Bakunin-El Principio Del Estado
Bakunin-El Principio Del Estado
Bakunin-El Principio Del Estado
Bakunin: El princio del estado.
Volver al Archivo Bakunin
M. Bakunin
El principio del estado
En el fondo, la conquista no sólo es el origen, es también el fin supremo de todos los
Estados grandes o pequeños, poderosos o débiles, despóticos o liberales, monárquicos o
aristocráticos, democráticos y socialistas también, suponiendo que el ideal de los
socialistas alemanes, el de un gran Estado comunista, se realice alguna vez.
Que ella fue el punto de partida de todos los Estados, antiguos y modernos, no podrá
ser puesto en duda por nadie, puesto que cada página de la historia universal lo prueba
suficientemente. Nadie negará tampoco que los grandes Estados actuales tienen por
objeto, más o menos confesado, la conquista. Pero los Estados medianos y sobre todo los
pequeños, se dirá, no piensan más que en defenderse y sería ridículo por su parte soñar
en la conquista.
Todo lo ridículo que se quiera, pero sin embargo es su sueño, como el sueño del más
pequeño campesino propietario es redondear sus tierras en detrimento del vecino;
redondearse, crecer, conquistar a cualquier precio y siempre, es una tendencia fatalmente
inherente a todo Estado, cualquiera que sea su extensión, su debilidad o su fuerza,
porque es una necesidad de su naturaleza. ¿Qué es el Estado si no es la organización del
poder? Pero está en la naturaleza de todo poder la imposibilidad de soportar un superior
o un igual, pues el poder no tiene otro objeto que la dominación, y la dominación no es
real más que cuando le está sometido todo lo que la obstaculiza; ningún poder tolera otro
más que cuando está obligado a ello, es decir, cuando se siente impotente para destruirlo
o derribarlo. El solo hecho de un poder igual es una negación de su principio y una
amenaza perpetua contra su existencia; porque es una manifestación y una prueba de su
impotencia. Por consiguiente, entre todos los Estados que existen uno junto al otro, la
guerra es permanente y su paz no es más que una tregua.
https://www.marxists.org/espanol/bakunin/princip.htm 1/18
10/10/2016 M. Bakunin: El princio del estado.
Está en la naturaleza del Estado el presentarse tanto con relación a sí mismo como
frente a sus súbditos, como el objeto absoluto. Servir a su prosperidad, a su grandeza, a
su poder, esa es la virtud suprema del patriotismo. El Estado no reconoce otra, todo lo
que le sirve es bueno, todo lo que es contrario a sus intereses es declarado criminal; tal
es la moral de los Estados.
Es por eso que la moral política ha sido en todo tiempo, no sólo extraña, sino
absolutamente contraria a la moral humana. Esa contradicción es una consecuencia
inevitable de su principio: no siendo el Estado más que una parte, se coloca y se impone
como el todo; ignora el derecho de todo lo que, no siendo él mismo, se encuentra fuera
de él, y cuando puede, sin peligro, lo viola. El Estado es la negación de la humanidad.
¿Hay un derecho humano y una moral humana absolutos? En el tiempo que corre y
viendo todo lo que pasa y se hace en Europa hoy , está uno forzado a plantearse esta
cuestión. Primeramente; ¿existe lo absoluto, y no es todo relativo en este mundo?
Respecto de la moral y del derecho: lo que se llamaba ayer derecho ya no lo es hoy, y lo
que parece moral en China puede no ser considerado tal en Europa. Desde este punto de
vista cada país, cada época no deberían ser juzgados más que desde el punto de vista de
las opiniones contemporáneas y locales, y entonces no habría ni derecho humano
universal ni moral humana absoluta.
De este modo, después de haber soñado lo uno y lo otro, después de haber sido
metafísicos o cristianos, vueltos hoy positivistas, deberíamos renunciar a ese sueño
magnífico para volver a caer en las estrecheces morales de la antigüedad, que ignoran el
nombre mismo de la humanidad, hasta el punto de que todos los dioses no fueron más
que dioses exclusivamente nacionales y accesibles sólo a los cultos privilegiados.
Pero hoy que el cielo se ha vuelto un desierto y que todos los dioses, incluso
naturalmente, el Jehová de los judíos, se hallan destronados, hoy sería eso poco todavía:
volveríamos a caer en el materialismo craso y brutal de Bismarck, de Thiers y de
Federico II, de acuerdo a los cuales dios está siempre de parte de los grandes batallones,
como dijo excelentemente este último; el único objeto digno de culto, el principio de
toda moral, de todo derecho, sería la fuerza; esa es la verdadera religión del Estado.
¡Y bien, no! Por ateos que seamos y precisamente porque somos ateos, reconocemos
una moral humana y un derecho humano absolutos. Sólo que se trata de entenderse sobre
la significación de esa palabra absoluto. Lo absoluto universal, que abarca la totalidad
infinita de los mundos y de los seres, no lo concebimos, porque no sólo somos incapaces
de percibirlo con nuestros sentidos, sino que no podemos siquiera imaginarlo. Toda
tentativa de este género nos volvería a llevar al vacío, tan amado de los metafísicos, de
la abstracción absoluta.
https://www.marxists.org/espanol/bakunin/princip.htm 2/18
10/10/2016 M. Bakunin: El princio del estado.
Lo absoluto de que nosotros hablamos es un absoluto muy relativo y en particular
relativo exclusivamente para la especie humana. Esta última está lejos de ser eterna;
nacida sobre la tierra, morirá en ella, quizás antes que ella, dejando el puesto, según el
sistema de Darwin, a una especie más poderosa, más completa, más perfecta. Pero en
tanto que existe, tiene un principio que le es inherente y que hace que sea precisamente
lo que es: es ese principio el que constituye, en relación a ella, lo absoluto. Veamos cuál
es ese principio.
De todos los seres vivos sobre esta tierra, el hombre es a la vez el más social y el mas
individualista. Es sin contradicción también el mas inteligente. Hay tal vez animales que
son más sociales que él, por ejemplo las abejas, las hormigas; pero al contrario, son tan
poco individualistas que los individuos que pertenecen a esas especies están
absolutamente absorbidos por ellas y como aniquilados en su sociedad: son todo para la
colectividad, nada o casi nada par sí mismos. Parece que existe una ley natural,
conforme a la cual cuanto más elevada es una especie de animales en la escala de los
seres, por su organización más completa, tanto más latitud, libertad e individualidad deja
a cada uno. Los animales feroces, que ocupan incontestablemente el rango más elevado,
son individualistas en un grado supremo.
El hombre, animal feroz por excelencia, es el más individualista de todos. Pero al
mismo tiempo –y este es uno de sus rasgos distintivos es eminente, instintiva y
fatalmente socialista. Esto es de tal modo verdadero que su inteligencia misma, que lo
hace tan superior a todos los seres vivos y que lo constituye en cierto modo en el amo de
todos, no puede desarrollarse y llegar a la conciencia de sí mismo más que en sociedad y
por el concurso de la colectividad eterna.
Y en efecto, sabemos bien que es imposible pensar sin palabras: al margen o antes de
la palabra pudo muy bien haber representaciones o imágenes de las cosas, pero no hubo
pensamientos. El pensamiento vive y se desarrolla solamente con la palabra. Pensar es,
pues, hablar mentalmente consigo mismo. Pero toda conversación supone al menos dos
personas, la una sois vosotros, ¿quién es la otra? Es todo el mundo humano que
conocéis.
El hombre, en tanto que individuo animal, como los animales de todas las otras
especies, desde el principio y desde que comienza a respirar, tiene el sentimiento
inmediato de su existencia individual; pero no adquiere la conciencia reflexiva de si,
conciencia que constituye propiamente su personalidad, más que por medio de la
inteligencia, y por consiguiente sólo en la sociedad. Vuestra personalidad más íntima, la
conciencia que tenéis de vosotros mismos en vuestro fuero interno, no es en cierto modo
más que el reflejo de vuestra propia imagen, repercutida y enviada de nuevo como por
otros tantos espejos por la conciencia tanto colectiva como individual de todos los seres
https://www.marxists.org/espanol/bakunin/princip.htm 3/18
10/10/2016 M. Bakunin: El princio del estado.
humanos que componen vuestro mundo social. Cada hombre que conocéis y con el cual
os halláis en relaciones, sean directas sean indirectas, determina más o menos vuestro ser
más íntimo, contribuye a haceros lo que sois, a constituir vuestra personalidad. Por
consiguiente, si estáis rodeados de esclavos, aunque seáis su amo, no dejáis de ser un
esclavo, pues la conciencia de los esclavos no puede enviaros sino vuestra imagen
envilecida. La imbecilidad de todos os imbeciliza, mientras que la inteligencia de todos
os ilumina, os eleva; los vicios de vuestro medio social son vuestros vicios y no podríais
ser hombres realmente libres sin estar rodeados de hombres igualmente libres, pues la
existencia de un solo esclavo basta para aminorar vuestra libertad. En la inmortal
declaración de los derechos del hombre, hecha por la Convención nacional, encontramos
expresada claramente esa verdad sublime, que la esclavitud de un solo ser humano es la
esclavitud de todos.
Contienen toda la moral humana, precisamente lo que hemos llamado la moral
absoluta, absoluta sin duda en relación sólo a la humanidad, no en relación al resto de
los seres, no menos aún en relación a la totalidad infinita de los mundos, que nos es
eternamente desconocida. La encontramos en germen más o menos en todos los sistemas
de moral que se han producido en la historia y de los cuales fue en cierto modo como la
luz latente, luz que por lo demás no se ha manifestado, con mucha frecuencia, más que
por reflejos tan inciertos como imperfectos. Todo lo que vemos de absolutamente
verdadero, es decir, de humano, no es debido más que a ella.
¿Y cómo habría de ser de otra manera, si todos los sistemas de moral que se
desarrollaron sucesivamente en el pasado, lo mismo que todos los demás
desenvolvimientos del hombre, incluso los desenvolvimientos teológicos y metafísicos,
no tuvieron jamás otra fuente que la naturaleza humana, no han sido sus manifestaciones
más o menos imperfectas? Pero esta ley moral que llamamos absoluta, ¿qué es sino la
expresión más pura, la más completa, la más adecuada, como dirían los metafísicos, de
esa misma naturaleza humana, esencialmente socialista e individualista a la vez?
Ese individualismo encontró su más pura y completa expresión en las religiones
monoteístas, en el judaísmo, en el mahometanismo y en el cristianismo sobre todo. El
Jehová de los judíos se dirige aún a la colectividad, al menos bajo ciertas relaciones,
puesto que tiene un pueblo elegido, pero contiene ya todos los gérmenes de la moral
exclusivamente individualista.
Debería ser así: los dioses de la antigüedad griega y romana no fueron en último
análisis más que los símbolos, los representantes supremos de la colectividad dividida,
del Estado. Al adorarlos, se adoraba al Estado, y toda la moral que fue enseñada en su
nombre no pudo por consiguiente tener otro objeto que la salvación, la grandeza y la
gloria del Estado.
El dios de los judíos, déspota envidioso, egoísta y vanidoso si los hay, se cuidó bien,
no de identificar, sino sólo de mezclar su terrible persona con la colectividad de su
pueblo elegido, elegido para servirle de alfombra predilecta a lo sumo, pero no para que
se atreviera a levantarse hasta él. entre él y su pueblo hubo siempre un abismo. Por otra
parte, no admitiendo otro objeto de adoración que él mismo, no podía soportar el culto al
Estado. Por consiguiente, de los judíos, tanto colectiva como individualmente, no exigió
nunca más que sacrificios para sí, jamás para la colectividad o para la grandeza y la
gloria del Estado.
Por lo demás, los mandamientos de Jehová, tal como nos han sido transmitidos por el
decálogo, no se dirigen casi exclusivamente más que al individuo: no constituyen
excepción más que aquellos cuya ejecución supera las fuerzas del individuo y exige el
concurso de todos; por ejemplo: la orden tan singularmente humana que incita a los
judíos a extirpar hasta el último, incluso las mujeres y niños, a todos los paganos que
encuentren en la tierra prometida, orden verdaderamente digna del padre de nuestra
santa trinidad cristiana, que se distingue, como se sabe, por su amor exuberante hacia
esta pobre especie humana.
Todos los otros mandamientos no se dirigen más que al individuo; no matarás
(exceptuados los casos muy frecuentes en que te lo ordene yo mismo, habría debido
añadir); no robarás ni la propiedad ni la mujer ajenas (siendo considerada esta última
como una propiedad también); respetarás a tus padres. Pero sobre todo me adorarás a mí,
el dios envidioso, egoísta, vanidoso y terrible, y si no quieres incurrir en mi cólera, me
cantarás alabanzas y te prosternarás eternamente ante mí.
En el mahometismo no existe ni la sombra del colectivismo nacional y restringido que
domina en las religiones antiguas y del que se encuentran siempre algunos débiles restos
hasta en el culto judaico. El Corán no conoce pueblo elegido; todos los creyentes, a
cualquier nación o comunidad que pertenezcan, son individualmente, no colectivamente,
https://www.marxists.org/espanol/bakunin/princip.htm 5/18
10/10/2016 M. Bakunin: El princio del estado.
elegidos de dios. Así, los califas, sucesores de Mahoma, no se llamarán nunca Sión, jefes
de los creyentes.
Pero ninguna religión impulsó tan lejos el culto del individualismo como la religión
cristiana. Ante las amenazas del infierno y las promesas absolutamente individuales del
paraíso, acompañadas de esta terrible declaración que sobre muchos llamados habrá
sino muy pocos elegidos, la religión cristiana provocó un desorden, un general sálvese el
que pueda; una especie de carrera de apuesta en que cada cual era estimulado sólo por
una preocupación única, la de salvar su propia almita. Se concibe que una tal religión
haya podido y debido dar el golpe de gracia a la civilización antigua, fundada
exclusivamente en el culto a la colectividad, a la patria, al Estado y disolver todos sus
organismos, sobre todo en una época en que moría ya de vejez. ¡El individualismo es un
disolvente tan poderoso! Vemos la prueba de ello en el mundo burgués actual.
A nuestro modo de ver, es decir según nuestro punto de vista de la moral humana,
todas las religiones monoteístas, pero sobre todo la religión cristiana, como la más
completa y la más consecuente de todas, son profunda, esencial, principalmente
inmorales: al crear su dios, han proclamado la decadencia de todos los hombres, de los
cuales no admitieron la solidaridad más que en el pecado; y al plantear el principio de la
salvación exclusivamente individual, han renegado y destruido, tanto como les fue
posible hacerlo, la colectividad humana, es decir el principio mismo de la humanidad.
No es extraño que se haya atribuido al cristianismo el honor de haber creado la idea
de la humanidad, de la que, al contrario, fue el negador más completo y más absoluto.
Bajo un aspecto pudo reivindicar este honor, pero solamente bajo uno: ha contribuido de
una manera negativa, cooperando potentemente a la destrucción de las colectividades
restringidas y parciales de la antigüedad, apresurando la decadencia natural de las patrias
y de las ciudades que, habiéndose divinizado en sus dioses, formaban un obstáculo a la
constitución de la humanidad; pero es absolutamente falso decir que el cristianismo haya
tenido jamás el pensamiento de constituir esta última, o que haya comprendido o
siquiera presentido lo que llamamos hoy la solidaridad de los hombres, ni la humanidad,
que es una idea completamente moderna, entrevista por el Renacimiento, pero concebida
y enunciada de una manera clara y precisa sólo en el siglo XVIII.
El cristianismo no tiene absolutamente nada que hacer con la humanidad, por la
simple razón de que tiene por objeto único la divinidad, pues una excluye a la otra. La
idea de la humanidad reposa en la solidaridad fatal, natural, de todos los hombres. Pero
el cristianismo, hemos dicho, no reconoce esa solidaridad más que en el pecado, y la
rechaza absolutamente en la salvación, en el reino de ese dios que sobre muchos
llamados no hace gracia más que a muy pocos elegidos, y que en su justicia adorable,
impulsado sin duda por ese amor infinito que lo distingue, antes mismo de que los
https://www.marxists.org/espanol/bakunin/princip.htm 6/18
10/10/2016 M. Bakunin: El princio del estado.
hombres hubiesen nacido sobre esta tierra, había condenado a la inmensa mayoría a los
sufrimientos eternos del infierno, y eso para castigarlos por un pecado cometido, no por
ellos mismos, sino por sus antepasados primeros, que estuvieron obligados a cometerlo:
el pecado de infligir una desmentida a la presciencia divina.
Tal es la lógica sana y la base de toda moral cristiana ¿Qué tienen que hacer con la
lógica y la moral humanas?
En vano se esforzarán por probarnos que el cristianismo reconoce la solidaridad de los
hombres, citándonos fórmulas del evangelio que parecen predecir el advenimiento de un
día en que no habrá más que un solo pastor y un solo rebaño; en que se nos mostrará la
iglesia católica romana, que tiende incesantemente a la realización de ese fin por la
sumisión del mundo entero al gobierno del Papa. La transformación de la humanidad
entera en un rebaño, así como la realización, felizmente imposible, de esa monarquía
universal y divina no tiene absolutamente nada que ver con el principio de la solidaridad
humana, que es lo único que constituye lo que llamamos humanidad. No hay ni la
sombra de esa solidaridad en la sociedad tal como la sueñan los cristianos y en la cual no
se es nada por la gracia de los hombres, sino todo por la gracia de dios, verdadero rebaño
de carneros disgregados y que no tienen ni deben tener ninguna relación inmediata y
natural entre si, hasta el punto que les es prohibido unirse para la reproducción de la
especie sin el permiso o la bendición de su pastor, pues sólo el sacerdote tiene derecho a
casarlos en nombre de ese dios que forma el único rasgo de una unión legítima entre
ellos: separados fuera de él, los cristianos no se unen ni pueden unirse más que en él.
Fuera de esa sanción divina, todas las relaciones humanas, aun los lazos de la familia,
son alcanzados por la maldición general que afecta a la creación; son reprobados la
ternura de los padres, de los esposos, de los hijos, la amistad fundada en la simpatía y en
la estima recíprocas, el amor y el respeto de los hombres, la pasión de lo verdadero, de
lo justo y de lo bueno, la de la libertad, y la más grande de todas, la que implica todas las
demás, la pasión de la humanidad; todo eso es maldito y no podría ser rehabilitado más
que por la gracia de dios. todas las relaciones de hombre a hombre deben ser santificadas
por la intervención divina; pero esa intervención las desnaturaliza, loas desmoraliza, las
destruye. Lo divino mata lo humano y todo el culto cristiano no consiste propiamente
más que en esa inmolación perpetua de lo humano en honor de la divinidad.
Que no se objete que el cristianismo ordena a los niños a amar a sus padres, a los
padres a amar a sus hijos, a los esposos a feccionarse mutuamente. Sí, les manda eso,
pero no les permite amarlo inmediata, naturalmente y por sí mismos, sino sólo en dios y
por dios; no admite todas esas relaciones actuales más que a condición de que dios se
encuentre como tercero, y ese terrible tercero mata las uniones. El amor divino aniquila
el amor humano. El cristianismo ordena, es verdad, amar a nuestro prójimo tanto como a
nosotros mismos, pero nos ordena al mismo tiempo amar a dios más que a nosotros
https://www.marxists.org/espanol/bakunin/princip.htm 7/18
10/10/2016 M. Bakunin: El princio del estado.
mismos y por consiguiente también más que al prójimo, es decir sacrificarle el prójimo
por nuestra salvación, porque al fin de cuentas el cristiano no adora a dios más que por
la salvación de su alma.
Aceptando a dios, todo eso es rigurosamente consecuente: dios es lo infinito, lo
absoluto, lo eterno, lo omnipotente; el hombre es lo finito, lo impotente. En comparación
con dios, bajo todos los aspectos, no es nada. Sólo lo divino es justo, verdadero, dichoso
y bueno, y todo lo que es humano en el hombre debe ser por eso mismo declarado falso,
inicuo, detestable y miserable. El contacto de la divinidad con esa pobre humanidad
debe devorar, pues, necesariamente, consumir, aniquilar todo lo que queda de humano en
los hombres.
La intervención divina en los asuntos humanos no ha dejado nunca de producir
efectos excesivamente desastrosos. Pervierte todas las relaciones de los hombres entre sí
y reemplaza su solidaridad natural por la práctica hipócrita y malsana de las
comunidades religiosas, en las que bajo las apariencias de la caridad, cada cual piensa
sólo en la salvación de su alma, haciendo así, bajo el pretexto del amor divino, egoísmo
humano excesivamente refinado, lleno de ternura para sí y de indiferencia, de
malevolencia y hasta de crueldad para el prójimo. Eso explica la alianza íntima que ha
existido siempre entre el verdugo y el sacerdote, alianza francamente confesada por el
célebre campeón del ultramontanismo, Joseph de Maistre, cuya pluma elocuente,
después de haber divinizado al papa, no dejó de rehabilitar al verdugo; uno era en efecto
el complemento del otro.
Pero no es sólo en la iglesia católica donde existe y se produce esa ternura excesiva
hacia el verdugo. Los ministros sinceramente religiosos y creyentes de los diferentes
cultos protestantes, ¿no han protestado unánimemente en nuestros días contra la
abolición de la pena de muerte? No cabe duda que el amor divino mata el amor de los
hombres en los corazones que están penetrados de él; tampoco cabe duda que todos los
cultos religiosos en general, pero entre ellos el cristianismo sobre todo, no han tenido
jamás otro objeto que el sacrificio de los hombres a los dioses. Y entre todas las
divinidades de que nos habla la historia, ¿hay una sola que haya hecho verter tantas
lágrimas y sangre como ese buen dios de los cristianos o que haya pervertido hasta tal
punto las inteligencias, los corazones y todas las relaciones de los hombres entre sí?
Bajo esta influencia malsana, el espíritu se eclipsó y la investigación ardiente de la
verdad se transformó en un culto complaciente a la mentira; la dignidad humana se
envilecía, el hombre (una palabra ilegible en el original) se convertía en traidor, la
bondad cruel, la justicia inicua y el respeto humano se transformaron en un desprecio
creyente para los hombres; el instinto de la libertad terminó en el establecimiento de la
servidumbre, y el de la igualdad en la sanción de los privilegios más monstruosos. La
https://www.marxists.org/espanol/bakunin/princip.htm 8/18
10/10/2016 M. Bakunin: El princio del estado.
caridad, al volverse delatora y persecutora, ordenó la masacre de los heréticos y las
orgías sangrientas de la Inquisición; el hombre religioso se llamó jesuita, devoto o
pietista ‘renunciando a la humanidad se encaminó a la santidad’ y el santo, bajo las
apariencias de una humanidad más (una palabra ilegible en el original), se volvió
hipócrita, y con la caridad ocultó el orgullo y el egoísmo inmensos de un yo humano
absolutamente aislado que se ama a sí mismo en su dios. Porque no hay que engañarse:
lo que el hombre religioso busca sobre todo y lo cree encontrar en la divinidad que ama,
es a sí mismo, pero glorificado, investido por la omnipotencia e inmortalizado. También
sacó de él muy a menudo pretextos e instrumentos para someter y para explotar el
mundo humano.
He ahí, pues la primera palabra del culto cristiano: es la exaltación del egoísmo que, al
romper toda solidaridad social, se ama a sí mismo en su dios y se impone a la masa
ignorante de los hombres en nombre de ese dios, es decir en nombre de su yo humano,
consciente e inconscientemente exaltado y divinizado por sí mismo. Es por eso también
que los hombres religiosos son ordinariamente tan feroces: al defender a su dios, toman
partido por su egoísmo, por su orgullo y por su vanidad.
De todo esto resulta que el cristianismo es la negación más decisiva y la más completa
de toda solidaridad entre los hombres, es decir de la sociedad, y por consiguiente
también de la moral, puesto que fuera de la sociedad, creo haberlo demostrado, no
quedan más que relaciones religiosas del hombre aislado con su dios, es decir consigo
mismo.
Los metafísicos modernos, a partir del siglo XVII, han tratado de restablecer la moral,
fundándola, no en dios, sino en el hombre. Por desgracia, obedeciendo a las tendencias
de su siglo, tomaron por punto de partida, no al hombre social, vivo y real, que es el
doble producto de la naturaleza y de la sociedad, sino el yo abstracto del individuo, al
margen de todos sus lazos naturales y sociales, aquel mismo a quien divinizó el egoísmo
cristiano y a quien todas las iglesias, tanto católicas como protestantes, adoran como su
dios.
¿Cómo nació el dios único de los monoteístas? Por la eliminación necesaria de todos
los seres reales y vivos.
Para explicar lo que entendemos por eso, es necesario decir algunas cosas sobre la
religión. No quisiéramos hablar de ella, pero en el tiempo que corre es imposible tratar
cuestiones políticas y sociales sin tocar la cuestión religiosa.
Se pretendió erróneamente que el sentimiento religioso no es propio más que de los
hombres; se encuentran perfectamente todos los elementos constitutivos en el reino
animal, y entre esos elementos el principal es el miedo. “El temor de dios ‘dicen los
https://www.marxists.org/espanol/bakunin/princip.htm 9/18
10/10/2016 M. Bakunin: El princio del estado.
teólogos’ es el comienzo de la sabiduría”. Y bien, ¿no se encuentra ese temor
excesivamente desarrollado en todos los animales, y no están todos los animales
constantemente amedrentados? Todos experimentan un terror instintivo ante la
omnipotencia que los produce, los cría, los nutre, es verdad, pero al mismo tiempo loas
aplasta, los envuelve por todas partes, que amenaza su existencia a cada hora y que
acaba siempre por matarlos.
Como los animales de todas las demás especies no tienen ese poder de abstracción y
de generalización de que sólo el hombre está dotado, no se representan la totalidad de
los seres que nosotros llamamos naturaleza, pero la sienten y la temen. Ese es el
verdadero comienzo del sentimiento religioso.
No falta en ellos siquiera la adoración. Sin hablar del estremecimiento de alegría que
experimentan todos los seres vivos al levantarse el sol, ni de sus gemidos a la
aproximación de una de esas catástrofes naturales terribles que los destruyen por
millares; no se tiene más que considerar, por ejemplo, la actitud del perro en presencia
de su amo. ¿No está por completo en ella la del hombre ante dios?
Tampoco ha comenzado el hombre por la generalización de los fenómenos naturales,
y no ha llegado a la concepción de la naturaleza como ser único más que después de
muchos siglos de desenvolvimiento moral. El hombre primitivo, el salvaje, poco
diferente del gorila, compartió sin duda largo tiempo todas las sensaciones y las
representaciones instintivas del gorila; no fue sino a la larga como comenzó a hacerlas
objeto de sus reflexiones, primero necesariamente infantiles, darles un nombre y por eso
mismo a fijarlas en su espíritu naciente.
Fue así cómo tomó cuerpo el sentimiento religioso que tenía en común con los
animales de las otras especies, cómo se transformó en una representación permanente y
en el comienzo de una idea, la de la existencia oculta de un ser superior y mucho más
poderoso que él y generalmente muy cruel y muy malhechor, del ser que le ha causado
miedo, en una palabra, de su dios.
Tal fue el primer dios, de tal modo rudimentario, es verdad, que, el salvaje que lo
busca por todas partes para conjurarlo, cree encontrarlo a veces en un trozo de madera,
en un trapo, en un hueso o en una piedra: esa fue la época del fetichismo de que
encontramos aún vestigios en el catolicismo.
Más tarde y siempre por ese mismo procedimiento de eliminación y haciendo
abstracción del brujo, de quien por fin la experiencia le demostró la impotencia, el
salvaje adoró sucesivamente todos los fenómenos más grandiosos y terribles de la
naturaleza: la tempestad, el trueno, el viento y, continuando así, de eliminación en
eliminación, ascendió finalmente al culto del sol y de los planetas. Parece que el honor
de haber creado ese culto pertenece a los pueblos paganos.
Eso era ya un gran progreso. Cuanto más se alejaba del hombre la divinidad, es decir
la potencia que causa miedo, más respetable y grandiosa parecía. No había que dar más
que un solo gran paso para el establecimiento definitivo del mundo religioso, y ese fue el
de la adoración de una divinidad invisible.
Hasta ese salto mortal de la adoración de lo visible a la adoración de lo invisible, los
animales de las otras especies habían podido, con rigor, acompañar a su hermano menor,
el hombre, en todas sus experiencias teológicas. Porque ellos también adoran a su
manera los fenómenos de la naturaleza. No sabemos lo que pueden experimentar hacia
otros planetas; pero estamos seguros de que la Luna y sobre todo el Sol ejercen sobre
ellos una influencia muy sensible. Pero la divinidad invisible no pudo ser inventada más
que por el hombre.
Pero el hombre mismo, ¿por qué procedimiento ha podido descubrir ese ser invisible,
del que ninguno de sus sentidos, ni su vista han podido ayudarle a comprobar la
existencia real, y por medio de qué artificio ha podido reconocer su naturaleza y sus
cualidades? ¿Cuál es, en fin, ese ser supuesto absoluto y que el hombre ha creído
encontrar por encima y fuera de todas las cosas?
El procedimiento no fue otro que esa operación bien conocida del espíritu que
llamamos abstracción o eliminación, y el resultado final de esa operación no puede ser
más que el abstracto absoluto, la nada. Y es precisamente esa nada a la cual el hombre
adora como su dios.
Elevándose por su espíritu sobre todas las cosas reales, incluso su propio cuerpo,
haciendo abstracción de todo lo que es sensible o siquiera visible, inclusive el
firmamento con todas las estrellas, el hombre se encuentra frente al vacío absoluto, a la
nada indeterminada, infinita, sin ningún contenido, sin ningún límite.
https://www.marxists.org/espanol/bakunin/princip.htm 11/18
10/10/2016 M. Bakunin: El princio del estado.
Dios no es, pues, otra cosa que el yo humano absolutamente vacío a fuerza de
abstracción o de eliminación de todo lo que es real y vivo. Precisamente de ese modo lo
concibió Buda, que, de todos los reveladores religiosos, fue ciertamente el más
profundo, el más sincero, el más verdadero.
Sólo que Buda no sabía y no podía saber que era el espíritu humano mismo el que
había creado ese diosnada. Apenas hacia el fin del siglo último comenzó la humanidad
a percatarse de ello, y sólo en nuestro siglo, gracias a los estudios mucho más profundos
sobre la naturaleza y sobre las operaciones del espíritu humano, se ha llegado a dar
cuenta completa de ello.
Cuando el espíritu humano creó a dios, procedió con la más completa ingenuidad; y
sin saberlo, pudo adorarse en su diosnada.
Sin embargo, no podía detenerse ante esa nada que había hecho él mismo, debía
llenarla a cualquier precio y hacerla volver a la tierra, a la realidad viviente. Llegó a ese
fin siempre con la misma ingenuidad y por el procedimiento más natural, más sencillo.
Después de haber divinizado su propio yo en ese estado de abstracción o de vacío
absoluto, se arrodilló ante él, lo adoró y lo proclamó la causa y el autor de todas las
cosas; ese fue el comienzo de la teología.
Dios, la nada absoluta, fue proclamado el único ser vivo, poderoso y real, y el mundo
viviente y por consecuencia necesaria la naturaleza, todas las cosas efectivamente reales
y vivientes, al ser comparadas con ese dios fueron declaradas nulas. Es propio de la
teología hacer de la nada lo real y de lo real la nada.
Procediendo siempre con la misma ingenuidad y sin tener la menor conciencia de lo
que hacía, el hombre usó de un medio muy ingenioso y muy natural a la vez para llenar
el vacío espantoso de su divinidad: le atribuyó simplemente, exagerándolas siempre
hasta proporciones monstruosas, todas las acciones, todas las fuerzas, todas las
cualidades y propiedades, buenas o malas, benéficas o maléficas, que encontró tanto en
la naturaleza como en la sociedad. Fue así como la tierra, entregada al saqueo, se
empobreció en provecho del cielo, que se enriqueció con sus despojos.
Resultó de esto que cuanto más se enriqueció el cielo –la habitación de la divinidad,
más miserable se volvió la tierra; y bastaba que una cosa fuese adorada en el cielo, para
que todo lo contrario de esa cosa se encontrase realizada en este bajo mundo. Eso es lo
que se llama ficciones religiosas; a cada una de esas ficciones corresponde, se sabe
perfectamente, alguna realidad monstruosa; así, el amor celeste no ha tenido nunca otro
efecto que el odio terrestre, la bondad divina no ha producido sino el mal, y la libertad
de dios significa la esclavitud aquí abajo. Veremos pronto que lo mismo sucede con
https://www.marxists.org/espanol/bakunin/princip.htm 12/18
10/10/2016 M. Bakunin: El princio del estado.
todas las ficciones políticas y jurídicas, pues unas y otras son por lo demás
consecuencias o transformaciones de la ficción religiosa.
La divinidad asumió de repente ese carácter absolutamente maléfico. En las religiones
panteístas de Oriente, en el culto de los brahmanes y en el de los sacerdotes de Egipto,
tanto como en las creencias fenicias y siríacas, se presenta ya bajo un aspecto bien
terrible. El Oriente fue en todo tiempo y es aún hoy, en cierta medida al menos, la patria
de la divinidad despótica, aplastadora y feroz, negación del espíritu de la humanidad.
Esa es también la patria de los esclavos, de los monarcas absolutos y de las castas.
En Grecia la divinidad se humaniza –su unidad misteriosa, reconocida en Oriente sólo
por los sacerdotes, su carácter atroz y sombrío son relegados en el fondo de la mitología
helénica, al panteísmo sucede el politeísmo. El Olimpo, imagen de la federación de las
ciudades griegas, es una especie de república muy débilmente gobernada por el padre de
los dioses, Júpiter, que obedece él mismo los decretos del destino.
El destino es impersonal; es la fatalidad misma, la fuerza irresistible de las cosas, ante
la cual debe plegarse todo, hombres y dioses. Por lo demás, entre esos dioses, creados
por los poetas, ninguno es absoluto; cada uno representa sólo un aspecto, una parte, sea
del hombre, sea de la naturaleza en general, sin cesar sin embargo de ser por eso seres
concretos y vivos. Se completan mutuamente y forman un conjunto muy vivo, muy
gracioso y sobre todo muy humano.
Nada de sombrío en esa religión, cuya teología fue inventada por los poetas,
añadiendo cada cual libremente algún dios o alguna diosa nuevos, según las necesidades
de las ciudades griegas, cada una de las cuales se honraba con su divinidad tutelar,
representante de su espíritu colectivo. Esa fue la religión, no de los individuos, sino de la
colectividad de los ciudadanos de tantas patrias restringidas y (la primera parte de una
palabra ilegible)...mente libres, asociadas por otra parte entre sí más o menos por una
especie de federación imperfectamente organizada y muy (una palabra ilegible).
De todos los cultos religiosos que nos muestra la historia, ese fue ciertamente el
menos teológico, el menos serio, el menos divino y a causa de eso mismo el menos
malhechor, el que obstaculizó menos el libre desenvolvimiento de la sociedad humana.
La sola pluralidad de los dioses más o menos iguales en potencia era una garantía contra
el absolutismo; perseguido por unos, se podía buscar la protección de los otros y el mal
causado por un dios encontraba su compensación en el bien producido por otro. No
existía, pues, en la mitología griega esa contradicción lógica y moralmente monstruosa,
del bien y del mal, de la belleza y la fealdad, de la bondad y la maldad, del amor y el
odio concentrados en una sola y misma persona, como sucede fatalmente en el dios del
monoteísmo.
https://www.marxists.org/espanol/bakunin/princip.htm 13/18
10/10/2016 M. Bakunin: El princio del estado.
Esa monstruosidad la encontramos por completo activa en el dios de los judíos y de
los cristianos. Era una consecuencia necesaria de la unidad divina; y, en efecto, una vez
admitida esa unidad, ¿cómo explicar la coexistencia del bien y del mal? Los antiguos
persas habían imaginado al menos dos dioses: uno, el de la luz y del bien, Ormuzd; el
otro, el del mal y de las tinieblas, Ahriman; entonces era natural que se combatieran,
como se combaten el bien y el mal y triunfan sucesivamente en la naturaleza y en la
sociedad. Pero, ¿cómo explicar que un solo y mismo dios, omnipotente, todo verdad,
amor, belleza, haya podido dar nacimiento al mal, al odio, a la fealdad, a la mentira?
Para resolver esta contradicción, los teólogos judíos y cristianos han recurrido a las
invenciones más repulsivas y más insensatas. Primeramente atribuyeron todo el mal a
Satanás. Pero Satanás, ¿de dónde procede? ¿Es, como Ahriman, el igual de dios? De
ningún modo; como el resto de la creación, es obra de dios. Por consiguiente, ese dios
fue el que engendró el mal. No, responden los teólogos; Satanás fue primero un ángel de
luz y desde su rebelión contra dios se volvió ángel de las tinieblas. Pero si la rebelión es
un mal –lo que está muy sujeto a caución, y nosotros creemos al contrario que es un
bien, puesto que sin ella no habría habido nunca emancipación social, si constituye un
crimen, ¿quién ha creado la posibilidad de ese mal? Dios, sin duda, os responderán aun
los mismos teólogos, pero no hizo posible el mal más que para dejar a los ángeles y a los
hombres el libre arbitrio. ¿Y qué es el libre arbitrio? Es la facultad de elegir entre el bien
y el mal, y decidir espontáneamente sea por uno sea por otro. Pero para que los ángeles y
los hombres hayan podido elegir el mal, para que hayan podido decidirse por el mal, es
preciso que el mal haya existido independientemente de ellos, ¿y quién ha podido darle
esa existencia, sino dios?
También pretenden los teólogos que, después de la caída de Satanás, que precedió a la
del hombre, dios, sin duda esclarecido por esa experiencia, no queriendo que otros
ángeles siguieran el ejemplo de Satanás les privó del libre arbitrio, no dejándoles mas
que la facultad del bien, de suerte que en lo sucesivo son forzosamente virtuosos y no se
imaginan otra felicidad que la de servir eternamente como criados a ese terrible señor.
Pero parece que dios no ha sido suficientemente esclarecido por su primera
experiencia, puesto que, después de la caída de Satanás, creó al hombre y, por ceguera o
maldad, no dejó de concederle ese don fatal del libre arbitrio que perdió a Satanás y que
debía perderlo también a él.
La caída del hombre, tanto como la de Satanás, era fatal, puesto que había sido
determinada desde la eternidad en la presciencia divina. Por lo demás, sin remontar tan
alto, nos permitiremos observar que la simple experiencia de un honesto padre de
familia habría debido impedir al buen dios someter a esos desgraciados primeros
hombres a la famosa tentación. El más simple padre de familia sabe muy bien que basta
https://www.marxists.org/espanol/bakunin/princip.htm 14/18
10/10/2016 M. Bakunin: El princio del estado.
que se impida a los niños tocar una cosa para que un instinto de curiosidad invencible
los fuerce absolutamente a tocarla. Por tanto, si ama a los hijos y si es realmente justo y
bueno, les ahorrará esa prueba tan inútil como cruel.
Dios no tuvo ni esa razón ni esa bondad, ni esa (una palabra ilegible) y aunque
supiese de antemano que Adán y Eva debían sucumbir a la tentación, en cuanto se
cometió ese pecado, helo ahí que se deja llevar por un furor verdaderamente divino. No
se contenta con maldecir a los desgraciados desobedientes, maldice a toda su
descendencia hasta el fin de los siglos, condenando a los tormentos del infierno a
millares de hombres que eran evidentemente inocentes, puesto que ni siquiera habían
nacido cuando se cometió el pecado. No se contentó con maldecir a los hombres,
maldijo con ellos a toda la naturaleza, su propia creación, que había encontrado él
mismo tan bien hecha.
Si un padre de familia hubiese obrado de ese modo, ¿no se le habría declarado loco de
atar? ¿Cómo se han atrevido los teólogos a atribuir a su dios lo que habrían considerado
absurdo, cruel (una palabra ilegible), anormal de parte de un hombre? ¡Ah, es que han
tenido necesidad de ese absurdo! ¿Cómo, si no, habrían podido explicar la existencia del
mal en este mundo que debía haber salido perfecto de manos de un obrero tan perfecto,
de este mundo creado por dios mismo?
Pero, una vez admitida la caída, todas las dificultades se allanan y se explican. Lo
pretenden al menos. La naturaleza, primero perfecta, se vuelve de repente imperfecta,
toda la máquina se descompone; a la armonía primitiva sucede el choque desordenado
de las fuerzas; la paz que reinaba al principio entre todas las especies de animales, deja
el puesto a esa carnicería espantosa, al devoramiento mutuo; y el hombre, el rey de la
naturaleza, la sobrepasa en ferocidad. La tierra se convierte en el valle de sangre y de
lágrimas, y la ley de Darwin –la lucha despiadada por la existencia triunfa en la
naturaleza y en la sociedad. El mal desborda sobre el bien, Satanás ahoga a dios.
Y una inepcia semejante, una fábula tan ridícula, repulsiva, monstruosa, ha podido ser
seriamente repetida por grandes doctores en teologías durante más de quince siglos, ¿qué
digo?, lo es todavía; más que eso, es oficialmente, obligatoriamente enseñada en todas
las escuelas de Europa. ¿Qué hay que pensar, pues, después de eso de la especie
humana? ¿Y no tienen mil veces razón los que pretenden que traicionamos aun hoy
mismo nuestro próximo parentesco con el gorila?
Pero el espíritu (una palabra ilegible) de los teólogos cristianos no se detiene en eso.
En la caída del hombre y en sus consecuencias desastrosas, tanto por su naturaleza como
por sí mismo, han adorado la manifestación de la justicia divina. Después han recordado
https://www.marxists.org/espanol/bakunin/princip.htm 15/18
10/10/2016 M. Bakunin: El princio del estado.
que dios no sólo era la justicia, sino que era también el amor absoluto y, para conciliar
uno con otro, he aquí lo que inventaron:
Después de haber dejado esa pobre humanidad durante millares de años bajo el golpe
de su terrible maldición, que tuvo por consecuencia la condena de algunos millares de
seres humanos a la tortura eterna, sintió despertarse el amor en su seno, ¿y que hizo?
¿Retiró del infierno a los desdichados torturados? No, de ningún modo; eso hubiese sido
contrario a su eterna justicia. Pero tenía un hijo único; cómo y por qué lo tenía, es uno de
esos misterios profundos que los teólogos, que se lo dieron, declaran impenetrable, lo
que es una manera naturalmente cómoda para salir del asunto y resolver todas las
dificultades. Por tanto, ese padre lleno de amor, en su suprema sabiduría, decide enviar a
su hijo único a la tierra, a fin de que se haga matar por los hombres, para salvar, no las
generaciones pasadas, ni siquiera las del porvenir, sino, entre las últimas, como lo
declara el Evangelio mismo y como lo repiten cada día tanto la iglesia católica como los
protestantes, sólo un número muy pequeño de elegidos.
Y ahora la carrera está abierta; es, como lo dijimos antes, una especie de carrera de
apuesta, un sálvese el que pueda, por la salvación del alma. Aquí los católicos y los
protestantes se dividen: los primeros pretenden que no se entra en el paraíso más que con
el permiso especial del padre santo, el papa; los protestantes afirman, por su parte, que la
gracia directa e inmediata del buen dios es la única que abre las puertas. Esta grave
disputa continúa aún hoy; nosotros no nos mezclamos en ella.
Resumamos en pocas palabras la doctrina cristiana:
Hay un dios, ser absoluto, eterno, infinito, omnipotente; es la omnisapiencia, la
verdad, la justicia, la belleza y la felicidad, el amor y el bien absolutos. En él todo es
infinitamente grande, fuera de él está la nada. Es, en fin de cuentas, el ser supremo, el
ser único.
Pero he aquí que de la nada –que por eso mismo parece haber tenido una existencia
aparte, fuera de él, lo que implica una contradicción y un absurdo, puesto que si dios
existe en todas partes y llena con su ser el espacio infinito, nada, ni la misma nada puede
existir fuera de él, lo que hace creer que la nada de que nos habla la Biblia estuviese en
dios, es decir que el ser divino mismo fuese la nada, dios creó el mundo.
Aquí se plantea por sí misma una cuestión. La creación, ¿fue realizada desde la
eternidad o bien en un momento dado de la eternidad? En el primer caso, es eterna como
dios mismo y no pudo haber sido creada ni por dios ni por nadie; porque la idea de la
creación implica la precedencia del creador a la criatura. Como todas las ideas
teológicas, la idea de la creación es una idea por completo humana, tomada en la
práctica de la humana sociedad. Así, el relojero crea un reloj, el arquitecto una casa, etc.
https://www.marxists.org/espanol/bakunin/princip.htm 16/18
10/10/2016 M. Bakunin: El princio del estado.
En todos estos casos el productor existe al crear (?) el producto; fuera del producto, y es
eso lo que constituye esencialmente la imperfección, el carácter relativo y por decirlo así
dependiente tanto del productor como del producto.
Pero la teología, como hace por lo demás siempre, ha tomado esa idea y ese hecho
completamente humanos de la producción y al aplicarlos a su dios, al extenderlos hasta
el infinito y al hacerlos salir por eso mismo de sus proporciones naturales, ha formado
una fantasía tan monstruosa como absurda.
Por consiguiente, si la creación es eterna, no es creación. El mundo no ha sido creado
por dios, por tanto tiene una existencia y un desenvolvimiento independientes de él –la
eternidad del mundo es la negación de dios mismo pues dios era esencialmente el dios
creador.
Por tanto, el mundo no es eterno; hubo una época en la eternidad en que no existía. En
consecuencia, pasó toda una eternidad durante la cual dios absoluto, omnipotente,
infinito, no fue un dios creador, o no lo fue más que en potencia, no en el hecho.
¿Por qué no lo fue? ¿Es por capricho de su parte, o bien tenía necesidad de
desarrollarse para llegar a la vez a potencia efectiva creadora?
Esos son misterios insondables, dicen los teólogos. Son absurdos imaginados por
vosotros mismos, les respondemos nosotros. Comenzáis por inventar el absurdo, después
nos lo imponéis como un misterio divino, insondable y tanto más profundo cuanto más
absurdo es.
Es siempre el mismo procedimiento: Credo quia adsurdum.
Otra cuestión: la creación, tal como salió de las manos de dios, ¿fue perfecta? Si no lo
fu, no podía ser creación de dios, porque el obrero, es el evangelio mismo el que lo dice,
se juzga según el grado de perfección de su obra. Una creación imperfecta supondría
necesariamente un creador imperfecto. Por tanto, la creación fue perfecta.
Pero si lo fue, no pudo haber sido creada por nadie, porque la idea de la creación
absoluta excluye toda idea de dependencia o de relación. Fuera de ella no podría existir
nada. Si el mundo es perfecto, dios no puede existir.
La creación, responderán los teólogos, fue seguramente perfecta, pero sólo por
relación, a todo lo que la naturaleza o los hombres pueden producir, no por relación a
dios. Fue perfecta, sin duda, pero no perfecta como dios.
Les responderemos de nuevo que la idea de perfección no admite grados, como no los
admiten ni la idea de infinito ni la de absoluto. No puede tratarse de más o menos. La
https://www.marxists.org/espanol/bakunin/princip.htm 17/18
10/10/2016 M. Bakunin: El princio del estado.
perfección es una. Por tanto, si la creación fue menos perfecta que el creador, fue
imperfecta. Y entonces volveremos a decir que dios, creador de un mundo imperfecto,
no es más que un creador imperfecto, lo que equivaldría a la negación de dios.
Se ve que de todas maneras, la existencia de dios es incompatible con la del mundo.
Si existe el mundo, dios no puede existir. Pasemos a otra cosa.
Ese dios perfecto crea un mundo más o menos imperfecto. Lo crea en un momento
dado de la eternidad, por capricho y sin duda para combatir el hastío de su majestuosa
soledad. De otro modo, ¿para qué lo habría creado? Misterios insondables, nos gritarán
los teólogos. Tonterías insoportables, les responderemos nosotros.
Pero la Biblia misma nos explica los motivos de la creación. Dios es un ser
esencialmente vanidoso, ha creado el cielo y la tierra para ser adorado y alabado por
ellos. Otros pretenden que la creación fue el efecto de su amor infinito. ¿Hacia quién?
¿Hacia un mundo, hacia seres que no existían, o que no existían al principio más que en
su idea, es decir, siempre para él?
Fuente: Biblioteca Virtual Espartaco
Esta Edicióm: Marxists Internet Archive, 2000.
https://www.marxists.org/espanol/bakunin/princip.htm 18/18