Resumen de La Lectura Big Bang
Resumen de La Lectura Big Bang
Resumen de La Lectura Big Bang
Don Arturo es un hombre muy anciano que lo recuerda todo sus nietos son
demasiado mayores, ya es bisabuelo, y a los pequeños prefiere contarles otras
historias. Arturo cuenta que un día llegó un general y mandó reunir a todos los
gomeros, los campesinos que cultivaban las adormideras. La orden fue imperativa:
quemar todas las tierras. Es así como llega el Estado, sólo con órdenes
imperativas. o aceptaban o irían a la cárcel diez años, los gomeros respondieron
sólo bajando los ojos sus tierras y las adormideras serían todas ellas quemadas se
tiñeron de negro, de un ungüento denso y oscuro aquellas llamas abrazaron hasta
animales, también se quemaron los gomeros que, embriagados, se habían
quedado amodorrados mientras vertían el gasóleo. Durante veinte años sólo hubo
ceniza en lugar de las flores de adormidera. Luego Arturo recuerda que vino un
general. Otra vez. En los latifundios de los pueblos de todos los rincones de la
tierra siempre hay alguien que se presenta en nombre de un poderoso con un
uniforme, botas y un caballo; o un todoterreno, depende de la época en la que
ocurre el hecho. Éste les ordenó a los campesinos que se hicieran gomeros, así lo
recuerda Arturo. Basta de cereales, de nuevo adormidera. De nuevo droga.
Estados Unidos se estaba preparando para la guerra y antes que los cañones,
antes que las balas, antes que los tanques, antes que los aviones y los
portaaviones antes que nada hacía falta morfina. Sin morfina no se hace la guerra.
El lector, si ha estado enfermo, muy enfermo, sabrá qué es la morfina: paz frente
al dolor.
Sólo la morfina puede apagar esos gritos y dejar a los demás convencidos de que
saldrán bien librados y ganarán indemnes la batalla. Así Estados Unidos, que
tenía necesidad de morfina para la guerra, pidió a México que incrementara la
producción de opio y hasta construyeron tramos de ferrocarril para facilitar su
transporte. ¿Cuánto hacía falta? Mucho lo máximo posible, Arturo el viejo es como
una esfinge. Ninguno de sus hijos es narco. Ninguno de sus nietos es narco.
Ninguna de sus mujeres es narco. Pero los narcos lo respetan porque ha sido el
contrabandista de opio más viejo de la zona lo que le hizo poderoso y de mucha
riqueza, pero algo puso fin a su actividad como intermediario del opio y fue la
historia de Kiki después del caso de Kiki Arturo decidió volver a cultivar trigo,
abandonando el opio y a los hombres de la heroína y la morfina. Y cuando sus
hijos le dijeron que querían traficar con coca tal como él antaño había traficado
con opio, Arturo supo que había llegado el momento de contar la historia Kiki, la
historia de Kiki está vinculada a la de Miguel Ángel Félix Gallardo, al que todo el
mundo conoce como «el Padrino». Félix Gallardo trabajaba en la Policía Judicial
Federal de México. Durante años había detenido a contrabandistas, los había
seguido, había estudiado sus métodos, descubierto sus itinerarios. Lo sabía todo
era su cazador, un día se fue a ver a los cabecillas del contrabando y les propuso
organizarse, pero con una sola condición: elegirle a él como jefe, en aquella época
en México no existían los cárteles. Fue Félix Gallardo quien los creó. Cárteles.
Hoy todos los llaman así, hasta los chiquillos que no saben muy bien qué describe
esa palabra. Sin embargo, en la mayoría de los casos es precisamente la palabra
justa. Grupos que gestionan coca y capitales de la coca y precios de la coca y
distribución de la coca. Eso son los cárteles. Cártel, por lo demás, es un término
económico que describe a los productores que se ponen de acuerdo y deciden
conjuntamente los precios, cuánto producir, cómo, dónde y cuándo distribuir.
Los mexicanos se convirtieron en verdaderos distribuidores y no sólo
transportistas. Ahora la coca se la venderían ellos a los capos, a los jefes de zona,
a los camellos, a las organizaciones estadounidenses. No estaban sólo los
colombianos. Ahora también los mexicanos podían aspirar a sentarse a la mesa
del negocio y a partir de allí mucho más. Infinitamente más funciona así hasta en
las grandes empresas: a menudo el distribuidor se convierte en el mayor
competidor del productor El Padrino sabe que hay que pagar. Pagar siempre, de
modo que tu fortuna se conciba como la fortuna de todos. Y sobre todo que hay
que pagar antes de que alguien pueda hablar, traicionar, cantar u ofrecer más.
Antes de que pueda venderse a un grupo rival o a la policía. La policía era
fundamental. Él mismo había sido policía. Por eso habían encontrado a una
persona que garantizaba tranquilidad en los transportes Kiki era un poli que
garantizaba impunidad desde el estado de Guerrero hasta el de Baja California,
Kiki hacía pasar la droga por todas partes, con extrema facilidad, y el clan del
Padrino pagaba de buena gana. Parecía ser capaz de corromper a todo el mundo,
de hacer que todo lo que tenía que pasar la frontera norteamericana lo hiciera sin
contratiempos. Gracias a esa confianza máxima que se había ganado con el
tiempo, empezaron a hablarle a Kiki de algo que no le habían contado a nadie. Se
trataba de El Búfalo. Después del enésimo tráiler repleto de coca colombiana y de
hierba mexicana introducido en Estados Unidos, Kiki fue conducido a Chihuahua.
Había oído hablar mil veces de El Búfalo, pero no sabía qué era: un nombre en
clave, una operación concreta, un apodo... El Búfalo no era el jefe supremo, no era
un animal sagrado y venerable, por más que cuando se lo nombraba la actitud
fuera a me nudo de reverencia, turbación y sacralidad. Nada de todo eso, o, mejor,
más que todo eso: El Búfalo era una de las mayores plantaciones de marihuana
del mundo. Casi mil hectáreas de tierra y algo así como diez mil campesinos
trabajando en ella.
La mañana del 6 de noviembre de 1984, cuatrocientos cincuenta soldados
mexicanos invaden El Búfalo: los helicópteros empiezan a catapultar militares, que
arrancan las plantas y se incautan de la marihuana ya recogida, balas enteras
listas para su desecación y triturado. Junto con las más de diez mil toneladas
incautadas y quemadas, en El Búfalo se convirtieron en humo 8.000 millones de
dólares. La plantación y todos sus cultivos estaban bajo el control del clan del
capo Rafael Caro Quintero. El campo funcionaba bajo la protección de todas las
fuerzas de la policía y del ejército: era enorme y constituía el principal recurso
económico de la zona. Todos ganaban con él. Caro Quintero no podía creer que
con todo el dinero invertido para grasar toda aquella maquinaria, para corromper a
policía y ejército, se le hubiera podido escapar una operación militar de tales
dimensiones. Hasta los aviones militares que sobrevolaban aquel territorio le
avisaban antes de hacerlo, le pedían autorización a él. Nadie lograba entender
qué había ocurrido. Los mexicanos debían de haberse visto presionados por los
norteamericanos. La DEA, la policía antidroga estadounidense, tenía que haber
metido las narices en la operación Kiki habló con todos, habló con Don Neto, habló
con los referentes políticos del Padrino, se desplazó a Guadalajara, donde se
habían reunido todos los cabecillas. Quería sondear los ánimos, saber cuáles
serían los próximos movimientos de la élite del cártel. Un día se disponía a
reunirse con su mujer Mika: no era frecuente que se encontraran para comer, sólo
cuando Kiki estaba tranquilo y el trabajo no lo agobiaba demasiado. Se veían en
un sitio alejado de la oficina, en uno de los barrios más hermosos de Guadalajara.
El 7 de febrero de 1985, Kiki salió de la habitación, dejó la tarjeta de identidad y la
pistola en el cajón y bajó a la calle. Cuando se acercó a su camioneta, cinco
hombres, tres delante del motor y dos situados junto al maletero, le apuntaron con
sus pistolas. Kiki levantó las manos, trató de re conocer los rostros de quienes le
amenazaban. Intentaría saber si eran sicarios a los que conocía o si era algún
cabe cilla al que en el pasado había agraviado o favorecido. Probablemente con
las manos en la nuca le subieron a un Volks wagen Atlantic beige. Su mujer siguió
esperándolo, y al no verlo llegar llamó a la oficina. A Kiki se lo llevaron a la calle
Lope de Vega. Conocía bien aquella casa, un edificio de dos plantas con galería y
pista de tenis fincas de los hombres del Padrino. Le habían descubierto. Porque
Kiki no era el enésimo policía mexicano a sueldo de los narcos, no era el poli
corrupto y extremadamente convertido en alquimista del Padrino. Kiki era un
hombre de la DEA, la Drug Enforcement Administration su verdadero nombre era
Enrique Camarena Salazar Estadounidense de origen mexicano, había entrado en
la DEA en 1974. Había empezado a trabajar en California, y luego le habían
destinado a la sede de Guadalajara. Duran te cuatro años Kiki Camarena
cartografió la red de los grandes traficantes de cocaína y marihuana del país.
Empezó a pensar en la posibilidad de infiltrarse porque las operaciones policiales
llevaban a la detención de campesinos, camellos, conductores o sicarios, cuando
el problema estaba en otra parte. Quería superar el mecanismo de las grandes
detenciones, de las detenciones espectaculares en número, pero en importancia.
Entre 1974 y 1976, cuando se instituyó una fuerza operativa conjunta del gobierno
mexicano y la DEA para erradicar la producción de opio de las montañas de
Sinaloa,
La muerte de Kiki despertó a la opinión pública estadounidense al problema de la
droga como nunca lo había hecho. Tras el hallazgo de su cuerpo, muchos
norteamericanos, empezando por Calexico, California, la ciudad natal de Kiki,
comenzaron a llevar lazos rojos, símbolo del dolor, de la à profanación de la carne.
Y pidieron a la gente que dejara de drogarse en nombre del sacrificio realizado por
Camarena para luchar contra la droga. En California, y luego en todo Estados
Unidos, se organizó la Red Ribbon Week, la «Sema na del Lazo Rojo», que sigue
celebrándose cada año en octubre como campaña de prevención contra las
drogas. Y la historia de Kiki terminó en la televisión y en el cine. Los cárteles
empezaron a hacerse la guerra ya a comienzos de los años noventa. Una guerra
desatada lejos de los ecos mediáticos, ya que en muy pocos de ellos se creía en
la existencia de cárteles del narco tráfico. Pero a medida que el conflicto se hacía
más sanguinario, los nombres de sus protagonistas fueron conquistan do fama y
popularidad, La crisis económica, las finanzas devoradas por los derivados y los
capitales tóxicos, el enloquecimiento de las bolsas, casi en todas partes están
destruyendo las democracias, destruyen el trabajo y las esperanzas, destruyen
créditos y destruyen vidas. Pero lo que la crisis no destruye, sino que más bien
fortalece, son las economías criminales. El mundo contemporáneo empieza ahí,
en ese Big Bang moderno, origen de los flujos financieros inmediatos. Choque de
ideologías, choque de civilizaciones, conflictos religiosos y culturales, son sólo
capítulos del mundo, pero si se observan a través de la herida de los capitales
criminales, todos los vectores y los movimientos se convierten en otra cosa si se
ignora el poder criminal de los cárteles, en donde se ha generado un nuevo
cosmos. El Big Bang ha partido de aquí.