La Acción Pastoral en El Ámbito Social

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LA ACCIÓN PASTORAL EN EL ÁMBITO SOCIAL

a) Doctrina social e inculturación de la fe


521 Consciente de la fuerza renovadora del cristianismo también en sus
relaciones con la cultura y la realidad social,1105 la Iglesia ofrece la contribución de
su enseñanza para la construcción de la comunidad de los hombres, mostrando el
significado social del Evangelio. 1106 A finales del siglo XIX, el Magisterio de la
Iglesia afrontó orgánicamente las graves cuestiones sociales de la época,
estableciendo « un paradigma permanente para la Iglesia. Ésta, en efecto, hace
oír su voz ante determinadas situaciones humanas, individuales y comunitarias,
nacionales e internacionales, para las cuales formula una verdadera doctrina,
un corpus, que le permite analizar las realidades sociales, pronunciarse sobre
ellas y dar orientaciones para la justa solución de los problemas derivados de las
mismas ».1107 La intervención de León XIII en la realidad socio-política de su
tiempo con la encíclica « Rerum novarum » « confiere a la Iglesia una especie de
“carta de ciudadanía” respecto a las realidades cambiantes de la vida pública, y
esto se corroboraría aún más posteriormente ».1108
522 La Iglesia, con su doctrina social, ofrece sobre todo una visión integral y una
plena comprensión del hombre, en su dimensión personal y social. La antropología
cristiana, manifestando la dignidad inviolable de la persona, introduce las
realidades del trabajo, de la economía y de la política en una perspectiva original,
que ilumina los auténticos valores humanos e inspira y sostiene el compromiso del
testimonio cristiano en los múltiples ámbitos de la vida personal, cultural y social.
Gracias a las « primicias del Espíritu » (Rm 8,23), el cristiano es capaz de «
cumplir la ley nueva del amor (cf. Rm 8,1-11). Por medio de este Espíritu, que
es prenda de la herencia (Ef 1,14), se restaura internamente todo el hombre hasta
que llegue la redención del cuerpo (Rm 8,23) ».1109 En este sentido, la doctrina
social subraya cómo el fundamento de la moralidad de toda actuación social
consiste en el desarrollo humano de la persona e individúa la norma de la acción
social en su correspondencia con el verdadero bien de la humanidad y en el
compromiso tendiente a crear condiciones que permitan a cada hombre realizar su
vocación integral.
523 La antropología cristiana anima y sostiene la obra pastoral de la inculturación
de la fe, dirigida a renovar desde dentro, con la fuerza del Evangelio, los criterios
de juicio, los valores determinantes, las líneas de pensamiento y los modelos de
vida del hombre contemporáneo: « Con la inculturación, la Iglesia se hace signo
más comprensible de lo que es, e instrumento más apto para su misión ».1110 El
mundo contemporáneo está marcado por una fractura entre Evangelio y cultura.
Una visión secularizada de la salvación tiende a reducir también el cristianismo a «
una sabiduría meramente humana, casi como una ciencia del vivir bien ».1111 La
Iglesia es consciente de que debe dar « un gran paso adelante en su
evangelización; debe entrar en una nueva etapa histórica de su dinamismo
misionero ».1112 En esta perspectiva pastoral se sitúa la enseñanza social: « La
“nueva evangelización”, de la que el mundo moderno tiene urgente necesidad...
debe incluir entre sus elementos esenciales el anuncio de la doctrina social de la
Iglesia ».1113
b) Doctrina social y pastoral social
524 La referencia esencial a la doctrina social determina la naturaleza, el
planteamiento, la estructura y el desarrollo de la pastoral social. Ésta es expresión
del ministerio de evangelización social, dirigido a iluminar, estimular y asistir la
promoción integral del hombre mediante la praxis de la liberación cristiana, en su
perspectiva terrena y trascendente. La Iglesia vive y obra en la historia,
interactuando con la sociedad y la cultura de su tiempo, para cumplir su misión de
comunicar a todos los hombres la novedad del anuncio cristiano, en la realidad
concreta de sus dificultades, luchas y desafíos; de esta manera la fe ayuda las
personas a comprender las cosas en la verdad que « abrirse al amor de Dios es la
verdadera liberación ».1114 La pastoral social es la expresión viva y concreta de una
Iglesia plenamente consciente de su misión de evangelizar las realidades sociales,
económicas, culturales y políticas del mundo.
525 El mensaje social del Evangelio debe orientar la Iglesia a desarrollar una
doble tarea pastoral: ayudar a los hombres a descubrir la verdad y elegir el camino
a seguir; y animar el compromiso de los cristianos de testimoniar, con solícito
servicio, el Evangelio en campo social: « Hoy más que nunca, la Palabra de Dios
no podrá ser proclamada ni escuchada si no va acompañada del testimonio de la
potencia del Espíritu Santo, operante en la acción de los cristianos al servicio de
sus hermanos, en los puntos donde se juegan éstos su existencia y su porvenir
».1115 La necesidad de una nueva evangelización hace comprender a la Iglesia «
que su mensaje social se hará creíble por el testimonio de las obras, antes que
por su coherencia y lógica interna ».1116
526 La doctrina social dicta los criterios fundamentales de la acción pastoral en
campo social: anunciar el Evangelio; confrontar el mensaje evangélico con las
realidades sociales; proyectar acciones cuya finalidad sea la renovación de tales
realidades, conformándolas a las exigencias de la moral cristiana. Una nueva
evangelización de la vida social requiere ante todo el anuncio del Evangelio: Dios
en Jesucristo salva a todos los hombres y a todo el hombre. Este anuncio revela el
hombre a sí mismo y debe ser el principio de interpretación de las realidades
sociales. En el anuncio del Evangelio, la dimensión social es esencial e ineludible,
aun no siendo la única. Ésta debe mostrar la inagotable fecundidad de la salvación
cristiana, si bien una conformación perfecta y definitiva de las realidades sociales
con el Evangelio no podrá realizarse en la historia: ningún resultado, ni aun el más
perfecto, puede eludir las limitaciones de la libertad humana y la tensión
escatológica de toda realidad creada.1117
527 La acción pastoral de la Iglesia en el ámbito social debe testimoniar ante todo
la verdad sobre el hombre. La antropología cristiana permite un discernimiento de
los problemas sociales, para los que no se puede hallar una solución correcta si
no se tutela el carácter trascendente de la persona humana, plenamente revelado
en la fe.1118 La acción social de los cristianos debe inspirarse en el principio
fundamental de la centralidad del hombre.1119 De la exigencia de promover la
identidad integral del hombre brota la propuesta de los grandes valores que
presiden una convivencia ordenada y fecunda: verdad, justicia, amor,
libertad.1120 La pastoral social se esfuerza para que la renovación de la vida pública
esté ligada a un efectivo respeto de estos valores. De ese modo, la Iglesia,
mediante su multiforme testimonio evangélico, promueve la conciencia de que el
bien de todos y de cada uno es el recurso inagotable para desarrollar toda la vida
social.
c) Doctrina social y formación
528 La doctrina social es un punto de referencia indispensable para una formación
cristiana completa. La insistencia del Magisterio al proponer esta doctrina como
fuente inspiradora del apostolado y de la acción social nace de la persuasión de
que ésta constituye un extraordinario recurso formativo: « Es absolutamente
indispensable —sobre todo para los fieles laicos comprometidos de diversos
modos en el campo social y político— un conocimiento más exacto de la doctrina
social de la Iglesia ».1121 Este patrimonio doctrinal no se enseña ni se conoce
adecuadamente: esta es una de las razones por las que no se traduce
pertinentemente en un comportamiento concreto.
529 El valor formativo de la doctrina social debe estar más presente en la
actividad catequética.1122 La catequesis es la enseñanza orgánica y sistemática de
la doctrina cristiana, impartida con el fin de iniciar a los creyentes en la plenitud de
la vida evangélica.1123 El fin último de la catequesis « es poner a uno no sólo en
contacto, sino en comunión, en intimidad con Jesucristo »,1124 para que así pueda
reconocer la acción del Espíritu Santo, del cual proviene el don de la vida nueva
en Cristo.1125 Con esta perspectiva de fondo, en su servicio de educación en la fe,
la catequesis no debe omitir, « sino iluminar como es debido... realidades como la
acción del hombre por su liberación integral, la búsqueda de una sociedad más
solidaria y fraterna, las luchas por la justicia y la construcción de la paz ». 1126 Para
este fin, es necesario procurar una presentación integral del Magisterio social, en
su historia, en sus contenidos y en sus metodologías. Una lectura directa de las
encíclicas sociales, realizada en el contexto eclesial, enriquece su recepción y su
aplicación, gracias a la aportación de las diversas competencias y conocimientos
profesionales presentes en la comunidad.
530 Es importante, sobre todo en el contexto de la catequesis, que la enseñanza
de la doctrina social se oriente a motivar la acción para evangelizar y humanizar
las realidades temporales. De hecho, con esta doctrina la Iglesia enseña un saber
teórico-práctico que sostiene el compromiso de transformación de la vida social,
para hacerla cada vez más conforme al diseño divino. La catequesis social apunta
a la formación de hombres que, respetuosos del orden moral, sean amantes de la
genuina libertad, hombres que « juzguen las cosas con criterio propio a la luz de la
verdad, que ordenen sus actividades con sentido de responsabilidad y que se
esfuercen por secundar todo lo verdadero y lo justo asociando de buena gana su
acción a la de los demás ».1127 Un valor formativo extraordinario se encuentra en el
testimonio del cristianismo fielmente vivido: « Es la vida de santidad, que
resplandece en tantos miembros del pueblo de Dios frecuentemente humildes y
escondidos a los ojos de los hombres, la que constituye el camino más simple y
fascinante en el que se nos concede percibir inmediatamente la belleza de la
verdad, la fuerza liberadora del amor de Dios, el valor de la fidelidad
incondicionada a todas las exigencias de la ley del Señor, incluso en las
circunstancias más difíciles ».1128
531 La doctrina social ha de estar a la base de una intensa y constante obra de
formación, sobre todo de aquella dirigida a los cristianos laicos. Esta formación
debe tener en cuenta su compromiso en la vida civil: « A los seglares les
corresponde, con su libre iniciativa y sin esperar pasivamente consignas y
directrices, penetrar de espíritu cristiano la mentalidad y las costumbres, las leyes
y las estructuras de la comunidad en que viven ».1129 El primer nivel de la obra
formativa dirigida a los cristianos laicos debe capacitarlos para a encauzar
eficazmente las tareas cotidianas en los ámbitos culturales, sociales, económicos
y políticos, desarrollando en ellos el sentido del deber practicado al servicio del
bien común.1130 Un segundo nivel se refiere a la formación de la conciencia política
para preparar a los cristianos laicos al ejercicio del poder político: « Quienes son o
pueden llegar a ser capaces de ejercer ese arte tan difícil y tan noble que es la
política, prepárense para ella y procuren ejercitarla con olvido del propio interés y
de toda ganancia venal ».1131
532 Las instituciones educativas católicas pueden y deben prestar un precioso
servicio formativo, aplicándose con especial solicitud en la inculturación del
mensaje cristiano, es decir, el encuentro fecundo entre el Evangelio y los distintos
saberes. La doctrina social es un instrumento necesario para una eficaz educación
cristiana al amor, la justicia, la paz, así como para madurar la conciencia de los
deberes morales y sociales en el ámbito de las diversas competencias culturales y
profesionales.
Las « Semanas Sociales » de los católicos representan un importante ejemplo de
institución formativa que el Magisterio siempre ha animado. Éstas constituyen un
lugar cualificado de expresión y crecimiento de los fieles laicos, capaz de
promover, a alto nivel, su contribución específica a la renovación del orden
temporal. La iniciativa, experimentada desde hace muchos años en diversos
países, es un verdadero taller cultural en el que se comunican y se confrontan
reflexiones y experiencias, se estudian los problemas emergentes y se individúan
nuevas orientaciones operativas.
533 No menos relevante debe ser el compromiso de emplear la doctrina social en
la formación de los presbíteros y de los candidatos al sacerdocio, los cuales, en el
horizonte de su preparación ministerial, deben madurar un conocimiento
cualificado de la enseñanza y de la acción pastoral de la Iglesia en el ámbito
social y un vivo interés por las cuestiones sociales de su tiempo. El documento de
la Congregación para la Educación Católica, « Orientaciones para el estudio y la
enseñanza de la doctrina social de la Iglesia en la formación de los
sacerdotes »,1132 ofrece indicaciones y disposiciones precisas para una correcta y
adecuada organización de los
estudios.
d) Promover el diálogo
534 La doctrina social es un instrumento eficaz de diálogo entre las comunidades
cristianas y la comunidad civil y política, un instrumento idóneo para promover e
inspirar actitudes de correcta y fecunda colaboración, según las modalidades
adecuadas a las circunstancias. El compromiso de las autoridades civiles y
políticas, llamadas a servir a la vocación personal y social del hombre, según su
propia competencia y con sus propios medios, puede encontrar en la doctrina
social de la Iglesia un importante apoyo y una rica fuente de inspiración.
535 La doctrina social es un terreno fecundo para cultivar el diálogo y la
colaboración en campo ecuménico, que hoy día se realizan en diversos ámbitos a
gran escala: en la defensa de la dignidad de las personas humanas; en la
promoción de la paz; en la lucha concreta y eficaz contra las miserias de nuestro
tiempo, como el hambre y la indigencia, el analfabetismo, la injusta distribución de
los bienes y la falta de vivienda. Esta multiforme cooperación aumenta la
conciencia de la fraternidad en Cristo y facilita el camino ecuménico.
536 En la común tradición del Antiguo Testamento, la Iglesia católica sabe que
puede dialogar con sus hermanos Hebreos, también mediante su doctrina social,
para construir juntos un futuro de justicia y de paz para todos los hombres, hijos
del único Dios. El común patrimonio espiritual favorece el conocimiento mutuo y la
estima recíproca,1133 sobre cuya base puede crecer el entendimiento para superar
cualquier discriminación y defender la dignidad humana.
537 La doctrina social se caracteriza también por una llamada constante al diálogo
entre todos los creyentes de las religiones del mundo, a fin de que sepan
compartir la búsqueda de las formas más oportunas de colaboración: las religiones
tienen un papel importante en la consecución de la paz, que depende del
compromiso común por el desarrollo integral del hombre.1134 Con el espíritu de
los Encuentros de oración que se realizaron en Asís,1135 la Iglesia sigue invitando a
los creyentes de otras religiones al diálogo y a favorecer, en todo lugar, un
testimonio eficaz de los valores comunes
a toda la familia humana.

e) Los sujetos de la pastoral social


538 La Iglesia, en el ejercicio de su misión, compromete a todo el Pueblo de Dios.
En sus diversas articulaciones y en cada uno de sus miembros, según los dones y
las formas de ejercicio propias de cada vocación, el Pueblo de Dios debe
corresponder al deber de anunciar y dar testimonio del Evangelio (cf. 1 Co 9,16),
con la conciencia de que « la misión atañe a todos los cristianos ».1136
También la acción pastoral en el ámbito social está destinada a todos los
cristianos, llamados a ser sujetos activos en el testimonio de la doctrina social  y a
injertarse plenamente en la tradición consolidada de « la actividad fecunda de
millones y millones de hombres, quienes a impulsos del magisterio social se han
esforzado por inspirarse en él con miras al propio compromiso con el mundo
».1137 Los cristianos de hoy, actuando individualmente o bien coordinados en
grupos, asociaciones y movimientos, deben saberse presentar como « un gran
movimiento para la defensa de la persona humana y para la tutela de su dignidad
».1138
539 En la Iglesia particular, el primer responsable del compromiso pastoral de
evangelización de lo social es el Obispo, ayudado por los sacerdotes, los
religiosos y las religiosas, y los fieles laicos. Con especial referencia a la realidad
local, el Obispo tiene la responsabilidad de promover la enseñanza y difusión de la
doctrina social, a la que provee mediante instituciones apropiadas.
La acción pastoral del Obispo se actúa a través del ministerio de los presbíteros
que participan en su misión de enseñar, santificar y guiar a la comunidad cristiana.
Con la programación de oportunos itinerarios formativos, el presbítero debe dar a
conocer la doctrina social y promover en los miembros de su comunidad la
conciencia del derecho y el deber de ser sujetos activos de esta doctrina.
Mediante las celebraciones sacramentales, en particular de la Eucaristía y la
Reconciliación, el sacerdote ayuda a vivir el compromiso social como fruto del
Misterio salvífico. Debe animar la acción pastoral en el ámbito social, cuidando con
particular solicitud la formación y el acompañamiento espiritual de los fieles
comprometidos en la vida social y política. El presbítero que ejerce su servicio
pastoral en las diversas asociaciones eclesiales, especialmente en las de
apostolado social, tiene la misión de favorecer su crecimiento con la necesaria
enseñanza de la doctrina social.
540 La acción pastoral en el campo social se sirve también de la obra de las
personas consagradas, de acuerdo con su carisma; su testimonio luminoso,
particularmente en las situaciones de mayor pobreza, constituye para todos una
llamada a vivir los valores de la santidad y del servicio generoso al prójimo. El don
total de sí de los religiosos se ofrece a la reflexión común también como un signo
emblemático y profético de la doctrina social: poniéndose totalmente al servicio del
misterio de la caridad de Cristo por el hombre y por el mundo, los religiosos
anticipan y muestran en su vida algunos rasgos de la humanidad nueva que la
doctrina social quiere propiciar. Las personas consagradas en la castidad, la
pobreza y la obediencia se ponen al servicio de la caridad pastoral, sobre todo con
la oración, gracias a la cual contemplan el proyecto de Dios sobre el mundo,
suplican al Señor a fin de que abra el corazón de cada hombre para que acoja
dentro de sí el don de la humanidad nueva, precio del sacrificio de Cristo.

II. DOCTRINA SOCIAL


Y COMPROMISO DE LOS FIELES LAICOS
a) El fiel laico
541 La connotación esencial de los fieles laicos que trabajan en la viña del
Señor (cf. Mt 20,1-16), es la índole secular de su seguimiento de Cristo, que se
realiza precisamente en el mundo: « A los laicos corresponde, por propia
vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y
ordenándolos según Dios ».1139 Mediante el Bautismo, los laicos son injertados en
Cristo y hechos partícipes de su vida y de su misión, según su peculiar identidad:
« Con el nombre de laicos se designan aquí todos los fieles cristianos, a excepción
de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la
Iglesia. Es decir, los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo,
integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función
sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión
de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde ».1140
542 La identidad del fiel laico nace y se alimenta de los sacramentos: del
Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. El Bautismo configura con Cristo, Hijo
del Padre, primogénito de toda criatura, enviado como Maestro y Redentor a todos
los hombres. La Confirmación configura con Cristo, enviado para vivificar la
creación y cada ser con la efusión de su Espíritu. La Eucaristía hace al creyente
partícipe del único y perfecto sacrificio que Cristo ha ofrecido al Padre, en su
carne, para la salvación del mundo.
El fiel laico es discípulo de Cristo a partir de los sacramentos y en virtud de ellos,
es decir, en virtud de todo lo que Dios ha obrado en él imprimiéndole la imagen
misma de su Hijo, Jesucristo. De este don divino de gracia, y no de concesiones
humanas, nace el triple « munus » (don y tarea), que cualifica al laico
como profeta, sacerdote y rey, según su índole secular.
543 Es tarea propia del fiel laico anunciar el Evangelio con el testimonio de una
vida ejemplar, enraizada en Cristo y vivida en las realidades temporales: la familia;
el compromiso profesional en el ámbito del trabajo, de la cultura, de la ciencia y de
la investigación; el ejercicio de las responsabilidades sociales, económicas,
políticas. Todas las realidades humanas seculares, personales y sociales,
ambientes y situaciones históricas, estructuras e instituciones, son el lugar propio
del vivir y actuar de los cristianos laicos. Estas realidades son destinatarias del
amor de Dios; el compromiso de los fieles laicos debe corresponder a esta visión y
cualificarse como expresión de la caridad evangélica: « El ser y el actuar en el
mundo son para los fieles laicos no sólo una realidad antropológica y sociológica,
sino también, y específicamente, una realidad teológica y eclesial ».1141
544 El testimonio del fiel laico nace de un don de gracia, reconocido, cultivado y
llevado a su madurez.1142 Ésta es la motivación que hace significativo su
compromiso en el mundo y lo sitúa en las antípodas de la mística de la acción,
propia del humanismo ateo, carente de fundamento último y circunscrita a una
perspectiva puramente temporal. El horizonte escatológico es la clave que permite
comprender correctamente las realidades humanas: desde la perspectiva de los
bienes definitivos, el fiel laico es capaz de orientar con autenticidad su actividad
terrena. El nivel de vida y la mayor productividad económica, no son los únicos
indicadores válidos para medir la realización plena del hombre en esta vida, y
valen aún menos si se refieren a la futura: « El hombre, en efecto, no se limita al
solo horizonte temporal, sino que, sujeto de la historia humana, mantiene
íntegramente su vocación eterna ».1143
b) La espiritualidad del fiel laico
545 Los fieles laicos están llamados a cultivar una auténtica espiritualidad laical,
que los regenere como hombres y mujeres nuevos, inmersos en el misterio de
Dios e incorporados en la sociedad, santos y santificadores. Esta espiritualidad
edifica el mundo según el Espíritu de Jesús: hace capaces de mirar más allá de la
historia, sin alejarse de ella; de cultivar un amor apasionado por Dios, sin apartar
la mirada de los hermanos, a quienes más bien se logra mirar como los ve el
Señor y amar como Él los ama. Es una espiritualidad que rehuye tanto el
espiritualismo intimista como el activismo social y sabe expresarse en una síntesis
vital que confiere unidad, significado y esperanza a la existencia, por tantas y
diversas razones contradictoria y fragmentada. Animados por esta espiritualidad,
los fieles laicos pueden contribuir, « desempeñando su propia profesión guiados
por el espíritu evangélico... a la santificación del mundo como desde dentro, a
modo de fermento. Y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás,
primordialmente mediante el testimonio de su vida ».1144
546 Los fieles laicos deben fortalecer su vida espiritual y moral, madurando las
capacidades requeridas para el cumplimiento de sus deberes sociales. La
profundización de las motivaciones interiores y la adquisición de un estilo
adecuado al compromiso en campo social y político, son fruto de un empeño
dinámico y permanente de formación, orientado sobre todo a armonizar la vida, en
su totalidad, y la fe. En la experiencia del creyente, en efecto, « no puede haber
dos vidas paralelas: por una parte, la denominada vida “espiritual”, con sus valores
y exigencias; y por otra, la denominada vida “secular”, es decir, la vida de familia,
del trabajo, de las relaciones sociales, del compromiso político y de la cultura ».1145
La síntesis entre fe y vida requiere un camino regulado sabiamente por los
elementos que caracterizan el itinerario cristiano: la adhesión a la Palabra de Dios;
la celebración litúrgica del misterio cristiano; la oración personal; la experiencia
eclesial auténtica, enriquecida por el particular servicio formativo de prudentes
guías espirituales; el ejercicio de las virtudes sociales y el perseverante
compromiso de formación cultural y profesional.
c) Actuar con prudencia
547 El fiel laico debe actuar según las exigencias dictadas por la prudencia: es
ésta la virtud que dispone para discernir en cada circunstancia el verdadero bien y
elegir los medios adecuados para llevarlo a cabo. Gracias a ella se aplican
correctamente los principios morales a los casos particulares. La prudencia se
articula en tres momentos: clarifica la situación y la valora; inspira la decisión y da
impulso a la acción. El primer momento se caracteriza por la reflexión y la
consulta para estudiar la cuestión, pidiendo el consejo necesario; el segundo
momento es el momento valorativo del análisis y del juicio de la realidad a la luz
del proyecto de Dios; el tercer momento, el de la decisión, se basa en las fases
precedentes, que hacen posible el discernimiento entre las acciones que se deben
llevar a cabo.
548 La prudencia capacita para tomar decisiones coherentes, con realismo y
sentido de responsabilidad respecto a las consecuencias de las propias
acciones. La visión, muy difundida, que identifica la prudencia con la astucia, el
calculo utilitarista, la desconfianza, o incluso con la timidez y la indecisión, está
muy lejos de la recta concepción de esta virtud, propia de la razón práctica, que
ayuda a decidir con sensatez y valentía las acciones a realizar, convirtiéndose
en medida de las demás virtudes. La prudencia ratifica el bien como deber y
muestra el modo en el que la persona se determina a cumplirlo. 1146 Es, en
definitiva, una virtud que exige el ejercicio maduro del pensamiento y de la
responsabilidad, con un conocimiento objetivo de la situación y una recta voluntad
que guía la decisión.1147
d) Doctrina social y experiencia asociativa
549 La doctrina social de la Iglesia debe entrar, como parte integrante, en el
camino formativo del fiel laico. La experiencia demuestra que el trabajo de
formación es posible, normalmente, en los grupos eclesiales de laicos, que
responden a criterios precisos de eclesialidad: 1148 « También los grupos, las
asociaciones y los movimientos tienen su lugar en la formación de los fieles laicos.
Tienen, en efecto, la posibilidad, cada uno con sus propios métodos, de ofrecer
una formación profundamente injertada en la misma experiencia de vida
apostólica, como también la oportunidad de completar, concretar y especificar la
formación que sus miembros reciben
de otras personas y comunidades ».1149 La doctrina social de la Iglesia sostiene e
ilumina el papel de las asociaciones, de los movimientos y de los grupos laicales
comprometidos en vivificar cristianamente los diversos sectores del orden
temporal: 1150 « La comunión eclesial, ya presente y operante en la acción personal
de cada uno, encuentra una manifestación específica en el actuar asociado de los
fieles laicos: es decir, en la acción solidaria que ellos llevan a cabo participando
responsablemente en la vida y misión de la Iglesia ».1151
550 La doctrina social de la Iglesia es de suma importancia para los grupos
eclesiales que tienen como objetivo de su compromiso la acción pastoral en
ámbito social. Estos constituyen un punto de referencia privilegiado, ya que
operan en la vida social conforme a su fisonomía eclesial y demuestran, de este
modo, lo relevante que es el valor de la oración, de la reflexión y del diálogo para
comprender las realidades sociales y mejorarlas. En todo caso vale la distinción «
entre la acción que los cristianos, aislada o asociadamente, llevan a cabo a título
personal, como ciudadanos de acuerdo con su conciencia cristiana, y la acción
que realizan, en nombre de la Iglesia, en comunión con sus pastores ».1152
También las asociaciones profesionales, que agrupan a sus miembros en nombre
de la vocación y de la misión cristianas en un determinado ambiente profesional o
cultural, pueden desarrollar un valioso trabajo de maduración cristiana. Así —por
ejemplo— una asociación católica de médicos forma a sus afiliados a través del
ejercicio del discernimiento ante los múltiples problemas que la ciencia médica, la
biología y otras ciencias presentan a la competencia profesional del médico, pero
también a su conciencia y a su fe. Otro tanto se podrá decir de asociaciones de
maestros católicos, de juristas, de empresarios, de trabajadores, sin olvidar
tampoco las de deportistas, ecologistas... En este contexto la doctrina social
muestra su eficacia formativa respecto a la conciencia de cada persona y a la
cultura de un país.
e) El servicio en los diversos ámbitos de la vida social
551 La presencia del fiel laico en campo social se caracteriza por el servicio, signo
y expresión de la caridad, que se manifiesta en la vida familiar, cultural, laboral,
económica, política, según perfiles específicos: obedeciendo a las diversas
exigencias de su ámbito particular de compromiso, los fieles laicos expresan la
verdad de su fe y, al mismo tiempo, la verdad de la doctrina social de la Iglesia,
que encuentra su plena realización cuando se vive concretamente para solucionar
los problemas sociales. La credibilidad misma de la doctrina social reside, en
efecto, en el testimonio de las obras, antes que en su coherencia y lógica
interna.1153
Adentrados en el tercer milenio de la era cristiana, los fieles laicos se orientarán
con su testimonio a todos los hombres con los que colaborarán para resolver las
cuestiones más urgentes de nuestro tiempo: « Todo lo que, extraído del tesoro
doctrinal de la Iglesia, ha propuesto el Concilio, pretende ayudar a todos los
hombres de nuestros días, a los que creen en Dios y a los que no creen en Él de
forma explícita, a fin de que, con la más clara percepción de su entera vocación,
ajusten mejor el mundo a la superior dignidad del hombre, tiendan a una
fraternidad universal más profundamente arraigada y, bajo el impulso del amor,
con esfuerzo generoso y unido, respondan a las urgentes exigencias de nuestra
edad ».1154
1. El servicio a la persona humana
552 Entre los ámbitos del compromiso social de los fieles laicos emerge, ante
todo, el servicio a la persona humana: la promoción de la dignidad de la persona,
el bien más precioso que el hombre posee, es « una tarea esencial; es más, en
cierto sentido es la tarea central y unificante del servicio que la Iglesia, y en ella los
fieles laicos, están llamados a prestar a la familia humana ».1155
La primera forma de llevar a cabo esta tarea consiste en el compromiso y en el
esfuerzo por la propia renovación interior, porque la historia de la humanidad no
está dirigida por un determinismo impersonal, sino por una constelación de
sujetos, de cuyos actos libres depende el orden social. Las instituciones sociales
no garantizan por sí mismas, casi mecánicamente, el bien de todos: « La
renovación interior del espíritu cristiano » 1156 debe preceder el compromiso de
mejorar la sociedad « según el espíritu de la Iglesia, afianzando la justicia y la
caridad sociales ».1157
De la conversión del corazón brota la solicitud por el hombre amado como un
hermano. Esta solicitud lleva a comprender como una obligación el compromiso de
sanar las instituciones, las estructuras y las condiciones de vida contrarias a la
dignidad humana. Los fieles laicos deben, por tanto, trabajar a la vez por la
conversión de los corazones y por el mejoramiento de las estructuras, teniendo en
cuenta la situación histórica y usando medios lícitos, con el fin de obtener
instituciones en las que la dignidad de todos los hombres sea verdaderamente
respetada y promovida.
553 La promoción de la dignidad humana implica, ante todo, la afirmación del
inviolable derecho a la vida, desde la concepción hasta la muerte natural, el
primero entre todos y condición para todos los demás derechos de la
persona.1158 El respeto de la dignidad personal exige, además, el reconocimiento
de la dimensión religiosa del hombre, que no es « una exigencia simplemente
“confesional”, sino más bien una exigencia que encuentra su raíz inextirpable en la
realidad misma del hombre ».1159 El reconocimiento efectivo del derecho a la
libertad de conciencia y a la libertad religiosa es uno de los bienes más elevados y
de los deberes más graves de todo pueblo que quiera verdaderamente asegurar el
bien de la persona y de la sociedad.1160 En el actual contexto cultural, adquiere
especial urgencia el compromiso de defender el matrimonio y la familia, que puede
cumplirse adecuadamente sólo con la convicción del valor único e insustituible de
estas realidades en orden al auténtico desarrollo de la convivencia humana.1161
2. El servicio a la cultura
554 La cultura debe constituir un campo privilegiado de presencia y de
compromiso para la Iglesia y para cada uno de los cristianos. La separación entre
la fe cristiana y la vida cotidiana es juzgada por el Concilio Vaticano II como uno
de los errores más graves de nuestro tiempo.1162 El extravío del horizonte
metafísico; la pérdida de la nostalgia de Dios en el narcisismo egoísta y en la
sobreabundancia de medios propia de un estilo de vida consumista; el primado
atribuido a la tecnología y a la investigación científica como fin en sí misma; la
exaltación de la apariencia, de la búsqueda de la imagen, de las técnicas de la
comunicación: todos estos fenómenos deben ser comprendidos en sus aspectos
culturales y relacionados con el tema central de la persona humana, de su
crecimiento integral, de su capacidad de comunicación y de relación con los
demás hombres, de su continuo interrogarse acerca de las grandes cuestiones
que connotan la existencia. Téngase presente que « la cultura es aquello a través
de lo cual el hombre, en cuanto hombre, se hace más hombre, “es” más, accede
más al “ser” ».1163
555 Un campo particular de compromiso de los fieles laicos debe ser la promoción
de una cultura social y política inspirada en el Evangelio. La historia reciente ha
mostrado la debilidad y el fracaso radical de algunas perspectivas culturales
ampliamente compartidas y dominantes durante largo tiempo, en especial a nivel
político y social. En este ámbito, especialmente en los decenios posteriores a la
Segunda Guerra Mundial, los católicos, en diversos países, han sabido desarrollar
un elevado compromiso, que da testimonio, hoy con evidencia cada vez mayor, de
la consistencia de su inspiración y de su patrimonio de valores. El compromiso
social y político de los católicos, en efecto, nunca se ha limitado a la mera
transformación de las estructuras, porque está impulsado en su base por una
cultura que acoge y da razón de las instancias que derivan de la fe y de la moral,
colocándolas como fundamento y objetivo de proyectos concretos. Cuando esta
conciencia falta, los mismos católicos se condenan a la dispersión cultural,
empobreciendo y limitando sus propuestas. Presentar en términos culturales
actualizados el patrimonio de la Tradición católica, sus valores, sus contenidos,
toda la herencia espiritual, intelectual y moral del catolicismo, es también hoy la
urgencia prioritaria. La fe en Jesucristo, que se definió a sí mismo « el Camino, la
Verdad y la Vida » (Jn 14,6), impulsa a los cristianos a cimentarse con empeño
siempre renovado en la construcción de una cultura social y política inspirada en el
Evangelio.1164
556 La perfección integral de la persona y el bien de toda la sociedad son los fines
esenciales de la cultura: 1165 la dimensión ética de la cultura es, por tanto, una
prioridad en la acción social y política de los fieles laicos. El descuido de esta
dimensión transforma fácilmente la cultura en un instrumento de empobrecimiento
de la humanidad. Una cultura puede volverse estéril y encaminarse a la
decadencia, cuando « se encierra en sí misma y trata de perpetuar formas de vida
anticuadas, rechazando cualquier cambio y confrontación sobre la verdad del
hombre ».1166 La formación de una cultura capaz de enriquecer al hombre requiere
por el contrario un empeño pleno de la persona, que despliega en ella toda su
creatividad, su inteligencia, su conocimiento del mundo y de los hombres, y ahí
emplea, además, su capacidad de autodominio, de sacrificio personal, de
solidaridad y de disponibilidad para promover el bien común.1167
557 El compromiso social y político del fiel laico en ámbito cultural comporta
actualmente algunas direcciones precisas. La primera es la que busca asegurar a
todos y cada uno el derecho a una cultura humana y civil, « exigido por la dignidad
de la persona, sin distinción de raza, sexo, nacionalidad, religión o condición social
».1168 Este derecho implica el derecho de las familias y de las personas a una
escuela libre y abierta; la libertad de acceso a los medios de comunicación social,
para lo cual se debe evitar cualquier forma de monopolio y de control ideológico; la
libertad de investigación, de divulgación del pensamiento, de debate y de
confrontación. En la raíz de la pobreza de tantos pueblos se hallan también formas
diversas de indigencia cultural y de derechos culturales no reconocidos. El
compromiso por la educación y la formación de la persona constituye, en todo
momento, la primera solicitud de la acción social de los cristianos.
558 El segundo desafío para el compromiso del cristiano laico se refiere al
contenido de la cultura, es decir, a la verdad. La cuestión de la verdad es esencial
para la cultura, porque todos los hombres tienen « el deber de conservar la
estructura de toda la persona humana, en la que destacan los valores de la
inteligencia, voluntad, conciencia y fraternidad ».1169 Una correcta antropología es
el criterio que ilumina y verifica las diversas formas culturales históricas. El
compromiso del cristiano en ámbito cultural se opone a todas las visiones
reductivas e ideológicas del hombre y de la vida. El dinamismo de apertura a la
verdad está garantizado ante todo por el hecho que « las culturas de las diversas
Naciones son, en el fondo, otras tantas maneras diversas de plantear la pregunta
acerca del sentido de la existencia personal ».1170
559 Los cristianos deben trabajar generosamente para dar su pleno valor a la
dimensión religiosa de la cultura: esta tarea, es sumamente importante y urgente
para lograr la calidad de la vida humana, en el plano social e individual. La
pregunta que proviene del misterio de la vida y remite al misterio más grande, el
de Dios, está, en efecto, en el centro de toda cultura; cancelar este ámbito
comporta la corrupción de la cultura y de la vida moral de las Naciones.1171 La
auténtica dimensión religiosa es constitutiva del hombre y le permite captar en sus
diversas actividades el horizonte en el que ellas encuentran significado y dirección.
La religiosidad o espiritualidad del hombre se manifiesta en las formas de la
cultura, a las que da vitalidad e inspiración. De ello dan testimonio innumerables
obras de arte de todos los tiempos. Cuando se niega la dimensión religiosa de una
persona o de un pueblo, la misma cultura se deteriora; llegando, en ocasiones,
hasta el punto de hacerla desaparecer.
560 En la promoción de una auténtica cultura, los fieles laicos darán gran relieve a
los medios de comunicación social, considerando sobre todo los contenidos de las
innumerables decisiones realizadas por las personas: todas estas decisiones, si
bien varían de un grupo a otro y de persona a persona, tienen un peso moral, y
deben ser evaluadas bajo este perfil. Para elegir correctamente, es necesario
conocer las normas de orden moral y aplicarlas fielmente.1172 La Iglesia ofrece una
extensa tradición de sabiduría, radicada en la Revelación divina y en la reflexión
humana,1173 cuya orientación teológica es un correctivo importante « tanto para la
“solución “atea”, que priva al hombre de una parte esencial, la espiritual, como
para las soluciones permisivas o consumísticas, las cuales con diversos pretextos
tratan de convencerlo de su independencia de toda ley y de Dios mismo ».1174 Más
que juzgar los medios de comunicación social, esta tradición se pone a su servicio:
« La cultura de la sabiduría, propia de la Iglesia puede evitar que la cultura de la
información, propia de los medios de comunicación, se convierta en una
acumulación de hechos sin sentido ».1175
561 Los fieles laicos considerarán los medios de comunicación como posibles y
potentes instrumentos de solidaridad: « La solidaridad aparece como una
consecuencia de una información verdadera y justa, y de la libre circulación de las
ideas, que favorecen el conocimiento y el respeto del prójimo ».1176 Esto no sucede
si los medios de comunicación social se usan para edificar y sostener sistemas
económicos al servicio de la avidez y de la ambición. La decisión de ignorar
completamente algunos aspectos del sufrimiento humano ocasionado por graves
injusticias supone una elección indefendible.1177 Las estructuras y las políticas de
comunicación y distribución de la tecnología son factores que contribuyen a que
algunas personas sean « ricas » de información y otras « pobres » de información,
en una época en que la prosperidad y hasta la supervivencia dependen de la
información. De este modo los medios de comunicación social contribuyen a las
injusticias y desequilibrios que causan ese mismo dolor que después reportan
como información. Las tecnologías de la comunicación y de la información, junto a
la formación en su uso, deben apuntar a eliminar estas injusticias y desequilibrios.
562 Los profesionales de estos medios no son los únicos que tienen deberes
éticos. También los usuarios tienen obligaciones. Los operadores que intentan
asumir sus responsabilidades merecen un público consciente de las propias. El
primer deber de los usuarios de las comunicaciones sociales consiste en el
discernimiento y la selección. Los padres, las familias y la Iglesia tienen
responsabilidades precisas e irrenunciables. Cuantos se relacionan en formas
diversas con el campo de las comunicaciones sociales, deben tener en cuenta la
amonestación fuerte y clara de San Pablo: « Por tanto, desechando la
mentira, hablad con verdad cada cual con su prójimo, pues somos miembros los
unos de los otros... No salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la que sea
conveniente para edificar según la necesidad y hacer el bien a los que os
escuchen » (Ef 4,25.29). Las exigencias éticas esenciales de los medios de
comunicación social son, el servicio a la persona mediante la edificación de una
comunidad humana basada en la solidaridad, en la justicia y en el amor y la
difusión de la verdad sobre la vida humana y su realización final en Dios.1178 A la
luz de la fe, la comunicación humana se debe considerar un recorrido de Babel a
Pentecostés, es decir, el compromiso, personal y social, de superar el colapso de
la comunicación (cf. Gn 11,4-8) abriéndose al don de lenguas (cf. Hch 2,5-11), a la
comunicación restablecida con la fuerza del Espíritu, enviado por el Hijo.
3. El servicio a la economía
563 Ante la complejidad del contexto económico contemporáneo, el fiel laico se
deberá orientar su acción por los principios del Magisterio social. Es necesario que
estos principios sean conocidos y acogidos en la actividad económica misma:
cuando se descuidan estos principios, empezando por la centralidad de la persona
humana, se pone en peligro la calidad de la actividad económica.1179
El compromiso del cristiano se traducirá también en un esfuerzo de reflexión
cultural orientado sobre todo a un discernimiento sobre los modelos actuales de
desarrollo económico-social. La reducción de la cuestión del desarrollo a un
problema exclusivamente técnico llevaría a vaciarlo de su verdadero contenido
que es, en cambio, « la dignidad del hombre y de los pueblos ».1180
564 Los estudiosos de la ciencia económica, los trabajadores del sector y los
responsables políticos deben advertir la urgencia de replantear la
economía, considerando, por una parte, la dramática pobreza material de miles de
millones de personas y, por la otra, el hecho de que « a las actuales estructuras
económicas, sociales y culturales les cuesta hacerse cargo de las exigencias de
un auténtico desarrollo ».1181 Las legítimas exigencias de la eficiencia económica
deben armonizarse mejor con las de la participación política y de la justicia social.
Esto significa, en concreto, impregnar de solidaridad las redes de la
interdependencia económica, política y social, que los procesos de globalización
en curso tienden a acrecentar.1182 En este esfuerzo de replanteamiento, que se
perfila articulado y está destinado a incidir en las concepciones de la realidad
económica, resultan de gran valor las asociaciones de inspiración cristiana que se
mueven en el ámbito económico: asociaciones de trabajadores, de empresarios,
de economistas.
4. El servicio a la política
565 Para los fieles laicos, el compromiso político es una expresión cualificada y
exigente del empeño cristiano al servicio de los demás.1183 La búsqueda del bien
común con espíritu de servicio; el desarrollo de la justicia con atención particular a
las situaciones de pobreza y sufrimiento; el respeto de la autonomía de las
realidades terrenas; el principio de subsidiaridad; la promoción del diálogo y de la
paz en el horizonte de la solidaridad: éstas son las orientaciones que deben
inspirar la acción política de los cristianos laicos. Todos los creyentes, en cuanto
titulares de derechos y deberes cívicos, están obligados a respetar estas
orientaciones; quienes desempeñan tareas directas e institucionales en la gestión
de las complejas problemáticas de los asuntos públicos, ya sea en las
administraciones locales o en las instituciones nacionales e internacionales,
deberán tenerlas especialmente en cuenta.
566 Los cargos de responsabilidad en las instituciones sociales y políticas exigen
un compromiso riguroso y articulado, que sepa evidenciar, con las aportaciones
de la reflexión en el debate político, con la elaboración de proyectos y con las
decisiones operativas, la absoluta necesidad de la componente moral en la vida
social y política. Una atención inadecuada a la dimensión moral conduce a la
deshumanización de la vida asociada y de las instituciones sociales y políticas,
consolidando las « estructuras de pecado »: 1184 « Vivir y actuar políticamente en
conformidad con la propia conciencia no es un acomodarse en posiciones
extrañas al compromiso político o en una forma de confesionalidad, sino expresión
de la aportación de los cristianos para que, a través de la política, se instaure un
ordenamiento social más justo y coherente con la dignidad de la persona humana
».1185
567 En el contexto del compromiso político del fiel laico, requiere un cuidado
particular, la preparación para el ejercicio del poder, que los creyentes deben
asumir, especialmente cuando sus conciudadanos les confían este encargo,
según las reglas democráticas. Los cristianos aprecian el sistema democrático, «
en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones
políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus
propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica
»,1186 y rechazan los grupos ocultos de poder que buscan condicionar o subvertir el
funcionamiento de las instituciones legítimas. El ejercicio de la autoridad debe
asumir el carácter de servicio, se ha de desarrollar siempre en el ámbito de la ley
moral para lograr el bien común: 1187 quien ejerce la autoridad política debe hacer
converger las energías de todos los ciudadanos hacia este objetivo, no de forma
autoritaria, sino valiéndose de la fuerza moral alimentada por la libertad.
568 El fiel laico está llamado a identificar, en las situaciones políticas concretas,
las acciones realmente posibles para poner en práctica los principios y los valores
morales propios de la vida social. Ello exige un método de
discernimiento,1188 personal y comunitario, articulado en torno a algunos puntos
claves: el conocimiento de las situaciones, analizadas con la ayuda de las ciencias
sociales y de instrumentos adecuados; la reflexión sistemática sobre la realidad, a
la luz del mensaje inmutable del Evangelio y de la enseñanza social de la Iglesia;
la individuación de las opciones orientadas a hacer evolucionar en sentido positivo
la situación presente. De la profundidad de la escucha y de la interpretación de la
realidad derivan las opciones operativas concretas y eficaces; a las que, sin
embargo, no se les debe atribuir nunca un valor absoluto, porque ningún problema
puede ser resuelto de modo definitivo: « La fe nunca ha pretendido encerrar los
contenidos socio-políticos en un esquema rígido, consciente de que la dimensión
histórica en la que el hombre vive, impone verificar la presencia de situaciones
imperfectas y a menudo rápidamente mutables ».1189
569 Una situación emblemática para el ejercicio del discernimiento se presenta en
el funcionamiento del sistema democrático, que hoy muchos consideran en una
perspectiva agnóstica y relativista, que lleva a ver la verdad como un producto
determinado por la mayoría y condicionado por los equilibrios políticos.1190 En un
contexto semejante, el discernimiento es especialmente grave y delicado cuando
se ejercita en ámbitos como la objetividad y rectitud de la información, la
investigación científica o las opciones económicas que repercuten en la vida de los
más pobres o en realidades que remiten a las exigencias morales fundamentales e
irrenunciables, como el carácter sagrado de la vida, la indisolubilidad del
matrimonio, la promoción de la familia fundada sobre el matrimonio entre un
hombre y una mujer.
En esta situación resultan útiles algunos criterios fundamentales: la distinción y a
la vez la conexión entre el orden legal y el orden moral; la fidelidad a la propia
identidad y, al mismo tiempo, la disponibilidad al diálogo con todos; la necesidad
de que el juicio y el compromiso social del cristiano hagan referencia a la triple e
inseparable fidelidad a los valores naturales, respetando la legítima autonomía de
las realidades temporales, a los valores morales, promoviendo la conciencia de la
intrínseca dimensión ética de los problemas sociales y políticos, y a los valores
sobrenaturales, realizando su misión con el espíritu del Evangelio de Jesucristo.
570 Cuando en ámbitos y realidades que remiten a exigencias éticas
fundamentales se proponen o se toman decisiones legislativas y políticas
contrarias a los principios y valores cristianos, el Magisterio enseña que « la
conciencia cristiana bien formada no permite a nadie favorecer con el propio voto
la realización de un programa político o la aprobación de una ley particular que
contengan propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales de
la fe y la moral ».1191
En el caso que no haya sido posible evitar la puesta en práctica de tales
programas políticos, o impedir o abrogar tales leyes, el Magisterio enseña que un
parlamentario, cuya oposición personal a las mismas sea absoluta, clara, y de
todos conocida, podría lícitamente ofrecer su apoyo a propuestas encaminadas a
limitar los daños de dichas leyes y programas, y a disminuir sus efectos negativos
en el campo de la cultura y de la moralidad pública. Es emblemático al respecto, el
caso de una ley abortista.1192 Su voto, en todo caso, no puede ser interpretado
como adhesión a una ley inicua, sino sólo como una contribución para reducir las
consecuencias negativas de una resolución legislativa, cuya total responsabilidad
recae sobre quien la ha procurado.
Téngase presente que, en las múltiples situaciones en las que están en juego
exigencias morales fundamentales e irrenunciables, el testimonio cristiano debe
ser considerado como un deber fundamental que puede llegar incluso al sacrificio
de la vida, al martirio, en nombre de la caridad y de la dignidad humana.1193 La
historia de veinte siglos, incluida la del último, está valiosamente poblada de
mártires de la verdad cristiana, testigos de fe, de esperanza y de caridad
evangélicas. El martirio es el testimonio de la propia conformación personal con
Cristo Crucificado, cuya expresión llega hasta la forma suprema del
derramamiento de la propia sangre, según la enseñanza evangélica: « Si el grano
de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto »
(Jn 12,24).
571 El compromiso político de los católicos con frecuencia se pone en relación
con la « laicidad », es decir, la distinción entre la esfera política y la esfera
religiosa.1194 Esta distinción « es un valor adquirido y reconocido por la Iglesia, y
pertenece al patrimonio de civilización alcanzado ».1195 La doctrina moral católica,
sin embargo, excluye netamente la perspectiva de una laicidad entendida como
autonomía respecto a la ley moral: « En efecto, la “laicidad” indica en primer lugar
la actitud de quien respeta las verdades que emanan del conocimiento natural
sobre el hombre que vive en sociedad, aunque tales verdades sean enseñadas al
mismo tiempo por una religión específica, pues la verdad es una ».1196 Buscar
sinceramente la verdad, promover y defender con medios lícitos las verdades
morales que se refieren a la vida social —la justicia, la libertad, el respeto de la
vida y de los demás derechos de la persona— es un derecho y un deber de todos
los miembros de una comunidad social y política.
Cuando el Magisterio de la Iglesia interviene en cuestiones inherentes a la vida
social y política, no atenta contra las exigencias de una correcta interpretación de
la laicidad, porque « no quiere ejercer un poder político ni eliminar la libertad de
opinión de los católicos sobre cuestiones contingentes. Busca, en cambio —en
cumplimiento de su deber— instruir e iluminar la conciencia de los fieles, sobre
todo de los que están comprometidos en la vida política, para que su acción esté
siempre al servicio de la promoción integral de la persona y del bien común. La
enseñanza social de la Iglesia no es una intromisión en el gobierno de los
diferentes países. Plantea ciertamente, en la conciencia única y unitaria de los
fieles laicos, un deber moral de coherencia ».1197
572 El principio de laicidad conlleva el respeto de cualquier confesión religiosa por
parte del Estado, « que asegura el libre ejercicio de las actividades del culto,
espirituales, culturales y caritativas de las comunidades de creyentes. En una
sociedad pluralista, la laicidad es un lugar de comunicación entre las diversas
tradiciones espirituales y la Nación ».1198 Por desgracia todavía permanecen,
también en las sociedades democráticas, expresiones de un laicismo intolerante,
que obstaculizan todo tipo de relevancia política y cultural de la fe, buscando
descalificar el compromiso social y político de los cristianos sólo porque estos se
reconocen en las verdades que la Iglesia enseña y obedecen al deber moral de
ser coherentes con la propia conciencia; se llega incluso a la negación más radical
de la misma ética natural. Esta negación, que deja prever una condición de
anarquía moral, cuya consecuencia obvia es la opresión del más fuerte sobre el
débil, no puede ser acogida por ninguna forma de pluralismo legítimo, porque mina
las bases mismas de la convivencia humana. A la luz de este estado de cosas, «
la marginalización del Cristianismo... no favorecería ciertamente el futuro de
proyecto alguno de sociedad ni la concordia entre los pueblos, sino que pondría
más bien en peligro los mismos fundamentos espirituales y culturales de la
civilización ».1199
573 Un ámbito especial de discernimiento para los fieles laicos concierne a la
elección de los instrumentos políticos, o la adhesión a un partido y a las demás
expresiones de la participación política. Es necesario efectuar una opción
coherente con los valores, teniendo en cuenta las circunstancias reales. En
cualquier caso, toda elección debe siempre enraizarse en la caridad y tender a la
búsqueda del bien común.1200 Las instancias de la fe cristiana difícilmente se
pueden encontrar en una única posición política: pretender que un partido o una
formación política correspondan completamente a las exigencias de la fe y de la
vida cristiana genera equívocos peligrosos. El cristiano no puede encontrar un
partido político que responda plenamente a las exigencias éticas que nacen de la
fe y de la pertenencia a la Iglesia: su adhesión a una formación política no será
nunca ideológica, sino siempre crítica, a fin de que el partido y su proyecto político
resulten estimulados a realizar formas cada vez más atentas a lograr el bien
común, incluido el fin espiritual del hombre.1201
574 La distinción, por un lado, entre instancias de la fe y opciones socio- políticas
y, por el otro, entre las opciones particulares de los cristianos y las realizadas por
la comunidad cristiana en cuanto tal, comporta que la adhesión a un partido o
formación política sea considerada una decisión a título personal, legítima al
menos en los límites de partidos y posiciones no incompatibles con la fe y los
valores cristianos.1202 La elección del partido, de la formación política, de las
personas a las cuales confiar la vida pública, aun cuando compromete la
conciencia de cada uno, no podrá ser una elección exclusivamente individual: «
Incumbe a las comunidades cristianas analizar con objetividad la situación propia
de su país, esclarecerla mediante la luz de la palabra inalterable del Evangelio,
deducir principios de reflexión, normas de juicio y directrices de acción según las
enseñanzas sociales de la Iglesia ».1203 En cualquier caso, « a nadie le está
permitido reivindicar en exclusiva a favor de su parecer la autoridad de la Iglesia
»: 1204 los creyentes deben procurar más bien « hacerse luz mutuamente con un
diálogo sincero, guardando la mutua caridad y la solicitud primordial por el bien
común ».1205
CONCLUSIÓN
HACIA UNA CIVILIZACIÓN DEL AMOR
a) La ayuda de la Iglesia al hombre contemporáneo
575 La sociedad contemporánea advierte y vive profusamente una nueva
necesidad de sentido: « Siempre deseará el hombre saber, al menos
confusamente, el sentido de su vida, de su acción y de su muerte ». 1206 Resultan
arduos los intentos de satisfacer las exigencias de proyectar el futuro en el nuevo
contexto de las relaciones internacionales, cada vez más complejas e
interdependientes, y al mismo tiempo menos ordenadas y pacíficas. La vida y la
muerte de las personas parecen estar confiadas únicamente al progreso científico
y tecnológico, que avanza mucho más rápidamente que la capacidad humana de
establecer sus fines y evaluar sus costos. Muchos fenómenos indican, por el
contrario, que « en las Naciones más ricas, los hombres, insatisfechos cada vez
más por la posesión de los bienes materiales, abandonan la utopía de un paraíso
perdurable aquí en la tierra. Al mismo tiempo, la humanidad entera no solamente
está adquiriendo una conciencia cada día más clara de los derechos inviolables y
universales de la persona humana, sino que además se esfuerza con toda clase
de recursos por establecer entre los hombres relaciones mutuas más justas y
adecuadas a su propia dignidad ».1207
576 A las preguntas de fondo sobre el sentido y el fin de la aventura humana, la
Iglesia responde con el anuncio del Evangelio de Cristo, que rescata la dignidad
de la persona humana del vaivén de las opiniones, asegurando la libertad del
hombre como ninguna ley humana puede hacerlo. El Concilio Vaticano II indica
que la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo consiste en ayudar a cada
ser humano a descubrir en Dios el significado último de su existencia: la Iglesia
sabe bien que « sólo Dios, al que ella sirve, responde a las aspiraciones más
profundas del corazón humano, el cual nunca se sacia plenamente con solos los
alimentos terrenos ».1208 Sólo Dios, que ha creado el hombre a su imagen y lo ha
redimido del pecado, puede ofrecer a los interrogantes humanos más radicales
una respuesta plenamente adecuada por medio de la Revelación realizada en su
Hijo hecho hombre: el Evangelio, en efecto, « anuncia y proclama la libertad de los
hijos de Dios, rechaza todas las esclavitudes, que derivan en última instancia, del
pecado; respeta santamente la dignidad de la conciencia y su libre decisión;
advierte sin cesar que todo talento humano debe redundar en servicio de Dios y
bien de la humanidad; encomienda, finalmente, a todos a la caridad de todos ».1209
b) Recomenzar desde la fe en Cristo
577 La fe en Dios y en Jesucristo ilumina los principios morales que son « el único
e insustituible fundamento de estable tranquilidad en que se apoya el orden
interno y externo de la vida privada y pública, que es el único que puede
engendrar y salvaguardar la prosperidad de los Estados ».1210 La vida social se
debe ajustar al designio divino: « La dimensión teológica se hace necesaria para
interpretar y resolver los actuales problemas de la convivencia humana ».1211 Ante
las graves formas de explotación y de injusticia social « se difunde y agudiza cada
vez más la necesidad de una radical renovación personal y social capaz de
asegurar justicia, solidaridad, honestidad y transparencia. Ciertamente es largo y
fatigoso el camino que hay que recorrer; muchos y grandes son los esfuerzos por
realizar para que pueda darse semejante renovación, incluso por las causas
múltiples y graves que generan y favorecen las situaciones de injusticia presentes
hoy en el mundo. Pero, como enseñan la experiencia y la historia de cada uno, no
es difícil encontrar, al origen de estas situaciones, causas propiamente
“culturales”, relacionadas con una determinada visión del hombre, de la sociedad y
del mundo. En realidad, en el centro de la cuestión cultural está el sentido
moral, que a su vez se fundamenta y se realiza en el sentido
religioso ».1212 También en lo que respecta a la « cuestión social » se debe evitar «
la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos
de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona
y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros! No se trata, pues, de
inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido
por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al
que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar
con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste ».1213
c) Una esperanza sólida
578 La Iglesia enseña al hombre que Dios le ofrece la posibilidad real de superar
el mal y de alcanzar el bien. El Señor ha redimido al hombre, lo ha rescatado
a caro precio (cf. 1 Co 6,20). El sentido y el fundamento del compromiso cristiano
en el mundo derivan de esta certeza, capaz de encender la esperanza, a pesar
del pecado que marca profundamente la historia humana: la promesa divina
garantiza que el mundo no permanece encerrado en sí mismo, sino abierto al
Reino de Dios. La Iglesia conoce los efectos del « misterio de la impiedad » (2
Ts 2,7), pero sabe también que « hay en la persona humana suficientes
cualidades y energías, y hay una “bondad” fundamental (cf. Gn 1,31), porque es
imagen de su Creador, puesta bajo el influjo redentor de Cristo, “cercano a todo
hombre”, y porque la acción eficaz del Espíritu Santo “llena la tierra” (Sb 1,7) ».1214
579 La esperanza cristiana confiere una fuerte determinación al compromiso en
campo social, infundiendo confianza en la posibilidad de construir un mundo
mejor, sabiendo bien que no puede existir un « paraíso perdurable aquí en la tierra
».1215 Los cristianos, especialmente los fieles laicos, deben comportarse de tal
modo que « la virtud del Evangelio brille en la vida diaria, familiar y social. Se
manifiestan como hijos de la promesa en la medida en que, fuertes en la fe y en la
esperanza, aprovechan el tiempo presente (cf. Ef 5,16; Col 4,5) y esperan con
paciencia la gloria futura (cf. Rm 8,25). Pero no escondan esta esperanza en el
interior de su alma, antes bien manifiéstenla, incluso a través de las estructuras de
la vida secular, en una constante renovación y en un forcejeo con los
dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malignos (Ef 6,12)
».1216 Las motivaciones religiosas de este compromiso pueden no ser compartidas,
pero las convicciones morales que se derivan de ellas constituyen un punto de
encuentro entre los cristianos y todos los hombres de buena voluntad.
d) Construir la « civilización del amor »
580 La finalidad inmediata de la doctrina social es la de proponer los principios y
valores que pueden afianzar una sociedad digna del hombre. Entre estos
principios, el de la solidaridad en cierta medida comprende todos los demás : éste
constituye « uno de los principios básicos de la concepción cristiana de la
organización social y política ».1217
Este principio está iluminado por el primado de la caridad « que es signo distintivo
de los discípulos de Cristo (cf. Jn 13,35) ».1218 Jesús « nos enseña que la ley
fundamental de la perfección humana, y, por tanto, de la transformación del
mundo, es el mandamiento nuevo del amor
» 1219 (cf. Mt 22,40; Jn 15,12; Col 3,14; St 2,8). El comportamiento de la persona
es plenamente humano cuando nace del amor, manifiesta el amor y está ordenado
al amor. Esta verdad vale también en el ámbito social: es necesario que los
cristianos sean testigos profundamente convencidos y sepan mostrar, con sus
vidas, que el amor es la única fuerza (cf. 1 Co 12,31-14,1) que puede conducir a la
perfección personal y social y mover la historia hacia el bien.
581 El amor debe estar presente y penetrar todas las relaciones
sociales: 1220 especialmente aquellos que tienen el deber de proveer al bien de los
pueblos « se afanen por conservar en sí mismos e inculcar en los demás, desde
los más altos hasta los más humildes, la caridad, señora y reina de todas las
virtudes. Ya que la ansiada solución se ha de esperar principalmente de la
caridad, de la caridad cristiana entendemos, que compendia en sí toda la ley del
Evangelio, y que, dispuesta en todo momento a entregarse por el bien de los
demás, es el antídoto más seguro contra la insolvencia y el egoísmo del mundo
».1221 Este amor puede ser llamado « caridad social » 1222 o « caridad política
» 1223 y se debe extender a todo el género humano.1224 El « amor social » 1225 se
sitúa en las antípodas del egoísmo y del individualismo: sin absolutizar la vida
social, como sucede en las visiones horizontalistas que se quedan en una lectura
exclusivamente sociológica, no se puede olvidar que el desarrollo integral de la
persona y el crecimiento social se condicionan mutuamente. El egoísmo, por tanto,
es el enemigo más deletéreo de una sociedad ordenada: la historia muestra la
devastación que se produce en los corazones cuando el hombre no es capaz de
reconocer otro valor y otra realidad efectiva que de los bienes materiales, cuya
búsqueda obsesiva sofoca e impide su capacidad de entrega.
582 Para plasmar una sociedad más humana, más digna de la persona, es
necesario revalorizar el amor en la vida social —a nivel político, económico,
cultural—, haciéndolo la norma constante y suprema de la acción. Si la justicia «
es de por sí apta para servir de “árbitro” entre los hombres en la recíproca
repartición de los bienes objetivos según una medida adecuada, el amor en
cambio, y solamente el amor (también ese amor benigno que llamamos
“misericordia”), es capaz de restituir el hombre a sí mismo ». 1226 No se pueden
regular las relaciones humanas únicamente con la medida de la justicia: « El
cristiano sabe que el amor es el motivo por el cual Dios entra en relación con el
hombre. Es también el amor lo que Él espera como respuesta del hombre. Por eso
el amor es la forma más alta y más noble de relación de los seres humanos entre
sí. El amor debe animar, pues, todos los ámbitos de la vida humana,
extendiéndose igualmente al orden internacional. Sólo una humanidad en la que
reine la “civilización del amor” podrá gozar de una paz auténtica y duradera
».1227 En este sentido, el Magisterio recomienda encarecidamente la solidaridad
porque está en condiciones de garantizar el bien común, en cuanto favorece el
desarrollo integral de las personas: la caridad « te hace ver en el prójimo a ti
mismo ».1228
583 Sólo la caridad puede cambiar completamente al hombre.1229 Semejante
cambio no significa anular la dimensión terrena en una espiritualidad
desencarnada.1230 Quien piensa conformarse a la virtud sobrenatural del amor sin
tener en cuenta su correspondiente fundamento natural, que incluye los deberes
de la justicia, se engaña a sí mismo: « La caridad representa el mayor
mandamiento social. Respeta al otro y sus derechos. Exige la práctica de la
justicia y es la única que nos hace capaces de ésta. Inspira una vida de entrega de
sí mismo: “Quien intente guardar su vida la perderá; y quien la pierda la
conservará” (Lc 17,33) ».1231 Pero la caridad tampoco se puede agotar en la
dimensión terrena de las relaciones humanas y sociales, porque toda su eficacia
deriva de la referencia a Dios: « En la tarde de esta vida, compareceré delante ti
con las manos vacías, pues no te pido, Señor, que lleves cuenta de mis obras.
Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso, yo quiero revestirme
de tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de Ti mismo... ».1232

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