Ensayo de Las Psicopatias Criminales, Conceptos y Teorias
Ensayo de Las Psicopatias Criminales, Conceptos y Teorias
Ensayo de Las Psicopatias Criminales, Conceptos y Teorias
HONDURAS
SEDE DANLI, EL PARAISO
ASIGNATURA:
CRIMINOLOGIA
TEMA:
LAS PSICOPATIAS CRIMINALES, CONCEPTOS Y
TEORIAS
CATEDRATICO:
ABOG. NERY ORDOÑEZ
ALUMNA:
AMERICA DENISSE SOSA ÚCLES
FECHA:
31/1/22
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Como definición podemos decir, que es la ciencia que estudia la relación
entre el crimen y los trastornos psicológicos. En forma general, es estudiar
al criminal como individuo que manifiesta ciertas patologías psicológicas
en su comportamiento.
Ha sido una obsesión de los investigadores conocer si una persona nace con
predisposición a cometer un delito o no.
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llegaron a abarcar todos los posibles factores que influyen en la mente de
un criminal.
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positiva como negativamente. El concepto de ley o autoridad debe
ser interiorizado en esta etapa.
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Probablemente todos tenemos en nuestra personalidad algún factor
psicopatológico, pero no siempre se manifiesta si no existe la oportunidad
de cometer un crimen, y ahí entran en juego todos los factores antes
mencionados.
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trastorno límite de la personalidad y trastornos disociativos (Luberto,
Zavatti y Gualandri, 1997). La mayor parte de personas con alguna
alteración psicopatológica no comete delitos o su comportamiento no es
violento, pero la probabilidad de que esta circunstancia se produzca es
mayor entre las personas con problemas de salud mental que entre aquellos
que no los tienen (Silver, Felson y Vaneseltine, 2008). Así, aunque el
porcentaje de psicóticos no es más alto entre la población encarcelada que
entre la población no encarcelada, bien es cierto que suelen ser más
violentos los que se hallan en la primera situación (Laajasalo y Häkkänen,
2006; Walsh, Buchanan y Fahy, 2002); otras alteraciones psicopatológicas
frecuentemente diagnosticadas entre delincuentes presos son trastornos de
conducta y trastorno por déficit de atención con hiperactividad (Sheerin,
2004; Van Wijk, Blokland, Duits, Vermeiren y Harkink 2007), los
trastornos de personalidad (trastorno de la personalidad antisocial y/o
psicopatía ) y por estrés postraumático, estos últimos más frecuentes entre
la población reclusa que entre la población general (Goff, Rose, Rose y
Purves, 2007); los trastornos del estado de ánimo también son más
frecuentes entre la población reclusa, con una morbilidad mayor entre las
mujeres; aunque el porcentaje más alto de trastornos mentales en la
población ingresada en prisión son aquellos relacionados con el consumo
de drogas (Brink, 2005; Esbec y Gómez-Jarabo, 1999). Por otra parte, y
según Sánchez Bursón (2001), un gran número de enfermos mentales
crónicos terminan en prisión porque no acuden a centros asistenciales que
les proporcionen la asistencia adecuada. Estos pacientes generalmente son
marginados y excluidos sociales que carecen de recursos económicos, con
un predominio absoluto de hombres frente a mujeres, con edades
comprendidas entre los veinticinco y los cuarenta años, y un nivel cultural
muy bajo (en muchos casos analfabetos). Esto, en muchas ocasiones, ha
suscitado una gran polémica, apareciendo el concepto jurídico de
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imputabilidad del delito. Tal concepto tiene su origen en dos
planteamientos derivados de la escuela aristotélico-tomista: la capacidad de
entender y la libertad volitiva, o lo que es lo mismo, que una persona tenga
la capacidad sustancial de apreciar la criminalidad y lo injusto de su
conducta (sepa lo que hace) y la capacidad de dirigir su actuación conforme
a dicho entendimiento (sea libre para hacerlo o no). Es decir, el ser humano
antes de actuar, realiza un proceso intelectivo entre diversas posibilidades,
escogiendo libremente una de ellas. Así, ya a inicios del siglo XX Dorado
Montero (1989) consideraba que muchos de los tenidos por terribles
criminales no han sido más que anormales, deficientes, locos, incapaces,
débiles de espíritu y, por lo tanto, más necesitados de tratamiento
terapéutico que del rigor penal al que se les sometía. Son numerosos, pues,
los errores judiciales cometidos que podrían haberse evitado si los jueces
hubieran podido discernir las perturbaciones mentales que padecían los
correspondientes reos. Por este motivo, cuando aparece el concepto de
locura moral se convierte en un excelente instrumento teórico para
psiquiatras y médicos legistas a la hora de determinar el grado de
responsabilidad penal del criminal, a pesar de la dificultad de su
diagnóstico, pues no presentaba delirio como síntoma y el individuo que la
padecía tenía la apariencia de una integridad mental perfecta (Huertas,
2004). Sin embargo, y esto se verá corroborado un siglo más tarde por
diferentes estudios, añade también Dorado Montero (1989) que existen
muchos locos en libertad que pueden dar salida a sus inclinaciones
criminales, cuando las tengan, y que, de hecho, cometen frecuentes delitos.
Tanto es así, según Huertas (2004), que algunos médicos y muchos juristas
se opusieron en su momento a considerar que determinadas enfermedades
mentales podían cursar con episodios de furor o crisis violentas llegando en
algunos casos a ser la única manifestación de la enfermedad, lo que haría
que tales actos criminales pudieran ser interpretados como el acto
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irresponsable de un loco; es decir, se oponían a que se tratara al crimen
como enfermedad y al delincuente como loco. Se producirá un importante
cambio conceptual respecto a la relación entre crimen y locura: el concepto
de responsabilidad/irresponsabilidad del individuo que comete un acto
delictivo será sustituido por el de peligrosidad social (probabilidad de que
el sujeto reincida), con el que se pretende tranquilizar tanto a juristas como
a la opinión pública de que ciertos delincuentes no puedan beneficiarse de
informes psiquiátrico-forenses que demuestren, por el diagnóstico de un
trastorno mental, su responsabilidad atenuada (Hardie, Elcock y Mackay,
2008). Por lo tanto, es importante conocer el grado de libertad moral con el
que se comporta un individuo al transgredir la ley, es decir, si se le puede
considerar ‘peligroso o temible’ (Campos, 2004; Huertas, 2004). En la
actualidad, nuestro código penal no define lo que es imputable ni lo que es
alteración o anomalía, aunque, jurídicamente hablando, la imputabilidad es
la aptitud de una persona para responder de los actos que realiza, y, dada su
base psicológica, comprende el conjunto de facultades psíquicas mínimas
que debe poseer un sujeto autor de un delito para ser declarado culpable del
mismo. Se trata de conceptos normativos que serán fijados por un juez, si
bien éste será ayudado mediante un acto de valoración (Sánchez Gutiérrez,
2000), por lo que no puede suponerse la mayor peligrosidad del enfermo
mental frente al individuo no enfermo. La comunicación entre los
profesionales de la salud mental resulta clave para adecuar los criterios que
serán útiles a la justicia (Taylor, 2008). Así, conocer las causas,
circunstancias o motivos que pueden originar la no responsabilidad-
inimputabilidad de un sujeto que comete un delito se convierte en uno de
los temas más complejos para la psicología forense, no sólo porque
determinar tal circunstancia sea un problema ya en sí misma, como afirma
Fernández-Ballesteros (2006), sino también por las consecuencias que
sobre terceros pueden tener las decisiones adoptadas por los expertos
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peritos. En el artículo 20 del Código Penal español (Gimbernat y Mestre,
2007) se enumeran las causas que restringen o anulan la imputabilidad,
algunas de las cuales son las siguientes: 1. Ser menor de 18 años: serán
responsables con arreglo a lo dispuesto en la Ley de Responsabilidad del
Menor. 2. La persona que al cometer el delito no pueda comprender la
ilicitud del hecho o actuar según esta comprensión, a causa de anomalía o
alteración psíquica. El trastorno mental transitorio no exime cuando haya
sido provocado con el fin de cometer el delito o cuando se debería haber
previsto su comisión. 3. Estado de intoxicación plena por consumo de
drogas durante la comisión, siempre que ese estado no haya sido provocado
para cometerlo; asimismo, el que se encuentre en estado de abstinencia que
le impida comprender la ilicitud del hecho o actuar según esa comprensión.
4. Alteración de la conciencia de realidad por alteraciones de la percepción
desde el nacimiento o la infancia. Por su parte, las circunstancias que
atenúan la responsabilidad criminal son las expresadas en el caso anterior
cuando no concurran todos los requisitos necesarios para eximir de
responsabilidad. De este modo, toda anomalía o alteración que afecte a la
inteligencia o a la voluntad, así como cualquier estado temporal de
anulación o perturbación de la conciencia afectarán la imputabilidad. Pero,
en base a esta consideración, hay otras alteraciones psíquicas que quedan
fuera, por ejemplo, las que afectan a la percepción, memoria, afectividad,
pensamiento, conciencia, y que influyen negativamente sobre el
comportamiento sin que por ello se alteren ni la inteligencia ni la voluntad.
El motivo de esta exclusión es la descripción del psicópata, con la
inteligencia y la voluntad intactas, pero frío, calculador y cruel en sus actos
y que, según la legislación española, es imputable.
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algunos casos, y no en todos), éste, dado que es imputable, y por lo tanto
responsable penalmente del mismo, ingresa en un centro penitenciario en el
cual la intervención que se hace sobre él es similar a la que se lleva a cabo
con cualquier otro interno imputable pero no con características
psicopáticas. En estos casos el objetivo está claro y no es otro que la
reducción del crimen a través del incremento del castigo, especialmente el
encarcelamiento, ya que incapacitar a los criminales por el encarcelamiento
prevendrá que cometan nuevos delitos (Bhatí, 2007; Piquero y Blumstein,
2007; Sweeten y Apel, 2007). Esto supone que el tratamiento efectuado
sobre el sujeto psicópata no es el adecuado para esta patología, en cuya
etiopatogenia están implicados factores familiares, sociales, biológicos, de
personalidad, relacionados con el aprendizaje, etc., los cuales no son
abordados, en su totalidad, por programas de tratamiento de esta índole.
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prisión y, en muchos casos, sin un tratamiento adecuado. Por otra parte, los
diferentes tratamientos en prisión pueden tener un efecto indeseado y,
como afirma Jones (2007), relacionarse con otros delincuentes de
características similares puede tener efectos adversos al darle la posibilidad
al psicópata de aprender cómo delinquir de forma más eficaz. Es decir, y en
vista de las propuestas anteriores, para intervenir sobre un psicópata de
manera moderadamente eficaz sería necesario diseñar programas
específicos para este trastorno (Livesley, 2007), llevados a cabo por
profesionales especializados y en un contexto diferente al que existe en un
centro penitenciario o un hospital psiquiátrico (Hornsveld, Nijman y
Kraaimaat, 2008). En este sentido, lo más adecuado sería el internamiento
en un centro especializado, de máxima seguridad, de forma que pudiera
tener la oportunidad de someterse a un tratamiento que realmente le
permitiera obtener una mejoría de su problema (Hogue, Jones, Talkes, y
Tennant, 2007; Howells y Day, 2007; Howells, Langton, y Hogue, 2007).
No obstante, la cuestión no está aún resuelta, pues a todo lo comentado es
preciso añadir que la distinción entre psicopatía y trastorno antisocial de la
personalidad, del que suele considerarse sinónimo, no se suele realizar
cuando se establece el diagnóstico de estos individuos. Dicho de otro
modo, se emplean indistintamente el término “psicopatía” y “trastorno
antisocial de la personalidad” para referirse a un mismo problema, cuando
en realidad se trata de dos situaciones diferentes. En este sentido, los
diagnósticos suelen realizarse en función de los criterios establecidos para
el trastorno antisocial de la personalidad (APA, 2002), y que se muestran
en la tabla 1, los cuales están describiendo más a un delincuente que a un
psicópata (de ahí que los índices de prevalencia en prisión se disparen).
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antisocial de la personalidad, muestra un síntoma que no contemplan las
clasificaciones actuales de los trastornos mentales, esto es, su incapacidad
para establecer relaciones afectivas con los demás; es decir, se estaría
hablando de un déficit en la afectividad y en las emociones, cuyo origen es
multicausal. En resumen, en la psicopatía la principal alteración se
centraría en la personalidad del individuo, mientras que en el trastorno
antisocial de la personalidad se concedería más importancia a las conductas
desviadas, es decir, se centraría en conductas observables (Blair, 2003). Por
lo tanto, sí sería posible considerar imputable a un individuo que ha
cometido un delito y que diagnosticado de trastorno antisocial de la
personalidad y, consecuentemente, debería ingresar en prisión, mientras
que en el caso del delincuente que presenta los criterios que describen a la
psicopatía, independientemente de que se le considere imputable,
semimputable o inimputable, debería ser internado en un centro que ofrezca
garantías sobre la aplicación de tratamientos acordes a este problema.
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BIBLIOGRAFIA
http://criminet.ugr.es/recpc/11/recpc11-r2.pdf
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