Año Mil

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El año mil

El legendario año mil, final del primer milenio, que se utiliza convencionalmente
para el paso de la Alta a la Baja Edad Media, en realidad tan solo es una cifra
redonda para el cómputo de la era cristiana, que no era de universal utilización:
los musulmanes utilizaban su propio calendario islámico lunar que comienza en la
Hégira (622); en algunas partes de la Cristiandad se utilizaban eras locales (como
la era hispánica, que cuenta desde el 38 a. C.). Pero ciertamente, el milenarismo y
los pronósticos del final de los tiempos estaban presentes; incluso el propio papa
durante el cambio de milenio Silvestre II, el francés Gerberto de Aurillac,
interesado en todo tipo de conocimientos, se ganó una reputación esotérica.40 La
astrología siempre pudo encontrar fenómenos celestes extraordinarios en los que
apoyar su prestigio (como los eclipses), pero ciertamente otros eventos de la época
estuvieron entre los más espectaculares de la historia: el cometa Halley, que se
acerca a la Tierra periódicamente cada ocho décadas, alcanzó su brillo máximo en la
visita de 837,41 despidió el primer milenio en 989 y llegó a tiempo de la batalla
de Hastings en 1066; mucho más visibles aún, las supernovas SN 1006 y SN 1054, que
reciben el número del año en que se registraron, fueron más detalladamente
reflejadas en fuentes chinas, árabes e incluso indoamericanas que en las escasas
europeas (a pesar de que la de 1054 coincidió con la batalla de Atapuerca).

Todo el siglo X, más bien por las condiciones reales que por las imaginarias, puede
considerarse parte de una época oscura, pesimista, insegura y presidida por el
miedo a todo tipo de peligros, reales e imaginarios, naturales y sobrenaturales:
miedo al mar, miedo al bosque, miedo a las brujas y los demonios y a todo lo que,
sin entrar dentro de lo sobrenatural cristiano, quedaba relegado a lo inexplicable
y al concepto de lo maravilloso, atribuido a seres de dudosa o quizá posible
existencia (dragones, duendes, hadas, unicornios). El hecho no tenía nada de único:
mil años más tarde, el siglo XX hizo nacer miedos comparables: al holocausto
nuclear, al cambio climático (versiones contemporáneas del fin del mundo); al
comunismo (la caza de brujas con la que se identificó al macarthismo), a la
libertad (Miedo a la Libertad es la base del fascismo en la interpretación de Erich
Fromm), comparación que ha sido puesta de manifiesto por los historiadores42 e
interpretada por los sociólogos (Sociedad del riesgo de Ulrich Beck).

La Edad Media cree firmemente que todas las cosas en el universo tienen un
significado sobrenatural, y que el mundo es como un libro escrito por la mano de
Dios. Todos los animales tienen un significado moral o místico, al igual que todas
las piedras y todas las hierbas (y esto es lo que explican los bestiarios, los
lapidarios y los herbarios). Se llega así a atribuir significados positivos o
negativos también a los colores... Para el simbolismo medieval una cosa puede tener
incluso dos significados opuestos según el contexto en el que se contempla (de ahí
que el león a veces simbolice a Jesucristo y a veces al demonio).
Umberto Eco43
La coyuntura del año mil
En la coyuntura histórica del año mil, las estructuras políticas más fuertes del
periodo anterior se estaban demostrando muy débiles: el islam se descompuso en
califatos (Bagdad, El Cairo y Córdoba), que para el año 1000 se estaban demostrando
incapaces de contener a los reinos cristianos, especialmente al Reino de León, en
la península ibérica (fracaso final de Almanzor) y al Imperio bizantino en el
Mediterráneo Oriental. También sufre la expansión bizantina el Imperio búlgaro, que
queda destruido. Los particularismos nacionales francés, polaco y húngaro dibujan
fronteras protonacionales que, curiosamente, son muy similares a las del año 2000.
En cambio, el Imperio carolingio se había disuelto en principados feudales
ingobernables, que los Otónidas se proponían incluir en una segunda Restauratio
Imperii (Otón I, en el 962), esta vez sobre bases germanas.44

La persistencia del miedo y la función de la risa


Nel mezzo del cammin di nostra vita
mi ritrovai per una selva oscura
chè la diritta via era smarrita.
En el medio del camino de nuestra vida
me encontraba en un bosque oscuro
porque el recto camino había extraviado.
Dante, Divina Comedia

Disciplinantes o flagelantes en un grabado del siglo XV. Penitenciagite (haced


penitencia) Hay que castigar el cuerpo para salvar el alma. El ascetismo ve en la
mortificación un camino para superar las tentaciones de la carne y obtener méritos
en vida para la redención de la culpa por los pecados.
Los miedos y la inseguridad no acabaron con el año mil, ni tampoco hubo que esperar
para volver a encontrarlos a la terrible peste negra y a los flagelantes del siglo
XIV. Incluso en el óptimo medieval del expansivo siglo XIII lo más habitual era
encontrar textos como el de Dante, o como los siguientes:

Este himno de autor desconocido, atribuido a muy diversos personajes (el papa
Gregorio -que pudiera ser Gregorio Magno, a quien también se atribuye el canto
gregoriano, u otro de los de ese nombre-, al fundador del Cister San Bernardo de
Claraval, a los monjes dominicos Umbertus y Frangipani y al franciscano Tomás de
Celano) e incorporado a la liturgia de la misa:

Dies iræ, dies illa,


Solvet sæclum in favilla,
Teste David cum Sibylla !
Quantus tremor est futurus,
quando judex est venturus,
cuncta stricte discussurus !
...
Confutatis maledictis,
flammis acribus addictis,
voca me cum benedictis.
Oro supplex et acclinis,
cor contritum quasi cinis,
gere curam mei finis.
Lacrimosa dies illa,
qua resurget ex favilla
judicandus homo reus.
Huic ergo parce, Deus.

Día de la ira; día aquel


en que los siglos se reduzcan a cenizas;
como testigos el rey David y la Sibila.
¡Cuánto terror habrá en el futuro
cuando el juez haya de venir
a juzgar todo estrictamente!
...
Tras confundir a los malditos
arrojados a las llamas voraces
hazme llamar entre los benditos
Te lo ruego, suplicante y de rodillas,
el corazón acongojado, casi hecho cenizas:
hazte cargo de mi destino.
Día de lágrimas será aquel día
en que resucitará, del polvo
para el juicio, el hombre culpable.
A ese, pues, perdónalo, oh Dios.

Un monstruoso demonio arranca la lengua con una tenaza a un condenado (posiblemente


un castigo por haber pecado de palabra), mientras otro demonio le arrastra
tirándole del pelo. Capitel románico de la iglesia de Bois-Sainte-Marie, Brionnais,
Francia.
Pero también participa de la misma concepción pesimista del mundo este otro,
proveniente de un ambiente totalmente opuesto, recogido en una colección de poemas
goliardos (monjes y estudiantes de vida desordenada):45

O Fortuna
velut luna
statu variabilis,
semper crescis
aut decrescis;
vita detestabilis
nunc obdurat
et tunc curat
ludo mentis aciem
egestatem,
potestatem
dissolvit ut glaciem.
Sors immanis
et inanis,
rota tu volubilis,
status malus,
vana salus
semper dissolubilis,
obumbrata
et velata

O Fortuna,
como la Luna
variable
creces sin cesar
o desapareces.
¡Vida detestable!
primero embota
y después estimula,
como juego, la agudeza de la mente.
la pobreza
y el poder
se derriten como el hielo.
Destino monstruoso
y vacío,
una rueda girando es lo que eres,
si está mal colocada
la salud es vana,
siempre puede ser disuelta,
eclipsada
y velada
Fortuna imperatrix mundi: Fortuna emperatriz del mundo (Carmina Burana)
Lo sobrenatural estaba presente en la vida cotidiana de todos como un constante
recordatorio de la brevedad de la vida y la inminencia de la muerte, cuyo radical
igualitarismo se aplicaba, en contrapunto con la desigualdad de las condiciones,
como un cohesionador social, al igual que la promesa de la vida eterna. La
imaginación se excitaba con las imágenes más morbosas de lo que ocurriría en el
juicio final, los tormentos del infierno y de los méritos que los santos habían
obtenido con su vida ascética y sus martirios (que bien administrados por la
Iglesia podían ahorrar las penas temporales del purgatorio). Esto no solo operaba
en los amedrentados iletrados que únicamente disponían del evangelio en piedra de
las iglesias; la mayor parte de los lectores cultos daban todo crédito a las
escenas truculentas que llenaban los martirologios y a las inverosímiles historias
de la Leyenda Áurea de Jacopo da Vorágine.

El miedo era inherente a la violencia estructural permanente del feudalismo, que


aunque se encauzara por mecanismos aceptables socialmente y estableciera un orden
estamental teóricamente perfecto, era un permanente recuerdo de la posibilidad de
subversión del orden, periódicamente renovado con guerras, invasiones y
sublevaciones internas. En particular, las sátiras contra el rústico eran
manifestaciones de la mezcla de desprecio y desconfianza con que clérigos y nobles
veían al siervo, reducido a un monstruo deforme, ignorante y violento, capaz de las
mayores atrocidades, sobre todo cuando se agrupaba.46

A furia rusticorum libera nos, Domine


De la furia de los campesinos, líbranos Señor.
Adición a la liturgia eclesiástica de la Letanía de los Santos.47
Pero al mismo tiempo, se sostenía, como parte esencial del edificio ideológico (era
la justificación de la elección papal) que la voz del pueblo era la voz de Dios
(Vox populi, vox Dei). El espíritu medieval debía asumir la contradicción de
impulsar manifestaciones públicas de piedad y devoción y al tiempo permitir
generosas concesiones al pecado. Los carnavales y otras parodias grotescas (la
fiesta del asno o el charivari) permitían todo tipo de licencias, incluso la
blasfemia y la burla a lo sagrado, invirtiendo las jerarquías (se elegían reyes de
los tontos obispillos u obispos de la fiesta) haciendo triunfar todo lo que el
resto del año estaba prohibido, era considerado feo, desagradable o daba miedo,
como reacción saludable al terror cotidiano al más allá y garantía de que, pasados
los excesos de la fiesta, se volvería dócilmente al trabajo y la obediencia.
Seriedad y tristeza eran prerrogativas de quien practicaba un sagrado optimismo
(hay que sufrir pues luego nos aguarda la vida eterna), mientras que la risa era la
medicina del que vivía con pesimismo una vida miserable y difícil.48 Frente al
mayor rigorismo del cristianismo primitivo, los teólogos medievales especulaban
sobre si Cristo rio o no (la Epístola de Léntulo, uno de los evangelios apócrifos
sostenía que no; mientras que algunos padres de la iglesia defendían el derecho a
una santa alegría), lo que justificaba textos cómicos eclesiásticos, como la Coena
Cypriani y la Joca monachorum.49

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