Angel Ivan Rivera Guzman

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Zaachila y sus secretos develados1

ÁNGEL IVÁN RIVERA GUZMÁN


[email protected]

Ismael G. Vicente Cruz y Gonzalo Sánchez Santiago


(coordinadores)
2014 Zaachila y su historia prehispánica. Memoria del
quincuagésimo aniversario del descubrimiento de las
tumbas 1 y 2. SECULTA, CONACULTA, 284 pp.

Zaachila y su historia prehispánica, memoria del quincuagésimo aniversario del descubrimiento


de las tumbas 1 y 2 es el libro publicado bajo los auspicios de la Secretaría de las Culturas y
Artes del Gobierno del Estado de Oaxaca, coordinado por Ismael G. Vicente Cruz y Gonzalo
Sánchez Santiago. El origen de esta publicación se encuentra en la reunión académica para
conmemorar el aniversario del descubrimiento de las tumbas 1 y 2, descubiertas por Roberto
Gallegos en 1962. Antes de pasar a la revisión de los artículos me parece importante comen-
zar con un par de reflexiones sobre la importancia de uno de los descubrimientos más sobre-
salientes de la arqueología mexicana del siglo XX.
La exploración de las tumbas de Zaachila representa un caso excepcional en la arqueo-
logía de Oaxaca, donde las fuentes históricas precoloniales y coloniales se unieron para

1 Texto leído en la presentación del libro homónimo, Casa de la Ciudad, Oaxaca, 27 de febrero de 2015.

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dar testimonio de un episodio del pasado ilustre de esta comunidad zapoteca. Aunque no
es el único ejemplo en la arqueología de Mesoamérica donde diferentes disciplinas se dan
la mano para descubrir el pasado —acaso el más emblemático y conocido es el Templo Ma-
yor de Tenochtitlan—, sí marca un antes y un después en la interpretación del pasado de
las comunidades oaxaqueñas. Por primera vez se trataba de identificar, por medio de la
arqueología, a uno de los protagonistas de una familia real documentada en los códices de
la Mixteca Alta.
De manera similar a la identificación del señor Pakal en el sitio maya de Palenque, el des-
cubrimiento en Zaachila permitía sacar del anonimato a los ancestros enterrados en un re-
cinto mortuorio. La cantidad y calidad de las ofrendas, los detalles preciosistas de los objetos,
la imaginería presente en los huesos y la cerámica, así como el emplazamiento de las tumbas
dentro del pueblo apoyaban el argumento de su pertenencia a una familia noble. Las piezas
recuperadas en su interior solo eran comparables con los de la tumba 7 de Monte Albán, des-
cubierta por Alfonso Caso en 1931. La monografía publicada en 1978 por el arqueólogo Roberto
Gallegos, El señor 9 Flor en Zaachila, es el referente obligado para conocer los pormenores del
hallazgo y base fundamental para conocer parte de la historia de la antigua Zaachila.

Rescate de la grandeza de Zaachila

Con 284 páginas, el volumen cuenta con 10 artículos escritos por investigadores pertene-
cientes a cinco instituciones nacionales y una extranjera: Universidad Nacional Autónoma
de México, Universidad Veracruzana, Escuela Nacional de Antropología e Historia, Institu-
to Nacional de Antropología e Historia, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en
Antropología Social, y la Universidad de Brandeis. El formato es práctico para la consulta y
agradable para la lectura. Las imágenes son de un tamaño apropiado, lo que permite ver con
cuidado los detalles de las piezas que se discuten.
El lector agradece a los coordinadores del libro que hayan dedicado un espacio en las pági-
nas centrales para incluir 27 ilustraciones a color, con imágenes de las tumbas, del entorno del
sitio, así como piezas arqueológicas emblemáticas. De particular relevancia son las fotografías
de Gonzalo Sánchez tomadas en las jambas y dintel de la tumba 4, que quitan el velo del pasa-
do y revelan restos de pintura mural, muy semejantes en estilo y composición a la tumba 1 del
Rosario, en Huitzo, y que quizás marquen un patrón entre las tumbas del Posclásico.
El Prefacio, escrito por los coordinadores del libro, detalla el origen de la obra y destaca
que fue en parte el gran interés que despertó en la ciudadanía de Zaachila y en las autorida-
des lo que motivó la publicación del trabajo.

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La Introducción, escrita por Marcus Winter, advierte al lector que la arqueología de Zaa-
chila no se remite solo a las tumbas 1 y 2 y sus abundantes ofrendas; hace un breve repaso de
la importancia del sitio en la arqueología del valle de Oaxaca y su añeja ocupación, además
de ofrecer tres temas para futuros estudios del lugar: la ocupación preclásica correspondien-
te a las Fases Tierras Largas y San José; el papel de Zaachila en la fundación de Monte Albán;
y la ocupación durante el Clásico tardío o fase Xoo. Estos temas representan retos para la
investigación arqueológica actual y futura.
El primer artículo escrito por Javier Urcid, “Al pie de la montaña sagrada: una historia
más antigua de Zaachila” nos remite al estudio de 27 monumentos grabados descubiertos en
el centro del pueblo y sus alrededores. Es sumamente interesante, pues revela los nombres
de los protagonistas del pasado zaachileño, algunos representados en lápidas funerarias,
mostrando hasta tres generaciones de una sola familia. En otros casos se les muestra en
una reunión sobre sus respectivos glifos topónimos, cuyo análisis deja entrever una rela-
ción, muy evidente a nivel gráfico, que enlaza a Zaachila con los sitios de Monte Albán y San
Raymundo Jalpan, pues un motivo formado por un triángulo invertido se encuentra en las
estelas y vasijas efigies de estos tres lugares.
La propuesta de Urcid va más allá, sugiriendo que el antiguo topograma de Zaachila
estuvo conformado por un conglomerado glífico formado por un cerro y una bolsa de co-
pal, aunque el autor había propuesto en otra publicación que el topónimo del asentamiento
incluía una plataforma escalonada con imágenes de serpientes y una máscara de Cociyo.
Por medio del estudio contextual de los monumentos se sugiere la existencia de un juego
de pelota del Clásico en el área donde actualmente se encuentra la iglesia, así como de una
residencia de la fase Xoo en la base del reloj de la plaza. La epigrafía y la iconografía también
convergen para la identificación de un señor 5 Caña-Hoja, presente tanto en las cabezas de
Xicani de Zaachila, como en el programa narrativo del juego de pelota de Monte Albán, lo
que viene a reforzar la idea del nexo entre la gran ciudad y el antiguo asentamiento zaachi-
leño. Testigos del pasado de la comunidad, estos monumentos se conservan en el pueblo y
este estudio hace comprensible su contenido y resalta la importancia de su cuidado y con-
servación.
Siguiendo con la iconografía, en “Los Señores 5 y 9 Flor de Zaachila”, Víctor de la Cruz
propone una nueva lectura e interpretación de la imagen de la página 33 del códice Tonin-
deye (también conocido como Nuttall), donde se muestra un glifo topónimo formado por
un conjunto de elementos: un gran templo decorado con almenas, una peña encorvada con
un árbol y un río con un ave quetzal en su interior. Concluye que el lugar que se repre-
sentó en el códice es el sitio de Yagul, en el valle de Tlacolula, y no Zaachila. Cualquier
nueva identificación o discusión de los topónimos en los códices mixtecos es bienvenida

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y siempre es materia de debate entre los especialistas. La propuesta del autor es temeraria,
pues echaría por tierra los diferentes argumentos que han identificado al señor 5 Flor con
Zaachila, empezando desde la obra del mismo Roberto Gallegos. Desde luego hay elemen-
tos a discusión dentro del topónimo: el cerro torcido, bien podría ser la representación del
mismo montículo B conocido como “el cerrito”; el río con el ave podría tener que ver con
la asociación con un río de linajes, como ocurre en la representación del pueblo mixteco
de Apoala en el mismo códice, o del pueblo chatino de Juquila, cuya imagen también está
representada por plumas largas de quetzal. Un río de linajes no sería extraño para Zaachila,
tratándose de uno de los señoríos principales del valle.

Nuevas hipótesis del pasado

En el “Análisis del conjunto arquitectónico de las tumbas 1 y 2 de Zaachila”, discutido por


Robert Markens, se llega a la conclusión de que las construcciones del montículo A perte-
necen al Posclásico temprano, o fase Liobaa. Asimismo, se lanza la hipótesis de que debajo
del patio y los aposentos que actualmente son visibles pueda existir una construcción que
pertenezca a la fase Xoo. Tal argumento es plausible debido a otras evidencias que sugieren
una ocupación del Clásico Tardío en el mismo sector, como lo señaló Urcid en su contribu-
ción. Sobre el uso del conjunto, se considera que, por un lado, fue una residencia y, por otro,
fue usado como un mausoleo dedicado al culto al linaje real. El argumento señala como base
el paradigma de una montaña de sustento, presente en la ideología de las sociedades mesoa-
mericanas. Efectivamente, los grandes basamentos mesoamericanos parecen replicar a las
montañas donde habitan los seres sagrados o “dueños”.
Markens hace hincapié en la imaginería relacionada con el agua, que para él es repre-
sentada en las grecas escalonadas que sirven de decoración en las tumbas. El agua es un
rasgo presente en el paradigma de la montaña sagrada, pues las grandes montañas eran con-
cebidas como almacenadoras del vital líquido, entre otras riquezas. El investigador cierra
su artículo con la reflexión sobre la importancia de Zaachila en el Posclásico Temprano, un
periodo que poco a poco se está conociendo mejor gracias a sus estudios.
“Antecedentes arqueológicos del señorío de Zaachila”, de Marcus Winter y Cira Martínez
López, hace un repaso de los hallazgos conocidos y documentados a la fecha. Se basan en
rescates efectuados hace años en el centro y en los alrededores de la comunidad. Destaca la
presencia de cerámica perteneciente a la fase Tierras Largas, lo que indica una ocupación
humana de más de 3,500 años en el lugar; este dato, junto al hallazgo de la cerámica de la fase
San José, indica que Zaachila ya pudo haber sido una comunidad importante desde antes de

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la fundación de Monte Albán. Los autores comentan que tal ocupación puede deberse a la
ubicación estratégica que tiene el lugar en relación al valle y los ríos. Prácticamente dentro
del área del aluvión, la cantidad y disponibilidad del agua y las tierras pudieron ser un factor
clave para la permanencia y continuidad de habitación durante siglos. También destacan la
presencia de ocupaciones posteriores a la fundación de Monte Albán, y lanzan la hipótesis
de que Zaachila habría sido una comunidad que participó en la fundación de la ciudad za-
poteca. Su relativa cercanía, así como la disposición de las tierras agrícolas pudo haber sido
una garantía para la estrecha relación entre ambas comunidades. Durante el Posclásico la
evidencia sugiere que hubo una continuidad en la ocupación y no hubo un abandono tan
drástico como se puede ver en otros sitios del valle de Oaxaca. Los 3,500 años de ocupación
humana permanente en una sola comunidad es algo de lo que pocos lugares en el mundo se
pueden vanagloriar.
En “El devenir de Zaachila en la historia prehispánica”, el maestro Roberto Gallegos Ruíz
nos comparte el contexto histórico en el cual se dio el hallazgo de las tumbas. Este es el ar-
tículo más entrañable del libro, pues parte de las anécdotas del descubridor y nos traslada a
la década de 1960. La arqueología no es ciencia de un solo individuo, Gallegos contó con im-
portantes colaboradores en su investigación: Arturo Romano, Jorge Angulo, Carmen Pioján
y Alberto Beltrán; el informe de su trabajo formó la base para que Gallegos se titulara como
arqueólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (Román Piña Chan fue director
de su tesis).
En “Un dintel grabado en la acrópolis de Zaachila”, Ismael Vicente G. Cruz y Javier Urcid
documentan el hallazgo de un monumento grabado en el montículo B del sitio. El dintel
aporta información relevante pues parece conmemorar a una pareja de personajes llamados
5 Lagarto y 1 Búho. Este hallazgo es sensacional, pues viene a confirmar la ocupación desde
la fase Peche (500 años antes de Cristo) en el montículo. ¿Cuántos otros monumentos graba-
dos existirán en el conjunto? Resguardada ahora en el pequeño módulo de información de la
zona arqueológica, es, irónicamente, la única pieza originaria del sitio que se encuentra en
el sitio. El artículo también aborda el reto del mantenimiento y cuidado que se debe de tener
para la conservación del sitio, tarea necesaria y obligada para el INAH.
En el “Montículo de la capilla de San Sebastián en Zaachila”, Alicia Herrera Muzgo e Is-
mael Vicente G. Cruz examinan el basamento ubicado al sureste del conjunto principal. Ocu-
pado desde por lo menos la fase Xoo, la estructura fue usada nuevamente en el Posclásico.
Este artículo documenta con detalle los hallazgos y características del montículo, así como
la ubicación de las dos tumbas prehispánicas descubiertas en los años setenta, y que sólo se
pueden visitar con la anuencia del comité de la capilla. El espacio no ha perdido su sacrali-
dad, pues sobre el montículo se erige una capilla católica. Recuerda el fenómeno de la tumba

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7 de Monte Albán, un espacio funerario sobre el que se construyó un edificio ceremonial
siglos después de su diseño original. La documentación de los hallazgos en el montículo y
sus alrededores permiten conocer en detalle, poco a poco, sus características y posibles usos.
“Manifestaciones zapotecas en el Istmo de Tehuantepec durante el Posclásico tardío”, de
Alma Z. Montiel Ángeles y Víctor M. Zapien López, parte del estudio de las fuentes documen-
tales coloniales, que mencionan la migración de zapotecos del valle de Oaxaca al área del
Istmo de Tehuantepec durante el Posclásico, para luego contrastar esta información con los
datos arqueológicos. Esta contribución es muy interesante, pues los autores detallan las evi-
dencias en la cerámica, el patrón de asentamiento y los entierros excavados en varios sitios
dentro del valle de Jalapa del Marqués, entre el Clásico y el Posclásico. El área del Istmo de
Tehuantepec ya era ocupada desde hacía siglos por otra cultura, pero los autores concluyen
que sí es evidente la presencia zapoteca en el Istmo durante el Posclásico y que ocurrió en
por lo menos dos momentos diferentes. Formulan una pregunta interesante: ¿qué ocurrió
con la población local?
José Leonardo López Zárate, en su artículo “Instrumentos bélicos en la imaginería za-
poteca prehispánica”, nos muestra la diversidad de objetos relacionados con la guerra en
diversas manifestaciones artísticas: figurillas de cerámica, pintura mural y escultura. El au-
tor logra identificar cascos y yelmos, armaduras acolchonadas, rodelas, lanzas largas, mazos
sólidos, cuchillos curvos y lanza-dardos, así como una serie de rasgos en los atavíos de los
guerreros: trajes completos de guerreros, tocados, capas y calzado; algunas insignias quizás
pueden ser consideradas como testimonios de combates: cabezas-trofeo.
En “El complejo serpiente–búho en los silbatos zapotecos del Clásico”, de Gonzalo Sán-
chez Santiago, el autor describe un tipo de silbatos con una particular imaginería formada
por un tocado en forma de serpiente. En este caso, su representación parece estar estrecha-
mente relacionada con la “serpiente de guerra” de Teotihuacán, una forma que fue amplia-
mente relacionada con el poder expansionista de la ciudad del centro de México durante el
Clásico. Por otro lado, el sonido que emite el silbato es muy semejante en frecuencia al canto
del búho, cuya imagen está relacionada con un emblema de guerra que también tiene su
origen en la ciudad de Teotihuacan. El autor encuentra una asociación entre la imagen de la
serpiente y el sonido del búho para relacionar a estos objetos con una clase guerrera, misma
que se habría apropiado de un elemento foráneo, en este caso de origen teotihuacano, para
difundirlo entre la sociedad zapoteca.
El Apéndice del libro muestra diferentes notas de los periódicos de la época dando no-
ticia del hallazgo de las tumbas de Zaachila.
El pueblo de Zaachila debe estar consciente de la importancia de su historia. Cada pe-
queño hallazgo, por menor que parezca, ayuda a formar el gran rompecabezas de la historia

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zaachileña. Los datos arqueológicos que nos ofrece este volumen permiten establecer que el
pueblo ya tenía una importancia relevante desde el Formativo. Quizás el mismo paisaje geo-
gráfico, con las grandes peñas emergiendo de los llanos aluviales, llamaría la atención para
formar ahí la antigua comunidad. Zaachila, coinciden todos los autores, es una comunidad
privilegiada. Pocos pueblos del valle de Oaxaca tienen una ocupación humana de más de
3,500 años de antigüedad. La arqueología de Zaachila depende en gran medida de la colabo-
ración y el cuidado que los mismos zaachileños tengan sobre su patrimonio. Este libro es un
ejemplo interesante de la difusión del conocimiento científico para el gran público y puede
ser semilla de entusiasmo para las nuevas generaciones de investigadores.

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