Espiritualidad Del Seminarista

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 7

SEMINARIO MAYOR NUESTRA SEÑORA DE SUYAPA

ESPIRITUALIDAD
CRISTIANA
P. Fredy Joaquín Solorzano

¿CÓMO SE PONE DE MANIFIESTO LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA


DE UN SEMINARISTA?

EDUARDO FERNÁNDEZ QUINTEROS

02-MARZO-2022
Introducción

Uno de los pilares fundamentales que sostiene la vida cristiana es la espiritualidad, es decir, la
vida de oración que, en todos sus niveles y formas nos ayuda a estar en comunicación personal
y comunitaria con Dios. Gracias a la espiritualidad la vida cristiana no se vuelve un mero
activismo que se disuelve con el pasar del tiempo. La oración filial es la que nos permite decir
“Abba”, Padre (Mc 14,16) tal como lo hizo Jesús, siguiendo su ejemplo nosotros también
estamos llamados a adentrarnos en esa experiencia de hijos amados por Dios.

Particularmente este enfoque va encauzado a la formación sacerdotal, ya que, en esta área ella
se encarga de “orientar, alimentar y sostener la comunión con Dios y con los hermanos, en la
amistad con Jesús Buen Pastor y en una actitud de docilidad al Espíritu” 1. La consagración
sacerdotal es un llamado especial a configurarse con Jesús, por lo tanto, es una vocación que
debe enraizarse en su manera de pensar y vivir y esto solo se logra por medio de la oración
cotidiana y confiada.

No es tarea fácil mantener lo que los místicos bien han llamado “vida en el Espíritu”, sin
embargo, en medio de aciertos y desaciertos las actividades diarias van formando parte de
todo el entramado que conforma la vida espiritual de un seminarista. El seminario es una
escuela de espiritualidad que nos ayuda a encaminarnos hacia la vida interior, en sus diferentes
espacios formativos nos alienta a hacer un alto a la jornada para reconocernos como seres
débiles y necesitados de la gracia de Dios.

Entonces, en este trabajo quiero plasmar como se pone de manifiesto la espiritualidad cristiana
de un seminarista, partiendo de la espiritualidad comunitaria y todo los espacios e instantes
que ella conlleva, hasta la oración personal como momento primordial en la formación
sacerdotal, porque si bien es cierto que la comunidad concretiza, la personal es el fundamento
de la espiritualidad.

1
Cfr. Presbyterorum Ordinis n. 12.
¿Cómo se pone de manifiesto la espiritualidad cristiana de un seminarista?

La Iglesia siempre se ha preocupado por la correcta y equilibrada formación de los futuros


sacerdotes, dentro de este marco, la espiritualidad juega un papel indispensable porque “ha
de darse de forma que los alumnos aprendan a vivir en continua comunicación con el Padre
por su Hijo en el Espíritu Santo. Puesto que han de configurarse por la sagrada ordenación
a Cristo Sacerdote, acostúmbrense a unirse a Él, como amigos, en íntimo consorcio de
vida”2.

Ahora bien, cómo y de qué manera se llevará a cabo esta ardua tarea nos lo dice el código
de derecho canónico al aseverar que “la celebración Eucarística sea el centro de toda la vida
del seminario, que los seminaristas han de ser formados para la celebración de la liturgia de
las horas, además debe fomentarse el culto a la Santísima Virgen María. Acostumbren los
alumnos a acudir con frecuencia al sacramento de la penitencia y, por último, los alumnos
harán cada año ejercicios espirituales”3, a esta lista agregamos la lectio divina, la visita al
Santísimo Sacramento y la vida de los santos, como itinerario a desarrollar.

Esto ya nos abre el panorama y nos traza un camino a recorrer. Partamos de la liturgia
como fundamento en torno al cual gira toda la espiritualidad de un seminarista, y en
especial de la Eucaristía, como lo dirá la Sacrosanctum Concilium: “de ella mana hacia
nosotros la gracia como de su fuente y se obtiene con la máxima eficacia aquella
santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios”.

Partiendo de estos presupuestos puedo aseverar que la Eucaristía es el encuentro por


excelencia con Dios, en ella mi vocación encuentra sentido, es el alimento del alma, la
fuerza para no desfallecer. En la Eucaristía se hace presente nuestro Señor Jesucristo, uno
se siente indigno de recibirle, pero no son por mis capacidades que me ha llamado es Él,
todo es por Él. Ha querido quedarse entre nosotros para acompañarnos en nuestras luchas,
tribulaciones, gozos y alegrías.

Cuantas veces he sentido como el Señor me aconseja, me orienta e instruye en la misa.


Ciertamente es un gran don que el Señor me llame a ser alter Christus para los demás,
2
Decreto Optatam Totius, sobre la formación sacerdotal, n. 8
3
Cfr. Código de Derecho Canónico, libro II del pueblo de Dios, P.I. t. III. N. 246.
partir y repartir su Cuerpo y su Sangre y predicar su Palabra. Este es la mayor fuerza
espiritual que todo seminarista tiene a su alcance, por gracia de Dios tenemos la
oportunidad de vivir la actualización del Misterio de salvación todos los días. Un
seminarista sin eucaristía, es un seminarista sin vocación.

A la par de este grandioso sacramento podemos situar la adoración eucarística. Las visitas
al santísimo son la prolongación del momento de encuentro. Por gracia de Dios aquí en la
casa formativa el Señor esta expuesto las veinticuatro horas. En ocasiones no es que se
tenga que decir mucho, es como decía el santo cura de Ars: “Él me mira y yo lo miro”. No
son las palabras, es la presencia, es saber que Él siempre está ahí para escuchar y acorger.

Siguiendo nuestro itinerario, el rezo de liturgia de las horas también es fuente de


espiritualidad, y más que personal, comunitaria. Hay que recordar que los salmos no
presentan más que una sombra o esbozo de la plenitud que se reveló en Cristo, pero eso no
significa que no sean importantes, al contrario, «representan una verdadera y propia
“escuela de formación” para los seminaristas»4, quienes, “acercándose gradualmente a la
oración de la Iglesia, mediante el Oficio Divino, aprenden a gustar su riqueza y su
belleza”5. A si es como la liturgia de las horas forma parte esencial de la identidad eclesial
de un seminarista.

Otro pilar fundamental del que no podemos prescindir es la devoción a la Virgen María.
Los años de formación en el seminario son propicios para que, poco a poco, crezcamos en
amor hacia nuestra Madre, ella es formadora de santas vocaciones y, por ende, de santos
sacerdotes. Los grandes místicos aconsejan tener especial acercamiento a su maternal
afecto por medio del Santo Rosario, pues ella siempre nos dirá “hagan lo que Él les diga”
(Jn 2,5).

“María es la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de


Dios”6. Nuestra Madre nos ayuda a madurar afectivamente en el camino hacia la castidad,
es modelo de entrega y confianza en Dios. Su fiat nos alienta a depositarnos en las manos
de Dios.

4
Instrucción sobre la formación litúrgica en los Seminarios, n.28-31.
5
Pastores dabo vobis, n. 48.
6
Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, El don de la vocación sacerdotal, n. 112.
Damos un paso más en nuestra escalada espiritual, pues, la espiritualidad en algunas
ocasiones se mantiene “arriba” y en otras “abajo”, lo que produce esa inconstancia se llama
pecado. La espiritualidad del seminarista en los primeros años es un vaivén, claro está que
con el correr de los años formativos se va acentuando un ritmo de maduración espiritual,
pero eso solo se logra mediante el acompañamiento que ofrecen tanto el confesor como el
director espiritual, en algunos casos es un mismo sacerdote.

Asistir al sacramento de la confesión es el reconocimiento de nuestra débil condición


humana, es afirmar la soberanía de Dios traducida en misericordia. El seminarista encuentra
un Padre de amor y perdón cada vez que se confiesa, somos consciente que sin Dios nada
podemos hacer (Jn 15,5).

El camino espiritual es también una lucha espiritual por eso cada vez más resuenan esas
palabras de Jesús que nos dicen: “vengan a mi los que van cansados y agobiados, que yo les
haré descansar” (Mt 11,28). Eso es el sacramento de la confesión un alto para reconocer,
pero también un alto para retomar fuerzas y continuar por la calzada hacia la santidad.

Por otra parte, la dirección espiritual no puede ser reemplazada por la confesión
sacramental. “La dirección espiritual es un instrumento privilegiado para el crecimiento
integral de la persona”7. Se crece cuando hay capacidad de diálogo y no cualquier diálogo,
sino el que acompaña y es consciente de encaminar hacia Dios.

Por ello, encontramos orientaciones, luces en el camino, consejos de vida, ya que, en


ocasiones nos pasa como Samuel, no sabemos reconocer la voz del Señor (1 Sam 3,1-11)
que nos habla en medio de la realidad en que vivimos. La faena espiritual no tiene que ser
un camino en soledad, l director espiritual es ese “Elí” que nos acompaña para discernir
mejor la voluntad de Dios. De esta manera se crece íntimamente en la disposición de
diálogo y escucha, así la apertura en sinceridad es abono para la vida interior.

Otro escalón que hemos enumerado son los ejercicios espirituales. Ellos son “tiempo de
profunda revisión en el encuentro prolongado y orante con el Señor, vividos en un clima de
recogimiento y de silencio”8. A ejemplo del Señor Jesús que dedicaba jornadas extensas de
oración (Lc 6,12) los seminaristas también estamos llamados a apartarnos del ruido, tanto
7
Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, El don de la vocación sacerdotal, n. 107.
8
Ibid. n.108.
exterior como interior, para encontrarnos de manera más profunda con Dios. Las fuerzas
decaen, el camino es largo y los ejercicios espirituales son la oportunidad para “comer y
beber” (1 Reyes 19,7) es decir, tomar fuerzas, beber de la fuente que es Dios.

Podemos afirmar que es un tiempo privilegiado para estar a solas con el Amigo, ya que, la
oración -como decía santa Teresa de Ávila- es tratar de amistad. Es tiempo de colocar el
“termómetro espiritual”, hacer balances, revisar resultados y lo más importante tomar
decisiones sanas y sensatas para el crecimiento espiritual. De modo que, progresivamente
se vayan dando pasos firmes y radicales en el discipulado y configuración con el Maestro.

Para cerrar el ciclo es importante resaltar la meditación con la Sagrada Escritura mediante
la practica de la lectio divina o lectura orante de la Palabra de Dios, porque “ignorar las
Escrituras es ignorar a Cristo mismo”9. Mediante la oración con la Palabra se discierne y se
interioriza la voz del Señor que siempre llama y siempre tiene algo que decirnos porque “la
palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo” (Hb 4,12).

Por último, pero no por eso menos importante, esta la vida de los santos como fuente de
espiritualidad. Ellos son un modelo seguro a seguir en nuestro camino de santificación,
ellos han aceptado y vivido el mandato del Señor: “sean por tanto perfectos como es
perfecto su Padre celestial” (Mt 5,48) y en 1 Ts 4, 3 se nos dice: “lo que Dios quiere es su
santificación.”
De manera personal tengo especia devoción a San Francisco de Asís, por ser el patrón de
mi comunidad, a San Alberto Hurtado, a San Ignacio de Loyola, a San Agustín, a Santo
Tomas y a Monseñor Romero.

Hemos llegado entonces al final de nuestro itinerario que pone de manifiesto la


espiritualidad de un seminarista que quiere configurarse con Jesús buen Pastor.

9
Jerónimo, Commentarii in Isaiam, Prologus: CCL 73,1.
Conclusiones

Ha quedado manifestado que la espiritualidad es un camino procesual que nunca se


termina, sin embargo, ha tenido un inicio desde el propedéutico, en el contexto del
seminario. Este avanzar hacia la interioridad tiene muchas fuentes que hemos enumerado
en orden a importancia y priorizando aquellas son indispensables para la formación
integral.

Lo esencial de vivir según el Espíritu es formar a Cristo en el corazón, esa es la finalidad


primera cuando se pretende alcanzar la consagración a Dios. De esta dimensión espiritual
dependen las demás, ella es el eje transversal que une y armoniza toda la gama de medios
formativos. Un seminarista sin espiritualidad no tiene razón de ser.

Cada uno de los peldaños que hemos ido describiendo antes ya han sido vivencias. No es
fácil permanecer en esta dinámica de comunión con Dios, pero su gracia de hace patente y
nos auxilia en los momentos de tempestad y tribulación, por eso, el tiempo que se destina a
orar, no es un tiempo infértil tirado a la nada, sino un tiempo de inversión y donación a
Dios.

Los frutos de la espiritualidad desembocan en un proceso vivido y asumido con entera


madurez. Por lo que, seguir profundizando en unidad con Dios es indispensable para un
ministerio fecundo, pero eso solo se llevará a cabo si los fundamentos se han empezado a
construir desde la formación inicial, temporal y luego permanente.

También podría gustarte