Mercedes Abad. MIentras Caigo

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Fíjate bien en ese hombre que lleva casi tres horas Mientras caigo

sentado en un banco, observa cómo, aunque es del-


gado y no demasiado alto, se levanta con movimientos
torpes y pesados, como si tuviera el cuerpo de plomo
o los huesos no le respondieran. Durante unos instan-
tes parece vacilar, luego le da la espalda a los andenes
y deja que todos los trenes del mundo, qué inmunda
jauría, se marchen sin él.
Fíjate, lector, en ese hombre que se va a su casa.
Se le nota cansado. Acaba de decidir odiarse siempre.
Pero lo hará en silencio y nadie lo sabrá nunca. Nadie
excepto tú y yo, lector.

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Una caída como la que yo tuve deja bastante mar-
gen para el monólogo interior. Caes y caes y sigues ca-
yendo y parece que vas a caer durante toda la eter-
nidad. Hay gente que ha caído desde más alto, desde
luego. Los aviadores derribados por pilotos enemigos
durante la guerra, por ejemplo. Al principio les pasaría
lo que a mí, que no sabía lo que pasaba, pero ensegui-
da te haces cargo de que ha llegado tu hora.
No es por dármelas de héroe, pero yo caí con gran
dignidad, en silencio, sin un solo grito. Puede que apre-
tara un poco las mandíbulas, como hacen los tipos du-
ros cuando se ven en serios aprietos, pero eso es todo.
Si no fuera porque mi hermano se empeñó en pasarse
toda la caída chillando como una rata, mi caída habría
sido ejemplar. Ya puedes esforzarte en ir a la muerte
con dignidad y coraje, que si te toca un mal compañe-
ro en el reparto, te jade la muerte bien jodida. Además
de chillar como una rata, creo que mi hermano se hizo
caca en los pantalones porque, de pronto, el coche em-
pezó a oler fatal. Siempre fue bastante cobardica, mi
pobre hermano. Y es que uno muere como vive: el co-
barde como una rata y el valiente como un hombre.

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Entre una cosa y otra, me resultó bastante difícil Las personas tienden a hablar demasiado, por lo me-
concentrarme en mi monólogo interior. Siempre me nos las que yo conozco. Y no es que digan grandes
había hecho ilusión la idea de morirme como Dios cosas. Te van retransmitiendo la vida minucia a minu-
manda, y ver desfilar mi vida de cabo a rabo, pensan- cia, y a mí eso me pone nervioso porque me impide
do en los recuerdos buenos y en los momentos malos, pensar, me atasca los conductos por donde circulan las
pero, a la hora de la verdad, no hay tiempo para todo ideas, eso es.
y piensas en lo que piensas. Lo mismito que en la vida. Su silencio era lo que más me gustaba pero también
Crees que vas a hacer maravillas con las veinticuatro lo que más me dolió. Así es la vida: las mismas cosas
horas que tiene el día y luego, ya ves, haces lo que pue- que un día te gustan con locura, otro día te matan. La
des y ya está. historia de mi padre con el vino podría resumirse
Puede que al principio me asustara un poco, pero así, supongo. Un día te gusta el vino y al otro resulta
sólo un poco. Es posible que me diera algún golpe en que eres alcohólico perdido y te arruinas la vida.
la cabeza yeso me dejara algo aturdido durante unos Mientras caíamos también me dio por pensar que
segundos. Pero, en cuanto me di cuenta de que el puen- mi hermano sería uno de esos fantasmas ruidosos
te se había roto y que el coche se caía al río, pensé que que pierden la calma y aúllan y arrastran cadenas y cam-
aquello sí que era una casualidad extraordinaria y casi bian los muebles de sitio y enseguida arman un Pol-
tuve que reprimir una sonrisa, es curioso. y, entonces, tergeist para llamar la atención de los vivos. ¿ Cómo
me olvidé de lo de ver desfilar mi vida de cabo a rabo iba a estarse quieto y callado en el más allá si nunca
y pensé en lo fantástica que era Marta y en lo mucho lo estuvo en vida? A mí mismo, en cambio, me ima-
que nos queríamos y en lo hermosa que había sido la ~iné como un fantasma discreto. Está mal decido, pero
vida mientras estuvimos juntos. Bebíamos los vientos incluso me dio la risa al pensar que me introduciría
el uno por el otro, sí señor. Donde iba Marta, ahí esta- sigilosamente en casa de Marta, sin dar señales de mi
ba yo. Y donde iba yo, ahí estaba Marta. presencia espectral, para poder espiar con tranquilidad
Lo que más me gustaba de Marta era su forma de las reacciones de la familia. Menudo placer me dará ver-
callar y esa extraña mirada suya, tan intensa, que me los a todos hechos fosfatina y asustados porque, desde
golpeaba el corazón. Hay gente que, cuando calla, lo luego, tienen que estar afectadísimos.
único que piensas es que está callada y punto. Pero El padre de Marta es ingeniero y tiene un montón
Marta sabía callar de forma que uno imaginaba no sé de pasta, un montón. Está tan forrado y es tan presu-
qué cosas dentro de su silencio. Un silencio lleno de fa- mido que le parecí poca cosa para su hija cuando se
bulosos tesoros ocultos, así era el silencio de Marta. enteró de lo nuestro. No sé con qué amenazas le ven-

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dría a Marta pero le dejó muy claro que una hija su- C9che, menuda coincidencia. Y ahora al señor inge-
ya no se casaba con un pelanas cuyo padre, además, niero se le v~ a caer el pelo porque, además, otro puen-
es alcohólico. Pelanas, eso es lo que me llamó. Yo no te que no dista mucho de éste y que llevaba cien años
sentí deseos de pegarle cuando Marta me lo contó. El en pie sí que resistió los embates de la tormenta. Así
mejor castigo para esa gente es la indiferencia. Vale, son las cosas, señor importante. Lo mismo que te hace
yo seré un pelanas que se gana el sustento con un ofi- ama~ar una fortuna a lo largo de los años ahora va y te
cio humilde y que no va por ahí tratando a la gente arruma.
como si todos fueran criados suyos, pero tu hija me Yo preferiría estar vivo, desde luego. Pero no se
quiere y contra eso no puedes hacer nada, señor im- puede negar que entre todas las venganzas posibles
portante. . ésta es la más contundente. Ahora nadie le pedirá al
Le propuse a Marta que nos fugáramos y fue en- señor importante que haga más puentes. Por no pe-
tonces cuando ella me mató con su silencio. No dijo dirle, no le pedirán ni que haga una o con un canuto,
ni que sí ni que no, se limitó a clavarme a su silencio pobre tipo, toda la vida al garete. Y a mis padres ten-
con una mirada extraña e intensa y yo me sentí morir. drá que pagarles una pasta. Yeso por dos Pelanas que
Ahora al padre de Marta toda la pasta se le va a ir no valían nada para el señor ingeniero.
en abogados. Tendrá los mejores, como corresponde
a su condición, pero ni aun así se librará de la que se
le viene encima. Ya pude yo parecerle poca cosa que
ahora mi hermano y yo vamos a ser demasiado para
él. Ni siquiera me hace falta introducirme en su casa
como un fantasma discreto para saber que ya no pega
ojo por las noches, que se revuelve en su cama con la
angustia y el miedo pegados al cuerpo y que ha acudi-
do a un especialista para que le ayude a templar los ner-
vios con pastillas.
El azar es la hostia, desde luego. Por ese puente po-
día haber pasado cualquiera. O nadie. Pero justo cuan-
do se viene abajo, porque no resiste la tormenta aun-
que sólo hacía siete años que lo habían construido, el
Pelanas y su hermano están cruzando el puente con sU

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