Fue El Profeta Jonás Tragado Por Una Ballena
Fue El Profeta Jonás Tragado Por Una Ballena
Fue El Profeta Jonás Tragado Por Una Ballena
El gran desobediente
De todos los libros proféticos de la Biblia, hay uno sumamente extraño. El de Jonás.
Primero, porque ningún otro libro profético contiene una profecía tan breve: sólo cinco
palabras (en el texto hebreo). y segundo, porque a su protagonista le tocó vivir una historia
fantástica e increíble que hasta el día de hoy sigue asombrando a los lectores.
El libro cuenta que cierto día Dios se le apareció a Jonás y le pidió que fuera a predicar a la
ciudad de Nínive (la capital del reino de Asiria), para que los ninivitas se convirtieran y
cambiaran de vida. Pero Jonás, desobedeciendo la orden divina, decidió tomar un barco y
huir lo más lejos posible, donde Dios no pudiera encontrarlo. Cuando el barco se hallaba en
alta mar, se desató tenía una terrible tormenta que estuvo a punto de hundir la embarcación,
y el pobre Jonás terminó devorado por un enorme pez, que lo tuvo en su estómago tres días
y tres noches. Allí, en la oscuridad de aquel vientre, Jonás oró a Dios arrepentido, y Dios
ordenó al pez que vomitara al profeta y los devolviera otra vez sano y salvo a tierra firme.
Pasada aquella insólita experiencia, Dios volvió a presentarse ante Jonás y a pedirle que
fuera a predicar a Nínive. Esta vez Jonás no pudo negarse. Fue y predicó en la ciudad, con
tana suerte, que el mismo rey dio la orden a todos sus habitantes para que se convirtieran y
creyeran en Dios.
Un misionero cobarde
Todo esto ha llevado a los biblistas a considerar actualmente el libro de Jonás no como un
relato histórico, sino como una pequeña novela, compuesta para transmitir una enseñanza
religiosa. Leído así, se trata de un cuento magnífico, una pequeña joya de la literatura
hebrea, llena de humor y de fina ironía, y con uno de los mensajes más impresionantes de
toda la Biblia.
Pero a partir de aquí, la historia ya no es tan seria como parecía. Porque el profeta se
levanta… ¡para huir de Dios! En vez de ir a Nínive (en oriente), toma un barco y huye a
Tarsis, en España (occidente). Es decir, hace exactamente lo contrario de lo que Dios le
había pedido. ¿Por qué huye Jonás? Solo al final del libro, nos vamos a enterar: porque él
odia profundamente a esos paganos y, por nada del mundo, quiere que se conviertan y se
salven del castigo divino que se merecen (4, 2). Jonás quiere un Dios bueno solo para él y
para su pueblo (los israelitas), pero, terrible y vengador, para los demás. Le molesta un
Dios que tenga piedad de los extranjeros. Antes de compartir el amor de Dios con tan
despreciables enemigos, ¡prefiere huir de él y perderlo!
Pero como nada sucede, deciden echar suertes, y averiguar así quién era el culpable de
semejante desgracia. Y sale señalado Jonás. Ellos entonces le preguntan quién es él, y Jonás
responde con una hermosa confesión de fe: “Soy hebreo, y adoró a Yahvé, Dios del cielo,
que hizo el mar y la tierra” (1, 9). Una fina ironía del autor: Jonás confiesa su fe en Yahvé,
¡precisamente cuando está huyendo y no quiere saber nada de él! Los tripulantes le
preguntan: “¿Qué debemos hacer contigo para que el mar se calme?”. Y Jonás les da la
solución: “Tírenme al mar”.
Pero aquellos marineros paganos no son tan malos. Quieren salvar a Jonás, así que se ponen
a remar con todas sus fuerzas tratando de alcanzar la orilla. Sin embargo, como todo es
inútil, hacen una oración a Yahvé y finalmente arrojan a Jonás al mar. Y así se calmó la
tempestad. Los navegantes, asombrados frente a tal milagro, reconocen el poder de Yahvé,
le rinden culto y le hacen promesas.
Sin quererlo, ¡Jonás había convertido a toda la tripulación del barco! De haberlo sabido, el
xenófobo profeta habría maldecido su suerte.
Pero con Jonás el lector no gana para sustos. Porque, apenas es arrojado al mar, “Yahvé
ordenó que un gran pez se lo tragará, y Jonás permaneció en el vientre del pez durante tres
días y tres noches” (2, 1-2).
Este famoso pez causó muchos problemas a los intérpretes de la Biblia que durante siglos
se preguntaron: ¿qué clase de pez habrá sido? ¿Cómo pudo Jonás sobrevivir en el vientre de
ese monstruo? ¿Cómo pudo salir de allí sin sufrir daño alguno? Pero, ahora que ya no
consideramos a Jonás un personaje histórico, sino una figura imaginaria, todas esas
dificultades han desaparecido.
Por eso, tampoco tenemos inconveniente en aceptar que, desde el vientre del pez, Jonás le
rece una hermosa oración a Dios pidiéndole que lo salve (2, 3-11). Entonces, Dios ordena al
pez que se acerque a una playa y allí vomite al profeta, sano y salvo.
Desde el vientre del pez, Jonás le reza una hermosa oración a Dios pidiéndole que lo salve
(2, 3-11). Entonces Dios ordenó al pez que se acercara una playa, y allí vomitara al profeta
sano y salvo.
Cuando llega a la ciudad, se encuentra con que esta es inmensa. Hacen falta tres días de
camino para recorrerla. Pero Jonás camina apenas un solo día para hacer lo menos posible
en favor de los ninivitas. Para peor, solo proclama un mensaje brevísimo: “Dentro de 40
días, Nínive será destruida” (3, 4). No les aclara a sus habitantes qué dios es el que anuncia
el castigo, ni por qué está enojado, ni qué deben hacer ellos para convertirse, como si a
propósito quisiera hacer fracasar su misión. Es imposible que los ninivitas se conviertan
ante tan extraño personaje y frente a una prédica tan incompleta.
Pero, como en esta historia ya nada resulta imposible, se produce otro asombroso milagro:
todos, desde el rey hasta el último súbdito, en una reacción espectacular, creen en Dios,
hacen penitencia, obligan a ayunar, incluso, a los animales (a los que no les dan pasto ni
agua durante 40 días), y la ciudad entera se convierte (3, 5-9). El cálculo le sale mal a
Jonás, y el despreciado pueblo de Nínive, modelo de crueldad y corrupción, máximo
enemigo de Israel, termina creyendo en Dios y adorando su nombre. Por supuesto, Dios, al
ver esto, “se arrepiente del mal que ha pensado hacerles y no lo hace” (3, 10).
En la historia de cualquier otro profeta, esto hubiera sido un éxito extraordinario. Pero no
en la de Jonás. Ante la conversión de los ninivitas, él se enoja duramente con Dios por
haberlos perdonado (4,1-4). Otros profetas (como Jeremías o Elías) habían querido morirse
porque su misión había tenido poco éxito. En cambio, Jonás se quiere morir porque... ¡su
misión ha tenido demasiado éxito!
Resentido y amargado, sale de Nínive y se sienta en una cabaña de las afueras a ver qué
ocurre con la ciudad. Porque ¿quién sabe? Después de todo, puede ser que Dios cumpla con
su antigua amenaza.
Entonces, el Señor pone en marcha un plan para enseñarle, de una vez por todas, a su
enojado profeta lo que este no termina de entender. Esa noche hace crecer, junto a la cabaña
de Jonás, una planta de ricino. Al día siguiente, cuando Jonás se levanta y la ve, se alegra y
se cobija a su sombra. Parecería que la compañía de aquel arbusto le ha hecho olvidarse de
Nínive. Pero, en la madrugada del otro día, Dios manda un gusano, que pica el ricino, y este
se seca inmediatamente. El pobre Jonás, dolido por la muerte de su compañera, cae en
estado depresivo y, otra vez, desea morir. (4, 5-8).
Ahora sí llegamos a la última escena, la más importante de todas y la que revela el nivel
más profundo del cuento. Dios se le aparece a Jonás y le pregunta: “¿Te parece bien
enojarte por este ricino?”. Jonás, muy molesto, le responde: “Sí, me parece bien enojarme
hasta la muerte”. Entonces, Dios, de un modo contundente, le contesta: “Tú tienes lástima
por un ricino, que no te ha costado ningún trabajo, que no hiciste crecer, que ha brotado en
una noche y en una noche se secó. Y yo, ¿no voy a tener lástima de Nínive, la gran ciudad,
donde habitan más de 120.000 personas que no saben distinguir el bien del mal y donde
hay, además, una gran cantidad de animales?” (4, 9-11).
Nunca sabremos qué respondió Jonás porque aquí se termina el libro. Pero ya no importa.
En realidad, la pregunta de Dios no iba dirigida a Jonás (que no existe), sino a los lectores
del libro, es decir, al pueblo judío. La lección es clarísima: a Dios le duelen todas sus
criaturas. No ama solo a los judíos. También a las otras naciones, a los extranjeros, a los
paganos. Por eso, todos ellos son destinatarios de sus cuidados amorosos…
El autor del libro, pues, no quiso decir simplemente que Dios ama a todos los pueblos. Ni
que se interesa por los paganos. Ni siquiera pretende enseñar la misión universal. El
mensaje de fondo es más serio aún: que Dios ama también a los opresores, a los crueles.
Que Dios también trata de ayudar y hacer el bien a quienes nos han maltratado y arruinado
la vida, y a cuantos nos han hecho sufrir. Todo esto resultaba inconcebible para la
mentalidad de ciertos grupos judíos, cerrados sobre sí mismos, que fomentaban el odio
hacia sus enemigos, que se apropiaban en forma exclusiva de la misericordia de Dios, y
esperaban una intervención divina en la historia que acabara ara siempre con los
extranjeros.