Sin Cuarto Propio
Sin Cuarto Propio
Sin Cuarto Propio
Dahlia de la Cerda
Dahlia de la Cerda (Aguascalientes, 1985) estudió la licenciatura en Filo-
sofía. En 2009 ganó el certamen literario «Letras de la Memoria» convocado
por el Centro Cultural Los Arquitos. Fue becaria del Programa de Estímulo a
la Creación y al Desarrollo Artístico de Aguascalientes (pecda) en la emisión
2015-2016 con un proyecto titulado «Nuestras Muertas Tienen Nombre».
Fue beneficiaria del Programa Jóvenes Creadores del fonca en las emisiones
2016 y 2018. Ganadora del Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2019.
Tiene publicado el libro Perras de reserva con la Editorial Tierra Adentro. Es
codirectora de la colectiva feminista Morras Help Morras.
Me falta imaginación dices.
No. Me falta el lenguaje.
El lenguaje para clarificar
mi resistencia a las letradas
Las palabras son una guerra para mí
amenazan a mi familia
Para ganar la palabra
para describir la pérdida
tomo el riesgo de perderlo todo.
Cherrie Moraga
Introducción
Escribo para las que no tienen cuarto propio. Para las que es-
criben con la cría pegada en la chiche y para las que no escri-
ben porque tienen a la cría pegada a la chiche. Escribo para las
que teorizan mientras lavan los trastes. Para las que teorizan
mientras lavan la ropa. Para las que teorizan mientras venden
tamales en un barrio precarizado. Porque pensar en lo injus-
to que es el modelo económico mientras vendes de chile y de
verde, también es teorizar. Escribo para las que perrean sucio
y hasta abajo. Escribo para las que riman en su lengua materna
en protesta a la imposición del español. Escribo para las que
no leen a señores blancos que quieren explicar el mundo sin
haberse ensuciado los zapatos. Escribo para las que abortaron
mientras trabajaban doce horas en una tienda de zapatos. Para
las que abortaron a espaldas del Estado y de su papá cristiano
y de su esposo pro-vida.
Escribo para las que dicen haiga. Escribo para las que
agregan nos al final de todos los verbos. Íbanos y veníanos.
Escribo, sobre todo, para las que no quieren ni hablar ni es-
cribir el español como lo indica la real academia de la lengua.
Escribo para las que no tienen cuarto propio. Para las que
tienen la libreta y la pluma sobre la mesa de la cocina porque
mientras molcajetean la salsa se les vienen las ideas más bri-
llantes. Escribo para las que escriben con faltas de ortografía
y para las que aprendieron a rimar escuchando a raperos ca-
llejeros. Para las que se olvidaron del cuarto propio porque
tenían que trabajar para los hijos y para los padres y para la
vida. Escribo para las que escribir es una cuarta o quinta jor-
nada laboral, pero se la rifan porque las palabras son un acto
político, el acto político de las desposeídas.
Este texto lo escribí sin cuarto propio. Lo escribí en los
tiempos muertos de mi trabajo de oficina y mientras se com-
pletaba el ciclo de la lavadora. Lo escribí en la cocina de mi
casa y en las escaleras de mi patio. Lo escribí sentada en la taza
del baño y lo escribí mientras las lágrimas no dejaban de salir
y escribía porque el psiquiatra me dijo que golpear gente no
era una buena forma de sacar mi rabia. Lo escribí sentada en
el tianguis donde trabajé por años vendiendo ropa de segunda
para llegar a fin de mes. Lo escribí, también, en la ruta 2 rumbo
al centro de salud mental.
Si este ensayo tuviera olor, olería a jabón Zote y Pinol. Si
tuviera sabor, sabría a jitomate y cebolla y chile de árbol y no-
pales asados. Si tuviera sonido sonaría el chaca-chacha-chaca
de la lavadora y Los Acosta de fondo. Lo escribí sin cuarto pro-
pio y entre cuartilla y cuartilla me daba mis tiempos para bailar
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las de Winsin y Yandel. Las de Ivy Queen y las de Tego Calderón.
Esto no es anecdótico. Es político.
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herida, cuando la compasión y el amor te posea. Cuando no
puedas hacer nada más que escribir.
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quiero ser la escritora elogiada por la crítica porque blanquea
a los personajes marginados. No quiero escribir sobre putas
que son ávidas lectoras ni sobre drogadictas que se drogan en
ceremonias de ayahuasca. No creo tampoco que esté mal espe-
cializarse en literatura creativa ni escribir desde un estudio en
una colonia de clase media alta. Hay mil caminos, pero ese no
es el mío. Mi camino es el borde del abismo. Mi casa son los
zulos. Emergí de un zulo y mi compromiso político es escribir
desde y para mi lugar de ebullición.
Mi mamá creció en una comunidad de tres mil habitan-
tes en la sierra de Jalisco. Allá donde no hay pavimento y los
techos de las casas son de teja, donde las señoras se encariñan
con los puercos destinados a ser sacrificados para las fiestas
de mayo y los cuidan como hijos y que se chingue el guateque.
Donde todos se conocen y todos saben la vida y señales de todo
mundo y con la misma severidad que se juzgan se ayudan en
tiempos difíciles. Lo más cercano que encontró mi mamá a la
comunidad fueron los barrios, entonces crecí en barrios po-
pulares. Crecí entre paredes sucias y danzantes y murales de la
virgen de Guadalupe en cada esquina. Vi de primera mano la
violencia y la desigualdad y la marginación. Y, como dice Can-
cerbero, el barrio no pasó en vano.
Mi jefa tiene muy arraigada la creencia de que una puede
escalar en la jerarquía social chingándole machín. Progreso.
Dinero. Progreso. Dinero. Dinero. Y una señal de progreso
era inscribirme a colegios de monjas que en aquel entonces
eran símbolo de estatus. Como tengo lo que se conoce en los
estudios raciales como «pasar por blanca», que no significa
otra cosa que no ser una persona racializada, es decir, indíge-
na o afrodescendiente o asiática, mi mamá pensó que ya tenía
la mitad de la vida social escolar resuelta. Pero se equivocó.
Mi código postal era motivo suficiente para vivir toda clase de
discriminación clasista. Yo no fui la niña a la que los niños le
jalan el pelo para llamar su atención, los niños no se escondían
debajo de la escalera para ver mis calzones ni me subían la fal-
da, en la primera infancia no conocí la violencia a través de la
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discriminación sexista ni de la violencia de género. Yo era la
niña a la que llamaban gata, naca, corriente, qué haces en mi
colegio si eres pobre. Mi primera otredad fue la naquitud y no
la mujeritud.
Desde que somos muy pequeñas, de hecho hay teóricas
feministas que afirman que desde que el médico dice «es una
niña», las mujeres (de ciertos contextos) somos adoctrinadas
con toda una serie de estereotipos acartonados y expectati-
vas de lo que debe ser una mujercita. Libros recientes como
Valientes e imperfectas y Rabia somos todas abordan el tema de
cómo la socialización «femenina» del ser recataditamesu-
raditaperfectalimpia princesa dulce afecta en el desarrollo
psicosocial. Y cómo las mujeres que se salen del molde de la
dulce princesa son patologizadas o llamadas mandonasiracun-
dastiranas y malas. Este debate no es nuevo en el feminismo.
Simone de Beauvoir en El segundo sexo hizo un extenso análisis
de las diferencias en la crianza que se da a una hembra humana
y a un macho humano y cómo eso influye en el desarrollo de
la personalidad, el habitar el mundo y en cómo el mundo te
trata. Aunque estos análisis son originados en el feminismo
blanco y relatan la experiencia de las mujeres/niñas blancas,
que pasan por blancas o que están en procesos de blanquea-
miento, sí definen la socialización de muchas mujeres, no lo
llamaría socialización femenina sino socialización femenina
blanqueada/blanca.
Nunca me sentí identificada con la feminidad hegemóni-
ca: A mí me gustaba andar en bicicleta y adoptar sapos y jugar
juegos de pelea en las maquinitas. Tampoco me gustaba usar
el cabello largo ni los moños ni los vestidos ni los zapatos de
charol. Ni bañarme. Pero, no es algo que pudiera decir a mis
compañeras de escuela porque para encajar un poco tenía que
fingir que me gustaba jugar con Barbie: de nuevo la feminidad
blanca/blanqueada que no sólo es sexista, sino que está inter-
ceptada con la raza y la case. No basta con ser una dulce prince-
sa, hay que ser una dulce princesa con los modales del colono.
Aunque nunca me sentí identificada con el modelo colonial de
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la hija del colono, fui socializada en la feminidad hegemóni-
ca/blanqueada y durante mis primeros años escolares viví en
silencio las palabras hirientes de mis compañeras de clase.
Me tragaba la rabia y llegaba a llorar a mi casa. Lo sufría en
silencio. Me sentía tan avergonzada que me daba pena contarle
a alguien que me decían pobre y naca, tenía claro que ser naca
y empobrecida no tenía nada de malo, pero me hería que lo
usaran como insulto.
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me gustaba mucho la relajación social. Ahí no tenía que fingir
ser alguien que no soy ni cumplir con acartonados modelos de
género. Podía ser sucia y grosera y enojona y nadie me juzgaba
por ello.
Durante mi infancia y adolescencia en las mañanas
convivía con niñas blancas o atravesadas por procesos de
blanqueamiento y de clase alta o media alta que comían con
modales finos y que la palabra más petarda que usaban era
«tonta». Niñas que no gritaban, que se contenían. Que de
tanto contenerse eran pasivoagresivas. Que eran unas verda-
deras princesas odiosas y clasistas, pero princesas. Y en las
tardes con morritas prietas que bailaban cumbias y se sentaban
a mirar a los danzantes ensayar mientras comían con malos
modales duros preparados. Morritas con ropa sucia porque
habían trabajado en el tianguis o lavado tres cargas de ropa.
Hago la distinción entre niñas y morritas no sólo para
marcar la diferencia entre la clase y la raza sino como semi-
llita de algunos aportes teóricos que compartiré más adelante,
aportes teóricos de la feminista María Lugones. Ella sostiene
que la «mujer» es blanca; que las negras y de color siempre
han sido consideradas como lo otro, como las bestias. Pero
hago la distinción como un lugar de pertenencia y de reivin-
dicación. Yo soy una morra y luego seré una doña. Qué perra
pereza ser una señora.
Todo esto pareciera anecdótico, pero no lo es. Es político.
Porque lo que una vive en la infancia y en la adolescencia marca
el carácter y porque cada vez que alguien me pregunta por qué
veo cosas que otras feministas no ven, cómo es que consigo
llegar a ciertas conclusiones o tener tanta claridad mental y
pulcritud de pensamiento contesto: porque me sobra barrio. Es
verdad. Las que emergemos de los zulos, las que sabemos que la
desigualdad se puede analogar con una sopa de fideo tenemos
la claridad mental que no dan los libros. Tenemos la claridad
mental que te da rifártela en la vida loca. Jamás será lo mismo
aprender de desigualdad social leyendo a Marx mientras co-
mes tres veces al día, que trabajando doce horas para comer
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dos. La experiencia orgánica es la experiencia orgánica. Y no es
anecdótico, es político, porque las personas nos hemos tragado
tanto el cuento de la blanquitud y el aspiracionismo burgués
que los lugares que reivindicamos siempre tienen que ver con
lugares que nos den caché. Por eso presumimos que leemos a
Cortázar, pero no El libro vaquero. Por eso presumimos en re-
des sociales cuando comemos un ramen de diseño, pero no un
bolillo con crema. Presumimos nuestros lujos y triunfos, pero
no nuestras derrotas y rincones sucios. Presumimos todo lo
que nos dé blanquitud, porque desde luego, la blanquitud tiene
beneficios en un sistema racista.
A mí me interesa reivindicarme desde lo otro. Desde el
ritual de escritora que no incluye whisky sino gorditas de chi-
charrón verde y una coca-cola de vidrio, desde la deuda que no
acababa ni con cuatro jornadas laborales. Me interesa reivin-
dicar las enseñanzas que me dejó trabajar en el tianguis, en la
fábrica y en el call-center. Del ir a pedir fiadas las croquetas de
mis bestias, del contemplar el horror sentada en la banqueta de
un barrio bravo y no en la nota roja sentada en el café de moda,
de que duré tres meses para terminar este ensayo porque tuve
que empeñar mi laptop en el Monte de Piedad. Para mí es im-
portante que se sepa que viví en un barrio y que sentada debajo
de un mural de la virgen de Guadalupe escuchando a mi amiga
contar cómo su tío abusaba de ella, mientras de fondo sonaban
Los Temerarios, entendí que el mundo era un lugar muy hijo de
perro para las mujeres, sobre todo las de los zulos. Me interesa
reivindicar que mi esposo y su familia, que ahora es mi familia,
habitaron en un pie de casa en obra negra y que en esta fami-
lia periférica encontré un refugio a la crueldad del mundo. La
multiformidad de la opresión y todas las caras de la violencia
no me la enseñaron los libros, me la enseñó el barrio, y por
eso me interesa posicionar sus saberes más allá del exotismo
académico. Me enuncio desde aquí en honor a mi infancia, a
mis amigas, a mi familia y en protesta a quienes criminalizan,
bestializan y se burlan desde el clasismo de estas esquinas del
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mundo, pero también como parte de mi compromiso con la
traición a mi blanquitud y el aspiracionismo burgués.
En el barrio aprendí que la desigualdad se puede analo-
gar a una sopa de fideo. Los marxistas y personas de izquierda
dicen que sólo existen dos clases sociales. Los de arriba y los
de abajo, y que burgueses son «los que tienen los medios de
producción». A esto le llamo fragilidad burguesa, que es la in-
capacidad de las clases sociales privilegiadas para reconocer sus
privilegios de clase bajo un argumento teórico. Suscribo el con-
cepto de que los burgueses son de la clase media acomodada ha-
cia arriba. Entonces, cuando digo burgueses no sólo me refiero
a los dueños de los medios de producción sino también a to-
das las personas de clase media acomodada y clase media alta.
Pero volvamos a la idea de la sopa. Explico: la mamá de
Ivone se iba los fines de semana a trabajar fuera de la ciudad y
nos dejaba veinte pesos para comer. Ivone hacia la sopa de fi-
deo con un consomate + pasta. Otra de mis amigas del barrio la
hacía con jitomate y cebolla y pasta. Y la nana, porque quién co-
cina en tu casa también es político, de la única niña con la que
hice amistad en el colegio la hacía con caldo de pollo y jitomate
y cebolla y consomate y verduras. La desigualdad es multifor-
me porque las opresiones y el lugar que ocupas en el modelo
económico también lo son y cómo y qué y quién prepara/s una
sopa de fideo dice mucho de qué lugar ocupas en la matriz de
opresiones. Esto pareciera una obviedad, sobre todo si viviste
precariedad, pero hay gente que no lo entiende. Gente que gana
más de diez mil pesos al mes y dice que es empobrecida porque
sólo existen los ricos y los empobrecidos. Y que cuando se lo
explicas con una sopa de fideo se sorprende, pero sigue ne-
gando sus privilegios. La comida es un derecho y los derechos
no son privilegios, te dicen. Los derechos son derechos, eso
nadie lo discute, pero para acceder a ellos se necesitan privi-
legios de clase y raza. El primer problema que tenemos para
aceptar nuestros privilegios es que pensamos que el proble-
ma está en cómo nos beneficiamos y qué hacemos con ellos,
pero rara vez reparamos en cómo nos benefician a nosotras de
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facto. El segundo problema es que cuando alguien nos señala
un privilegio, por ejemplo, el de clase, en lugar de aceptar que
tenemos un salario privilegiado nos tiramos al piso a llorar y
decir: «pero si yo no soy Carlos Slim». No. Así no funciona,
los privilegios se analizan con respecto a ti y quienes están en
desventaja y no sobre ti y tu drama de quién tiene más que tú.
No, Anasofi, no eres Carlos Slim, pero ganas el triple que el
ochenta por ciento de los mexicanos y en experiencias vitales,
poder adquisitivo y socialización por clase social te pareces
más a Carlos Slim que a la señora que vende semillas afuera
del metro. Abortemos la fragilidad blanca, pero también la de
clase acomodada.
No se trata de que pidas/pidamos perdón por ser blancas
o ganar quince mil pesos al mes, pero tampoco de que bana-
licemos la discusión con un hombre de paja burlándonos de
quienes nos señalan los privilegios. No se trata, tampoco, de
que despoliticemos los análisis sobre la matriz de opresiones
convirtiéndola en una olimpiada de opresiones. Se trata de que
reconozcamos nuestros privilegios, los asumamos, entenda-
mos cómo nos beneficiamos y cómo nos beneficia el sistema,
esto para que gestionemos ese privilegio de la forma más ética
posible: no podemos gestionar éticamente algo que ni siquiera
reconocemos que existe.
Mi amistad con Ivone se fue a la verga porque se casó a
los trece años. Sí. En los zulos las morritas ven como método
de emancipación juntarse con su jaino. En casa lavan la ropa
para toda la familia. Cocinan para toda la familia. Crían a sus
hermanitos y sobrinos y les salen mejor las cuentas al formar
su propia familia y atender sólo a «su viejo». Entonces me
quedé sola con Leticia. Leticia fue mi amiga dos años más y se
casó a los quince. Y hoy es un ama de casa feliz y yo soy feliz de
que ella sea feliz.
Si de Ivone aprendí que la desigualdad es una sopa de
fideo, de Leticia aprendí que la «socialización femenina»
es un asunto de niñas, no de morras. Leticia me dio la pri-
mera lección de socialización femenina no atravesada por
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la blanquitud: no te quedes con la rabia. Un día le conté que
saliendo de la secundaria rodeaba varias cuadras para llegar a
mi casa porque una morrita de la vecindad de la avenida me
decía de cosas cada que pasaba y que a mí me daba miedo, que
no sabía cómo reaccionar. ¡Eres bien culo, güera!, me dijo. ¡Si
no le cantas un tiro te va seguir chingando! ¡La próxima vez que
pases por ahí, avienta la mochila al piso, hazte un chongo y dile:
véngase perra!, y le pones sus putazos. Me quedé asombrada.
Nada de amor y paz. Nada de tú eres fantástica, ignórala. No
sólo me dijo con toda la desfachatez del mundo que sacara mi
rabia de forma violenta, sino que me amenazó. ¡Si me ente-
ro que rodeaste o que te dijo algo y no le respondiste te voy a
romper tu madre para que se te quite lo pendeja! Luego me di
cuenta de que era una forma de socialización. Su mamá le de-
cía lo mismo, si te dejas humillar te rompo tu madre. Sus tías
se decían perra de cariño. Las niñas de mi colegio me decían
nena. Lety me decía culera. Las niñas de mi colegio se tapaban
la boca para eructar. Lety y Laura y Lupita y yo competíamos a
ver quién eructaba más fuerte. Las mamás de las niñas de mi
colegio estaban hartas del marido y de ser amas de casa y las
doñas que crían en los barrios trabajan en los tianguis y en las
esquinas y en las fábricas y lavando la ropa de las mamás esta-
ban hartas de las niñas de los colegios. ¿Te queda duda de que
la feminidad de la hija educada del colono es producto de la
colonialidad del ser y la blanquitud? Revisa el estereotipo de
la mujer negra enojada.
Siendo éste mi contexto de la infancia, pre y adolescente,
el de las mujeres trabajadoras que siempre estuvieron en es-
pacio público trabajando. Mujeres que teorizan mientras abren
la ropa de paca nueva. Mujeres libres que se meten a nadar
con brasier y pantaletas. Mujeres que te rompen el hocico si
les tiras una indirecta. Mujeres que dicen ¡chingas a tu puta
madre y vete a la verga!, si las haces enojar. Y pinche perra, de
cariño. No entendía de qué iba el feminismo. No entendía ese
feminismo de las mujeres del cuarto propio, porque yo emergí
de un zulo.
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Genealogía de la rabia
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Otra de las objeciones en contra del feminismo es que el
feminismo de antes era el perrón. Las feministas de antes lu-
chaban por poder votar, por poder estudiar y las feministas de
ahora luchan por dejarse crecer los pelos de las axilas y subir
fotos de sus copas menstruales con sangre. Lo explicaré con
peras y manzanas: El feminismo se compone de teoría, agen-
da, praxis y reivindicaciones. Luchar por conseguir el acce-
so al aborto legal forma parte de una agenda y visibilizar que
la sangre menstrual no es impura ni sucia ni apestosa es una
reivindicación. Y ¡sorpresa!, no son mutuamente excluyen-
tes. Para explicar las diferencias entre teoría, agenda, praxis y
reivindicaciones usaré las Olas Feministas como ejemplo. No
estoy de acuerdo en la organización de la genealogía feminista
a través de Olas porque invisibiliza los aportes de las mujeres
negras y de color, pero me parece una sistematización útil para
ejemplificar estos conceptos.
¿Qué es una agenda feminista? La agenda feminista co-
rresponde a los ¿qués?, y para explicarla usaré como ejemplo la
Primera Ola del feminismo. Las feministas de la Primera Ola se
enfocaron en señalar que las mujeres también son ciudadanas
y por tanto sujetas de derechos. De la mano de estas afirmacio-
nes viene la agenda. Una vez que demostraron que las mujeres
son ciudadanas y que, ergo, deben tener los mismos derechos
que los varones, se especificó qué querían, qué pedían, qué
necesitamos para emanciparse. La agenda en la Primera Ola
era básicamente una: el voto femenino.
La Primera Ola es la más usada por los detractores del fe-
minismo para señalar que esas eran las feministas chingonas
y rifadas. Las que pedían igualdad de derechos. A esas peti-
ciones se les llama agenda: poder votar, poder divorciarnos,
tener certeza jurídica dentro del matrimonio, tener derecho
a la herencia y propiedad de la tierra, la justicia reproductiva,
el respeto a la identidad de género, el matrimonio civil entre
lesbianas, los espacios libres de acoso sexual, la abolición de la
esclavitud, entre otras libertades elementales, se llama agen-
da feminista. Y por cada victoria en la lucha o por cada punto
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de la agenda tachado hay diez que todavía no se concretan. La
agenda feminista hoy en día sigue enfocada en libertades y de-
rechos humanos básicos.
Contestando a quienes dicen que las feministas de antes
eran las chidas y que las de ahora sólo son unas histéricas grito-
nas que salen a marchar en pelotas: En México hay un chingo de
mujeres que se la rifan para conseguir cambios específicos en
situaciones urgentes. Gire, que desde la vía legal busca garan-
tizar derechos sexuales y reproductivas. Sabuesas Guerreras,
que escarba con entrenamiento pericial en fosas clandestinas
para buscar restos mortales de personas desaparecidas. Nues-
tras Hijas de Regreso a Casa, que lucha contra el feminicidio y
acompaña a familias que buscan a sus hijas. Equis, Justicia Para
Las Mujeres, que trabaja en mejorar el sistema judicial y que
hace trabajo de incidencia dentro de las prisiones. Hay muje-
res ahora mismo luchando contra las esterilizaciones forzadas
en Chiapas. Contra el despojo de tierras sagradas. Contra la
violencia policial en los barrios. Hay morras ayudando a otras
a abortar al margen de la ley. Hay morras peleando custodias y
pensiones. Dando clases de autodefensa en las secundarias de
la periferia. Las feministas de esta época no somos tan distintas
a las de otras épocas, la diferencia es que mientras luchamos
de formas concretísimas por conseguir la liberación de la mu-
jer, nos tomamos fotos de las axilas peludas como parte de una
reivindicación.
La genealogía tradicional (hegemónica) de la teorización
de la diferenciación sexual y la problematización de las des-
igualdades entre hombres y mujeres nombrada como feminis-
mo se inaugura con la publicación de la vindicación Declaración
de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana de Olympe de
Gouges y Vindicación de los derechos de la mujer de Mary Wolls-
tonecraft. A la publicación de estos dos textos, junto con el
movimiento sufragista, se le conoce como Primera Ola. Si ha-
blamos de feminismo como posicionamiento político entonces
tenemos que decir que inicia con la Ilustración. Sin embargo,
antes de que las luchas por la emancipación de las mujeres se
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nombraran como feminismo hay muchos ejemplos de insur-
gencia, rebeldía y praxis que problematizaron la opresión de
las mujeres, lucharon por emanciparlas y que se escaparon
de los roles tradicionales. La lucha por la emancipación de las
mujeres no inició con las blancas y europeas. Antes de que a
toda rebeldía y emancipación y búsqueda de liberación se le
nombrara feminismo había mujeres rebeldes luchando contra
todas las formas de opresión. Estaban las brujas, las chamanas
y las negras armando quilombos. La lucha contra la jerarquiza-
ción social precede al feminismo.
Durante la Primera Ola aparecen las primeras diferencias
entre las mujeres de clase media y alta y las obreras y raciali-
zadas. Las primeras querían el derecho al voto, las segundas
derechos laborales e igualdad de salarios y las terceras la abo-
lición de la esclavitud. Sojourner Truth, feminista negra poco
mencionada en las genealogías tradicionales del feminismo
pronunció en una convención de mujeres un discurso llama-
do ¿Acaso no soy una mujer?, para dejar claras las diferencias
entre las blancas y las otras. A estas diferencias las llamaré a
lo largo de este texto como diferencias entre feministas del
cuarto propio y de los zulos.
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los porqués. Se problematizó el matrimonio como institución
de opresión. La familia como instrumento de esclavitud. La
maternidad como construcción cultural. Se habla por primera
vez del derecho al aborto. Del control de la natalidad. De la mu-
jer como objeto de consumo. De la industria del porno como
propaganda de odio contra las mujeres. El segundo sexo. Nuestra
Sangre. La mística de la feminidad. La dialéctica del sexo. Política
Sexual. Los aportes teóricos son muchos: Andrea Dworkin pi-
diendo una tregua de veinticuatro horas sin violaciones sexua-
les. Analizar cómo a lo largo de la historia la fuerza de trabajo
de las mujeres ha sido usada de forma gratuita en nombre del
amor. El amor es el opio de las mujeres. Se traslada el mate-
rialismo histórico y la dialéctica marxista al feminismo: para
que exista un oprimido se necesita un opresor. Las mujeres
son una clase sexual oprimida por una clase opresora: los varo-
nes. Se analizan los orígenes del patriarcado. Se dice que surgió
cuando se remplazó el arado por el azadón. Se dice que no, que
fue cuando los varones descubrieron el papel del macho en la
procreación. Se dice que no, que fue cuando el alfabeto despla-
zó a la diosa porque se empezaron a valorar más las actividades
realizadas con la parte izquierda del cerebro. Se dice que no, que
fue cuando Prometeo les enseñó el truco del fuego a los varones.
En la Segunda Ola surgen las dos grandes ramas del femi-
nismo: de la igualdad y de la diferencia. El de la igualdad dice
que las mujeres y los hombres somos iguales y que lo que nos
hace «diferentes» es la crianza diferenciada. Señala también
que las mujeres somos capaces de hacer cualquier cosa que
hagan los varones y que la meta es que niñas y niños sean cria-
dos con las mismas permisiones y los mismos límites. Y el de
la diferencia, por su parte, sostiene que las hembras humanas
y los machos humanos claramente no somos iguales y que el
problema no es la diferencia sino la lectura que se la da a esa
diferencia y que entonces la solución no está en parecernos a
ellos sino en reivindicar lo femenino y dejar de usar la diferen-
cia sexual como excusa para la jerarquización. La Segunda Ola
es ilustrativa de la teoría feminista.
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Teoría: problematizar, buscar cómo, cuándo, por qué y qué es.
Agenda: identificar un problema y proponer una solución.
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personas. Dan ganas de decirles: chingas a tu macho padre.
Pero es mejor citar a Michelle Haimoff: «Las mujeres negras se
despiertan por la mañana, se miran en el espejo y ven mujeres
negras. Las mujeres blancas se despiertan por la mañana, se
miran en el espejo y ven a las mujeres. Los hombres blancos
se miran en el espejo y ven a la humanidad».
En la Tercera Ola surgen los movimientos de cuerpos múl-
tiples y los movimientos identitarios lgbttti. Ser lesbiana no
sólo es una orientación sexual, es un lugar de resistencia y un
posicionamiento político. Estos movimientos señalan la im-
portancia de nombrarse desde la otredad; desde la poderosa
reapropiación del insulto. Es la lucha de las maricas y las trans
y las machorras y las putas y las deformes y las negras y las gor-
das por su derecho a existir desde la diferencia, sin que esa
diferencia se traduzca en discriminación. En la Tercera Ola se
habla de orgasmos porque sólo una de cada diez mujeres hete-
rosexuales tiene una vida sexual plena. Se habla de pelos en las
axilas porque por siglos hombres peludos nos han hecho sentir
sucias por ser seres humanos y tener vello y estrías y celulitis.
Pero sucede que lo que es reivindicable para una puede no serlo
para otra. Para muchas feministas blancas desnudarse en las
marchas es una rebelión potente contra la mojigatería bajo la
que fueron criadas, sin embargo para las feministas negras la
desnudez no es, siempre, una reivindicación ni un acto de re-
beldía porque, como señala la teórica negra Yuderkis Espinosa,
las negras siempre han estado desnudas tanto como objetos
de estudio en museos y zoológicos humanos como en el ima-
ginario racimachista que las exotiza. Para las mujeres negras
el cabello afro es reivindicable y los turbantes y las trenzas y el
color de su piel y sus cuerpos grandes y poderosos. Todo lo aso-
ciado a la racialidad y todo eso por lo que han sido bestializadas
y discriminadas y violentadas. Las mujeres musulmanas, sobre
todo las que viven en Occidente, reivindican el uso del burka y
el hiyab. Para ellas no sólo es religión, es cultura y es identidad
y es resistencia porque son acosadas y violentadas de formas
terribles por llevarlo. Para otras mujeres la reivindicación está
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en sus ojos rasgados. Para otras en las estrías o en la desnudez
de sus cuerpos no perfectos. Lo que se reivindica es ahí donde
fuiste herida, donde fuiste insultada. Eso que usan para decirte
sucia y mala y loca y puta y negra y machorra y marica y no me-
recedora de derechos. Ese lugar abyecto es tu lugar de reivindi-
cación. Subir fotos de sangre menstrual y dibujar vulvas y subir
fotos de nuestras estrías y vello corporal tiene como objetivo
visibilizar y normalizar y quitar el estigma.
Las feministas del cuarto propio siempre quieren ir más
allá en sus críticas bajo la premisa de que ellas van a la raíz.
Entonces critican a las pobrecitas morras por defender el hi-
yab, porque cómo puedes defender un símbolo de opresión.
Critican a las negras por mover «el culo de forma tan sucia
¡cómo se atreven a bailar reggaetón de esa forma! ¿Por qué
se hiper-sexualizan?». Me parece muy curioso que las ve-
ces que otras feministas me han preguntado qué opino de
las mujeres que se hiper-sexualizan sus ejemplos han sido
mujeres negras. Mujeres a las que someten al escarnio por
vivir una sexualidad distinta a la blanca conservadora. Las
mujeres negras y de color se saben sexualmente poderosas y
desde tiempos ancestrales han usado la danza para conectarse
con las energías de sus ancestros y encontrar poder y resis-
tencia que habita dentro de ellas. No bailan sucio, tú las estás
midiendo con tus parámetros morales.
Esas feministas que van a la raíz y critican a las gordas por
subir nudes «porque cómo suben fotos de sus culos gordos,
qué les pasa eso no es feminismo». Nada que le pare la verga a
un hombre es feminismo, dicen. Señalan que los movimientos
de los cuerpos múltiples le siguen el juego al capitalismo de
usar a los cuerpos como objetos de consumo y que lo que se
tiene que abolir es la obligación de ser bella y no ampliar el
concepto de belleza. ¿Ah sí? ¿Y cómo se abole la obligación de
belleza? Porque para mí mientras haya mujeres que al mirarse
en el espejo lo quieran romper porque se sienten feas la solu-
ción no está en decirle lo bello no existe, sino: existen muchas
formas de ser bella. Es más práctico. Por eso la representación
80
es importante. Que las niñas vean en revistas y series de televi-
sión mujeres gordas y negras y «feas» y que no encajan dentro
de los parámetros de belleza y que triunfan y son poderosas y
hacen cosas grandes les envía un mensaje de poder. Decir: hay
que abolir la obligación de ser bella es una frase retórica, y ya. A
las críticas a las reivindicaciones de otras que están atravesadas
por el racismo o clasismo se les conoce como purplewashing.
El purplewashing es cuando se usa al feminismo como excusa
para reproducir otros sistemas de opresión. El purplewashing es
decir: «Negra tonta, deja de perrear tan sucio que nos dañas a
todas». Puedes seguir haciéndolo. Pero no digas que eso es ser
critica o feminista, solo estás siendo básica, racista y clasista.
81
estuvieron presentes. Durante la Segunda Ola del feminismo se
publicaron grandes obras de Angela Davis y bell hooks y Audre
Lorde y antologías de feminismo negro y chicano y tercermun-
dista. Pero no aparecen en las cronologías porque la narrativa
está dominada por el feminismo de los cuartos propios e in-
visibiliza a las que emergen de los zulos. La invisibilización
también es racismo.
Desde mi apuesta epistemológica el feminismo se divi-
de en dos grandes grupos: el feminismo que señala que nos
unamos todas en torno a la opresión de tener vulva. A esto lo
llamo feminismo blanco o feminismo de los cuartos propios.
Y el feminismo que teoriza y genera agendas y alianzas a partir
del concepto de matriz de opresión, este es el feminismo de
los zulos.
82
trabajando. Tampoco entendía ese hartazgo por el marido por-
que a mi alrededor había pocas mujeres casadas y las que lo
estaban enfrentaban problemas mucho más graves que el te-
dio: la violencia feminicida. No sabía por qué pedían regresar
a trabajar si todas mis ancestras, incluidas las de épocas ante-
riores a los años sesenta, habían trabajado tanto en el espacio
privado –la familia– como en el espacio público –sembrando
en el campo–. Leía sobre una feminidad construida a partir
de la fragilidad y el decoro sexual y recordaba a las tías de Lety
metiéndose a la alberca en calzones y chichero sin importar
que una vez mojados por el agua dejaran ver sus pezones y vello
púbico. ¿Fragilidad y debilidad? Pero si mi mamá cargaba en
la cabeza hasta veinte litros de agua desde el río hasta su casa
y mis amigas armaban solitas armazones de tianguis de varios
kilos. Me sentía como se sienten las personas del sur global
cuando leen los problemas de la gente euroblanca de clase alta.
No le entendí al feminismo. No en ese momento. Ese femi-
nismo no reflejaba ni la feminidad ni las necesidades de las
mujeres como mis hermanas y amigas, ni mis necesidades. El
feminismo de los cuartos propios no me estaba explicando ni
la vida ni me estaba resolviendo nada
Esto no es casual. La gran mayoría de teóricas que están
legitimadas en la academia y que son difundidas como las crea-
doras de las bases de la teoría feminista son blancas (o con el
pasar por blanca o mestizas o blanqueadas) y de clase media/
alta, feministas del cuarto propio que disponen de tiempo y
empleadas y dinero suficiente para acumular capital cultural
y privilegios epistémicos y desde ahí teorizar. Teorizar desde
los privilegios genera aportes interesantes, sobre todo si se
apuesta por teorizar para la liberación, pero se corre el riesgo
de generar análisis a partir del privilegio porque todo lo vemos
desde el privilegio y el contexto. Entonces si tu contexto es ser
una mujer de clase alta y blanca y con estudios universitarios
que jamás ha vivido racismo y que jamás ha camellado durísimo
por un plato en la mesa, es natural que tus preocupaciones sean
el aburrimiento y el acceso a puestos de mando y el derecho al
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voto y el número de escritoras que son publicadas cada año.
Pero en los zulos hay mujeres cuya necesidad vital es un plato
de comida y un mejor salario y tiempo para criar a sus hijos y
protegerlos del racismo de la policía.
Entonces diremos que el feminismo blanco es teórica-
mente importante, pero carece de muchas perspectivas y for-
mula agendas que sólo benefician a las que más tienen y no a
las que menos tenemos. ¿Quién barre los trozos de cristal de
los techos que rompen las mujeres blancas?
Soy una resentida social pero no odio los aportes del femi-
nismo blanco o del cuarto propio o radical, aunque sí considero
a muchas feministas que le dieron forma como mi antítesis.
Pero agradezco sus aportes porque muchas de ellas sentaron
las bases de teorizaciones que fueron vitales para debatir a la
hora de luchar por nuestros derechos, sobre todo la poderosa
premisa: Lo personal es político. Pero es importante visibilizar
que todos los conceptos que damos por hecho, como «patriar-
cado», y las consignas que repetimos, como «únete en torno
a la misma opresión», o los libros que consideramos vitales,
como La mujer eunuco, están en donde están por la visibilidad
de facto que tienen las mujeres que los escribieron, visibili-
dad que forma parte del privilegio de estar en partes altas de
la jerarquización social. Y, desde luego, que no conozcamos
conceptos como «matriz de opresiones» y «sistema sexo gé-
nero» o libros como Esta puente, mi espalda tiene que ver con lo
que en los estudios decoloniales se conoce como colonialidad
del saber y que no es otra cosa que que los conocimientos que
son generados por las personas blancas que habitan el primer
mundo son los conocimientos que se convierten en hegemo-
nías epistémicas. Mientras que los conocimientos que surgen
del sur global o son pensados por personas de color no son to-
mados en serio. Las blancas del cuarto propio escriben teorías
que son internacionalismos y las negras escriben para dividir
al movimiento, dicen.
Cuando estudié filosofía los padres de las epistemologías
y las hermenéuticas y las ontologías y los aparatos críticos me
84
decían: piensa y luego existes. Pero encontré a mis gurús de
colores y me dijeron, siente y sé libre.
85
la jerarquización, no el dato biológico. No es la materialidad,
es la interpretación de esa materialidad. La opresión no tiene
base material, tiene estructura ideológica. Y no existe una sola
jerarquización, existen varias e interactúan entre sí.
Cuando he planteado que la premisa «la base de la opre-
sión es el sexo» es una falacia (o varias) me preguntan: ¿cómo
deciden a quién cortarle el clítoris? ¿Cómo deciden a quién
matar en la selección de fetos por sexo? Desde luego, para
decidir a quién violar los violadores de mujeres seleccionan
a su víctima por la inmediatez: el sexo (o lectura sexualiza-
da inmediata). Pero no es el sexo lo que mata o justifica, es
la interpretación que se le da a ese dato biológico y es jerar-
quización y la infravaloración. Hay una diferencia semántica
y simbólica y lógica enorme en decir: «la base de la opresión
es el sexo», a decir «la opresión no tiene bases ni justifica-
ciones». La opresión se articula en la jerarquización que se
hace a partir de interpretaciones machistas/racistas/clasistas
de datos biológicos. Nuevamente: Si razonamos mal, politiza-
mos mal ¿Cómo tomar como plausible una apuesta teórica que
está basada en una premisa falsa o «mal redactada». ¿Por qué
damos por hecho estos aportes teóricos si desde su sintaxis son
sumamente problemáticos? Porque los hicieron feministas del
cuarto propio que por la colonialidad del saber están legitima-
das per se, aunque digan pendejadas.
86
ves explotación y no la ves en limpiar baños llenos de mierda y
sangre menstrual y quieres abolir la primera, pero la segunda
te da básicamente igual, no sólo tienes que revisar tus valores
éticos sino también tu capacidad de argumentación, porque
se necesita ser muy torpe intelectualmente y éticamente para
creer que hay explotaciones patriarcales y otras llenas de poe-
sía. Pudiera parecer inocente o incluso éticamente correcto
buscar la abolición de la prostitución. Pero a qué decides apos-
tarle toda tu energía y qué denuncias y qué quieres abolir y qué
pides y cuál es tu agenda habla sobre si eres una feminista del
cuarto propio o de los zulos.
El feminismo radical quiere abolir todo lo que signifique
explotación, pero ven como la violencia primera al género.
Entienden género como el conjunto de roles y característi-
cas y cualidades e imposiciones y limitaciones impuestas con
violencia a la clase sexual de las mujeres. Consideran que la
feminidad es una herramienta que usaron los varones para
domesticarnos. La feminidad es un fetichismo y una fantasía
de los varones impuesta a las mujeres, afirman. Entonces hay
que dinamitar la feminidad y el género. Por abolir el género
entienden que no existan cosas de mujeres y de hombres, sino
que cada quién haga lo que le cante el culo. Que los hombres
puedan maquillarse y las mujeres raparse. Que las muje-
res puedan ser matemáticas y los hombres cocineros. Estos
aportes son importantes porque definieron por primera vez
qué es el patriarcado y qué es el género y a las mujeres como
una clase sexual. Pero no son incuestionables ni representan
las tablas de ley de la liberación femenina ni mucho menos son
dogmas porque de hecho son muy problemáticos y miopes. Por
ejemplo: Al patriarcado lo definen como una mega-estructura
de sistemas culturales y simbólicos y económicos y políticos
que favorecen a los hombres por encima de las mujeres. «Las
mujeres como clase» sostiene que las mujeres son una clase
sexual que es oprimida a partir del sexo y que la clase opresora
es la de los varones y que el género es el mecanismo de opre-
sión. Sin embargo, las feministas negras y de color desde los
87
años setenta han criticado el concepto de patriarcado y género,
e incluso la opresión. Han hablado fuerte en libros como Es-
cucha mujer blanca, pero parece que no las hemos estado escu-
chando porque todas seguimos diciendo tonterías como que
todas las mujeres estamos oprimidas.
Las feministas del cuarto propio, al ver la jerarquización
sexual como la máxima opresión, ocupan todo su tiempo en
eliminar aquello que desde su perspectiva esté atravesado por
esta opresión, por ello se enfocan únicamente en tópicos que
tienen que ver con la vulva. La teoría radical les explicó que
la dialéctica de la opresión es sobre todo sexual. En cambio,
las mujeres de los zulos están luchando contra el racismo y el
clasismo porque la experiencia orgánica les ha enseñado que
la jerarquización sexual está conectada con la jerarquización
racial y la social.
88
a las mujeres pueden ser compradas. ¿Cuáles? El aborto, por
ejemplo. No. El patriarcado no es un monstruo enorme que
sentado en una mesa de madera brinda: salud por la opresión
de la mujer. El patriarcado tampoco es un kraken y la clase y la
raza y la orientación sexual son sus tentáculos. Estas analogías
usadas por el feminismo radical dejan claro que sí jerarquizan
las opresiones y que para ellas la opresión máxima o el mons-
truo son las relaciones dicotómicas entre sexos, y las que se
articulan a partir de la clase y la raza son accidentes.
Para solucionar la miopía teórica del término patriarcado
las feministas marrones propusieron conceptos como matriz
de opresiones y relaciones patriarcales. El término relaciones
patriarcales es más exacto porque coloca a la jerarquización
entre sexos como uno de varios sistemas de opresión, pero
no el único ni el más importante. Las relaciones patriarcales
se articulan con otras de jerarquizaciones sociales porque la
clase y la raza y la orientación sexual y la identidad de género
y la diversidad funcional no se tratan de simples variables o
complementos sino de jerarquizaciones violentas y aunque no
existe una olimpiada de opresiones, sino que todas interactúan
entre sí en lo que se conoce como la intersección de opresiones
definitivamente no es lo mismo ser blanca de clase alta que
indígena en la sierra de Guerrero ni hombre blanco y burgués
a afrodescendiente empobrecido. Y es importante señalar to-
das estas diferencias porque no todas las mujeres somos opri-
midas, algunas vivimos discriminación y violencia de género,
pero no somos oprimidas.
Teniendo en cuenta que son pocas las opresiones que
obedecen sólo al «género» y hablar de patriarcado es miope
e inexacto, es claro que no es ni simbólica ni semánticamente
lo mismo hablar de patriarcado como LA macro-estructura a
hablar de relaciones patriarcales que pueden operar de forma
paralela con otras relaciones de jerarquización sin que ninguna
sea LA opresión. Es claro que el concepto de matriz de opresión
es más amplio y plausible que patriarcado. Sin embargo, que
jamás hayamos cuestionado el concepto de patriarcado y que no
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conozcamos conceptos tan pulcros teóricamente como matriz
de opresiones o sistema sexo/género, también tiene que ver
con la supremacía blanca.
91
maternidad y la recolección y la crianza eran igualmente va-
loradas que la caza y la guerra. Con los procesos de coloniza-
ción ocurrió lo que la feminista indígena Julieta Paredes define
como «entronque de relaciones patriarcales», que es cuando
la jerarquización sexual se impuso sobre la dualidad sexual. Y
mediante procesos de colonización se consolidó la infrava-
loración de la maternidad y los cuidados. Entonces, abolir el
género les resulta inviable porque terminaríamos parecién-
donos más a los que más tienen que a las que menos tenemos,
y entonces la abolición del género sería una continuidad de
procesos de colonización. Las feministas de color apuestan
por restaurar la dualidad y que la fertilidad y los cuidados y
la ternura y el poderío sexual y el cabello largo/afro sean re-
significados y dignificados.
92
precisamente la casa de la diferencia, más que la seguridad de
una diferencia particular».
El feminismo radical durante los años sesenta populari-
zó la consigna «organízate en torno a tu opresión» llamando
a las mujeres a organizarse en el feminismo. bell hooks fue
una de las primeras en problematizar esta consigna. bell hooks
aplaude el llamado a la empatía, pero planteó unas cuantas pre-
guntas: ¿qué es lo que oprime a las mujeres? ¿Existe una sola
opresión? ¿Cuál es? ¿Es la opresión por jerarquía sexual la
más violenta de todas? ¿Qué es realmente estar oprimida? Y
fue enfática en señalar que este posicionamiento político es
la excusa que muchas mujeres privilegiadas necesitaban para
ignorar los privilegios que les dan la clase y la raza. Bajo esta
consigna niegan que tengan privilegios, incluso hoy en día hay
feministas radicales que afirman que las mujeres no tenemos
ningún privilegio en el patriarcado, quizás como mujeres no,
pero como blancas y de clase media/alta, desde luego que sí.
Las feministas radicales usan la premisa de que todas las mu-
jeres estamos oprimidas para sostener que el sufrimiento no
puede ser medido y que las mujeres no tenemos ningún pri-
vilegio. Sin embargo, como lo han mencionado feministas de
color a lo largo de la historia, una mujer puede vivir discri-
minación sexista y al mismo tiempo ser una racista de mierda
que explote a la trabajadora del hogar. Vivir sexismo y ser al
mismo tiempo opresora no es un oxímoron. Ser blanca y decir
que eres oprimida sólo por ser mujer, sí. No puedes pertenecer
a un grupo históricamente privilegiado y decir que eres opri-
mida. Hay que tener tantita madre. Para ser oprimida tienes
que estar atravesada por al menos dos sistemas de opresión y
no pertenecer a ningún grupo históricamente privilegiado. Es
matemático. Es como una ecuación. Si eres blanca y mujer y
de clase media, vives discriminación y sexismo. Si eres negra
y de empobrecida, vives opresión. Si eres mujer y empobre-
cida, vives opresión.
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Si teorizamos desde el privilegio, proponemos soluciones
que reproducen sistemas de opresión.
94
apuesta radical sobre la maternidad es perfecta para ejempli-
ficar que no es sólo que el feminismo radical sea problemático
teóricamente, sino que esas deducciones sesgadas tienen re-
percusiones en la agenda. Este feminismo, al ver la maternidad
como una suerte de opresión, enfoca demasiada energía en
el tema del aborto; sin embargo, ni siquiera un tema tan im-
portante como su despenalización forma parte de una agenda
universal. Para muchas mujeres el problema no es el aborto,
son las esterilizaciones forzadas. Para las mujeres racializadas
parir es un acto de resistencia en contra de los procesos de
limpieza racial. Parir es perpetuar su estirpe guerrillera. Parir
es ir contra lo establecido que establece que hay que mejorar la
raza. Parir es escupirles en la cara a los racistas que las quieren
infértiles.
95
escuchamos a bell hooks cuando dice que no todas las mujeres
están oprimidas porque estar oprimida es no tener opciones?
La invisibilización también es racismo.
Como pudimos ver a lo largo de este texto los análisis de
las mujeres de los zulos son teóricamente más pulcros y con-
ceptualmente más elaborados. Hablar de intersección de opre-
siones es más concreto y brillante que hablar de patriarcado.
Hablar de multiplicidad de experiencias es más cercano a la
realidad que hablar de opresión común. No es casual que las
ideas más geniales se les ocurran a mujeres de los zulos porque
la experiencia orgánica, el tener que rifártela constantemente
para hacerle frente al racismo y a la precariedad, generan pro-
cesos teóricos más elaborados. El problema de teorizar desde
los cuartos propios no sólo es dar continuidad a la colonialidad
del saber ni la invisibilización racista ni que sus aportes sean
teóricamente insostenibles. Es que se proponen soluciones
desde ahí. La agenda del feminismo del cuarto propio está for-
mulada a partir del privilegio y cuando voltean a ver a las otras
a partir del síndrome de la salvadora blanca: ¡pobres niñas ni-
gerianas, urge la ayuda internacional en su país para que las
salven de esos machos salvajes! O desde el moralismo: ¡nada
que le pare la verga a un hombre es empoderante, perrear no
empodera, no importa lo que las negras digan! O desde la mez-
quindad: ¡el problema son las putas, no entienden que vender
la pucha nos afecta a todas! O desde sus intereses personales:
¡necesitamos más mujeres en puestos de toma de decisión! O
desde la reproducción del racismo: ¡Hay que quitarle el hiyab a
las moras! O desde el clasismo: ¡pedimos que el acoso callejero
por parte de albañiles sea castigado con cárcel!
96
educación universitaria. El control de la natalidad... Hay más
mujeres publicando libros. Hay mujeres soldado. Hay mujeres
cancilleres. Hay mujeres en la política. Y el feminismo de los
cuartos propios ha priorizado sus agendas y se ha olvidado de
las mujeres de los zulos. ¿Cuántas feministas van a las marchas
del Black Lives Matter? ¿Cuántas protestan contra los progra-
mas sociales que esterilizan indígenas? ¿Cuántas se suman a
la exigencia de la abolición de las políticas de extranjería en
Europa? ¿Cuántas respaldan la lucha de las parteras tradicio-
nales y la defensa por el agua y el territorio? ¿La lucha palestina
por seguir pariendo rebeldes contra la ocupación? ¿Cuántas
denuncian el racismo en la prohibición del hiyab en espacios
públicos en Europa? Por ello miles de mujeres de los zulos no
ven nada liberador en el feminismo, porque el feminismo no
les está resolviendo nada. Es hora de escuchar las voces de las
mujeres sin cuarto propio y de las que escriben sentadas en la
banqueta escuchando a Jenni Rivera y tomándole a la caguama
directo de la botella. De las que defienden la tierra y su de-
recho a parir criaturas de ojos rasgados. De cuestionar quién
limpia las paredes rayadas en nuestras marchas y de cuestionar
sobre qué hombros recae la liberación de las que más tienen.
Es hora de escuchar los aportes de las feministas racializadas
y tomarlos en serio y preguntarles: ¿en qué te puedo ser útil?
Si teorizamos desde la matriz de opresiones, las experiencias
de clase y raza no tienen por qué separarnos. Necesitamos una
agenda feminista desde los zulos, porque como dice la feminis-
ta musulmana Wadia N Duhni: «La humanidad nos ha fallado,
¿vamos a fallarnos también entre nosotras?».
Notas de la autora:
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feminismo: teorías y prácticas desde los márgenes, Otras inapro-
piables: feminismo desde las fronteras, Esta puente, mi espalda:
voces de mujeres tercermundistas en los Estados Unidos, Tejiendo
de otro modo: feminismo, epistemología y apuestas descoloniales
en abya yala, La invención de las mujeres: una perspectiva africana
sobre los discursos occidentales del género, Feminismos y poscolo-
nialidad: descolonizando el feminismo desde y en América Latina,
Feminismo negro, una antología, Feminismo para principiantes,
El patriarcado al desnudo: Tres feministas materialistas, Devenir
perra, Un zulo propio, Malditas, Hilando fino desde el feminismo
comunitario y Filósofos y mujeres. También quiero dejar bien
en claro que si bien, por mi contexto de crecer en un zulo, no
le entendía al feminismo hegemónico, tampoco sabía cómo
verbalizarlo o teorizar sobre esa incomodidad y aversión que
me causaba. No tenía las herramientas epistemológicas ni los
aparatos críticos. Los encontré hasta que empecé a leer autoras
negras y de color. Entonces digo con toda claridad que, aun-
que mi experiencia es orgánica porque me atravesó el cuerpo,
la claridad para teorizar sobre estas experiencias y explicar el
disentimiento con el feminismo blanco en palabras académi-
cas se lo debo a autoras y activistas como Ángela Davis y María
Lugones y Rita Segato y bell hooks y Gloria Anzaldúa y Chela
Saldoval y Audre Lorde y Yuderkis Espinosa y Ochy Curiel y
Sirin Ablbi Sibai y Wadia N Duhni y Julieta Paredes y Daniela
Ortiz y Patricia Hill Collins y Kimberle Crenshaw y Gayatri Spi-
vak y Valeria Angola y Kerly Garavito y Jennifer Rubio.
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