Codina Un Verdadero Pentecostés

Descargar como doc, pdf o txt
Descargar como doc, pdf o txt
Está en la página 1de 4

Un verdadero Pentecostés

El deseo y oraciones de Juan XXIII que pedía que el Vaticano II fuera un Pentecostés
para la Iglesia, fue ampliamente escuchado por el Señor. El Vaticano II fue una auténtica
irrupción del Espíritu sobre la Iglesia, un acontecimiento salvífico, un verdadero kairós. Hay
un “antes” y un “después” del Vaticano II. Este tema ha sido tan ampliamente estudiado [1]
que bastará recordar las líneas fundamentales del cambio producido en el Concilio:

- de la Iglesia de Cristiandad, típica del Segundo milenio, centrada en el poder y la


jerarquía, se pasa a la Iglesia del Tercer milenio que recupera la eclesiología de comunión
típica del 1er Milenio y se abre al desafío de los nuevos signos de los tiempos (GS 4; 11; 44)
- de una eclesiología centrada en sí misma, se abre a una Iglesia orientada al Reino, del
cual Iglesia es, en la tierra, semilla y comienzo (LG 5)
- de una Iglesia sociedad perfecta, tan visible e histórica como la república de Venecia
o el Reino de los francos (Roberto Belarmino), se pasa a una Iglesia misterio, radicada en la
Trinidad, una muchedumbre congregada por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo
(LG 4)
- de una eclesiología exclusivamente cristocéntrica (incluso “cristomonista” según
la formulación de teólogos del Oriente), se pasa a una Iglesia que vive tanto bajo el principio
cristológico como bajo el principio pneumático del Espíritu, quien la rejuvenece, la renueva
y la conduce a la unión consumada con Cristo (LG 4)
- de una Iglesia centralista, a una Iglesia corresponsable y sinodal que respeta las
Iglesias locales, en las cuales y por las cuales existe la Iglesia universal (LG 23)
-de una Iglesia identificada con la jerarquía, a una Iglesia toda ella Pueblo de Dios con
diversos carismas y ministerios (LG II)
- de un Iglesia triunfalista que parece haber llegado a la gloria, a una Iglesia que camina
en la historia hacia la escatología y se llena del polvo del camino (LG VII)
- de una Iglesia señora y dominadora, madre y maestra universal, a una Iglesia
servidora de todos y en especial de los pobres, en los que reconoce la imagen de su Fundador
pobre y paciente (LG 8)
- de una Iglesia comprometida con el poder, a una Iglesia enviada a evangelizar a los
pobres, con los que se siente solidaria (GS 1; LG 8)
- de una Iglesia arca de salvación, a una Iglesia sacramento de salvación (LG 1; 9; 48) ,
en diálogo con las otras Iglesias y con las otras religiones de la humanidad (AN), en pleno
reconocimiento de la libertad religiosa (DH).

En este sentido se ha dicho que el Vaticano II y concretamente la constitución Lumen


gentium, ha sido un Concilio de transición, entendida esta transición como el paso de una
eclesiología tradicional a otra renovada[2]. Para algunos es el paso del anatema al diálogo
(R.Garaudy), un verdadero aggiornamento de la Iglesia, para otros, seguramente
excesivamente optimistas, el requiem del Constantinismo …

Y sin embargo…

Sin entrar aquí y ahora en lo que ha sucedido en el inmediato y posterior postconcilio,


ya el mismo Vaticano II presenta una serie de déficits que lastrarán sus elementos positivos y
los ensombrecerán. Además de que el Vaticano II tuvo que acceder a admitir una serie de
enmiendas ( o modos) de los grupos más conservadores, que hacen que su eclesiología
contenga una cierta ambigua dualidad entre el acento jurídico de la eclesiología tradicional y
la afirmación de la eclesiología de comunión (como el teólogo italiano Acerbi ha señalado), el
Concilio no trata y guarda silencio sobre temas ya entonces candentes: el celibato sacerdotal y
la carencia de ministros ordenados, el papel de la mujer en la sociedad y en la Iglesia, la
participación de los seglares en la responsabilidad ministerial, la sexualidad, la disciplina del
matrimonio, la forma de elegir a los obispos, el estatuto eclesiológico de los obispos
auxiliares, de los nuncios y de los cardenales, la función de la curia romana, la relación entre
leyes civiles y morales, la relación con las Iglesias orientales separadas de Roma…

Estas lagunas han hecho que la magnífica eclesiología de comunión del Vaticano II, en
la práctica haya quedado muchas veces a mitad de camino por falta de mediaciones eclesiales
concretas para llevarlas a su realización. Muchos de estos temas se convertirán en el
postconcilio, sobre todo en tiempo de Pablo VI, en cuestiones no sólo candentes sino
conflictivas. Pensemos, por ejemplo, en la polémica surgida en torno a la Humanae vitae.

De la primavera al invierno ecclesial

Añadamos a lo anterior que el poner en práctica el Vaticano II, luego de quince siglos
de Constatinismo eclesial, produjo muchas reacciones y exageraciones en el seno de la
Iglesia. Desde la sociología, en concreto desde la sociología religiosa, esto no debería
extrañarnos, pues una gran masa de fieles no cambia rápidamente de su modo tradicional de
pensar y de actuar.

Algunos sectores muy conservadores se resistieron a aceptar el Vaticano II, creyeron


que la Iglesia doblaba sus rodillas ante la Modernidad (J. Maritain, L. Bouyer…).

Mucho peor y más intransigente fue la postura del Mons Marcel Lefèbvre que acabó
formando un grupo disidente (Fraternidad de Pío X) y que fue personalmente excomulgado
por Juan Pablo II (1988) al proceder Lefèbvre a nombrar sus propios obispos. La cuestión
litúrgica (el deseo de volver a la liturgia latina de Pío V) no fue lo más importante: en el fondo
había un rechazo frontal del Vaticano II al que se acusaba de protestantismo y modernismo.
Conocemos toda la evolución que ha ido teniendo este grupo hasta nuestros días y los difíciles
caminos de reconciliación. Si para algunos de ellos el Vaticano II fue una auténtica cloaca,
¿cómo poder dialogar con ellos?

Estas posturas críticas estaban también influidas por la deficiente hermenéutica y


recepción del Concilio por otros grupos opuestos. Hubo de parte de algunos sectores de la
Iglesia una interpretación excesivamente libre y alegre del Vaticano II, lo cual produjo
excesos, abusos y exageraciones en terrenos dogmáticos, litúrgicos, morales, ecuménicos… y
lo que fue más doloroso, el abandono del ministerio por parte de muchos sacerdotes y de
muchos miembros de la vida consagrada. A esto se sumó un descenso de la práctica dominical
y sacramental, divorcios, el aumento de indiferencia religiosa, el descenso entre las
vocaciones sacerdotales y religiosas, un ambiente muy secularizado y crítico frente a la
Iglesia…

Esto explica el hecho de que dentro de personas muy responsables y representativas de


la Iglesia se hiciera una crítica si no del Vaticano II, sí ciertamente de su aplicación. Aquí hay
que señalar la entrevista que tuvo el Cardenal Joseph Ratzinger, entonces Prefecto de la
Congregación de la fe, con el periodista italiano Vittorio Messori en 1985[3]. Ratzinger no
critica al Concilio sino al anti-espíritu del Concilio que se ha introducido en la Iglesia, fruto
de los embates de la modernidad y de la revolución cultural sobre todo de Occidente. No
defiende una vuelta atrás sino una restauración eclesial, una vuelta a los auténticos textos
conciliares para buscar un nuevo equilibrio y recuperar la unidad y la integridad de la vida de
la Iglesia y de su relación con Cristo. No se siente muy inclinado a resaltar la historicidad de
la Iglesia, ni los signos de los tiempos, ni el concepto de Pueblo de Dios, ni a apoyar las
conferencias episcopales que le parece que asfixian el papel del obispo local. Cree que los
últimos veinte años después del Concilio han sido desfavorables para la Iglesia y opuestos a
las expectativas de Juan XXIII. Ni la teología liberadora de América Latina, ni las religiones
no cristianas, ni el movimiento feminista gozan de su simpatía. El tono del diálogo es más
bien pesimista y sombrío, mientras que para él un rayo luminoso de esperanza lo constituyen
los nuevos movimientos laicales y carismáticos[4]…

Frente a esta postura crítica de Ratzinger sobre el postconcilio, el cardenal de Viena,


Franz König, que jugó un papel muy importante en el Vaticano II, escribió un libro, Iglesia,
¿adónde vas?[5] que afirma que la minoría conciliar veía el Concilio como una amenaza y
utilizó todo su poder para vaciarlo de contendido. Para König, la Iglesia de hoy, sin el
Vaticano II, habría sido una catástrofe y son un tanto sospechosos los intentos actuales de
restauración eclesial.

El Sínodo de obispos de 1985 convocado por Juan Pablo II defendió la identidad del
Vaticano II frente a sus impugnadores, no obstante sustituyó el concepto de Pueblo de Dios
por el de Iglesia Cuerpo de Cristo, resaltó la importancia de la santidad y de la cruz en la
Iglesia (seguramente creyendo que Gaudium et spes era demasiado optimista y humanista),
sustituyó la palabra pluralismo por la de pluriformidad, e intentó leer Gaudium et spes desde
Lumen Gentium y no al revés.

Se ha dicho que la minoría conciliar, que fue “derrotada” en el Vaticano II, poco a poco
ha ido enarbolando la interpretación y conducción del Vaticano II. Lentamente hemos ido
pasando de la primavera al invierno conciliar (K. Rahner), a una vuelta a la gran disciplina (J.
B. Libanio), a una restauración eclesial (J. C. Zízola), a una noche oscura eclesial (J. I.
González Faus). A la revista Concilium, liderada por los grandes teólogos conciliares, se le
añade en 1972 la revista Communio inspirada por Hans Urs von Balthasar con una línea
teológica diferente. Von Balthasar parece constituirse en la gran figura teológica del post-
Concilio, como lo fue Rahner del Concilio. Algo está cambiando.

Muchos de los documentos eclesiológicos del magisterio que se han ido produciendo en
tiempo de Juan Pablo II, como Apostolos suos (1998) sobre las conferencias episcopales,
Communionis notio (1992) sobre las Iglesias locales, la Instrucción sobre la colaboración de
los fieles laicos en el ministerio de los sacerdotes (1987), marcan un claro retroceso respecto
a la inspiración más profunda del Vaticano II.

En cambio, hay que reconocer que al final de pontificado de Juan Pablo II hay algunos
gestos de apertura, como la reunión de Asís con los representantes de todas las religiones
(1986), la invitación a repensar entre todos los cristianos el ejercicio actual del primado de
Pedro en la Iglesia (Ut unum sint, 1996), la petición de perdón de los pecados de la Iglesia en
el segundo milenio en el año del jubileo del 2000 y la Instrucción Dominus Jesus (2000), que
aunque su contenido sea conservador, implica que se capta la importancia, urgencia y
novedad del diálogo inter-religioso.

A casi 50 años de la clausura del Concilio, algunos se preguntan si en el Concilio


realmente sucedió algo[6] . Frente a esta postura un tanto crítica y dubitativa, los estudios
históricos dirigidos por G. Alberigo [7] han demostrado fehacientemente que el Vaticano II
fue un verdadero “acontecimiento”. Pero no han faltado reacciones en contra, como la de
Mons. A. Marchetto, para quien el Vaticano II no opera ninguna ruptura con el pasado, sino
que es preferible hablar de continuidad[8]. El mismo Benedicto XVI prefiere hablar de
reforma sin ruptura[9].

[1]Me permito remitir a mi libro, Para comprender la eclesiología desde


América Latina, Estella. Navarra 2008, Nueva edición actualizada
[2] A.J. de Almeida, Lumen Gentium. A transiçâo necessária, Sâo Paulo 2005
[3] V.Messori/J. Ratzinger, Informe sobre la fe, Madrid 1985
[4] Para comprender el pensamiento teológico de J. Ratzinger puede ayudar el texto de J. Martínez Gordo, La
cristología de Josef Ratzinger-Benedicto XVI. A la luz de su biografía teológica, Cuadernos Cristianisme i
justicia nº 158, Barcelona 2008
[5] K.König, Iglesia ¿adónde vas?, Santander 1986
[6] D.G.Schultenhover (ed) Vatican II, Did Anything Happen?, New York 2007
[7] G.Alberigo (ed), Historia del Conclio Vaticano II, I-V, Salamanca 1999-2008
[8] A.Marchetto, El Concilio Ecuménico Vaticano II. Contrapunto para su historia, Valencia 2008. Véase S.
Madrigal, El “aggiornamento”, clave teológica para la interpretación del Concilio. Sal Terrae, febrero 2010, 111-
127
[9] Benedicto XVI, Discurso de felicitación de Navidad a la curia romana, 2005

También podría gustarte