Toma de La Alhóndiga de Granaditas
Toma de La Alhóndiga de Granaditas
Toma de La Alhóndiga de Granaditas
Toma
[...] yo no veo a los europeos como enemigos, sino solamente como un obstáculo que
embaraza el buen éxito de nuestra empresa. Vuestra Señoría se servirá manifestar
estas ideas a los europeos que se han reunido en esa Alhóndiga, para que resuelvan
si se declaran por enemigos o convienen en quedar en calidad de prisioneros
recibiendo un trato humano y benigno, como lo están experimentando los que traemos
en nuestra compañía, hasta que se consiga la insinuada libertad e independencia
[¿sic?], en cuyo caso entrarán en la clase de ciudadanos, quedando con derecho a
que se les restituyan los bienes de que por ahora, para las exigencias de la
nación, nos serviremos. Si, por el contrario, no accedieren a esta solicitud,
aplicaré todas las fuerzas y ardides para destruirlos, sin que les quede esperanza
de cuartel.5
Riaño nació en Liérganes, Santander (España), y era un hombre de mar, pues
participó en varios combates navales y llegó al rango de capitán de fragata. En
1786, al dictar Carlos III, las ordenanzas para el correcto funcionamiento del
virreinato de Nueva España, Riaño cambió su título por el de teniente general y en
1795 fue nombrado intendente de Guanajuato. Ahí hizo amistad con Hidalgo, párroco
de Dolores y con Manuel Abad y Queipo, entonces gobernador de la diócesis de
Michoacán. Al recibir la carta de Hidalgo se negó a aceptar la petición afirmando
ser un soldado del rey de España y reconociendo como única autoridad al virrey
Venegas. Al conocer la respuesta de su antiguo amigo, Hidalgo decidió iniciar el
combate.6
Consecuencias
Luego de salir de Guanajuato, los insurgentes tomaron camino hacia Valladolid,
donde los habitantes, tras conocer la noticia, huyeron a otras partes del país para
no repetir la acción de Guanajuato. Valladolid cayó sin resistencia alguna el 17 de
octubre, y el 25 de octubre Toluca fue tomada, con miras a tomar la capital. El 30
de octubre los insurgentes triunfaron en la Batalla del Monte de las Cruces. Por
ello, los rebeldes estaban ansiosos por entrar a la Ciudad de México, entonces
descrita por el viajero alemán Alexander von Humboldt como "La ciudad de los
palacios". Pero Hidalgo decidió enviar el 1 de noviembre a Mariano Abasolo y a
Allende como emisarios para negociar con Venegas la entrega pacífica de la ciudad a
las tropas sublevadas. El virrey, lejos de aceptar un acuerdo, estuvo a punto de
fusilar a los negociantes, de no ser por la intervención del Arzobispo de México y
otro virrey, Francisco Javier de Lizana. Hidalgo reflexionó y, la noche del 3 de
noviembre, ordenó la marcha del Ejército Insurgente no hacia la capital, sino con
rumbo al Bajío, donde el 7 de noviembre Calleja les alcanzó en San Jerónimo Aculco,
paraje en que fueron derrotados, hecho conocido como la Batalla de Aculco.7 Después
de la derrota, surgió un distanciamiento entre Hidalgo y Allende, por lo que el
cura de Dolores decidió retirarse a Valladolid, acentuando así las diferencias y el
distanciamiento con Allende.8