Martínez D. Ling Aplicada

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Instituto Superior del profesorado Joaquín V.

González

Diplomatura Superior en Ciencias del Lenguaje

Seminario: Lingüística aplicada a la enseñanza de idiomas

(1° cuatrimestre de 2011)


Docente: Estela Raquel Klett Fernández

Tirar de la lengua… extranjera


Idiomas en la narrativa argentina contemporánea

Trabajo final de seminario

Alumno: Damián Nicolás Martínez

DNI 27.074.810

E-mail: [email protected]

1
Índice

I. Introducción
____________________________________________________ 3

II. Capítulo único: Las lenguas extranjeras en los cuentos de


Fogwill__________ 5

III. Apéndice 1. Corpus de


fragmentos__________________________________ 23

IV. Apéndice 2. Recursos


audiovisuales_________________________________ 45

V. Bibliografía
general______________________________________________ 47

2
I. Introducción

Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de


explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos
minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer un
resumen, un comentario.

Borges, Jorge Luis (1994 [1941]). El jardín de los senderos que se bifurcan

Así, Borges prologa uno de sus libros y con ese mismo procedimiento se plantea
este trabajo. Tirar de la lengua… extranjera. Idiomas en la narrativa argentina
contemporánea es un abarcador proyecto del que, en esta oportunidad, se presenta un
solo capítulo. Es decir, en vez de un esbozo de la presencia de las lenguas extranjeras en
los cuentos, las novelas, las crónicas y los ensayos en la literatura argentina de fines del
siglo XX y comienzos del XXI, se propone un exhaustivo análisis de los idiomas
presentes en un corpus de un mismo tipo textual de un solo autor. Por ello, el trabajo
está compuesto por un único capítulo que se dedica a los cuentos de Rodolfo Fogwill.
El objetivo es analizar cómo la literatura tira de una lengua extranjera (o de
varias de ellas simultáneamente) para saber qué dicen algunos textos sobre otros
idiomas, sobre su uso y sobre las representaciones que se tienen de sus usuarios.
Además del capítulo mencionado, se incluye en uno de los apéndices, una
antología de fragmentos de algunas de las obras en las que aparecen menciones y/o
reflexiones sobre distintas lenguas. Por último, el otro apéndice cuenta con un listado de
las películas nacionales y/o extranjeras que desarrollan sus temáticas alrededor de los
idiomas.

El trabajo con corpus para el abordaje didáctico

3
Una de las posibilidades didácticas para la enseñanza de la literatura en los
niveles medio y superior consiste en el trabajo en el aula con un corpus de textos
seleccionados a partir de determinados aspectos que dichos textos tengan en común.
Este modo de leer obras literarias puestas en relación permite también incluir textos no
literarios como ser material crítico, artículos periodísticos, etc. que también “hagan
serie” con los anteriores. La preparación de un corpus tiene, entonces, objetivos
didácticos en los que se explicitan qué contenidos se enseñan, dónde, a quiénes, etc. Por
lo tanto, esta postura otorga a la práctica de lectura literaria en la escuela la cualidad de
ser una actividad cuya finalidad específica es la enseñanza de algunos contenidos
específicos de literatura.
Los distintos corpus se presentan no como un modelo a seguir sino como una
propuesta para el trabajo en el aula en la escuela secundaria en la asignatura Literatura
(que en los tres últimos años de la escuela secundaria bonaerense se encuentra en todas
las orientaciones), o bien en aquellas materias específicas de la orientación artística que
plantea la nueva escuela secundaria en la Provincia de Buenos Aires, como ser, el Taller
de lectura literaria y escritura (en cuarto y quinto año) y en el Seminario de
investigación literaria (en quinto año). También, esta propuesta puede ser adecuada a la
materia Proyecto de integración: literatura y otros lenguajes artísticos del último año
de la orientación de Arte de la escuela secundaria, dada la ventaja de la gran carga
horaria con la que cuenta dicha materia. De la misma manera, puede resultar un
interesante material de consulta para Estudios Interculturales en Inglés I y II, materias
de los dos últimos años del Bachillerato en Lenguas Extranjeras. Así también, su
posible empleo en las distintas asignaturas de la formación docente en el nivel terciario,
tales como Prácticas de lenguaje y su enseñanza, correspondiente a los profesorados de
Educación Inicial, Educación Especial y Educación Primaria Básica y Perspectiva
Pedagógica-Didáctica y Taller de Lectura, Escritura y Práctica de la Lengua Oral del
profesorado en Lengua y Literatura.
La lingüística aplicada, en tanto campo reconocido para la investigación cuyos
resultados contribuyen a la solución de problemas, ya sea teóricos como prácticos
(Marcos Marín y Sánchez Lobato, 1991: 18), puede tener su lugar en los espacios de
discusión literaria. Es por eso que Tirar de la lengua… extranjera. Idiomas en la
narrativa argentina contemporánea pretende reunir ambos campos en una misma
propuesta.

4
II. Capítulo único: Las lenguas extranjeras
en los cuentos de Fogwill

En caso de querer volver al origen, a Fogwill joven, con todo abierto delante
de sí, eufórico con su juguete mayor –el lenguaje argentino recién adquirido-, y
disfrutando como un pibe con el ritmo de esa lengua que pocos han hecho sonar como
él, hay que volver a 1978-1979 y a su “Muchacha Punk” y a “La chica de tul de la
mesa de enfrente”, cuyas primeras frases estallan como acordes de rock o blues
prometiendo el viaje en vilo que, efectivamente, resulta su lectura.

Gandolfo, Elvio (2009). “Prólogo” en Fogwill, Rodolfo; Cuentos completos.

Los estudios críticos sobre la obra de Rodolfo Fogwill (1941-2010) señalan con
frecuencia que la reflexión sobre el uso de la lengua es una característica sobre la que se
funda su narrativa1. Comentarios, citas y reflexiones sobre la lengua oral, la escritura, la
reescritura, el léxico y las lenguas extranjeras pueden rastrearse a través de varios de los
veintiún textos agrupados en la antología Fogwill (2009) Cuentos completos2. Si bien
las menciones a diferentes idiomas aparecen en muchos relatos, en tres de ellos tienen
un lugar relevante: “La chica de tul de la mesa de enfrente” (1978), “Muchacha Punk”
(1979) y “Memoria de paso” (1978-1979). Es posible, entonces, a partir de dichos

1
Entre otros, Eduardo Rinesi sostiene: “(…) es indudable que ese trabajo de fabricantes de
eslóganes y vendedor de marcas (entre las que habría que contar esa verdadera “marca” en que
terminó convirtiendo a su apellido) le conquistó también un hábito de reflexión sobre los usos
de la lengua que sería una materia fundamental de su literatura” “Prólogo” en Cristófalo,
Américo... (et. al)(2011) Fogwill. Literatura de provocación. Los Polvorines: Universidad
Nacional de General Sarmiento.
2
Todas las citas y números de páginas mencionados en el presente trabajo corresponden a esta
publicación.
5
textos, indagar las representaciones que las lenguas extranjeras tienen en la narrativa
breve de Fogwill.
La presencia de diferentes idiomas en la literatura argentina no es una novedad,
sino un elemento arraigado, prácticamente, desde su comienzo mismo. Tal como plantea
Beatriz Sarlo (1996):

La cuestión de la lengua extranjera ha estado abierta, de manera más o menos


permanente, en la literatura argentina. Nuestros comienzos son una toma de posición
frente a la lengua: se empieza a escribir en el Río de la Plata a partir del debate sobre las
lenguas de la literatura.

Al planteo del nacimiento conjunto de la literatura argentina y de su relación de


dicha literatura con las lenguas extranjeras, debe agregarse que no todas las lenguas han
tenido la misma representación social, sino que, por el contario, cada lengua y, por
consecuencia, también sus hablantes, mantuvieron una determinada imagen social.
Respecto de esta cuestión, Sarlo aclara:

Para plantearlo de manera explícita: los intelectuales y los escritores descubren


(…) que hay dos tipos de lenguas extranjeras o que la misma lengua extranjera tiene dos
realizaciones socioculturales bien diferentes: están, por una parte, las lenguas
extranjeras escritas y leídas por letrados; por la otra, las lenguas extranjeras escritas y
leídas por la masa inmigratoria (las lenguas de los carteles, de los anuncios comerciales,
de los periódicos de inmigrantes, de los volantes políticos). Y también están las lenguas
extranjeras que hablan los letrados en una exasperación de la cultura bilingüe por parte
de quienes tienen un español “bien” adquirido; y las lenguas extranjeras habladas por
los inmigrantes, cuyo español es precario, bárbaro, deformado por acentos exóticos. Las
lenguas extranjeras de la inmigración se confrontaban con “otras” lenguas extranjeras,
que la élite consideraba legítimas por su origen, y que, en consecuencia, no perturbarían
la constitución de una escritura argentina (1996).

La hipótesis de diferentes realizaciones socioculturales de una misma lengua o


de varias lenguas resulta un interesante punto de vista para la indagación en el corpus
presentado como objeto de estudio del presente trabajo.

6
II.I. Cuentos

Los cuentos “La chica de tul de la mesa de enfrente” y “Muchacha Punk” tienen
un narrador-protagonista argentino que refiere hechos transcurridos en Londres. Sobre
la base de la narración de encuentros amorosos en el extranjero, se introducen
fragmentos en inglés, reflexiones y originales traducciones, recursos que alteran las
convenciones de unidad lingüística textual de cuentos escritos en español. En “La chica
de tul de la mesa de enfrente”, se trascriben conversaciones entre argentinos que hablan
inglés como segunda lengua mientras que en “Muchacha Punk”, hay conversaciones
entre argentinos y hablantes nativos del inglés. Cada uno de los narradores emplea el
inglés como lengua extranjera mientras reflexiona sobre esa situación de manera
constante a lo largo de los cuentos. A diferencia de los relatos mencionados, en
“Memoria de paso” no hay conversaciones entre los personajes. Se observan situaciones
de uso de diferentes idiomas, menciones a su enseñanza-aprendizaje y se perciben las
representaciones que los hablantes tienen de ellos.
En los tres relatos, los narradores-protagonistas son argentinos que tienen el
castellano o español como lengua materna. Como sostiene Di Tullio (2010 [2003]), la
lengua materna es la que otorga identidad lingüística a las personas:

La identidad lingüística proviene de la lengua materna; como otros marcadores de la


identidad, la lengua materna no se elige. Es la lengua con la que nos identificamos y con
la que los otros nos identifican. El conocimiento espontáneo, inconsciente, intuitivo que
el hablante nativo tiene de su lengua es cualitativa y cuantitativamente diferente al que
pueda llegar a tener de otras lenguas que aprenda más tarde (29).

A partir de la identidad lingüística impuesta por la lengua materna puede


generarse un encuentro con una o más lenguas extranjeras. Respecto de la proximidad y
heterogeneidad de la lengua extranjera en relación con la primera lengua, Revuz (1998)
señala que:

El encuentro con la lengua extranjera trae a la conciencia algo relativo al lazo muy
específico que mantenemos con nuestra lengua. Esa confrontación entre primera y

7
segunda lengua nunca es anodina para el sujeto y para la diversidad de estrategias de
aprendizaje (o de no aprendizaje) de una segunda lengua (…) (22).

Sobre la base de esa confrontación, los distintos narradores-protagonistas


reflexionan sobre el uso que hacen de las diferentes lenguas, tanto la primera como la
extranjera.

II.II. “La chica de tul de la mesa de enfrente” o el uso del inglés

“La chica de tul de la mesa de enfrente”, escrito en primera persona, presenta a


su narrador-protagonista, Rodolfo Onrubia, un argentino varado en el aeropuerto de
Heathrow en Londres. Mientras espera un vuelo de Aerolíneas Argentinas para regresar
a Buenos Aires, lee el manuscrito de su amigo Michel, un periodista franco-argentino
que escribe en español y que está internado en una clínica psiquiátrica en Edimburgo.
Durante la espera, Onrubia ve a una mujer a la que imagina usando un tul. Se trata de
Marcela, una argentina viuda propietaria de campos, con quien comparte un taxi de
regreso al centro de Londres y con quien tiene un breve romance.
A lo largo del cuento, el narrador intercala frases en inglés como algunos
saludos (“-Good morning, sir!” [96]), respuestas (“I´m sorry. I don´t understand your
language- respondió.” [95]), los anuncios escuchados por los altoparlantes (“Dejé la
carpeta sobre la silla, junto a mi impermeable, y afiné el oído: “Aerolíneas Argentinas
announces the departure of its flight 811. Passengers are requested in the first floor with
personal documents. Thank you”. [91]) y un simpático juego de sonidos de palabras
sobre la base de la similaridad fonética entre distintos elementos: “(…) creí escuchar mi
número de vuelo por el altavoz (…) el speaker no hablaba de nuestro vuelo – el 811,
eight-one-one – sino de Taiwan airlines (…)” (87).
El narrador describe a su amigo Michel como un hablante bilingüe que intenta
demostrar esa condición a rajatabla. Si por un lado, se trata de hombre con voz
“corporal y proclive a retardar las erres velares y las vocales abiertas hacia el fin de las
frases, quizá para sentirse más francés (88)”; por el otro, “se empecina en escribir en
español, tal vez porque sigue creyéndose miembro del grupo de escritores entre quienes
lo conocí en Buenos Aires, en 1958, como si no supiese que ya todos han muerto (88)”.
Dicho empecinamiento da como resultado cierta dificultad en la escritura de sus textos:

8
Su formación universitaria parisina y tantos años sin hablar español han perturbado su
manejo de la función verbal, falla perceptible cuando escribe sobre recuerdos que lo
sorprendieron en el pasado, o sobre recuerdos de recuerdos. En tales casos exige al
mando nuestro pretérito perfecto para ajustarlo al composé relativo francés, y a menudo
se enreda en imprevistos subjuntivos que incomodan al lector y enrarecen el textos por
la profusión de sonidos evanescentes, con predominio de terminaciones en “ese” y en
“ere” que acaban rimando (88).

El personaje de Michel aparece como una sátira de quienes intentaban lograr una
literatura autóctona a partir de idiomas extranjeros que dominaban y que eran
considerados más prestigiosos que el propio, es decir de “lenguas extranjeras, que la
élite consideraba legítimas por su origen, y que, en consecuencia, no perturbarían la
constitución de una escritura argentina (Sarlo, op. cit.). El fragmento citado expresa que
es, justamente, la “escritura argentina” la que perturba: el texto de Michel es poco
entendible ya que fue pensado en francés pero escrito en castellano3.

Estatus

Klett (2002), en su estudio sobre las imágenes que poseen las lenguas extranjeras
en los ámbitos social y educativo, plantea que alrededor de ellas se constituyen dos tipos
de estatus: uno, formal; otro, informal. Mientras que el estatus formal es el relacionado
con las leyes y los reglamentos de las políticas lingüísticas, el informal es aquel
vinculado con lo implícito, lo indirecto y lo poco evidente. Klett cita a Dabene (1997)
para caracterizar los cinco criterios diferentes que confluyen en el estatus informal. Esos
criterios son el económico, el social, el cultural, el epistémico y el afectivo.
En las acciones narradas a lo largo del cuento, encontramos situaciones en las
que el estatus informal de la lengua extranjera opera con relevancia. La primera de ellas
3
A modo de sátira, Enrique Pinti refiere a la presencia de diferentes idiomas en los orígenes de
la Argentina. Uno de sus personajes, un patriota, dice:
En realidad somos un país colonial, hablamos español, leemos francés, somos europeos con un
pequeño toque indiano, no tan pronunciado como en el resto de América, nuestro toque gaucho
nos hace más melancólicos que los españoles, menos salvajes que los indios y no tan sofisticados
como los franceses. O sea que estos indios gauchescos de tez blanca que piensan en francés y
hablan en español forman lo que no podríamos llamar país porque sería demasiado, ni podríamos
llamar colonia, porque sería muy poco.

Pinti, Enrique (1992). Salsa criolla. Buenos Aires: Editorial Sudamericana. P. 60

9
se da cuando el protagonista relata una conversación con su amigo Michel. La actitud de
este personaje revela su consideración de las diferentes lenguas:

El día anterior lo había visto por última vez y me confesó que hacía más de tres meses
que no oía hablar nuestro idioma, a excepción de sus propios registros en el grabador.
Pensé que de prolongarse su aislamiento concluiría perdiendo la fluidez de su prosa…
(…).
-Así, le dije- vas a terminar escribiendo en inglés. ¿Por qué no tratás de escribir prosa en
tu idioma…?
Se encogió de hombros. Sonreía, pero no respondió (89).

Los diferentes criterios se conjugan para dar como resultado esa situación de
sentimientos y pensamientos encontrados hacia las lenguas en la que parece sumido
Michel. Por un criterio afectivo es que Michel escribe en español mientras que el
narrador apela a un criterio social con su broma de que terminaría escribiendo en inglés
(recordemos que Michel está internado en Escocia). A continuación, el narrador
introduce el criterio epistémico cuando evalúa la posibilidad de pérdida de la fluidez de
la prosa (conoce poco esa lengua a lo que se suma su escasa práctica) y la
recomendación de que escriba en francés ya que es la lengua que más domina.
En otra situación, después de un breve diálogo con una empleada de la aerolínea,
el narrador reflexiona:

Hablamos en inglés. Era argentina, la estúpida. Y sigo sin comprender por qué siempre
uno entra en el juego de estas empleadas de nuestra compañía aérea, que parecen
azafatas retiradas o sobrinas de algún gerente de la empresa –por lo general un aviador
militar- y que jamás hablan español, idioma en el que hasta pueden parecer educadas
(93).

Este fragmento citado ofrece nuevamente un cruce de diversos criterios del


estatus informal. En este fragmento, tiene lugar el criterio económico: la empleada habla
inglés durante sus horas de trabajo; junto con el cultural: esa lengua tiene un alto índice
de prestigio, además del criterio social, ya que se trata de la lengua nativa de ese
territorio. A nivel subyacente permanece el criterio epistémico ya que ambos conocen la
lengua inglesa a la que manejan sin dificultad.

10
En “La chica de tul de la mesa de enfrente”, el narrador argentino expone cómo
sus interlocutores emplean las lenguas extranjeras por elección; en un caso, para la
escritura; en el otro, para la oralidad.

II.III. “Muchacha Punk” o “¿Dónde viene usted de...?”

“Muchacha Punk”, como el cuento anterior, también narra en primera persona la


aventura sexual de un argentino en Londres. En esta oportunidad, se trata de un
personaje de quien no se sabe el nombre que conoce a Coreen, una joven inglesa punk
de buena posición económica. El narrador describe el lugar donde se conocerían con la
muchacha como un lugar de cruce de lenguas:

Era una pizzería de españoles, con mozos españoles, patrones españoles y clientes
españoles que se conocían entre sí, pues se gritaban –en español–, de mesa a mesa,
opiniones españolas, y frases en español.
Me prometí no entrar en ese juego y en mi mejor inglés pedí una pizza de espinaca y
una botella chica de vino Chianti. El mozo, si ya había padecido un plazo razonable de
exilio en Londres, me habrá supuesto un viajero del continente, o un nativo de una
colonia marginal del Commonwealth, tal vez un malvinero.
Yo traía en el bolsillo de la campera la edición aérea del diario La Nación, pero evité
mostrarla para no delatar mi carácter hispanoparlante (…) (131).

Este intento por parte del protagonista de que no puedan reconocer su


procedencia finaliza cuando comienza a hablar con otros personajes. Como se trata de
conversaciones con hablantes nativos del inglés, mientras que el protagonista es un
argentino narrador de un cuento en castellano 4, el relato es en español. Entonces, se
emplea el recurso de traducir literalmente, palabra por palabra, todo lo dicho en las
conversaciones:

Voy a contarlo en español:


– ¿Puedo yo sentarme? Las tres punk se miraron. La gorda punk acariciaba su victoria:
debió creer que yo bajaba a reclamar explicaciones por sus miradas punk provocativas.
Para evitar un rápido rechazo me senté sin esperar respuestas.

4
Esta situación es explicitada en varias oportunidades, principalmente con la frase que aparece
entre paréntesis “el frío inglés del relato calaba los huesos argentinos del narrador (138)”.
11
(…)–¿Qué usted quiere?
–Nada, sentarme... Estar aquí como una sustancia de hecho... –dije en cachuzo inglés.
Sin duda mi acento raro acicateó los deseos de saber de la gorda:
-¿Dónde viene usted de...?–ladró. La pregunta era fuerte, agresiva, despectiva.
–De Sudamérica... Brasil y Argentina –dije, para ahorrarles una agobiante explicación
que llenaría el relato de lugares comunes. Me preguntaba si era inglés: se asombraba
"¿Cómo puede venir uno de Brasil y Argentina sin ser británico?", imaginé que habría
imaginado ella. ¿Sería un inglés?
–No. Soy sudamericano, lamentado –dije.
–Gran campo Sudamérica –se ensañaba la gorda.
–Sí: lejos. Así, lejos. Regresaré mes próximo –le respondí.
–Oh sí... Yo veo - dijo la gorda mirando fijo a la cara de sapo que hamacó su cabeza
como si confirmase la más elaborada teoría del universo. Entonces habló por vez
primera y sólo para mí mi muchacha punk. Tenía voz deliciosa y tímbrica en este
párrafo:
–¿Qué usted hace aquí? –quiso saber su melodía verbal.
–Nada, paseo –dije, y recordé un modelo que siempre marchó bien con beatniks y con
hippies y que pensé que podía funcionar con punks (135-136).

Más adelante, el protagonista conversa con un inglés y un paquistaní en una


armería. En esta oportunidad, la conversación está incluida por medio del discurso
indirecto:

El armero de Aldwick era un judío inglés de barbita con rulos y trenzas negras,
lubricadas con reflejos azules. Entre él y el librero de victoria Embankment –un
paquistaní– acabaron de estropearme la tarde con su poca colaboración y su velada
censura a mi acento. El judío me preguntó cuál era mi procedencia; el pakistano me
preguntó de dónde yo venía. Contesté en ambos casos la verdad. ¿Qué iba a decir? ¿Iba
a andar con remilgos y tapujos cuando más precisaba de ellos? ¿Qué habría hecho otro
en mi lugar...? ¡A muchos querría ver en una situación como la de aquel atardecer
tristísimo de invierno inglés...! Oscurecía. Inapelable, se nos estaba derrumbando la
noche encima. Cuando escuchó la palabra "Argentina", el armero judío hizo un gesto
con sus manos: las extendió hacia mí, cerró los puños, separó los pulgares y giró sus
codos describiendo un círculo con los extremos de los dedos. No entendí bien, pero
supuse que sería un ademán ritual vinculado a la manera de bautizar de ellos. El paki,
cuando oyó que decía "Buenos Aires, Argentina, Sur" arregló su turbante violeta y

12
adoptó una pose de danzarín griego, tipo Zorba (¿o sería una pose de danza del folklore
de su tierra...?). Giró en el aire, chistó rítmicamente, palmeó sus manos y (cantó muy
desafinado la frase "cidade maravilhosa lhenha dincantos mil", pero apoyándola contra
la melodía de la opereta Evita (149-150).

Ambos fragmentos plantean la relación lengua nativa/lengua extranjera en la


oralidad: en las dos situaciones, el protagonista es hablante de inglés como lengua
extranjera que conversa con hablantes de inglés como lengua nativa.
Bordelois (2006) refiere a las diferencias entre la velocidad y la transparencia
establecidas entre el inglés y el español:

El hablante inglés exige de su interlocutor, sobre todo del interlocutor extranjero, una
tensión acústica que muchas veces va en detrimento de la comprensión profunda y la
interpretación adecuada, y amenaza así la fluencia y empatía de la conversación. Más
relajada resulta la locución castellana, que da mayor respiro y libertad al oyente y no lo
obliga a encaramarse permanentemente a sutilezas fonéticas a veces irritantes, sobre
todo considerando las variedades dialectales de las que hacen gala nuestros amigos
anglosajones. Entre estos dos polos, pues, de densidad y velocidad de la información
por un lado y de seguridad y transparencia en la comunicación lingüística por otro, se
reparten algunas de las ventajas respectivas del inglés y del español (107).

La tensión acústica presentada por la lengua inglesa es tematizada en estos


fragmentos, situación que permite rastrear cuestiones tales como el acento y la
traducción literal.

El acento

En estos fragmentos, el narrador destaca la actitud de los otros personajes


respecto de su acento al que describe como “raro” en la primera conversación y,
“censurado”, en la segunda. En ambos casos, existe un indicio de lengua materna
castellana que se filtra en su inglés. Todo indicio de lengua materna genera variantes de
pronunciación que pueden tener consecuencias fonológicas que dificulten la
comprensión en unos casos o de pequeños cambios fonéticos sin efecto sobre la
inteligibilidad (Klett 2009b 102).

13
Klett (2009b 110) propone que el acento extranjero funciona como un orgullo y
una protección:

Conservar un acento al hablar una lengua extranjera es tal vez sinónimo de buscar
protección en un mundo en el cual el individuo se siente frágil. El acento es una
reminiscencia de nuestra primera lengua y, en consecuencia, un referente de
envergadura frente a la alteración de los apoyos que nos son familiares.

En ambos fragmentos del cuento, el acento del protagonista genera un


determinado interés en sus interlocutores que deviene en situaciones positivas ya que
entabla conversaciones, planteando su propuesta romántica en la pizzería y realizando
una transacción comercial en el negocio de armas.

La traducción literal y la sedimentación afectiva

La traducción palabra por palabra al castellano de conversaciones mantenidas en


inglés produce un efecto cómico que se refuerza con las acotaciones del narrador.

Ellos dijeron que no era necesario, que siempre dormían en el suelo por motivos
higiénicos y que yo podía seguir leyendo pues “la luz de la luz no nos molesta”. Así
dijeron. (…) Pero yo no podía dormir; apagué la luz de la luz y estuve un rato velando
(147).

Las reflexiones del narrador pondrían en evidencia una determinada


excentricidad de la lengua inglesa que lo conduce a extrañamientos graduales que siente
respecto de esa lengua y sus hablantes. Como Revuz (1998) sostiene, “aprender otra
lengua es hacer la experiencia del propio extrañamiento en el mismo momento en que
nos familiarizamos con lo extraño de la lengua y de la comunidad que la hace vivir”.
Además de las incluidas en los fragmentos, se observan otras traducciones
literales como la de escribir “sí, de curso (137)” en vez de por supuesto cuando el
narrador escucha of course, o aquellas incluidas dentro de una traducción explicada:
“… decía “gracias” que en inglés (“agradecer tú”, había dicho en su lengua con su
lengua), y en medio de la noche inglesa me hizo sentir que agradecía mi solidaridad…
(140)”. Por otra parte, se menciona una variedad dialectal del inglés: “Las muchachas

14
hablaron un slang que no entendí, se rieron, y sin prestarme la menor atención siguieron
su camino hacia el oeste, hacia Regent Street.” (128), (El subrayado es mío).
En otro momento, la lengua materna del personaje no “le da lugar” a la lengua
extranjera para que pueda expresarse. Como consecuencia, hace silencio: no se expresa
en la lengua extranjera pero piensa una posible respuesta en su lengua primera.

Al pasar por la puerta, ella gritó “hello” y una voz le devolvió en francés una ristra de
guarangadas. Detrás pasaba yo, las escuché, memoricé nuestra oración ritual
“queterrecontra” y con una mirada relámpago, busqué la boca sucia y gala en el salón
(141).

Como sostiene Revuz (1998), “la lengua materna no se separará jamás de esa
sedimentación afectiva para volverse un instrumento de designación objetivo de las
cosas del mundo”. Por ello, tanto el acento del protagonista como su insulto pensado en
castellano funcionarían como lazos de su persona para con su lengua.
La sedimentación afectiva de la lengua materna del narrador es evocada, una vez
más, al comparar las experiencias sexuales con hablantes del inglés y con las de
hablantes del español.

Al promediar eso (¿el amor?) se largó a declamar la letanía bien conocida por cualquier
visitante de Londres: "ai camin ai camin ai camin ai camin ai camin", gritaba, gritaba,
gritaba, sustituyendo los conocidos "ai voi ai voi ai voi ai voi" de las pebetas de mi
pago, que sumen al varón en el más turbado pajar de dudas sobre la naturaleza de ese
sitio sagrado hacia el que dicen ir las muchachas del hemisferio sur y del que creen
venir sus contrapartidas británicas. Pero uno hace todo esto para vivir y se amolda.
¡Vaya si se amolda! (146)

A partir de la comparación de la frase inglesa “I´m coming” con la castellana


“Ahí voy”, el narrador explicita un amoldamiento entre su lengua y la extranjera, entre
su propio extrañamiento y su vínculo con la comunidad que le da vida al idioma
extranjero.
En “Muchacha Punk”, la reflexión sobre el uso del inglés como lengua
extranjera se forma sobre la comparación constante con el castellano. Además, en dos
de las conversaciones citadas, se alude al lugar del que proviene el hablante. El

15
narrador-protagonista tematiza la cuestión de la procedencia geográfica y la frecuente
confusión que ella genera para los anglosajones y los europeos.

II.IV. “Memoria de paso”5 o de paso no me moría

“Memoria de paso” es un texto narrado en primera persona por su longevo/a


protagonista que nace en 1799 y sigue con vida hasta el fin del relato,
aproximadamente en 1970. Al comienzo, se llama Virginia y, más tarde, convertida en
hombre, Víctor y, posteriormente, Juan Carlos. Su protagonista narra acciones alrededor
del mundo durante su extenso período de vida, situación que lo vincula con distintos
idiomas y con diferentes contextos históricos.
Sobre el desarrollo de la narración del protagonista, López Casanova (2011)
destaca:
(…) aquí el narrador personaje que no muere incluye la referencia a la historia
argentina (o a su relato), en este caso, bajo el predominio de la reelaboración del tema
de “civilización-barbarie”, desde el que es posible hilar clases, géneros sexuales y
lecturas en una historia política. (…) Pero en “Memoria de paso” no hay angustia: el
narrador personaje-autor (remite a Fogwill, por ejemplo, con la referencia de que ha
escrito El efecto de la realidad) parece moverse en terreno seguro (87-88).

El “terreno seguro” tiene como base que el personaje-narrador domina


satisfactoriamente todas las lenguas que emplea a lo largo del cuento. Además, se da la
particularidad de que muchas de las personas con quienes se vincula sentimentalmente
tienen una relación estrecha con la enseñanza-aprendizaje de los idiomas.
Criolla nativa, Virginia habla, lee y escribe en castellano y aprende francés
leyendo los libros de quien, poco tiempo después, sería su pareja:

Ernestina se había criado en Barcelona, de madre francesa pero hablaba criollo. (…)
Los libros los había traído de Cataluña, la mayoría franceses. Siempre evitó hablar de
ellos y prestarlos, pero bien sé que no fui la primera en leerlos en sus tertulias. (…) Al
comienzo, apenas entendía, pero después el francés se me hizo familiar, ya no necesité
los manuales de vocabulario, y si no alcanzaba a comprender alguna frase, Ernestina
estaba junto a mí dispuesta siempre a aclarar mis dudas. (442)

5
“Memoria de paso” vuelve a plantear la idea de un personaje de vida prolongada como lo hace
Virginia Woolf en su novela Orlando.
16
En este fragmento, observamos una situación de aprendizaje de una lengua
extranjera. Por un lado, por medio del autodidactismo, episodio que parodia la clásica
narración del aprendizaje del francés de Sarmiento6, quien instaló en Argentina el tema
civilización/barbarie mencionado más arriba por López Casanova (Op. cit.). Por otro
lado, el relato deja percibir un matiz de sedimentación afectiva hacia la lengua provisto
o reforzado por Ernestina que, si bien no se encarga de la enseñanza, sí de la resolución
de posibles dudas.
A mediados del siglo XIX, Virginia relata la formación de los apellidos más
adecuados para la vida social. De esta manera, se tematiza la cuestión del doble
apellido7 como elemento distinguido, característica de las elites argentinas durante esa
época.

Mis hijos eran grandes y ya empezaban a traer a los nietos, para los que adoptaron mi
apellido añadiéndole el de la madre francesa de su abuelo. Todo se afrancesaba en estas
provincias y a mis chicos les pareció que de sus cuatrisílabos graves, de origen vasco,
con el bisílabo agudo del segundo apellido de su padre componían una fórmula bien
sonante para presentarse en sociedad. Creo que acertaron. (444)(El subrayado es mío.)

Las lenguas extranjeras ocuparon un lugar importante en la denominación de las


familias de clase alta. En la conformación del doble apellido, tan bien visto por la
sociedad elitista argentina, los orígenes ingleses o franceses connotaban una
procedencia distinguida a diferencia de los apellidos pertenecientes a otras regiones. El
afrancesamiento no respondía sólo al aprendizaje de la lengua y a la portación de
nombres de ese origen, sino también, a la incorporación de determinados hábitos y
elementos que contaban con un alto valor simbólico:

6
Sarmiento (1850) escribe en Recuerdos de provincia que había aprendido francés de muy
joven “con un soldado de Napoleón que no sabía castellano y no conocía la gramática de su
idioma.” Se jactaba de haber estudiado francés son una gramática y un diccionario y sostenía
que “al mes y once días de principiar el solitario aprendizaje, había traducido doce volúmenes,
entre ellos las Memorias de Josefina”.
7
En Argentina, el recién nacido recibe obligatoriamente sólo el apellido del padre. La
superposición del apellido materno es, además de optativa, poco frecuente. Ver Ley 18248, Ley
del nombre.
17
[El] programa de ruptura con España y con el pasado colonial, se complementaba con la
adscripción a otras culturas prestigiosas, en cuyo espíritu secular, progresista, racional,
innovador, estos jóvenes hallaban las pautas de modernización que sustituyeran las
formas tradicionales. Francia encarnaba ese ideal, que se brindaba como fuente y
paradigma (Di Tullio: 2010 [2003] 50).

Casi al final del relato, en un fragmento ubicado aproximadamente en 1960, es


retomada la cuestión de los apellidos; en esta ocasión, teniendo en cuenta la
descendencia:

Mi apellido ya no figuraba en la guía azul, en cambio el de mis nietos se repetía en


varias páginas y combinado con otros aparecía quince veces en la lista telefónica.
Tenían todos un mismo código postal y sus domicilios se agrupaban en unas veinte
manzanas de los alrededores de la nueva facultad de Derecho (457).

La mención de los apellidos combinados da cuenta nuevamente de la jerarquía


del doble apellido, reforzada ahora por el espacio geográfico que ocupan quienes lo
portan: una de las zonas de mayor poder adquisitivo de la ciudad de Buenos Aires.

Darle a la lengua

Después de su relación con Ernestina, Virginia conoce a María Eugenia, una


joven argentina con quien se instala en Córdoba:

Conocí a una niña, hija de un ministro plenipotenciario retirado en Córdoba. Había


pasado sus primeros años en el Brasil. De madre francesa, tenía una facilidad singular
para las lenguas y hablaba francés, inglés, alemán y portugués tan bien como el español
(445).

Dado su uso de varias lenguas, podemos caracterizar a María Eugenia como


plurilingüe (Robert 2002): nacida en un país de habla castellana, criada en un país de
habla portuguesa/brasileña por una hablante nativa de francés y un hablante nativo de
español. Además, aprendió lenguas extranjeras como inglés y alemán. Virginia relata
que “con María Eugenia hablaba alemán, lo que con el tiempo [la] acostumbró a esa

18
lengua (446)”. La protagonista tiene contacto, entonces, con una segunda lengua
extranjera, además del francés ya aprendido.
Años después, Virginia planea viajar a Europa pero desembarca en Estados
Unidos. Allí, mientras relata su cambio de sexo, señala su dominio del inglés: “Expliqué
al médico lo que creí estaba sucediendo, y sólo por ser sudamericana y hablar bien su
lengua y por mis conocimientos biológicos y médicos (…) no me creyó loca (450)”.
Virginia, ahora de sexo masculino, hace un documento con su nuevo nombre: Víctor.
De esta manera, enseña español en una universidad y se casa con una colega, Elizabeth,
quien “como profesora fue un ejemplo en varias universidades de la costa este:
enseñaba Lenguas y Gramática Comparada y escribió esos manuales que aún circulan
en las bibliografías estadounidenses… (451)”.
Divorciado de Elizabeth, viaja a Europa y vive cinco años en Zúrich. Suiza, país
políglota por excelencia, no podía generar ninguna dificultad para el personaje que
domina, además de su español nativo, francés, alemán e inglés. Es más, sus jornadas de
trabajo como “analista de patentes en una oficina de importación de Londres, que
dependía de la casa matriz en Francia (451)” resultaron “los días más aburridos de [su]
vida (451)”.
Después del tedio suizo, se instala en la capital francesa: “París era una fiesta
que sólo la presencia de tantos argentinos afeaba. Cuando confesaba que yo había sido
argentino no me creían: jamás habían visto a un argentino bien educado desde el último
viaje de Alberdi (452)”. Además de la característica de poco civilizados que tenían los
argentinos según sus interlocutores franceses, las palabras de Víctor permiten observar
algunas particularidades: por un lado, la idea de confesión marca su origen como
pecaminoso o ilegal; por otro lado, la mención había sido argentino refiere a una
alternancia de su procedencia. A los cambios de sexo, de nombre y de lenguas
empleadas se sumaría, ahora, el de la nacionalidad.
Trabajando en la casa de una mujer rica a quien tuvo como amante, conoce a
Albert, al que acompaña a los burdeles de París. Allí, en medio de discusiones entre
dreyfusistas y antidreyfusistas, se hace pasar por judío: “Aprendí yidish (sic), que era
muy fácil a partir del alemán –bastaba pronunciarlo mal y con un toque de humillación-,
y cultivé la amistad de la elite del ghetto parisino (453).”
La mención de Víctor de que el yiddish, escrito yidish en el cuento, sea
entendido como un alemán mal pronunciado y con un toque de humillación mientras
que el francés sea la lengua en la que sus interlocutores le dieron a entender la barbarie

19
de los argentinos permite mostrar las diferentes consideraciones sobre esas lenguas. Así
se observa, entonces, una valoración del francés y del alemán y, por el contrario, una
consideración negativa del yiddish.
Klett (2009a) sostiene que la consideración que se tiene de una lengua puede
repercutir en su aprendizaje:

Cuando el “imaginario lingüístico” en términos de Houdebine-Gravaud (1982), captado


a través de lo que se dice de tal o cual lengua, tiende a la desvalorización de la misma
desde un punto de vista epistémico, instrumental o afectivo, el proceso de aprendizaje
puede verse afectado negativamente (117).

La actitud de Víctor para con el aprendizaje del yiddish muestra una situación
contraria a la posibilidad planteada por Klett. Si bien Víctor, hablante tanto de francés
como de alemán, entiende al yiddish como desvalorizado desde los puntos de vista
epistémico y afectivo, lo considera fácil de aprender y, además, le permite formar
nuevas amistades. Por eso, entendemos que la consideración negativa que el
protagonista tiene de la lengua no se traslada ni a su aprendizaje ni a sus hablantes.
Más tarde, Víctor se casa algunas otras veces. Primero, con una húngara, Muss
Catalina Deasy Alexandra Emily Von Forn de Ujbar, que se suicida en 1925. Después,
con una inglesa de quien se divorció con una gran fiesta en Dublín. Su último
matrimonio fue con una actriz con quien vivió en Alemania y en España y que, al
volverse loca en medio de un viaje a América, es internada en Brasil. Estas tres esposas
viven situaciones similares: son extranjeras en los países donde conviven con el
protagonista y, dos de ellas, deben usar otra lengua.
Posteriormente, durante el gobierno de Hitler, fue traductor en Alemania donde
el embajador argentino le consiguió trabajo como corresponsal del diario Crítica y
cambió su nombre por el de Juan Carlos. Instalado en Argentina, trabaja hasta 1957
como preceptor en una escuela de Quilmes donde conoce a una argentina profesora de
idiomas, de familia vasca pero madre francesa, “que había sido asistente de cirugía y
conocía mucho de ciencias y de lingüística (456)”. Finalmente, trabaja como modelo
publicitario y como periodista.
Este personaje, bautizado como Virginia unos doscientos años antes, vuelve
ahora a la Argentina como el plurilingüe europeo y/o norteamericano Juan Carlos y se
instala en la localidad bonaerense de Quilmes, sitio significativo en relación con el

20
rechazo al ingreso de extranjeros. Es allí donde el 25 de junio de 1806, las tropas
británicas desembarcaron en la primera de las llamadas Invasiones Inglesas. Así, el
personaje llega por un lugar de doble rechazo. Por un lado, por tratarse del espacio
geográfico que ocuparon los invasores hablantes de una lengua extranjera que fueron
vencidos; por el otro, porque el protagonista llega en el rol del gringo, palabra cuyo
origen la etimología popular se lo adjudica a una canción que entonaban los militares
ingleses en dicha invasión: Green grows the grass (Di Tullio, 2010 [2003] 90).
El cuento presenta una enumeración de muchas de las posibilidades de encuentro
con las lenguas: los distintos modos de aprendizaje, la enseñanza, la traducción, la
escritura de manuales de gramática, el trabajo con productos importados de un país con
otro idioma y el ejercicio del periodismo como corresponsal en el extranjero, entre
otros. Además, es interesante destacar que, cuando el narrador refiere su último
romance, menciona que esa joven “conocía mucho de ciencias y de lingüística (456)”,
por lo que se percibe que, para el narrador, la lingüística queda excluida del campo de
las ciencias. Dicha opinión sobre la lingüística puede entenderse si se considera que
para el personaje-narrador, la lengua, lejos de ser una entidad abstracta, era una cuestión
palpable, cercana a su cotidianeidad dada la gran experiencia en relación con las lenguas
extranjeras. Si por un lado, Virginia/Víctor/Juan Carlos se mueve en “terreno seguro”
por dominar satisfactoriamente todas las lenguas que emplea, por el otro,vive al extremo
la idea de Revuz (1998) de que “aprender una lengua es siempre volverse un poco otro”.

II.V. Conclusiones

Que una azafata argentina le hable en inglés a un pasajero argentino; que un


cliente argentino evite hablar castellano en una pizzería de españoles en Londres; que el
yiddish sea comparado con el alemán mal hablado y que un argentino del siglo XIX
combine los apellidos franceses con los vascos, entre otras situaciones, son
consecuencia del imaginario existente sobre las lenguas y sus hablantes. Cada una de
estas actitudes pone en evidencia que existe un conjunto de imágenes compartidas por la
comunidad que afectan los idiomas (Klett, 2009, 119). La imagen positiva o negativa
que se tenga de cada idioma traería como consecuencia la imagen que se tendrá de sus
hablantes. Estos cuentos de Fogwill dan cuenta, entonces, de ese imaginario social que
existe alrededor de algunas lenguas y sus hablantes.

21
Bibliografía

(Se excluyen los textos mencionados en notas al pie del cuerpo central.)

Bordelois. Ivonne (2006). “El inglés: invasión o diálogo” en El país que nos habla. Buenos Aires:
Editorial Sudamericana.

Di Tullio, Ángela (2010 [2003]). Políticas lingüísticas e inmigración, el caso argentino. Buenos Aires,
Eudeba.

Fogwill, Rodolfo (2009) Cuentos completos. Buenos Aires: Alfaguara.

Houdebine-Gravaud, A. (1982). “Norme, imaginaire lingustique et phonologie de français contemporain”.


Le français Moderne. La norme, concept sociolinguistique. París: Cilf.

Klett, Estela (2009a). “El peso de las representaciones sociales en la enseñanza-aprendizaje de las lenguas
extranjeras”. Construyendo la didáctica de las lenguas extranjeras. Buenos Aires: Araucaria editora.

__________ (2002). “Imágenes de las lenguas extranjeras e incidencia en el ámbito social y educativo”.
Tissera de Molina, A. y Zigarán, J. (comp.) Lenguas e interculturalidad. Buenos Aires: Facultad de
Humanidades de la Unas.

___________ (2009b). “¿Qué significa tener un acento al hablar una lengua extranjera”. Construyendo la
didáctica de las lenguas extranjeras. Buenos Aires: Araucaria editora.

López Casanova, Martina (2011). “Contra el sueño quieto de la vida”. Cristófalo, Américo... (et. al).
Fogwill. Literatura de provocación. Los Polvorines: Universidad Nacional de General Sarmiento.

Revuz, Christine. “La lengua extranjera entre el deseo de un lugar diferente y el riesgo del exilio”. En
Signorini, I. (1998). Linguagem e identidade. Campinas, Mercado de letras.

Robert (2002) s. d.

Sarlo, Beatriz (1996). “Oralidad y lenguas extranjeras. El conflicto en la literatura argentina durante el
primer tercio del siglo XX”. Orbis Tertius. Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria. Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Educación. Universidad Nacional de La Plata.

22
III. Apéndice 1. Corpus de fragmentos

En esta sección, se presenta un corpus de breves fragmentos8 de distintos


cuentos, novelas y ensayos argentinos contemporáneos que incluyen las lenguas
extranjeras, ya sea lenguas vivas o muertas. Si bien, no en todos estos textos se narra o
se describe una situación de enseñanza-aprendizaje de una lengua extranjera, cada uno
de ellos resulta una interesante mirada y, por lo tanto, una posible reflexión a partir de la
intervención docente sobre las lenguas.

Con tanta polémica al fuego, hasta el idioma de la Iglesia cayó en la volteada,


cuando el ministro de Educación se mandó contra los latines durante la presidencia del
Zorro. (…) Era funesto meterse con eso. Los flacos de las mejores familias tenían que
leerlo de corrido. Si pretendías ser abogado, la mitad de tu carrera te la llevaba el latín.
(…) Pero aunque tuviera padrinos tan poderosos, el latín estaba realmente muerto y sólo
faltaba echarlo a la fosa. Incluso los alemanes, que adoraban las cosas viejas, decían que
precisabas alma de acero para sortear su mortal aprendizaje, a cambio de beneficios más
que dudosos. Los latinistas palidecían como si acabaras de vomitar por el inodoro la
llave del saber humano. Rogaban al menos que se mostrara cierto respeto por la madre
del castellano. La tribuna se meaba de risa. ¿La madre de quién? ¡Si cualquiera sabe que
la madre del castellano es el vasco!

Belgrano Rawson, Eduardo. Noticias secretas de América. Buenos Aires, Planeta, 1998. (Pp14-16)

Remonté el Amazonas en un lanchón. Escuchen esto. Una mañana encontramos


en la orilla a tres pigmeos de una tribu del interior... Una piedra les había despanzurrado
la canoa y estaban asustados porque estaban lejos de la aldea y no podían volver sin la
canoa. Los llevamos. Pero el riesgo de comunicarse por señas es que puede haber
malentendidos, ¿no? Bueno, nosotros no nos entendimos. Dos días después llegamos a

8
Los fragmentos se presentan alfabéticamente según apellido de los autores y cuentan con la
cita bibliográfica correspondiente.
23
un claro en la bifurcación del río. Los pigmeos se dieron cuenta del error: los habíamos
llevado en otra dirección. Ahora estaban más perdidos que nunca. Se bajaron y me
llamó mucho la atención que los tres anduvieran de aquí para allá en fila india. El dueño
del lanchón me explicó que eran pigmeos de una zona del interior donde la selva era tan
espesa que, habituados a caminar por senderos estrechos, no sabían que podían hacerlo
uno al lado del otro. Se apiadó, los hizo embarcar de nuevo y les prometió que apenas
me dejara a mí, volvería para llevarlos al lugar correcto. ¿No es increíble? Estaban en
un lugar abierto y seguían caminando en fila india...

Bizzio, Sergio. “Un amor para toda la vida”. Buenos Aires: Mansalva, 2011.

Aunque a lo largo de esta imprevista asamblea las posiciones de los actores se


dividirían y se bifurcarían hasta el caos, es posible afirmar que sus principales
protagonistas se refirieron siempre “al aspecto artístico”. Educadísimos como eran, les
hubiera sido imposible criticar a los italianos en presencia de éstos- ya que, por pura e
incomprensible fascinación, en ningún momento los italiani consintieron en levantarse
de la mesa-; pero dado que los pobres no entendían una sola pobre de inglés, los actores
procedieron a reprimir sus propios gestos y ademanes y a tratar de expresar lo que
sentían sólo con los infinitos recursos de su voz y el verso libre… que los italianos oían
arrobados: “Ah, la piú bella musica, la musica della poesía…!” (P. 73)

Yo sé que en el caso de aquella familia, al poder de la naturaleza se agregaron


los cuentos del propio obispo Brown, un viejo escocés que había perdido a toda su
familia a manos de los indios y que ahora se deleitaba en el interés morboso del
pequeño Despard por conocer las aventuras que podían esperarles. Con lo que Brown
les narró en aquellas noches podríamos llenar páginas y páginas, aterrorizadoras como
una novela gótica y sin embargo nimias en comparación con lo que en verdad luego les
tocaría vivir. Pero una historia que el viejo obispo le contó también a Darwin, y que me
gustaría rescatar, porque con ella el pastor modeló su primer poema americano. El
pueblo al que ahora Dahlmann llevaría la Palabra había sido llamado, durante décadas,
‘yagán’, porque esa era la palabra que los indios repetían constantemente ante la
pregunta: I am an englishman, and you? Y sin embargo, el propio pastor Brown había
descubierto que ‘yagán’ significa ‘yo no entiendo lo que usted me dice’, y en ese solo

24
malentendido Dahlmann creyó dislumbrar la explicación de la tragedia de Inglaterra.
(267)

Brizuela, Leopoldo. Inglaterra, una fábula. Buenos Aires: Clarín, Aguilar, 1999.

He escrito estas tarjetas postales en inglés, un “inglés de extranjero”, que luego


traduje a mi español natal, menos por las razones autobiográficas que para mí hicieron
del inglés la lengua de los literario, de lo imaginario, que para borrar la noción de
original, para que ciertos giros hallados al traducir sean luego incorporados en la lengua
traducida, hasta que el original mismo se vuelva traducción.

Quiero agregar que si en esa tierra que llaman la patria está el padre, y en la
lengua es la madre quien opera, en estos gestos de la escritura, de lectura, de
traducciones enfrentadas en los espejos deformantes de varios idiomas, el exilio del que
se habla y que habla es el del hijo.

Cozarinsky, Edgardo. “Nota” en Vudú urbano. Buenos Aires, Emecé, 2007 [1984].

Cuando por quinta vez llegué a la orilla me lo topé de frente, metido con las
piernas en el agua. Me miraba de un modo extraño que no lograba descifrar y me decía
algo en inglés. Lo que fuera que me dijera no lo podía entender porque de inglés yo sólo
sabía decir good morning, pero me acerqué y él me puso una mano en el hombro antes
de repetir aquello con sus labios grandes y duros.
(…) No fue fácil para mí aceptar que Tarzán era alemán y se llamaba con el
impronunciable nombre de Johnny Weissmuller.
(…) Me sacudió con fuerza y me dijo que juntara mis cosas y me fuera, que no
me había traído para que le causara problemas. Lo dijo en inglés, pero uno lo tradujo y
me bastó para mirarle la cara para saber que era cierto.
(…) Revolví el bolsito junto a la piscina, demorado en decidir lo que haría. Pero
cómo iba decirle a nada si el gringo solo hablaba inglés o alemán.

Domínguez, Carlos María. “La confesión de Johnny” en Relatos invisibles, antología de cuentos
contemporáneos. Buenos Aires: Alfaguara, 2005.

25
La gente que habla bien otro idioma no suele merecerlo: en lugar de ser la
recompensa por largos años de estudio, dicha soltura proviene, generalmente, de una
circunstancia harto fortuita. Haber nacido en el seno de una familia bilingüe no es
mérito de nadie, como tampoco lo es tener un aspecto físico que se corresponda con el
ideal cosmético de la época. Por eso resulta ultrajante que un sujeto suyo dominio del
alemán se debe a su apellido entone el espantoso lugar común: “Ah, no. La traducción
es de hecho imposible, ¿cómo pretende usted, para colmo, traducir un poema?”.

Feiling, Carlos. “Un sonido familiar (Borges y la traducción)” en Con toda intención. Buenos Aires:
Sudamericana, 2005. (P. 141)

Ayer me dijo que una de las evidencias incontrovertibles de que el mundo estaba
llegando a su fin era que en su Penguin Dictionary English-Spanish/Spanish-English
figuraba la palabra “reloco”.
Lo sacó de su mochila-ese lugar que parece no tener fondo o por lo menos o por
lo menos contar con una docena de pasadizos secretos-y me lo mostró. Edición de
bolsillo muy usada. Página 425. Reloco: crazy, crackers, bananas, bonkers.
Le dije que no veía la conexión.
Me explicó con un suspiro resignado, me explicó pensando en voz alta que “una
cultura que se resigna no sólo a buscar una palabra para la demencia sino que, además,
se preocupa por aumentar la intensidad de su poderío, bueno, ha perdido toda esperanza
en el futuro”.

Fresán, Rodrigo. “El pánico de la huida considerada ataca de nuevo (un milagro)” en Vidas de santos.
Buenos Aires: Planeta, 1993 (Pp. 77-101)

J. Roberto Oppenhaimer aprendiendo idiomas para así poder leer textos en su


lengua original: Aprendió italiano para leer al Dante; le llevó menos de un mes. Poco
antes de cumplir treinta años conquistó al sánscrito para poder comprender el
Bhagavad-Gita tal como había sido confeccionado. Aun así, en todos y cada uno de los
idiomas que supo hacer suyo se interponía una partícula inconfundiblemente
Oppenhaimer: un nim-nim-nim que ya apareció en estas páginas y que bailaba en la
separación de cada frase convirtiendo cualquier lengua ajena en dialecto particular.

26
Nim-nim-nim como forma de mantra, como contraseña que abría cualquier vía de
escape.

Fresán, Rodrigo. “Música para destruir mundos (un experimento)” en Vidas de santos. Buenos Aires:
Planeta, 1993 (P.118)

Haber tenido un abuelo en Gibraltar (es decir, de sangre española y cultura


inglesa), haber recibido una educación inglesa en un país sudamericano, enseñar una
literatura en lengua extranjera, mientras practicaba otra en la propia, nativa (maternas,
en cambio, para mí fueron ambas), son dones o estigmas que no se borran fácilmente,
porque resultan constitutivos de la identidad cultural como de la física de los genes. No
debe ser casual que si mi primera novela, Las islas, dramatizaba estas discordias y
concordias bajo la forma de la guerra, mi primer libro de ensayos haga lo propio, esta
vez a partir de la figura más pacífica del puente.

Gamerro, Carlos. “Prólogo” en El nacimiento de la literatura argentina y otros ensayos. Buenos Aires:
Norma, 2006.

En el mismo momento del año 1884 en que el grupo familiar integrado por
Antonio Domeniconelle, natural de Filetto, provincia de Chieti, de 25 años y profesión
agricultor; y Ángela Stracciativaglini-yo-natural de Roma, de 19 años y profesión ama
de casa; y el primogénito de ambos, Gaetano, decidía emigrar a la República Argentina
porque Antonio había declarado que no había más futuro que América, se constituyó la
primera comuna de San Fernando de la Resistencia, integrada por los vecinos Antonio
Brígnole, Agostino Andreani, Giusseppe del Nero, Luigi Pezzano y Michelle Svriz. Al
cabo de la primera reunión, se designó intendente al Juez de Paz Lorenzo Borrini, quien
firmaba “Onorévole Presidente della Municipalitá” porque el idioma que se hablaba en
el Chaco era el italiano. Y en italiano se inscribieron los primeros hijos del pueblo, y
todos los niños chaqueños eran criados como auténticos italianos mientras a mí se me
fracturaba el corazón para siempre porque dejaba en Italia a mis pequeños Cenzino y
Nicoletto.(…)

Giardinelli, Mempo. Santo oficio de la memoria. Barcelona: Ediciones B, 2004 (P. 224)

27
Siempre se llega a donde uno quiere llegar, repetía la abuela Ellen ante cualquier
adolescente duda de mi adolescencia. Mirame a mí, si no, viniendo desde Groenlo hasta
Barrancas con sólo ocho años. Desde un pueblito perdido cerca de la frontera alemana
en los Países Bajos hasta otro pueblito perdido en el país más bajo de todos los países
del mundo, a los ocho años de edad. A lo que yo, indefectiblemente, contestaba con un
suspiro y con la temeraria afirmación de que aquello no tenía tanto mérito, que esa
travesía ella la había hecho acompañada por sus padres y no sola, que yo no tenía a mis
padres. La escena terminaba, la mayoría de las veces, con Ellen apuntándome con su
ajado dedo índice y explicando con una paciencia infinita que al diccionario nederlands-
spaans la única que lo sabía manejar era ella, que sus padres no tenían ni la más remota
idea de que existiese en el mundo un idioma tan complicado y tan imperfecto como el
español, y que, la verdad sea dicha, si no hubieses sido por hecha, por Ellen, ni la señora
Rosa Gunnewiek, su madre, ni muchísimo menos el señor Frederick Klein, su padre,
hubieses arribado jamás a la amable estación de trenes de San Francisco de las
Barrancas en la fría primavera del año mil novecientos veintinueve. Y había que creerle,
nomás. La mujer, desde luego, no era cualquier mujer. (P.22)
(…) Dos patrias.
En castellano, Ruska, la palabra se presta demasiado a la confusión. Oscurece y
desordena las ideas, mezcla lo imposible de mezclar, perturba las mentes. Cuando no las
trastorna para siempre, claro. Tiende a dejarse interpretar como una entidad
completamente abstracta, quiero decir. Más que la sencilla descripción de un hecho
irrevocable parece resignarse con increíble facilidad a la pérdida de pater, su inequívoca
raíz latina. Y esa distancia que impone el despojo del pater la hace, paradójicamente, de
lo más complaciente, de lo más asequible, de lo más utilizable. (P. 125)
En el campo se hablaba una sola lengua. La misma lengua que se hablaba en el jardín de
infantes de San Francisco de las Barrancas. La lengua de la paz, el castellano, la única
que más tarde también hablaría en la escuela y en la verdulería y en la plaza y en los
partidos de fútbol.
Pero además había otra lengua en la colonia.
Una lengua que, a falta de mejores nombres, yo supe bautizar, apenas pude reconocer
sus evidentes diferencias, como la lengua de la guerra. (P. 157)

Jeanmarie, Federico. Países Bajos. Buenos Aires: Seix Barral, 2004.

28
En esas felices circunstancias, el primero o el segundo lunes que tuve libre lo
aproveché para ir a visitar a mi suegro, un tipo al que quería mucho. Apenas nos
encontramos me dijo en holandés, y riéndose a carcajadas, que parara un poco de
trabajar, que si seguía así iba a salir el sol. Yo me reí más que nada para no defraudar
sus carcajadas, pero en verdad no le había entendido lo que me había querido decir y
suponía que mi falta de entendimiento estaba ligada a mi todavía muy deficiente
relación con el idioma. Al rato, mientras compartíamos la segunda o tercera copa de
ginebra, me animé y le pedí que me repitiera, un poco más lento, aquello que me había
dicho en medio de las carcajadas, cuando nos habíamos encontrado. Entonces me lo
repitió más despacio y enseguida se tomó el ocioso trabajo de explicarme que como en
su país llovía casi todo el año, cuando alguien hacía algo que no estaba acostumbrado a
hacer, se le atribuía a ese alguien la absoluta responsabilidad por una muy improbable y
próxima aparición del sol.
Recién ahí me reí.
Me reí mucho mientras trataba de contarle que en mi país, y bajo las mismas
circunstancias, se decía exactamente lo contrario, que el candidato en cuestión iba a
hacer llover.
Jeanmarie, Federico. Papá. Buenos Aires: Seix Barral, 2007 (2004).

-Bellas ruinas. Muy. Muchas. Impresionante.

Canadá esperaba el camión que los llevaría de vuelta a Oaxaca sentado en un


banco, bajo la sombra que producía el techo de chapas de una suerte de garita que había
justo en frente de la tienda de artesanías, a la salida de Monte Albán. Y, a juzgar por su
enorme sonrisa, parecía también estar esperándolo a él, con unas ganas incontenibles de
comentarle en detalle su reciente visita a la ciudadela.

-Yo sólo quiero dormir la siesta. Estoy muerto.

-¿Tú? ¿Muerto?

El rubio canadiense empalideció, si cabe la posibilidad de tal cosa teniendo en


cuenta la casi inconmovible rojez de sus cachetes, y su repentina palidez le hizo
comprender al hombre, de inmediato, que quizás había dicho lo que había dicho
demasiado rápido y el otro solamente había alcanzado a comprender, de manera literal

29
que estaba muerto, o que, si no, quizá lo había dicho de una forma muy argentina o, en
el peor de los casos, cometiendo ambos pecados al mismo tiempo. Por eso, con algo o
mucho de culpa, se apuró a explicarle, ya mudado al inglés, que estar muerto era una
forma coloquial de graficar que uno estaba muy cansado, que casi no podía hablar del
cansancio, que necesitaba con urgencia dormir una siesta. Esta última palabra la dijo en
castellano para enseguida comunicarle a su interlocutor que dicha palabra, de la cual
desconocía su existencia en el idioma inglés, refería a un periodo de tiempo, un par de
horas de sueño, como mucho; un descanso que por lo general se tomaba por la tarde.

Jeanmaire, Federico. Vida interior.Buenos Aires: Emecé, 2008.

-¿Han visto un niño solo aquí?

Preguntó aturdida, en castellano. Los hombres contestaron en árabe. Sabía que


era inútil sin embargo insistió en inglés, escuchando su voz como un eco mientras se
alejaba del café, una voz que rebotaba contra las puertas infranqueable de gente que no
la comprendía, de vendedores que le ofrecían baratijas, de un mísero segundo de
atención prestada sobre la gritería con que tentaban a los turistas, de una sonriente,
empalagosa indiferencia. Welcome to Egypt. Y cuando ya había perdido toda esperanza
de encontrarlo, lo vio.

Kociancich, Vlady. “La puerta de Aljalil” en La ronda de los jinetes muertos. Bs As: Seix Barral, 2007.

Una cosa rara es que mi prima sabía cuatro idiomas. Sabía polaco, ruso, árabe y
serbo-croata. Inglés leía con ayuda del traductor de la computadora –el global link dijo
el Nene que con eso se habían entendido-, hablarlo no. Parece que el latín era su fuerte,
pero no la veía contestando en latín las preguntas del oficial de inmigraciones. En suma,
debíamos estar muy atentos. (134)

(…)

-¿Cómo pensabas que una Bobrowski aprende idiomas raros? O con una institutriz o
con los viajes. Yo ahora viajo. Estoy aprendiendo el español, querido primo. (142)

Kociancich, Vlady. “Mi prima de Polonia” en La ronda de los jinetes muertos. Bs As: Seix Barral, 2007.

30
Lo conocí en una rave, en Costanera Sur. Nos reunió, en el mismo banco de
piedra, la saturación de la música tecno y el hastío, que seguramente no tenía la misma
raíz en cada uno de nosotros. El primer equívoco fue casi instantáneo: cuando no
entendía lo que yo decía (pese a mis modulaciones exageradas, lentas, casi insultantes-
lo sé ahora) me preguntó si era extranjero. Contesté que sí, en la esperanza de que la
extranjería nos fuera a ambos más soportable que el sistema de clases o las abismales
diferencias de edad (que constituyen otras clases): él tenía qué se yo, dieciocho años.
Por supuesto, le pregunté por los tatuajes apenas perceptibles en el fondo negro de la
noche. Eran muchos: en los brazos, en las piernas, los tobillos. Lo que eran, él me lo
contaba. Y me contaba también que cada seis meses, como mucho, agregaba un tattoo a
su cuerpo magro. No llegamos a discutir por qué lo hacía. No había en la cabeza,
seguramente, palabras para explicar algo que, por definición, escapa a las gramáticas
usuales de la carne. (…)

Link, Daniel. “1998” en Clases. Literatura y disidencia. Buenos Aires: Grupo Editorial Norma, 2005. (P.

111)

(…) Descompuesto y estresado, al llegar confirmé que perdieron la valija en la


escala de Barajas y tuve que enfrentarme, en ese estado de fragilidad emocional, con la
dura realidad de comprobar que no entiendo ni puedo hablar absolutamente nada en
italiano. Los japoneses que estaban en la misma cola para el reclamo de equipajes
hacían los trámites de forma mucho más tranquila y eficiente que yo, que siempre me
creí que podía entender ese idioma, supuestamente tan familiar.
Nací y crecí en un pueblo del medio del campo, en la provincia de Santa Fe. Una
zona que se conoce como “la pampa gringa”, un cuadrilátero que se forma uniendo con
rectas imaginarias las ciudades de Rafaela, Esperanza, Sunchales y San Francisco (que
está justo en el límite entre Santa Fe y Córdoba). Todas colonias de inmigrantes
europeos. La mitad de los compañeritos de mi escuela tenían abuelas italianas que
estaban todo el tiempo gritando, protestando, puteando, maldiciendo a la porca
madonna, diciendo vanffanculo!, intercalando una palabra de cada tres en dialecto
piamontés, toscano o friulano. Sonaban iguales. Todo era italiano. Ese recuerdo está
presente hasta ahora como el olor de la bagna cauda. Será por eso que creía que

31
entendía el idioma. Finalmente terminé hablando inglés básico y, a pesar de que tengo
certificado del nivel tres aprobado por la Cultural Inglesa de Rosario, algo debo haber
dicho mal, porque mandaron la maleta a un hotel con el mismo nombre pero en otra
ciudad, y recibí la valija, con la ropa, cuatro días después, ya casi cuando regresaba.
(…)

L ó p e z , M a r c o s . “Muerte en Venecia” en Radar, 28 de agosto de 2011

…se me ocurrió que podría aprovechar la ocasión y hacerle un extenso reportaje


a la abuela. La Fundación Shoah ya había hecho lo propio en 1996, pero con tan poco
tacto que enviaron para la entrevista a un tipo que no sabía ni pronunciar correctamente
jitler en alemán. Obligada a contestar en portugués, la abuela, que sólo habla alemán y
que en sesenta años de exilio apenas si logra hacerse entender con sus coterráneos
brasileros (sic), salió furiosa. Valiéndome de nuestros idiomas en común y de nuestro
parestenco, mi idea era recoger su testimonio en un marco más intimista…
…el reencuentro con el idioma alemán y mi reciente vuelta al periodismo me
transmitieron la ilusión de que sería sencillo. La inocencia me valga.

Magnus, Ariel. La abuela. Buenos Aires: Planeta/Seix Barral, 2006. P.21-22

Para hacer aquella afirmación Connie había abandonado la lengua en que hasta
ese instante había estado hablando con Christine, el francés, y había continuado en
inglés. Sólo una persona bilingüe -pensó él- podía recurrir con naturalidad a estos
cambios para enfatizar el sentido de sus palabras, pero en general no lo haría en medio
de una discusión si no estuviese segura de que su interlocutor no perdería el hilo de la
conversación y de que advertiría, además, que el cambio señalaba algo más que uno de
los repentinos caprichos de la ira. Minelli se dijo entonces que desde su punto de vista
lo más simple para él era establecer provisoriamente que Connie no había nacido en el
mismo país que Christine a pesar de que parecía evidente que compartían la misma
lengua materna…
Martini, Juan. El fantasma imperfecto. Buenos Aires: Alfaguara, 1994 [1986] P. 84

32
-Hoy no lo vide- se agauchó Yoshio al contestar-. En todo el santo día no lo había visto-
rectificó. Soy el sereno nocturno, soy sereno y vivo de noche y conozco los secretos de
la vida de hotel y los que saben que sé me temen. Todos aquí saben que a la hora en la
que mataron a Tony yo siempre duermo.
-¿Y qué temen, los que temen?- preguntó Groce.
-Los hijos pagan la culpa de los padres y la mía es tener los ojos rasgados y piel
amarilla-contestó-. Usted me va a condenar por eso, por ser el más extranjero de todos
los extranjeros en este pueblo de extranjeros.

Piglia, Ricardo. Blanco nocturno. Buenos Aires: Anagrama, 2010 (Pp.78-79)

(…) Dijo que había recibido una invitación, en realidad una tarjeta oficial,
donde se lo invitaba a un lunch en el consulado. Le confieso, dijo el conde, que me
siento tentado a asistir, si bien temo que sea una broma o incluso una trampa. ¿Y sabe
por qué, a pesar de todo, estoy tentado a ir? Porque hace más de cincuenta años que no
me encuentro en un lugar donde más de dos personas vivas hablen en ruso. Escucho el
idioma de mis antepasados en los sueños y a veces voy a ver los films soviéticos sólo
para oír los diálogos, pero en ese caso tengo siempre la impresión de estar viendo una
película filmada en Hollywood, digamos por Walt Disney, y doblada al ruso. Tenía la
ingrata sensación, dijo el conde, de que los rusos actualmente hablaban la lengua de
Pushkin como si estuviera traducida del inglés. Ninguno de ustedes puede imaginarse lo
que es la música de nuestra lengua natal. Vesta fiavesoglidatay krasavitsa movosti jvat,
recitó el conde Tokray. Oh, las palabras de mi tierra, dijo, música inolvidable. Otra cosa
que lo hacía dudar sobre las verdaderas intenciones de esa invitación, dijo después, era
que en la tarjeta habían escrito Señor Antón Tokray. Señor Antón Tokray, eso me ha
parecido una ofensa deliberada e inútil. Puedo asegurarles que si hubiera tenido la
certeza de que en Rusia sería reconocido mi título de Conde, quizás, digo quizás, me
hubiera decidido a regresar. (Pp. 110-111)

(…) Cerrar e integrar las dos líneas básicas que definen la escritura literaria en el
XIX. ¿A ver? dijo Marconi. Punto uno, el europeísmo, dijo Renzi, Lo que se sabe, de
eso hablábamos recién con Tardewski; lo que empieza ya con la primera página del

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Facundo. La primera página del Facundo: texto fundador de la literatura argentina. ¿Qué
hay ahí? dice Renzi. Una frase en francés: así empieza. Como si dijéramos la literatura
argentina se inicia con una frase escrita en francés: On ne tue point les idées (aprendida
por todos nosotros en la escuela, ya traducida). ¿Cómo empieza Sarmiento el Facundo?
Contando cómo en el momento de iniciar su exilio escribe en francés una consigna. El
gesto político no está en el contenido de la frase, o no está solamente ahí. Está, sobre
todo, en el hecho de escribirla en francés. Los bárbaros llegan, miran esas letras
extranjeras escritas por Sarmiento, no las entienden: necesitan que venga alguien y se
las traduzca. ¿Y entonces? Dijo Renzi. Está claro, dijo, que el corte entre civilización y
barbarie pasa por ahí. Los bárbaros no saben leer en francés, mejor son bárbaros porque
no saben leer en francés. Y Sarmiento se los hace notar: por eso empieza el libro con esa
anécdota, está clarísimo. Pero resulta que esa frase escrita por Sarmiento (Las ideas no
se matan, en la escuela) y que ya es de él para nosotros, no esde él, es una cita.
Sarmiento escribe entonces en francés una cita que atribuye a Fourtol, si bien Groussac
se apresura, con la amabilidad que le conocemos, a hacer notar que Sarmiento se
equivoca. La frase no es de Fourtol, es de Volney. O sea, dice Renzi, que la literatura
argentina se inicia con una frase escrita en francés, que es una cita falsa, equivocada.
Sarmiento cita mal. En el momento en que quiere exhibir y alardear con su manejo
fluido de la cultura europea todo se le viene abajo, corroído por la incultura y la
barbarie. Apartir de ahí podríamos ver cómo proliferan, en Sarmiento pero también en
los que vienen después hasta llegar al mismo Groussac, como decíamos hace un rato
con Tardewski, dice Renzi, cómo prolifera esa erudición ostentosa y fraudulenta, esa
enciclopedia falsificada y bilingüe.(…) (Pp. 119-120)

Piglia, Ricardo. Respiración artificial. Buenos Aires: Planeta, 2000 [1980]

(…) Hagan un curso de inglés o tomen un intérprete pero no se enojen cuando


no entiendan algo o cuando algún lugareño no les entienda el bolonqui Pitman-Toiland,
Chat-Tarzán-Spanglish que ustedes creen que es inglés básico. Recuerden que far quiere
decir lejos y fart, pedo, que us o sea nosotros se pronuncia as pero si decimos ass, con
ese fuerte estamos diciendo culo.

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Recordar que en U.S.A. las puertas de bares y restaurantes dicen pull, que quiere
decir tire y push que quiere decir empuje. No trabemos las salidas tirando donde hay
que empujar o viceversa. Y no olvidar que estos gringos son tan vuelteros que a todo
hay que agregar please o sea por favor, expresión borrada de nuestro “ser nacional”
vaya a saberse por qué extraño decreto. (…)

Pinti, Enrique. “Felices vacaciones” en Y usted, ¿de qué se ríe?, antología de textos con humor. Buenos
Aires: Colihue, 2006.

-¿Y qué lenguas me enseñaste?


-Lenguas hay muchas y están cerca de la mente y los oídos… Puedes tomarlas, puedes
pasarles por delante y volver a tomarlas, puedes calpestarlas… Puedes dejar que pierdan
el corazón o disimulen el cuerpo como mujeres de pudor… Ninguna te enseñé, pero
aprendiste… y sé que la hablas dentro de ti… y que no se te escucha…
-Filipo dice que nadie escucha.
-¿Pará qué quieres que escuchen? También fuiste niño sin palabras… y yo te amaba
igual… Es posible no saber, es posible callar, es posible olvidar toda palabra… Sin
embargo, escribes… y es tu propio libro… sin el sonido de los nombres y los hechos…
y no importa cuándo pensaste… y si te contaron… o has fabricado las vidas…
Prepárate, hijo, entonces.

Raschella, Roberto. Diálogo en los patios rojos. Buenos Aires: Paradiso ediciones, 1994. (P. 26)

El aprendizaje del idioma que hablaban, por ser rudimentario, me resultaba


todavía más difícil. Un observador esporádico hubiese podido pensar que ese idioma iba
construyéndose según el capricho del que lo hablaba. Más tarde comprendí que aun
hasta al capricho nuestro entendimiento le inflige leyes que le dan la ilusión del conocer
e incluso en eso la vida de los indios contrastaba con la de los otros hombres entre los
que había vivido y viviría. Esa vida me dejó -y el idioma que hablaban los indios no era
ajeno a esa sensación-un sabor a planeta, a ganado humano, a mundo no infinito sino
inacabado, a vida indiferenciada y confusa, a materia ciega y sin plan, a firmamento
mudo: como otros dicen a ceniza.
(…) Día tras día, el idioma de mi infancia, del que no habían parecido persistir,
en las primeras horas, más que pedazos indescifrables, fue volviendo, íntimo y entero, a

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mi memoria primero, y después poco a poco a la costumbre misma de mi sangre. El
cura, con su insistencia, me ayudaba, pero en él la sospecha hacia mi persona, a pesar de
que cumplía puntual con su deber de caridad, era más grande que en los otros, porque
parecía convencido, como pude ir dándome cuenta por la orientación de sus preguntas,
de que la compañía de los indios, de los que él, por otra parte, no sabía nada, había sido
para mí una ocasión de probar todos los pecados.
(…) Era un hombre erudito, e incluso sabio. Todo lo que puede ser enseñado lo
aprendí de él. (…) No fue fácil; más que el latín, el griego, el hebreo y las ciencias que
me enseñó, fue dificultoso inculcarme su valor y su necesidad.
(…) Yo pensaba que, agradecidos de coincidir en su ser material y en sus
apetencias con el lado disponible del mundo, podían prescindir de la alegría.
Lentamente sin embargo, fui comprendiendo que se trataba más bien de lo contrario,
que, para ellos, a ese mundo que parecía tan sólido, había que actualizarlo a cada mo-
mento para que no se desvaneciese como un hilo de humo en el atardecer. Esa
comprobación la fui haciendo a medida que penetraba, como en una ciénaga, en el
idioma que hablaban. Era una lengua imprevisible, contradictoria, sin forma aparente.
Cuando creía haber entendido el significado de una palabra, un poco más tarde me daba
cuenta de que esa misma palabra significaba también lo contrario, y después de haber
sabido esos dos significados, otros nuevos se me hacían evidentes, sin que yo
comprendiese muy bien por qué razón el mismo vocablo designaba al mismo tiempo
cosas tan dispares. En-gui, por ejemplo, significaba los hombres, la gente, nosotros, yo,
comer, aquí, mirar, adentro, uno, despertar, y muchas otras cosas más. Cuando se
despedían, empleaban una fórmula, negh, que indicaba también continuación, lo cual es
absurdo si se tiene en cuenta que, cuando dos hombres se despiden, quiere decir que el
intercambio de frases se da por terminado. Negh viene a significar algo así como Y
entonces., como cuando se dice y entonces pasó tal o cual cosa. Una vez oí que uno de
los indios se reía porque los miembros de una nación vecina lloraban en los nacimientos
y daban grandes fiestas cuando alguno se moría. Le señalé que ellos, cuando se
despedían, decían negh, y él me miró largamente, con los ojos entrecerrados, con aire de
desconfianza y de desprecio, y después se alejó sin saludar. En ese idioma, no hay
ninguna palabra que equivalga a ser o estar. La más cercana significa parecer. Como
tampoco tienen artículos, si quieren decir que hay un árbol, o que un árbol es un árbol
dicen parece árbol. Pero parece tiene menos el sentido de similitud que el de
desconfianza. Es más un vocablo negativo que positivo. Implica más objeción que

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comparación. No es que remita a una imagen ya conocida sino que tiende, más bien, a
desgastar la percepción y a restarle contundencia. La misma palabra que designa la
apariencia, designa lo exterior, la mentira, los eclipses, el enemigo. El horizonte
circular, que me había parecido al principio indiscutible y compacto, era en realidad, tal
como lo designaba el idioma de esos indios, un almacén de supercherías y una máquina
de engaños. En ese idioma, liso y rugoso se nombran de la misma manera. También una
misma palabra, con variantes de pronunciación, nombra lo presente y lo ausente. Para
los indios, todo parece y nada es. Y el parecer de las cosas se sitúa, sobre todo, en el
campo de la inexistencia. La playa abierta, el día transparente, el verde fresco de los
árboles en primavera, las nutrias de piel tibia y palpitante, la arena amarilla, los peces de
escamas doradas, la luna, el sol, el aire y las estrellas, los utensilios que arrancaban, con
paciencia y habilidad, a la materia reticente, todo eso que se presenta, nítido, a los
sentidos, era para ellos informe, indistinto y pegajoso en el reverso contra el que se
agolpaba la oscuridad.

Saer, Juan José. “El entenado”

Los carniceros tocaron con una cruz la frente del niño que yo era, me dieron un
nombre nuevo, Felipillo, y después, lentamente, me enseñaron su lengua. La vislumbré,
gradual, y hacia mí, Felipillo, las palabras avanzaron desde un horizonte en el que
estaban todas empastadas, encimadas unas sobre las otras para ser, otra vez, como los
barcos, puntos negros, filigranas de hierro negro, y por fin una selva de cruces, signos,
palos y cables desagregándose de grumo hirviente como hormigas despavoridas de un
hormiguero. Entonces dejé de ser la criatura desnuda en cuyos ojos destelló el metal de
las armaduras y en cuyos oídos resonó por primera vez el estruendo de las velas, y
empecé a ser el Felipillo, el hombre dotado de una lengua doble, como la de las víboras.
De mi boca sale ya la bendición, ya el veneno, ya la palabra antigua con que mi madre
me llamaba al atardecer, entre las fogatas y el humo y el olor a comida que flotaba en
las calles rojizas, ya esos sonidos que repercuten en mí como en un pozo seco y sin
fondo. Entre las palabras que la voz le arranca a la sangre y las palabras aprendidas que
la boca come ávida de la mesa de los otros, mi vida se balancea sin parar y traza una
parábola que a veces borra la línea de demarcación. Me siento como atravesando una
región en la que hay zonas diurnas y nocturnas, alternadamente, como el gallo que canta

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a deshora, como el bufón que improvisaba para Ataliba, entre la risa de la corte, una
canción que no estaba hecha de palabras sino únicamente de ruido.
Cuando los carniceros juzgaron a Ataliba, yo fui el intérprete. Las palabras
pasaban por mí como pasa la voz del Dios por el sacerdote antes de llegar al pueblo. Yo
fui la línea de blancura, inestable, agitada, que separó los dos ejércitos formidables,
como la franja de espuma separa la arena amarilla del mar; y mi cuerpo el telar
afiebrado donde se tejió el destino de una muchedumbre con la aguja doble de mi
lengua. Las palabras salían como flechas y se clavaban en mí resonando. ¿Entendí lo
mismo que me dijeron? ¿Devolví lo mismo que recibí? Cuando mis ojos, durante el
juicio, se clavaban en las tetas azules de la mujer de Ataliba, tetas a las que la ausencia
de la mano de Ataliba permitiría, tal vez, la visita de mis dedos ávidos, ¿la turbación
desfiguraba el sentido de las palabras que resonaban en el recinto inmóvil? De una cosa
estoy seguro: de que mi lengua fue como la bandeja doble sobre cuyos platos elásticos
se asentaban cómodamente la mentira y la conspiración. Sentí el estruendo de los dos
ejércitos, como dos mares que se juntan, el mar de la sangre y el agua negra del mar
extranjero y ahora, en el atardecer, camino por la playa, un hombre viejo encorvado
bajo la bóveda de voces enemigas que se extiende interminable sobre mis ruinas
comidas por la selva.
No morí con los que murieron cuando proferí la sentencia, como un chorro de
agua que se sorbe, se gargariza y después se escupe, pero tampoco vivo la vida feroz de
los carniceros cuyas voces el viento me trae de noche, cuando me acuesto en la selva.

Saer, Juan José. “El intérprete” en Cuentos completos. Buenos Aires: Seix Barral, 2008.

Llegué y el primer día de clases vi a las madres de los chicos, analfabetas,


muchas vestidas casi como campesinas, con el pañuelo caído casi hasta la mitad de la
frente y las polleras anchas y largas. Algunas no hablaban español, eran ignorantes y se
las notaba nerviosas porque seguramente era la primera vez que salían para ir a un lugar
público argentino, a un lugar importante donde se les pedían datos sobre los chicos y
papeles. Estas madres, muy tímidas, muy calladas, dejaban a sus hijos en la puerta. Los
primeros años que dirigí esa escuela tenía un chico extranjero cada diez chicos
argentinos, más o menos; pero muchos de esos chicos argentinos también eran hijos de
extranjeros y no escuchaban palabras de español en la casa, sobre todo si eran niñas y se
habían criado de puertas adentro.

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Sarlo, Beatriz. “Cabezas rapadas y cintas argentinas” en La máquina cultural. Buenos Aires: Seix Barral,

1998

(…) Victoria Ocampo que, en 1924, todavía no sabía escribir en español y debía
hacer traducir por otros sus originales escritos en francés (que es su primera lengua
literaria), pide a un bengalí que le traduzca al inglés (que es la segunda lengua del
poeta) un poema en bengalí. La futura traductora, que hará de la revista Sur una
empresa de traducción, pide que le traduzcan de una lengua cuyos sonidos le resultan
incomprensibles y cuyos grafemas le parecen signos de la naturaleza (huellas de
pájaros).
(…) Como sea, hay una falla lingüística: el inglés de Victoria Ocampo (que ella
siempre sintió como una lengua natural) parecía insuficiente frente a Tagore9. No solo
las culturas, sino los idiomas, que Victoria Ocampo pensaba que nunca serían un
obstáculo, podían convertirse en origen de malentendidos. En lugar de la lengua
extranjera como puente, la lengua extranjera como obstáculo.
Sin embargo, Victoria Ocampo era perfectamente trilingüe. Lo que sorprende
precisamente es su perfecta capacidad de switching entre lenguas y nunca queda la duda
de cómo esa mujer se comunicaba con sus interlocutores ingleses o americanos. El
francés fue su primera lengua escrita, pero el inglés se sumó muy temprano a la
educación de infancia.(…)
Sarlo, Beatriz. “Victoria Ocampo o el amor de la cita” en La máquina cultural. Buenos Aires: Seix
Barral, 1998 (Pp.90-93)

Scarlett va al granero a buscar a Ashley. Necesita un consejo, que él la ayude a


pensar en una solución. Y él, con la mirada perdida en la lejanía, en el mismo horizonte
donde el sol se está poniendo, le habla del crepúsculo de los dioses. Algo del
Gotterdamerung, le dice. Habla en alemán. Scarlett tiene grandes méritos pero entender
las abstracciones filosóficas no es uno de ellos. Esos pensamientos ya le resultan
difíciles en su propio idioma así que en alemán, son jeroglíficos egipcios. Ella le dice
que lo ama: eso sí lo entiende, lo sabe en carne propia. Entonces él pierde la
caballerositud, la besa como un desaforado, le dice que una sola palabra más y la hace
suya.

9
Sobre la estadía de Tagore en Argentina auspiciada por Victoria Ocampo, ver Lojo, María Rosa,
“Historia de una pasión extranjera” en Radar libros, 25 de septiembre de 2009.

39
Schvartz, Graciela. Señales de vida. Buenos Aires: Emecé editores, 2008. P.32

Como Thelma y Louise, allá vamos, Beth y Ani por las carreteras de Estados
Unidos en una troquita blanca. Truck quiere decir camión y se traduce como “troca” en
el español fronterizo de New Mexico, en el que los contestadores telefónicos traducen el
I’ll call you back (es decir, “le devolveré la llamada”) por un literal “lo llamo para
atrás”. (….)
Beth enseña español en la Universidad de Las Cruces. Para mi sorpresa (yo
esperaba un grupo de yanquis luchando contra las vocales netas y la doble erre de
nuestro idioma), todos sus estudiantes son en realidad hispano-hablantes. Muchos son
hijos de mexicanos, que han aprendido el español con sus padres, lo hablan mezclado
con el inglés y les da mucha vergüenza hablar en público ese idioma privado, que sólo
usan en su casa y que consideran incorrecto o torpe. Todos ellos pronuncian mejor que
su profesora, pero no lo saben. El trabajo de Beth es, sobre todo, infundirles confianza
en su propio conocimiento de la lengua. Y, por supuesto, enseñarles literatura, el uso
más rico y complejo de un idioma. (…)

Shua, Ana María. “Por las carreteras del recuerdo” en Historias verdaderas. Buenos Aires: Editorial
Sudamericana, 2004.

(…) Sé que los militares argentinos pasaron de idealistas a degüello. Después


mandaron a otros a una guerra perdida. Los que sobrevivieron todavía no han superado
el terror y se lo han transmitido a los hijos. Parece que sólo los tranquiliza llevar una
tarjeta de crédito. Igual, yo no escribo para que me lean. Utilizo las lenguas que me
vienen a la cabeza según el humor con que empiezo cada día. Viví en tantos lugares
diferentes que cada idioma está atado a un afecto, a un suceso. Escribiré en turco, en
inglés y en castellano sin traicionar ni reprimir los sentimientos. En alemán hablaré de
aquella chica de Berlín, en polaco del campo al que me llevaron por tratar con judíos, en
inglés de mis incursiones australianas. (…)

Soriano, Osvaldo. “Casablanca” en Piratas, fantasmas y dinosaurios. Buenos Aires: Norma, s.f.

Llegamos a Francia y tuve que hacer nuevos amigos que hablaban un idioma
cantarín y engolado que al principio no entendía. Todo era nuevo para mí: el idioma
pero también la nieve, las calles que se terminaban enseguida y si uno doblaba la

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esquina, se perdía, porque en París es imposible dar vuelta a la manzana. Les muestro el
plano de mi barrio y díganme ustedes cómo harían para ubicarse en este enjambre de
callecitas.
Soriano, Osvaldo. El gato negro de París. Buenos Aires, Seix Barral, 2007 [1989] P. 11

El nieto arrancaba, divertido, como habría arrancado el cochero en Rusia, donde


ella regenteaba casa, campos, coches, caballos, hijos, campesinas que le servían de
nodrizas… y algún marido.
Todo se terminó de golpe, un día. Tiempos del zar, un pogrom. El desastre fue
precedido por un presagio, que casi cuesta la vida de la mitad de sus hijos. Estaban estos
reunidos en el granero, tomando una clase de francés (Cuando uno oía estas historias,
incansablemente repetidas en la familia, no se preguntaba el por qué de las cosas. Si las
clases de francés se daban en el granero, es que esa sería la costumbre de Rusia y
basta.). Mi abuelo, que ya entonces era un poeta, un filósofo y un vago, en vez de mirar
a la mademoiselle, miraba el techo. Pensaba en las cerezas del bosque, en las tetas de la
nodriza que alimentaba a su hermano menor, y en su ilustre ascendencia que llegaba,
según le enseñaba su madre, “dirrectamente hasta el erey David”. (Yo estaba
convencida de que en Rusia la gente hablaba castellano, con acento.) De pronto el joven
pensador vio algo en el techo. Abrió la boca, y se hundió en varias reflexiones más
sobre el acontecer de las cosas. Finalmente tiró su silla, arrastró a su hermana hacia la
puerta y empezó a gritar: “¡Foigue! ¡Foigue!”.
Alcanzaron a salir todos juntos justamente antes de que el techo del granero, en
llamas, se desplomara sobre sus cabezas.

Steimberg, Alicia. Músicos y relojeros. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1971. (Pp 23-24)

Mi nombre es Xosé Castro Madeina, natural de Vigo, Galicia. Fui criado por mi
nodriza, doña Molly Malone, nacida en mi querida Irlanda. Con ella, aprendí inglés,
francés y los rudimentos del gaélico, la lengua que aún conserva la áspera música de los
antiguos guerreros y poetas celtas. (…) Aquí [en Argentina] me dicen Jose, sin acento, o
genéricamente el “gallego”.

Suárez del Prado, Marcelo. Chaquetein 1880 o el Frankenstein criollo. Buenos Aires: Alfaguara, 2004.

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Se llamaba Bruno Edels y vivía con su familia en Praga. Cuando asesinaron a
sus padres en un pogrom, sus hermanas, Ana y Lena, huyeron a Francia y él se refugió
en la aldea rusa de Tsárskoye Seló, en la casa de una familia campesina. Allí se
enamoró de Olga Gumiliov. Cuando a ella la fusilaron por traición al zar de todas las
Rusias, él se vio obligado a huir, y cruzó el mar Negro, y llegó al puerto de Atenas.
Trabajó allí como estibador y, luego, como contramaestre en un barco turco. Tenía
veinticinco años.
(…)
Al poco tiempo, Bruno Edels estaba instalado en Colón. Allí empezó a trabajar
la tierra sin reposo; fue peón de estancia, alambrador y matarife. Aprendió a leer y
escribir el castellano sin ayuda de nadie; era extraño escucharlo arrastrar la erre,
pronunciar las palabras con vehemencia y demorar las sílabas.

Suez, Perla. Complot. Buenos Aires: Norma, 2004.

El profesor Bosset estaba cansado de enseñar latín. No estaba cansado del


idioma en sí; había ido a España últimamente y había visto el “alta fagus” mencionado
por Propercio, pero tenía setenta años y hacía cuarenta que enseñaba latín. Había un
rigor, una contracción al estudio que los estudiantes iban perdiendo progresivamente;
pero sobre todo, en los últimos diez años, habían ocurrido fenómenos nuevos en cuanto
al aprendizaje; no solo los alumnos tenían dificultades en el aprendizaje del idioma; eso
había sucedido siempre; ahora sucedía que los alumnos creían que un texto latino podía
traer cualquier cosa; eso significaba que los alumnos no tenían la menor conciencia
histórica y tampoco astucia y sensatez para darse cuenta de que oraciones puede elegir
un autor de textos para uso escolar.
Las frases que debían traducir, al comienzo de los estudios, eran de este tipo:
“Las hijas de los marineros les dan una corona de flores a los hijos de los agricultores”.
“Oh, agricultor, no mates a esa paloma con tu flecha”.
En general, hasta aquí el aprendizaje no presentaba dificultades. La verdad es
que comentarios tampoco. Nadie comentaba nada de las siervas, de los marineros, ni de
las hijas de los agricultores ¡quién sabe dónde estarían!
Pero en segundo año había lecturas más amenas.
Una de ellas contaba cómo Flavio emprendió un viaje a la cuidad de Roma y vio
todos los hermosos monumentos y las construcciones notables que en ella había. La

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lectura termina así: “Flavio quedó impresionado por la belleza de la ciudad”. Una
alumna, en un examen, tradujo así: “toda la ciudad quedó impresionada por la belleza de
Flavio”, y en vez de traducir “Flavio miraba todo” ella tradujo: “Todos lo miraban”.
El error más grave de esa alumna no consistía en la equivocación al traducir:
consistía en que no tenía la menor noción de lo que puede ir en un libro de latín.

Uhart, Hebe. “¿Ablativo en “e” o en “i”?” en La luz de un nuevo día. Buenos Aires: Centro Editor de
América Latina, 1983.

Cuando llegué aquí, creía yo, ingenuo de mí, que como ex emigrado de Hungría
a la Argentina a los ocho años, educado en Buenos Aires, zorro viejo en el asunto,
astuto y piola, mi proceso de adaptación en mi segunda emigración sería muy fácil y,
me llevaría este mundo por delante. ¡Qué equivocado que estaba! ¡Cuánto ha
progresado el mundo desde entonces!
De nada me sirvieron mi gran capacidad deductiva, mis razonamientos teóricos,
mi afán de construir en el aire un mundo mejor, armónico, eficaz, organizado y
ordenadito. Lo tenía delante y no lo veía. Tuve que dejar de lado mis fantásticas
teorizaciones de café y aceptar humildemente lo dado. En otras palabras, experimentar,
vivir la experiencia. No por nada dijeron los latinos que "Experiencia docet stultus" (La
experiencia educa a los tontos).
    Te podría hablar de muchísimas cosas, de las puertas y de las dificultades que
encontré para abrirlas; de las canillas y los infinitos modelos, de las veces que me
empapé hasta que aprendí a utilizarlas; de cómo me helé debajo de la ducha por
confundir la C con caliente y resultó "cold" de frío; de cómo saludaba como un tonto a
mujeres desconocidas por confundirlas bajo el mismo peinado, maquillaje, pinturas que
dicta la moda que las convierte en mujeres increíblemente vistosas, únicas, no como ese
gris uniformado de los países subdesarrollados o comunistas. Sí Alberto, acá todo es
alegría y color.

Urbanyi, Pedro. “Nacer de nuevo” (s.d.)

(…) Me han ofrecido comprar un departamento cuyo edificio cuenta con rest
room, healht club y piscina in-out, en lugar de cuarto de huéspedes, gimnasio y pileta
cubierta-descubierta; que es igual pero no es lo mismo. (…) Algún día, si dejamos dejar

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de cubrir nuestro verdadero rostro con make-up y decidimos dejar de aturdirnos con
ringtones, quizá no hará más falta disimular. La expresión “quincho con parrilla” será
atractiva, tendrá más prestigio decir “perdón” que sorry, “por favor” que please, y
podremos deshacernos de la adicción al OK. Entonces sí, amaremos saber inglés para
leer a Edgar Allan Poe, a Shakespeare, a Hemingway y a tantos otros que tan bien
escriben.
Urtizberea, Mex. “Canchero en inglés” en Malas palabras. Setenta columnas y ninguna flor. Buenos
Aires: Editorial Sudamericana, 2006

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IV. Apéndice 2. Recursos audiovisuales

Como había pensado antes de entrar [al cine],


su inglés no bastaba para entender todos los diálogos,
pero el rostro de Crawford se hacía entender en cualquier idioma,
incluso en los inventados.

Izaguirre, Boris (2007). Villa Diamante.

El presente trabajo pretende retomar, aunque sea parcialmente, desde la actual


época “oculocéntrica” posmoderna: el ojo del espectador, el ojo del consumidor
(Dussel; Gutiérrez: 2006), las indagaciones desarrolladas en torno de las lenguas
extranjeras en el cine.
Es por eso que, en función de apoyo a los temas aquí abordados, se recomiendan
algunas realizaciones audiovisuales que se consideran interesantes muestras para una
posible ampliación del debate. Las obras cinematográficas sugeridas se agrupan en
aquellas cuyas temáticas giran alrededor de la relación lengua nativa/lengua extranjera y
aquellas otras que cuentan con idiomas inventados. Debe reconocerse que muchas de
ellas exceden el recorte témporo-espacial propuesto.

Películas que presentan relaciones entre lenguas nativas y lenguas extranjeras:

América mía (Argentina, 1998) Dir. Gerardo Herrero

Babel (EE.UU., Francia, México, 2006) Dir. Alejandro González Iñárritu

Comer, rezar, amar (Título original: Eat, pray, love) (EE.UU. 2010) Dir. Ryan Murphy

El camino del sur (Argentina, 1988) Dir. Juan Bautista Stagnaro

El prestamista (Título original: The pawnbroker) (EE.UU. 1964) Dir. Sidney Lumet

Habitación disponible: historias de inmigrantes (Argentina, 2004) Dir. Eva Poncet, Marcelo
Burd y Diego Gachassin

Happy Together (Título original: Cheun gwong tsa sit) (China, 1997) Dir. Wong Kar-Wai

Hermanas (Argentina, 2004) Dir Julia Solomonoff

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Italiano para principiantes (Título original: Italiensk for begyndere) (Dinamarca, 2000) Dir.
Lone Scherfig

L’America (Italia, Francia, Suiza, 1994) Dir. Gianni Amelio

La escafandra y la mariposa (Título original: Le scaphandre et le papillon) (Francia, EE.UU.


2007) Dir. Julian Schnabel

La vida secreta de las palabras (España, 2005) Dir. Isabel Coixet

Los Marziano (Argentina, 2011) Dir. Ana Katz

Miss Mary (Argentina, 1986) Dir. María Luisa Bemberg

Operación Canadá (Título original: Canadian bacon) (EE.UU. 1995) Dir. Michael Moore

Piso compartido (Título original: L' auberge espagnole) (Francia, 2002) Dir. Cédric Klapisch

Rita y Li (Argentina, 2011) Dir. Francisco D’Intino

Spanglish (EE.UU. 2004) Dir. James Brooks

Shunko (Argentina, 1960) Dir. Lautaro Murúa

Un cuento chino (Argentina, 2011) Dir. Sebastián Borensztein

Un muro de silencio (Argentina, 1993) Dir. Lita


Stantic

Vidas cruzadas (Título original: Crash) (EE.UU. 2005) Dir. Paul Haggis

Películas que presentan lenguas apócrifas:

1984 (EE.UU. 1984) Dir. Michael Radford

Avatar (EE.UU. 2009) Dir. James Cameron

El señor de los anillos (EE.UU. 2003) (Título original: The Lord of the Rings: The Return of the
King) Dir. Peter Jackson

La naranja mecánica (EE.UU. 1971) (Título original: A Clockwork Orange) Dir. Stanley
Kubrick

La guerra de las galaxias (Título original: Star war) (EE.UU. 1977) Dir. George Lucas

La intérprete (Título original: The interpreter) (EE.UU. 2005) Dir. Sydney Pollack

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La terminal (Título original: The terminal) (EE.UU. 2004) Dir. Steven Spielberg

Star trek II: La ira de Khan (Título original: Star Trek II: The Wrath of Khan (EE.UU. 1982)
Dir. Nicholas Meyer

V. Bibliografía general

(Se excluyen los textos mencionados en la bibliografía del capítulo único y los mencionados en el
apéndice de fragmentos.)

Borges, Jorge Luis (1994 [1941]), El jardín de los senderos que se bifurcan en Obras
completas. Buenos Aires: Emecé editores.

Dussel, Inés; Gutiérrez, Daniela (Comps.) (2006) Educar la mirada: políticas y


pedagogías de la imagen. Buenos Aires: Manantial, Flacso, OSDE.

Izaguirre, Boris (2007). Villa Diamante. Buenos Aires: Planeta (P. 192)

Marcos Marín, Francisco y Sánchez Lobato, Jesús (1991). “La lingüística aplicada”.
Revista Lingüística N° 17. Madrid: Ed. Síntesis.

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