adentraron en
tierras ya ocupadas por poblaciones indígenas (Heimert y Delbanco,
1985). En un momento posterior, la importancia para el país de la
economía agrícola sureña, basada en la esclavitud de africanos, tam-
bién entrelazó la raza y la opresión racial con el desenvolvimiento
de la nación. De esta forma, los cuerpos blancos y de piel oscura
han terminado por llevar significaciones disímiles e inequitativas,
significaciones que, de manera consciente e inconsciente, formal e
informal, hasta hoy en día yacen en el fondo de los sistemas de ads-
cripción y dominación en el país, a la vez que son sus manifestacio-
nes cotidianas y, como tal, los reflejan e institucionalizan.
Las configuraciones raciales son f luidas y dinámicas, como
lo es cada manifestación del racismo, aún dentro de un tiempo
y espacio común (Fassin, 2011). De hecho, se puede argumen-
tar que la durabilidad de las políticas y prácticas basadas en la
supuesta diferencia y desigualdad racial se deben a esa flexibili-
dad (Balibar, 1991). Ningún sistema racial es «estático; cambia de
forma, tamaño, contornos, propósito, función con cambios en la
economía, la estructura social, y, sobre todo, ante los desafíos, las
resistencias», escribe Sivanandan (citado en Jackson, 1985, p. 179;
Fekete, 2018, p. 4). Tampoco lo son los racismos que lo integran.
Los más atrincherados, o los ecos de racismos históricos, pueden
parecer extinguirse (ante el acecho de esfuerzos contestatarios,
por ejemplo), para luego resurgir con nuevas disposiciones en un
momento de cambio en la sociedad.
Retomando a Balibar, esa flexibilidad y persistencia reflejan
los puntos comunes de las diferentes expresiones de racialización
(Balibar, 1991). Si cada manifestación es particular a un tiempo
y un lugar, cada una se basa en temas comunes a otras manifesta-
ciones. En Estados Unidos, la racialización del africano en el siglo
XVIII giraba en torno a temas acerca del bien y el mal, la bondad y
la depravación, por ejemplo, que en el siglo XIX hicieron eco en los
movimientos antichinos en California. En otras palabras, aunque

197
Olivia T. Ruiz Marrujo

los cuerpos a los que se dirige la categorización y la ofensa racial


pueden cambiar, los implementos simbólicos y materiales utiliza-
dos para llevar a cabo la agresión pueden variar muy poco, o nada.
De manera semejante, la racialización de los mexicanos en Estados
Unidos hoy en día revive temas empleados para caracterizar a los
afroamericanos y a los asiáticos. Por lo tanto, diferentes y aparen-
temente disímiles incidencias de racialización se construyen unas
sobre otras; de modo que cada manifestación es, en diversos gra-
dos, una sedimentación de aquellas que la precedieron.
Arraigadas en el pasado, las adscripciones raciales pueden pare-
cer inamovibles, esto es, más allá del alcance de la historia; en gran
medida, ahí es donde yace su poder. Ese halo de raigambre les
dota de un carácter atemporal que les permite resistir los desafíos a
lo largo del tiempo o sumergirse (go underground) ante desafíos
o movimientos contestatarios. Al mismo tiempo, el arraigo de las
adscripciones, su constante estado de latencia, hace posible tener
acceso a ellas y activarlas (Balibar, 1991). El éxito de Trump para
movilizar a su base electoral (e, incluso, a otros del electorado)
en torno a la migración mexicana y el muro fronterizo se debe, en
buena medida, a las adscripciones raciales que, aunque aplicadas a
mexicanos, datan de períodos anteriores al contacto con México e,
incluso, a la fundación de la nación.
Ese arraigo revive la cuestión de la historia; pone de relieve
pasadas construcciones y experiencias raciales y, en particular, las
maneras en que se han inscrito «las estructuras sociales de la racia-
lización sobre y en los cuerpos, es decir, los rastros físicos dejados
por siglos de dominación, segregación y estigmatización» (Fassin,
2011, p. 429). De manera semejante, hace hincapié en las formas
en que la adscripción, como fenómeno colectivo, ha moldeado las
estructuras sociales. En el caso aquí explorado, el lente histórico
hace resaltar las múltiples maneras en que los estadounidenses
angloamericanos históricamente han entendido sus encuentros con
los otros; esto es, cómo han percibido y cómo se han relacionado
con ellos. Por una parte, subraya el papel que ha jugado ese acervo

198
Legados de raza y conquista en la formación de la frontera

de imágenes y narrativas en la construcción de la otredad mexicana.


Por otra, pone énfasis en la influencia de esa construcción del otro
mexicano en la configuración del nosotros norteamericano y en sus
estructuras socioculturales, económicas y políticas; primero en el
suroeste, luego a lo ancho del país.
La cuestión de la historia también hace ver la importancia del
sentido del pasado (pastness) para comprender la energía y la fuerza
de las significaciones raciales, especialmente en la conformación de
la identidad nacional y el sentido de ser pueblo. Pastness –argumenta
Wallerstein– contiene y hace afirmaciones «más profundas y
más antiguas, ergo, más legítimas» que contrastan con realidades
contemporáneas, que son más fácilmente manipuladas y distor-
sionadas para promover intereses igualmente actuales y efímeros
(Wallerstein, 1991, p. 78). El sentido de pastness yace en «una especie
de tiempo soñado, un pasado de temporalidades añejas», para citar
a Heaney (1993), donde resuena «el sentido de pertenecer simultá-
neamente a un universo tanto doméstico como planetario» (párr. 4).
Pastness, en este sentido, comparte el campo ontológico con los
mitos de origen.
Pastness también apela a sentimientos sobre el futuro, incluso
mesiánicos, y, como consecuencia, lleva un potente vigor emocional.
En Estados Unidos esa cualidad confiere una ferocidad espontánea
a cualquier cuestión racial. En dicho país la cualidad de pastness en
las imágenes y las narrativas raciales transforma la raza en un filtro
a través del cual se imagina y se construye el país: desde posiciones
locales, como el hogar, hasta globales, como el planeta y la especie
humana. De ahí, se convierte en el parapeto desde donde se mira y
se experimenta el mundo. Al hacer alusión a México, Trump apro-
vecha y remueve ese sentido del pasado y, por ende, los temas y
sentimientos atávicos que lo acompañan. Estos atavismos han sido
centrales en Estados Unidos, como Estado-nación, y anidan en la
médula de sus instituciones y en la manera en que muchos ciuda-
danos, de forma consciente e inconsciente, perciben su país y se
perciben en él.

199
Olivia T. Ruiz Marrujo

Raza y racialización en la expansión al oeste: un breve resumen


de una larga y compleja historia

Dada la influencia mutua entre raza y nación, particularmente en


contextos coloniales y neocoloniales, no sorprende que desde tem-
prano en la existencia de Estados Unidos surgiera la cuestión racial,
y que a lo largo del tiempo ejerciera una influencia determinante
en su desarrollo y sus luchas por fijar una identidad nacional. De
carácter fundacional, la cuestión racial ha manifestado una recie-
dumbre que, con diversos grados de inmediatez y latencia, ha surgido
con fuerza, especialmente en momentos críticos –de contracción
y crecimiento económico, por ejemplo–, esto es, en momentos
de presión sobre el tejido social. El presente es uno de ellos. La
primera parte del siglo XIX fue otro. Ambos, no solamente están
interrelacionados, sino que las construcciones raciales y las mani-
festaciones de racismo de hoy en día continuamente remueven y
hacen presente ese pasado.
Si los cimientos de Estados Unidos como país independiente
se forjaron en el siglo XVIII, el país se consolidó como un proyecto
nacional viable y exitoso en el XIX, período de una extraordinaria
expansión territorial. Así, aunque su independencia de Gran Bretaña
en 1783 marcó su comienzo como país autónomo, el proceso de esta-
blecerse como Estado-nación dentro del sistema de Estados nacionales
fue una empresa del siglo XIX. Una parte crítica de ese esfuerzo fue
la expansión a el suroeste, hacia tierras mexicanas.
De hecho, hoy en día es generalmente reconocido que el expan-
sionismo, por no decir el impulso imperial, fue integral para el
desarrollo del país desde su independencia de Gran Bretaña (Burns,
2017; Grandin, 2019; Nugent, 2008). En 1785, dos años después
de la lucha independentista, John Adams (segundo presidente del
país) afirmó que Estados Unidos sería «el poder más grande sobre la
tierra» (Burns, 1957, p. 65). Un año más tarde, Thomas Jefferson
(tercer presidente del país) escribió: «nuestra confederación debe
ser vista como el nido de donde se poblará toda América, del norte

200
Legados de raza y conquista en la formación de la frontera

al sur» (Jefferson, 1786, s. p. [traducción propia]). Esa opinión se


reprodujo en recintos fuera de las cúpulas del poder. En las palabras
de un geógrafo estadounidense de la época: «No podemos anticipar
el período, no tan distante, cuando el Imperio Americano abarcará
millones de almas al oeste del Mississippi» (Morse, 1789, p. 469).
La visión resultó ser profética. Si en 1783 Estados Unidos
llegaba a la orilla del río Mississippi, en 1803, con la compra de
Luisiana, el país se duplicó en tamaño. Para 1812 sus ciudadanos
empezaban a poblar la frontera con México. Cuarenta años más
tarde el país se extendería hasta el océano Pacífico. Así, desde muy
temprano, Estados Unidos reflejó los orígenes y el contexto de su
nacimiento –primero, como extensión de un poder imperial, y
luego, como nación que alcanzó su madurez en uno de los perío-
dos más agresivos del imperialismo europeo–. En ese proceso se
volvió un proyecto de nación con aspiraciones imperiales propias.
Su incursión en tierra de México sería su primera experiencia de
conquista y colonización de un país y un pueblo extranjero.
A la vez que la consolidación del Estado-nación requirió el
fortalecimiento de la economía y de las instituciones del Estado,
también exigía la creación de un sentido compartido de identidad,
de posibilidad a futuro. El expansionismo fue parte de ese esfuerzo
y dio forma a la identidad nacional y personal, al captar la ima-
ginación, por igual, de líderes y ciudadanos. El hecho de anclar
el futuro en aspiraciones expansionistas, por no decir imperiales,
jugó un papel crítico en la resolución de desacuerdos entre elites
y despertó entusiasmo entre la población de la joven nación. En
ese proceso, la identidad y el expansionismo se fusionaron con el
pensamiento racial, lo que exaltó el potencial de Estados Unidos y
rebajó o negó ese potencial en los otros.
Aunque el pensamiento racial en Estados Unidos tiene raíces
en una reflexión más amplia europea, desde muy temprano tomó
contornos distintamente locales, arraigados en la experiencia esta-
dounidense: primeramente, de los encuentros y conflictos con
las poblaciones indígenas; y luego con esclavos africanos. Así, la

201
Olivia T. Ruiz Marrujo

propuesta de Gobineau (1967) Ensayo sobre la desigualdad en las


razas humanas, publicado en la segunda parte del siglo XIX , si
bien encontró tierra fértil entre los estadounidenses, realmente
vino a confirmar lo que ya se tomaba por dado. En otras palabras,
aunque la población norteamericana, especialmente sus elites,
tenía acceso a diversos acervos del otro colonizado en América
Latina, África y Asia, resultado de las incursiones europeas en el
mundo, ya tenía con qué contribuir a ese resguardo discursivo
racial. En ese sentido, el interés en y la percepción del otro en
Estados Unidos en el siglo XIX tenían un amplio registro, tanto
local como extranjero, donde escoger.
Los encuentros entre los primeros estadounidenses, en su gran
mayoría ingleses e indígenas, ocurrieron poco tiempo después de la
llegada de los europeos a tierras norteamericanas. Esas experiencias
marcarían el pensamiento racial en años venideros. Según un testi-
monio que data de 1585, los indígenas eran «sencillos y rústicos en
su modo de ser, sin conocimiento alguno de Dios o de la rectitud de
la ley», aunque también eran «apacibles y dóciles» (Nash, 1970, p. 2).
Con el paso del tiempo esa visión cedería a imaginarios casi opuestos.
Dos hechos ayudan a entender el cambio. Primero, la tenaz
resistencia de los pueblos originarios ante los esfuerzos por evan-
gelizarlos, vista, desde la perspectiva de los colonizadores como
una prueba de su irreligiosidad, impiedad y satanismo. Igual de
importante, desde su desembarco en suelo americano, los angloa-
mericanos pusieron su mirada en las tierras nativas e hicieron todo
lo posible por apropiarse de ellas. No es de sorprender, entonces,
que las imágenes de indígenas incivilizados pero dóciles e infantiles
cedieran el paso a imaginarios de «indios salvajes» (Nash, 1970, p. 2).
En poco tiempo, las narrativas empezaron a enfocarse en la violen-
cia indígena y la vulnerabilidad angloamericana, especialmente de
mujeres y niños blancos.
No obstante lo anterior, a lo largo del siglo XIX siguieron repro-
duciéndose imágenes y narrativas menos degradantes, incluso benig-
nas, particularmente en la costa del este, donde el término noble

202
Legados de raza y conquista en la formación de la frontera

salvaje, en gran medida una invención europea, había cruzado el


Atlántico (Horsman, 1981). En contraste, en la frontera la imagen
dominante era de salvajes hostiles, mentirosos y altamente temidos
(Nash, 1970) que dio luz a un puñado de narrativas, la mayoría
centrada en ataques indígenas a angloamericanos desprevenidos y,
por ende, inocentes. Algunas, finalmente, adquirieron insinuacio-
nes sexuales en historias de mujeres blancas secuestradas y mante-
nidas en cautiverio por hombres indígenas.
En este giro, el lenguaje empleado para hablar de las pobla-
ciones originarias viró al genocidio. Las descripciones de familias
«masacradas a manos […] de naciones sedientas de sangre, en sus
hogares o praderas» dieron rienda suelta a ataques y guerras contra
los pueblos indígenas (Horsman, 1981, p. 110). En las palabras de
un inglés que visitó las colonias de Norteamérica en el siglo XVIII:
«No hay nada más común que escucharlos hablar de extirparlos
[indígenas] totalmente de la faz de la tierra, hombres, mujeres y
niños» (Smyth, 1784, pp. 345-346). Otro testimonio concluyó que
«su extirpación sería útil para el mundo, y honorable para aquellos
que puedan realizarlo» (Horsman, 1981, p. 113).
Como sus contrapartes europeas, los angloamericanos en gene-
ral suscribían la monogénesis a la idea de una sola especie humana en
su concepción de la naturaleza humana y su potencial –por ende, los
acercamientos a las poblaciones originarias con el fin de evangeli-
zarlos–. Con los africanos, sin embargo, hicieron una excepción.
La esclavitud junto con la denigración de la población negra se pro-
pagó con vigor a lo largo y ancho del país. Si la primera evidencia
de servidumbre perpetua en Estados Unidos remonta a principios del
siglo XVII, ya para mediados del siglo la esclavitud de los africanos
y sus descendientes estaba arraigada en el país como ley y como
costumbre (Nash, 1970). Según Horsman:

Al final de la era colonial, la visión ilustrada de la igualdad innata


estaba siendo cuestionada a nivel práctico en las colonias ame-
ricanas. Los blancos, por medio de las leyes que aprobaron y

203
Olivia T. Ruiz Marrujo

las actitudes que asumieron, colocaron a los negros en un nivel


humano diferente [...] los negros en la práctica no eran conside-
rados simplemente como hombres y mujeres de una tez diferente
(Horsman, 1981, p. 100).

La esclavitud reflejó y profundizó el racismo contra los africa-


nos, y el desprecio por los negros se convirtió en parte de la vida
cotidiana en Estados Unidos, mucho antes de que las teorías racia-
les justificaran y sustentaran la esclavitud. A la vez, las imágenes
de los africanos retomaron, desfiguraron y endurecieron aquellas
inventadas para denigrar y suprimir a los indígenas. En defensa de
la institución peculiar, esclavistas, científicos y políticos, a menudo
en connivencia, utilizaron la ciencia médica, la biología, la anato-
mía y la historia para probar la diferencia racial y la inferioridad de
los negros, así como para justificar la esclavitud hereditaria (Young,
2015). Haciendo eco del lenguaje usado para retratar a los indíge-
nas, las imágenes que emergieron describían a los africanos como
inherentemente inmaduros e infantiles, en el mejor de los casos, y
salvajes e idóneos para la esclavitud, en el peor. De manera seme-
jante, se defendió el uso de la violencia como primera defensa
contra cualquier revuelta y supuesta amenaza sexual para mujeres
blancas por parte de esclavos.
Estas imágenes sirvieron para varios propósitos. Empezando
con en el caso de las poblaciones originarias, que permitieron y jus-
tificaron la invasión y apropiación de sus tierras. En el caso de los
africanos, justificaron la esclavitud y el trabajo forzado hereditario.
Así, sustentaron dos elementos críticos –la tierra y la mano de obra–
para la floreciente economía estadounidense basada principalmente
en la agricultura, en el medio oeste y oeste, y en el latifundismo en el
sur. A su vez, también reflejaron y afirmaron el valor de la propiedad
privada, fuera la tierra o los cuerpos de esclavos.
Como tal, la racialización dio pauta para la sociedad en vías de
construcción (Takaki, 1970). Por un lado, las imágenes del otro,
fuera indígena o africano, y el trato que recibían los no-europeos

204
Legados de raza y conquista en la formación de la frontera

se anclaba en intereses económicos dominantes y revelaba hasta qué


punto muchos irían en la realización y defensa de sus intereses. Por
otro, arraigados en oposiciones binarias de nosotros y ellos, reflejaban
principios morales que guiaban el proyecto de nación. En este sentido,
sirvieron para esclarecer fundamentos identitarios e ideológicos propios
–lo que los estadounidenses aspiraban ser y lo que no querían ser–. En
palabras de Nash (1970), «proporcionaron un medio para medir su pro-
pia civilidad, cultura y auto-identidad» (pp. 7-8).
El rechazo de las poblaciones originarias a la evangelización
profundizó la convicción religiosa de los angloamericanos y forta-
leció el compromiso con la misión religiosa occidental. Nociones del
otro salvaje, impregnadas de errantes fantasías sexuales, y relatos
de mujeres blancas recluidas en cautiverio, proporcionaron lastre
para ideas sobre la pureza y la virtud de los cuerpos femeninos
blancos (Takaki, 1970). La presunta ociosidad y la falta de indus-
tria de los pueblos de piel más oscura enfatizó la supuesta diligencia
y productividad de los pueblos de piel blanca. Así, no obstante que
la presencia indígena y africana presentara una amenaza potencial
al proyecto nacional angloamericano, también sirvió para afirmar
una visión de sí mismo como pueblo dotado de religiosidad, auto-
control, orden y productividad (Nash, 1970).
La construcción de la identidad no sólo se fundamenta en la
oposición al indígena y al africano, sino en comparaciones y simili-
tudes con otros europeos, en particular, los ingleses (Smith, 1980).
En esta búsqueda y apego a lo inglés, los estadounidenses adopta-
ron el anglosajonismo, el cual, se argumentaba, si se cultivaba en
suelo americano traería «el buen gobierno, la prosperidad comercial
y el cristianismo al continente americano y al mundo» (Horsman,
1981, p. 2). Thomas Jefferson, por ejemplo, estaba convencido que
las instituciones del país debían basarse en el modelo sajón, opinión
que propuso y defendió mucho antes de la idea de independizarse
de Gran Bretaña (Horsman, 1981).
El anglosajonismo debió su atractivo en parte a su historicismo.
Entendido como el reflejo de un pasado teutónico, vinculaba a los

205
Olivia T. Ruiz Marrujo

ingleses con las tribus germánicas en los últimos años del imperio
romano, dotando así a sus adherentes de una mayor antigüedad
y, lo que es más y de suma importancia, de un sentido de destino.
Según la narrativa, los anglosajones tomaron de los alemanes el
«amor instintivo por la libertad y lo convirtieron en un gobierno y
una nación eficaz», lo que posibilitó fundar Gran Bretaña y exten-
der su imperio (Horsman, 1981, p. 26). Como filiales ingleses, los
estadounidenses, especialmente los gobernantes del país, se afian-
zaron en el anglosajonismo en los años posteriores a la independencia
en un esfuerzo por reconciliar intereses y diferencias regionales
y conservar una nación que a veces parecía desmembrarse. Como
tal, se convirtió en un llamado para forjar una identidad nacional
(Hofstadter, 1983).
El anglosajonismo reflejó la tendencia decimonónica de enfa-
tizar los cimientos étnicos y raciales de las naciones: el papel de
la lengua, la cultura y un pasado común en el proceso de forjar
un Estado-nación. Retomando la obra de Herder y del romanti-
cismo alemán, el giro étnico-racial en general dejó al lado ideas
más incluyentes sobre la construcción de las naciones y, en cambio,
puso énfasis en aproximaciones exclusivistas arraigadas en el sen-
tido de peoplehood, de pueblo. Como tal, echó leña al fuego a la
disputa sobre la monogénesis y contribuyó a la erosión de cualquier
propuesta ontológica que partiera de la existencia de una sola espe-
cie humana o una sola humanidad.
Como muchos han subrayado, los intentos por fusionar la bio-
logía con el pensamiento social tienen una larga historia. El des-
lizamiento histórico hacia el anglosajonismo fue un ejemplo más
de esa fusión (Stocking, 1968), al sustituir nociones de identidad
fundadas en lo político por otras ancladas en la etnicidad y la raza.
Como consecuencia, se cimentaron los racismos existentes contra
los indígenas y los africanos, lo que permitió que cepas más viru-
lentas ganaran validez.
El proceso de enraizar la creación y el desarrollo de la nación
y la identidad en el anglosajonismo resultó ser una unión volátil

206
Legados de raza y conquista en la formación de la frontera

para los otros no descendientes de europeos en Estados Unidos, así


como para aquellos que residían fuera de sus fronteras al oeste y al
sur. De gran importancia para México y los mexicanos, ese vuelco
dio luz a nociones metafísicas de la nación y las impregnó de un
sentido de destino racial. Al final, llegó a motivar y justificar la
conquista territorial y asentó las bases para la percepción de los
mexicanos como un pueblo inferior con líderes ineptos, y el país,
en general, destinado a la conquista.

Las narrativas sobre México en la expansión y conquista territorial

Reginald Horsman sostiene que «el catalizador en la adopción


excesiva del anglosajonismo fue el encuentro de estadounidenses
con mexicanos en el sudoeste, la Revolución de Texas y la guerra con
México» (Horsman, 1981, p. 209). A la vez, habría que recordar
que antes de fijar su mirada en tierras mexicanas, los estadouni-
denses ya tenían una larga historia con la otredad. Como era de
esperarse, fue a partir y a través de esas experiencias e imaginarios
que se forjaron las primeras descripciones sobre lo mexicano.
Las razones detrás de la migración angloamericana a México y
los incidentes que precipitaron el conflicto y la guerra son comple-
jos, y éste no es el lugar para revisar esa historia. Sin embargo, es
menester tomar nota de algunos eventos claves para contextualizar
la expansión en territorio mexicano: la secesión de Texas, la guerra
con México y la apropiación de más de la mitad del país.
Si la migración al oeste fue impulsada por la búsqueda de opor-
tunidades comerciales, fue motivada, sobre todo, por el deseo de
adquirir tierra. Habría que recordar que a principios y mediados
del siglo XIX, Estados Unidos era predominantemente agrícola y
la mayoría de sus ciudadanos no sólo vivía de la tierra, sino aspi-
raba a adquirirla para beneficio propio. A la vez, a principios de
siglo varios acontecimientos habían complicado su adquisición a lo
largo de la costa este y regiones aledañas. En 1821, en un esfuerzo
por contener la especulación desenfrenada de tierras, la tesorería del

207
Olivia T. Ruiz Marrujo

país frenó diversas prácticas prestatarias bancarias, lo que imposi-


bilitó la compra de tierra para muchos e impulsó la migración de
otros hacia el oeste para evitar los castigos por incumplimiento
de contrato y pago (Velasco, 1994). La depresión económica a
fines de la década de 1830 y principios de la década de 1840, que
afectó en especial el norte y el este del país, impulsó la migración
de otros más. La situación económica del sur del país, aunque pro-
metedora, dado el estrecho lazo entre su economía y la de Gran
Bretaña, también alentó la expansión hacia el oeste. La pujante
industria textil inglesa requería de cada vez mayores cantidades
de algodón de Estados Unidos, lo que estimuló su cultivo y la
adquisición de más terreno para su siembra (Velasco, 1994). Así, a
mediados de siglo, una variedad de circunstancias ayudó a fomen-
tar la migración hacia el oeste y, en específico, a Texas.
De manera legal e ilegal, los estadounidenses migraron a la
vecina Texas. Muchos –incluyendo el líder de la eventual sece-
sión– llegaron bajo auspicio de una ley de colonización mexicana.
Sin embargo, por lo general, no cumplieron con las condiciones
de residencia estipuladas en la ley: se negaron a ser católicos;
siguieron practicando la esclavitud (abolida en 1824); no apren-
dieron español y se mantuvieron leales a Estados Unidos. No
es de sorprender que en poco tiempo superaron en número a la
población texana.
La migración a Nuevo México y California siguió un patrón
similar. A principios del siglo XVIII en los alrededores de Santa
Fe (en lo que es hoy en día Nuevo México) existía un comercio
dinámico y los estadounidenses, en su deseo por adquirir tierras
y abrir nuevas oportunidades comerciales, comenzaron a nego-
ciar con sus homólogos mexicanos; de modo que para mediados
de siglo existía una próspera red de comerciantes entre Santa Fe
y San Luis (en el medio oeste de Estados Unidos). La creciente
familiaridad con el oeste de Texas alentó la migración al interior
de Nuevo México y, en última instancia, a California. A pesar de
los esfuerzos del Gobierno mexicano por frenar la migración

208
Legados de raza y conquista en la formación de la frontera

estadounidense, para mediados del siglo prosperaba una población


sustancial de migrantes estadounidenses en la costa del Pacífico.
Como más de uno ha notado, esos migrantes formaron la pri-
mera gran población indocumentada en la frontera entre México
y Estados Unidos.
Las migraciones se realizaron por dos vías. La mayoría ocurrió
de forma espontánea, a través de esfuerzos individuales y familia-
res. A la vez, los gobernantes del país, herederos de las ambiciones
expansionistas de sus antecesores, que desde el principio mostra-
ron interés en las tierras mexicanas. Ese interés se materializó en
expediciones exploratorias financiadas a nivel federal, como
el caso de la expedición de Lewis y Clark entre 1804 y 1806.
También se llegó a usar la fuerza militar. En 1842, fue enviado
un buque de guerra que tomó por asalto el puerto de Monterrey
en California, lo cual reflejó una disposición de carácter más
imperial (Vázquez, 1994).
Impulsados por el deseo de adquirir tierra, los encuentros entre
estadounidenses y mexicanos fueron circunscritos, en mayor o
menor grado, por la competencia y la tensión, si no el conflicto.
Como en el caso de las poblaciones originarias, los mexicanos pre-
sentaban un obstáculo para las ambiciones estadounidenses. De
hecho, la comparación no escapó a la mirada de algunos expan-
sionistas. Escribió uno de ellos: «La raza mexicana ve en el destino
de los aborígenes del norte su propia e inevitable suerte. Deben
mezclarse o perderse ante el vigor superior de la raza anglosajona, o
perecerán por completo» (Hofstadter, 1955, p. 171).
Con el transcurso del tiempo, los relatos sobre los mexicanos
empezaron a reproducir temas raciales que habían surgido respecto
a los indígenas y que se ampliaron y endurecieron con los africanos.
En general, partían de la premisa de la superioridad angloameri-
cana, la cual justificaba la toma de tierras mexicanas. Como escribe
Horsman (1981), «tomar tierras de bárbaros inferiores no era un
crimen, simplemente fue seguir el mandato de Dios para hacer que
la tierra fuera fructífera» (p. 211).

209
Olivia T. Ruiz Marrujo

El expansionismo –anexar Texas y tomar Nuevo México y


California– daba por sentada la inferioridad racial mexicana. En
relatos de la época, los mexicanos se calificaban de ociosos, derro-
chadores, ineficientes, sucios, viciosos e ignorantes (De León, 1983).
Refiriéndose a los antecedentes indígenas y españoles de la pobla-
ción mexicana, comúnmente se le identificaba como una raza mez-
clada (mongrel race). El mestizaje, según un escritor de la época,
había incapacitado al mexicano «para controlar los destinos de
aquel hermoso país» (Heizer y Almquist, 1971, p. 140). Al hacer la
guerra contra México, un «poder débil y degradado» –en palabras
del secretario de Estado, James Buchanan–,Estados Unidos libra-
rían una guerra de emancipación de la tierra (Horsman, 1981).
Otro argumentó que Dios quería castigar a los mexicanos por «pér-
fidos y medio civilizados», y había escogido a «la raza anglosajona
[…] como la vara de su retribución». En las palabras del hijo del
empresario que inició las migraciones a Texas, Stephen Austin,
expuestas en un discurso en Nueva York en 1848: «Los mexica-
nos no son mejores que los indios. No veo ninguna razón por la
que no debamos seguir el mismo curso ahora, y tomar sus tierras»
(Horsman, 1981, p. 243).
De manera repetida y enfática, los expansionistas resaltaban
los beneficios que vendrían de la apropiación y explotación de tie-
rras mexicanas. De hecho, la anexión de Texas y después de Nuevo
México y California captó la imaginación de muchos a mediados
del siglo XIX, y alimentó visiones de una conquista no sólo de
México, sino de todo el continente americano. Encomendando el
pensamiento racial y el lenguaje del destino divino en su apoyo
en la toma de Texas, en 1848 James Buchanan escribió: «Sólo así
podemos cumplir nuestro alto destino y ganar la carrera de gran-
deza que es nuestro decreto divino» (Horsman, 1981, p. 217).
La propagación de narrativas centradas en ideas de conquista y
de destino imperial alentaron la guerra contra México. Según John
L. Sullivan, quien acuñó el término destino manifiesto, nada debe-
ría «impedir nuestra política y obstaculizar nuestro poder, limitar

210
Legados de raza y conquista en la formación de la frontera

nuestra grandeza y controlar el cumplimiento de nuestro destino


manifiesto para tomar el continente asignado por la Providencia
para el desarrollo gratuito de nuestros millones multiplicados
anualmente» (citado en Hine y Bingham, 1963, p. 169).
Stephen Austin, hablando sobre la secesión de Texas, escribió
que el «amor de los angloamericanos por el dominio y la exten-
sión de sus límites territoriales [...] es igual al de Roma en las
últimas edades de la mancomunidad y la primera de los Césares»
(Horsman, 1981, p. 214). De manera semejante, Daniel Webster
(secretario de Estado en los años previos a la guerra), al expre-
sar su entusiasmo por la hegemonía de Estados Unidos en las
Américas, declaró: «En este continente todo será angloamericano
desde Plymouth Rock hasta los mares del Pacífico, desde el Polo
Norte hasta California» (Horsman, 1981, p. 227). Y la editorial
de un periódico en Indiana (en el medio oeste) propuso transfor-
mar «la república que nuestros padres crearon para nosotros en
un Imperio, y nuestro Gobierno Nacional en una gran Potencia
con dominio imperial sobre providencias y dependencias distan-
tes» (Horsman, 1981, p. 245).
El apoyo a toda regla del expansionismo enfrentó un obstáculo:
qué hacer con la población mexicana que ya vivía en la tierra codi-
ciada. Dado el rechazo del mestizaje, de toda mezcla racial, pocos
concebían darle la ciudadanía con pleno derecho. Como argumentó
un senador ante el Congreso:

Nunca hemos soñado con incorporar a nuestra Unión más que la


raza Caucásica, la raza blanca libre. Incorporar a México sería
la primera instancia de la incorporación de una raza indígena;
porque más de la mitad de los mexicanos son indígenas, y el
otro está compuesto principalmente por tribus mixtas. ¡Protesto
por una unión como esa! Lo nuestro, señor, es el gobierno de
una raza blanca (Blair y Rives, 1848, p. 98).

Quienes manifestaban entusiasmo por la anexión estaban


convencidos de que los mexicanos no sobrevivirían por mucho

211
Olivia T. Ruiz Marrujo

tiempo. Destinados a dar paso a una raza más fuerte, finalmente


desaparecerían, reemplazados por angloamericanos. En la opinión de
algunos, ese esfuerzo contaría con la ayuda de las mujeres mexica-
nas quienes, según se proponía, serían sexualmente receptivas a los
angloamericanos (empezando por los soldados estacionados en la
frontera), contribuyendo así a la desaparición de los mexicanos en
tierras que antes les pertenecían.
Otros propusieron hacer de México una colonia, controlada
por el ejército, hasta que todos sus habitantes fueran reemplazados por
angloamericanos (Horsman, 1981). Como argumentó Sidney
Breese (senador del estado de Illinois), poniendo énfasis en «la repa-
ración de los errores» y la seguridad de Estados Unidos, «si no se
puede obtener de otra forma que no sea la conquista de México y
su incorporación a la Unión, o su adquisición como una provincia»,
quedaba como opción su anexión como colonia al país (citado en
Hine y Bingham, 1963, p. 176).
A la vez, hubo quienes se oponían al expansionismo y, en particu-
lar, a la anexión. Los antiexpansionistas eran un grupo con intereses
mixtos. Para repetir, algunos de ellos, temiendo que los mexicanos
no desaparecerían, se resistían por motivos racistas. Sin embargo,
otros se oponían al impulso imperial detrás de la propuesta. Con
la memoria aún fresca de la guerra de la independencia, temían que
Estados Unidos se desviara de su propuesta original y, siguiendo los
pasos de Gran Bretaña, se transformara en un gobierno despótico y
militarista de posesiones coloniales. Otros más asentaban su discon-
formidad en su condena de la esclavitud y la posibilidad de que se
reprodujera la institución en las tierras conquistadas.
A la vez, había quienes se oponían a la guerra precisamente
porque era una guerra de conquista. Henry David Thoreau, en uno
de los primeros casos registrados de desobediencia civil en el país,
prefirió ir a la cárcel en vez de pagar sus impuestos; en su defensa
argumentó que no ayudaría a financiar «la conquista de México»,
que consideró tan aborrecible como la esclavitud (Thoreau, 1985,
p. 105). De manera semejante, Josiah Royce, futuro profesor de

212
Legados de raza y conquista en la formación de la frontera

filosofía de la Universidad de Harvard, describió la agresión contra


México como «ir al extranjero como misioneros, conquistadores,
merodeadores» (citado en Hine y Bingham, 1963, p. 192). Una de
las voces más fuertes de oposición provino de Abraham Lincoln,
futuro presidente de Estados Unidos, pero en aquel entonces un
miembro poco conocido del Congreso. Declaró que la guerra se
impugnaba bajo falsas pretensiones, con mentiras y manipulacio-
nes de los hechos, y la denunció por inmoral, proesclavista y en
violación de los valores fundadores de ese país, una condena que
algunos en el Senado, reflejando el espíritu de los tiempos, compa-
raron con la traición.

Reflexión

Al hacer referencia a la frontera entre México y Estados Unidos,


la inmigración del sur y el muro entre los dos países, Trump toca
tramas de raíces profundas, complejas y, por ende, medulares en
la historia del desarrollo de Estados Unidos; por lo mismo, dota
su discurso de una eficacia simbólica y de un gran poder emocio-
nal. Rastrear las raíces de esas tramas ayuda a explicar por qué las
alusiones al muro y a la inmigración resonaron en tantos estadou-
nidenses durante la campaña presidencial y por qué siguen movili-
zando una parte del electorado. Datan los primeros asentamientos de
colonos ingleses en la costa este de lo que es hoy Estados Unidos y,
de manera especial, la primera mitad del siglo XIX, la era de mayor
expansión territorial, consecuencia de la conquista de más de la
mitad del territorio mexicano.
En específico, los encuentros y conflictos: primero, con las pobla-
ciones originarias; luego, con los africanos; y, de manera particular,
con mexicanos, así como la continua elaboración de la otredad que
resultó de esas experiencias. De esta manera, la eficacia táctica de
exigir la construcción de un muro entre México y Estados Unidos
y la expulsión de inmigrantes –esto es, lo que dota estas llamadas
de un poder singular–, se asientan en los vericuetos históricos de

213
Olivia T. Ruiz Marrujo

la construcción del nosotros y ellos dentro de Estados Unidos y, en


específico, el lugar que ocupa México en ese proceso.
La configuración de la otredad fue un elemento integral y activo
en la fundación y el crecimiento de Estados Unidos como Estado-
nación en las décadas posteriores a su independencia de Gran
Bretaña. Para entender su importancia sólo hace falta ver el papel
que jugó en la formación económica del país y en la configuración
de la identidad nacional –en los esfuerzos por forjar un sentido de
nación– de lo que Estados Unidos era y lo que aspiraba a ser. En
otras palabras, hace falta ver de qué manera la otredad ayudó a con-
solidar el proyecto de desarrollo del país como un Estado-nación
viable dentro del capitalismo mundial en el siglo XIX .
Aunque Estados Unidos ya daba pasos decisivos dentro de la
Revolución Industrial que se acrecentaba en Europa a principios
de siglo, su economía seguía dependiendo primordialmente de la
agricultura de pequeña escala y del latifundismo. En ese modelo de
desarrollo, la otredad jugó un papel clave al impulsar y justificar la
toma de tierras ajenas: primero de grupos indígenas, empezando en
el siglo XVII, y luego de México, en el siglo XIX . También, justificó
la esclavitud hereditaria que proveía la mano de obra agrícola, en
especial en los latifundios algodoneros del sur, ya estrechamente
integrados a la pujante industria textil inglesa. De manera simul-
tánea, la reducción de indígenas, africanos y mexicanos al estatus
subordinado de otros reflejó y consolidó el valor de la propiedad pri-
vada, fuera en forma de territorio o de cuerpos humanos, como valor
primordial de la naciente sociedad estadounidense, ya firmemente
arraigada en la economía del mercado.
La otredad también dio amparo a una propuesta sociocultu-
ral más amplia, dotándola de un sentido de misión civilizatoria
cristiana y occidental. Empezando en el siglo XVII, sustentó los
esfuerzos por evangelizar y occidentalizar a las poblaciones origi-
narias; luego se transformó en instrumento ideológico militar ante
la resistencia indígena y defensa de sus tierras. Asentada en esque-
mas binarios, edificada más y más en esquemas racistas, la otredad

214
Legados de raza y conquista en la formación de la frontera

se fue erigiendo sobre el antagonismo, la amenaza, la defensa y el


ataque, donde los otros representaban un peligro para el desarrollo
de la joven nación.
De esta manera, la otredad, de la mano con el anglosajonismo,
constituyó un aporte ideológico que reforzó los lazos internos de
la nación que, en las décadas posteriores a la independencia, pare-
cían desgajarse ante las fuerzas centrífugas propias de su particular
historia. Ayudó a unificar al país cuando parecía ceder su unión
ante las crisis económicas y las múltiples fracciones y divisiones
que constituían la nación, entre ellas: las contiendas alrededor de la
esclavitud, las desigualdades de clase, los desequilibrios regionales
y las distinciones urbanas y rurales, entre otras.
El conflicto con México y la anexión del territorio mexicano
desplazaron las tensiones. En el sentido más obvio, extender
los límites geográficos trajo una gran riqueza natural a Estados
Unidos. De igual manera, cimentó una de las aspiraciones atávi-
cas de los primeros y subsecuentes gobernantes: la extensión territorial
del país al océano Pacífico. A la vez, la construcción de la otredad
mexicana, fincada en previas configuraciones del otro, consolidó
la jerarquía racial dominante y, al final, la imaginada superioridad
angloamericana. De esta forma, aportaría un elemento más al lla-
mado excepcionalismo estadounidense, que jugaría un papel singu-
lar en los esfuerzos por consolidar la nación.
No menos importante, las guerras de Texas y de 1846-1848
reposicionaron a Estados Unidos dentro del conjunto de Estados
nacionales europeos y, de manera especial, ante Gran Bretaña.
Dado el escenario de la expansión imperial europea, la guerra de
Estados Unidos contra México –una guerra de conquista– ref lejó
y siguió el patrón de las grandes potencias imperiales y capitalistas.
Por otro lado, al librar la guerra y la anexión de tanto territorio,
Estados Unidos dio un paso más hacia la paridad con sus congé-
neres europeos, especialmente los ingleses; su punto de referencia y
comparación histórica y, de alguna manera, el modelo que aspiraba
seguir. Así, con la anexión, el país empezó a dejar atrás su pasado

215
Olivia T. Ruiz Marrujo

de súbdito colonial, de estatus subalterno y dependiente de Gran


Bretaña. El hecho desataría un impulso imperial que a finales del
siglo XIX llevaría a la guerra con España y la anexión de Filipinas,
Puerto Rico, Hawái y Guam.
Al mismo tiempo, la apropiación de más de la mitad del
territorio mexicano trajo un costo para la nación. La anexión
resaltó divisiones internas, cada vez más evidentes a mediados
de siglo, especialmente en torno al latifundismo y a la mano de
obra esclava en el sur del país. En debates sobre si se debiera o
no permitir la esclavitud en territorios anexados, se profundizó
una de las contiendas más amenazantes para la futura integridad
y unión del país. Así, la anexión también resaltó, profundizó y
aceleró la erupción de una de las más atrincheradas contradiccio-
nes del modelo de desarrollo. El registro histórico lo demuestra:
13 años después de la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo se
desencadenó la guerra civil que casi deshizo la nación.
No menos consecuente fue la carga moral que dejó la inva-
sión bajo falsas pretensiones de un país vecino y soberano y la
apropiación de más de la mitad de su territorio. El reclamo de
Abraham Lincoln (1848) ante el Congreso fue sagaz y previsor
al señalar la deuda moral y las consecuencias que implicaba esa
corrupta victoria. Refiriéndose al presidente Polk declaró: «He is
deeply conscious of being in the wrong; that he feels the blood of
this war, like the blood of Abel, is crying to heaven against him».
La llaga permanecería a lo largo del tiempo, de forma consciente
e inconsciente, materializada en la presencia mexicana en tierras
que antes habían pertenecido a México. La inmigración del sur
de la frontera sería otra secuela y otro recuerdo de esa historia.

216
Legados de raza y conquista en la formación de la frontera

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219
Unos bocaditos de las hegemonías de lenguajes y
sus descontentos desde 1540 al presente en la región
transfronteriza del suroeste de Norteamérica
Carlos G. Vélez-Ibáñez1

Introducción

Este breve trabajo fue creado como tributo al aniversario de los 80


años de la fundación de la Sociedad Mexicana de Antropología
(SMA). Tuve la fortuna de acercarme a la antropología social mexi-
cana por medio de Ángel Palerm y su gran colega Eric R. Wolf. Las
interacciones con ellos y Larissa Lomnitz, en varios seminarios y
visitas, fueron de gran influencia en mi trabajo inicial en Ciudad
Netzahualcóyotl, Izcalli, Estado de México. Así mismo, desarrollé
mis intereses tanto teóricos como aplicados, en parte, guiados por
estos magníficos antropólogos.
Compartiré aquí unos bocaditos de mi trabajo sobre métodos,
modos y medios por los cuales las hegemonías de lenguaje inten-
taron imponerse desde la Colonia hasta el presente en esto que
puede caracterizarse como la región transfronteriza del suroeste de
Norteamérica. Igualmente, el trabajo presenta un poco de los arcos
de descontento expresado por las poblaciones afectadas durante los
últimos 500 años. Solamente se mecionarán algunos aspectos de
este largo proceso. En mi libro desarrollo ampliamente la compleji-
dad y las contradicciones de todos estos procesos.2

Conferencia magistral: 80 aniversario de la Sociedad Mexicana de Antropología.


1 

Editado el 28 de enero de 2019.


2 
Este ensayo, en parte, es una traducción de mi libro Hegemonies of Language
and their Discontents: The Southwest North American Region Since 1540 (Vélez-
Ibáñez, 2017).
[ 221 ]
Carlos G. Vélez-Ibáñez

El presente ensayo continua con temas narrativos. En primer


lugar, aspectos de comunicación prehispánicos y prácticas de las múl-
tiples cabezas coloniales. Después, reacciones y descontentos hacia la
Colonia, la revolución de los pueblos, uso jurídico y documentos de
fulcro. Por último, la bifurcación de la región, nuevas hegemonías
del norte y sus descontentos, así como la vida cotidiana transfronte-
riza. Además, como base metodológica, cuenta con fuentes y archi-
vos históricos desde documentos originales de la Colonia del siglo
XVIII hasta materiales contemporáneas publicados por académicos
en Estados Unidos y México. Las historias orales pretenden crear
un ambiente más cercano a la realidad cotidiana de los sujetos
presentados y utilizan imágenes para estimular al lector a conside-
rar aspectos ocultos no obvios a primera visita. A continuación se
puede observar la fotografía 1, la cual representa muchos aspectos
de estos procesos. El monumento fue creado hace muy poco para el
Santuario de Chimayo, en Nuevo México, Estados Unidos.

Fotografía 1. Tres culturas. Santuario de Chimayo, en Nuevo


México, Estados Unidos

Fuente: Carlos G. Vélez-Ibáñez, Estados Unidos, 2015.

222
Unos bocaditos de las hegemonías de lenguajes y sus descontentos

No hay que ser sabio para darse cuenta de los aspectos de la


hegemonía congelados en el monumento de las Tres culturas, el
cual refleja cómo la hegemonía se representa inocentemente como
si fuera algo neutral. Por ejemplo, se puede ver la representación de
un indígena medio comprimido con los brazos abiertos aceptando la
palabra del lector, y a la derecha la figura hispana-mexicana some-
tiéndose al poder del lector, la cual se está cubriendo la cara con las
manos en vergüenza o en éxtasis. Por último, se ve la figura parada,
vestida al estilo cowboy. Esta última como figura central del monu-
mento, se encuentra leyendo la palabra mítica; además, es la única
que tiene una silla para sentarse. Cada una ha sido configurada de
tal manera que el cowboy anglo es la figura más alta, y el indígena,
a pesar de que está parado, es el de más baja estatura. Sin embargo,
el indígena está en una posición más alta que el hispano-mexi-
cano, quien está hincado. El monumento, presentado como algo
inocente, fue creado por un escultor mexicano en Chihuahua,
y patrocinado por el pastor español del santuario de Chimayo.
En particular, el monumento parece algo normal y aceptado con
armonía y gratitud de compartir la palabra anglosajona.
El monumento expresa, en acción, la transmisión de la palabra
inglesa, la cual intenta reflejar una escena natural, pero realmente
cada representación está colocada en un arreglo desigual. En rea-
lidad, el monumento es una representación de cientos de años de
hegemonía lingüística distribuida en esos territorios. Cabe mencio­
nar que, si este monumento se hubiera construido unos años antes
de la bifurcación de la región, quizá el hispano-mexicano sería el
lector de la palabra, aunque el indígena seguiría igual –de baja esta­
tura–. Además, como todos los imperios, sabemos que una práctica
mesoamericana de los indígenas fue quemar los códices de otros
para imponer una nueva palabra legítima del nuevo régimen. Es
preciso destacar que el monumento no incluyó una figura afromes-
tiza, dicha ausencia quizá se debe a la falta de conocimiento, tanto
del escultor, como del pastor, sobre esta comunidad.

223
Carlos G. Vélez-Ibáñez

En parte, este monumento de piedra mítica contribuye a


enmascarar las historias escondidas de tantas poblaciones que Wolf
(1983, 2010) elocuentemente ha mencionado, como la negación de
la hegemonía hacia las comunidades indígenas, la ridiculización
por la creación de caricaturas de las poblaciones conquistadas,
el proceso de demonización y, finalmente, el uso de estereotipos
negativos de conducta e ideologías inferiores. Wolf (1983, 2010)
apunta que los conquistadores consideraban que las poblaciones
indígenas no tenían historia. Desde mi punto de vista, extirpar los
idiomas de las poblaciones indígenas contribuye enormemente a
borrar las historias de estas comunidades. Por lo tanto, el remedio
no solamente consiste en recuperar esas historias, sino también, y
aún más importante, indagar en el proceso histórico y lingüístico,
y cómo éste fue y es impactado por la hegemonía.
Desde un punto de vista teórico acerca de los procesos de
hegemonía, estoy básicamente de acuerdo con William Roseberry
(1994), quien propone que la idea de hegemonías se presenta no
sólo para entender el consentimiento hacia las hegemonías y sus
mecanismos, sino también como lucha contra éstas. Por ejemplo,
las poblaciones subordinadas usaban palabras, imágenes, simbo-
lismos, formas, organizaciones, instituciones y movimientos para
entender, confrontar, y resistir su dominación.
Se puede hablar de hegemonías y descontentos no como
fenómenos singulares u homogéneos, sino como arcos de repre-
sión y contestación distribuidos y reflejados imperfectamente
pero no replicados. Éstos se distribuyen sobre espacios, pobla-
ciones, y a través de los tiempos como arcos de desigualdad de
represión; pero imperfectos, llenos de contradicciones y niveles
de problemáticas construidos en el transcurso del tiempo. Así
mismo, las poblaciones subalternadas toman ventaja de éstos en
una variedad de descontentos también imperfectos, expresando,
por ejemplo, sus reacciones hacia la hegemonía que, pese a que
inició hace 500 años, aún se refleja en toda la región en diferen-
tes modos y medios.

224
Unos bocaditos de las hegemonías de lenguajes y sus descontentos

Es imposible detallar estos procesos en este espacio, así que me


enfocaré en tres temas que nos llevan desde el período Prehispánico
hasta más o menos el presente; también, me concentraré en la
región del suroeste de Norteamérica. Véase el mapa 1 para observar
las dos representaciones de esta región: la primera ecológica y la
segunda básicamente económica e histórica.

Mapa 1. Regiones ecológicas transfronterizas del


suroeste de Norteamérica

Sonoran Desert Western Gulf


Coastal Plain
Chihuahuan Desert
Southern Texas Plains/
California Coastal Interior Plains and Hills
Sage, Chaparal, with Xerophytic Shrub
and Oak Woodlands and Oak Forest

Madrean Border Environmental


Archipelago Health Initiative Regions

Fuente: Elaboración propia con base en USEG/El Colef (2020).

El mapa 1 representa una región ecológica más grande que las


naciones europeas como Italia, Alemania, Francia, España, Bélica,
y los Países Bajos. La región fue habitada durante miles de años y
por miles de naciones y tribus indígenas de una diversidad enorme.
Durante el transcurso del tiempo, aparecieron y se borraron modos
de producción, incluyendo sistemas hidráulicos complejos, y surgie-
ron pueblos agrícolas como los del río Bravo hasta cazadores de Texas.

225
Carlos G. Vélez-Ibáñez

Cabe mencionar que esta región siempre fue de constante flujo,


migraciones, conflictos, intercambios, comercio y guerras prehis-
pánicas. La penetración del Imperio español, desde el siglo XVI,
impactó radicalmente la región, pero de manera imperfecta. La
imperfección de la hegemonía, en general, es consecuencia de las
contradicciones políticas y culturales del imperio mismo, así como
de la expresión de descontento de los afectados. Específicamente,
nuestra narrativa se centra en la hegemonía del lenguaje y cómo
se estableció imperfectamente. Para ello, se tiene que observar la
hegemonía del lenguaje dentro de la complejidad de los medios de
comunicación prehispánicos.

Aspectos de comunicación prehispánicos y las prácticas de las


múltiples cabezas coloniales

La variedad lingüística, las interacciones de comercio y las redadas


de reclutamiento crearon una región muy diversa en términos de len­
guas y fuentes de comunicación. Por ejemplo, una de las familias
de lenguas era el uta azteca, la cual tiene un rango desde California
hasta América Central y está compuesta por ocho subfamilias. En
total, había un mínimo de 16 idiomas, cada uno con diferentes
variedades (Shaul, 2014; Spicer, 1962). Debido a que existía una
diversidad de espacios ecológicos y modos de producción, así como
de comunidades de tribus y bandas, centros ceremoniales y comer-
cios de corta y larga distancia, las interacciones entre las poblaciones
se caracterizaban por intercambios, redadas, guerras, cooperación
y conflicto. La variedad de conflictos existentes sobre los recursos y
espacios se caracterizaban más como ataques rápidos, y no guerras
de eliminación que también ocurrían en la región de Abiquiu, en
Nuevo México, entre comanches y pueblos, o entre navajos y hopis.
A pesar de los conflictos, estas poblaciones también participaban
en ferias de intercambio y la mayoría de las poblaciones era bilingüe.
Kino, en Sonora, dice que los opas (opatas) y los cocomaricopa

226
Unos bocaditos de las hegemonías de lenguajes y sus descontentos

–quienes hablaban idiomas diferentes– tenían gente en su comuni­


dad que hablaba los dos idiomas. Incluso, el jefe de una de las pobla­
ciones se podía comunicar en ambos idiomas (Kino y Bolton, 1919).
A mediados del siglo XVI, los exploradores transitaron por
Sinaloa y la parte sur de Sonora. Durante ese tiempo tuvieron
contacto con gente que hablaba varios idiomas. Algunos de estos
idiomas estaban relacionados con el náhuatl, el cual se usaba
hasta el norte de Mazatlán. En 1540, Francisco de Coronado
llevó 2 000 indios amigos, de los cuales 800 eran guerreros, por-
teros y esclavos que hablaban el náhuatl característico del centro
de México. Además, 500 eran de Jalisco, Nayarit y Sinaloa, y
los demás eran de otras partes de la región. La comunicación
entre las diversas poblaciones llevó al contacto entre las dife-
rentes variedades del náhuatl. No obstante, el bilingüismo, se
usaba un idioma como lengua franca. Cabeza de Vaca describe el
lenguaje que sus compañeros indígenas hablaban y dominaban
como primahuaitu. Él afirmó que, por su largo camino –antes
de llegar a Culiacán, Sinaloa–, este lenguaje se hablaba en las
últimas 400 leguas de su jornada, que abarcan una distancia de
1 920 kilómetros. Se cree que primahuaitu era el idioma pima
(Riley, 1971).
También los indígenas de Nuevo México y Texas usaban la
lengua de señas, la cual se había desarrollado desde Canadá hasta el
sur de Texas y el norte de Nuevo México. En su diario, fray Gaspar
José de Solís escribió que muchos diferentes grupos se congrega-
ban cerca del río Brazos, y no podían comunicarse oralmente; pero
durante días enteros usaban la lengua de señas. Además, la pri-
mera responsabilidad del misionero franciscano era aprender esta
lengua. Lo curioso es que en una conversación con un amigo hopi
–recientemente mientras desayunábamos en un McDonald’s–, este
me comentó que él y sus bailadores de la katsinas todavía man-
tienen la lengua de señas de sus antepasados, y no usan la lengua

227
Carlos G. Vélez-Ibáñez

moderna de señas en inglés o en español (Silas, comunicación


personal, 2016).3
Lo más interesante y también complicado de la comunicación
y las prácticas prehispánicas fue el telégrafo de humo que usaban
en la región y en dos confederaciones en Sonora. Riley (1971) men-
ciona que estas dos confederaciones controlaban segmentos de los
sistemas de ríos y valles de Sonora, Moctezuma, Yaqui y Bavispe.
Estos pequeños estados, agresivos y conflictivos, estaban estratifi-
cados en pueblos semiurbanos de cientos de hogares, que crearon
un sistema de telégrafo, el cual fue descrito por Baltasar Obregón
en su Memoria histórica de 1584:

Esta liga y alianza se comunicaban por medio de mensajeros


y columnas de humo altas. La noticia de la batalla de Senora
[Sonora] contra la Confederación del Norte se comunicó en 300
leguas y llegó a Cinaro dentro de dos días [...] por la interven-
ción del diablo o por señales de humo. Esto es más probable
porque los naturales gastan horas comunicándose unos con los
otros, de pueblo a pueblo, y de provincia a provincia. Así que
usar estas señales y mensajes, las noticias llegaron a Cinaro, 300
leguas de lejos de Sahuaripa en dos días (Riley, 1971, p. 288).

Doscientos años después, Silvestre Vélez-Escalante describió


algo semejante cuando exploró lo que hoy es Utah (Warner, 1995).
Además de comunicarse con cordones de maguey con nudos indi-
cando tiempo y enumeración, el bilingüismo, la lengua franca, las
señas y el telégrafo de humo reflejan una región compleja y compli-
cada. Así mismo, evidencian también la diversidad y la dinámica de
su ecología, economía, organizaciones sociales, ideologías y patro-
nes cognitivos. La Colonia española que llegó encontró una región
con esta historia compleja y una variedad de bandas, pueblos, tribus
y grupos que tenían una diversidad de habilidades complicadas.
También hallaron rasgos de sistemas de riego de centros complejos,

Entrevista con Delbert Silas, sacerdote hopi, en Fountain Hills, Arizona.


3 

228
Unos bocaditos de las hegemonías de lenguajes y sus descontentos

como los de Paquimé, en Chihuahua, los hohokam de Sonora, el


gran centro de astronomía de Mesa Verde, el magnífico Canyon de
Chaco y también otras poblaciones que se habían desparramado a
los alrededores por razones tanto ecológicas como demográficas. Sin
embargo, esta complejidad fue problematizada por la hegemonía
colonial y por su deseo de tener control y poder. Así que la Colonia
justificó su dominio por medio de mitos religiosos, impuso su poder
por la fuerza y con violencia militar y exigió el uso del castellano
como la única forma de comunicación.

Reacciones y descontentos de la Colonia: la revolución de los


pueblos, uso jurídico, documentos de fulcro

La Colonia declaró su control en el territorio e impuso su lenguaje


y cultura híbridos como los dominantes. La política de la Colonia
se expresó a través de tres medios simbólicos y actuales: la pluma,
la espada y la cruz. Cabe mencionar que su dominio no se consi-
guió sin múltiples modos de descontento, los cuales se explicarán
a continuación.
En 1492 se entrega a la reina Isabel la Católica la primera publi-
cación de la Gramática castellana. Su autor, Antonio de Nebrija,
describe en su prólogo que cuando se la presentó al obispo de Ávila
lo interrumpió y dijo:

Pronto su majestad [la reina Isabel] pondrá su yugo sobre muchos


de los bárbaros que hablan lenguas sin sentido. Pero con su vic-
toria, estos pueblos tendrán una nueva necesidad; la necesidad
de las leyes que el Víctor le debe al vencido, y la necesidad que
tendrá de nuestra lengua. Esta gramática servirá para compar-
tirles nuestra lengua castellana, como nosotros hemos usado la
gramática para instruir nuestros niños (De Nebrija, 1492, s. p.).

Y, estratégicamente, la Colonia formó guías de hegemonía


desarrolladas en 1573 en las ordenanzas de descubrimiento, ley 15:

229
Carlos G. Vélez-Ibáñez

Trate de traer a algunos indios para los intérpretes a los lugares que
usted va, donde usted piensa que será el más apropiado […] Árido
por medio de dichos intérpretes […] hablar con los de la tierra, y
tener pláticas y conversaciones con ellos, tratando de entender sus
costumbres, la calidad y el modo de vida del pueblo de esa tierra,
y dispersarse, informándose sobre la religión [que] ellos tienen… si
tienen algún tipo de doctrina o forma de escritura; cómo gobier-
nan y gobernarse a sí mismos, si tienen reyes y si son elegidos
como en una república o por linaje; qué impuestos y tributo dan
y pagan y de qué manera a qué personas […] Uno de esta manera
usted sabrá si hay cualquier tipo de piedras, cosas preciosas como
las que son estimadas en nuestro reino (Vélez-Ibáñez, 2017, p. 42).

No pretendo desarrollar toda la política de idioma de la Colonia,


pero básicamente el español era el instrumento más importante para
imponer el lenguaje por los misioneros jesuitas, franciscanos y domi-
nicanos. Estos misioneros aprendían los idiomas con el interés de
adoctrinar mejor a los indígenas y, al mismo tiempo, usar el lenguaje
para imponer el castellano como idioma único. Sin embargo, uno
de los instrumentos más importantes fueron los traductores indí-
genas, quienes hablaban náhuatl en su mayoría. Estos indígenas,
algunos tlaxcaltecos, se habían quedado con los pueblos después
de la entrada de Coronado en 1540, y antes de Oñate durante la
expedición de Sánchez, el Chamuscado, en 1581. Al año de haber
aprendido el idioma y de entender cómo funcionaba el sistema
local, se convertían en traductores de Oñate.
Por ejemplo, la expedición a Santo Domingo (Nuevo México)
estaba conformada por Oñate, varios frailes, sus capitanes y sol-
dados españoles y tlaxcaltecas, y tres intérpretes. Uno de los intér-
pretes hablaba náhuatl. Dos de los traductores se quedaban con la
expedición de Sánchez: «don Tomás» y «don Cristóbal». Después de
satisfacer todas las formalidades, estos traductores fueron nombra-
dos diputados. Oñate exigió que toda comunicación fuera traducida
entre español y náhuatl y keres. La ironía es que no hubo respuestas
de keres al náhuatl y al castellano (Vélez-Ibáñez, 2017).

230
Unos bocaditos de las hegemonías de lenguajes y sus descontentos

Durante los próximos 300 años, varias regiones del suroeste de


Norteamérica pasaron por situaciones similares donde se impuso el
lenguaje en múltiples modos por la misión, autoridades del imperio
y, claro, por el militar español. Pero lo más importante es recalcar
lo frágil de este esfuerzo, porque no establecieron escuelas conti-
nuas, sino simplemente crearon escuelas en las misiones, lo cual
tuvo un efecto limitado, porque muchos indígenas vivían en sitios
diversos como desiertos, valles, montañas, planes y rancherías dis-
persas; menos los pueblos semiurbanos. Y cuanto más lejos de las
misiones menos efecto tenía en las comunidades indígenas. Con
todo esto y las reducciones de bandas nómadas, el esfuerzo lingüís-
tico básicamente cayó en oídos sordos, excepto en las misiones. El
nivel de imposición se limitaba al catolicismo, pero su impacto con
un rango entre fuerte y débil fue distribuido. Sin embargo, los jefes
y capitanes de los pueblos fueron los más afectados, porque en sus
manos recaía la responsabilidad de servir a sus pueblos y de lidiar
con las autoridades imperiales.
Además, y de suma importancia, fueron las interacciones de las
poblaciones indígenas con los mestizos en los pueblos mezclados.
Estos pueblos fueron creados por la minería y también para alejar a
las personas con enfermedades y plagas, y así evitar que contagia-
ran a otras comunidades y a las misiones.
El descontento hacia la Colonia se expresó en un arco de com-
portamientos como revolución, rechazo, integración, hibridismo y el
uso del sistema legal contra el Imperio mismo. De los muchos ejem-
plos que hay, comparto dos extremistas: Pfefferkorn en el siglo XVIII
describe la interacción de los pimas de Sonora con las misiones:

[A] Los sonorenses no les gustaba hablar el idioma castellano y


eso que lo aprendieron bien por las relaciones con los españoles,
quienes vivían entre ellos. Cuando se les pregunta en castellano,
ellos contestan en su idioma. Muy raramente se les convencía
responder en castellano. Siempre respondían en su idioma pese
a que sabían que la persona con quien estaban hablando no
entendía una palabra de su idioma. Las personas que fueron

231
Carlos G. Vélez-Ibáñez

criadas en las casas de los misioneros, preferían usar el caste-


llano, pero pretendían que se les olvidaba el castellano cuando
tenían que confesarse (Vélez-Ibáñez, 2017, p. 65).

En el otro extremo se encuentran las acciones e instrucciones


de Pope durante la revolución de los pueblos de 1680. La revolución
intentaba borrar totalmente la presencia cultural, lingüística, reli-
giosa, civil y administrativa de Nuevo México. Existen muy pocos
de los documentos originales realizados entre 1586 y 1680, debido a
su destrucción en quemazones, y los que existen en su mayoría son
copias de los originales que se rescataron de las fuentes bibliotecarias
de España y México. Los miles de documentos de bautizo, confir-
mación, comunión, reglas oficiales, cartas, comunicaciones con el
imperio, libros, títulos de terrenos, recibos y documentos legales
fueron destruidos en las llamas durante la revolución de los pueblos.
Una de las muchas reglas instituidas por Pope fue la abolición
del castellano. Los pueblos recibieron instrucciones de borrar los
nombres adquiridos en el bautizo, nunca mencionar los dioses cris-
tianos ni sus santos; y, lo más importante, nunca enseñar el idioma
castellano. Además, cada pueblo tenía que quemar todas las semillas
que sembraban los españoles y cosechar maíz y frijoles, que eran las
cosechas originales de sus ancestros (Vélez-Ibáñez, 2017).
Todo esto fue sellado por la muerte de 400 colonos, el despojo
de las misiones y la expulsión de 2 000 colonos a El Paso del Norte.
De todas las familias expulsadas, sólo 43 regresaron; las otras 138
que entraron se identificaron no como españoles, sino como españoles
mexicanos o mexicanos españoles o vecinos mexicanos, porque eran del
valle de México y de Zacatecas (Bowden, 2004-2017). Lo curioso es
que México como provincia no existía y se conocía como la Nueva
España. En 1693, el reconquistador De Vargas inició la referencia
de español mexicano o mexicano español o vecino mexicano. Esta
nueva invasión también cambió las relaciones entre los pueblos y
los nuevos colonos, los misioneros y las autoridades civiles imperia-
les. Se eliminó tanto el repartimiento en torno a la labor indígena

232
Unos bocaditos de las hegemonías de lenguajes y sus descontentos

como la encomienda y los abusos de los encomenderos. Estos datos


sirven para corregir un tipo de esencialismo que hasta el momento
marca a Nuevo México como si fuera la fuente de la pureza de sangre
española, y niega la historia verdadera de la influencia de la Nueva
España, el valle de México y sus antepasados.
Tales cambios se notan, por ejemplo, en el uso del sistema
legal del Imperio por los indígenas, quienes usaron el sistema de
peticiones para expresar sus descontentos. Por ejemplo, el grupo
de genízaros presentó una petición al gobernador Vélez-Cachupin
en 1733. Lo más interesante es que este documento indica maes-
tría del idioma, y no la de un oficial español intermedio como era
común. El grupo firmó la petición como los genízaros, una identi-
dad común de los indígenas desplazados por la guerra, la esclavitud
y los impactos de enfermedades a sus grupos originales. Aquí se
presentan las últimas dos páginas de la petición en mano original y
reescrito (fotografía 2).

Fotografía 2. Petición de los genízaros en 1733, Santa Fe, Nuevo


México, Nueva España

Fuente: Tomado de Vélez-Ibáñez (2017, pp. 261-262).

233
Carlos G. Vélez-Ibáñez

Nro. Sr y Padre. y que goso la Regia Authoridad para el Gobierno


militar, y Politico de este Reino, el que nos agregase a los Pueblos
de Yndios Christianos, que componen este distrito, no queremos
pedirlo, considerando la Renuencia, y mala inclinación de dichos
Yndios, pues despues de tantos años de Doctrina, y predicacion
Evangelica, en lugar de ir a mas, cada dia ban a menos, hallandose
como se hallan, entre ello cada dia, mucho idolatras y hechizeros; y
asi por no contaminarnos, con tan Pestilencia al [Docma], y cos-
trumbres Perversas assi Nossotros, con Nuestros hijos, pedimos
a la Grandeza de Vsa sea mui servido, de Asignarnos por Pueblo,
para Nuestra manutención, y bien estar el Pueblo, que llamando
Sandia, puesto que al Pressente se halla, como se ve despoblado,
y yermo; lo qual demas de ser conbeniencia para nossotros, lo es
tanbien para el Reino pues siendo una frontera, y Puerta de los
Enemigos Apaches, conseguirse ha con esto, el que se les estorbe
la entrada, y assi mesmo que con las continuas Recorridurias de
Tierra que nosotros haremos, esplorando sus huellas, no tan facil,
y libre les sera elvenir a sus hurtos, Asaltos, y homicidios; pues
aiudados nossotros, de los Espanoles sercanos de Alburquerque,
nos hacemos un muro fuerte, para Resistirse su deprabado intento.
Y por que para la determinación de Vsa discurramos ser necesario, el
que sepa el Numero de que dichos Genizaros nos componemos,
decimos ser mas de siento las familias, que están dispersas por
todo el reino. Assi en los Pueblos de Yndios, como en lugares
de españoles. Y no es Nstra intención que en esto se intrometan
los criados de Españoles, que por derecho de haverlo rescatado y
tener como los hijos en sus casas deben servirles sino solos nos-
sotros, los que como hemos dicho nos hallamos desacomodados,
y dispersos. Por todo lo qual a Vsa volvemos a suplicar con todo
rrendimiento se ha mui servido de concedernos lo arriba dicho,
pues allí conviene al servicio, y agrado de ambas majestades y de
ser assi como esperamos de su fiel, y catholico pecho, agradece-
remos, se nos de el despacho, o orden en esta ocacion, para que
siendo, como es tan oportuno el tiempo de sembrar, y hacer casa
pasemos luego a hacerlo; y Juramos en debida forma este nuestro
escrito no ser de malicia, si por el motivo tan justo arriba dicho, y
en lo nessesario ettcetera. Los genizaros [rúbrica]. (Vélez-Ibáñez,
2017, pp. 261-262).

234
Unos bocaditos de las hegemonías de lenguajes y sus descontentos

También deben reconocerse los actos, comportamientos y


adaptaciones que resultaron en formas híbridas. Entre muchos
otros ejemplos se expresaron múltiples formas de los matachi-
nes: integraciones del español entre los idiomas indígenas y de
los idiomas indígenas en el español. Importantísima fue la famosa
rebelión de los pueblos en 1680, la cual prohibió el uso del espa-
ñol e insistió en borrar los nombres y apellidos impuestos por el
Imperio (Vélez-Ibáñez, 2017). Durante casi todos los siglos de la
presencia del Imperio, cientos de otras rebeliones surgieron por
toda la región del suroeste de Norteamérica. Lo importante es
entender que los procesos hegemónicos son distribuidos por arcos
de hegemonía llenos de contradicciones. Pero de un grado u otro
se tiene que reconocer que la amenaza presente siempre era la
violencia incrustada en las armas coloniales. Sin embargo, una vez
más, la dinámica fue reforzada por una nueva forma de hegemonía
después de 300 años de esfuerzo imperial. Ésta fue instalada por
la mano de la conquista norteamericana creando una nueva insta-
lación de contradicciones y arcos de imposición y de descontentos.

La bifurcación de la región: nuevas hegemonías del norte


y sus descontentos

No hay duda de que la fuente singular de la hegemonía del inglés fue


la instalación de los sistemas educativos después de 1848, ya que la
mayoría fueron dominados por esta lengua. La implementación del
sistema público en toda la región al norte de la frontera se basó –y
sigue así en muchas partes hasta el presente– en la premisa de que
el único modo de enseñanza tenía que ser el inglés, y el español se
categorizó como idioma extranjero después de 300 años de existen-
cia. Simultáneamente, todos los pueblos indígenas fueron forzados
dentro de la misma premisa y las dos poblaciones fueron objeto de
una política hegemónica que se proponía borrar idioma y cultura.
No obstante, los arcos de descontento en ambas poblaciones fueron
obvios y sutiles. Lo obvio fue –además de las rebeliones tempranas, y

235
Carlos G. Vélez-Ibáñez

más tarde en Texas, California y Nuevo México– un movimiento


inmenso en el desarrollo de los periódicos en el siglo XIX, los cua-
les incluían expresiones cotidianas en diferentes fuentes, idiomas,
formas y medios. Entre muchos ejemplos de creatividad y sus
descontentos, en el desarrollo de cientos de periódicos, es esencial
mencionar el antes y después de la bifurcación. Los periódicos eran
las fuentes de instrucción en el idioma que se leía todos los días en
diferentes formas y con una gran variedad de contenido de noticias,
defensas de derechos civiles, poesía, corridos, anuncios de difuntos
a matrimonios y la formación de asociaciones civiles que pedían
voluntarios para las fiestas patrias del cinco de mayo. Los periódicos
fueron fuentes tanto lingüísticas como culturales y políticas. El
número de periódicos bilingües y en castellano en cada estado era
enorme: Arizona, un total de 92 entre 1877-1950; California, 192
entre 1855-1950; Nuevo México, 357 entre 1844-1960; y Texas,
300 entre 1813-1950 (Vélez-Ibáñez, 2017).
Además, la creatividad de la población se expresaba mejor
directamente con la imposición del inglés. En la fotografía 3 se
puede observar un ejemplo de una adaptación a la realidad de las
necesidades del comercio de los nuevos americanos y los viejos utes.

Fotografía 3. Inglés-español-ute-español, de
José Agapito Olivas, 1860

Fuente: Tomada de Vélez-Ibáñez, González y Rosales (en prensa).

236
Unos bocaditos de las hegemonías de lenguajes y sus descontentos

Ésta es una primera versión de un diccionario local escrito en 1860


por José Agapito Olivas, que en su mayoría refleja cuestiones ecoló-
gicas como económicas y sociales (Vélez-Ibáñez, González y Rosales,
en prensa). La imposición también fue mucho más personal.
A continuación se presenta una memoria que refleja los procesos
transfronterizos lingüísticos y culturales que se fueron adaptando, y
también evidencia los descontentos hacia la imposición del inglés.
Solamente se presentará un bocadito de etnografía lingüística y de
los procesos de la imposición del inglés en la región del norte. Esta
memoria también sirve como un tablero cultural transfronterizo que
permite una comparación entre la idea cotidiana y la impuesta.

Una memoria de la complejidad real y ficticia de mi barrio4

Entré a la primaria de Government Heights a mediados de la


Segunda Guerra Mundial. La escuela estaba a seis cuadras de mi
casa en un barrio mezclado de comunidades mexicanas y anglosa-
jonas. Ya sabía hablar y leer en español e inglés, en parte por la ven-
taja de tener una hermana mayor de nueve años que era totalmente
bilingüe, y una madre que insistía leer en español. Yo conversaba en
español en la casa por la regla de mi padre, quien insistía que en la
calle nada más se hablaba inglés y español en la casa. (fotografía 4)
Además, había aprendido a escuchar las narrativas de mi padre
en español, como la de su hermano mayor, mi tío Lauro, quien
había fusilado a un coronel revolucionario cuando éste iba a cruzar
a Nogales, Arizona, huyendo de sus crímenes. El coronel asesinó al
compadre de mi tío Lauro, porque él no se quería dar de baja como
alcalde de su pueblo. Mi tío esperó al coronel en la cruzada, que
en ese entonces solamente estaba marcada por una línea pintada en
amarillo que separaba las dos naciones; lo confrontó y le dio un balazo
en la boca. El coronel cayó con la cabeza hacia el norte y su sangre
corrió en la misma dirección.

4 
Esta sección se ha añadido a la narrativa en parte originaria del libro ya
citado de Vélez Ibáñez (2017).

237
Carlos G. Vélez-Ibáñez

Fotografía 4. Los padres del autor: Luz Ibáñez Maxémin y


Adalberto Vélez García, 1929, Magdalena, Sonora

Fuente: Tomada de archivos de la familia Vélez y reproducida, 1929,


Magdalena, Sonora.

Claro que aprendí todos los días de mi madre, y de todas


las narrativas recuerdo la del patio de su casa en 1913 durante la
Revolución. Mi madre relató que su madre tapaba los huecos san-
grientos de los jóvenes que fallecían con sábanas de su cama. Refirió
que su padre, el coronel de caballería Julio Ibáñez Camarillo, murió
en la batalla de Parral, Chihuahua, donde fue herido gravemente
por un balazo explosivo en el estómago. Ella decía que su niñez
fue muy difícil hasta que halló refugio en Sonora con su hermana,
y después se enamoró de mi padre en un baile cuando él estaba de
visita en Tucson.
Durante los siguientes 50 años se dedicaron el uno al otro y a sus
hijos, a quienes criaron bilingües. Mi padre y mi madre se escribían
cartas bilingües, como se puede ver en una tarjeta de cumpleaños
entre mi madre y mi padre antes de que fuera común tener tarjetas en
español (fotografía 5).

238
Unos bocaditos de las hegemonías de lenguajes y sus descontentos

Fotografía 5. Tarjeta del autor, de su madre a su padre,


1971, Tucson, Arizona

Fuente: Tomada del archivo de la familia Vélez y reproducida, 1971,


Tucson, Arizona.

No es necesario analizar la estructura general del mensaje, en


la cual se refleja una estratificación de los dos idiomas, y se presenta
uno como más eficaz e importante. Así era nuestra vida bilingüe y
transfronteriza en nuestra casa, pero no en las escuelas.

La vida transfronteriza cultural y lingüística

Como se ha indicado, la regla era hablar español en la casa e inglés


en la calle, y eso lo hice especialmente con los niños que no eran
mexicanos sino irlandeses como Jackie Cox, judíos como Leonard
Zunin, y otros que eran una mezcla norteamericana del medio
oriente del país. Todos estos extranjeros se habían mudado a mi
barrio después de la Segunda Guerra Mundial. El pago de arrenda-
miento y la compra de casas eran mucho más baratos en mi barrio.
Pero la dinámica más interesante, además de pelearnos en la calle,
fue que ellos se mexicanizaron, y hasta hoy día cuando los veo
todavía me saludan con: «¡Hey, vato!»

239
Carlos G. Vélez-Ibáñez

Yo escuchaba los programas en la radio como Vamos a preten-


der en inglés, el cual era de fantasías, y durante la semana escu-
chaba otros de misterio como La Sombra y El Santuario Interno.
También escuchaba programas de comedia como Bob Hope, y
musicales como La parada musical. Este último era el favorito de
mi hermana mayor donde escuchaba jazz, swing, música cubana
y veracruzana; además, escuchaba música de compositores y can-
tantes como Agustín Lara, Jorge Negrete, Frank Sinatra y Bing
Crosby, y mucho más de la región transfronteriza.
Mi padre, para despertarnos y alistarnos para ir a la escuela,
ponía a las seis de la mañana la música de la voz bronca de don
Jacinto Orozco. En este programa de radio mi padre también escu-
chaba orquestas, grupos de música tropical, mariachis, y las voces
de los grandes como Chavela Vargas y Pedro Infante. Pero la fuente
más importante de comunicación fue, sin duda, el cine de las películas
mexicanas y estadounidenses. Los teatros estaban frente uno del
otro. En el Teatro Plaza pasaban las obras de María Félix y el Indio
Fernández como La cucaracha, y en el Teatro Lírico las actuaciones
de Ingrid Bergman y Humphrey Bogart en Casablanca.
Además de los medios, las interacciones diarias con mis cuates
gringuitos y mexicanos fueron clave en mi formación lingüística
y cultural. Por ejemplo, escuchaba los cuentos del viejo Tom Cox,
padre de mi cuate Jackie, quien nos contaba de su juventud en la
Primera Guerra Mundial, donde había sido herido por los crueles
gases mostaza. De él fue la primera vez que había escuchado el
acento irlandés mezclándose con las vocales del inglés. Así aprendí
de las luchas revolucionarias de ellos contra los ingleses desde los
siglos pasados, y cómo él había sido también combatiente el siglo
pasado después de que regresó de la primera guerra.
Lo importante de esto es que todos fueron fuentes lingüísticas
y culturales que funcionaron como los medios de comunicación en
ambos idiomas. Así mismo, los modismos del lenguaje en diferentes
dialectos formaron los estilos translingüísticos y transfronterizos
de muchos de nosotros en nuestras casas y comunidades, pero no
en las escuelas.
240
Unos bocaditos de las hegemonías de lenguajes y sus descontentos

La hegemonía de las escuelas y sus descontentos

A los cinco años fui ingresado a la escuela Government Heights,


que estaba a cinco cuadras de mi casa. A esa edad ya dominaba los
dos idiomas, incluyendo las versiones del cine y del viejo Tom Cox.
A pesar de ello, fui integrado a lo que se llamaba el 1C; el primer
año escolar pero designado con la letra C para niños mexicanos
nacidos en Tucson o en Veracruz. Allí no importaba el nivel lin-
güístico, a todos nos metían inicialmente si tenías apellido mexi-
cano hasta que una de las maestras notó que yo dominaba el inglés
y, además, podía leerlo y escribirlo hasta mejor que mis cuates
monolingües del inglés. Después de seis meses, me transfirieron a
las clases donde la mayoría de los niños no eran mexicanos.
A los niños mexicanos y a mí, nos castigaban en la clase, jalán-
donos el cabello y regañándonos cuando usábamos las palabras pro-
hibidas como adiós, cómo estás, bien, gracias, o cualquier palabra que
mis antepasados habían expresado cuando la región se llamaba la
Primeria Alta o Sonora, y no Arizona. El director de la escuela, un
tipo bien respetado por ser entrenador de béisbol, era un señor de
cutis rojo, nariz ancha y gorda como una bombilla de luz, que usaba
su juguete favorito para eliminar las palabras prohibidas. El juguete
era un bate de béisbol, lijado planamente desde el mango, pero con
agujeros. Los agujeros además de reducir el peso de su juguete tenían
la función de crear burbujas azules en la piel del niño cuando le
pegaban en el trasero. Así que a veces uno llegaba a la casa marcado
por los daños causados por el bate en forma de líneas geométricas.
Como respuesta de defensa, los niños inventamos el título de
la reina y rey del bateo, y la persona que recibiera el número más
alto de castigos semanalmente ganaba y era nombrado rey o reina.
Odiábamos contarlos, pero era un modo de escape temporal y, al
mismo tiempo, nos recordaba que era inútil y no podíamos resis-
tir más activamente. De hecho, había maestras que nos escondían
cuando pasaba el director en su cacería y nos ponían detrás de
sus cuerpos para ocultar nuestra presencia. Ellas nos daban aviso,

241
Carlos G. Vélez-Ibáñez

cuando en el recreo él estaba al acecho. En otras ocasiones, su asis-


tente, con el pelo chino como cola de cerdo, nos reportaba con el
director si nos encontraba riéndonos o platicando en español. Creo
que la razón de que no nos convirtiéramos en racistas fue por el
ejemplo de las maestras de proteger a los inocentes, y por eso siem-
pre les mostramos respeto y admiración a nuestras protectoras.
A mi hermana Lucy le cambiaron el nombre por uno más ame-
ricano. Su nombre era Luz de Socorro, un nombre profundamente
religioso, pero para evitar problemas de pronunciación de muchos,
sin querer ni pedirlo, se le cambió casi como magia. No fue hasta
años después que supe su verdadero nombre. Cuando le dije a mi
padre que querían cambiar mi nombre por Charlie, pareció que
esta petición fue el último insulto para este sonorense: se los prohi-
bió y los amenazó. Sin embargo, él nunca hizo nada para evitar las
palizas, jaladas de cabello, o los castigos donde nos forzaban a estar
en una esquina cuando usábamos las palabras prohibidas; porque
nunca le dije de esto, ya que pensaba que era natural. Se lo conté
hasta muchos años después, y se le salieron las lágrimas.
Desafortunadamente, los castigos por el uso del español no fueron
lo único que ocurrió en mi comunidad. La literatura no ficticia está
llena de ejemplos del maltrato a niños que se usaban para imponer el
inglés. Por ejemplo, Zamora (2009) nos cuenta que en Nuevo México:

Una tarde una muchachita huera se sentó conmigo en los esca-


lones de la cafetería. Ella nomás habla inglés y yo español. Por
casualidad, nos hicimos buenas amigas. Nosotros jugamos y
corremos con los otros niños. Para la función de navidad, yo he
aprendido muchas [palabras en] inglés gracias a Hildegard. La
señorita McCarthy me sacó el español de mi ser y lo hacía jalán-
dome mis trenzas y pegando mi cara contra el escritorio. Yo
aprendí muy pronto a bajar mi cara antes del golpe del escritorio
y usar palabras en inglés (p. 80).

Zamora concluye diciendo que la maestra era amable menos


cuando usabas español. Este tipo de castigo corporal era normal,

242
Unos bocaditos de las hegemonías de lenguajes y sus descontentos

y era aún peor para los indígenas del norte de la región. Miles de
indígenas fueron internados en escuelas dirigidas por comandantes
militares. La meta de las escuelas era borrar cualquier aspecto cul-
tural de los estudiantes, desde el modo de peinarse hasta la manera
de vestirse. Los estudiantes indígenas tenían que vestirse al estilo
militar y se les prohibía usar su lenguaje.
Chester Nez es uno de los miembros originales de los famosos
navajo code talkers de la infantería marina en la Segunda Guerra
Mundial. Los navajo code talkers confundieron totalmente a los
japoneses usando lenguaje navajo para mandar mensajes de guerra.
En la fotografía 6 se encontrarán unas imágenes de Chester Nez.

Fotografía 6. Chester Nez, el último de los navajo code talkers


de la Segunda Guerra Mundial

Fuente: Tomada de Stapleton y Carter (2014).

Chester Nez describió el modo de enseñanza y pedagogía nor-


teamericana que usaron para que aprendiera inglés en la famosa
escuela de Carlisle:

243
Carlos G. Vélez-Ibáñez

Las preguntas comenzaron. La maestra escribió yes o no en el


pizarrón pidiéndoles a los estudiantes que seleccionaran uno
o el otro para cada respuesta. Nosotros los niños escucha-
mos, desesperados de querer construir el sentido de lo que
decía la maestra. Yo cerré mis labios juntos. En otros días no
contestaba las respuestas. Cualquier persona que respondía
incorrectamente lo castigaban. Era más seguro no contestar,
no ser sobresaliente. Pero la maestra me llamó. Yo dije: «Yes»,
estando seguro que fue correcto. Sus ojos se cerraron en rajas
y me pegó con la regla en la mano. Dijo: «Chester Nez, la
respuesta correcta es “No” ven para acá». Puse mi cabeza para
abajo, caminé despacito para el frente de la clase. Mientras los
otros estudiantes se quedaban callados, me golpeó sobre mis
hombros con la regla. «No duele tanto», me dije, cerrando
los ojos. Pero yo sabía que era mal humillar a una persona en
frente de sus compañeros (Nez y Ávila, 2011, p. 57).

No discutiré por límites de espacio, pero el mismo modelo


militar se estableció en México después de la Revolución. Las con-
secuencias aún afectan a muchos de los grupos indígenas de dife-
rentes generaciones.
Pero lo que sí se tiene que entender es que, detrás de estos maltratos
hacia las dos poblaciones en el norte de la región, se establecieron
grandes sistemas educativos que usaban pruebas de inteligencia y
capacidad en inglés estratégicamente para encerrar a las dos pobla-
ciones dentro de un cuadro limitado intelectual y lingüístico. Estos
hechos representan, a nivel local, la política masiva de desigualdad de
la región transfronteriza y refuerzan su economía política. Esta
desigualdad normativa se transmite como normal, comenzando
por cómo se estructuran los idiomas en escalas de desigualdad
inglés/superior y español/inferior. Esta escala fue establecida por
estudios en las ciencias educativas y sociales durante la época del
siglo XX temprano.

244
Unos bocaditos de las hegemonías de lenguajes y sus descontentos

Estudios eugenésicos y la maquinaria académica y sus descontentos

Ligados y apoyados por estudios eugenésicos, la maquinaria de la


academia estadounidense creó una industria de pruebas que con-
firmaban la falta de inteligencia o de culturas inferiores y limitadas
en los niños de origen mexicano y también indígena.
Los estudios realizados entre 1919 y 1930 concluyeron que la
raza blanca era superior a la mexicana en inteligencia, así como en
todos los otros grupos que no se clasificaban como blancos. Como
consecuencia, los resultados de estos estudios mostraron que la
mayoría de las escuelas de la región fueron segregadas. Incluso den-
tro de las mismas escuelas, los estudiantes de origen mexicano eran
segregados. Las clases especiales eran para grupos identificados no
solamente como retardados, sino también para estudiantes clasifi-
cados como deficientes culturalmente. Entre 1930 y 1967, el uso
de pruebas de inteligencia y capacidad –como medidas de deprava-
ción cultural– creó una serie de efectos educativos como el inglés
para uso cotidiano, matemáticas para el consumidor, ciencias para
todos los días en agrupamiento por habilidad. El inglés se usaba
en todos los casos, pero en grupos separados. Esto todavía sigue
como práctica en el estado de Arizona.
El resultado de este tipo de educación se ref lejó en el número de ge-
neraciones de niños mal educados, lingüísticamente fracturados e
intelectualmente subdesarrollados. Además, las consecuencias aún
se manifiestan de diferentes modos en el presente. Por ejemplo,
durante el último período del siglo XX, el movimiento English Only
fue el agente más poderoso de las instituciones, el cual intentó y
aún intenta borrar todo idioma que no sea el inglés. Pero es crucial
saber que estas manifestaciones y acciones imitan los procesos de
desigualdad de la región fronteriza misma.
Los arcos de descontento incluyen el Movimiento Chicano como
herencia de la Revolución. Éstos estimularon programas académicos
en forma de estudios chicanos que tuvieron grandes impactos en el
conocimiento de las poblaciones de origen mexicano. Se crearon las

245
Carlos G. Vélez-Ibáñez

bases de nuevas narrativas históricas, literarias, grandes cantidades de


nuevas obras de ciencias sociales tratando a nuestras poblaciones
como pueblos con historias. Los cambios demográficos expresan cons-
tantemente nuestros descontentos y, al mismo tiempo, los caminos de
probables resoluciones.5
Los remedios son obvios y nuestros descontentos se han expre-
sado durante los últimos 45 años, formando programas educativos
bilingües o clases duales, los cuales son de gran beneficio si se
estructuran adecuadamente. Sin embargo, las luchas tan largas
de muchas de nuestras poblaciones en el norte siguen hasta el
momento, y en el sur también, especialmente con el levantamiento
de los zapatistas.
Pero quisiera concluir con este mural que se exhibe en la biblio-
teca Zimmerman en la Universidad de Nuevo México (véase la
fotografía 7). El mural presenta una hermandad entre las tres cul-
turas que son representadas por estos tres hombres. El güero (con
ojos) está en medio y el indígena y el español mexicano (sin ojos)
están en cada lado viendolo; mientras éste ve hacia el frente. Una
vez más se ref leja la inocencia tan perfecta, la cual oculta que los
procesos hegemónicos que aún están sean aceptados como parte de
la naturaleza, pero no representa los descontentos.

5 
Por ejemplo, en 1969, el autor diseñó un programa de instrucción que se
implementó en la Universidad de San Diego State, titulado Sistemas bilin-
gües, al estilo Chomsky, que comparaba español e inglés como dos idiomas
iguales, usando la idea de estructuras profundas desde la gramática transfor-
mativa hasta la fonología y estudios sintácticos. El programa consistía en seis
cursos paralelos en cada idioma, y tuvo éxito entre el profesorado de escue-
las públicas en el área. En el presente, debido al crecimiento demográfico, la
pedagogía bilingüe es el medio más importante que define tanto las proble-
máticas del lenguaje como su solución.

246
Unos bocaditos de las hegemonías de lenguajes y sus descontentos

Fotografía 7. Mural Tres Culturas, Biblioteca Zimmerman,


Universidad de Nuevo México, Albuquerque, Nuevo México

Fuente: Carlos G. Vélez-Ibáñez, Albuquerque, Nuevo México, 2015.

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248
ANTROPOLOGÍA Y ETNOLOGÍA EN
EL NORTE DE MÉXICO Y
EL SUR DE ESTADOS UNIDOS
Cambios y permanencias en la etnomusicología y en las
músicas del noroeste de México1
Miguel Olmos Aguilera

Preludio

Tanto las formas para estudiar la música regional como su objeto


han variado consideradamente en el curso de la historia discipli-
nar desde inicios del siglo XX. Toda vez que la importancia y las
posibilidades que reviste la música indígena como objeto artístico
y cultural, así como las posibilidades técnicas de estudio y análisis,
también han tenido cambios importantes. Por esta razón, el objetivo
de este capítulo es realizar un recorrido sobre lo que ha sido el aná-
lisis de las músicas de tradición oral en el noroeste de México, desde
los primeros estudios etnomusicológicos y musicológicos que se tiene
noticia. Sin embargo, no se pueden dejar de mencionar los cambios
socioculturales a los que se ha enfrentado, por un lado, la producción
de música tradicional y, por otro, su estudio a través de los plantea-
mientos etnomusicológicos y musicológicos imperantes en la región.
Este capítulo es producto de una serie de análisis y ref lexiones
generadas en el contexto de varios proyectos de investigación. El
primero se tituló «Antropología del arte indígena transfronterizo»,
y el segundo «Estética y patrimonio de las nuevas músicas indí-
genas y populares en la frontera México Estados Unidos», ambos

Versiones muy preliminares de este capítulo fueron publicadas en 2003


1 

y 2018, no obstante, se trata de versiones distintas. En el texto capítulo se


analizan los estudios musicológicos de cara a los cambios suscitados en los
fenómenos musicales de tradición oral en el noroeste de México, integrando
consecuentemente las nuevas expresiones de la música popular y de fusión
producidas en los últimos años entre los diversos pueblos indígenas.

[ 251 ]
Miguel Olmos Aguilera

formaron parte de los proyectos Conacyt (Consejo Nacional de


Ciencia y Tecnología). Dichos proyectos se llevaron a cabo en la
primera y la segunda década de 2000.
En la primera parte de este estudio se analiza el desarrollo de la
etnomusicología regional a través de los trabajos de investigación que
se produjeron hasta hoy en día. El recuento se realiza de manera cro-
nológica y se analiza y comenta la epistemología, así como los moti-
vos que le dieron origen. En la segunda parte se analizan los cambios
musicales experimentados en la música indígena y popular durante
las últimas décadas, en particular los sucedidos por las relaciones en
el ámbito global. Destacan en particular las expresiones musicales
que han surgido en el contexto migratorio, y que han modificado el
paisaje sonoro de las sociedades adyacentes a la frontera norte.
La primera sección trata de situar la obra de acuerdo con las
condiciones imperantes de la época; mientras que en la segunda se
analizan las implicaciones del intercambio con el mundo digital y
mediático de los circuitos trasnacionales.

¿Cómo llega la etnomusicología al noroeste?

La etnomusicología y los estudios musicales del norte de México


datan de las primeras décadas del siglo XX.2 Al igual que las investi-
gaciones antropológicas del norte y noroeste de México, los estudios
son relativamente recientes, y éstos se inscriben en un paradigma
disciplinar acorde con el momento histórico de los investigadores
que redactaron sus pesquisas.
En 2003 recibí una invitación para participar en uno de los pri-
meros números de la revista Desacatos del Centro de Investigaciones
y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) sobre la
etnomusicología del noroeste de México. Este número estuvo
dedicado a los estudios musicales en diversos contextos culturales.
2 
Es posible encontrar referencias a la música de los indígenas del norte de lo
que posteriormente sería la Nueva España en las crónicas de la Conquista y de
la Colonia y eventualmente en los diarios de militares.

252
Cambios y permanencias en la etnomusicología

En ese entonces realicé un balance de las investigaciones, sobre todo


de corte etnomusicológico en el noroeste del país. El documento
cita los trabajos más representativos de los estudios en antropología
musical y etnomusicología, tanto de los estudiosos mexicanos como
de Estados Unidos, y de quienes investigaron intensamente un terri-
torio que desde los inicios de la antropología de Estados Unidos era
considerado como una prolongación del gran suroeste de ese país.
A finales del siglo XX, y sobre todo en los albores del siglo
XXI, se han producido trabajos cuyas cualidades epistémicas han
variado considerablemente en comparación con los que se produ-
jeron originalmente en el siglo XX . Dicha variación no concierne
únicamente al enfoque del objeto, sino a las herramientas teóricas
y disciplinares con las que la música ha sido estudiada. En algunos
casos desde la antropología o etnomusicología, y en otros desde la
sociología disfrazada, a veces, de estudios culturales.
Por lo tanto, en este capítulo es mi intención actualizar la
documentación sobre los estudios musicológicos en esta parte del
país y destacar las afiliaciones epistémicas, si se pueden llamar
de esta manera. Hay que destacar que en la frontera la antro-
pología nacional e institucional tuvo presencia de manera muy
reciente, como se ha destacado en diversas obras (Olmos, 2017).
Esta situación, junto con el ímpetu sociológico local y el amplio
desarrollo de la antropología en muchas universidades del sur de
Estados Unidos, fueron algunos de los motivos por los que la
inmensa mayoría de los estudios musicales de los grupos indígenas
hayan sido producidos por investigadores de Estados Unidos, y con
algunas excepciones por mexicanos.

La etnomusicología del siglo XX en el norte de México

Respecto al balance que se hizo hace 15 años, hay que destacar que
el mapa geoacadémico de la etnomusicología en México, y la de
algunos otros países de América Latina y Europa, ha cambiado en

253
Miguel Olmos Aguilera

muchas cosas, pero en otras se ha mantenido. Lo cierto es que la


disciplina etnomusicológica en México goza hoy en día de gran
popularidad, que bien hubieran querido vivir prestigiosos etnomu-
sicólogos como el recientemente desaparecido Thomas Stanford,
Vicente T. Mendoza, Raúl Guerrero o el profesor Felipe Ramírez
Gil, iniciador de los estudios de etnomusicología en la actual fa­
cultad de Música de la Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM).
En muchas universidades del país se han implementado semina-
rios de música, programas de musicología y etnomusicología; tales
son los casos del exitoso programa de maestría de la Universidad
de Guadalajara a cargo del doctor Arturo Chamorro o programas de
estudios de la música como en la Universidad Veracruzana o la
Universidad de las Américas. Sin embargo, las filiaciones no son
sólo teóricas, sino muchas veces redes de investigación que inciden
también en el desarrollo de diversos centros de investigación.3
Al inicio de la década de 1980 la enseñanza de la disciplina se rea-
lizó en seminarios aislados en la Escuela Nacional de Antropología
e Historia (ENAH) y en la entonces Escuela Nacional de Música.
En el norte del país, en la Universidad de Hermosillo en Sonora, se
impartieron estudios de musicología al final de esta década a cargo
de la doctora Varela, de quien se hablará más adelante. Por su parte,
en el Conservatorio Nacional de Música se impartían estudios de
musicología y folklore, donde participaba el recientemente desapa-
recido Felipe Flores Dorantes. A finales de esta década, el Consejo
Universitario de la UNAM reconoció los estudios de licenciatura
en Etnomusicología, y a principios de la década de 1990 egresa la
primera generación de etnomusicólogos de la Escuela Nacional de
Música. Desde entonces la formación sistemática de etnomusicólo-
gos se ha mantenido de manera continua (Olmos, 2003).

3 
Esta situación no sólo es propia de la etnomusicología, sino de las ciencias
sociales en general.

254
Cambios y permanencias en la etnomusicología

En el norte del país, la investigación vinculada con la etnomu-


sicología se realizó de manera aislada, al no existir instituciones
que abiertamente reconocieran la etnomusicología como parte de
sus programas disciplinarios. Éstas fueron algunas de las dificulta-
des para establecer cursos y una formación académica constante.
Actualmente, existen talleres, programas, seminarios e investi-
gaciones de diversas instituciones como el Instituto Nacional de
Antropología e Historia (INAH), El Colegio de la Frontera Norte
(El Colef), la Escuela de Antropología e Historia del Norte de
México (EAHNM) o la Universidad Autónoma de Baja California
(UABC), entre otros, donde algunos investigadores desarrollan sus
propios estudios.
Por su parte, la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos
Indígenas (CDI), ahora Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas
(INPI), en diferentes épocas de la segunda mitad del siglo XX, concentró
en sus radiodifusoras algunos de los acervos regionales más ricos en
música tradicional; también han participado en la investigación y
resguardo de diversos materiales sonoros, en especial música indí-
gena. Entre las radiodifusoras se encuentran la XEETC, La voz de los
tres ríos, enclavada en la comunidad de Etchojoa en la región mayo
del estado de Sonora. Igualmente está la estación XETAR, La voz de
la sierra Tarahumara en Guachohi, Chihuahua; o la XEQIN, La voz
del valle de la ciudad de San Quintín.
A pesar de los esfuerzos institucionales, y de haber generado
históricamente un mapa abrupto y discontinuo sobre el estudio
de la música tradicional y músicas populares, el norte del país ha
sido foco de trabajos pilares en la historia de la etnomusicología
mexicana y de Estados Unidos. Dichas investigaciones han dejado
un conjunto de grabaciones, transcripciones y etnografías musica-
les de varios grupos étnicos de los estados de Chihuahua, Sinaloa,
Sonora, Baja California y el sur de Estados Unidos. Los investiga-
dores estadounidenses a menudo dedicaron sus trabajos al sur de su
país, omitiendo que estas culturas también estaban presentes en el
territorio mexicano.

255
Miguel Olmos Aguilera

Las investigaciones etnomusicológicas fundamentales del noroeste

El primer estudio con datos sobre música indígena de los estados de


Sonora y Chihuahua es la investigación de Karl Lumholtz (1945),
redactada en la última década del siglo XIX y publicada en 1902
con el título de El México desconocido. Lumholtz grabó música en
el novedoso cilindro de cera que revolucionó el registro musical
en todo el planeta. En la obra transcribe piezas para la danza de
yúmari y rutuburi. Su estudio destaca por el cúmulo de referencias
culturales registradas por el autor, lo cual le permite explicar la
música desde un fundamento mítico religioso.
Por otro lado, George Herzog, al viajar a Estados Unidos desde
Alemania, y recibido directamente por Franz Boas, se convierte pau-
latinamente en uno de los pilares de la etnomusicología de ese país
y una fuente obligada para el estudio de la música del noroeste de
México. En 1928 Herzog realiza investigaciones entre los yuma-
nos y publica The Yuman Musical Style. Su libro es una perfecta
amalgama de teorías difusionistas alemanas y enseñanzas cultura-
listas de Boas, tan de moda en ese entonces. Poco después, Herzog
(1936) escribe otro trabajo sobre la música de los indios pueblo y
pimas, «A Comparison of Pueblo and Pima Musical Styles». Con
el primer trabajo, este autor abre brecha en el estudio de los gru-
pos yumanos, enriquecido después por varios etnomusicólogos. El
mismo Erich von Hornbostel, padre de la musicología comparada,
inf luido por las teorías del difusionismo alemán y los círculos de
cultura (kulturkreis), escribe un artículo, publicado en 1936, sobre
las canciones de los fuegueños, en el que trata de encontrar simili-
tudes y contactos entre el estilo musical yumano y el de los indíge-
nas de la Tierra del Fuego.
A finales de la década de 1920 y principios de 1930, la etno-
musicóloga Frances Densmore estudia la música de los yumas de
Arizona y publica en 1932 Yuma and Yaqui Music. Densmore recopila
piezas cucapás y yaquis analizando minuciosamente sus caracte-
rísticas musicales. La autora redacta su investigación cuatro años

256
Cambios y permanencias en la etnomusicología

después de la publicación de Herzog (1928) y cuatro antes de la


publicación del artículo de Hornbostel en American Anthropologist
sobre la música de los fuegueños. Esta pionera de la etnomusicolo-
gía yumana y yaqui, así como Helen H. Roberts, Alan Merriam y
Bruno Nettl, se convertirán en los etnomusicólogos más prolíficos
de la disciplina en Estados Unidos.
Al igual que Densmore, otros etnomusicólogos de su genera-
ción, como Bruno Nettl (1954), estudiaron la música de diversos
grupos del sur de Estados Unidos. Nettl refleja fielmente, en su
trabajo la vertiente teórica musicológica fundamentada en el estilo
musical. Este autor realizó aportes significativos al análisis teórico
de la etnomusicología, refiriéndose en más de una ocasión a la
música de los indígenas del sur de Estados Unidos. Su obra pro-
seguirá durante todo el siglo XX con otras líneas de investigación.4
Por su parte, Henrietta Yurchenko (1946) graba entre 1942 y 1946
piezas de música yaqui y seri. Entre sus cintas se encuentran regis-
tros de sones para la danza del coyote y del venado.
Con todo, los aportes de la etnomusicología consagrados al
norte de México, realizados por mexicanos, han sido escasos y ais-
lados. Salvo algunas excepciones, el trabajo de musicólogos mexica-
nos es prácticamente inexistente. Algunas aportaciones de Samuel
Martí y Francisco Domínguez datan de la década de 1930, y se
inscriben en la línea folclórica descriptiva con matices evolucionis-
tas. Estos musicólogos hicieron etnografías musicales de la región
cahíta de yaquis y mayos. Martí, por su parte, escribe un ensayo
sobre la música yaqui, mientras que Domínguez (1933) hace un
registro exhaustivo de la música mayo y yaqui transcribiendo dece-
nas de piezas para la danza del venado pascola y matachines. En
su artículo titulado «Música primitiva en Sonora», Martí (1953)
apunta algunas características de la música yaqui, haciendo uso

No obstante, en el recuento de la etnomusicología mundial, en la obra de


4 

Nettl, las grandes ausentes son las etnomusicologías de México y América Latina,
en general, incluyendo la prolífica escuela cubana de musicología.

257
Miguel Olmos Aguilera

constantemente de una retórica que entretiene más de lo que


explica. Desde entonces, y hasta la década de 1980, no será produ-
cido ningún estudio etnomusicológico mexicano sobre el noroeste.
No obstante, la ausencia de trabajos mexicanos, en 1970 Edward
Mosser, especialista en la lengua seri, publica junto con Thomas
Bowen un excelente artículo sobre los instrumentos musicales seris
en un número de la revista The Kiva. El artículo es una exhaus-
tiva recopilación de instrumentos sonoros seris, en la que destaca el
uso del raspador y de la concha de tortuga, ambos recuperados de
manera muy reciente (Bowen y Mosser, 1970).
En la década de 1970, Arturo Warman realizó grabaciones
de música yaqui y mayo en el pueblo de Magdalena, Sonora. Así
mismo, Thomas Stanford, quien trabajó inicialmente en la fono-
teca del INAH, efectuó trabajo de campo entre los mayos haciendo
algunos registros de su cultura musical, recientemente reedita-
dos en disco compacto. Por su parte la doctora Leticia T. Varela,
publica en 1987 su tesis doctoral La música en la vida de los yaquis.
Esta investigación, editada por el gobierno del estado de Sonora,
marca una nueva etapa en los estudios etnomusicológicos sobre
el pueblo yaqui. El estudio analiza minuciosamente géneros de
música pagana y religiosa, como la misma autora los nombra. La
investigación contiene un análisis de transcripciones, así como de
apartados dedicados al simbolismo y a la organología de las prin-
cipales danzas. En la actualidad, este estudio es uno de los más
completos sobre la música indígena del noroeste de México.
Durante la década de 1990, Ochoa Zazueta (1997) transcribe
32 ejemplos musicales de las danzas de pascola y del venado, y de los
mayos de la Florida, en Ahome, Sinaloa. Pese a que el autor no ana-
liza la música vinculada con la cultura, su trabajo de transcripción
es una contribución excepcional a la investigación musical. Zazueta
hizo también transcripciones de música yumana entre 1990 y 1998.
Por otra parte, en el contexto de la música mestiza, en el año
2001 apareció el libro de Helena Simonett, Banda Mexican Musical
Life Across Borders (2001), del que poco después publicara una

258
Cambios y permanencias en la etnomusicología

versión en español. La obra trata sobre la cultura musical de las


bandas de aliento en el contexto fronterizo y regional. Las referen-
cias acerca de este tipo de música las restringe particularmente al
estado de Sinaloa. Por otro lado, está el libro de Alejandro Madrid
(2008), sobre el movimiento Nortec de la ciudad de Tijuana y otros
escritos sobre la música de pueblos transfronterizos.
En 1998, Olmos publica inicialmente lo que fuera su tesis de
licenciatura en etnomusicología con el título El sabio de la fiesta,
donde analiza la cultura mítica y musical de los yaquis mayos y
rarámuris. Ya entrado el siglo XXI, el mismo autor publica en 2011
el libro El chivo encantado: la estética del arte indígena en el noroeste
de México en el que desarrolla un amplio análisis sobre la estética
del arte donde incluye diversas expresiones artísticas, entre éstas
la música indígena, e investiga la estética de la producción musi-
cal de diversos pueblos indígenas del noroeste mexicano. De igual
manera, Olmos examina la música yumana, así como músicas tra-
dicionales de otros pueblos del noroeste, con la intención de encon-
trar lógicas regionales.5
El punto de partida de este trabajo es la búsqueda de las relacio-
nes entre la mitología, el ritual y la cosmovisión regional. Para esto,
se describen algunos repertorios y se realizan trascripciones de música
sobre todo kumiai. En 2009, Olmos publica un estudio breve de la
música yumana, en homenaje a la desaparecida Gloria Castañeda,
cantora de San José de la Zorra del municipio de Ensenada. Además
de este material, se encuentran otros estudios sobre la música yumana
y de otros pueblos, en dos capítulos generales sobre la música regional
(Olmos y Aguilar, 2013 y Millán, 2018). En 2012, el mismo autor,
ya involucrado con los procesos sociales y migrantes, coordina la
publicación de un libro titulado Músicas migrantes (Olmos, 2012).
Esta obra introduce de manera sistemática el fenómeno contempo-
ráneo de la movilidad artística y musical en diversas latitudes de

5 
Este libro fue publicado inicialmente en francés en 2000, y presentado
como tesis en la École des Hautes Études en Sciences Sociales en 1998.

259
Miguel Olmos Aguilera

nuestro país. En dicho estudio se incluyen trabajos de investigación


sobre la música global huichola o wixárica, la música mestiza y
distintos trabajos sobre las músicas indígenas que se mueven por
migración o por influencia mediática.
A este recorrido de obras etnomusicológicas se le suman
muchos otros trabajos de autores que han realizado aportaciones
breves al estudio de la música. En 2015, Everardo Garduño com-
pila el libro Sonidos ancestrales junto con Lina Picconi (Picconi y
Garduño, 2015). En su artículo, Garduño, sin mayor competencia
en los estudios etnomusicales, tiene a bien realizar una crítica a
un precepto que aparece en Olmos (2011). En este libro, Olmos
utiliza el adjetivo íntimo para referirse a la reproducción musical de
los grupos yumanos. Garduño, al intentar estructurar su escrito,
retoma la invención de la tradición de Hobsbawm, la cual com-
parte con Olmos (2011). Sin embargo, obtiene como resultado un
collage sin ninguna estructura que narra más de lo que analiza. El
argumento de Garduño sólo entretiene, anunciando un desenlace
que nunca llega, teniendo por demás errores elementales en el for-
mato. En el artículo cita a Olmos en dos ocasiones en el texto, sin
referir jamás sus obras al final de la bibliografía. Esto aparece en el
primer párrafo cuando el autor señala:

El argumento sobre la intimidad y aislamiento de la música


yumana para algunos antropólogos este tipo de música se
interpreta de manera oculta, en su intimidad cultural [de los
yumanos], en donde juega una función estructural que previene
su transformación de un día a otro (Olmos, 2008, en Luna y
Olmos, 2008) (Garduño, 2015, p. 21).

Sin darle más importancia de la que Garduño otorga a esta


publicación, dicho argumento tiene que ver más con una visión
regional y comparativamente con otras culturas más sureñas
como las culturas musicales de los cahitas o, incluso, en mi expe-
riencia de investigación musical cuando organizaba festivales

260
Cambios y permanencias en la etnomusicología

indígenas, con culturas de todo el país en el extinto Instituto


Nacional Indigenista (INI). A reserva de parecer mesoamerica-
nista a ultranza, puedo asegurar que los grupos indígenas del
Altiplano central han tenido en la mayoría de los casos una relación
abierta hacia la apreciación externa de sus músicas. En cambio, la
música yumana y otras músicas norteñas tuvieron auge institu-
cional de manera muy tardía a finales del siglo XX . Esto es una
consecuencia –como antes se señaló– provocada en cierta medida
por las instituciones que mostraron cada vez más la cultura kui-
mia, pai ipai o cucapá.
Sin embargo, antes de la década de 1980 no existían institu-
ciones antropológicas en la región, y aún menos la gran difusión
de la música yumana a la que se refiere Garduño. Al final de su
texto muestra buenas transcripciones realizadas por Luis Alonso
Valenzuela Ciapara, quien aparece como segundo autor, sin ejem-
plificar análisis musical previo o vinculado con la tradición inven-
tada a la que el autor hace referencia. En otra parte del artículo,
Garduño cita a Atsumi Ruelas, y repite conceptos que ella misma
había concebido en una publicación en línea (Ruelas, 2014).6 En
este libro, coordinado por Garduño y Picconi (2015), publiqué yo
mismo un apartado sobre la música de los yoremes de Sinaloa, por
invitación de su coordinador, quien lamentablemente tiene una
percepción errada de la etnomusicología, al concebirla más como
una línea temática de las ciencias sociales, y no como una disci-
plina humanística.
En 2016 aparece una obra coordinada por Olmos titulada Música
indígena y contemporaneidad. Nuevas expresiones de la música en las
sociedades tradicionales (Olmos, 2016a). En este libro, el autor continúa
la línea ya trazada en Músicas migrantes, publicada unos años antes,
en la cual se aborda un estudio de la música en el proceso global,

6 
Atsumi Ruelas redacta su tesis de maestría en etnomusicología sobre la
música yumana en la facultad de Música de la UNAM, investigación que dirijo
actualmente.

261
Miguel Olmos Aguilera

y sus relaciones con la sociedad nacional y regional. Además, se


incluyen trabajos donde los autores analizan las influencias de las
nuevas tecnologías en la producción musical.
En cuanto el noreste de México, José Juan Olvera, investiga-
dor del CIESAS, ha hecho avances importantes en el estudio de las
músicas mestizas rancheras, la música colombiana en Monterrey y
la migración musical de algunos pueblos indígenas a esta ciudad y,
últimamente, el rap en la sociedad neoleonesa. Sin embargo, del
lado del sur de Estados Unidos, tanto en el este como en el oeste,
existe una prolífica producción académica sobre diversos géneros a
lo largo de la frontera, así como de las músicas indígenas colindan-
tes que en muchos casos también viven del lado mexicano.

¿Por qué cambia la música como fenómeno cultural?

En el afán de conocer los cambios de la música indígena se han


publicado algunos libros antes señalados: Músicas migrantes y
Música indígena y contemporaneidad (Olmos, 2012 y 2016a). La
idea central de esas investigaciones fue destacar que la música
indígena, al igual que cualquier fenómeno cultural, si bien
posee elementos estructurales, esto no implica que sean esta-
bles, homogéneos o inmóviles. Las músicas tradicionales poseen
diversas dimensiones de transformación que, a partir de sus
propios sistemas culturales, generan poderosos cambios y crea-
ciones estéticas. Dependiendo de su propia dinámica cultural y
de su realidad cultural, los músicos tradicionales se vuelcan en
la búsqueda de nuevas creaciones y universos musicales. En este
contexto, algunas de las interrogantes que han guiado nuestras
reflexiones en los últimos años han girado en torno al análisis de
los elementos que provocan los cambios en las culturas musicales
de tradición oral en el México contemporáneo.
Antes de abordar las posibles causas que han motivado los
cambios en la música tradicional mexicana, quisiera precisar que
ninguna cultura musical está aislada de influencias como producto

262
Cambios y permanencias en la etnomusicología

de la movilidad social, y cuyas características intangibles y simbó-


licas la hacen proclive a la fusión, las mezclas y múltiples formas
de recreación estética. Pareciese una perorata señalar que la cultura
musical cambia, o que es un producto del mestizaje o la fusión
cultural; al igual que la música, no encontramos expresiones cul-
turales en estado puro que se expliquen por sí mismas, sin hacer
mención de los procesos de contacto, migración o conquista.
La transformación que ha tenido la música en las sociedades
tradicionales en diversas partes del país no es un fenómeno nuevo.
Actualmente, se manifiesta bajo un abanico de modalidades en
regiones del sur del país, la costa chica, la Huasteca o el norte de
México, y también en otros países de Europa o en Estados Unidos,
Canadá y América Latina, en particular las expresiones musicales
en el contexto mexicano.
En México existen diferentes tipos de música tradicional
fusionada con música popular tanto desde las culturas indígenas
como hasta la visión mestiza y comercial. El ejemplo emblemá-
tico de los nuevos géneros tradicionales en el noroeste de México
sobre música de fusión desde una perspectiva indígena interna
es, sin lugar a dudas, el grupo de rock Hamac Caziim del pueblo
comcáac (Hamac Caziim, 2016). Este proceso de transformacio-
nes musicales se ha llevado a cabo en los contextos socioculturales
más dispares, y se trata de un fenómeno mundial cuyas causas son muy
distintas de un contexto a otro y dependen de una gran cantidad de
variables. No obstante, la incidencia de dichas variables, en términos
generales, podemos denominarlas como un fenómeno de la globaliza-
ción musical. Sin embargo, no estoy seguro de que en todos los casos
las transformaciones musicales sean originadas por el gran fenómeno
global, y habría que sopesar un sinnúmero de factores ideológicos y
socioculturales que actúan sobre las dinámicas regionales y locales de
producción, difusión y consumo de las músicas tradicionales tanto al
interior como fuera de sus lugares de origen.
Los cambios que sufren y gozan las músicas tradicionales tie-
nen aristas muy distintas y cada fenómeno representa el síntoma

263
Miguel Olmos Aguilera

de un gran sistema musical en la diversidad cultural que existe


en México y América Latina. Es posible señalar algunos géneros
musicales que –a pesar de ser tradicionales, o generados en una cul-
tura tradicional, cuya característica principal sería una sociedad
basada en la oralidad y no en la escritura– han tenido acerca-
miento con las culturas populares y comerciales de reciente
introducción en su cultura originaria. Desde luego algunas trans-
formaciones musicales tradicionales no ponen en juego la super-
vivencia cultural o el sistema de creencias del grupo, como podría
ser el caso yoeme yaqui, ya que la música ancestral de carácter
exclusivamente ritual no sufre transformaciones, por lo que nos
representa un peligro para la cohesión y organización religiosa y
política de algún pueblo originario.

Creación musical y nuevas tecnologías

Con todo, sería una imprecisión señalar que todas las músicas
indígenas y populares poseen las mismas necesidades de articular
elementos de otras culturas musicales con el fin de colocarse en
nuevos procesos mercadotécnicos o generalizar que todas las cul-
turas musicales indígenas tienen las mismas necesidades tecno-
lógicas para circular o para experimentar nuevas creaciones. Las
circunstancias de creación, difusión o transformaciones musicales,
así como la articulación de la música tradicional con las nuevas tec-
nologías, son fenómenos vinculados fuertemente con los procesos
específicos relacionados con la migración (nacionales o internacio-
nales), las políticas institucionales y, finalmente, con el mercado
del arte musical indígena en el contexto urbano o mestizo.
El cambio es experimentado en diversas partes del discurso
musical. Las transformaciones se producen tanto en géneros, reper-
torios, instrumentos musicales y ritmos como en melodías, tal como
se ha constatado en otras investigaciones (Olmos, 2011 y 2016).
Además de dichas transformaciones musicales, a las que se hará
referencia más adelante, existen factores adyacentes que inciden

264
Cambios y permanencias en la etnomusicología

directamente en el cambio de la música, no tanto por sus efectos


sobre el discurso mismo, sino por el registro y la difusión que se
hace de las ondas sonoras, de acuerdo con los avances tecnológicos
de un momento histórico en particular.
Con el cilindro de cera el registro sonoro tuvo ciertas caracte-
rísticas. Gracias a este gran invento, actualmente es posible conocer
algunos sonidos de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.
Posteriormente, siguieron otras tecnologías como los fonógrafos, el
disco de acetato, las cintas de carrete abierto y los casetes, hasta
llegar al registro digital, donde la información magnética queda
almacenada en una memoria magnética o registrada materialmente
entre los surcos de un disco compacto. Dichos formatos del regis-
tro sonoro, aunque no transformaron la música directamente, sí
revisten cualidades que alteraron la calidad del registro sonoro, ya
que la fidelidad tuvo repercusiones directas sobre las interpretacio-
nes, las afinaciones y los diversos estilos de música.
Sin embargo, actualmente, en la medida en que las nuevas
tecnologías de registro y difusión se han popularizado a niveles
sociales y culturales muy diversos, esto ha traído un incremento
inusitado en la circulación y difusión de los materiales sonoros. El
formato MP3 y otros codificadores han burlado la calidad sonora
y, por consiguiente, han economizado la información digital.
Este desarrollo se ha popularizado de tal manera que cualquier
persona que posea acceso a esta tecnología puede almacenar en
un disco duro o en teléfonos celulares cientos de piezas musicales
o, incluso, horas de música, cuya portabilidad hasta hace décadas
era totalmente inimaginable. De manera indirecta, esta acumu-
lación de información ha transformado los hábitos de escucha y
de producción musical, ya que cada vez resulta más fácil grabar y
distribuir el material grabado y producido.
Esta gran revolución tecnológica ha traído evidentes cambios
sobre la música. Dichos cambios, como antes se ha señalado, pue-
den traducirse en la incorporación de instrumentos electrónicos
como es el caso de los pueblos mixteco, seri, yaqui o huichol o

265
Miguel Olmos Aguilera

tsotsil en el multicitado rock indígena (De la Cruz, 2014). No


obstante, también es posible percibir las transformaciones en cam-
pos exclusivamente musicales, lo cual incluye tanto los instrumentos
antes referidos como las maneras de interpretarlos; los repertorios,
las armonías, las melodías, así como las alteraciones en los ritmos
que tradicionalmente se venían interpretando en el interior de una
comunidad indígena.

La musicalidad en movimiento

Como bien comentan nuestros amigos yoemes yaquis (Castillo


Rendón, comunicación personal, 2014),7 las composiciones ranche-
ras indígenas derivaron en géneros que ahora se cantan de manera
comercial. Sin embargo, para los yoemes, los géneros rituales no deben
transformarse porque de otra manera se perdería la atmósfera ritual
que se ha generado a lo largo de la historia, gracias a la persistencia
de una musicalidad previamente establecida. Aun así, actualmente
existen nuevos movimientos de música comercial yaqui que retoman
motivos de la música ritual y los interpretan fuera de la escena ritual.
Estos géneros son preferentemente interpretados en espacios donde
también hay presencia de mestizos o yoris. De acuerdo con los tes-
timonios de los propios yoemes, dicha música en ningún momento
sustituirá la música de los rituales ancestrales (Olmos, 2016b).8
Por su parte, el grupo Hamac Caziim o el grupo Xeecoj (Lobo),
de los seris de Sonora, y en particular éste último, posee también
melodías de su propia creación que, si bien anteriormente se ins-
piraban en canciones tradicionales comcáac, ahora despegaron
hacia otros campos melódicos similares a un rock pop ligero, poco
frecuentados en otras agrupaciones como Hamac Caziim donde
originaron sus primeras creaciones.

Entrevista con Ismael Castillo Rendón, alias «el Charo», en Pótam, Guaymas,
7 

Sonora.
8 
Para mayor información, véase nuestro documental El gusto y el sustento
(Olmos, 2016b).

266
Cambios y permanencias en la etnomusicología

En cuanto a la música wixárika o huichola (El Colef, Olmos


y Monforte, 2016 y De la Mora, 2012),9 advertimos que los sones
siguen un proceso muy distinto al de los otros pueblos antes seña-
lados. Para este grupo, los motivos melódicos evocados durante la
peregrinación a Wirikuta siguen un circuito primeramente ritual;
una vez interpretados en los espacios sagrados pueden ser utiliza-
dos para componer cumbias, rancheras, etcétera. El director de
El Venado Azul, José López Robles, ha tenido distintos accesos
creativos, en uno de éstos compuso La Cúsinela, canción que es el
emblema de la música comercial wixárika;10 para otros casos, Juan
Carlos González habla de cómo el peyote propició su creación de la
música de Maxa Awakame, una de las principales piezas del grupo
El Venado Azul con las que participó tanto en nuestro documental,
al final del programa (De la Mora, 2016), como en el de Wirikuta
fest, organizado en contra de la explotación minera en el desierto.11.

Los usos de la nueva música tradicional

Al finalizar 2017 y en la víspera de la elección presidencial en


México, surgió un anuncio publicitario de Ywavi López, un niño
de nueve años, hijo de José López Robles, director del grupo
huichol El venado azul. Dicho anuncio promovía al partido del
Movimiento Ciudadano como el «movimiento naranja», al que
hacía referencia la canción cuya letra señalaba:

¡He! ¡He! ¡He! ¡He! ¡Hey!


Movimiento naranja, el futuro está en tus manos
Movimiento naranja ¡Movimiento Ciudadano!
Movimiento naranja, el futuro está en tus manos

Para mayor información, véase el documental Mensajero musical sobre el


9 

grupo El Venado Azul que produjimos (El Colef, Olmos y Monforte, 2016).
10 
Para mayor información puede consultar el video (El venado azul, 2015).
11 
Para mayor información puede consultar el video (El Venado Azul, 2014).

267
Miguel Olmos Aguilera

Movimiento naranja, ¡Movimiento Ciudadano!


Nanananana nanana. Nanananana nanana
Nanananana nanana. Nanananana nanana.

(Baráb Moy, 2018b).

El anunció se replicó en las redes sociales Facebook y Twitter,


alcanzando un éxito mediático inusitado. Obtuvo una gran audien-
cia y mucha gente cantaba el cliché del anuncio, y se regodeaba
de conocerlo y cantarlo, como suele suceder con los fenómenos de
masas. Este anunció tuvo varias respuestas de la población civil,
que se indignaba por el uso inocente que se hacía de un niño indí-
gena. En otros medios, como la revista Proceso, se cuestionó tam-
bién la manipulación del menor y de su padre con fines políticos.12
Lo cierto es que esto también fue aprovechado por parte del menor
y de su padre, José López Roble, a quien conocí tanto en Tijuana
como en un trabajo de campo que realizamos en Nueva Colonia y
en Ciudad de México, cuando Ywavi, su hijo, formaba parte de la
Academia Kids Lala, programa producido por TV Azteca.
Ywavi retomó el tema para realizar otro anuncio al lado de Ricardo
Anaya, candidato presidencial del Partido de Acción Nacional, con
quien el partido Movimiento Ciudadano iría en alianza para las elec-
ciones de julio de 2018. En este nuevo anuncio, Anaya toca la guitarra
mientras Ywavi, el niño huichol, tararea el tema del anuncio que lo
haría famoso entre la población nacional.13 A finales de enero de 2018
el tema tenía los primeros lugares en Spotify de América Latina, en
países como Uruguay era el número 6, Paraguay, el 19, Nicaragua, el
15, Guatemala, el 30 y España, el 10.
De la Mora (2016), sostiene que el uso de los fenómenos
estético-musicales es añejo y de gran tradición entre la población
wixárica. En sus artículos publicados en 2012 y 2016, De la Mora
ya destacaba que desde la cumbia Cusinela y, posteriormente, la

Para mayor información consultar el video (Baráb, 2018b).


12 

Para mayor información consultar el video (Baráb, 2018a).


13 

268
Cambios y permanencias en la etnomusicología

colaboración de Ywavi en la Academia Kids Lala, la participación de


El Venado Azul ha sido muy intensa en el ambiente mediático y tele-
visivo. Sin embargo, no se cuestiona la participación que el indígena
tenga en la escena mediática, sino la reapropiación que las institu-
ciones hacen de ella, con la que obtienen jugosas ganancias polí-
ticas y económicas como el caso de Spotify; los partidos políticos
también se ven beneficiados por el contenido viral de este men-
saje, cuyo componente musical y puesta en escena es de carácter
completamente indígena.
Recapitulando, se puede decir que los motores que impulsan
las nuevas creaciones musicales indígenas poseen diversos estímulos,
que van desde los elementos simbólicos internos hasta el intercam-
bio de elementos estéticos que, disfrazados de modernos, no dejan
de tener un espíritu absolutamente indígena y tradicional; técnica
que ha sido ampliamente socorrida para las poblaciones indígenas
para perpetuar su cultura, al tiempo que se mofan, en algunas oca-
siones, de la cultura mestiza.

De la mundialización y la migración en la música

En la frontera norte, y en el norte de México, existen géneros


musicales tradicionales que poseen un vínculo particular con la
modernidad y con el mundo global (Olmos y Monteforte, 2016).
Dicha articulación se entiende a partir de la lógica sociocultural
propia de cada sociedad, grupo étnico o comunidad, de acuerdo
con sus necesidades de intercambio, defensa o estrategia cultural
de cara a otras culturas musicales circundantes. Sin embargo,
encontramos también músicas indígenas y mestizas que buscan
reiteradamente insertarse en una modernidad fascinante, como
producto de su historia y de su colonización como subregión cul-
tural (De la Mora, 2012; Flores y Nava, 2016; García y Luengas,
2016; Olmos, 2016).
El objeto artístico y musical posee una materialidad y representa-
ción diversas en el contexto multicultural en movimiento, y forman

269
Miguel Olmos Aguilera

parte de las sociedades migrantes que, gracias a este componente,


dan vida a su sociedad y su cultura.
Contrariamente al objeto material, o a las personas que lo
portan, la música posee ciertas características intangibles. Las
personas podemos interpretarla, contar, saber su género, etcé-
tera. La música podemos escucharla, pero no podemos tocarla;
aun cuando ésta posea una manufactura como cualquier objeto, no
es susceptible de clasificarlo solamente como una entidad cultural
en movimiento con características nacionales o sociales, como si se
tratara de un conjunto de personas: la música reviste afectos, emo-
ciones, sensaciones y, sobre todo, memoria y experiencia de vida.
Tanto la categoría local como la global (mundial) se asocian
con distintos significados que pueden estar vinculados o no con su
fundamento epistémico y, por consiguiente, han servido de para-
peto a lugares comunes y estereotipos en las ciencias sociales. Para
el caso del concepto de lo global, invariablemente sus evocaciones
refieren la movilidad, lo moderno y lo heterogéneo (pese a intentar
una homogeneidad imaginaria en términos económicos y cultura-
les); y, desde luego, la ideología multicultural urbana, para algunos
etnólogos nos reenvía directamente al mundo mestizo; no así la
noción sobre interétnico de la cultura nacional.
La antropología de la globalización tiene múltiples acepciones
y cada disciplina agrega más o menos contenido a su definición.
La globalización o mundialización denota, en términos generales,
el aceleramiento de la historia, el desarrollo de las tecnologías, la
producción de nuevos mestizajes y, sobre todo, la consolidación de
los no lugares de la memoria (Abeles, 2008; Augé, 2000).14

14 
Esto último tiene fuertes repercusiones en el terreno de las sociedades y
culturas indígenas y populares, puesto que el motor que mueve a este tipo de
sociedades de la inmanencia son los procesos cognitivos donde se involucran
de manera ejemplar las referencias de la memoria de larga duración, contrarias
a las sociedades del olvido, donde efectivamente los procesos culturales de la
modernidad impulsan un ritmo vertiginoso de producción de sentido; con-
trariamente a la era contemporánea que deriva en procesos mentales, donde la

270
Cambios y permanencias en la etnomusicología

Desde mi punto de vista, la primera etapa de la movilidad musical


global, si bien no posee las características que conocemos hoy en día,
abarcaría el período que inicia con la tecnología analógica y de difu-
sión sonora y visual a través de las ondas de radio y televisión. Estas
tecnologías, aunque dieron inicio desde principios del siglo XX, no
se establecieron hasta la década de 1930 de manera eficaz en diversos
países y culturas del mundo. Los recursos tecnológicos permitieron
la movilidad y, en muchos casos, el intercambio de géneros y músicas
mediante programas de radio con grandes audiencias.
La otra etapa global, a la que nos referimos de manera coti-
diana hoy en día, se gesta sobre todo en la década de 1990 con
la introducción de un nuevo tipo de tecnologías. Esta etapa, que
lejos está de concluir, es mucho más intensa y tiene que ver con la
globalización en su sentido amplio como la aceleración del tiempo,
la difusión de conocimientos, el achicamiento del mundo y la pro-
fusa difusión de ideas a través del internet y los mercados digitales.
Desde luego, no es posible hablar únicamente de una mundializa-
ción de la música como consecuencia de la economía o por el f lujo
de bienes u objetos en el mercado contemporáneo.
El intercambio o la colonización musical a nivel mundial se
enmarca en una globalización de la cultura, y con la mundializa-
ción de otras esferas del conocimiento. Esta cultura incluye todo
tipo de objetos materiales e inmateriales, que no están forzosamente
clasificados como entidades fundamentales de la canasta básica,
sino que dependen del sentido simbólico que le otorgue cada socie-
dad. En este campo entran todos los objetos imaginarios, simbóli-
cos e imaginados de tipo tradicional, propios de cada cultura, pero
también entran aquellos que recientemente fueron introducidos
como nuevas creaciones en el mercado y en los aparadores de tien-
das del mundo moderno. Desde luego, me refiero a la producción

escritura de la historia en cada una de las sociedades, con escritura o sin ella,
poseen aspectos fundamentales: en un caso la historia y el conocimiento se
cuentan y, en otro se narran y se mitifican (Abeles, 2008).

271
Miguel Olmos Aguilera

y el consumo de artes como la danza, el cine, el teatro y, muy par-


ticularmente, la música.
Una tercera etapa de la mundialización y trasnacionalismo
musical se explica por las expresiones musicales que los migrantes
llevan consigo. Ahora ya no se trata de la musicalidad analógica
o digital exclusivamente, sino de la experiencia musical propia de
cada individuo o persona, y que retomará valor en la diáspora que
le acoja o se despliegue en torno a su experiencia migrante. Es decir,
no se trata ya de la movilidad musical por sí misma, sino que está
siendo impulsada por los individuos de carne y hueso que, como
parte de su patrimonio inmaterial, la incorporan a sus referencias
de pertenencia y a su cultura de origen. Es a partir de este material
musical transcultural que se reconfiguran, muy probablemente, sus
referencias musicales; no obstante, es a partir de este material ori-
ginario que se suceden las innovaciones de las nuevas expresiones y
fusiones musicales contemporáneas.
Pese a que la era digital aumentó, catapultó el intercambio de
material digital: la circulación de objetos y símbolos siempre existió
en el curso de la historia de América, incluso anterior al descubri-
miento de Europa y América. Efectivamente, la primera etapa de
la globalización moderna da inicio con el surgimiento de las analó-
gicas en los albores del siglo XX, y desemboca a finales del mismo
con la digitalización, impulsando imaginarios estéticos y musicales
que se inscriben, como nunca se había visto en la historia humana,
en una dimensión migratoria trasnacional contemporánea.

De lo global y lo local en la música

En resumen, se define la música global como un conjunto de


expresiones sonoras que –incluidas en amplios procesos de crea-
ción, producción y puesta en escena planetaria– se insertan a su vez
en un movimiento vertiginoso de las ideologías y la historia. Estas
expresiones musicales, sonoras y dancísticas que, con la ayuda de

272
Cambios y permanencias en la etnomusicología

las nuevas tecnologías, viajaron inicialmente por ondas de radio,


televisión o discos de vinilo en las primeras décadas del siglo XX,
y hasta el CD y la era del Internet, que en los inicios de la década
de 1990 todavía fueron un soporte tecnológico fundamental, pos-
teriormente, se adaptaron a los mercados establecidos por las tec-
nologías digitales impulsadas principalmente por el Internet y la
numerización de datos magnéticos, en la etapa más contemporánea
de la globalización.15
A decir de algunos estudiosos, como antes se ha mencionado,
vivimos cada vez más en una aldea global y en un achicamiento
del planeta, donde una importante masa de población se encuentra
intercomunicada e hiperconectada con acontecimientos, hechos e
historias que suceden en los lugares más recónditos del planeta.
Gracias a las nuevas tecnologías, se puede dar cuenta de todo tipo
de suceso en tiempo real, con una ubicuidad metafórica que hasta
hace algunas décadas hubiera sido inexplicable (Mcluhan, 1962;
Touraine, 1997; Augé, 1998 y 2000). Esta sociedad de la información
sobreconectada ha traído consecuencias no solamente en la música,
sino en todo tipo de producción artística como el teatro, el cine, la
pintura, la escultura, el modo de vida y en el sentido que el hombre
otorga al entorno producido por él mismo.
En este orden de ideas, las artes que incluyen diversas formas
de interacción musical también han sido transformadas, y dentro de
éstas se encuentran luego los tipos de escucha. En términos de Augé
(2000), los no lugares del mundo contemporáneo son aquéllos donde
difícilmente se pueden establecer relaciones con personas y grupos;
dicho fenómeno es aplicable también a nuestra consideración. Estos
no lugares de interacción identitaria o de menor interacción también
forman parte de los no lugares de la música.

No obstante, como se comentó anteriormente, el objeto musical como


15 

fenómeno migratorio posee la cualidad de movilidad tanto en la esfera tecno-


lógica como en el movimiento real de los individuos.

273
Miguel Olmos Aguilera

Conclusión

La etnomusicología del noroeste de México ha atravesado un sinnú-


mero de contactos no solamente epistémicos sino de fusiones como
producto de las relaciones desiguales y procesos de resistencia.
Con todo, el asunto de la apropiación de las músicas y las artes
de las sociedades tradicionales está muy lejos de causar un sano y
cándido intercambio (Lortat-Jacob, 1999).16 A menudo, los grandes
compositores, músicos y arreglistas han abusado de su inspiración
para retomar y apropiarse de músicas y artes que no les pertenecen,
pero de las cuales han sacado provecho, que se traduce en grandes
sumas de dinero. Este hecho, de por sí grave, se ve acrecentado con
la intromisión de músicas que no fueron hechas para la escena o
sonoridades y que solamente son exhibidas en herméticos rituales
religiosos de curación o de imponente sacralidad. Esta realidad
ha hecho que muchos pueblos indígenas acudan al registro de sus
músicas no bajo una lógica meramente capitalista, noción que pese a
existir en su realidad contribuye a proteger el arte ceremonial o reli-
gioso –en sus expresiones más profundas– de la banalidad comercial.
Como hemos visto, la etnomusicología y la cultura musical del
norte de México, si bien posee elementos comunes con algunos
otros pueblos del centro y sur del país, también posee especificidades
históricas regionales que las hacen proclives a la interacción, por una
parte, epistémica para el caso de su establecimiento académico y,
por otra, un mercado de músicas de fusión entre la música indí-
gena y otros géneros específicos de las necesidades regionales.
Los pueblos tradicionales o sociedades locales han establecido
diversas acciones para proteger su cultura. A través del registro de
sus obras musicales, la población indígena y popular ha ejercido su
derecho contra la expropiación y usufructo de su cultura. Esto por

Hay que hacer hincapié en la manera en que este autor define lo tradicio-
16 

nal en la música, argumentando que no existe sino que en realidad lo que se


manifiesta es la música en el contexto de las sociedades tradicionales.

274
Cambios y permanencias en la etnomusicología

un lado ha detenido el despojo de sus bienes inmateriales pero,


por otro, también ha hecho más difícil la difusión de su música
en algunos contextos. Hay varios ejemplos sobre la manera en que
diferentes pueblos indígenas han gestionado su patrimonio inma-
terial. En pueblos como el rarámuri o los pueblos yumanos o los
yoemes yaquis y yoremes mayos de Sonora y Sinaloa, o tohono
o´otham de Sonora y Arizona, han sabido organizarse para llevar
a instancias legales el mal uso que pueda realizarse de su cultura.

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279
Investigación en antropología médica desde la frontera
norte: Fluidez ante problemáticas cambiantes
Christine Alysse Von Glascoe

Introducción

La visión que se ha plasmado del territorio constituido por el norte


de México y el suroeste de Estados Unidos es de un escenario com-
plejo, definido por diversas expresiones de procesos migratorios, que
ha sido estudiado y descrito por las principales áreas de la antropo-
logía. Este capítulo ofrece una primera observación de ese escenario
desde el punto de vista de la salud y las condiciones y procesos socio-
culturales que la determinan. Se presenta una reflexión basada en
25 años de investigación sobre temas relacionados con la salud en la
frontera entre Baja California y California; un proceso que en sí ha
sido condicionado por el hecho de vivir y trabajar como investiga-
dora en el ambiente cambiante que define esta frontera.
Se inicia con definiciones de la antropología médica, el concepto
de la frontera entre México y Estados Unidos y la zona fronteriza,
así como la consideración social de la frontera. Luego se presenta un
resumen de la historia y la evolución de 25 años de estudios antro-
pológicos sobre la salud en la frontera de las dos Californias, y los
hallazgos en términos de riesgos para la salud, la exclusión social y
los procesos de precariedad, la salud ambiental y la justicia social. Se
termina con reflexiones sobre el efecto que ha tenido la inmersión
en esta frontera durante el proceso investigación, así como identi-
ficando los procesos de ajustes y temas persistentes y transversales.

[ 281 ]
Christine Alysse Von Glascoe

¿Qué es la antropología médica y cómo difiere de otras


subdisciplinas de la antropología?

La antropología médica es una rama de la antropología cultural que


estudia los fenómenos relacionados con salud, bienestar, enferme-
dad y tratamiento de padecimientos, desde la óptica de los fenó-
menos sociales y culturales. Se utilizan las mismas herramientas
metodológicas, epistemológicas y teóricas que en la antropología
que son: la contextualización, el enfoque en el punto de vista
émico, la intersubjetividad y la ref lexividad, empleadas con el obje-
tivo de explorar informalmente e interpretar a través de conversa-
ciones guiadas. Estas herramientas tienen la finalidad de desarrollar
el entendimiento de exploraciones pequeñas en situaciones locales,
a fin de llegar a la comprensión de las dinámicas sociales subyacen-
tes, tal y como las condiciones sociales y económicas y sus relaciones
con la enfermedad. Se considera importante el análisis del contexto
total de la enfermedad, sea familiar, de trabajo o de los determi-
nantes sociales y ambientales.
Se desarrollan las investigaciones desde cuatro perspectivas
teóricas principales (Van der Geest, 2014):

1) La perspectiva ecológica, que considera la adaptación humana


al medioambiente, donde el estado de la salud indica el éxito
de poder adaptarse o no a los desafíos ambientales.
2) La perspectiva interpretativa/experimental o semiótica/
simbólica, apoyada en fenomenología hermenéutica, y que
examina salud, enfermedad, padecimiento, cuidado y sana-
ción como experiencias significativas para las personas que
las experimentan.
3) El concepto de agencia, que indica la habilidad de manipulación
social o habilidad de conducirse para el bien de uno mismo.
4) Una perspectiva crítica de la desigualdad, que examina los orí-
genes y propagación de la enfermedad, ligada a la economía
capitalista como, por ejemplo, los patrones de morbilidad y

282
Investigación en antropología médica desde la frontera norte

mortalidad vistos como reveladores de factores socioeconómi-


cos subyacentes. Otro ejemplo es la pobreza y la explotación
vistas como barreras del bienestar.

El estudio de la salud con sus diversas ramificaciones permite el


acercamiento a los significados cruciales en términos de los cuales las
personas interpretan sus vidas. Los estudios descritos en este capí-
tulo se elaboraron desde la perspectiva de la antropología médica,
desarrollados a través de los dos componentes de la antropología
cultural, en combinación con una inmersión en el sistema médico
mexicano con su perspectiva salubrista. Mi viaje como académica
profesional, investigadora de los aspectos socioculturales de la salud
en la zona fronteriza, evolucionó desde un enfoque metodológico
aplicado en cualquier situación teórica o problemática hasta uno
problemático con metodologías evolutivas. Desde una perspectiva
inicial de indagar sobre el conocimiento y el entendimiento cultural
de enfermedades de interés para la salud pública en la población
mestiza de la zona fronteriza, se pasó a diferentes vertientes, como
identificar e indagar sobre temas delimitados en grupos específicos,
enfoques emergentes, dada la situación de la frontera y entrelazados
como ejes; además de una búsqueda de respuestas y coordinación
binacionales sobre la problemática de salud.

Consideración social de la frontera entre México y Estados Unidos

La definición convencional de la frontera –de una extensión de


100 millas hacia el norte y hacia el sur de la línea geopolítica–
tiene un origen arbitrario como parte del Acta de Inmigración y
Nacionalidad (Immigration and Nationality Act) de 1953 (U. S.
Citizenship and Immigration Services, s. f.). Se refiere a la interpre-
tación del Departamento de Justicia de Estados Unidos, que autoriza
la intervención oficial con el propósito de detener y registrar a cual-
quier persona que se encuentra dentro del límite de 100 millas de
toda frontera externa del país.

283
Christine Alysse Von Glascoe

Sin embargo, esta designación jurídico-oficial tiene poca rele-


vancia para la definición social de esta frontera, donde los patrones
modernos de migración y asentamiento invitan a una modificación
de la idea de zona fronteriza, ya que los miembros de las mismas
comunidades emisoras se involucran en todo tipo de migración
(serial, de golondrina, estacional, etcétera), con destinos que abar-
can no solamente ambos países de la zona fronteriza en su defini-
ción estrecha de 100 millas, sino que comprenden comunidades
lejos de la línea geopolítica.
En concordancia con las diversas reformas migratorias (1942,
1965 y 1986), la naturaleza de la migración entre México y Estados
Unidos ha tenido altibajos y ha evolucionado: principalmente de
ser jornaleros agrícolas estacionales a consistir en familias asenta-
das en diferentes lugares según la oferta de trabajo. Striffler (2007)
habla del fenómeno de las comunidades de migrantes mexicanos
en Estados Unidos, que están arraigados en México, pero que se
esparcen en múltiples lugares, a veces como una respuesta ante los
cambios legales en diferentes estados.
Estos fenómenos han contribuido en la naturaleza cambiante
de la antropología de la zona fronteriza debido a la migración y
la subsecuente «reterritorialización de comunidades y prácticas»
(Álvarez, 1995, pp. 447 y 457). Así que los estudios sobre la salud
de los mexicanos en la frontera han llevado a estudiar a jornale-
ros agrícolas en el Valle Central de California, igual que indígenas
mixtecas, zapotecas y triqui, y jornaleros en los valles agrícolas de
Baja California.
La zona fronteriza de las dos Californias presenta una comple-
jidad social inédita en esta frontera internacional, cuyas regiones
difieren según la topografía y la naturaleza de las poblaciones de
los estados de ambos lados, así como sus historias particulares.
La frontera Tijuana-San Ysidro es la más transitada del mundo. La
población del lado mexicano consiste tanto en migrantes interna-
cionales como nacionales que llegaron para trabajar en la industria

284
Investigación en antropología médica desde la frontera norte

maquiladora o agrícola o sólo para cruzar. La población del lado


estadounidense consiste principalmente en personas de habla hispana;
97 por ciento de la población de San Ysidro, en gran parte mexicanos,
una cifra que se va desvaneciendo conforme se aleja de la línea interna-
cional, pero sigue conformando más de la mitad de la población en las
tres ciudades entre el puesto fronterizo y la gran ciudad de San Diego,
donde baja a 30 por ciento (Statistical Atlas, 2018).
El lado mexicano de esta frontera, además de su largo lito-
ral mágico-escabroso, está plagado por todo tipo de amenazas
para la salud. Se han presentado episodios de intoxicación por
desagües industriales y por la aplicación poco rigurosa de normas
sanitario-ambientales, que han dado lugar a la contaminación de
tierras y aguas. Además, en cierto sentido, Baja California ha sido
receptora de tóxicos prohibidos en California, por ejemplo, a través
de segundas que llevan pintura con plomo.

Historia y evolución de 25 años de estudios antropológicos


sobre la salud en la frontera

El período abarca desde 1993 a 2018 y refleja tanto las condi-


ciones cambiantes de la frontera como la evolución de la pers-
pectiva antropológica condicionada por la presencia continua
en ese ambiente. Durante ese período, y como ref lexión de estos
cambios, hubo varias transiciones de cómo identificar temas dig-
nos de estudiar y desde cuáles perspectivas. La primera transición
fundamental después de mi arribo fue de una actitud discipli-
naria a una enraizada en el lugar. Un segundo cambio fue de la
visión institucional de problemáticas transfronterizas a la visión
cultural de problemáticas compartidas. Otra transición fue hacia
la identificación e indagación de temas específicos en grupos
determinados. La complejidad de lo que es esta frontera –con
sus múltiples cambios de población y condiciones ambientales
y socioeconómicas– se ha reflejado en la investigación de temas y
enfoques emergentes, con enfoques y ejes entrelazados.

285
Christine Alysse Von Glascoe

Las transiciones de perspectiva señalaron la necesidad de tra-


bajar con diferentes metodologías y técnicas, ya que al principio
se utilizaron datos disponibles por parte del sistema de salud y las
instancias responsables del medio ambiente, como base contextual
para los estudios antropológicos. Los estudios en sí fueron dise-
ñados utilizando técnicas de observación, entrevistas semiestruc-
turadas y a profundidad, así como métodos sistemáticos desde la
subdisciplina de la antropología cognitiva (Von Glascoe, 1996;
Von Glascoe y Metzger, 1997; Von Glascoe y Camarena, 2003).
Se estableció un grupo de investigación multidisciplinario
para abordar temas emergentes de las mujeres indígenas jornaleras
migrantes en Baja California, y se diseñaron estudios multidiscipli-
narios para tratar la complejidad de la situación del migrante agrícola
tanto nacional como internacional. A lo largo de los últimos 15 años,
las temáticas se han profundizado debido a la habilidad de indagar
sobre temas más delicados dado el rapport que se ha establecido a lo
largo del tiempo, iniciando con exploraciones sobre la relación de la
salud autopercibida con el trabajo agrícola.
En los estudios con mujeres indígenas migrantes, con el grupo
multidisciplinario, se desarrollaron métodos tomados de la educa-
ción popular en forma de talleres participativos para crear rapport
y generar confianza. Así mismo, se incorporaron técnicas para
detectar el daño genético y métodos cuyo propósito fue relacio-
nar los resultados con la exposición a tóxicos. En los estudios con
jornaleros de origen mexicano en el valle de San Joaquín se incor-
poró el uso de photovoice para poder expresar las percepciones
y los puntos de vista de niños expuestos a los efectos nocivos de la
agricultura industrial.
En los primeros estudios durante este período aludieron
temas de interés para el sistema de salud: la intoxicación por
plomo, la tuberculosis pulmonar y la calidad del control prenatal,
siempre desde un enfoque de lo cultural (García de Alba-García
et al., 2002; García de Alba-García et al., 2004; Von Glascoe y
Camarena, 2003; Von Glascoe y Camarena 2007; Von Glascoe

286
Investigación en antropología médica desde la frontera norte

y Metzger, 1997). Según el sistema de salud, estos temas,


además de tener importancia para el ámbito de la salud pú-
blica, abarcan las especialidades en salud ocupacional y salud
ambiental, y deberían ser de interés para los neumólogos y ginecó-
logos. Estos primeros proyectos de investigación se enfocaron en la
visión institucional binacional de la enfermedad, como en el caso
de la tuberculosis pulmonar, o de condiciones demográficas como
el embarazo en adolescentes. Uno de los primeros proyectos fue en
la década de 1990, cuando los sistemas de salud en California y
Baja California estaban tratando de enfrentar la intoxicación por
plomo como un problema de salud binacional condicionado por los
flujos migratorios (cerca de 1993).
Se convocó un evento entre California y Baja California acerca de
las instancias de medicina ocupacional, con el fin de revisar las bases
de trabajo en conjunto para enfrentar la problemática (Von Glascoe
y Metzger, 1997). Otro proyecto de salud binacional fue sobre las
barreras culturales que impiden el control de la transmisión de tu-
berculosis en la frontera entre México y Estados Unidos (cerca de 1997).
Los temas antropológicos médicos trataron el sistema frío-calor como
condicionante del entendimiento cultural de la enfermedad (García de
Alba-García et al., 2004) y la relación médico-paciente (García
de Alba-García et al., 2002). Proyectos subsecuentes en la década de
2000 estudiaron la problemática demográfica del embarazo en
adolescentes, específicamente en personas de origen mexicano en el
contexto de la región fronteriza en California. Ejemplos de esto son
la sexualidad de jóvenes adolescentes de origen mexicano en el Valle
Imperial del desierto sonorense, así como el conocimiento y actitudes
con referencia a los servicios de planificación familiar en la región
Mexicali-Imperial.
Una transición subsecuente modificó un enfoque sobre enfer-
medades y condiciones específicas hacia otro sobre grupos determi-
nados en su entorno natural: primeramente, el grupo nativo cucapá.
Con este grupo las exploraciones iniciales sobre la salud revelaron
problemas de diabetes y de la atención a la salud (Camarena y

287
Christine Alysse Von Glascoe

Von Glascoe, 2010). Además, su entorno ambiental presentó exposi-


ciones tóxicas que repercutieron en su salud (Arellano, Camarena, Von
Glascoe y Heuser, 2009; Von Glascoe, Camarena y Arellano, 2013).
Como una última etapa, el enfoque de investigación se esta-
bleció en estudios relacionados con grupos de personas vulnerables
que presentan sus propias problemáticas debido a su condición
social, como son los jornaleros agrícolas (2009 hasta la fecha). Aquí
es donde entra la relevancia de la definición de zona fronteriza,
referente a grupos de personas que migran más lejos para trabajar y
vivir ahí indefinidamente, y quienes se establecen en comunidades
culturalmente semejantes, dentro de la población mayoritaria. Se
ha enfocado en dos tipos de grupos en este aspecto; ambos consis-
ten en jornaleros agrícolas de origen mexicano que han migrado a
los valles agrícolas de California.
Se dispucieron dos líneas de estudio en grupos de jornaleros: uno
en mestizos, ya asentados, que migraron desde distinos lugares en
la república mexicana a partir de la década de 1960 para trabajar
en los campos agrícolas del valle de San Joaquín, siguiendo así la
larga tradición de aquellos que migraron en el Programa Bracero
durante el período 1942-1964 y tomaron los lugares de las vícti-
mas del famoso tazón de polvo o zona polvorienta de la década de
1930, que desencadenó la migración masiva de más de un millón
de personas desde el estado de Oklahoma hacia el Valle Central de
California para trabajar en los campos agrícolas.
La otra línea de investigación se estableció en grupos de muje-
res indígenas jornaleras que migraron de estados del suroeste de
la república mexicana, principalmente Oaxaca y Guerrero, sobre
todo representativas de las etnias mixteca (alta y baja), zapoteca y
triqui. Los estudios de estos grupos se extendieron hacia los valles
agrícolas de California, empezando con la costa central.
En todos los estudios de ambos lados de la frontera resaltaron
hilos conductores de riesgos para la salud y –especialmente en el
caso de trabajadores agrícolas– exclusión social, precariedad y salud
ambiental. Los estudios con jornaleros indígenas se han enfocado

288
Investigación en antropología médica desde la frontera norte

en la situación de la mujer; en tanto aquéllos con jornaleros mes-


tizos en California el enfoque ha sido sobre los niños. En todos
los estudios de trabajadores agrícolas un eje importante ha sido la
justicia social y ambiental. Los estudios sobre la salud de niños de
jornaleros agrícolas de origen mexicano en el valle de San Joaquín,
California, se han centrado ampliamente en la salud socioambien-
tal y, específicamente, en el asma en niños expuestos a plaguicidas
(Schwartz, Von Glascoe, Torres, Ramos, Soria-Delgado, 2015).
Los estudios realizados a grupos de mujeres indígenas migran-
tes jornaleras, se iniciaron explorando los aspectos laborales y de
salud relacionados con la cercanía de agroquímicos (Camarena,
Arellano, Martínez y Von Glascoe, 2011a) y, rápidamente, dio un
giro hacia la situación social subyacente; es decir, la exclusión social y
el proceso de precarización que da lugar a las injusticias sociales
y laborales (Camarena, Arellano, Martínez y Von Glascoe, 2011b;
Camarena, Martínez, Arellano, Von Glascoe, y Calderón de la Barca,
2013; Camarena, Von Glascoe, Martínez y Arellano, 2013; Martínez,
Camarena, Arellano y Von Glascoe, 2014).
Otra vertiente de estos estudios ha sido la salud ambiental,
donde el equipo multidisciplinario ha podido explorar el daño
genético en relación con la exposición a plaguicidas (Arellano,
Camarena, Von Glascoe y Heuser, 2009; Arellano et al., 2012;
Arellano et al., 2013; Montano, Arellano, Camarena, Von Glascoe
y Ruiz, 2014; Violante et al., 2012). Siempre se han utilizado
métodos que capturan y representan el punto de vista de las par-
ticipantes (Camarena, Arellano, Martínez, y Von Glascoe, 2011a).
Una vertiente final de los estudios con las jornaleras indígenas
ha tenido que ver con su salud sexual y reproductiva (Camarena,
Von Glascoe, Arellano y Martínez, 2017) y la calidad de atención
a su salud (Camarena, Von Glascoe, Arellano y Martínez, 2016).
Actualmente, se está trabajando una comparación de las condicio-
nes de salud y de vida entre las mujeres mixtecas jornaleras en San
Quintín, Baja California y Oxnard, California (Camarena y Von
Glascoe, 2017).

289
Christine Alysse Von Glascoe

Hallazgos relacionados con ejes temáticos e hilos conductores

Los riesgos para la salud


Existen riesgos para la salud de los habitantes de Baja California y
para aquellos que migran a trabajar en los campos agrícolas. Por lo
general, de acuerdo con la zona donde viven o transitan, las perso-
nas pueden estar expuestas a desechos tóxicos o al mar contami-
nado. Los trabajadores agrícolas están especialmente expuestos a
condiciones de higiene poco saludables.

Exclusión social y precariedad


La condición desigual de mujeres indígenas migrantes jornaleras
se expresa en la exclusión social y la pobreza que se ve representada
por las condiciones en las cuales viven estas mujeres. Los ejem-
plos incluyen la carencia de oportunidades laborales, la falta de
acceso a los servicios de salud y la seguridad social, lo cual reper-
cute en su salud y en su estado de bienestar. Además, viven con
una discriminación que subyace su vida cotidiana (Camarena, Von
Glascoe, Martínez y Arellano, 2013). Esta exclusión se agudiza por
la escasa posibilidad que tienen las mujeres indígenas jornaleras
para manifestar sus inconformidades sobre su relación laboral, ya
que el trabajo está organizado de tal manera que los empleadores
ejercen poder y control sobre las trabajadoras (Camarena, Arellano,
Martínez y Von Glascoe, 2011a; Von Glascoe, Camarena, Arellano
y Martínez, 2014). Esta situación viven también las que migran
para trabajar en los campos agrícolas de California (Camarena y
Von Glascoe, 2017).

Salud ambiental
Nuestros estudios sugieren que la genotoxicidad se asocia con la
exposición ocupacional a los agroquímicos (Montano Arellano,
Camarena, Von Glascoe y Ruiz, 2014). Un estudio de cuatro loca-
lidades de los campos agrícolas de Baja California mostró que los

290
Investigación en antropología médica desde la frontera norte

habitantes de la localidad de San Quintín tenían mayor daño geno-


tóxico por la exposición a mezclas de contaminantes, y los de la
localidad principalmente de los cucapá presentan altos niveles de
daño genotóxico que no se asociaron con la exposición ocupacional
a plaguicidas (Arellano et al., 2012). Otro estudio determinó que
los trabajadores agrícolas presentan mayor deterioro en su integri-
dad genómica en comparación con las personas que no trabajan en
el sector, lo cual se toma como evidencia del pasivo ambiental de la
actividad agrícola en la región (Arellano et al., 2013).

Justicia social y ambiental


En el estudio de la salud respiratoria de niños y niñas de jornaleros
agrícolas de origen mexicano en el valle de San Joaquín, se encontró
una situación de inequidad y disparidad avalada por una asociación
percibida entre el asma infantil y las condiciones de vida de las fami-
lias de jornaleros y jornaleras. Nuestros estudios de los grupos de
trabajadores agrícolas, tanto en Baja California como en California,
nos llevan a postular que la atención de los conglomerados multi-
nacionales, junto con las corporaciones agroquímicas globales, no
toman en cuenta las consecuencias de sus prácticas locales sobre la
salud de sus trabajadores.

Conclusiones

Tanto mi línea de especialidad como mis temas de investigación


se han modificado como consecuencia de vivir las circunstancias
de la frontera. Se han vuelto menos teóricos y más aplicados en la
urgencia de la problemática social que define esta frontera, y más
que nada entre grupos de personas vulnerables y vulneradas. Se
ha cambiado de una actitud disciplinaria a una enraizada en el
lugar, derivado de una inmersión en culturas, procesos, políticas
y problemáticas del lugar. La antropóloga con identidad discipli-
naria se ha vuelto una investigadora multidisciplinaria.

291
Christine Alysse Von Glascoe

La fluidez del movimiento de personas para el quehacer de su


vida cotidiana está repleta de preguntas de justicia social. Las distin-
tas subregiones de esta frontera y sus espacios transfronterizos presen-
tan rasgos culturales modificados por una larga y continua historia
de migración, pero con temas unificadores de salud, medioambiente
y justicia social. El movimiento hacia y a través de la frontera, de per-
sonas de diferentes etnias y estatus migratorio, condiciona el grado
de vulnerabilidad de la exclusión social y la precariedad, y define las
posibilidades de inserción laboral y la calidad de vida.
Se considera que el enfoque en la salud ambiental y justicia
social provee una posibilidad de formar puentes entre científi-
cos, miembros de las comunidades y tomadores de decisiones
políticas, y que los argumentos alcancen poder cuando representan
las voces a través de narrativas e historias personales de aque-
llos que están más afectados por situaciones de riesgo (Schwartz,
Von Glascoe, Torres, Ramos, Soria-Delgado, 2015).

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296
La ciudad transnacional. Desplazamientos en el
proceso de urbanización planetaria
Federico Besserer

Introducción

Para el país y para Ciudad de México, donde vivo, el mes de sep-


tiembre de 2017 fue un momento de tristeza en el que quedaron a
la vista muchos de los elementos de los que está hecha la sociedad
mexicana. Los varios sismos que vivimos dejaron un mapa tami-
zado por las desigualdades preexistentes. Un mapa donde hemos
visto crecer primero la desigualdad, y luego la violencia, se sobre-
puso otra capa que nos permitió ver primero el dolor y luego la
solidaridad social. Fueron, y siguen siendo, tiempos complejos que
forjarán para una generación una manera de vernos como país y
como sociedad. El 19 de septiembre será –como la fecha en que se
leyó la ponencia que dio lugar a este artículo, el 2 de octubre– un
marcador en la memoria del país, cargado de dolor y de voluntades
puestas en una sociedad que se moviliza.1

1 
Este artículo se basa en la ponencia magistral presentada en La XXXI Mesa
Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología (80 aniversario), «El norte
de México y el sur de Estados Unidos: de los espacios fluidos a los procesos
posglobales», en Ensenada, Baja California, del 2 al 6 de octubre de 2017.
Agradezco a los organizadores, y en especial a los doctores Everardo Garduño y
Maximino Matus, por la invitación a este importante evento. Las tablas y gráfi-
cas que aparecen en el texto son de mi autoría y fueron publicadas previamente
en trabajos individuales y conjuntos (Besserer y Oliver, 2014a; Besserer y
Nieto, 2015a; Besserer, 2016a). La investigación que dio sustento a este tra-
bajo fue posible gracias al proyecto Conacyt de ciencia básica No. 152521 H

[ 297 ]
Federico Besserer

El movimiento telúrico provocó el desplazamiento de perso-


nas de sus viviendas y, en muchos casos, también de las localida-
des afectadas. Hemos vivido ya décadas de conformación de un
mundo (que algunos llaman postsocial) donde se ha transferido a
los menos favorecidos de la sociedad la responsabilidad de ver por sí
mismos, en el marco de un régimen de sentimientos dominado por
el miedo. Pero en torno al 19 de septiembre de 2017 vimos bullir
un movimiento de personas que salió a la calle a salvaguardar el
mínimo necesario para la construcción de los lazos que nos unen
como sociedad, que es la vida misma. Una vez más, nos vimos
frente al espejo de la incertidumbre, de las ausencias, y activamos las
emociones que nos reconstituyen. Fue un momento privilegiado
para entender la contienda de sentimientos entre un régimen sus-
tentado en el miedo y una respuesta basada en otras emociones
como la solidaridad, la indignación y el enojo (palabras que se leían
en las crónicas y las redes esos días para describir los estados de
ánimo de la población).
La solidaridad internacional se hizo sentir y en los medios
vimos la presencia de especialistas en desastres llegados de otros
países como Japón, así como la de vecinos de Ciudad de México
de origen haitiano (un país donde un terremoto en 2010 se tra-
dujo en una enorme migración) que trabajaron solidariamente en
la remoción de escombros (Sánchez, 2017). El sismo también con-
mocionó las vidas de coreanos, panameños, españoles y argentinos,
así como de la comunidad china, asentados todos en Ciudad de
México, quienes perdieron a sus seres queridos dejando constancia
del entramado transnacional que es la ciudad (Miranda, 2017).

«La ciudad transnacional», del cual fui responsable técnico. La investigación


misma se realizó en el marco del Seminario de Estudios Transnacionales en
la UAM-I. En este trabajo sintetizo y analizo el trabajo colectivo realizado, y
avanzo nuevas ideas para comprender la relación entre la ciudad transnacional
y la ciudad global. Agradezco la ayuda técnica de la licenciada Anabel Robles
Rodríguez para la elaboración de este documento.

298
La ciudad transnacional

Aquellos de origen mexicano que construyen ciudades en otros


países como Estados Unidos, rápidamente empezaron a colaborar
con sus poblaciones y ciudades de origen en México (La Jornada
San Luis, 2017). En los meses que siguieron, otros con sus remesas
han seguido contribuyendo en la reconstrucción de las viviendas y
las vidas de muchos habitantes de las ciudades afectadas (Morales,
2017). Es sobre estas conexiones transnacionales urbanas que trata
este trabajo.

De lo transnacional a lo transglobal

La siguiente viñeta etnográfica ayudará a situar el punto de interés


de este texto: los desplazamientos urbanos transnacionales.
En la década de 1970, doña Rosa llegó a Ciudad de México con
sus hijos, dejando atrás una parte de su familia en Durango y una
historia de migración que incluyó una larga estancia haciendo labo-
res de servicio doméstico en Tijuana. Doña Rosa se estableció en un
pequeño terreno que compró junto a la línea que dividía el Distrito
Federal del Estado de México. Con sus propias manos construyó un
espacio donde se resguardaron ella y sus hijos, y con los años hicie-
ron la calle (es la última calle en el triángulo superior de la mancha
urbana de Ciudad de México) y pusieron algunos de los servicios.
Doña Rosa es literalmente una de las constructoras de una
ciudad que está edificada con fuerza de trabajo migrante. Pero
la autoconstrucción de los márgenes urbanos es una manera de
compensar con trabajo propio los costos inaccesibles de la vivienda
digna para una persona con un pago indigno con el que no pueden
pagarse los gastos mínimos de reproducción de una familia que es,
en parte, subsidiada a través de las redes de la migración nacional.
Doña Rosa trabajaba como afanadora en un gran banco en el sector
financiero en globalización de Ciudad de México. Con su trabajo
construyó físicamente la ciudad, pero también con su inversión de
trabajo no pagado, desde los márgenes, subsidió la ciudad global
para la que trabajó a bajo costo.

299
Federico Besserer

La hija y el hijo de doña Rosa se fueron a Myrtle Beach, en


Carolina del Norte. Ahí trabajaron en la construcción de esta emer-
gente ciudad turística vinculada a las cadenas globales hoteleras y de
aviación. Ellos formaron su propio grupo de trabajo invitando a sus
parientes y vecinos de la colonia Arboledas, Cuautepec, en México,
y juntos vivieron en los edificios Carolina Forest en Estados Unidos
formando un espacio social urbano transnacional al que llamamos
entre risa y seriedad La floresta transnacional. Los habitantes de esta
calle transnacional articulan dos ciudades, cuya actividad económica
los integra, por otro lado, al sistema de ciudades globales.
Pero Myrtle Beach fue una de las ciudades más afectadas por el
desempleo derivado de la crisis financiera (con origen en la especu-
lación urbana) en 2008. Para la familia de doña Rosa, al desempleo
se sumó la creciente preocupación por la deportación, así que regre-
saron a México donde sus vecinos los recibieron y dieron cobijo.
El viaje de la familia de doña Rosa liberó, por decirlo así, a Myrtle
Beach de los costos de la crisis financiera, que fueron absorbidos
por la calle transnacional, donde ahora los hijos de doña Rosa cons-
truyeron un restaurante en el que un vecino transnacional, quien
trabajó en las cocinas de Myrtle Beach en Estados Unidos, prepara
burritos para los habitantes de la delegación Gustavo A. Madero.
Este ejemplo etnográfico nos ayuda a reflexionar cómo logramos
ir más allá de marcos teóricos que se centran de manera exclusiva en
los procesos de globalización como, por ejemplo, los estudios sobre
la ciudad global. El trabajo de investigación en contextos urbanos
permite pensar sobre la importancia de abrir la mirada más allá de
los procesos de globalización hegemónica, y estar atentos también a
las dinámicas subalternas. Estas dinámicas podrían llamarse trans-
nacionales, y en este sentido se tendría que desarrollar una meto-
dología y un marco conceptual para poder entender otros procesos
constitutivos de lo que hemos llamado la ciudad transnacional.
En este sentido, reflexionando sobre el nombre de la mesa
redonda que dio origen a este artículo, quisiera proponer que en vez
de usar el concepto de posglobal experimentemos con el concepto de

300
La ciudad transnacional

transglobal como algo que nos permita observar las intersecciones


entre los procesos transnacionales y los globales, y articular los ins-
trumentos conceptuales de la globalización y el transnacionalismo
para construir un marco analítico robusto para el estudio de las
dinámicas sociales urbanas.
Para fijar la mirada sobre estas dinámicas entre la ciudad global
y la ciudad transnacional, se usará el concepto de desplazamientos
que ha propuesto la antropóloga brasileña Bela Feldman Bianco
(Feldman-Bianco, 2016). Expandir este concepto para aprovechar
su polisemia, permitirá relacionar procesos geográficos, sociales y
económicos. El caso que se ha descrito anteriormente es en este
sentido muy elocuente.
En primer lugar, esta viñeta permite mostrar que las ciudades
–entre ellas las ciudades globales– son construidas materialmente
por personas migrantes. El desplazamiento geográfico nacional y
transnacional puede decirse que es consustancial a la existencia de
la ciudad misma.
En segundo lugar, espero haber podio mostrar que dos localida-
des pueden estar separadas por miles de kilómetros, pero tener una
gran proximidad social, donde el desplazamiento geográfico (y el modo
de vida transnacional asociado a éste) produce un espacio urbano
entre lugares discontiguos. Este fenómeno es una dinámica horizon-
tal diferente que el estudio vertical por escalas, que han empleado
los análisis de la globalización. Se trata de un proceso que se da en el
plano de la menor de las escalas, y por eso puede llamarse translocal.
En el caso descrito, estamos ante una dinámica de dispersión que a
partir de conocer trayectorias individuales vemos transformarse en
una red familiar entre las ciudades de Tijuana, luego Durango, para
finalmente consolidarse como una unidad mucho más densa y com-
pleja de las relaciones de vecinazgo, que le da cuerpo a este espacio
social urbano transnacional que denominamos la calle transnacional.
La segunda acepción del concepto de desplazamiento se usará
para hacer referencia al desplazamiento social. En el caso presentado,
la calle transnacional, como un espacio social urbano, es un vaso

301
Federico Besserer

comunicante entre dos situaciones de desplazamiento o exclusión.


En el caso estadounidense, por una marginación asociada a su con-
dición migratoria; y en el caso de la Ciudad de México, es una
marginación social que se expresa en el acceso desigual a los
servicios. Esta doble condición de exclusión puede denominarse
desplazamiento social transnacional.
En tercer lugar, la marginalidad de la condición migratoria de
los urbanitas transnacionales (en otro lugar les hemos denominado
transeúntes) en Estados Unidos les hace fuerza de trabajo barata para
la construcción y cuidado de un polo estadounidense del sistema de
ciudades globales; por el otro lado de la frontera, las condiciones
marginales en las que realizan la reproducción de la fuerza de trabajo
subvencionan al sistema financiero de la ciudad global en México.
Este proceso más que una extracción de valor es de transferencia de
costos, o desplazamiento económico que absorbe la calle transnacional
de manera que aún debemos estudiar más puntualmente.
Finalmente, en las dinámicas migratorias puede verse, incluso
de manera aumentada, los procesos de subjetivación neoliberal que
producen a los sujetos como emprendedores encargados de su propio
destino. Más allá de los marcos analíticos que vieron a los migrantes
como individuos tomando decisiones, y los marcos analíticos que
veían en la migración un reflejo de las estructuras que provocaban
la decisión involuntaria, se ha comprendido que existen procesos
de gubernamentalidad que producen al sujeto gobernable. De esta
forma, como en el caso que se describe, no es necesario realizar
la acción física de deportar a un sujeto como un acto de gobierno; las
acciones de los sujetos responden a las políticas públicas por la
percepción que tienen de sí mismos como deportables. Esta pro-
yección –transferencia o desplazamiento subjetivo– de la imagen
dominante sobre el sujeto subalterno, que le hace un agente dócil
(Mahmood, 2008), es una parte fundamental del régimen de
deportación (De Genova y Peutz, 2010) que ha imperado en los
últimos años entre México y Estados Unidos y que se ha exacer-
bado al máximo en los últimos meses.

302
La ciudad transnacional

La polisemia del concepto desplazamiento, entonces, permite


hacer referencia al carácter multidimensional de una dinámica
que es a la vez geográfica, social, económica y (micro) política, que
experimentan los sujetos subalternos en el vértice de la articulación
entre las dinámicas urbanas transnacionales y las globales (a las
que nos hemos referido como transglobales) en el marco de la crisis
económica y los cambios en las políticas de Estado que se pueden
observar en años recientes.

Etnografía especular

La historia que se presentó es parte del trabajo terminal de la


carrera en Antropología Social que entregó recientemente Sandra,
la nieta de doña Rosa, quien, viviendo en Carolina Forest, no
pudo continuar en el sistema escolar estadounidense y regresó a
vivir a la colonia Arboledas para cursar la carrera en la Universidad
Autónoma Metropolitana Iztapalapa (UAM-I). El caso de Sandra
ilustra el proceso económico de vivir en la doble marginalidad.
Por un lado, no fue un costo para el sistema estadounidense for-
marla en el sistema universitario mexicano, pero al trabajar en un
call center para costear sus estudios en Ciudad de México usaba
sus habilidades lingüísticas y su conocimiento cultural del cliente
estadounidense por un salario muy inferior de lo que se le hubiera
pagado de haber realizado su trabajo en Estados Unidos. Su tra-
bajo es una autoetnografía en la que describe y analiza, a partir
de su propia experiencia y de las narrativas de otras como ella,
la conformación de un espacio social urbano transnacional y su
conexión con la ciudad global.
Sandra se sumó a una lista de investigadoras e investigadores que
han formado parte del Programa de Estudios Transnacionales de la
UAM, en el que se han realizado autoetnografías de espacios socia-
les transnacionales. Este proceso lo inició en 1999 Mónica Cinco,
quien mapeó etnográficamente el barrio chino transnacional del que
su familia forma parte (Cinco, 1999). Tatiana Lara estudió una

303
Federico Besserer

colonia (o vecindario) transnacional de su conocido Nezayork (Lara,


2014). Estos trabajos autoetnográficos se realizaron en varios senti-
dos en forma inversa a las etnografías convencionales. Es una etno-
grafía desde-dentro-hacia-afuera, que no supuso una delimitación
previa de la unidad geográfica por estudiar, sino que con base en
la unidad sociológica se puso realmente atención en la geografía de
estos sujetos urbanos que viven sus vidas en espacios que articulan
muchas localidades, y que deben ser analizados y conceptualiza-
dos. Además, no supuso la llegada de fuera de una antropóloga o
antropólogo para estudiar a los urbanitas transnacionales, sino que
implicó el proceso de formación de estos urbanitas como antropó-
logos, de tal manera que pudieron hacer un estudio con base en la
observación participante de un período cuya profundidad histórica
es de toda una vida, y de una realidad que conocen, se puede decir,
como la palma de su mano porque la conocen en la práctica.
Se utiliza el concepto de práctica con la intención de enfati-
zar que la autoetnografía disuelve la distinción ontológica entre el
yo antropológico y el otro etnográfico en una unidad que Michael
Kearney denominó «antropología práctica» (Kearney, 2003).
Otros etnógrafos, en cambio, estudiaron realidades que les
eran desconocidas e iniciaron su trabajo en localidades que nunca
habían visitado, cuyas lenguas no hablaban. El proceso de entrada
a estas zonas fronterizas urbanas –que se han fraguado, por ejemplo,
con el trabajo de las comunidades indígenas con experiencia migra-
toria transnacional– dejó de manifiesto el problema de las fronteras.
«La gran muralla china», decía Ximena Alba (2008), quien durante
meses no logró establecer una relación de trabajo con la comuni-
dad de origen chino en la ciudad de Mexicali e inició su trabajo
estudiando primero los reflejos del barrio chino en dicha ciudad,
desde el mundo invertido de la heterotopía fouculteana del cemen-
terio. En el cementerio, una tumba con caracteres chinos lleva a
un hogar de la ciudad, pero su realidad mortuoria es el inverso del
mundo de los vivos. Las inversiones continúan en este trabajo con

304
La ciudad transnacional

el estudio de los prejuicios y miradas orientalizantes que se proyec-


tan sobre la población china de la ciudad norteña.
El trabajo de Daniela Reyes (2014) sobre las comunidades indí-
genas demostró que en el plano urbano opera la idea de Michael
Kearney, de que las fronteras tienen un carácter dual: una de ellas
clasifica y desvaloriza a los sujetos que las atraviesan; la otra, muchas
veces retiene a los sujetos dentro de los espacios sociales transnacio-
nales. Esta reflexión sobre las fronteras nos permitió pasar de una
aproximación autoetnográfica a una etnografía especular que pone las
fronteras en el centro de la investigación. Éste, al parece, es uno de
los aprendizajes que se plasmaron en el libro Ensamblando la ciudad
transnacional (Besserer y Oliver 2014b), donde se presentan los instru-
mentos para comprender la vida en los espacios sociales urbanos
transnacionales, en un contexto en el que las fronteras, las murallas
y los muros (sean de piedra o de agua, para invocar a José Revueltas)
ocupan un lugar simbólico y material de creciente relevancia.

Espacios sociales urbanos transnacionales

Con base en esta aproximación metodológica y la etnografía reali-


zada en el proyecto «Constructores de ciudades», coordinado con
el apoyo de Daniela Oliver, y cuyos resultados se publicaron en el
libro Ensamblando la ciudad transnacional (Besserer y Oliver, 2014b),
propusimos una primera organización de los espacios sociales urba-
nos transnacionales (ESUT) según aparecen en el cuadro siguiente
(Besserer y Oliver, 2014a). Cabe aclarar que los tipos de ESUT no
son tipos ideales, sino una manera que encontramos de organizar
los casos que estudiamos. En ese sentido, se trata de una tipología
basada en los resultados etnográficos. Las dimensiones organiza-
doras de densidad e institucionalidad aluden a las características
que nos parecieron más sobresalientes al comparar estas realidades
(véase cuadro 1).

305
Federico Besserer

Cuadro 1. Espacios sociales urbanos transnacionales (ESUT)


Densidad
Menor densidad Mayor densidad
Menor La calle La colonia
Institucionalidad

institucionalidad transnacional transnacional


La comunidad
Mayor El barrio
indígena urbana
institucionalidad transnacional.
transnacional

Fuente: Tomado de Besserer y Oliver (2014a).

Este cuadro resultó ser un modelo para pensar en una investi-


gación de mayor alcance geográfico y analítico. Nos permitió com-
prender que éstos podrían ser sólo algunos de los espacios urbanos
transnacionales, pero no todos. El trabajo etnográfico también
requería investigar la manera en que éstos se ensamblaban en un
conglomerado mayor al que denominamos la ciudad transnacional.
Sostuvimos que estábamos:

Ante la construcción de una ciudad transnacional cuya lógica no


es la de la contigüidad territorial. Esta nueva ciudad de flujos,
de viajeros, de transmigrantes, de sujetos diaspóricos, y de quie-
nes asociados a ellos nunca han migrado, requiere de una nueva
mirada antropológica para comprenderse (Besserer y Oliver,
2014b, p. 37).

Esta nueva mirada la construimos con base en el concepto de


formaciones urbanas.

Formaciones urbanas transnacionales

Con base en los resultados de investigación etnográfica explora-


torios con varios grupos de trabajo con quienes buscamos formas
diferentes en las que se ensamblaban los procesos de transnaciona-
lización urbanos, llegamos al planteamiento de la existencia de al
menos tres formaciones urbanas transnacionales o, por decirlo así,
tipos de ciudades transnacionales.

306
La ciudad transnacional

La primera de ellas, que nos parecía el caso más sencillo de


estudiar por la contigüidad espacial de la unidad analítica, fue la
ciudad fronteriza. Con este concepto nos referimos a los conglo-
merados urbanos que, como Calexico-Mexicali, pueden pensarse
como una unidad urbana, aunque dividida por una frontera.
Algunas veces se ha usado el concepto de zona metropolitana fron-
teriza para describir esta realidad.
La segunda fue la ciudad diaspórica, que surge a partir de la etno-
grafía que nos permitió comprender que la vida urbana transnacional
puede tener lugar en sitios discontiguos, y que la clave es el estudio de
los espacios sociales urbanos transnacionales. En este sentido, la ciu-
dad diaspórica es la suma de múltiples redes urbanas transnacionales
que configuran un complejo entramado urbano transnacional.
Sumamos una tercera categoría para el análisis etnográfico que
surgió de la experiencia que algunos de los investigadores teníamos
en el estudio de los enclaves mineros que se formaron en el siglo
XIX y principios del siglo XX . Si bien los enclaves urbanos surgen
por las necesidades de empresas para poder realizar sus proyectos
productivos, en la práctica son articulados por la experiencia de los
sujetos que las habitan y que viven un modo de vida translocal. Tal
fue el caso de los trabajadores mineros que rotaron entre poblacio-
nes mineras pasando de un empleo a otro, o la articulación que
surge a partir de las organizaciones sindicales que se formaron en
México a principios del siglo XX .
Hoy, al sistema de enclaves se ha sumado una nueva forma de
organización del espacio que se caracteriza por la concentración de las
actividades empresariales en complejos dentro de las grandes urbes,
o que conforman complejos urbanos en sí mismos (como los resorts
turísticos). A este proceso se le ha dado el nombre de clusterización.
Al igual que las articulaciones desde abajo de los enclaves, los
clusters urbanos, que se integran en cadenas de mercancía y sis-
temas financieros globales, configuran también espacios urbanos
de vida articulados por las experiencias y consecuentes modos de
vida de las personas que en ellos trabajan y habitan. De ahí que

307
Federico Besserer

hayamos nombrado esta tercera formación urbana transnacional


la ciudad clusterizada.
Nos propusimos estudiar cada tipo de formación urbana trans-
nacional en tres grandes regiones del mundo para comparar tanto
los tipos de ciudad como las regiones entre sí a partir de tres ejes
analíticos: modos de vida, formas de gubernamentalidad y proce-
sos económicos en los que se involucraban los urbanitas transna-
cionales o transeúntes.
Fue así como se inició el trabajo de campo en situaciones urba-
nas de India, China, Bolivia, El Salvador, Guatemala, México y
Estados Unidos, así como de Marruecos, España y Francia. El pro-
yecto se realizó con un grupo formado por investigadores (alumnos
de licenciatura, posgrado y profesores) del Seminario de Estudios
Transnacionales del Departamento de Antropología de la UAM, y
los resultados fueron reunidos en el texto La ciudad transnacional
comparada (Besserer y Nieto, 2015b). Nuevamente, la etnografía
tuvo un fuerte componente autoetnográfico que potenció el pro-
yecto de investigación en campo.
Como se ha dicho, la propuesta era hacer una comparación
entre formaciones urbanas distintas, pero la realidad nos mostró
otra situación; contrario a nuestra suposición, el trabajo de campo
nos llevó por interconexiones de las unidades estudiadas, hasta
que se fueron integrando en una gran red urbana de dimensiones
mundiales. Se trata de un sistema urbano, que no es isomórfico
con las redes del sistema de ciudades globales, y que contribuye,
me parece, a abrir un campo de trabajo que es el del estudio de la
dinámica entre el sistema que podemos llamar la ciudad global y el
sistema que hemos denominado la ciudad transnacional.

La ciudad transnacional: una red de escala mundial

La etnografía que surgió de nuestro estudio (cerca de 40 trabajos)


muestra que los márgenes de las ciudades del mundo se articulan
en una gran red mundial.

308
La ciudad transnacional

Se inició el trabajo etnográfico en ciudades de distintas regio-


nes del mundo. Especialmente, la investigación sobre las ciudades
diaspóricas fue dando cuenta de las conexiones entre los márgenes
de una ciudad con otra, y el trabajo etnográfico en movimiento
fue desplazándose de localidades, brindando información para
poder describir los vínculos y la vida cotidiana entre dos o más
ciudades (Besserer y Nieto, 2015a).
Así, los estudios etnográficos de Mónica Cinco y Ximena
Alba, quienes realizaron trabajo de campo en Ciudad de México,
Beijing, Mexicali y París (entre otros) permitieron delinear una pri-
mera red, donde los barrios chinos y otras zonas de las ciudades
estudiadas se unen en una estructura transnacional urbana (Alba;
2015; Cinco, 2015). Lilia Solís, Daniela Reyes y Lorenia Urbalejo
describieron los vínculos que establecen personas originarias de
la región mixteca del sur de México con ciudades como Tijuana,
Nueva York, Fresno, Seatle y Ciudad de México, y otras más, así
como las formas de vida y de trabajo en este entramado urbano
(Reyes, 2014; Solís, 2015; Urbalejo, 2015).
Nancy Wence documentó los vínculos cotidianos sostenidos por
migrantes bolivianas originarias de Cochabamba que, pasando
por Buenos Aires, hoy radican a las afueras de la ciudad de
Madrid. Mientras, por otro lado, Ernesto Hernández conoció
las redes entre Madrid, Nueva York y Santo Domingo alimen-
tadas diariamente por los migrantes que viven en situaciones
de precariedad en todos estos lados provenientes de República
Dominicana (Hernández, 2013; Wence, 2015). Amina El Mekaoui
hizo trabajo de campo y demostró cómo su propia tribu de origen
marroquí mantiene los vínculos entre su país de origen y distin-
tos poblados y ciudades en Europa, constituyendo una red trans-
mediterránea, por decirlo de algún modo (El Mekaoui, 2012).
La red de doña Rosa, según la describe en una autoetnografía su
nieta Sandra, vincula Ciudad de México, Myrtle Beach y Nueva
York (Tafolla, 2014) (véase figura 1).

309
Federico Besserer

Figura 1. Algunas redes urbanas estudiadas

Fuente: Tomada de Besserer y Nieto (2015a).

La etnografía de cada una de estas redes se inició en lugares


apartados y con la finalidad de poder hacer trabajo comparativo
entre las estructuras que permitan delinear a partir del trabajo
etnográfico en movimiento realizado durante los años que duró la
investigación. Hay, desde luego, elementos en común en un análisis
estructural de estas redes. Por ejemplo, cada red contiene al menos
un puerto fronterizo, uno aéreo o uno marítimo importante.
Este elemento es significativo porque enfatiza que las redes
entre los márgenes urbanos no son espacios liminales de fluidez
liberadora, sino que requieren que se ponga en el centro del aná-
lisis del proceso de transnacionalización urbana el estudio de las
fronteras y, por ello, del papel que juegan en la vida de los urba-
nitas transnacionales. Lo anterior es especialmente cierto en un
momento de reforzamiento de las fronteras internacionales como
el que vivimos después de 2001, en el marco de la crisis econó-
mica de 2008, y con los cambios actuales en las políticas inter-
nacionales como las acciones del gobierno de Estados Unidos y el
Brexit en Europa.

310
La ciudad transnacional

El estudio de estas ciudades que son puertos fronterizos fue espe-


cialmente importante, ya que se trata de ciudades, por llamarlas de
alguna manera, doblemente transnacionales: como ciudades fronte-
rizas y como componentes de las redes que se configuran espacios
diaspóricos. Son, por decirlo así, hogar y lugar de paso a la vez.
Más aún, el estudio de los entramados urbanos transfronterizos,
al parecer, comprende de manera empírica y directa los vínculos
transnacionales entre complejos urbanos donde hay contigüidad,
como en el caso de la red que va de Tijuana a San Diego, que son
difíciles de observar entre ciudades distantes en la geografía. Por otro
lado, nos permite observar el papel de las fronteras en las relacio-
nes urbanas transnacionales en la distancia. Por eso fue interesante
realizar estudios etnográficos en Mexicali (Alba, 2014; Lara, 2012),
Tijuana (Jiménez, 2015; Salas, 2011), y Tapachula (Guillot, 2012).
La propia Ciudad de México (Cadena, 2015) constituye uno de los
puertos de entrada con mayor afluencia diaria en México, y esto hace
de ella una interesante ciudad fronteriza y, desde este punto de vista,
éste sería el caso de los hubs de aviación a escala mundial como Nueva
York y París, por mencionar algunos donde se realizó trabajo de
campo (Alba, 2015; Solís, 2015).
Las ciudades fronterizas transnacionales presentan una tercera
forma de transnacionalización, la cual está relacionada con los clusters
de trabajo y su vínculo con otras localidades. Ejemplos claros de
estas ciudades clusterizadas se pueden encontrar en los estudios
sobre los centros de llamadas o call centers en ciudades como
Tijuana (Romero, 2015).
No obstante, las ciudades clusterizadas se estudiaron tam-
bién fuera del contexto de las redes diaspóricas y de las ciudades
transnacionales fronterizas que se han mencionado. Tal fue el caso
de los call centers en la ciudad de Guatemala (Meoño, 2015), y de
complejos turísticos como Los Cabos y Tulúm en México (Oliver,
2011, 2015), articulados con el mundo a través de cadenas globales
de aviación, pero también de asociaciones internacionales de tra-
bajadores del turismo, así como por la circulación de trabajadores

311
Federico Besserer

entre estos destinos. Otro caso de una ciudad clusterizada que se


estudió, y que no formó parte de las redes diaspóricas que analiza-
mos, fue el funcionamiento de los clusters de capital y su relación
con los clusters de slums o barriadas en la ciudad de Bangalore en la
India (Glockner, 2015).
Conforme avanzó la investigación empezamos a encontrar
puntos de articulación entre las redes que se iban construyendo.
Ciudad de México, Tijuana, Madrid, París y Nueva York eran ciu-
dades que aparecían en más de una red estudiada.
Cuando se integraron las redes que habíamos estudiado de
manera separada en una sola gráfica, se encontró que este nuevo
ensamblaje configura una red que forma un anillo alrededor del
mundo. Los vínculos entre los márgenes de las ciudades constitu-
yen entonces un entramado de escala planetaria, y a esta unidad
urbana la denominamos la ciudad transnacional (véase figura 2).

Figura 2. Redes urbanas

Fuente: Tomada de Besserer y Nieto (2015a).


Como se mencionó en el libro editado por Besserer y Nieto
(2015b), la investigación no fue planeada para describir una realidad

312
La ciudad transnacional

como ésta. Por lo tanto, la forma que adquiere, las subredes que la
integran o la totalidad de vínculos que aparecen en su modelación
son sólo indicios de ese gran entramado que estamos por conocer y
estudiar más a fondo.
Si se analiza con más detenimiento el entramado que hemos
denominado la ciudad transnacional, veremos que hay algunos
nodos de esta gran red que tienen un lugar de mayor centralidad
por dos motivos. Por un lado, usando la terminología de la teoría
de redes, se trata de lugares con mayor centralidad dado el mayor
número de vínculos adyacentes. Es decir, son las urbes en la gráfica
las que se conectan con el mayor número de ciudades adyacentes:
Madrid, Nueva York, Ciudad de México. Por otro lado, estos mis-
mos nodos ocupan un lugar estructural importante porque son los
puntos de articulación de las distintas subredes que forman la ciudad
transnacional. En el lenguaje de la teoría de redes son gatekeepers o
porteros que intermedian las relaciones entre distintos fragmentos de
la estructura mayor (véase figura 3).

Figura 3. Nodos articuladores de la red

Fuente: Tomada de Besserer y Nieto (2015a).

313
Federico Besserer

Llama la atención en esta estructura que estos nodos con una


mayor centralidad, al menos en esta primera aproximación etno-
gráfica, se encuentran también en los primeros sitios de las listas
de ciudades globales del mundo (Kearney, Foreign y The Chicago
Council on Global Afairs, 2010). Tal es el caso de urbes globales
emblemáticas como Nueva York y París, pero también otras como
Madrid y Ciudad de México.
Esta primera mirada sobre la ciudad global nos permite ade-
lantar dos hipótesis sobre la relación entre los procesos de globali-
zación y de transnacionalización urbanas. La primera es la que ya
se adelantó, y establece que los sistemas de ciudades globales y los
de ciudades tansnacionales están articulados, y que estos puntos de
articulación tienen como nodos relevantes ciudades como Nueva
York, que juegan un papel estructuralmente destacado tanto en la
red global como en la transnacional. Tal vez, podemos adelantar
que esto sucede porque son lugares donde convergen capitales y
trabajadores de todo el mundo. Sin embargo, hay elementos para
sostener que la ciudad transnacional, como una red de escala mun-
dial, no es isomórfica con la red de las ciudades globales, sino que
tiene su propia dinámica que se expresa en estructuras diferentes.
Por ejemplo: las ciudades fronterizas pueden jugar un papel pre-
ponderante en las redes transnacionales, pero no tener la misma
relevancia en el entramado de las ciudades globales.

La urbanización planetaria. Un proceso de intersección


urbana transnacional/global

La magnitud del fenómeno de la transnacionalización urbana y la


convergencia con el sistema de ciudades globales nos permite
sostener que se trata de un fenómeno de mayores proporciones,
que es la existencia de procesos urbanos transglobales. En tanto que
avancemos en la investigación (más desarrollada ahora en el estu-
dio de los procesos de globalización que de transnacionalización
urbana), se podría proponer que estamos ante un ensamblaje de

314
La ciudad transnacional

nuevas magnitudes, un nuevo momento de la mundialización


urbana, ante un proceso de urbanización planetaria.
Quisiera usar este concepto por tres motivos: en primer lugar,
para recoger la preocupación de Mike Davis (2007) en su obra
Planeta de ciudades miseria, porque el proceso coincide con la
concentración y el crecimiento de la pobreza en las ciudades del
mundo. En segundo, porque articula dos redes que se dispersan a lo
largo y ancho del planeta como hemos ya demostrado. Pero también
y, en tercer lugar, porque nos refiere necesariamente a las dinámicas
que existen entre este gran sistema urbano transglobal y el planeta en
su conjunto. Las dinámicas urbanas en los procesos de globalización
están afectando el clima del planeta en su totalidad y los cambios
climáticos están teniendo impacto en las dinámicas de transnaciona-
lización urbana de quienes menos tienen.

Hay mucho por hacer: ¿por dónde empezar?

Para poder construir un marco analítico de estos procesos que aquí


hemos denominado transglobales, se hace necesario poner en diá-
logo las perspectivas de quienes han hecho investigación desde la
ciudad transnacional y de los estudios de la ciudad global, con el
afán de tener lecturas cruzadas de las mismas y estudiar la per-
tinencia de contar con un vocabulario común, o por lo menos
comprender las distintas maneras en que nos acercamos concep-
tualmente al estudio de estas dinámicas. Se trata, desde mi punto
de vista, de un ejercicio para acercar dos programas o potenciales
analíticos diferentes, pero que se intersectan y que tienen en común
una perspectiva crítica.
En las líneas que siguen se tratará de resumir de forma esque-
mática distintas maneras en las que se puede pensar en esta relación
global/local que nos podrían servir para acercar el conocimiento
generado desde la etnografía sobre ciudades globales y los estudios
etnográficos transnacionales sobre la ciudad, tomando como base
una reflexión publicada anteriormente (Besserer, 2016b).

315
Federico Besserer

Al iniciarse la década de 1990, la literatura sobre globalización y


ciudad giró en torno al concepto ciudad transnacional propuesta por
Saskia Sassen (1991). Una década después, Michael Peter Smith pro-
pone que los estudios transnacionales pueden aportar para construir
una aproximación diferente en la comprensión de la ciudad (Smith,
2001). Es así como el nuevo milenio se inicia con dos propuestas
teóricas complementarias y, al mismo tiempo, divergentes. La dis-
cusión no siempre ha visto como complementarios estos puntos de
vista teóricos, y tampoco podemos decir que cada uno de los ejes
global y transnacional de la ecuación son posturas homogéneas. En
los hechos hay muchas maneras de entender la relación entre globa-
lización y transnacionalización. ¿Cómo se puede buscar una fórmula
para construir un modelo robusto de estudios urbanos transgloba-
les? A continuación, en la figura 4, se muestran algunas fórmulas que
pueden presentarse como propuestas convergentes.

Figura 4. Propuestas convergentes


Globalización

Imperial Internacional Transnacional


Fuente: Elaboración propia.

Siguiendo la perspectiva histórica de los estudios que usan el


concepto de ciudad mundial (Taylor, 2012) podemos pensar en una
primera aproximación para ordenar la relación entre globalización
y transnacionalización. Desde una perspectiva histórica, no fue
sino hasta el siglo XVI con la expansión europea hacia oriente y
occidente, y la circunnavegación del mundo, que se puede hablar
de la primera etapa en el proceso de globalización. El concepto

316
La ciudad transnacional

transnacional, entonces, puede ser usado como un momento histó-


rico en el marco de la globalización.
Una primera etapa que estaría dominada por el orden imperial
iniciaría en el siglo XVI. Una segunda etapa sería aquella en la que,
a partir del siglo XVIII y al iniciar el siglo XIX, se configuran los
Estados-nación y en la escala global se impone un nuevo orden
internacional. Al finalizar el siglo XX e inicios del siglo XXI surge
un nuevo proceso con la presencia de instancias de regulación
supranacionales y actores subnacionales que trascienden fronteras.
A este tercer período podría denominársele transnacional, y los
procesos urbanos transnacionales estarían acotados a este período
histórico (véase figura 5).

Figura 5. Período transnacional


Global

Transnacional
Fuente: Elaboración propia.

Una segunda propuesta, como la que presenta Michael Peter


Smith (2001), apoyándose en Kearney (1995), es la que visualiza
el proceso de globalización como uno de gran escala y de gran
extensión; mientras que los procesos transnacionales serían de
escala menor. Con base en esta mirada, M. P. Smith desarrolló su
propuesta sobre los procesos transnacionales urbanos. En su caso,
un eje fundamental es metodológico y está relacionado con el uso
de la etnografía para comprender que los procesos transnacionales
son de dimensión humana y deben poner en el centro el estudio de
los actores sociales y su capacidad de agencia para comprender el
potencial transformador de sus acciones (véase figura 6).

317
Federico Besserer

Figura 6. Transnacionalización como un indicador


de escala urbana.

Globalización

Transnacionalización

Fuente: Elaboración propia.

En tercer lugar, podemos pensar en la aproximación que hace


el grupo de trabajo lidereado por Nina Glick Schiller y Çaglar
(2011), para quienes la globalización es un contexto estructural
en el que la acción de los migrantes urbanos resulta del proceso
de transnacionalización. Es importante la idea acerca de que los
procesos de transnacionalización están asociados con la migración,
porque la inclusión de esta variable migratoria en el análisis de las
ciudades se transforma en su modelo en una manera más de pensar
en la escala urbana.
Una ciudad puede ser de gran escala porque abarca una mayor
superficie o porque tiene una enorme población. Pero desde la
perspectiva de este grupo, la diversidad de orígenes (y con ellos
los vínculos que se mantienen con estos lugares y otros más en la
red de los transmigrantes) imprimen a la ciudad una nueva forma
de concebir la escala. Aun una ciudad pequeña y poco poblada puede
tener una escala mayor en términos de su proceso de transnacio-
nalización. La condición transnacional es, en este sentido, un eje
vertical de agregación que transforma y califica la ciudad como un
lugar (véase figura 7).

318
La ciudad transnacional

Figura 7. Eje vertical de agregación

Globalización
Transnacionalización

Fuente: Elaboración propia.

Autores como Ludger Pries (2017), han cuestionado la lógica


de algunos modelos analíticos de la globalización por el naciona-
lismo metodológico que tienen incorporado. La crítica se basa en
la idea de que cuando estos modelos construyen las escalas que van
de lo local, lo nacional, lo regional y lo global, lo hacen sobre el
presupuesto de unidades territoriales acotadas en las que se da por
supuesta una población y reguladas por una unidad de gobierno (la
lógica de un territorio, una nación, un gobierno). La crítica de Pries
es interesante y nos da la posibilidad de pensar que el proceso de
globalización, visto de esta manera (como un agregado de escalas en
el eje vertical), es una racionalidad hegemónica que acompaña las
formas contemporáneas de gobierno.
Como contraparte, podríamos pensar que sería un eje hori-
zontal que dé cuenta de procesos que no pasan por el agregado
vertical, sino que definen los grados de alcance de una ciudad por
su extensión geográfica, aun cuando ésta no sea sobre la base de
continuidad del territorio. Mientras que el primer eje vertical es
el de la globalización y atiende el fenómeno de escalas, el segundo
eje horizontal es el de la transnacionalidad y se refiere a la dis-
persión del fenómeno. Se comprende que este eje es transnacio-
nal porque al romper con el nacionalismo metodológico permite
observar una realidad empíricamente existente, pero que se encon-
traba invisibilizada por el modelo dominante de la globalización.

319
Federico Besserer

Éste sería entonces una quinta posibilidad de cómo pensar la rela-


ción global-transnacional para reflexionar sobre los procesos urba-
nos (véase figura 8).

Figura 8. Relación global-transnacional


Globalización

Transnacionalización
Fuente: Elaboración propia.

Finalmente, dos críticas se suman al modelo anterior para


formar una sexta mirada sobre la relación transnacional/global.
Primero, el reconocimiento de que los estudios sobre la ciudad glo-
bal (Parnreiter, 2013) han avanzado en representar la globalización
como una dinámica de vinculación en red impulsada por procesos
económicos y de otra índole. Segundo, por un lado, atendiendo
las críticas de Gupta y Ferguson (1992) acerca de los modelos que
ven la globalización como un fenómeno desde arriba (estructural y
abstracta) y, por el otro, las dinámicas transnacionales como desde
abajo (empírica y basada en las prácticas y agencia de los sujetos),
en las que suponemos que los procesos de globalización también
son empíricos y suceden sobre la base de acciones que personas
reales hacen y cuyas consecuencias son igualmente palpables.
De esta forma, los procesos de globalización y transnaciona-
lización no deben ser vistos como desde arriba y desde abajo, sino
como hegemónicos y subalternos. Por lo que la transnacionalización
urbana (a la que metafóricamente nos referimos como un proceso
de globalización desde abajo) es la contraparte de un proceso por
igual empírico, pero hegemónico al cual damos el nombre de glo-
balización urbana. Es este último modelo el que mejor se ajusta a

320
La ciudad transnacional

la propuesta de ensamblaje transnacional/global urbano que hemos


denominado urbanización planetaria, que sería en la práctica la
fórmula históricamente más reciente del proceso que llamamos
ciudad mundial (world city).
A partir de las investigaciones etnográficas sobre la ciudad
transnacional y la comprensión de que ésta es un entramado de
magnitud mundial, las propuestas anteriores pueden servirnos para
pensar en una forma de construir un aparato conceptual para el
diálogo con las investigaciones que han hecho estudios desde la pers-
pectiva de la globalización, pero también como un herramental ana-
lítico para comprender las dinámicas entre dos procesos sociales
dialécticamente articulados, que son el proceso de transnacionali-
zación urbana y las dinámicas de configuración de la globalización
urbana. Esta dinámica transglobal puede ser denominada –sugerimos
en párrafos anteriores– urbanización planetaria.
La idea general es que más que buscar un marco teórico
común, dada la complejidad de la realidad por estudiar y la diver-
sidad de enfoques que han avanzado en el proceso de investiga-
ción, es deseable pensar en construir puentes o mediaciones entre
marcos teóricos y herramientas analíticas para poder mantener un
diálogo que sea útil en la comprensión de los fenómenos urbanos
y la acción transformadora. En la actualidad se observan esfuerzos
de diversos grupos de trabajo en nuestro país que apuntan en esta
dirección. Tal es el caso del proyecto «Globalópolis_Mx», dirigido
por la doctora Marianne Marchand, en Puebla, y el trabajo coor-
dinado por la doctora María Ana Portal, «Procesos globales, acto-
res locales», en la UAM-Iztapalapa; además de los ya mencionados
anteriormente a lo largo del texto.
En el plano de la investigación de campo, la identificación de
los puntos de convergencia entre las redes globales y las transnacio-
nales nos pareció privilegiada para el estudio de las dinámicas entre
estos dos ensamblajes urbanos. Para comprender estos procesos se
ha iniciado una investigación (que no se describirá aquí por falta de
espacio) en uno de los puntos de convergencia transnacional/global,

321
Federico Besserer

que es Ciudad de México. En particular, el proyecto «La ciudad de


los saberes» explora desde una perspectiva crítica las dinámicas de la
economía del conocimiento, donde los saberes de los sujetos trans-
nacionales se convierten en un recurso para la así llamada ciudad
del conocimiento como nodo del ensamblaje global.

Desplazamientos urbanos

Nos encontramos en una etapa muy incipiente de comprensión de


ese entramado que hemos llamado la ciudad transnacional. Para
continuar la investigación, se hace necesario pensar la ciudad trans-
nacional frente a otros procesos de diferentes escalas. En el apar-
tado anterior se trató de presentar la relación con la escala global,
pero se requiere también de entender su relación con otras escalas
de la economía y el poder, y cómo son las dinámicas nacionales
y locales que hoy aparecen con una presencia renovada frente al
endurecimiento de las fronteras y la acentuación de los nacionalis-
mos. Para ello, nos centraremos en algunas cuestiones aprendidas
y otras que están por explorarse en el estudio de la ciudad transna-
cional en su conjunto, y que se abordarán regresando al concepto
de desplazamientos como se usaron al inicio de este artículo.

Desplazamientos geográficos

Quisiera reflexionar sobre dos situaciones vinculadas con los des-


plazamientos geográficos. La primera de ellas está relacionada con
los movimientos que ya se han dado y las implicaciones del endure-
cimiento de las fronteras y los nacionalismos. La segunda tiene que
ver con los movimientos humanos forzados y las fronteras.
Me parece importante recordar que la ciudad transnacional
es una realidad consolidada desde hace décadas e involucra genera-
ciones completas. Hemos vivido un largo período de movimientos
humanos en el planeta, lo mismo hacia las ciudades como entre
ciudades del mundo; así que los espacios sociales transnacionales

322
La ciudad transnacional

que unen ciudades del mundo son habitados no solamente por


migrantes, sino también por generaciones de personas que son
transnacionales, pero que nunca han migrado.
Podemos anticipar que los nacionalismos y el reforzamiento de
las fronteras –procesos que vemos ahora renovarse– acentuarán la
diferenciación y desposesión de quienes viven en este entramado
urbano transnacional. Podemos inferir también, porque ya lo hemos
reportado en el trabajo etnográfico, que estas políticas operarán de
manera diferencial entre los urbanitas transnacionales. Por un lado,
entre quienes han migrado y quienes no lo han hecho. Por el otro,
afectando a quienes están en el vértice de estas condiciones, como es
el caso de las personas deportadas de Estados Unidos a México que
nacieron en este país, pero habiendo salido a muy corta edad, hoy
regresan por la fuerza a un lugar que no conocen.
Además, estamos ante movimientos masivos de población pro-
vocados por desastres naturales (como el caso del sismo en Haití
en 2010, que devino en desplazamientos hacia Sudamérica y más
recientemente a las ciudades fronterizas de Tijuana y Mexicali);
los conflictos bélicos (como los que se viven en Medio Oriente,
y que han producido campamentos de refugiados en las ciudades
europeas); y es también el caso de los desplazados por crisis econó-
micas y políticas (como la que vive actualmente Venezuela) o por
violencia, que pueblan las ciudades latinoamericanas. Estos con-
flictos han desplazado geográficamente grandes contingentes de
población que se enfrentan a las políticas migratorias que agravan
la situación de los desplazados. Esta situación es particularmente
grave hoy en día en el mar Mediterráneo y en América del Norte,
donde el desplazamiento geográfico ha cobrado muchas vidas, y
grandes cantidades de personas viven en albergues y campamentos
en situación de indefinición legal.
Así, por un lado, tenemos procesos donde la movilidad migra-
toria previa ha consolidado espacios sociales transnacionales para
los que el endurecimiento de las fronteras significará una forma
de profundización de las desigualdades sociales, de desposesión

323
Federico Besserer

económica y de movilización forzada para quienes puedan estar en


una situación administrativa migratoria precaria. Por el otro,
estamos ante procesos de desplazamiento con nuevas caracterís-
ticas que generan procesos urbanos propios, como es el caso de
los albergues y campamentos de refugiados que se transforman
en zonas de excepción, sobre todo en las ciudades fronterizas del
entramado transnacional.

Desplazamientos sociales

Una primera modalidad de desplazamiento social se puede obser-


var relacionada con la emergencia de nuevas formas de clasificación
y estigmatización urbana: ya desde los atentados contra las torres
gemelas en Nueva York (si no es que antes), no se necesitaba ser
migrante para estar clasificado y estigmatizado. Pero a partir de
2001, las políticas públicas y su correlato en una moral pública
estigmatizadora tuvieron un impacto sobre la ciudad transnacional
(por ejemplo, el asesinato de urbanitas transfronterizos a manos
de autoridades estadounidenses en la frontera con México) (Oliver,
2010). Algunos autores lo llamaron absolutismo étnico (para refe-
rirse al supuesto estigmatizador de que algunas culturas son ines-
capables), que en la práctica se expresa en desprecio y miedo (un
sentimiento que se encuentra en términos como hispanic panic).
Ejemplos de estas clasificaciones y estigmatizaciones pueden
encontrarse en la desconfianza ante los sujetos que llegan a las ciu-
dades del Mediterráneo huyendo de contextos de guerra; los
migrantes de paso en contextos de violencia por las poblaciones de
Centroamérica y México; y los deportados de Estados Unidos,
quienes se vuelven blanco de la sospecha en sus lugares de origen
u otros de llegada con base en la idea de sus posibles antecedentes
penales. Todos éstos son ejemplos de desplazamiento social con
base en la emergencia de nuevas formas hegemónicas de clasifica-
ción y estigmatización que afectan a los urbanitas transnacionales.

324
La ciudad transnacional

Una segunda modalidad de desplazamiento social puede


observarse en situaciones paradójicas transnacionales. La crisis
económica de 2008 en Europa se dio sobre cadenas sociales bien
establecidas entre los lugares de origen y de destino para los urba-
nitas transnacionales. Un ejemplo de ello son las mujeres boli-
vianas que cuidaban de los adultos mayores y niños en España,
sustentadas en el apoyo de familiares que veían por sus propios
hijos y personas mayores en sus ciudades de origen en Bolivia. Por
su parte, los hombres trabajaban en la construcción en Europa
para erigir su propia vivienda en Bolivia; sin embargo, la crisis
económica de 2008 afectó la industria de la construcción y algu-
nos hombres encontraron empleo en servicios considerados para
mujeres. Como resultado se han dado situaciones paradójicas en
el orden transnacional de género.
Podríamos afirmar, entonces, que el entramado urbano trans-
nacional es hoy en día un espacio de grandes tensiones. Entre las
más importantes está la creciente estigmatización hacia los sujetos
transnacionales, pero también las paradojas y nuevas desigualdades
que se suscitan en el interior de la vida urbana transnacional. Al
parecer podemos estar no solamente ante una realidad donde se
trastoca el orden de las desigualdades transnacionales existentes,
sino ante el surgimiento de nuevas formas de desigualdad y sub-
alternidad en el contexto transnacional mismo. Éstos son casos de
desplazamiento social transnacional.

Desplazamientos políticos

Hemos identificado nuevas formas de construcción del poder en


el marco de la ciudad transnacional. Sabíamos, hace años ya, que
un componente del cambio demográfico en las regiones expulso-
ras de México podía estar relacionado con el regreso de quienes
se habían ido jóvenes y regresarían en edad ya no laboral (dinámi-
cas que se anticipaban como parte de la convergencia demográfica).

325
Federico Besserer

En el contexto actual, en particular en la relación con Estados


Unidos, este proceso ha empezado a suceder y se ha magnificado,
no por las deportaciones, sino por la interiorización en las personas
de que pueden ser deportables. Así se ha constituido un régimen de
sentimientos que actúa sobre la ciudad transnacional como respuesta
ante políticas públicas.
Diferentes regímenes operan en otras regiones del mundo que
producen la salida por miedo a condiciones de guerra o de vio-
lencia de la vida cotidiana. Los mecanismos con los que opera el
poder, entonces, parecen estar relacionados en primera instancia
con regímenes de sentimientos y la construcción de subjetividades,
que constituyen formas de gubernamentalidad en vastos sectores
de la población, y menos por acciones directas y dispositivos que
se aplican disciplinariamente sobre sujetos específicos. El control
entonces ha sido desplazado y reside en los sujetos mismos.
Por otro lado, las ciudades diaspóricas (los ensamblajes de
espacios sociales transnacionales) viven desplazamientos en los pro-
cesos de construcción de los sujetos políticos, con los cambios que
transforman a los emigrantes en nacionales a distancia. Este reco-
nocimiento que países como México, Portugal y, en cierta forma,
China (por dar algunos ejemplos) da a sus nacionales en el exterior
ha generado diferenciaciones en el interior de los espacios socia-
les transnacionales, entre transurbanitas de primera (de manera
usual asociados a los procesos de globalización) y transurbanitas
de segunda (regularmente en una situación de subordinación en los
barrios y vecindarios transnacionales), como lo indica Mónica Cinco,
para el caso de los barrios chinos en América Latina (Cinco, 2017).

Desplazamientos económicos

Hemos propuesto que los márgenes urbanos (como en el caso que


describimos de la colonia Arboledas en Ciudad de México) son zonas
urbanas de autoconstrucción y autocuidado, que se transformaron
en lugares que aportan trabajo a bajo costo para la construcción y el

326
La ciudad transnacional

cuidado de la ciudad global. Nuevas formas de precariedad flexible


han surgido en los centros urbanos en los que opera el capi-
tal global. Tal es el caso de los slums en las ciudades en proceso
de globalización en India que –a diferencia de las amuralladas y
periféricas favelas del Brasil– son (valga la paradoja) asentamientos
itinerantes. Estos asentamientos precarios de trabajadores se ajus-
tan a las necesidades de una ciudad global en construcción, que
requiere además de servicios de limpieza y otro tipo de cuidado. La
ciudad global aprovecha al máximo la fuerza de trabajo que ofertan
estos sitios (incluso la mano de obra infantil), como lo ha mostrado
Valentina Glockner (2015) en su trabajo sobre los slums-flexibles en
Bangalore. De lo anterior podemos sostener que las ciudades globales
conservan formas de marginalidad urbana que permiten desplazar
los costos económicos de su construcción y su mantenimiento a la
otra ciudad: la ciudad en movimiento.
En algunas ciudades de América Latina, como lo mostraron en
sus investigaciones Maribel Romero (2015) y Luis Pedro Meoño
(2015), de México y Guatemala, respectivamente, la industria
global de las telellamadas ha ubicado call centers en las zonas con
recepción de sujetos deportados o retornados de Estados Unidos,
aprovechando el capital cultural de los así llamados homies en el
argot de la industria. En este sentido, las políticas de exclusión
transnacional se han transformado en nuevos instrumentos para la
acumulación de capital con base en desplazamientos económicos.
Así mismo, los costos de la crisis urbana de 2008 y años pos-
teriores fueron transferidos en parte a la ciudad transnacional. Un
ejemplo de ello es el caso de la población de origen marroquí en
España, donde los pobladores de los barrios más golpeados por el
desempleo y muchos de los habitantes de origen extranjero perdie-
ron sus viviendas; el apoyo económico se dio entre la propia pobla-
ción transnacional, pero también se registraron flujos de capital del
Magreb hacia Europa. Como en el caso del señor Mohammed, a
quien entrevisté en los alrededores de Barcelona, quien había ven-
dido su casa en Marruecos para intentar sostenerse en Barcelona.

327
Federico Besserer

En este sentido, las ciudades de origen han recibido, como se men-


cionó anteriormente, a desempleados o personas mayores de edad
absorbiendo los costos del desempleo y el retiro (Besserer, 2014).
Así, la ciudad global ha desplazado los costos de la construc-
ción de las ciudades, de las crisis económicas y del envejecimiento
de su población hacia la ciudad transnacional.

Desplazamientos conjugados

En los párrafos anteriores puede verse la interacción entre las dis-


tintas formas de desplazamiento geográfico, social, político y eco-
nómico que traté de describir analíticamente por separado, pero
que en la práctica se trata de un desplazamiento vivido como un
solo proceso conjugado. La polisemia del concepto desplazamiento
nos ayuda a describir la complejidad de los procesos de subalterni-
zación que se dan entre la ciudad transnacional y la ciudad global.

Conclusiones

Iniciamos nuestro trabajo sobre la ciudad transnacional, influidos


por dos autores que han hecho aportes importantes a la compren-
sión de las ciudades en el capitalismo contemporáneo. El trabajo
de David Harvey (2010) nos hizo notar que el crecimiento de un
sistema planetario de ciudades globales se ha sostenido sobre la
base de un sistema de desposesión de los sectores urbanos, los cua-
les tienen derecho a la riqueza de las ciudades que han ayudado a
construir y que habitan. Por otro lado, Mike Davis (2007) nos hizo
caer en cuenta de cómo los sectores marginales de las ciudades del
mundo están en crecimiento, y cómo la pobreza del mundo está
concentrándose en las ciudades. En este esquema, frente a la globa-
lización del capital y la articulación del sistema global de ciudades,
los márgenes urbanos aparecen como desconectados y con poca
capacidad de resistencia.

328
La ciudad transnacional

Las investigaciones realizadas nos permiten sostener que frente


a los procesos de globalización urbana hay un proceso paralelo de
transnacionalismo en el que los márgenes de la ciudad se articulan.
Esta ciudad transnacional, hemos aprendido, es fundamental para
la existencia de la ciudad global, ya que la construye y sostiene, le
transfiere valor a partir de mecanismos transnacionales de trabajo,
y absorbe los costos sociales y económicos en los momentos de crisis
social y económica urbana.
Este entramado urbano subalterno está formado por relaciones
sociales de diversa densidad y complejidad que horizontalmente
se extiende en un gran entramado entre ciudades del mundo, cuya
estructura no es completamente isomórfica con la forma del sistema
de ciudades globales. Tenemos mucho que aprender sobre el papel que
juegan los sistemas de ciudades fronterizas, las formaciones urbanas
diaspóricas y los entramados sociales de las formaciones urbanas clus-
terizadas. Regiones urbanas como la frontera entre Estados Unidos
y México son lugares privilegiados para este trabajo, pues aquí se
superponen las dimensiones diaspóricas, fronterizas y clusterizadas
del entramado urbano transnacional. Urbes globales o en proceso de
globalización como Nueva York y Ciudad de México, que juegan un
papel de conectores entre la ciudad transnacional y la ciudad global,
son también lugares privilegiados para la etnografía.
Sabemos que el sistema que llamamos la ciudad transnacional
tiene una profundidad histórica que hace que la actual acentuación
de los nacionalismos y el endurecimiento de las fronteras operen
sobre una realidad preexistente; de tal manera que estos procesos
no separan las ciudades del mundo, sino que operan en el interior
de la ciudad transnacional, dividiéndola y creando desplazamientos
geográficos, sociales, de poder y económicos.
Lo que se ha tratado de exponer en este texto es que los naciona-
lismos y el reforzamiento de fronteras no separan situaciones desco-
nectadas. En el contexto transglobal en el que vivimos, el resultado
es que se intensifica la movilidad, así como la construcción de des-
igualdades, aumenta el control y es mayor la transferencia de valores

329
Federico Besserer

entre la ciudad transnacional y la global. Estas dinámicas entre la


ciudad transnacional y la global operan de manera conjunta y simul-
tánea, por lo que se ven como un solo proceso que he denominado
desplazamientos urbanos, aprovechando la polisemia del concepto.
Algunos autores como Margarita Zárate (2015) se preguntan
sobre la posible articulación de los movimientos sociales de cuño
urbano a escala transnacional, en el marco de la pregunta sobre el
derecho transnacional a la ciudad. Ésta es una pregunta muy impor-
tante que merece ser estudiada particularmente en este momento,
pero creo que el punto de arranque debe ser que existe una con-
tienda cotidiana transnacional de carácter fractal, es decir, de un
enorme número de pequeñas acciones que resultan en procesos de
grandes proporciones que se dan desde la experiencia de los urba-
nitas que articulan ese enorme entramado que hemos denominado
la ciudad transnacional.
La respuesta organizada desde la sociedad civil en el contexto
de los sismos del mes de septiembre pasado en Ciudad de México,
me parece un ejemplo para reflexionar en el potencial organizativo y
transformador que tienen los urbanitas transnacionales del mundo.

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335
Conclusiones generales
Maximino Matus / Miguel Olmos

A lo largo de este volumen se revisaron cuatro categorías y temá-


ticas que los participantes consideraron relevantes para repensar el
pasado y el presente del norte de México, así como el suroeste de
Estados Unidos desde diversas miradas antropológicas: desierto,
migración, fronteras y espacio –o de los espacios fluidos a los pro-
cesos posglobales–. El particular abordaje disciplinario realizado
en las secciones que lo conforman –lingüística, arqueología y
antropología física, historia y antropología histórica, antropología
y etnología– no impidió su diálogo a lo largo de la misma; al con-
trario, lo enriquece y problematiza. En los siguientes párrafos, se
presenta un abordaje que entreteje las diversas miradas antropo-
lógicas en torno a los conceptos y temáticas que nos convocaron.
Las aproximaciones realizadas en torno a la categoría de
desierto desde las diversas disciplinas antropológicas revelan que
este espacio es a la vez un territorio y un paisaje vivo (Ingold, 2007);
al mismo tiempo habitado y ocupado (Hernández, en este libro).
Destaca el énfasis puesto en algunos trabajos para señalar las capa-
cidades tecnológicas y la creatividad cultural que los diversos grupos
sociales que lo habitan han desarrollado para sobrevivir dentro de
este espacio indómito en los ojos foráneos (Padilla, en este libro).
Estos abordajes enriquecen las discusiones sobre la antropología
en y del desierto, iniciada por Braniff en Antropología del desierto
noroeste de México (1976), la de Villalpando (1992) en Tradiciones

[ 337 ]
Maximino Matus / Miguel Olmos

prehispánicas del desierto de Sonora, así como los aportes realiza-


dos por Pérez-Taylor, Olmos, y Salas en Antropología del desierto.
Naturaleza, paisaje, sociedad (2007).
Estos textos, junto con el de Gutiérrez y Gutiérrez 1991 y los
de Bonfiglioli, Gutiérrez y Olivarría., sobre todo el primer tomo de
2006, mencionados previamente en la introducción, abordaron
intensamente la categoría de desierto en contraposición con las cul-
turas creadas, desarrolladas y habitadas actualmente por pueblos
indígenas que durante miles de años han visto en el desierto el
medio que los provee de sus bienes de consumo, en oposición
a las tradiciones de agricultura intensiva, al sur del paralelo 28,
y conocidas como el septentrión de altiplano mesoamericano.
Así, contrariamente a la idea de desierto como ausencia de civiliza-
ción, la invitación que hacemos los antropólogos que hemos estu-
diado de los colegas esta gran región es reconocer la complejidad de
un medio ecológico generoso para los grupos que se han asentado
en la región durante miles de años.
Si bien la identidad de investigación antropológica del desierto
refiere Mesoamérica como las antípodas de la región noroeste o norte
de México, el desierto también funciona como un deslinde microrre-
gional, tal como se abordó en la introducción. Dicho de otra manera,
el desierto encuentra su especificidad entre las ecologías y las culturas
de la clasificación regional distintas, como son las de la costa, las de
los valles y las culturas de la montaña. En este sentido, muchas de las
investigaciones, entre ellas las de Braniff (2001) y recientemente la de
Carpenter Sánchez, G. y Sánchez-Morales. (2018), que abunda sobre
el período arcaico arqueológico sonorense, donde se muestra que más
allá de concebir el espacio como un territorio desolador es en realidad
de gran riqueza para la gente de sociedades que han sabido extraer
todo su potencial ecológico para desarrollar su cultura. En la presen-
tación del libro Antropología del desierto, de Pérez-Taylor, Olmos y
Salas (2007) ya habíamos señalado lo siguiente:

338
Conclusiones generales

Los paisajes del desierto aparentemente son lugares en los que


el vacío proyecta la falta de sustancias que entablen un diálogo
entre el ver [escuchar]1 el espacio, encontramos a simple vista
ausencias que obligan al realizar un esfuerzo mayor o a compe-
netrarnos en la acción de escudriñar para encontrarnos con algo
más que tierra, arena, piedras y cactus. Este esfuerzo nos lleva a
la necesidad de establecer un recorrido sobre el terreno en busca
de diferencias que nos produzcan nuevas formas de apreciación de
lo que ya hemos ubicado para reafirmar que el paisaje ha sido
tocado por la naturaleza que tiene la carga simbólica y material
de alguna civilización (Pérez-Taylor, Olmos y Salas, 2007, p. 9).

En cuanto a la compleja categoría de la migración, los trabajos


presentados a lo largo de la obra revelan que el norte de México y
suroeste de Estados Unidos componen una zona que desde finales
del pleistoceno presentó importantes movimientos migratorios que
nunca han cesado (Braniff, 2009). De hecho, algunos de los grupos
que han habitado la región desde tiempos milenarios hicieron del
movimiento constante una forma de vida que terminó por recono-
cerlos como grupos nómadas; no obstante, es importante destacar
que, contrario al imaginario que se tiene sobre esta región, también
existieron grupos seminómadas y sedentarios (Braniff, 2009).
Como señala Porcayo, por ejemplo, de estos antiguos movi-
mientos humanos, son las migraciones tempranas de norte a sur
cuyas primeras evidencias las encontramos en las puntas Clovis
(Porcayo, en este libro); las circunnavegaciones y exploraciones
terrestres europeas en los siglos XVII, XVIII y XIX; el arribo de
estadounidenses y otra vez europeos y mexicanos en los primeros
años del siglo XX (Sheridan, en este libro); y, por supuesto, las migra-
ciones de indígenas (Padilla, en este libro) y campesinos huyendo de
las guerras de revolución, las migraciones indígenas del sur de México
a los campos agrícolas de Sinaloa y las Californias y, en tiempos
recientes, los desplazados producto de la violencia y el narcotráfico.

Agregado nuestro, no aparece en la fuente original.


1 

339
Maximino Matus / Miguel Olmos

Si bien, en la actualidad, esta amplia región es regularmente


asociada con la migración internacional, cuya expresión más
común y ampliamente mediatizada es la indocumentada de sur
a norte, las diversas discusiones presentadas invitan a reflexionar
sobre estos fenómenos desde su gran complejidad social, his-
tórica y cultural, tal y como lo propone Vélez-Ibáñez en este
volumen. Consideramos, además, que el abordaje realizado en
los diversos capítulos invita a reflexionar sobre la particularidad
de las migraciones contemporáneas, bajo el entendido de que las
antañas formas de ocupar y habitar (Ingold, 2007) –nómadas,
seminómadas y sedentarios– lo que hoy es la región fronteriza
entre México y Estados Unidos, son en algún sentido persis-
tentes: migración de tránsito, migración estacional y migrantes
asentados (Velasco, 2014).
La frontera nacional, que desde 1848 divide el norte de México
y el suroeste de Estados Unidos, evoca una gran herida para los gru-
pos culturales que habitaban esta región y para la nación afectada por
el arrebato territorial. En este sentido, las discusiones presentadas
concuerdan en que la frontera nacional que divide a ambos paí-
ses es una circunstancia histórica impuesta y expandida desde lo
hegemónico (Ruiz, en este libro). Además, algunos de los trabajos
también nos invitan a reflexionar sobre las múltiples fronteras que
han existido y que se reproducen continuamente dentro y fuera de
este enorme territorio (Sheridan, en este libro): ya sea como cons-
trucción conceptual que separa a Aridoamérica de Mesoamérica,
que divide a la civilización de la barbarie, como frontera misional que
se extendía por los amplios territorios imperiales o como división
administrativa impuesta en 1848.
Por otra parte, las discusiones presentadas enfatizaron el sentido
múltiple y polisémico de estas fronteras: como espacios de pro-
cesos culturales inéditos; como separación de ámbitos lingüísticos
(Leyva y Vélez-Ibáñez, en este libro); como delimitación de etnici-
dades, culturas y campos sociales disputados (Ruiz, en este libro);
como espacios de interacción, encuentro y desencuentro; e, incluso,

340
Conclusiones generales

como imposición y redefinición de una práctica académica (Von


Glascoe y Gallaga, en este libro). Estos aportes actualizan las
diversas aproximaciones antropológicas que se han realizado en
torno a pensar el funcionamiento actual de la frontera entre México
y Estados Unidos como dispositivos para clasificar y asignar a
los migrantes en posiciones de la estructura laboral que extraen
y explotan valor de manera desigual, dependiendo del lado de la
frontera donde se encuentren (Kearney, 2008).
Por último, las discusiones sostenidas acerca de las categorías
de espacios fluidos y procesos posglobales coinciden, en cierto sen-
tido, en que el norte de México y el suroeste de Estados Unidos
llegó a ser un espacio fluido desde antes de la Conquista española,
pero también consecuencia de la globalización y el NAFTA:2 flexi-
ble y poroso para los objetos, las mercancías y el capital, pero rígido
e impenetrable para algunas personas; región transfronteriza y
megalópolis transnacional en algunas de sus coordenadas como la
ciudad de Tijuana (Besserer, en este libro); espacio surcado por
las huellas de múltiples migrantes y desplazados de otros espacios,
construido por procesos informales y formales de familias, trabaja-
dores y estudiantes transnacionales (Matus, 2019).
Empero, hacia la segunda década del siglo XXI, la relativa flui-
dez con que se ha caracterizado este espacio enfrenta nuevas ame-
nazas: el reforzamiento y la construcción simbólica, tecnológica y
física de un gran muro, más retórico que real (Ruiz, en este libro).
La criminalización de las caravanas de migrantes, el reforzamiento
físico, virtual y discursivo del muro y las deportaciones masivas son
sólo algunos ejemplos de nuevos procesos posglobales que preten-
den terminar con la fluidez económica y material impulsada por la
globalización, practicada desde tiempos ancestrales por los grupos
nómadas y seminómadas que construían las fronteras de este vasto
espacio en interacción con los ciclos de la naturaleza (Moctezuma
y Mayer, en este libro). Lo posglobal también fue abordado como

North American Free Trade Agreement.


2 

341
Maximino Matus / Miguel Olmos

consecuencia de nuevos regímenes de control impuestos por ins-


tituciones formales, como las organizaciones internacionales y los
grupos informales que actúan al margen de la legalidad para con-
trolar los flujos (Villalobos, en este libro).
No obstante, también es relevante señalar que esta categoría fue la
que causó más polémica entre los participantes de las discusiones que
nos convocaron. Para algunos, hablar de procesos posglobales es
inapropiado (Sheridan y Besserer, en este libro), y en su lugar pro-
ponen que nos encontramos en una nueva fase de la globalización
que aún no aprehendemos en la complejidad de sus múltiples expre-
siones y, por ello, antes de recurrir a nuevos términos habría que
explorar a fondo la historia local y global que entrecruza a los grupos
sociales y culturales que habitan y transitan por el amplio territorio
de Aridoamérica, el Southwest o La Gran Chichimeca; categorías
y polisemias que nos invitan a seguir reflexionando como gremio
sobre los complejos retos que enfrenta el quehacer de una antropología
que se teje desde los bordes de dos naciones que entrecruzan a múl-
tiples grupos étnicos.

Los retos de la antropología del norte de México

Un lugar común de interpretación sobre las culturas fronterizas es


representarlas con un dinamismo sociocultural de espacios fluidos
y dinámicos, que poseen un contacto excepcional con los proce-
sos contemporáneos. Sin embargo, habría que matizar los alcances
de dicha movilidad procesual. A decir del urbanista y sociólogo
Castells (2005, p. 446): «El espacio de los flujos no carece de
lugar, aunque su lógica estructural, sí». De tal manera que este
proceso pudiera interpretarse como si en la ciudad –y la cultura–
no existiese lugar predeterminado estructural, sino que se tratara
únicamente de procesos y de redes intercomunicadas. Esta idea en
el campo meramente sociológico se vinculó con lo que Bauman
(2004) denominó también como la modernidad líquida.

342
Conclusiones generales

Los fluidos se desplazan con facilidad, fluyen, «se derraman»,


«se desbordan», «se salpican», «se vierten», «se filtran», «gotean»,
«inundan», «rocían», «chorrean», «manan», «exudan»; a diferen-
cia de los sólidos, no es posible detenerlos fácilmente –sortean
algunos obstáculos, disuelven otros o se filtran a través de ellos,
empapándolos (Bauman, 2004, p. 8).

Esto es cierto, en gran medida, cuanto más cercanos y parti-


cipantes seamos de las sociedades urbanas. No obstante, si bien la
antropología y las sociedades que estudia se encuentran en el ramo
líquido al formar parte de este gran holograma del mundo con-
temporáneo, la antropología también estudia una multiplicidad de
sociedades con características muy disímiles, cuya cultura de parti-
cipación en los procesos de la modernidad líquida están entreverados
por la interpretación que sus individuos hacen de ellas mismas.
El gran reto de la antropología del norte de México es dimen-
sionar su verdadero potencial como disciplina o conjunto de ellas
que estudian la variabilidad, pero sobre todo la unidad humana
frente a los discursos de fácil asimilación que sacrifican rigor
científico, en pro de una difusión y activismo político de la cul-
tura, el cual debe tener también su lugar en el concierto de las
ciencias sociales. Sin embargo, lo que enriquecerá, sin lugar a
dudas, los estudios antropológicos en el norte de México no es
su multidisciplinariedad forzada, sino el fortalecimiento de una
identidad acorde con las características históricas propias de esta
región desértica, con una experiencia y dinámicas culturales muy
particulares que, como antes se comentó, tienen elementos estruc-
turales cuya definición no se encuentra únicamente en la diferencia
cultural con Mesoamérica, o en la interacción entre los procesos
sociales contemporáneos recibidos con la inminente presencia de
la antropología de Estados Unidos, sino con la generación de una
identidad antropológica regional.
A lo largo de este libro presentamos un esbozo tanto de la
historia de los conceptos que han intentado aprehender esta vasta

343
Maximino Matus / Miguel Olmos

región, así como parte de la historia de la antropología en el norte


de México. Ahora es momento de responder, ¿cuál es la pertinen-
cia política de repensar la antropología regional? Desde nuestra
perspectiva, uno de los principales retos para el desarrollo de las
ciencias antropológicas en el norte de México no tiene tanto que ver
con la intención paradigmática de los antropólogos norteños que,
si bien hemos estado dispersos, nómadas y con asentamientos esta-
cionales, al igual que los antiguos pobladores de estos territorios,
siempre hemos estado preocupados por desarrollar y enriquecer
nuestra disciplina. Los problemas principales siguen siendo, por
un lado, los derroteros científicos y, por otro, los caminos políti-
cos y administrativos de la ciencia antropológica en México. Por
ello, esta obra es también una invitación a seguir tejiendo redes y
reforzando los caminos trazados.

Referencias

Bauman, Z. (2004). Modernidad líquida. Buenos Aires: FCE .


Bonfiglioli, C., Gutiérrez, A. y Olavarría, M. E. (2006). (edits.).
Las vías del noroeste. I: Una macrorregión indígena americana.
México: Instituto de Investigaciones Antropológicas-UNAM.
Braniff, B. (1976). Antropología del desierto noroeste de México
(núm. 12). Hermosillo, Sonora: INAH.
Braniff, B. (2009). Comercio e interrelaciones entre Mesoamérica y
La Gran Chichimeca. En J. Long y A. Attolini (coords.) Cami-
nos y mercados de México. México: UNAM/INAH.
Braniff, B. (coords.) (2001). La Gran Chichimeca, el lugar de las rocas
secas. México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
Carpenter, J., Sánchez, G. y Sánchez-Morales, I. (2018). The Ar-
chaic Period in Sonora. En B. Vierra (edit.), The Archaic Sou-
thwest: Foragers in an Arid Land (pp. 98-118). Salt Lake City:
The University of Utah Press.

344
Conclusiones generales

Castells, M. (2005). La era de la información: economía, sociedad y


cultura. Volumen I, La sociedad red. México: Siglo XXI.
Gutiérrez, D. y Gutiérrez, J. T. (coords.). (1991). El noroeste de
México: sus culturas étnicas. México: INAH-Museo Nacional
de Antropología.
Ingold, T. (2007). Lines, A Brief History. Londres: Roudledge.
Kearney, M. (2008). La doble misión de las fronteras como clasifica-
doras y como filtros de valor. En L. Velasco (coords.), Migración,
frontera e identidades étnicas transnacionales (pp. 79-116). México:
El Colef/Porrúa.
Matus, M. (2019). Experimentación, representación y mediación de
la transnacionalidad: reflexiones sobre los sujetos des-centrados
desde la academia. En R. Lemos Igreja, O. Hoffmann y S.
Rodrigues Pinto, Hacer ciencias sociales desde América Latina.
Desafíos y experiencias de investigación (pp. 262-267). Brasil: Flacso.
Pérez-Taylor, R., Olmos, M. y Salas, H. (2007). Antropología del
desierto. Naturaleza, paisaje, sociedad. México: UNAM/El Colef.
Velasco, L. (2014). De jornaleros a colonos: residencia, trabajo e iden-
tidad en el valle de San Quintín. México: El Colef.
Villalpando, M. E. (1992). Tradiciones prehispánicas del desierto
de Sonora. Noroeste de México, 11, 51-60.

345
ACERCA DE LOS AUTORES

Federico Besserer
Doctor y maestro en Antropología por la Universidad de Stanford.
Es profesor e investigador en el Departamento de Antropología de la
Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa, donde ha
desarrollado un programa de investigación y docencia en torno a los
estudios transnacionales críticos, que reconocen la gran importancia
de la teoría feminista de la ciencia, los estudios poscoloniales y los
estudios culturales para la antropología contemporánea. El enfoque
metodológico que ha seguido en sus investigaciones ha sido el tra-
bajo etnográfico colectivo en contextos transnacionales. Su línea
de investigación es: La ciudad transnacional. Actualmente es res-
ponsable del proyecto La ciudad transnacional (Conacyt 152521),
que estudia etnográficamente los procesos de transnacionalización
urbana por los cuales los márgenes de ciudades de América, Asia,
Europa y África se unen en un proceso de globalización desde abajo.
Los resultados de su investigación se han plasmado en siete libros:
dos de autoría individual, uno de autoría colectiva y cuatro en los
que ha fungido como coordinador.
[email protected]
[email protected]

[ 347 ]
Acerca de los autores

Emiliano Gallaga Murrieta


Doctor en Antropología por la Universidad de Arizona, major en
Arqueología y minor en Southwest Arid Land. Máster en Antro­
pología en la Universidad de Arizona. Actualmente es maestro de
asignatura de la Universidad Autónoma de Chiapas (Unach), en la
licenciatura de Gestión turística. Su línea de investigación se centra
en la arqueología, análisis cerámico, petrografía, arqueología expe-
rimental, arqueología histórica, arqueología industrial, arqueología
del Preclásico en las regiones del noroeste de México, el suroeste de
Estados Unidos y suroeste de México (Chiapas). Su publicación más
reciente es A Landscape of Interactions During the Late Prehispanic
Period in the Onavas Valley, Sonora, México (University of Arizona,
2013) y fue coeditor invitado (junto con la doctora Vera Tiesler) para
el volumen temático «Las raíces africanas de México» (Arqueología
Mexicana, 2013).
[email protected]

Patricia Olga Hernández Espinoza


Doctora en Antropología con una maestría en Demografía de El
Colegio de México, con una especialidad en Antropología física por
la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). Actualmente
trabaja en el Centro INAH Sonora, como profesora investigadora
titular C y responsable del laboratorio de bioarqueología y bioantro­
pología. La temática de sus investigaciones gira en torno de la di­
námica demográfica y las condiciones de vida de las poblaciones
antiguas que habitaron el actual territorio mexicano en su región
norte. Es la responsable de coordinar los trabajos de bioarqueología
del proyecto «Orígenes y desarrollo del paisaje urbano de Tamtoc,
San Luis Potosí, México», y forma parte del cuerpo docente externo
que apoya al posgrado en Antropología física de la ENAH y de la
Escuela de Antropología e Historia del Norte de México (EAHNM).
Desarrolla su reciente proyecto de investigación «Antropología de­
mográfica y población. Sonora a través de sus censos y padrones» y
«Testigos de las condiciones de vida y salud del indómito norte. Las
poblaciones antiguas de Sonora».
[email protected]

348
Acerca de los autores

Ana Daniela Leyva González


Profesora investigadora del Centro INAH en Baja California,
egresada de la licenciatura en Lingüística de la ENAH. Trabajó
desde 2000 en el estudio de la lengua rarámuri (tarahumara) de
Chihuahua. En 2005 presentó su tesis sobre dicha lengua, en la
que se analizaron elementos morfológicos y gramaticales. A partir
de 2010 se incorpora al Centro INAH-Baja California, donde desa-
rrolla un proyecto de investigación sobre la fonología y morfología
de la lengua kumiai. Al margen de su proyecto de investigación, en
colaboración interinstitucional con el Instituto Nacional de Lenguas
Indígenas (Inali), llevó a cabo el proceso de documentación de dicha
lengua entre 2010 y 2014. Formó parte del cuerpo curatorial de la
exposición Yumanos: Jalkutat, el Mundo y la Serpiente Divina y del
comité organizador de los encuentros ¡Auka! Diálogo de Saberes, que
se han realizado de manera anual desde 2011.
[email protected]

Maximino Matus Ruiz


Doctor en Sociología por la Universidad de Wageningen, Holanda;
maestro en Semiótica por la Universidad de Tartu, Estonia; maes-
tro y licenciado en Antropología social por el Centro de Estudios
Superiores en Antropología Social (CIESAS -Occidente) y la ENAH,
respectivamente, ambas instituciones mexicanas. De noviembre
de 2011 a octubre de 2014 se desempeñó como coordinador de la
Oficina de Tecno-Antropología de Infotec, centro público Conacyt,
México. A partir de diciembre de 2014 es catedrático Conacyt y funge
como investigador en El Colegio de la Frontera Norte (El Colef).
Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores (SNI), nivel I. Sus
principales líneas de investigación son el transnacionalismo, la eco-
nomía étnica y el acceso, uso y apropiamiento TIC.
[email protected]

349
Acerca de los autores

Paula Meyer
Doctor of Philosophy en la política del lenguaje y de la educación
bilingüe (Title VII Fellow), Claremont Graduate University y San
Diego State University. Su disertación y posterior publicación como
libro se intituló Indigenous language loss and revitalization in Tecate,
Baja California. Master of Arts en la lingüística teórica (coautora del
Programa Universitario del Aprendizaje de Idiomas), University of
California, San Diego. Bachelor of Arts en lengua y literatura espa-
ñolas, University of Florida. Coordinadora (jubilada), Programa
Federal de la Inmersión Bilingüe de Doble Vía, Sweetwater Union
High School District, San Diego, California. Entre sus publicaciones
destacan (con J. Meza Cuero) «Indigenous Language Revitalization
in Tecate, Baja California: A Narrative Account», en Ethnographic
contributions to the study of endangered languages: A linguistic anthro-
pological perspective (University of Arizona Press, 2012).
[email protected]  

José Luis Moctezuma Zamarrón


Antropólogo social y lingüista, tiene un doctorado en Antropología
linguística (Disertación: Yaqui- Mayo Language Shift). Pertenece
al SNI, nivel I. Ingresó en julio de 1980 al Instituto Nacional de
Antropología e Historia (INAH), donde funge actualmente como pro-
fesor investigador del Centro INAH de Sonora como titular nivel C.
Su campo de estudio es la lingüística con una línea de investigación
etnográfica centrando sus investigaciones en los pueblos indígenas
del norte de México. Sus publicaciones más destacadas han sido
«The Yaquis and their constant struggle for water» (International
Journal of Hydrology, 2018); «La Flor y la Cruz. La semana Santa Cahita
(yaquis y mayos)» (con Hugo López y Erika Merino), en Develando
la tradición. Procesos rituales en las comunidades indígenas de México
(INAH, 2016); Mota. Obra pictórica, 1979-2014, (Instituto Sonorense
de Cultura/Programa de Desarrollo Cultural Yoreme, 2015).
[email protected]
[email protected]

350
Acerca de los autores

Miguel Olmos Aguilera


Doctor en Etnología, Etnografía y Antropología social por la École
des Hautes Études en Sciences Sociales y miembro del SNI, nivel II.
Profesor-investigador de El Colef, adscrito al Departamento de
Estudios Culturales. Sus líneas de investigación son: antropología
de la frontera norte de México, etnomusicología y estética de los
pueblos indígenas del noroeste de México y etnicidad y ritualidad
contemporánea. Entre las principales distinciones se encuentran el
Premio Nacional de Antropología Raúl Guerrero en investigación y
difusión del patrimonio musical (2011) y el Premio Antonio García
Cubas al mejor libro y labor editorial en el ámbito de la antropología y
la historia; por su obra El chivo encantado: la estética del arte indígena
en el noroeste de México, y la Cátedra Alfonso Reyes como profe-
sor invitado en la Université Sorbonne-Nouvelle Paris III en 2012.
Participa en asociaciones académicas tales como la Red temática
sobre el patrimonio biocultural. Región noroeste Conacyt, Congreso
Internacional de Americanistas y en Antropomus. Seminario per-
manente: «La Antropología de la música y la etnomusicología en
México». Actualmente dirige el proyecto: «Fonoteca. El Colegio de
la Frontera Norte. Resguardar la memoria sonora de la frontera norte
de México».
[email protected]

Raquel Padilla Ramos †


Historiadora y antropóloga, doctora en Etnología con especialidad
en Estudios mesoamericanos por la Universidad de Hamburgo. Fue
profesora-investigadora en el INAH en México, con sede en Sonora
desde 1993 hasta noviembrede 2019. Fue catedrática en diversas
universidades, conferencista y ponente en eventos académicos
nacionales e internacionales. Publicó, además, Yucatán, fin del sueño
yaqui. El tráfico de los yaquis y el otro triunvirato (1995), y Progreso
y libertad. Los yaquis en la víspera de la repatriación (2006), ambos
por el Instituto Sonorense de Cultura de México. Además, del
libro científico La institución significada: los pueblos indígenas en la
Sonora colonial y republicana, en coautoría con Zulema Trejo, Dora

351
Acerca de los autores

Elvia Enríquez Licón y Esperanza Donjuán (El Colegio de Sonora,


2017), así como el libro antología científica temática Misiones del
noroeste de México, origen y destino 2015 (FORCA , 2017).

Antonio Porcayo Michelini


Arqueólogo graduado de la ENAH. Actualmente funge como pro-
fesor investigador en el INAH, unidad Mexicali (Baja California),
como titular nivel C. Su línea de estudio es el salvamento, prospec-
ción, registro y análisis de materiales prehispánicos. Laureado por
la misma institución en los Premios Anuales INAH en 1998 con el
Premio Alfonso Caso, Mención Honorífica en la categoría de tesis de
licenciatura correspondiente al campo de arqueología: Las figurillas
de cerámica y la escultura en piedra del Posclásico temprano y tardío
en el sur de la cuenca de México. Sus colaboraciones más recientes
han sido: «The Vesicular or Egyptian Rectangle as an Analytical
Tool: Demonstrating the Persistence of Yuman Ceramic Production
Through the Increasing Proportional Height of Vessels» (Journal of
California and Great Basin Anthropology, 2018); y «Chronological
Reordering of the Yuman Complex in Baja California» (Pacific Coast
Archaeological Society Quarterly, 2019).
[email protected]

Olivia Teresa Ruiz


Doctora en Antropología por la Universidad de California, en
Berkeley; investigadora titular C; pertenece al SNI, nivel I. Su línea
temática es sobre migración. Sus áreas de investigación son migra-
ción, frontera e identidad. Sus últimas publicaciones son: «¿Menores
o migrantes? Riesgo y vulnerabilidad en la migración de menores no
acompañados indocumentados a Estados Unidos», en Riesgos en la
migración de menores mexicanos y centroamericanos a Estados Unidos
de América (El Colegio de Tamaulipas, 2016), y «La deportación y la
separación familiar en la frontera San Diego-Tijuana/ Deportation
and forced family separation at the San Diego-tijuana Border»
(Culturales, 2017).
[email protected]

352
Acerca de los autores

Cecilia Sheridan Prieto


Antropóloga social, tiene un doctorado en Historia; pertenece al
SNI, nivel I. Su línea de investigación es historia colonial ameri-
cana. Desarrolla investigaciones relacionadas con los procesos de
colonización en los espacios fronterizos en el norte novohispano, con
especial énfasis en el análisis de territorialidades complejas,
poder colonial y diferencia. Ingresó al CIESAS -Noreste en 1983,
es miembro de la mesa directiva de la red internacional The
Americas Research Network –fundada en 1998 como Mexico-
North Research Network–. Su proyecto vigente es: «Esclavitud
indígena en el norte de la Nueva España. Siglos XVI-XVIII». Sus
publicaciones destacadas son: Fronterización del espacio hacia
el norte de la Nueva España (CIESAS/I. Mora, 2015), así como
Anónimos y desterrados. La contienda por el sitio que llaman de
Quauyla (CIESAS/Porrúa, 2000).
[email protected]

Carlos Vélez-Ibáñez
Profesor de regentes de la Universidad Estatal de Arizona en la
Escuela de Estudios Transfronterizos y en la Escuela de Evolución
Humana y Cambio Social; profesor presidencial Motorola de
Revitalización de Vecindarios y director fundador emérito de la
Escuela de Estudios Transfronterizos de la Universidad Estatal de
Arizona. Concentra su trabajo en las regiones transfronterizas del
suroeste de Estados Unidos y México. Tiene numerosas publicacio-
nes, incluidos 75 artículos y capítulos en 12 libros en inglés y espa-
ñol; cuatro monografías, y tres más traducidas al español. Profesor
emérito de Antropología de la Universidad de California-Riverside.
Sus numerosos honores más recientes incluyen su inducción como
Miembro del Real Instituto Antropológico de Gran Bretaña e
Irlanda, y la nominación a la Academia Americana de Artes y
Ciencias en 2017. Fue incluido como Miembro Correspondiente
de la Academia Mexicana de Ciencias (2016) –el único antro-
pólogo estadounidense seleccionado–, y también fue nombrado

353
Acerca de los autores

Rocky Mountain NACCS Scholar 2016. En 2018 fue galardonado


con el Premio Saber es Poder por el Instituto de Mexicanos en el
Exterior y el Departamento de Estudios Mexicoamericanos de la
Universidad de Arizona.
[email protected]

César Villalobos Acosta


Docente antropólogo en la Universidad Nacional Autónoma
de México (UNAM) e investigador asociado nivel C del Instituto de
Investigaciones Antropológicas (IIA). Actualmente es coordinador
del Centro de Estudios Antropológicos de la UNAM y pertenece al
SNI, nivel I. Sus principales líneas de investigación son la arqueo-
logía del norte de México, prehistoria y cambio climático.
[email protected]
[email protected]

Christine Alysse Von Glascoe


Doctora en Ciencias sociales con especialidad en Antropología cog-
nitiva por la University of California Irvine. Profesora-investigadora
de El Colef, adscrita al Departamento de Estudios de Población. Sus
líneas de investigación son: riesgos ambientales y salud, equidad en
salud y factores socioestructurales en grupos vulnerables y grupos vul-
nerados (mujeres, indígenas, migrantes, jornaleros agrícolas y niños de
jornaleros agrícolas) en Baja California, México, y California, Estados
Unidos. Participa en asociaciones académicas tales como la Red de
estudios sociales transfronterizos del norte de México y en la Red
de género, salud y ambiente. Actualmente colabora en el proyecto:
«Farm Labor Conditions and Health Outcomes of Female Mixtec
Farmworkers on California’s Central Coast». Sus publicaciones
más recientes son: «Sexual and reproductive health: Indigenous
female migrants’ perceptions in Northwest Mexico» (Health
Sociology Review, 2017), y «“Where they (live, work and) spray”:
Pesticide exposure, childhood asthma and environmental justice
among Mexican-American farmworkers» (Health & Place, 2015).
[email protected]

354
Antropología del norte de México
y el suroeste de los Estados Unidos: Entrecruce
de caminos y derroteros disciplinarios
Edición al cuidado de la Coordinación de Publicaciones
de El Colegio de la Frontera Norte, 20 de mayo de 2021.
Para comentarios, enviarlos a:
[email protected]
ANTROPOLOGÍA
DEL NORTE DE MÉXICO

Maximino Matus
Miguel Olmos Aguilera
(coordinadores )
Este libro es producto
de un amplio diálogo iniciado por Y EL SUROESTE DE LOS
ESTADOS UNIDOS
la Sociedad Mexicana de Antropología (SMA)
Miguel Olmos Aguilera fundada en 1937, conformada por prominentes Maximino Matus
antropólogos de las diversas subdisciplinas antropo-
Doctor en Etnología por la École des lógicas: arqueología, historia, etnohistoria, antropología ENTRECRUCE DE CAMINOS Doctor en sociología por la Universidad
Hautes Études en Sciences Sociales. de Wageningen (Holanda). Pertenece
Investigador de El Colef desde 1998.
social, etnología, antropología física y lingüística. Entre sus Y DERROTEROS DISCIPLINARIOS al Sistema Nacional de Investigadores
Miembro del  SNI, nivel  II. Entre sus fundadores destacan: Alfonso Caso, Rafael García Granados, (SNI), nivel  I. Desde 2015 es catedráti-

ANTROPOLOGÍA DEL NORTE DE MÉXICO Y EL SUROESTE DE LOS ESTADOS UNIDOS


libros destacan, El Chivo Encantado: La Wigberto Jiménez Moreno, Paul Kirchhoff, Miguel Othón de co Conacyt adscrito al Departamento
estética del arte indígena en el noroeste de Mendizábal y Daniel Rubín de la Borbolla, entre otros. Desde su de Estudios Sociales de El Colegio de
México (El Colef-Forca, 2011), Memoria fundación, la SMA ha impulsado encuentros bajo el formato de la Frontera Norte (El Colef ). Sus inves-
Vulnerable: El Patrimonio Cultural en mesas redondas, donde se han discutido los avances de la ciencia tigaciones más recientes se enfocan en
contextos de frontera  (ENAH-El Colef, los laboratorios como espacios de in-
antropológica en el país a partir de un tema común analizado
2011) y Etnomusicología y globalización: novación y diseño sociocultural y se ha
Dinámicas cosmopolitas de la música
críticamente bajo la mirada de sus diversas disciplinas. En este especializado en estudios relacionados
popular (El Colef, 2020). esquema se han suscitado dos encuentros que han discutido con las comunidades transnacionales, el
temas relativos al norte de México y el suroeste de Estados acceso, uso y apropiamiento de las TICS,
[email protected] Unidos: la III Mesa, celebrada en la Ciudad de México y la tecno-antropología.

Entrecruce de caminos y derroteros disciplinarios


en el verano de 1943, y la XXXI Mesa, celebrada en
[email protected]
Ensenada Baja California en 2017.

www.colef.mx Maximino Matus


libreria.colef.mx Miguel Olmos Aguilera
(coordinadores)

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