Mary Anning
Mary Anning
Mary Anning
Mary nació el 21 de mayo de 1799 en el seno de una familia humilde de protestantes disidentes,
en la localidad costera de Lyme Regis, en Inglaterra, en un lugar conocido hoy como Costa
Jurásica.
El padre, carpintero de profesión, enseñó a Mary y a su hermano Joseph, a buscar fósiles por los
despeñaderos marinos. Cuando murió en 1810, por graves secuelas tras la caida de un
acantilado, los niños montaron una especie de puesto con pequeñas curiosidades, sobre todo
ammenites y belemmites, que vendían a los turistas por unas pocas monedas.En 1811, Joseph
encontró lo que parecía un cráneo de cocodrilo y meses después Mary descubrió el resto del
esqueleto: se trataba de un fósil de 5,2 metros de largo que no se parecía a ningún animal
conocido. En realidad, era un especimen de ictiosaruio, un reptil marino procedente de la época
del Jurásico. El descubrimiento atentaba claramente contra la teoría creacionista y daba alas a la
nueva teoría extincionista, rechazada desde el punto religiososo, que se negaba a aceptar la
desaparición natural, insistiendo en que esos animales seguían existiendo en zonas inexploradas
del planeta.
Mary solo ganó 27 libras por esta hazaña, y nunca fue citada en los numerosos artículos sobre el
ictiosaurio publicados por la comunidad científica. La Sociedad Geológica de Londres nunca la
admitiría entre sus miembros.
Junto al paleontólogo William Buckland, uno de lo pocos científicos que nombraría a Mary
como su descubridora, fue pionera en el estudio de unas extrañas estructuras con forma
cilíndrica en el interior de los instestinos. Eran coprolitos, las heces fosilizadas, que contenían
restos de huesos y escamas y permitían saber qué habían comido esos animales antes de morir.
Mary realizó otras muchas contribuciones, no tan espectaculares, pero determinantes para el
avance de la ciencia, como los descubrimientos sobre los belemmites, un grupo de moluscos ya
extinto que usaban la tinta para defenderse al igual que lo hacen los cefalópodos de nuesros
días. El descubrimiento
causó sensación y pronto los
artistas de la zona
empezaron a usarla para
dibujar fósiles con ella.
Los descubrimientos de
Mary, su habilidad para
clasificar los fósiles, su
indudable competencia en la
materia le granjeraron cierta
reputación entre algunos
paleontólogos, pero durante
su vida siempre fue
rechazada en el ámbito científico oficial y fueron siempre sus colegas masculinos los que
describieron los especímenes que ella encontraba y sin llegar siquiera a mencionarla.
Con los años, la salud de Mary se vio muy afectada y acabó muriendo en 1847 de un cáncer de
mama. Entonces sí llegaron ciertos discretos reconocimientos. Desde la Sociedad Geológica de
Londres, le dedicaron un homenaje que nunca antes se le había hecho a nadie y menos a una
mujer. Bajo su iniciativa y la de algunos feligreses, se instaló una vidriera en la iglesia San
Miguel Arcángel en Lyme Remis. Y el famoso escritor Charles Dickens le dedicó un artículo
evocando las dificultades que atravesó esta pionera.
En el año 2010, Mary Anning fue reconocida por la Royal Society como una de las diez
científicas británicas más influyentes de la historia.
Curiosamente, Mary Anning ha llegado también a la cultura popular. El trabalenguas que todos
los niños ingleses aprenden en la escuela “She sells sea shells on the sea shore” (Ella vende
conchas marinas en la orilla del mar) está desde luego inspirado en ella.
Mary acusó alguna vez a los hombres de ciencia de “haber chupado su cerebro, publicando
obras de las cuales ella había elaborado el contenido”. Añadió: El mundo me ha tratado con tan
poca consideración que me ha hecho sospechar de la humanidad en general.
Durante varios años, Mary Anning recorrió las playas arriesgando su vida en días de tormenta,
cuando el viento y el agua que azotaba los acantilados ponia en descubierto los tesoros
enterrados.