El Valor de Educar

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El Valor de Educar de Fernando Savater

Eduardo Fernández Quinteros

En nuestros tiempos se ha deshumanizado al hombre y es esencial un aprendizaje que


humanice. El hombre está llamado, antes que nada, a ser persona, a ser verdaderamente
humano. Muchos autores han abordado este tema, pero me he querido valer de Fernando
Savater, por medio del cual haré eco de su aporte a la enseñanza que se titula “El valor de
Educar”, en su obra se auxilia de pensadores que les inquieta de igual modo el arte de la
enseñanza. En su libro se esbozan algunos principios fundamentales a tener en cuenta cuando
se pretende enseñar
Hoy más que nunca se habla de una adecuada pedagogía que impulse al hombre a la
máxima realización de su ser, pero de su ser. En otras palabras, se pretende llegar a la cumbre
de la profesionalización. Y el objetivo o fin como tal, al que se tiende es a un salto abismal
entre lo que se es y lo puede llegar a ser.
Partamos de la premisa de Píndaro, el gran poeta griego, dice: «llega a ser el que eres»,
dándonos a conocer que no basta nacer humano, es esencial también llegar a serlo. Los
humanos nacemos siéndolo, pero no es hasta después que lo somos del todo, es una tarea que
se sitúa en el ámbito del porvenir. Esto nos hace pensar que ser humano va más allá de algo
biológico. Savater añade: «nuestra humanidad biológica necesita una confirmación posterior,
algo así como un segundo nacimiento en el que por medio de nuestro propio esfuerzo y de la
relación con otros humanos se confirme definitivamente el primero».
Esto es lo que los antropólogos conocen como neotenia, significa que todos los
nacimientos humanos son prematuros, nacemos demasiado pequeños, por lo tanto, se
identifica un tipo de inmadurez en toda la vida del hombre, es un sentido juvenil que lo abarca
y que también, esa condición lo posibilita a seguir aprendiendo siempre. Neotenia significa
pues «plasticidad o disponibilidad juvenil». Una característica de esa condición humana
prematura es el hecho de una constatación de la ignorancia. Savater dice que, «las personas no
sólo saben lo que saben, sino que también perciben y persiguen corregir la ignorancia de lo
que aún no saben» y eso es ya un estímulo que debe ser aprovechado por el que trata de
enseñar, ya que sólo se enseña lo que no se sabe.
Esto nos hace cuestionarnos sobre la manera en que se debe de contrarrestar la
ignorancia, cualquiera en sus cinco sentidos respondería; enseñando, pero esto nos lleva a otra
interrogante ¿cómo se debe enseñar? Importante tener presente que es el amor quien posibilita
y sin duda alguna potencia el aprendizaje, pero no por eso lo sustituye, «lo propio de la
humanidad es la compleja combinación de amor y pedagogía». Si se omite el primero por el
segundo y viceversa, se perdería su rasgo más distintivo.
Savater, en boca de Jean Rostand dice que «[la educación es] lo que el hombre añade al
hombre», porque lo propio del hombre se nos dirá, no es tanto el mero aprender como el

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aprender de otros hombres. Aquí entra en juego la vida social humana, es un salto evolutivo
respecto a otras especies, pues exige la pertenencia a una comunidad de creaturas pensantes,
porque nadie es sujeto en la soledad ni en aislamiento. Kant reflexionando sobre la educación
resalta el hecho que la educación nos viene de otras personas «hay que hacer notar que el
hombre sólo es educado por hombres y por hombres que a su vez fueron educados».
Entonces, estos hombres que educaron a otros, vivieron antes que ellos, pero vivir no
en tanto en tiempo, sino más bien, haber vivido antes el conocimiento que se desea trasmitir.
De modo que la condición humana nos da a todos, la posibilidad de ser al menos en ocasión
maestros, nadie puede librarse de instruir ni de ser instruido, pero el hecho de que cualquiera
sea capaz de enseñar, no quiere decir que cualquiera sea capaz de enseñar cualquier cosa, y es
ahí donde hace su aparición la institución educativa ya que no todo puede aprenderse en casa o
en la calle. Se enseña en todas partes y por parte de todos, pero ¿qué es lo que puede enseñarse
y debe aprenderse? Savater toma a Juan Dalval y response «una reflexión sobre los fines de la
educación es una reflexión sobre el destino del hombre, sobre el puesto que ocupa en la
naturaleza, sobre las relaciones entre los seres humanos».
Reflexionando sobre ello hay una lucha por la enseñanza técnico-científica y la
educación cívico-moral, en la que se va fraguando una dicotomía interminable entre ambas. Se
separa la educación de la instrucción, lo cual no sólo resulta indeseable sino también
imposible. También hay una propuesta por parte de John Passmore en donde hace de la
enseñanza una diferencia entre las capacidades abiertas y cerradas, y estas me parecen mucho
más interesantes.
Las capacidades cerradas nos adiestran en enseñanzas funcionales como andar, vestirse
o lavarse. Las capacidades abiertas, por el contrario, son de dominio gradual y en cierto modo
infinito, su pleno dominio jamás se alcanza de manera perfecta y se manifiesta siempre en un
más allá. El aprendizaje del alumno, desde esta perspectiva, debe situarse en las capacidades
abiertas ya que el aprender está hecho de muchas preguntas y de algunas respuestas. Esto es
una actividad permanente del alumno que nunca acepta pasivamente los conocimientos que se
trasmiten.
En mi pobre opinión, hace falta potenciar la adquisición de estas capacidades abiertas
en los alumnos y me auxilio de Savater que toma a Juan Delval para sostenerlo, él dice que,
«una persona capaz de pensar, de tomar decisiones, de buscar la información relevante que
necesita, de relacionarse positivamente con los demás y cooperar con ellos, es mucho más
polivalente y tiene más posibilidades de adaptación que el que sólo posee una formación
específica». Este desempeño que señala Delval sólo será posible si el alumno encuentra
modelos de autoestima, en palabras de Savater: “el reconocimiento de lo humano por lo
humano”. Este reconocimiento implica una valoración que siempre ha sido una tarea de la
enseñanza y que tuvo que empezar en la familia, pero esta se ha visto eclipsada por varios
motivos.

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Surge la necesidad de remontarnos al ambiente familiar porque los niños antes de
ponerse en contacto con sus maestros ya han experimentado la educación del entorno familiar
y su medio social, esto es llamado la socialización primaria del neófito. El clima familiar está
recalentado de afectividad a lo que afirma Goethe que «da más fuerza saberse amado que
saberse fuerte». Retomando, cuando la familia socializa en un ambiente afectivo, la escuela
podría ocuparse de enseñar. Pero encontramos familias carentes de socializar en donde se
suprime el amor y, por ende, se carece de madurez. Encontramos que el padre no quiere
figurar sino como el mejor amigo de sus hijos y la madre cuya vanidad es que la tomen por
hermana. Por eso la formación de la conciencia moral y social de los hijos se ve en peligro y
desde luego las instituciones de enseñanza sufren la sobrecarga y cuantos menos padres
quieren ser los padres, más paternalista se exige que sea el Estado. Se trata de una crisis de
autoridad en las familias.
Savater dice que «si los padres no ayudan a los hijos con su autoridad amorosa a crecer
y prepararse para ser adultos, serán las instituciones públicas las que se vean obligadas a
imponerles este principio, no con afecto sino por la fuerza». Los niños no están siendo
educados para ser adultos, sino para seguir siendo niños y sigue diciendo: «quizá el reto
ilustrado actual sea proponer y asumir un tipo de padre con suficiente autoridad para gestionar
el miedo iniciático en el que se funda el principio de realidad, pero también con la tierna
solicitud doméstica, próxima y abnegada, que ha caracterizado secularmente el papel familiar
de la madre».
Para ir concluyendo la idea del eclipse en la familia es bueno hacer mención de cómo
la escuela se acerca a las consecuencias de ello. Savater menciona varias, a saber; la ética, la
religión, el sexo, las drogas y la violencia, pero en la escuela sólo se puede enseñar los usos
responsables de la libertad en cuanto a esas afecciones. Más adelante afirma: «cada elección
libre determina decisivamente la orientación de nuestras elecciones futuras y ello no es un
argumento contra la libertad sino el motivo para tomarla en serio y ser responsable».
En este punto me detengo en la violencia, Savater defiende que «pedagógicamente una
sociedad humana desprovista de cualquier atisbo de violencia sería una sociedad
perfectamente inerte ya que nuestra condición violenta, es porque nos enseñaron a tener a la
violencia», en fin, se necesita un cierto tipo de violencia para romper con las ataduras de la
ignorancia, la pasividad de la obediencia se vuelve improductiva y como dirá Savater que «los
maestros deben recordar que las escuelas sirven para formar gente sensata, no santos, no vaya
a ser que por querer hacer a los jóvenes demasiado buenos, se les enseñe a no serlo lo
suficiente». Y es que la violencia, entendida como el ímpetu de romper con lo ordinario y
ponerse en marcha hacia la verdad del saber, debe ser orientada y bien enfocada, labor que el
maestro debe tomarse muy enserio.
Entra en juego la libertad que no es la ausencia de condicionamientos, sino la conquista
de una autonomía simbólica por medio del aprendizaje. El neófito comienza a estudiar en
cierta medida a la fuerza ¿Por qué? Porque se le pide un esfuerzo y los niños voluntariamente

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no se esfuerzan. «no se puede educar al niño sin contrariarle […] Para poder ilustrar su
espíritu hay que formar antes su voluntad» y esto con miras a que llegue a ser el mismo, la
educación debe moldear niños para la adultez, es decir potenciarles lo humano. Para ello, al
neófito se le proponen modelos de virtudes de un hombre maduro y si no es el educador que le
ofrece el modelo racionalmente adecuado, el niño no crecerá sin modelos, sino que se
identificará con los que le propone cualquier medio, como ser la televisión, o como dice
Savater la malicia popular o la brutalidad callejera.
Y es que educar implica disciplina y la disciplina es poder que según Michel Foucault
«el poder está íntimamente conectado con las formas de saber porque determinan lo que las
personas deben de hacer y creer». Platón no está muy de acuerdo con ese planteamiento en su
República señala que «no habrá que emplear la fuerza para la educación de los niños; muy al
contrario, deberá enseñárseles jugando», Savater piensa que hay que plantearse un poco
antipáticos ante esta propuesta, si no se quiere perder contacto con la verdad. Si bien es cierto
que, la mayoría de las cosas que la escuela debe enseñar no pueden aprenderse jugando.
Novalis se suma a ello y afirma que «jugar es experimentar con el azar» y la educación en
cambio ya tiene un fin previsto y la misma idea de ir a la escuela a jugar no es muy razonable.
A la escuela se va aprender aquello que no se enseña en cualquier sitio y el propósito de la
enseñanza como hemos dicho es preparar a los niños para la vida adulta.
Dentro de este panorama, la función humanizadora de la educación se convierte en
ocasiones en un simple sueño. Savater dice que, «en el terreno de la educación, uno de esos
fantasmas es la hipotética desaparición en los planes de estudio de las humanidades,
sustituidas por especialidades técnicas que mutilarán a las generaciones futuras». Las
facultades del humanismo pretender desarrollar la capacidad crítica y el análisis, Savater se
pregunta ¿cómo establecer que es más enriquecedora humanamente la filosofía de las palabras
que la ciencia experimental de las cosas? Y, es que, en la modernidad nadie puede ir ligero de
conocimiento y resulta cómodo argumentar a favor de todos los aprendizajes que puedan
fortalecer la formación de los alumnos.
Al respecto Montaigne expone «Es un gran error pintar la filosofía como algo
inaccesible a los niños, dotada de un rostro ceñudo, puntilloso y terrible». Y es que enseñar es
un arte, aunque todos saben algo, no todos pueden enseñar ese algo, por poco o por mucho que
sea. Conlleva gracia, y lo que opaca la eficacia de enseñar es lo que Savater denomina como
pedantería pedagógica. En Italia “pedante” significa “maestro”, de modo que la pedantería es
un vicio que nace de la vocación de enseñar, que puede ser una tentación o un eco maligno
que en gravedad vuelve infecunda la enseñanza. La pedantería eleva el conocimiento personal
y coloca por debajo la necesidad de comunicarlo. La pedantería confunde deslumbrar con
inspirar, y se necesita inspiración para despertar la curiosidad de los alumnos que necesita ser
estimulada.
Savater recomienda que lo principal es el abrir el apetito cognoscitivo del alumno, no
agobiarlo ni impresionarlo. El problema del pedante es que no quiere enseñar, sino ser

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admirado, la humildad del maestro, por otra parte, dice Savater «consiste en renunciar a
demostrar que está arriba y en esforzarse por ayudar a subir a otros».
También se menciona cierta crisis en las humanidades, culpando a los ordenadores, los
videojuegos, internet y otros más, pero estos son sólo herramientas que surgen con la idea de
mejorar los conocimientos, si se le da un mal uso, es culpa de cualquiera no de las maquinas.
Savater se pregunta ¿a qué se debe la decadencia de las humanidades y el
oscurecimiento del ideal de la educación humanista? Un motivo ya fue señalado antes, cuando
hablamos de la pedantería que estropea el trabajo pedagógico. Otro que resalta es la falta de un
respeto racional que inspiraba a quienes se dedicaban a jornadas de estudio; hoy en cambio
nadie quiere sacrificarse por el saber, se busca un saber de momento para el momento, pero en
realidad no hay humanidades sin respeto racional. Para la razón todos somos semejantes
porque ella misma es la gran semejanza entre los humanos, nuestro filósofo considera que «la
educación humanista consiste ante todo en fomentar e ilustrar el uso de la razón, esa capacidad
que observa, abstrae deduce, argumenta y concluye lógicamente» y Passmore interesado en los
efectos que la enseñanza tiene en los alumnos a la luz de la razón agrega «[hay que] hacerlos
respetar los poderes de la propia mente y que confíen en ellos, […] confianza a su capacidad
de pensar acerca de la condición humana».
Y lo propio de la razón humana es tender siempre a la verdad y no hay educación si no
hay verdad que transmitir. Savater dice que «no puede enseñarse nada si ni si quiera el
maestro cree en la verdad de lo que enseña». Esta seguridad hará que en un futuro el alumno
participe fructíferamente en una controversia razonada, aprenderá a discutir, a refutar y a
justificar lo que piensa, esta debe ser la aspiración a la que tiendan las humanidades. Junto a
ella se debe cultivar la capacidad de escucha por parte del maestro porque enseñar no se
reduce a un monólogo, es algo de ida y vuelta, hablar y escuchar, es un diálogo inteligente y
esto implica dejar interrogase; por un lado, los maestros de párvulos se ven agobiados por lo
mucho que preguntan los niños, mientras que los maestros de las universidades se quejan
porque jamás se les pregunta nada, esto es importante porque el niño tiene que aprender a ser
crítico de los pensamientos de charlatanes que intentan destruir la sociedad humana.
Y así, a grandes rasgos he intentado plasmar las líneas generales de Savater en su
intento por pensar una pedagogía que humanice. En sí, el ser humano es tan complejo que, en
el fan de educarlo, que no es otra cosa que humanizarlo, nos encontramos con mayores
complejidades que ya tratamos de explicar.

La verdad que me queda es que, educar a alguien supone un gran reto casi extra-
humano. Moldear el pensamiento hacia la libertad y humanidad plena, es y será siempre lo
más sublime expresado en el deseo infinito por la humanidad entera. El amor será el motivo e
impulso y la pedagogía los lineamientos a seguir para que no se extravié el horizonte donde se

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pretende llegar; el paso gradual y progresivo del ser al hacerse plenamente humano. Y nadie se
hace solo, la soledad radical despersonaliza, siempre el ser humano se hace con otros y para
otros. La enseñanza cobra fuerza y bondad en la donación de lo que se sabe o que se pretende
saber. La tarea jamás tendrá fin, no mientras exista la necesidad de humanizarse.

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