Martínez D. Ling Aplicada
Martínez D. Ling Aplicada
Martínez D. Ling Aplicada
González
DNI 27.074.810
E-mail: [email protected]
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Índice
I. Introducción
____________________________________________________ 3
V. Bibliografía
general______________________________________________ 47
2
I. Introducción
Borges, Jorge Luis (1994 [1941]). El jardín de los senderos que se bifurcan
Así, Borges prologa uno de sus libros y con ese mismo procedimiento se plantea
este trabajo. Tirar de la lengua… extranjera. Idiomas en la narrativa argentina
contemporánea es un abarcador proyecto del que, en esta oportunidad, se presenta un
solo capítulo. Es decir, en vez de un esbozo de la presencia de las lenguas extranjeras en
los cuentos, las novelas, las crónicas y los ensayos en la literatura argentina de fines del
siglo XX y comienzos del XXI, se propone un exhaustivo análisis de los idiomas
presentes en un corpus de un mismo tipo textual de un solo autor. Por ello, el trabajo
está compuesto por un único capítulo que se dedica a los cuentos de Rodolfo Fogwill.
El objetivo es analizar cómo la literatura tira de una lengua extranjera (o de
varias de ellas simultáneamente) para saber qué dicen algunos textos sobre otros
idiomas, sobre su uso y sobre las representaciones que se tienen de sus usuarios.
Además del capítulo mencionado, se incluye en uno de los apéndices, una
antología de fragmentos de algunas de las obras en las que aparecen menciones y/o
reflexiones sobre distintas lenguas. Por último, el otro apéndice cuenta con un listado de
las películas nacionales y/o extranjeras que desarrollan sus temáticas alrededor de los
idiomas.
3
Una de las posibilidades didácticas para la enseñanza de la literatura en los
niveles medio y superior consiste en el trabajo en el aula con un corpus de textos
seleccionados a partir de determinados aspectos que dichos textos tengan en común.
Este modo de leer obras literarias puestas en relación permite también incluir textos no
literarios como ser material crítico, artículos periodísticos, etc. que también “hagan
serie” con los anteriores. La preparación de un corpus tiene, entonces, objetivos
didácticos en los que se explicitan qué contenidos se enseñan, dónde, a quiénes, etc. Por
lo tanto, esta postura otorga a la práctica de lectura literaria en la escuela la cualidad de
ser una actividad cuya finalidad específica es la enseñanza de algunos contenidos
específicos de literatura.
Los distintos corpus se presentan no como un modelo a seguir sino como una
propuesta para el trabajo en el aula en la escuela secundaria en la asignatura Literatura
(que en los tres últimos años de la escuela secundaria bonaerense se encuentra en todas
las orientaciones), o bien en aquellas materias específicas de la orientación artística que
plantea la nueva escuela secundaria en la Provincia de Buenos Aires, como ser, el Taller
de lectura literaria y escritura (en cuarto y quinto año) y en el Seminario de
investigación literaria (en quinto año). También, esta propuesta puede ser adecuada a la
materia Proyecto de integración: literatura y otros lenguajes artísticos del último año
de la orientación de Arte de la escuela secundaria, dada la ventaja de la gran carga
horaria con la que cuenta dicha materia. De la misma manera, puede resultar un
interesante material de consulta para Estudios Interculturales en Inglés I y II, materias
de los dos últimos años del Bachillerato en Lenguas Extranjeras. Así también, su
posible empleo en las distintas asignaturas de la formación docente en el nivel terciario,
tales como Prácticas de lenguaje y su enseñanza, correspondiente a los profesorados de
Educación Inicial, Educación Especial y Educación Primaria Básica y Perspectiva
Pedagógica-Didáctica y Taller de Lectura, Escritura y Práctica de la Lengua Oral del
profesorado en Lengua y Literatura.
La lingüística aplicada, en tanto campo reconocido para la investigación cuyos
resultados contribuyen a la solución de problemas, ya sea teóricos como prácticos
(Marcos Marín y Sánchez Lobato, 1991: 18), puede tener su lugar en los espacios de
discusión literaria. Es por eso que Tirar de la lengua… extranjera. Idiomas en la
narrativa argentina contemporánea pretende reunir ambos campos en una misma
propuesta.
4
II. Capítulo único: Las lenguas extranjeras
en los cuentos de Fogwill
En caso de querer volver al origen, a Fogwill joven, con todo abierto delante
de sí, eufórico con su juguete mayor –el lenguaje argentino recién adquirido-, y
disfrutando como un pibe con el ritmo de esa lengua que pocos han hecho sonar como
él, hay que volver a 1978-1979 y a su “Muchacha Punk” y a “La chica de tul de la
mesa de enfrente”, cuyas primeras frases estallan como acordes de rock o blues
prometiendo el viaje en vilo que, efectivamente, resulta su lectura.
Los estudios críticos sobre la obra de Rodolfo Fogwill (1941-2010) señalan con
frecuencia que la reflexión sobre el uso de la lengua es una característica sobre la que se
funda su narrativa1. Comentarios, citas y reflexiones sobre la lengua oral, la escritura, la
reescritura, el léxico y las lenguas extranjeras pueden rastrearse a través de varios de los
veintiún textos agrupados en la antología Fogwill (2009) Cuentos completos2. Si bien
las menciones a diferentes idiomas aparecen en muchos relatos, en tres de ellos tienen
un lugar relevante: “La chica de tul de la mesa de enfrente” (1978), “Muchacha Punk”
(1979) y “Memoria de paso” (1978-1979). Es posible, entonces, a partir de dichos
1
Entre otros, Eduardo Rinesi sostiene: “(…) es indudable que ese trabajo de fabricantes de
eslóganes y vendedor de marcas (entre las que habría que contar esa verdadera “marca” en que
terminó convirtiendo a su apellido) le conquistó también un hábito de reflexión sobre los usos
de la lengua que sería una materia fundamental de su literatura” “Prólogo” en Cristófalo,
Américo... (et. al)(2011) Fogwill. Literatura de provocación. Los Polvorines: Universidad
Nacional de General Sarmiento.
2
Todas las citas y números de páginas mencionados en el presente trabajo corresponden a esta
publicación.
5
textos, indagar las representaciones que las lenguas extranjeras tienen en la narrativa
breve de Fogwill.
La presencia de diferentes idiomas en la literatura argentina no es una novedad,
sino un elemento arraigado, prácticamente, desde su comienzo mismo. Tal como plantea
Beatriz Sarlo (1996):
6
II.I. Cuentos
Los cuentos “La chica de tul de la mesa de enfrente” y “Muchacha Punk” tienen
un narrador-protagonista argentino que refiere hechos transcurridos en Londres. Sobre
la base de la narración de encuentros amorosos en el extranjero, se introducen
fragmentos en inglés, reflexiones y originales traducciones, recursos que alteran las
convenciones de unidad lingüística textual de cuentos escritos en español. En “La chica
de tul de la mesa de enfrente”, se trascriben conversaciones entre argentinos que hablan
inglés como segunda lengua mientras que en “Muchacha Punk”, hay conversaciones
entre argentinos y hablantes nativos del inglés. Cada uno de los narradores emplea el
inglés como lengua extranjera mientras reflexiona sobre esa situación de manera
constante a lo largo de los cuentos. A diferencia de los relatos mencionados, en
“Memoria de paso” no hay conversaciones entre los personajes. Se observan situaciones
de uso de diferentes idiomas, menciones a su enseñanza-aprendizaje y se perciben las
representaciones que los hablantes tienen de ellos.
En los tres relatos, los narradores-protagonistas son argentinos que tienen el
castellano o español como lengua materna. Como sostiene Di Tullio (2010 [2003]), la
lengua materna es la que otorga identidad lingüística a las personas:
El encuentro con la lengua extranjera trae a la conciencia algo relativo al lazo muy
específico que mantenemos con nuestra lengua. Esa confrontación entre primera y
7
segunda lengua nunca es anodina para el sujeto y para la diversidad de estrategias de
aprendizaje (o de no aprendizaje) de una segunda lengua (…) (22).
8
Su formación universitaria parisina y tantos años sin hablar español han perturbado su
manejo de la función verbal, falla perceptible cuando escribe sobre recuerdos que lo
sorprendieron en el pasado, o sobre recuerdos de recuerdos. En tales casos exige al
mando nuestro pretérito perfecto para ajustarlo al composé relativo francés, y a menudo
se enreda en imprevistos subjuntivos que incomodan al lector y enrarecen el textos por
la profusión de sonidos evanescentes, con predominio de terminaciones en “ese” y en
“ere” que acaban rimando (88).
El personaje de Michel aparece como una sátira de quienes intentaban lograr una
literatura autóctona a partir de idiomas extranjeros que dominaban y que eran
considerados más prestigiosos que el propio, es decir de “lenguas extranjeras, que la
élite consideraba legítimas por su origen, y que, en consecuencia, no perturbarían la
constitución de una escritura argentina (Sarlo, op. cit.). El fragmento citado expresa que
es, justamente, la “escritura argentina” la que perturba: el texto de Michel es poco
entendible ya que fue pensado en francés pero escrito en castellano3.
Estatus
Klett (2002), en su estudio sobre las imágenes que poseen las lenguas extranjeras
en los ámbitos social y educativo, plantea que alrededor de ellas se constituyen dos tipos
de estatus: uno, formal; otro, informal. Mientras que el estatus formal es el relacionado
con las leyes y los reglamentos de las políticas lingüísticas, el informal es aquel
vinculado con lo implícito, lo indirecto y lo poco evidente. Klett cita a Dabene (1997)
para caracterizar los cinco criterios diferentes que confluyen en el estatus informal. Esos
criterios son el económico, el social, el cultural, el epistémico y el afectivo.
En las acciones narradas a lo largo del cuento, encontramos situaciones en las
que el estatus informal de la lengua extranjera opera con relevancia. La primera de ellas
3
A modo de sátira, Enrique Pinti refiere a la presencia de diferentes idiomas en los orígenes de
la Argentina. Uno de sus personajes, un patriota, dice:
En realidad somos un país colonial, hablamos español, leemos francés, somos europeos con un
pequeño toque indiano, no tan pronunciado como en el resto de América, nuestro toque gaucho
nos hace más melancólicos que los españoles, menos salvajes que los indios y no tan sofisticados
como los franceses. O sea que estos indios gauchescos de tez blanca que piensan en francés y
hablan en español forman lo que no podríamos llamar país porque sería demasiado, ni podríamos
llamar colonia, porque sería muy poco.
9
se da cuando el protagonista relata una conversación con su amigo Michel. La actitud de
este personaje revela su consideración de las diferentes lenguas:
El día anterior lo había visto por última vez y me confesó que hacía más de tres meses
que no oía hablar nuestro idioma, a excepción de sus propios registros en el grabador.
Pensé que de prolongarse su aislamiento concluiría perdiendo la fluidez de su prosa…
(…).
-Así, le dije- vas a terminar escribiendo en inglés. ¿Por qué no tratás de escribir prosa en
tu idioma…?
Se encogió de hombros. Sonreía, pero no respondió (89).
Los diferentes criterios se conjugan para dar como resultado esa situación de
sentimientos y pensamientos encontrados hacia las lenguas en la que parece sumido
Michel. Por un criterio afectivo es que Michel escribe en español mientras que el
narrador apela a un criterio social con su broma de que terminaría escribiendo en inglés
(recordemos que Michel está internado en Escocia). A continuación, el narrador
introduce el criterio epistémico cuando evalúa la posibilidad de pérdida de la fluidez de
la prosa (conoce poco esa lengua a lo que se suma su escasa práctica) y la
recomendación de que escriba en francés ya que es la lengua que más domina.
En otra situación, después de un breve diálogo con una empleada de la aerolínea,
el narrador reflexiona:
Hablamos en inglés. Era argentina, la estúpida. Y sigo sin comprender por qué siempre
uno entra en el juego de estas empleadas de nuestra compañía aérea, que parecen
azafatas retiradas o sobrinas de algún gerente de la empresa –por lo general un aviador
militar- y que jamás hablan español, idioma en el que hasta pueden parecer educadas
(93).
10
En “La chica de tul de la mesa de enfrente”, el narrador argentino expone cómo
sus interlocutores emplean las lenguas extranjeras por elección; en un caso, para la
escritura; en el otro, para la oralidad.
Era una pizzería de españoles, con mozos españoles, patrones españoles y clientes
españoles que se conocían entre sí, pues se gritaban –en español–, de mesa a mesa,
opiniones españolas, y frases en español.
Me prometí no entrar en ese juego y en mi mejor inglés pedí una pizza de espinaca y
una botella chica de vino Chianti. El mozo, si ya había padecido un plazo razonable de
exilio en Londres, me habrá supuesto un viajero del continente, o un nativo de una
colonia marginal del Commonwealth, tal vez un malvinero.
Yo traía en el bolsillo de la campera la edición aérea del diario La Nación, pero evité
mostrarla para no delatar mi carácter hispanoparlante (…) (131).
4
Esta situación es explicitada en varias oportunidades, principalmente con la frase que aparece
entre paréntesis “el frío inglés del relato calaba los huesos argentinos del narrador (138)”.
11
(…)–¿Qué usted quiere?
–Nada, sentarme... Estar aquí como una sustancia de hecho... –dije en cachuzo inglés.
Sin duda mi acento raro acicateó los deseos de saber de la gorda:
-¿Dónde viene usted de...?–ladró. La pregunta era fuerte, agresiva, despectiva.
–De Sudamérica... Brasil y Argentina –dije, para ahorrarles una agobiante explicación
que llenaría el relato de lugares comunes. Me preguntaba si era inglés: se asombraba
"¿Cómo puede venir uno de Brasil y Argentina sin ser británico?", imaginé que habría
imaginado ella. ¿Sería un inglés?
–No. Soy sudamericano, lamentado –dije.
–Gran campo Sudamérica –se ensañaba la gorda.
–Sí: lejos. Así, lejos. Regresaré mes próximo –le respondí.
–Oh sí... Yo veo - dijo la gorda mirando fijo a la cara de sapo que hamacó su cabeza
como si confirmase la más elaborada teoría del universo. Entonces habló por vez
primera y sólo para mí mi muchacha punk. Tenía voz deliciosa y tímbrica en este
párrafo:
–¿Qué usted hace aquí? –quiso saber su melodía verbal.
–Nada, paseo –dije, y recordé un modelo que siempre marchó bien con beatniks y con
hippies y que pensé que podía funcionar con punks (135-136).
El armero de Aldwick era un judío inglés de barbita con rulos y trenzas negras,
lubricadas con reflejos azules. Entre él y el librero de victoria Embankment –un
paquistaní– acabaron de estropearme la tarde con su poca colaboración y su velada
censura a mi acento. El judío me preguntó cuál era mi procedencia; el pakistano me
preguntó de dónde yo venía. Contesté en ambos casos la verdad. ¿Qué iba a decir? ¿Iba
a andar con remilgos y tapujos cuando más precisaba de ellos? ¿Qué habría hecho otro
en mi lugar...? ¡A muchos querría ver en una situación como la de aquel atardecer
tristísimo de invierno inglés...! Oscurecía. Inapelable, se nos estaba derrumbando la
noche encima. Cuando escuchó la palabra "Argentina", el armero judío hizo un gesto
con sus manos: las extendió hacia mí, cerró los puños, separó los pulgares y giró sus
codos describiendo un círculo con los extremos de los dedos. No entendí bien, pero
supuse que sería un ademán ritual vinculado a la manera de bautizar de ellos. El paki,
cuando oyó que decía "Buenos Aires, Argentina, Sur" arregló su turbante violeta y
12
adoptó una pose de danzarín griego, tipo Zorba (¿o sería una pose de danza del folklore
de su tierra...?). Giró en el aire, chistó rítmicamente, palmeó sus manos y (cantó muy
desafinado la frase "cidade maravilhosa lhenha dincantos mil", pero apoyándola contra
la melodía de la opereta Evita (149-150).
El hablante inglés exige de su interlocutor, sobre todo del interlocutor extranjero, una
tensión acústica que muchas veces va en detrimento de la comprensión profunda y la
interpretación adecuada, y amenaza así la fluencia y empatía de la conversación. Más
relajada resulta la locución castellana, que da mayor respiro y libertad al oyente y no lo
obliga a encaramarse permanentemente a sutilezas fonéticas a veces irritantes, sobre
todo considerando las variedades dialectales de las que hacen gala nuestros amigos
anglosajones. Entre estos dos polos, pues, de densidad y velocidad de la información
por un lado y de seguridad y transparencia en la comunicación lingüística por otro, se
reparten algunas de las ventajas respectivas del inglés y del español (107).
El acento
13
Klett (2009b 110) propone que el acento extranjero funciona como un orgullo y
una protección:
Conservar un acento al hablar una lengua extranjera es tal vez sinónimo de buscar
protección en un mundo en el cual el individuo se siente frágil. El acento es una
reminiscencia de nuestra primera lengua y, en consecuencia, un referente de
envergadura frente a la alteración de los apoyos que nos son familiares.
Ellos dijeron que no era necesario, que siempre dormían en el suelo por motivos
higiénicos y que yo podía seguir leyendo pues “la luz de la luz no nos molesta”. Así
dijeron. (…) Pero yo no podía dormir; apagué la luz de la luz y estuve un rato velando
(147).
14
hablaron un slang que no entendí, se rieron, y sin prestarme la menor atención siguieron
su camino hacia el oeste, hacia Regent Street.” (128), (El subrayado es mío).
En otro momento, la lengua materna del personaje no “le da lugar” a la lengua
extranjera para que pueda expresarse. Como consecuencia, hace silencio: no se expresa
en la lengua extranjera pero piensa una posible respuesta en su lengua primera.
Al pasar por la puerta, ella gritó “hello” y una voz le devolvió en francés una ristra de
guarangadas. Detrás pasaba yo, las escuché, memoricé nuestra oración ritual
“queterrecontra” y con una mirada relámpago, busqué la boca sucia y gala en el salón
(141).
Como sostiene Revuz (1998), “la lengua materna no se separará jamás de esa
sedimentación afectiva para volverse un instrumento de designación objetivo de las
cosas del mundo”. Por ello, tanto el acento del protagonista como su insulto pensado en
castellano funcionarían como lazos de su persona para con su lengua.
La sedimentación afectiva de la lengua materna del narrador es evocada, una vez
más, al comparar las experiencias sexuales con hablantes del inglés y con las de
hablantes del español.
Al promediar eso (¿el amor?) se largó a declamar la letanía bien conocida por cualquier
visitante de Londres: "ai camin ai camin ai camin ai camin ai camin", gritaba, gritaba,
gritaba, sustituyendo los conocidos "ai voi ai voi ai voi ai voi" de las pebetas de mi
pago, que sumen al varón en el más turbado pajar de dudas sobre la naturaleza de ese
sitio sagrado hacia el que dicen ir las muchachas del hemisferio sur y del que creen
venir sus contrapartidas británicas. Pero uno hace todo esto para vivir y se amolda.
¡Vaya si se amolda! (146)
15
narrador-protagonista tematiza la cuestión de la procedencia geográfica y la frecuente
confusión que ella genera para los anglosajones y los europeos.
Ernestina se había criado en Barcelona, de madre francesa pero hablaba criollo. (…)
Los libros los había traído de Cataluña, la mayoría franceses. Siempre evitó hablar de
ellos y prestarlos, pero bien sé que no fui la primera en leerlos en sus tertulias. (…) Al
comienzo, apenas entendía, pero después el francés se me hizo familiar, ya no necesité
los manuales de vocabulario, y si no alcanzaba a comprender alguna frase, Ernestina
estaba junto a mí dispuesta siempre a aclarar mis dudas. (442)
5
“Memoria de paso” vuelve a plantear la idea de un personaje de vida prolongada como lo hace
Virginia Woolf en su novela Orlando.
16
En este fragmento, observamos una situación de aprendizaje de una lengua
extranjera. Por un lado, por medio del autodidactismo, episodio que parodia la clásica
narración del aprendizaje del francés de Sarmiento6, quien instaló en Argentina el tema
civilización/barbarie mencionado más arriba por López Casanova (Op. cit.). Por otro
lado, el relato deja percibir un matiz de sedimentación afectiva hacia la lengua provisto
o reforzado por Ernestina que, si bien no se encarga de la enseñanza, sí de la resolución
de posibles dudas.
A mediados del siglo XIX, Virginia relata la formación de los apellidos más
adecuados para la vida social. De esta manera, se tematiza la cuestión del doble
apellido7 como elemento distinguido, característica de las elites argentinas durante esa
época.
Mis hijos eran grandes y ya empezaban a traer a los nietos, para los que adoptaron mi
apellido añadiéndole el de la madre francesa de su abuelo. Todo se afrancesaba en estas
provincias y a mis chicos les pareció que de sus cuatrisílabos graves, de origen vasco,
con el bisílabo agudo del segundo apellido de su padre componían una fórmula bien
sonante para presentarse en sociedad. Creo que acertaron. (444)(El subrayado es mío.)
6
Sarmiento (1850) escribe en Recuerdos de provincia que había aprendido francés de muy
joven “con un soldado de Napoleón que no sabía castellano y no conocía la gramática de su
idioma.” Se jactaba de haber estudiado francés son una gramática y un diccionario y sostenía
que “al mes y once días de principiar el solitario aprendizaje, había traducido doce volúmenes,
entre ellos las Memorias de Josefina”.
7
En Argentina, el recién nacido recibe obligatoriamente sólo el apellido del padre. La
superposición del apellido materno es, además de optativa, poco frecuente. Ver Ley 18248, Ley
del nombre.
17
[El] programa de ruptura con España y con el pasado colonial, se complementaba con la
adscripción a otras culturas prestigiosas, en cuyo espíritu secular, progresista, racional,
innovador, estos jóvenes hallaban las pautas de modernización que sustituyeran las
formas tradicionales. Francia encarnaba ese ideal, que se brindaba como fuente y
paradigma (Di Tullio: 2010 [2003] 50).
Darle a la lengua
18
lengua (446)”. La protagonista tiene contacto, entonces, con una segunda lengua
extranjera, además del francés ya aprendido.
Años después, Virginia planea viajar a Europa pero desembarca en Estados
Unidos. Allí, mientras relata su cambio de sexo, señala su dominio del inglés: “Expliqué
al médico lo que creí estaba sucediendo, y sólo por ser sudamericana y hablar bien su
lengua y por mis conocimientos biológicos y médicos (…) no me creyó loca (450)”.
Virginia, ahora de sexo masculino, hace un documento con su nuevo nombre: Víctor.
De esta manera, enseña español en una universidad y se casa con una colega, Elizabeth,
quien “como profesora fue un ejemplo en varias universidades de la costa este:
enseñaba Lenguas y Gramática Comparada y escribió esos manuales que aún circulan
en las bibliografías estadounidenses… (451)”.
Divorciado de Elizabeth, viaja a Europa y vive cinco años en Zúrich. Suiza, país
políglota por excelencia, no podía generar ninguna dificultad para el personaje que
domina, además de su español nativo, francés, alemán e inglés. Es más, sus jornadas de
trabajo como “analista de patentes en una oficina de importación de Londres, que
dependía de la casa matriz en Francia (451)” resultaron “los días más aburridos de [su]
vida (451)”.
Después del tedio suizo, se instala en la capital francesa: “París era una fiesta
que sólo la presencia de tantos argentinos afeaba. Cuando confesaba que yo había sido
argentino no me creían: jamás habían visto a un argentino bien educado desde el último
viaje de Alberdi (452)”. Además de la característica de poco civilizados que tenían los
argentinos según sus interlocutores franceses, las palabras de Víctor permiten observar
algunas particularidades: por un lado, la idea de confesión marca su origen como
pecaminoso o ilegal; por otro lado, la mención había sido argentino refiere a una
alternancia de su procedencia. A los cambios de sexo, de nombre y de lenguas
empleadas se sumaría, ahora, el de la nacionalidad.
Trabajando en la casa de una mujer rica a quien tuvo como amante, conoce a
Albert, al que acompaña a los burdeles de París. Allí, en medio de discusiones entre
dreyfusistas y antidreyfusistas, se hace pasar por judío: “Aprendí yidish (sic), que era
muy fácil a partir del alemán –bastaba pronunciarlo mal y con un toque de humillación-,
y cultivé la amistad de la elite del ghetto parisino (453).”
La mención de Víctor de que el yiddish, escrito yidish en el cuento, sea
entendido como un alemán mal pronunciado y con un toque de humillación mientras
que el francés sea la lengua en la que sus interlocutores le dieron a entender la barbarie
19
de los argentinos permite mostrar las diferentes consideraciones sobre esas lenguas. Así
se observa, entonces, una valoración del francés y del alemán y, por el contrario, una
consideración negativa del yiddish.
Klett (2009a) sostiene que la consideración que se tiene de una lengua puede
repercutir en su aprendizaje:
La actitud de Víctor para con el aprendizaje del yiddish muestra una situación
contraria a la posibilidad planteada por Klett. Si bien Víctor, hablante tanto de francés
como de alemán, entiende al yiddish como desvalorizado desde los puntos de vista
epistémico y afectivo, lo considera fácil de aprender y, además, le permite formar
nuevas amistades. Por eso, entendemos que la consideración negativa que el
protagonista tiene de la lengua no se traslada ni a su aprendizaje ni a sus hablantes.
Más tarde, Víctor se casa algunas otras veces. Primero, con una húngara, Muss
Catalina Deasy Alexandra Emily Von Forn de Ujbar, que se suicida en 1925. Después,
con una inglesa de quien se divorció con una gran fiesta en Dublín. Su último
matrimonio fue con una actriz con quien vivió en Alemania y en España y que, al
volverse loca en medio de un viaje a América, es internada en Brasil. Estas tres esposas
viven situaciones similares: son extranjeras en los países donde conviven con el
protagonista y, dos de ellas, deben usar otra lengua.
Posteriormente, durante el gobierno de Hitler, fue traductor en Alemania donde
el embajador argentino le consiguió trabajo como corresponsal del diario Crítica y
cambió su nombre por el de Juan Carlos. Instalado en Argentina, trabaja hasta 1957
como preceptor en una escuela de Quilmes donde conoce a una argentina profesora de
idiomas, de familia vasca pero madre francesa, “que había sido asistente de cirugía y
conocía mucho de ciencias y de lingüística (456)”. Finalmente, trabaja como modelo
publicitario y como periodista.
Este personaje, bautizado como Virginia unos doscientos años antes, vuelve
ahora a la Argentina como el plurilingüe europeo y/o norteamericano Juan Carlos y se
instala en la localidad bonaerense de Quilmes, sitio significativo en relación con el
20
rechazo al ingreso de extranjeros. Es allí donde el 25 de junio de 1806, las tropas
británicas desembarcaron en la primera de las llamadas Invasiones Inglesas. Así, el
personaje llega por un lugar de doble rechazo. Por un lado, por tratarse del espacio
geográfico que ocuparon los invasores hablantes de una lengua extranjera que fueron
vencidos; por el otro, porque el protagonista llega en el rol del gringo, palabra cuyo
origen la etimología popular se lo adjudica a una canción que entonaban los militares
ingleses en dicha invasión: Green grows the grass (Di Tullio, 2010 [2003] 90).
El cuento presenta una enumeración de muchas de las posibilidades de encuentro
con las lenguas: los distintos modos de aprendizaje, la enseñanza, la traducción, la
escritura de manuales de gramática, el trabajo con productos importados de un país con
otro idioma y el ejercicio del periodismo como corresponsal en el extranjero, entre
otros. Además, es interesante destacar que, cuando el narrador refiere su último
romance, menciona que esa joven “conocía mucho de ciencias y de lingüística (456)”,
por lo que se percibe que, para el narrador, la lingüística queda excluida del campo de
las ciencias. Dicha opinión sobre la lingüística puede entenderse si se considera que
para el personaje-narrador, la lengua, lejos de ser una entidad abstracta, era una cuestión
palpable, cercana a su cotidianeidad dada la gran experiencia en relación con las lenguas
extranjeras. Si por un lado, Virginia/Víctor/Juan Carlos se mueve en “terreno seguro”
por dominar satisfactoriamente todas las lenguas que emplea, por el otro,vive al extremo
la idea de Revuz (1998) de que “aprender una lengua es siempre volverse un poco otro”.
II.V. Conclusiones
21
Bibliografía
(Se excluyen los textos mencionados en notas al pie del cuerpo central.)
Bordelois. Ivonne (2006). “El inglés: invasión o diálogo” en El país que nos habla. Buenos Aires:
Editorial Sudamericana.
Di Tullio, Ángela (2010 [2003]). Políticas lingüísticas e inmigración, el caso argentino. Buenos Aires,
Eudeba.
Klett, Estela (2009a). “El peso de las representaciones sociales en la enseñanza-aprendizaje de las lenguas
extranjeras”. Construyendo la didáctica de las lenguas extranjeras. Buenos Aires: Araucaria editora.
__________ (2002). “Imágenes de las lenguas extranjeras e incidencia en el ámbito social y educativo”.
Tissera de Molina, A. y Zigarán, J. (comp.) Lenguas e interculturalidad. Buenos Aires: Facultad de
Humanidades de la Unas.
___________ (2009b). “¿Qué significa tener un acento al hablar una lengua extranjera”. Construyendo la
didáctica de las lenguas extranjeras. Buenos Aires: Araucaria editora.
López Casanova, Martina (2011). “Contra el sueño quieto de la vida”. Cristófalo, Américo... (et. al).
Fogwill. Literatura de provocación. Los Polvorines: Universidad Nacional de General Sarmiento.
Revuz, Christine. “La lengua extranjera entre el deseo de un lugar diferente y el riesgo del exilio”. En
Signorini, I. (1998). Linguagem e identidade. Campinas, Mercado de letras.
Robert (2002) s. d.
Sarlo, Beatriz (1996). “Oralidad y lenguas extranjeras. El conflicto en la literatura argentina durante el
primer tercio del siglo XX”. Orbis Tertius. Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria. Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Educación. Universidad Nacional de La Plata.
22
III. Apéndice 1. Corpus de fragmentos
Belgrano Rawson, Eduardo. Noticias secretas de América. Buenos Aires, Planeta, 1998. (Pp14-16)
8
Los fragmentos se presentan alfabéticamente según apellido de los autores y cuentan con la
cita bibliográfica correspondiente.
23
un claro en la bifurcación del río. Los pigmeos se dieron cuenta del error: los habíamos
llevado en otra dirección. Ahora estaban más perdidos que nunca. Se bajaron y me
llamó mucho la atención que los tres anduvieran de aquí para allá en fila india. El dueño
del lanchón me explicó que eran pigmeos de una zona del interior donde la selva era tan
espesa que, habituados a caminar por senderos estrechos, no sabían que podían hacerlo
uno al lado del otro. Se apiadó, los hizo embarcar de nuevo y les prometió que apenas
me dejara a mí, volvería para llevarlos al lugar correcto. ¿No es increíble? Estaban en
un lugar abierto y seguían caminando en fila india...
Bizzio, Sergio. “Un amor para toda la vida”. Buenos Aires: Mansalva, 2011.
24
malentendido Dahlmann creyó dislumbrar la explicación de la tragedia de Inglaterra.
(267)
Brizuela, Leopoldo. Inglaterra, una fábula. Buenos Aires: Clarín, Aguilar, 1999.
Quiero agregar que si en esa tierra que llaman la patria está el padre, y en la
lengua es la madre quien opera, en estos gestos de la escritura, de lectura, de
traducciones enfrentadas en los espejos deformantes de varios idiomas, el exilio del que
se habla y que habla es el del hijo.
Cozarinsky, Edgardo. “Nota” en Vudú urbano. Buenos Aires, Emecé, 2007 [1984].
Cuando por quinta vez llegué a la orilla me lo topé de frente, metido con las
piernas en el agua. Me miraba de un modo extraño que no lograba descifrar y me decía
algo en inglés. Lo que fuera que me dijera no lo podía entender porque de inglés yo sólo
sabía decir good morning, pero me acerqué y él me puso una mano en el hombro antes
de repetir aquello con sus labios grandes y duros.
(…) No fue fácil para mí aceptar que Tarzán era alemán y se llamaba con el
impronunciable nombre de Johnny Weissmuller.
(…) Me sacudió con fuerza y me dijo que juntara mis cosas y me fuera, que no
me había traído para que le causara problemas. Lo dijo en inglés, pero uno lo tradujo y
me bastó para mirarle la cara para saber que era cierto.
(…) Revolví el bolsito junto a la piscina, demorado en decidir lo que haría. Pero
cómo iba decirle a nada si el gringo solo hablaba inglés o alemán.
Domínguez, Carlos María. “La confesión de Johnny” en Relatos invisibles, antología de cuentos
contemporáneos. Buenos Aires: Alfaguara, 2005.
25
La gente que habla bien otro idioma no suele merecerlo: en lugar de ser la
recompensa por largos años de estudio, dicha soltura proviene, generalmente, de una
circunstancia harto fortuita. Haber nacido en el seno de una familia bilingüe no es
mérito de nadie, como tampoco lo es tener un aspecto físico que se corresponda con el
ideal cosmético de la época. Por eso resulta ultrajante que un sujeto suyo dominio del
alemán se debe a su apellido entone el espantoso lugar común: “Ah, no. La traducción
es de hecho imposible, ¿cómo pretende usted, para colmo, traducir un poema?”.
Feiling, Carlos. “Un sonido familiar (Borges y la traducción)” en Con toda intención. Buenos Aires:
Sudamericana, 2005. (P. 141)
Ayer me dijo que una de las evidencias incontrovertibles de que el mundo estaba
llegando a su fin era que en su Penguin Dictionary English-Spanish/Spanish-English
figuraba la palabra “reloco”.
Lo sacó de su mochila-ese lugar que parece no tener fondo o por lo menos o por
lo menos contar con una docena de pasadizos secretos-y me lo mostró. Edición de
bolsillo muy usada. Página 425. Reloco: crazy, crackers, bananas, bonkers.
Le dije que no veía la conexión.
Me explicó con un suspiro resignado, me explicó pensando en voz alta que “una
cultura que se resigna no sólo a buscar una palabra para la demencia sino que, además,
se preocupa por aumentar la intensidad de su poderío, bueno, ha perdido toda esperanza
en el futuro”.
Fresán, Rodrigo. “El pánico de la huida considerada ataca de nuevo (un milagro)” en Vidas de santos.
Buenos Aires: Planeta, 1993 (Pp. 77-101)
26
Nim-nim-nim como forma de mantra, como contraseña que abría cualquier vía de
escape.
Fresán, Rodrigo. “Música para destruir mundos (un experimento)” en Vidas de santos. Buenos Aires:
Planeta, 1993 (P.118)
Gamerro, Carlos. “Prólogo” en El nacimiento de la literatura argentina y otros ensayos. Buenos Aires:
Norma, 2006.
En el mismo momento del año 1884 en que el grupo familiar integrado por
Antonio Domeniconelle, natural de Filetto, provincia de Chieti, de 25 años y profesión
agricultor; y Ángela Stracciativaglini-yo-natural de Roma, de 19 años y profesión ama
de casa; y el primogénito de ambos, Gaetano, decidía emigrar a la República Argentina
porque Antonio había declarado que no había más futuro que América, se constituyó la
primera comuna de San Fernando de la Resistencia, integrada por los vecinos Antonio
Brígnole, Agostino Andreani, Giusseppe del Nero, Luigi Pezzano y Michelle Svriz. Al
cabo de la primera reunión, se designó intendente al Juez de Paz Lorenzo Borrini, quien
firmaba “Onorévole Presidente della Municipalitá” porque el idioma que se hablaba en
el Chaco era el italiano. Y en italiano se inscribieron los primeros hijos del pueblo, y
todos los niños chaqueños eran criados como auténticos italianos mientras a mí se me
fracturaba el corazón para siempre porque dejaba en Italia a mis pequeños Cenzino y
Nicoletto.(…)
Giardinelli, Mempo. Santo oficio de la memoria. Barcelona: Ediciones B, 2004 (P. 224)
27
Siempre se llega a donde uno quiere llegar, repetía la abuela Ellen ante cualquier
adolescente duda de mi adolescencia. Mirame a mí, si no, viniendo desde Groenlo hasta
Barrancas con sólo ocho años. Desde un pueblito perdido cerca de la frontera alemana
en los Países Bajos hasta otro pueblito perdido en el país más bajo de todos los países
del mundo, a los ocho años de edad. A lo que yo, indefectiblemente, contestaba con un
suspiro y con la temeraria afirmación de que aquello no tenía tanto mérito, que esa
travesía ella la había hecho acompañada por sus padres y no sola, que yo no tenía a mis
padres. La escena terminaba, la mayoría de las veces, con Ellen apuntándome con su
ajado dedo índice y explicando con una paciencia infinita que al diccionario nederlands-
spaans la única que lo sabía manejar era ella, que sus padres no tenían ni la más remota
idea de que existiese en el mundo un idioma tan complicado y tan imperfecto como el
español, y que, la verdad sea dicha, si no hubieses sido por hecha, por Ellen, ni la señora
Rosa Gunnewiek, su madre, ni muchísimo menos el señor Frederick Klein, su padre,
hubieses arribado jamás a la amable estación de trenes de San Francisco de las
Barrancas en la fría primavera del año mil novecientos veintinueve. Y había que creerle,
nomás. La mujer, desde luego, no era cualquier mujer. (P.22)
(…) Dos patrias.
En castellano, Ruska, la palabra se presta demasiado a la confusión. Oscurece y
desordena las ideas, mezcla lo imposible de mezclar, perturba las mentes. Cuando no las
trastorna para siempre, claro. Tiende a dejarse interpretar como una entidad
completamente abstracta, quiero decir. Más que la sencilla descripción de un hecho
irrevocable parece resignarse con increíble facilidad a la pérdida de pater, su inequívoca
raíz latina. Y esa distancia que impone el despojo del pater la hace, paradójicamente, de
lo más complaciente, de lo más asequible, de lo más utilizable. (P. 125)
En el campo se hablaba una sola lengua. La misma lengua que se hablaba en el jardín de
infantes de San Francisco de las Barrancas. La lengua de la paz, el castellano, la única
que más tarde también hablaría en la escuela y en la verdulería y en la plaza y en los
partidos de fútbol.
Pero además había otra lengua en la colonia.
Una lengua que, a falta de mejores nombres, yo supe bautizar, apenas pude reconocer
sus evidentes diferencias, como la lengua de la guerra. (P. 157)
28
En esas felices circunstancias, el primero o el segundo lunes que tuve libre lo
aproveché para ir a visitar a mi suegro, un tipo al que quería mucho. Apenas nos
encontramos me dijo en holandés, y riéndose a carcajadas, que parara un poco de
trabajar, que si seguía así iba a salir el sol. Yo me reí más que nada para no defraudar
sus carcajadas, pero en verdad no le había entendido lo que me había querido decir y
suponía que mi falta de entendimiento estaba ligada a mi todavía muy deficiente
relación con el idioma. Al rato, mientras compartíamos la segunda o tercera copa de
ginebra, me animé y le pedí que me repitiera, un poco más lento, aquello que me había
dicho en medio de las carcajadas, cuando nos habíamos encontrado. Entonces me lo
repitió más despacio y enseguida se tomó el ocioso trabajo de explicarme que como en
su país llovía casi todo el año, cuando alguien hacía algo que no estaba acostumbrado a
hacer, se le atribuía a ese alguien la absoluta responsabilidad por una muy improbable y
próxima aparición del sol.
Recién ahí me reí.
Me reí mucho mientras trataba de contarle que en mi país, y bajo las mismas
circunstancias, se decía exactamente lo contrario, que el candidato en cuestión iba a
hacer llover.
Jeanmarie, Federico. Papá. Buenos Aires: Seix Barral, 2007 (2004).
-¿Tú? ¿Muerto?
29
que estaba muerto, o que, si no, quizá lo había dicho de una forma muy argentina o, en
el peor de los casos, cometiendo ambos pecados al mismo tiempo. Por eso, con algo o
mucho de culpa, se apuró a explicarle, ya mudado al inglés, que estar muerto era una
forma coloquial de graficar que uno estaba muy cansado, que casi no podía hablar del
cansancio, que necesitaba con urgencia dormir una siesta. Esta última palabra la dijo en
castellano para enseguida comunicarle a su interlocutor que dicha palabra, de la cual
desconocía su existencia en el idioma inglés, refería a un periodo de tiempo, un par de
horas de sueño, como mucho; un descanso que por lo general se tomaba por la tarde.
Kociancich, Vlady. “La puerta de Aljalil” en La ronda de los jinetes muertos. Bs As: Seix Barral, 2007.
Una cosa rara es que mi prima sabía cuatro idiomas. Sabía polaco, ruso, árabe y
serbo-croata. Inglés leía con ayuda del traductor de la computadora –el global link dijo
el Nene que con eso se habían entendido-, hablarlo no. Parece que el latín era su fuerte,
pero no la veía contestando en latín las preguntas del oficial de inmigraciones. En suma,
debíamos estar muy atentos. (134)
(…)
-¿Cómo pensabas que una Bobrowski aprende idiomas raros? O con una institutriz o
con los viajes. Yo ahora viajo. Estoy aprendiendo el español, querido primo. (142)
Kociancich, Vlady. “Mi prima de Polonia” en La ronda de los jinetes muertos. Bs As: Seix Barral, 2007.
30
Lo conocí en una rave, en Costanera Sur. Nos reunió, en el mismo banco de
piedra, la saturación de la música tecno y el hastío, que seguramente no tenía la misma
raíz en cada uno de nosotros. El primer equívoco fue casi instantáneo: cuando no
entendía lo que yo decía (pese a mis modulaciones exageradas, lentas, casi insultantes-
lo sé ahora) me preguntó si era extranjero. Contesté que sí, en la esperanza de que la
extranjería nos fuera a ambos más soportable que el sistema de clases o las abismales
diferencias de edad (que constituyen otras clases): él tenía qué se yo, dieciocho años.
Por supuesto, le pregunté por los tatuajes apenas perceptibles en el fondo negro de la
noche. Eran muchos: en los brazos, en las piernas, los tobillos. Lo que eran, él me lo
contaba. Y me contaba también que cada seis meses, como mucho, agregaba un tattoo a
su cuerpo magro. No llegamos a discutir por qué lo hacía. No había en la cabeza,
seguramente, palabras para explicar algo que, por definición, escapa a las gramáticas
usuales de la carne. (…)
Link, Daniel. “1998” en Clases. Literatura y disidencia. Buenos Aires: Grupo Editorial Norma, 2005. (P.
111)
31
entendía el idioma. Finalmente terminé hablando inglés básico y, a pesar de que tengo
certificado del nivel tres aprobado por la Cultural Inglesa de Rosario, algo debo haber
dicho mal, porque mandaron la maleta a un hotel con el mismo nombre pero en otra
ciudad, y recibí la valija, con la ropa, cuatro días después, ya casi cuando regresaba.
(…)
Para hacer aquella afirmación Connie había abandonado la lengua en que hasta
ese instante había estado hablando con Christine, el francés, y había continuado en
inglés. Sólo una persona bilingüe -pensó él- podía recurrir con naturalidad a estos
cambios para enfatizar el sentido de sus palabras, pero en general no lo haría en medio
de una discusión si no estuviese segura de que su interlocutor no perdería el hilo de la
conversación y de que advertiría, además, que el cambio señalaba algo más que uno de
los repentinos caprichos de la ira. Minelli se dijo entonces que desde su punto de vista
lo más simple para él era establecer provisoriamente que Connie no había nacido en el
mismo país que Christine a pesar de que parecía evidente que compartían la misma
lengua materna…
Martini, Juan. El fantasma imperfecto. Buenos Aires: Alfaguara, 1994 [1986] P. 84
32
-Hoy no lo vide- se agauchó Yoshio al contestar-. En todo el santo día no lo había visto-
rectificó. Soy el sereno nocturno, soy sereno y vivo de noche y conozco los secretos de
la vida de hotel y los que saben que sé me temen. Todos aquí saben que a la hora en la
que mataron a Tony yo siempre duermo.
-¿Y qué temen, los que temen?- preguntó Groce.
-Los hijos pagan la culpa de los padres y la mía es tener los ojos rasgados y piel
amarilla-contestó-. Usted me va a condenar por eso, por ser el más extranjero de todos
los extranjeros en este pueblo de extranjeros.
(…) Dijo que había recibido una invitación, en realidad una tarjeta oficial,
donde se lo invitaba a un lunch en el consulado. Le confieso, dijo el conde, que me
siento tentado a asistir, si bien temo que sea una broma o incluso una trampa. ¿Y sabe
por qué, a pesar de todo, estoy tentado a ir? Porque hace más de cincuenta años que no
me encuentro en un lugar donde más de dos personas vivas hablen en ruso. Escucho el
idioma de mis antepasados en los sueños y a veces voy a ver los films soviéticos sólo
para oír los diálogos, pero en ese caso tengo siempre la impresión de estar viendo una
película filmada en Hollywood, digamos por Walt Disney, y doblada al ruso. Tenía la
ingrata sensación, dijo el conde, de que los rusos actualmente hablaban la lengua de
Pushkin como si estuviera traducida del inglés. Ninguno de ustedes puede imaginarse lo
que es la música de nuestra lengua natal. Vesta fiavesoglidatay krasavitsa movosti jvat,
recitó el conde Tokray. Oh, las palabras de mi tierra, dijo, música inolvidable. Otra cosa
que lo hacía dudar sobre las verdaderas intenciones de esa invitación, dijo después, era
que en la tarjeta habían escrito Señor Antón Tokray. Señor Antón Tokray, eso me ha
parecido una ofensa deliberada e inútil. Puedo asegurarles que si hubiera tenido la
certeza de que en Rusia sería reconocido mi título de Conde, quizás, digo quizás, me
hubiera decidido a regresar. (Pp. 110-111)
(…) Cerrar e integrar las dos líneas básicas que definen la escritura literaria en el
XIX. ¿A ver? dijo Marconi. Punto uno, el europeísmo, dijo Renzi, Lo que se sabe, de
eso hablábamos recién con Tardewski; lo que empieza ya con la primera página del
33
Facundo. La primera página del Facundo: texto fundador de la literatura argentina. ¿Qué
hay ahí? dice Renzi. Una frase en francés: así empieza. Como si dijéramos la literatura
argentina se inicia con una frase escrita en francés: On ne tue point les idées (aprendida
por todos nosotros en la escuela, ya traducida). ¿Cómo empieza Sarmiento el Facundo?
Contando cómo en el momento de iniciar su exilio escribe en francés una consigna. El
gesto político no está en el contenido de la frase, o no está solamente ahí. Está, sobre
todo, en el hecho de escribirla en francés. Los bárbaros llegan, miran esas letras
extranjeras escritas por Sarmiento, no las entienden: necesitan que venga alguien y se
las traduzca. ¿Y entonces? Dijo Renzi. Está claro, dijo, que el corte entre civilización y
barbarie pasa por ahí. Los bárbaros no saben leer en francés, mejor son bárbaros porque
no saben leer en francés. Y Sarmiento se los hace notar: por eso empieza el libro con esa
anécdota, está clarísimo. Pero resulta que esa frase escrita por Sarmiento (Las ideas no
se matan, en la escuela) y que ya es de él para nosotros, no esde él, es una cita.
Sarmiento escribe entonces en francés una cita que atribuye a Fourtol, si bien Groussac
se apresura, con la amabilidad que le conocemos, a hacer notar que Sarmiento se
equivoca. La frase no es de Fourtol, es de Volney. O sea, dice Renzi, que la literatura
argentina se inicia con una frase escrita en francés, que es una cita falsa, equivocada.
Sarmiento cita mal. En el momento en que quiere exhibir y alardear con su manejo
fluido de la cultura europea todo se le viene abajo, corroído por la incultura y la
barbarie. Apartir de ahí podríamos ver cómo proliferan, en Sarmiento pero también en
los que vienen después hasta llegar al mismo Groussac, como decíamos hace un rato
con Tardewski, dice Renzi, cómo prolifera esa erudición ostentosa y fraudulenta, esa
enciclopedia falsificada y bilingüe.(…) (Pp. 119-120)
34
Recordar que en U.S.A. las puertas de bares y restaurantes dicen pull, que quiere
decir tire y push que quiere decir empuje. No trabemos las salidas tirando donde hay
que empujar o viceversa. Y no olvidar que estos gringos son tan vuelteros que a todo
hay que agregar please o sea por favor, expresión borrada de nuestro “ser nacional”
vaya a saberse por qué extraño decreto. (…)
Pinti, Enrique. “Felices vacaciones” en Y usted, ¿de qué se ríe?, antología de textos con humor. Buenos
Aires: Colihue, 2006.
Raschella, Roberto. Diálogo en los patios rojos. Buenos Aires: Paradiso ediciones, 1994. (P. 26)
35
mi memoria primero, y después poco a poco a la costumbre misma de mi sangre. El
cura, con su insistencia, me ayudaba, pero en él la sospecha hacia mi persona, a pesar de
que cumplía puntual con su deber de caridad, era más grande que en los otros, porque
parecía convencido, como pude ir dándome cuenta por la orientación de sus preguntas,
de que la compañía de los indios, de los que él, por otra parte, no sabía nada, había sido
para mí una ocasión de probar todos los pecados.
(…) Era un hombre erudito, e incluso sabio. Todo lo que puede ser enseñado lo
aprendí de él. (…) No fue fácil; más que el latín, el griego, el hebreo y las ciencias que
me enseñó, fue dificultoso inculcarme su valor y su necesidad.
(…) Yo pensaba que, agradecidos de coincidir en su ser material y en sus
apetencias con el lado disponible del mundo, podían prescindir de la alegría.
Lentamente sin embargo, fui comprendiendo que se trataba más bien de lo contrario,
que, para ellos, a ese mundo que parecía tan sólido, había que actualizarlo a cada mo-
mento para que no se desvaneciese como un hilo de humo en el atardecer. Esa
comprobación la fui haciendo a medida que penetraba, como en una ciénaga, en el
idioma que hablaban. Era una lengua imprevisible, contradictoria, sin forma aparente.
Cuando creía haber entendido el significado de una palabra, un poco más tarde me daba
cuenta de que esa misma palabra significaba también lo contrario, y después de haber
sabido esos dos significados, otros nuevos se me hacían evidentes, sin que yo
comprendiese muy bien por qué razón el mismo vocablo designaba al mismo tiempo
cosas tan dispares. En-gui, por ejemplo, significaba los hombres, la gente, nosotros, yo,
comer, aquí, mirar, adentro, uno, despertar, y muchas otras cosas más. Cuando se
despedían, empleaban una fórmula, negh, que indicaba también continuación, lo cual es
absurdo si se tiene en cuenta que, cuando dos hombres se despiden, quiere decir que el
intercambio de frases se da por terminado. Negh viene a significar algo así como Y
entonces., como cuando se dice y entonces pasó tal o cual cosa. Una vez oí que uno de
los indios se reía porque los miembros de una nación vecina lloraban en los nacimientos
y daban grandes fiestas cuando alguno se moría. Le señalé que ellos, cuando se
despedían, decían negh, y él me miró largamente, con los ojos entrecerrados, con aire de
desconfianza y de desprecio, y después se alejó sin saludar. En ese idioma, no hay
ninguna palabra que equivalga a ser o estar. La más cercana significa parecer. Como
tampoco tienen artículos, si quieren decir que hay un árbol, o que un árbol es un árbol
dicen parece árbol. Pero parece tiene menos el sentido de similitud que el de
desconfianza. Es más un vocablo negativo que positivo. Implica más objeción que
36
comparación. No es que remita a una imagen ya conocida sino que tiende, más bien, a
desgastar la percepción y a restarle contundencia. La misma palabra que designa la
apariencia, designa lo exterior, la mentira, los eclipses, el enemigo. El horizonte
circular, que me había parecido al principio indiscutible y compacto, era en realidad, tal
como lo designaba el idioma de esos indios, un almacén de supercherías y una máquina
de engaños. En ese idioma, liso y rugoso se nombran de la misma manera. También una
misma palabra, con variantes de pronunciación, nombra lo presente y lo ausente. Para
los indios, todo parece y nada es. Y el parecer de las cosas se sitúa, sobre todo, en el
campo de la inexistencia. La playa abierta, el día transparente, el verde fresco de los
árboles en primavera, las nutrias de piel tibia y palpitante, la arena amarilla, los peces de
escamas doradas, la luna, el sol, el aire y las estrellas, los utensilios que arrancaban, con
paciencia y habilidad, a la materia reticente, todo eso que se presenta, nítido, a los
sentidos, era para ellos informe, indistinto y pegajoso en el reverso contra el que se
agolpaba la oscuridad.
Los carniceros tocaron con una cruz la frente del niño que yo era, me dieron un
nombre nuevo, Felipillo, y después, lentamente, me enseñaron su lengua. La vislumbré,
gradual, y hacia mí, Felipillo, las palabras avanzaron desde un horizonte en el que
estaban todas empastadas, encimadas unas sobre las otras para ser, otra vez, como los
barcos, puntos negros, filigranas de hierro negro, y por fin una selva de cruces, signos,
palos y cables desagregándose de grumo hirviente como hormigas despavoridas de un
hormiguero. Entonces dejé de ser la criatura desnuda en cuyos ojos destelló el metal de
las armaduras y en cuyos oídos resonó por primera vez el estruendo de las velas, y
empecé a ser el Felipillo, el hombre dotado de una lengua doble, como la de las víboras.
De mi boca sale ya la bendición, ya el veneno, ya la palabra antigua con que mi madre
me llamaba al atardecer, entre las fogatas y el humo y el olor a comida que flotaba en
las calles rojizas, ya esos sonidos que repercuten en mí como en un pozo seco y sin
fondo. Entre las palabras que la voz le arranca a la sangre y las palabras aprendidas que
la boca come ávida de la mesa de los otros, mi vida se balancea sin parar y traza una
parábola que a veces borra la línea de demarcación. Me siento como atravesando una
región en la que hay zonas diurnas y nocturnas, alternadamente, como el gallo que canta
37
a deshora, como el bufón que improvisaba para Ataliba, entre la risa de la corte, una
canción que no estaba hecha de palabras sino únicamente de ruido.
Cuando los carniceros juzgaron a Ataliba, yo fui el intérprete. Las palabras
pasaban por mí como pasa la voz del Dios por el sacerdote antes de llegar al pueblo. Yo
fui la línea de blancura, inestable, agitada, que separó los dos ejércitos formidables,
como la franja de espuma separa la arena amarilla del mar; y mi cuerpo el telar
afiebrado donde se tejió el destino de una muchedumbre con la aguja doble de mi
lengua. Las palabras salían como flechas y se clavaban en mí resonando. ¿Entendí lo
mismo que me dijeron? ¿Devolví lo mismo que recibí? Cuando mis ojos, durante el
juicio, se clavaban en las tetas azules de la mujer de Ataliba, tetas a las que la ausencia
de la mano de Ataliba permitiría, tal vez, la visita de mis dedos ávidos, ¿la turbación
desfiguraba el sentido de las palabras que resonaban en el recinto inmóvil? De una cosa
estoy seguro: de que mi lengua fue como la bandeja doble sobre cuyos platos elásticos
se asentaban cómodamente la mentira y la conspiración. Sentí el estruendo de los dos
ejércitos, como dos mares que se juntan, el mar de la sangre y el agua negra del mar
extranjero y ahora, en el atardecer, camino por la playa, un hombre viejo encorvado
bajo la bóveda de voces enemigas que se extiende interminable sobre mis ruinas
comidas por la selva.
No morí con los que murieron cuando proferí la sentencia, como un chorro de
agua que se sorbe, se gargariza y después se escupe, pero tampoco vivo la vida feroz de
los carniceros cuyas voces el viento me trae de noche, cuando me acuesto en la selva.
Saer, Juan José. “El intérprete” en Cuentos completos. Buenos Aires: Seix Barral, 2008.
38
Sarlo, Beatriz. “Cabezas rapadas y cintas argentinas” en La máquina cultural. Buenos Aires: Seix Barral,
1998
(…) Victoria Ocampo que, en 1924, todavía no sabía escribir en español y debía
hacer traducir por otros sus originales escritos en francés (que es su primera lengua
literaria), pide a un bengalí que le traduzca al inglés (que es la segunda lengua del
poeta) un poema en bengalí. La futura traductora, que hará de la revista Sur una
empresa de traducción, pide que le traduzcan de una lengua cuyos sonidos le resultan
incomprensibles y cuyos grafemas le parecen signos de la naturaleza (huellas de
pájaros).
(…) Como sea, hay una falla lingüística: el inglés de Victoria Ocampo (que ella
siempre sintió como una lengua natural) parecía insuficiente frente a Tagore9. No solo
las culturas, sino los idiomas, que Victoria Ocampo pensaba que nunca serían un
obstáculo, podían convertirse en origen de malentendidos. En lugar de la lengua
extranjera como puente, la lengua extranjera como obstáculo.
Sin embargo, Victoria Ocampo era perfectamente trilingüe. Lo que sorprende
precisamente es su perfecta capacidad de switching entre lenguas y nunca queda la duda
de cómo esa mujer se comunicaba con sus interlocutores ingleses o americanos. El
francés fue su primera lengua escrita, pero el inglés se sumó muy temprano a la
educación de infancia.(…)
Sarlo, Beatriz. “Victoria Ocampo o el amor de la cita” en La máquina cultural. Buenos Aires: Seix
Barral, 1998 (Pp.90-93)
9
Sobre la estadía de Tagore en Argentina auspiciada por Victoria Ocampo, ver Lojo, María Rosa,
“Historia de una pasión extranjera” en Radar libros, 25 de septiembre de 2009.
39
Schvartz, Graciela. Señales de vida. Buenos Aires: Emecé editores, 2008. P.32
Como Thelma y Louise, allá vamos, Beth y Ani por las carreteras de Estados
Unidos en una troquita blanca. Truck quiere decir camión y se traduce como “troca” en
el español fronterizo de New Mexico, en el que los contestadores telefónicos traducen el
I’ll call you back (es decir, “le devolveré la llamada”) por un literal “lo llamo para
atrás”. (….)
Beth enseña español en la Universidad de Las Cruces. Para mi sorpresa (yo
esperaba un grupo de yanquis luchando contra las vocales netas y la doble erre de
nuestro idioma), todos sus estudiantes son en realidad hispano-hablantes. Muchos son
hijos de mexicanos, que han aprendido el español con sus padres, lo hablan mezclado
con el inglés y les da mucha vergüenza hablar en público ese idioma privado, que sólo
usan en su casa y que consideran incorrecto o torpe. Todos ellos pronuncian mejor que
su profesora, pero no lo saben. El trabajo de Beth es, sobre todo, infundirles confianza
en su propio conocimiento de la lengua. Y, por supuesto, enseñarles literatura, el uso
más rico y complejo de un idioma. (…)
Shua, Ana María. “Por las carreteras del recuerdo” en Historias verdaderas. Buenos Aires: Editorial
Sudamericana, 2004.
Soriano, Osvaldo. “Casablanca” en Piratas, fantasmas y dinosaurios. Buenos Aires: Norma, s.f.
Llegamos a Francia y tuve que hacer nuevos amigos que hablaban un idioma
cantarín y engolado que al principio no entendía. Todo era nuevo para mí: el idioma
pero también la nieve, las calles que se terminaban enseguida y si uno doblaba la
40
esquina, se perdía, porque en París es imposible dar vuelta a la manzana. Les muestro el
plano de mi barrio y díganme ustedes cómo harían para ubicarse en este enjambre de
callecitas.
Soriano, Osvaldo. El gato negro de París. Buenos Aires, Seix Barral, 2007 [1989] P. 11
Steimberg, Alicia. Músicos y relojeros. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1971. (Pp 23-24)
Mi nombre es Xosé Castro Madeina, natural de Vigo, Galicia. Fui criado por mi
nodriza, doña Molly Malone, nacida en mi querida Irlanda. Con ella, aprendí inglés,
francés y los rudimentos del gaélico, la lengua que aún conserva la áspera música de los
antiguos guerreros y poetas celtas. (…) Aquí [en Argentina] me dicen Jose, sin acento, o
genéricamente el “gallego”.
Suárez del Prado, Marcelo. Chaquetein 1880 o el Frankenstein criollo. Buenos Aires: Alfaguara, 2004.
41
Se llamaba Bruno Edels y vivía con su familia en Praga. Cuando asesinaron a
sus padres en un pogrom, sus hermanas, Ana y Lena, huyeron a Francia y él se refugió
en la aldea rusa de Tsárskoye Seló, en la casa de una familia campesina. Allí se
enamoró de Olga Gumiliov. Cuando a ella la fusilaron por traición al zar de todas las
Rusias, él se vio obligado a huir, y cruzó el mar Negro, y llegó al puerto de Atenas.
Trabajó allí como estibador y, luego, como contramaestre en un barco turco. Tenía
veinticinco años.
(…)
Al poco tiempo, Bruno Edels estaba instalado en Colón. Allí empezó a trabajar
la tierra sin reposo; fue peón de estancia, alambrador y matarife. Aprendió a leer y
escribir el castellano sin ayuda de nadie; era extraño escucharlo arrastrar la erre,
pronunciar las palabras con vehemencia y demorar las sílabas.
42
lectura termina así: “Flavio quedó impresionado por la belleza de la ciudad”. Una
alumna, en un examen, tradujo así: “toda la ciudad quedó impresionada por la belleza de
Flavio”, y en vez de traducir “Flavio miraba todo” ella tradujo: “Todos lo miraban”.
El error más grave de esa alumna no consistía en la equivocación al traducir:
consistía en que no tenía la menor noción de lo que puede ir en un libro de latín.
Uhart, Hebe. “¿Ablativo en “e” o en “i”?” en La luz de un nuevo día. Buenos Aires: Centro Editor de
América Latina, 1983.
Cuando llegué aquí, creía yo, ingenuo de mí, que como ex emigrado de Hungría
a la Argentina a los ocho años, educado en Buenos Aires, zorro viejo en el asunto,
astuto y piola, mi proceso de adaptación en mi segunda emigración sería muy fácil y,
me llevaría este mundo por delante. ¡Qué equivocado que estaba! ¡Cuánto ha
progresado el mundo desde entonces!
De nada me sirvieron mi gran capacidad deductiva, mis razonamientos teóricos,
mi afán de construir en el aire un mundo mejor, armónico, eficaz, organizado y
ordenadito. Lo tenía delante y no lo veía. Tuve que dejar de lado mis fantásticas
teorizaciones de café y aceptar humildemente lo dado. En otras palabras, experimentar,
vivir la experiencia. No por nada dijeron los latinos que "Experiencia docet stultus" (La
experiencia educa a los tontos).
Te podría hablar de muchísimas cosas, de las puertas y de las dificultades que
encontré para abrirlas; de las canillas y los infinitos modelos, de las veces que me
empapé hasta que aprendí a utilizarlas; de cómo me helé debajo de la ducha por
confundir la C con caliente y resultó "cold" de frío; de cómo saludaba como un tonto a
mujeres desconocidas por confundirlas bajo el mismo peinado, maquillaje, pinturas que
dicta la moda que las convierte en mujeres increíblemente vistosas, únicas, no como ese
gris uniformado de los países subdesarrollados o comunistas. Sí Alberto, acá todo es
alegría y color.
(…) Me han ofrecido comprar un departamento cuyo edificio cuenta con rest
room, healht club y piscina in-out, en lugar de cuarto de huéspedes, gimnasio y pileta
cubierta-descubierta; que es igual pero no es lo mismo. (…) Algún día, si dejamos dejar
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de cubrir nuestro verdadero rostro con make-up y decidimos dejar de aturdirnos con
ringtones, quizá no hará más falta disimular. La expresión “quincho con parrilla” será
atractiva, tendrá más prestigio decir “perdón” que sorry, “por favor” que please, y
podremos deshacernos de la adicción al OK. Entonces sí, amaremos saber inglés para
leer a Edgar Allan Poe, a Shakespeare, a Hemingway y a tantos otros que tan bien
escriben.
Urtizberea, Mex. “Canchero en inglés” en Malas palabras. Setenta columnas y ninguna flor. Buenos
Aires: Editorial Sudamericana, 2006
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IV. Apéndice 2. Recursos audiovisuales
Comer, rezar, amar (Título original: Eat, pray, love) (EE.UU. 2010) Dir. Ryan Murphy
El prestamista (Título original: The pawnbroker) (EE.UU. 1964) Dir. Sidney Lumet
Habitación disponible: historias de inmigrantes (Argentina, 2004) Dir. Eva Poncet, Marcelo
Burd y Diego Gachassin
Happy Together (Título original: Cheun gwong tsa sit) (China, 1997) Dir. Wong Kar-Wai
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Italiano para principiantes (Título original: Italiensk for begyndere) (Dinamarca, 2000) Dir.
Lone Scherfig
Operación Canadá (Título original: Canadian bacon) (EE.UU. 1995) Dir. Michael Moore
Piso compartido (Título original: L' auberge espagnole) (Francia, 2002) Dir. Cédric Klapisch
Vidas cruzadas (Título original: Crash) (EE.UU. 2005) Dir. Paul Haggis
El señor de los anillos (EE.UU. 2003) (Título original: The Lord of the Rings: The Return of the
King) Dir. Peter Jackson
La naranja mecánica (EE.UU. 1971) (Título original: A Clockwork Orange) Dir. Stanley
Kubrick
La guerra de las galaxias (Título original: Star war) (EE.UU. 1977) Dir. George Lucas
La intérprete (Título original: The interpreter) (EE.UU. 2005) Dir. Sydney Pollack
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La terminal (Título original: The terminal) (EE.UU. 2004) Dir. Steven Spielberg
Star trek II: La ira de Khan (Título original: Star Trek II: The Wrath of Khan (EE.UU. 1982)
Dir. Nicholas Meyer
V. Bibliografía general
(Se excluyen los textos mencionados en la bibliografía del capítulo único y los mencionados en el
apéndice de fragmentos.)
Borges, Jorge Luis (1994 [1941]), El jardín de los senderos que se bifurcan en Obras
completas. Buenos Aires: Emecé editores.
Izaguirre, Boris (2007). Villa Diamante. Buenos Aires: Planeta (P. 192)
Marcos Marín, Francisco y Sánchez Lobato, Jesús (1991). “La lingüística aplicada”.
Revista Lingüística N° 17. Madrid: Ed. Síntesis.
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