Ciclo de Nutrientes
Ciclo de Nutrientes
Ciclo de Nutrientes
La vida en los ecosistemas es posible, entre otras cosas, por los nutrientes necesarios
para los organismos, los que son tomados del ambiente utilizando la corriente de
energía que fluye y atraviesa el agroecosistema. Aunque en la naturaleza se conocen 92
elementos, sólo 18 de ellos forman parte de todos los organismos vivos. Algunos como
el C, N, P, K, Ca, S, Mg, son requeridos en grandes cantidades (macronutrientes),
mientras que otros, como el Fe, Mn, Zn, B, Na, se requieren en pequeñas cantidades
(micronutrientes).
En los ecosistemas, los nutrientes no se encuentran fijos o estáticos sin que se muevan
del ambiente a los organismos vivos, y de estos de nuevo al ambiente, formando ciclos,
llamados también ciclos biogeoquímicos. Los productores del ecosistema (autótrofos:
plantas verdes) toman los nutrientes del ambiente (el suelo y el aire) y lo transforman en
elementos orgánicos, los cuales luego son utilizados por los organismos heterótrofos, es
decir, los herbívoros, carnívoros y descomponedores. Así los nutrientes atraviesan y
posibilitan las cadenas alimentarias. Con la muerte y posterior descomposición de los
organismos vivos (también con las excreciones y orina) los nutrientes retornan al
ambiente quedando disponibles para ser aprovechados nuevamente por las plantas
Los ciclos de los nutrientes pueden ser clasificados en dos grupos: gaseosos y
sedimentarios. En el primero, los nutrientes circulan principalmente entre la atmósfera
y los organismos vivos, y pueden ser reciclados rápidamente, como es el caso del
nitrógeno. Los nutrientes de ciclo sedimentario circulan entre la corteza terrestre (suelo
y rocas), la hidrósfera y los organismos vivos. Estos son reciclados lentamente y, en
algunos casos, pueden estar retenidos por miles de años en las rocas antes de ser
liberados. El fósforo es un nutriente de ciclo sedimentario.
En el primer caso intervienen bacterias, las cuales pueden actuar libres o asociadas a
plantas leguminosas (simbióticas), como las del género Rizhobium. Este es, sin dudas,
el mecanismo más importante con que contamos para incorporar N al suelo. La fijación
inorgánica se realiza a través de los rayos, pero esta forma puede representar sólo un
10% de lo que puede ser fijado en forma biológica. Las plantas toman el nitrógeno del
suelo y lo utilizan para formar sus proteínas. Los animales sólo pueden obtener
nitrógeno orgánico, por lo cual, deben consumir plantas (herbívoros) u otros animales
que consuman plantas
(Carnívoros). Cuando mueren, tanto los animales como los vegetales, son degradados
por una serie de organismos descomponedores, librando nitrógeno
al suelo. Parte de este nitrógeno puede ser aprovechado por las plantas nuevamente,
pero otra parte puede ser lixiviada o transformada por bacterias a su forma gaseosa,
retornando a la atmósfera (desnitrificación, volatilización).
El fósforo es un elemento esencial para el crecimiento de las plantas y, tal vez, uno de
los más problemáticos, por su escasez relativa. Las reservas de este nutriente se
encuentran en rocas y suelos, y también en sedimentos marinos. A medida que las rocas
se degradan lentamente o meteorizan, liberan fosfato a la solución del suelo. Las plantas
absorben el fósforo del suelo y lo transforman en compuestos orgánicos, pasando luego
a los distintos componentes de la cadena alimentaria. Al morir los organismos y ser
descompuestos, el fósforo retorna al suelo pudiendo ser absorbido por las plantas o
inmovilizado, al complejarse con Fe, Al, (suelos ácidos) o Ca (suelos alcalinos). Como
la solubilidad del fósforo es muy baja, su riesgo de lixiviación es leve. Sin embargo,
puede ser arrastrado en las partículas superficiales del suelo durante el proceso de
erosión. Argentina cuenta con 17 cuencas sedimentarias con potencial fosfático. Sin
embargo, casi la totalidad del fósforo aplicado en las actividades agropecuarias
proviene del exterior, como fertilizante o roca fosfórica (Melgar & Castro, 2005).
Aunque el cálculo del balance de nutrientes puede hacerse para varios de ellos, el
nitrógeno, el fósforo y el potasio (macronutrientes) y más recientemente el calcio y
azufre, son los elementos que comúnmente se consideran. Para el resto de los
nutrientes, a veces se tropieza con la dificultad de obtener los datos adecuados.
Generalmente, la principal entrada de nutrientes en un agroecosistema está dada por el
agregado de fertilizantes, sintéticos u orgánicos.
La fijación biológica es otra vía de entrada de nitrógeno a los AE. Si bien existe mucha
bibliografía que describe el proceso de fijación, resulta difícil encontrar datos que
cuantifiquen el aporte de nitrógeno que pueden realizar las diversas especies
leguminosas mediante este proceso. Heichel (1987) presentó valores de nitrógeno
aportados por fijación biológica de algunas especies leguminosas (Tabla 8.3). Como
vemos en la tabla, el aporte de N por la vía de fijación biológica puede ser
importantísimo, hasta más de 250 Kg./Ha/año. Si tenemos en cuenta que un cultivo de
maíz que rinde 10.000 Kg./ha extrae (exporta), unos 131 kg/ha de N, podremos
dimensionar la importancia de esta fuente “gratuita” de N.
La cantidad de nutrientes que salen por cosecha y/o por rastrojo es fácil de calcular
conociendo la composición química de los diferentes productos. Las restantes salidas de
nutrientes exigen una mayor complejidad de cálculo y dificultad para obtener datos, por
lo cual rara vez se incluyen en el balance.
Con la composición química del producto cosechado y el rendimiento del mismo se
obtiene la cantidad de los nutrientes que salen del sistema. IPNI (2013) ha desarrollado
una planilla de cálculo que permite estimar la extracción de nutrientes de diferentes
cultivos. Por ejemplo, un trigo que rinda 6.000 kilos por hectárea extrae
aproximadamente unos 107 kg de N, 21 kg de P, 21 kg de K, 2,2 kg de Ca y 13 kg de
Mg. Para obtener el porcentaje de nitrógeno se debe dividir el porcentaje de proteína
por un coeficiente: 5,7 para grano y 6,25 si corresponde a estructura vegetativa.
Una vez estimada la cantidad de cada nutriente que entra y sale del sistema, se calcula
el balance. Este consiste en la diferencia entre las entradas y las salidas del sistema. El
resultado del balance puede ser cero, positivo o negativo. Un resultado positivo (más
reposición que exportación) indica que hay acumulación de ese nutriente en el tiempo.
Esto, desde el punto de vista de la disponibilidad y el contenido total, es positivo. Pero,
desde el punto de vista del impacto ambiental externo, puede ser negativo si este exceso
no puede ser retenido en el sistema y se lixivia, o se pierde en forma gaseosa,
originando un problema en otro sistema.
Un resultado aproximado a cero indica un balance equilibrado, donde las pérdidas y
ganancias están balanceadas. Para suelos bien dotados es la situación ideal. Pero para
suelos pobres en algún nutriente, esto significa mantener la pobreza.
Por ejemplo, una soja que rinde 3500 kg/ha, extrae (exporta) del lote unos 210 kg/ha de
N. Como es una leguminosa, la mitad los ha obtenido a través de la fijación simbiótica
y la otra mitad (105 kg N ha-1) los ha extraído del suelo. Por lo tanto, luego de la
cosecha de una soja que no se ha fertilizado, queda menos N en el suelo que antes de su
cultivo. Esto ha llevado, después de mucho tiempo, a comprender la necesidad de
reponer el nitrógeno en este cultivo. Los estudios que mencionan aportes (ganancias
netas) de N al suelo mediante el cultivo de especies leguminosas, son aquellos casos en
que los cultivos leguminosos no se cosechan y se incorporan al suelo, por ejemplo,
como abonos verdes. El fósforo y el potasio, al provenir de la meteorización del propio
suelo y al tener un ciclo sedimentario, requieren para su reposición necesariamente de
un aporte externo, vía fertilizantes. No es posible prescindir de ellos en un manejo
sustentable. Sin embargo, muchas veces la fertilización de estos nutrientes no responde
a un esquema de mantener equilibrado el balance en el tiempo (el balde lleno), sino a
decisiones basadas en la respuesta al fertilizante o su disponibilidad en los suelos. Esta
forma de considerar la necesidad de fertilización, ha generado el agotamiento de
muchos suelos que parecían ricos en nutrientes (Flores & Sarandon, 2003; 2008; Zazo
et al., 2011). Por esto, hoy en día es imprescindible incorporar la idea de mantener el
contenido total de nutrientes del sistema, y utilizar el balance de nutrientes como
herramienta para llevarla a cabo.
La agricultura es una actividad que transforma los ecosistemas naturales con el fin de
producir alimentos y fibras, gran parte de los cuales no son consumidos dentro de los
propios agroecosistemas, sino que son destinados al mercado. Esto implica una apertura
del ciclo de los nutrientes, a través de un flujo contenido en los productos de cosecha:
leche, huevos, carne, granos, tubérculos, rollos de forraje, etc., Es decir que, por
definición, los agroecosistemas modernos son sistemas abiertos a los nutrientes, al tener
un producto de cosecha. Por esta razón, a diferencia de un ecosistema natural, un
agroecosistema no puede autoabastecerse de nutrientes, sino que requiere la
incorporación de nutrientes externos al mismo para compensar las salidas. Este impacto
de la agricultura sobre el ciclo de los nutrientes puede analizarse a escala global,
regional o a nivel de agroecosistema (finca).
Por definición, los agroecosistemas modernos son sistemas abiertos a los nutrientes, al
tener un producto de cosecha. Por esta razón, a diferencia de un ecosistema natural, un
agroecosistema no puede autoabastecerse de nutrientes Requiere la incorporación de
nutrientes externa al mismo para compensar las salidas.
En ambos tipos de suelos, los nutrientes deben ser repuestos en las cantidades en que
son extraídos, para evitar su agotamiento. La diferencia es que, en los
suelos pobres, el problema se evidenciará antes. La gran simplificación de la
biodiversidad ocurrida en los agroecosistemas modernos respecto a los ecosistemas
naturales, también influye en el ciclado de los nutrientes. En general los AE altamente
simplificados tienen una menor eficiencia en el uso de los recursos (ver Capítulo 4), por
lo que muchos nutrientes en el suelo no son aprovechados y, aumenta el riesgo de
lixiviación o pérdida. Esto implica por un lado una menor eficiencia y mayor costo
económico y, por el otro, un mayor impacto ambiental externo. En este sentido, los
estilo de agricultura (orgánica, convencional, biodinámica) que realizan un manejo
distinto de la biodiversidad pueden tener un impacto diferente en el ciclo de los
nutrientes.
Es importante recordar que las plantas sólo pueden disponer de los nutrientes que se
encuentran en la solución del suelo, y no de aquellos adsorbidos en la materia orgánica
o en las arcillas. Por lo tanto, la evaluación de la disponibilidad de nutrientes, no es
suficiente para conocer el contenido total de nutrientes de nuestro suelo. Sin embargo,
la mayoría de los análisis químicos del suelo evalúan la cantidad de nutrientes en
solución o levemente adsorbidos, la fracción disponible. Por lo tanto, es importante
saber diferenciar y distinguir entre un aumento en la disponibilidad y un aumento en el
contenido total de nutrientes.