Maldad Primigenia V2
Maldad Primigenia V2
Maldad Primigenia V2
–1–
Últimamente todos los días son tristes para mí, y la muerte revolotea encima
de mi cabeza. Como un cuervo carroñero espera el momento en que me dé
por vencida para llevarse mi alma.
Don Antonio con su traje de los domingos, dentro del ataúd, maquillado y
arreglado, esperaba el último adiós de sus seres queridos. Yo me asomé como
pude, de puntillas, y me quedé mirando atónita su rostro. No parecía estar
muerto, solo dormido. Desde ese momento no dejé nunca de pensar en la
muerte, que silenciosa nos acecha desde que nacemos, esperando paciente el
día de la rendición de nuestros débiles cuerpos mortales.
La noche de ayer fue larga, como de costumbre me costó dormir a causa del
insomnio crónico que me acosa desde adolescente. He dado vueltas y vueltas
y no ha habido manera. He despertado como si no hubiese pegado ojo en toda
la noche y noto mi cuerpo cansado y mi mente espesa.
Mi cama está vacía y fría. Nadie duerme junto a mi cuerpo. Después de
asearme, abrocho mi camisa blanca frente al espejo cubriendo el enorme
tatuaje que sale por encima de mi pecho. Mi pelo está igual de espeso que mi
mente, revuelto, deja ver media cabeza sin cabello. Me la afeité en una de mis
“bajadas a los infiernos” La tapo con la otra mitad del pelo que se salvó y
parezco “casi” una persona normal.
–Aquí tienes. Por cierto, me gusta tu corte de pelo, un poco atrevido pero
mola…–
–Igualmente cielo–
–¡Mi diario!–exclamo.
Hace tan solo un año que trabajo en el instituto anatómico forense haciendo
informes, es decir, determinando la causa de la muerte. No quiero que me
entendáis mal, me encanta este trabajo, lo único malo es que tengo que tratar
con gente que no está muerta.
Todas las frases que empiezan o acaban con reina me erizan los vellos.
–Sí–
–Verás, bonita, como ya te comenté hace unas semanas, el papeleo tienes que
entregarlo en los plazos establecidos. Esto es una cadena y si uno de nosotros
no hace su trabajo correctamente, el trabajo de los demás no sirve para nada
¿Entiendes lo que te digo reina?–
–Sí, claro–
–Es que te veo tan relajada… no sé… hija… yo espero no tener que hacerlo
pero si recibo alguna queja por tu culpa voy a tener que dar parte a dirección
y que tomen cartas en el asunto–
Lola es una administrativa de cuarenta y dos años que se cree la directora del
centro. La tarea principal de Lola es hacerles la vida imposible a todos los
trabajadores nuevos, y ahora me toca a mí. Desde que llegué sufrí día tras día
el acoso de la amargada y frustrada Lola. La última administrativa que se
incorporó duró tan solo un mes en el centro. Cada día volvía a casa llorando
por el acoso que sufría por parte de mi “amiga” Al límite de su cordura, pidió
el traslado. Nuestros jefes, sabedores del carácter y del comportamiento de
Lola por las múltiples quejas y conflictos en los que se ha visto envuelta, no
solo no la han despedido sino que alaban su comportamiento. Mientras
controle la oficina y ellos no tengan nada que hacer, no les importa a cuantas
personas acose y destruya. Definitivamente son unos grandes profesionales
los que rigen nuestras vidas.
En mi diario muere arrollada por el bus urbano que coge para venir a trabajar
todos los días. Incapaz de plantarle cara y decirle lo que pienso, me desahogo
fantaseando con su muerte.
Me llamo Natalia y tengo veintinueve años. Soy hija única. Vivo en Lavapiés,
un barrio obrero de Madrid, en un pequeño apartamento que mis padres me
compraron para tenerme lejos y no tener que vivir conmigo. Hace ya ni se
sabe cuánto tiempo que no hablo con ellos y tampoco lo echo de menos. La
soledad es mi mejor compañera desde siempre.
Introvertida, seria y distante, esos son los adjetivos que mejor me definen.
Miope, desgarbada, delgaducha, narizona,…, ya os podréis imaginar que con
tales atributos nunca fui la chica más popular de mi clase, creo que ni
siquiera llegué a ser una chica. Era más bien la mascota de la clase, el
felpudo donde todos se limpiaban los pies antes de entrar. Blanco de burlas,
mofas y risas, mi fealdad me hizo dueña de numerosos apodos a cada cual
más cruel: narizona, gafotas, cuatrojos, espagueti, cara paella, etcétera. Una
larga lista con variaciones según la ocasión y el estado de ánimo de mis
acosadores que poseían un gran repertorio.
–¡Natalia, Natalia!–
–¡Qué!–
–¿Dónde estabas?–
–En mi mundo…–
Cabellos negros como el tizón, barba de más de tres días, ojos azul cielo y un
cuerpo esculpido por los dioses del Olimpo ¡Estoy segura de que se puede
rallar queso en esos abdominales! ¡Ay, qué malita me estoy poniendo! ¡Me
estoy saliendo del tema! El caso es que Andrés no siempre fue el “castigador
de nenas” que es hoy. En su día, al igual que yo, fue un niño acosado y
marginado por su fealdad ¡Sí, aunque cueste mucho creerlo, Andrés fue un
niño feo!
La mala salud que rondó a sus primeros años de vida, hizo que pasara más
tiempo en la consulta del médico y en el hospital que en clase. Andrés sufría
una extraña afección pulmonar que le impidió realizar ejercicio físico hasta
bien entrada la adolescencia. Los padres de Andrés, muy preocupados por lo
que le pudiera pasar a su retoño, le llevaron a multitud de médicos buscando
un diagnóstico que nunca llegó a concretarse. La falta de ejercicio físico llevó
a Andrés a rozar la obesidad mórbida. Os podréis imaginar cómo fue su
infancia: Gordo, zampabollos, tonel, foca monje, ballena, etcétera.
Se puede ver claramente que Andrés no siempre fue guapo porque hay algo
dentro de él, es decir, no es un cuerpo bonito hueco por dentro. No, es un
hombre sensible y atento que no babea cada vez que pasa la guarrilla de
turno más descotada de lo normal ¡No, él las ignora! Ellas por su parte,
indignadas por no llamar su atención, le odian a muerte. No hay peor cosa
que puedas hacerle a una mujer guapa y que le dé más rabia que no mirarla.
Se consuelan pensando “tiene que ser gay” Pero nada más lejos de la realidad
zorritas con poca o nula dignidad, lo cierto es que Andrés no os mira porque
está enamorado ¡Sí, porque está enamorado! No porque sea homosexual y no
le gusten las mujeres, sino porque es un hombre de verdad y no se le caen los
pantalones por la primera fresca que pasa por delante contoneando las
caderas para que le suban la autoestima.
Andrés es de los pocos hombres que pueden llamarse así, y que se viste por
los pies. Que nunca he sabido que significa esta frase pero tiene que ser algo
parecido a esto.
Por eso sé que Andrés no siempre fue guapo, y también porque América me lo
contó, claro está. Porque no está vacío, sino sería el típico guaperas chulito y
prepotente que se está mirando al espejo poniendo caras mientras hace el
amor contigo, admirando sus músculos y abdominales, y recordándote a cada
instante la suerte que tienes de que él haya decidió estar contigo ¡Por favor,
me dan pena ese tipo de hombres!
Los hombres en general, pero sobre todo los hombres guapos, tienen una
especie de “radar de tías buenas” pueden detectar una entre cien mujeres
feas y no equivocarse, todos coincidirán señalando a la misma mujer sin
margen de error posible. El resto, aparece para ellos como una masa borrosa.
Él y América, otra colega que también estudió con nosotros, son mis únicos
apoyos en el trabajo. Todos los días salimos juntos a merendar al bar que está
justo en la esquina de enfrente. En la universidad, ni uno ni otro reparaba en
mi presencia, pero al parecer han cambiado y ahora, después de tantos años,
perciben que existo y me dejan unirme a su grupo aunque solo sea a la hora
del descanso, eso me basta.
Todo el mundo odia a todo el mundo. Simplemente fingen que no es así, pero
todos sabemos que es una farsa en el gran circo que hemos construido y al
que llamamos sociedad.
–No, no me voy a casa porque prefiero estar al lado de un cuerpo sin vida que
sola en mi casa vacía, porque cuando llegue a casa no podré dormir y quizás
me vaya al cementerio, a tumbarme al lado de la lápida de mi difunta abuela
Adela, donde suelo dormir desde hace años–
No podemos decir la verdad. Todos tenemos una doble vida que ocultar.
Impulsos, pulsiones secretas que si vieran la luz del día nadie volvería a
acercarse a nosotros jamás. Por eso interpretamos constantemente el papel
que creemos que los demás necesitan de nosotros y seguimos en este teatro,
hasta que llegue la hora de bajarse para siempre del escenario y correr el
telón.
–2–
Otro día más en mi horrible vida. Echo en falta mi diario, sin el me siento
desnuda. Me pregunto dónde estará, en manos de quién habrá acabado. Lo he
buscado por todos y cada uno de los rincones de mi apartamento y nada, ni
rastro, volatilizado.
–¡Es Lola!–exclamo.
–¡Un autobús!–
–Perdona Natalia–
“Querido diario;
¡Oh Dios mío! Te juro que si tuviera un poco de valor se iba a enterar de lo
que es bueno. No puedo esperar a que el karma acabe con ella, tiene que
haber algo más rápido. Alguien que la espere en la parada de autobús de su
casa, por la mañana, y que mientras ella mira sus mensajes compulsivamente,
ya que es una adicta a las redes sociales, la empuje y uno de sus tacones, más
altos de lo aconsejable, se tuerza acabando su asquerosa cara contra el suelo
y siendo arrollada por el autobús. Prácticamente irreconocible, con media
cara desfigurada y su móvil destrozado ¡Pobre, pobre Lola, si no hubieses sido
tan zorra, ahora seguirías con vida!”
Tiene media cara hundida por el tremendo impacto. Seguramente iba tan
distraída con su móvil que no levantó la mirada de la pantalla antes de poner
un pie en la carretera, y cuando lo hizo, ya era demasiado tarde y el autobús
la embistió llevándosela por delante. La otra mitad de la cara está intacta,
sino fuera por este hecho sería prácticamente irreconocible.
–¡Lola, perdona! ¿No habrás visto un anillo en los lavabos? Me lo quité para
lavarme las manos y me lo debí dejar olvidado sin darme cuenta. Lo he
buscado por todos lados pero no aparece ¡Rayos!–
Un hijo se quiere más que nada en este mundo, pero no en el caso de mis
padres, que me engendraron sin pretenderlo, inconscientes por el alcohol y
los excesos. El amor entre ellos era como una droga y no podían vivir el uno
sin el otro, se ahogaban cuando estaban lejos, y a medida que fui creciendo
me convertí en un obstáculo. Así pues, me dejaban con cualquier persona que
quisiera hacerse cargo de mí por unas horas, unos días, unas semanas, unos
meses.
Mi cuidadora favorita, sin lugar a dudas, fue siempre mi abuela Adela. Ella
hizo en realidad el papel de madre. Con ella pasaba casi todas las tardes al
salir del colegio. Me acuerdo como si fuera hoy de sus sándwiches de crema
de cacao.
Ernesto fue mi abuelo y el gran amor de Adela, por desgracia murió antes de
que yo naciera, así que nunca llegué a conocerle. Murió en la guerra y mi
abuela hizo de su casa un santuario en memoria del gran amor de su vida. Los
ojos se le llenaban de lágrimas cada vez que hablaba de él, de lágrimas y de
alegría, de dolor y de felicidad. Muchas veces he pensado que a pesar del
inmenso dolor por su pérdida, haberle conocido le ha hecho ser feliz el resto
de su vida.
En sus ojos había tristeza, pero también satisfacción y serenidad. Nunca más
volvió a casarse, y tarde tras tarde me contaba cómo fue su vida junto a él.
Pero un día, como otro cualquiera, en la fábrica de telas, su vida cambió por
completo. Una mirada furtiva se detuvo ante ella, pero esta era distinta.
Ernesto entró por la puerta y no pudo más que detenerse al mirarla a los ojos.
Adela bajó la cabeza ruborizada pero ya era demasiado tarde, aquella mirada
era distinta a la de los demás, veía su alma a través de sus ojos azules y sabía
que ya le pertenecía.
Ambos contaban con dieciocho años. Ernesto era el hijo del dueño de la
fábrica, y su padre no vio desde un principio con buenos ojos el amor entre
los dos jóvenes puesto que eran de clases sociales diferentes.
Un día, Adela encontró una rosa roja encima de su máquina de coser junto a
una nota. Miró a los lados, olió la rosa y leyó aquella nota. Era de Ernesto, la
invitaba a reunirse con él a la salida, detrás de la fábrica, en el callejón.
Sin pensárselo dos veces, tras la jornada laboral más larga que recordaba, se
dirigió al encuentro de Ernesto. Finales de octubre, las temperaturas
comenzaban a descender y Adela intentaba entrar en calor frotándose los
brazos debajo de una finísima chaqueta gris. Ataviada con un vestido de
cuadros rojos y negros hasta los talones que dejaba ver su silueta de mujer.
Con el pelo recogido en un austero moño, dejando al descubierto los botones
en la espalda de su vestido bajando hasta su cintura, cobrando belleza y
notoriedad en el cuerpo de mujer de la hermosa Adela.
Una fina lluvia empezó a caer sobre su cabeza y el gatito huyó en busca de
refugio. De repente alguien se acercó apresurado.
–¿En serio?–
Adela no respondió a esa pregunta. Mirando sus ojos pudo ver su pupila
dilatada. El azul de su iris aperas se percibía engullido por su enorme retina
negra a punto de devorarla.
Una gota de lluvia cayó en los labios de Adela haciéndolos más apetecibles, si
es que esto último era posible. Ernesto se quedó mirando esa gota, excitado y
sediento. La aproximó a su pecho y le dio el beso más tierno y sincero que un
hombre puede dar a una mujer.
El amor había surgido entre los dos adolescentes y no importaba nada más.
Ese beso selló un amor eterno que tan solo la muerte destruiría.
–¡Ernesto, creía que no volvería a verte nunca más!–se arrojó en sus brazos
emocionada.
–Adela, ¿me harás el hombre más feliz de este mundo y te casarás conmigo?–
De la pequeña cajita negra brilló un precioso anillo de oro con una enorme
piedra roja.
Ese anillo significaba mucho para mí. Lo llevaba puesto en mi dedo anular
desde el día en que mi abuela falleció, y así sentía que algo de ella me
acompañaba. Sobre su lápida suelo dormir en mis noches en vela. Vago por el
cementerio hasta llegar a ella, acaricio su nombre y la dedicatoria, y me
tumbo a su lado hasta quedarme dormida.
–Claro–
–Segurísima–
–¿Pruebas?... no–
–Entonces será mejor que pienses bien tus palabras antes de acusar a alguien
sin tener nada que lo demuestre–dijo Lola altiva dejándoles atrás.
–¡Eres una vieja zorra amargada, ten cuidado porque algún día alguien te
dará tu merecido!–
–¡La autopsia, no, por favor! ¡Cómo te voy a pedir que le hagas la autopsia a
una compañera! Se encargará otro colega, está de camino. No te preocupes,
todos estamos conmocionados–
La maldad corría por las venas de Lola desde el primer llanto al nacer. La
maldad primigenia estaba escrita en su ADN. No había escapatoria, tan solo
hacía falta un hecho traumático para que desarrollara el gran potencial que
tenía dentro.
Fue una niña feliz. Le encantaba pegar a los demás niños y quitarles sus
juguetes, disfrutaba arrebatándoles lo que más querían. Esa pulsión se fue
haciendo cada vez más y más fuerte en ella, no pudiendo estar cerca de
personas alegres sin hacerles sentir un poco de lo que la quemaba por dentro.
Ciertamente, Lola siempre fue fiel a sí misma, e hizo lo que realmente quería
en la vida encontrando su vocación: hacer sentir mal a los demás. Cada vez
que destrozaba a alguien era como si en su interior una gran fuerza
revitalizadora se apoderara de ella, la llenaba de energía y la tranquilizaba.
En casa no entraba tal consuelo. Una hija adolescente, en la edad del pavo,
con la que se comunicaba a través de la puerta de su cuarto y un divorcio
hacia cinco años del que aún no se había recuperado. Al igual que su ex-
marido, anulado como persona después de tantos años a su lado.
¡Era tan feliz en su trabajo! ¡Los nuevos son tan sumisos! Confiados,
inocentes… y Lola podía destrozarlos a su antojo. Sus jefes estaban de
acurdo, así que ella campaba a sus anchas por el anatómico forense poniendo
sus propias normas y haciéndolas cumplir a raja tabla.
Los papeles que le prometí rellenar están encima de mi mesa, y bajo estas
nuevas circunstancias ya no los voy a poder entregar a tiempo, aunque no
creo que tenga nada que decir al respecto ¡Tengo que volver y acabar mi
trabajo!
–3–
Corro todo lo que puedo. El rostro desfigurado de Lola se me repite una y otra
en mi mente torturándome. Escribí sobre ella en mi diario, el que me dejé
olvidado. Allí apunto todas mis emociones ocultas, mis secretos, de lo que
nunca me atrevería a hablarle a nadie. El no me juzga, está ahí cuando le
necesito, y ahora que tanta falta me hace ha desaparecido.
Hace mucho frío y está empezando a nevar. Los rincones de las aceras poco a
poco se llenan de montoncitos perfectos de diminutos copos de nieve, unos
encima de otros. Me acurruco en mi gabardina negra y me escondo debajo de
mi gorro negro de lana. El cabello sobresale descansando en mis hombros y
haciendo las veces de bufanda. El vaho se me escapa con cada exhalación
como si estuviera atado a mi garganta, intenta escaparse a cada paso pero yo
no le dejo marchar, lo necesito para seguir con vida. Es de las únicas cosas
que nunca me han abandonado. Noto la humedad en mis leotardos de rayas
blancas y negras. El frío se cala entre los minúsculos agujeros que la lana
deja libres. Mis pies quieren salir de mis zapatos negros de caballero dos
tallas más grandes, se mantienen en su lugar por unos finísimos cordones.
Sigo caminando, y no sé cómo mis pies me han traído a un viejo local. Noches
de desenfreno, alcohol y sexo con desconocidos. Hace mucho tiempo, quizás
demasiado tiempo, que no me dejo caer por aquí.
Dudo si debería entrar. Abro mi bolso y saco un cigarrillo. Mis dedos están
congelados por el frío y apenas los noto. Doy la primera calada con tanta
fuerza que me hace toser y la garganta comienza a picarme. El pulso me
tiembla.
Tiro la colilla al suelo y la apago con el pie. Decido entrar al local. Suena
“November rain” de Guns & Roses, una de mis canciones favoritas. Los vellos
se me erizan y me emociono. Ya en la barra del bar, pido una cerveza al gordo
y grasiento camarero que se está rascando el culo mientras con otra mano
prepara una copa.
–¡Gracias!–
–¿No crees que ya has bebido suficiente? Demasiado alcohol para un cuerpo
tan pequeño–dice uno de los chicos pidiendo una copa.
–¿Qué si vivo cerca de aquí, por, me vas a acompañar a casa?, no, en serio,
¿me vas a acompañar a casa?–
Aquel amable joven me acompañó a casa. La verdad es que iba tan borracha
que si ahora mismo le viera por la calle ni le reconocería, ahora bien, de lo
que sí me acuerdo es de lo que no sucedió al llegar a casa.
–¡Natalia, un nuevo caso para ti! Mujer de veintisiete años, rubia, ojos verdes,
complexión delgada. Según el informe de la policía se encontraba corriendo
en una máquina del gimnasio cuando está falló aumentando drásticamente la
velocidad, los botones no respondieron, sus piernas no pudieron más y salió
despedida acabando estampada contra la pared. El fuerte impacto en la
cabeza fue mortal. Tienes una semana para entregarme el informe. Necesito
los papeles encima de mi mesa lo antes posible, la gente quiere saber qué ha
pasado y si pueden o no ir al gimnasio tranquilamente–
Un par de meses atrás, había coincidido con Lorena en ese mismo gimnasio.
–Pensaba en mis cosas, ya sabes, estaba a mil kilómetros de aquí. Por cierto,
perdona por no contestarte…–
–Lo sé, lo sé y lo siento, pero con la boda, el trabajo y todo eso no he tenido
tiempo de nada más–
–Con esto de la boda estoy bastante liada, si eso después, o ya nos veremos
por aquí, ¿no?–
Me hubiese gustado parecerme un poco a ti, tan frágil, hermosa, como una
bella princesa, rodeada de un halo de luz blanca. Pero tu pagaste mi amor con
distancia e indiferencia ¿Por qué no contestabas mis mensajes, por qué?, ¿por
qué nunca tuviste el valor suficiente para decirme a la cara que ya no querías
que fuésemos amigas, que soy demasiado poca cosa para una chica como tú?
O simplemente podrías haber buscado una buena excusa para no poder
verme, haberme dado largas hasta que me cansase. Hubiese sido mejor que el
profundo dolor de no saber por qué ya no me quieres.
Dos años menor que yo, conocí a Lorena en su primer año de medicina, para
mí era el segundo o el tercero, no recuerdo con nitidez esos años. Enseguida
me llamó la atención; tímida, preciosa, frágil, muy sonriente y amable con
todo el mundo, entablamos una amistad y nos hicimos inseparables, pero por
un corto espacio de tiempo.
–¡Es Lorena, una amiga mía, bueno, éramos amigas! ¡No puedo Walter, no
puedo!–
–¡Natalia!, ¿estás ahí? Soy Walter, no pasa nada, queremos que sepas que
otra persona se encargará de realizarle la autopsia a Lorena… puedes irte a
casa a descansar, tienes el resto del día libre. Mañana ya hablaremos con más
calma–
A mis espaldas, hay un colchón sucio y viejo con una persona durmiendo
encima, rodeada de personas trajeadas, con sus maletines y sus zapatos
brillantes, y por supuesto, sus ojos vacios. Nadie le mira, como si no le vieran,
siguen con sus vidas. Es totalmente invisible para ellos. Exhibiendo sus
carísimos teléfonos, sus tabletas, su nivel de vida delante de alguien que no
tiene nada, ni siquiera esperanza.
Yo en cambio tengo que mirarle, creo que debo mirarle a los ojos, hacerle
sentir que no es invisible, que yo si le veo. Veo un pozo de tristeza en sus ojos
cansados. Me mira y puedo percibir cómo me grita que le salve. Sin embargo,
no sabe que yo no puedo ni salvarme a mí misma. Rebusco en mi cartera y le
entrego un billete de cincuenta euros. Asombrado, me da las gracias
emocionado y me desea un buen día.
Su piel segrega una especie de aceite entre sus granos, y hablando se le han
escapado un par de palominos impactando brutalmente contra mi ojo y nariz.
Nunca me había dado cuenta de lo fea que es la pobre, siempre detrás del
cristal de la taquilla del metro. Aunque, yo menos que nadie puedo hablar de
fealdad.
Empujo la pesada verja negra que separa el mundo de los vivos del de los
muertos y me adentro en el cementerio.
Eulalio es uno de los capataces que guardan el descanso de los muertos. A sus
sesenta y cuatro años, tan solo le resta uno para jubilarse y volver a
relacionarse con los vivos. Aunque yo sé que no desea dejar este lugar, lo ama
demasiado, al igual que yo.
Soy consciente de que le veré muchas veces por aquí cuando se jubile. Él, al
igual que yo, se ha acostumbrado a este silencio sepulcral y ya no tiene sitio
entre los que caminan. Dos hijos mayores, varones, nietos, una mujer
aburrida y parlanchina en casa…, la jubilación es lo último que necesita en
este momento.
Sabe de sobra que se convertirá en uno de esos abuelos a los que les dejan a
cargo de los nietos, y que por mucho que los quieran, la época de cuidar niños
ya quedó atrás. Ese es su mayor temor, convertirse en una niñera, anciana, y
sin voz. Tener que asumir el papel de abuelo consentidor, con los bolsillos a
rebosar de chucherías y pañuelos llenos de mocos. Él esperaba algo mejor en
la última recta de su vida. En la última parada antes de dormir para siempre,
por eso, y gracias a su plan de jubilación, Eulalio ahorró lo suficiente como
para poder vender su casa y comprar un apartamento cerca del mar para
pasar allí sus últimos días junto a su esposa.
Antonia, su abnegada esposa, madre y abuela, dio al traste con sus planes al
no poder marcharse tan lejos de sus nietos y dejar a sus hijos sin las niñeras
que tanto necesitan. Esa es la razón por la cual Eulalio ya no camina, solo se
arrastra, esperando así que el tiempo pase más despacio y nunca llegue a
cumplir los sesenta y cinco. Pues es consciente de que ese día la cuenta atrás
habrá empezado y el día de su muerte correrá velozmente hacía él
buscándole. Desde que sabe cuál será su final, sufre de tremendos dolores en
las articulaciones, como si ya se estuviese empezando a desintegrar por
dentro. La cuenta atrás ha comenzado.
–¿Un diario?–
Algunas lápidas están olvidadas y sucias, ya nadie les recuerda, por eso yo
quiero que me quemen, que me quemen y después hagan lo que quieran con
mis cenizas. No quiero ser una lápida olvidada por el tiempo y las personas,
rodeada de otras llenas de flores con familiares afligidos llorando la pérdida.
Gustavo, el otro capataz, sabe que me cuelo por las noches pero no me dice
nada. Las noches son muy largas, y Gustavo, veinte años más joven que
Eulalio hace ya dos que se encarga de vigilar el cementerio cuando cae el sol.
Gustavo es un hombre muy poco hablador. Sé muy poco de él, tan solo que
sigue soltero. Nunca ha tenido pareja, y sigue viviendo con su madre a la que
cuida debido a su avanzada edad. La vida tampoco ha sido muy generosa con
él en lo que a belleza se refiere.
Nariz aguileña, ojos azules, saltones, dientes montados unos encima de otros
y una escoliosis idiopática gravísima de la que no le operaron cuando era un
niño y que, a causa de la rotación de su columna hacía la derecha y con un
grado de desviación de noventa grados en la zona torácica-lumbar, tiene una
giba en el lado izquierdo de la espalda. Esta deformidad le hizo valedor de
multitud de apodos y burlas, conociéndole en el barrio como el jorobado del
cementerio. Los niños no quieren acercarse a él, su físico les da pavor. Las
madres, por su parte, desconfían de él como si fuera una especie de
pervertido o asesino en serie y fuera a secuestrar a sus retoños, meterlos en
el maletero de un coche, descuartizarlos y desperdigar sus restos por el
monte.
Pechos pequeños, casi inexistentes, esto fue clave para situar al corazón
tatuado en el lugar que realmente le corresponde, lleno de venas y arterias,
rojo, latiendo, dentro de mi cavidad torácica y rodeado por mis costillas.
Echando la vista atrás, quizás debía de haberlo pensado mejor antes de
hacerme este tatuaje que hoy en día intento camuflar con mi ropa.
Otro día más en mi insignificante vida. Vuelvo al trabajo, no tengo más
remedio. Walter, mi supervisor, me mira de forma extraña esta mañana
mientras conversa con un compañero. Como jefe, he decidir que no puedo
quejarme. Exigente, perfeccionista, pero también, atento, considerado y muy
educado. Si no fuera mi jefe, habría intentado quitarle la bata blanca hace
tiempo. Él está soltero, igual que yo. Veo a través de sus ojos, y me importa
un bledo sus ciento veinte kilos de peso. Almas gemelas, hemos vivido el
mismo calvario por estar encerrados en unos cuerpos que no reconocemos
como nuestros. Hoy me mira distinto y lo noto, sin darle más importancia
entro en la sala de autopsias, hay otro cuerpo encima de mi mesa.
Mis gritos alertan a mis compañeros que a toda prisa entran en la sala.
–¡Hola guapa, cuánto tiempo!–me dio dos besos como si tal cosa.
–¿Qué mensajes?–
–No tengo tiempo para nada, solo como y duerno. No tengo días libres, pero
podemos quedar en Diciembre–
“Querido diario;
Sinceramente, creo que he alargado demasiado una amistad que murió hace
ya muchos años y que yo no supe aceptar. Tras el primer desplante tuve que
olvidarme de él y no lo hice. Cuando se quedaba solo volvía a mí, y yo siempre
le recibía con los brazos abiertos, ese fue mi gran error, estar siempre
disponible. No me importaba que prefiriese quedar con sus nuevos amigos,
que no me invitara a sus cumpleaños, ya que prefiere celebrarlos con la
pandilla de turno, no, yo le acogía con los brazos abiertos y él se acostumbró
a que yo fuese su segundo plato. Sin dignidad ni amigos suficientes como para
rechazarle.
Pero hoy tu desprecio ha roto algo dentro de mí. Sin ningún miramiento me
has vacilado, a la cara ¡Vernos en un par de meses, que te crees que soy
tonta! ¿Acaso crees que no sé que el motivo real por el cual no quedas
conmigo es porque ya tienes un nuevo grupo de amigos con el que salir de
fiesta?
Cursos de cocina, baile, idiomas, cualquier sitio era bueno para conocer a otro
grupo nuevo de amigos con el que salir. Durante esos periodos se olvidaba de
mí. Alternaba con sus nuevos amigos hasta que se peleaba con ellos. Entonces
regresaba a mí hasta que se hacía de unos nuevos.
Nunca fui una amiga para él, más bien alguien de repuesto cuando la gente
con la que realmente quería salir no estaba disponible. Al principio la gente le
adoraba, era el alma de la fiesta, pero a medida que le iban conociendo, se
hacía visible su verdadera apariencia. Un ser ególatra, narcisista, malvado y
muchas veces sin sentimientos.
Nuestra relación se basó en esos lapsus de tiempo que tenía muertos entre
pelea y pelea, mientras se hacía de otro grupo nuevo de amigos con el que
salir de fiesta. Cuando ya tenía su calendario ocupado me hacía luz de gas,
dándome largas, no contestándome las llamadas y los mensajes, poniendo
excusas o pretextos, hasta que como siempre se quedaba solo y tenía que
volver a mí.
Un par de años atrás, sus padres le dieron un ultimátum para que abandonara
la vida frívola y de excesos que llevaba y se buscara un trabajo. Creo que
nunca le conocí ningún trabajo, y su vagancia le hizo coger el único para el
que no necesitaba experiencia ni estudios; relaciones públicas de una
discoteca.
Hacía ya meses que no nos veíamos. La última vez que conversé con él, me
estuvo hablando de un nuevo grupo de gente con la que salía. Por supuesto no
entraba en sus planes quedar conmigo, ni se le pasaba por la cabeza, ya
estaba bastante entretenido.
Me pregunto cómo habrá muerto, espero que no sea de la misma forma que
yo describí en mi diario: Envenenado. Alguien, quizás algún amigo vengativo
le echaría algo en la bebida y a la mañana siguiente aparecería en su cama
sin signos de vida ¡Ruego al cielo que haya muerto por otra causa! Porque
como no sea así y mis temores se confirmen la poca cordura que me queda se
esfumará.
Me coge del brazo, como si pensase que voy a volver a perder el conocimiento
en cualquier momento, y caminamos por los alrededores del anatómico
forense.
–¡Hombre Natalia! No hay que ser muy avispado para ver que hay un nexo en
común que une a todas las víctimas ¡Tú!–
–No, en absoluto–
–¿Dónde se encontraba usted ayer entre las diez de la noche y las ocho de la
mañana?–
–En casa–
–Usted conocía a las tres víctimas… y las tres han sido halladas muertas, una
detrás de otra…–
–¿Cómo dice?–
–Sustancia tóxica…–
–4–
–¡Estás pálida!–
–¡Huele, es alcohol!–
–¡No es molestia tonta!, y así me aseguro que llegas de una sola pieza–ríe.
Voy dando tumbos hasta llegar a casa. Violeta me sostiene del brazo, leo en
sus ojos que teme que me vuelva a marear. Nunca hasta hoy había reparado
en Violeta. Nuestra relación se basaba en un saludo cordial seguido de mi
billete de metro. No sé por qué no me habré fijado antes ella, parece una
buena chica. Hoy lleva una especie de diadema de terciopelo morada que
intenta contener su cabello recogido en una coleta. Huele a rosas y la verdad
es que es bastante agradable tener alguien que se preocupe por ti, aunque en
realidad para mí sea una total desconocida.
Parecía que no, pero tiene carácter la mosquita muerta. Ni corta ni perezosa,
me coge del brazo y entramos al edificio.
–¡Qué!, ¿ le vas a dar al botón o esperas a que yo adivine en qué piso vives?–
–¿Te apetece pasar a tomar algo? No sé, después de todas las molestias que
te has tomado es lo menos que puedo hacer…–
–¿Quién es?–
–De eso ya hace mucho tiempo… por cierto Violeta–le cojo de la mano con
fuerza para llamar su atención–tienes que hacerme un favor–la miro fijamente
a los ojos–averigua dónde está mi diario, sé que alguien lo tiene–
Con la taza de té aún caliente entre las manos, me asomo a la ventana. Al otro
lado, un diminuto gorrión se posa en el quicio sin percatarse de mi presencia.
A tan solo unos centímetros otea el horizonte, perfecto, completo, feliz. A este
lado, la oscuridad de mi vida y la soledad como destino. Mis ojos se
humedecen, recordando gracias a ese bello pajarillo lo que yo no soy ni seré
jamás; libre. Prisionera de mí misma, cárcel sin barrotes en la que me hallo y
de la que difícilmente lograré salir en esta vida. Pero ahora tengo una
preocupación más grande que mi depresión crónica; alguien está haciendo
realidad mis deseos más ocultos. Alguien se está vengando por mí, en mi
nombre, de todas las personas que me hicieron daño, y tengo que averiguar
quién está detrás de todo esto y qué demonios pretende.
Necesito ayuda, hablar con alguien, contar lo que me está sucediendo, pero
olvidaba que estoy sola en este mundo y nadie acudiría a mi llamada de
auxilio. Nadie, menos una persona, no le queda más remedio.
–Hola soy yo, te necesito–hago una pausa–tiene que ser ahora mismo, te
espero en casa–
Comienzo a besarle cuando aún parecen querer salir palabras de su boca. Con
mis labios las silencio. Él me sigue sin muchas reticencias y nos dirigimos al
dormitorio mientras nos desnudamos el uno al otro por el camino.
Es una historia que no me gusta recordar. Hay recuerdos que están mejor
guardados bajo llave, y vivencias que no vale la pena ni mencionar. Esta es
una de ellas, y ojalá, por lo que más quiero no hubiese conocido nunca a
Rodrigo en una tarde lluviosa hace cuatro años, en el portal de mi edificio, al
tropezar bajando los escalones.
Uno de mis tobillos, no recuerdo cual, se torció y el otro pie resbaló a causa
del suelo mojado. Llegué rodando a la calle. La misma calle por donde
caminaba casualmente Rodrigo. Como todo un caballero vino en mi auxilio, y
tras comprobar que no podía caminar, muy amablemente me acompañó a
urgencias.
Dicho y hecho. El año pasó y ninguno de los dos encontró pareja. Para
entonces yo ya estaba perdidamente enamorada de él. Probamos eso de ser
pareja, y sorprendentemente éramos terriblemente compatibles en la cama,
todo temblaba a nuestro alrededor. Confieso que me hice adicta él, a su olor,
a sus besos, a su piel. Rodrigo en cambio no estuvo nunca enamorado de mí, y
yo era consciente de ello. Tan solo la soledad le ataba a mí.
Transcurrieron así dos años y medio en los que fui la persona más feliz del
mundo, hasta que un poco de dieta y ejercicio nos separaron definitivamente.
Rodrigo, con su nuevo cuerpo torneado a base de gimnasio, empezó a atraer a
hembras en celo, a cientos de ellas. Él por fin fue consciente de lo guapo que
era. Yo por el contrario, lo supe desde el primer día. Solo rogaba al cielo que
este día nunca llegase. Pero desgraciadamente llegó. Nunca estuve a la altura
de Rodrigo y lo sabía, lo sabía y viví un sueño que nunca me perteneció.
Cuando estuvo seguro de que la relación con aquella chica iba en serio se
armó de fuerzas para abandonarme. En ese momento saqué un poco de la
maldad con la que me estaba envenenado y le propuse un pacto. Él siempre
estaría ahí cuando yo le necesitase, para cubrir todas mis necesidades,
¡todas! A cambio, yo mantendría la boca cerrada y no le contaría a su
mujercita que estuvo una buena temporada acostándose con las dos a la vez.
–Sí, no entiendo…–
Enciendo la pequeña luz del techo y desnudo mi alma ante Rodrigo. A los
doce años empecé a escribir todo lo que se me pasaba por la cabeza en un
diario, y cada vez que llenaba uno compraba otro, así hasta hoy en día. Todos
y cada uno de mis diarios están en este cuarto, archivados por antigüedad,
aún hoy los leo cuando quiero recordar la Natalia que fui.
Los toca asombrado, perplejo, creo que ahora piensa que estoy un poco más
loca.
–¡Vamos, inténtalo!–
–En mis diarios suelo dar rienda suelta a mi imaginación, y en ellos descargo
toda la ira sobre las personas que me han herido. Describo cómo mueren una
a una…–agarro mi corazón tatuado–¡Está pasando Rodrigo, está pasando!,
¡están muriendo exactamente como describía en mi diario!–
–¡No lo sé, pero alguien se está tomando la justicia por su cuenta! ¡Tienes que
tener mucho cuidado, no recuerdo si en ese diario estabas tú!–
Ya os he comentado anteriormente que soy hija única ¡Ojala esto fuese cierto!
La verdad es que en el libro de familia pone algo muy distinto.
Desgraciadamente tengo una gemela. Había otro feto en el vientre de mi
madre. Sé que es imposible, pero estoy casi segura de que en ese instante
surgieron los problemas. Un espacio demasiado pequeño, ella no quería
compartirlo.
La primera vez que pisé un hospital fue a los dos años. No recuerdo muy bien
cómo pasó. Yo estaba jugando en el balcón con Eva, cuando de repente cogió
mi cabeza y me estampó contra la bombona de butano. Mis padres alarmados,
corrieron al hospital conmigo en brazos. El fuerte golpe me había producido
una importante brecha en la cabeza y la sangre brotaba descontrolada. Esa
fue la primera señal de que algo no funcionaba bien dentro de Eva. La maldad
ya anidaba en su pequeño cuerpecito. Pero mis padres quisieron creer que
fue un accidente, cosas de niños.
Pero al cabo de tan solo unos meses, tuvieron que regresar al hospital. Una
tarde como otra cualquiera, Eva y yo jugábamos en los columpios de un
parque próximo a casa. Eva me acorraló, interponiéndose en mi camino, me
hizo retroceder y cuando sentí el frío hierro del columpio en mi espalda,
volvió a repetir exactamente lo que ya hizo hacía tan solo unos meses. Agarró
mi cabeza y la estampó con fuerza contra la barra lateral del columpio.
Nunca he sentido que pertenecía a algo, que tenía una familia. Mis padres
estaban demasiado ocupados con la traviesa Eva como para hacerme caso. Al
final, este comportamiento se convirtió en un hábito y yo no tenía lugar en sus
salidas, sus charlas, sus afectos. Fui relegada al olvido, a la oscuridad, a la
incomodidad de ser alguien al que hay que ocultar para no tener problemas.
Eva fue creciendo al igual que yo, pero también su rabia y frustración.
Acostumbrada a tener todo lo que deseaba, pronto se dio cuenta de que en la
vida no siempre se consigue todo lo que se quiere. Así pues, sufría ataques de
rabia descontrolados donde gritaba, chillaba y destrozaba todo a su paso.
–Si yo solo lo decía porque como el otro día parecías tan ida…–
–¡El que estaba tendido sin vida en la camilla era amigo mío!–definitivamente
esta tía es subnormal. Me gustaría ver qué cara hubiese puesto ella en mi
lugar.
–Sí, claro–
–Nunca me creeríais…–
–¡Inténtalo!–
–¿Cómo sabemos que la que se ha tomado la justicia por su cuenta no has sido
tú misma?–
–Quiero que sepas que si no estás ya entre rejas es porque tienes una
coartada…–
–Después de bajarme los pantalones yo creo que me puedes llamar de tú, ¿no
crees?–
–¡Usted, digo tú, eres el del bar…!–me cuesta cerrar la boca del asombro.
–Lo, lo siento, no recuerdo nada de esa noche, me pasé con las copas…–me
rasco la cabeza, estoy confundida–¡Entonces sabes que no he sido yo!–
–¡Siento mucho interrumpir, pero será mejor que venga! ¡Natalia, tu mejor
espera aquí!–
La ruptura con Rodrigo fue muy dura para mí. Por fin creía haber encontrado
a esa persona, a esa media naranja con la que compartiría el resto de mi vida
y junto a la que envejecería. Pero su abandono y su traición me dejaron seca,
sin apenas sangre en las venas para seguir con vida. El aire pasó a ser
demasiado espeso para respirarlo y mi vida se convirtió en un infierno.
Toda mi vida he estado sola, y al conocer a Rodrigo supe lo que era tener a
alguien a mi lado. Tras su marcha volví a quedarme sola, a caerme al pozo sin
fondo del que me había costado tanto trabajo salir, pero ahora el pozo era
más oscuro y no alcanzaba a ver la luz.
Durante los últimos años, maté mis fines de semana vacios y solitarios con un
grupo de amigas que encontré por internet. Quedaban para salir, cenar,
charlar. Allí fue donde conocí a Estefanía, una chica cinco años mayor que yo.
Morena de pelo largo, grandes ojos marrones, y aficionada al senderismo.
Pronto nos hicimos amigas y empezamos a quedar al margen del grupo de
amigas.
Su soledad me hizo recordar la mía y la invité a que pasara todo el tiempo que
quisiera con nosotros. Me daba mucha pena, me veía a mí misma a través de
sus ojos. Sé perfectamente lo que se siente al llegar a una casa vacía donde
no te espera nadie, y no quería que eso le pasara a ella.
Pero Rodrigo se acabó yendo de mi lado y volví a estar como Estefanía; sola.
Fue entonces cuando le conté lo sucedido y no obtuve la repuesta que yo
deseaba.
–Si os habéis separado es porque no teníais que estar juntos, mejor así
Natalia, ya verás–
–Lo sé, pero duele, sé que no era mío pero yo quería que lo fuese ¡Ahora me
siento tan sola!, ¿tienes planes para este fin de semana?, podríamos ir a
cenar, o a tomar algo…–
Pasé una semana sin hablar con ella. Me propuse no volver a llamarla ni
mandarle un mensaje, pero sucumbí a la tentación y le mandé otro mensaje
por si quería venir de compras conmigo. Nunca respondió a ese mensaje.
“Querido diario;
¿Cuántas personas más me tienten que dar de lado para que sea ya
suficiente? La historia se repite una y otra vez pero con diferentes nombres y
rostros. La primera vez que vi a Estefanía pensé que tenía cara de buena
chica, tan modosita y educada, siempre con una sonrisa en su cara.
Definitivamente me equivoqué porque una buena chica no se comporta de
esta manera.
¡Ay, Estefanía, Estefanía, cómo me has engañado! ¡Qué ilusa!, pensaba que
ahora que yo estoy sola como tú tendríamos más tiempo para estar juntas,
que tú te acercarías a mí y esto nos uniría más, pero por lo visto no. Parece
ser que ahora que yo puedo quedar tú ya no quieres. Es como si no quisieras
quedar conmigo tan solo por llevarme la contraria, por vengarte, ya que antes
yo no podía. No eres buena Estefanía, no lo eres.
–¡Ay!–me duele.
–¡Está despierta!–
–¿Por qué juegas conmigo, por qué? ¡Basta de una maldita vez, basta!–pierdo
el control.
–5–
–Ya veo, pues… estoy bien, así que si quieres puedes marcharte, seguro que
hay alguien que te espera en casa–
Una noche maravillosa da paso a una mañana nublada y confusa. Sin apenas
haber abierto los ojos el timbre suena. Como puedo me incorporo, sin saber ni
cómo me llamo y qué día es, pero lo primero que veo es a García semidesnudo
a mi lado, eso dibuja una sonrisa en mi cara.
–¡Eva!–
–Mamá y papá están preocupados, hace más de un mes que no das señales de
vida y he venido a comprobar que sigues viva–
–Pues ya ves que sí, así que si no importa, tengo prisa, llego tarde al trabajo–
–¡Natalia!–García se ha despertado.
–Diles que he tenido mucho lio en el trabajo, pero en cuando pueda me paso a
verles–
Cierro la puerta con llave no sé por qué, no quiero que vuelva, y no sé cómo
se atreve a venir por aquí. Si tan preocupados están mis padres podían haber
venido ellos mismos, si es que recuerdan dónde vivo. Un mes, sin noticias,
podía haber estado muerta en una cuneta y no se hubiesen enterado. Siempre
fueron los mejores padres del mundo.
–¡Levántate, llego tarde al trabajo!–
Pero antes necesito hablar con mi abuela, ¡la echo tanto de menos! Ella sabría
aconsejarme en estos duros momentos, guiarme en la oscuridad más absoluta
en la que me hallo inmersa. Necesito un flotador, una mano que me empuje a
la superficie e impida que acabe de ahogarme. Echo en falta su anillo en mi
dedo anular. Sé que lo tenía Lola, esa bruja amargada que ahora está entre
gusanos criando malvas.
Otro frío y nublado día de invierno, no sé cuantos días hace que ya no veo el
sol, y extrañamente en mí, lo echo de menos. Me he cansado de tanta
oscuridad, tal vez porque ahora va enserio.
Una delicada neblina cubre el suelo del cementerio haciendo que parezca un
lugar fantasmagórico. Una nube de algodón de la que emergen las lápidas
que allí habitan. Es tan bello como desgarrador, tan hermoso como cruel, ya
que hay muchos ojos que ya no pueden verlo.
–¿Por qué no estás aquí conmigo abuela, por qué? ¡Te necesito, ahora más
que nunca te necesito! ¡Estoy perdida, no encuentro el camino!–me rompo
llorando desconsoladamente abrazada a su lápida.
Noto el frío en mi moflete, y la humedad del rocío se confunde con mi llanto.
Cansada, me tumbo encima y sintiendo a mi abuela me quedo dormida sin
darme cuenta, engullida por la niebla, ya no existo.
A través del cristal del bar puedo ver a Eva, mi querida hermana, tocar el
saxofón. También se me olvidó comentar que Eva toca el saxo en un grupo de
jazz. Toca desde chica, y bastante bien por cierto. Peleábamos día y noche
porque dejara de tocar. Cualquier hora y lugar era bueno para que Eva
practicase, por la mañana, antes de comer, después de comer, por la tarde,
por la noche, de madrugada.
Emanciparme de casa de mis padres hubiese sido un alivio para mí sino fuera
por el pequeño detalle de que somos vecinas. Vivimos pared con pared.
Debido a los celos compulsivos de mi hermana, estaba claro que mis padres
no me podían regalar un apartamento sin darle otro a ella. Y para que no
hubiese discusiones nos regalaron dos exactamente iguales. Os podréis
imaginar lo que es para mí vivir al lado de la persona que quizás más me odia
en este mundo: Una condena perpetua.
La calidad y el grosor de las paredes hacen que pueda oír hasta cuando se tira
un pedo, y ella, a sabiendas, me tortura para que no pueda descansar
haciendo ruido para volverme loca. A altas horas de la madrigada se pone a
dar portazos, a correr muebles, a abrir y cerrar armarios.
Reconozco que desde que se mudó a vivir a mi lado no he vuelto a dormir con
tranquilidad, siempre esperando qué será lo siguiente. Lo último que se le ha
ocurrido para tortúrame es tocar el saxofón de madrugada. A ella no le
importa lo más mínimo el descanso de los vecinos, su meta está por encima de
todo eso; hacerme la vida imposible.
Juro por lo que más quiero, que el día menos pensado me cuelo por el balcón
y destrozo ese maldito saxofón que me está amargando la existencia, y si
puede ser sobre su cabeza mucho mejor.
Vuelvo a casa y ni rastro del inspector García, pero su olor sigue estando
impregnado en mis sábanas. Me desplomo en mi cama e intento dormir.
–¿Unos arreglillos?–
Detrás de la taquilla del metro una hermosa chica. Morena, pelo liso, nariz
perfecta, tez impecable, labios sonrosados, dentadura perfecta, pechos
turgentes y cintura de avispa, ¿dónde se había metido Violeta?
–No tengo palabras Violeta, no pareces tú, la verdad es que estás guapísima…
¡Madre mía, aún no me lo puedo creer!–
¿En serio era Violeta? Ni rastro de aquella chica fea e introvertida que se
escondía detrás del cristal. Estoy en shock, no sabía que la cirugía plástica
pudiera hacer tales maravillas.
No hay nadie en los pasillos y prosigo mi camino sin incidentes, dejo mi bolso
y mi chaqueta en el perchero y me pongo mi bata blanca.
–La dirección del centro y yo hemos decido que a raíz de los últimos
acontecimientos y debido a tu relación con las víctimas, deberías tomarte
unas vacaciones para descansar y pensar en todo lo sucedido–
–La decisión está tomada Natalia, tómatelo con un descanso, un tiempo para
reflexionar…–
–¿Qué ha ocurrido?–
–¿Está viva?–
–Eva… pero si estoy casi segura de que no escribí sobre ella en ese diario…–
–¡Han muerto cuatro personas y otra está grave en el hospital!–el agente hace
una pausa con semblante serio para rascarse la barba–¡Créame, esto es
demasiado grande para el inspector García!–
Voy a ir a ver a Eva al hospital, tengo que ir a verla al hospital. Al fin y al cabo
es mi hermana, y aunque oficialmente nos odiemos sigue siendo mi familia.
Pasaré por casa para llevarle ropa limpia, no hay que olvidar que somos
gemelas y tenemos la misma talla.
–¿Qué pasa?–
–Es la última vez que te pido que dejes de tocar el saxofón… necesito
descansar…–
–¡No te lo digo más, estás avisada, la próxima vez será la policía la que vendrá
a hablar contigo!–
“Querido diario:
Parece ser que al final sí que escribí sobre Eva en ese diario, no hay otra
explicación para lo sucedido y ahora me arrepiento. En el fondo de mi corazón
¡Muy en el fondo de mi corazón!, quiero a mi hermana y no deseo que le pase
nada malo, fue un momento de enajenación mental transitoria provocada por
la ira y la falta de sueño. Pero ahora bien, cuando se recupere, si vuelve a las
andadas ese saxofón acaba debajo del neumático de un coche como me llamo
Natalia.
Llaman a la puerta y salgo de mi mundo para ver quién está al otro lado,
espero de todo corazón que sea García, es la única persona que tengo ganas
de ver en estos momentos.
–Aún no la he visto, pero parece que su vida no corre peligro, aunque está
bastante malherida… ahora mismo salía para el hospital…–
–¡Te acompaño!–
–¡Ah qué sí! Yo también estoy flipando, por fin soy como tendría que haber
sido siempre, y nunca se hubiesen reído de mí–
–Yo también tuve una Esmeralda, pero en mi caso se llamaba Gema Jiménez.
Recuerdo que siempre quise ser como ella; guapa, lista…, desprendía una luz
especial cuando caminada y todo el mundo se callaba para oír lo que ella
tenía que decir. Yo nunca causé ese efecto entre mis compañeros–rio–todo lo
contrario–
–¿Cómo te llamaban?–
–¡Está bien, está bien, cómo quieras! ¡Prométeme que no te vas a reír,
prométemelo!–
–¿Natalia la araña, es todo? ¡Tanto misterio para eso, el mío es mucho peor!–
–Natalia la araña porque decían que mis brazos y mis piernas eran delgados y
largos como los de una araña. Cogidos de las manos daban vueltas a mi
alrededor mientras cantaban: “Natalia la araña, se sube por mi espalda, me
rasca con su barba, hace cosquillas en mi espalda. Me asusto con su cara,
Natalia la araña, tiene mocos en las patas, se limpia en sus gafas… Natalia la
araña” Cada día de mi vida hasta comenzar el instituto. Las últimas noticias
que tuve de Gema es que ahora trabaja en una cafetería sirviendo café y
bollos, embarazada de cinco meses. Ya no queda nada de esa niña preciosa
que te miraba por encima del hombro con aires de superioridad. Con tres
niños más a los que alimentar y un padre quién sabe dónde…–
Una conversación bastante inquietante nos ha traído sin darnos cuenta hasta
el hospital.
–¡Sí, la chica del saxofón! ¡Sois como dos gotas de agua! Lo siento mucho
cariño, ahora mismo aviso al doctor–
–6–
Siento que todo lo que ha sucedido ha sido por mi culpa. Si no hubiera escrito
cómo morían en ese maldito diario, ahora todos seguirán con vida y mi
hermana estaría tocando su maldito saxofón haciéndome la vida imposible,
como de costumbre. He dejado a Violeta en el portal de su casa, esa chica me
desconcierta. A veces pienso que es simplemente una buena chica que no ha
tenido suerte en la vida, y otras que hay algo oculto en ella que no llego a
comprender.
En el pasillo de mi piso hay una sombra, alguien que no llego a adivinar quién
es, sentado en mi puerta.
–¿Y bien?–
–¿Preparada?–
–¡Escupe!–
–Creo que el asesino sigue un patrón. Verás, la primera víctima fue Lola, una
compañera de trabajo a la que no te unía ninguna relación de amistad. La
segunda fue Lorena, una amiga a la que no veías desde hacía años. El tercero
Abraham, tu mejor amigo, después Estefanía, tu última mejor amiga, y por
último Eva, tu hermana…–
–¡Está claro! Ha empezado a matar a las personas con las que menos relación
tienes. Al ver que no era descubierto, ha seguido ascendiendo; una amiga, tu
mejor amigo, tu nueva mejor amiga, tu hermana… sigue una pauta…–
–Pero, si es cierto lo que dices, ¿quién será el siguiente? ¡No hay nadie más
cercano para mí que mi hermana! ¡A no ser Rodrigo! Pero no, a Rodrigo
nunca le deseé la muerte–
–Mira a tu alrededor, a la gente que habla contigo todos los días, con la que
tienes contacto, porque entre ellos está el asesino que buscábamos–
–¡Han sido demasiadas emociones juntas! Date una ducha relajante que yo
mientras preparo la cena–
Es aún más guapo cuando sonríe, si es que eso es posible. Creo que me estoy
enamorando ¡Mierda, lo he dicho o lo he pensado! ¡No, lo he pensado!
Toda la vida no lo sé, pero sí toda la noche. Es de día, lo sé porque la luz logra
colarse entre mi cortina negra. Intento levantarme pero hay algo que me lo
impide, el musculoso brazo de Isaac. No quiero moverme para que este
instante no termine jamás, pero me hago mucho pipí, y muy lentamente
levanto su brazo para no despertarle ¡Está tan mono dormidito! Relajado.
Nunca me gustaron los hombres calvos, pero he de reconocer que las
entradas le hacen más atractivo si cabe. Y qué decir de sus enormes cejas
negras, espesas, solo igualadas por unos gigantes ojos verdosos y unas
interminables pestañas negras. Nariz varonil, que le da un toque duro y muy
masculino y piel sedosa y perfecta, ni un solo grano, marca, cicatriz, nada, es
prácticamente perfecto, salvo por el hecho de que se siente atraído por un
bicho raro como yo. Tengo que averiguar si tiene algún trauma oculto o algún
tipo de fetichismo con mujeres feas porque si no, no me lo explico.
–Buenos días Natalia, sí todo bien, tranquila, solo quería saber cómo te
encuentras–
–Bien, bien, estoy bien, muchas gracias por interesarte–
–Ya sé quién es…–le pone morritos y tengo ganas de sacarle los ojos.
No puedo competir con una mujer como América. Alta, rubia, ojos azules,
cuerpo de infarto, donde pone el ojo pone el… Pero América no siempre fue
bella, y a pesar de su actual aspecto, tuvo un pasado, un pasado como fea.
–¡Ah! ¿Sí?–
–Te he dicho alguna vez lo que quiero a mis padres. Les amo, no, les adoro,
me moriría si les sucediese algo–me agarro el pecho para dar más
dramatismo a mi interpretación.
–Porque siempre estamos con asuntos del trabajo y tampoco había salido el
tema en la conversación–
–¡América!–
–Se te nota a la legua, es la primera vez desde que te conozco que te veo
sonreír, no sabía ni que tuvieras la capacidad–sonríe perversa.
Estoy segura de haber escrito sobre Rodrigo en muchos de mis diarios, pero
nunca escribí sobre su muerte. Descargué mi irá sobre Maite, la que fue,
supongo, en algún momento intento de amiga mía y que acabó por
arrebatarme al hombre de mi vida. Sobre ella sí recuerdo haber escrito.
–¡Maite!–
–¡Qué cara, parece que no te alegras de verme!–
–Sigo sola…–
–Bueno, yo hablo por lo que comenta Rodrigo, a no ser que tú… ¡Ah, tú sí!
¡Hay chica, lo siento, ya sabes que en esto del amor no hay amigas! ¡Rodrigo,
quieres venir de una maldita vez, me estás haciendo quedar fatal!–
“Querido diario”
Recuerdo como si fuera hoy día la primera vez que vi a Maite. Yo estaba en el
portal de Abraham, charlando con él tranquilamente, cuando llegó ella en
moto, se quitó el casco y dejó sueltos sus rizos castaños. Llevaba un vestido
de verano de rayas azules y blancas que le bajaba hasta los tobillos, y unas
menorquinas blancas ¡Tan segura de sí misma!, y recuerdo que me sentí
diminuta a su lado, frente a ese torbellino de mujer.
¡Eres una chica perversa, Maite! Sería una lástima que el día menos pensado,
mientras vas en tu moto, quisieras frenar pero los frenos no te respondiesen y
te estamparas con el coche de delante saliendo despedida por los aires y
chafando tu preciosa cara con el duro asfalto y dejando allí tú vida ¡Podre,
pobre Maite, quizás si no fueras una zorra envidiosa y anduvieses por ahí
liándote con los novios de tus amigas, hoy seguirías teniendo pulso! “
Está claro que escribí sobre ella ¡Cómo no lo iba a hacer! Pero temo la
reacción de Rodrigo, que me culpe de todo lo sucedido. Otra cosa es lo que le
suceda a ella, no me importa lo más mínimo, es más, creo que estaría mejor
muerta y ojalá que el perturbado asesino o asesina hubiese hecho bien su
trabajo y ahora estuviera criando malvas. Indirectamente es una manera de
hacerle daño a Rodrigo y lo sé, no quiero que sufra, pero la superficialidad
que demostró conmigo no estuvo nada bien. Yo le quería, y creo que en fondo
él también a mí ¡Lo siento mucho Rodrigo! Pero creo sinceramente que te he
hecho un favor quitándotela de encima. Te conozco perfectamente y sé que ya
no la soportabas. Era una zorra controladora e histérica que no te dejaba
respirar, tan solo seguías con ella por el sexo. Aunque por muy bueno que
fuera el sexo, no valía la pena soportarla por treinta minutos de placer.
–¡Gracias, pero no! No pienso ir a verla, y espero que salga del hospital con
los pies por delante…–
–¡Natalia, no te conozco!–
–La cara de una persona a la que la vida se le está desmoronando sin saber
por qué–
–¿No trabajas?–
–Es una larga historia Violeta, pero digamos que me han invitado a tomarme
unas vacaciones… Por cierto, ¿sabes algo de mi diario, alguien lo ha
encontrado?–
–Ya… ¿te he contado lo mucho que quiero a mis padres y que me moriría si les
ocurriese algo?–
–¡A la salida!–
Dejo atrás a Violeta, no me apetece seguir hablando con ella, ni con ella ni
con nadie. No sé por qué estoy haciendo esto, ¿a quién quiero engañar? No
tengo ni idea de quién puede ser el asesino pirado que me está destrozado la
vida. De lo que estoy cien por cien segura es de que no puede ser Violeta, ni
América, ni Walter, ni Andrés, entonces ¿quién? Tan solo me quedan Eulalio y
Gustavo, los capataces del cementerio, pero estoy segura de que ellos
tampoco han sido. No están acostumbrados a tratar con los vivos, tan solo con
los muertos, como yo hasta este momento.
El cielo sigue encapotado, no recuerdo cuando fue la última vez que vi el sol
¡Universo! ¿Qué demonios quieres de mí? ¡Vamos, dímelo, hazme una señal,
algo!
Camino arrastrando mis cansados pies que pesan más que nunca, puedo oír
truenos acercándose, pero me da igual, ya no me importa nada ¿Qué más me
podría pasar? Me siento en la lápida de Adela y rompo a llorar apoyando mi
cara en su foto y abrazando el frío mármol con fuerza.
–Vamos a ver mi niña, ¡cuéntame qué es eso tan terrible que te ha ocurrido!–
–¿Recuerdas mi diario?–
–Yo escribí sus muertes y han ido muriendo uno a uno exactamente como yo
misma escribí en mi diario…–
–¿Os he hablado alguna vez de lo mucho que quiero a mis padres y de que si
les pasase algo me moriría?–
–¡Natalia!–
–Según el inspector García, que lleva el caso, el asesino sigue un patón y los
siguientes podrían ser mis padres–
–¿Y crees que nosotros…, en serio Natalia? ¡Pero si nos conoces hace diez
años, te hemos cuidado, protegido, abrigado, y ahora piensas que podemos
ser unos asesinos!–
Comienza a llover, los huesos de Eulalio nunca fallan. Al salir del cementerio,
una joven debajo de un paraguas negro se me acerca.
Lo que más me gusta de los gatos es también lo que más odio. Animales
orgullosos, siempre impecables, perfectos, mirándote por encima del hombro
sabedores de que son mejores que tú.
Su dignidad les impide hacer algo que no les apetezca. Saben que pueden
sobrevivir sin ti, no te necesitan. Pero la comida gratis y las caricias hacen
que vuelvan siempre. A cambio, ellos te pagan dejando que les acaricies,
compartiendo su esencia con nosotros, dejándonos que por un momento nos
acerquemos a la serenidad.
Daría cualquier cosa por cambiarme por ella y tener la dignidad suficiente
como para marcharme, para no necesitar a nadie, para ser independiente de
mí y escapar de este cuerpo que se ha convertido en mi cárcel.
Veo a través de esos ojos verdes que a veces creo que me entienden. Apoyada
en el quicio de la ventana se pasa horas observando a la nada. Como una
esfinge, aguarda pacientemente su hora de comer, meditando, en trance. No
nos engañemos, yo no soy su dueña, ella es mi ama y me hace creer que es al
revés. Andrómeda pone las normas en nuestra relación, y también los límites,
por eso espero algún día poder parecerme en algo a Andrómeda, mi mayor
maestra en este mundo lleno de sufrimiento y dolor.
–Escucha Natalia, quiero que sepas que si necesitas contarme algo, lo que
sea, estaré aquí para ayudarte…–
–Te lo agradezco, pero ahora mismo nadie puede ayudarme…, a no ser que
sepas quién es el asesino–rio incómoda.
–Así, ¿cómo?–
–Perdida, sin rumbo, como si nada tuviera sentido, sola ¡Pero no estás sola,
hay mucha gente que te quiere aunque no te des cuenta!–
–Perdona Violeta…–
–¡Claro!–
–¡Cómo!–
–¡Me asfixiaba Natalia! ¡Está tan buena como loca!–se sienta en el sofá
desconsolado.
–Nunca comenté esto con nadie, y ahora que estamos solos y nadie puede
oírnos… espero que no salga de esta…–
–¡Rodrigo, pero , qué! ¡Se supone que la quieres, me dejaste para estar con
ella!–
–La quise, y mucho… pero eso fue antes de todo. He de reconocer que me
enamoré locamente de ella. Lo siento Natalia ¡Era tan guapa…! Al poco
contrajimos matrimonio y yo monté mi empresa de informática. Fue bastante
duro al principio, pero me hice con una buena cartera de clientes que me
permitía llegar a final de mes sin estrecheces–hace una pausa.
–No sé qué le pasó Natalia, algo se rompió en su cabeza o tal vez siempre
estuvo allí. Controlaba todos mis movimientos. Cuando entraba y cuando
salía. Empezó querer un hijo a toda costa ¡Pero yo no quería tener un hijo!,
con la empresa despegando, la casa…, simplemente no era el momento, y
menos después de ver la bruja manipuladora en que se había convertido.
Maite sabía que quería dejarla y me amenazaba con quedarse con todo si lo
hacía; la empresa, la casa, el dinero, el coche… no sabes cuantas veces
fantaseé con ahogarla con la almohada mientras dormía plácidamente…–
–¿Tienes un pitillo?–
–Sí, claro–
–¿Qué es tan importante? ¡Me has llamado como diez veces en cinco
minutos!–
–¡Dice haber fantaseado con ahogarla con su propia almohada, quiere que se
muera!–
–Y… ¿eso es todo? Si todos los maridos que fantasean con matar a sus
mujeres fueran unos asesinos…, medio país estaría entre rejas–ríe dejándose
caer en el sofá.
–¡Cómo que eso es todo!, ¿qué más quieres? ¡Que quiere verla muerta, me lo
ha dicho…! ¿No has entendido lo que te he dicho?–me estoy poniendo muy
nerviosa.
–¡Tú escribías en un diario cómo morían tus amigos! ¿Acaso eso te convierte
en una asesina?–
–¿Por qué es distinto? Tiene que ser él, es el único que se me ocurre, sino es
él, ¡dime tú quién demonios es!–
–Mientras vosotros estáis trabajando en ello, mis padres están ahí afuera a
merced de él, ¿no vas a hacer nada al respecto?–
–¡Si tú no vas a mover un dedo tendré que hacerlo yo misma! ¡No me voy a
quedar de brazos cruzados mientras ese lunático va por ahí haciendo de las
suyas!–me pongo la chaqueta.
Vuelvo al hospital para ver como se encuentra Eva, sé que allí también
estarán mis padres.
–Estoy aquí, ¿no?, pues eso es lo que importa, ¿cómo está Eva?–
–Parece que mucho mejor, los médicos son optimistas y en unos días le darán
el alta. Gracias a Dios no le afectó a ningún órgano vital, ni ha habido
hemorragia… pero sus manos…, las tiene peor de lo que pensábamos, va a
necesitar mucha rehabilitación pero nunca volverá a tocar el saxofón–
–Me alegro de que esté mejor, pero mamá, también he venido a hablar con
vosotros, ¿os acordáis de Rodrigo?–
–Sí, claro, ¡Vaya pájaro! Te dejó bien tirada por esa amiga tuya… nena, no
puedes competir con mujeres así–
Dejo a mis padres con la boca abierta, definitivamente creen que me he vuelto
loca, pero por lo menos mi conciencia estará tranquila poniéndoles sobre
aviso.
–7–
Han transcurrido dos días desde que Rodrigo vino a casa. Todo parece en
calma, pero mi relación con García se ha enfriado. Sigo pensando que Rodrigo
es culpable, Isaac en cambio, insiste en que no hay pruebas suficientes contra
él.
Violeta me ha invitado a cenar a su casa, dice tener algo muy importante que
decirme y voy a averiguar qué es.
Vive a tan solo dos manzanas de mi casa. Desconocía este dato por completo,
o no sé si lo mencionó en alguna ocasión y no logro recordarlo.
–Excelente, por favor pasa, pondré el vino a enfriar ¡Toma asiento, la cena
estará lista en diez minutos!–
El salón es diminuto, tan sólo un sofá y una pequeña mesa marrón frente a
una vieja chimenea llena de ceniza y restos de madera quemada. Aún huele a
humo en la habitación. Me siento en su sofá gris agrietado y el cojín suelta un
quejido. El olor a polvo es muy intenso y desagradable, tapona mis fosas
nasales y su sabor pasa a mi paladar. Esta casa parece haber estado cerrada
durante mucho tiempo, o a lo mejor es que Violeta no viene mucho por aquí.
Definitivamente está es una parte de Violeta que no conocía.
–¡A comer, pavo relleno! Espero que te guste, me he pasado toda la tarde
cocinando–
–Realmente tiene muy buena pinta Violeta, y dime, ¿qué es eso tan importante
que tienes que decirme?–
–¡Vaya, pues fenomenal, me alegro mucho por ti! Algún día yo tendría que
hacer algo parecido, ¿puedo ir al servicio antes de empezar?–
Seis cajitas de cartón, una de cada color. Los mismos colores de las
chinchetas del mapa, llaman mi atención. Abro la primera, la roja, dentro una
foto de Lola sentada en una parada de autobús, y otra sin vida sobre el asfalto
junto a lo que parece ser su móvil destrozado. Decido abrir la penúltima caja,
la amarilla, y si estoy en lo cierto habrá una foto de mi hermana dentro.
Asustada, camino hacia atrás sin poder dar sentido a lo que acabo de ver
chocando con una estantería. Un par de libros caen al suelo. Intento
recogerlos antes de que Violeta se dé cuenta de que he estado fisgando en sus
cosas, pero de repente aparece mi diario entre ellos.
–¡Te dejaste tu diario olvidado en la taquilla del metro, y juro que te lo quería
devolver!, pero entonces comencé a leerlo, y cada vez que leía lo que esas
horribles personas te habían hecho me enfadaba más y más aún…–
–¡Ellos eran unos necios, no podían ver lo maravillosa que eres en realidad,
pero yo sí!–
Violeta me fue relatando uno a uno los crímenes que cometió, haciéndome
partícipe de la pesadilla que había sido su vida. Una niña fea y humillada,
igual que yo.
Fue así como Violeta adoptó el rol de persona sumisa, dejándose llevar por las
decisiones que otros tomaban sobre su vida. Se subió al tren de la vida que
otra persona manejaba por ella y se dejó llevar. De carácter excesivamente
amable, complaciente, pasadora de pena, y pasivo agresiva. Solo hacía falta
un shock emocional para que la pequeña bomba de relojería en que se estaba
convirtiendo explotara. Y ese shock emocional llegó en forma de diario.
Dejé olvidado mi diario, sin ser consciente de ello, en su taquilla. Aquella
mañana, como muchas otras tras una noche de insomnio, no sabía ni como me
llamaba y buscando mi monedero en el bolso, dejé sin darme cuenta mi diario
en el mostrador. El primer impulso de Violeta fue correr detrás de mí para
devolverme mi diario, pero al darse cuenta de que el tren ya se había puesto
en marcha, se lo llevó a casa para dármelo al día siguiente.
En ese instante en el que abrió ese diario, el destino de mis seres queridos
estaba escrito irremediablemente. Página a página, pasaba por mi vida
recordando la suya, despertando una sed de venganza dormida durante
muchos años. La bestia había despertado con mi diario y no había marcha
atrás. Todas y cada una de las personas descritas en ese diario iban a pagar
por sus pecados.
Siguió a Lola ese día, al salir del anatómico forense, hasta su casa. Al la
mañana siguiente, Violeta la esperaba en la parada de autobús de su casa.
Lola miraba compulsivamente su móvil, escribiendo dios sabe qué mensajes y
a quién, absorta y sin percatarse de que la muerte la acechaba al otro lado de
la acera.
Lorena era Raquel, una amiga de Violeta que le dijo que no quería que la
volviese a llamar. Fría como un tempano de hielo y a la que tenía que seguir
viendo porque sus familias eran amigas.
Abraham fue quizás la víctima más fácil para Violeta. Él trabajaba en una
discoteca de moda como relaciones públicas y no tuvo más que echarle un
poco de matarratas en la bebida, lo suficiente como para acabar con su vida.
Acabar con Estefanía tampoco fue muy difícil para la ya experta asesina de
“Violeta la mofeta” No hay muchos grupos de amigas en internet,
localizándola fácilmente e infiltrándose como una chica más en busca de
nuevas amistades.
Estefanía se creía que era la chica más enforna del grupo y siempre insistía
en ir la primera abriendo camino. Violeta supo congraciarse con ella, hacerse
su amiga, y le enseñó un nuevo sendero desconocido para ella hasta la fecha.
Cuando ya la hubo alejado lo suficiente de las demás integrantes del grupo, la
animó para que se acercara peligrosamente a un precipicio y allí la empujó al
vacío, golpeándose con una roca tras otra hasta exhalar su último aliento.
Rápidamente, volvió a mezclarse con el grupo, como si nada hubiese ocurrido.
Estefanía era Mónica, una chica que conoció en clase de pilates. Le prometió
muchas veces que serían amigas, pero nunca cumplió su promesa olvidándose
de Violeta y sumiéndola en una gran tristeza.
Con los años, Maite dejó un poco aparcada su afición de ir en moto, tan solo
la usaba los martes y jueves para ir a sus clases de yoga en el centro. Sin
espacio en el garaje, ocupado por dos coches, la moto de Maite tenía que
conformarse con dormir en la calle, a la intemperie. Circunstancia que
aprovechó Violeta para cortarle los frenos por la noche, mientras dormían. El
resto ya lo sabéis, Lorena no pudo frenar y salió despedida por los aires.
Sigue en coma, muy grave, en el hospital.
Maite era en realidad Lourdes para Violeta. Una compañera de trabajo que se
casó con un maquinista del que ella estaba perdidamente enamorada. Fabián
hablaba todos los días con Violeta. Le traía el café, leían juntos el periódico
cuando no había ningún cliente en taquilla... Violeta era feliz pensado que tal
vez tenía algún futuro junto al joven y apuesto Fabián, pero la incorporación
de la atractiva Lourdes a la empresa de transportes, dio al traste con todas
sus esperanzas, y vio como desaparecía literalmente para él. Toda su atención
se centraba ahora en la chica nueva, Lourdes. Con el paso de los años se
casaron y hoy en día son padres de dos niños preciosos.
–Siento mucho lo que te ocurrió, pero tienes que entender que eso no justifica
lo que has hecho…–digo afligida. Entiendo perfectamente cómo se siente.
–¡Lo sé, sé que lo que he hecho está mal, pero cada vez que leía lo que te
hacían revivía mi propia historia, es como si de un plumazo hubiese acabado
con tus fantasmas y los míos…!–
–Lo sé, y no te culpo por ello. Nadie me enseñó a querer. Con los años tan
solo aprendí a odiar a aquellos que tanto me lastimaron en el pasado, pero
cuando te conocí, me vi reflejada ¡Quería que pagasen por lo que nos han
hecho, no nos lo merecíamos Natalia, merecíamos otra vida!–
–Gracias…–
–¡Natalia, qué sorpresa! ¿Qué es eso tan importante que tenías que decirme?–
Me quedo mirándole a los ojos unos segundos, no sé por qué, pero parece que
mis labios no quieren soltar las palabras que llevarán a Violeta a pasar el
resto de su vida entre rejas.
–¡No, pero pensaba que tenías algo nuevo sobre los crímenes!–
FIN