Persona Humana - Garcia C.

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La fundamentación metafísica de la persona humana

Tomado del Libro: Antropología Filosófica


Autor: José Ángel García Cuadrado

1. HACIA UNA COMPRENSIÓN DE LA PERSONA HUMANA

El término latino persona proviene del verbo personare, que significa «resonar, hacer eco, sonar
con fuerza». La raíz de este significado hay que buscarla en el término griego prósopon
(literalmente significa «aquello se pone delante de los ojos») que era la máscara utilizada por los
actores en el teatro para hacer más sonora la voz del actor: con esta carátula la voz del personaje
sobresalía, se hacía oír. Pero además, la máscara del teatro servía para identificar a los personajes
en la acción teatral: tenía la función de dar a conocer la identidad del personaje dentro de la
representación.

Una derivación de este sentido de persona es per se sonans, es decir quien posee voz por sí
mismo. De aquí deriva la definición propia del Derecho Romano para quien la «persona es sujeto
de derecho e incomunicable para otro» (persona est sui iuris et alteri incommunicabilis). En este
sentido específicamente jurídico se habla de «persona» cuando un individuo humano en virtud de
su nombre es reconocido y puede desempeñar su papel en la sociedad. Por tanto, la persona
jurídica es vista por los demás miembros de la sociedad como sujeto de derechos y deberes. Pero
ese reconocimiento estaba subordinado a condiciones exteriores, como el linaje o familia de la
que procedía. Un hombre sin nombre, es decir que no perteneciera a una familia noble, no tenía
voz propia (no tenía derecho a votar) y se le designaba con el nombre de caput, es decir, un
individuo indeterminado.

Lo interesante de esta concepción jurídica es que se subraya el hecho de que se es persona para
«alguien».

Desde esta doble perspectiva (la proveniente del teatro griego y del Derecho Romano) se advierte
que «el vocablo persona se halla emparentado, en su origen, con la noción de lo prominente o
relevante»1, es decir, con la idea de dignidad; pero lo que no está tan claro es que esa dignidad
pudiera aplicarse a todo hombre. En términos muy generales se podría afirmar que en la cultura
clásica el individuo concreto poseía un valor secundario o subordinado, ya sea al ciclo de la
historia, a la ciudad-estado, al destino o a la voluntad de los dioses.

En el pensamiento cristiano que cristaliza en la Edad Media la persona humana adquiere una
preeminencia particular2. Recogiendo la enseñanza de la Revelación cristiana se afirma que el
hombre es «imagen y semejanza de Dios» (Génesis, 1, 26). Cada individuo humano posee una
especialísima valoración intrínseca porque es fruto de un acto creador, libre y amoroso de Dios.
Ontológicamente la persona participa más plenamente de la perfección divina debido a su
inteligencia espiritual. De esta característica brotan otra serie de particularidades que hacen de la
persona humana un ser excelente: en primer lugar surge la libertad por la que la persona humana
es dueña de su propio obrar 3, capaz de donarse a sí misma, es decir, capaz de amar; y más
radicalmente, capaz de conocer y amar a Dios. De esta manera, la noción de persona humana se
1
MELENDO, T., Las dimensiones de la persona, Palabra, Madrid 1999, p. 20.
2
Cfr. GILSON, E., El espíritu de la filosofía medieval, Rialp, Madrid 1981, pp. 195-212, donde se hace una síntesis del personalismo cristiano en la filosofía
medieval.
3
Cfr. TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, I-II, proemio.
empieza a aplicar a todos los hombres de modo absoluto, y designa la singularidad e
irrepetibilidad de cada ser humano y la igualdad de todos ante Dios. «Ahora la persona se concibe
como un absoluto, en sí y por sí, más allá de toda relación jurídica y de cualquier condición social,
como un tú»4.

Por otra parte, la especulación teológica llevada a cabo por los Padres de la Iglesia hizo posible una
comprensión más profunda de la noción de persona aplicada al estudio de los problemas
trinitarios y cristológicos. Ese esfuerzo especulativo cristalizó en Boecio haciendo célebre una
definición que pasó a toda la escolástica posterior: «la persona es el supuesto individual de
naturaleza racional»5.

Sería inadecuado considerarla como una verdadera definición sin ponerla en su contexto histórico
y teológico. Con esta descripción Boecio trataba de delimitar una noción de persona válida contra
los nestorianos (que sostenían que en Cristo había dos naturalezas y dos personas) y contra los
monofisitas (proponían que en Cristo sólo se encontraba presente la naturaleza divina). Como se
puede observar se trata de una definición eminentemente ontológica, en la que se utilizan unas
categorías filosóficas procedentes del aristotelismo:

a) La persona es una substancia, es decir, aquello que es «substrato» de los accidentes (el peso, el
color, la medida, la figura, etc.). La substancia existe en sí misma (posee en sí mismo el ser),
mientras que los accidentes sensibles existen en el sujeto subsistente. Al ser sustancia es
incomunicable (el ser que tiene cada uno no puede pasar a otro).
b) Esa substancia es individual, lo que Aristóteles llamó «substancia primera». De esta manera se
hace referencia a la sustancia con aquellas particularidades que la distinguen de otros
individuos de la misma especie.
c) La persona posee una naturaleza con lo que se significa a la esencia («aquello por lo cual una
cosa es lo que es») en cuanto que es principio de operaciones.
d) Por último, esa naturaleza posee racionalidad gracias a la cual «se abre» cognoscitivamente al
mundo que la rodea mediante ideas universales. Como veíamos en la perspectiva aristotélica,
el hombre, mediante su entendimiento y voluntad, es, en cierto sentido, todas las cosas.

Esta noción de persona fue ampliamente utilizada en la escolástica medieval aunque retomada
con nuevos matices6. Tomás de Aquino recoge la definición boeciana pero define a la persona
como un «subsistente racional» (subsistens rationale) y más precisamente como «todo ser
subsistente en una naturaleza racional o intelectual» 7. De esta manera se puede aplicar también a
Dios (la racionalidad en sentido estricto no le compete 8), al tiempo que con el término
«subsistente» se subraya la individualidad y la incomunicabilidad del ser (propio de la sustancia).
Con estas precisiones el Doctor Angélico recuerda que las acciones son siempre del individuo
singularmente subsistente (el supuesto) y no de la naturaleza como tal. El supuesto es un todo que

4
CHOZA, J., Antropología filosófica, op. cit., p. 407.
5
«Persona est naturae rationalis individua substantia». BOECIO, Liber de persona et duabus naturis,
contra Eutychen et Nestorium, c. 3.
6
Ricardo de S. Victor critica la definición boeciana y propone esta otra definición de persona: «existencia incomunicable de una naturaleza intelectual».
Sobre esta discusión cfr. LOMBO, J.A., La persona en Tomás de Aquino. Un estudio histórico y sistemático, Apolinare Studi, Roma 2001, pp.
137-140.
7
TOMÁS DE AQUINO, Suma contra gentiles, libro IV, c. 35; Suma Teológica, III, q. 2, a. 2.
8
Dios no es «racional» en sentido estricto porque su entender no es discursivo (paso a paso: de verdades conocidas a verdades desconocidas) sino
«intelectual» o inmediato.
posee la naturaleza específica como su parte perfectiva 9. En definitiva, Sto. Tomás incide en el
aspecto de subsistencia de la persona más que en la racionalidad, como afirmaba Boecio.

Como se puede observar, las aportaciones del pensamiento cristiano en la delimitación de la


noción de persona son importantes. La dignidad personal se extiende a todos los hombres y no
sólo a algunos; la raíz de esta universalización proviene del hecho de que todo hombre posee un
acto de ser propio muy superior en valor al ser de las demás criaturas. De esta manera «persona»
es algo que se es; no es un título que se adquiere o se «tiene» por linaje familiar.

La persona posee su propio ser, pero se trata de un ser comunicado por Dios: el acto de ser
personal es un acto de ser derivado. Por lo tanto, la persona humana no es el fundamento del ser
(nadie se comunica el ser a sí mismo), sino que es un ser fundado en Dios que lo comunica a la
persona mediante un acto creador y libre.

Con la escolástica nominalista y la filosofía empirista el conocimiento metafísico entra en crisis. Las
categorías aristotélicas de sustancia, naturaleza o esencia son rechazadas o, al menos,
cuestionadas. La clásica definición de persona se abandona, puesto que al entrar en crisis el
pensamiento metafísico se hace imposible acceder intelectualmente a la noción de sustancia. Sólo
se admite como válido el conocimiento accesible a la observación directa de los sentidos (método
experimental), y la sustancia (el «yo» personal) es incognoscible: sólo cabe postular su existencia,
pero no afirmarla.

Por otro lado, en el racionalismo la persona no se puede comprender como una unidad sustancial.
En efecto, si seguimos la doctrina cartesiana según la cual «yo soy una sustancia pensante»
afirmamos que la sustancia es mi pensamiento (res cogitans), mientras que el cuerpo es otra
sustancia (res extensa). De esta manera, la persona humana no se fundamenta ya en el ser
personal, sino en una facultad suya (el pensamiento) y en su correspondiente operación (pensar) 10.
Más concretamente la persona se entiende en términos de autoconciencia.

Ya en la filosofía contemporánea se sigue afirmando la radicalidad personal no en el ser, sino en el


obrar. Pero ahora no es el pensamiento sino la voluntad la que ocupa el papel hegemónico en la
comprensión del hombre. Se trata de una explicación voluntarista del hombre (Schopenhauer,
Nietzsche, etc.): pero se trata de una voluntad autónoma desligada del bien y de la verdad. El
hombre no posee un ser fundado (en Dios), sino que se trata de un sujeto fundante de la verdad y
el bien11.

Por otro lado, en la filosofía del siglo XX nacen ideologías colectivistas y materialistas que tienden
a reducir e incluso anular la dignidad personal. Desde el materialismo, el individuo humano es una
especie más evolucionada de un mundo que se explica en términos materiales. No existe una
preeminencia sobre otros seres naturales. Desde el colectivismo la individualidad humana sólo
cobra valor y sentido en el todo del Estado. Por consiguiente la persona ha de subordinar sus
propios intereses al fin superior del Estado.

Como consecuencia de estos planteamientos, «en parte como reacción a un clima materialista y
positivista que reduce lo que es el hombre a sus componentes físicos, un conjunto importante de
9
Cfr. TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q. 2, a. 2.
10
Cfr. SELLÉS, J.F., Antropología para inconformes, pp. 105-112.
11
Ibid., pp. 112-125.
pensadores —especialmente judíos y cristianos, algunos conversos— se esfuerzan por explorar las
dimensiones del espíritu humano, y crean métodos de trabajo, perspectivas de estudio y un
vocabulario nuevo»12. A este conjunto de pensadores se denomina personalismo. Según Mounier,
«llamamos personalista a toda doctrina y a toda civilización que afirma el primado de la persona
humana sobre las necesidades materiales y sobre los mecanismos colectivos que sostienen su
desarrollo»13. Como se muestra por la definición, el personalismo surge como reacción a una
concepción materialista y colectivista del hombre, que tiende a disolver a la persona humana en
un engranaje más del proceso de producción. La recuperación de la noción de persona se realiza
desde el método fenomenológico (descripción de los estados de conciencia) y no metafísico. La
definición sustancialista de persona tiende a ser cuestionada por el personalismo como
insuficiente, puesto que la sustancia individual connota individualidad e incomunicabilidad,
mientras que la persona es apertura, relación y diálogo (con los demás y con Dios). Además,
reducir la persona a substancia (mero substrato de accidentes materiales) sería equivalente a
«cosificarla». La persona humana no es un «qué», sino un «quién»; no es un «algo», sino un
«alguien personal». La noción de sustancia, para algunos personalistas, implica determinación y
fijismo (que es lo característico del mundo físico) 14, mientras que lo propio de la persona humana
es la libertad y el dinamismo en su obrar: ser persona aparece para los filósofos personalistas
como una tarea a realizarse, dado el carácter abierto e inacabado del hombre.

Las aportaciones del personalismo a la antropología filosófica han sido muy valiosas y han aplicado
un método nuevo de acceso a la realidad humana: el método fenomenológico. Sin embargo, es
preciso ahondar desde una metodología metafísica en el ser personal. «La primera palabra sobre
el hombre es ofrecida por la ciencia —la fenomenología antropológica precede a la antropología
filosófica—como concreto punto de partida, pero la última palabra queda reservada a la
metafísica, la cual, mientras recibe de las disciplinas científicas un más depurado dato de base,
ofrece a ellas un encuadre sintético e integral, abriéndolo a la prospectiva de los valores y de los
fines»15. En necesario, por tanto, reformular desde la metafísica la noción de persona para hacerse
cargo de las críticas a las que se ha visto sometida.

Cuando hablamos de la persona humana desde la fenomenología y desde la metafísica hemos de


evitar considerar estas dos perspectivas como si se tratara de estudiar dos tipos de realidades
diversas. Se trata de ver la persona humana en su dimensión ontológica (en su ser más íntimo) a
través de su obrar, que es susceptible de ser descrito mediante la fenomenología. Así pues, «la
acción sirve como un momento particular de la aprehensión —es decir, de la experiencia— de la
persona (...). Una acción presupone una persona (...). La acción revela a la persona y miramos a la
persona a través de su acción»16.

Con lo visto anteriormente podemos concluir diciendo que en realidad es preciso distinguir dos
planos al hablar de la persona humana:

12
LORDA, J.L., Antropología. Del Concilio Vaticano II a Juan Pablo II, Palabra, Madrid 1996, p. 16
13
MOUNIER, E., Manifiesto al servicio del personalismo, Taurus, Madrid 1969, p. 9.
14
«El personalismo (...) prefiere hablar de la persona no mediante unas categorías que han surgido fundamentalmente del análisis del mundo material,
sino mediante unas categorías específicas elaboradas a partir del análisis de la experiencia humana». BURGOS, J.M., El personalismo, Palabra,
Madrid 2000, p. 160.
15
JUAN PABLO II, Mensaje (5-XI-1980).
16
WOJTYLA, K., Persona y acción, op. cit., p. 11. Se puede decir que se da una circularidad entre el método fenomenológico y el existencial: ambos se
clarifican mutuamente. Cfr. LOMBO, J.A. y RUSSO, F., Antropologia filosofica, p. 148.
a) Plano ontológico. La persona es la sustancia individual («soporte óntico» la denomina K.
Wojtyla), cuyo ser es incomunicable, aunque se abre intencionalmente a toda la realidad. La
persona subsiste como substrato último y raíz de las operaciones y actos libres. Este substrato
subsistente no es una «cosa» sino una identidad que permanece en el tiempo a través de los
cambios: la persona es siempre «la misma», aunque no siempre sea «lo mismo».
b) Plano dinámico-existencial. Este plano se refiere al aspecto dinámico de la persona humana
que implica un crecimiento del ser personal. La persona se determina a través de sus acciones
libremente asumidas. La persona humana no es sólo lo que ya es (no es sólo lo dado), sino
también lo que «todavía» no es, es decir, lo que puede llegar a ser cuando despliegue
existencialmente su libertad.

En el plano ontológico la identidad individual está asegurada por el principio de individuación;


pero en el plano existencial el yo personal debe «realizarse » y concretarse, pues aparece
indeterminado en su origen (en el origen la persona se presenta con infinitas posibilidades
abiertas) y se determina con las decisiones libres (este aspecto dinámico es el subrayado por los
distintos personalismos).

Por eso, en el personalismo se insiste tanto en el proceso de «autorrealización », mediante el cual


el yo realiza existencialmente su propia identidad. En realidad, los dos planos se complementan y
se reclaman mutuamente17. En este tema nos detendremos especialmente en el plano ontológico;
en los temas siguientes el estudio se ampliará a la perspectiva existencial.

2. LA PERSONA HUMANA DESDE LA METAFÍSICA

Con anterioridad ya apuntamos brevemente las correcciones que llevó a cabo Santo Tomás a la
definición boeciana de persona. ¿Bastan esas correcciones para proporcionar una noción acabada
de lo que es la persona humana? Según parece no, si tenemos en cuenta las críticas que ha
recibido esa concepción «sustancialista» de persona. Mucho se ha discutido sobre este tema, y no
es posible ponderar aquí en su justa medida las opiniones de unos y otros. Pero sí podemos hacer
algunas aclaraciones que sirvan para comprender mejor la clásica definición de persona aportada
por la escolástica medieval: desde esa noción eminentemente metafísica es posible conectar con
la tradición fenomenológica y personalista contemporánea.

Si tenemos en cuenta la noción de persona en la versión de Santo Tomás, encontramos algunos


elementos que han de ser puntualizados 18:

a) La subsistencia. Para el Doctor Angélico, la noción de «substancia» aplicada a la persona no


significa meramente «substrato» de los accidentes materiales.

Principalmente es «subsistencia», es decir, indica que se trata de una realidad que existe «de
suyo», «en sí misma» (y no en otra realidad como es propio de los accidentes). Lo que es
subsistente indica cierta plenitud o suficiencia con respecto a lo que le rodea y en ese sentido
es «independiente» y «autónomo». Incluso se puede decir que la sustancia existe «por sí
misma» siempre y cuando se afirme que se trata de una subsistencia recibida y no causada por
17
Un tratamiento integrador de la perspectiva metafísica y fenomenológica se encuentra entre otros en WOJTYLA, K., Persona y acción, op. cit. CROSBY,
J.F., La interioridad de la persona humana,
op. cit., y en SEIFERT, J., Essere e persona. Verso una fondazione fenomenologica di una metafisica
classica e personalistica, Vita e pensiero, Milano 1989, pp. 305-408.
18
Cfr. LOMBO, J.A. y RUSSO, F., Antropologia filosofica, op. cit., pp 149-154.
ella. En otras palabras, la sustancia posee en propiedad su acto de ser; pero ese acto de ser no
es originado por sí mismo19: se trata de una sustancia fundada, y no fundante en el orden del
ser. Toda sustancia subsiste, pero la persona además opera por sí misma, y por eso se dice que
posee el acto de ser de modo más propio que los otros seres naturales.

b) La incomunicabilidad. Esta afirmación parece sorprendente y podría justificar una concepción


individualista del hombre: si el hombre es autosuficiente, autónomo e incomunicable ¿para
qué el lenguaje o la vida social? Si el estado óptimo del hombre es la soledad, los demás son
elementos extraños que entorpecen mi felicidad. No es ésta la correcta interpretación de los
términos: incomunicabilidad metafísica significa que la sustancia posee su propio acto de ser de
manera tan intensa que no lo puede compartir con otro. Es incomunicable porque si lo pierde
se acaba con la sustancia: yo no puedo dar mi acto de ser a otro. La persona puede cooperar
con Dios en la transmisión del ser a otras personas, pero no puede dar su propio ser porque en
tal caso dejaría de existir. La persona es «inalienable» e irrepetible.

c) La racionalidad e intelectualidad. Según el planteamiento clásico es en este rasgo donde se


manifiesta lo específico del ser humano con respecto a la vida meramente animal y de la cual
derivan las demás virtualidades de la persona humana. Ya vimos cómo el hombre por el
entendimiento «es» de modo intencional toda la realidad que conoce sin dejar de ser aquello
que ya es; y por la voluntad puede querer todas las cosas. Pues bien, la racionalidad implica
apertura al ser, a la belleza, al bien y a la verdad 20, propiedades que se encuentran presentes en
el mundo material, en las demás personas y, en última instancia, en Dios mismo.

Esta apertura es lo que posibilita la libertad personal, que estudiaremos al tratar de la persona
en la perspectiva dinámico-existencial. Además, la apertura a toda la realidad incluye la
apertura también hacia mí mismo: surge entonces la autoconciencia y la intimidad.

d) La individualidad. Ya vimos que la individualidad de la sustancia no significa una suficiencia tal


que se pueda considerar fundamento del ser; pero tampoco indica que la persona sea una
mera sustancia material (aunque comparta con ella algunas cualidades). Al contrario, en la
medida en que una sustancia es más individual, más perfección presenta. Dice Tomás de
Aquino: «El individuo se encuentra de modo más especial y perfecto en las sustancias
racionales, que tienen dominio de su acto y no sólo obran —como las demás—, sino que obran
por sí mismas, pues las acciones están en los singulares» 21. Y en esa misma línea afirma que
«obrar por sí mismo es propio de quien existe por sí mismo» 22. Esto implica que la subsistencia
del ser humano es superior a la subsistencia de todas las demás criaturas corporales 23.

19
Ése es el error del racionalismo que reduce la noción de sustancia a lo que es causa de sí mismo; como esto solamente sucede —según ellos— en Dios,
sólo cabe admitir la existencia de una única sustancia que es la divina.
20
Cfr. MELENDO, T., Las dimensiones de la persona, op. cit., pp. 14-16.
21
TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, I, q. 29, a. 1, c.
22
Ibid., q. 75, a. 2, ad 2.
23
Jacques Maritain introdujo la distinción entre individuo humano y persona humana: «El nombre de persona se reserva a las sustancias que poseen ese
algo divino que es el espíritu, y que por lo mismo constituyen, cada una por separado, un mundo superior a todo el orden corpóreo, un mundo espiritual y
moral que, hablando con propiedad no es una parte de este universo […]. El nombre de persona queda reservado a las sustancias que, en la búsqueda de
su fin, son capaces de determinarse por sí mismas, elegir los medios e introducir en el universo por el ejercicio de su libertad, nuevas series de sucesos. […].
El nombre de individuo, por el contrario, es común al hombre y a la bestia, a la planta, al microbio y al átomo. Y mientras que la personalidad se funda en la
subsistencia del alma […] la individualidad, como tal, se funda en las exigencias propias de la materia […] De suerte que en cuanto individuos, somos un
fragmento de materia, una partícula de este universo […]. En cuanto individuos, estamos sujetos a los astros. En cuanto personas, los dominamos». J.
MARITAIN, Tres reformadores, Editorial Santa Catalina, Buenos Aires 1945, pp. 26-27. Aunque esta distinción sirva para esclarecer la noción de persona,
puede introducir una falsa distinción, como si pudieran existir individuos humanos que no fueran personas humanas. Para rebatir esta concepción, cfr. R.
SPAEMANN, Personas. Acerca de la distinción entre «algo» y «alguien», EUNSA, Pamplona 2000, pp. 227-236.
Con frecuencia, la crítica a la definición de sustancia presentada por Boecio proviene de
considerarla fundamentalmente «substancialista»: la persona humana corre el peligro de
«cosificarse». Pero la noción de substancia, como la mayoría de las nociones metafísicas, es
análoga, esto es, se dice de muchas realidades pero de manera diversa. «Substancia» no sólo es la
substancia física o química, sino que significa subsistencia, aquello que posee en sí el principio de
su obrar.
Está claro que el color o la figura no pueden ser substancias, porque por su modo de ser necesitan
«apoyarse» en aquello que subsiste. En definitiva, al considerar la realidad personal humana lo
verdaderamente decisivo es su acto de ser personal, es decir aquello que le hace ser persona
humana más allá de consideraciones extrínsecas: capacidad de decidir o de relacionarse,
autoconciencia, la expresión comunicativa, etc…

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