Angel Ivan Rivera Guzman
Angel Ivan Rivera Guzman
Angel Ivan Rivera Guzman
1 Texto leído en la presentación del libro homónimo, Casa de la Ciudad, Oaxaca, 27 de febrero de 2015.
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dar testimonio de un episodio del pasado ilustre de esta comunidad zapoteca. Aunque no
es el único ejemplo en la arqueología de Mesoamérica donde diferentes disciplinas se dan
la mano para descubrir el pasado —acaso el más emblemático y conocido es el Templo Ma-
yor de Tenochtitlan—, sí marca un antes y un después en la interpretación del pasado de
las comunidades oaxaqueñas. Por primera vez se trataba de identificar, por medio de la
arqueología, a uno de los protagonistas de una familia real documentada en los códices de
la Mixteca Alta.
De manera similar a la identificación del señor Pakal en el sitio maya de Palenque, el des-
cubrimiento en Zaachila permitía sacar del anonimato a los ancestros enterrados en un re-
cinto mortuorio. La cantidad y calidad de las ofrendas, los detalles preciosistas de los objetos,
la imaginería presente en los huesos y la cerámica, así como el emplazamiento de las tumbas
dentro del pueblo apoyaban el argumento de su pertenencia a una familia noble. Las piezas
recuperadas en su interior solo eran comparables con los de la tumba 7 de Monte Albán, des-
cubierta por Alfonso Caso en 1931. La monografía publicada en 1978 por el arqueólogo Roberto
Gallegos, El señor 9 Flor en Zaachila, es el referente obligado para conocer los pormenores del
hallazgo y base fundamental para conocer parte de la historia de la antigua Zaachila.
Con 284 páginas, el volumen cuenta con 10 artículos escritos por investigadores pertene-
cientes a cinco instituciones nacionales y una extranjera: Universidad Nacional Autónoma
de México, Universidad Veracruzana, Escuela Nacional de Antropología e Historia, Institu-
to Nacional de Antropología e Historia, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en
Antropología Social, y la Universidad de Brandeis. El formato es práctico para la consulta y
agradable para la lectura. Las imágenes son de un tamaño apropiado, lo que permite ver con
cuidado los detalles de las piezas que se discuten.
El lector agradece a los coordinadores del libro que hayan dedicado un espacio en las pági-
nas centrales para incluir 27 ilustraciones a color, con imágenes de las tumbas, del entorno del
sitio, así como piezas arqueológicas emblemáticas. De particular relevancia son las fotografías
de Gonzalo Sánchez tomadas en las jambas y dintel de la tumba 4, que quitan el velo del pasa-
do y revelan restos de pintura mural, muy semejantes en estilo y composición a la tumba 1 del
Rosario, en Huitzo, y que quizás marquen un patrón entre las tumbas del Posclásico.
El Prefacio, escrito por los coordinadores del libro, detalla el origen de la obra y destaca
que fue en parte el gran interés que despertó en la ciudadanía de Zaachila y en las autorida-
des lo que motivó la publicación del trabajo.
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y siempre es materia de debate entre los especialistas. La propuesta del autor es temeraria,
pues echaría por tierra los diferentes argumentos que han identificado al señor 5 Flor con
Zaachila, empezando desde la obra del mismo Roberto Gallegos. Desde luego hay elemen-
tos a discusión dentro del topónimo: el cerro torcido, bien podría ser la representación del
mismo montículo B conocido como “el cerrito”; el río con el ave podría tener que ver con
la asociación con un río de linajes, como ocurre en la representación del pueblo mixteco
de Apoala en el mismo códice, o del pueblo chatino de Juquila, cuya imagen también está
representada por plumas largas de quetzal. Un río de linajes no sería extraño para Zaachila,
tratándose de uno de los señoríos principales del valle.
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7 de Monte Albán, un espacio funerario sobre el que se construyó un edificio ceremonial
siglos después de su diseño original. La documentación de los hallazgos en el montículo y
sus alrededores permiten conocer en detalle, poco a poco, sus características y posibles usos.
“Manifestaciones zapotecas en el Istmo de Tehuantepec durante el Posclásico tardío”, de
Alma Z. Montiel Ángeles y Víctor M. Zapien López, parte del estudio de las fuentes documen-
tales coloniales, que mencionan la migración de zapotecos del valle de Oaxaca al área del
Istmo de Tehuantepec durante el Posclásico, para luego contrastar esta información con los
datos arqueológicos. Esta contribución es muy interesante, pues los autores detallan las evi-
dencias en la cerámica, el patrón de asentamiento y los entierros excavados en varios sitios
dentro del valle de Jalapa del Marqués, entre el Clásico y el Posclásico. El área del Istmo de
Tehuantepec ya era ocupada desde hacía siglos por otra cultura, pero los autores concluyen
que sí es evidente la presencia zapoteca en el Istmo durante el Posclásico y que ocurrió en
por lo menos dos momentos diferentes. Formulan una pregunta interesante: ¿qué ocurrió
con la población local?
José Leonardo López Zárate, en su artículo “Instrumentos bélicos en la imaginería za-
poteca prehispánica”, nos muestra la diversidad de objetos relacionados con la guerra en
diversas manifestaciones artísticas: figurillas de cerámica, pintura mural y escultura. El au-
tor logra identificar cascos y yelmos, armaduras acolchonadas, rodelas, lanzas largas, mazos
sólidos, cuchillos curvos y lanza-dardos, así como una serie de rasgos en los atavíos de los
guerreros: trajes completos de guerreros, tocados, capas y calzado; algunas insignias quizás
pueden ser consideradas como testimonios de combates: cabezas-trofeo.
En “El complejo serpiente–búho en los silbatos zapotecos del Clásico”, de Gonzalo Sán-
chez Santiago, el autor describe un tipo de silbatos con una particular imaginería formada
por un tocado en forma de serpiente. En este caso, su representación parece estar estrecha-
mente relacionada con la “serpiente de guerra” de Teotihuacán, una forma que fue amplia-
mente relacionada con el poder expansionista de la ciudad del centro de México durante el
Clásico. Por otro lado, el sonido que emite el silbato es muy semejante en frecuencia al canto
del búho, cuya imagen está relacionada con un emblema de guerra que también tiene su
origen en la ciudad de Teotihuacan. El autor encuentra una asociación entre la imagen de la
serpiente y el sonido del búho para relacionar a estos objetos con una clase guerrera, misma
que se habría apropiado de un elemento foráneo, en este caso de origen teotihuacano, para
difundirlo entre la sociedad zapoteca.
El Apéndice del libro muestra diferentes notas de los periódicos de la época dando no-
ticia del hallazgo de las tumbas de Zaachila.
El pueblo de Zaachila debe estar consciente de la importancia de su historia. Cada pe-
queño hallazgo, por menor que parezca, ayuda a formar el gran rompecabezas de la historia
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