Tema 3 Tema de Metafísica 2021

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Tema 3 La realidad: metafísica y ciencia

La explicación metafísica de la realidad. Metafísica general y especial. Las metafísica espiritualistas y materia.
Diferencias entre conocimiento metafísico y científico. La metafísica como explicación teórica de la realidad.
Los grandes asuntos metafísicos: dios, alma, muerte, esencia y existencia, los universales, el sentido de la exist.
La pregunta por el ser como punto de partida de la filosofía de Platón versus Aristóteles.
La interrogación metafísica sobre la verdadera realidad: el problema de la apariencia y la realidad.
La caracterización de la realidad: cambio o permanencia; sustancialismo frente a devenir, esencia y existencia,
materialismo y espiritualismo.
La necesidad de categorizar racionalmente lo real.
Las cosmovisiones científicas sobre el universo: antigua, medieval, moderna y contemporánea.
La admiración filosófica por la naturaleza. El paradigma cualitativo organicista aristotélico. El universo
máquina (mecanicismo moderno, epistemología del modelo heliocéntrico, búsqueda de leyes del universo.
Determinismo, regularidad, conservación, economía y continuidad.
La visión contemporánea del universo: relatividad, incertidumbre y probabilidad.
El reencuentro de la filosofía y la ciencia: teoría del caos.

1. Razón y realidad: ¿qué es la metafísica?:


La ciencia es el conjunto de proposiciones con sentido y demostrables acerca de la realidad, (lo que sabemos
del mundo). La ciencia estudia la naturaleza, lo real, lo que nos rodea y nos constituye. Pero la ciencia entra en
contacto con los problemas filosóficos al plantear ciertas cuestiones límite: el infinito, el origen de todo, la
sustancia de lo que existe, etc.

Desde el positivismo del XIX, la ciencia se ciñe a los problemas que pueden estudiarse desde un punto de vista
empírico y experimental: sólo hay ciencia (saber verdadero) si se puede demostrar que las afirmaciones
teóricas, (como “el paso de la corriente eléctrica por un conductor produce resistencia”), conectan con la
observación de los hechos, (“la bombilla se pone incandescente”). Confía en que en que todo tenga una
explicación científica. Pero la utopía del conocimiento completo y perfecto aún no se ha cumplido, ¿por qué?
Porque aún no hemos tenido tiempo de descubrirlo todo, (tiempo); porque hay que ordenar y clasificar los
conocimientos para elaborar una “teoría unificada”; y también, porque es limitada la capacidad humana para
comprender la realidad (facultades como nuestra inteligencia, percepción, memoria. etc.).

Sin embargo, Hay cuestiones que siempre han preocupado profundamente al ser humano y que, aunque para la
ciencia carezcan de solución, todos nos planteamos como problemas vitales fundamentales. (Así hombres se
han preguntado si existe un dios, un alma, una vida más allá de la muerte). Y durante siglos, la filosofía trató de
argumentar y razonar para encontrar respuesta a estas cuestiones. Hasta que Kant afirmó que esas cuestiones
rebasan la capacidad de comprensión del ser humano: nuestro conocimiento científico es finito, incluye las
matemáticas y la física, pero no la metafísica. Por eso la ciencia avanza y rechaza los errores pasados, mientras
la metafísica se plantea una y otra vez las mismas cuestiones sin resolverlas. (La respuesta a la medida de una
superficie irregular se encontró: las integrales; la respuesta a si la vida tiene sentido permanece sin respuesta
definitiva). Lo lógico sería entonces dejar de preguntarse por ellas. Pero no podemos, porque el sentido práctico
de la moral y la vida están relacionadas con ellas. (Quien piensa que hay una vida tras la muerte debería vivir de
forma diferente, pero ¿cómo asegurarse de ello?). La propia razón tiene una tendencia innata a buscar más allá
de los fenómenos de la experiencia (ciencia), a buscar una razón y una respuesta a todo, a seguir preguntando
por qué, por qué, por qué... y a buscarle un sentido a lo real. Pero la ciencia ya no puede responder a estas
“ilusiones trascendentales.”

Fueron los mitos y las religiones antiguas los primeros en plantear la existencia de realidades que no podían ser
comprendidas ni estudiadas científicamente, (el alma, los dioses, los espíritus, etc.) Después, con el paso del
mito al logos, los filósofos griegos trataron de resolver la cuestión racionalmente, dando argumentos y pruebas
lógicas. Para ellos era posible. Por eso Aristóteles habla tanto de cuerpos y velocidades, como del motor
inmóvil o la substancia. Sin embargo, cuando Andrómaco de Rodas tuvo que clasificar las obra de Aristóteles
distinguió entre libros de física y libros de metafísica, (lo que está, después, más allá de la física). La física era
la ciencia de la naturaleza. ¿Qué era la metafísica? Para él, un análisis de lo real, la naturaleza, pero desde un
punto de vista abstracto. Pero la tradición cristiana interpretó que metafísica era lo referido a lo que había fuera
de la naturaleza (fisis), fuera del mundo, (el más allá, el alma inmaterial y dios). Hoy entendemos por metafísica
el estudio filosófico de cuestiones, que sin negar la realidad física o material, buscan un enfoque unificado,
reflexivo y racional de aquellos problemas que la ciencia positiva desprecia como irresolubles.

La metafísica general busca una concepción total de la realidad, de sus elementos y su sentido últimos. La
metafísica especial se ocupa de ciertos entes o seres de particular interés (como el alma, Dios, etc.). Una se
ocupa de todo lo real en sí mismo, otra de partes especiales de la realidad. Asimismo, hay concepciones
metafísicas espiritualistas, según las cuales en la realidad hay, además de materia, espíritu, (alma, Dios, etc.);
y hay metafísicas materialistas, para las que todo es material y no hay nada no material en la realidad. Ejemplo
de metafísicas espiritualistas son las de: Platón (hay dos mundos, uno material y sensible y otro ideal e
intelectual, que es el verdadero), el cristianismo (hay un mundo espiritual, sobrenatural, el cielo, con Dios como
espíritu supremo; y un mundo terrenal, esta vida finita y natural); Descartes (hay una sustancia material – res
extensa - en la realidad: las cosas o cuerpos físicos, que ocupan un lugar en el espacio y siguen leyes finitas; y
hay una sustancia espiritual – res cogitans o sustancia pensante – las almas o mentes, que piensan pero no son
físicas). Ejemplo de metafísicas materialistas serían: el empirismo ( ); el emergentismo de Bunge;

Así, hay metafísicas que priman la unidad, (monistas: sólo hay un ser o una dimensión de la realidad: i.e. el
positivismo: sólo hay materia; o Berkeley: sólo hay espíritus); y otras que aceptan la multiplicidad (hay
diferentes aspectos o estratos en la realidad, muchos y cambiantes seres o formas de ser; i.e. los atomistas –
como Demócrito – o los vitalistas, como Nietzsche: la vida es una pluralidad de fuerzas en lucha continua, una
tensión entre instintos).

Conocimiento científico es el que se puede contrastar con el método científico, es decir, el que se puede
comprobar por la experiencia y la razón. Se caracteriza por ser objetivo, universal y necesario, es decir (dice las
cosas como son; vale para todo tiempo y lugar y no puede ser de otra manera). Desde la R. C. el conocimiento
científico no ha hecho más que progresar y conquistar nuevos logros.
Conocimiento metafísico sería el que conoce la estructura última, más profunda y radical de la realidad. Pero
se basa exclusivamente en la razón humana, pues los sentidos sólo captan la materia. Sería como una
abstracción que la mente hace de lo que hay. Aristóteles entendió que la metafísica era la ciencia del ser, (no de
unos objetos particulares, piedras, animales, astros), sino del ser en general. Los medievales entendieron que
había una realidad más allá de la naturaleza, del mundo físico: es la otra vida, el cielo, etc. Desde Kant, se
entiende que no hay conocimiento metafísico de objetos que correspondan con nuestros ideales de alma, mundo
y dios; estos son conceptos de la razón que sirven para guiar la experiencia posible, pero no hay conocimiento
científico sobre ellos, (no hay objeto al que correspondan).

-- Los grandes filósofos griegos partieron de la pregunta por el ser. ¿Qué es lo real? Desde Parménides la
filosofía busco un fundamento común a todo lo real, un elemento de donde todo procediera y al que todo
retornara. Parménides afirmó que era el ser. Todas las cosas reales tienen en común que son. El ser es lo real. Y
lo que no es no existe, la nada. Por eso afirma que “el ser es y el no ser no es”, y por tanto no se puede pasar de
la nada al ser ni del ser a la nada. Negaba así la tesis de Heráclito para quien lo real está en continuo cambio,
nada resiste el paso del tiempo; las cosas vendrían y volverían a la nada incesantemente. Por tanto, Heráclito
apuesta por el cambio, el movimiento, mientras que Parménides opta por la permanencia: es el devenir (todo
pasa) o el ser (todo permanece).
Platón trató de conciliar ambas tesis afirmando que hay dos mundos: el sensible y material, que es aparente y
cambiante, (un no ser relativo) y el inteligible o ideal, el auténtico ser objetivo e inmutable. Para Platón, la idea
es el ser de la cosa, porque es su esencia, nunca cambia y es objetivo. La cosa material es una copia imperfecta
de la idea. Al fundamento del ser le llama Idea de Bien, el ser objetivo de cada cosa, lo que nos permite
conocerla.
Aristóteles, afirma que hay muchas ciencias que estudian aspectos parciales del ser (la biología: el ser vivo, la
geología, el ser mineral, etc.) Pero la ciencia que estudia al ser en cuanto al ser es la metafísica, ontología o
filosofía primera. Y ¿qué es el ser? Para Aristóteles sólo hay un mundo: la naturaleza o physys. Pero el ser es la
sustancia, el sujeto del cambio, el individuo. Pero cada individuo tiene una parte material (lo sensible, en
Platón) y otra inteligible (la idea platónica). En Aristóteles la materia y la forma están unidos en cada individuo
o sustancia primera (hylemorfismo). Lo que ocurre es que hablamos en ciencia de sustancia en un segundo
sentido como forma o idea, porque podemos tomarla como sujeto. (Es decir, sólo existen peces, muchos, cada
uno con materia: carne, etc. y forma: la estructura de la especie pez; pero no hay peces inmateriales, ni un trozo
de materia cualquiera es un pez). ...

-- Apariencia y realidad. Por otro lado, como comprobamos que no siempre las cosas resultan ser lo que en un
primer momento parecían ser, la metafísica exploró la diferencia entre lo que es realmente (realidad) y lo que
parece ser, pero no es (apariencia). Los filósofos antiguos y medievales estuvieron preocupados por buscar la
realidad auténtica de las cosas, intentando no dejarse engañar por las apariencias, por lo que muestran las cosas.
De ahí que buscasen su ser, su auténtica realidad, su esencia, (¿qué es tal cosa?). Pero desde Kant, la metafísica
se torna inviable como ciencia: no podemos saber cómo son las cosas en sí mismas (esencias, noúmenos), sino
solamente cómo se muestran a nuestros sentidos (fenómenos, lo que aparece). Nietzsche criticará la distinción
entre apariencia y realidad: sólo hay un mundo, el de la vida; y en él no hay ni esencias ni apariencias. Para la
fenomenología no hay otro ser de las cosas que las diversas formas en que se muestran a la conciencia. Carece
de sentido un mundo objetivo al margen de la conciencia humana. Lo más que podemos hacer es establecer
intersubjetivamente como se nos muestran las cosas.

-- Esencia y existencia. Ya a partir de Platón, los medievales entendieron que es diferente que algo tenga ser,
tenga una esencia ideal o definición (i.e. la piedra o el unicornio), y que algo exista (esté en el mundo, en la
naturaleza, i.e. el unicornio es, tiene ser: caballo con un cuerno; pero no existe: no hay unicornios en la
naturaleza). A partir de ahí pensaron que Dios tiene en su mente perfecta las ideas o esencias de cada cosa (de
unicornio o de piedra); pero sólo ha creado, ha dado existencia en la naturaleza, a algunas de ellas (ha creado
piedras, pero no unicornios). Para ellos, el ser de Dios es necesario, (sin él no habría nada), es trascendente
(pertenece a otra dimensión de lo real, más allá de la naturaleza y de esta vida) frente a los seres, que poseen
contingencia (podrían ser o no ser, pueden morir, pero el mundo sigue; en cambio, sin el ser de Dios, el mundo
no existiría).
Más adelante, la filosofía moderna trató de encontrar la esencia o naturaleza de las cosas, y sobre todo del ser
humano (sería como la definición de lo que cada uno es propiamente).
Ya en el siglo XX ha surgido una corriente metafísica que se opone a esta división entre esencia y existencia.
Para Sarte, las cosas tienen ser (son lo que son, y no les cabe salirse de su ser fijo y dado); en cambio, el hombre
no tiene un ser fijo, no es de una determinada manera de ser (naturaleza, esencia), sino sólo tiene existencia: se
hace a sí mismo, se da a sí mismo el ser cuando actúa (no nace asesino, pero puede o no llegar a serlo). Por eso
el hombre es libre y está condenado a ser libre, es decir a elegir su ser, lo que va a ser.

2. ¿Qué hay en la realidad? El problema de las categorías:


Ciencia fue al principio sabiduría (tanto filosofía como física); luego se especializó, dividiendo la realidad en
regiones, parcelas o ramas del saber, (física, matemática, geología, historia, etc.). Y a su vez, cada una de esas
regiones se dividió en ramas especializadas. Sin embargo, Aristóteles ya se preguntó si existía una ciencia
primera, un saber que se ocupase de lo real en cuanto a tal, del ser en general. Para él, este saber era la
metafísica, que entendía como ontología, (estudio del ser). Así pues, la metafísica se planteaba qué es la
realidad, qué es aquello que todas las cosas tienen en común, qué son, en definitiva.

Esta pregunta enlaza con la cuestión del arjé. Aquella substancia de lo real de donde todo procede y adonde
todo retorna. Para los materialistas este arjé es la materia original, las partículas de las que todo está hecho. Pero
para los idealistas existe, además, una parte de la realidad de carácter abstracto (como los ideales o los valores)
o espiritual (como el alma, los espíritus o la divinidad).

Para entender lo real, lo que hace que las cosas sean, (su ser), necesitamos clasificar los objetos reales en
regiones o parcelas del ser. De esta clasificación nacen las categorías. Categorizar es clasificar en función de un
esquema que contiene un criterio para definir si un objeto dado pertenece o no a esa categoría, a ese conjunto de
cosas con un cualidad común. (Por ejemplo, los libros de una biblioteca pueden categorizarse u ordenarse de
diferentes maneras, según diferentes criterios: por orden alfabético de autores, por épocas, por títulos, por
países, por lenguas, por colores, por el tipo de papel, etc.). La división de ciencias y ramas del saber responde a
una categorización, a una ordenación: ciencias/ letras; naturales/ sociales; etc.

Ahora bien, si vamos más allá de las ciencias particulares y preguntamos por lo real en sí mismo, ¿cómo
podemos categorizarlo? La categoría más general es el ser: lo real. ¿Cómo seguir?
Aristóteles proponía diez categorías para ordenar el ser, utilizando las preguntas lógicas: qué es, cómo es,
cuándo es, dónde es... etc. Aristóteles afirma que el ser real es la substancia, el sujeto, el individuo o cosa
particular... mientras que las demás categorías son accidentes o cosas que ocurren en una substancia o sujeto.
(Pepe es el sujeto, un individuo, pero es feo, está callado o tiene dolor de garganta son accidentes, esto es, cosas
que se pueden decir de ese sujeto, categorías en las que se puede incluir). Cada categoría es, pues, un
subconjunto. Se trata de la lógica de clases, que analizó Aristóteles en su obra de lógica.

En cambio, para Kant las categorías no pertenecen a la realidad misma, sino que están en nuestra mente.
Tenemos una determinada forma de ordenar y clasificar la información que nos llega, por los sentidos, de los
fenómenos de la experiencia. Nuestra mente posee unas estructuras fijas que automáticamente ordenan las
experiencias. Algunas de esas estructuras pertenecen a la sensibilidad: son el espacio y el tiempo, que son como
ejes cartesianos mentales en los que se integran nuestras experiencias del mundo. Además, poseemos
estructuras lógicas en el entendimiento que nos permiten emitir juicios. Tenemos formas lógicas a priori
preparadas para emitir juicios y pensamientos sobre la base de los datos de la experiencia. Por eso no
confundimos unas cosas con otras.

Hoy los científicos buscan en el cerebro y sus sistemas neuronales la clave de estas categorías. Piensan que son
como circuitos de neuronas conectadas que procesan la información aportada por los sentidos. Estas estructuras
han surgido por evolución biológica del cerebro, es decir, porque han resultado formas eficaces de adaptarse al
ambiente. Las categorías serían formas de recoger la información del ambiente y procesarla para emitir una
respuesta que nos permita adaptarnos al ambiente que nos rodea y sobrevivir.

El idealismo, atento a la relación entre pensamiento y cultura, ve las categorías como formas adquiridas de
pensar, como esquemas que el sujeto y sociedad construyen para dominar la realidad. Si algo tiene la propiedad
correspondiente al esquema se juzga y clasifica del modo establecido. Categorías estéticas (i.e. bello y feo) son
formas con las que el sujeto diferencia ciertos valores y los aplica a los objetos. Asimismo, categorías éticas,
(justo e injusto, bueno y malo). Educarse es adquirir las categorías propias de una cultura. Dialogar es ser capaz
de asumir que hay formas diferentes de categorizar las cosas.

3. El problema del sentido de la vida:

La cuestión metafísica por excelencia es la del sentido de la vida. La ciencia nos dice cómo es el mundo, cómo
son los objetos y los hechos. Así son. Pero cuando nos preguntamos si las cosas podrían ser de otro modo o si
están bien como están, o nos preguntamos por el sentido de la vida, la ciencia calla. La ciencia explica cómo es
el mundo. Nos dice por ejemplo que hay átomos, árboles y aparato digestivo. Pero por qué es así. ¿ Por qué el
mundo es como es y no de otro modo? ¿Por qué para vivir mejor hemos puesto en peligro la vida sobre el
planeta? ¿Por qué el aparto digestivo se estropea y duele? ¿por qué el mundo no es como queremos y, en
definitiva... por qué existe la muerte?

Un científico diría que el dolor es un mecanismo neuronal que responde a ciertos estímulos con el fin
adaptativo de señalar que un órgano está funcionando mal. Y que la muerte es consecuencia del deterioro de los
seres vivos, hechos de elementos frágiles, y cuyo fin adaptativo es dejar sitio a la nueva generación de la
especie). Pero estas respuestas, con ser ciertas, nos dejan insatisfechos, y nos seguimos preguntando, no por
qué, sino para qué, ... por el sentido. ¿Por qué no es como queremos que sea? ¿Por qué el ser y no la nada? Dice
Heidegger.

Realmente, la pregunta por el sentido de la vida no aparece en nuestra vida diaria, nos la planteamos, vivimos
sumidos en la “inautenticidad”, en la impersonalidad de lo cotidiano. Pero ciertos sucesos vitales, (crisis,
revoluciones y épocas de cambio, el tiempo) rompen nuestros esquemas y nos sentimos indefensos ante una
realidad que ya no podemos comprender con las pautas y categorías que nos habían servido antes. Nos parece
de repente que nada tiene sentido. ¿Qué es este sentido de la vida?
La palabra sentido remite a un indicador de dirección. El sentido es el camino que se dirige a una meta. Si
nuestros actos vitales siguen una trayectoria coherente, se orientan en dirección a unos objetivos claros y
definidos, (lograr ciertas metas, amor, dinero, poder, diversión, etc.), apreciamos un sentido en ella. Sin
embargo, a veces, tenemos la sensación de que nuestra vida es errática y lo que hacemos y lo que nos pasa no
nos acerca a ningún puerto, (“ningún viento es bueno para el que no sabe adónde va”). Entonces tratamos de
anclar nuestra vida en algo que la vincule a proyectos, a fines que nos ilusionen y respondan a la cuestión del
sentido. (Empezar un trabajo, conocer gente, viajar, enamorarse, etc., son cosas que suelen dar ese sentido).
Quienes no hallan este sentido se sienten perdidos o deprimidos: la vida aparece como absurda, un sinsentido.

Además queremos justificar que éste es el sentido verdadero de la vida, el auténtico. Entonces nace la reflexión
metafísica. ¿Puede la filosofía justificar cuál es ese sentido de la vida? Hubo muchas respuestas a esta cuestión,
(incluyendo las que afirman que tal sentido no existe). Analicemos tres: la identidad, la ética y la estética.

a) Cuando nos sentimos desconcertados y buscamos un sentido vital, recurrimos a modelos que tratamos de
asimilar e imitar (identidad). Nos sentimos perdidos y nos preguntamos adónde vamos, qué rumbo lleva
nuestra vida. Y tratamos de responder a esta cuestión buscando cobijo en una identidad ya forjada. Por eso, en
situaciones de crisis la gente busca identificarse con su grupo, con un partido o religión, no tanto por convicción
ideológica como por necesidad de sentirse arropado: si yo no sé dónde voy, puedo embarcarme en una nave y
suponer que el capitán debe ir a buen puerto. De ahí el liderazgo.

b) Otra forma de dar sentido a la vida es adoptar una actitud ética. Mantener la creencia en ciertos valores,
cuya realización convierte la vida en un proyecto valioso. Creer en la justicia, hacer lo posible por mejorar
nuestro entorno, comportarse racionalmente, etc. son actitudes que nos permiten sentir que lo que hacemos
tienen un sentido. Mis actos irían dirigidos a lograr una sociedad más justa, más equitativa, etc. De hecho, es la
pérdida de fe en los valores éticos una de las mayores causas del sinsentido vital; en efecto, desmoralizarse
significa estar decaído, pero también no tener valor para sostener un proyecto moral individual y colectivo, no
sentirse contribuyendo a una mejora de la vida.

c) Finalmente, se puede intentar dar sentido a la vida mediante la estética, (estudio de la sensibilidad). Somos
seres sensibles, nos emocionamos, tenemos sentimientos, nos recrearnos y divertirnos. Y cuando somos capaces
de entregarnos a actividades deleitosas, (el juego, el amor, la diversión, la convivencia, etc.), nos sentimos
integrados en la vida, y vemos sus caminos como posibilidades de goce. Vivir es recrearse en el instante, (el
carpe diem de los clásicos o el vitalismo nietzscheano). Su peligro es confundir el goce con el placer grosero, la
buena vida con el consumismo, la experiencia con los pasatiempos, (ordenador, televisión, cine, etc.). Vivir es
hacer, no contemplar.

4. Tópicos de la metafísica clásica:

La filosofía tradicional en sus especulaciones metafísicas ha planteado algunas cuestiones con especial
reiteración. Además de los ya citados, podemos destacar el de Dios, la muerte y el del mal.

a) La primera cuestión se refiere a la existencia de Dios, un ser que sea causa primera y final del mundo. La
cuestión es si el mundo por sí mismo, la naturaleza, o todo lo que nos rodea, bastan para explicar el origen y el
sentido del mundo y de la vida. Una respuesta típica es que existe un ser, diferente del mundo, generalmente
espiritual, que fue la causa de la existencia del mundo, (lo creó o moldeó) y que a la vez dio un sentido a la vida
humana, que se adquiere cumpliendo una serie de prescripciones.

Desde entonces, se ha tratado de probar la existencia de Dios, y de argumentar sobre cómo es y qué relación
tiene con la vida humana. Cuando la iglesia dominó la cultura (edad media) este problema adquirió un carácter
central en la filosofía.

Las pruebas filosóficas que se han dado de la existencia de Dios, (dejando aparte la fe, pura creencia que no
pide prueba alguna), adoptan tres caminos (o vías, como les llama Santo Tomás de Aquino):
i Ha de haber una causa primera del mundo, que cree y lo ponga en movimiento, pues no pudo surgir de la nada;
ii Puesto que en la naturaleza todo aparece ordenado, como siguiendo un plan inteligente, ésta no puede haber
surgido del azar, sino de una providencia; iii El mundo no tiene sentido, luego lo recibe de algo exterior a él,
desde un ser omnipotencia y omnisciente, y que capaz de vencer el mal y la muerte.

San Anselmo, Sto. Tomás, Descartes o Leibniz argumentaron para probar la existencia de Dios. Pero Kant
concluyó que todas estos argumentos son intentos de la razón humana de encontrar un fundamento radical de
los fenómenos de la experiencia, del mundo, pero como carecemos de experiencia posible de un ser tal como
Dios, no podemos afirmar ni negar que existe. Si bien, Kant dice que la creencia en la existencia de Dios, (que
para él representa el ideal de que un ser moralmente bueno ha de ser feliz), es un ideal al que aspira todo ser
racional: cree que así la vida tendría más sentido. Y un principio para investigar la naturaleza como si estuviese
ordenada por un ser inteligente (como nosotros).

Sin embargo, los ateos se mostraron críticos con el ideal de Dios: así Hume, Marx, Freud o Nietzsche. Para
Hume sólo podemos conocer lo que percibimos por los sentidos, luego no podemos decir nada de Dios o del
más allá. Marx considera que la religión esconde la ideología de la clase dominante para hacer que la gente no
proteste por su explotación y se resigne, (“la religión es el opio del pueblo”). Freud ve tras el concepto de Dios
un infantilismo que añora un padre protector. Y Nietzsche cree que Dios es el ideal de unos valores antivitales,
pues ponen su fe en algo externo a la vida.

b) La muerte es el final de la vida. Las cosas se deterioran. Los animales mueren. Es un fenómeno natural cuyo
sentido biológico no es otro que dejar espacio en el ecosistema a la nueva generación. El amor es la tendencia a
dejar de sí un semejante que nos sobreviva. La gloria es el afán de que nos recuerden siempre.
Sin embargo, desde el punto de vista personal, la muerte aparece muy diferente: se trata de un hecho empírico
(la muerte de los demás) y de una predicción bastante probable (en cien años todos calvos). No se vive la
muerte propia, porque habría que estar vivo para experimentarla. Pero nos impresionan ciertas muertes trágicas
y, sobretodo, la muerte de los padres. Pero lo que más afecta al hombre es la perspectiva de esa mortalidad
propia. Surge así la incógnita sobre la duración de la vida. (¿veré la octava champions del Betis?). Y sobre todo,
la cuestión de si la muerte quita o no el sentido a la vida.
Creen en la inmortalidad los religiosos: la muerte no existe, (es aparente), lo que somos vive siempre,
(egipcios, Platón, las religiones monoteístas, Descartes). Todos entienden, que la muerte quita el sentido a la
vida. Y que hay algo en nosotros que, siendo nuestro auténtico ser (alma) sigue viviendo en otro mundo tras la
muerte del cuerpo. Creen que con esa doctrina el hombre no tendrá miedo a la muerte, no le dará todo igual y
aceptará mejor el orden social, (por eso la religio, la unión con la comunidad). En cambio, los laicos no creen en
la inmortalidad: la muerte es real, es el fin de la vida personal, de lo que somos (i.e. Aristóteles, Marx o
Nietzsche). Todos ellos entienden que la muerte no quita el sentido a la vida. Y que lo que somos es este cuerpo
- con sus órganos y su conciencia, alojada en el sistema nervioso. Cuerpo que vive gracias a procesos naturales
muy complejos (biológicos, químicos, etc.). Pero que se desgasta y muere (tanto los órganos como la
conciencia). Los laicos creen que, precisamente porque la vida es finita y morimos, tiene más sentido, cada cosa
es valiosa porque no es sustituible. Hay que cuidarla. Es el carpe diem: vive el momento.
Desde el punto de vista antropológico, la muerte es una categoría límite. No podemos pensar la propia muerte,
el mundo sin nosotros. La muerte es un horizonte que sólo rozaremos. Pero la actitud que un hombre o una
cultura tiene ante ella condiciona sus estructura sociales.
En literatura, la muerte es el episodio irreversible. El game over. Por eso la emoción de la aventura y la tensión
del relato se mantiene mientras la vida se va salvando peripecia tras peripecia.
En derecho quitar el homicidio es el delito más grave, puesto que no cabe resarcirlo. En cambio, en casos límite
como la eutanasia o el aborto, la cuestión continúa desatando polémica.
En ciencia, la muerte es un hecho natural, una de las etapas de la vida. Incluso el cosmos parece tender a ella. A
los del XIX les impresionó la 2ª ley de la termodinámica: todo tiende al reposo, a la muerte térmica. Y sin
embrago, nos disgusta esa idea, aunque ocurra dentro de mil siglos, ¿por qué?

Platón, en cambio, cree que meditar es aprender a morir, pues deja al alma como libre del cuero.
Spinoza afirma que el filósofo no piensa en la muerte, porque la filosofía es una reflexión sobre la vida.
Kant señala que no podemos demostrar objetivamente que el alma sea inmortal, (pues eso cae más allá de los
límites del conocimiento humano), pero cree que debemos creer que una vida inmortal nos ayudaría a ser
mejores, a aprender a cumplir con el deber.
Nietzsche entiende que amar la vida es aceptarla como es y gozarla. La muerte es parte de ella. Sólo quienes
odian la vida porque no la soportan sueñan con otra diferente y mejor.

c) Respecto al problema del mal, se plantea por la finitud humana: la muerte. ¿Por qué existe el mal en el
mundo? ¿por qué la vida no es como queremos y existe el dolor y la enfermedad?

El cristianismo asoció este problema a la teodicea (juicio a dios): si dios es bueno, sabe lo que va a ocurrir (es
providente) y pude cambiarlo (es omnipotente), ¿por qué permite que exista el mal, la imperfección y el
sufrimiento en el mundo; y por qué los buenos sufren y los malvados triunfan?

Los clásicos cristianos justificaron a Dios, que no quiere el mal, pero lo permite porque: 1.Es bueno que exista
libertad para que el hombre se salve o se condene por sí mismo (San Agustín); 2. Lo que nosotros creemos un
mal es un bien para el conjunto; 3. Dios creó el mundo pensando en que era el mejor de los mundos posibles, -
tal vez pueda haber otros, pero en conjunto eran peores -, es el optimismo de Leibniz. Voltaire critica este
optimismo y señala que dios creó el mundo, pero luego se desentendió por completo de él. (A Voltaire le
impresionó el terremoto de Lisboa, en el que murió mucha gente, buenos y malos).

Desde otra perspectiva, la ilustración, a partir de Rousseau, considera que el mal no debe atribuirse a la
divinidad. El mal tiene causas naturales: físicas, biológicas, sociales, económicas, etc. Y lo que el hombre tiene
que hacer no es lamentarse, (por ejemplo ante las enfermedades), sino tratar de solucionar esos problemas para
que las cosas funcionen bien. Nietzsche dirá que la vida es una amalgama de experiencias y sensaciones en la
que sumergirse, sin preguntarse por su sentido: vivir más allá del bien y el mal.

5. La crítica a la metafísica:
Muchos pensadores han puesto en duda la validez de las tesis metafísicas. Unos porque creen que el hombre no
puede comprender estos vastos problemas; otros porque consideran que no tienen sentido real, pues los
problemas metafísicos no son los auténticos problemas vitales. Entre los críticos a la metafísica destacan: los
empiristas clásicos, los materialistas y los neopositivistas.

Para los empiristas, sólo podemos conocer y discutir aquellas cuestiones para las que existe una prueba
empírica, es decir, que podemos observar y comprobar. Por eso no podemos decir nada cierto sobre la
existencia de dios o del alma. La metafísica es pura fantasía.

Los materialistas y muchos científicos critican a la metafísica por considerar que sólo puede saberse sobre el
mundo lo que la ciencia dice; no podemos ir más allá. (por ejemplo, el alma es el cerebro).

Finalmente, para los filósofos analíticos, la única verdad es la ciencia positiva (demostrable). Y la metafísica es
un error, un conjunto de preguntas mal planteadas, (por eso nos lían), que no es que carezcan de solución, sino
de sentido. Para Wittgenstein, el mundo es como es, y ni tiene ni deja de tener sentido. La ciencia es lo racional;
y los anhelos metafísicos (ser inmortal, que todo tenga sentido, la religión, etc.), son aspiraciones sentimentales,
emotivas, del ser humano. Y no pueden tratarse con lógica.

6. Las cosmovisiones científicas sobre el universo: antigua, medieval, moderna y contemporánea:


Cosmovisión es una visión del cosmos, una concepción global del universo. El universo es todo cuanto hay en
la naturaleza: el lugar en el que se hallan los cuerpos. Cosmos es el universo en tanto que tiene un cierto orden
por el cual cada cosa ocupa su lugar según ciertas leyes. Ahora bien, han existido diversos paradigmas
(modelos) de cómo podemos representarnos el universo.
Los fisicalistas (para los cuales todo se reduce a materia física: partículas de materia y leyes) creen que el
universo es producto de las fuerzas naturales que actúan sobre la materia. Naturaleza es lo que ocurre en virtud
de la estructura y dinámica propia de las cosas, (sobre todo de la materia que las constituye). Las cosas son
como son porque su naturaleza es así, (i.e. hay estrellas porque el hidrógeno bajo presión de gravedad masiva se
fusiona en helio). Para el determinismo, es la naturaleza de las cosas la que explica el cosmos, que no puede
ser de otro modo: determinismo es la creencia en que todo cuanto ocurre es necesario en virtud de ciertas leyes
y estados de cosas (i.e. Laplace dijo que si conociéramos todas las leyes naturales y la posición de todas las
partículas del cosmos en un momento dado, podríamos predecir todo estado futuro del cosmos, como sucede
con los eclipses). Lo contrario al determinismo es el azar o indeterminismo (el mundo podría ser de otra
forma, los sucesos son imprevisibles, no siguen leyes fijas; así parecen ser ciertos aspectos del mundo cuántico,
según Heissemberg). Según finalismo, o teleología, cada cosa en el cosmos tiene su lugar en él y su fin
(objetivo, sentido) en él, para el funcionamiento del todo. Cada cosa tiende a ocupar en el cosmos el lugar que
le corresponde, como si hubiese una inteligencia ordenadora (nous) o una providencia sabia (Dios) que hubiese
establecido qué lugar y sentido tiene cada cosa. (i.e. en el cosmos aristotélico cada cosa tiende a ocupar su
lugar: agua t tierra caen al centro, fuego y aire ascienden). El organicismo (dentro del finalismo) considera el
universo según el modelo de un organismo: el cosmos es como un gigantesco animal, y cada elemento suyo es
como un órgano de ese animal, realizando la función propia porque contribuye así al bien del conjunto, como el
corazón o el hígado realizan su función, (i.e. para Giordano Bruno hay un alma del mundo). Todas estas
concepciones presuponen que existe un orden, es decir, que los elementos del universo están dispuestos de
manera que entre ellos hay ciertas relaciones estructurales que son agradables a la inteligencia humana
(generalmente este orden se entiende como medida, armonía, simetría, etc.). i.e. Keppler sostuvo que las leyes
del movimiento de los planetas respondía a un esquema geométrico. Lo contrario del orden es el caos (y en
cierto modo el indeterminismo). El caos es la tesis de que el cosmos no está ordenado, de que nisiquiera
obedece a leyes. Las leyes son suposiciones que hace nuestra mente para orientarse en la naturaleza caótica. El
caos niega, como Hume, el principio de causalidad, según el cual los mismos hechos previos – causas - ,
producen siempre los mismos hechos resultantes – efectos, (i.e. el fuego siempre quemará). Para los que creen
en la causalidad, deterministas, todo es como tiene que ser, pues las causas ya se han dado en el pasado, y la
cadena de causas no puede romperse. Eso sí, necesitan una causa primera (big bang o Dios), pues sin ella la
cadena causal no habría empezado. Otros entienden que no sólo hay causas que producen el movimiento
universal según ciertas leyes, sino que es necesario algo más para la conservación de ese movimiento. Para
ello, Descartes recurre a Dios (sin él, la inercia del cosmos se agotaría). La termodinámica se basó después en
dos leyes: la energía del universo es constante (conservación de la energía) y se disipa hasta repartirse
homogéneamente (entropía, o muerte térmica: el fin del cosmos es la muerte absoluta). La termodinámica sabe
que el trabajo se transforma en calor. Se hunde así el viejo mecanicismo de Descartes o Newton creía que la
inercia del movimiento inicial dada por Dios al mundo se agotaría si ese Dios no actuase constantemente para
conservarlo, (sería así un deus ex machina). Así pues, la ciencia del siglo XX ha transformado radicalmente la
cosmovisión científica y filosófica. No se trata ya de que pensemos el mundo de otro modo, sino de plantearse
si es pensable como un todo. La teoría de la relatividad sostiene que no hay un punto de vista privilegiado (sea
el hombre, sea Dios) para la observación del movimiento, todas las descripciones son equipolentes. Por lo cual
el espacio y el tiempo son magnitudes relativas: nuestras nociones del movimiento (las de Newton) sólo valen
para magnitudes muy pequeñas, pero a gran escala (años luz, etc.), cósmica, nuestras nociones naturales no
cuadran con las físicas. Es decir, que no podemos hacernos un modelo racional de lo real a escala humana.
(Por eso nos mareamos al oír cifras con quince mil millones de años luz). Aún más ajena a nuestra razón común
es la física cuántica, que afirma que la materia se subdivide hasta partículas ínfimas, que la energía no es
homogénea, que en lo subatómico no valen las leyes deterministas de la mecánica clásica, etc. Relatividad y
cuántica parecen llevar a conclusiones científicamente seguras tan paradójicas como que es posible viajar en el
espacio tiempo hacia atrás, que los hechos no están determinados hasta que no se observan (el famoso gato de
Schrodinger que está a la vez muerto y vivo), que hay universos para lelos o que los átomos no son agregados
de bolitas: no se pueden imaginar según un modelo visualizable En definitiva, la nueva ciencia ha mostrado que
tal vez el cosmos no cuadre con la inteligencia humana, que el logos del hombre no coincide con el del cosmos,
si es lo tiene; pues para muchos la conclusión es que la realidad es irracional. Así lo ven algunas modernas
teorías del caos, para las cuales el mundo físico es hipercomplejo, de modo que un suceso tan nimio como el
vuelo de una mariposa puede hace que se colapse la galaxia. No hay modo de entender el devenir.

Una cosmovisión es toda interpretación de la realidad como forma coherente y sistemática de ver y comprender
el mundo. Es una visión, imagen, teoría o interpretación del cosmos, con un conjunto de principios y leyes
relacionadas entre sí capaces de proporcionar una explicación o interpretación del mundo.
Una cosmovisión es científica, cuando esa explicación o interpretación que pretende considerar el todo de los
fenómenos científicos, en el grado y amplitud que en cada momento histórico es conocido.
En la formación de una cosmovisión científica, intervienen las teorías propias de la astronomía, la cosmología y
la física. Una cosmovisión científica debe ser compatible con los fenómenos observados; coherente y razonable.
Cosmovisión antigua:
Los griegos se interesaron por la naturaleza, physys, pensando que nuestra razón (logos) comparte la misma
estructura que el orden racional del mundo. Mundo cuyos fenómenos están ordenados formando un cosmos. Las
cosas cambian según una naturaleza que le es propia y el hombre debe descubrir esa ley cósmica. Por ello, se
opusieron al mito, que daba explicaciones fantásticas de los fenómenos.
Como observaron los cielos pensaron que los planetas estaban sujetos a una bóveda celeste que giraba alrededor
de la tierra. Las estrelles eran fijas, los planetas erraban alrededor de la tierra. Y como el movimiento de los
astros era tan regular les pareció que eran perfectos e inmutables (eternos). Frente a esta regularidad celeste, la
tierra parecía un mundo cambiante. Eran mundos diferentes. El cosmos era esférico y limitado.

Los presocráticos pensaron que bajo los cambios había un único elemento: el arché. De él procedía todo y todo
estaba hecho. Unos pensaron que había un solo arché (monistas), otros que había varios (pluralistas).
Pensaron que la Tierra era plana y que flotaba en un océano. Pero los ya Aristaco se dio cuenta de que giraba
alrededor del sol (Aristaco) y que era esférica, como demostró Eratóstenes.

Aristóteles tuvo una concepción del cosmos más acabada, que perduraría hasta el siglo XVI. Él distinguía entre
un mundo sublunar (la tierra, formada de los cuatro elementos, cambiantes, e imperfectos); y el mundo
supralunar (el de las esferas concéntricas por las que marchaban los siete planetas y las estrellas, todos formados
de un quinto elemento, el éter). Un motor inmóvil hacía girar la primera esfera, y el movimiento se transmitía al
resto. El cosmos tenía así un movimiento circular, uniforme y perfecto. (Ptolomeo perfeccionó técnicamente los
ideas de Aristóteles cuadrando sus tesis con las observaciones).

Cosmovisión medieval:
La teología cristiana siguió aceptando que la Tierra ocupa el centro del universo y el modelo de esferas
concéntricas que la rodean, pero lo adaptó a su doctrina.
El cristianismo añadió el concepto de creación del universo por Dios, (el mundo no es eterno) y aceptó el
geocentrismo de Ptolomeo, añadiendo que tras los cielos estaba el mundo divino o más allá. Además, afirma
que Dios todopoderoso puede intervenir y cambiar el curso de la naturaleza y el cosmos (milagros). El hombre
ha sido creado a imagen de Dios, por eso es racional y tiene un alma inmortal.
Para el cristiano Dios da orden al mundo y cada cosa ocupa en él su lugar. Los cielos constan de esferas
movidas por inteligencias o ángeles, que influyen en los acontecimientos de la tierra, (astrología). El mundo
tiene escala humana, el alma puede recorrer los cielos para alcanzar el más allá. La naturaleza es una escala de
perfección, desde lo más ínfimo (materia) hasta lo más perfecto (Dios).
En general, la Edad Media no tuvo un gran interés en el conocimiento empírico de la naturaleza y el cosmos,
pues le preocupaba más el alma y la salvación.

Cosmovisión moderna:
La cosmovisión moderna supone una Revolución Científica, una ruptura con lo anterior. Se inicia una nueva
física y se establece un nuevo método científico. Además se oponen firmemente a la tradición y al dogmatismo.

Copérnico inicia la cosmología moderna, buscando un modelo matemático más simple para describir el
movimiento de los astros que cuadrase mejor con las observaciones. Prefirió el heliocentrismo: los
movimientos de los astros eran más fáciles de comprender si el centro del cosmos era el sol. La tierra gira
entono al sol (traslación: lo que origina las estaciones) y sobre sí misma (día y noche). Así resultaba más fácil
describir el movimiento de las estrellas (zodiaco), aunque era una teoría muy compleja matemáticamente. Por
eso pasó desapercibida. Los planetas giran en círculos alrededor del sol, (siendo el círculo un movimiento
sencillo y uniforme). La cuestión era ¿su modelo era más simple que el geocéntrico – explica mejor las
apariencias observables – o era más realista? Copérnico no opina y muere al poco de publicar su obra.
Tycho Brahe y Keppler completaron las observaciones astronómicas para dilucidar si el sistema copernicano era
adecuado al nuevo método experimental. Pero fue Galileo Galilei quien apoyó decididamente el heliocentrismo.
Galileo matematiza la física. Y prueba sus tesis con experimentos. Su método consta de resolución (analizar los
fenómenos cuantitativos), composición (enlazar los hechos según una hipótesis que los pueda explicar) y
resolución experimental (poner a prueba la hipótesis para confirmarla o rechazarla).
Galileo refutó el aristotelismo y el geocentrismo, apoyando las tesis de heliocéntricas de Copérnico. Sin
embargo, sus tesis chocaron con la intolerancia de la iglesia católica y la inquisición le condenó, originando un
conflicto entre ciencia y religión que duraría toda la edad moderna.
Bruno mezclaría la nueva ciencia con ideas místicas y pitagóricas defendiendo la infinitud del cosmos.
Newton daría forma definitiva a esta cosmología clásica con sus leyes del movimiento, su teoría de la
gravitación universal (que explicaba el movimiento de los planetas) y su concepción de cosmos como un
mecanismo gigante (reloj del que Dios era el relojero y la referencia absoluta del espacio y el tiempo).

Cosmovisión contemporánea:
El siglo XIX profundiza en la mecánica newtoniana, pero descubre cambios en sus conceptos clásicos de
materia, mecanicismo y ley. Trata de relacionar la materia y la energía. El universo se amplía más allá de
nuestro pequeño sistema solar. La teoría de la evolución (Darwin) sugiere que la materia del cosmos puede
autoorganizarse desde formas simples a otras complejas. El evolucionismo, hace innecesaria a la providencia
para explicar el origen del hombre y el cosmos.

En el siglo XX se produce una gigantesca revolución científica en torno a los conceptos de materia, energía,
átomo, relatividad y radioactividad.

La teoría atómica de la materia (Dalton): todo está compuesto de partículas de materia indivisibles. Hay
diversos tipos de átomos. Los átomos se diferencian en su masa y su estructura. Los agregados de átomos
forman los compuestos químicos (moléculas).

La termodinámica estudia la relación entre materia y energía, para explicar el movimiento del cosmos. Como
el calor se transforma en trabajo, Clasius llega a dos principios de la termodinámica: la energía del universo es
constante (se conserva, y transforma, pero no se crea ni se destruye) y se disipa (entropía, todo tiende al
desorden, el calor se disipa y el cosmos tiende a la muerte térmica).

La radioactividad: la electricidad no es algo continuo, sino una corriente de pequeñas partículas, electrones.
Los elementos radioactivos van cediendo su materia en forma de energía. El átomo no es indivisible, tiene un
núcleo y unos electrones (Rutherford). Se elaboraron diversos modelos de la estructura del átomo. Los
electrones se distribuyen en órbitas estables (Bohr). Y emiten energía al pasar a otra órbita.

La física cuántica acaba con el determinismo de la mecánica clásica. La energía no se radia de modo continuo,
sino en pequeños paquetes de energía llamados “cuantos.” La energía va a asaltos. En la luz los cuantos son los
fotones. De Boglie descubre que cuantos y fotones pueden describirse como ondas y como partículas. (No
podemos saber cuál es la naturaleza última de las cosas naturales). Además, la cuántica concluye que las leyes
físicas son estadísticas, no deterministas, es decir, dado un estado hay una probabilidad, - mayor o menor – de
que se llegue a tal otro; pero no una causalidad invariable.

Heissemberg llegó así al principio de incertidumbre. Como en los procesos atómicos el observador (al medir)
influye en lo observado (medido): es imposible medir a la vez la posición y la cantidad de movimiento de una
partícula subatómica. (Al medir la temperatura de un átomo, el termómetro influye). Lo que no deja claro es si
la indeterminación afecta a nuestro conocimiento de los hechos (no podemos saber) o está en los hechos
mismos (no está determinado qué va a ocurrir). En cualquier caso, las leyes naturales son probabilísticas.

La teoría de la relatividad de Einstein: para Newton era que la luz era corpuscular; pero Huygens propuso que
era ondulatoria. Si era así, necesitaba un medio por el que propagar esas ondas, y se pensó que ese medio era el
éter. Así el éter era la base del campo electromagnético (Maxwell). Intentando detectar la existencia de ese éter,
se realizó el experimento Michelson-Morley. Pero no fue posible. Einstein negó el éter y dio una nueva
respuesta, que negaba algunos supuestos de la mecánica clásica de Newton. Su teoría de la relatividad especial
niega que haya una referencia absoluta en el espacio y el tiempo. Las tesis son: la velocidad de la luz es
constante, no hay éter, y, sobre todo, el tiempo es relativo y depende de la posición del que mide: todas las
posiciones son igualmente válidas (aunque distintas) para observar el movimiento. Tiempo y espacio forman
una única dimensión (la cuarta). Reposo y movimiento son relativos. El movimiento y el espacio son
propiedades de los cuerpos mismos.
Además, Einstein que tampoco la masa es constante, mostró la transformación de la masa en energía (su célebre
ecuación E = mc²). No se conserva la masa, ni la energía, sino la cantidad total de ambas.
La relatividad general se aplica a todos los movimientos y sirve además para dar una explicación novedosa de la
gravedad. La gravedad es equivalente a la aceleración. La gravedad no es una fuerza (como supuso Newton)
sino una deformación que un cuerpo (materia) produce en el espaciotiempo curvándolo (como una bola sobre
una sábana). Y por esta curvatura se desplazan otros cuerpos hasta caer en él.

La teoría del Big Bang o gran explosión, supone que el cosmos actual se originó hace quince mil millones de
años al explotar una pequeña bola en la que estaba contendida toda la materia. La explosión dispersó la materia
por todo el universo actual, pero localmente surgieron agregados al enfriarse (galaxias, estrellas, planetas, etc.).
El universo evoluciona. Lo difícil de la teoría del Big Bang es entender cómo pudo ser la materia en el
momento de la explosión, llamado “singularidad.” (para ello usamos los aceleradores de partículas). La forma
del universo dependería de su densidad: si es positiva será cerrado y finito y la gravedad detendrá la onda
expansiva y todo volverá a concentrarse en la bola original. Si no lo es, el universo será abierto e infinito, y la
expansión continuará indefinidamente hasta que se enfríe y llegue al reposo absoluto.

-- Todas estas teorías muestran que la concepción científica de la naturaleza y es cosmos cada vez se alejan más
de la visión cotidiana de las cosas, hasta el punto de que hoy la ciencia llega a conclusiones paradójicas. De
ahí que resulte hoy muy difícil hacerse una idea o un modelo de cómo son los fenómenos naturales. Cada vez
más, la ciencia es cuestión de expertos, aunque se hacen continuos esfuerzos de divulgación científica.

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