Mia Dagon

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 1

Dagon

(Dagon, 1917)
Escribo esto bajo una fuerte tensión mental, ya que cuando llegue la noche habré dejado
de existir. Sin dinero, y agotada mi provisión de droga, que es lo único que me hace
tolerable la vida, no puedo seguir soportando más esta tortura; me arrojaré desde esta
ventana de la buhardilla a la sórdida calle de abajo. Pese a mi esclavitud a la morfina, no
me considero un débil ni un degenerado. Cuando hayan leído estas páginas
atropelladamente garabateadas, quizá se hagan idea —aunque no del todo— de por qué
tengo que buscar el olvido o la muerte.
Fue en una de las zonas más abiertas y menos frecuentadas del anchuroso Pacífico donde
el paquebote en el que iba yo de sobrecargo cayó apresado por un corsario alemán. La
gran guerra estaba entonces en sus comienzos, y las fuerzas oceánicas de los hunos aún
no se habían hundido en su degradación posterior; así que nuestro buque fue capturado
legalmente, y nuestra tripulación tratada con toda la deferencia y consideración debidas a
unos prisioneros navales. En efecto, tan liberal era la disciplina de nuestros opresores, que
cinco días más tarde conseguí escaparme en un pequeño bote, con agua y provisiones para
bastante tiempo.
Cuando al fin me encontré libre y a la deriva, tenía muy poca idea de cuál era mi situación.
Navegante poco experto, sólo sabía calcular de manera muy vaga, por el sol y las estrellas,
que estaba algo al sur del ecuador. No sabía en absoluto en qué longitud, y no se divisaba
isla ni costa algunas. El tiempo se mantenía bueno, y durante incontables días navegué sin
rumbo bajo un sol abrasador, con la esperanza de que pasara algún barco, o de que me
arrojaran las olas a alguna región habitable. Pero no aparecían ni barcos ni tierra, y empecé
a desesperar en mi soledad, en medio de aquella ondulante e ininterrumpida inmensidad
azul.
El cambio ocurrió mientras dormía. Nunca llegaré a conocer los pormenores; porque mi
sueño, aunque poblado de pesadillas, fue ininterrumpido. Cuando desperté finalmente,
descubrí que me encontraba medio succionado en una especie de lodazal viscoso y
negruzco que se extendía a mi alrededor, con monótonas ondulaciones hasta donde
alcanzaba la vista, en el cual se había adentrado mi bote cierto trecho.
Aunque cabe suponer que mi primera reacción fuera de perplejidad ante una
transformación del paisaje tan prodigiosa e inesperada, en realidad sentí más horror que
asombro; pues había en la atmósfera y en la superficie putrefacta una calidad siniestra que
me heló el corazón. La zona estaba corrompida de peces descompuestos y otros animales
menos identificables que se veían emerger en el cieno de la interminable llanura. Quizá no
deba esperar transmitir con meras palabras la indecible repugnancia que puede reinar en el
absoluto silencio y la estéril inmensidad. Nada alcanzaba a oírse; nada había a la vista,
salvo una vasta extensión de légamo negruzco; si bien la absoluta quietud y la uniformidad
del paisaje me producían un terror nauseabundo.
El sol ardía en un cielo que me parecía casi negro por la cruel ausencia de nubes; era
como si reflejase la ciénaga tenebrosa que tenía bajo mis pies. Al meterme en el bote
encallado, me di cuenta de que sólo una posibilidad podía explicar mi situación. Merced a
una conmoción volcánica el fondo oceánico había emergido a la superficie, sacando a la luz
regiones que durante millones de años habían estado ocultas bajo

También podría gustarte