Los Cuadernos Olvidados de JUAN. RULFO.
Los Cuadernos Olvidados de JUAN. RULFO.
Los Cuadernos Olvidados de JUAN. RULFO.
en la presentación de Los cuadernos de Juan Rulfo (Ed. Era, 1994). ¿La razón? Que muchos de los apuntes
y borradores de relatos y guiones que reunía “opinan algunos que no valen la pena”. Afortunadamente, no
les hizo caso y lo publicó.
Lo tenía muy claro. Cuando repasaba las páginas de estos cuadernos, cada palabra, cada frase, cada
escena, cargada de vivencias y sentimientos, Clara Aparicio se sentía casi obligada a compartir con todos
“estos relatos tan llenos de él”, que contenían además nuevas y enriquecedoras pistas para la lectura de
Pedro Páramo o El llano en llamas. Le recordaba la época en que fueron escritos y, sobre todo, a él,
sentado en su escritorio, escribiendo. Era entonces cuando Rulfo, escribe Clara Aparicio, creaba una
atmósfera “en la que nada parece perturbarlo. Es como si su mente estuviera muy lejos, en algún
lugar distante. Lo único que se mueve es su mano, que sube y baja despacio sobre las hojas del
cuaderno, llenando con su pluma esos espacios en blanco que parecen torturarle”.
El propio Rulfo, por su parte, había explicado cómo “de pronto, a media calle, se me ocurría una idea y la
anotaba en papelitos verdes y azules”. Al llegar a casa tras el trabajo pasaba sus apuntes al cuaderno,
dejando párrafos a la mitad, “de modo que pudiera dejar un rescoldo o encontrar un hilo pendiente del
pensamiento del día siguiente”. Después, conforme pasaba a máquina el original, iba destruyendo las
notas manuscritas.
Sin embargo, el libro Los cuadernos de Juan Rulfo, espléndido, y que fue publicado en México en 1994 por
la editorial Era en edición de Yvette Jiménez de Báez, permanece descatalogado y olvidado. ¿Y qué
atesoran sus ciento ochenta y cinco páginas? Quizá al Rulfo más desconocido, y, sobre todo, sus primeros
balbuceos literarios. Así, tras la presentación de Clara Aparicio de Rulfo, encontramos apenas cinco líneas,
dedicadas a su madre, muerta en 1927, cuando él tenía apenas 10 años (cuatro antes, en 1923, había sido
asesinado el padre). La nota manuscrita, que reproducimos sobre estas líneas, dice:
“Madre. Te escribo esta carta desde aquí de la tierra, a ti que estás en los cielos. Quiero contarte
lo que ha pasado desde que te fuiste; lo cercano”.
El primer texto incide en lo autobiográfico porque en él Rulfo da cuenta de sus orígenes: por parte paterna
descendía de un capitán realista, Juan Manuel del Rulfo, derrotado por el ejército independentista
mexicano en la batalla de Zacoalco (1810); por la materna, sus antepasados llegaron a Jalisco a mediados
del siglo XVI, obteniendo como encomienda el pueblo del Tuxcacuesco, aunque cuando Rulfo nació de todo
aquello apenas quedaba “la haciencia ganadero de Apulco, lugar pedregoso y árido”, que la
revolución “cristera” (1926-1929) dejó más desolada.
En cualquier caso, nada de lo que el propio Rulfo se sintiese muy orgulloso, especialmente porque durante
la algarada cristera vio -explica- “envejecer mi infancia en un orfanato”.
La riqueza más grande
De sus años en aquel internado de Guadalajara, que debía de ser bastante siniestro, Rulfo escribe en Los
Cuadernos que estuvo obligado “a descontar con trabajo el precio de mi soledad”. También le quedaron
algunas heridas incurables: “me volví huraño y lo sigo siendo. Aprendí a comer poco o a casi no comer.
Aprendí tambien que lo que no se conoce no se ambiciona y que, al final de cuentas, la única y más
grande riqueza que existe sobre la tierra es la tranquilidad” (pág. 16). Y el amor. En este primer capítulo
hay una apasionada declaración de amor a Clara, su mujer, a la que conoció cuando tenía 24 años y ella
apenas 13: “Allí te amé. Allí te dije: ‘esto es lo que ha estado esperando mi esperanza…’ […] Nunca a
nadie he querido como a Clara. Clara… única mujer. En mis angustias aliada a mi tristeza”.
Por cierto, en “Camino…” hay, además de relatos, anotaciones sobre lo que vio tras el doble cristal de la
ventana de un tren, sobre el efecto de la primavera en el campo y en sí mismo, o un aullido reclamando
soledad: “Que no me digan nada. Que se vayan. No estoy para nadie ni en la puerta ni en el
teléfono. Estoy agachado sobre plumas. Dormido en un enjambre de plumas. Cuando sólo mi soledad me
llama. Entonces despierto”.
Primeras versiones
Pedro Páramo y El llano en llamas protagonizan la parte central de Los Cuadernos, al incluir borradores a
máquina de fragmentos de la primera que no sobrevivieron a la revisión final, y que corresponden a
distintas etapas de elaboración. También hay primeras y segundas versiones, luego eliminadas, de
algunos episodios de la novela que el mexicano escribió torrencialmente de abril a septiembre de 1955.
Un material único que completa quizás la versión definitiva que los hijos del escritor
presentaron en 2005, coincidiendo con el cincuentenario de su publicación, también en la edición
definitiva de la editorial RM. En cuanto a El llano en llamas, los cuadernos descubren una “Sinopsis para
película” basada en tres cuentos del libro.
No es la única sorpresa de Los Cuadernos, que ofrece algunos manuscritos atribuibles a La cordillera, una
novela de la que el propio Rulfo explicaba que no terminó de escribir debido a la cantidad de sangre
presente en sus páginas, porque él ya no quería teñir de sangre la literatura mexicana. Del mismo modo,
Susan Sontag recordaba que fue anunciada por el editor de Rulfo durante muchos años, desde principios
de los 60, pero que el autor la dio por destruida pocos años antes de su muerte, en 1986.
Así, entre apuntes, relatos y pasiones, Los Cuadernos ayudan a perfilar el retrato del escritor centenario,
que sigue escapando a tópicos y convenciones, enigmático y esquivo ya para siempre.