Maldad Primigenia V2

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MALDAD

PRIMIGENIA, por Raquel Castro López,

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“LA MALDAD QUE SURGE DE NUESTRAS ENTRAÑAS.”


–1–

Toda mi vida me he preguntado si existen esas personas tan buenas de las


que todo el mundo habla pero que nadie conoce. Ahora, con el paso de los
años puedo asegurar que no existen. Tan solo es una leyenda, como los
unicornios o las hadas del bosque, que nos contaban de pequeños para
hacernos creer que el mundo no es un inmenso estercolero de basura.

Todas, absolutamente todas las personas que he conocido a lo largo de mi


vida me ha traicionado y han acabado abandonándome, sin excepción.

De pequeña, y con la ingenuidad que da la infancia, pensaba que el problema


estaba en mí. Ahora sé que no era nada personal, simplemente era un cuento
de hadas, y yo, como mucha otra gente me lo creí a pies juntillas.

¡Quién sabe!, a lo mejor quedará alguna persona buena en este mundo. En el


fondo de mi corazón todavía conservo la esperanza de algún día toparme con
alguna, pero la realidad me dice que es casi imposible. Debo ser una mutación
genética, un cigoto que siguió adelante a pesar de que años de evolución y
adaptación querían que no viviese. Pero contra todo pronóstico seguí
adelante, un ser menos evolucionado que los demás; sin maldad.

La maldad es la nueva adaptación al entorno que han desarrollado los seres


humanos. Todos hemos oído hablar de esas personas horribles que a pesar de
ser malvadas la vida les sonríe. Pues bien, algo de cierto hay en ello, porque
en este mundo complicado, la maldad se vuelve una herramienta
indispensable para sobrevivir. Yo misma he de confesar que con el paso de los
años he llegado a contagiarme en cierto modo. A veces siento el impulso de
hacer cosas malas a personas que me han hecho daño, de vengarme
sádicamente haciéndoles sentir un poco del sufrimiento que me han causado,
pero como no me atrevo, me desahogo escribiéndolas en mi diario.

Muy pronto sentí en mis carnes el dolor de abandono. El rechazo de mis


propios padres, tan sumidos en su propia rutina que no tenían tiempo ni para
mirarme a los ojos. Como un perro me daban agua y comida, pero solo me
alimentaban el cuerpo porque mi alma siempre quedó vacía de afectos.
El abandono y desprecio de mis padres fue la antesala de lo que sería mi vida
como niña, adolescente y mujer adulta. Aún hoy en día, no he conocido a un
solo ser vivo que no me haya vendido para después darme de lado sin más, sin
peleas, sin discusiones, solo el olvido.

¿Alguien se acordaría de mí mañana si muero hoy? Poco o nada he venido a


hacer a este mundo horrible, y cuento los días que me quedan hasta sufrir la
parada cardiaca que acabe con mi vida. Porque da igual como muramos;
ahogados, quemados, ahorcados, asesinados, accidentados…, lo que
realmente acaba con nosotros es lo que les gusta tanto decir a los médicos;
“parada cardio respiratoria” Tu corazón se detiene, sin más, esa es la causa
de tu muerte, no puede sostener por más tiempo tu vida y se rinde en los
brazos de la muerte.

Me pregunto si puedes morir de tristeza. Hay situaciones en las que puedes


morir de pena, y cuando estoy muy triste, tan triste que nada tiene sentido y
ruego al cielo que me deje sin respiración, pienso que ha llegado el día de mi
muerte, que viene por fin a buscarme y acabará con esta oscuridad en la que
vivo desde el día de mi nacimiento.

Últimamente todos los días son tristes para mí, y la muerte revolotea encima
de mi cabeza. Como un cuervo carroñero espera el momento en que me dé
por vencida para llevarse mi alma.

La muerte siempre me ha fascinado, desde pequeñita, y no solo por el hecho


de querer morir, sino porque me fascinan los cuerpos ya sin vida, inertes,
tendidos en una aséptica sala a punto de ser diseccionados por el bisturí del
forense, calientes, casi con vida ¿Dónde están esas personas, a dónde han
ido? ¿Echarán de menos sus cuerpos, o su conciencia desaparece al cerrar los
ojos?

–¿Por qué lloras mami?–

–Lloro porque el abuelo ha muerto ¡Ves a despedirte de él!–

Mi madre me empujó en dirección al ataúd abierto de mi abuelo. Mis


zapatitos negros de charol resbalaron y caí al suelo. Nadie me recogió a pesar
de que mis ojitos de seis años se cubrieron de lágrimas.

Don Antonio con su traje de los domingos, dentro del ataúd, maquillado y
arreglado, esperaba el último adiós de sus seres queridos. Yo me asomé como
pude, de puntillas, y me quedé mirando atónita su rostro. No parecía estar
muerto, solo dormido. Desde ese momento no dejé nunca de pensar en la
muerte, que silenciosa nos acecha desde que nacemos, esperando paciente el
día de la rendición de nuestros débiles cuerpos mortales.

La noche de ayer fue larga, como de costumbre me costó dormir a causa del
insomnio crónico que me acosa desde adolescente. He dado vueltas y vueltas
y no ha habido manera. He despertado como si no hubiese pegado ojo en toda
la noche y noto mi cuerpo cansado y mi mente espesa.
Mi cama está vacía y fría. Nadie duerme junto a mi cuerpo. Después de
asearme, abrocho mi camisa blanca frente al espejo cubriendo el enorme
tatuaje que sale por encima de mi pecho. Mi pelo está igual de espeso que mi
mente, revuelto, deja ver media cabeza sin cabello. Me la afeité en una de mis
“bajadas a los infiernos” La tapo con la otra mitad del pelo que se salvó y
parezco “casi” una persona normal.

En el lavabo hay mechones negros de cabello, olvidé mencionar que a veces,


cuando me aburro, me los arranco. Es divertido y no duele mucho. Si no
tuviera tanto miedo al dolor, ya me habría cortado en alguna extremidad.
Dicen que luego te sientes mucho mejor, ¿qué daño haces? Tan solo te dañas
a ti misma. Tengo que darme prisa, no quiero llegar otra vez tarde al trabajo.

–¡Buenos días Violeta!–

–Tarde, como siempre…–ríe la cajera del metro.

–Ya me conoces, me hago esperar…–

–Aquí tienes. Por cierto, me gusta tu corte de pelo, un poco atrevido pero
mola…–

–¡Mierda, el pelo, no me acordaba! Gracias Violeta, que tengas un buen día–

–Igualmente cielo–

Detesto profundamente el contacto humano y desde hace años escribo mis


pensamientos y todo lo que me ocurre en diarios, que una vez llenos guardo
en estanterías. El trayecto del metro que me lleva todos los días al trabajo es
un buen lugar para escribir.

–¡Mi diario!–exclamo.

No está en mi bolsa y estoy casi segura de que lo llevaba conmigo.


Seguramente lo dejé olvidado en casa, en el metro, o en el trabajo, en la
cafetería, en el cementerio… ¿dónde demonios lo habré metido? Puedo ir
olvidándome de el ¡Tenía tantas cosas en ese diario! Meses de reflexiones
tirados a la basura ¡El día no empieza bien para mí!

El anatómico forense me abofetea con su habitual olor a muerte. En ocasiones


siento el aire denso, y entonces sé que hay un nuevo cadáver en mi camilla,
preparado para que le haga la autopsia. Sus almas revolotean por los pasillos
durante días, despistadas y sin saber qué camino tomar. Lo sé porque siento
el olor de la muerte en el velo del paladar.

Mi obsesión por la muerte me llevó a estudiar medicina. No gracias a mis


padres, los cuales no me ayudaron a costear los estudios en ningún momento.
Hay muy pocas personas a las que les haya contado cómo me costeé los
estudios de medicina.

Trabajé durante muchos años como limpiadora en un cementerio, cuidando


las habitaciones de los huéspedes que allí se hospedan. Y lo cierto es que me
encantaba mi trabajo, los clientes siempre quedaban satisfechos. Aún echo de
menos mi antiguo trabajo, de noche, con las estrellas y la luna en mi cogote y
el silencio de los que ya no tienen voz. Solía sentarme entre las lápidas y allí
escribía mi diario. Cada noche durante diez años, hasta que
desgraciadamente terminé mis estudios y me contrataron en el instituto
anatómico forense de Madrid. Todavía vuelvo al cementerio de vez en cuando,
al sentir que necesito paz y tranquilidad. Es el único sitio sobre la faz de la
tierra en el que puedo sosegarme, allí nadie me molesta.

Hace tan solo un año que trabajo en el instituto anatómico forense haciendo
informes, es decir, determinando la causa de la muerte. No quiero que me
entendáis mal, me encanta este trabajo, lo único malo es que tengo que tratar
con gente que no está muerta.

–¡Natalia! ¿Puedes venir un segundo reina?–

Todas las frases que empiezan o acaban con reina me erizan los vellos.

–Sí–

–Verás, bonita, como ya te comenté hace unas semanas, el papeleo tienes que
entregarlo en los plazos establecidos. Esto es una cadena y si uno de nosotros
no hace su trabajo correctamente, el trabajo de los demás no sirve para nada
¿Entiendes lo que te digo reina?–

–Sí, claro–

–Es que te veo tan relajada… no sé… hija… yo espero no tener que hacerlo
pero si recibo alguna queja por tu culpa voy a tener que dar parte a dirección
y que tomen cartas en el asunto–

–¡No te preocupes Lola, a última hora tendrás todo el papeleo encima de tu


mesa! Por cierto, ¿no habrás visto un diario olvidado por la oficina?–

–¿Un diario? ¡No!–si Lola no lo ha visto es que aquí no está.

Lola es una administrativa de cuarenta y dos años que se cree la directora del
centro. La tarea principal de Lola es hacerles la vida imposible a todos los
trabajadores nuevos, y ahora me toca a mí. Desde que llegué sufrí día tras día
el acoso de la amargada y frustrada Lola. La última administrativa que se
incorporó duró tan solo un mes en el centro. Cada día volvía a casa llorando
por el acoso que sufría por parte de mi “amiga” Al límite de su cordura, pidió
el traslado. Nuestros jefes, sabedores del carácter y del comportamiento de
Lola por las múltiples quejas y conflictos en los que se ha visto envuelta, no
solo no la han despedido sino que alaban su comportamiento. Mientras
controle la oficina y ellos no tengan nada que hacer, no les importa a cuantas
personas acose y destruya. Definitivamente son unos grandes profesionales
los que rigen nuestras vidas.

En mi diario muere arrollada por el bus urbano que coge para venir a trabajar
todos los días. Incapaz de plantarle cara y decirle lo que pienso, me desahogo
fantaseando con su muerte.

Me llamo Natalia y tengo veintinueve años. Soy hija única. Vivo en Lavapiés,
un barrio obrero de Madrid, en un pequeño apartamento que mis padres me
compraron para tenerme lejos y no tener que vivir conmigo. Hace ya ni se
sabe cuánto tiempo que no hablo con ellos y tampoco lo echo de menos. La
soledad es mi mejor compañera desde siempre.

Introvertida, seria y distante, esos son los adjetivos que mejor me definen.
Miope, desgarbada, delgaducha, narizona,…, ya os podréis imaginar que con
tales atributos nunca fui la chica más popular de mi clase, creo que ni
siquiera llegué a ser una chica. Era más bien la mascota de la clase, el
felpudo donde todos se limpiaban los pies antes de entrar. Blanco de burlas,
mofas y risas, mi fealdad me hizo dueña de numerosos apodos a cada cual
más cruel: narizona, gafotas, cuatrojos, espagueti, cara paella, etcétera. Una
larga lista con variaciones según la ocasión y el estado de ánimo de mis
acosadores que poseían un gran repertorio.

Muchas personas llegan a la edad adulta y su físico experimenta un gran


cambio, pues bien, desgraciadamente no es mi caso. Lo único que ha
desaparecido han sido los granos, por lo demás, sigo teniendo la nariz grande,
los ojos miopes y saltones y el cuerpo delgaducho y desgarbado.

Muchas veces pienso que el hecho de que mi fealdad no me haya abandonado


después de dar el estirón, tiene algo que ver con el nacimiento de la maldad
en mis entrañas. Juro por lo que más quiero en este mundo que es mi gata
Andrómeda, que yo nunca he querido ser mala, pero al mirarme al espejo y
ver mi rostro no puedo evitar querer hacer daño a los demás ¿Por qué a mí?
¿No se había cebado lo suficiente el universo con la infancia que me había
tocado vivir? Fea, tímida, ninguneada, acosada por mis compañeros. Yo me
merecía salir de mi capullo como una mariposa, desplegar mis alas y mostrar
al mundo mi nuevo yo, mi belleza. Convertirme en una chica guapa y darles
en los morros a todos aquellos que me han insultado y se han burlado de mí
por ser fea ¡Pero no, en vez de eso sigo siendo la misma chica fea, narizona,
gafotas y cuerpo escombro de siempre!

Definitivamente la vida no es justa, y cuando pasa andando a mi lado una


chica guapa no puedo más que girarme para mirarla. A veces se dan cuenta y
se me quedan mirando extrañadas, pero no me importa. Si yo no puedo ser
guapa, ¿por qué tengo que aguantar que las demás lo sean? La envidia me ha
envenenado el cuerpo y por ahí se ha colado la maldad. Pienso cosas malas,
crueles y que no me gustan, pero no puedo evitarlo, es más fuerte que yo.
Ahora sí que ya no merezco que me pase nada bueno en la vida, soy fea por
fuera y más fea por dentro.

–¡Natalia, Natalia!–

–¡Qué!–

Me he asustado y he tirado al suelo una bandeja llena de instrumental


médico, del que utilizamos para realizar las autopsias.
–¡Qué susto!–

–¿Dónde estabas?–

–En mi mundo…–

Andrés me ha dado un susto de muerte. Nos conocemos desde hace años,


cuando estudiábamos medicina en la facultad.

Cabellos negros como el tizón, barba de más de tres días, ojos azul cielo y un
cuerpo esculpido por los dioses del Olimpo ¡Estoy segura de que se puede
rallar queso en esos abdominales! ¡Ay, qué malita me estoy poniendo! ¡Me
estoy saliendo del tema! El caso es que Andrés no siempre fue el “castigador
de nenas” que es hoy. En su día, al igual que yo, fue un niño acosado y
marginado por su fealdad ¡Sí, aunque cueste mucho creerlo, Andrés fue un
niño feo!

La mala salud que rondó a sus primeros años de vida, hizo que pasara más
tiempo en la consulta del médico y en el hospital que en clase. Andrés sufría
una extraña afección pulmonar que le impidió realizar ejercicio físico hasta
bien entrada la adolescencia. Los padres de Andrés, muy preocupados por lo
que le pudiera pasar a su retoño, le llevaron a multitud de médicos buscando
un diagnóstico que nunca llegó a concretarse. La falta de ejercicio físico llevó
a Andrés a rozar la obesidad mórbida. Os podréis imaginar cómo fue su
infancia: Gordo, zampabollos, tonel, foca monje, ballena, etcétera.

Milagrosamente, al cumplir dieciséis años y cambiar de instituto, la extraña


afección pulmonar que le acosaba desapareció por arte de magia. Fue
entonces cuando se fraguó su espectacular cambio y pasó de ser el
zampabollos de la case al musculitos deportista que toda animadora que se
precie quiere como novio.

Se puede ver claramente que Andrés no siempre fue guapo porque hay algo
dentro de él, es decir, no es un cuerpo bonito hueco por dentro. No, es un
hombre sensible y atento que no babea cada vez que pasa la guarrilla de
turno más descotada de lo normal ¡No, él las ignora! Ellas por su parte,
indignadas por no llamar su atención, le odian a muerte. No hay peor cosa
que puedas hacerle a una mujer guapa y que le dé más rabia que no mirarla.
Se consuelan pensando “tiene que ser gay” Pero nada más lejos de la realidad
zorritas con poca o nula dignidad, lo cierto es que Andrés no os mira porque
está enamorado ¡Sí, porque está enamorado! No porque sea homosexual y no
le gusten las mujeres, sino porque es un hombre de verdad y no se le caen los
pantalones por la primera fresca que pasa por delante contoneando las
caderas para que le suban la autoestima.

Andrés es de los pocos hombres que pueden llamarse así, y que se viste por
los pies. Que nunca he sabido que significa esta frase pero tiene que ser algo
parecido a esto.

Él ya encontró a esa persona especial y no necesita a nadie más. Tiene la


suficiente personalidad como para no ser como el resto de hombres, al ver a
una mujer bonita, y ponerse a cacarear como gallitos en celo mostrando sus
plumas y luchando por la hembra. Él respeta a su pareja, pero lo más
importante: ¡Se respeta a sí mismo!

Por eso sé que Andrés no siempre fue guapo, y también porque América me lo
contó, claro está. Porque no está vacío, sino sería el típico guaperas chulito y
prepotente que se está mirando al espejo poniendo caras mientras hace el
amor contigo, admirando sus músculos y abdominales, y recordándote a cada
instante la suerte que tienes de que él haya decidió estar contigo ¡Por favor,
me dan pena ese tipo de hombres!

Yo en cambio, sé a ciencia cierta que no les doy pena a ellos. Lo sé porque ni


siquiera son capaces de percibir que existo. Para ellos soy parte del mobiliario
urbano, es decir: una farola, un cartel, una papelera, etcétera.

Los hombres en general, pero sobre todo los hombres guapos, tienen una
especie de “radar de tías buenas” pueden detectar una entre cien mujeres
feas y no equivocarse, todos coincidirán señalando a la misma mujer sin
margen de error posible. El resto, aparece para ellos como una masa borrosa.

Un hombre guapo nunca se quedará mirando a una mujer fea o gorda. Es


como si su cerebro las saltara instintivamente, como si fueran un error de la
naturaleza que tuvieran que evitar. Pero Andrés sí que me mira, está claro
que no como mujer, pero sí como persona. Él sabe lo que es que te marginen
como si fueras un bicho raro, y tiene el suficiente tacto como para no ser el
típico chico superficial que nunca intercambiaría un par de palabras con una
chica fea como yo.

Él ya ha encontrado a su media naranja, y no puedo más que suspirar cuando


le veo y fantasear con cómo sería mi vida junto a Andrés.

Él y América, otra colega que también estudió con nosotros, son mis únicos
apoyos en el trabajo. Todos los días salimos juntos a merendar al bar que está
justo en la esquina de enfrente. En la universidad, ni uno ni otro reparaba en
mi presencia, pero al parecer han cambiado y ahora, después de tantos años,
perciben que existo y me dejan unirme a su grupo aunque solo sea a la hora
del descanso, eso me basta.

– ¿No te vas a casa Natalia? Es tarde…–

–Sí, acabo una cosa y me voy…–

–Como quieras, nos vemos mañana–

He ido perfeccionando la mentira con el paso de los años. Es otra de las


formas en que los humanos hemos evolucionado para adaptarnos a nuestro
mundo cambiante. La mentira está socialmente aceptada entre nosotros.
Todos mentimos y sabemos que nos mienten. Sin embargo, vamos soltando
por ahí el discurso de que somos sinceros y de que nos gusta que los demás
sean sinceros con nosotros ¡Mentira, falsos! ¡Falsos e hipócritas! Nadie
quiere que le digan la verdad. La verdad duele demasiado y estaríamos todo
el día a guantazos con el de al lado.

Todo el mundo odia a todo el mundo. Simplemente fingen que no es así, pero
todos sabemos que es una farsa en el gran circo que hemos construido y al
que llamamos sociedad.

Si realmente tuviéramos que decir la verdad y los demás la quisieran, mi


respuesta a la pregunta, ¿no te vas a casa? hubiese sido:

–No, no me voy a casa porque prefiero estar al lado de un cuerpo sin vida que
sola en mi casa vacía, porque cuando llegue a casa no podré dormir y quizás
me vaya al cementerio, a tumbarme al lado de la lápida de mi difunta abuela
Adela, donde suelo dormir desde hace años–

No podemos decir la verdad. Todos tenemos una doble vida que ocultar.
Impulsos, pulsiones secretas que si vieran la luz del día nadie volvería a
acercarse a nosotros jamás. Por eso interpretamos constantemente el papel
que creemos que los demás necesitan de nosotros y seguimos en este teatro,
hasta que llegue la hora de bajarse para siempre del escenario y correr el
telón.

–2–

Otro día más en mi horrible vida. Echo en falta mi diario, sin el me siento
desnuda. Me pregunto dónde estará, en manos de quién habrá acabado. Lo he
buscado por todos y cada uno de los rincones de mi apartamento y nada, ni
rastro, volatilizado.

Arrastro los pies hasta el anatómico forense un día más. No me apetece


trabajar ¡Ojalá no me hubiese despertado! Al abrir la puerta del centro, mi
instinto me dice que ha pasado algo. Las caras de mis compañeros
desencajadas, silencio, un escalofrío recorre mi cuerpo, algo horrible ha
sucedido.

Entro en la sala de autopsias. Hay un cuerpo encima de mi mesa. Le descubro


la cara y me caigo al suelo horrorizada. El sonido de varias bandejas cayendo
alertan a mis compañeros que se aproximan a ver qué sucede.

–¡Es Lola!–exclamo.

–Sí, es ella–dice Walter, mi supervisor, apenado.

–Pero, ¿cómo?, ¡No es posible!–

–Lo sé, yo tampoco doy crédito. Al parecer la atropelló un autobús…–

–¡Un autobús!–

–¡Walter, te esperan en la sala tres!–

–Perdona Natalia–

“Querido diario;

Hoy, como de costumbre, ha sido un día horrible en el trabajo, y no por los


clientes, ya que los pobres no se quejan, sino por la odiosa Lola ¡Esa vieja,
decrépita y amargada aprendiz de psicópata que me lleva haciendo la vida
imposible desde el primer día en que pisé el anatómico forense!

Me ha vuelto a pedir los dichosos informes, me presiona y me presiona para


que se los entregue. La muy tonta cree que su labor es la más importante,
ninguneándome y haciéndome sentir cómo si yo no hiciera nada ¡Hola, hello!
¿Hay alguien? ¡Yo soy la forense y ella una simple chupatintas frustrada que
se divierte humillando a los demás!

Cristina no ha aguantado la presión y se ha ido a casa llorando. Ni siquiera el


hecho de que esté embarazada de cinco meses hace que se le reblandezca el
corazón ¡No! A ella también la humilla, igual que al resto, para que no se
sienta diferente, discriminada.

¡Oh Dios mío! Te juro que si tuviera un poco de valor se iba a enterar de lo
que es bueno. No puedo esperar a que el karma acabe con ella, tiene que
haber algo más rápido. Alguien que la espere en la parada de autobús de su
casa, por la mañana, y que mientras ella mira sus mensajes compulsivamente,
ya que es una adicta a las redes sociales, la empuje y uno de sus tacones, más
altos de lo aconsejable, se tuerza acabando su asquerosa cara contra el suelo
y siendo arrollada por el autobús. Prácticamente irreconocible, con media
cara desfigurada y su móvil destrozado ¡Pobre, pobre Lola, si no hubieses sido
tan zorra, ahora seguirías con vida!”

No me puedo creer lo que ven mis ojos ¡Lola ha muerto, ha muerto


atropellada por un autobús! ¡Esto no me puede estar pasando! Comienzo a
caminar nerviosa por toda la habitación. En mi mente me he imaginado mil
veces esta situación y ahora se ha hecho realidad ¡No!

¡Tengo que tranquilizarme, yo no la he matado, es una casualidad, solo eso!


Escribir en un diario cómo muere atropellada por un autobús no me convierte
en una asesina, ¿verdad?

Es una macabra coincidencia. Lola, después de vejar y herir a tanta gente a lo


largo de su vida, por fin tiene lo que se merece. Sin embargo, no puedo dejar
de sentirme un poco culpable por haberlo deseado de todo corazón.

Tiene media cara hundida por el tremendo impacto. Seguramente iba tan
distraída con su móvil que no levantó la mirada de la pantalla antes de poner
un pie en la carretera, y cuando lo hizo, ya era demasiado tarde y el autobús
la embistió llevándosela por delante. La otra mitad de la cara está intacta,
sino fuera por este hecho sería prácticamente irreconocible.

En el fondo de mi ser, no puedo evitar sentirme un poco aliviada, y tras el


enorme shock que produce tener a uno de tus enemigos muertos encima de la
camilla de autopsias, he de reconocer que se lo merecía. Si el karma existe ha
hecho su trabajo. Cientos de personas inocentes se han salvado de caer en las
garras de la redicha Lola, con sus reproches interminables, y su amargura
brotándole por las heridas.

¡No puedo moverme! La miro fijamente y ya casi no la reconozco. Su pelo


sigue ensortijado, como siempre, castaño claro. Ahora que la miro con más
detenimiento me doy cuenta de lo fina que es su piel, inundada por líneas de
expresión que surcan su rostro seco y castigado por las dos cajetillas de
tabaco que fumaba al día. Ya había empezado a descomponerse incluso antes
de muerta. No puedo parar de pensar en una de nuestras últimas
conversaciones, y soy consciente de que todo el mundo puede pensar que
tengo algo que ver con su muerte. Mis últimas palabras no me dejan en buen
lugar.

–¡Lola, perdona! ¿No habrás visto un anillo en los lavabos? Me lo quité para
lavarme las manos y me lo debí dejar olvidado sin darme cuenta. Lo he
buscado por todos lados pero no aparece ¡Rayos!–

–Lo siento mucho cielo, pero no he visto tu anillo. Se lo comentaré a la mujer


de la limpieza por si lo ha encontrado–

–Gracias Lola, te lo agradezco–

–No es nada reina, ya verás como aparece–

Como os podréis imaginar a estas alturas, el anillo no apareció. Aquel anillo


formaba parte de mi vida, era un trozo de mi historia. Mis padres, ausentes
desde que tengo uso de razón, me dejaban aparcada en cualquier lugar y con
cualquier persona a la más mínima ocasión para vivir su amor tóxico y
enfermizo. Una niña pequeña les estorbaba dentro de la vorágine
autodestructiva en que se habían convertido sus vidas.

Un hijo se quiere más que nada en este mundo, pero no en el caso de mis
padres, que me engendraron sin pretenderlo, inconscientes por el alcohol y
los excesos. El amor entre ellos era como una droga y no podían vivir el uno
sin el otro, se ahogaban cuando estaban lejos, y a medida que fui creciendo
me convertí en un obstáculo. Así pues, me dejaban con cualquier persona que
quisiera hacerse cargo de mí por unas horas, unos días, unas semanas, unos
meses.

Mi cuidadora favorita, sin lugar a dudas, fue siempre mi abuela Adela. Ella
hizo en realidad el papel de madre. Con ella pasaba casi todas las tardes al
salir del colegio. Me acuerdo como si fuera hoy de sus sándwiches de crema
de cacao.

Nos sentábamos en el balcón de su casa y me subía a su regazo mientras yo


daba buena cuenta de la merienda con los mofletes llenos de chocolate.
Todavía recuerdo su aroma suave y dulce, sus cabellos acariciándome el
cogote por detrás, su calor y el sonido de su corazón. Me sujetaba fuerte
como si fuese a caer al vacío, y allí, encima de sus rodillas, me contaba la
historia de amor más bella jamás contada.

Ernesto fue mi abuelo y el gran amor de Adela, por desgracia murió antes de
que yo naciera, así que nunca llegué a conocerle. Murió en la guerra y mi
abuela hizo de su casa un santuario en memoria del gran amor de su vida. Los
ojos se le llenaban de lágrimas cada vez que hablaba de él, de lágrimas y de
alegría, de dolor y de felicidad. Muchas veces he pensado que a pesar del
inmenso dolor por su pérdida, haberle conocido le ha hecho ser feliz el resto
de su vida.

En sus ojos había tristeza, pero también satisfacción y serenidad. Nunca más
volvió a casarse, y tarde tras tarde me contaba cómo fue su vida junto a él.

Adela trabajaba en una fábrica de telas en el centro de Madrid. Quizás fue,


sin lugar a dudas, una de las mujeres más bellas que ha pisado la tierra.
Morena de cabellos largos y sedosos, piel canela, labios gruesos y un cuerpo
de infarto. Con una sensualidad no pretendida que no se puede comprar en
tiendas y de la que la mayoría de féminas carecen. Todos los hombres se
veían irremediablemente atraídos hacía ella, era como miel para las abejas, y
ella era consciente evitando cruzarse miradas indecorosas con los
moscardones que revoloteaban alrededor suyo.

Pero un día, como otro cualquiera, en la fábrica de telas, su vida cambió por
completo. Una mirada furtiva se detuvo ante ella, pero esta era distinta.
Ernesto entró por la puerta y no pudo más que detenerse al mirarla a los ojos.
Adela bajó la cabeza ruborizada pero ya era demasiado tarde, aquella mirada
era distinta a la de los demás, veía su alma a través de sus ojos azules y sabía
que ya le pertenecía.

Ambos contaban con dieciocho años. Ernesto era el hijo del dueño de la
fábrica, y su padre no vio desde un principio con buenos ojos el amor entre
los dos jóvenes puesto que eran de clases sociales diferentes.

Un día, Adela encontró una rosa roja encima de su máquina de coser junto a
una nota. Miró a los lados, olió la rosa y leyó aquella nota. Era de Ernesto, la
invitaba a reunirse con él a la salida, detrás de la fábrica, en el callejón.

Sin pensárselo dos veces, tras la jornada laboral más larga que recordaba, se
dirigió al encuentro de Ernesto. Finales de octubre, las temperaturas
comenzaban a descender y Adela intentaba entrar en calor frotándose los
brazos debajo de una finísima chaqueta gris. Ataviada con un vestido de
cuadros rojos y negros hasta los talones que dejaba ver su silueta de mujer.
Con el pelo recogido en un austero moño, dejando al descubierto los botones
en la espalda de su vestido bajando hasta su cintura, cobrando belleza y
notoriedad en el cuerpo de mujer de la hermosa Adela.

En el callejón no había nadie y comenzó a pensar que quizás Ernesto había


cambiado de opinión. Desolada se sentó en un escalón y un gatito negro fue a
su encuentro en busca de mimos. Acariciando su suave lomo, entre ronroneos,
esperaba la ansiosa Adela, pero Ernesto parecía demorarse.

Una fina lluvia empezó a caer sobre su cabeza y el gatito huyó en busca de
refugio. De repente alguien se acercó apresurado.

–¡Perdona el retraso, mi padre no me dejaba marchar!–dijo Ernesto


cogiéndola de la cintura y dándole un beso en la mejilla que le hizo
estremecerse.

–No tiene importancia–dijo Adela avergonzada por su proximidad.


–¡De cerca eres aún más preciosa!–

–¿En serio?–

–En serio, aunque ya debes de estar acostumbrada a que los hombres te


regalen los oídos–

–No, para nada–

–¡Vamos, una chica como tú!–

–Yo no hago caso a esas cosas–

–¿Tampoco a mí?–dijo aproximándose a sus labios.

Adela no respondió a esa pregunta. Mirando sus ojos pudo ver su pupila
dilatada. El azul de su iris aperas se percibía engullido por su enorme retina
negra a punto de devorarla.

Una gota de lluvia cayó en los labios de Adela haciéndolos más apetecibles, si
es que esto último era posible. Ernesto se quedó mirando esa gota, excitado y
sediento. La aproximó a su pecho y le dio el beso más tierno y sincero que un
hombre puede dar a una mujer.

El amor había surgido entre los dos adolescentes y no importaba nada más.
Ese beso selló un amor eterno que tan solo la muerte destruiría.

Aquel callejón se convirtió en el sitio perfecto para sus encuentros furtivos


lejos de sus familias. Hasta que un día Ernesto no acudió a su cita habitual, ni
al día siguiente, ni al otro, ni al otro, pero Adela siguió acudiendo a la cita con
su amado como cada día. Sentada en el escalón esperaba triste y desolada
tarde tras tarde con el gatito negro en su regazo.

–¡Ernesto, creía que no volvería a verte nunca más!–se arrojó en sus brazos
emocionada.

–¡Perdóname amor mío, perdóname!–

–¡No tienes que pedirme perdón!–

–Mis padres me enrolaron en el ejército. Pero no tienes por qué preocuparte,


todo está solucionado. Les he dicho que solo me quedaré en el ejército con
una condición, que dejen que nos casemos–

–¿Y… qué han dicho?–

–Al final han tenido que ceder para no perderme–

–¡Pero eso es maravilloso!–se abalanzó nuevamente en sus brazos.

Ernesto se alejó de Adela, abrió su abrigo y sacó una pequeña cajita.


Arrodillado en el suelo y bajo la atenta y emocionada Adela prosiguió:

–Adela, ¿me harás el hombre más feliz de este mundo y te casarás conmigo?–

De la pequeña cajita negra brilló un precioso anillo de oro con una enorme
piedra roja.

–¡Sí, sí, sí, por supuesto que me casaré contigo!–

Los dos jóvenes se fundieron en un abrazo que duró unos segundos y


empezaron así una relación formal sin tener que esconderse.

Recuerdo aquella tarde como si fuese hoy. Terminé mi sándwich de crema de


caco y mi abuela me dejó en el suelo diciéndome que la acompañara hasta su
cuarto. Del último cajón de su cómoda, debajo de unas sábanas bordadas con
sus iniciales, surgió una pequeña cajita de terciopelo negro.

–Hay algo que quiero que tengas Natalia–abrió la cajita–este es el anillo de


prometida que me regaló tu abuelo cuando me pidió que me casara con él y
quiero que tú lo tengas–

Ese anillo significaba mucho para mí. Lo llevaba puesto en mi dedo anular
desde el día en que mi abuela falleció, y así sentía que algo de ella me
acompañaba. Sobre su lápida suelo dormir en mis noches en vela. Vago por el
cementerio hasta llegar a ella, acaricio su nombre y la dedicatoria, y me
tumbo a su lado hasta quedarme dormida.

Perdí un trozo de la memoria de mi abuela al dejarme olvidado su anillo en los


lavabos. Hoy en día ya no tengo ninguna esperanza de encontrarlo, y eso me
hace sentir como si de alguna manera le hubiese fallado perdiendo un trozo
de su vida que me confió pensando que conmigo estaría a salvo. Yo en cambio
he pagado esa confianza dejándome olvidado el anillo de mi abuela.

Nadie dijo haber visto el anillo, ni mis compañeros, ni el personal de la


limpieza, nadie, simplemente desapareció por arte de magia, hasta que un día
estando en el supermercado vi a Lola de lejos. Estaba en la sección de
conservas y al estirar el brazo para coger una lata pude ver claramente el
anillo de mi abuela en su dedo corazón.

Enfurecida y sin ser dueña de mi misma, me acerqué a ella en busca de


explicaciones. Al verme aproximarme por el rabillo del ojo, Lola se metió la
mano en el bolsillo y cuando la volvió a sacar el anillo había desaparecido, ya
no estaba en su dedo. Corrió hasta la salida como si no me hubiera visto y no
pude darle alcance.

–¡Walter, Walter! ¿Te acuerdas del anillo que perdí, el de mi abuela?–

–Claro–

–¡Me lo robó Lola! Me la encontré en el supermercado y lo llevaba puesto–


–¿Estás segura?–

–Segurísima–

–Buenos días chicos–dijo Lola entrando por la puerta como si nada.

–¿Dónde está mi anillo?–dije agarrándola del brazo.

–¡Suéltame!, ¿qué anillo?–

–¡No te hagas la tonta, te vi ayer haciendo la compra, lo llevabas puesto!–

–Mira cielo, no sé de qué me hablas, te habrás confundido–

–¡No me hables como si estuviera loca y deja de llamarme cielo!–

–Será mejor que te calmes, ¿tienes pruebas de lo que estás diciendo?–

–¿Pruebas?... no–

–Entonces será mejor que pienses bien tus palabras antes de acusar a alguien
sin tener nada que lo demuestre–dijo Lola altiva dejándoles atrás.

–¡Eres una vieja zorra amargada, ten cuidado porque algún día alguien te
dará tu merecido!–

–¿Me estás amenazando?–dijo dándose la vuelta.

–¡Tómatelo como quieras!–

Todos fueron testigos de cómo amenacé a Lola y ahora está muerta.

–Perdona Natalia, parece que hoy son todo problemas…–

–¡Walter, lo siento, pero no creo que pueda practicarle la autopsia!–

–¡La autopsia, no, por favor! ¡Cómo te voy a pedir que le hagas la autopsia a
una compañera! Se encargará otro colega, está de camino. No te preocupes,
todos estamos conmocionados–

Con una palmadita en la espalda, Walter se aleja de mí dejándome en la más


absoluta penumbra junto al cuerpo sin vida de Lola.

Como muchas otras personas acosadoras, podríamos decir que Lola no


siempre fue malvada, que una serie de circunstancias adversas en su vida la
llevaron a convertirse en una persona malvada y con escasa empatía hacía los
demás, pero estaríamos faltando a la verdad.

La maldad corría por las venas de Lola desde el primer llanto al nacer. La
maldad primigenia estaba escrita en su ADN. No había escapatoria, tan solo
hacía falta un hecho traumático para que desarrollara el gran potencial que
tenía dentro.

Fue una niña feliz. Le encantaba pegar a los demás niños y quitarles sus
juguetes, disfrutaba arrebatándoles lo que más querían. Esa pulsión se fue
haciendo cada vez más y más fuerte en ella, no pudiendo estar cerca de
personas alegres sin hacerles sentir un poco de lo que la quemaba por dentro.

Ciertamente, Lola siempre fue fiel a sí misma, e hizo lo que realmente quería
en la vida encontrando su vocación: hacer sentir mal a los demás. Cada vez
que destrozaba a alguien era como si en su interior una gran fuerza
revitalizadora se apoderara de ella, la llenaba de energía y la tranquilizaba.

En el trabajo encontró todo lo que buscaba. Era feliz presionando a sus


compañeros hasta hacerlos llorar. Era su elíxir de belleza, se sentía viva, tenía
un motivo para seguir un día tras otro, para vivir.

En casa no entraba tal consuelo. Una hija adolescente, en la edad del pavo,
con la que se comunicaba a través de la puerta de su cuarto y un divorcio
hacia cinco años del que aún no se había recuperado. Al igual que su ex-
marido, anulado como persona después de tantos años a su lado.

¡Era tan feliz en su trabajo! ¡Los nuevos son tan sumisos! Confiados,
inocentes… y Lola podía destrozarlos a su antojo. Sus jefes estaban de
acurdo, así que ella campaba a sus anchas por el anatómico forense poniendo
sus propias normas y haciéndolas cumplir a raja tabla.

Los papeles que le prometí rellenar están encima de mi mesa, y bajo estas
nuevas circunstancias ya no los voy a poder entregar a tiempo, aunque no
creo que tenga nada que decir al respecto ¡Tengo que volver y acabar mi
trabajo!

–3–

Corro todo lo que puedo. El rostro desfigurado de Lola se me repite una y otra
en mi mente torturándome. Escribí sobre ella en mi diario, el que me dejé
olvidado. Allí apunto todas mis emociones ocultas, mis secretos, de lo que
nunca me atrevería a hablarle a nadie. El no me juzga, está ahí cuando le
necesito, y ahora que tanta falta me hace ha desaparecido.

En alguna de sus páginas, Lola moría atropellada por un autobús. He de


reconocer que me imaginé tantas veces su muerte que ninguna de sus heridas
me sorprende, incluso muchas de ellas ya las había visto en mi imaginación.

Hace mucho frío y está empezando a nevar. Los rincones de las aceras poco a
poco se llenan de montoncitos perfectos de diminutos copos de nieve, unos
encima de otros. Me acurruco en mi gabardina negra y me escondo debajo de
mi gorro negro de lana. El cabello sobresale descansando en mis hombros y
haciendo las veces de bufanda. El vaho se me escapa con cada exhalación
como si estuviera atado a mi garganta, intenta escaparse a cada paso pero yo
no le dejo marchar, lo necesito para seguir con vida. Es de las únicas cosas
que nunca me han abandonado. Noto la humedad en mis leotardos de rayas
blancas y negras. El frío se cala entre los minúsculos agujeros que la lana
deja libres. Mis pies quieren salir de mis zapatos negros de caballero dos
tallas más grandes, se mantienen en su lugar por unos finísimos cordones.

La nieve y la suciedad de la calle me hacen dejar un rastro a mi paso. Tengo


prisa aunque no sé a dónde me dirijo. Quiero escapar, pero es de mi misma,
no quiero regresar a casa para quedarme a solas con mis pensamientos. Sé
que estarán allí para tortúrame de nuevo.

Sigo caminando, y no sé cómo mis pies me han traído a un viejo local. Noches
de desenfreno, alcohol y sexo con desconocidos. Hace mucho tiempo, quizás
demasiado tiempo, que no me dejo caer por aquí.

Dudo si debería entrar. Abro mi bolso y saco un cigarrillo. Mis dedos están
congelados por el frío y apenas los noto. Doy la primera calada con tanta
fuerza que me hace toser y la garganta comienza a picarme. El pulso me
tiembla.

Tiro la colilla al suelo y la apago con el pie. Decido entrar al local. Suena
“November rain” de Guns & Roses, una de mis canciones favoritas. Los vellos
se me erizan y me emociono. Ya en la barra del bar, pido una cerveza al gordo
y grasiento camarero que se está rascando el culo mientras con otra mano
prepara una copa.

El local está prácticamente vacío, su época de esplendor pasó hace tiempo.


Apenas un par de borrachos son ahora su clientela habitual. Al fondo un par
de chicos juegan a billar.

–¡Gracias!–

El primer trago me hace olvidar un poco lo sucedido. La imagen de la cabeza


de Lola aplastada y desfigurada cada vez es más borrosa. La cuarta cerveza
hace que desaparezca por completo.

–¿No crees que ya has bebido suficiente? Demasiado alcohol para un cuerpo
tan pequeño–dice uno de los chicos pidiendo una copa.

–Y a ti eso te importa por…–

–¡Uy, qué malos humos! ¡Alguien no ha tenido un buen día!–

–Mejor dicho una buena vida–susurro dando un gran trago.

–¡Para, en serio, no estás en condiciones de seguir bebiendo! ¿Vives cerca de


aquí?–

–¿Qué si vivo cerca de aquí, por, me vas a acompañar a casa?, no, en serio,
¿me vas a acompañar a casa?–

–Creo que será lo mejor viendo el lamentable estado en que te encuentras–

Aquel amable joven me acompañó a casa. La verdad es que iba tan borracha
que si ahora mismo le viera por la calle ni le reconocería, ahora bien, de lo
que sí me acuerdo es de lo que no sucedió al llegar a casa.

–¿Y este gatito?–

–Es Andrómeda… y es gata–

–Bueno, pues nada, ya estás en casa…–parecía que había algo que no le


dejaba marcharse.

–¿Quieres algo, una propina, un café, un polvo?–

–¡Hombre dicho así no suena muy bien!–

Me abalancé sobre él como una gata en celo, arrancándole la ropa. Recuerdo


un tatuaje, eso sí que lo recuerdo, en forma de lobo en uno de sus hombros.
Le empujé al sofá y sin más preámbulos le bajé los pantalones. El resto ya os
lo podéis imaginar… ¡Sí, me quedé dormida! No sé qué ocurrió después pero
estoy casi segura de que nada. Desperté esta mañana en el sofá boca abajo,
con la misma ropa, un tremendo dolor de cabeza y babeando en mi cojín.
Andrómeda estaba acurrucada en mis pies.

Creo que me alegro de no acordarme de ese chico, no estoy orgullosa de mi


comportamiento. Habrá pensado que soy una lunática, un poco fresca y
borracha.

A toda prisa me visto para ir a trabajar. Huelo a rayos y necesito


urgentemente una ducha, desgraciadamente no tengo tiempo y me
embadurno de colonia para camuflar el olor. Abro la puerta de casa y me doy
cuenta de que hoy es sábado y no tengo que ir a trabajar. Con cara de pocos
amigos dejo las llaves encima de la mesa y me dejo caer en la cama
quedándome dormida.
Han pasado ya un par de semanas desde la muerte de Lola y poco a poco la
normalidad ha vuelto a nuestras vidas. La consternación por el fatídico suceso
ha ido desapareciendo y la paz vuelve a reinar por los pasillos del anatómico
forense.

–¡Natalia, un nuevo caso para ti! Mujer de veintisiete años, rubia, ojos verdes,
complexión delgada. Según el informe de la policía se encontraba corriendo
en una máquina del gimnasio cuando está falló aumentando drásticamente la
velocidad, los botones no respondieron, sus piernas no pudieron más y salió
despedida acabando estampada contra la pared. El fuerte impacto en la
cabeza fue mortal. Tienes una semana para entregarme el informe. Necesito
los papeles encima de mi mesa lo antes posible, la gente quiere saber qué ha
pasado y si pueden o no ir al gimnasio tranquilamente–

–No hay problema Walter–digo levantando la sábana–¡Dios mío Lorena!–

–¿La conoces? ¡Natalia, Natalia, Natalia!, ¿te encuentras bien?, no tienes


buena cara–

Un par de meses atrás, había coincidido con Lorena en ese mismo gimnasio.

–¡Lorena, Lorena, soy yo, Natalia–

–¡Hola Natalia, no te había visto!–

–Estaba ahí, al lado, pensé que no me habías reconocido–

–Pensaba en mis cosas, ya sabes, estaba a mil kilómetros de aquí. Por cierto,
perdona por no contestarte…–

–Sí, los últimos correos electrónicos que te mandé no me los respondiste…–

–Lo sé, lo sé y lo siento, pero con la boda, el trabajo y todo eso no he tenido
tiempo de nada más–

–Tranquila–dije quitándole una importancia que sí tenía–¿vienes mucho por


aquí?, yo me acabo de apuntar–

–Mi hermano es monitor, ves, ese de ahí, el calvito–dijo señalándolo con el


dedo–me hacen descuento. Además, tengo que ponerme dura para la boda–

–Claro, a ver si quedamos un día–

–Con esto de la boda estoy bastante liada, si eso después, o ya nos veremos
por aquí, ¿no?–

Lorena se puso los casquillos y le dio al botón de start de la cinta de correr


haciéndome saber que nuestra conversación ya había concluido. Al llegar a
casa escribí sobre ella en mi diario.
“Querido diario;

Tras mucho tiempo he vuelto a encontrarme con Lorena, por casualidad, en el


gimnasio al que me acabo de apuntar. La muy asquerosa se ha hecho la
despistada, como si no me hubiese visto, pero yo he querido ver su cara de
falsa más de cerca al verse obligada a saludarme.

No puedo creerme que un día fuésemos inseparables, ¿por qué no me quieres


Lorena, he hecho algo malo? Yo te quería, me gustaba ir contigo, salir juntas,
charlar hasta altas horas de la madrugada ¡Siempre fuiste tan bonita! y tú lo
sabías, todos los chicos se giraban a mirarte y querían hablar contigo. Yo en
cambio siempre fui invisible para ellos, y más a tu lado.

Me hubiese gustado parecerme un poco a ti, tan frágil, hermosa, como una
bella princesa, rodeada de un halo de luz blanca. Pero tu pagaste mi amor con
distancia e indiferencia ¿Por qué no contestabas mis mensajes, por qué?, ¿por
qué nunca tuviste el valor suficiente para decirme a la cara que ya no querías
que fuésemos amigas, que soy demasiado poca cosa para una chica como tú?
O simplemente podrías haber buscado una buena excusa para no poder
verme, haberme dado largas hasta que me cansase. Hubiese sido mejor que el
profundo dolor de no saber por qué ya no me quieres.

Hoy me he dado cuenta, por la forma en que me mirabas, de que no quieres


que vuelva a formar parte de tu vida. Veía el miedo en tus ojos, el miedo a
tener que darme de lado por segunda vez, a ponerte en una situación
incómoda. Has sido muy maleducada al seguir corriendo en la cinta cuando
todavía no me había marchado ¡Ni siquiera nos habíamos despedido y te
pones los casquillos y empiezas a correr! ¿Cuántas veces más quieres
humillarme? Ojalá esa cinta de correr que te gusta tanto se estropease y
fuese tan rápido que quisieras bajar el ritmo, pero desgraciadamente la
máquina estaría rota y no podías hacerlo. Ni tampoco pulsar el botón rojo de
emergencia ¡También roto! Tus fuerzas flaquearían, tus piernas no lo
resistirían, y saldrías despedida golpeándote contra la pared y falleciendo al
instante ¡Pobre, pobre Lorena, quizás si no hubieses sido una amiga tan
desconsideraba y hubieses respondido a mis mensajes y llamadas, ahora
seguirías con vida!”

Dos años menor que yo, conocí a Lorena en su primer año de medicina, para
mí era el segundo o el tercero, no recuerdo con nitidez esos años. Enseguida
me llamó la atención; tímida, preciosa, frágil, muy sonriente y amable con
todo el mundo, entablamos una amistad y nos hicimos inseparables, pero por
un corto espacio de tiempo.

Lorena dejó los estudios de medicina y se apuntó a un curso de formación


profesional para cuidar niños, ya que se veía incapaz de seguir en la
universidad. Todo continuó con normalidad y nos seguimos viendo
regularmente, hasta que un día mis mensajes dejaron de tener respuesta, así
sin más, me borró de su vida como si nunca hubiese formado parte de ella. No
volví a saber nada de ella en todos estos años hasta hace un par de meses,
cuando me la encontré por casualidad en el gimnasio al que me acababa de
apuntar corriendo en una máquina.
Esa misma noche escribí sobre ella en mi diario, y sobre la poca vergüenza
que tuvo al pasar de mí al encontrarme por casualidad. Ya no formaba parte
de su vida, hace tiempo que me había borrado de su memoria. Arrastrada por
la rabia escribí con todo lujo de detalles como moría al atascarse la cinta de
correr y no poder detenerla. Despedida por los aires y desnucada, así moría
en mi diario, y ahora está de cuerpo presente en mi camilla, debajo de una
sábana.

Demasiadas coincidencias, ¿no creéis? Algo está sucediendo ¡No es posible,


tiene que ser una macabra casualidad! Pero no puedo dejar de temblar
pensando en que yo profeticé la muerte de Lola y de Lorena, escribiendo en
mi diario cómo fallecían, y esas muertes se han hecho realidad.

–¡Es Lorena, una amiga mía, bueno, éramos amigas! ¡No puedo Walter, no
puedo!–

Corro en dirección al baño y vomito arrodillada en el suelo ¡Esto es una


pesadilla y quiero despertar! Me pellizco el brazo cada vez con más fuerza,
hasta hacerme daño. Cuando ya tengo bastante me abofeteo.

–¡Natalia!, ¿estás ahí? Soy Walter, no pasa nada, queremos que sepas que
otra persona se encargará de realizarle la autopsia a Lorena… puedes irte a
casa a descansar, tienes el resto del día libre. Mañana ya hablaremos con más
calma–

Salgo del anatómico forense sin despedirme de nadie, dejando a Lorena


encima de la camilla de autopsias. No sé a qué está jugando el destino, pero
este juego macabro ya no tiene gracia. Me meto en la boca del metro
escabulléndome entre la multitud, haciéndome anónima, escondiéndome no
sé de qué, cómo si yo hubiese tenido algo que ver en sus muertes. Pero no me
dirijo a mi casa, allí me esperan mis recuerdos, voy a otro lugar, dónde ya
nadie puede juzgarme.

El andén está repleto de gente. Nueve de la mañana, hora punta. Decenas de


personas esperan un metro que les lleve a sus respectivos trabajos o
quehaceres diarios. Como autómatas sin alma, aguardan dejándose llevar por
vidas que no desean vivir.

Rostros lánguidos, miradas vacías…, como robots se encaminan a sus destinos


para cumplir con sus obligaciones ¿Es esta la nueva esclavitud del siglo XXI?
¿Cómo y cuándo convirtieron en esto nuestras vidas? Sin poder de decisión, a
merced de lo que el Dios dinero disponga para nosotros. Cansados,
extenuados, agotados, intentando conseguir el dinero suficiente para
costearnos un día más en esta sociedad consumista y sin corazón ¿En qué nos
hemos convertido?, ¿dónde ha ido a parar nuestra dignidad, por qué nadie
dice nada?

¡Nadie se levanta y se revela! Todos seguimos, sumidos en una profunda


desesperanza, con nuestras vidas sin sentido manejadas por otras personas,
pero, ¿hasta cuándo resistiremos, cuánto más podremos continuar así?
Vivimos en una sociedad enferma y estando enfermos nunca conseguiremos
ser felices.

Todo, absolutamente todo lo que me rodea me lleva a ser desgraciada. Todo


lo que tengo, lo que no tengo y lo que tengo que conseguir. Algún tipo de
eximente tiene que haber para mí, pues en el fondo, lo que me rodea me ha
llevado a ser quién soy hoy en día, y ojalá dejase de una puñetera vez de jugar
conmigo.

A mis espaldas, hay un colchón sucio y viejo con una persona durmiendo
encima, rodeada de personas trajeadas, con sus maletines y sus zapatos
brillantes, y por supuesto, sus ojos vacios. Nadie le mira, como si no le vieran,
siguen con sus vidas. Es totalmente invisible para ellos. Exhibiendo sus
carísimos teléfonos, sus tabletas, su nivel de vida delante de alguien que no
tiene nada, ni siquiera esperanza.

Yo en cambio tengo que mirarle, creo que debo mirarle a los ojos, hacerle
sentir que no es invisible, que yo si le veo. Veo un pozo de tristeza en sus ojos
cansados. Me mira y puedo percibir cómo me grita que le salve. Sin embargo,
no sabe que yo no puedo ni salvarme a mí misma. Rebusco en mi cartera y le
entrego un billete de cincuenta euros. Asombrado, me da las gracias
emocionado y me desea un buen día.

Mi metro se detiene en la estación y a toda prisa me subo y tomo asiento.


Cubro mi rostro con mi gorro de lana y me pongo a llorar. Yo también soy ese
mendigo al que nadie ve, y tampoco tengo hogar al que regresar. Nadie me
espera, nadie lloraría mi muerte porque ya estoy muerta para el mundo.

El metro se detiene y me bajo, he llegado a Lavapiés. Una marabunta de


gente me empuja y yo me dejo hacer viendo a la gente pasar a toda prisa. Una
mano se detiene en mi hombro.

–¡Natalia!–exclama una sonriente Violeta.

–Ho… hola…–hago una pausa, Violeta y yo no somos amigas y no sé por qué


se acerca a mí, no me gusta que me toquen–¿cómo estás?–no se me ocurre
qué decir.

–¿Qué haces que no estás en el trabajo, ha ocurrido algo?–

–No te quiero aburrir con mis cosas… me han dado el día–

–No, si no me aburres, podemos tomar un café…–sigue sonriendo.

Su piel segrega una especie de aceite entre sus granos, y hablando se le han
escapado un par de palominos impactando brutalmente contra mi ojo y nariz.
Nunca me había dado cuenta de lo fea que es la pobre, siempre detrás del
cristal de la taquilla del metro. Aunque, yo menos que nadie puedo hablar de
fealdad.

–Lo siento, quizás otro día Violeta, hoy no estoy de humor–


–¡Claro, otro día!–

Sigue sonriendo mientras me alejo, mirándome fijamente como si esperara


algo de mí, pero Violeta es la menor de mis preocupaciones en este momento.

El cielo está cubierto de nubes negras y parece que todavía es de noche. El


frío se me clava en mis leotardos marrones con puntitos negros ¡Supongo que
se nota que me gustan los leotardos! Mi forma de vestir, al igual que yo, es un
poco peculiar.

Aligero el paso hasta llegar a mi destino. Inspiro profundamente y sé que hoy


es día de incineración en el cementerio. Un escalofrío me recorre el cuerpo
desde la coronilla hasta la punta de mis pies. El olor a carne humana
quemada es peculiar y difícil de describir, hecha, muy hecha, carbonizada, tan
solo puedo decir que no se parece a nada que haya podido oler antes, y que
ese olor se queda grabado a fuego en tu mente, nunca jamás lograrás
olvidarlo.

Empujo la pesada verja negra que separa el mundo de los vivos del de los
muertos y me adentro en el cementerio.

–¿Cómo te encuentras hoy Eulalio?–

Eulalio es uno de los capataces que guardan el descanso de los muertos. A sus
sesenta y cuatro años, tan solo le resta uno para jubilarse y volver a
relacionarse con los vivos. Aunque yo sé que no desea dejar este lugar, lo ama
demasiado, al igual que yo.

En la muerte hay una cierta belleza, no en el hecho en sí de morir, sino en lo


que viene después; el descanso eterno ¿Acaso hay algo más bonito que vigilar
el sueño de nuestros seres queridos por siempre jamás? Eulalio conoce a cada
uno de sus huéspedes, sus nombres, sus historias, cómo llegaron aquí.
Muchos de ellos ya estaban muertos años antes de fallecer, tan solo eran
zombis que vagaban por el mundo engullidos por sus propias vidas y para los
cuales la muerte fue un alivio. Para él, más que un cementerio es un hotel. Un
hotel con habitaciones reservadas por toda la eternidad.

Soy consciente de que le veré muchas veces por aquí cuando se jubile. Él, al
igual que yo, se ha acostumbrado a este silencio sepulcral y ya no tiene sitio
entre los que caminan. Dos hijos mayores, varones, nietos, una mujer
aburrida y parlanchina en casa…, la jubilación es lo último que necesita en
este momento.

Sabe de sobra que se convertirá en uno de esos abuelos a los que les dejan a
cargo de los nietos, y que por mucho que los quieran, la época de cuidar niños
ya quedó atrás. Ese es su mayor temor, convertirse en una niñera, anciana, y
sin voz. Tener que asumir el papel de abuelo consentidor, con los bolsillos a
rebosar de chucherías y pañuelos llenos de mocos. Él esperaba algo mejor en
la última recta de su vida. En la última parada antes de dormir para siempre,
por eso, y gracias a su plan de jubilación, Eulalio ahorró lo suficiente como
para poder vender su casa y comprar un apartamento cerca del mar para
pasar allí sus últimos días junto a su esposa.

Antonia, su abnegada esposa, madre y abuela, dio al traste con sus planes al
no poder marcharse tan lejos de sus nietos y dejar a sus hijos sin las niñeras
que tanto necesitan. Esa es la razón por la cual Eulalio ya no camina, solo se
arrastra, esperando así que el tiempo pase más despacio y nunca llegue a
cumplir los sesenta y cinco. Pues es consciente de que ese día la cuenta atrás
habrá empezado y el día de su muerte correrá velozmente hacía él
buscándole. Desde que sabe cuál será su final, sufre de tremendos dolores en
las articulaciones, como si ya se estuviese empezando a desintegrar por
dentro. La cuenta atrás ha comenzado.

–Los huesos me duelen, va a llover en cualquier momento–ríe–¿a hacerle una


visita a Adela?–

–Necesito verla, Eulalio, ¿has visto un diario?–

–¿Un diario?–

–Sí, un cuaderno olvidado. No encuentro mi diario y no sé dónde me lo he


dejado…–

–Lo siento mi niña pero no he visto nada, le preguntaré a Gustavo y te aviso si


encontramos algo ¡No te preocupes, si lo dejaste en este cementerio ten por
seguro que aparecerá!–

–Gracias Eulalio ¡Eres el mejor!–

–La verdad es que llevas toda la razón–ríe.

Algunas lápidas están olvidadas y sucias, ya nadie les recuerda, por eso yo
quiero que me quemen, que me quemen y después hagan lo que quieran con
mis cenizas. No quiero ser una lápida olvidada por el tiempo y las personas,
rodeada de otras llenas de flores con familiares afligidos llorando la pérdida.

Por fin he llegado a mi destino y me desplomo dejando caer todo mi peso


sobre mis rodillas, la hierba amortigua el impacto. Derrotada me tumbo
encima.

–Abuela… abuela, te necesito más que nunca abuela–

Acaricio su nombre y beso su fotografía ¡Era tan guapa! Lástima que no me


tocase ninguno de sus genes en herencia ¡Mi vida habría sido tan distinta!

Aquí, encima de la lápida de mi abuela me siento a salvo. En el único lugar


dónde me siento querida, aunque sea por una persona que ya no camina entre
nosotros. Para mí no está muerta, vive en mi recuerdo y solo morirá cuando
me llegue el último día de vida en la tierra, mientras tanto, la llevo conmigo
dónde quiera que vaya y dónde quiera que yo esté, ella estará conmigo.

En muchas noches de insomnio este ha sido mi refugio. Me cuelo sin que


nadie lo sepa y me quedo dormida acariciando su foto. En este momento la
necesito más que nunca.

Gustavo, el otro capataz, sabe que me cuelo por las noches pero no me dice
nada. Las noches son muy largas, y Gustavo, veinte años más joven que
Eulalio hace ya dos que se encarga de vigilar el cementerio cuando cae el sol.

Después de que Eulalio tropezase y cayese en una fosa quedando inconsciente


y encontrándolo a la mañana siguiente, no ha vuelto al turno de noche. Otro
chico se incorporó a la plantilla hace unos meses, pero no recuerdo su
nombre, creo que le llaman Jiménez. Lo único que sé de él es que es vecino
del barrio y que cuando llego se esconde y me espía.

Gustavo es un hombre muy poco hablador. Sé muy poco de él, tan solo que
sigue soltero. Nunca ha tenido pareja, y sigue viviendo con su madre a la que
cuida debido a su avanzada edad. La vida tampoco ha sido muy generosa con
él en lo que a belleza se refiere.

Nariz aguileña, ojos azules, saltones, dientes montados unos encima de otros
y una escoliosis idiopática gravísima de la que no le operaron cuando era un
niño y que, a causa de la rotación de su columna hacía la derecha y con un
grado de desviación de noventa grados en la zona torácica-lumbar, tiene una
giba en el lado izquierdo de la espalda. Esta deformidad le hizo valedor de
multitud de apodos y burlas, conociéndole en el barrio como el jorobado del
cementerio. Los niños no quieren acercarse a él, su físico les da pavor. Las
madres, por su parte, desconfían de él como si fuera una especie de
pervertido o asesino en serie y fuera a secuestrar a sus retoños, meterlos en
el maletero de un coche, descuartizarlos y desperdigar sus restos por el
monte.

Conmigo siempre ha sido una persona muy tierna, y a pesar de su nula


expresividad y poca capacidad para expresar afectos, cada día al verme me da
un par de flores frescas para alegrarme, y en realidad lo consigue con su
inocencia casi infantil. La vida no es justa, y no entiendo cómo una persona
tan tierna y maravillosa como Gustavo tiene que aguantar los desprecios y las
miradas de la gente. Él será feo por fuera pero los demás son feos por dentro
y están llenos de maldad.

La maldad corroe el cuerpo por dentro, lo devora alimentándose de ti. Lo que


le deseas a los demás te lo haces a ti mismo. Tu maldad se alimenta de ti
adelantando el día de tu muerte, y así, Gustavo tendrá otro cliente al que
preparar la habitación para que se sienta como en casa en su cementerio.

Una lluvia torrencial comienza a descargar sobre mi cabeza. Los huesos de


Eulalio no fallan nunca. Huyo corriendo para ponerme a cubierto detrás de un
muro. Parece que mi visita al cementerio ha terminado por hoy, estoy calada
hasta los huesos. Volveré otro día para hacerle una visita a Adela y traerle
flores frescas, cláveles blancos para ser más exactos, sus favoritos.

Andrómeda maúlla detrás de la puerta, sabe que he llegado. Me recibe con la


cola tiesa y el lomo arqueado, ronroneando y colándose una y otra vez entre
mis piernas, se alegra de que haya vuelto. La agarro y la abrazo fuerte contra
mi pecho. A los gatos, esto de que les abracen no suele gustarles mucho, y
normalmente ponen cara circunstancia hasta que te cansas y los sueltas, pero
hoy Andrómeda no está de buen humor y con un arañazo me hace saber que
el abrazo ha terminado.

Lleno su cuenco de comida y vuelven los ronroneos ¡Huelo a gato mojado,


necesito una ducha!

Lentamente me desvisto frente al espejo del baño, me cuesta hasta respirar, y


no sé por qué, pero a pesar de esto me parece buena idea fumarme un
cigarro. En ropa interior me quedo mirándome a los ojos. El cigarrillo se
desliza un poco entre mis labios, dejo las gafas encima del lavabo y la ceniza
cae cerca del sumidero. Desabrocho mi sujetador y dejo al aire mi corazón.

Al cumplir veintiséis años sufrí una especie de crisis de identidad. No sabía


quién coño era ni qué demonios estaba haciendo con mi vida. Sin pareja, sin
amigos, sin nadie que me quisiera, mi vida no tenía sentido. Todo el mundo
parecía querer alejarse de mí sin importarles lo más mínimo mi sufrimiento,
sin pensar que a pesar de mi fealdad había un corazón caliente latiendo en mi
interior. Por eso, después de una larga noche de excesos, de madrugada y
ebria, al salir del viejo local de siempre, decidí hacerme un tatuaje. Un
enorme corazón en mi pecho, para que todo el mundo viera lo que parecía
que intentaban obviar; que yo también tengo sentimientos. Supongo que
pensé: –¡Ya que parece que no lo pueden ver ellos mismos con sus ojos, se lo
enseñaré para que lo puedan comprender mejor!–

Pechos pequeños, casi inexistentes, esto fue clave para situar al corazón
tatuado en el lugar que realmente le corresponde, lleno de venas y arterias,
rojo, latiendo, dentro de mi cavidad torácica y rodeado por mis costillas.
Echando la vista atrás, quizás debía de haberlo pensado mejor antes de
hacerme este tatuaje que hoy en día intento camuflar con mi ropa.
Otro día más en mi insignificante vida. Vuelvo al trabajo, no tengo más
remedio. Walter, mi supervisor, me mira de forma extraña esta mañana
mientras conversa con un compañero. Como jefe, he decidir que no puedo
quejarme. Exigente, perfeccionista, pero también, atento, considerado y muy
educado. Si no fuera mi jefe, habría intentado quitarle la bata blanca hace
tiempo. Él está soltero, igual que yo. Veo a través de sus ojos, y me importa
un bledo sus ciento veinte kilos de peso. Almas gemelas, hemos vivido el
mismo calvario por estar encerrados en unos cuerpos que no reconocemos
como nuestros. Hoy me mira distinto y lo noto, sin darle más importancia
entro en la sala de autopsias, hay otro cuerpo encima de mi mesa.

Apesadumbrada, dejo el bolso y el abrigo en el perchero, y me pongo mi bata


blanca y mis guantes. Acercándome a la camilla tiro de la sábana para
descubrir el cuerpo.

–¡Abraham, no, pero, cómo, no puede ser!–grito desesperada.

Mis gritos alertan a mis compañeros que a toda prisa entran en la sala.

–¿Estás bien Natalia?–me zarandea Walter–¡Natalia, Natalia!–

Al abrir los ojos de nuevo, todos me rodean y me miran preocupados. He


debido de perder el conocimiento. Me ayudan a incorporarme y contemplo de
nuevo el cuerpo de Abraham bajo la sábana.

–¡Abraham, Abraham!–grité para llamar su atención.

–¡Hola guapa, cuánto tiempo!–me dio dos besos como si tal cosa.

–¿Todo bien? No contestas mis mensajes–

–¿Qué mensajes?–

–El último…, no me contestases…–

–¿Acaso me preguntabas algo?–rió.

–¿Preguntarte? Creo que no, te comentaba que me sentía un poco triste y


sola…–

–No tengo tiempo para nada, solo como y duerno. No tengo días libres, pero
podemos quedar en Diciembre–

–¡Faltan seis meses!–

“Querido diario;

Me resulta realmente duro escribir estas líneas. Abraham, mi mejor amigo, mi


alma gemela, la persona que más he creído que me quería y a la que más he
querido, me ha vuelto a dejar de lado.

Esto no es nuevo en nuestra relación, pero todavía no me he acostumbrado a


no ser una prioridad para él como él sí lo es para mí. Supongo que tendría
que dejar de llamarle, olvidarme de que le conozco, pero no puedo. Le quiero
demasiado cómo para olvidarle. Aunque ya sé que él hace mucho tiempo que
se olvidó de mí.

Sinceramente, creo que he alargado demasiado una amistad que murió hace
ya muchos años y que yo no supe aceptar. Tras el primer desplante tuve que
olvidarme de él y no lo hice. Cuando se quedaba solo volvía a mí, y yo siempre
le recibía con los brazos abiertos, ese fue mi gran error, estar siempre
disponible. No me importaba que prefiriese quedar con sus nuevos amigos,
que no me invitara a sus cumpleaños, ya que prefiere celebrarlos con la
pandilla de turno, no, yo le acogía con los brazos abiertos y él se acostumbró
a que yo fuese su segundo plato. Sin dignidad ni amigos suficientes como para
rechazarle.

Pero hoy tu desprecio ha roto algo dentro de mí. Sin ningún miramiento me
has vacilado, a la cara ¡Vernos en un par de meses, que te crees que soy
tonta! ¿Acaso crees que no sé que el motivo real por el cual no quedas
conmigo es porque ya tienes un nuevo grupo de amigos con el que salir de
fiesta?

La fiesta es lo único que te interesa, tomarte tus combinados mientras bailas


y conoces nuevas vidas, nuevas conquistas. Sería realmente una pena que al
ir a bailar a la pista dejases tu copa descuidada y algún desalmado te echara
algo en la bebida, alguien a quién le has hecho mucho daño. Tendrían que
disculparte por tener que ausentarte, pues el malestar haría su aparición. Te
acostarías en tu cama esperando que a la mañana siguiente todo acabase, y
estarías en lo cierto. Todo habría acabado para ti ¡Von boyage, ciao, ciao, auf
wiedershen! ¡Pobre, pobre Abraham, quizás si no fueras una persona tan
egoísta y coleccionases enemigos seguirías con vida!”

La relación con Abraham no siempre fue tan fría y distante. Conocí a


Abraham en el último curso de instituto. Sus padres, empresarios del sector
de la alimentación, habían trasladado su negocio a la localidad. Abraham era
un chico guapo, alto, delgado, de melena castaña y lisa, ojos negros y
pequeños y labios gruesos. Muy simpático, extremadamente abierto y
extrovertido, encantador y cautivador. Por este motivo me extrañó de
sobremanera que pusiese sus ojos en alguien como yo.

Empezamos a quedar con frecuencia, entablando una bonita amistad. Tengo


que reconocer que siempre sentí algo por él, pero con los años me fui
haciendo a la idea de que jamás sucedería algo entre nosotros.

Raro era el día en que no nos veíamos, inseparables, cómplices, reíamos,


bailábamos. Él, poco aficionado a estudiar y sabedor de que a la muerte de
sus padres todas sus posesiones pasarían a sus manos al ser hijo único, se
limitaba a vivir la vida y a conocer gente.
Transcurrieron así nuestros primeros años como veinteañeros, conociendo el
mundo que nos rodeaba, bebiéndonoslo a sorbos. Pero la sed de Abraham era
insaciable y pronto se cansó de mí, necesitaba novedades en su vida, conocer
gente nueva.

Cursos de cocina, baile, idiomas, cualquier sitio era bueno para conocer a otro
grupo nuevo de amigos con el que salir. Durante esos periodos se olvidaba de
mí. Alternaba con sus nuevos amigos hasta que se peleaba con ellos. Entonces
regresaba a mí hasta que se hacía de unos nuevos.

Nunca fui una amiga para él, más bien alguien de repuesto cuando la gente
con la que realmente quería salir no estaba disponible. Al principio la gente le
adoraba, era el alma de la fiesta, pero a medida que le iban conociendo, se
hacía visible su verdadera apariencia. Un ser ególatra, narcisista, malvado y
muchas veces sin sentimientos.

Nuestra relación se basó en esos lapsus de tiempo que tenía muertos entre
pelea y pelea, mientras se hacía de otro grupo nuevo de amigos con el que
salir de fiesta. Cuando ya tenía su calendario ocupado me hacía luz de gas,
dándome largas, no contestándome las llamadas y los mensajes, poniendo
excusas o pretextos, hasta que como siempre se quedaba solo y tenía que
volver a mí.

Un par de años atrás, sus padres le dieron un ultimátum para que abandonara
la vida frívola y de excesos que llevaba y se buscara un trabajo. Creo que
nunca le conocí ningún trabajo, y su vagancia le hizo coger el único para el
que no necesitaba experiencia ni estudios; relaciones públicas de una
discoteca.

Hacía ya meses que no nos veíamos. La última vez que conversé con él, me
estuvo hablando de un nuevo grupo de gente con la que salía. Por supuesto no
entraba en sus planes quedar conmigo, ni se le pasaba por la cabeza, ya
estaba bastante entretenido.

Me pregunto cómo habrá muerto, espero que no sea de la misma forma que
yo describí en mi diario: Envenenado. Alguien, quizás algún amigo vengativo
le echaría algo en la bebida y a la mañana siguiente aparecería en su cama
sin signos de vida ¡Ruego al cielo que haya muerto por otra causa! Porque
como no sea así y mis temores se confirmen la poca cordura que me queda se
esfumará.

–Natalia, ven conmigo, vamos a tomar un poco el aire, ya verás cómo te


sentará bien–dice América, una compañera.

Me coge del brazo, como si pensase que voy a volver a perder el conocimiento
en cualquier momento, y caminamos por los alrededores del anatómico
forense.

–Dime Natalia, ¿conocías a ese chico?–me pregunta encendiéndose un


cigarrillo.
–¿Me das uno? Por desgracia sí le conocía. Éramos amigos, fuimos amigos…–

–¿Y también conocías a la chica rubia, la de la cinta de correr?–

–¡Lorena! También fuimos amigas–

–¡Qué coincidencia!, ¿no crees?–

–¿Qué insinúas?–pregunto comenzando a mosquearme.

–¡Hombre Natalia! No hay que ser muy avispado para ver que hay un nexo en
común que une a todas las víctimas ¡Tú!–

–Es solo una desagradable coincidencia–

–Será como dices, pero yo si fuera tú no le comentaría a la policía tu mala


relación con Lola, y que como tú dices la chica de la cinta de correr y
Abraham ya no eran tus amigos–

–¿No pensarás que yo?–

La pregunta quedó sin respuesta al abrirse las puertas automáticas del


anatómico forense y ver a nuestro supervisor Walter, muy serio, hablando con
un hombre con una placa colgando de su cuello. Me miraron y giraron sus
cuerpos hacia el mío.

–¡Buenos días Natalia!–

–Perdone, y, ¿usted es?–

–Inspector García, de criminalística–me da la mano. Es bastante atractivo.

–Encantada inspector García–

–¿Le importa que le haga un par de preguntas?–

–No, en absoluto–

–¿Dónde se encontraba usted ayer entre las diez de la noche y las ocho de la
mañana?–

–En casa–

–¿Sola?, ¿tiene algún testigo que pueda confirmar su coartada?–

–No, pero no estará insinuando que yo…–

–Mire señorita, yo no insinúo nada, me limito a hacer mi trabajo,


simplemente–
–¿Y por qué me hace esa pregunta si no es porque sospecha que yo tengo algo
que ver en todo esto?–

–Usted conocía a las tres víctimas… y las tres han sido halladas muertas, una
detrás de otra…–

–De acuerdo, ¿y cuál es el móvil?–

–Eso es lo que tengo que averiguar–dice el inspector García cruzándose de


brazos–pero de momento la mala relación que mantenía con las tres víctimas
no la sitúa en buen lugar…–

–Mi diario…–susurro en voz baja.

–¿Cómo dice?–

–¿Sabe cuál ha sido la causa de la muerte de Abraham?–

–Estamos a la espera de la autopsia, pero estamos barajando que la causa de


la muerte pudo deberse a la ingesta de algún tipo de sustancia tóxica, puesto
que el cuerpo no muestra síntomas de violencia y se trata de un hombre joven
sin enfermedades conocidas hasta la fecha–

–Sustancia tóxica…–

Vuelvo a abrir los ojos y me encuentro de nuevo en el suelo, he vuelto a


perder el conocimiento.

–Natalia, es mejor que te vayas a casa, tómate el día libre, lo necesitas–dice


Walter preocupado, ya no sabe qué hacer conmigo.

–4–

–¡Violeta! ¿Alguien ha encontrado mi diario?–estoy muy nerviosa y creo que la


he asustado.

–¿Estás bien Natalia? Te noto muy alterada… lo siento pero nadie me ha


comentado nada de tu diario–

–¡Tengo que encontrar ese diario!–

–¡Estás pálida!–

–Me estoy mareando…–

–Ven, siéntate aquí, voy a por un vaso de agua–

Voy a volver a perder el conocimiento en cualquier momento, lo sé, lo noto. La


visión se me nubla y no puedo tener los ojos abiertos. El cuerpo se me
adormece y siento un fuerte pitido en los oídos, avisándome de que mi cuerpo
está a punto de desconectarse.

–¡Huele, es alcohol!–

Ese olor me ha dado un poco más de tiempo y recobro el control de mi


cuerpo. La amable Violeta me da un vaso de agua fresca y se queda sentada a
mi lado.

–Gracias Violeta, me encuentro mucho mejor…–

–¡Qué susto me has dado! ¿Quieres que te acompañe a casa? Ya he terminado


mi turno–

–No quiero que te molestes–

–¡No es molestia tonta!, y así me aseguro que llegas de una sola pieza–ríe.
Voy dando tumbos hasta llegar a casa. Violeta me sostiene del brazo, leo en
sus ojos que teme que me vuelva a marear. Nunca hasta hoy había reparado
en Violeta. Nuestra relación se basaba en un saludo cordial seguido de mi
billete de metro. No sé por qué no me habré fijado antes ella, parece una
buena chica. Hoy lleva una especie de diadema de terciopelo morada que
intenta contener su cabello recogido en una coleta. Huele a rosas y la verdad
es que es bastante agradable tener alguien que se preocupe por ti, aunque en
realidad para mí sea una total desconocida.

–Gracias Violeta, te lo agradezco, pero este es mi edificio, ¡tendrás cosas que


hacer!–

–¡Tonterías, te acompaño hasta tu casa!–

Parecía que no, pero tiene carácter la mosquita muerta. Ni corta ni perezosa,
me coge del brazo y entramos al edificio.

–¡Qué!, ¿ le vas a dar al botón o esperas a que yo adivine en qué piso vives?–

–¡Sí, sí, perdón! Vivo en el quinto–

Un silencio incómodo nos rodea en el interior del ascensor. No la conozco de


nada y ella se comporta como si nos conociéramos de toda la vida. Esta chica
me tiene totalmente desconcertada, pero por ahora se ha portado genial
conmigo y le daré el beneficio de la duda.

–¿Te apetece pasar a tomar algo? No sé, después de todas las molestias que
te has tomado es lo menos que puedo hacer…–

–Un té no estaría nada mal…–

Boquiabierta se queda al entrar por la puerta. Todo en mi casa es negro,


absolutamente todo, el sofá, las cortinas, la mesa, etcétera. Supongo que ya
os habréis imaginado que tengo una cierta obsesión con ese color.

–¡Vaya, no hay mucha variedad cromática por aquí!–

–Tengo té verde, té rojo, té negro…–

–El que quieras, cualquiera me va bien–

Vuelvo a la sala y Violeta tiene una foto en la mano.

–¿Quién es?–

–Es Rodrigo, fuimos pareja durante unos años. No salió bien–

–¿Pareja?, ¿no había oído hablar de él?–

–¡Cómo quieres oír hablar de él si tú y yo no somos amigas! A ver..., no te


ofendas, pero no nos conocemos de nada–
–Me refería a que cómo siempre te veo sola, pues, que me ha extrañado que
tuvieras una ex pareja–

–De eso ya hace mucho tiempo… por cierto Violeta–le cojo de la mano con
fuerza para llamar su atención–tienes que hacerme un favor–la miro fijamente
a los ojos–averigua dónde está mi diario, sé que alguien lo tiene–

–¿Qué hay en ese diario que es tan importante?–

–Ese no es el tema Violeta ¡Dame tu palabra de que harás lo que esté en tu


mano para averiguar quién lo tiene!–

–¡Está bien!, no te preocupes, preguntaré a todo el mundo–

–Te lo agradezco en el alma, y ahora si no te importa me gustaría echarme un


rato–

Con la taza de té aún caliente entre las manos, me asomo a la ventana. Al otro
lado, un diminuto gorrión se posa en el quicio sin percatarse de mi presencia.
A tan solo unos centímetros otea el horizonte, perfecto, completo, feliz. A este
lado, la oscuridad de mi vida y la soledad como destino. Mis ojos se
humedecen, recordando gracias a ese bello pajarillo lo que yo no soy ni seré
jamás; libre. Prisionera de mí misma, cárcel sin barrotes en la que me hallo y
de la que difícilmente lograré salir en esta vida. Pero ahora tengo una
preocupación más grande que mi depresión crónica; alguien está haciendo
realidad mis deseos más ocultos. Alguien se está vengando por mí, en mi
nombre, de todas las personas que me hicieron daño, y tengo que averiguar
quién está detrás de todo esto y qué demonios pretende.

Un cigarrillo calma un poco mi ansiedad. La condensación de la ventana


esconde mi rostro detrás de la ventana. El impulso de saltar al vacío se
apodera de mí. He de hacer memoria, ¿sobre quién más escribí?, ¡piensa,
maltita sea Natalia!, ¿quién es el siguiente?

Arranco un mechón de mi ya mermada cabellera. Abro la ventana, el humo de


mi cigarro huye al tiempo que el frío se cuela en mi salón, con desprecio lo
lanzo y miro como se precipita.

Necesito ayuda, hablar con alguien, contar lo que me está sucediendo, pero
olvidaba que estoy sola en este mundo y nadie acudiría a mi llamada de
auxilio. Nadie, menos una persona, no le queda más remedio.

–Hola soy yo, te necesito–hago una pausa–tiene que ser ahora mismo, te
espero en casa–

En menos de treinta minutos el timbre comienza a sonar.

–¿Qué pasa, te estás muriendo? ¡Espero que te estés muriendo porque mi


mujer no se ha quedado muy convencida de que tuviera una reunión de última
hora!–
–¡Cállate y quítate la ropa!–

Comienzo a besarle cuando aún parecen querer salir palabras de su boca. Con
mis labios las silencio. Él me sigue sin muchas reticencias y nos dirigimos al
dormitorio mientras nos desnudamos el uno al otro por el camino.

Rodrigo es muy obediente, siempre acude a mi llamada. Porque si no lo hace,


sabe que hablaré con su mujer. Él es el chico de la foto que hay en mi salón.
La misma foto que le llamó la atención a Violeta y por la que me preguntó, y
sobre la que no quise dar más detalles.

Es una historia que no me gusta recordar. Hay recuerdos que están mejor
guardados bajo llave, y vivencias que no vale la pena ni mencionar. Esta es
una de ellas, y ojalá, por lo que más quiero no hubiese conocido nunca a
Rodrigo en una tarde lluviosa hace cuatro años, en el portal de mi edificio, al
tropezar bajando los escalones.

Uno de mis tobillos, no recuerdo cual, se torció y el otro pie resbaló a causa
del suelo mojado. Llegué rodando a la calle. La misma calle por donde
caminaba casualmente Rodrigo. Como todo un caballero vino en mi auxilio, y
tras comprobar que no podía caminar, muy amablemente me acompañó a
urgencias.

En una aséptica sala de hospital hablamos y hablamos durante las cuatro


horas que tardaron en atenderme. Él, informático en paro, aproximadamente
de mi misma edad, me hizo un resumen de su inexistente vida amorosa. El
sobrepeso que sufría desde pequeño decía ahuyentar a todas las mujeres. Yo
por mi parte, y gracias al lazo que se creó entre nosotros tras rescatarme, me
vi con la suficiente confianza como para contarle que nunca había tenido una
relación de pareja. Muy sorprendido, me dijo que eso no podía ser y que era
una chica muy agradable.

No sé lo que nos pasó por la cabeza en ese momento. Lo cierto es que


Rodrigo, como bien decía él, sufría un evidente sobrepeso, pero yo en ese
momento no podía dejar de mirar sus enormes ojos castaños, su sonrisa
perfecta y la manera que tenía de atusarse sus hermosos rizos castaños
claros. Hicimos un pacto. Nos dimos un año de margen, y si en ese año
ninguno de los dos conocía a nadie nos haríamos novios.

Dicho y hecho. El año pasó y ninguno de los dos encontró pareja. Para
entonces yo ya estaba perdidamente enamorada de él. Probamos eso de ser
pareja, y sorprendentemente éramos terriblemente compatibles en la cama,
todo temblaba a nuestro alrededor. Confieso que me hice adicta él, a su olor,
a sus besos, a su piel. Rodrigo en cambio no estuvo nunca enamorado de mí, y
yo era consciente de ello. Tan solo la soledad le ataba a mí.

Transcurrieron así dos años y medio en los que fui la persona más feliz del
mundo, hasta que un poco de dieta y ejercicio nos separaron definitivamente.
Rodrigo, con su nuevo cuerpo torneado a base de gimnasio, empezó a atraer a
hembras en celo, a cientos de ellas. Él por fin fue consciente de lo guapo que
era. Yo por el contrario, lo supe desde el primer día. Solo rogaba al cielo que
este día nunca llegase. Pero desgraciadamente llegó. Nunca estuve a la altura
de Rodrigo y lo sabía, lo sabía y viví un sueño que nunca me perteneció.

Una mujer se cruzó en el camino de Rodrigo, Maite. Bella, preciosa, todo lo


que yo nunca he sido ni podré ser nunca. Amiga de Abraham y por extensión
amiga mía. Maldije una y mil veces el día en que los presenté. Al principio, los
remordimientos y el sentimiento de culpa por ser tan superficial de dejar a
una persona con la que te entiendes a la perfección por un cuerpo bonito, hizo
que simultaneara las dos relaciones.

Cuando estuvo seguro de que la relación con aquella chica iba en serio se
armó de fuerzas para abandonarme. En ese momento saqué un poco de la
maldad con la que me estaba envenenado y le propuse un pacto. Él siempre
estaría ahí cuando yo le necesitase, para cubrir todas mis necesidades,
¡todas! A cambio, yo mantendría la boca cerrada y no le contaría a su
mujercita que estuvo una buena temporada acostándose con las dos a la vez.

–¿Desde cuándo fumas?–

–Hay muchas cosas que no sabes de mí–

–¡Me vas a contar por fin qué es lo que te ocurre!–

Me acerco a la ventana desnuda, con mi tatuaje al descubierto. Con el


corazón en la mano y el cigarro en la boca, doy una larga calada que me deja
casi sin respiración.

–¿Te he hablado alguna vez de mi diario?–

–Sí, no entiendo…–

–Sígueme y me entenderás mejor–

Con una sábana en la cintura, me sigue intrigado hasta un pequeño cuarto al


lado del baño.

–¡Natalia, pero, qué!–

Enciendo la pequeña luz del techo y desnudo mi alma ante Rodrigo. A los
doce años empecé a escribir todo lo que se me pasaba por la cabeza en un
diario, y cada vez que llenaba uno compraba otro, así hasta hoy en día. Todos
y cada uno de mis diarios están en este cuarto, archivados por antigüedad,
aún hoy los leo cuando quiero recordar la Natalia que fui.

Los toca asombrado, perplejo, creo que ahora piensa que estoy un poco más
loca.

–No entiendo a dónde quieres llegar con todo esto…–

–Falta el último, lo dejé olvidado no sé dónde–


–¿Y…?–

–Tres personas han llegado al anatómico forense en estas semanas–acaricio la


cubierta de mis diarios sintiendo mi pasado–primero fue Lola, una compañera
de trabajo con la que no me llevaba bien. Después Lorena, una amiga que
dejó de hablarme, y por último Abraham, uno de mis mejores amigos con el
que últimamente no tenía trato porque había conocido gente nueva. No sé
cómo explicarte esto sin que pienses que me he vuelto loca…–

–¡Vamos, inténtalo!–

–En mis diarios suelo dar rienda suelta a mi imaginación, y en ellos descargo
toda la ira sobre las personas que me han herido. Describo cómo mueren una
a una…–agarro mi corazón tatuado–¡Está pasando Rodrigo, está pasando!,
¡están muriendo exactamente como describía en mi diario!–

–¡Eso no puede ser Natalia!–

–¡Te digo que está pasando! En mi diario a Lola la arrollaba un autobús–salgo


de la habitación en dirección a la sala y Rodrigo me sigue–¿cómo crees que
murió?–

–¿Atropellada por un autobús?–

–¡Sí! Lorena moría en una cinta de correr y eso es lo que ha pasado,


Abraham…–

–No me lo digas, exactamente cómo en tu diario…–

–¡Sí!–me desplomo en el sofá.

–¿Pero quién haría algo así…?–

–¡No lo sé, pero alguien se está tomando la justicia por su cuenta! ¡Tienes que
tener mucho cuidado, no recuerdo si en ese diario estabas tú!–

–¿A mí también me has matado?–sonríe.

–¡Te recuerdo que me partiste el corazón, abandonándome por la primera


zorra que se te cruzó por delante!–

Ya os he comentado anteriormente que soy hija única ¡Ojala esto fuese cierto!
La verdad es que en el libro de familia pone algo muy distinto.
Desgraciadamente tengo una gemela. Había otro feto en el vientre de mi
madre. Sé que es imposible, pero estoy casi segura de que en ese instante
surgieron los problemas. Un espacio demasiado pequeño, ella no quería
compartirlo.

Al nacer, mis padres se dieron cuenta de que algo le pasaba a mi queridísima


hermana. En vez de unirnos, el hecho de ser gemelas fue los que nos separó.
Eva competía conmigo por el cariño de mis padres, por su tiempo y
atenciones.

Un odio irracional nació de su pequeño cuerpecito. Yo era su enemiga. Un ser


extraño que competía con ella.

La primera vez que pisé un hospital fue a los dos años. No recuerdo muy bien
cómo pasó. Yo estaba jugando en el balcón con Eva, cuando de repente cogió
mi cabeza y me estampó contra la bombona de butano. Mis padres alarmados,
corrieron al hospital conmigo en brazos. El fuerte golpe me había producido
una importante brecha en la cabeza y la sangre brotaba descontrolada. Esa
fue la primera señal de que algo no funcionaba bien dentro de Eva. La maldad
ya anidaba en su pequeño cuerpecito. Pero mis padres quisieron creer que
fue un accidente, cosas de niños.

Pero al cabo de tan solo unos meses, tuvieron que regresar al hospital. Una
tarde como otra cualquiera, Eva y yo jugábamos en los columpios de un
parque próximo a casa. Eva me acorraló, interponiéndose en mi camino, me
hizo retroceder y cuando sentí el frío hierro del columpio en mi espalda,
volvió a repetir exactamente lo que ya hizo hacía tan solo unos meses. Agarró
mi cabeza y la estampó con fuerza contra la barra lateral del columpio.

En esa ocasión perdí en conocimiento. Tengo una cicatriz que me recuerda


ese triste suceso en la frente. Me recuerda el odio de mi hermana.

Los celos enfermizos de Eva hacia mí no fueron mejorando con el transcurso


de los años. Mis padres, temerosos de que me pudiera hacer daño nos
separaban. Estaba claro que el problema era Eva, pero no para mis padres,
que en vez de apartarla a ella me apartaron a mí.

Reservada, introvertida y muy independiente, esto último, mi espíritu


independiente les sirvió como excusa para dejarme de lado. Al principio,
cuando éramos unas niñas, no separaban para que no peleásemos. Se la
llevaban del brazo llorando y protestando, y la calmaban con un paseo y algún
que otro capricho. Lo malo es que esto se fue convirtiendo en una costumbre,
y en la raíz de todos los problemas de nuestra familia. La premiaban para que
no les diese problemas, para que se callase, y a mí me hacían a un lado.

Nunca he sentido que pertenecía a algo, que tenía una familia. Mis padres
estaban demasiado ocupados con la traviesa Eva como para hacerme caso. Al
final, este comportamiento se convirtió en un hábito y yo no tenía lugar en sus
salidas, sus charlas, sus afectos. Fui relegada al olvido, a la oscuridad, a la
incomodidad de ser alguien al que hay que ocultar para no tener problemas.

Eva fue creciendo al igual que yo, pero también su rabia y frustración.
Acostumbrada a tener todo lo que deseaba, pronto se dio cuenta de que en la
vida no siempre se consigue todo lo que se quiere. Así pues, sufría ataques de
rabia descontrolados donde gritaba, chillaba y destrozaba todo a su paso.

Hace ya muchos años que Eva va a terapia, aun. Se medica para la


bipolaridad que padece. Es bipolar, narcisista y tiene brotes de ira
descontrolados. También es cierto que con la medicación está mucho más
calmadita, pero yo no me fio de ella y no estoy dispuesta a darle una segunda
oportunidad, ya me ha fallado demasiadas veces. Además, yo ya no quiero
tener una relación de hermanas con ella, es demasiado tarde. Sé que me
siento sola y que me quejo de que no tengo una familia, pero por otro lado no
soporto tenerla cerca, no después de todo el daño que me ha hecho, no
después de saber lo que es en realidad y lo que disfruta haciéndome daño.

He escrito muchas veces sobre ella en mi diario, pero no en el que perdí,


estoy segura. Hace mucho tiempo que intento ignorarla, mantenerla lejos, es
la única forma de que no me haga daño.
Hoy hace exactamente dos semanas desde el día en que encontré el cuerpo
sin vida de Abraham, sobre una camilla del anatómico forense. Ni rastro de
mi diario. He vuelto día tras día al metro y no encuentro a Violeta, también ha
desaparecido. Me comentan sus compañeros que se ha cogido unos días por
asuntos personales. Todo esto es muy raro. Pero estoy aliviada, parece que
esta locura ha terminado por fin. Quién quiera que estuviera haciendo esto se
ha cansado.

–Buenos días América, hoy has llegado muy pronto–

–Quería ponerme al día con el papeleo y todo eso, ya sabes–se levanta y se


acerca a mí agarrándome de las manos con una mueca condescendiente–
¿cómo estás?, ¿te encuentras mejor?, hemos estado muy preocupados por
aquí…–

–¡América estoy bien!–me deshago de su caricia compasiva–solo necesito irme


a casa a descansar–me estoy empezando a mosquear.

–Si yo solo lo decía porque como el otro día parecías tan ida…–

–¡El que estaba tendido sin vida en la camilla era amigo mío!–definitivamente
esta tía es subnormal. Me gustaría ver qué cara hubiese puesto ella en mi
lugar.

–Natalia, ¿puedes venir un momento a mi despacho?–me pregunta Walter muy


serio.

–Sí, claro–

Walter camina delante de mí, muy serio y pensativo, se toca la barba y me


abre la puerta de su despacho. Sentado en una silla está el inspector García.

–Toma asiento Natalia. Iremos al grano. El inspector García y yo pensamos


que hay un hilo conductor entre las víctimas y tú, es decir…–

–¡Dinos la verdad Natalia!–se adelanta del inspector García–sabemos que no


nos has contado toda la verdad, ¿qué está pasado? Si no tienes nada que ver
en esto será mejor que nos cuentes algo que nos convenza o de lo contrario
no tendré más remedio que arrestarte–

–Nunca me creeríais…–

–¡Inténtalo!–

Bajo la atenta y pasmada mirada de Walter y el inspector García, me vi con


fuerzas para confesar lo que estaba ocurriendo desde la pérdida de mi diario.

–¡Un momento, un momento!–el inspector García se levanta de la silla y con


una mueca de incredulidad prosigue–¡Esperas que nos traguemos algo así!,
¿nos has tomado por tontos?–
–¡Juro por lo más sagrado que es verdad! No puedo decir otra cosa ¡Solo sé
que escribí sus muertes en un papel y alguien se ha vengado por mí!–

–¿Cómo sabemos que la que se ha tomado la justicia por su cuenta no has sido
tú misma?–

–¡Porque soy una cobarde!–

–Walter, ¿nos puede dejar solos un momento?–

–Sí, por supuesto–me mira desconfiado al salir por la puerta.

–Quiero que sepas que si no estás ya entre rejas es porque tienes una
coartada…–

–¿Ah, sí?, ¿Cuál?–

–¡Tú no pudiste de ninguna de las maneras matar a Lorena! Digamos que no


estabas en condiciones…–

–¿Cómo sabe eso?–

–Después de bajarme los pantalones yo creo que me puedes llamar de tú, ¿no
crees?–

–¡Usted, digo tú, eres el del bar…!–me cuesta cerrar la boca del asombro.

–¿En serio que no te acordabas de mí?–

–Lo, lo siento, no recuerdo nada de esa noche, me pasé con las copas…–me
rasco la cabeza, estoy confundida–¡Entonces sabes que no he sido yo!–

–Definitivamente no has sido tú la autora de sus muertes, pero como


comprenderás no puedo decir que lo sé porque estuvimos a punto de
acostarnos–

–¡Siento mucho interrumpir, pero será mejor que venga! ¡Natalia, tu mejor
espera aquí!–

–¡Qué ha pasado! ¡Quiero saber qué ha pasado!–tengo mucho miedo.

–Natalia por favor, es mejor que no veas esto…–

Me zafo de Walter y salgo del despacho. Sé que algo malo me espera en la


sala de autopsias bajo una sábana blanca. Todo comienza a suceder a cámara
lenta. Los ojos desencajados de Walter me preparan para la tragedia, oigo
como se desliza una gota de sudor desde su sien hasta su barbilla. Su
respiración se entrecorta y noto su miedo.

Abro la puerta de la sala con contundencia, decidida, agarro con fuerza la


sábana y descubro el cuerpo. Pierdo el conocimiento y caigo al suelo
golpeándome la cabeza con la esquina de una mesa.

La ruptura con Rodrigo fue muy dura para mí. Por fin creía haber encontrado
a esa persona, a esa media naranja con la que compartiría el resto de mi vida
y junto a la que envejecería. Pero su abandono y su traición me dejaron seca,
sin apenas sangre en las venas para seguir con vida. El aire pasó a ser
demasiado espeso para respirarlo y mi vida se convirtió en un infierno.

Toda mi vida he estado sola, y al conocer a Rodrigo supe lo que era tener a
alguien a mi lado. Tras su marcha volví a quedarme sola, a caerme al pozo sin
fondo del que me había costado tanto trabajo salir, pero ahora el pozo era
más oscuro y no alcanzaba a ver la luz.

Durante los últimos años, maté mis fines de semana vacios y solitarios con un
grupo de amigas que encontré por internet. Quedaban para salir, cenar,
charlar. Allí fue donde conocí a Estefanía, una chica cinco años mayor que yo.
Morena de pelo largo, grandes ojos marrones, y aficionada al senderismo.
Pronto nos hicimos amigas y empezamos a quedar al margen del grupo de
amigas.

Al poco empecé a salir con Rodrigo, y como es lógico, Estefanía quedó en un


segundo plano. Ella estaba soltera y me recriminaba constantemente el hecho
de que pasara tanto tiempo con él, quería salir y conocer gente, más bien
hombres, y necesitaba un compinche que la acompañara.

Su soledad me hizo recordar la mía y la invité a que pasara todo el tiempo que
quisiera con nosotros. Me daba mucha pena, me veía a mí misma a través de
sus ojos. Sé perfectamente lo que se siente al llegar a una casa vacía donde
no te espera nadie, y no quería que eso le pasara a ella.

Pero Rodrigo se acabó yendo de mi lado y volví a estar como Estefanía; sola.
Fue entonces cuando le conté lo sucedido y no obtuve la repuesta que yo
deseaba.

–Si os habéis separado es porque no teníais que estar juntos, mejor así
Natalia, ya verás–

–Lo sé, pero duele, sé que no era mío pero yo quería que lo fuese ¡Ahora me
siento tan sola!, ¿tienes planes para este fin de semana?, podríamos ir a
cenar, o a tomar algo…–

–Pues no lo sé, te lo confirmo, porque no sé si al final saldré con unas chicas,


el jueves te lo digo…–

El jueves llegó pero no así un mensaje de Estefanía. La historia volvía a


repetirse y yo ya sabía de qué se trataba. Intenté dejarlo correr, de veras que
lo intenté, pero no pude.

–Estefanía, ¿al final has quedado este fin de semana?–


–¡Hay, perdona, me he olvidado de ti!–

–Sí, ya me he dado cuenta…–

–Al final sí, lo siento–

Pasé una semana sin hablar con ella. Me propuse no volver a llamarla ni
mandarle un mensaje, pero sucumbí a la tentación y le mandé otro mensaje
por si quería venir de compras conmigo. Nunca respondió a ese mensaje.

“Querido diario;

¿Cuántas personas más me tienten que dar de lado para que sea ya
suficiente? La historia se repite una y otra vez pero con diferentes nombres y
rostros. La primera vez que vi a Estefanía pensé que tenía cara de buena
chica, tan modosita y educada, siempre con una sonrisa en su cara.
Definitivamente me equivoqué porque una buena chica no se comporta de
esta manera.

Si me he molestado en mandarte un mensaje, lo mínimo que puedes hacer tú


es contestarme. No me importa que me mientas, no me importa que te
inventes una excusa para no quedar conmigo, pero por lo menos responde al
mensaje, no es tanto pedir, ¿o sí?

¡Ay, Estefanía, Estefanía, cómo me has engañado! ¡Qué ilusa!, pensaba que
ahora que yo estoy sola como tú tendríamos más tiempo para estar juntas,
que tú te acercarías a mí y esto nos uniría más, pero por lo visto no. Parece
ser que ahora que yo puedo quedar tú ya no quieres. Es como si no quisieras
quedar conmigo tan solo por llevarme la contraria, por vengarte, ya que antes
yo no podía. No eres buena Estefanía, no lo eres.

Yo de ti tendría cuidado cuando vaya andando por la montaña. Ya sabemos


que últimamente te arriesgas demasiado, y no vaya a ser que resbales por una
pendiente y caigas rodando por la montaña cuesta abajo sin nadie que te
auxilie, golpeándote una y otra vez la cabeza contra las afiladas rocas hasta
morir ¡Pobre, pobre Estefanía, a lo mejor es lo que se merecen las brujas
traidoras con cara de mosquita muerta, pórtate mejor la próxima vez si
quieres conservar todo en su sitio!”

–¡Ay!–me duele.

–¡Está despierta!–

–¿Cómo te encuentras Natalia?

Me levanto de la camilla y dejo a América con la aguja de suturar en la mano.


Agarro con fuerza a Walter de su bata blanca y lo acerco a mí.

–¿De qué ha muerto Estefanía?–

–Cayó rodando por una montaña mientras practicaba senderismo…–


–¡No, no, no, no, está volviendo a pasar!–

–¡Cálmate Natalia, por favor, cálmate!–

–¡Quién demonios eres, dime, qué quieres de mí!–

–América por favor, adminístrale un calmante…–

–¿Por qué juegas conmigo, por qué? ¡Basta de una maldita vez, basta!–pierdo
el control.

–5–

Vuelvo a despertar, estoy en mi cama y me duele mucho la cabeza. El


inspector García está dormido en mi butaca. No sé qué hace aquí, pero he de
reconocer que es muy atractivo. Moreno, cabeza rapada, alto, delgado, de
unos treinta y tantos…, me pregunto qué hace al lado de una perdedora como
yo ¡Que más le da lo que me pase, una puta chiflada menos en este mundo!
Me gustaría acordarme de lo que pasó al salir de aquel bar. El chico más
guapo con el que me lio y no lo recuerdo ¡La suerte nunca estuvo de mi parte!
Seguro que hice el ridículo, no creo que tenga muchas posibilidades dadas las
circunstancias. Me levanto con sigilo, no quiero despertarle ¡Está tan mono
dormidito!

La noche ya ha caído en Madrid. Las calles desiertas erizan mis vellos. No


quiero encender la luz, al amparo de la noche me siento más segura,
escondida entre sombras. Sé que si doy la luz sabrán dónde me oculto,
prefiero seguir escondiéndome de mis propios miedos.

Pongo la tetera en el fuego y antes de que me dé ni cuenta empieza a gritar.


No sé cómo he llegado a este momento y no tengo muchas fuerzas para
pensar. Agarro mi taza de té caliente y me asomo por la ventana, sigo en la
penumbra.

Mi vecino de enfrente cena solo frente al televisor, comida precocinada, como


de costumbre. Él está solo al igual que yo, a veces llora desconsoladamente
agarrado a un cojín. La soledad no elegida es la peor condena que puede
sufrir un ser humano.

–¿Estás despierta?, ¿te encuentras mejor? Te diste un buen golpe en la


cabeza–

–Estoy bien, gracias, aunque me duele un poco la cabeza,… por cierto, no


quiero ser descortés pero… ¿Qué haces en mi casa?–

–¿Te molesta?–se acerca a mí y no lo entiendo, no suelo causar ese tipo de


efecto en los hombres.
–No, para nada…–

–Solo quería cerciorarme de que llegabas sana y salva–

–Ya veo, pues… estoy bien, así que si quieres puedes marcharte, seguro que
hay alguien que te espera en casa–

–Nadie me espera–me empuja contra la ventana, siento su corazón bombear


con fuerza–pero si te molesto dímelo y saldré por esa puerta–

Mis labios sellados y mi garganta seca. García apoya su mano en la ventana y


me besa en los labios. No puedo creer lo que está sucediendo y le miro con
incredulidad, pero pronto recobro la cordura y me lanzo a su cuello.

Nos desvestimos camino de mi cama ¡Esta vez sí estaré consciente cuando le


baje los pantalones!

Una noche maravillosa da paso a una mañana nublada y confusa. Sin apenas
haber abierto los ojos el timbre suena. Como puedo me incorporo, sin saber ni
cómo me llamo y qué día es, pero lo primero que veo es a García semidesnudo
a mi lado, eso dibuja una sonrisa en mi cara.

–¡Eva!–

–¡Sí, sí, yo también te quiero!–entra en mi casa sin que la invite.

–¿Ha pasado algo?–

–Mamá y papá están preocupados, hace más de un mes que no das señales de
vida y he venido a comprobar que sigues viva–

–Pues ya ves que sí, así que si no importa, tengo prisa, llego tarde al trabajo–

–¡Natalia!–García se ha despertado.

–¡No estás sola puta!–

–¡No, venga, lárgate!–

–¿Qué les digo a papá y mamá?–

–Diles que he tenido mucho lio en el trabajo, pero en cuando pueda me paso a
verles–

Cierro la puerta con llave no sé por qué, no quiero que vuelva, y no sé cómo
se atreve a venir por aquí. Si tan preocupados están mis padres podían haber
venido ellos mismos, si es que recuerdan dónde vivo. Un mes, sin noticias,
podía haber estado muerta en una cuneta y no se hubiesen enterado. Siempre
fueron los mejores padres del mundo.
–¡Levántate, llego tarde al trabajo!–

–Un poco más…–

–Voy a llegar tarde… me largo, cierra la puerta cuando salgas–

La puerta la cierro yo con una sonrisa desencajada, dejando atrás un hombre


musculado, rapado y semidesnudo entre mis sábanas. Creo que estoy soñando
¡Pero qué sueño más rico!

Bajo los escalones de dos en dos y me apresuro a coger el metro que me


llevará de nuevo al anatómico forense. Ese pensamiento borra de mi cara la
sonrisa y emerge una mueca de pánico a mi rostro. No sé si tengo fuerzas
suficientes para volver, no sé si algo de mi pasado me estará esperando
debajo de una sábana blanca sin respiración. Mis piernas tiemblan con esa
visión.

Pero antes necesito hablar con mi abuela, ¡la echo tanto de menos! Ella sabría
aconsejarme en estos duros momentos, guiarme en la oscuridad más absoluta
en la que me hallo inmersa. Necesito un flotador, una mano que me empuje a
la superficie e impida que acabe de ahogarme. Echo en falta su anillo en mi
dedo anular. Sé que lo tenía Lola, esa bruja amargada que ahora está entre
gusanos criando malvas.

Otro frío y nublado día de invierno, no sé cuantos días hace que ya no veo el
sol, y extrañamente en mí, lo echo de menos. Me he cansado de tanta
oscuridad, tal vez porque ahora va enserio.

Mis pies se detienen en la entrada del cementerio. Abrigándome bajo mi


chaqueta me estremezco al tiempo que el aire despeina y juega con mis
cabellos. Los labios se me descuelgan relajados e inmóviles al contemplar una
estampa de tal belleza.

Una delicada neblina cubre el suelo del cementerio haciendo que parezca un
lugar fantasmagórico. Una nube de algodón de la que emergen las lápidas
que allí habitan. Es tan bello como desgarrador, tan hermoso como cruel, ya
que hay muchos ojos que ya no pueden verlo.

Una lágrima se me escapa al pensar que es el lugar más hermoso en el que mi


abuela podría descansar. Si supiera dónde se encuentra, sé que se alegraría
de acabar aquí sus días.

Adentrándome en el cementerio, lápida tras lápida, llego a la de Adela, mi


abuela. El mármol está húmedo por el rocío de la mañana, aparto el exceso de
humedad y me siento para tocar su foto. La acaricio una y otra vez y la
emoción se me desborda.

–¿Por qué no estás aquí conmigo abuela, por qué? ¡Te necesito, ahora más
que nunca te necesito! ¡Estoy perdida, no encuentro el camino!–me rompo
llorando desconsoladamente abrazada a su lápida.
Noto el frío en mi moflete, y la humedad del rocío se confunde con mi llanto.
Cansada, me tumbo encima y sintiendo a mi abuela me quedo dormida sin
darme cuenta, engullida por la niebla, ya no existo.

–Natalia, despierta Natalia…–

Abro los ojos sobresaltada.

–¿Qué pasa, qué hora es?–

–Las seis de la tarde…–me responde Gustavo.

–¡Mierda me he quedado dormida, el trabajo!–

Gustavo se acerca a mí sigiloso y un poco temeroso, baja la cabeza y me


entrega un ramito de flores violetas marchándose después sin que pueda
darle las gracias. Me pongo en pie a toda prisa no sé por qué razón.

Aturdida salgo de allí no sabiendo ni como me llamo. Camino por la calle


como un zombi, arrastrando los pies, hasta que un sonido muy familiar me
hace detenerme y despertarme del todo.

A través del cristal del bar puedo ver a Eva, mi querida hermana, tocar el
saxofón. También se me olvidó comentar que Eva toca el saxo en un grupo de
jazz. Toca desde chica, y bastante bien por cierto. Peleábamos día y noche
porque dejara de tocar. Cualquier hora y lugar era bueno para que Eva
practicase, por la mañana, antes de comer, después de comer, por la tarde,
por la noche, de madrugada.

Emanciparme de casa de mis padres hubiese sido un alivio para mí sino fuera
por el pequeño detalle de que somos vecinas. Vivimos pared con pared.

Debido a los celos compulsivos de mi hermana, estaba claro que mis padres
no me podían regalar un apartamento sin darle otro a ella. Y para que no
hubiese discusiones nos regalaron dos exactamente iguales. Os podréis
imaginar lo que es para mí vivir al lado de la persona que quizás más me odia
en este mundo: Una condena perpetua.

La calidad y el grosor de las paredes hacen que pueda oír hasta cuando se tira
un pedo, y ella, a sabiendas, me tortura para que no pueda descansar
haciendo ruido para volverme loca. A altas horas de la madrigada se pone a
dar portazos, a correr muebles, a abrir y cerrar armarios.

Reconozco que desde que se mudó a vivir a mi lado no he vuelto a dormir con
tranquilidad, siempre esperando qué será lo siguiente. Lo último que se le ha
ocurrido para tortúrame es tocar el saxofón de madrugada. A ella no le
importa lo más mínimo el descanso de los vecinos, su meta está por encima de
todo eso; hacerme la vida imposible.

Juro por lo que más quiero, que el día menos pensado me cuelo por el balcón
y destrozo ese maldito saxofón que me está amargando la existencia, y si
puede ser sobre su cabeza mucho mejor.

Vuelvo a casa y ni rastro del inspector García, pero su olor sigue estando
impregnado en mis sábanas. Me desplomo en mi cama e intento dormir.

–Un billete por favor…–

–¡Natalia, Natalia! Soy yo…, Violeta–

–¿Violeta?–levanto la cabeza y no sé quién demonios es la chica que me habla


pero desde luego que no es Violeta.

–Que soy yo tonta, me he hecho unos arreglillos–

–¿Unos arreglillos?–

Detrás de la taquilla del metro una hermosa chica. Morena, pelo liso, nariz
perfecta, tez impecable, labios sonrosados, dentadura perfecta, pechos
turgentes y cintura de avispa, ¿dónde se había metido Violeta?

–¡Te has quedado de piedra! Me he puesto pechos, liposucción en vientre y


caderas, me he operado la vista, rinoplastia, tratamiento laser contra el acné
y botox, ¿qué te parece? ¡Es el dinero mejor invertido de mi vida!–

–No tengo palabras Violeta, no pareces tú, la verdad es que estás guapísima…
¡Madre mía, aún no me lo puedo creer!–

–Podríamos quedar para tomar algo después del trabajo–

–¡El trabajo, mierda, llego tarde! Hoy no sé si me dará tiempo Violeta…–


comienzo a caminar.

–¡No importa, luego hablamos con más tranquilidad!–

¿En serio era Violeta? Ni rastro de aquella chica fea e introvertida que se
escondía detrás del cristal. Estoy en shock, no sabía que la cirugía plástica
pudiera hacer tales maravillas.

Prosigo mi camino y como un día más me adentro en el lugar que se ha


convertido para mí en mi peor pesadilla: El anatómico forense. Temo que en
cualquier momento salga alguien gritándome que ha vuelto a suceder.

No hay nadie en los pasillos y prosigo mi camino sin incidentes, dejo mi bolso
y mi chaqueta en el perchero y me pongo mi bata blanca.

–¡Natalia, a mi despacho, tenemos que hablar!–

Las piernas no me sostienen ¡Está volviendo a suceder! ¿Quién demonios será


está vez? ¡Me quiero morir!

–Cierra la puerta y toma asiento por favor–


La tensión se puede cortar con un cuchillo.

–La dirección del centro y yo hemos decido que a raíz de los últimos
acontecimientos y debido a tu relación con las víctimas, deberías tomarte
unas vacaciones para descansar y pensar en todo lo sucedido–

–Pero, Walter, os lo agradezco pero me siento bien–

–La decisión está tomada Natalia, tómatelo con un descanso, un tiempo para
reflexionar…–

Me invitan a que me vaya y no es de extrañar tras aparecer uno a uno los


cadáveres de mis amigos.

–Siento interrumpir pero será mejor que venga–es América.

Me preocupa, sé que ocurre algo por la forma en que agacha la cabeza al


mirarme, siempre que lo hace tiene algo que decirme, y normalmente no es
de mi agrado.

–Natalia–me agarra del brazo–tú no puedes venir, ordenes de dirección–

–¡Suéltame América, si algún ser querido está en esa habitación merezco


saberlo!–

Consigo soltarme. Salgo corriendo de la sala y en el pasillo hay un grupo de


policías uniformados que se asombran al verme, como si ya me hubiesen visto
antes.

–¿Es usted Natalia?–

–Sí, soy yo, ¿qué ocurre? ¡Me están asustando!–

–Se trata de su hermana Eva–

–¿Qué ha ocurrido?–

–Desconocemos quién es el autor, pero parece ser que a la salida de un


concierto alguien la esperaba en un callejón y le propinó una brutal paliza con
su saxofón. Le aplastaron una vez tras otra los dedos entre las teclas…–

–¿Está viva?–

–Se recupera de las heridas en el hospital pero el pronóstico es grave, aunque


los médicos son optimistas y no creen que su vida corra peligro–

–Eva… pero si estoy casi segura de que no escribí sobre ella en ese diario…–

–Ya hemos avisado a su familia, y cómo supondrá a estas alturas, no estamos


aquí solo para darle las malas noticias. Este asunto ya se nos ha ido de las
manos, y queremos hacerle unas preguntas para llegar al fondo de todo esto–
–Pero…, el inspector García lleva mi caso–

–¡Han muerto cuatro personas y otra está grave en el hospital!–el agente hace
una pausa con semblante serio para rascarse la barba–¡Créame, esto es
demasiado grande para el inspector García!–

Me conducen a una sala y allí comienza el interrogatorio. Yo narro


exactamente lo sucedido, lo mismo que ya le conté al inspector García.
Necesitan una relación de todos mis contactos, no saben quién será el
siguiente. El asesino o asesina tiene mucha sed de sangre y dicen no haber
conocido un caso como el mío en mucho tiempo. Tantas muertes en un
periodo tan corto de tiempo. Les parece casi imposible que haya sido una sola
persona y ya barajan la posibilidad de que haya más personas implicadas.

Voy a ir a ver a Eva al hospital, tengo que ir a verla al hospital. Al fin y al cabo
es mi hermana, y aunque oficialmente nos odiemos sigue siendo mi familia.
Pasaré por casa para llevarle ropa limpia, no hay que olvidar que somos
gemelas y tenemos la misma talla.

–¡Eva, abre la puerta, sé que estás ahí, puedo oírte!–

–¿Qué pasa?–

–Es la última vez que te pido que dejes de tocar el saxofón… necesito
descansar…–

–¡Yo en mi casa puedo hacer lo que me dé la gana!–dijo altiva.

–¡No te lo digo más, estás avisada, la próxima vez será la policía la que vendrá
a hablar contigo!–

–Perdona pero es tarde y tengo sueño–

Me cerró la puerta en las narices y a los cincos minutos el saxofón volvió a


sonar. Sin poder dormir me desahogué escribiendo en mi diario.

“Querido diario:

¡He llegado a mi límite, no puedo soportar a esa puta zorra bipolar y


narcisista por más tiempo! ¿Qué demonios quiere de mí? ¡Me está
provocando!, ¿qué pretende, que la coja del cuello? No sé si aguantaré mucho
más sin partirle la cara. Bien sabe Dios que se lo tiene bien ganado, pero el
drama que vendría detrás con mis padres me frena.

La una y veinte minutos de la madrugada, oigo como toca el saxofón, se ha


propuesto hacerme la vida imposible y lo está consiguiendo. El día menos
pensado me cuelo en su casa por el balcón, cojo ese maldito saxofón y se lo
estampo en la cabeza una y otra vez hasta que ya no tenga fuerzas para
volver a cogerlo.
Eres una pésima hermana Eva, y algún día te lo partiré en la cabeza y te
chafaré los dedos entre las teclas para que nunca más vuelvas a tocarlo
¡Pobre, pobre Eva, quizás si no hubieses sido una zorra envidiosa y malnacida
ahora podrías seguir tocando tu instrumento favorito y no tendrías que
tomarte la sopa el resto de tu vida con pajita!”

Parece ser que al final sí que escribí sobre Eva en ese diario, no hay otra
explicación para lo sucedido y ahora me arrepiento. En el fondo de mi corazón
¡Muy en el fondo de mi corazón!, quiero a mi hermana y no deseo que le pase
nada malo, fue un momento de enajenación mental transitoria provocada por
la ira y la falta de sueño. Pero ahora bien, cuando se recupere, si vuelve a las
andadas ese saxofón acaba debajo del neumático de un coche como me llamo
Natalia.

¡Recapitulemos! Invitada a tomarme unas vacaciones en el trabajo, mi


hermana gravemente herida en el hospital, casi todos mis amigos muertos por
un misterioso psicópata que parece saberlo todo de mí, y ni rastro de García
que aún no me ha llamado desde la otra noche ¿Acaso me podría pasar algo
más, algo peor? El de arriba se aburre y no tiene otra cosa que hacer que
jugar conmigo, pues ¿sabes qué?, ¡No tiene gracia, así que para de una
maldita vez!

Llaman a la puerta y salgo de mi mundo para ver quién está al otro lado,
espero de todo corazón que sea García, es la única persona que tengo ganas
de ver en estos momentos.

–¡Qué hay de esa copa!–

–¡Violeta, pero, tú! Perdona pero no te esperaba…–

–Quedamos en hablar más tarde y como no me has llamado he decido


pasarme por tu casa–

–Ya… la verdad, no recuerdo. Me pillas saliendo de casa, no es buen


momento, mi hermana está en el hospital–

–Lo siento mucho ¿Es grave?–

–Aún no la he visto, pero parece que su vida no corre peligro, aunque está
bastante malherida… ahora mismo salía para el hospital…–

–¡Te acompaño!–

–No es necesario, te lo agradezco, de veras que te lo agradezco, pero no te


molestes…–

–¡Si no es molestia, no tengo nada que hacer esta noche!–

Extrañamente, la idea de ir a ver a mi hermana moribunda al hospital es un


buen plan para una Violeta a la que si antes apenas conocía, ahora estoy
segura de no conocer.
Camina altiva a mi lado, segura de sí misma, ¿dónde ha estado todos estos
años esa Violeta? ¡Si la cirugía plástica puede hacer algo así mañana mismo
me opero!

–¡Perdóname si te incomodo con la mirada, pero es que no me puedo creer tu


nueva imagen!–

–¡Ah qué sí! Yo también estoy flipando, por fin soy como tendría que haber
sido siempre, y nunca se hubiesen reído de mí–

–¿Te acosaban en el colegio?–

–¡Todos los días! Siempre me acordaré de una en especial: Esmeralda López,


ella era la peor, la cabecilla. Su palabra iba a misa y ser enemigo de
Esmeralda significaba ser enemigo de todo el colegio y de todo el barrio. Se
juntaba solo con las más guapas y populares de la clase. Yo era una
marginada. Me quitaban el dinero y la merienda en el recreo mientras
giraban a mi alrededor “Violeta la mofeta”, ese era mi apodo–

Intento no reír al escuchar el apodo de Violeta la mofeta, perdón, digo de


Violeta, de Violeta ¡Ha sido un desafortunado lapsus!

–Yo también tuve una Esmeralda, pero en mi caso se llamaba Gema Jiménez.
Recuerdo que siempre quise ser como ella; guapa, lista…, desprendía una luz
especial cuando caminada y todo el mundo se callaba para oír lo que ella
tenía que decir. Yo nunca causé ese efecto entre mis compañeros–rio–todo lo
contrario–

–¿Cómo te llamaban?–

–¿A qué te refieres con cómo te llamaban?–

–¡Vamos Natalia, no te hagas la tonta, sabes perfectamente a lo que me


refiero! Yo te he contado el mío, ahora te toca a ti compartir conmigo el
tuyo…–dice Violeta expectante.

–¡Está bien, está bien, cómo quieras! ¡Prométeme que no te vas a reír,
prométemelo!–

–Te lo prometo, palabrita de Violeta la mofeta…–

–Pues… Gema me bautizó oficialmente como “Natalia la araña”–

–¿Natalia la araña, es todo? ¡Tanto misterio para eso, el mío es mucho peor!–

–Natalia la araña porque decían que mis brazos y mis piernas eran delgados y
largos como los de una araña. Cogidos de las manos daban vueltas a mi
alrededor mientras cantaban: “Natalia la araña, se sube por mi espalda, me
rasca con su barba, hace cosquillas en mi espalda. Me asusto con su cara,
Natalia la araña, tiene mocos en las patas, se limpia en sus gafas… Natalia la
araña” Cada día de mi vida hasta comenzar el instituto. Las últimas noticias
que tuve de Gema es que ahora trabaja en una cafetería sirviendo café y
bollos, embarazada de cinco meses. Ya no queda nada de esa niña preciosa
que te miraba por encima del hombro con aires de superioridad. Con tres
niños más a los que alimentar y un padre quién sabe dónde…–

–¡Cómo me gustaría encontrarme a Esmeralda ahora mismo! Se quedaría con


la boca abierta–

–¡Ha pasado demasiado tiempo, ya no vale la pena!–

–¡Para mí no ha pasado el tiempo! Yo sigo en el centro de ese círculo,


mientras me escupen y se ríen de mí–

Una conversación bastante inquietante nos ha traído sin darnos cuenta hasta
el hospital.

–Señorita, vengo a ver a mi hermana. Ha sido agredida… con un saxofón–

–¡Sí, la chica del saxofón! ¡Sois como dos gotas de agua! Lo siento mucho
cariño, ahora mismo aviso al doctor–

El ambiente está cargado de olor a enfermo. Siempre he pensado que los


hospitales son los lugares más peligrosos del mundo, y que se cargan a más
gente de la que salvan. Deprimentes, con ese blanco “manicomio”, ¿tanto
cuesta un bote de pintura de un color alegre? No sé, te dan ganas de pegarte
un tiro nada más entrar, y a mí, para eso, no hace falta que me animen
demasiado. Con ese olor tan intenso a desinfectante, ¿acaso el ambientador
es perjudicial para la salud?

Bacterias, virus, protozoos, amebas… o lo que sea que tengan las


enfermedades que pululan por el aire tóxico de este hospital, esperando al
huésped perfecto para anidar y multiplicarse. Si no estabas enfermo cuando
entraste, ten por seguro que lo estarás cuando salgas ¡Qué me den una
mascarilla!

–¿Es usted Natalia, la hermana de Eva?–

–Sí doctor, ¿cómo se encuentra?–

–Estable dentro de la gravedad. La persona, bueno, persona por decir algo…,


el desalmado que le ha hecho esto a su hermana se empleó a fondo. Tiene
múltiples traumatismos, pero lo peor son las manos–

–¡No, sus manos! ¿Volverá a poder tocar algún día?–

–Si vuelve a poder agarrar un tenedor sería un milagro. Necesitará mucha


rehabilitación para poder recuperar la movilidad en los dedos y aún así dudo
mucho que recupere el cien por cien–

–¿Puedo entrar a verla?–


–Es mejor que descanse. Le hemos administrado un fuerte sedante y ahora
está durmiendo. Vuelvan mañana cuando esté un poco más recuperada–

–6–

Siento que todo lo que ha sucedido ha sido por mi culpa. Si no hubiera escrito
cómo morían en ese maldito diario, ahora todos seguirán con vida y mi
hermana estaría tocando su maldito saxofón haciéndome la vida imposible,
como de costumbre. He dejado a Violeta en el portal de su casa, esa chica me
desconcierta. A veces pienso que es simplemente una buena chica que no ha
tenido suerte en la vida, y otras que hay algo oculto en ella que no llego a
comprender.

En el pasillo de mi piso hay una sombra, alguien que no llego a adivinar quién
es, sentado en mi puerta.

–¡García! Eres tú…–

–¡Vaya, esperaba otro recibimiento!–

–Lo siento, hoy no ha sido un buen día para mí, mi hermana…–

–Estoy al tanto de lo ocurrido, en parte he venido hasta aquí por eso, y


también porque creo que tengo novedades sobre el caso que me gustaría
comentar contigo–

Pasamos a mi piso, estoy en ascuas.

–¿Y bien?–

–¿Preparada?–

–¡Escupe!–

–Creo que el asesino sigue un patrón. Verás, la primera víctima fue Lola, una
compañera de trabajo a la que no te unía ninguna relación de amistad. La
segunda fue Lorena, una amiga a la que no veías desde hacía años. El tercero
Abraham, tu mejor amigo, después Estefanía, tu última mejor amiga, y por
último Eva, tu hermana…–

–No veo a dónde quieres llegar…–

–¡Está claro! Ha empezado a matar a las personas con las que menos relación
tienes. Al ver que no era descubierto, ha seguido ascendiendo; una amiga, tu
mejor amigo, tu nueva mejor amiga, tu hermana… sigue una pauta…–

–Pero, si es cierto lo que dices, ¿quién será el siguiente? ¡No hay nadie más
cercano para mí que mi hermana! ¡A no ser Rodrigo! Pero no, a Rodrigo
nunca le deseé la muerte–

–¿Estás segura de lo que dices?, piensa bien…–

–¡Mis padres! Escribo constantemente sobre ellos en mis diarios–comienzo a


andar nerviosa por el salón–no sé si escribí sobre ellos en ese diario–

–¡Tranquila, no sabemos si mi teoría es cierta!–

–¡Pero si tienes razón mis padres corren peligro!–

–Natalia, piensa, por favor–me coge de las manos y me intenta tranquilizar–el


asesino es alguien que conoces… nadie se molestaría tanto por un
desconocido. Es alguien muy cercano a ti, que está claro que te quiere y cree
que está haciendo justicia por lo mal que se portaron estas personas contigo.
Solamente tienes que averiguar quién es y hacerle saber lo mucho que
quieres a tus padres, lo bien que se portan contigo, así verá que no deseas
vengarte, y que no tiene que hacerles daño–

–¡No tengo ni idea de quién es!–

–Mira a tu alrededor, a la gente que habla contigo todos los días, con la que
tienes contacto, porque entre ellos está el asesino que buscábamos–

–¡Estoy tan casada que no puedo ni pensar en lo que me estás diciendo!–

–¡Han sido demasiadas emociones juntas! Date una ducha relajante que yo
mientras preparo la cena–

Un hombre en mi cocina, eso sí que es una novedad digna de mención. Si no


quiere robarme… ¿por qué demonios sigue aquí?

La figura del atractivo inspector García, ataviado con un delantal en mi


cocina, me hace olvidar por un segundo el infierno en el que se ha convertido
mi vida. Curiosamente, y a pesar de que mis seres queridos, bueno, mejor
dicho seres que un día fueron queridos por mí, están muriendo uno a uno, la
idea de morir hace ya días que no ronda por mi cabeza. Me asomo por la
ventana y no me quedo mirando la oscuridad intentando encontrar un por
qué. Mi mente ahora se dirige a la luz, quizás tenga algo que ver ese chico
que está poniendo patas arriba mi cocina.
–Escucha, García…–

–Me llamo Isaac…-

–Isaac, le he estado dando vueltas en la ducha, a lo que has comentado, y…


francamente, no tiene sentido ¡Yo no tengo amigos, cómo alguien iba a matar
por mí!–

–No es ningún amigo, ni alguien con el que tengas relación, es un seguidor.


Alguien que te admira en secreto, desde la distancia, sin que te des cuenta…–

–¡Qué me admira, no sabes lo que estás diciendo, mírame bien!–

–Eso es lo que estoy haciendo…–silencio incómodo–espero que te guste la


pasta, porque no sé hacer mucho más–ríe.

Es aún más guapo cuando sonríe, si es que eso es posible. Creo que me estoy
enamorando ¡Mierda, lo he dicho o lo he pensado! ¡No, lo he pensado!

–Me encanta la pasta–

–Pues entonces, ¿a qué esperamos…?–

Después de la cena aguardé ansiosa a que García, bueno, Isaac, me arrancara


la ropa y me poseyera sobre la encimera de la cocina. Pero estamos en la
cama tumbados, creo que en posición de cuchara, esa que sale en todas las
películas, y esto no tiene pinta de ponerse más caliente. En realidad es
bastante agradable ¡Huele tan bien! Podría pasar toda mi vida en esta
posición.

Toda la vida no lo sé, pero sí toda la noche. Es de día, lo sé porque la luz logra
colarse entre mi cortina negra. Intento levantarme pero hay algo que me lo
impide, el musculoso brazo de Isaac. No quiero moverme para que este
instante no termine jamás, pero me hago mucho pipí, y muy lentamente
levanto su brazo para no despertarle ¡Está tan mono dormidito! Relajado.
Nunca me gustaron los hombres calvos, pero he de reconocer que las
entradas le hacen más atractivo si cabe. Y qué decir de sus enormes cejas
negras, espesas, solo igualadas por unos gigantes ojos verdosos y unas
interminables pestañas negras. Nariz varonil, que le da un toque duro y muy
masculino y piel sedosa y perfecta, ni un solo grano, marca, cicatriz, nada, es
prácticamente perfecto, salvo por el hecho de que se siente atraído por un
bicho raro como yo. Tengo que averiguar si tiene algún trauma oculto o algún
tipo de fetichismo con mujeres feas porque si no, no me lo explico.

Mi teléfono comienza a sonar y todos mis esfuerzos por no despertar a García,


digo a Isaac, no sirven de nada. Es América.

–¡América, hola! ¿Todo bien?–

–Buenos días Natalia, sí todo bien, tranquila, solo quería saber cómo te
encuentras–
–Bien, bien, estoy bien, muchas gracias por interesarte–

Isaac está despierto y me mira con detenimiento.

–¡Vente a tomar un café conmigo, anda, al bar de siempre! Dentro de un rato


hago mi descanso, y así hablamos, que últimamente con todo lo que está
pasando no hemos tenido muchas ocasiones–

–Ahora mismo no me va muy bien América…–Isaac me hace señales con la


cabeza, moviéndola de arriba abajo. Creo que intenta decirme que quede con
ella.

–¡Vamos Natalia, te sentará bien salir de casa!–

–De acuerdo América, nos vemos en una hora…–cuelgo el teléfono.

–¿A qué ha venido eso?–le pregunto extrañada sentándome en la cama con el


teléfono en la mano.

–¡Ya no te acuerdas de la conversación de ayer!–

–¡América! Imposible, estoy segura de que no es ella–

–¡Qué te apuestas a que es quién nunca te imaginarías!–

Salta de mi cama dejándome pensativa. La sabana se le escurre y deja ver sus


perfectos glúteos, duros como el acero, y su tatuaje con forma de lobo
aullando a la luna del hombro. Tirito con esa imagen, pero no es de frío.

En el coche de Isaac, ponemos rumbo de nuevo al anatómico forense. Parece


que mi vida esté atada inevitablemente a ese lugar que se ha convertido para
mí en mi peor pesadilla. Por suerte pasamos de largo y aparcamos delante del
bar. América está sentada dentro y nos saluda detrás del cristal.

–¡Natalia!–se levanta a darme dos besos–no vienes sola…–

–Es el inspector García–

–Ya sé quién es…–le pone morritos y tengo ganas de sacarle los ojos.

No puedo competir con una mujer como América. Alta, rubia, ojos azules,
cuerpo de infarto, donde pone el ojo pone el… Pero América no siempre fue
bella, y a pesar de su actual aspecto, tuvo un pasado, un pasado como fea.

La infancia de América fue muy parecida a la mía: Acoso, vergüenza y motes,


se podría resumir perfectamente de esta manera. La imponente rubia que es
hoy en día, comenzó sus días siendo una niña tímida de cabellos largos,
demasiado alta y desgarbada, cuatro ojos y no muy agraciada.

Pero a ella la adolescencia sí le trajo bajo el brazo un regalo: La belleza. Ella


si tuvo su ansiado cambio. Salió de su capullo convirtiéndose en una bella
mariposa. El patito feo se transformó en cisne para fastidio de los demás
patitos crueles que se habían burlado de ella. Con el paso de los años fue ella
quien rió, y esos preciosos y malvados patitos que se reían de ella tuvieron su
castigo: La fealdad.

–Me sorprendió mucho tu llamada…–

–Mujer, estamos todos destrozados pensando cada segundo en ti…–

–¡Ah! ¿Sí?–

–Pues claro tonta, eres muy importante para el equipo–

–Te he dicho alguna vez lo que quiero a mis padres. Les amo, no, les adoro,
me moriría si les sucediese algo–me agarro el pecho para dar más
dramatismo a mi interpretación.

–¡Tú nunca hablas de tus padres!–exclama extrañada.

–Porque siempre estamos con asuntos del trabajo y tampoco había salido el
tema en la conversación–

–¡Es que no ha salido el tema en la conversación!–

Suena el teléfono de Isaac y me saca de un aprieto. Se levanta disculpándose


y por su cara creo que no son buenas noticias.

–¡Dime! ¿Te lo has tirado?–

–¡América!–

–Se te nota a la legua, es la primera vez desde que te conozco que te veo
sonreír, no sabía ni que tuvieras la capacidad–sonríe perversa.

–Perdonadme señoritas, siento interrumpir la conversación. Natalia, ¿conoces


a una tal Maite?–

–¿Maite? No conozco a ninguna Maite… ¡Un momento, la mujer de Rodrigo!


¿Qué ha pasado?–

–Está en el hospital, en coma…–

Estoy segura de haber escrito sobre Rodrigo en muchos de mis diarios, pero
nunca escribí sobre su muerte. Descargué mi irá sobre Maite, la que fue,
supongo, en algún momento intento de amiga mía y que acabó por
arrebatarme al hombre de mi vida. Sobre ella sí recuerdo haber escrito.

–¡Natalia! ¿Eres tú?–

–¡Maite!–
–¡Qué cara, parece que no te alegras de verme!–

–No es eso, es que…–

–Rodrigo anda por ahí…. ¡Rodrigo, cariño, es Natalia! Estamos buscando un


regalo para mi sobrina que cumple cinco añitos. Rodrigo y yo ya lo estamos
intentando, pero es que no hay manera, habrá que seguir intentándolo–sonríe
como una hiena–¿Tú para cuando?, ¿o sigues sola?–

–Sigo sola…–

–Espero que no me guardes rencor por lo de Rodrigo, sabes de sobra que a


eso no se le podía llamar relación. Solamente erais amigos, nunca os
enamorasteis ¡Rodrigo, cielo, aquí!–

–¿Y tú cómo sabes eso?–

–Bueno, yo hablo por lo que comenta Rodrigo, a no ser que tú… ¡Ah, tú sí!
¡Hay chica, lo siento, ya sabes que en esto del amor no hay amigas! ¡Rodrigo,
quieres venir de una maldita vez, me estás haciendo quedar fatal!–

“Querido diario”

Hoy me he encontrado con Maite por casualidad en un centro comercial. Yo


he intentado hacerme la despistada, era obvio que no tenía ganas de hablar
con ella, más si cabe después de lo sucedido. Pero la muy asquerosa ha tenido
que venir a saludarme y volver a restregarme que Rodrigo es suyo.

Recuerdo como si fuera hoy día la primera vez que vi a Maite. Yo estaba en el
portal de Abraham, charlando con él tranquilamente, cuando llegó ella en
moto, se quitó el casco y dejó sueltos sus rizos castaños. Llevaba un vestido
de verano de rayas azules y blancas que le bajaba hasta los tobillos, y unas
menorquinas blancas ¡Tan segura de sí misma!, y recuerdo que me sentí
diminuta a su lado, frente a ese torbellino de mujer.

Nos presentó Abraham. Ambos se conocían desde el colegio y mantenían una


estrecha amistad. Maite era para Abraham un repuesto, al igual que yo, y la
intercalaba entre pandilla y pandilla. Ya por aquel entonces, no sé cómo,
presentí que en algún momento Maite me arrebataría algo, pero nunca creí
que fuese mi pareja, Rodrigo, siempre pensé que sería Abraham.

¡Ojalá nunca hubiera llevado a Rodrigo a esa cena! Allí se conocieron, y al


darse dos besos supe que ella le quería. Lo supe por su lenguaje corporal, por
cómo se acercaba, se deslizaba para hablar con él ¡Te odio Maite, te odio con
toda mi alma! Creí que el fondo de tu corazón me tenias algún aprecio, pero
está claro que no. Me arrebataste a la persona que más he querido en mi
vida, a la que creía envejecería a mi lado, tirando a un lado nuestra amistad.

¡Eres una chica perversa, Maite! Sería una lástima que el día menos pensado,
mientras vas en tu moto, quisieras frenar pero los frenos no te respondiesen y
te estamparas con el coche de delante saliendo despedida por los aires y
chafando tu preciosa cara con el duro asfalto y dejando allí tú vida ¡Podre,
pobre Maite, quizás si no fueras una zorra envidiosa y anduvieses por ahí
liándote con los novios de tus amigas, hoy seguirías teniendo pulso! “

Está claro que escribí sobre ella ¡Cómo no lo iba a hacer! Pero temo la
reacción de Rodrigo, que me culpe de todo lo sucedido. Otra cosa es lo que le
suceda a ella, no me importa lo más mínimo, es más, creo que estaría mejor
muerta y ojalá que el perturbado asesino o asesina hubiese hecho bien su
trabajo y ahora estuviera criando malvas. Indirectamente es una manera de
hacerle daño a Rodrigo y lo sé, no quiero que sufra, pero la superficialidad
que demostró conmigo no estuvo nada bien. Yo le quería, y creo que en fondo
él también a mí ¡Lo siento mucho Rodrigo! Pero creo sinceramente que te he
hecho un favor quitándotela de encima. Te conozco perfectamente y sé que ya
no la soportabas. Era una zorra controladora e histérica que no te dejaba
respirar, tan solo seguías con ella por el sexo. Aunque por muy bueno que
fuera el sexo, no valía la pena soportarla por treinta minutos de placer.

–¿Quién es Rodrigo?–pregunta Isaac un poco mosca.

–Mi ex… Maite es su mujer, y mi ex amiga, yo misma les presenté–

–Te acompaño si quieres ir al hospital…–

–¡Gracias, pero no! No pienso ir a verla, y espero que salga del hospital con
los pies por delante…–

–¡Natalia, no te conozco!–

–¡Es que nadie me conoce América, ninguno de los dos me conocéis!–

Me levanto de la silla, tengo que salir de aquí, me estoy ahogando. Comienzo


a correr y bajo a toda prisa las escaleras del metro.

–¡Qué cara traes hoy!–

–La cara de una persona a la que la vida se le está desmoronando sin saber
por qué–

–¿No trabajas?–

–Es una larga historia Violeta, pero digamos que me han invitado a tomarme
unas vacaciones… Por cierto, ¿sabes algo de mi diario, alguien lo ha
encontrado?–

–Lo siento pero nada, no ha aparecido por aquí…–

–Ya… ¿te he contado lo mucho que quiero a mis padres y que me moriría si les
ocurriese algo?–

–¡Estás muy rara Natalia! Salgo y nos tomamos algo juntas…–


–Ahora no puedo, voy al cementerio a ver a mi abuela–

–¡A la salida!–

Dejo atrás a Violeta, no me apetece seguir hablando con ella, ni con ella ni
con nadie. No sé por qué estoy haciendo esto, ¿a quién quiero engañar? No
tengo ni idea de quién puede ser el asesino pirado que me está destrozado la
vida. De lo que estoy cien por cien segura es de que no puede ser Violeta, ni
América, ni Walter, ni Andrés, entonces ¿quién? Tan solo me quedan Eulalio y
Gustavo, los capataces del cementerio, pero estoy segura de que ellos
tampoco han sido. No están acostumbrados a tratar con los vivos, tan solo con
los muertos, como yo hasta este momento.

El cielo sigue encapotado, no recuerdo cuando fue la última vez que vi el sol
¡Universo! ¿Qué demonios quieres de mí? ¡Vamos, dímelo, hazme una señal,
algo!

Camino arrastrando mis cansados pies que pesan más que nunca, puedo oír
truenos acercándose, pero me da igual, ya no me importa nada ¿Qué más me
podría pasar? Me siento en la lápida de Adela y rompo a llorar apoyando mi
cara en su foto y abrazando el frío mármol con fuerza.

–¿Otra vez aquí mi niña?–me pregunta Eulalio acercándose, Gustavo se une.

–Estoy perdida Eulalio, más perdida que nunca, ya no sé lo que es real y lo


que no, ¿qué está pasando en mi vida?–lloro sin control.

–Vamos a ver mi niña, ¡cuéntame qué es eso tan terrible que te ha ocurrido!–

–¿Recuerdas mi diario?–

–Recuerdo que sueles llevar un diario en la mano, aunque no creo que


siempre sea el mismo…–ríe.

–Perdí el último, alguien lo ha encontrado, y todas las personas que he


querido han empezado a morir o están gravemente heridas ¡Es todo por mi
culpa, nunca tendría que haber escrito ese maldito diario!–

–¡Un momento! ¿Cómo sabes que es por el diario?–pregunta Gustavo.

–Yo escribí sus muertes y han ido muriendo uno a uno exactamente como yo
misma escribí en mi diario…–

–¡Madre mía! Esto sí que no me lo esperaba, francamente, no sé, creía que


tendrías algún problema en el trabajo, con algún novio, pero esto ya es
demasiado…–Eulalio se quita la gorra y se lleva los brazos a la cintura.

–¿Os he hablado alguna vez de lo mucho que quiero a mis padres y de que si
les pasase algo me moriría?–

–Natalia, ¿a qué viene esa pregunta?–Eulalio se pone serio.


–No, por nada…–

–¡Natalia!–

–Según el inspector García, que lleva el caso, el asesino sigue un patón y los
siguientes podrían ser mis padres–

–¿Y crees que nosotros…, en serio Natalia? ¡Pero si nos conoces hace diez
años, te hemos cuidado, protegido, abrigado, y ahora piensas que podemos
ser unos asesinos!–

–¡No es eso, estoy muy confundida, lo siento!–

–Déjalo Natalia, será mejor que te vayas, va a empezar a llover en cualquier


momento–

Eulalio y Gustavo se alejan de mí decepcionados, y no me extraña tras haber


insinuado que podrían ser unos asesinos ¡Me cubro de gloria por momentos!
No solo mato a mis amigos, sino que a los pocos que me quedan y que
realmente me aprecian, les insulto insinuando que son los culpables de las
muertes. Hoy, como siempre desde que tengo uso de razón, no es un buen día
para mí.

Comienza a llover, los huesos de Eulalio nunca fallan. Al salir del cementerio,
una joven debajo de un paraguas negro se me acerca.

–¡Natalia, corre, te estás empapando!–

Es Violeta y me quedo parada mirando su nueva cara híper operada e


inexpresiva. Llueve a cantaros, así que dejo la conmoción para otro día y
acepto refugiarme debajo de su paraguas. Me acompaña hasta casa y me veo
en la obligación de ofrecerle una bebida caliente.

Andrómeda me espera hambrienta en el sofá, encima de su cojín favorito,


negro, como ella. Dos ojos verde esmeralda resplandeciendo en la oscuridad.
Durante mucho tiempo fueron los únicos que me miraron sin juzgarme. Salta
a mi encuentro enroscándose en mis piernas con el lomo arqueado, se deja
caer una y otra vez, se alegra de verme, pero es tan solo porque tiene
hambre.

Lo que más me gusta de los gatos es también lo que más odio. Animales
orgullosos, siempre impecables, perfectos, mirándote por encima del hombro
sabedores de que son mejores que tú.

Su dignidad les impide hacer algo que no les apetezca. Saben que pueden
sobrevivir sin ti, no te necesitan. Pero la comida gratis y las caricias hacen
que vuelvan siempre. A cambio, ellos te pagan dejando que les acaricies,
compartiendo su esencia con nosotros, dejándonos que por un momento nos
acerquemos a la serenidad.
Daría cualquier cosa por cambiarme por ella y tener la dignidad suficiente
como para marcharme, para no necesitar a nadie, para ser independiente de
mí y escapar de este cuerpo que se ha convertido en mi cárcel.

Veo a través de esos ojos verdes que a veces creo que me entienden. Apoyada
en el quicio de la ventana se pasa horas observando a la nada. Como una
esfinge, aguarda pacientemente su hora de comer, meditando, en trance. No
nos engañemos, yo no soy su dueña, ella es mi ama y me hace creer que es al
revés. Andrómeda pone las normas en nuestra relación, y también los límites,
por eso espero algún día poder parecerme en algo a Andrómeda, mi mayor
maestra en este mundo lleno de sufrimiento y dolor.

–¡Es preciosa, y muy cariñosa!–

–¡Qué no te engañen esos ojitos verdes, es una convenida! ¡Ven Andrómeda!–

–Escucha Natalia, quiero que sepas que si necesitas contarme algo, lo que
sea, estaré aquí para ayudarte…–

–Te lo agradezco, pero ahora mismo nadie puede ayudarme…, a no ser que
sepas quién es el asesino–rio incómoda.

–Yo también me he sentido así–

–Así, ¿cómo?–

–Perdida, sin rumbo, como si nada tuviera sentido, sola ¡Pero no estás sola,
hay mucha gente que te quiere aunque no te des cuenta!–

Alguien llama a la puerta.

–Perdona Violeta…–

–¿Cuándo pensabas contarme lo de Maite?–

–¡Rodrigo, te lo puedo explicar… no estaba segura de haber escrito sobre ella


en ese diario…!–abre la puerta empujándome.

–¿Qué no estabas segura? ¡Pero tú oyes lo que dices!–

–Violeta, ¿te importaría ir a la cocina y preparar té? Necesitamos estar a solas


un segundo–

–¡Claro!–

La cara de Rodrigo está completamente desencajada, jamás, en mi vida le


había visto así, y he de reconocer que me está empezando a asustar.

–Estábamos a punto de divorciarnos…–

–¡Cómo!–
–¡Me asfixiaba Natalia! ¡Está tan buena como loca!–se sienta en el sofá
desconsolado.

–No sabía nada–

–Nunca comenté esto con nadie, y ahora que estamos solos y nadie puede
oírnos… espero que no salga de esta…–

–¡Rodrigo, pero , qué! ¡Se supone que la quieres, me dejaste para estar con
ella!–

–La quise, y mucho… pero eso fue antes de todo. He de reconocer que me
enamoré locamente de ella. Lo siento Natalia ¡Era tan guapa…! Al poco
contrajimos matrimonio y yo monté mi empresa de informática. Fue bastante
duro al principio, pero me hice con una buena cartera de clientes que me
permitía llegar a final de mes sin estrecheces–hace una pausa.

–Prosigue por favor…–

–No sé qué le pasó Natalia, algo se rompió en su cabeza o tal vez siempre
estuvo allí. Controlaba todos mis movimientos. Cuando entraba y cuando
salía. Empezó querer un hijo a toda costa ¡Pero yo no quería tener un hijo!,
con la empresa despegando, la casa…, simplemente no era el momento, y
menos después de ver la bruja manipuladora en que se había convertido.
Maite sabía que quería dejarla y me amenazaba con quedarse con todo si lo
hacía; la empresa, la casa, el dinero, el coche… no sabes cuantas veces
fantaseé con ahogarla con la almohada mientras dormía plácidamente…–

–¡Tú, eres tú! ¡Tú eres el asesino, tú tienes mi diario!–

–¡No lo entiendes, me equivoqué al dejarte! ¡Ha sido el mayor error de mi


vida, pero ahora podemos estar juntos!–

–¡Sal ahora mismo de mi apartamento si no quieres que llame a la policía!–

–¿Va todo bien Natalia?–

–Sí, Rodrigo ya se iba–

Rodrigo sale de mi apartamento y me deja caer al abismo, ¿cómo no lo he


visto antes? ¿Rodrigo? ¡Es la última persona que creería capaz de hacer algo
así, ya no es el chico tierno y encantador que conocí! Necesito un cigarro,
urgentemente, y avisar a García.

–¿Tienes un pitillo?–

–Sí, claro–

Me tiemblan las manos y no consigo encenderlo, Violeta me ayuda y me saca


del apuro.
–¡Vamos García, coge el maldito teléfono!–

Suena el timbre, es García.

–¿Qué es tan importante? ¡Me has llamado como diez veces en cinco
minutos!–

–¡Ya sé quién es el asesino, es Rodrigo, él tiene mi diario!–

–Antes de nada relájate y toma asiento, ¿estás segura de lo que estás


diciendo?–

–¡Dice haber fantaseado con ahogarla con su propia almohada, quiere que se
muera!–

–Y… ¿eso es todo? Si todos los maridos que fantasean con matar a sus
mujeres fueran unos asesinos…, medio país estaría entre rejas–ríe dejándose
caer en el sofá.

–¡Cómo que eso es todo!, ¿qué más quieres? ¡Que quiere verla muerta, me lo
ha dicho…! ¿No has entendido lo que te he dicho?–me estoy poniendo muy
nerviosa.

–¡Tú escribías en un diario cómo morían tus amigos! ¿Acaso eso te convierte
en una asesina?–

–¡No! Pero esto es distinto…–

–¿Por qué es distinto? Tiene que ser él, es el único que se me ocurre, sino es
él, ¡dime tú quién demonios es!–

–Estamos trabajando en ello–

–¡Estáis trabajando en ello, perfecto, ahora me siento mucho más tranquila!–

–¡Eh, tampoco es para ponerse a así, y no lo pagues conmigo que yo no tengo


la culpa!–se incorpora.

–Mientras vosotros estáis trabajando en ello, mis padres están ahí afuera a
merced de él, ¿no vas a hacer nada al respecto?–

–¡Ya estoy haciendo todo lo que puedo!–

–¡Si tú no vas a mover un dedo tendré que hacerlo yo misma! ¡No me voy a
quedar de brazos cruzados mientras ese lunático va por ahí haciendo de las
suyas!–me pongo la chaqueta.

–¿Quién me dice a mí que no eres tú la asesina?–pregunta Rodrigo retrepado


en mi sofá con los brazos estirados en el respaldo y las piernas cruzadas. Si
no fuera por lo bueno que está le partiría la cara por lo que acaba de decir.
–¿En serio?–

–Es tu diario, y tienes el móvil de la venganza…–

Cierro la puerta con desprecio, no me puedo creer lo que García acaba de


insinuar. Este asunto ya se me ha ido completamente de las manos.

Vuelvo al hospital para ver como se encuentra Eva, sé que allí también
estarán mis padres.

–¡Vaya, dichosos los ojos!–

–Hola mamá, papá, yo también me alegro de veros–

–Pensábamos que ya no ibas a venir…–dice mi madre altiva.

–Estoy aquí, ¿no?, pues eso es lo que importa, ¿cómo está Eva?–

–Parece que mucho mejor, los médicos son optimistas y en unos días le darán
el alta. Gracias a Dios no le afectó a ningún órgano vital, ni ha habido
hemorragia… pero sus manos…, las tiene peor de lo que pensábamos, va a
necesitar mucha rehabilitación pero nunca volverá a tocar el saxofón–

–Me alegro de que esté mejor, pero mamá, también he venido a hablar con
vosotros, ¿os acordáis de Rodrigo?–

–Sí, claro, ¡Vaya pájaro! Te dejó bien tirada por esa amiga tuya… nena, no
puedes competir con mujeres así–

–Vale, después de apuñalar mi autoestima, ¿podéis escucharme por un


instante?–asienten con la cabeza no muy entusiasmados–no me preguntéis por
qué, ni como lo sé, pero Rodrigo está detrás de lo que le ha pasado a Eva. Es
muy largo de explicar y no lo entenderíais, solo quiero que si le veis
merodeando por casa o se acerca a vosotros llaméis a la policía…
¿entendido?–

Dejo a mis padres con la boca abierta, definitivamente creen que me he vuelto
loca, pero por lo menos mi conciencia estará tranquila poniéndoles sobre
aviso.

–7–

Han transcurrido dos días desde que Rodrigo vino a casa. Todo parece en
calma, pero mi relación con García se ha enfriado. Sigo pensando que Rodrigo
es culpable, Isaac en cambio, insiste en que no hay pruebas suficientes contra
él.

Violeta me ha invitado a cenar a su casa, dice tener algo muy importante que
decirme y voy a averiguar qué es.

Vive a tan solo dos manzanas de mi casa. Desconocía este dato por completo,
o no sé si lo mencionó en alguna ocasión y no logro recordarlo.

–¡Bienvenida a mi casa!–me abre la puerta con una gran sonrisa y un delantal


floreado en la cintura.

–Gracias, huele de maravilla. He traído una botella de vino para acompañar–

–Excelente, por favor pasa, pondré el vino a enfriar ¡Toma asiento, la cena
estará lista en diez minutos!–

La casa tiene pocos muebles y parecen bastante antiguos. Ventanas cerradas


a cal y canto, suciedad de años pegada en los cristales, cortinas descoloridas
corridas para que no entre la luz. No hay retratos, ni fotos, no hay nada, ni un
solo cuadro en la pared.

El estómago se me encoje y siento la oscuridad del alma de Violeta dentro de


estas cuatro paredes. Acabo de llegar y ya me arrepiento de estar aquí.

Un pequeño mueble en el recibidor. Negro, veteado, viejo y con la pintura


cuarteada a punto de desprenderse. El primer cajón, medio abierto, deja ver
multitud de cartas sin abrir. Encima, un pequeño jarrón de porcelana rosa con
rayas verticales doradas y dos asas descascarilladas a los lados en forma de
flor. En su interior dos claveles secos y marchitos. Colgado en la pared del
recibidor, un espejo roto me parte en dos. Divide mi cuerpo y hace que me
estremezca.
Las baldosas son idénticas a las del primer piso que mis padres compraron en
los ochenta. Una mezcla de piedrecitas negras, grises y blancas. La suciedad
se camufla entre sus colores. Las juntas que las separan son ahora negras, y
están repletas de mugre.

El salón es diminuto, tan sólo un sofá y una pequeña mesa marrón frente a
una vieja chimenea llena de ceniza y restos de madera quemada. Aún huele a
humo en la habitación. Me siento en su sofá gris agrietado y el cojín suelta un
quejido. El olor a polvo es muy intenso y desagradable, tapona mis fosas
nasales y su sabor pasa a mi paladar. Esta casa parece haber estado cerrada
durante mucho tiempo, o a lo mejor es que Violeta no viene mucho por aquí.
Definitivamente está es una parte de Violeta que no conocía.

–¡A comer, pavo relleno! Espero que te guste, me he pasado toda la tarde
cocinando–

–Realmente tiene muy buena pinta Violeta, y dime, ¿qué es eso tan importante
que tienes que decirme?–

–¡Me marcho, me largo a Brasil! He dejado el trabajo, me voy a recorrer


mundo…–

–¡Vaya, pues fenomenal, me alegro mucho por ti! Algún día yo tendría que
hacer algo parecido, ¿puedo ir al servicio antes de empezar?–

–¡Claro! Por ese pasillo, la primera puerta a la derecha–

Una puerta entreabierta al lado del servicio llama mi atención. No resisto la


curiosidad y sin pensármelo dos veces empujo la puerta. Delante de mis
narices, un enorme corcho marrón colgado en la pared con lo que parece ser
un mapa con de calles de Madrid. Me acerco y veo que algunas están
subrayadas en rojo, señaladas con chinchetas de colores junto a unos
nombres ¡Lola, Estefanía, Lorena, Abraham, Eva, Maite! Tapo mi boca con la
mano para silenciar un grito de horror.

–¡Oh, Dios mío!–intento no gritar.

En el escritorio un montón desordenado con fotos mías: caminando por la


calle, tomando un café, comprando en el supermercado, en la ventana de mi
apartamento… etcétera ¡Tengo tanto miedo que no puedo asimilar lo que mis
ojos están viendo! El miedo me paraliza y me hiela hasta el tuétano.

Seis cajitas de cartón, una de cada color. Los mismos colores de las
chinchetas del mapa, llaman mi atención. Abro la primera, la roja, dentro una
foto de Lola sentada en una parada de autobús, y otra sin vida sobre el asfalto
junto a lo que parece ser su móvil destrozado. Decido abrir la penúltima caja,
la amarilla, y si estoy en lo cierto habrá una foto de mi hermana dentro.

No me he equivocado, es Eva tocando el saxofón en el local de siempre.


Debajo una tecla de su saxo y otra foto. En esta, Eva se sitúa debajo de su
saxofón, en el suelo, rodeada de un charco de sangre y sin conocimiento.

Enciendo la luz de la habitación y mi corazón se detiene. Las paredes están


forradas de extraños dibujos que parecen haber sido realizados por la mano
de un niño pequeño. Figuras de niños ahorcados, decapitados,
ensangrentados… el asesino siempre es el mismo, una niña pequeña que ríe
malvada en una esquina del dibujo con un chuchillo en la mano lleno de
sangre.

Asustada, camino hacia atrás sin poder dar sentido a lo que acabo de ver
chocando con una estantería. Un par de libros caen al suelo. Intento
recogerlos antes de que Violeta se dé cuenta de que he estado fisgando en sus
cosas, pero de repente aparece mi diario entre ellos.

–¿Natalia, estás bien? He oído un ruido–entra en la habitación.

–¡Tú, fuiste tú, tú les mataste!–

–¡Te dejaste tu diario olvidado en la taquilla del metro, y juro que te lo quería
devolver!, pero entonces comencé a leerlo, y cada vez que leía lo que esas
horribles personas te habían hecho me enfadaba más y más aún…–

–¡Les has matado, no merecían morir!–mis ojos se llenan de lagrimas e


incredulidad.

–¡Ellos eran unos necios, no podían ver lo maravillosa que eres en realidad,
pero yo sí!–

Violeta me fue relatando uno a uno los crímenes que cometió, haciéndome
partícipe de la pesadilla que había sido su vida. Una niña fea y humillada,
igual que yo.

Padres ausentes que la sobreprotegían de forma desmedida, intentando


demostrar así un cariño que no era tal. No hubo excursiones en la infancia de
Violeta, ni parques acuáticos, ni fiestas de cumpleaños, en realidad no hubo
nada en su infancia. Un cuarto lleno de posters con sus ídolos de adolescencia
y comida basura que ingería descontroladamente para calmar el vacío que
llevaba por dentro.

Al cumplir dieciocho años y harta de las burlas de sus compañeros, decidió


dejar sus estudios. El padre, limpiador en la estación de metro, la enchufó
como taquillera para que no pasara tantas horas en casa frente al televisor
atiborrándose de bollos de chocolate.

Fue así como Violeta adoptó el rol de persona sumisa, dejándose llevar por las
decisiones que otros tomaban sobre su vida. Se subió al tren de la vida que
otra persona manejaba por ella y se dejó llevar. De carácter excesivamente
amable, complaciente, pasadora de pena, y pasivo agresiva. Solo hacía falta
un shock emocional para que la pequeña bomba de relojería en que se estaba
convirtiendo explotara. Y ese shock emocional llegó en forma de diario.
Dejé olvidado mi diario, sin ser consciente de ello, en su taquilla. Aquella
mañana, como muchas otras tras una noche de insomnio, no sabía ni como me
llamaba y buscando mi monedero en el bolso, dejé sin darme cuenta mi diario
en el mostrador. El primer impulso de Violeta fue correr detrás de mí para
devolverme mi diario, pero al darse cuenta de que el tren ya se había puesto
en marcha, se lo llevó a casa para dármelo al día siguiente.

El día siguiente llegó, pero Violeta nunca me lo devolvió. Esa mañana


desayunaba tranquilamente, con el diario encima de la mesa, y no pudo más
que leer un par de páginas movida por la curiosidad.

En ese instante en el que abrió ese diario, el destino de mis seres queridos
estaba escrito irremediablemente. Página a página, pasaba por mi vida
recordando la suya, despertando una sed de venganza dormida durante
muchos años. La bestia había despertado con mi diario y no había marcha
atrás. Todas y cada una de las personas descritas en ese diario iban a pagar
por sus pecados.

Siguió a Lola ese día, al salir del anatómico forense, hasta su casa. Al la
mañana siguiente, Violeta la esperaba en la parada de autobús de su casa.
Lola miraba compulsivamente su móvil, escribiendo dios sabe qué mensajes y
a quién, absorta y sin percatarse de que la muerte la acechaba al otro lado de
la acera.

El autobús se acercaba a la parada, Lola se levantó del asiento sin apartar la


mirada del móvil. La parada de autobús estaba repleta de gente, y entre la
marabunta, una mano la empujó por detrás. Uno de sus tobillos temblequeó, y
sus tacones de aguja no pudieron absorber el impacto, lanzándola hacia
delante. La asustada cara de Lola cayó encima del sucio asfalto ante la mirada
perpleja y aterrada de las personas que allí aguardaban. Y sin poder hacer
nada para evitarlo, el autobús se detuvo en la parada aplastando a Lola entre
sus ruedas.

La gente, horrorizada, avisó al conductor de lo que había sucedido, pero ya


nada pudieron hacer por salvar su vida. Violeta se quedó mirándola, con
miedo, pero después se sintió tan poderosa que los remordimientos no
aparecieron para torturarla.

Ella era nueva en esto de matar, y necesitaba un recuerdo de su víctima. Así


que, ni corta ni perezosa, hizo una foto del cuerpo de Lola y se marchó, no sin
antes arrancarle un mechón de cabello y robar su móvil aplastado.

Lola, mi compañera psicópata, era en realidad para Violeta Carlota, una


compañera de la estación de metro que le hizo la vida imposible durante años
y a la que nunca tuvo la valentía de plantar cara.

Lo de Lorena, en realidad fue la suerte del psicópata principiante. Violeta


poco o nada sabía de cintas de correr, así pues, improvisó sobre la marcha. El
día de la fatídica muerte de Lorena, Violeta ya tenía bien aprendida su rutina
en el gimnasio. Como cada día a las siete de la tarde, Lorena llegaba al
gimnasio, se enfundaba en su último modelito deportivo y se encaminaba a la
sala de máquinas.

Gracias a unos monitores muy poco profesionales y vigilantes, Violeta puto


colocar carteles de “Averiado” en dos de las tres cintas de correr. Se subió en
la que restaba y muy sigilosamente abrió el cajetín donde estaban los cables
de la máquina, cortó varios al azahar y tuvo tanta suerte que su plan salió a la
perfección. Lorena moría diez minutos más tarde, lanzada por los aires. Esto
llenó de confianza a Violeta, que cada vez se sentía más poderosa y tenía más
ganas de vengarse.

Lorena era Raquel, una amiga de Violeta que le dijo que no quería que la
volviese a llamar. Fría como un tempano de hielo y a la que tenía que seguir
viendo porque sus familias eran amigas.

Abraham fue quizás la víctima más fácil para Violeta. Él trabajaba en una
discoteca de moda como relaciones públicas y no tuvo más que echarle un
poco de matarratas en la bebida, lo suficiente como para acabar con su vida.

Abraham era en realidad Moisés para Violeta, su amor platónico desde


parvulario, y que con los años se fue alejando de ella, haciendo nuevos amigos
y relegándola al olvido.

Acabar con Estefanía tampoco fue muy difícil para la ya experta asesina de
“Violeta la mofeta” No hay muchos grupos de amigas en internet,
localizándola fácilmente e infiltrándose como una chica más en busca de
nuevas amistades.

Estefanía se creía que era la chica más enforna del grupo y siempre insistía
en ir la primera abriendo camino. Violeta supo congraciarse con ella, hacerse
su amiga, y le enseñó un nuevo sendero desconocido para ella hasta la fecha.
Cuando ya la hubo alejado lo suficiente de las demás integrantes del grupo, la
animó para que se acercara peligrosamente a un precipicio y allí la empujó al
vacío, golpeándose con una roca tras otra hasta exhalar su último aliento.
Rápidamente, volvió a mezclarse con el grupo, como si nada hubiese ocurrido.

Estefanía era Mónica, una chica que conoció en clase de pilates. Le prometió
muchas veces que serían amigas, pero nunca cumplió su promesa olvidándose
de Violeta y sumiéndola en una gran tristeza.

Yo misma la llevé hasta Eva. Le mostré mi casa y por ende la de Eva. No le


fue muy difícil dar con el local donde solía tocar con su saxofón. La esperó a
la salida, en la puerta de atrás del local. Eva abría el maletero de su coche
para guardar el instrumento, cuando la perturbada de Violeta le dio un
empujón que estampó su sien derecha con el chasis de la parte trasera del
coche. Eva tenía una brecha en la frente, y tumbada en el suelo, todavía en
estado de shock, se tapaba con la mano la herida de la que ya brotaba un
reguero de sangre. Abrió la funda del saxofón, y sin mediar palabra empezó a
golpearle con él. Al ver que ya no se movía, cogió sus dedos y se los chafó
sádicamente entre las techas. Cuando ya tuvo suficiente arrancó una techa, se
la metió en el bolsillo, hizo una foto de su obra y salió de allí corriendo.

Eva, mi hermana, era en realidad su hermano pequeño Jaime. Sus padres


siempre quisieron un hijo varón, pero sin embargo nació ella. Hasta que
nueve años más tarde llegó al mundo Jaime, el tan ansiado hijo varón. Nunca
quisieron que Violeta naciera, y una vez que Jaime vio la luz del día, Violeta
desapareció para sus padres. Todas las atenciones se centraron en él, hasta el
punto de descuidarla y hacerle feos apartándola como si ya no les valiese para
nada. A los ocho años, en una revisión médica del colegio, a Violeta le
descubrieron una desviación de columna y cuatro caries. Los médicos
anotaron claramente en el informe que sus padres debían llevarla al médico y
al dentista. Por aquel entonces, su madre ya estaba embarazada de Jaime. La
madre cogió el informe, lo metió en un cajón y jamás lo leyó, Violeta ya era
invisible para ellos.

En el colegio no te enseñan a cortar los frenos de un vehículo, pero internet


es una gran ayuda para una psicópata en prácticas como Violeta. La noche en
que llamé a Rodrigo porque necesitaba hablar con alguien, Violeta estaba en
la puerta de mi casa. Le reconoció inmediatamente al entrar por el portal, era
tal y como yo lo describía en mi diario. Le siguió a su casa y allí conoció a
Maite.

Con los años, Maite dejó un poco aparcada su afición de ir en moto, tan solo
la usaba los martes y jueves para ir a sus clases de yoga en el centro. Sin
espacio en el garaje, ocupado por dos coches, la moto de Maite tenía que
conformarse con dormir en la calle, a la intemperie. Circunstancia que
aprovechó Violeta para cortarle los frenos por la noche, mientras dormían. El
resto ya lo sabéis, Lorena no pudo frenar y salió despedida por los aires.
Sigue en coma, muy grave, en el hospital.

Maite era en realidad Lourdes para Violeta. Una compañera de trabajo que se
casó con un maquinista del que ella estaba perdidamente enamorada. Fabián
hablaba todos los días con Violeta. Le traía el café, leían juntos el periódico
cuando no había ningún cliente en taquilla... Violeta era feliz pensado que tal
vez tenía algún futuro junto al joven y apuesto Fabián, pero la incorporación
de la atractiva Lourdes a la empresa de transportes, dio al traste con todas
sus esperanzas, y vio como desaparecía literalmente para él. Toda su atención
se centraba ahora en la chica nueva, Lourdes. Con el paso de los años se
casaron y hoy en día son padres de dos niños preciosos.

–Estoy preparada, me entregaré si es eso lo que quieres…–

–Siento mucho lo que te ocurrió, pero tienes que entender que eso no justifica
lo que has hecho…–digo afligida. Entiendo perfectamente cómo se siente.

Violeta se dirige al mapa. Baja los hombros y apesadumbrada prosigue.

–¡Lo sé, sé que lo que he hecho está mal, pero cada vez que leía lo que te
hacían revivía mi propia historia, es como si de un plumazo hubiese acabado
con tus fantasmas y los míos…!–

–Tengo que avisar a la policía, lo sabes, ¿verdad?–

–Lo sé, y no te culpo por ello. Nadie me enseñó a querer. Con los años tan
solo aprendí a odiar a aquellos que tanto me lastimaron en el pasado, pero
cuando te conocí, me vi reflejada ¡Quería que pagasen por lo que nos han
hecho, no nos lo merecíamos Natalia, merecíamos otra vida!–

–¡Así es, así es!–

Con una palmadita en la espalda me despido de Violeta sintiendo más pena


que rabia por ella. Tengo que poner sobre aviso a García.

–¿El inspector García? Es urgente, tengo que hablar con él–

–Está en medio de un interrogatorio, puede esperar sentada si lo desea.


Cuando termine le aviso–

–Gracias…–

Se escuchan gritos, provienen del interior de la comisaría. Acaban de traer a


un hombre esposado, le acusan de apuñalar a su pareja. Otro llega cuando
con este no han podido todavía acabar con el papeleo, este por el robo de un
coche. Dos más, esposados, con la ropa hecha girones y con sangre en la
cabeza y las manos. Les siguen tres chicas, también esposadas, parece que se
han peleado con una banda rival.

Todos los malos acaban recibiendo su castigo, y aquí, sentada en el infierno,


donde todas las almas corrompidas por el mal van a parar para recibir su
merecido, me siento incapaz de decir que todas las personas que han muerto
en realidad no mereciesen morir, tal vez ese es su castigo.

Los jueces administran justicia en nombre de la ley, de un ordenamiento


superior. Todos estamos de acuerdo en que los malos tienen que pagar por
sus malas acciones. Ciertamente, la muerte quizás fue una sentencia
demasiado severa, pero no hay que olvidar todas las víctimas que se libraron
de salir heridas.

Ya nadie se verá presionado y acosado por la amargada vieja zorra de Lola.


Nadie nunca más sentirá que le da de lado la altiva y superficial Lorena.
Tampoco nadie sentirá que es un repuesto en la vida de mi queridísimo
Abraham. Ni nadie tampoco se ilusionará pensando que Estefanía es su nueva
mejor amiga y se topará con la fría distancia. Mi hermana no volverá a
torturarme con su dichoso saxofón y por fin podré dormir sin sobresaltos. Y
Rodrigo será libre lejos de la neurótica y controladora Maite, la cual, lo único
que quería era enganchar a un tonto que la mantuviera el resto de su vida.

Definitivamente se ha hecho justicia, y esta vez no ha sido el mazo de un juez


el que les ha condenado a pagar por sus crímenes, sino la mano de “Violeta la
mofeta”, que empujada por años y años de sufrimiento y soledad, limpió este
mundo llevándose un poco de mi dolor.

–¡Natalia, qué sorpresa! ¿Qué es eso tan importante que tenías que decirme?–

Me quedo mirándole a los ojos unos segundos, no sé por qué, pero parece que
mis labios no quieren soltar las palabras que llevarán a Violeta a pasar el
resto de su vida entre rejas.

–¡Te invito a cenar!–

–¡Eso era todo!–

–¿Te parece poco?–

–¡No, pero pensaba que tenías algo nuevo sobre los crímenes!–

–Nada nuevo. Todo está bien, muy bien…–

FIN

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