La Creditocracia Andrew Ross
La Creditocracia Andrew Ross
La Creditocracia Andrew Ross
Andrew Ross
Índice de contenido
Portadilla
Legales
Reconocimientos
Introducción
¿Derechos conculcados?
Si pagamos, moriremos
Tú no eres un préstamo
Cuerpo y alma
Opciones
Agrandarse y mendigar
Glosario
Ross, Andrew
ISBN 978-950-23-2752-5
CDD 337
Eudeba
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“Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción
parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la
reprografía y el tratamiento informático.
Entre los autores que han recorrido conmigo los agotadores campos de la
deuda se encuentran Sarah Jaffe, Mike Konczal, Cryn Johannsen, Alan
Collinge, Steve Fraser, Richard Dienst, Michael Hardt, Chris Newfield,
Tamara Draut, Samir Sonti, Adolph Reed, Jeff Williams, Fred Moten, Anya
Kamenetz, Nick Pinto, Seth Ackerman, Pam Martens y Rachel Signer.
Fue un gran placer volver a trabajar con mi revisor y amigo Colin Robinson
(YNWA), así como con John Oakes. Natasha Lewis, Emily Freyer, Justin
Humphries y Courtney Andújar, que integran el soberbio equipo de OR Books.
Le estoy agradecido asimismo a Jackson Smith por su ayuda en la preparación
del manuscrito para la imprenta.
*- Yalman Onaran, “U.S. Banks Bigger Than GDP as Accounting Rift Masks
Risk”, Bloomberg News, 19 de febrero de 2013.
Introducción
Surge una creditocracia cuando todos y cada uno de estos bienes, por más
que sean productos básicos, deben ser financiado con deuda, y cuando el
endeudamiento se vuelve no solo el prerrequisito de las mejoras materiales en
la calidad de vida, sino en uno de los requerimientos fundamentales de la
vida. Los financistas se ocupan de que haya deuda en torno de todo posible
activo y fuente de ingresos, y de que les fluyan intereses de cada uno.
Por otra parte, cuando para saldar las deudas vigentes se debe recurrir a
nuevas fuentes de crédito (como lo capta muy bien ese slogan publicitario de
la década de 1990: “Uso mi MasterCard para pagar mi Visa”) (4), podemos
tener la seguridad de que hemos ingresado en una etapa más avanzada del
gobierno de los acreedores. Para los trabajadores pobres, este tipo de
endeudamiento compulsivo es bien conocido, y ha perdurado mucho más que
su expresión clásica en los sistemas esclavistas, el feudalismo y las escrituras
de fideicomiso. Cada uno de estos sistemas de endeudamiento cautivo fueron
seguidos de otros similares —aparcería, usura, cupones de deuda de las
compañías— y su legado está vivo y vigente hoy en el panorama del
financiamiento marginal a tasas inferiores a la preferencial, allí donde los
“bancos para los pobres” operan en una tienda de cada dos del “Callejón del
Prestamista”. Pero los bonos generados por las deudas de las familias se han
difundido ya a las clases superiores y hoy afectan a la mayoría de la población
y mantienen encadenadas a dos generaciones de universitarios cultos.
Con una deuda total de los consumidores que asciende en Estados Unidos a la
impresionante cifra de 11,13 billones de dólares (en 2012 el PBI del país fue
de 15,68 billones), el 77% de los hogares tienen graves deudas y uno de cada
siete norteamericanos es o ha sido perseguido por algún prestamista. (5) En
cuanto a los prestatarios, el colmo de la creditocracia tiene lugar cuando la
“renta económica” —proveniente del apalancamiento de las deudas, la
adquisición de capital, la manipulación de los documentos de deuda mediante
instrumentos financieros y otras formas de ingeniería financiera— ya no es
meramente una fuente suplementaria de ingresos sino que se convierte en el
medio más eficaz y confiable para amasar una fortuna y tener influencia en la
sociedad.
El grandioso robo bancario
Todas las pruebas existentes, así como buena parte de nuestra propia
experiencia —ya sea que ocupemos un alto cargo público o que
languidezcamos con las manos vacías después de haber sido perseguidos por
un organismo de recaudación fiscal—, nos dicen que hoy está en
funcionamiento una creditocracia cabal, diferente de otras variantes del
capitalismo monopólico en el que predominaban las ganancias obtenidas a
partir de la producción. (6) Este proceso histórico puede ejemplificarse de
varias maneras. Tomemos, por ejemplo, el balance del poder de los bancos y
de los gobiernos. En 1895, se acudió a JP Morgan para que salvara al Tesoro
norteamericano de entrar en incumplimiento de pagos, y otra vez se hizo lo
mismo en 1907; pero en 2008 las cosas se invirtieron: el Tesoro se vio
obligado a rescatar del derrumbe a JP Morgan Chase, y pocos dudan de que lo
volvería a hacer en el futuro si se viera forzado.
Este cambio también se muestra en la forma en que hacen sus ganancias las
empresas. Compañías enormes como la General Electric y la General Motors,
que comandaban la economía gracias a la potencia de su producción
industrial, se han vuelto mucho más dependientes, en cuanto a sus utilidades,
de sus respectivos brazos financieros. Ya no se considera básicamente a una
empresa como una receptora solvente de préstamos tendientes a obtener una
producción tangible sino como el objetivo de préstamos apalancados
colmados de deudas y utilizados implacablemente para extraer de ellos
intereses y los aranceles de los financistas. La diferencia entre la carrera de
Mitt Romney en Bain Capital y la de su padre en la American Motor Company
sintetiza claramente esta transición del capitalismo industrial al capitalismo
financiero. (7) En cuanto al individuo común y corriente, hoy está bajo la
constante vigilancia financiera de las principales oficinas de crédito (Equifax,
Experian y TransUnion), cuyos informes, puntajes y calificaciones sobre
nuestra conducta crediticia controlan las puertas de acceso a muchas áreas
donde imperan las necesidades y anhelos económicos. Estas agencias no
están sometidas a supervisión pública y solo responden a las demandas de la
clase acreedora; los perfiles que nos asignan son como cédulas de identidad
que marcan nuestro rango y clase tanto en el presente como en el futuro —ya
que también se los utiliza para predecir nuestro comportamiento en el
mañana—.
Sabemos que en el 99% de la población son cada vez más los que soportan
una indebida carga de deudas —bajo la forma de reclamos financieros que
nunca podrán reembolsarse—, pero ¿sabemos con igual claridad quiénes son
los miembros de la clase acreedora? Siguiendo los consejos de Margaret
Thatcher, que promovía el “capitalismo de las cajas de jubilación”, también
las cajas de jubilación de los trabajadores han sido absorbidas por el mercado
financiero. De hecho, estas cajas tienen hoy en su poder una parte
significativa de la deuda pública, en especial la municipal, que ahora se usa
como justificativo para impulsar políticas de austeridad. Los trabajadores son
acreedores, tanto en el sentido formal como legal, y van a terminar perdiendo
si en un juicio de quiebra las deudas se cancelan indiscriminadamente.
Este tipo de discurso muestra hasta qué extremo ha llegado la actual crisis de
la deuda. Todo indica que son necesarias medidas drásticas de alivio, y que
debería generarse un nuevo tipo de economía no confiscatoria, que saque
provecho de lo que Keynes denominaba “la eutanasia del rentista”. Ese
camino alternativo —que conduzca hacia una sociedad guiada por el uso
productivo del crédito— tal vez sea la única manera de salvar la democracia.
Pero para los economistas del establishment, incluso los que cuestionan el
credo neoliberal, no hay crisis, solo un “remanente” de deuda que debe ser
reducido a límites manejables para que se restablezca el patrón normal de
crecimiento económico financiado mediante deuda.
Como ocurre con todo ordenamiento social injusto, la creditocracia debe ser
despojada de su legitimidad ante la mente de la gente antes de que se pueda
eliminar su poder actual. ¿Cuánto hemos avanzado en este camino? Dados los
embates que han sufrido los banqueros en los cinco últimos años, el hecho de
que aún posean siquiera una parte de su condición de miembros
indispensables de la sociedad es un indicador de su autoproyectada mística.
Día por medio, a medida que se descubren sus sucesivas estafas, tenemos un
nuevo titular periodístico sobre su comportamiento especulativo y su falta de
ética. Los procesos judiciales se multiplican, aunque generan apenas unas
pocas condenas (siempre de empleados de segunda categoría) y un cúmulo
cada vez mayor de multas, reembolsos y otras penalidades. Algunos de los
acuerdos para poner fin a las acusaciones civiles y penales implican sumas
enormes.
En su libro The Bankers’ New Clothes (El nuevo ropaje de los banqueros),
Anat Admati y Martin Hellwig afirman que “hay un mito muy difundido según
el cual los bancos, y la actividad bancaria en general, son muy diferentes de
las demás empresas que integran una economía. Si alguien cuestiona esa
mística, corre el riesgo de ser declarado incompetente para participar en el
debate”. (14) Se nos estimula a creer que las finanzas son demasiado
complejas para que las entiendan los legos. Una de las consecuencias de esta
mística es que muchísimos de nosotros estamos atrapados en la mentalidad
del reintegro. Aunque cada vez somos más conscientes de que el hecho de
que los grandes acreedores no paguen sus propias deudas y descarguen en
otros sus préstamos riesgosos es una conducta irresponsable y un fraude,
seguimos pensando que no pagarles lo que les debemos es inmoral. Por
supuesto, hay abogados, tribunales y policías prestos a hacer cumplir esta
moral del reintegro, y en caso de no hacerlo tendremos que convivir con
antecedentes crediticios ruinosos. Pero estos son instrumentos coactivos:
actúan como respaldo si falla el mecanismo del consentimiento. Cuando la
psicología del deudor que consiente comienza a cambiar (como ahora lo está
haciendo lentamente) y pasa de la resignación a la renuencia, e incluso a la
resistencia, la autoridad del moralismo interesado de los acreedores empieza
a desmoronarse. Entonces, y solo entonces, estaremos en condiciones de
cuestionar honestamente si les debemos algo en absoluto a personas e
instituciones que, si no fuera por la ficción de los nuevos ropajes de los
banqueros, podrían con toda justicia ser consideradas extorsivas.
• Los préstamos que benefician solo al acreedor, o que infligen un daño social
y ambiental a individuos, familias y comunidades, deben renegociarse a fin de
compensar esos daños.
• A los bancos y sus beneficiarios les ha ido muy bien y ya están rebosantes
de utilidades; se les ha pagado lo suficiente y no es preciso hacerles ningún
reembolso adicional.
Con pocas excepciones, en este libro no se registran las palabras ni los relatos
de los deudores mismos: es fácil encontrarlos en Internet y otros lugares. Sin
embargo, se inspiró en forma directa en la expresión franca de sus
situaciones —una elocuente manifestación de congoja, resentimiento y
solidaridad reprimidos, considerada como un momento de “destape” para
aquellos que ya no estaban silenciados por la culpa y la vergüenza con que
cargan los deudores—. Quiero mencionar por último, aunque no por ello
menos importante, que los argumentos expuestos en estas páginas
provinieron de los debates y acciones directas emprendidos con mis
camaradas de las campañas “Strike Debt” y “Occupy Student Debt”, que
respondieron a lo que el momento demandaba. (21) En tal sentido, este libro
representa la voz de dicho movimiento, por más que este se encuentre
buscando aún su propia voz y sus propios pies.
1- Yalman Onaran, “U.S. Banks Bigger Than GDP as Accounting Rift Masks
Risk”, Bloomberg News, 19 de febrero de 2013.
2- Ver Nomi Prins, All the Presidents’ Bankers: The Hidden Alliances that
Drive American Power, Nueva York: Avalon, 2013.
6- Ver Greta Krippner, Capitalizing on Crisis: The Political Origins of the Rise
of Finance, Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 2011; Costas
Lapavitsas, Profiting Without Producing: How Finance Exploits Us All,
Londres: Verso, 2014; Joseph Stiglitz, The Price of Inequality: How Today’s
Divided Society Endangers Our Future, Nueva York: Norton, 2012; John
Lanchester, I.O.U.:Why Everyone Owes Everyone and No One Can Pay, Nueva
York: Simon and Schuster, 2010; Michael Hudson, The Bubble and Beyond:
The Road from Industrial Capitalism to Finance Capitalism and Debt Peonage,
Nueva York: Islet, 2012.
7- Matt Taibbi, “Greed and Debt: The True Story of Mitt Romney and Bain
Capital”, Rolling Stone, 29 de agosto de 2012.
10- James Macdonald, A Free Nation Deep in Debt: The Financial Roots of
Democracy, Nueva York: Farrar, Straus & Giroux, 2003.
13- Peter Eavis, “Cost Aside, JP Morgan May Have a Good Deal”, New York
Times, 20 de noviembre de 2013.
14- Anat Admati y Martin Hellwig, The Bankers’ New Clothes: What’s Wrong
with Banking and What to Do About It, Princeton: Princeton University Press,
2013, pág. 2.
*- Juego de palabras con “sentence of death” (sentencia de muerte), que se
pronuncia de manera muy similar. (N. del T.)
15- Damien Millet y Eric Toussaint, Who Owes Who?: 50 Questions about
World Debt , Londres: Zed Books, 2004; y Debt, the IMF, and the World Bank:
Sixty Questions, Sixty Answers, Nueva York: Monthly Review Press, 2010.
16- François Chesnais, Les dettes illégitimes: Quand les banques font main
basse sur les politiques publiques, París: Liber, 2012.
18- Michael Hudson, “Democracy and Debt: Has the Link been Broken?”,
Frankfurter Allgemeine Zeitung, 5 de diciembre de 2011; puede consultarse
en inglés en http://michael-hudson.com/2011/12/.
20- Marina Sitrin y Dario Azzelini, They Can’t Represent US! Reinventing
Democracy from Greece to Occupy, Nueva York: Verso Press, 2013; David
Graeber, The Democracy Project: A History, a Crisis, a Movement, Nueva
York: Spiegel and Grau, 2013; Michael Hardt y Antonio Negri, Declaration,
Nueva York: Hardt and Negri, 2012; A.J. Bauer, Cristina Beltrán, Rana Jaleel y
Andrew Ross, eds., Is This What Democracy Looks Like?, Nueva York: Social
Text, 2012.
El mensaje, que tendía a acallar esas voces insurgentes, era ominoso, aunque
quedó sumergido por la atención que recibió en las décadas siguientes la
Comisión Trilateral como blanco favorito de los teóricos de la conspiración.
(2) La lista de personas influyentes de la Comisión, aunque nadie las había
elegido (magnates de los negocios, pesos pesados de la política, tenaces
intelectuales defensores de los gobiernos), fueron tan publicitadas por los
matones de la derecha con sus discursos insustanciales sobre cómo gobernar
un mundo unificado que sus efectos concretos en la opinión de la élite y en las
medidas de gobierno pasaron inadvertidos. Ocurre que este discreto
conciliábulo fue solo uno entre muchos organismos internacionales de
representantes no elegidos —la Organización Mundial del Comercio, la
Comisión Europea, la Organización Mundial para la Propiedad Intelectual, el
grupo G8, la Troika— surgidos en este período y cuyo propósito es operar sin
tener que dar cuenta a los electorados de los países soberanos.
Sin lugar a dudas, todas estas entidades contribuyeron, cada una a su modo, a
“moderar”, o incluso tal vez a limitar, la democracia. Pero para realizar esta
tarea hay otras herramientas mucho más eficaces. Cobran la forma de
contratos de deuda ofrecidos con liberalidad a personas que tienen una
necesidad acuciante de crédito y vívidos sueños de tener una vida más
segura, pese a que tales contratos han creado cargas y obligaciones que se
han vuelto intolerables e imposibles de sostener. Salvo la represión armada,
la carga de la deuda en todos los individuos ha probado ser la forma más
confiable de coaccionar a los ciudadanos libres en el mundo moderno. Aunque
esta coerción fuese simplemente la consecuencia no deseada de ampliar el
crédito a todos en nombre de un acceso a él justo e igualitario, no podría
haber servido mejor como instrumento de disciplina política y social. Contraer
deudas ya no es una opción sensata, alegremente perseguida como camino
hacia la movilidad de la clase media y las comodidades que brinda el
consumo, como lo fue para una porción importante de la población del Norte
en la posguerra. El endeudamiento se ha convertido en un escenario general
y permanente, que la mayoría vive como una situación de impotencia, por no
decir de sometimiento.
Los maestros del arte de la confiscación se atienen a dos reglas de oro: 1) Los
deudores nunca deben dejar de reembolsar dinero, y 2) Los acreedores deben
ser totalmente resarcidos. Los mecanismos para aplicar la primera regla son:
las agencias de informes crediticios, las leyes que perjudican decididamente a
los prestatarios, la facultad de los acreedores de echar mano de los salarios y
las prestaciones sociales, y la cárcel para los deudores, como se practicaba en
el pasado. No es menos efectivo el cargado moralismo que asedia y paraliza al
deudor que sueña con escapar al peso de su deuda. En una creditocracia,
quebrar la promesa de reembolso es un tabú muy fuerte. En cuanto al
cumplimiento de los derechos de los prestamistas, el formidable poder de la
industria de los servicios financieros torna cada vez más difícil para los
legisladores no darles prioridad. Son demasiados los funcionarios electos que
están cautivos de los grandes bancos, y los gobiernos son tan fieles a la dura
justicia que impone el mercado de títulos-valores que cuando los grandes
acreedores solicitan un alivio se ven obligados a autorizar rescates públicos, a
la vez que hacen a un lado las demandas, más legítimas, de los pequeños
deudores arruinados por las secuelas de la salvaje especulación de los bancos.
Esta nueva visión sobre las virtudes ligadas a la conducta de los ciudadanos
es muy elocuente. De hecho, en los negocios de los préstamos, se reservaba el
rótulo “aprovechador” para los que incumplían con sus deudas y perdían sus
posesiones. (4) En el tipo de sociedad que premiaba la productividad, la
recompensa para los ciudadanos modelos, dotados de una sólida ética laboral,
era que siempre veían claramente el camino que los llevaba, a través del
ahorro, a la movilidad ascendente (aunque no siempre pudieran recorrerlo).
En cambio, una sociedad entusiasmada con la renta no proveniente del salario
tiende a valorar al oportunista, que hace juegos malabares con sus opciones
de crédito, consolida sus préstamos o pide prestado más dinero con el solo fin
de seguir tirando. Los más solventes son instruidos para convertirse en
cabales beneficiarios de créditos renovables, que refinancian sus deudas o sus
opciones de empleo para salvarse de la bancarrota. Si estos deudores no son
financiados por los bancos, tal vez se las ingenien con préstamos en forma de
adelantos sobre su sueldo siguiente o con créditos hipotecarios, con el objeto
de pagar lo mínimo posible. Los maestros de estas artes riesgosas son los
arbitrajistas profesionales de los bancos de inversión, los fondos de cobertura
de alto riesgo y los que invierten en compañías que no cotizan en la Bolsa,
quienes elaboran estrategias (con el dinero de los demás) para adelantarse a
los mercados mediante apuestas dudosas y otras maniobras especulativas.
Tampoco es que estos nuevos roles en ascenso traigan consigo mucho libre
albedrío. Las compras con tarjetas de crédito permiten contar con registros
detallados de nuestras pautas de vida diaria, y estas son hurgadas y
analizadas a fin de evaluar y confirmar nuestro perfil como ciudadanos
deudores. Nuevamente, el ideal es hacer perdurar nuestros pagos y
cultivarnos como deudores perpetuos. Si nos morimos, o si logramos pagar
todo lo que debemos, nos volvemos inservibles para el sistema. No es de
sorprender que el peso principal de las deudas por vivienda se haya
desplazado hacia las personas mayores e incluso a la generación que siempre
abjuró de las deudas a raíz de sus recuerdos de la Gran Depresión. En el
modelo de préstamos vitalicios que prevaleció en la posguerra se daba más o
menos por sentado que al llegar a la ancianidad tendríamos el derecho de
vivir libres de deudas, y las personas mayores se jactaban con orgullo de no
haber pagado jamás un honorario financiero. Ya no ocurre así, y no solo
porque los jóvenes de aquella época, más tolerantes ahora respecto de
contraer deudas, hayan ingresado en las filas de los jubilados. A primera
vista, las deudas totales de vivienda en Estados Unidos disminuyeron desde el
crack financiero de 2008. El servicio de la deuda, que a fines de 2007 había
llegado a ser más del 14% de los ingresos netos de impuestos, había caído en
abril de 2003 a 10,5%. (5) No obstante, esa disminución se debió en gran
parte no a los reembolsos sino a los incumplimientos de pago, ya que los
bancos dieron por perdidas muchas deudas de individuos gravemente
morosos. Por otra parte, las obligaciones se inclinaron
desproporcionadamente en contra de las personas mayores, cuyas deudas
aumentaron en ese mismo período. (6) Muchas personas, pese a su tendencia
a la frugalidad, no tienen ahora otra alternativa que salir de garantes a sus
hijos y nietos en los préstamos que contraen, en especial por deudas
estudiantiles. Según el Banco de la Reserva Federal de Nueva York,
2.200.000 norteamericanos de 60 o más años debían, al final del primer
trimestre de 2013, 43.000 millones de dólares en préstamos públicos y
privados, mientras que en 2007 eran 15.000 millones. (7)
¿Derechos conculcados?
Y estas eran las mismas instituciones a las que sus asesores económicos
habían recomendado rescatar de manera infame, con decenas de miles de
millones de dólares de la Reserva Federal. (11) A pesar de la masiva
generosidad federal, las autoridades comprobaron que no tenían ningún
medio viable para obligar a los bancos a prestar dinero, y menos aún para
obligarlos a reducir sus propias obligaciones. A medida que avanzaba la
recesión, los seis bancos más grandes no hicieron sino aumentar de tamaño:
controlaron cada vez más activos y perfeccionaron su capacidad para diluir
incluso los empeños reguladores más débiles (como la ley Dodd-Frank) (*).
Es más difícil calibrar hasta dónde llegó la furia, más allá de la pequeña
multitud de “indignados” que participaron en los movimientos de activistas en
2010-2012 en distintos países, o de las filas de los desocupados universitarios
en general. El sentimiento de ser privada de sus derechos es relativamente
nuevo para la mayoría de clase media blanca en el Norte, incluso para sus
sectores más descreídos, por lo cual la difusión de esta manera de pensar ha
sido muy despareja. En un extremo del espectro están las víctimas de la
austeridad en la zona del Mediterráneo, bruscamente despojadas de sus
pertenencias cívicas y arrojadas al bajo mundo donde impera la necesidad de
la subsistencia. En el otro extremo están los desposeídos de la seguridad que
les brindaban sus viviendas en el tsunami de ejecuciones hipotecarias que
arrasó con las zonas residenciales de California, Arizona y Florida. En el caso
de los primeros, sus vínculos con la condición de su ciudadanos es, por lo
común, más fuerte que su autoimagen como consumidores, de modo que su
rencor se dirige más directamente al poder que les permite a los banqueros
alemanes, suizos, franceses y holandeses llevarse por delante a las
legislaturas de sus países sin ningún miramiento. En cuanto a los que se
quedaron con sus propiedades sumergidas en el Cinturón del Sol*, su
psicología consumista se incubó durante el prolongado auge de los activos
físicos, la última fracción del cohete lanzado al espacio en la era del crédito
barato, que fue durante treinta años un sustituto aleatorio de la caída de los
ingresos. Molesto por haber sido apartado de la melosa dieta del Sueño
Americano, este sector descarga indiscriminadamente su rencor en
Washington y en Wall Street, lo cual, sumado al ventrilocuismo del Tea
Party**, hace que no repare en que el proceso político ha sido capturado por
las altas finanzas.
Si pagamos, moriremos
Suele decirse que los años sesenta y setenta fueron “las décadas del
desarrollo”. En ellas floreció el movimiento de países no alineados, el bloque
G77 de naciones en vías de desarrollo alentó la esperanza de un nuevo orden
internacional y se promovió la autonomía de los países mediante políticas de
sustitución de importaciones y la nacionalización de industrias y recursos
vitales. Grandes países, como la India, Indonesia y Yugoslavia, se convirtieron
en estandartes de la promesa de un camino independiente que se abriera
paso entre las trincheras de la Guerra Fría. Pero estos sueños fueron
financiados por inescrupulosos bancos occidentales mediante la emisión de
deuda. Los petrodólares generados por los excedentes de petróleo de la OPEP
se volcaron a estos bancos y fueron de inmediato prestados a países del Sur
ricos en productos básicos. Para el Citicorp, líder del mercado en estos
negocios, los honorarios y servicios de estos préstamos constituyeron “la
principal fuente de ganancias de las empresas a principios de la década de
1980”. (15) Sin embargo, en los años siguientes se asistiría a pérdidas
enormes debido a la sobreexposición de los bancos, con una ola de
incumplimientos de pagos que llevó el auge de los préstamos a su dura
conclusión.
Otros dirigentes menos receptivos a los dictámenes del FMI fueron echados
de sus puestos, en tanto que los demasiado complacientes debieron enfrentar
la ira de su pueblo. Algunos tuvieron un destino aún más aciago. Al asumir la
presidencia de Burkina Fasso tras un golpe militar en 1983, Thomas Sankara
pronto demostró ser uno de los más tenaces enemigos de la trampa de la
deuda. En un discurso memorable pronunciado en julio de 1987 en Addis
Abeba ante la Organización para la Unidad Africana, explicó que la crisis de
la deuda había sido generada por los acreedores del Norte y que la estaban
utilizando para dominar aún más al Sur:
Los que ahora nos prestan dinero son los que antes nos colonizaron [...] los
que solían manejar nuestros Estados y nuestra economía. Los colonizadores
endeudaron a África a través de sus hermanos y primos, los prestamistas.
Nosotros no tenemos vínculo alguno con esta deuda y por ende no debemos
pagarla. La deuda es un neocolonialismo en el que los colonizadores se han
transformado en “asesores técnicos”. Sería mejor decir “asesinos técnicos”.
La deuda constituye una nueva conquista de África muy inteligentemente
manejada, cuyo objetivo es subyugar su crecimiento y desarrollo
sometiéndolo a reglas foráneas. Cada uno de nosotros se ha convertido en un
esclavo financiero —o sea, en un auténtico esclavo— de los traidores que
pusieron dinero en nuestros países con la obligación de que se lo devolvamos.
[...] Hay una cosa segura: si no lo devolvemos, los prestamistas no se van a
morir por ello, pero si lo devolvemos, nos vamos a morir nosotros.
Huelga decir que tanto el Club de París como el Club de Londres se empeñan
en aislar a los deudores para que nunca actúen en forma concertada. Aun así,
todos los datos existentes sugieren que siempre hay una recompensa para las
naciones deudoras que se apartan. Dicho en términos más generales, los
datos históricos sobre el repudio de la deuda conforman un archivo enorme.
En América, abarcan desde los difundidos incumplimientos de los estados de
la Unión luego de las situaciones de pánico que se vivieron en 1837 y 1839,
pasando por la vuelta atrás de la Reconstrucción, cuando los estados sureños
rechazaron las deudas contraídas por los odiados gobiernos republicanos
“oportunistas”, hasta la oleada de negativas a pagar en Latinoamérica desde
mediados de la década de 1980. (21) Según Carmen Reinhart y Kenneth
Rogoff, desde 1800 hubo por lo menos 250 defaults soberanos de la deuda
externa, muchos de los cuales no fueron producto de la imposibilidad de
pagar sino de la falta de disposición a hacerlo. En verdad, su estudio, que se
remonta a la China del siglo XII y a la Europa medieval, revela que los
incumplimientos seriales de pagos fueron “un rito de iniciación casi universal
para los países que dejaban de tener economías de mercado emergentes y
pasaban a tener economías de mercado avanzadas”. (22)
Eric Toussaint y Damien Millet afirman que, según los datos disponibles, “una
actitud que desafíe abiertamente a los acreedores puede resultar
provechosa”, pues quienes adoptan esa postura firme suelen recibir algún
tipo de consideración. (24) Los que repudian la deuda se apoyan cada vez más
en argumentos morales y legales creíbles. Desde su fundación en 1990, el
Comité para la Abolición de la Deuda del Tercer Mundo (CADTM por su sigla
en inglés) ha elaborado un curso de acción persuasivo con vistas a la
cancelación de la deuda, ampliando aún más los alcances de la doctrina legal
sobre la deuda ilegítima, que aunque todavía es atacada ya está bien
establecida. El CADTM ha tenido una participación decisiva en el movimiento
Jubileo 2000, dirigido por la Iglesia, y ha sido el punto de apoyo de Jubileo
Sur, que continuó actuando después de esa fecha. El CADTM sostiene que el
repudio unilateral de las deudas ilícitas o ilegítimas no es solo una opción,
sino una responsabilidad de los Estados soberanos en caso de que las deudas
en cuestión hayan violado derechos humanos o ambientales o sean
claramente contrarias a los intereses de los ciudadanos. (25)
Dado el poder con que cuentan los bancos y los países acreedores para eludir
los arbitrajes internacionales, se considera que los actos unilaterales de
negativa a pagar son más eficaces y moralmente preferibles. Según el
CADTM, la cancelación de la deuda está aún más justificada si los reembolsos
podrían poner en peligro la capacidad del país para satisfacer necesidades
humanas básicas o si los acreedores son conscientes de los daños causados
por sus paquetes de créditos. Algunas situaciones se consideran “de fuerza
mayor”. Por ejemplo, la decisión de Paul Volcker de elevar las tasas de interés
en 1979 multiplicó el monto de las deudas existentes, y obviamente sobre esta
situación las naciones deudoras no tenían control alguno. En otros casos, los
intereses son tan altos y los requisitos concomitantes de los préstamos tan
extremos, que es inevitable que la deuda se vuelva impagable. En tales
circunstancias, la recomendación del CADTM es que los funcionarios
consideren los préstamos ilegítimos y sujetos a anulación, lo mismo que las
deudas incurridas por proyectos de desarrollo en gran escala que tienen como
consecuencia una explotación indebida de los recursos naturales y un
perjuicio ecológico.
Una vez dejada atrás la etapa del “jubileo” de la anulación de la deuda, viene
la tarea de construir una economía impulsada por el principio del crédito
productivo, en oposición a la ganancia depredadora. Se precisará un
financiamiento de otro tipo, proveniente de uniones de crédito y de bancos
transformados en entidades de interés público. Los tan publicitados
programas de microcréditos del Grameem Bank solo lograron estabilizar la
capacidad de los deudores para reembolsar sus deudas. Merced a ganancias
derivadas de tasas de interés que llegan al 100% en algunos países y a los
bajos niveles de incumplimiento de pagos, no es de sorprender que los
microcréditos sean un negocio brillante, muy alentado por los grandes
bancos. (29) Está por verse si el Banco del Sur, fundado en 2009 como una
alternativa progresista frente al FMI/Banco Mundial, puede ponerse al
servicio de las necesidades de desarrollo de los países de América Latina de
un modo justo y funcional cuando ya esté en condiciones de operar. En los
países de la región, donde la diseminación de la revolución bolivariana ha
adquirido cierta autonomía respecto de Washington, hay cautelosas
esperanzas de cooperación. Si el bloque izquierdista de América Latina es
capaz de sostener la unidad que les fue cuidadosamente negada por sus
acreedores norteños, provocarán un quiebre histórico con la antigua pauta de
sometimiento económico. En retrospectiva, el primer paso para establecer la
independencia económica y política tendrá que ser cuestionar y repudiar las
deudas ilegítimas con los bancos y países del Norte.
Resultó ser que estos bancos también quedaron expuestos a los préstamos
hipotecarios de los estadounidenses, y ofrecieron con liberalidad créditos
baratos a los estados periféricos de Europa, como Portugal, Italia, Irlanda,
Grecia y España (los “PIIGS”, por sus siglas en inglés, como se los comenzó a
denominar arrogantemente). Percibiendo que tenían la oportunidad de
explotar la delicada situación de Grecia, el más endeudado de estos países,
los fondos de cobertura de alto riesgo y los mercados de dinero depredadores
empezaron a apostar fuertemente, en 2010 y 2011, a la posibilidad de que
Grecia entrara en default o saliera de la Eurozona. La corrida resultante
sobre sus títulos públicos (España y Portugal eran los próximos objetivos)
hundió aún más a Grecia en las despiadadas manos de la Troika, cuyo
propósito principal, al igual que el del Club de París, es asegurar que los
acreedores sean totalmente resarcidos. En una muestra rutinaria de
autocastigo, el FMI expresó su preocupación ante las medidas de austeridad
excesivas que se habían impuesto al pueblo griego, pero no hubo ninguna
señal de indulgencia. En cierto momento se le pidió al primer ministro griego,
George Papandreou, que se sometiera a una cláusula según la cual se les
permitiría a los acreedores privados sacar el oro depositado en las bóvedas
del banco central de Grecia en caso de un default. (32) Papandreou pensó que
las cosas habían ido demasiado lejos, se negó y en lugar de ello convocó a un
referendo popular sobre el pacto de austeridad.
7- Kelly Greene, “New Peril for Parents: Their Kids’ Student Loans”, Wall
Street Journal, 26 de octubre de 2012.
8- Brett Williams, Debt for Sale: A Social History of the Credit Trap,
Filadelfia: University of Pennsylvania Press, 2004.
9- Entrevista con Christian Marazzi realizada por Ida Dominijanni, “The State
of Debt-The Ethics of Guilt”, Il manifesto,12 de marzo de 2011; fue traducida
al inglés por Jason Francis McGimsey en Uninomade, 5 de diciembre de 2011.
10- Maurizio Lazzarato, The Making of the Indebted Man, Nueva York:
Semiotexte, 2012, trad. al inglés por Joshua David Jordan.
12- Ann Larson, “Cities in the Red: Austerity Hits America”, Dissent (16 de
noviembre de 2012). Matt Taibbi explica que la crisis actual de la deuda de
los municipios es consecuencia, entre otras cosas, de que el dinero de las
cajas de jubilación fue utilizado por algunos funcionarios para inversiones de
alto riesgo. Ver “Looting the Pension Funds”, Rolling Stone, 26 de septiembre
de 2013.
14- Cheryl Payer traza un cuadro más completo en The Debt Trap: The
International Monetary Fund and the Third World, Nueva York: Monthly
Review Press, 1974; y The World Bank: A Critical Analysis, Nueva York:
Monthly Review Press, 1982.
19- Oscar Olivera y Tom Lewis, ¡Cochabamba! Water War in Bolivia, Boston:
South End Press, 2008.
20- Citado en Eric Toussaint y Damien Millet, Debt, the IMF, and the World
Bank: Sixty Questions, Sixty Answers, Nueva York: Monthly Review Press,
2010, pág. 178.
23- Renaud Vivien, Cécile Lamarque, “How Debts Can Legally Be Declared
Void”, Committee for the Abolition of Third World Debt, 20 de marzo de 2013;
puede consultárselo en http://cadtm.org/.
29- Neil MacFarquhar, “Banks Making Big Profits From Tiny Loans”, New
York Times, 13 de abril de 2010.
30- Susan George, The Debt Boomerang: How Third World Debt Harms Us
All, Boulder, Co.: Westview Press, 1992.
31- Mark Blyth, Austerity: The History of a Dangerous Idea, Nueva York:
Oxford University Press, 2013.
34- “ ‘Don’t Owe, Won’t Pay!’: A Conversation with a French Debt Resistor”,
Strike Debt, 24 de junio de 2013); puede consultárselo en
http://strikedebt.org/public-debtaudits/. Véase también International Citizen
Debt Audit Network, en http://www. citizen-audit.net/.
CAPÍTULO IILa economía moral de la familia
Las deudas de las familias tienen poco en común con la deuda pública, pero
esto no ha impedido que las autoridades, en especial aquellas que tratan de
justificar las medidas de austeridad, efectuaran comparaciones entre ambas.
En su Discurso sobre el Estado de la Unión del 2010, Barack Obama volvió a
dar un ejemplo clásico cuando decidió anunciar el fin de los esfuerzos de su
gobierno por otorgar estímulos para el consumo y el comienzo de la
“disciplina fiscal” bajo la forma de la austeridad.
El símil trazado por Obama era engañoso: los gobiernos no tienen que “vivir
por sus propios medios” como lo hacen las familias. A diferencia de las
familias endeudadas, la mayor parte de lo que debe el gobierno de Estados
Unidos se lo debe a sí mismo. Al igual que el Reino Unido, China y Japón,
Estados Unidos se rige por un sistema de moneda fiduciaria, por el cual el
gobierno está habilitado a emitir dinero a voluntad. Pero a diferencia de esos
otros países, Estados Unidos cuenta con la moneda de reserva internacional,
por la que siempre habrá demanda y que por ende constituye una salvaguarda
contra la inflación. A menos que su base tributaria se erosione rápidamente,
una nación en estas condiciones debería ser capaz de vivir con altos niveles
de deuda por períodos prolongados.
A pesar de la amplia generosidad del Estado con los bancos, los empeños del
gobierno por persuadirlos a que ofrecieran opciones de pagos hipotecarios
reducidos fracasaron. Los juicios iniciados contra Bank of America, Citigroup,
JPMorgan Chase, Wells Fargo y otras entidades por sus prácticas engañosas
en materia de préstamos hipotecarios tardaron mucho tiempo en dar
resultados concretos a los prestatarios. El acuerdo alcanzado en el otoño
boreal de 2013 por JP Morgan con el Departamento de Justicia, por un valor
de 13.000 millones de dólares, solo generó para los prestatarios un alivio total
de 4.000 millones. En el Reino Unido, las multas impuestas a RBS, Lloyds,
Barclays y HSBC por vender de modo fraudulento “seguros de protección
contra los pagos” (PPI por su sigla en inglés) bastaron para generar un
crecimiento en la construcción de viviendas. De hecho, los varios miles de
dólares que de pronto ingresaron en las arcas de los consumidores engañados
parecen haber ejercido mayor impacto sobre la economía real que las
operaciones diarias de los bancos. John Lanchester observó con ironía: “Los
bancos cumplen tan mal con su función primordial, que es prestar dinero, que
para la economía es mejor que paguen miles de millones de libras en multas a
los clientes a quienes esquilmaron”. (4)
Lo que disipó cualquier duda que hubiese sobre las virtudes de financiar el
consumo de artículos de gran valor fue el surgimiento del automóvil como
bien de consumo masivo. Un caso notable fue el de Henry Ford, que como
buen productor rechazaba las finanzas, y se abstuvo de adoptar la nueva
modalidad: las ventas de su empresa sufrieron cuando su rival principal, la
General Motors, avanzó con las compras a plazos mediante la General Motors
Acceptance Corporation (GMAC), que en años subsiguientes crecería hasta
convertirse en un brazo rentable de la entidad matriz. (5) Más adelante, el
éxito de la GMAC en financiar compras mayoristas y minoristas engendró
imitadores en otras compañías, como la General Electric, a la par que
comenzaban a surgir compañías financieras independientes para satisfacer el
apetito por poseer otros bienes de consumo que superaban los ingresos de los
obreros.
Para rivalizar con el atractivo del socialismo, algunos profetas del consumo,
como Edward Filene y Edward Bernays, promovieron el “poder de los
consumidores” como alternativa frente a la democracia en el lugar de trabajo.
(6) Consideraban que la ampliación del crédito a las masas era un gran acto
emancipador. John Raskob, presidente de la GMAC, declaró que los esfuerzos
financieros de entidades como la suya permitirían alcanzar “el soñado paraíso
de la abundancia y el tratamiento justo para todos que los socialistas le han
señalado a la humanidad. Pero nuestro camino avanzará por la ruta
capitalista de construir, en lugar de hacerlo por la ruta socialista de echar
abajo”. (7) De hecho, el acceso al crédito se enarboló, en las décadas
siguientes, como estandarte de la gran batalla de las relaciones públicas
contra el socialismo, al principio para suprimir su influencia en Estados
Unidos y luego, a partir de 1940, como parte de la contienda mundial contra
el bloque soviético.
El eje de esta cruzada no fue el automóvil sino la vivienda propia, el pilar más
sólido y el elemento de defensa más sugestivo del individualismo posesivo
anglo-norteamericano contra el credo colectivista. Cuando el Censo de 1920
mostró el vacío que había en materia de propiedad de viviendas, surgió para
promover esa causa el movimiento por Mejores Casas en Estados Unidos, que
diversas empresas y grupos civiles lanzaron en 1920 en el “Día de la Casa
Propia”, parte de la “Semana Nacional por la Frugalidad”. En su condición de
secretario de Comercio de 1921 a 1928, Herbert Hoover presidió el
movimiento por Mejores Casas, entidad formada para detener el consumismo
irresponsable, por un lado, y la amenaza socialista, por el otro. No contento
con invocar el ideal jeffersoniano de los pequeños propietarios rurales de
cultivar su propia tierra, Hoover decía querer cultivar lo que él llamaba “el
instinto primordial que tenemos todos a contar con vivienda propia”. (8) En
consonancia con ese ideal, el movimiento Mejores Casas atenuó la angustia
de la gente por la erosión de sus ahorros debido a la seducción de los
productos que ofrecía el mercado. Sostener esta actitud moralista era, para
los banqueros, una forma de disimular sus intereses propios. Después de
todo, la frugalidad personal, bajo la forma de depósitos en cuentas de ahorro,
era la base de la capacidad de los bancos para conceder préstamos a las
empresas. (9)
Las normas crediticias aprobadas por la FHA y por Fannie Mae establecieron
los cimientos del prolongado auge del consumo durante la posguerra. La
vivienda de clase media asegurada por la FHA era depositaria de los artículos
comprados en las grandes tiendas con Charga Plate (antecesora de las
actuales tarjetas de crédito), después mediante las cuentas de opciones, y por
último con créditos renovables automáticos. En este período, solo gozaron
plenos derechos de ciudadanía quienes habían entablado una relación
deudora de largo plazo con algún banco comercial. Entre los que reunían las
condiciones para ello, que eran predominantemente blancos de clase media,
las tasas de default eran bajas. Dado que el crecimiento económico seguía
firme y el aumento de los ingresos estaba asegurado, también estaba
asegurado el flujo permanente de pagos mensuales. Aun así, el temor a tener
malos antecedentes crediticios o la amenaza de una ejecución hipotecaria
reforzaron el rígido statu quo tan característico de la cultura conformista de
la época de la Guerra Fría. El pago de la deuda era la clave para la aplicación
de las normas sociales, y por ende en este período la vivienda hipotecada
pasó a ser la piedra angular de la ideología capitalista. Como lo dijo
sucintamente William Levitt, maestro mayor de obras de los barrios de clase
media, “ningún hombre que sea dueño de su propia casa y terreno puede ser
un comunista”. (12) No obstante, no hacía más que expresar una opinión que
había guiado durante veinte años a toda una generación de urbanistas como
John Nolen o a reformadores de viviendas como Lawrence Veiller, decididos a
fomentar el surgimiento de “un punto de vista conservador en el trabajador”.
(13)
Pero una cosa era disponer de crédito para adquirir artículos hogareños y
otra asegurar que todos los ciudadanos tuvieran una vivienda digna. El
“derecho de toda familia a un hogar decente” había figurado en un lugar
prominente en la declaración de derechos económicos de la FDR en 1944, y la
Ley de Vivienda de 1948 prometió que “todo estadounidense tendría un hogar
decente en un entorno apropiado para vivir”. Sin embargo, a partir de la
década de 1960 hubo una notable disminución del apoyo político oficial al
derecho a la vivienda. (14) En 1996, como respuesta a los defensores de los
derechos humanos, el Departamento de Estado aseguró que “debe quedar
bien claro que Estados Unidos no reconoce ningún derecho internacional a la
vivienda” y que prefería admitir, más modestamente, que la vivienda decente
era un ideal que debía perseguirse”. (15) Para entonces, el derecho a tener
acceso al crédito, y por tanto a incorporarse a las filas de los deudores a largo
plazo, había suplantado desde hacía tiempo al derecho a la vivienda, así como
el derecho a tener acceso a los créditos estudiantiles había suplantado al
derecho a la educación.
El estudio cardinal de David Caplowitz, The Poor Pay More (Los pobres pagan
más), publicado en 1967, demostró que los habitantes de bajos ingresos de las
urbes pagaban más en las tiendas del barrio, por los mismos artículos, que los
de clase media en las grandes tiendas de los suburbios residenciales. Como a
los primeros solo les daban crédito los comerciantes de la zona, no podían
comparar precios entre distintas bocas de expendio y así se convertían en un
mercado cautivo fácilmente explotable. La venta de muebles usados y de
otros artículos del hogar de los deudores que no pagaban seguía siendo
corriente, y como los vecinos asistían al espectáculo, la vergüenza de los
deudores se acrecentaba. No es de sorprender que gran parte de la ira
desatada en las revueltas urbanas de la década del sesenta se dirigiera contra
comerciantes blancos que no vivían en la zona. Los saqueos se difundían por
los medios de comunicación. Desde otra perspectiva, robarse artefactos en las
tiendas era simplemente un acto de consumo libre de deuda a costa de
comerciantes que previamente les habían chupado la sangre a sus clientes.
En cierto sentido, esos artículos ya habían sido pagados a lo largo de los años
con la usura y extorsión que siempre acompañaban las ventas en cuotas. De
ahí que se difundieran los rumores de que, antes de apropiarse de la
mercadería, los saqueadores quemaban los registros que tenían los
comerciantes sobre sus deudores. (16)
Las deudas por créditos para vivienda fueron solo el primer producto
“securitizado” de este modo. Le siguieron las deudas estudiantiles y por
compra de automotores, luego la contraídas en los contratos por equipos y
licencias aéreas, más tarde en los seguros de vida o por catástrofes naturales.
Toda clase de deudas contractuales podían ser llevadas al pool y comerciadas
en el mercado, pero probablemente las más significativas fueron las de las
tarjetas de crédito, securitizadas por primera vez en 1986 y que hoy
constituyen el sector más amplio (21%) del mercado. Merced a la
securitización y otras “innovaciones financieras”, pocas de las cuales cumplen
algún propósito social, Wall Street ha desarrollado miles de nuevas formas de
extraer renta económica. Entre las más duraderas están los créditos
renovables automáticos, derivados de las cuentas de opciones crediticias a
treinta días que los comerciantes minoristas ofrecían a sus clientes en la
década de 1950. En lugar de exigir que se saldara la cuenta a fin de mes, el
nuevo arreglo permitió a los consumidores, en especial a los que no tenían
ingresos regulares, elegir sus propios planes de reembolso y generó
cantidades enormes en concepto de honorarios y de multas. El crédito
renovable era la receta para la deuda perpetua y probó ser inmensamente
rentable, convirtiendo el riesgo de un default masivo en una segura fuente de
ingresos para los acreedores.
A medida que los bancos descubrían cuánto dinero podrían hacer con los
créditos renovables agregaron honorarios encubiertos y aumentaron las
multas por pagos atrasados. Las sucesivas oleadas de despidos, tanto de
obreros como de oficinistas, en la década del ochenta aportó millones de
nuevos clientes al mercado de los créditos renovables La tarjeta era el único
sostén transitorio de estas personas cuando dejaban la clase media a la que
habían pertenecido. Una vez que los agujeros de la red de seguridad social
comenzaron a hacerse evidentes se persuadió a las personas de edad
avanzada a que renunciaran a su tradicional resistencia a los créditos
personales de largo plazo, y fueron reclutadas debidamente en las filas de los
usuarios de créditos renovables. No es de sorprender que la explosión que
esta medida aportó a la rentabilidad de las tarjetas de crédito impulsó a los
bancos a buscar una clientela cada vez más marginal: los trabajadores
pobres, las personas que nunca habían tenido una cuenta bancaria, los
alumnos de los primeros años de la universidad e incluso los de colegios
secundarios.
Para los que operan en el financiamiento marginal, los clientes ideales son los
que piden préstamos en forma reiterada; repitámoslo: se parecen mucho a los
beneficiarios de tarjetas de crédito renovables. Imposibilitados de saldar sus
deudas, se supone que harán pagos de intereses mínimos, y volverán a
recurrir al mercado para nuevos créditos que los ayuden con esos pagos o que
les permitan reducir sus antiguas deudas. Dado lo exorbitante de los
intereses, y la variedad de engaños impuestos a la clientela, el sector en su
conjunto rindió pingües beneficios a medida que aumentaba el
endeudamiento de los prestatarios. Una sociedad que avala estas prácticas no
solo aprueba la extorsión sino además el robo del salario. Después de todo,
los locales para cambiar cheques por dinero en efectivo han florecido sobre la
base de que los trabajadores deben entregar una porción de su remuneración
laboral simplemente para acceder a ellos. Ansiosos por hacerse también de
estos honorarios, los bancos persuadieron a grandes empresas como
Walmart, Home Depot, Walgreens, Taco Bell y McDonald’s a fin de que les
abonaran a su personal con tarjetas de crédito prepagas, que están sometidas
a regulaciones muy poco estrictas. Los proveedores de la tarjeta le cobran al
usuario un honorario por sus compras minoristas y sus retiros de efectivo de
los cajeros automáticos, sin dejar de lado un “honorario por inactividad” si es
que dejan de usar sus tarjetas durante un tiempo. En casi todos los casos se
trata de empleados que ganan el sueldo mínimo o incluso menos, y que se ven
obligados a pagar un honorario para cobrar su sueldo. (26)
Hace un siglo, los bancos comerciales decidieron no efectuar préstamos a la
clase media, pese a su solvencia, y mucho menos a familias de trabajadores
con igual nivel de ingresos que estos empleados de Walmart. Desde entonces,
el crédito para consumo se ha vuelto la actividad financiera más rentable. Los
que viven solamente de su sueldo, o ni siquiera eso, ya no son ignorados por
los bancos: ahora son el objetivo principal para obtener grandes utilidades. El
flujo de pagos de los miembros de la sociedad que pasan las mayores penurias
a las capas de mayores ingresos contribuye, de manera desproporcionada, a
la actual transferencia neta de riqueza. Cuando algo amenaza con interrumpir
ese flujo, interviene la policía—y esto sucede con frecuencia cada vez mayor
—. En la tercera parte de los estados que componen Estados Unidos se
encarcela a la gente por no pagar lo que deben, aun si se trata de
contravenciones menores como las multas de tránsito, y en algunos casos se
aplican, en el transcurso de los procedimiento judiciales, sobrecargos,
honorarios por recaudación y otros “castigos a la pobreza”. Esta renovada
forma de enviar a la cárcel a la gente como se hacía antiguamente con los
deudores —procedimiento que ya había sido descartado en la década de 1840
— equivale a criminalizar la pobreza. (27)
¿Qué relación existe entre estos “delitos de los pobres” con la seria
malversación de fondos en que incurren las empresas financieras, cuyos
planes fraudulentos —pregonar sus préstamos-basura para todo el mundo,
fomentar la firma automática de documentos hipotecarios sin la información
apropiada, el escándalo de los seguros de protección al crédito (PPI, por su
sigla en inglés) en el Reino Unido, la manipulación de las tasas Libor y del
precio de los canjes de títulos por tasas de interés, para nombrar solo los que
tuvieron mayor difusión— siguen dando origen a titulares periodísticos pero
muy pocas medidas que impliquen perseguir estos delitos o establecer
normas reguladoras? (28) Los ejecutivos de los bancos “demasiado grandes
como para quebrar” no solo son “demasiado grandes como para ir a la cárcel”
sino que ejercen sobre los gobernantes un poder que les permite reunir
beneficios de capital a tasas menores que las debidas y aplicar intereses
libres de impuestos en préstamos marginales engendrados para adquirir
reclamos documentados.
Este es el costo de proteger a los que mienten y engañan, a los que convierten
a los pobres en su presa y sobornan a los funcionarios para que los ayuden a
llevar a cabo su saqueo de la riqueza de todos. ¿Cómo calificar a una
democracia cuya clase política es incapaz de controlar el poder ilegal de su
clase acreedora, y en cambio encarcela a los ciudadanos menesterosos que no
pueden pagar la factura del agua corriente?
De un lado de esta batalla está la clase acreedora, dotada de todas las armas
que le brindan las leyes contractuales y la moral del reembolso para
aplicarlas a los ciudadanos de la nación deudora, acusándolos de
holgazanería, de obtener beneficios fraudulentos, de eludir el pago de sus
impuestos, o bien, en una versión más blanda, exigiéndoles un “sacrificio
compartido”. Sus fieles aliados económicos inventan investigaciones que dan
sustento a su prédica moralizadora. Por ejemplo, podrían alertar a las
autoridades de que una alta proporción de la deuda respecto del PBI generará
crecimiento negativo, como hicieron Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff en su
influyente argumentación de 2010 para poner fin a las medidas keynesianas
de estímulo fiscal adoptadas por muchos países después de la crisis de 2008.
(36) Para cuando esa argumentación fue invalidada, en abril de 2013, como el
resultado de un error en los cálculos, el daño a los sistemas nacionales de
seguridad social, el gasto destinado a la asistencia social y los derechos a las
negociaciones colectivas ya había sido hecho. (37) Los partidarios de las
medidas de austeridad perdieron en parte su credibilidad intelectual
(Reinhart y Rogoff desestimaron el error diciendo que había sido un mero
“barullo académico”), pero las políticas por ellos recomendadas ya habían
sido ampliamente aplicadas, con lo cual entre los sectores de menores
recursos cundieron la miseria y la desesperación. (38)
Por otro lado están los ciudadanos movilizados que no ven motivos para
confiar en que los funcionarios electos respondan a sus reclamos, y mucho
menos que obren en su favor. En lugar de ello, muchos han comenzado a
practicar su propia variante de “democracia real” mediante asambleas
públicas y con acciones directas y otras maneras de conseguir que se hagan
las cosas, como la ayuda mutua y la participación en los recursos comunes.
Estas respuestas son el denominador común de los nuevos movimientos que
han surgido, desde los de los insurgentes de Túnez y Egipto, las
manifestaciones contra las medidas de austeridad en España denominadas
“15 de Mayo”, los campamentos de Syntagma y Occupy, hasta las
movilización masiva de la población en Turquía y Brasil. Parecería que la
democracia representativa perdió su atractivo para los miembros de estos
movimientos, o el derecho a exigir su adhesión que imperaba anteriormente.
(39) Si bien las demandas expresadas por las multitudes reunidas en las
plazas eran múltiples, la negativa a pagar la deuda financiera ilegítima surgió
como elemento común o unificador. Los lemas más frecuentes que invocaban
aludían en forma directa al tratamiento asimétrico de acreedores y deudores:
“No pagaremos la crisis de ustedes” se hizo popular en Europa, en tanto que
el cántico que acompañaba a los manifestantes de Occupy Wall Street era “A
los bancos los rescatan, a nosotros nos liquidan”.
Son muchos los caminos que pueden tomarse para restaurar la economía
moral de la familia. En un extremo está la fijación de un precio justo para los
bienes sociales, opuesta a “lo que establezca el mercado”. En el otro, los
empeños por reemplazar la lógica de las transacciones comerciales por otra
basada en la cooperación y en la ayuda mutua. ¿Qué forma tendría un abanico
similar de posiciones sobre la anulación de la deuda? En un extremo del
espectro están los que defienden que las deudas sean un reflejo de la
capacidad de pago. El movimiento mexicano El Barzón, que surgió en la clase
media luego de la devaluación del peso mexicano, adoptó esta postura,
sintetizada en su lema: “Debo, no niego, pago lo justo”. En el otro extremo se
encuentran los que apoyan el “borrón y cuenta nueva” o el jubileo, o rechazan
la mayor parte de las deudas por ilegítimas. Pero el primer paso es decidir
cómo sacarnos de encima el peso de la deuda. Lo que sigue son algunos
principios y argumentos —muchos de ellos los hemos mencionado al pasar—
para ello.
Otorgar préstamos que, a todas luces, nunca podrán ser devueltos por
completo es un delito peor que no poder pagarlos. Hacer grandes negocios
con bienes comunes vitales, como lo son la educación, la atención de la salud
y la infraestructura pública, es una conducta antisocial corrupta, que debe ser
condenada sin ninguna clase de indemnización. Para empezar, el dinero que
nos prestan los bancos no es de ellos: se lo creó en el momento de firmar el
crédito, como una deuda pagadera con interés. La larga historia de fraudes y
engaños por parte de los bancos los descalifica a la hora de pedir
resarcimiento total: es más moral negarse a ello que pagarles. Colmados de
títulos, ganancias y dividendos, a los bancos y a sus beneficiarios ya se les ha
pagado lo suficiente. Dado que la clase acreedora genera una riqueza falsa,
un crecimiento impostor, y por ende no produce ningún bienestar duradero a
la sociedad, no merece de nosotros nada a cambio. Descargar la deuda en los
ciudadanos de una democracia le inflige a esta un grave daño, por duradero
que parezca haber sido ese procedimiento. Si un gobierno no puede —o no
quiere— responder por nosotros, tomar en nuestras manos el alivio de la
deuda por cualquier medio que sea necesario puede constituir el acto de
desobediencia civil más inexorable. Reafirmar nuestro derecho moral a
repudiar la deuda quizá sea la única manera de reconstruir la democracia
popular.
Más allá del alivio inmediato de la carga de la deuda, ¿cuál es la dura tarea
que nos espera? Edificar una economía sucesoria en torno de los principios
del crédito socialmente productivo, en lugar de la actual, que gira en torno de
la deuda depredadora. Pues en la medida en que Wall Street siga extrayendo
sus pingües ganancias del comercio de instrumentos financieros creados
sobre la base de dudosos créditos para el consumo, la venta de los riesgos
asociados y la multiplicación de sus activos merced al “milagro” del
apalancamiento, no tendrán incentivo alguno para invertir en bienes tangibles
o en empresas productivas que creen trabajo, ingresos, impuestos, y por ende
generen beneficios al fisco. Cuando los fondos de cobertura de alto riesgo
recogen beneficios explotando las diferencias en los precios del mercado,
cuando los bancos de inversión realizan provechosas transacciones mediante
puras apuestas financieras, cuando los bancos comerciales conceden créditos
a los consumidores simplemente para ayudarlos a pagar el servicio de la
deuda ya existente, es muy atractivo ilusionarse con la fantasía de que el
dinero siempre crea más dinero.
Suele decirse que las ataduras financieras son las más difíciles de desatar,
porque la relación entre las familias deudoras y sus acreedores se ha vuelto
cada vez más indirecta. Todas las deudas personales —por gastos médicos,
estudiantiles, de la vivienda o de las tarjetas de crédito— son hoy vendidas,
securitizadas y entregadas como garantía. Como consecuencia, las corrientes
de capital e intereses híper-apalancadas puede terminar en cualquier parte,
en manos de rentiers muy distantes del prestamista original y de los activos
subyacentes reales. Gracias a la costumbre de llevar los fondos jubilatorios
también al mercado financiero, los propios trabajadores se han convertido de
facto en acreedores, y por lo tanto la línea demarcatoria entre acreedores y
deudores (se nos insiste) se ha desdibujado. A través de la securitización y los
instrumentos financieros, Wall Street ha generado lo que Robert Kuttner
llama “una máquina apocalíptica”: aun si quisiéramos cancelar las deudas de
las familias, devolver a las hipotecas su forma original podría ser una
“imposibilidad legal y logística”. (40) Bien podría ser que los genios
académicos que realizan análisis financieros para Wall Street, las “mejores
mentes de su generación”, que pasaron a trabajar para Goldman Sachs,
Lehman Brothers y Merrill Lynch, solo sean capaces de romper los contratos,
pero no de restaurarlos en un formato que refleje relaciones humanas
reconocibles.
Está claro que este sistema de endeudamiento sin rendición de cuentas no fue
creado, ni es mantenido, para nuestro común bienestar. Su red de
obligaciones no está al servicio de la gran mayoría de las personas, obligadas
a pedir préstamos para solventar sus necesidades básicas; y sabemos que se
lo reconstruye en forma permanente a fin de atraparnos aún más entre sus
lianas. En la medida en que una creditocracia nos brinda escasos beneficios a
los individuos, o a la sociedad en su conjunto, tal vez haya llegado la hora de
decidir que no les debemos a sus verdaderos beneficiarios nada en absoluto.
4- John Lanchester, “Let’s Consider Kate”, London Review of Books, 35, 14,
18 de julio de 2013, pág. 3.
5- Louis Hyman, Borrow: The American Way of Debt, Nueva York: Vintage,
2012, págs. 44-52.
7- Citado en Louis Hyman, Debtor Nation: The History of America in Red Ink,
Princeton: Princeton University Press, 2012, pág. 43.
11- John Lanchester, I.O.U.: Why Everyone Owes Everyone and No One Can
Pay, pág. 31.
14- Rachel Bratt, Michael Stone y Chester Hartman, eds., A Right to Housing:
Foundation for a New Social Agenda, Filadelfia: Temple University Press,
2006.
15- Stanley Moses, “The Struggle for Decent Affordable Housing, Debates,
Plans, and Policies”, en Affordable Housing in New York City:
Definitions/Options, Nueva York: Steven Newman Real Estate Institute,
Baruch University, 2005.
20- Josh Bivens y Lawrence Mishel, “Occupy Wall Streeters Are Right About
Skewed Economic Rewards in the United States”, Economic Policy Institute,
26 de octubre de 2011; puede consultárselo en
http://www.epi.org/publication/bp331-occupy-wall-street/.
22- Ver Strike Debt, Debt Resistors’ Operations Manual (2012), caps. 7 y 8;
puede consultárselo en http://strikedebt.org/. Howard Karger, Shortchanged:
Life and Debt in the Fringe Economy, Nueva York: Berrett-Koehler, 2005; y
John Caskey, Fringe Banking: Check-Cashing Outlets, Pawnshops, and the
Poor, Nueva York: Russell Sage, 1994.
23- Ken Bensinger, “High Prices Are Driving More Motorists to Rent Tires”,
Los Angeles Times, 8 de junio de 2013.
24- Gary Rivlin, Broke, USA: From Pawnshops to Poverty, Inc.—How the
Working Poor Became Big Business, Nueva York: HarperBusiness, 2010.
25- National People’s Action, Profiting from Poverty: How Payday Lenders
Strip Wealth from the Working-Poor for Record Profits, enero de 2012; puede
consultárselo en http://npa-us.org/files/.
27- Alain Sherter, “As Economy Flails, Debtors’ Prisons Thrive”, CBS
MoneyWatch, 4 de abril de 2013; puede consultárselo en
http://www.cbsnews.com/8301-505143_162-57577994/.
29- Bernie Sanders, “A Choice for Corporate America: Are You With America
or the Cayman Islands?” Huffington Post, 9 de febrero de 2013; puede
consultárselo en http://www.huffingtonpost.com/rep-bernie-sanders/.
31- David Cole, Enemy Aliens: Double Standards and Constitutional Freedoms
in the War on Terrorism, Nueva York: New Press, 2003; Jane Mayer, The Dark
Side: The Inside Story of How The War on Terror Turned into a War on
American Ideals, Nueva York: Doubleday, 2008; David Shipler, The Rights of
the People: How Our Search for Safety Invades Our Liberties, Nueva York:
Knopf, 2011; y Shipler, Rights at Risk: The Limits of Liberty in Modern
America, Nueva York: Knopf, 2012.
32- Maude Barlow yTony Clarke, Global Showdown: How the New Activists
Are Fighting Global Corporate Rule (Toronto: Stoddard, 2002), y Lori Wallach
y Patrick Woodall, Whose Trade Organization? The Comprehensive Guide to
the WTO, Nueva York: New Press, 2004.
33- David Graeber, Debt: The First 5000 Years (Nueva York: Melville Press,
2011); Peter Linebaugh, “Jubilating, or How the Atlantic Working Class Used
the Biblical Jubilee against Capitalism, with Some Success”, Radical History
Review 50 (1991), págs. 143-80; Michael Hudson, “The Lost Tradition of
Biblical Debt Cancellations”, Nueva York: Henry George School of Social
Science, 1992; puede consultárselo en http://michael-hudson.com/wp-
content/uploads/2010/03/.
34- Charles Geisst, Beggar Thy Neighbor: A History of Usury and Debt,
Filadelfia: University of Pennsylvania Press, 2013.
35- Michelle Alexander, The New Jim Crow: Mass Incarceration in the Age of
Colorblindness, Nueva York: New Press, 2011.
37- Thomas Herndon, Michael Ash y Robert Pollin, “Does High Public Debt
Consistently Stifle Economic Growth? A Critique of Reinhart and Rogoff”,
Political Economy Research Institute, University of Massachusetts, Amherst,
15 de abril de 2013; puede consultárselo en http://www.peri.umass.edu/236/.
38- Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, “Debt, Growth the Austerity Debate”,
New York Times, 25 de abril de 2013.
39- Michael Hardt y Antonio Negri, Declaration, Nueva York: Hardt and
Negri, 2012.
Los lectores podrán discrepar sobre qué senda fue seguida de manera más
decidida durante las décadas transcurridas desde entonces, pero es
imposible, hoy, considerar estas opciones sin investigar el creciente abismo
de la crisis de la deuda estudiantil. Cualquier discusión sobre las virtudes o
propósitos de la educación superior está ahora sobrecargada con el severo
peso de la deuda acumulada, sus estragos sobre la gente joven y la aparente
inmunidad de aquellos que se alimentan de su situación. Un sistema que dio
lugar a la acumulación de cerca de 1,2 billones de dólares en deudas y que
escupe graduados con una carga de deuda que promedia los 27.000 dólares
era inimaginable en 1975, cuando el apoyo público a la educación superior
era aún una prioridad nacional de alto nivel. Sin embargo, en retrospectiva, la
cuesta abajo estaba justo a la vuelta de la esquina. El mismo año, la ciudad de
Nueva York quedó atrapada en una crisis fiscal que determinaría el fin de la
matrícula libre en la City University of New York (CUNY), la gran institución
de la clase obrera. En la nominalmente gratuita Universidad de California,
que aspiraba a ser la universidad pública modelo mundial, los aranceles
comenzaron su sostenido ascenso unos pocos años más tarde.
Dado el feroz apetito del Capitolio por reducir la deuda federal, había pocas
posibilidades de que los esfuerzos legislativos de Warren y Tierney por
reducir las tasas de interés de los préstamos a estudiantes fueran exitosos.
Los estudiantes deudores, cuyo número ronda los cuarenta millones, podrían
estar ingresando en situación de morosidad a un ritmo de un millón por año (y
un moroso de cada seis), pero las agencias de cobro del gobierno son capaces
de sacar partido de las elevadas penalidades, facultades de embargo y falta
de protección contra quiebras para recuperar no menos del 120% de cada
préstamo incumplido.
Escindida ese mismo año, y completamente privatizada para 2004, Sallie Mae
reforzó su dominio creciente de la industria financiera mediante la
adquisición de una gran cantidad de prestamistas, agencias de cobro,
agencias de garantía y aglutinadores, muchos de los cuales son entidades sin
fines de lucro. Ningún otro prestamista estaba en condiciones de controlar
cada aspecto del proceso de la deuda —desde la emisión del préstamo, hasta
el control del servicio y la cobranza—. La falta de supervisión combinada con
este cuasi-monopolio del sector dio lugar al fraude en cada tramo del terreno
de los préstamos a estudiantes. Sobornos a los asesores financieros,
préstamos depredadores de alto riesgo orientados a estudiantes de bajos
ingresos y acoso abusivo de los cobradores eran solo algunas de las malas
prácticas habituales de Sallie Mae, seguidas por los otros bancos que
prosperaron ante la falta de protección legal para los deudores estudiantiles.
Muy afectadas por la quiebra de las hipotecas subprime, las familias negras
han tenido que pedir más dinero prestado para mandar a uno de sus
miembros a la universidad, con lo cual entre los estudiantes afroamericanos
deudores la tasa de incumplimiento es cuatro veces mayor que entre los
blancos. Pero aun en 2007-2008, justo antes del crash, el 27% de los
estudiantes negros estaba pidiendo prestado más de 30.000 dólares para
pagar la universidad, comparado con el 16% de los blancos, el 14% de los
latinoamericanos y el 9% de los norteamericanos de origen asiático. (16)
Entre los estudiantes, las lesbianas, los gays, los bisexuales y los transexuales
(LGBTQ) también llevan una carga de deuda desigual. En general sus familias
no los apoyan, haciéndoles más difícil encontrar codeudores para los
préstamos federales PLUS disponibles para los padres a fin de ayudar a pagar
los aranceles de sus hijos. En estas circunstancias, están a merced de los
prestamistas a altas tasas. Los estudiantes indocumentados —la generación
del Sueño Americano—, que están legalmente excluidos de los préstamos
federales y por lo general no están en condiciones de recibir ayuda financiera
estatal o financiación universitaria, se hallan en la misma situación.
Sé desde hace tiempo que lo que yo cobro como profesor depende de que mis
alumnos contraigan grandes deudas, que a veces los comprometen durante
décadas. Sin embargo, como la mayoría de los profesores, decidí no ocuparme
del asunto —lo cual puede parecer justificado, dado que los sueldos docentes
han permanecido estancados durante tanto tiempo—. De hecho, el costo de
estos sueldos, que han sido bruscamente reducidos como consecuencia de
que la labor académica se ha vuelto más informal— dista muchísimo del
aumento insólito que han sufrido las matrículas. En cambio, el aumento
desmesurado de los gastos administrativos es uno de los principales factores
que contribuyen a esta situación. (28) Según el Departamento de Educación
de Estados Unidos, entre 2001 y 2011 la cantidad de empleados contratados
para manejar o administrar programas, personas y normas aumentó un 50%
más que el número del personal docente, y también los sueldos de aquellos se
incrementaron más que los de estos. (29) Hoy, en las universidades
norteamericanas, la cantidad de personal administrativo es mayor que la de
los profesores fulltime. A diferencia de lo sucedido en las empresas, donde se
suprimieron niveles gerenciales a fin de que las compañías fueran más
“rentables”, los establecimientos de la enseñanza superior han engordado su
nómina de salarios administrativos.
También se fueron a las nubes otros costos no relacionados con la enseñanza,
principalmente la expansión de las instalaciones, intensiva en capital. El costo
de los empréstitos para construcción constituye un componente
desproporcionado de la deuda de muchas universidades y, como ha señalado
Bob Meister, los aranceles del estudiantado no solo sirven de garantía de los
títulos con que se paga esa construcción sino que son la base financiera para
abonar los intereses. (30) De hecho, la deuda pública institucional de los
establecimientos que brindan programas de cuatro años se triplicó con creces
entre 2002 y 2011 llegando, según el Departamento de Educación, a los
88.000 millones de dólares. (31)
Pero si bien la deuda estudiantil es el meollo del problema fiscal que hoy tiene
la NYU, cada vez que yo quería debatir el tema en clase noté que nadie tenía
ganas de dar su opinión. Esto no era común en un grupo de alumnos siempre
prestos a comunicar sus puntos de vista y sentimientos personales sobre la
mayoría de los asuntos. Cuando indagué un poco más, dos alumnos me
confesaron que el monto de sus deudas les provocaba profunda vergüenza.
Rodeados como estaban, en una escuela de esa categoría, por compañeros
proveniente de familias muy ricas, temían que si se referían a su complicada
situación el estigma caería sobre ellos. Uno de ellos pidió perdón en una
oportunidad por dormirse en clase: para evitar contraer más deudas, había
tenido que tomar un segundo empleo, algo nada infrecuente en esta época. La
otra alumna confesó que no quería alimentar sus propias dudas internas
sobre si la educación con que había soñado se convertiría en un terreno
minado o en una cruz financiera: mientras continuara estudiando, iba a dejar
de lado esos pensamientos.
La visita a otras universidades me confirmó lo que había visto en la NYU. En
general, los alumnos no consideraban una “deuda” los préstamos que les
había hecho; no tenían motivos para imaginar qué significaría tener que hacer
pagos mensuales. Uno se refirió a esos préstamos como “dinero gracioso”,
otro los describió como “fondos de cobertura” (tomando la expresión
financiera) o como una apuesta para forjarse un futuro. Muy pocos se
consideraban deudores. Datos etnográficos confirman que las personas con
préstamos no reembolsados no se consideran “deudoras” hasta que no
pueden cumplir con los pagos. (34) Las que han recibido créditos
hipotecarios, como yo, se ven a sí mismas como propietarios y no como
deudores de su vivienda, aunque este último rótulo es más exacto. El débito
automático de nuestras cuentas bancarias ha suprimido el ritual mensual de
tener que extender un cheque por una deuda, que antes nos habría hecho
reflexionar sobre nuestra conducta, o a cuestionarla.
Tú no eres un préstamo
Pese a todo, conseguimos crear una mayor conciencia nacional sobre la crisis
provocada por la deuda estudiantil, y antes de que finalizara la campaña
introdujimos el concepto de la negativa a pagarla. Nuestra conclusión fue que
aún no había llegado el momento apropiado para un movimiento más amplio
de rechazo de la deuda y que el vehículo que habíamos escogido exigía el
apoyo de una campaña más intensa de la que estábamos en condiciones de
realizar en ese momento. Irónicamente, en el curso del año siguiente entraron
en default un millón de deudores privados: si hubieran actuado en forma
conjunta, a manera de una desobediencia económica colectiva, el efecto
político habría sido profundo.
La campaña descansaba en cuatro principios que tuvieron vasta difusión y
que aún hoy siguen siendo viables: 1) La educación pública debe ser gratuita;
en ese momento estimamos que el costo anual para el gobierno federal de
solventar la educación de todos los alumnos que concurrían a universidades
públicas con cursos de dos y cuatro años sería de 70.000 millones de dólares.
2) Los préstamos debían otorgarse sin interés: nadie, y mucho menos el
Estado, debía extraer un beneficio pecuniario de la educación. 3) Las
universidades y escuelas de enseñanza superior debían poner sus libros
contables a disposición del público a fin de que hubiera una total
transparencia fiscal: los alumnos y sus familiares tenían derecho a conocerlos.
4) Como un acto correctivo, era necesario que se cancelaran todas las deudas
existentes por una única vez, a modo de un jubileo. Estos principios diferían
de las prédicas reformistas de “perdonar” las deudas de los estudiantes, como
si estos hubieran hecho algo moralmente reprensible. Promover el derecho a
la educación gratuita era situarse en un universo moral distinto de las
implacables discusiones de Capital Hill sobre si las tasas de interés de los
préstamos federales deben aumentarse o disminuirse un punto o dos.
Pese a que las universidades tienen una influencia poco menos que nula en el
nivel de empleo vigente, y mucho menos en los niveles de remuneración, el
enfoque de Obama se apoya en la convicción de que el principal objetivo de la
educación superior es brindar, de la manera más rentable posible, reclutas
listos para ocupar los puestos de trabajo. (39) El complejo y costoso método
burocrático para supervisar este sistema contrasta agudamente con la
argumentación moral por la cual Estados Unidos debería sumarse a la larga
lista de países del mundo (menos ricos todos ellos) que ofrecen educación
superior gratuita por considerarla un derecho de los ciudadanos. En el siglo
XX, los directivos de estas naciones tomaron la decisión de financiar por
completo la educación desde el jardín de infantes hasta el final de la escuela
secundaria, porque querían contar con una clase media estable y una
democracia ejemplar. Ampliar la cobertura hasta la educación terciaria es, en
el siglo XXI, esencial para reconstruir una clase media funcional, que al
menos sea capaz de cumplir el rol que siempre tuvo para los gerentes
económicos: el de ser el consumidor de última instancia en el mercado
mundial. Preferiría que la ciudadanía no contara con educación ni fuera
librepensadora, pero lo cierto es que las élites acreedoras precisan una
población con suficientes ingresos disponibles como para adquirir artículos
costosos, preferentemente mediante el crédito, y pagar el servicio de la
deuda.
Para muchos de sus críticos, los MOOC abrieron un nuevo frente en la lucha
por privatizar la enseñanza superior. Otros vieron en la forma de transmisión
del conocimiento de EdX una receta para desvalorizar aún más los diplomas,
ya que el título otorgado por un MOOC tendría presumiblemente menos peso
en el mundo laboral. Algunos economistas pronto vislumbraron en los MOOC
un remedio para la “enfermedad de los costos” pronosticada por William
Baumol en la década del sesenta. Según esta teoría, originalmente propuesta
en un estudio sobre las artes del espectáculo, en industrias intensivas en
mano de obra, como la educación o la atención de la salud, los costos están
condenados a aumentar constantemente, ya que en ellas no es posible
aprovechar los aumentos de la productividad generados por la automatización
o la innovación tecnológica. (43) El problema que tiene esta teoría para
explicar por qué los aranceles de los cursos se fueron a las nubes es que no
existen pruebas de que en ellos haya un aumento apreciable de los costos de
la instrucción. Como señalan Rudy Fichtenbaum y Hank Reichman, en las
universidades públicas los sueldos se han estancado o incluso han disminuido
en los últimos tiempos: “En 1999-2000 el sueldo promedio de un profesor full
time en una entidad pública era de 77.897 dólares anuales; en 2011-2012 la
cifra en dólares constantes fue de 77.843”. (44) Si se toman en cuenta los
ahorros globales en los costos debidos a la rápida informalización de la
enseñanza universitaria —la gran mayoría de los docentes son hoy empleados
temporarios—, la disminución es aún más pronunciada. En contraste, el
pronunciado aumento en los sueldos del personal administrativo constituiría
un factor más relevante, pero para calcular el efecto Baumol los costos
administrativos no se consideran fundamentales.
3- Elizabeth Warren y John Tierney, “Treat Students Like Banks”, Moyers and
Company, 12 de junio de 2013; puede consultárselo en
http://billmoyers.com/groupthink/.
4- Alan Collinge detalla los numerosos delitos en que incurrió Sallie Mae en
The Student Loan Scam: The Most Oppressive Debt in U.S. History and How
We Can Fight Back, Boston: Beacon Press, 2009.
6- Greg Kaufmann, “Taking On Sallie Mae and the Cost of Education”, The
Nation, 31 de mayo de 2013; Sarita Gupta, “Sallie Mae’s Profits Soaring at
the Expense of Our Nation’s Students”, Moyers and Company, 12 de junio de
2013; puede consultárselo en http://tinyurl.com/kshvan3.
7- Jeremy Brecher, Strike!, Boston: South End Press, 1977, ed. rev., págs.
243, 246, cita a Art Preis, Labor’s Giant Step: Twenty Years of the ClO, Nueva
York: Pioneer Publishers, 1964, pág. 236; y Joel Seidman, American Labor
from Defense to Reconversion, Chicago: University of Chicago Press, 1953,
pág. 235.
8- Richard Lewontin, “The Cold War and the Transformation of the Academy”,
en Noam Chomsky et al, The Cold War and the University: Toward an
Intellectual History of the Postwar Years, Nueva York: New Press, 1997.
10- Eric Dillon, “Leading Lady: Sallie Mae and the Origin of Today’s Student
Loan Controversy”, Washington, DC: Education Sector, 2007, pág.7.
11- Aaron Bady y Mike Konczal, “From Master Plan to No Plan: The Slow
Death of Public Higher Education”, Dissent, otoño de 2012.
15- Más tarde la CFPB inició una investigación sobre las florecientes
prácticas de soborno mediante las cuales los bancos se asociaban a las
universidades que les concedían la comercialización exclusiva de sus
productos financieros para estudiantes; por ejemplo, las cédulas de identidad
de los estudiantes, que también pueden funcionar como tarjetas de débito,
generaban ganancias exorbitantes. Ver Consumer Financial Protection
Bureau, “Request for Information Regarding Financial Products Marketed to
Students Enrolled in Institutions of Higher Education”; puede consultárselo
en http://tinyurl.com/ pnrkzcr. O bien Shahien Nasiripour, “Lawmakers Probe
Big Banks Using Colleges To Target Students”, Huffington Post, 27 de
septiembre de 2013; puede consultárselo en
http://www.huffingtonpost.com/2013/09/27/college-deb-it-
cards_n_4004692.html.
16- Sandy Baum y Patricia Steele, “Who Borrows Most? Bachelor’s Degree
Recipients with High Levels of Student Debt”, College Board, 2010, pág. 6;
puede consultárselo en http://tinyurl.com/DROMBaum.
17- Julianne Hing, “Study: Only 37 Percent of Students Can Repay Loans on
Time”, Colorlines, 17 de marzo de 2011; puede consultárselo en
http://tinyurl.com/ DROMHing.
19- Adam Weinstein, “How Pricey For-Profit Colleges Target Vets’ GI Bill
Money”, Mother Jones, septiembre de 2011.
20- Eric Lichtblau, “With Lobbying Blitz, For-Profit Colleges Diluted New
Rules”, New York Times, 10 de diciembre de 2011.
21- Sam Ro, “How Student Debt Tripled in 8 Years, and Why It’s Becoming a
Growing Economic Problem”, Business Insider, 28 de febrero de 2013; puede
consultárselo en http://www.businessinsider.com/ny-fed-student-loans-
presentation-2013.
24- Jordan Weissmann, “Don’t Panic: Wall St.’s Going Crazy for Student
Loans, But This Is No Bubble”, The Atlantic, 4 de marzo de 2013.
*- Se denomina así a la mujer joven que forma pareja con un Sugar Daddy, un
hombre mayor que la mantiene y procura satisfacer todas sus necesidades.
(N. del T.)
29- Benjamin Ginsberg, The Fall of the Faculty: The Rise of the All-
Administrative University and Why It Matters, Nueva York: Oxford University
Press, 2011.
30- Douglas Belkin y Scott Thurm, “Deans List: Hiring Spree Fattens College
Bureaucracy-And Tuition”, Wall Street Journal, 28 de diciembre de 2012.
31- Ver la carta abierta de Bob Meister a los estudiantes de la Universidad de
California, “They Pledged Your Tuition to Wall Street”, Keep California’s
Promise, octubre de 2009; puede consultársela en
http://keepcaliforniaspromise.org/383/.
33- Andrew Ross, “Universities and the Urban Growth Machine”, Dissent, 4
de octubre de 2012.
34- Faculty Against the Sexton Plan, While We Were Sleeping: NYU and the
Destruction of New York, Nueva York: McNally-Jackson, 2012; pueden
encontrarse otros análisis del plan de expansión de la NYU en
http://nyufaspág.com/.
35- Michael Denning, “The Fetishism of Debt”, Dossier on Debt, Social Text,
Periscope, septiembre de 2011; puede consultárselo en
http://www.socialtextjournal. org/periscope/going-into-debt/.
36- Tola Adewola, “Cuomo’s Code of Conduct: Troubled Times for the Student
Loan Industry”, Illinois Business Law Journal, 24 de abril de 2007; Pam
Martens y Russ Martens, “The Untold Story of Citibank’s Student Loan Deals
at NYU”, Wall Street on Parade, 16 de septiembre de 2013; puede
consultárselo en http:// wallstreetonparade.com/2013/09/.
37- Ariel Kaminer y Alain Delaqueriere, “NYU. Gives Its Stars Loans for
Summer Home”, New York Times, 17 de junio de 2013; Pam Martens, “NYU’s
Gilded Age: Students Struggle With Debt While Vacation Homes Are Lavished
on the University’s Elite” (17 de junio de 2013); y “NYU Channels Wall Street:
New Documents Show Lavish Pay, Perks and Secret Deals”, 10 de junio de
2013: puede consultárselo en http://wallstreetonparade.com/.
41- Robert Samuels, Why Public Higher Education Should Be Free: How to
Decrease Cost and Increase Quality at American Universities, New
Brunswick: Rutgers University Press, 2013. Véase también Mike Konczal,
“Could We Redirect Tax Subsidies to Pay for Free College?”, Next New Deal,
20 de diciembre de 2011; puede consultárselo en http://
www.nextnewdel.net./rortybomb; y Jordan Weissmann, “How Washington
Could Make College Tuition Free (Without Spending a Penny More on
Education)”, The Atlantic, 8 de marzo de 2013.
47- Ver el informe del Proyecto Hamilton, “Regardless of the Cost, College
Still Matters”, Brookings Institution; puede consultárselo en
http://www.hamiltonpro- ject.org/papers/.
49- Robert Hiltonsmith, “At What Cost? How Student Debt Reduces Lifetime
Wealth”, Demos, 1 de agosto de 2013; puede consultárselo en
http://www.demos.org/.
50- Bob Meister, “Debt and Taxes: Can the Financial Industry Save Public
Universities?”, Representations, 116, otoño de 2011.
51- Michael Sandel, What Money Can’t Buy: The Moral Limits of Markets,
Nueva York: Farrar, Straus & Giroux, 2012.
Por tentadora que pueda resultar esa conclusión, sería más instructivo
explayarse sobre la íntima relación existente entre fuerza de trabajo y deuda.
Dondequiera que miremos, la historia del trabajo está asediada, de una
manera u otra, por el espectro de la insolvencia. El uso sistemático de la
deuda para profundizar toda forma de explotación laboral ha sido constante:
desde los esclavos de la deuda de la antigüedad, forzados por los acreedores a
encadenar su fuerza de trabajo a través de la servidumbre, a la trata de
esclavos africanos impulsada por los circuitos de la deuda. Una lista muy
selectiva también incluiría los peones de la deuda agraria y los aparceros de
las Américas, imposibilitados de pagar los préstamos que les fueron
adelantados sobre sus cosechas, o los pequeños agricultores de la era
populista, dependientes de las líneas de crédito de los bancos de Wall Street y
susceptibles del despojo bajo el sistema del gravamen de los cultivos; los
obreros fabriles y ferroviarios, que subsisten gracias a los vales que les
entrega la empresa, y el proletariado urbano, a merced de las casas de
empeño y los usureros; los migrantes transnacionales de hoy, que trabajan
duro para reducir sus deudas de tránsito y contratación; y en la economía de
bajos salarios, las víctimas ubicuas del robo de sueldos, que de hecho
financian a sus empleadores. (1)
Aunque estas analogías han sido una provocación útil para los deudores,
intensificando su resentimiento ante su difícil situación, también han probado
ser ofensivas para otros, con el argumento de que los estudiantes
universitarios son demasiado privilegiados como para compararlos con los
siervos. Una réplica similar se brinda habitualmente a los empleados de altos
ingresos del sector tecnológico, cuyas extensas jornadas laborales a menudo
dan lugar a sus quejas de que están trabajando en “talleres clandestinos de
alta tecnología”.
Irónicamente, una de las vías más rápidas para que los estudiantes
universitarios avanzados cumplan con su deuda educativa es encontrar un
trabajo lucrativo en la industria financiera, emitiendo el tipo de préstamos de
altas tasas de interés que arrojan a más y más de sus compañeros a las
trampas de la deuda, o especulando con la clase de instrumentos financieros
que pueden resultar más bien un doble problema (*) para aquellos que han
apostado sus activos. (7)
Las personas que ingresan al mercado laboral, especialmente las que cuentan
con educación universitaria, siempre se han tenido que preparar para estar
en condiciones de tener un empleo. Pero hoy una porción cada vez mayor de
sus salarios se destina a pagar las deudas tomadas para reunir los
requerimientos básicos, físicos y mentales, que exige el trabajo moderno.
Estos requerimientos incluyen la carga física directa de mantener el perfil de
salud favorecido por los empleadores, el cual incluye cada vez más ítems
como cuotas de gimnasios (más o menos obligatorias para una enorme
porción de los que tienen menos de cuarenta años), alimentación más costosa
(porque la dieta barata norteamericana de alimentos procesados enferma a la
gente) y medicina preventiva (así como otras terapias para reducir el estrés).
Ninguna de estas cosas es cubierta habitualmente por el seguro de salud,
pero todas ellas son ahora consideradas esenciales para mantener el
equilibrio de mente-cuerpo que requiere un trabajador del conocimiento de
buen temperamento. Agréguese el costo de la mejora de las calificaciones, el
lugar común de que ahora todos necesitan una maestría (para lo cual hay muy
poca ayuda financiara disponible), y no simplemente un título de grado, para
competir por un empleo decente en la economía del conocimiento. Y añádanse
los costos del propio mantenimiento durante al menos una pasantía no
remunerada como el precio para ingresar a cualquier trabajo que requiera
una credencial universitaria.
Dos de las razones para esta grieta entre elevadas ganancias y desempleo
parecen estar fuera de discusión. Las corporaciones siguen trasladando sus
operaciones al extranjero, en especial los trabajos de los sectores de alta
calificación, donde se pueden asegurar los mayores ahorros de costos
laborales. Adicionalmente, estas actividades en el extranjero les permiten
evadir impuestos estadounidenses al depositar sus ahorros en el exterior. Una
segunda explicación descansa sobre el incremento de la productividad. Dada
la grave amenaza de sufrir despidos, los empleados han sido presionados ya
sea para trabajar más dura y prolongadamente por la misma paga, o para
aceptar una reducción en los salarios. Una tercera razón —y esta es la parte
desconocida— es la creciente adopción de nuevas formas de trabajo no
remunerado para complementar el balance de los empleadores que son lo
suficientemente astutos como para cosecharlas. No es fácil reunir pruebas
concluyentes de este impacto, pero el sólido historial anecdótico y la
evidencia documentada disponible sugieren que es bastante grande como
para resultar significativo.
He aquí algunas de las áreas más evidentes donde los empleadores han
estado aprovechándose del peor mercado de trabajo (y la recuperación más
débil del nivel de empleo) desde la década de 1930. En todos los casos, las
violaciones a normas del trabajo justo se agravan por una situación de
endeudamiento subyacente:
Sin embargo, la deuda personal asociada con esta clase de mano de obra no
ha sido reconocida plenamente. La autoformación de estos empleados en
campos típicamente creativos —bellas artes, diseño, redacción, actuación,
arquitectura—involucra con frecuencia niveles mucho más altos de deuda
estudiantil que en los sectores con perfiles de empleo estándar. Estos
empleados no solamente ofrecen su fuerza de trabajo a precio barato; su
disponibilidad también tiene un costo personal superior, debido a que se han
comprometido de antemano con el acreedor a ganar esos bajos salarios y han
contraído altos niveles de deuda educativa.
Esta nueva norma, ¿representa un cambio significativo respecto del uso más
tradicional del “casting” como modelo de entrada a la fuerza de trabajo de la
industria del entretenimiento? Si es así, quizá sea porque hoy se considera
que trabajar para promocionarse es parte de los costos iniciales necesarios
para reunir un currículum vitae que dé acceso a un medio de vida basado en
el reconocimiento remunerado. Del mismo modo en que se asumen las deudas
estudiantiles como una cobertura contra el desempleo futuro, el trabajo
voluntario entregado en pos del desarrollo de las habilidades personales es un
gravamen extraído de antemano por los empleadores de la industria, un
regalo de tiempo y recursos que de otra forma los empleadores tendrían que
haber destinado a la capacitación profesional, o al perfeccionamiento de las
personalidades laborales. Pero a diferencia de las cuotas de afiliación
pagadas por adelantado para unirse a una organización, en este caso no hay
garantías de beneficios para los usuarios. La única cosa segura es la
explotación del trabajo gratuito por los empleadores, que sabrán cómo
aprovecharla.
Cada vez que uno toma un nuevo trabajo, se le recuerda que debe sostenerse
a sí mismo sin paga por el primer día, semana o mes. Pero uno de los aspectos
más curiosos de la mercancía ficticia, que las agencias de empleo temporario
llaman “manpower”, es que es una de las pocas mercancías consumida antes
de que se pague por ella. En el caso de la mayoría de las mercancías, uno
paga y luego las disfruta. Hay un puñado de excepciones cotidianas, como
cuando uno come en un restaurante —de aquí que se juzgue tan reprobable
pagar con un cheque sin fondos—. A menudo usamos un producto antes de
pagar por él, pero estos casos se ven siempre como un préstamo efectuado
por el minorista o por un tercero, como el emisor de una tarjeta de crédito.
Solo en el caso del salario laboral la mercancía es consumida antes de ser
pagada; “en todas partes”, observó Marx en un apartado de El capital, “el
trabajador le otorga un crédito al capitalista”. Tal vez la metáfora más
reveladora que tenemos para esta deformación del tiempo es que, en las raras
ocasiones en que a alguien se le paga antes de trabajar, se lo denomina “un
adelanto” (advance), término que en inglés se remonta a los comienzos del
siglo XVIII. (17)
Cuerpo y alma
Para poder competir, en una época de relativo pleno empleo, los empleadores
no sindicalizados también fueron obligados a ofrecer una amplia gama de
prestaciones en constante aumento, ninguna de las cuales dependía de la
financiación mediante deuda. De esta manera, el salario sindical también se
convirtió en un salario social para una porción mucho mayor de la población.
Numerosos beneficiarios apreciaban más las prestaciones médicas otorgadas
a los empleados que el salario de bolsillo, pese a que este se hallaba en
expansión; el seguro de salud era a menudo la razón fundamental para
permanecer en un trabajo rutinario.
La ley sobre la atención de la salud sancionada por Obama sin duda reducirá
las deudas para muchos de los que antes no tenían cobertura; no obstante,
sus disposiciones también pueden ampliar la red de la deuda al engrosar las
filas de los “infraasegurados”, que ahora incluirán a aquellos que eligen los
llamados “planes de bronce”, los de las primas más bajas, que cubren sólo el
60% de los costos de los afiliados. Tal vez estos últimos busquen una mejor
atención médica que la que tenían antes de estar asegurados, pero serán
incapaces de pagar la totalidad de sus cuentas de internación y
medicamentos, debido a que los “valores actuariales” estimados por las
aseguradoras los condenan de antemano a un régimen de endeudamiento
para compensar la diferencia. Al sector privado la ley de Obama le garantiza
que las ganancias continuarán siendo generosas, y no solamente para la
industria médica sino también para las instituciones financieras que cobran
las deudas de los pacientes, establecen la clasificación crediticia de los
hospitales y conceden los préstamos para mantener en el negocio al complejo
impulsado por el mercado. A medida que el número de personas sin cobertura
disminuya, la atención médica ofrecida por entidades benéficas, que está
relativamente libre de deuda, también se desgastará; los hospitales públicos y
comunitarios ya están siendo empujados fuera del negocio a medida que los
gigantes privados, crecientemente monopólicos, refuerzan su dominio. (20)
A comienzos del siglo XX, Henry Ford y otros grandes fabricantes concluyeron
que a fin de dar nacimiento a la sociedad de consumo los salarios industriales
debían incrementarse. Después de todo, los trabajadores tenían que ser
capaces de pagar los modelos Ford T que se estaban fabricando. En
retrospectiva, este principio parece de sentido común, pero, en ese entonces,
elevar los salarios iba completamente contra la corriente de la costumbre
capitalista. En ese mismo espíritu, los actuales administradores de la
economía bien pueden tener que contemplar la creación de programas de
reducción de la deuda con el fin de facilitar el retorno de los deudores al
mercado de alto consumo, pero al hacerlo correrán el riesgo de erosionar la
moralidad del reembolso. El mandato moral de pagar es la columna vertebral
disciplinaria del capitalismo financiero actual, como lo era el control de los
salarios para los capitalistas como Ford, pero superar ese mandato, aunque
sea temporariamente, plantearía una amenaza de largo plazo mucho mayor a
las ganancias de Wall Street.
Los defensores del trabajo tienen todas las razones para desechar la grosera
bravuconada moralista de Wall Street y promover la cancelación de la deuda
como una causa de los trabajadores. A medida que la deuda familiar se
incrementó durante la década de 1990, incluso Alan Greenspan tuvo motivos
para reconocer, aunque sea con aprobación, el efecto negativo que eso ejercía
en el sindicalismo militante —los trabajadores eran mucho menos propensos a
ir a la huelga si tenían pagos de la deuda para hacer—. (27) Bajo la presión de
los actuales planes de ajuste, la deuda municipal y soberana se manipula para
lograr profundas concesiones de los empleados públicos —docentes, agentes
de tránsito, bomberos, policías, carteros y otros trabajadores urbanos—.
Dados los apuros económicos de las actuales familias trabajadoras, cada vez
más cortas de dinero, el atractivo de la educación gratuita es evidente.
¿Quién no querría que sus hijos tuvieran una educación universitaria que no
los agobiara financieramente para toda la vida?
Aunque se sigue dando el caso de que los solicitantes de empleo con título
universitario ganarán dos veces más, en promedio, que los que solo tienen un
título secundario, menos del 30% de los empleos disponibles actualmente en
Estados Unidos exigen un título universitario. Según una estimación, casi la
mitad de los empleados estadounidenses con estudios universitarios están
actualmente en puestos de trabajo que requieren menos de cuatro años de
educación universitaria. (32) El cuadro general de la oferta y la demanda en
el terreno de los empleos de alta calificación sugiere una “sobreproducción”
de estudiantes universitarios avanzados. El subempleo resultante, al menos
para aquellos que piensan la educación de esta manera, lleva a interpretar
este fenómeno como un derroche masivo de capital humano.
Los estudiantes deudores politizados tal vez constituyan una nueva clase de
actores sociales masivos. Están empeñados en identificar a los beneficiarios
de la nueva situación y a las variadas formas de violencia estatal —leyes,
tribunales y legisladores pagados por los banqueros— que protegen los
intereses de la clase acreedora. Debido a que sus deudas están atadas a su
futura capacidad para trabajar, son activistas laborales en todos los aspectos
menos en el nombre y, en tal sentido, se encuentran en una larga línea de
descendencia. Además, comparten sus deudas invariablemente con sus
padres y otros miembros de la familia, y de esta manera están ligados a las
obligaciones económicas de estos últimos. De hecho, en la medida en que la
carga de la deuda hogareña se desplaza crecientemente hacia las personas
mayores (sobre todo como consecuencia de que los padres y abuelos son
cosignatarios de los préstamos estudiantiles), las posibilidades de una
protesta intergeneracional se multiplicarán. Lejos de tratarse de una “guerra
contra la juventud”, el pronóstico más probable es que sea una “guerra con la
juventud” contra la creditocracia.
1- Steve Fraser, “The Politics of Debt in America: From Debtor’s Prison to
Debtor Nation”, Jacobin (4 de febrero de 2013).
3- Ben Stein, “In Class Warfare, Guess Which Class Is Winning?”, New York
Times, 26 de noviembre de 2006.
4- Andrew Frye, “Munger Says ‘Thank God’ U.S. Opted for Bailouts Over
Handouts”, Huffington Post, 20 de septiembre de 2010.
5- Jeff Williams inició esta indagación con su ensayo “Student Debt and The
Spirit of Indenture”, Dissent, otoño de 2008, págs. 73-78.
6- David Blacker, The Falling Rate of Learning and the Neoliberal Endgame,
Londres: Zero Books, 2013, pág. 133.
*- Double-trouble: Alude al refrán Longer life, double trouble (Vida más larga,
doble problema). (N. del T.)
8- William Alden, “Lending Start-Up Common Bond Raises $100 Million, With
Pandit as Investor”, New York Times, 4 de septiembre de 2013. Ver asimismo
Anand Reddi y Andreas Thyssen, “Healthcare Reform: Solving the Medical
Student Debt Crisis Through Human Capital Contracts”, Huffington Post, 10
de junio de 2011.
9- Richard Dienst, The Bonds of Debt: Borrowing Against the Common Good,
Nueva York: Verso, 2009.
10- Tiziana Terranova, “Free Labor”, y Andrew Ross, “In Search of the Lost
Paycheck”, en Trebor Scholz, ed., Digital Labor: The Internet as Playground
and Factory, Nueva York: Routledge, 2013; Mark Banks, Rosalind Gill y
Stephanie Taylor, eds., Theorizing Cultural Work: Labour, Continuity and
Change in the Cultural and Creative Industries, Londres: Routledge, 2013;
David Hesmondhalgh y Sarah Baker, Creative Labour: Media Work in Three
Cultural Industries, Abingdon and Nueva York: Routledge, 2010.
11- Ross Perlin, Intern Nation: How to Earn Nothing and Learn Little in the
Brave New Economy (Nueva York: Verso, 2011).
12- Kim Bobo, en Wage Theft in America: Why Millions of Working Americans
Are Not Getting Paid-And What We Can Do About It, Nueva York: New Press,
2009. Estimó que el robo del salario les estaba rindiendo a los empleadores
no menos de cien mil millones de dólares anuales.
14- Gary Rivlin, Broke USA: From Pawnshops to Poverty, Inc-How the
Working Poor Became Big Business, Nueva York: HarperBusiness, 2011;
Barbara Ehrenreich, “Preying on the Poor: How Government and
Corporations Use the Poor as Piggy Banks”, Economic Hardship Reporting
Project, 17 de mayo de 2012; puede consultárselo en
http://economichardship.org/.
15- Mike Elk y Bob Sloan, “The Hidden History of ALEC and Prison Labor”,
The Nation, 1 de agosto de 2011; Steve Fraser y Joshua B. Freeman, “Locking
Down an American Workforce”, Huffington Post, 20 de abril de 2012.
16- Marc Bousquet, How the University Works: Higher Education and the
Low-Wage Nation, Nueva York: NYU Press.
*- La palabra inglesa job, que hoy suele traducirse como “empleo” o “puesto
de trabajo”, surgió en el siglo XVI con el significado a que alude el autor. (N.
del T.)
17- Michael Denning, “The Fetishism of Debt”, Dossier on Debt, Social Text,
Periscope, septiembre 2011, accesible en
http://www.socialtextjournal.org/periscope/going-into-debt/.
19- Victor Fuchs, “The Gross Domestic Product and Health Care Spending”,
New England Journal of Medicine, 369, 11 de julio de 2013, pág. 107-9.
20- Strike Debt, Death By For-Profit Health Care, febrero de 2013; puede
consultarse en http://strikedebt.org/medicaldebtreport/.
21- Mark Brenner, “Pension Theft Crime Wave”, Labor Notes, 21 de octubre
de 2013.
22- David Himmelstein, Deborah Thorne, Elizabeth Warren y Steffie
Woolhandler, “Medical Bankruptcy in the United States, 2007: Results of a
National Study”, The American Journal of Medicine, 2009.
24- José García y Mark Rukavina, “Sick and in the Red: Medical Debt and its
Economic Impact”, Demos/The Access Project, 26 de marzo de 2013; puede
consultarse en http://www.accessproject.org.
29- - Jackie Tortora, “Trumka: Unions and Student Activists Share Similar
Vision for America”, AFL-CIO Now, 26 de julio de 2012; puede consultarse en
http:// www.aflcio.org/blog/other-news.
30- Daniel Pink, Free Agent Nation: The Future of Working for Yourself ,
Nueva York: Warner, 2001; Andrew Ross, No-Collar: the Humane Workplace
and Its Hidden Costs, Nueva York: Basic Books, 2003.
31- Richard Florida, The Rise of The Creative Class: And How It’s
Transforming Work, Leisure and Everyday Life (Nueva York: Basic Books,
2002); y Cities and the Creative Class, Nueva York: Routledge, 2005. Jamie
Peck, “Struggling with the Creative Class”, International Journal of Urban and
Regional Research, 29, 4, diciembre de 2005, pág. 740-70. Andrew Ross, Nice
Work If You Can Get It: Life and Labor in Precarious Times, Nueva York: NYU
Press, 2009.
32- Richard Vedder, Christopher Denhart y Jonathan Robe, Why are Recent
College Graduates Underemployed? University Enrollments and Labor Market
Realities, Center for College Affordability and Productivity, enero de 2013.
33- “Knowledge and Skills for the Jobs of the Future”; puede consultárselo en
el sitio web de la Casa Blanca,
http://www.whitehouse.gov/issues/education/higher-education. Michelle
Obama también fue reclutada para esta campaña. Ver Jennifer Steinhauer,
“Michelle Obama Edges Into a Policy Role on Higher Education”, New York
Times, 11 de noviembre de 2013.
34- Ver Stephen Marche, “The War Against Youth”, Esquire, 26 de marzo de
2012.
35- Ver Tamara Draut, Strapped: Why America’s 20- and 30-Somethings Can’t
Get Ahead, Nueva York: Doubleday, 2006.
CAPÍTULO VSaldar la deuda que hay con el clima
En el apogeo del frenesí legislativo acerca del “precipicio fiscal”, los halcones
defensores de la austeridad acuñaron un nuevo rótulo: “negadores de la
deuda”. Pensado para denigrar a los legisladores que se oponían a la
reducción de los gastos sociales impulsada por la cínica manipulación de la
deuda del gobierno federal, en el otoño del 2013 fue utilizado como munición
por los miembros del Tea Party durante la paralización oficial relativa al
aumento del nivel máximo de deuda. Para los quejosos del déficit, el rótulo
fue una forma sagaz de volcar la suerte contra los demócratas, que a su vez
habían conseguido adherentes al pintar a los republicanos como
irremediablemente afectados por la “negación del clima”.
Esta acusación pronto pasó a formar parte del arsenal de los candidatos que
se postulaban para algún cargo público. Al par que el viejo sueño del
conservador Grover Norquist de no aumentar los impuestos perdía su
vigencia sobre los más fieles republicanos, el fundamentalismo de saldar la
deuda se convirtió en el nuevo artículo de fe de las huestes conservadoras. En
los discursos elocuentes que se pronunciaban en el Capitolio era notoria la
ausencia de toda mención a la deuda de los países con grandes emisiones de
carbono, como Estados Unidos, y a los países pobres del mundo fuertemente
afectados por el cambio climático. La “deuda climática”, compleja desde un
punto de vista financiero pero muy simple en lo moral, aún no forma parte del
vocabulario político en este país, y lograr que se reconozca su validez
continúa siendo una lucha cuesta arriba.
En rigor, tanto el FMI como el Banco Mundial han admitido cabalmente que
la carga del impacto del cambio climático recaerá sobre algunas de las
naciones más pobres del mundo, con lo cual sus posibilidades de lograr un
desarrollo sustentable peligran aún más. Pero ninguna de estas dos
instituciones se ha propuesto instar a las naciones ricas a saldar la deuda
climática que tienen con los países en vías de desarrollo, que ya han sentido
los efectos del cambio climático (y mucho menos se han propuesto
presionarlas para ello). Dada su larga historia de hacer que los países del Sur
global caigan en la trampa de la deuda, pensar que el FMI o el Banco Mundial
prestarán mucha atención a la relación acreedor-deudor cuando sus términos
se inviertan, como es el caso con la deuda climática, es pedir demasiado. La
palabra “negación” caracteriza muy débilmente la resistencia estructural que
opera aquí, pero no hay duda de que la poca propensión a pagar la deuda
climática se extiende mucho más allá de los miembros recalcitrantes de la
comunidad financiera internacional.
Según esta escala de precios, todos los países industrializados del Norte
tienen una deuda climática neta; Estados Unidos encabeza la lista con 9,7
billones de dólares, seguido por Alemania (2,3 billones) y el Reino Unido (2,1
billones). Entre los acreedores climáticos netos el primer puesto lo ocupa la
India, con 6,5 billones. La renuencia del Norte a asumir sus responsabilidades
al respecto suele escudarse en el aumento brusco de las emisiones en el Sur.
Por ejemplo, ya en 2007 China había superado a Estados Unidos como el
principal productor mundial de dióxido de carbono. Sin embargo, la
evaluación de la deuda histórica de China muestra que aún goza de un crédito
climático neto de 2,3 billones de dólares. (5)
Desde esta perspectiva, habría mucho menos margen para los reclamos, ya
que se tendrían que calcular las emisiones desde 1990, digamos, que fue
cuando el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, por su
sigla en inglés) emitió su primer dictamen acerca de la existencia de un
vínculo verificable entre el dióxido de carbono presente en la atmósfera y el
cambio climático. Esta reducción del marco temporal ilustra los peligros de
separar la porción más cuantificable de la deuda ecológica (las desiguales
emisiones de carbono) como base para las negociaciones. Pese a ello, ninguna
de las principales potencias carboníferas aceptó ni siquiera esta
responsabilidad más limitada en la cumbre de 2008. El deprimente fracaso de
lograr un compromiso sobre la disminución de las emisiones en Copenhague
instó a los activistas de base a volcar sus ideas y energías en la Conferencia
Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático, llevada cabo al año
siguiente en Cochabamba, Bolivia. Esta vez, la deuda climática estuvo en el
primer plano y en el centro de los debates de muchos grupos de trabajo.
El antiguo derecho religioso a tener un santuario fue revivido por las iglesias
estadounidenses en la década de 1980 y extendido a los refugiados de las
guerras emprendidas por Ronald Reagan en América Central. Cuando en la
década de 2000 surgió el Nuevo Movimiento del Santuario a fin de dar asilo a
los inmigrantes centroamericanos que corrían riesgo de ser deportados, hubo
en los estados de EE.UU. una reacción violenta. La famosa ley
antiinmigratoria SB 1070, sancionada en 2010 en Arizona, se empeñó en
prohibir la existencia de ciudades santuarios en dicho estado, y engendró en
otros una oleada de leyes que la imitaron. En lugar de prohibir que los
empleados municipales y agentes de policía indagaran a las personas acerca
de su situación inmigratoria, como había sido la norma en las ciudades
santuarios, la SB 1070 los instó expresamente a que lo hicieran. Desde el
punto de vista de la justicia climática es notable que Arizona fuera el punto de
origen de los sentimientos xenófobos. Gran parte de ese estado se halla en el
ojo de la tormenta del cambio climático, ya que se está recalentando y
secando a un ritmo muy superior al del resto de cualquier otra región del
hemisferio norte. Por supuesto, ese calentamiento no se detiene en las
fronteras del estado: el impacto que ha tenido en el norte de México la
erosión de los suelos por la merma en las precipitaciones ha sido también
significativo, y varios estudios pronostican que hacia fines del siglo XXI la
lluvia en esas regiones podría disminuir un 70%. Una porción importante de
los mexicanos que cruzaron la frontera hacia Arizona han perdido sus tierras
y medios de subsistencia, y debería clasificárselos como migrantes climáticos.
(9) Sus atormentadores anglosajones en el condado Maricopa del sheriff Joe
Arpaio son también sus deudores climáticos, ya que las emisiones
atmosféricas de carbono por sobre el área metropolitana de Phoenix son las
causantes indirectas de que estos migrantes se pusieran en marcha. Con el
tiempo, quizás ellos y sus hijos elaboren su propia versión, atenta a las
emisiones de carbono, de la réplica de los emigrantes de países que fueron
coloniales cuando se asentaron en ciudades como Londres o París: “Estamos
aquí porque ustedes estuvieron allí”.
Una situación similar es la que viven los propios migrantes climáticos. Solo se
repara en ellos cuando se van de sus tierras, y solo generan noticias y
opiniones cuando cruzan las fronteras e ingresan en los países ricos. China,
por ejemplo, tiene millones de migrantes internos desplazados por las
crecientes sequías e inundaciones, la erosión del litoral marítimo, la crecida
de los mares, la fusión de los glaciares en los Himalayas y los cambios en las
zonas aptas para los cultivos; pero no se los clasifica como tales, ni se los
considera una población distinta de los migrantes económicos. De ahí que
aunque el cambio climático afecta a habitantes de todo el planeta que por una
razón u otra no pueden irse de donde viven, esta población no se reconoce o
contabiliza como víctimas del clima. Solo se la computa cuando se convierte
en refugiados tangibles, porque una población que se desplaza se percibe
como un problema político o social (o, en el mejor de los casos, humanitario).
Otros tipos de autoridades institucionales los clasifican lisa y llanamente
como una amenaza. En 2010, la Revisión Cuatrienal de Defensa del
Pentágono incluyó por vez primera el cambio climático en su evaluación de
las amenazas estratégicas. (11) No obstante, ya en 2003 un estudio del
Departamento de Defensa había advertido expresamente: “El cambio
climático podría convertirse en un problema tal que dé lugar a la emigración
en masa, a medida que los pueblos desesperados busquen una vida mejor en
regiones como Estados Unidos, que tienen los recursos necesarios para que
se adapten”. (12)
Por otro lado, las catástrofes que originan migraciones masivas suelen sacar a
la luz las expresiones más nobles de la humanidad. En su libro A Paradise
Built in Hell (Un paraíso construido en el infierno), Rebecca Solnit brinda
numerosos estudios de casos de un altruismo extraordinario como
consecuencia de una catástrofe. Las comunidades así afectadas recurren a la
cooperación social con más frecuencia que a la conducta antisocial y
regresiva: “Horrible en sí misma, toda catástrofe es a veces la puerta trasera
que permite entrar al paraíso, el ámbito en el que somos los que esperábamos
ser, en que hacemos el trabajo que queríamos hacer y nos convertimos en los
custodios de nuestros hermanos y hermanas”. (13) Estas reservas de cuidados
fraternales sustentan la clase de organizaciones independientes que
anarquistas como Solnit quisieran ver surgir. Al reconstruir sus comunidades
asoladas, habitualmente con la ayuda de personas ajenas a ellas, los
sobrevivientes aprenden lo que es la solidaridad y la conquistan para sí;
forjan nuevos sentimientos hacia sus vecinos y sus antiguos adversarios, y
fortalecen lo que antes quizás era una red superficial de lazos y de amistades
informales. En otras palabras, el trauma de la adversidad común puede
contribuir a dar origen a nuevos caminos para regenerar la vida social.
Los patrones que rigen el “capitalismo de catástrofe”, tan bien analizados por
Naomi Klein, explican de qué manera una comunidad desolada y con sus
defensas bajas es fácil presa de bandidos de toda suerte. (14) Y lo que es
peor, una catástrofe, o una crisis fabricada, es vista como una buena
oportunidad para reestructurar la economía nacional de modo de beneficiar a
un pequeño número de poderosos interesados. Por ejemplo, en las semanas
posteriores a la llegada del Sandy los banqueros estaban acorralando a sus
víctimas, ofreciendo préstamos especiales para su recuperación económica a
aquellos que ya habían agotado sus reservas en la FEMA —la forma principal
de alivio monetario ofrecida por el gobierno en esa ocasión—. Uno de los
discursos del JPMorgan Chase venía cuidadosamente envuelto en una falsa
compasión:
¿Acaso cargará con los costos nuestro millonario alcalde y sus íntimos amigos
de las empresas inmobiliarias, que reurbanizaron y desarrollaron a un ritmo
sin precedentes la línea costera, al mismo tiempo que el Cuerpo de Ingenieros
del Ejército colocaba a Nueva York en el tope de la lista de las ciudades más
vulnerables a una tormenta marítima? ¿Lo hará el gobierno federal, que se
negó a realizar las necesarias inversiones en infraestructura que impidieran
que tuviéramos que correr con estos gastos nosotros? ¿Lo harán las empresas
de seguros privadas, que decidieron que las primas aumentaran año tras año
por los perjuicios que, según nos habían hecho creer, ellas cubrían? ¿O
cargarán con los costos las compañías que explotan combustibles fósiles y sus
grupos de presión, que hicieron todo lo posible para que continuasen a un
ritmo veloz los cambios radicales en la atmósfera, volviéndonos así más
vulnerables a una catástrofe natural?” (15)
Por ahora, quedó claro que los que afrontarán el gasto serán los que vivían en
el trayecto asolado por la tormenta, y que este desenlace les dejará a los
prestamistas suculentos beneficios. En lo concerniente a la reconstrucción
económica futura, los estudios realizados sobre la rehabilitación posterior al
Katrina y al 11/9 muestran una fuerte pauta de distribución ascendente de la
riqueza. Se favorecieron las medidas dirigidas al mercado, como exenciones
impositivas y subsidios al sector privado, en lugar de los desembolsos directos
del Estado, y de ese modo prosperaron las compañías inmobiliarias a
expensas del bienestar general. (16) Después del Katrina, se disuadió a las
familias de bajos ingresos a que retornaran a sus comunidades, las escuelas
públicas dañadas se cerraron y se las reemplazó por otras privadas, los
hospitales comunitarios fueron sustituidos también por otros privados más
caros, y los vecindarios devastados se entregaron a las grandes compañías
inmobiliarias. (17) Después del 11/9, los mayores beneficiarios de los Liberty
Bonds (Bonos Libertad) emitidos para ayudar a la reconstrucción fueron Larry
Silverstein, dueño del terreno donde se edificó el World Trade Center,
Goldman Sachs y el Bank of America. Estos bonos y otros subsidios
estimularon la inversión en el mercado inmobiliario de altos precios de la
zona baja de Manhattan, pero poco hicieron en favor del sustento de los
habitantes de bajos ingresos y subocupados de otros barrios adyacentes,
como Chinatown y el llamado Lower East Side.
El apoyo del alcalde Bloomberg a los urbanistas fue inequívoco: “No podemos
abandonar nuestra zona costera ni lo haremos”, declaró, y anunció que el
plan de su gobierno era seguir la estrategia establecida por el Cuerpo de
Ingenieros del Ejército: la de cerrar el paso al agua mediante medidas
defensivas como muros, escolleras, dunas simples y dunas dobles. (19) Queda
por ver si su sucesor proseguirá con el plan. El modelo de restauración de las
playas y malecones del Cuerpo de Ingenieros, que se basa fuertemente en el
financiamiento con fondos federales y que la gente asocia cada vez más con la
protección de los privilegiados propietarios de viviendas en la costa, ha sido
objeto de debate público. Sea cual fuere el desenlace con respecto al futuro
de la Zona A no se trata solamente de reaccionar frente a los maremotos
(cuestión pertinente para las comunidades costeras vulnerables de todo el
mundo). La decisión de urbanizar o replegarse reflejará asimismo cómo
continúan actuando, en diferentes partes de una misma ciudad, las antiguas
pautas de injusticia ambiental.
Opciones
Para responder como corresponde ante estos dos grandes reclamos, las
potencias históricas de las emisiones de carbono tendrán que reconocer que
su deuda climática es una obligación efectiva. Por ahora, la respuesta
preferida por los grandes emisores, como Estados Unidos, es ofrecer
“asistencia climática” como un acto discrecional, de hecho como un pago por
una única vez. Dentro del marco de la UNFCCC, surgió la frase
“financiamiento climático” como la predilecta. En Copenhague, los países
ricos prometieron un financiamiento climático de 30.000 millones de dólares
como parte de un paquete de asistencia inmediata durante los tres primeros
años, con la promesa de elevar la cifra después de 2012. Al final de ese
período de tres años, Estados Unidos informó que había aportado 7.500
millones, aunque en su mayoría se destinaron a mitigar los daños bajo la
forma de reducción de las emisiones internas.
Estos son los mismos grupos que presionan a los legisladores de los países en
vías de desarrollo para que se promueva el crecimiento inmediato de las
industrias extractivas (petróleo, gas, carbón, cobre, mineral de hierro, litio y
otras actividades mineras). La política industrial extractivista es totalmente
contraria a las filosofías de los aborígenes andinos manifestada en los valores
sustentados en la reunión de Cochabamba: proteger los derechos de la
naturaleza y de la Pachamama (la Madre Tierra). Los gobiernos izquierdistas
latinoamericanos justifican sus programas de exportación basados en el
extractivismo en gran escala cuando sus beneficios económicos se utilizan
para financiar programas sociales y transmitir de hecho una gran porción de
las ganancias así obtenidas a las masas populares. Sin embargo, la expansión
de estas actividades industriales ha decepcionado a quienes esperaban que el
giro a la izquierda de la región ofreciera caminos de desarrollo alternativos,
distintos de los patrones coloniales de expropiación de los recursos naturales.
(24)
Muchas de las empresas que se dedican a extraer estos recursos del suelo son
estatales, pero un buen número pertenecen a familias privadas con una larga
historia de riqueza y poder en la región. Si bien su influencia económica y
política a largo plazo es empequeñecida por la que detentan en América del
Norte los equivalentes de los hermanos Koch*, siguen siendo un factor
importante en la conformación de la justicia climática, y cualquier programa
de reembolsos que tome como principio rector la redistribución debe tenerlos
en cuenta. ¿Cómo pueden incorporarse estas deudas nacionales al sistema
internacional de asignación de cuotas de carbono de la UNFCCC? ¿Puede esta
entidad garantizar que los pagos por la deuda climática, en caso de
hacérselos, no beneficien indebidamente a las élites de los países acreedores?
¿Qué parte de la indemnización llegará a quienes más la necesitan?
Dado que el ingreso básico es, por definición, independiente del trabajo
personal, sería una manera de empezar a desprendernos del esfuerzo que se
espera en una sociedad habituada al trabajo compulsivo. También favorecería
la “justa transición” que lleve a deslindar el trabajo respecto de modos de
subsistencia que consuman mucho carbono. En el Norte, los defensores del
trabajo no han podido establecer conexiones fáciles con un movimiento por la
justicia climática donde predominan los derechos de los aborígenes y la causa
de la “agricultura de suficiencia” o autosuficiencia agrícola. Los trabajadores
urbanos de las sociedades muy industrializadas no se identifican con el credo
del “buen vivir” proclamado en Cochabamba. Después de todo, en el Norte
global el movimiento obrero se ha subido desde hace mucho tiempo al vagón
consumista del principio de la “buena vida”, que está en las antípodas del
“buen vivir”, porque, según la mentalidad difundida en Cochabamba, aquel se
asocia con el saqueo y con un crecimiento materialista incontrolado. Quizá
dichos trabajadores urbanos compartan los mismos enemigos con los
campesinos desposeídos y las comunidades de las selvas tropicales, pero
enriquecidos y empoderados por treinta años de neoliberalismo, no tienen los
mismos intereses y prioridades.
2- Ver Andrew Simms, Aubrey Meyer, Nick Robbins, Who Owes Who?:
Climate Change, Debt, Equity and Survival, Londres: Christian Aid, 1999.
6- Eli Kintisch, Hack the Planet: Science’s Best Hope—or Worst Nightmare—
for Averting Climate Catastrophe, Nueva York: Wiley, 2010.
9- Andrew Ross, Bird on Fire: Lessons from the World’s Least Sustainable
City, Nueva York: Oxford University Press, 2011.
10- Rob Nixon, Slow Violence and the Environmentalism of the Poor,
Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 2012; Frederick Buell, From
Apocalypse to Way of Life: Environmental Crisis in the American Century,
Nueva York: Routledge, 2003.
12- Peter Schwartz and Doug Randall, An Abrupt Climate Change Scenario
and Its Implications for United States National Security, Emeryville, CA:
Global Business Lab, 2003.
14- Naomi Klein, The Shock Doctrine: The Rise of Disaster Capitalism, Nueva
York: Metropolitan Books/Henry Holt, 2007.
**- En este caso se refiere al área metropolitana de Nueva York, Nueva Jersey
y Connecticut, una de las zonas más afectadas por el huracán Sandy en 2012.
(N. del T.)
15- Strike Debt, Shouldering the Costs: Who Pays in the Aftermath of Sandy?;
puede consultárselo en http://strikedebt.org/sandyreport/.
16- Kevin Fox Gotham y Miriam Greenberg, “From 9/11 to 8/29: Post-Disaster
Recovery and Rebuilding in New York and New Orleans”, Social Forces, 87, 2,
diciembre de 2008, pág. 1039-62.
19- NYC Special Initiative for Rebuilding and Resiliency, “A Stronger, More
Resilient New York”, junio de 2013; puede consultárselo en
http://www.nyc.gov/ html/sirr/html/report/report.shtml.
20- Véanse los mapas urbanos elaborados por la Comisión Robert Wood
Johnson para Construir Estados Unidos más Sanos; puede consultárselos en
http://www.rwjf.org/en/about-rwjf/newsroom/features-and-
articles/Commission/resources/city-maps.html.
21- Mike Davis, “Who Will Build the Ark”, New Left Review, 61 (enero-febrero
de 2010); Kent Portney, Taking Sustainable Cities Seriously: Economic
Development, the Environment, and Quality of Life in American Cities,
Cambridge, Mass: MIT Press, 2002.
*- Los opositores a esta técnica de extracción señalan su impacto
medioambiental, que incluye la contaminación de los acuíferos, el elevado
consumo de agua, la contaminación sonora, el traslado de los gases y
productos químicos utilizados hacia la superficie y los posibles efectos en la
salud derivados de todo ello. (N. del T.)
22- Juliet Eilperin, “U.S. Climate Aid Reaches Across Globe”, Washington
Post, 2 de diciembre de 2012.
24- Ver el número especial sobre “The Climate Debt: Who Profits, Who
Pays?”, Report on the Americas, North American Congress on Latin America,
46, 1, primavera de 2013.
26- Margaret Gray, Labor and the Locavore: Toward a Comprehensive Food
Ethic, Berkeley: University of California Press, 2013.
CAPÍTULO VIDisolver el matrimonio entre deuda y crecimiento
Agrandarse y mendigar
Veamos este pasaje de The Lorax, del Dr. Seuss (*), en el cual el personaje
llamado Once-ler describe cómo crecieron las operaciones que lo llevaron a la
ruina:
Los prestatarios solo tendrán dinero para pagar sus deudas en el futuro si
existe la probabilidad de un crecimiento económico; por lo tanto, el
crecimiento es lo que les permite a los bancos volver real el dinero. Es
importante comprender que ellos no poseen, hasta cierto momento, el dinero
existente. La imaginación pública ha retenido fatalmente la imagen del
prestamista que saca un maletín lleno de dinero de su caja de seguridad para
entregárselo a un prestatario digno. Esta situación imaginaria es, en gran
medida, la causante de la culpa que sentimos cuando no podemos pagar el
dinero que, según creemos, le pertenece al banco. Los banqueros no tienen
motivos para disipar esa imagen interesada, pero es bien ilusoria: en la
mayoría de los casos, los bancos crean el dinero ex nihilo. El sistema bancario
de reservas fraccionarias les permite conceder créditos que superan en
mucho las reservas que tienen bajo la forma de depósitos de los clientes (la
proporción es, en Estados Unidos, de 10 dólares de crédito por 1 de reservas),
en tanto que el uso de instrumentos financieros les posibilita obtener
cocientes aun mayores de ganancias. El dinero, creado específicamente como
una deuda que devenga interés, solo cobra vida cuando un prestatario firma
el contrato de crédito y promete pagarle al banco aun más de lo que este le
dio. Pero esa promesa solo es verosímil en el contexto de una economía en
crecimiento, razón por la cual el crecimiento es una pieza tan fundamental en
el negocio del crédito.
En la mayor parte de los casos, lo único que se requiere para que haya un
préstamo es la adición de algunos números en la pantalla de una
computadora. Ni siquiera se deduce el monto del préstamo de las cuentas del
banco, ya que debería debitarse un activo que ya no forma parte de sus
posesiones. Por el contrario, el banco añade a sus activos registrados el
monto total que cobrará mientras exista el préstamo. De este modo, si mi hija
pide en préstamo 50.000 dólares para pagar los aranceles de su universidad,
el banco habrá generado de hecho 70.000 dólares para sí mismo (la suma
completa que debe devolverse, más los intereses), monto que anteriormente
no existía. Esta clase de crecimiento fantasmal de activos, ninguno de los
cuales es dinero realmente ganado, surge de la nada y genera la fantasía de
que mediante el interés compuesto (al que Einstein acertadamente había
denominado “la octava maravilla del mundo”), un capital ficticio sería capaz
de expandir la economía de manera más o menos ilimitada. La riqueza es obra
de un conjuro que hace a un lado por completo la teoría del valor-trabajo. Si
la deuda puede crearse, aparentemente, con tan poco esfuerzo, no es de
extrañar que su valor como porcentaje del PBI se reproduzca tan rápido.
Huelga aclarar que el PBI nada nos dice de los costos asociados a la
degradación del medio ambiente, ya sea bajo la forma de las emisiones de
carbono o del agotamiento de los recursos naturales. Y el PBI descuida
muchas otras cosas. No toma en cuenta las actividades no mercantiles, como
las de la esfera tradicionalmente femenina del trabajo doméstico y de la
crianza; pasa por alto groseras desigualdades económicas, y es incapaz de
distinguir entre una inversión útil en infraestructura pública y el despilfarro
de dinero para remediar catástrofes ambientales como los derrames de
petróleo o los huracanes causados por el cambio climático.
Más difícil les resultó a las élites ignorar el trascendental informe del Club de
Roma en 1972 titulado The Limits to Growth (Los límites del crecimiento),
donde se concluía que las tasas de crecimiento industrial vigentes en ese
momento no podrían sostenerse de modo ecológico a largo plazo. Basándose
en modelos informáticos, que simulaban interacciones entre los sistemas
humanos y los de la Tierra, los pronósticos de los autores se basaban en
amplias pruebas científicas, y por ende sus metodologías debían ser
cuestionadas vigorosamente por especialistas técnicos, como en verdad
sucedió. A falta de una refutación concluyente, los entusiastas del crecimiento
proclamaron que las innovaciones tecnológicas (por general las más
riesgosas, como la fractura hidráulica de las rocas o fracking, la explotación
de arenas petrolíferas y la perforación de petróleo en aguas profundas)
permitirían superar los límites físicos planteados al crecimiento. Con el
tiempo, los defensores de un capitalismo “verde” aprendieron a promocionar
mejor la eficacia energética que podía lograrse adoptando sus productos.
Mientras tanto, podía confiarse en los economistas de alto nivel, predicadores
del crecimiento, cuando enfáticamente desmentían que esos límites
existieran. En 993, Larry Summers, economista jefe del Banco Mundial,
proclamó que
Al establishment financiero del mundo, solo tenemos una cosa para decirle:
nosotros no le debemos nada. Le debemos todo a sus familiares, sus amigos,
las comunidades a las que pertenece, la humanidad y el mundo natural que
hace posible que viva. Cada dólar que le restamos a una especulación
hipotecaria fraudulenta, cada dólar que nos abstenemos de entregar a un
organismo recaudador, es un pequeño trozo de nuestra vida y de nuestra
libertad que podemos devolver a nuestra comunidad, a los seres que amamos
y respetamos.
Como patrón valorativo general, esta versión de “¿quién le debe a quién?” nos
sugiere que es preciso poner cabeza abajo la psicología prevaleciente sobre el
endeudamiento. Como precepto económico señala de qué manera podría
usarse para financiar una economía alternativa el excedente que hoy se
derrocha. Reclamar cada dólar de servicio ilegítimo de la deuda que hemos
entregado a los bancos —una porción sustancial de nuestros ingresos
disponibles— y usarlo de una forma auténticamente beneficiosa, con la vista
puesta en la comunidad, puede constituir un gran avance para suscribir un
sistema sustentable de créditos útiles.
“No tengo nada de dinero, pero no podía dejar de enviar aunque sea un
dólar”.
“ESTOS son los Estados Unidos en los que yo creía. ¡Estoy dispuesto a creer
de nuevo!”.
Las empresas (más de diez mil en Estados Unidos) que son propiedad de sus
empleados, así como las cooperativas obreras, están experimentando un
renacimiento. En 2012, designado por las Naciones Unidas “Año
Internacional de la Cooperación”, no menos del 40% de los estadounidenses
(alrededor de 130 millones) pertenecían a alguna clase de cooperativa (su
número total era de 29.000), que iban desde pequeñas empresas locales —
tiendas de comestibles, cafeterías, cines, guarderías, grupos de artistas,
centros de atención médica, servicios de taxi— hasta grandes cooperativas
agrarias y de electricidad, así como algunas de las compañías que integran la
lista de Fortune 500, como Associated Press, Land O’Lakes, Sunkist, Ace
Hardware y Ocean Spray. La mayoría eran propiedad de los propios
interesados y entre todas daban cuenta de una porción significativa de la
actividad económica general. En el sector de la vivienda, no menos de cinco
mil empresas de desarrollo comunitario brindan viviendas y servicios vitales
para personas de bajos ingresos, construidas y administradas sin fines de
lucro. Los fondos de tierras comunitarias, que tuvieron su origen en el
movimiento Garden City *, contribuyeron a proporcionar viviendas
económicas sustentables, jardines comunitarios y otros edificios civiles,
evitando así el “aburguesamiento urbano”* * de los barrios pobres y la
ejecución hipotecaria de las tierras en fideicomiso comunitario.
Hoy día está cobrando creciente interés un modelo distinto que podría
suceder al anterior, el cual no es incompatible con la propiedad estatal, y es
la “actividad bancaria de opción pública” (*). Si bien en Estados Unidos el
gobierno federal administra no menos de 140 bancos y entidades similares
para dar préstamos, subsidios y otras finalidades, la banca pública no ha sido
la norma en este país y, por ende, su potencial para ponerla al servicio de las
necesidades de la comunidad tiene el atractivo de la novedad. En la
actualidad, el Banco de Dakota del Norte es la única institución de esta índole
de propiedad del Estado, y los habitantes de la zona, que han sido
tradicionalmente conservadores, ensalzan su capacidad para actuar en bien
de la población, por no mencionar su inmunidad frente a las crisis del
mercado financiero. La entidad fue fundada en 1919, cuando los granjeros de
Dakota del Norte estaban perdiendo sus haciendas y estas iban a parar a Wall
Street; desde entonces el banco destina la recaudación fiscal del estado a
ofrecer créditos baratos a través de cooperativas de crédito y bancos
comunitarios. Estas entidades sin fines de lucro otorgan los préstamos útiles y
convenientes de los que se burlan los bancos de inversión y los bancos
comerciales que solo buscan el lucro, además de devolver los intereses al
fondo general del Estado.
En gran parte de este libro hemos afirmado que la democracia no tiene futuro
si no se quiebra y dispersa el poder de los acreedores. La confianza popular
en la democracia representativa está menguando desde hace mucho tiempo, y
el auge de las empresas transnacionales que pagan escasos o nulos impuestos
ha minado la capacidad de los legisladores electos para distribuir de manera
ecuánime la riqueza dentro del país. No es de extrañar que entre las personas
menores de cuarenta años, sin experiencia directa de un sistema sólido de
seguro social ni expectativa alguna al respecto, cunda el deseo de que existan
formas de democracia más directas. Mientras que sus abuelos acogían con
beneplácito la posibilidad de endeudarse porque eso les abría las puertas
hacia una vida mejor, la idea que estos jóvenes tienen del “sueño americano”
es la de una situación libre de toda deuda. Consideran que, a esta altura, los
objetivos de los gobiernos y de las altas finanzas están demasiado
entremezclados como para que sea posible separarlos. Así, las comunidades
autárquicas y autogestionadas se les presentan como los mejores vehículos
para concretar sus ideales. El “movimiento por la nueva democracia” surgido
en Túnez en 2011 y difundido luego hasta abrazar las adhesiones y la energía
creativa de decenas de millones de personas en todo el mundo demostró que
el anhelo de que se implante alguna de esas alternativas es ampliamente
compartido.
3- Tyler Cowan, The Great Stagnation: How America Ate All the Low-Hanging
Fruit of Modern History, Got Sick, and Will (Eventually) Feel Better, Nueva
York: Dutton, 2012. En The Endless Crisis: How Monopoly-finance Capital
Produces Stagnation and Upheaval from the USA to China, Nueva York:
Monthly Review Press, 2012. John Bellamy Foster y Robert McChesney
argumentan que el estancamiento es el estado normal de una eonomía
capitalista madura, dominada por los monopolios. Solo puede lograrse crecer
gracias a medidas inusuales o desesperadas, como los estímulos oficiales, el
aumento del consumo, las oleadas de innovación tecnológica y/o la expansión
financiera.
5- Clive Hamilton, Growth Fetish (Crows Nest: Allen & Unwin, 2003). Véase
también Richard Douthwaite’s The Growth Illusion: How Economic Growth
Has Enriched the Few, Impoverished the Many, and Endangered the Planet,
Dublin: Lilliput Press, 1992.
13- Mandi Woodruff, “The Numbers Are In: Find Out Just How Many
Americans Have Ditched Their Banks,” Business Insider (30 de enero de
2012); puede consultárselo en http://www.businessinsider.com.
19- Writers for the 99 percent (Autores para el 99%), Occupying Wall Street:
The Inside Story of an Action that Changed America (Nueva York: OR Books,
2011).
20- Astra Taylor, Keith Gessen et al., eds., Occupy!: Scenes from Occupied
America, Nueva York: Verso Press, 2012.
21- Nathan Schneider, Thank You, Anarchy: Notes from the Occupy
Apocalypse (Berkeley: University of California Press, 2013); Mark Bray,
Translating Anarchy: The Anarchism of Occupy Wall Street (Londres: Zero
Books, 2013).
22- Lo que se vivió con Occupy quedó bien documentado por los propios
órganos de prensa del movimiento, entre los cuales cabe mencionar The
Occupied Wall Street Journal, Occupy! Gazette, Tidal, y The Occupied Times
of London.
unbanked, the: personas sin acceso a los bancos o a los servicios financieros
underbanked, the: personas con acceso limitado a los bancos o a los servicios
financieros