Homosexualidad, Cristianismo y Herejía en Europa: Lesbianas y Maricas Al Margen de La Iglesia en La Edad Media
Homosexualidad, Cristianismo y Herejía en Europa: Lesbianas y Maricas Al Margen de La Iglesia en La Edad Media
Homosexualidad, Cristianismo y Herejía en Europa: Lesbianas y Maricas Al Margen de La Iglesia en La Edad Media
Cristianismo y
Herejía en Europa
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L a cristiandad no siempre estuvo bien definida. La doctrina
establecida por la Iglesia actual era, originalmente, tan solo una
de las muchas visiones que competían entre sí. Prevaleció porque
se vio favorecida por el interés de los gobernantes de la época. Todas las
demás concepciones fueron reprimidas. Entre las primeras visiones que
se reprimieron había movimientos populares que trataban de combinar
el paganismo con el Nuevo Testamento. El ejemplo más famoso, el
gnosticismo, emergió en el siglo I en Asia Menor (Turquía occidental).
Los gnósticos creían que el conocimiento logrado a través de la
experiencia mística personal (gnosis) era más importante que los
dogmas de fe (pistis) (Vanggaard 150; Obolensky, 3; Runciman, 7). En
la tradición de la Gran Madre, muchos gnósticos creían en una diosa:
Helena, Barbelo, Silencio o Sabiduría (Quispel, 73-74). Los gnósticos
generalmente creían que las cosas de este mundo y del mundo mismo
eran malas. Muchos rechazaban rechazaban a Jehová el Creador como
un demonio malvado.
Los gnósticos eran ascéticos, de una manera que resulta difícil de
entender para la modernidad. Creían en la negación de este mundo y la
purificación de uno mismo, pero a veces practicaban la satisfacción
sexual como un medio para la purificación. En ocasiones parecían creer
que la mejor manera de trascender la “maldad” era experimentarla. Eran
sensibles al ascetismo pagano, que a diferencia del cristiano, incluía
tanto la autosatisfacción como la autonegación. Por ejemplo, los ritos
antiguos de la Gran Madre que comprendían orgías sexuales, eran
incluso presididos por sacerdotes célibes. Puesto que rechazaban al dios
del Antiguo Testamento, los gnósticos simpatizaban con las víctimas de
la ira de ese Dios. “Surgieron sectas que rendían reverencia a Caín, a los
sodomitas y a los egipcios” (Runciman, 10).
Aparecieron ritos sexuales orgiásticos entre algunos gnósticos y
escandalizaron a los cristianos tradicionales. Las autoridades romanas
utilizaron estas prácticas para desacreditar al conjunto de la cristiandad.
Los cristianos tradicionales, en consecuencia, condenaron a los
gnósticos a negar toda conexión con ellos. En el 177 d.C. Ireneo, un
misionero de los celtas, condenó a un grupo de gnósticos por su
promiscuidad. En el siglo III, el obispo Clemente de Alejandría
denunció a los gnósticos por celebrar orgías, como hiciera el historiador
Eusebius (Cohn, Los demonios familiares de Europa, 9; Benko, 113).
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Un relato de dichas prácticas que brindaba Epifanio, un monje del siglo
IV que había sido gnóstico, afirmaba que los hombres y las mujeres
tenían sexo en común y que veneraban el semen y la sangre menstrual
como el cuerpo y la sangre de Cristo, respectivamente (Benko, 110).
Según Epifanio, los gnósticos creían en el placer sexual, pero no en la
procreación, porque el nacimiento dividía el alma y el mundo. La
salvación consistía en reunirse y volver a Barbelo, la Gran Madre, por
medio de ritos sexuales comunales (Benko, 110; 117-118). Muchos
historiadores creen que el informe sexual de Epifanio era falso (Cohn,
ibid., 9). A pesar de que, por lo general, sí se admite su fiabilidad en lo
referente a otros aspectos de la fe gnóstica (Benko, 111).
En el 242 d.C., un gnóstico mesopotámico llamado Mani, empezó a
enseñar que los creyentes gnósticos se dividían en dos categorías: los
líderes (o electos) y los seguidores (u oyentes) (Runciman, 15). Tanto
los hombres como las mujeres eran líderes en la religión de Mani, en
contraste con la cristiandad tradicional, que prohibió que las mujeres
fueran sacerdotes. También se prohibía a los líderes poseer riquezas
personales, al contrario que la cristiandad tradicional, formada por ricos
sacerdotes y obispos. Mani creía en un dios bueno y en un dios malo
(Jehová). La salvación significaba escapar del control de Jehová y
renunciar a toda posesión material y poder terrenal, incluso por parte de
la Iglesia. La religión de Mani se difundió velozmente y se convirtió,
bajo el nombre de maniqueísmo (o manicainismo), en un serio rival
para la cristiandad tradicional. San Agustín, más tarde obispo de Hipona,
fue maniqueo durante nueve años, antes de convertirse al cristianismo.
Acusó a los líderes maniqueos de libertinaje, y afirmó que ésta era la
razón de su conversión (Cohn, ibid., 17). Más tarde, los autores
cristianos tildarían de “maniqueo” a todo movimiento popular, siempre
que presentara la creencia en más de un dios, un prominente papel de
liderazgo femenino y un sentido pagano del ascetismo.
En el siglo IV tardío, apareció un tipo maniqueo de herejía (conocido
como masalianismo) en Siria y Asia Menor. Los masalianistas (o
mesalianos) eran cristianos gnósticos cuyos líderes eran tanto mujeres
como hombres (Runciman, 23). Creían que el período de estricta
autonegación era necesario para alcanzar un estado purificado, y al
llegar a este punto el pecado ya no era posible. Una vez llegado a ese
estado, los creyentes ya no requerían de la autonegación y podían
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participar en cualquier acto sexual exentos de pecado (Obolensky, 50).
“Las doctrinas mesalianas eran la expresión extrema del deseo por
comprehender la revelación mística a través de la experiencia sensual
(Loos, 72). En el siglo X, las creencias masalianas gradualmente con el
bogomilismo, una herejía llamada así por la existencia de un sacerdote
llamado Bogomil. Los bogomiles creían en dos dioses, rechazaban la
jerarquía de la Iglesia y predicaban la resistencia pasiva frente a la
autoridad del gobierno (Loos, 53-56; Runciman, 74-75; Obolensky,
126). Al principio eran estrictamente puritanos, pero con el tiempo
fueron acercándose a los mesalianos. “Bajo la creciente influencia del
masalianismo, los bogomiles perdieron totalmente su reputación como
puritanos y se les vinculó con la forma más extrema de indulgencia
sexual” (Obolensky, 251). Ambos grupos fueron perseguidos por los
cristianos tradicionales.
Bajo el calor de la persecución, los bogomiles se aliaron con las
masas de Bulgaria, donde el paganismo aún era potente. Boris, el rey,
no se convirtió al cristianismo hasta el 824 d.C. (Loos, 41). Su intento
por imponer el cristianismo al pueblo resultó en una guerra civil en la
que venció y dejó ciego a su hijo, que era miembro de la rebelión
pagana. “El pueblo llano de Bulgaria, que estaba obstinadamente
vinculado con sus propias costumbres de culto , sentía un amargo
resentimiento” hacia Boris y sus sucesores cristianos (Loos, 42). Los
bogomiles entraron en política “abrazando la causa de los siervos contra
sus amos, de los oprimidos contra los opresores” (Obolensky, 141).
Algunos historiadores han negado que los eróticos masalianos
tuvieran ninguna conexión con los bogomiles. Éstos han creído que la
palabra “masaliano” no se refería a ninguna herejía en realidad, sino
que se utilizaba como un término general para insultar a los bogomiles
(Cohn, ibid., ota 18). Pero las evidencias muestran que el término tenía
un significado técnico bien definido. Aparece repetidamente desde el
primer momento en los relatos del bogomilismo. Es empleado de este
modo por Teofilacto, patriarca de Constantinopla, en el 950 d.C.; por
Cosmas, el sacerdote, alrededor del 969; por el teólogo Eutimio
Zibageno alrededor del 1100; por Anna Comnena, hija del emperador
de Bizancio, en el 1148 y por el cabildo de Tirnovo en el 1211. Ana
Comnena escribió:
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A mi modo de ver, ahora se funden entre sí dos doctrinas muy malas y
despreciables que llegaron a ser conocidas en tiempos pasados: la impiedad,
como se la puede llamar, de los maniqueos, que también llamamos la herejía
pauliciana, y la desvergüenza de los masalianos. Ésta era la doctrina de los
bogomiles, compuesta por los masalianos y los maniqueos (Anna Comnena,
412).
Adoraban al demonio, que primero se les apareció como un etíope [esto es,
un hombre negro], y después, como un ángel de luz, y que diariamente les traía
mucho dinero. En obediencia a sus obras, en privado rechazaban
completamente a Cristo y practicaban en secreto abominaciones y crímenes de
los que es vergonzoso hasta hablar, mientras que en público fingían ser
verdaderos cristianos (Wakefield y Evans, 75).
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francés, bougre e inglés bugger (Russell, 238-239) 1 . La herejía y la
homosexualidad se volvieron tan intercambiables que quienes eran
acusados de herejía trataban de demostrar su inocencia reafirmando su
heterosexualidad. Un tejedor del siglo XIII acusado de herejía replicó:
“Señores, ¡escuchadme! No soy hereje, ya que tengo una esposa y
duermo con ella. Tengo hijos”. (Wakefield, 213). Cuando el pueblo de
Toulouse se rebeló contra los cazadores de herejes dominicos, “la queja
que elevaron era que éstos estaban acusando injustamente de herejía a
decentes hombres casados” (Wakefield, 213).
La mera sospecha de homosexualidad era suficiente para condenar a
una persona por herejía, aunque no se supiera si la persona creía o
enseñaba ninguna doctrina herética. En 1381, se pensó que un mendigo,
alemán y epiléptico llamado Hermano Hans tenía poderes mágicos. Al
ser detenido y torturado por la Inquisición, confesó que era un
“pervertidor de chicos jóvenes” (Lerner, 145). Por consiguiente, lo
quemaron bajo la sentencia de herejía aun cuando no había estado
implicada en ello ninguna disputa doctrinal.
Dado que a menudo ambas palabras llegaron a significar tanto
“herejía” como “homosexualidad”, a veces tenemos problemas para
saber exactamente a qué hacen referencia los códigos legales de la
época. En 12672 las leyes de Orleans, de Anjou y de Marne estipulaban
que se enviaría a la hoguera a cualquiera que fuera culpable de bougerie.
Los historiadores aún debaten si se refiere a la homosexualidad o a
ambas cosas (Bailey, 141-142). Como resultado de esta confusión, la
orientación sexual de una persona se convirtió en una prueba de la
ortodoxia religiosa y la lealtad política. “La herejía se volvió un
concepto sexual más que doctrinal; decir que un hombre era hereje
quería decir que era homosexual y viceversa” (Taylor, 131).
Los historiadores hetero raramente creen que las acusaciones que se
lanzaron en la época vinculando a los cátaros con la sexualidad
homosexual sean ciertas. Pero su homofobia, que influye en el modo en
que abordan las evidencias, se revela en el propio lenguaje que emplean.
Una conocida historiadora medieval llama a las lesbianas “pervertidas”,
mientras que otro historiador tilda a los actos sexuales gays y lésbicos
de “sucias aberraciones sexuales” (Lerner, 119; Wakefield, 41).
1
Tiene el mismo origen la palabra castellana bujarra. [Nota editorial]
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Hay una buena razón para aceptar la vinculación entre el catarismo y
el sexo homosexual: la especial visión de los cátaros respecto a la moral.
Los cátaros no creían en el infierno, en el purgatorio ni en la
condenación, pero como muchos otros pueblos antiguos, sí creían en la
reencarnación. Para ellos, las almas siguen renaciendo como animales o
seres humanos hasta que escapan del ciclo de la vida. Llegará un
momento en el que todas las almas habrán escapado, y ninguna estará
condenada. Los cátaros sostenían que sólo había un pecado; éste es
produjo cuando los ángeles, conducidos por el dios malo, Jehová, se
rebelaron y fueron destronados del cielo (Borst, 175; Loos, 140). Estos
ángeles se convirtieron en almas humanas rebajadas a la materia, de
modo que renacen continuamente. Sólo cuando recuperen su angélico
estado original, a través de una completa renuncia del mundo, escaparán
del ciclo de renacimiento y volverán al buen Dios.
Los cátaros creían que sólo una diminuta minoría era capaz de llegar a
ese estado angélico. Estos eran los chatari, los “perfectos”. Llevaban
una vida completamente ascética y eran venerados como ángeles. Había
sólo una manera de convertirse en un perfecto: a través del rito de
iniciación llamado consolamentum (“consolación”), que era una
imposición de manos. Una vez recibido este sacramento, se esperaba de
los perfectos que vivieran una vida de estricta autonegación (Loos, 142).
Es por eso que los cátaros solían arreglárselas para recibir el rito justo
antes de su muerte (Wakefield, 36). La mayoría de cátaros no habían
pasado por el consolamentum y vivían rigiéndose con un código moral
diferente respecto al de los perfectos. No tenía sentido para ellos hacer
penitencia, practicar el ascetismo o confesarse. Y, de hecho, los cátaros
rechazaban todos los sacramentos de la Iglesia, incluida la penitencia.
Lo único que realmente contaba era conseguir el consolamentum antes
de la muere, y sólo entonces llevar una vida totalmente ascética.
Los perfectos temían la procreación, dado que haría que otra alma
angélica quedara atrapada en la materia. El sexo no debía conducir al
nacimiento. El lesbianismo y la homosexualidad masculina eran, así
pues, formas seguras de practicar el sexo, si es que había que practicarlo.
“En tanto que no conducía a la concepción de niños, consideraban como
algo positivo fomentar esa relación sexual, o al menos no desalentar su
práctica; todo lo contrario de lo que sostenía la visión católica”.
(Runciman, 152).
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A pesar de que los líderes cátaros eran austeros, muchos seguidores
creían que hasta que recibieran el consolamentum, los actos sexuales
que no implicasen el riesgo de inducir el nacimiento de otra criatura
eran permisibles (Borst, 182). Muchos de ellos les contaron a los
inquisidores cristianos en Toulouse y Turín que no pensaban que la
homosexualidad fuera pecado (Borst, 182(. “Incluso quienes eran más
hostiles en relación a los últimos bogomiles y cátaros declaraban que
los iniciados llevaban, a nivel personal, unas vidas sin tacha pero que
ellos mismos se entregaban a una vida de suma inmoralidad y parecían
animar a los creyentes a hacer lo mismo” (Runciman, 176).
Los cátaros además eran vegetarianos estrictos. Se negaban a comer
carne, huevos, queso o cualquier producto láctico (Wakefield, 38). Y es
que consideraban los animales como almas reencarnadas, de modo que
matar a un animal para comérselo era equivalente a matar a un ser
humano. Además, la procreación – incluso en el mundo animal – era
obra del dios malo. Como en el caso de los bogomiles, las mujeres
jugaban un papel importante entre los cátaros. Se consideraba que los
hombres y las mujeres eran iguales: muchas mujeres llegaron a ser
líderes cátaras. Las mujeres cátaras también luchaban en la batalla. Fue
una mujer que manejaban la catapulta quien mató a Simon de Monfort,
líder del ejército católico que atacó a los cátaros en el sur de Francia. El
catarismo desdeñaba la institución del matrimonio, como algo que no
era mejor que la prostitución (Wakefield, 33). El catarismo se mostraba
tolerante hacia otras religiones. Las áreas controladas por los cátaros
estaban entre los lugares más seguros para los judíos. En el sur de
Francia, una fusión entre el pensamiento cátaro y judía produjo la
Kabbala, un libro del misticismo judío (Wakefield, 61). Los cátaros
tenían una actitud de fomento de las artes. Las áreas cátaras de Francia
fueron las primeras en las que se desarrolló la poesía trovadoresca, una
poesía marcada por la sensualidad y la obscenidad (Briffault, 488;
Wakefield, 56-57). Después de que se acabara con los cátaros, esta
tradición continuó, a pesar de que lo hizo bajo una forma erótica menos
abierta. Con el tiempo, tuvo un tremendo impacto en el desarrollo de la
poesía occidental moderna. El catarismo era, esencialmente, una
religión de las clases bajas y fueron tejedores quienes la difundieron de
ciudad en ciudad. En 1157 dicho tejedores fueron condenados por
predicar contra el matrimonio y practicar la promiscuidad (Runciman,
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121; Russell, 128; Loos, 117; Cohn, En pos del milenio, 153).
Dada su íntima vinculación con las clases bajas, del catarismo
surgieron algunas ramas paganas, que yo llamo “catarismo de
izquierdas”. Algunos cátaros veneraban al sol como si fuera un dios.
Entre 1176 y 1190, un hombre llamado Bonaccorso, un cátaro que se
había convertido al catolicismo, dijo de algunos cátaros en Milán:
Sostienen que el demonio mismo es el sol, y Eva la luna; y cada mes,
dicen, cometen adulterio” (Wakefield y Evans, 173). Aquí al sol se le
llama demonio, pero entre los cátaros el Demonio era considerado como
un dios. En 1350, se registró que los herejes hablantes del armenio
veneraban al sol (Russell, 93). Armenia era un conocido baluarte cátaro.
Durante la guerra entre los cátaros y los católicos en Francia, los líderes
cátaros se refugiaron en una fortaleza de la que se rumoreaba que era un
templo pagano dedicado al sol (Wakefield, 173).
Entre algunos cátaros el dios malo llegó a tenerse en alta estima, Los
herejes de Austria, Brandenburgo y Bohemia en los albores del siglo
XIV fueron acusados de venerar a “Lucifer” (Russell, 177-179; Lerner,
25-26 y 30-31). La palabra Lucifer significa literalmente “el que lleva la
luz” en latín, y esto se aplicaba en la antigüedad pagana al sol y a la
estrella de la mañana (Venus). Entre los cristianos medievales, se
empleaba como otro nombre para el diablo. Este uso surgió de la
malinterpretación del Libro de Isaías, en el que el rey de Babilonia es
comparado con la estrella de la mañana: “¡Cómo has caído de los cielos,
Oh, estrella de la mañana, hijo del amanecer! (Libro de Isaías, 14:12).
En la traducción latina de este pasaje, “estrella de la mañana” se
convirtió en Lucifer, haciendo parecer, de forma falsa, que Isaías estaba
hablando de cómo Satanás fue expulsado del cielo. A partir de este
doble significado como el que lleva la luz y como demonio, la palabra
Lucifer fue fácilmente usada para describir al dios de la veneración
solar de los cátaros, ya que los cristianos consideraban que la
veneración del sol era el culto al demonio.
Las prácticas de los cátaros de izquierdas desencadenaron frecuentes
acusaciones por parte de los cristianos contra los cátaros: que
celebraban orgías sexuales, mataban a niños (abortos) y veneraban a un
demonio. Las acusaciones aparecieron antes de la creación de la
Inquisición y continuaron durante épocas posteriores. Una buena
muestra de éstas es una carta anónima de 1390 que describía a un grupo
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llamado “Luciferanos”:
Besos eternos, que han dado los ardientes cuadrigas, para montarme
velozmente en el pecho de aquél a quien mi alma ama (su excelente Majestad,
el Rey de la gloria). Donde he estado, donde he estado, abrazado, acogido y
besado con los besos de su boca, cuyos amores son mejores que el vino, y he
sido totalmente vencido con ellos allí, más allá de la expresión, más allá de la
admiración. (Cohn, Ibid., 370-371).
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Bibliografía
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