La Honra Del Ministerio (Spanish Edition)
La Honra Del Ministerio (Spanish Edition)
La Honra Del Ministerio (Spanish Edition)
Dedico esta obra a los hombres y mujeres llamados por Dios al santo
ministerio, pero de manera especial, y por mandato del Señor, a Domingo
Aracil, siervo de Dios, quien pastorea la iglesia evangélica “Casa de
Oración”, en Cartagena, España. Él fue el instrumento que Dios usó para
establecer esa congregación, y de la misma han salido una docena de
pastores al ministerio. El pastor Aracil ha servido en el ministerio
pastoral (junto con su esposa Josefa Moreno) durante treinta y seis años.
Ellos están casados por cincuenta y un años, y han procreado ocho hijos,
los cuales les han dado veintiséis nietos.
Este hombre no posee ni fama ni renombre, pero su servicio ha logrado
agradar al Señor. Dios le dice al pastor Domingo: «Tu labor ministerial
ha sido para mí como el perfume de nardo puro, de mucho precio, con el
cual aquella mujer ungió mi cuerpo y me preparó para la sepultura. Por
tanto, digo de ti como dije acerca de ella:“…dondequiera que se predique
este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que [éste] ha
hecho, para memoria de [él]” (Mateo 26:13)». Dios me ha elegido a mí y
a este libro para honrar públicamente un ministerio que le ha honrado a
Él, y decirle a su siervo Domingo: “… para que sea tu limosna en
secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”
(Mateo 6:4). En este tiempo existen dos clases de ministros: los que se
ocupan de vender su ministerio, y los que hacen del ministerio su
ocupación (Lucas 2:49).
Los que se dedican a vender su ministerio logran, a través de la
publicidad, el respeto y la admiración de los hombres. Pero los que hacen
del ministerio su ocupación, con el fin de honrar a Dios, como ha hecho
el hermano Aracil, serán aprobados por el Señor; “porque no es aprobado
el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba” (2 Corintios
10:18). Lo que el Señor quiere testificar por medio de esta dedicatoria es
que el ministerio de los hermanos Aracil es como una ofrenda grata que
ha “subido para memoria delante de Dios” (Hechos 10:4).
PRÓLOGO
Marítza Mateo-Sención
Editora
INTRODUCCIÓN
“Y nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios,
como lo fue Aarón”
- Hebreos 5:4
No hay sobre la tierra una honra más grande que ser un ministro de Dios.
No se puede comparar el ministerio cristiano con nada que exista en este
mundo, y eso no es un concepto personal, sino algo que se establece en la
Palabra de Dios, cuando dice: “Y nadie toma para sí esta honra, sino el
que es llamado por Dios, como lo fue Aarón. Así tampoco Cristo se
glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote, sino el que le dijo: Tú
eres mi Hijo, Yo te he engendrado hoy” (Hebreos 5:4- 5). Esto quiere
decir que toda persona llamada por Dios al santo ministerio recibe la
insignia distintiva de la elección divina. Todo aquel que reconozca a Dios
como la persona más importante del universo, considerará también su
elección como la más honrosa. La distinción del elegido radica en la
importancia del que lo elige, así como la honra del individuo honrado la
determina el grado de dignidad de la persona que lo honra. No es lo
mismo ser honrado por un siervo que por un rey. Si el que nos honra es
digno, así será lo que recibimos de él.
La honra del insigne nos hace ilustres; la honra del noble nos da prestigio;
la honra del célebre nos proporciona renombre. Lo que distinguió a Ester
de las demás doncellas fue ser preferida por el rey Asuero. Ella, la elegida
entre miles, se convirtió de huérfana adoptada a reina del imperio persa
por la predilección del rey. Lo que le da valor a algo o a alguien es la
manera que se le estima o valora. El oro no sería diferente a otros metales
si no fuera por el aprecio que le ha dado el hombre. El oro es mejor
conductor de electricidad que el cobre, pero no se le aprecia por su
utilidad, sino por su belleza y apariencia. El hombre ha determinado
usarlo mejor para lucir, decorar y representar, pues considera que es el
don con el cual el oro ha sido dotado por la naturaleza. Hay metales que
posiblemente sean más útiles que el oro, pero no contribuyen a la vanidad
del ser humano. Por lo cual, el oro es un símbolo de valor al que el
hombre ha honrado a tal punto que lo ha transformado en el metal más
preciado. Este metal, después de ser procesado, tiene sus méritos, tanto en
el aspecto de la estética como en la utilidad, pero su verdadero valor
estriba en la forma como el hombre lo ha estimado y valorado.
Indudablemente que el elemento tiene sus cualidades, mas su verdadera
honra no radica en sus méritos, sino en ser preferido por el hombre. Si
fueran los perros que lo prefirieran ¿cuál sería su honra o cuánto su
valor?.
Aplicando estas comparaciones al ministerio, te diré que lo que hace
distinguido a un ministro no son sus méritos personales, sino el ser
elegido por Dios para realizar un servicio a favor de su santo propósito.
La preferencia de Dios sobre la vida de un ministro es lo que le da honra
y distinción a su existencia. La dignidad del ministerio está en lo que
hacemos, pero sobre todo para quién lo hacemos. Nadie puede estimar el
ministerio si no estima a Dios. Si alguien no aprecia el ministerio es
porque nunca ha valorado a Dios. El que subes tima el llamamiento es
porque menosprecia o desconoce al que llama.
La honra del ministerio es el mismo Dios. La distinción del ministerio se
encuentra en el prestigio de Dios. La Epístola a los Hebreos destaca que
nuestra salvación es grande (Hebreos 2:3), y me pregunto: ¿por qué es
grande la salvación que hemos recibido del Padre? El escritor bíblico
responde diciendo que la salvación es grande, primeramente, por el
precio imponderable que se pagó para lograrla; segundo, por su resultado,
ya que logró reconciliar al hombre con su Creador; y tercero, por su
motivación, pues se manifestó el amor de Dios por un mundo que no le
amaba. Pero para mí, lo que hace grande la salvación de Dios es su autor.
Si hubiera sido un ángel, un querubín o un serafín el autor de la redención
del hombre, hubiera sido importante, pero jamás se podría comparar con
la salvación de Jehová. La salvación posee la anchura, longitud,
profundidad y altura del amor de Dios, el cual es inigualable y excede a
todo conocimiento (Efesios 3:18,19).
Lo mismo podemos decir del ministerio. La honra del ministerio excede a
cualquier otra, porque el que nos llamó supera en honor, prestigio,
excelencia y perfección a todo lo creado. El nombre del que nos llamó es
“el Admirable” (Jueces 13:18; Isaías 9:6). Él no solo es digno, sino que es
el digno; Él no solo es Dios, sino que es el Dios (1 Reyes 18:39). Lo que
nos hace honorables es la honorabilidad del que nos llamó a su servicio.
Por lo tanto, el oficio más honroso y digno al cual puede dedicarse un
hombre es servir a Dios, en cualquier área ministerial. Sin embargo, en la
actualidad, al ministro de Dios se le ve como un profesional, pues el
ministerio lo han convertido en una profesión; y para la mayoría de las
personas en el mundo secular, un ministro es un cualquiera. Incluso, el
oficio ministerial no se honra, pues hasta nosotros, los mismos
consiervos, no tenemos convicción de la honra que es el llamamiento, y
para poder honrar la vocación a la que fuimos llamados, tenemos que
estar llenos de esa certeza.
Muchos siervos de Dios ministran en lugares donde ser ministro es ser un
empleado, y eso lo viví en carne propia. En esos círculos le dicen al
pastor: «A usted le damos un salario para que predique». Por eso, cuando
se le pregunta a alguno de esas congregaciones: «Hermano, ¿por qué
usted no predica?» «Oh, no –responde- nosotros le pagamos al pastor
para que lo haga». También existen las llamadas “juntas” que emplean al
pastor y se sienten como los que tienen autoridad sobre el siervo de Dios
y lo tratan como su asalariado, y le dicen, por ejemplo: «Pastor, sus
vacaciones son dos semanas; ¿qué pasó que usted no vino ayer?; ¿quién
le dijo que usted podía tomar alguna decisión en ese asunto?, etc.». Por
tanto, esas y otras conductas, no menos ofensivas, han desvirtuado la
naturaleza del servicio a Dios y la dignidad de dicha vocación. En
consecuencia, muchos pastores se sienten como empleados en su
ministrar, y entonces buscan agradar a la gente, haciendo una serie de
cosas, las cuales Dios quiere romper y desarraigar de su santo ministerio.
Sabemos que el Señor destruye, pero para edificar. Dios nunca va a
construir sobre un cimiento humano, por eso dijo en Jeremías 1:10:
“Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para
arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y
para plantar”. Por tanto, si hay un área que marcó mi vida espiritual es
esta. Ojalá Dios me ayude a comunicarte esto, para que tú sepas quién
eres como ministro de Dios y entiendas lo que el Señor revela en su
Palabra con respecto a lo que es un ministro para Él. Deseo con todo mi
corazón que lo que te diga a continuación vaya más allá de un concepto,
sino que el espíritu de estas palabras llegue al asiento de tus
pensamientos, intacto, tal como el Señor me lo reveló y salió de Su
corazón. El versículo con el cual hemos dado inicio a este capítulo
definió mi vida ministerial, por lo que quiero además, reproducirlo a
continuación en la versión “Biblia de las Américas 1986” para que nos
arroje más luz a este respecto:
“Y nadie toma este honor para sí mismo, sino que lo recibe cuando es
llamado por Dios, así como lo fue Aarón” (LBa Hebreos 5:4).
“Habla a los hijos de Israel, y toma de ellos una vara por cada casa
de los padres, de todos los príncipes de ellos, doce varas conforme a
las casas de sus padres; y escribirás el nombre de cada uno sobre su
vara. Y escribirás el nombre de Aarón sobre la vara de Leví; porque
cada jefe de familia de sus padres tendrá una vara. Y las pondrás en
el tabernáculo de reunión delante del testimonio, donde yo me
manifestaré a vosotros. Y florecerá la vara del varón que yo escoja, y
haré cesar de delante de mí las quejas de los hijos de Israel con que
murmuran contra vosotros”
(Números 17:2-5).
La honra se recibe, no se exige. La vara de Aarón reverdeció porque tenía
el llamamiento de Dios. Cuando Dios llama, Él hace reverdecer la vara de
tu llamamiento. No hay que pelear por un ministerio, pues todo aquel que
disputa por un llamamiento es porque no lo tiene. El que es llamado
simplemente recibe la honra, y dice: «Yo no me llamé a mí mismo, el
Padre lo determinó». A veces andamos como el que está pidiendo
permiso y tiene que dar explicación a la gente. ¡NO! Tú tienes que tener
seguridad de quién te llamó. Lo que Dios no quiere es que tú uses mal esa
autoridad, para hacer daño, sino para edificación, que tengas la certeza de
que Él te llamó.
Por eso, a mí, personalmente, me ministra como Pablo empieza, casi
todas sus epístolas, diciendo: “Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo
por la voluntad de Dios…” (…) Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a
ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios, (…) Pablo, apóstol (no
de hombres ni por hombre, sino por Jesucristo y por Dios el Padre que lo
resucitó de los muertos), (…) Pablo, siervo de Dios y apóstol de
Jesucristo, conforme a la fe de los escogidos de Dios y el conocimiento
de la verdad que es según la piedad…” (1 Corintios 1:1; Romanos 1:1;
Gálatas 1:1; Tito 1:1). Y cuando tuvo que defender su ministerio
apostólico, lo hizo con una santa dignidad, sin ofender o estropear a
nadie, sino diciendo:
Iniciamos este capítulo diciéndote que los ministros son de Dios y Dios
es de los ministros. Esta verdad toma una trascendencia enorme tomando
en cuenta que los levitas no se entregaron a Dios, digamos,
voluntariamente, sino que Dios los escogió para sí, y también Él se
entregó a ellos. ¡Cuán grande manifestación de amor! Entender esto nos
debe conmover hasta las entrañas y cual cantora enamorada, henchida de
amor exclamar: “Mi amado es mío, y yo suya” (Cantares 2:16). El Señor
eligió a los ministros para tener una relación más íntima con ellos, y no
conforme con haberlos hecho su posesión exclusiva (Deuteronomio 14:1-
2), también Él se entregó a ellos totalmente, manifestando la esencia
misma de su amor. Aparentemente, los levitas fueron limitados en sus
posesiones terrenales en comparación con las demás tribus, sin embargo,
Jehová le dio todo lo que era suyo. Veamos a continuación lo que Jehová
les dio en heredad a sus ministros:
A) El Sacerdocio
B) Los Sacrificios
En otras palabras, las ofrendas del pueblo eran los sacrificios a Jehová,
y los mismos Dios se los dio a los sacerdotes. Por ejemplo, cuando el
pueblo iba a sacrificar un animal por el pecado, había una parte que se le
sacrificaba a Jehová y otra que el sacerdote se llevaba a su casa para él y
su familia. Los sacerdotes tomaban parte de la misma ofrenda, y de los
mismos sacrificios que se le daba a Jehová, porque Él compartía su
ofrenda con ellos. ¿Sabes lo que significa que la misma carne que se le
presentaba a Dios para honrarlo y servirle, el sacerdote comiera una parte
de ella? Eso quiere decir que los ministros tienen parte de lo que es de
Dios. Por eso, escrito está: “¿No sabéis que los que trabajan en las cosas
sagradas, comen del templo, y que los que sirven al altar, del altar
participan?” (1 Corintios 9:13).Mas, detengámonos a pensar en lo que
significa que de la misma carne que se le daba a Dios como ofrenda,
aquella que subía en olor suave y grato a Él, de esa tenían parte los
sacerdotes y su familia. Es algo sumamente hermoso que de lo más santo
y sublime, Dios autorizaba a los sacerdotes a tomar una parte. Y yo
pregunto: ¿es poca cosa comer de lo que fue dedicado a Jehová? ¡Es una
honra! Pero nadie toma para sí esa honra, si no le fuese dada como se les
fue otorgada a los ministros de Dios. Por lo cual, mi amado, la honra del
ministerio no es llevar una túnica como la de aarón, o una mitra en la
cabeza; tampoco es simplemente ministrar, es tener parte de lo que
pertenece sólo a Dios. Es entender con temor y temblor que Jehová es mi
herencia, que el ministerio y los sacrificios de Jehová son mi heredad.
Dios le da parte a su sacerdocio de lo que el pueblo le ofrenda, y
especifica:
C)Los Diezmos
Un ministro tiene que ser diferente a los demás. Las cosas que Dios no
le requiere a otra persona, se las requiere a él, porque sobre él está el
aceite de la unción. Hay quienes se sienten muy especiales por ser
llamados por Jehová, pero pocos quieren el compromiso que implica el
ser ungido. Existe una implicación muy grande en esto, y eso es lo que
Dios quiere restaurar en nosotros; que entendamos que esa honra conlleva
una responsabilidad. Cualquiera en Israel podía tener un defecto físico,
pero no un ministro de Dios. El apóstol Pablo, en el lenguaje del Nuevo
Testamento, escribió:
EL LLAMAMIENTO ES CONFORME AL
CORAZÓN DE DIOS
“Y yo me suscitaré un sacerdote fiel, que haga conforme a mi
corazón y a mi alma; y yo le edificaré casa firme, y andará
delante de mi ungido todos los días”
-1 Samuel 2:35
Tal como son los pensamientos del corazón de Dios, así es Él. El Señor
siempre actúa en conformidad con su carácter y nunca realiza nada que
no armonice perfectamente con su forma de ser. Nuestro Dios es fiel
consigo mismo, por lo que si hay algo que la Biblia revela
consistentemente acerca del Señor es su integridad para con su naturaleza
divina. Es notable por todas las Sagradas Escrituras el celo de Dios por
todo lo que es digno de Él, por eso, todas sus obras están en armonía con
sus atributos divinos. Por ejemplo, Él reina en santidad porque Él es
Santo; la justicia es el cimiento de su trono, porque Él es justo; su palabra
es verdadera porque Él es la verdad; y la fidelidad le rodea porque Él es
el Fiel y el Verdadero.
Lo que el salmista dice acerca de la Palabra de Dios es que la misma es
una manifestación de los pensamientos de su corazón. El dice: “La ley de
Jehová es perfecta, que convierte el alma; El testimonio de Jehová es fiel,
que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que
alegran el corazón; El precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos.
El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre; Los juicios
de Jehová son verdad, todos justos. Deseables son más que el oro, y más
que mucho oro afinado; Y dulces más que miel, y que la que destila del
panal” (Salmos 19:7-10). La ley de Jehová es perfecta porque el Señor es
perfecto; el testimonio de Jehová es fiel, porque así es Él; los
mandamientos de Jehová son rectos, porque expresan su manera de ser; y
sus preceptos son puros, porque revelan la pureza de su carácter.
Cuando Moisés contempló su gloria en el Monte Sinaí, también oyó su
potente voz describiéndose a sí mismo: “¡Jehová! ¡Jehová! fuerte,
misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y
verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la
rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al
malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los
hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación” (Éxodo 34:5-7).
Dios no solo está interesado en revelar sus atributos y carácter, sino que
es celoso con su naturaleza divina, y esto lo hace notable en toda la
revelación bíblica. Él no solo actúa siempre en conformidad con los
pensamientos de su corazón, sino que exige a los que son llamados a su
servicio a vivir en perfecta armonía con todo lo que es Su santidad.
Notemos, por ejemplo, la siguiente exhortación del apóstol Pedro:
¡Qué gesto de lealtad tuvo Joab con su rey! Observa que la palabra
hebrea “Rabá” significa grande o grandeza, bien podemos aplicar
entonces que los pensamientos de este hombre eran conferir todo dominio
a su rey. Joab dijo con esta acción: « ¡Yo no quiero que la ciudad lleve mi
nombre, sino el nombre de mi rey! Toda la grandeza de mi conquista es
para él». Así pensaba Joab, con lealtad a favor de quien se esforzaba y
arriesgaba su vida. Él no quería para sí grandeza, logros ni conquistas,
sino para el rey. Confirmémoslo en este otro incidente:
Destaquemos algunas cosas de este relato. Joab sabía que David estaba
muy deprimido por la ausencia de su hijo, después de la desgracia que
había sucedido en la familia. Ocurrió que Absalón había huido después
de haber dado muerte a su medio hermano, para vengar la honra de
Tamar su hermana a quien Amnón había violado (2 Samuel 13:22, 28). El
hijo de Sarvia vio que David quizás ni comía por estas cosas, y para
consolarle, tramó un plan para que el rey hiciera volver a su hijo sin que
con eso mostrare, digamos, una debilidad de carácter que no correspondía
a su dignidad como monarca. Por tanto, podemos afirmar que Joab
siempre estaba pensando en el bienestar del rey, y se compadecía y hacía
cosas para resolver sus problemas y evitarle tristezas. En este otro relato
notemos otra cualidad de Joab a favor de su líder:
¡Valiente ese Abisai! Él sabía que iba a arriesgar su vida, pero con
arresto y bravío se ofreció voluntariamente a acompañar a su rey.
Delineemos su carácter con este otro relato: “David, pues, y Abisai
fueron de noche al ejército; y he aquí que Saúl estaba tendido durmiendo
en el campamento, y su lanza clavada en tierra a su cabecera; y Abner y
el ejército estaban tendidos alrededor de él. Entonces dijo Abisai a David:
Hoy ha entregado Dios a tu enemigo en tu mano; ahora, pues, déjame que
le hiera con la lanza, y lo enclavaré en la tierra de un golpe, y no le daré
segundo golpe” (1 Samuel 26: 7-8). Nota la actitud de abisai, él pensaba
que había llegado el momento de que su rey, el ungido de Jehová, reine,
por eso no dudó en acompañarlo.
De hecho, este incidente no fue algo simple como decir que David
junto con uno de su ejército hizo un sencillo reconocimiento al lugar
donde acampaban sus perseguidores, no. Entrar al campamento enemigo
mientras éstos dormían era como “meterse en la boca del lobo” o
“ponerle el cascabel al gato”. Abisai estaba consciente del riesgo que
tomaba, por eso dijo que daría un golpe, uno solo, pero fatal y certero que
no necesitaría otro más. Sin embargo, David le respondió: “No le mates;
porque ¿quién extenderá su mano contra el ungido de Jehová, y será
inocente? Dijo además David: Vive Jehová, que si Jehová no lo hiriere, o
su día llegue para que muera, o descendiendo en batalla perezca,
guárdeme Jehová de extender mi mano contra el ungido de Jehová. Pero
toma ahora la lanza que está a su cabecera, y la vasija de agua, y
vámonos” (1 Samuel 26:9-11). David, que era el perseguido, no quiso
hacerlo, pero vemos a Abisai, que no era el objetivo ni el blanco de estos
enemigos, y no le importaba perder su vida al intentar matar a aquel que
quería impedir que su rey reinara.
Miremos la actuación de este valeroso hombre de guerra, en este otro
incidente: “Volvieron los filisteos a hacer la guerra a Israel, y descendió
David y sus siervos con él, y pelearon con los filisteos; y David se cansó.
E Isbi-benob, uno de los descendientes de los gigantes, cuya lanza pesaba
trescientos siclos de bronce, y quien estaba ceñido con una espada nueva,
trató de matar a David; mas Abisai hijo de Sarvia llegó en su ayuda, e
hirió al filisteo y lo mató. Entonces los hombres de David le juraron,
diciendo: Nunca más de aquí en adelante saldrás con nosotros a la batalla,
no sea que apagues la lámpara de Israel” (2 Samuel 21: 15-17). Esta
gente sabía lo que era cuidar la cabeza y defender el reino. Cuando Abisai
notó que su rey estaba cansado y que aquel gigante, con ferocidad, trataba
de matarle, salió en defensa de David, ayudándole y quitándole la vida al
descomunal filisteo. Y dice la Escritura: “Y Abisai hermano de Joab, hijo
de Sarvia, fue el principal de los treinta. Éste alzó su lanza contra
trescientos, a quienes mató, y ganó renombre con los tres” (2 Samuel
23:18).
Conozcamos ahora a Asael, el tercer hijo de Sarvia. Él era uno de los
treinta valientes del ejército de Israel bajo cuyo mando había veinticuatro
mil hombres (2 Samuel 23:24; 1 Crónicas 11:26; 27:7). Las Escrituras
describen a asael como un hombre sumamente veloz y aguerrido en las
batallas de Dios, muy similar a sus hermanos. Mirémosle en la última de
sus intervenciones, en la cual no obtuvo, tristemente, un buen fin:
“La batalla fue muy reñida aquel día, y Abner y los hombres de
Israel fueron vencidos por los siervos de David. Estaban allí los
tres hijos de Sarvia: Joab, Abisai y Asael. Este Asael era ligero de
pies como una gacela del campo. Y siguió Asael tras de Abner, sin
apartarse ni a derecha ni a izquierda. Y miró atrás Abner, y dijo:
¿No eres tú Asael? Y él respondió: Sí. Entonces Abner le dijo:
Apártate a la derecha o a la izquierda, y echa mano de alguno de
los hombres, y toma para ti sus despojos. Pero Asael no quiso
apartarse de en pos de él. Y Abner volvió a decir a Asael:
Apártate de en pos de mí; ¿por qué he de herirte hasta
derribarte? ¿Cómo levantaría yo entonces mi rostro delante de
Joab tu hermano? Y no queriendo él irse, lo hirió Abner con el
regatón de la lanza por la quinta costilla, y le salió la lanza por la
espalda, y cayó allí, y murió en aquel mismo sitio” (2 Samuel
2:17-23).
Asael, como hemos visto, era un soldado valioso para la armada de
David y fueron muchas las victorias que obtuvo para su reino. Sin
embargo, el intentar matar a Abner en aquel lugar que llamaron “Helcat-
hazurim” o “el campo de espadas” fue una osadía de parte del muchacho,
ya que los generales al mando de cada grupo -Joab y Abner- habían
decidido que solo los jóvenes pelearían en ese encuentro (2 Samuel 2:14).
Y a pesar que los hombres de David ganaron frente al ejército de Isboset,
hijo de Saúl, matando como a trescientos sesenta hombres, el cronista
bíblico destacó que al pasar revista al ejército de David faltaron
diecinueve hombres y asael (2 Samuel 2:30), destacando su nombre, por
lo que entendemos entonces que fue una gran pérdida.
En síntesis, muchas fueron las contribuciones de estos hombres,
valientes y meritorias, las cuales los llevaron a un merecido lugar de
honor en la guardia del rey. No obstante, insisto, por qué David dice de
ellos: “¿Qué tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia?” (2 Samuel 16:10).
Mas, luego de haber visto tantas acciones valerosas de los hijos de Sarvia,
creo que ya estamos listos para dar respuesta a nuestra repetida pregunta.
Empecemos entonces analizando la misma interrogante.
Analicemos lo que significa la expresión “¿qué tengo yo con
vosotros?” La preposición “con” significa estar al lado de, juntamente,
unión, cooperación, por lo que entiendo que David quiso decir: « ¿Qué
relación tengo yo con ustedes, qué armonía, en qué me parezco yo a
ustedes; por qué estoy yo junto a ustedes, por qué ustedes están junto a
mí?» Expresión muy parecida a la que Jesús le dijo a su madre María,
cuando ella le pidió que hiciera el milagro en las bodas en Caná de
Galilea: “¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora” (Juan
2:4). Aunque María tenía el corazón de Jesús, en esta ocasión, por causa
de ignorar el plan de Dios, se distanció del sentir de su hijo. Por eso,
Jesús le quiso decir, en otras palabras: «Tú no estás sintonizada conmigo,
mujer; no ha llegado mi hora, todavía no comprendes ni entiendes mi
tiempo, y el propósito del Padre conmigo». Algo semejante, le dijo Pablo
a los corintios: “… ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia?
¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con
Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo?” (2 Corintios 6:14-15).
Así dijo David: “¿Qué tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia?” (2
Samuel 16:10).
La gran enseñanza es que Joab, abisai y asael eran parientes del rey, le
servían al rey, conquistaron reinos para el rey, eran leales al rey, celaban
y protegían las cosas del rey, pero no tenían el corazón ni el espíritu del
rey. Ellos tenían sus propias agendas, sus propias aspiraciones en el reino,
y actuaban en consecuencia. De la misma manera, tú puedes estar
peleando las guerras de Dios, hacer muchas aportaciones a Su reino, y no
tener el corazón del reino. Se pueden hacer grandes esfuerzos en el reino
de Dios y no tener nada que ver con Dios. ¡Ojalá Dios nos haga entender
lo que estamos diciendo!Han habido hombres que se han esforzado de
forma profusa para Dios, que han dado sus vidas enteramente, desde
niños hasta adultos, esforzándose con mucho celo y, sin embargo, es
como si no hubiesen hecho nada, pues no tienen Su corazón. Éstos
ignoran por qué Dios hace las cosas ni por qué las quiere hacer; no
conocen los Caminos de Dios, ni tienen la intención ni la motivación de
Él; están siempre equivocados, andan errados, haciendo esfuerzos
inútiles, porque son como los hijos de Sarvia, no tienen el corazón del
Rey.
Tomemos ahora a David como un tipo del Señor, ya que el mismo Dios
lo describió como un varón conforme a su corazón (Hechos 13:22), y
veamos cómo él consideraba a estos hombres que habían arriesgado
tantas veces sus vidas por su reino, pero que no tenían ningún parentesco
con él ni en carácter ni en espiritualidad. ¿Fue David injusto al expresar
su descontento y rechazo a estos valientes de su armada? Bueno,
respondamos esa interrogante con el último incidente que hemos visto de
los hijos de Sarvia, donde perdió la vida asael, el menor de ellos.
Para tener un contexto, recordemos a abner (quien mató a asael),
general del ejército de Saúl, el cual hizo rey a Is-boset hijo de Saúl, sobre
todo Israel, a excepción de la casa de Judá la cual siguió a David (2
Samuel 2:8,9). Sucedió que después de un tiempo, Abner se enojó con Is-
boset porque éste le reclamó que había tomado como mujer a Rizpa,
concubina de Saúl su padre (2 Samuel 3:8), así que decidió hacer pacto
con David. Con ese fin subió abner a Hebrón, para reunirse con David, y
luego que acordaron y comieron juntos se fue en paz (vv. 12, 20, 21).
Mientras esto ocurría, Joab no estaba en el campamento, pero cuando
llegó, alguien le dijo que Abner había estado allí (vv. 22-23), por lo que
fue y le reclamó a David diciendo: “¿Qué has hecho? He aquí Abner vino
a ti; ¿por qué, pues, le dejaste que se fuese? Tú conoces a Abner hijo de
Ner. No ha venido sino para engañarte, y para enterarse de tu salida y de
tu entrada, y para saber todo lo que tú haces” (vv. 24-25). Hasta este
momento, vemos a Joab reaccionando y advirtiendo a su rey lo peligroso
que podía ser la unión con Abner. Aparentemente, su enojo era
justificado, ya que abner fungió como jefe de la armada del bando
contrario. Mas, ¿serían su enojo y su rabia motivados por esa sola razón?
Veamos ahora cómo sus hechos nos muestran su verdadera motivación y
nos acercan, aún más, al rhema de esta ministración.
Joab, inmediatamente que salió de la presencia de David, decidió
actuar por su propia cuenta y mandó a alcanzar a abner. Las Escrituras
relatan que cuando éste se devolvió a Hebrón, Joab lo llevó aparte para
hablar con él en secreto y que allí, en venganza de la muerte de Asael su
hermano, lo mató (2 Samuel 3:26-27). ¿Cuál fue el móvil de esta muerte?
¿Las guerras de Jehová? ¿Asegurar el reinado de David su rey? No, el
motivo que llevó a Joab a matar a Abner fue la venganza. Miremos ahora
como reacciona David a estos hechos:
Al analizar este incidente, es lógico que alguien diga: «Pero, ¿por qué
David reaccionó así contra abisai? ¿Por qué él se enoja contra un hombre
que lo está defendiendo? Este hombre ha arriesgado su vida por él; en el
momento que todos sus amigos lo traicionaron, él permaneció; y todavía
marchando hacia su exilio, aparentemente derrotado, su celo no merma y
demanda respeto para su rey». Es cierto, parece leal y noble la reacción
de abisai a favor del rey, sin embargo, David se enoja y en su expresión
denota descontento por su manera de obrar y reaccionar. En otras
palabras, David le dice: «Pero, ¿qué tengo yo con ustedes? Esa no es mi
forma de resolver los problemas. Yo no necesito que nadie me defienda,
¡a mí me defiende Dios! Yo no resuelvo los problemas con mis manos ni
con violencia. Mi vida está sometida a la soberanía de Dios». David, más
que a un enemigo que lo maldecía, veía a Dios que lo estaba
disciplinando, tal como lo expresara el salmista: “Bueno me es haber sido
humillado, Para que aprenda tus estatutos” (Salmos 119:71).
Todo lo que le ocurría a David, él se lo atribuía a Dios, de manera que
si un hombre se atrevía a maldecirle, seguramente era porque Jehová lo
permitía. Y si así ha sido ¿quién lo puede impedir? David era un hombre
maduro que aceptaba la disciplina del Señor, porque sabía que nada
ocurre sin que Dios lo sepa o lo haga. Por eso, él se sometía a la
soberanía de Dios y como hombre maduro se dejaba disciplinar. En
cambio, este hijo de Sarvia vino con su celo sin ciencia, obviamente con
otro espíritu y con violencia.
Muchas veces en nuestro celo por Dios se cuelan otras cosas. Por tanto,
lo importante aquí no es tener celo de Dios, sino tener Su corazón. El celo
según su corazón se define en un andar en el consejo de Dios, en su
voluntad, en su intención y con su mismo Espíritu. Es un celo que se
manifiesta en el fruto del Espíritu, en amor, gozo, paz, paciencia,
benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza, etc. (Gálatas 5:22,23).
En la madurez hay sujeción a la voluntad de Dios, y sometimiento a la
disciplina del Señor. Ese era el corazón de David, pero no el de los hijos
de Sarvia. Meditemos en estas cosas.
Hay ocasiones que manifestamos celos, pero es de nuestra carne,
basado en otras cosas menos en Dios. Jesús le dijo a Pedro, cuando
intentó defenderlo de la turba que vino con Judas a aprehenderlo en el
huerto de Getsemaní: “… Mete tu espada en la vaina; la copa que el
Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (Juan 18:11) Y en Mateo dice:
“¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me
daría más de doce legiones de ángeles? ¿Pero cómo entonces se
cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?” (Mateo
26:53, 54). Y lo que ocurre es que con nuestro celo entorpecemos los
caminos rectos del Señor, porque no tiene ciencia ni está de acuerdo a
Dios. El que tiene el corazón de Dios actúa siempre sometido a la
voluntad del Señor y no a la suya propia.
Si continuamos delineando el carácter de David versus los hijos de
Sarvia, reafirmaremos la gran diferencia de espíritus: el del rey apacible,
mientras el de ellos vengativo y sanguinario. Cuando muere absalón, su
padre lo llora y vuelve a Jerusalén para restablecerse en su trono, pero
cuando David estaba cruzando el Jordán, Simei, el que le había
maldecido corrió a recibirle junto con los de Judá y el pueblo (2 Samuel
19:16). Entonces, Simei se postró delante de él y le dijo: “No me culpe
mi señor de iniquidad, ni tengas memoria de los males que tu siervo hizo
el día en que mi señor el rey salió de Jerusalén; no los guarde el rey en su
corazón. Porque yo tu siervo reconozco haber pecado, y he venido hoy el
primero de toda la casa de José, para descender a recibir a mi señor el
rey” ((2 Samuel 19:19-20). Vemos aquí un hombre que reconoce haber
pecado, y se arrepiente y se humilla delante de su agraviado. Mas, antes
que David pudiera articular una palabra nuevamente, le salió al encuentro
abisai y le dijo: “¿No ha de morir por esto Simei, que maldijo al ungido
de Jehová?” (v. 21). Vemos otra vez la actitud de abisai, el cual no había
entendido y por segunda vez David le reclama: “¿Qué tengo yo con
vosotros, hijos de Sarvia, para que hoy me seáis adversarios? ¿Ha de
morir hoy alguno en Israel? ¿Pues no sé yo que hoy soy rey sobre Israel?
Y dijo el rey a Simei: No morirás. Y el rey se lo juró” (vv. 22-23) ¡Qué
corazón tenían estos hombres que no podían discernir el tiempo ni las
sazones de su rey!¿Cómo puede David, en un día de gozo y de victoria,
en que Jehová le ha restaurado en el reino, ajusticiar a los que fueron sus
contrarios? Hagamos una retrospección e imaginemos el gozo que podía
haber sentido David al ver que Jehová lo había sacado de la humillación y
de la vergüenza… Él volvía con alegría a la tierra que tiempo atrás había
dejado con lágrimas. Y para coronar su victoria, los que habían quedado
en Jerusalén vienen a recibirle, a rendirle honor, incluyendo sus
enemigos, que ahora venían a humillarse delante de él. Aquel que había
sido más osado y se había atrevido a maldecirle, ahora se adelanta para
ser el primero en recibirle, y postrado pedirle perdón. Pero abisai,
impulsivo y vengativo, abre la boca para clamar venganza, insensible al
corazón del rey donde hay perdón, agradecimiento y gratitud a Jehová
que nuevamente le honró. ¿Cómo podría derramar sangre en el día del
gozo y de la restitución? Definitivamente, no había concordia entre ellos,
por eso de colaboradores pasan a ser adversarios.
Existen cuatros palabras hebreas que son traducidas como
“adversario”. David pudo usar tres palabras de estas, pero la que usó es
raramente usada en el antiguo Testamento. La palabra que utilizó David
fue “satán”, de donde viene el nombre Satanás. David les dijo: «Ustedes
me son Satanás». En otras palabras: «¿Qué tengo yo con ustedes? ¿Qué
armonía? ¿Qué acuerdo? ¿Cómo es que estamos juntos? ¿Por qué
estamos unidos en una causa común si ustedes no se parecen a mí? ¿Qué
espíritu hay en ustedes que me es contrario, que me adversa, que se me
opone, que me es Satanás?» Y es que podemos hacer un montón de cosas,
pelear las guerras del reino, hacer proezas, conquistar naciones, ser leales
a nuestro rey, cuidarle, celarle, exponernos por él, gastar nuestras vidas y
recursos y al final todo se convierte en algo vano, si no tenemos su
Espíritu ni su corazón.
¡Oye, iglesia de Jesucristo, tú siempre tendrás que ser un pueblo
conforme al corazón de Dios! Entiende que el hecho no es pelear, ni
conquistar, ni guerrear, ni darse, ni entregarse, ni esforzarse, es tener el
corazón y la motivación correcta. Tener su corazón es tener el mismo
Espíritu, actuar en el fruto del Espíritu, en todo lo que es Él y obrar como
Él lo haría. El que no tiene el corazón del rey siempre andará
desorientado, “fuera de foco” y nunca dará en el blanco del propósito
divino.
Revalidemos este pensamiento en uno de los relatos del Evangelio.
Para tener un contexto, Pedro le dijo a Jesús: “Tú eres el Cristo, el Hijo
del Dios viviente” (Mateo 16:16), expresando una verdad que sólo podía
ser revelada por el Padre que está en los cielos. Mas, luego que Jesús
comenzó a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y
padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los
escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día, entonces dice el evangelio
que Pedro le tomó aparte y comenzó a reconvenirle diciéndole: “Señor,
ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca” (Mateo
16:22). La actitud de Pedro no dista mucho de la Joab, abisai y asael,
tratando de evitarle un dolor a su líder. Pero Jesús reacciona a esto y
enfrentando a Pedro, le dice: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me
eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de
los hombres” (Mateo16:23). Jesús también usó la palabra tropiezo del
griego skandalon que en su uso original es un tipo de trampa que se usaba
en aquellos días. Por lo cual, la enseñanza es esta: cualquiera se puede
convertir en un Satanás -no importa el nivel espiritual ni la revelación
más elevada que haya recibido- si pone los ojos en las cosas de los
hombres y no en las de Dios.
De nada sirve que un hombre dé su vida y se esfuerce en las guerras de
Dios, cuando su fin es algo terrenal y no celestial. El que tiene el corazón
del reino, también tiene sus ojos puestos en las cosas del reino, actúa en
el Espíritu del reino, con la motivación del reino, en el propósito del
reino, en el consejo del reino, y sometido al plan de Dios y en lo que Él
quiere hacer en ese momento en beneficio de su reino. ¿Cómo es posible
que personas que pasan su vida sirviéndole a Dios, como estos hijos de
Sarvia, que dirigieron hombres de guerra, conquistaron reinos y ganaron
batallas, al final le sean “satanás” al rey? Por tanto, no es hacer, sino ser.
Obrar correctamente es poseer el verdadero espíritu.
Me llama la atención la actitud de Pedro al reconvenir al Maestro,
rogándole que no se entregara porque temía por su vida, con la cual no es
difícil estar de acuerdo. ¿Quién quiere que se muera un amigo, que
desaparezca su compañero o que se tronche la vida de su líder? Pero la
preocupación del discípulo era falsa, pues en ella se escondían ciertos
pensamientos que eran contrarios al plan de Dios y propósito celestial.
Pedro pensaba que si Jesús moría no habría reino, y todo lo que había
dejado por obtener una vida mejor se podía venir al suelo con la muerte
del Hijo de Dios. Este cristiano quería un reino sin cruz, pero la Palabra
de Dios dice que sin derramamiento de sangre no hay remisión de
pecados (Hebreos 9:22). La gloria se escribe con sangre. Si Cristo no
muere no hay gloria. ¡Sin la muerte del que era la muerte de la muerte no
habría reino de vida en la tierra! La palabra reconvenir (gr. epitimao)
significa juzgar, reprender, amonestar duramente, mostrar el honor,
levantar el precio. Aplicando, vemos que Pedro comenzó a reprender a
Jesús y también a halagarle, a mostrarle lo mucho que valía para dejarse
crucificar. Podemos decir que Pedro le prestó la boca a Satanás,
diciéndole: «¡Reacciona! ¿Es que te has vuelto loco? ¡Tú vales mucho!
¡Tú no puedes dar tu vida! ¡Que eso no te ocurra, tu vida vale más que tu
muerte! ¡No te entregues, ten compasión de ti!» Increíble, Pedrito el
pescador, reprendiendo al Hijo de Dios. Satanás quería ponerle tropiezo a
Cristo, para que no muriera y se aprovechó de esa falsa compasión. Hay
celos que se convierten en tropiezo, que hacen caer, que perturban el plan
de Dios y hacen de la persona que los siente un adversario del propósito
eterno del Señor.
Cuando no tenemos el corazón de Dios, ni el Espíritu del reino, aunque
realicemos muchas cosas y nos esforcemos, somos adversarios. Por eso,
Jesús dijo: “El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no
recoge, desparrama” (Mateo 12:30). Estar con Jesús es tener su mismo
corazón, porque el que no está con él, está contra él. Podemos tener muy
“buena intención” y decir: «Mira Señor he ganado tantas almas para el
reino [conquista, esfuerzo]; vivo para ti [entrega]; quiero que reines,
cuido celosamente que se cumplan tus mandamientos y no acepto que
nadie te maldiga [celo]», y todo eso suena bonito, pero cuando vamos a
su esencia, a la verdadera motivación, puede que todo eso sea un
tropiezo, algo adverso al corazón de Dios.
Finalmente, volviendo a los hijos de Sarvia, cuando el ejército de
David salía a perseguir a Absalón, David quiso acompañarles pero el
pueblo se lo impidió, entonces él les recomendó a los capitanes y a los
que estaban al mando (Joab, Abisai e Itai): “Tratad benignamente por
amor de mí al joven Absalón” (2 Samuel 18:5). Mas, cuando Absalón se
encontró con la armada de David, el mulo en el que andaba se entró
debajo de unas ramas fuertemente tupidas de una encina, y su larga y
hermosa cabellera se le enredó en las mismas, por lo que el mulo pasó,
pero el joven se quedó suspendido en el aire, colgando de las ramas y sin
poder librarse ((2 Samuel 18:9). Uno de los soldados de David que lo vio,
fue y avisó a Joab, y éste le dijo: “Y viéndolo tú, ¿por qué no le mataste
luego allí echándole a tierra? Me hubiera placido darte diez siclos de
plata, y un talabarte” (vv. 10-11). El hombre sorprendido le respondió:
“Aunque me pesaras mil siclos de plata, no extendería yo mi mano contra
el hijo del rey; porque nosotros oímos cuando el rey te mandó a ti y a
Abisai y a Itai, diciendo: Mirad que ninguno toque al joven Absalón” (v.
12), entonces Joab le respondió con desdén: “No malgastaré mi tiempo
contigo” (v. 14). Hecho así, Joab tomó tres dardos en sus manos y los
clavó directamente en el corazón de absalón, luego diez de sus escuderos
le rodearon y terminaron de matarle (v. 15). ¡Qué duro ese Joab! ¿Qué
tenían estos hijos de Sarvia con David que ni siquiera a su propio hijo
perdonaron?aparentemente, Joab había matado a Absalón por haberse
rebelado contra el rey, pero la verdadera razón fueron otras. Nota que si
Absalón reinaba era probable que Joab no fuese el general de su armada,
por lo que había sucedido entre ellos. Sucedió que cuando David hizo
volver a absalón, después de haber sido echado de su presencia por haber
matado a su hermano, el joven trató de reunirse con Joab y le mandó a
buscar en dos ocasiones y éste no quiso ir, por lo que absalón mandó a
prenderle fuego a un campo propiedad del general para ver si así
reaccionaba (2 Samuel 14:29-30). Entonces, Joab fue a verle y le pidió
explicaciones a absalón, pero no hizo nada en su contra ni profirió
palabra, pero aparentemente le guardó la cuenta para otra ocasión, y se la
cobró con creces. Por tanto, la muerte de absalón fue un ajuste de cuentas
entre Joab y el engreído jovencito, más que protección al reino. Es
evidente que todo lo que amenazaba a Joab, él lo incluía en su agenda
militar sin importar rango (2 Samuel 3:27), ni relación familiar (2 Samuel
17:25; 20:20) ni mucho menos orden recibida (2 Samuel 18:5). Todo lo
que le estorbaba o fuera una amenaza a sus intereses lo quitaba del
medio.
Cuando el rey supo la noticia que absalón había muerto, turbado lloró
amargamente y gritaba: “¡Hijo mío Absalón, hijo mío, hijo mío Absalón!
¡Quién me diera que muriera yo en lugar de ti, Absalón, hijo mío, hijo
mío!” (2 Samuel 18:33). ¡Qué dolor! El cuerpo de David temblaba, sus
piernas flaqueaban, pero el rey seguía gritando, sin importarle que vieran
su humillación… tan sólo quería ver a su hijo… tocar su larga cabellera
… No importaba la vergüenza que le había ocasionado, el dolor que le
había causado, la traición que había orquestado, todo eso quedaba atrás,
en un segundo lugar frente aquella hermosura inerte en aquel que desde la
planta de su pie hasta su coronilla no había defecto (2 Samuel 14:25),
pero que ahora reposaba extinto e indiferente a sus pies. No… su corazón
ahora estaba traspasado de dolor, y de lo profundo de su ser solo salía un
punzante clamor: “¡Hijo mío Absalón, Absalón, hijo mío, hijo mío!” (2
Samuel 19:4). Mas, cuando le dieron aviso a Joab de las condiciones en
que estaba el rey, el general se enojó. Luego, sin mostrar un hálito de
respeto al luto de aquel por quien tantas veces se había esforzado, y sin
ningún vestigio de arrepentimiento por lo que había hecho, con gran
desfachatez lo reprendió:
¡Qué cinismo! Pero, ¿cómo podía entender este Joab que el rey estaba
llorando, no tanto a su hijo muerto, sino a las consecuencias de su
pecado. Sin dudas se había cumplido lo que Jehová sentenció por boca
del profeta Natán: “He aquí yo haré levantar el mal sobre ti de tu misma
casa, y tomaré tus mujeres delante de tus ojos, y las daré a tu prójimo, el
cual yacerá con tus mujeres a la vista del sol. Porque tú lo hiciste en
secreto; mas yo haré esto delante de todo Israel y a pleno sol. […]
También Jehová ha remitido tu pecado; no morirás. Mas por cuanto con
este asunto hiciste blasfemar a los enemigos de Jehová, el hijo que te ha
nacido ciertamente morirá” (2 Samuel 12:11-14). David no sólo lloraba la
muerte de Absalón, sino: a) El pecado de Amnón, quien violó a su
hermana Tamar (2 Samuel 13:14); b) La posterior muerte de este a manos
de Absalón (2 Samuel 13:32); c) La revuelta de Absalón contra él (2
Samuel 15:12); y d) La toma de Absalón de sus concubinas a quienes
violó a la vista de todo Israel (2 Samuel 16:22). Tal como él mismo había
sentenciado, pagó cuatro veces tanto (2 Samuel 12:6).
David era amigo de sus enemigos y lloraba también por sus hijos
rebeldes, como llora Dios. Nunca podría entender estas razones el general
asesino, poseedor de impulsos locos y maquiavélicos, porque obviamente
pensaba que el fin justificaba los medios. Hay cosas que parecen de Dios
pero no son de Dios, sino que son adversas y causan tropiezo. Sería
terrible que nos convirtamos en adversarios de Dios sin saberlo; que nos
pasáramos toda la vida sirviéndole y que al final todo ese esfuerzo haya
sido inútil, porque no lo hicimos de acuerdo con el corazón de Dios, el
cual paga a cada uno conforme a sus obras (Romanos 2:6). Por tanto, para
tener el corazón de Dios hay que conocer a Dios y luego someterse a Él.
Veamos ahora cómo terminó Joab. Al paso del tiempo que David había
envejecido, Adonías, uno de sus hijos nacidos después de absalón, dijo:
“Yo reinaré” (1 Reyes 1:5), y se puso de acuerdo con Joab hijo de Sarvia
y con el sacerdote abiatar (v. 7). Sabemos que Jehová había dicho a
David que Salomón reinaría después de él, y David se lo había prometido
a Betsabé la madre de Salomón (v.13), pero ellos intentaron ignorar estas
cosas. Cuando David fue alertado sobre eso, llamó al sacerdote Sadoc, al
profeta Natán, y a Benaía hijo de Joiada, y les dijo: “Tomad con vosotros
los siervos de vuestro señor, y montad a Salomón mi hijo en mi mula, y
llevadlo a Gihón; y allí lo ungirán el sacerdote Sadoc y el profeta Natán
como rey sobre Israel, y tocaréis trompeta, diciendo: ¡Viva el rey
Salomón! Después iréis vosotros detrás de él, y vendrá y se sentará en mi
trono, y él reinará por mí; porque a él he escogido para que sea príncipe
sobre Israel y sobre Judá” (1 Reyes 1:32-35). Ellos hicieron como David
había ordenado y entonces Salomón fue confirmado en el trono de su
padre, y todo el pueblo clamaba: ¡Viva el rey Salomón! Y todos le
seguían y la gente cantaba con flautas, y era notoria la algarabía que
había en Israel (vv. 39-40).Cuando adonías, Joab y los que con ellos
estaban oyeron lo que había ocurrido, dice la Biblia que se estremecieron
y cada uno se fue por su lado.
Adonías se refugió lleno de miedo en el templo, y se asió de los
cuernos del altar (1 Reyes 1:49-50). Todo eso se lo hicieron saber a
Salomón y éste dijo: “Si él fuere hombre de bien, ni uno de sus cabellos
caerá en tierra; mas si se hallare mal en él, morirá” (v. 52). El rey lo
perdonó (v. 53), pero no corrieron con la misma suerte aquellos que
anduvieron fuera de foco y que en el momento que tuvieron que ungir al
que sustituirá al rey, se pusieron departe de los rebeldes, siguiendo a
aquel a quien Jehová no eligió. Entre ellos estaba Joab.
¿Por qué Natán no se puso de parte de adonías, sino de Salomón
aunque era un joven? Porque el corazón del profeta estaba de acuerdo con
el corazón de Dios, y por consiguiente en armonía con su propósito. Los
que son como Dios dicen: «al que elija Jehová a ese voy a seguir, a ese
voy a ungir y a ese me voy a someter». El pueblo de Israel le dijo a Josué,
después de la muerte de Moisés: “De la manera que obedecimos a Moisés
en todas las cosas, así te obedeceremos a ti; solamente que Jehová tu Dios
esté contigo, como estuvo con Moisés” (Josué 1:17). Estemos siempre de
parte de Dios.Luego vemos, cuando llegó el tiempo que David había de
morir, llamó a su hijo Salomón para aconsejarle, pero también le advirtió:
“Ya sabes tú lo que me ha hecho Joab hijo de Sarvia, lo que hizo a dos
generales del ejército de Israel, a Abner hijo de Ner y a Amasa hijo de
Jeter, a los cuales él mató, derramando en tiempo de paz la sangre de
guerra, y poniendo sangre de guerra en el talabarte que tenía sobre sus
lomos, y en los zapatos que tenía en sus pies. Tú, pues, harás conforme a
tu sabiduría; no dejarás descender sus canas al Seol en paz” (1Reyes 2:5-
6). Con estas palabras, David sentenció a muerte a Joab, y no lo mató
cuando él reinaba, porque David es un tipo del Padre, y la Palabra dice
que “el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo…” (Juan
5:22). Luego vemos que Salomón ordenó:
Joab murió, sin pena ni gloria, como un villano fue cortado, porque en
todo lo que hizo nunca tuvo el corazón del rey. Y fueron puestos otros en
lugar de todos aquellos que obraron fuera de la voluntad de su señor (1
Reyes 2:35). Cuando lleguemos a la presencia de Dios puede que nos
parezca injusto ver a muchos grandes, que hicieron proezas para Dios y
Él les diga en aquel día: “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de
maldad” (Mateo 7:23). ¿Cómo puede ser, si esos hombres dedicaron toda
su vida a Dios? “Conoce el Señor a los que son suyos” (2 Timoteo 2:14).
No es hacer, sino ser, pues los que son como Dios actúan como Dios y
nunca andan errados o equivocados, ni motivados por un mal espíritu,
pues tienen el corazón del rey. A esos, Dios nunca les dirá: «¿Qué tengo
yo con ustedes?». Que Jehová nos bendiga y que haga que esta verdad
quede para siempre en nuestros corazones, para que todas nuestras obras
sean hechas en Dios y de acuerdo a su corazón.
3.“… los pondrá asimismo a que aren sus campos y sieguen sus
mieses, y a que hagan sus armas de guerra y los pertrechos de sus
carros. Tomará también a vuestras hijas para que sean perfumadoras,
cocineras y amasadoras”
Así como Saúl dicen todos los líderes en el gobierno de los hombres:
«Mira lo que hemos hecho. Estamos trabajando: hicimos un templo,
hicimos una catedral, levantamos una iglesia en tal parte, estamos
preparando tal cosa, etc.» Muestran un montón de cosas que ellos
hicieron, pero no pueden mostrar nada que Dios les haya mandado a
hacer. Samuel no tuvo que inspeccionar el campamento para comprobar
si Saúl le estaba mintiendo o no, sino que el mismo anatema se manifestó
en balido de ovejas y mugidos de vacas, a lo que Saúl respondió:”De
Amalec los han traído; porque el pueblo perdonó lo mejor de las ovejas y
de las vacas, para sacrificarlas a Jehová tu Dios, pero lo demás lo
destruimos” (1 Samuel 15:14-15). Nota el énfasis: “el pueblo los trajo” y
“el pueblo perdonó”, pero a quien Jehová mandó no fue al pueblo, sino a
Saúl. Él era el líder, pero gobernaba conforme al pueblo y no conforme al
mandato de Dios. Hoy también decimos “la junta decidió” y “el concilio
resolvió”, y yo me pregunto: ¿en todo eso, dónde está Dios? En el
gobierno de los hombres la mayoría gana, pero en el gobierno de Dios lo
que vale es la voluntad del Señor. Por eso, cuando Samuel escuchó la
razón que le dio Saúl, le respondió:
¡Qué terrible! Lo que le importaba a Saúl era estar bien delante del
pueblo, pues para él valía más la honra de los hombres que la de Dios. Él
aceptaba que le había fallado a Jehová, y que el Señor estaba disgustado y
que a sus ojos no era digno, por eso aceptaba su castigo. A Saúl no le
importaba que Dios lo deshonrara, pero que no lo hiciera el pueblo.
¿Notas el espíritu del gobierno de los hombres? Es muy grande el
dominio que ejerce el pueblo sobre sus líderes, los cuales, por temor a la
reacción y al peligro de perder su simpatía, cometen los más terribles
pecados y desobediencia a Dios.
Sabemos lo que pasó luego, Samuel cortó en pedazos a Agag rey de
Amalec, después se fue a Ramá y nunca más volvió a ver a Saúl. Sin
embargo no dejó de orar y llorar por él (1 Samuel 15:33-35), hasta un día
que Jehová le dijo: “¿Hasta cuándo llorarás a Saúl, habiéndolo yo
desechado para que no reine sobre Israel? Llena tu cuerno de aceite, y
ven, te enviaré a Isaí de Belén, porque de sus hijos me he provisto de rey”
(1 Samuel 16:1). Así fue como el hijo de Isaí fue escogido por Dios y
ungido para ser rey de Israel (1 Samuel 16:10:13). Ahora, nota algo; la
primera vez que Saúl desobedeció y locamente ofició sacrificios a Jehová
sin ser él un sacerdote, el profeta le dijo algo muy importante: “Mas
ahora tu reino no será duradero. Jehová se ha buscado un varón conforme
a su corazón, al cual Jehová ha designado para que sea príncipe sobre su
pueblo, por cuanto tú no has guardado lo que Jehová te mandó” (1
Samuel 13:14). Este verso nos declara abiertamente que Saúl no tenía el
corazón de Dios, porque sólo palpitaba por el pueblo. Sin embargo,
David fue escogido por Dios porque era conforme a su corazón. Esta
verdad, nos lleva a otro nivel en esta enseñanza, la de conocer la vida de
dos hombres que representan dos reinos: Saúl el de los hombres y David
el de Dios.
ahora, ¿qué es tener el corazón de Dios? Busquemos la respuesta en el
Nuevo Testamento, donde el apóstol Pablo se refiere a este incidente:
“Luego pidieron rey, y Dios les dio a Saúl hijo de Cis, varón de la tribu
de Benjamín, por cuarenta años. Quitado éste, les levantó por rey a
David, de quien dio también testimonio diciendo: He hallado a David hijo
de Isaí, varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero”
(Hechos 13:21-22). Por tanto, un hombre conforme al corazón de Dios es
el que hace todo lo que Dios quiere, así como un hombre conforme al
corazón del hombre hace todo lo que el hombre quiere. Y yo te pregunto,
¿tú que corazón tienes, el del pueblo o el de Dios?De manera perfecta,
esta pregunta reflexiva nos pudiera servir como final a este segmento,
pero es necesario conocer profundamente la intención del Señor con esta
enseñanza. Hemos hablado detalladamente del reino de los hombres y no
fue nada difícil ver la iglesia retratada allí, porque es algo que vivimos a
diario, hombres que quieren vivir en el reino de Dios, pero siendo
gobernados por los hombres. Ya vimos que Saúl es representativo de esta
forma de pensamiento, pero ¿cómo era David? Empecemos delineando su
perfil con el siguiente relato:
Saúl dice que David era muy astuto, porque aun teniendo informe
donde el hijo de Isaí se encontraba, él no lo podía hallar. La causa era que
David, antes de hacer cualquier movimiento, consultaba a Jehová y Dios
le avisaba cuando venía Saúl. Comprobemos esto en el siguiente relato:
Este fue unos de los momentos más difíciles en la vida de David, el ver
a sus hombres desesperados y que el pueblo hablaba de apedrearlo. David
estaba angustiado, como quizás pudo estar Saúl cuando vio que el pueblo
se le desertaba, pero ¿qué hizo David? Él no vino con diplomacia al
pueblo, a prometerle cosas para que ellos creyeran que él tenía el control;
tampoco trató de justificarse ante ellos, al verlos en amargura de alma y
temía que no le siguieran apoyando más. Tampoco David hizo como Saúl
que dijo: «Déjame oficiar un sacrificio, para que ellos crean que Jehová
está conmigo, y que yo sigo aquí, siendo el ungido». Él no trató de
manipular al pueblo, ni tampoco de impresionarlo; su angustia no llegaba
a hacerle olvidar quién era él ni cómo a Jehová se le obedecía. David se
fortaleció en Jehová, y siguió las instrucciones (1 Samuel 30:7-8).
Ahora, yo te pregunto, si a ti te secuestran a tus hijos y a tu esposa,
¿consultarías a Jehová si puedes salir a buscarlo o si denuncias a la
policía que han sido raptados? ¿te pondrías a orar en ese momento, y a
titubear si llamas al número de emergencia 911? Eso es lo que procede,
pero ¿para qué hemos de consultar a Dios en algo que, obviamente,
requiere nuestra acción? Sin embargo, aun eso David lo consultaba a
Jehová. Continuemos viendo esa misma actitud de David, en otras
situaciones:
Fíjate la bendición que por boca de los ancianos dio Dios a Booz,
porque se casó con Rut para restaurarle el nombre a Mahlón. Y nota
ahora como terminó el asunto: “Booz, pues, tomó a Rut, y ella fue su
mujer; y se llegó a ella, y Jehová le dio que concibiese y diese a luz un
hijo. Y las mujeres decían a Noemí: Loado sea Jehová, que hizo que no te
faltase hoy pariente, cuyo nombre será celebrado en Israel” (Ruth 4:13-
14). ¿Sabes qué nombre fue celebrado en Israel y ahora en toda la tierra?
Jesucristo, pues de la descendencia de Rut nació Jesús. ¿Sabes como el
nombre de Booz tomó renombre en Efrata? Cuando del hijo de Booz,
Obed, nació Isaí, el padre de David. Es decir, el hijo de Booz fue el
abuelo de David, y de David vino Cristo (vv. 15-17). Y esa fue la
bendición de Booz, ser contado en la descendencia de Jesús, porque
redimió a su hermano, y lo que salió de él se convirtió luego en el
restaurador de su alma.
a Booz no le consumió el celo de que el hijo que tuvo con Rut fuera
contado como primogénito de otro, sino que disfrutó del niño en su
ancianidad. Después de ser un hombre solitario, Jehová le restauró
dándole una compañera, y fructificándole en su vejez, dándole paz a su
alma (Salmos 92:14). Ahora la descendencia de Booz era la misma de
Cristo, porque tenían el mismo espíritu. Nota que en la bendición que
recibió Booz se menciona a Tamar, quien no concibió de Onán porque
vertía en tierra, pero ella tuvo gemelos con Judá (Génesis 38:11,18, 26).
Como los hijos de Judá no la redimieron, ella se disfrazó de prostituta y
convivió con Judá, el cual ya había enviudado. De esta relación nació
Zares, a quien también vemos en la genealogía de Jesús:
“Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de
Abraham. Abraham engendró a Isaac, Isaac a Jacob, y Jacob a
Judá y a sus hermanos. Judá engendró de Tamar a Fares y a
Zara, Fares a Esrom, y Esrom a Aram. Aram engendró a
Aminadab, Aminadab a Naasón, y Naasón a Salmón. Salmón
engendró de Rahab a Booz, Booz engendró de Rut a Obed, y Obed
a Isaí. Isaí engendró al rey David, y el rey David engendró a
Salomón de la que fue mujer de Urías. Salomón engendró a
Roboam, Roboam a Abías, y Abías a Asa. Asa engendró a Josafat,
Josafat a Joram, y Joram a Uzías. Uzías engendró a Jotam, Jotam
a Acaz, y Acaz a Ezequías. Ezequías engendró a Manasés,
Manasés a Amón, y Amón a Josías. Josías engendró a Jeconías y
a sus hermanos, en el tiempo de la deportación a Babilonia.
Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a
Salatiel, y Salatiel a Zorobabel. Zorobabel engendró a Abiud,
Abiud a Eliaquim, y Eliaquim a Azor. Azor engendró a Sadoc,
Sadoc a Aquim, y Aquim a Eliud. Eliud engendró a Eleazar,
Eleazar a Matán, Matán a Jacob; y Jacob engendró a José,
marido de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo”
(Mateo1:1-16).
Jesús llama a aquellos que cubren a sus hermanos a tener nombre con
Él, y a ser parte de su descendencia. Por eso les dijo: “… el que no lleva
su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo. (…) Así, pues,
cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser
mi discípulo” (Lucas 14:27,33). El que se niegue a levantarle
descendencia a su hermano, y a honrar el nombre de su hermano, le
ocurrirá como a Onán, se va a quedar sin nombre y sin descendencia.
Pero al que tenga el mismo espíritu de Cristo, como lo tuvo Booz, será
contado en la santa descendencia; tendrá renombre en Efrata y en Belén,
y va ser parte de la descendencia de aquel que restauró su alma: Cristo
Jesús.
El Señor tiene misericordia de nosotros, y una vez más nos ilustra lo
que es el tener el espíritu del reino de Dios. Por tanto, amado mío, recibe
esta enseñanza en tu corazón y empieza a entregarte, comienza a servirles
a los hermanos, no importando que tu nombre no aparezca, porque un día
sí aparecerá en el registro del cielo. En ese libro celestial están los
nombres de todos aquellos que vivan con el espíritu de Cristo, quien no
vivió para agradarse Él, sino al Padre: “El hacer tu voluntad, Dios mío,
me ha agradado, Y tu ley está en medio de mi corazón” (Salmos 40:8).
Esos y los que son como ellos tendrán herencia en el reino de Dios.
Este es un mensaje para todos los creyentes en el Señor Jesucristo, pero
sobre todo, está dirigido a los que, por su gracia, fuimos llamados a
servirle en el sagrado ministerio. Dios reina de acuerdo a como Él piensa,
y sus pensamientos son conforme a como Él es. El Señor no realiza nada
en su eterno propósito que sea ajeno a Su carácter, ni ejecuta ninguna
acción que esté divorciada de Su naturaleza santa. Todas sus obras
revelan los pensamientos de su corazón. De acuerdo a la naturaleza de sus
atributos es el designio de su voluntad. Dios hace y aprueba solo aquello
que es conforme a su corazón, por lo que solo lo que está en armonía con
su carácter y naturaleza tendrá siempre el sello de su aprobación. El
Señor nunca dará el visto bueno a nada que no esté perfectamente de
acuerdo a su manera de ser o pensar.
Es una locura obrar o ministrar en el servicio de Dios de una manera
diferente o con un espíritu contrario a lo que es la esencia misma del
sentir de su corazón. Es un atrevimiento que no quedará impune, obrar en
el ministerio independientemente de su voluntad y de su carácter. El
Señor ha revelado a sus ministros en las Sagradas Escrituras y a través del
ministerio del Espíritu Santo, no solo su voluntad y propósito, sino
también la pureza y la santa motivación de su corazón. El llamamiento
que Él nos ha hecho siempre debe ser conforme a su corazón. Esa es la
razón por la cual, antes de llamarnos a su servicio, nos llama primero a
estar con Él (Marcos 3:14). Por ese motivo, a todos los que llamó antes
los capacitó, para que fuesen idóneos para el ministerio.
Los ministros son probados, para ser aprobados (1 Tesalonicenses 2:4).
Nadie debe comenzar a ministrar, o ser aprobado por el presbiterio de la
iglesia, si antes no ha alcanzado la madurez necesaria. Cuando el apóstol
Pablo escribe acerca de la idoneidad para el ministerio, él no habla ni de
los dones ni del poder del ministro, sino de su madurez y carácter (1
Timoteo 3:1-7). Los ministros somos llamados y capacitados por Dios,
para ser maestros de piedad. Solo el que tiene el corazón de Dios, le
conocerá, le entenderá y actuará siempre en conformidad con la
naturaleza de sus pensamientos y la motivación y la pureza de su alma.
Amado ministro, hay una sola manera de honrar el llamamiento
celestial y es ministrando en armonía con el corazón del Padre:
restituyendo el agraviado, haciendo justicia al desamparado y
aprendiendo hacer el bien, sin esperar ninguna recompensa que no sea la
gloria de Su nombre. Jacob le dijo a José: “… ahora tus dos hijos Efraín y
Manasés, que te nacieron en la tierra de Egipto, antes que viniese a ti a la
tierra de Egipto, míos son; como Rubén y Simeón, serán míos. Y los que
después de ellos has engendrado, serán tuyos; por el nombre de sus
hermanos serán llamados en sus heredades” (Génesis 48:5-6). Al Jacob
hacer suyos a los dos hijos de José, como los hijos que engendró,
aparentemente, estaba dejando a José sin descendencia, pues le quitó
incluso su primogénito. En Israel había doce tribus, pero no había una
llamada “la tribu de José”, sino las tribus de sus dos hijos, Efraín y
Manases. Cuando José dio a sus hijos por él, su nombre desapareció de
Israel, pero se perpetuó en su descendencia. El mensaje es que José tuvo
que borrar su nombre; dar “su parte”, para “tener dos partes” con Jacob.
Así Jesús fue el grano de trigo que tuvo que ser sepultado, y gustar de la
muerte para llevar a muchos hijos a la gloria (Hebreos 2:9,10). Así vive
un llamado conforme al corazón de Dios, muriendo para que otros vivan,
mermando para que otros crezcan. Concluyo entonces con este
pensamiento: EN EL REINO DE DIOS DAMOS VIDA CUANDO
MORIMOS, Y DESCENDENCIA CUANDO DESAPARECEMOS.
Capítulo III
EL LLAMAMIENTO ES CONFORME AL
PROPÓSITO SUYO
“… quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no
conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la
gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de
los siglos…”
–2 Timoteo 1:9
“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les
ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son
llamados. (…) (pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún
ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la
elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama),
(…) En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido
predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas
según el designio de su voluntad, (…) conforme al propósito
eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor, (…) quien nos
salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras
obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada
en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” (Romanos
8:28; 9:11; Efesios 1:11; 3:11; 2 Timoteo 1:9).
Las tres formas del verbo “atar” que se usa en este pasaje es el mismo
verbo “ligado” de Hechos 20:22. Así que agabo solo hizo una
“representación profética” de la manera como Saulo iba a ser atado en
Jerusalén. Pablo fue a Jerusalén y tal como había sido anunciado por el
Espíritu, fue arrestado por los judíos y encarcelado por aproximadamente
dos años. Padeció mucho, pero allí testificó a Félix, a Festo y a Agripa, y
más tarde al emperador. Eso era parte del propósito y de la visión
celestial, pues el Señor le dijo que él iba a ser su testigo delante de los
reyes y gobernadores (Hechos 9:15), pero no le dijo cómo.
Estando preso en Jerusalén, también el Señor se le apareció a Pablo y le
habló diciendo: “Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en
Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma” (Hechos
23:11). Por lo cual, viendo Pablo que no iba a recibir un juicio justo entre
los judíos, apeló a César (Hechos 25:11,12). Entonces, el apóstol fue
enviado en un barco a Roma con muchos otros prisioneros. Este viaje fue
horrible, y Pablo se salvó por la intervención del Señor. Los capítulos 27
y 28 del libro de los Hechos, narran esta pesadilla que vivieron aquellos
hombres en alta mar. Mas, en el momento más difícil, en medio de la
tormenta, cuando todos estaban resignados a morir, el Señor volvió y
apareció al apóstol y le habló diciendo: “Pablo, no temas; es necesario
que comparezcas ante César; y he aquí, Dios te ha concedido todos los
que navegan contigo” (Hechos 27:24). He citado las dos ocasiones que el
Señor se le apareció a Pablo en este viaje para hacer notar que el verbo
que se usa en los dos incidentes “es necesario”, es el mismo verbo “ligar,
atar, y aprisionar” que estamos estudiando, y que también el Señor usó
cuando le dijo a Ananías el propósito que tenía con la vida de Pablo
(Hechos 9:16).
Analizando este verbo griego “deo”, en sus diversas traducciones y
significados, el Señor me reveló esta gran verdad: CUANDO ALGO
ESTÁ EN EL PROPÓSITO DE DIOS “ES NECESARIO”. No importa el
precio ni el dolor que tengamos que padecer es necesario sufrirlo con tal
que se logre el propósito. Por consiguiente, así como el apóstol Pablo,
debiéramos nosotros “ligarnos” y “aprisionarnos” a esa determinación del
Señor; “atarnos” al propósito, como las víctimas son atadas con cuerdas a
los cuernos del altar (Salmos 118:27), porque hay una causa, una razón,
un fin. El llamamiento no es algo optativo o discrecional en cuanto a
predilección, sino según el propósito de Dios. Para arrojar más luz a este
pensamiento, el Señor me reveló un contraste entre dos hombres que
tenían un propósito santo, y que se embarcaron en dos naves diferentes.
Estos viajantes eran Jonás y Pablo. Veamos:
Jesús tiene mucho que ofrecer, por eso puede llamar y decir: « ¡Vengan
a mí, síganme! Yo los haré descansar; les doy mi reino; les doy de comer;
les sacio su sed; les doy paz, salvación y los llevo al Padre». La zarza
ofrecía abrigo y sombra, pero no tenía ninguna de las dos cosas.
Imagínate que vas caminando bajo un sol abrasador y vayas a cobijarte
debajo de una zarza, ¡qué sombra te va dar si sus hojas son arqueadas y
divididas, y para colmo hincan! Creo que más que recibir un alivio,
saldrías bien lastimado. De hecho, en la Biblia la palabra zarza tiene el
mismo significado que espinos y abrojos, y me pregunto, ¿cómo podría
ofrecer cobertura un arbusto tan pequeñito y sarmentoso? Y pensar que
eso es lo que está pasando en la actualidad, gente con “apostolados” que
quieren dar cobertura sin tenerla. Por eso, Dios está restaurando el
ministerio apostólico. Todos quieren ser apóstoles, pero sin pagar el
precio del apostolado, ni llevar las señales que Pablo describió:
Esta mujer que Jehová usó para acabar con la vida del fratricida
abimelec es un tipo de la iglesia valiente y osada que el Señor está usando
para detener y destruir ese espíritu, que tanto daño está causando al
ministerio de Dios. La iglesia es el medio que el Señor ha elegido para
destruir el pernicioso espíritu de abimelec (zarza). Añade más luz a
nuestra enseñanza el hecho de que el instrumento que aquella mujer usó
para matar a abimelec fue un pedazo de rueda de molino. El Señor dijo:
“Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en
mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de
asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar” (Mateo 18:6). Hacer
tropezar es igual a hacer caer, inducir a pecar, tentar, seducir, etc., y esto
es lo que este espíritu está realizando en la iglesia. Dios ha determinado
que sea con una piedra o rueda de molino que se le rompa el cráneo y se
haga morir al espíritu que dijo: “salga fuego de la zarza y devore a los
cedros del Líbano” (Jueces 9:15). Los cedros del Líbano son tipos de los
justos (Salmos 92:12). Así que la guerra de este principado es contra los
santos de Dios. Por esa razón, el Señor usará a la iglesia (la mujer) para
romper la cabeza de este adversario del propósito divino.
Hay otro asunto muy curioso de la zarza que nos muestran las
Escrituras. ¿Sabías que Moisés no era el hombre más manso de la tierra,
sino que llegó a serlo? Cuando Moisés vio a sus hermanos en sus duras
tareas, y observó a un egipcio que golpeaba a uno de ellos, dice la Palabra
que miró a todas partes, y creyéndose que nadie lo veía, mató al egipcio y
lo escondió en la arena (Éxodo 2:11-12). Aquí yo veo una reacción
violenta ante una injusticia. Moisés no era un hombre manso, pero ¿sabes
cómo Dios logró que lo fuese? Lo mandó a pastorear ovejas por cuarenta
años, y en ese trabajo cualquiera se vuelve manso. Las ovejas son los
animales más torpes de que yo tengo referencia, pues nota que todos los
animales corren cuando ven a un depredador, pero las ovejas dicen ‘bee,
bee’ como diciendo: «Veen, veen, comemeeeé, comemeeeé», y no saben
qué hacer. Así que cualquiera aprende paciencia pastoreando ovejas.
Cuando Jehová llamó a Moisés para enviarlo a liberar a su pueblo de
las manos del Faraón, le dijo: “¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y
saque de Egipto a los hijos de Israel?” (Éxodo 3:11). Jehová insistió, pero
él le contestó: “¡Ay, Señor! nunca he sido hombre de fácil palabra, ni
antes, ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y
torpe de lengua” (Éxodo 4:10). No obstante, Jehová todavía le habló de
todo lo que iba a hacer, y él volvió e insistió: “¡Ay, Señor! envía, te
ruego, por medio del que debes enviar” (Éxodo 4:13). Entonces Jehová se
enojó y le dijo: “¿No conozco yo a tu hermano Aarón, levita, y que él
habla bien? Y he aquí que él saldrá a recibirte, y al verte se alegrará en su
corazón. Tú hablarás a él, y pondrás en su boca las palabras, y yo estaré
con tu boca y con la suya, y os enseñaré lo que hayáis de hacer” (vv. 14-
15). Bien humilde estaba Moisés y con una estima bien baja, como la de
una oveja, la cual tuvo Dios tuvo que levantar prácticamente a gritos.
Pero, ¿sabes cuando, realmente, Dios le enseñó a Moisés humildad? El
día en que Jehová se le apareció en una zarza.
Cuando Dios se quiso hacer nada, se manifestó en una zarza, pues
para lo único que sirve la zarza es para representar la nulidad. El
único que le dio importancia a la zarza fue Dios, porque a la zarza todo el
mundo le prendía fuego, pero Jehová le dio el fuego divino que quema,
pero no consume (Éxodo 3:2). Hay esperanza para “las zarzas”; pues
aunque no dan fruto, Dios le puede dar fuego para que alumbren. Tanto
fue la importancia que Dios le dio a la zarza en ese momento, que cuando
Moisés bendijo las doce tribus de Israel, y le iba a dar la bendición a José,
dijo: “Con el fruto más fino de los montes antiguos, Con la abundancia de
los collados eternos, Y con las mejores dádivas de la tierra y su plenitud;
Y la gracia del que habitó en la zarza Venga sobre la cabeza de José, Y
sobre la frente de aquel que es príncipe entre sus hermanos”
(Deuteronomio 33:15-16). Nota que Moisés habló de frutos y dádivas de
la tierra, pero cuando mencionó a la zarza no pudo hablar nada de lo que
ella diera, sino de la gracia del que habitó en ella. En otras palabras, el
Señor manifestó la gracia cuando se apareció en una llama de fuego en
medio de la zarza. Eso nos habla de la humillación de Jesús, pues gracia
fue lo que en su Hijo, Dios nos manifestó.
El Creador del cielo y de la tierra, habitó en una zarza. Qué tal si la
zarza, de la parábola de Jotám, hubiera dicho a los árboles: « ¿Ustedes me
están pidiendo a mí que reine? ¿Pero qué tengo yo que ofrecer? ¿qué
tengo para dar? No tengo fruto, no tengo abrigo, no tengo sombra, soy
una maleza del desierto ¿Cómo voy a reinar? Si yo para lo único que
sirvo es para que me quemen. Lo único bueno que ha pasado en la
historia de nosotras las zarzas fue que un día el Santo de Israel, cuando
quiso hacerse nada y decirle a Moisés: “Yo habito en la altura y la
santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el
espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados”
(Isaías 57:15), se manifestó en una zarza. Yo no soy como el olivo que
puede dar honra con su aceite, ni soy como el higo que puede dar dulzura,
tampoco soy como la vid que puede dar alegría con el mosto, no sirvo
para nada. Ahora, una cosa sí puedo hacer: servirle a mi Dios, para que la
gracia del Señor se manifieste, y habite en mí el fuego que nunca
consume». Entiendo, entonces, que la historia de la zarza hubiera sido
totalmente diferente.
“Como parece el arco iris que está en las nubes el día que
llueve, así era el parecer del resplandor alrededor. Ésta fue la
visión de la semejanza de la gloria de Jehová. Y cuando yo la vi,
me postré sobre mi rostro, y oí la voz de uno que hablaba”
(Ezequiel 1:28)
A mí, particularmente, me gusta la expresión “la semejanza de la
gloria”, porque todo lo que Dios le puede mostrar al hombre, y aquello
que el hombre sea capaz de ver, acerca de la gloria de Dios, es una
semejanza. Todas las cosas que nosotros vemos en la Biblia que ilustran
la gloria, o que Dios usa para dar a conocer su gloria, son simplemente
una semejanza, porque ¿quién en realidad ha visto la verdadera gloria, o
sea, la plenitud de Su gloria? Naturalmente, sabemos que Jesucristo es el
resplandor de su gloria, pero me refiero más bien a la gloria manifestada
en una visión.
Por tanto, todo lo que se muestra en la Palabra sobre la gloria de Dios
es una semejanza. Por ejemplo, cuando Israel estuvo en el monte Sinaí,
para encontrarse con Jehová, que descendió en aquel monte, las
Escrituras describen aquel momento glorioso, como una majestad
terrible, donde hubo truenos y relámpagos, y dicen que una espesa nube
cubrió el monte, y el sonido de bocina era tan fuerte que estremeció todo
el lugar. El monte Sinaí humeaba porque Jehová había descendido sobre
él en fuego, y el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte
se estremecía, así como el sonido de la bocina iba aumentando en
extremo, mientras Moisés hablaba a Jehová y Dios le respondía con voz
tronante (Éxodo 19:16-20). Por eso el cántico: “A a presencia de Jehová
tiembla la tierra…” (Salmos 114:7), pues fue algo tan extremadamente
impactante que el pueblo no pudo resistirlo. Israel temblaba, y hasta en el
libro a los Hebreos se registra que era tan terrible lo que se veía, que
Moisés dijo: “Estoy espantado y temblando” (Hebreos 12:21).
Era un momento de gloria, donde el pueblo vería cara a cara a su Dios
Inmortal e Invisible. Mas, no pudieron salirle al encuentro y le dijeron a
Moisés: “Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios
con nosotros, para que no muramos” (Éxodo 20:19). Y esa era
simplemente una apariencia, una semejanza, pues la Biblia dice que los
cielos de los cielos no lo pueden contener (1 Reyes 8:27). La zarza fue
otro lugar en que se mostró la gloria de Dios, pero también fue una
semejanza (Éxodo 3:1-5). Toda visión de la gloria es una semejanza de la
gloria, pero la realidad de la gloria sabemos que es Jesucristo. Él no es
una semejanza, pues podemos decir que la gloria descendió en semejanza
de Hombre, y aunque Jesucristo era cien por ciento Dios, lo vimos en
carne. Solamente aquellos tres que lo vieron en la transfiguración lo
vieron glorificado, y todavía eso fue una limitación (Mateo 17:2).
La gloria, gloria, esa verdadera gloria, ningún hombre la puede ver. Esa
fue la razón por la cual, el Señor se negó a mostrar su rostro a Moisés,
pues no hay hombre que vea su rostro y continúe viviendo (Éxodo 33:20).
Por tanto, las visiones de su gloria son una semejanza nada más. Sin
embargo, todos aquellos que han visto esa semejanza han sido
cambiados, jamás fueron los mismos después de ese día, porque la gloria
de Dios transforma. Eso es lo incomprensible del misterio de la iniquidad,
que alguien que siempre veía la gloria y que estaba lleno de la gloria,
perdió la gloria, y en vez de ser cambiado de gloria en gloria, lo que hizo
fue que descendió y tuvo que ser arrojado de su presencia, por rebelarse
contra el Señor (Ezequiel 28:15-19).
ahora, hay algo que a mí me llama la atención, después que el Señor le
mostró a Ezequiel esa visión. Vemos que el profeta se postró para oír la
voz de uno que le hablaba (v. 28), pero es interesante que la voz lo
primero que le dijo fue: “Hijo de hombre” (Ezequiel 2:1), y estoy seguro
que el profeta pudo entender la intención del que le hablaba. Con esa
expresión daba a entender: «Hombre, te habla el altísimo, el
Todopoderoso, el Grande, el admirable. Y aunque tú estás viendo mi
gloria, yo quiero decirte que tú eres un Hijo de hombre». Porque cuando
Dios revela su gloria, nos hace ver lo que somos, ya sea con la Palabra o
con el sentir que produce en nosotros al ver lo pequeñísimo que somos.
Cuando Dios se manifiesta, no solamente revela su gloria, sino también lo
que el hombre es. Únicamente a través del espejo de la gloria de Dios se
ve lo que es el hombre. Por eso, inmediatamente el hombre ve la gloria,
se postra, porque es un hijo de hombre. A Isaías cuando Dios le mostró la
gloria, escribió:
EL LLAMAMIENTO ES CONFORME A SU
PROCEDENCIA
“Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento
celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra
profesión, Cristo Jesús”
–Hebreos 3:1
La porción bíblica que nos sirve de tema y que también titula este
segmento, nos habla de un incidente que ocurrió a nuestro Señor cuando
al volver de Jerusalén se le acercaron los principales sacerdotes, los
escribas y los ancianos de Israel, y le preguntaron: “¿Con qué autoridad
haces estas cosas, y quién te dio autoridad para hacer estas cosas?”
(Marcos 11:27-28). Nota quiénes le formularon la pregunta al Señor: los
líderes religiosos de aquel tiempo, aquellos que habían sido puestos en
autoridad. Sin embargo, es el espíritu de Satanás que pone la pregunta en
la boca de ellos, porque al diablo le gusta hacer preguntas para sembrar
duda e incredulidad, de la misma manera que él acosó a Jesús en el
desierto. Allí, varias veces le dijo con insinuaciones: “Si eres Hijo de
Dios…” (Lucas 4:3,9), ahora, con su acostumbrada astucia y doble
intención, le dice: “¿Con qué autoridad haces estas cosas, y quién te dio
autoridad para hacer estas cosas? (Marcos 11:28).
La Biblia dice que Jesús fue llevado al desierto para ser tentado por el
diablo (Mateo 4:1), así Dios nos pondrá en esa situación, para que
veamos cómo el diablo y sus demonios, a través de la boca de cualquier
hombre contrario a la verdad, pudiera venir directamente a cuestionarnos
sobre nuestro llamamiento. Mas, como el Señor, también nosotros
tenemos que tener respuestas para el diablo, respuestas para los
enemigos, y respuestas para nosotros mismos en nuestra conciencia, si
queremos ser transparentes delante de Dios. No obstante, para poder
responder adecuadamente y callar la boca de esos espíritus inmundos,
tendríamos que estar seguros de nuestro llamamiento.
¿Cuál era la intención de estos hombres al formular dicha pregunta al
Señor? No es difícil saberlo, los evangelios muestran que ellos estaban
envidiosos, por el ministerio de Jesús (Mateo 27:18). Les preocupaba
sobremanera que la multitud le siguiera y decían: «Este hombre no
estudió en la escuela de los rabinos, no pertenece al sanedrín, ninguno de
nosotros lo ha apartado para que sea un rabí, pero anda enseñando,
obrando y predicando, y le llaman “maestro”. Si nosotros somos las
autoridades espirituales en esta nación, ¿cómo es que no le conocemos?
¿Con qué autoridad él hace estas cosas?». Obviamente, los líderes de
Israel, los principales sacerdotes y los fariseos se sentían amenazados con
el ministerio de Jesús, pues eran muchos sus milagros y señales, y la
multitud que le seguía, para negar el poder que se manifestaba en Él.
Mas, no hay autoridad que no venga de arriba, porque la autoridad la
da Dios, y esa autoridad la recibió Jesús. Él dijo: “Toda potestad me es
dada en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18). Por eso, cuando Poncio
Pilato trató de avergonzarlo, y quiso reaccionar frente al silencio de Jesús,
pues estaba confundido al ver su serenidad y templanza, quiso hacerlo
hablar cuando él quería callar, le dijo: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes
que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo autoridad para
soltarte?” (Juan 19:10). Jesús, que hasta ese momento no había hablado -
pues Él no hablaba si el cielo no se abría y había instrucción de Dios-
alzando la cabeza lo miró, y vio que debajo de esa aparente firmeza y voz
dura, en los ojos de este hombre se escondía un gran temor, entonces le
dijo de manera categórica: “Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te
fuese dada de arriba; por tanto, el que a ti me ha entregado, mayor pecado
tiene” (v. 11). Y si Pilato estaba temeroso por la situación, al oír sus
palabras se le acrecentó el miedo, y empezó a buscar todos los medios
para soltarle (v. 12).
De hecho, los líderes de Israel y los principales sacerdotes tenían cierta
potestad, pero solamente era la autoridad que da la posición. Es innegable
que la posición da una autoridad, y el primero que la respeta es Dios.
Digamos que ellos tenían la credencial eclesiástica, pero no tenían la
autoridad divina. Así en este tiempo, también, existen dos autoridades: la
autoridad que da la posición y la autoridad que da la unción; la autoridad
que da la institución y la autoridad que da el llamado de Dios.
Una vez, estudiando sobre la autoridad, me quedé perplejo y
maravillado, porque yo era uno de los que reprendía al diablo e
insultándole le decía: «Mira tú, diablo mentiroso, diablo sucio, vete al
infierno», etc., pero ese día el Señor me reprendió diciendo: «No vuelvas
más a dirigirte a Satanás de esa manera», y me dije: «¿Será Dios que me
está hablando?, ¿es mi mente o es Dios que está abogando por el
diablo?», pero el Señor me dijo: «Soy yo el que te hablo y te digo una
cosa: el diablo me blasfema, induce a los hombres a que me nieguen, y
pequen contra mí, y tiene sus métodos para hacerlo, pero yo soy Dios, el
Santo de los santos, y nunca he usado insultos. El insulto es un recurso
del que está vencido, y yo no lo estoy, pues aun sobre el infierno tengo la
autoridad». También el Señor me dijo: «Nota que cuando hubo la pelea
por el cuerpo de Moisés, el arcángel Miguel no se atrevió a proferir
maldición contra el diablo, sino que solo lo reprendió (Judas 1:9). Mira
como mi siervo Pedro y Judas se refieren de los que no temen decir mal
de las potestades superiores, los llaman blasfemos, atrevidos y
contumaces (2 Pedro 2:10; Judas 1:8)». Al escuchar esto, yo temblé,
porque vi que el maldecir no era una conducta del reino de los cielos,
entonces cambié mi lenguaje para seguir el método de Dios. El Señor nos
enseña a respetar toda autoridad, no importa si es ilegítima.
Todo aquel que basa su autoridad en una credencial o posición no tiene
la autoridad espiritual. De hecho, cuando un ministro se aferra a la
autoridad de la posición es porque ha perdido la de su llamamiento. Al
darnos cuenta que hemos perdido la autoridad divina, nos parapetamos en
la posición, y decimos: «Yo estoy aquí porque a mí me mandó Dios; yo
soy el pastor, el líder en este ministerio y hay que sujetarse a mí».
Entonces, a todo el que viene diciendo “en el nombre del Señor” lo
cuestionamos y nos oponemos, porque nos sentimos con derecho para
hacerlo. Mas, en el fondo lo que nos mueve actuar de esta manera es el
miedo de saber que no tenemos la autoridad espiritual que nos había dado
Dios, sino la de los hombres. Es por eso que nos preocupa todo
movimiento espiritual, todo lo que nos pueda sustituir, y nos metemos en
competencias, asumiendo actitudes y neutralizando el ministerio de los
otros, porque lo vemos como una amenaza para el nuestro. Mas, el que
sabe quién es en Dios, y tiene la seguridad de la autoridad recibida, no
obra de esa manera.
Hoy en día la iglesia está viviendo lo mismo. El “sanedrín” que tiene la
posición eclesiástica se siente amenazado cuando ve a Dios que levanta
sus profetas, a sus ungidos, que no están necesariamente sometidos a una
organización, y que no ministran por la posición, sino por la autoridad
que Él les dio. Entonces, se preguntan lo mismo: « ¿Y este de dónde
salió? ¿En qué seminario estudió? ¿a qué concilio pertenece? ¿bajo qué
cobertura está ministrando? ¿Cuál es su posición? ¿Con qué autoridad
hace estas cosas y quién se la dio?», de la misma manera que para los
líderes de Israel, Jesús no estaba autorizado a predicar, porque no estaba
bajo la cobertura de su autoridad. Esa fue la razón por la que Jesús no les
contestó sus preguntas, pues vio en ellos una solapada intención, y por
eso les dijo: “Os haré yo también una pregunta; respondedme, y os diré
con qué autoridad hago estas cosas. El bautismo de Juan, ¿era del cielo, o
de los hombres? Respondedme” (Marcos 11:29-30).
La Biblia describe a Jesús como alguien que tenía autoridad divina. Los
evangelios registran que Jesús: “… les enseñaba como quien tiene
autoridad, y no como los escribas. (...) Y todos se asombraron, de tal
manera que discutían entre sí, diciendo: ¿Qué es esto? ¿Qué nueva
doctrina es ésta, que con autoridad manda aun a los espíritus inmundos, y
le obedecen? Y se admiraban de su doctrina, porque su palabra era con
autoridad” (Mateo 7:29; Marcos 1:27; Lucas 4:32). Él hablaba con
autoridad y no como los escribas y fariseos que se basaban en
interpretaciones nada más, y no en la Palabra ungida de Dios. Jesús
hablaba aplicando la Palabra de Dios, por eso nadie podía resistirle.
De hecho, los evangelios registran que incluso, aquellos alguaciles que
fueron enviados a aprehender a Jesús dijeron a los principales sacerdotes,
que le reclamaron el no haberlo traído preso: “¡Jamás hombre alguno ha
hablado como este hombre!” (Juan 7:46), porque nunca ningún hombre
había hablado como Él. La autoridad de su vida sometida al Padre, se
manifestaba en sus palabras, pero, ¿qué hablaba Jesús? El maestro
hablaba la Palabra de Dios y no tradiciones humanas. Él aplicaba la
cátedra de Moisés, en cambio los escribas y los fariseos “se sentaban” en
ella, es decir, solamente la citaban, pero no la creían, no era parte de sus
vidas (Mateo 23:2). Jesús sabía quién él era y lo decía constantemente,
porque era algo que todos debíamos saber. El Señor dijo:
“Yo soy el pan de vida;(...) Yo soy el pan que descendió del
cielo (...) Yo soy la luz del mundo; (...) Yo soy el que doy
testimonio de mí mismo, y el Padre que me envió da testimonio de
mí. (...) Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de
este mundo, yo no soy de este mundo. (...) si no creéis que yo soy,
en vuestros pecados moriréis. (...) Cuando hayáis levantado al
Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada
hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así
hablo. (...) De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese,
yo soy. (...) De cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de las
ovejas. (...) Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y
entrará, y saldrá, y hallará pastos. (...) Yo soy el buen pastor; el
buen pastor su vida da por las ovejas. (...) Yo soy la resurrección
y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. (...) Yo
soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino
por mí. (...) Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de
otra manera, creedme por las mismas obras. (...) Yo soy la vid
verdadera, y mi Padre es el labrador. (...) el mundo los aborreció,
porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo”(Juan
6:35,41; 8:12,18,23,24,28,58;10:7,9,11; 11:25;14:6,11;15:1;17:1).
“... la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que
me envió. (…) Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre;
¿por cuál de ellas me apedreáis? (…) Si no hago las obras de mi
Padre, no me creáis. Mas si las hago, aunque no me creáis a mí,
creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está
en mí, y yo en el Padre. (…) ¿No crees que yo soy en el Padre, y
el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por
mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las
obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra
manera, creedme por las mismas obras. (…) Si yo no hubiese
hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían
pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi
Padre”(Juan 14:24; 10:32, 37-38; 14:10-11; 15:24).
Esa misma voz que se oyó en el desierto que dijo: “Preparad camino a
Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios. Todo valle sea
alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo
áspero se allane. Y se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne
juntamente la verá; porque la boca de Jehová ha hablado” (Isaías 40:3-5),
está hablando a nuestro espíritu hoy. Y la tercera voz dice: “Súbete sobre
un monte alto, anunciadora de Sion; levanta fuertemente tu voz,
anunciadora de Jerusalén; levántala, no temas; di a las ciudades de Judá:
¡Ved aquí al Dios vuestro! He aquí que Jehová el Señor vendrá con
poder, y su brazo señoreará; he aquí que su recompensa viene con él, y su
paga delante de su rostro” (vv. 9-10). Iglesia, ministros de Dios, señálalo
a él y di: « ¡He ahí al Señor, mírenlo a él!». Escóndete en el Señor, y que
el Espíritu Santo sople sobre nuestras vidas y se lleve toda gloria humana;
y venga con el viento caliente y abrasador del desierto y consuma todo lo
que es confianza en la carne; y todo lo que hemos aprendido de los
hombres desaparezca, para que comencemos a fomentar y a hacer las
obras de Dios.
Le pido al Señor que tenga misericordia de nosotros, y que su temor
caiga sobre nuestro corazón, porque un día tendremos que verle el rostro
a Jesús y darle cuenta de nuestro ministerio. En realidad, no daremos
cuenta por la salvación, porque ya Cristo dio cuenta por ella, pero sí
hemos de dar cuenta de lo que el Señor nos ha encomendado, de nuestra
mayordomía. Anhelemos ser aprobados en Jesús, y que nos presentemos
allí como un obrero que no tiene nada de qué avergonzarse, que ha
trazado bien la palabra de verdad, que no ha acudido al lucro y al
cohecho, que no ha vendido la convicción del Espíritu, por una posición o
la buena voluntad de los hombres, porque cuando queremos agradar a los
hombres no somos siervos del Señor Jesucristo (Gálatas 1:10).
Es mi oración que el Dios de los cielos y de la tierra tenga misericordia
de sus ministros y de sus hogares, y abra sus ojos para ver cuánto hemos
pecado al seguir tradiciones de hombres sin detenernos a reflexionar si el
Señor se agrada en ello... Es necesario que Dios quebrante nuestros
corazones ahora, en este instante, de manera que cuando pasemos al
siguiente segmento lo hagamos renovados espiritualmente. Así,
reconociendo nuestras flaquezas, que somos polvo, débiles, con pasiones
semejantes a la de Elías (Santiago 5:17), sabremos que por encima de
todas esas cosas, nuestro Dios nos sostiene y nos toma de la mano y no
nos deja a expensas de nuestras iniciativas.
Este mensaje también lo aplicamos a las autoridades en el ámbito
secular (presidentes, gobernadores, militares, policías, todo el cuerpo
castrense, funcionarios públicos, empresarios, etc.) que están leyendo este
libro, y se preguntan: «Pero, ¿qué hago yo leyendo este tipo de libro, qué
significan estas palabras para mí?» ¡Quién sabe lo que en este momento
está inquietando a sus corazones! Pero la Palabra de Dios dice que ellos
son ministros de Dios, y su autoridad ha sido establecida por Dios, para
nuestro bien (Romanos 13:1,4). Por tanto, si tú eres una autoridad en el
área que sea, entiende que has sido puesto por Él, para mantener un orden
que beneficie a las familias de la tierra, y debes gobernar bien, con temor
y temblor delante de Dios. Ya seas un oficial del orden o Primer Ministro
para dirigir a una nación, te ruego doblegues tu ser frente a la autoridad
de Cristo. Entiende que a ti no te eligió nadie, ni te ascendió de rango un
superior, sino que Dios te puso, porque Él es el que quita y pone
gobiernos, y los que están son puestos por Él, por tanto, a ti también te
eligió Jehová. Pídele al Señor que te dé una revelación de este mensaje y
lo que significa verdaderamente autoridad, para que el temor de Dios
caiga en tu corazón y digas como todo ministro de Dios: «Desde ahora en
adelante, yo voy a gobernar en el temor de Dios, y usaré mi autoridad
sujeto a la autoridad del cielo, para que el Señor comience a engrandecer
Su nombre en donde estoy y en todos los confines de la tierra». Y yo
digo: Amén.
Es necesario que Dios derrame en todos los ministros, servidores y
dignatarios de la tierra, espíritu de sabiduría, de ciencia y de consejo, y
tape sus oídos a los consejos de los hombres, para que el temor divino
caiga en sus corazones y gobiernen a su nación en el temor de Dios. Los
antiguos consultaban en todo a Dios, así ellos busquen al Señor, y usen
consejeros espirituales –no gurú ni adivinos- sino siervos de Dios,
hombres llenos del Espíritu Santo, que los orienten. Asimismo, que cada
ministro gubernamental, militar o político se sujete a Dios, para que no
prevalezca la desunión ni la ambición política por el poder, sino el deseo
de gobernar bien, como aquellos que han de dar cuentas al Dios del cielo,
por la autoridad que Él ha puesto en sus manos (Romanos 13:1).
Es imperioso que haya conocimiento de Dios en todos los ámbitos de la
tierra, y sea echada fuera la ignorancia, para que reine la iluminación del
eterno. Conviene que se conozca el evangelio de Jesús en toda nación,
tribu, lengua y pueblo, para que los principados de maldad en las regiones
celestes y demonios, que quieren enseñorearse de los pueblos,
¡desaparezcan!, y el señorío de Cristo se implante en cada lugar, por
pequeño que este sea. Toda clase profesional y poder gubernamental
necesita a Cristo. Igualmente aquellos que aplican y promulgan leyes, que
hagan leyes justas, y apliquen la justicia sin cohecho, para que no hagan
daño al pobre ni se inclinen al favor del rico.
Es apremiante que haya unidad entre las autoridades y la iglesia,
porque cada uno de ellos suple una necesidad, en lo secular y en lo
espiritual, respectivamente. Así, juntos podremos hacer frente a los males
que afligen al mundo, y se pueda ver la diferencia entre el reino del
diablo y el reino de Dios. El diablo vino para matar, hurtar y destruir,
pero Jesús vino para darnos vida, y vida en abundancia (Juan 10:10).
¡Qué reine la justicia en la tierra, que es la gloria y la autoridad de
Jesucristo, la cual viene de los cielos y no de los hombres!
Indudablemente, si nuestro llamamiento procede del cielo, entonces
nuestra obediencia y lealtad deben ser al Rey de las alturas y a Su reino
celestial.
Todo cristiano tiene el ideal de vivir la vida del reino de los cielos, lo
cual no es una utopía, sino algo posible, pues Jesús y los apóstoles
vivieron así. Por consiguiente, nosotros también podemos porque al igual
que ellos, tenemos como ayudador al Espíritu Santo. El Señor quiere que
vivamos de esta manera, especialmente en un momento donde todo va de
mal en peor, y la humanidad está llegando a rebasar el límite del pecado,
excediéndose en toda clase de vicios y perversiones. No obstante,
sabemos que Dios siempre tiene instrumentos en cada generación y
personas para cada situación. Así, algunos van al frente, otros abren el
camino para los que vienen detrás, y a cada uno lo entrena de acuerdo a
su utilidad, y según la misión que se le vaya a asignar. De la misma
manera, Dios repartió dones a la iglesia, capacidades ungidas,
ministerios, operaciones y funciones, para que seamos aptos y capaces de
hacer la obra que nos encomendó. En este segmento veremos un
instrumento escogido, muy útil del Señor, al apóstol Pablo (Hechos 9:15),
cuya vida llegaba a su fin. En la última carta que escribió a su hijo
espiritual, Timoteo, antes de ser ejecutado, encontraremos la esencia de lo
que Dios quiere decirnos en este segmento.
En esa carta, el apóstol Pablo expresa que tiene una cita con la muerte,
y que el tiempo de su partida estaba cercano (2 Timoteo 4:6). Él estaba
preso en Roma, posiblemente ya había sido juzgado y condenado, y
esperaba, solamente, el día de la ejecución. Ahora imagínate a un hombre
que tiene ese ¡ay!, esa imposición, esa necesidad de compartir lo que ha
recibido, un hombre que debido a la gracia que Dios le dio se sentía
deudor, por eso había escrito años antes: “A griegos y a no griegos, a
sabios y a no sabios soy deudor. (...) me he hecho siervo de todos para
ganar a mayor número. Me he hecho a los judíos como judío, para ganar
a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la
ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; a los
que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de
Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley. Me he
hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de
todo, para que de todos modos salve a algunos. Y esto hago por causa del
evangelio, para hacerme copartícipe de él” (Romanos 1:14; 1 Corintios
9:19-23). Pablo entendía que él fue llamado a un propósito, a ser eficaz, a
agradar a aquel que lo había tomado. Él quería asirse de aquello por lo
cual Dios lo tomó también a él. Ese hombre estaba bien enfocado, sabía
lo que era, pero ahora tenía una cita con la muerte, lo que significa que su
fin estaba cerca y sus días estaban contados.
Pablo sabía la importancia de los padres que engendran hijos por medio
del evangelio, de los cuales no abundan muchos (1 Corintios 4:15), por
eso sentía un gran conflicto dentro de sí y escribió: “Mas si el vivir en la
carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger.
Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir
y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; pero quedar en la carne es
más necesario por causa de vosotros. Y confiado en esto, sé que quedaré,
que aún permaneceré con todos vosotros, para vuestro provecho y gozo
de la fe…” (Filipenses 1:22-25). Por tanto, para él no era poca cosa el ser
relevado en esa obra, dejarle a alguien la antorcha para que siga la
carrera, desde donde él la dejó.
Piensa ahora en el atletismo, en una carrera de relevos, donde alguien
corre un tramo y le entrega la antorcha al que sigue, y ese, a su vez, hace
su recorrido y se la da al que lo está esperando, para emprender también
su carrera y llegar a la meta. ¿Sabes cómo le llaman al tubo que se pasan
los corredores después de correr cada uno la distancia determinada?
Testigo. ¡Tremendo! No sé cómo lo ves tú, pero ese tubo bien puede
tipificar la Palabra de Dios, que también es un testigo que se levanta a
legitimar la justicia divina revelada en Jesucristo (Romanos 3:21). ¿Qué
“testificó” Jesús cuando estuvo entre nosotros? Lo que vio y oyó del
Padre (Juan 3:11, 32); y ¿qué “testificó” el concilio celestial en la tierra?
Que Jesucristo es el Hijo de Dios (1 Juan 5:5-6); ¿cuáles otros tres
concordaban como “testigo” de esa verdad? el Espíritu, el agua y la
sangre (1 Juan 5:8).
Ahora dime, ¿cuál fue el “testigo” de la iglesia primitiva? Testificar
que Jesús era el Cristo a toda nación, tribu, lengua y pueblo (Marcos
16:15). ¿Cuál fue el “testigo” que usó Pablo? Testificar a judíos y a
gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios y la fe en nuestro Señor
Jesucristo (Hechos 20:21); ¿cuál fue el “testigo” que usaron los
apóstoles? Que el Padre envió al Hijo, para salvar al mundo (1 Juan
4:14). Y me pregunto, ¿qué “testificamos” nosotros? ¿Cuál es el “testigo”
que pasaremos a las generaciones que nos releven? ¿Hemos corrido bien
nuestro tramo? ¿Conservamos el “testigo” que nuestros antepasados, a
precio de sangre, pasaron a nuestras manos?
El correo en la antigüedad, por ejemplo, usaba “mensajeros”, los cuales
contaban con caballos y estaciones de cambio. En esas estaciones
conocidas luego como postas (de donde proviene la palabra “postal”)
había grandes caballerizas y jinetes para agilizar el correo de manera que
el mensaje llegara más rápido, ya que el mensajero que estaba en la
estación, relevaba al que llegaba, marchando de inmediato con un caballo
descansado, por lo que avanzaba con más rapidez. Los mensajeros vivían
para eso, y luchaban contra las inclemencias del tiempo hasta cumplir su
propósito. Ese empeño y constancia se han extendido hasta el día de hoy,
de tal manera que ya se da por entendido que “Llueva, truene o
relampaguee” una carta se recibirá en dos o tres días, no importa de
donde provenga.
Apliquemos eso ahora a esa carrera que se refería Pablo, cuando le
ilustraba a Timoteo la importancia de la predicación del evangelio, en un
momento tan crítico como el de su partida. Este hombre estaba al punto
de morir, y necesitaba transmitirle al que le sustituiría lo básico y
primordial del ministerio que había recibido del Señor. En ese momento
no podía detenerse en contarle historias ni sueños, ni hablarle de sus
grandes victorias y experiencias espirituales, sino que estoy seguro que
Pablo quería fundirse con Timoteo en el encargo. Sus palabras estaban
llenas de una gran carga emocional, cuando le decía: “Te encarezco
delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los
muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que
instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda
paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana
doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros
conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído
y se volverán a las fábulas. Pero tú sé sobrio en todo, soporta las
aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2 Timoteo
4:1-5). Pablo le suplicaba, pero también le encarecía y recomendaba con
empeño el ministerio.
Es notable que en ese tiempo, a pesar de que el evangelio se había
extendido por todo el mundo conocido en aquellos días, había en la
iglesia mucha gloria, pero también mucha apostasía. Pablo en esa epístola
mencionó a ministros que lo habían abandonado, no para ir a predicar a
otro lugar, sino porque se habían desviado de la verdad, enseñando
doctrinas extrañas como que la resurrección ya se había realizado (2
Timoteo 2:18), y otros, como Demas, se fueron porque amaron más al
mundo que al Señor (2 Timoteo 4:10). El tono de la carta expresaba la
preocupación del apóstol por la situación que había enfrentado y que
pudiera repetirse en el futuro en la vida de otros creyentes, si no eran
alertados.
En ese contexto, es como si Pablo le dijese a Timoteo: «Timoteo,
Cristo llegó a mí y me pasó la antorcha; yo llegué a ti, a través de la
predicación del evangelio, y te enseñé lo mismo que recibí del Señor.
Ahora ha llegado el tiempo de mi partida y tú eres quien tomará la
antorcha en mi lugar. Por tanto, lo primero que te digo es: “… esfuérzate
en la gracia que es en Cristo Jesús” (2 Timoteo 2:1)» O sea: «Para tú
seguir haciendo la obra que Dios te dio, siendo fiel en esta generación
infiel, y lograr pasar la antorcha a la generación que sigue después de ti;
para tú prevalecer frente a todos estos movimientos de apostasía y
situaciones que hay en la iglesia, y puedas hacer la obra del ministerio y
guardar el depósito, retener la doctrina, y todas las instrucciones que tú
has recibido, Timoteo, tienes que esforzarte en la gracia».
Y me pregunto, ¿cómo es posible esforzarse en algo que se recibe?La
gracia es gracia precisamente por ser inmerecida, algo que se obtiene sin
haber producido ningún trabajo para alcanzarlo. La gracia es lo que Dios
hace en mi vida, no yo en mí. Mas, luego entendí lo que Pablo quiso decir
y es que se tome la fuerza de la gracia, el amor de la gracia, el poder de la
gracia y todo lo que implica y contiene la gracia, para poder permanecer
en ella. Eso es como el vuelo del águila, la cual no se pone a pelear con el
viento para remontarse en él. El águila con sabiduría observa hacia dónde
sopla el viento, entonces abre sus alas y con la fuerza del viento, sin hacer
ningún esfuerzo, se deja guiar y vuela bien alto. Eso mismo es lo que
Dios quiere que hagamos con el Espíritu Santo, que dejemos que él nos
guíe, que permitamos que su fuerza nos impulse, que tomemos de lo que
hemos recibido de la gracia, con toda su implicación y sigamos nuestra
carrera de relevo.
Lo segundo que le dijo Pablo a Timoteo fue: “Lo que has oído de mí
ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos
para enseñar también a otros” (2 Timoteo 2: 2). Es decir, lo que Pablo
recibió se lo pasó a Timoteo, y ahora le dice que él haga lo mismo con
otros, para que lo que les dio el Señor vaya de mano en mano. Esa acción
no es extraña en el Señor, pues veo en la multiplicación de los panes que
la Biblia dice en todas las narraciones: “tomando los siete panes,
habiendo dado gracias, los partió, y dio a sus discípulos para que los
pusiesen delante; y los pusieron delante de la multitud” (Marcos 8:6). El
libro de Apocalipsis comienza diciendo: “La revelación de Jesucristo,
que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben
suceder pronto; y la declaró enviándola por medio de su ángel a su
siervo Juan…” (Apocalipsis 1:1). O sea, la revelación que Dios le dio a
Jesucristo, él se la pasó al ángel, y el ángel se la pasó a Juan y este a
nosotros, y nosotros se la comunicamos al mundo. Hay una cosa que Dios
te puso en la mano, y algo que alguien te dio, que lo recibió de Dios. El
ministerio es un llamamiento del Padre a dar. Esto es un asunto de “mano
a mano”, de manera que lo que me pasaron a mí, yo te lo paso a ti, tú se
lo pasas a otros, sabiendo que todo es del Señor, y de lo recibido de Su
mano le devolvemos a Él, y damos a los hombres (1 Crónicas 29:14).
Es importante connotar que si tú detienes lo que se te ha entregado, no
va a continuar la cadena, y se perderá en tu mano. Como sucedió con el
maná, cuando algunos, desobedeciendo a Moisés, guardaron para otro
día, y se pudrió, hedió, y crió gusanos, ¡no se pudo comer! (Éxodo 16:19-
20). Lo que Dios da no es dado para detenerse, sino para ministrarse. Por
eso es que tenemos que abrir los ojos para mirar la importancia de la
fidelidad individual. La iglesia es un cuerpo, pero está formada por
miembros y uno solo que se paralice, puede detener a todos. Es necesario
que asumamos nuestra responsabilidad individual y digamos: «Yo recibí,
debo dar; si soy riñón junto con mi compañero voy a filtrar la sangre,
para quitar los desperdicios que eliminaré por la orina; si soy corazón voy
a latir para distribuir la sangre por todo el cuerpo, etc. No se puede
quedar en mí lo que yo recibí, lo tengo que pasar; soy deudor a aquellos
que lo necesitan».
¿Por qué crees que Pablo le dijo a Timoteo que busque hombres fieles
y aptos (2 Timoteo 2: 2)? Porque eran los requisitos para ser ministro del
Señor. Él dijo: “Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra
desea. Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una
sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; no
dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas,
sino amable, apacible, no avaro; que gobierne bien su casa, que tenga a
sus hijos en sujeción…” (1 Timoteo 3:1-4). En fin, la lista de requisitos
previos era larga para que una persona sea apta para el ministerio y
Timoteo debía ordenar o consagrar a aquellos en lo que se vieran esos
frutos. Por eso, Pablo también le advirtió a Timoteo: “No impongas con
ligereza las manos a ninguno, ni participes en pecados ajenos. Consérvate
puro” (1 Timoteo 5:22). Por tanto, tengamos sumo cuidado a quien le
pasemos el manto, porque si no es llamado ni es apto, esa persona va a
hacer daño en vez de hacer bien, algo que está causando mucho perjuicio
al ministerio cristiano en la actualidad.
Y me pregunto, ¿dónde se perdió el camino? ¿Cómo nos desviamos de
la bendita y trazada senda? Fácil, solo el hecho de que alguien no haya
sido fiel y no pase bien lo que recibió, echa a perder totalmente a una
generación, pues se pierde el depósito. Si los que nos antecedieron no
siguieron instrucciones, posiblemente ordenaron ministros basados en
parentescos, simpatía o porque tenían unción o algún don, obviamente se
desvió y se detuvo el propósito. Pero Dios no quiere que vuelva a pasar lo
mismo, por eso está restaurando y creando una nueva generación, con su
santo celo y devoción. Por tanto, con lo que se nos dio, seamos fieles y
leales, consecuentes con la verdad. Pasemos bien a la próxima generación
lo que sabemos que es el ideal de Dios, aunque no lo hayamos alcanzado.
Pablo dijo: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino
que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido
por Cristo Jesús” (Filipenses 3:12). Debemos seguir su ejemplo, para que
Dios haga lo que quiere hacer.
Hay una responsabilidad en la imposición de manos, por eso Pablo le
advierte a Timoteo que no le imponga las manos a nadie con ligereza,
pues imposición de manos es transferencia de autoridad. Cuando Moisés
le puso la mano a Josué dice la Palabra que le transfirió de su mismo
espíritu (Deuteronomio 27:19). Jehová le dijo a Moisés: “… pondrás de
tu dignidad sobre él” (v. 20). Y la palabra “dignidad” en hebreo implica
majestad, gloria, autoridad, unción. Todo lo que poseía Moisés se lo dejó
caer encima a Josué cuando lo apartó. Por eso, cuando Moisés murió,
dice la Palabra: “Y Josué hijo de Nun fue lleno del espíritu de sabiduría,
porque Moisés había puesto sus manos sobre él; y los hijos de Israel le
obedecieron, e hicieron como Jehová mandó a Moisés” (Deuteronomio
34:9). Por tanto, apartar a una persona es transferirle autoridad, dones,
capacidades, unciones, espíritu, es darle todo lo que Dios te dio y más.
Por eso digo que todos somos responsables de todo lo que está pasando
en la iglesia (los malos testimonios, abusos, prevaricación en los
ministerios, escándalos, etc.), porque es obvio que en algún momento, en
la transferencia, no seguimos la instrucción que nos dio el Señor. Hay
quienes abusan de la confianza y hay a quienes los estimula la confianza.
Honremos con obediencia a aquel que nos honró, que nos confió, que nos
tuvo por fiel poniéndonos en el ministerio.
Continuando con el consejo de Pablo a Timoteo, él le dijo: “Tú, pues,
sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo. Ninguno que milita
se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó
por soldado” (2 Timoteo 2:3-4). Nota que el apóstol compara a un
ministro con un soldado, porque un militar no se va a enredar en los
asuntos civiles, porque su propósito es ser leal y agradar a aquel que lo
reclutó para un fin. Un soldado es alguien que siempre está “presto a”,
“listo para”, “alistado exclusivamente en el servicio de”, y por eso no
puede decir: «Me voy a tomar el día libre hoy, no tengo ánimos de hacer
guardia. Me voy a compartir con mis amigos y quizás me reporte
mañana», ¡jamás! Los que han militado en cualquier cuerpo castrense o
conocen la profesión militar saben que eso es algo imposible e
inadmisible en dicha institución. El soldado se debe a la milicia y está
sujeto a un orden y a un comando.
Supe de un joven que estuvo en el ejército y, cuando estaba en
entrenamiento, un maestro, apenas verlo entrar al salón de clases, le dijo:
«Soldado, usted debe recortarse el pelo. Aquí siempre debe andar
rasurado, y su pelo llevarlo más bajito, así que recórteselo». El recluta lo
escuchó y al llegar a su habitación se miró al espejo y dijo: «Mmm..., yo
me veo bien, ¿quién le dijo a él que mi pelo está largo? No, no, olvídalo,
me quedo así como estoy». El muchacho no le dio mayor importancia, y
otro día, estando en la clase, el maestro lo vio y simulando no haberlo
visto dijo: « Está aquí un soldado a quien le dije que debía recortarse el
pelo, ¿quién fue?», fingiendo que no se acordaba de él. Pero el joven,
tratando de mostrar integridad, se levantó y dijo: «Yo soy, fue a mí al que
usted le dijo», entonces el maestro le respondió: «Véame después de la
clase».
Cuando terminó el período, se fue con el joven a la oficina y expuso
delante de los superiores la observación que le había hecho al recluta, y
se le anotó en su récord una nota: “desobediencia”. De ahí en adelante, el
joven aprendió, no tan solo a seguir órdenes, sino a cumplirlas, estuviera
de acuerdo o no, por simples que parecieran. Nota que algo tan sencillo
como haberse negado a cortarse el pelo, fue una anotación a destacarse en
el récord de ese aspirante a soldado. Aplica ahora esa misma enseñanza al
ministerio.
Los cristianos tenemos la libertad que nos dio Cristo y debemos estar
firmes en ella (Gálatas 5:1), pero también el apóstol Pablo dijo: “Todo me
es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica
(...) yo en todas las cosas agrado a todos, no procurando mi propio
beneficio, sino el de muchos, para que sean salvos” (1 Corintios
10:23,33). Es decir, que aun su libertad, lo que le era lícito en Cristo
Jesús, él lo sometió a Dios, para que haya edificación en la iglesia.
Aunque el ministro tenga libertad, no pertenece a sí mismo, no es
independiente, pues aun su cuerpo fue redimido, su mente, su vida, todo
le pertenece al Señor. Hay cosas que yo digo que nunca en mi vida las
haría, y el Señor me dice: «Si yo no te lo pido…», y he tenido que decir:
«Señor, si tú me lo pides, aunque sea comer excremento yo lo hago». No
somos nuestros, somos soldados, y no podemos hacer nuestro propio
itinerario, nuestros propios planes, como decir: «Me voy acá, voy allá;
voy a hacer esto, etc.», no, no, no. Estamos bajo la autoridad del Señor, y
lo que Él diga, cuando Él diga, sea sencillo o complicado, hay que
hacerlo; no estamos para agradarnos a nosotros mismos, sino para agradar
a aquel que nos llamó. Es imposible ser un buen ministro si no se es un
buen soldado de Cristo, de ninguna manera. ¡Cuántas cosas nos gustaría a
nosotros hacer, también emprender, pero no nos gobernamos, no somos
nuestros, somos del SEÑOR!
El compromiso que tenemos con Dios requiere una disciplina militar,
pero la encomienda no es legalista, sino espiritual. Sabemos que en la
milicia hay un montón de cosas que lucen arbitrarias, y lo son, pero
independientemente de eso, estas prueban un punto y es que hay una
disciplina, un orden al que un soldado ha jurado obediencia incondicional
y lealtad a los superiores a quien él se sometió. El apóstol primeramente
le dijo a Timoteo que se esfuerce en la gracia, como se esfuerza un
soldado en el servicio militar en una sujeción absoluta. Así se sujetó
Jesucristo, toda su vida, a aquel que lo reclutó. Desde niño sorprendió a
sus padres cuando les dijo: “¿No sabíais que en los negocios de mi Padre
me es necesario estar?” (Lucas 2:49). Así como Jesús, necesitamos la
sujeción y la abnegación de un soldado, para vivir y poder pasar la
encomienda a la próxima generación.
No obstante, el apóstol le hace otra comparación a Timoteo, diciéndole:
“… también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha
legítimamente” (2 Timoteo 2:5). Un atleta es un luchador que se prepara
física y mentalmente para lograr una meta. Su vida está supeditada a
ganar en todos los órdenes. Por tanto, lo que come, lo que entrena, lo que
duerme, lo que bebe, en lo que se abstiene, en lo que invierte el tiempo y
con quien lo comparte, todo tiene que contribuir a que él logre la victoria.
El atleta está sometido a una disciplina física, para ganar una carrera.
También, la vida cristiana es una carrera que el creyente debe correr, pero
necesita hacerlo legítimamente, de acuerdo a las regulaciones de la
carrera, a las que sometido, debe entrenar como buen atleta.
A mí, particularmente, me llama la atención la expresión adverbial que
usa Pablo al referirse al atleta: “legítimamente”, la cual considero muy
interesante. La palabra “legítima” corresponde al vocablo griego
ennomos (en, preposición que indica posición o relación; nomos es ley),
que significa de acuerdo a la ley o según la ley, según lo establecido.
“Legítimamente” corresponde al vocablo griego nomimos que se traduce
como un adverbio de modo que modifica el verbo luchar. Aplicando,
preguntémonos entonces ¿cómo, de qué modo o manera, el atleta debe
luchar para ser coronado ganador? El atleta debe luchar de acuerdo a la
ley, según la ley y bajo la ley.
Esa palabra también la encontramos en aquel incidente que tuvo Pablo
en Éfeso, por causa de un platero llamado Demetrio. Este hombre vio que
por la predicación del evangelio en Asia, su negocio de ídolos y platería
se le estaba yendo abajo, entonces incitó a los de su mismo oficio en
contra de Pablo y sus seguidores. Estos hombres se llenaron de tanta ira,
que alborotaron y llenaron de confusión a toda la ciudad y se reunieron en
el teatro -aunque muchos no sabían ni siquiera por qué estaban allí-
gritando y tratando de apresar a los macedonios, Gayo y a Aristarco,
compañeros de Pablo (Hechos 19:23-32), hasta que un escribano los
apaciguó y les dijo: “… si demandáis alguna otra cosa, en legítima
asamblea se puede decidir. Porque peligro hay de que seamos acusados
de sedición por esto de hoy, no habiendo ninguna causa por la cual
podamos dar razón de este concurso” (Hechos 19:35-40). Nota que la
palabra en cuestión contenida en la expresión “en legítima asamblea”, no
es que niegue que haya algún problema o le quite la razón, sino que
sugiere que el asunto se exponga en un tribunal competente, para poder
decidir de acuerdo y según la ley. Eso es actuar legítimamente.
La ley hay que usarla legítimamente. Pablo enseñó: “Pero sabemos que
la ley es buena, si uno la usa legítimamente” (1 Timoteo 1:8),
refiriéndose a la ley de Moisés. Los legalistas no la usan legítimamente,
porque la utilizan para poner cargas sobre los demás y condenar a los
hombres. Pero la ley hay que usarla siguiendo un proceso, de acuerdo al
Espíritu con que ha sido promulgada por Dios. Es muy parecido a la
expresión que Pablo usa cuando se refiere a la nueva dispensación y dice:
“… para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no
andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Romanos 8:4).
La palabra conforme, implica “de acuerdo a”, “según”. Cuando actuamos
de acuerdo a las emociones (todo lo que somos en adán no
necesariamente tiene que ser pecaminoso), andamos según la carne, en lo
que es natural en nosotros, en lo adánico, conforme a la carne, de acuerdo
a la ley de la carne que se manifiesta en nuestros miembros (Romanos
7:23). Pero hay una ley en mi mente, que es la ley del Espíritu de vida en
Cristo Jesús, que lleva mi hombre interior a Dios (v. 20). Cuando
andamos de acuerdo a esa ley espiritual hacemos todo de acuerdo al
Espíritu, en conformidad al Espíritu. Por tanto, para participar en la
carrera de la fe y luchar legítimamente hasta ser coronados, debemos
correr conforme al Espíritu. Esa es nuestra ley.
Continuando con la ilustración de la competencia atlética, sabemos que
hay reglas que seguir en sus rondas y categorías. Por lo cual, un atleta es
eliminado por su retiro voluntario, o descalificado según sus faltas
sucesivas al reglamento establecido de la competencia. Por ejemplo, un
deporte tan popular como el boxeo, tiene un código de conducta, para
suavizar la rudeza de los combates, como por ejemplo: se prohíbe golpear
al oponente cuando ha caído, dar un golpe bajo o tirar del cabello. Así, si
tu competidor es más fuerte que tú, no intentes morderle una oreja, pues
no ganarás legítimamente. Nota que en el boxeo, lo primero que en el
cuadrilátero les leen a los pugilistas son las reglas. Por tanto, cualquier
conducta impropia de los contendientes no es legítima, ni aceptada por el
árbitro ni los jueces, pues no está de acuerdo a la ley. El reglamento
boxístico establece que usted es un campeón de los pesos completos,
cuando derrota a su contrincante a puñetazos en el rostro y al torso, al
punto que le cause una caída y lo deje incapaz de volver a ponerse en pie
para defenderse, antes de transcurrir diez segundos. Esa es una pelea
limpia y legítima.
¿Y qué decir en el béisbol? Recuerdo algo que le ocurrió a un niño y
que causó un gran revuelo, en el ámbito deportivo de la Serie Mundial
2001 de las ligas menores, en la ciudad de Nueva York. Sucedió que en
esa ocasión, uno de sus más destacados jugadores, su lanzador estrella,
quien lanzó un juego perfecto e hizo a su equipo ganador nacional,
asombrando a todos los amantes de ese deporte, tenía catorce años y no
doce, como requería el reglamento. ¿Era un niño? Sí lo era, pero no con
la edad requerida para participar en la liga y competir con otros niños dos
años menores que él, pues siempre este lanzador destacado tendría más
ventajas que los demás jugadores. Por lo cual, al ser descubierto, le
quitaron el premio al equipo, y a él lo descalificaron.
Igualmente, ¿no te causaría tristeza que la indiscutible brillante carrera
de un beisbolista destacado se vea afectada o cuestionada, por usar un
bate relleno de corcho en un partido oficial de Grandes Ligas? Eso le
ocurrió a un beisbolista muy conocido, quien se había convertido en uno
de los máximos embajadores de dicho deporte a fuerza de
cuadrangulares; cuyo récord de más de seiscientos imparables, lo hicieron
uno de los astros indiscutibles entre los “jonroneros” (toletero o slugger).
El corcho saltó al aire cuando su bate se partió en dos al él golpear la bola
en un juego oficial, tirando casi a pique su carrera. Tan desafortunado
hallazgo trajo al escrutinio todos los bates que tenía en uso en la batera,
en ese momento, dicho jugador. Así como la decisión de examinar con
rayos X los bates que él había donado al Salón de La Fama. Toda una
carrera de récord tan perfecto, al punto de ser descalificada, por la
violación de una regla. ¿Quién no ha oído acerca de los escándalos en el
deporte por causa del uso de esteroides, esas sustancias estimulantes para
potenciar artificialmente el rendimiento de los jugadores? Esta situación
ha hecho que aun el Congreso de los Estados Unidos intervenga, y
algunos deportistas tuvieron que presentarse ante los tribunales para ser
juzgados por esa práctica, mientras que a otros el Comité Internacional
Olímpico (CIO) decidió retirarles las medallas logradas en los juegos
olímpicos, al ser condenados en los casos de dopaje en que se vieron
envueltos.
¿Qué ocurrió con la reina de belleza que a los cuatro meses de ser
coronada tuvo que devolver la corona? La señorita fue destituida por el
comité organizador del evento, por supuestamente incumplir el contrato
que implicaba ostentar el título. El mismo estipulaba que la ganadora
debía ser soltera y tener una vida moral “ejemplar”. Por cuestiones de
ética y por no dañar la reputación del concurso, no se divulgaron
claramente las razones de su descalificación, pero una cosa quedó clara y
es el hecho que si violamos las reglas, aunque hayamos ganado, nos
convertimos en perdedores.
Ahora, aplica todos los ejemplos que te he dado a hacer las cosas
legítimamente en el ministerio, y notarás cuántas cosas se hacen contrario
a la regla y no conforme al Espíritu. Pablo le dijo a Timoteo que apartara
a ministros idóneos, por tanto, cuando no lo hago de esta manera, como
presbítero, no estoy actuando de acuerdo a la regla. Si Dios estableció
algo y yo estoy haciendo lo contrario, no estoy actuando legítimamente.
Aplica este mismo pensamiento a todas las funciones de la iglesia y verás
cuánto nos hemos desviado de la senda antigua.
En mi libro anterior “Para que Dios sea el Todo en Todos” detallé las
funciones de la iglesia, cada una en su orden, para que entendamos cuál
es el deseo de Dios. ¿Para qué es la predicación? ¿Por qué la adoración?
¿Para qué el servicio? ¿Cuál debe ser nuestra motivación? Si todas las
cosas que hago para el Señor, las hago sin Él, estoy obrando
ilegítimamente. Y quiero que esa palabra se grave en nuestras conciencias
y corazones, para que nos ayude a identificar lo que no es legítimo en las
cosas que hacemos para Dios. Cuando estoy en la iglesia para que me
vean; participo en todo para que me llamen; obro para que me
consideren; y me sacrifico para que me halaguen, es porque mi
motivación no es legítima. La genuina voluntad de estar en sus atrios es
porque Dios nos llamó, porque tenemos la necesidad de estar en su
presencia, porque le amamos y queremos agradarle en el servicio. Piensa
en cualquier función de la iglesia, y aplica esta verdad.
Te aclaro que mi fin no es criticar a los que perseveran en el error, pues
yo hice mucho más que eso y Dios ha tenido misericordia de mí, y ahora
me permite compartir esta enseñanza contigo. Ansiamos lo verdadero,
anhelamos conocer lo que Dios quiere con nosotros, y saber en qué barco
nos hemos embarcado en el reino. Como atleta, yo quiero ser legítimo.
No quiero llegar a la meta y me pase algo como esto:
-¡Llegué, soy un campeón! Señor, ¿dónde está mi corona?-, y
sorprendido, Él me diga:
-¿Tu corona? Espera… Gabriel, pásame el libro de la regla del
Camino, donde están las buenas obras que preparé de antemano para que
este atleta corriera por ellas.
El arcángel abre el libro, y el Señor dice:
-¡Pero la lista está incompleta, no hay nada hecho! Él no hizo esto, ni
aquello, ni esto otro, ni eso, ni tampoco esto, ni… pero… ¡pero qué es
esto! ¿una broma? Todo está incompleto, dime entonces, ¿cuál fue la
carrera que tú corriste?
-Bueno, yo iba por la pista, pero noté que era interminable y quería
llegar a la meta, así que al ver una veredita más corta, la tomé, y aquí
estoy, lo importante era llegar y lo logré, ¿no? Lo otro no lo hice, porque
pensé que esto era más importante, y traería más gloria a Tu nombre.
Considera que por ese caminito, establecí más de quinientas iglesias, y no
podría contar los muchos sermones que prediqué. Seguramente esas cosas
no están apuntadas ahí, porque hice tantas que no cabrían en ese libro.
Esa iglesia que se menciona al principio fue la que me diste cuando
empecé, pero un ministro de mi categoría no se podía quedar ahí toda su
vida, es lógico que quisiera superarme, ¿no? así que levanté otra en un
lugar mejor, me sacrifiqué de tal manera que llegué hasta enfermarme e
invertí todo lo que tenía, y…
-Espera, espera… detente un momento y respóndeme: ¿te mandé yo a ti
hacer eso?
-No, pero…
-Lo siento, pero tú no ganaste ninguna corona. Tú no corriste
legítimamente, tampoco hiciste nada de lo que debiste haber hecho. Las
obras que preparé de antemano para que anduviese en ellas,
específicamente, son las que te coronarían, pero son ellas mismas las que
testifican hoy contra ti. Quedas descalificado.
¡Qué terrible mi hermano!, ¡después de tantos sacrificios y esfuerzos,
encontrar que hemos corrido en vano! Meditemos en eso. Jesús dijo: “Yo
te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese”
(Juan 17:4); nota que el Señor no hizo las que no le dijeron que hiciese,
siendo Dios. Y yo te pregunto: ¿cómo acabarás la carrera tú? ¿Estás
corriendo legítimamente, o estás corriendo una carrera que a ti no te
dieron a correr? El hacer algo legítimamente no es legalismo, porque
estamos en el nuevo pacto, y ahora no son letras, sino Espíritu. Cuando te
sientas impotente frente a la Palabra, acosado por la Palabra, preso por la
Palabra, golpeado por la Palabra, aturdido por la Palabra, que ya no
puedes con la demanda de la Palabra, no te enojes contra el profeta, ni
contra aquel que te la da, sino ve al trono de la gracia y dile a tu Dios:
«Dame esa capacidad, Señor ¡por favor, ayúdame! ¡ayúdame, a vencer!
Me sumerjo, no estoy corriendo legítimamente, y yo quiero llegar, yo
quiero correr bien». Eso lo debemos hacer todos, para poder estar en el
reino de Dios, pues allí todo es legítimo.
Jesús nos enseñó a orar: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en
el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10). La palabra “como” es
también “legítimamente”, por lo cual, cuando deseamos que se haga su
voluntad en la tierra, en nuestras vidas, como se hace en el cielo, estamos
pidiendo legitimidad en nuestras acciones; que todo sea aquí como está
establecido allá. No hay reino de los cielos en la tierra, si todo lo que se
hace abajo, no es igual a como se hace arriba. El reino se puede convertir
en una religión, en formas, en una vara seca, como ha sucedido con casi
todos los movimientos espirituales cuando pierden la frescura de la
legitimidad celestial. Te preguntarás, ¿cómo puedo yo evitar que la vida
del reino se convierta en una religión? Cuando pones el ingrediente del
nuevo pacto, el Espíritu. Si no hay Espíritu, hay religión, formas,
mandamientos de hombres. La vida en el reino no es algo forzoso, ni
mucho menos un despotismo religioso, sino algo voluntario; algo que no
se impone, sino que se siembra en el corazón.
Asimismo, Pablo compara la vida de un creyente con la de un
LADRADOR.
Él dijo: “El labrador, para participar de los frutos, debe trabajar
primero” (2 Timoteo 2:6). Nota que ya no habla del soldado ni del atleta,
sino que ahora nos ilustra la enseñanza con algo tan natural como la labor
de un agricultor. Nadie puede forzar a la tierra para que le dé su fruto si
no ha hecho algo tan sencillo como sembrar la semilla, y depender que
Dios la haga germinar, para cosechar.
El granjero, por ejemplo, no puede esperar que la gallina le ponga más
de tres o cinco huevos a la semana, porque eso es algo ilegítimo, ya que
lo natural es que sean de veinte a cien huevos, máximo, al año. No
obstante, en la actualidad, sabemos que los avicultores en sus granjas
industriales han hecho que las gallinas ponedoras saquen,
aproximadamente, más de doscientos sesenta y cinco huevos al año, a
base de fórmulas químicas, medio ambientes preparados y un trato, que
algunas instituciones han denunciando, como cruel y despiadado. No
quiero emitir ningún juicio a ese respecto, pero no tengo que investigar
una granja avícola o algunas “instalaciones en batería” (como también se
le conoce a las instalaciones repletas, hasta el techo, de jaulas metálicas),
para saber que forzar a un ave a producir huevos de esa manera es algo
ilegítimo, pues una gallina no fue hecha para poner doscientos ni
trescientos huevos en un año. Sólo meditemos en el resultado de estas
acciones: las gallinas son destinadas al matadero, después del año, y
mucha gente se está enfermando por la cantidad de hormonas que
ingieren al consumir los huevos.
Ahora traslademos esta enseñanza a lo espiritual. Todo creyente es un
labrador, pues el Señor lo mandó a sembrar la semilla del evangelio. Un
ministro es un labrador, porque siembra la semilla en la viña del Señor, y
sea en el campo, en el valle, en el monte, en el collado, donde quiera la
deja caer. Pero sucede que hay quienes quieren ver el fruto y ni siquiera
han sembrado, o apenas han sembrado y ya quieren ver el fruto. Pero, lo
legítimo es que yo are la tierra, la prepare en surcos, eche la semilla, la
cubra con la tierra, y espere con paciencia la lluvia del cielo, ya sea
temprana y tardía, hasta verla crecer. Luego, comience a podar, a velar y
a orar para que Dios dé fruto, eso es lo legítimo. Así que si no has
cosechado, posiblemente es que no has sembrado, o puede que
ilegítimamente quieras cosechar antes de tiempo. Pero recuerda que en la
ley de la siembra hay que esperar para cosechar.
El reino de Dios es naturalmente espiritual. Con esta afirmación lo que
quiero decirte es que nuestro Dios no es un mago que con su varita hace
aparecer las cosas ya hechas. Hay un espíritu que se ha infiltrado en las
predicaciones que nos quieren motivar tanto, que nos dan una sobredosis
de entusiasmo que nos matan, pues nos ponen a soñar con cada cosa…
que nos sacan del propósito. Puede que Dios te mandó a ser capitán de
quinientos, y al oír ciertas cosas cae en tu corazón la semilla de la
ambición ministerial, la cual te pone a soñar en ser capitán de cincuenta
mil, y eso es irreal e ilegítimo, si no está de acuerdo con el propósito que
Dios tiene contigo. Sin embargo, puede que ya estés frente a una
congregación de quinientas almas, y estés desanimado, insatisfecho, te
sientes frustrado, porque estás soñando con algo que Dios no te piensa
dar.
La Palabra de Dios dice que lo que vemos fue hecho de lo que no se
veía (Hebreos 11:3), por lo que entiendo que lo natural refleja una gran
enseñanza espiritual. Nota que, en el principio, Dios dijo: “Produzca la
tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto
según su género, que su semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así”
(Génesis 1:11). Mas, hay un orden natural que Dios estableció, donde se
debe trabajar la tierra, sembrar la semilla, y lo sembrado tiene que recibir
el agua, para que germine, y luego se levante en una planta y
posteriormente brote la flor y finalmente el fruto. El agricultor puede arar
bien la tierra, depositar la mejor semilla, y regarla, pero hasta ahí llegó su
trabajo. Ahora tiene que esperar y orar -aún haciéndolo todo
legítimamente- para ver el fruto de su trabajo, porque la semilla se puede
pudrir, se puede secar, o ya crecida, la planta se puede enfermar o no dar
fruto. Hay que esperar, porque la bendición viene del Padre celestial.
La siembra es un proceso legítimo, no es magia, donde se truenan los
dedos y ¡param!, aparece una fruta deliciosa, lista para degustar, no, hay
que esperar para ver fruto. El mundo espiritual también tiene un proceso,
donde, aún obrando legítimamente, hay que esperar en Dios. Pero, ojo, no
es nuestra obediencia la que da el fruto, ella sólo facilita a Dios lo que Él
quiere hacer, mas no hace ni determina sus propósitos. Tu obediencia
hace que Dios bendiga la obra de tus manos. Pablo concluye diciéndole a
Timoteo: “Considera lo que digo, y el Señor te dé entendimiento en todo”
(2 Timoteo 2:7). Igualmente te digo yo a ti, y me gusta la expresión de
Pablo, porque no impone ni demanda, sino que su consejo está lleno de
gracia, de benevolencia, de dulzura, como diciendo: «Hijito mío, no te
enojes, no te sientas presionado a hacer eso, toma tu tiempo si todavía tú
no lo has asimilado, pero no lo deseches, sino considéralo y ruego a Dios
que Él te dé entendimiento en todo». Tratar de presionar a alguien a hacer
algo de lo cual no está convencido, es una violación a su conciencia, y el
evangelio es libertad en Cristo Jesús. Presentemos la carga en el espíritu,
pero no obliguemos a nadie a hacer algo de lo cual no tiene convicción,
primeramente porque si lo hace, ya no agrada a Dios, porque todo lo que
no proviene de fe, es pecado (Romanos 14:23); y segundo, si no es
voluntario tampoco agrada a Dios, porque Él escudriña los corazones (1
Crónicas 28:9), y si tu motivación no es correcta Dios la desechará. En
cambio, cuando lo hacemos de buena voluntad, recompensa tendremos (1
Corintios 9:17).
Pablo dijo a Timoteo: “CONSIDERA LO QUE DIGO” (2 Timoteo
2:7), por lo que entiendo que como ministros del reino no debiéramos de
someter ni imponer nada a los demás. Nuestra actitud como profeta, por
ejemplo, es decir: «Mira, esto fue lo que Dios me dijo para ti, considera
lo que te digo, y que Dios te dé entendimiento en todas estas cosas». Si
usted profetizó y la gente no quiere escuchar, tranquilo, no se deprima. Sé
que es muy difícil divorciar el mensaje del mensajero, pues son como el
fondo y la forma, no se pueden separar. Eso no es una relación mecánica,
un acto sin reflexión, como decir: «Bueno, eso fue lo que dijo el Señor,
yo lo digo y ya no me importa lo demás », no, no, a ti sí te debe importar
que la gente acepte a Jesús, que las almas se conviertan, que la iglesia
escuche el mensaje. Pero si no lo acepta, tampoco debes frustrarte tanto
que deseches el Camino, y desees inclusive que se cumpla la profecía,
para probar tu punto. Ese no es el Espíritu del Señor. ¿Ya la sometiste?,
pues cumpliste el cometido, ahora ruega para que Dios dé entendimiento.
No obstante, hay algo más que Pablo dijo a Timoteo, y es lo siguiente:
“Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no
tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo
2:15). Nota que ahora compara al ministro como un obrero que trabaja
con diligencia, porque quiere ser aprobado. El consejo bíblico nos habla
de procurar con diligencia. Si se procura de acuerdo a la ley, es
legalismo, que Dios me apruebe con mi propio esfuerzo, pero procurarlo
de acuerdo al pacto nuevo es ir a la gracia, sumergirse en ella. Es de la
gracia donde debemos sustraer la diligencia, la fuerza, el valor, la
determinación, el denuedo, el esmero, todo lo que se necesita, para ser un
obrero que no tenga nada de qué avergonzarse, cuando venga la persona a
la cual le sirve. En nuestro caso, tengo que darle cuentas al Señor, así que
cuando me pregunte por la obra que me encomendó yo pueda decirle:
«Sí, Señor, lo hice todo como me mandó, legítimamente». De otra
manera, tendría que alejarme de Él avergonzado (1 Juan 2:28).
Dios prueba para aprobar. La palabra “aprobar” equivale al vocablo
griego “dokimos” que se traduce propiamente como algo que se acepta
como auténtico, legítimo, particularmente en el caso de monedas y
dinero. Por ejemplo, para tú poder comprar algún bien en cualquier tienda
en Estados Unidos, debes pagar con la unidad monetaria que se acepta en
este país, el dólar, así que si usas “peso”, “euro” o alguna otra moneda,
no es aprobado, no se acepta. El vocablo “dokimos”, se deriva de la
palabra “dokimazo” que significa examinar, pasar por un escrutinio para
ver si el asunto es legítimo o no, así como se prueba un metal para ver si
es genuino. Por ejemplo, el oro para probarse se pasa por el fuego, a fin
de quitar las escorias e impurezas y salga lo que tiene valor. Sin embargo,
nosotros vemos la prueba como ver al diablo y decimos: «Hermano, ore
por mí porque estoy siendo probado, para que Dios me libre de esta
prueba», pero la prueba es para que salga de ti lo impuro, y quede lo
bueno, lo que verdaderamente tiene valor. La prueba es para saber cuándo
tú estás listo y apto, para hacer lo que Dios quiere que tú hagas. Es como
que alguien se enliste en el ejército y después termina deprimido porque
está en constante entrenamiento. ¡Cómo es posible, si eso precisamente es
lo que te capacitará para ser un buen soldado! La prueba capacita. La
prueba es el proceso de Dios para quitar todo lo que no sirve, todo lo que
representa un impedimento o incapacidad, para que quede solamente lo
que faculta, lo que hace apto para el propósito.
Cuando una persona no entiende la prueba, se porta como el muchacho
que hace rabietas porque no quiere ir a la escuela, que dice: «¿Para qué
tantas matemáticas, cálculos y trigonometrías? Ocho horas ahí sentado y
luego esos exámenes que son unos verdaderos dolores de cabeza, ¿para
que?», y la madre le dice: «Mi hijo, ahora no lo entiendes, y no quieres
hacer los deberes, y te levantas con pesadez para ir a la escuela, pero
aunque no lo creas, lo que estás haciendo hoy te va ayudar en el futuro».
El niño no sabe ni quiere saber, y se pregunta qué tiene que ver el
Teorema de Pitágoras con medicina que es la carrera que él le gustaría
estudiar. Y me pregunto, ¿pensará lo mismo el anestesista que calcula con
mucho cuidado la dosis de la sustancia anestésica que va a suministrar a
un paciente? Y el cirujano plástico ¿considerará los ángulos, catetos e
hipotenusa como simples rayas encontradas en el momento de usar el
bisturí? El niño juega a ser doctor y se ve en la imagen, con la bata blanca
y el estetoscopio, pero no quiere atravesar el proceso que lo llevará a
serlo. Mas, eso es comprensible porque es niño, en cambio nosotros sí
debemos entender, pues somos maduros en Cristo, y por eso somos
ministros. El niño ve la prueba como un mal, una causa de reprobar, pero
el que tú la veas de esa manera, quiere decir entonces que, en ese aspecto
todavía eres niño e ignoras.
Aquellas cosas que consideras fuertes, sólo te preparan y son un ensayo
para enfrentar las que en realidad lo son. Hay gente que quiere reprender
al diablo, pero no quiere tener disciplina para resistirle de manera que él
huya, y eso se aprende con pruebas. Ya vimos que Dios prueba para
aprobar. Sin embargo, veo que en la iglesia es el único lugar donde se
aprueba sin probar. En el mundo secular para darte un trabajo, si tú no
tienes experiencia no te dan el puesto; por eso requieren tu hoja de vida,
para ver tu preparación y si calificas para el empleo; y ni hablar de las
instituciones castrenses, donde nadie llega a un rango superior si primero
no ha pasado por un entrenamiento. En cambio, vemos que la iglesia
cuando ve que alguien tiene unción y en él se manifiestan los dones, no
toma en cuenta si tiene un buen testimonio, si es íntegro y maduro, y si el
Señor lo ha escogido para que desempeñe una función de autoridad, sino
que lo ponen en alguna función inmediatamente. Imagínese ahora que esa
persona tenga una atadura en su carne, que sufra, por ejemplo, de
paidofilia (gr. páispaidós, “muchacho” o “niño”, y filia, “amistad), y
como pedófilo, le consuma esa atracción sexual hacia niños, pero lo
pusieron a “funcionar” en la iglesia como consejero familiar. Te
pregunto, ¿qué crees que ocurrirá? Posiblemente esta persona seguirá
cometiendo sus crímenes, pero ahora detrás de la autoridad ministerial.
Luego se suscitan los escándalos donde la imagen eclesiástica se va
desgastando, y perdiendo dignidad frente a los ojos del mundo.
Un ministro es un maestro de piedad, una persona que por haberlo
alcanzado puede enseñar. Cuando hablo de haberlo alcanzado, no me
refiero a impecabilidad, sino que si no soy humilde no puedo enseñar
humildad; si no soy recto, no puedo enseñar rectitud; si no soy íntegro, no
puedo enseñar integridad. Puedo predicar y hablar acerca de eso, pero no
lo puedo enseñar, pues nadie podrá aprenderlo de mi ejemplo. ¿Qué dijo
Pablo? “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11:1),
entendiendo que se imitan acciones, no palabras. Uno de los aforismos
que escribió el insigne educador cubano, José de la Luz y Caballero dice:
“Instruir, puede cualquiera, educar, quien solo sea un evangelio vivo”. Es
necesario ser maestros en fe y en verdad, para enseñar a otros el camino
de piedad.
De hecho, nota lo que escribió Pablo a la iglesia en Tesalónica:
“Porque nuestra exhortación no procedió de error ni de impureza, ni fue
por engaño, sino que según fuimos aprobados por Dios para que se nos
confiase el evangelio, así hablamos; no como para agradar a los hombres,
sino a Dios, que prueba nuestros corazones” (1 Tesalonicenses 2:3-4).
Observa que Dios aprobó a Pablo antes de confiarle el evangelio. Nunca
debemos confiarle a alguien algo si no está listo; todos los días me
convenzo más de esta verdad. Cada vez que yo he hecho una excepción y
he puesto a alguien que no está listo a funcionar, sufro una decepción, y
me doy cuenta de que el error fue mío y no de ellos, por no haber
esperado más tiempo. Es como el que se come un mango o un aguacate
cuando la fruta todavía está en el proceso de maduración, ¡qué
desagradable! aquello que precisamente hace de estas frutas la delicia de
cualquier paladar exigente es justamente lo que en ese momento nos hace
execrarlas. Así, cuando una persona no está lista todavía, falla
exactamente donde se le requiere. Pero la Palabra nos muestra que Dios
para confiarle el evangelio a Pablo, lo probó primero, para luego
aprobarlo, y cuando lo aprobó, solo entonces le confió.
Hay dos palabras que Pablo expresa en el verso, y son: “según” y “así”.
Él dijo: “… SEGÚN fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase
el evangelio, así hablamos” (1 Tesalonicenses 2:4). Es la misma
expresión “legítimamente”, pues según recibí así doy, según fui aprobado
así me comporto, legítimamente, “de acuerdo a”. Pablo no vivía para
agradar a los hombres, porque el entrenamiento que Jesús le dio empezó
cuando él cayó al suelo, cegado por el resplandor de luz que le rodeó
(Hechos 9:3-4). El iluminado que fue circuncidado al octavo día, que
procedía del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, el que era hebreo de
hebreos y en cuanto a la ley, fariseo; el que se consideraba irreprensible,
instruido a los pies de Gamaliel (uno de los maestros más destacados en
aquellos días), ahora estaba ciego, porque la gloria de Cristo lo abatió.
De hecho, el Señor no le mostró en visión a Pablo a ninguno de los
apóstoles, para recibir la sanidad de sus ojos y el bautismo con el Espíritu
Santo (Hechos 9:17-18). Él no vio en visión a Pedro, ni a Jacobo, ni a
Juan, como instrumentos de sanidad, sino a Ananías, un hermanito de
esos que no se mencionan, uno que no estaba en la escuela rabínica, sino
que era simplemente un discípulo del Señor (Hechos 9:10). Por eso,
Pablo decía que su exhortación no procedía de la carne, sino como
resultado del entrenamiento por el cual fue aprobado por Dios (1
Tesalonicenses 2:3-4). Fue ese trato con Dios, duro en la carne, pero
vivificante en el Espíritu, lo que le enseñó a él cómo dirigirse a los
hombres, con respeto, con honra, pero sin lisonja.
El siervo de Dios necesita reconocimiento, pero no un ensalzamiento
que lo lleve a la carne, sino un incentivo que lo estimule a ser mejor,
como las palabras del ángel a Gedeón: “Jehová está contigo, varón
esforzado y valiente” (Jueces 6:12), lo llevaron a creerle a Dios y a salvar
a Israel de las manos de ese pueblo opresor. Nota los mensajes del ángel a
las iglesias, en Apocalipsis, que empiezan diciendo lo bueno de cada una
de ellas, para luego decirles aquello que tenía contra ellas. Así también
nosotros, seamos justos en el juicio, con palabras de verdad, que salgan
del Espíritu. No ocultemos nuestra envidia y celo ministerial en
“espiritualidad”, para no dar la honra al que la merece, como enseñó
Pablo: “Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que
impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra” (…)
Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor,
mayormente los que trabajan en predicar y enseñar” (Romanos 13:7; 1
Timoteo 5:17). Podemos decirle algo hermoso a una persona sin usar
lisonjas, como también podemos usar palabras muy atinadas para decir
algo y la intención es lisonjearle. Por eso, es mejor hacer como Pablo y
como nuestro amado Jesús, que lo que según les enseñó Dios, así
hablaron, de acuerdo a lo establecido, a la regla, a lo legítimo.
Lo dicho por Pablo en cuanto a que no escondió avaricia (1
Tesalonicenses 2:5), toma una gran relevancia en la actualidad, cuando a
la iglesia ha entrado una ola muy dañina, que llamamos el movimiento de
la súper fe o de la prosperidad, la cual nos está haciendo un gran daño. La
misma consiste en una enseñanza bíblica, legítima, correcta, pero se usa
con un espíritu equivocado, nocivo, lleno de avaricia y mezquindad.
Toma en cuenta que en la predicación no solamente comunicamos
palabras, sino espíritus. Si yo estuviera lleno de orgullo, aunque me tirara
al piso y llorara con “humildad”, de todas formas transmitiera orgullo,
porque eso es lo que hay en mí. Igualmente cualquier otra cosa, si es
rebelión aunque hable de la mejor manera, transmitiré rebeldía, porque
las palabras son espíritus.
En el libro de Job, podemos ver el mejor ejemplo de eso. Si los amigos
de Job vivieran en este tiempo se les diera un doctorado en teología o
divinidad, pues hablaban con una profundidad tremenda y sus
pensamientos acerca de Dios estaban llenos de verdad. De hecho, muchas
de las cosas que ellos dijeron se usan como que Dios las dijo, pero fueron
ellos a Job para acusarlo. Y aunque toda la Biblia es palabra de Dios
inspirada, en ese contexto estuvo incorrecto el espíritu con que ellos
ministraron a su amigo. Las palabras estaban correctas, pero la
motivación estaba equivocada. Ellos ignoraban el propósito de Dios con
Job y la causa que había ocasionado esta situación, que no era algo
terrenal, sino un asunto divino entre Dios y el diablo. Ellos no lo sabían y
estaban juzgando lo que no conocían. Por eso, no es bueno juzgar, sino
dejarle todo juicio a Dios. El que conoce todas las cosas es el que juzga,
por eso sus juicios son justos. Pero nosotros al juzgar erramos, porque lo
que vemos con los ojos que parece que es, casi siempre no es.
En el mensaje de la súper fe y de la prosperidad se esconde un espíritu
de avaricia. Esto lo digo con el denuedo que me da, primeramente, el que
el Señor me lo haya revelado, y que también yo lo he visto. Hablar
constantemente de dinero, posesiones materiales, y visualizarse como
todo un potentado, muestra que hay un problema de codicia, una avidez
de riquezas, pues de la abundancia del corazón habla la boca (Mateo
12:34). No niego que el dinero es importante, pero no es lo más
importante. La prosperidad es una promesa del pacto, significativa, pero
no primordial. ¿acaso, el mismo Jesús no les advirtió a sus discípulos
cuando les dijo: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o
aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al
otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. Por tanto os digo: No os
afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni
por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el
alimento, y el cuerpo más que el vestido?” (Mateo 6:24-25).
No hay quien no haya caído en esa doctrina de la prosperidad, todos
hemos bebido de esa fuente, pero lo que se esconde en ella es avaricia. Se
dice: «El ministro debe vivir bien, pues representa a Dios, el cual es el
dueño del oro y la plata. Este debe tener el mejor automóvil, último
modelo, y también la mejor casa, etc.». Eso puede ser verdad, porque
Dios comparte la ofrenda con el ministro y hasta más, pues de acuerdo al
tamaño del animal sacrificado era la porción del sacerdote; así que si era
un toro grande, le daban la espaldilla. Por tanto, de acuerdo al tamaño de
la iglesia debe ser la ofrenda para el pastor, pues su salario debe ser
proporcional a la bendición. Por ejemplo, yo no puedo recibir lo mismo
que Benny Hinn, porque Dios lo ha bendecido grandemente a él, con un
ministerio de muchedumbres. La espaldilla de él es grandísima, y la mía
es más pequeña, pero todos estamos comiendo del altar, ¡bendito sea
Dios! Esa es la honra del ministerio.
Nosotros como restauradores tenemos que enseñarle a la gente la
verdad: es una honra vivir del altar, y tomar la bendición del tamaño de la
ofrenda que se le dedicó a Dios, porque Él así lo dispuso. Pero de ahí, a
que llegue al ministerio pensando en la “porción”, y en enriquecerme, es
porque no tengo claro que no soy un empresario, sino un servidor. Si yo
quisiera dinero y hacerme rico, me dedicara al negocio, no al ministerio.
Yo me ocupo de los asuntos de Dios, y él se encarga de los míos. Él me
bendecirá económicamente si quiere hacerlo, y si no lo hace ¡como quiera
le he de servir!
Una motivación equivocada te lleva a un fin equivocado. El salmista
dijo: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce
mis pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad, Y guíame en
el camino eterno” (Salmos 139:23-24). La palabra “examíname” significa
“investigar” “explorar”, es como buscar para encontrar algo; y la palabra
“pruébame” es “examinar para probar”, es un escrutinio que comprueba
algo. Así nosotros también debemos decir: «Señor, ven examíname, me
someto a prueba, a tu escrutinio, pues quiero ser aprobado. Yo quiero
correr legítimamente; quiero como agricultor sembrar legítimamente,
deseo como soldado obrar legítimamente y anhelo como obrero servir
legítimamente, para que nadie me avergüence, y ni el diablo tenga nada
que decir de mí. Quiero ser aprobado por Ti».
Otro de los consejos que Pablo le dio a Timoteo fue acerca de la
conducta de hombres, a los cuales llama: “… corruptos de entendimiento
y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia;
apártate de los tales” (1 Timoteo 6:5). Tomemos también nosotros ese
consejo. Todo el que quiera usar la piedad, la cual representa todo lo que
es el reino de Dios, todo lo que es santo (devoción, santidad, temor a
Dios, etc.), para lucrarse, no es digno del reino de Dios. El que tome el
don como fuente de ganancia, como esos profetas que hoy profetizan
según el tamaño de la ofrenda, de manera que hay profecías de mil
dólares, así como de quinientos y hasta de cien. Esta situación es
deplorable, y lo triste es que no estoy exagerando, y sé que como yo, hay
testigos que han sufrido en carne propia esas atrocidades. Videntes que
dicen cosas que te dejan perplejo, pues tienen un espíritu de pitonisa;
“Balaamitas” que usan el don para avaricia. Si Dios te ha dado el dinero
de la ofrenda, ¡no cometas el pecado de los hijos de Elí! Esos hombres
tomaban la ofrenda antes de Jehová, y partes que no les correspondían.
Lo que es de Jehová pertenece a Jehová, y lo que es nuestro es nuestro.
La gloria de Dios no la toquemos. La iglesia debe apartarse de los
hombres que usan la piedad como fuente de ganancia.
En tiempos de la reforma, cuando era prohibido predicar el evangelio,
al que encontraban con una Biblia o predicando en la calle (especialmente
a los de la fe evangélica), era reo de muerte. Dada las circunstancias,
¿sabes lo que hicieron los cristianos? Dibujaron dos fotos, una del papa
sentado en su trono lleno de joyas y de pompa, y una de Jesús, el Hijo de
Dios, entrando en un burro a Jerusalén, y las exhibían por todos lados. La
gente que veía eso, obligatoriamente se tenía que preguntar: «¿Cómo
puede ser que el que inventó esto andaba en burro y prestado (Marcos
11:3), y el que lo representa ahora está lleno de oro y grandeza?» a Dios
no se le representa con opulencia, a Dios se le representa reflejando su
propia imagen. Nota que antes de que el divino Creador le diera su
autoridad a adán, lo hizo a su imagen; y Jesús recibió toda autoridad
después que fue aprobado por Dios (Mateo 28:18-20). Él era la imagen
del Dios Invisible, y por eso el Padre le entregó todo. Por tanto, Dios
primeramente te hace nacer de nuevo y te da la imagen de Él, para luego
delegarte todo lo que le entregó a la iglesia. El que no tiene la imagen, va
usar mal los dones de Dios, pero el que tiene la imagen los usará bien, y
será un fiel mayordomo del Señor.
Otra cosa que el apóstol Pablo dijo que aprendió del Señor fue a no
buscar lo suyo, por eso dijo: “… ni buscamos gloria de los hombres; ni de
vosotros, ni de otros, aunque podíamos seros carga como apóstoles de
Cristo” (1 Tesalonicenses 2:6). Es decir, Dios le enseñó a hablar sin
lisonjas y sin codicia encubierta, pero también a no buscar gloria de los
hombres. Estas son tres cosas que se juntan y describen la iglesia de hoy:
Primero, en los ministerios se están logrando cosas a fuerza de lisonja,
diplomacia y manipulación; segundo, la avaricia es el motor, y el
ministerio el medio, para hacerse grandes, famosos y adquirir todas esas
cosas de las que nos creemos merecedores; y tercero, buscar la gloria de
los hombres, fama, etc. es lo que nos incentiva a obrar y no Dios.
Analízalo.
ahora, solo Dios conoce los corazones, por eso Pablo pone a Dios de
testigo, veámoslo: “Vosotros sois testigos, y Dios también, de cuán santa,
justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes”
(1 Tesalonicenses 2:10). En otras palabras, Pablo dice: «Ustedes saben
cómo me comporté entre ustedes, así como el Señor me enseñó, cuando
me probó y me aprobó: no busqué avaricia, no halagué a los hombres, ni
busqué gloria de ellos, sino que anduve irreprensiblemente. Si a ustedes
no les parece, pongo a Dios como testigo». Sabio ese Pablo, pues no hay
una cosa más contundente cuando tú quieres decir una verdad a una
persona y no la cree, que poner a Dios como testigo de que es verdad. El
hombre no puede leer la intención de tu corazón, pero Dios sí. Poner a
Dios como testigo, no es jurar, es llamarlo al juicio entre los hombres.
El siguiente punto es muy importante en lo que estamos tratando, en
razón de la comparación que le hace Pablo a Timoteo de lo que debe ser
un ministro. Él le dijo: “Porque el siervo del Señor no debe ser
contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido” (2
Timoteo 2: 24). Ahora Pablo compara a un ministro con un siervo. ¿Qué
hace un siervo? Servir, y eso significa metafóricamente, someterse y
obedecer. ¿Por qué un siervo para ser siervo debe ser sometido y
obediente? Por causa del servicio. El que sirve no hace lo que quiere, sino
lo que otro le mandó a hacer. Por eso, cuando se habla del servicio se
habla de ser sufrido. Esto no quiere decir que sirva con dolor, sino que sin
contender, sin pelear, ni resabiar, tiene paciencia con los problemas o
errores en el servicio y no guarda rencor. Por lo cual, sufrido no es que
sufre mucho, sino que sufre y no se queja; sabe sufrir porque le está
doliendo y está tranquilo, no reacciona. Claro, cuando comienza el dolor
es insufrible, pero después, ya el Señor va fortaleciendo esa área, y como
los boxeadores (que a base de golpes endurecen las partes más
susceptibles de su cuerpo) pueden enfrentar cualquier golpazo que
reciban en el servicio, de manera serena y templada.
¡Ay, si enseñáramos a los discípulos a sufrir, cuando salieran al campo
misionero, no se quejaran tanto! Hay quien dice: «¿Qué hay otra vigilia
esta noche?, ¡ay mi madre!, y ¿para qué tanta oración? ¿Es que no tengo
derecho ni a dormir? Mira la cama qué incomoda, no puedo descansar, y
este lugar sin luz, sin agua caliente ¡es una calamidad! No sé a quién se le
ocurrió hacerme reservación en este lugar. Yo nunca me hospedo en
sitios de esta categoría, sino en hoteles de cinco estrellas, por esa misma
razón». Y dice el que observa desde los cielos: «Bueno, como a ti te
preocupan tanto las estrellas, ¿qué tal si te saco al parque, para que
duermas en un banco? allí no vas a ver una ni cinco, sino todas las
estrellas que tus ojos puedan ver. ¡Ese va a ser un hotel de las mil
estrellas!». También se quejan acerca del ministerio cuando no los
reconocen, o porque los rechacen, etc. ¡ah, si ya estuviéramos
acostumbrados a todas esas cosas, ya no nos sorprendería nada! Un siervo
de Dios aprende a no ser contencioso, sino sufrido, dispuesto a soportarlo
todo sin quejarse, cuando resiste tantos golpes que termina sin sentir
nada. En conclusión, el entrenamiento te hace salir de esas ataduras, de
todo lo que es de la carne, y la niñería que te enseñó tu mamá, con tanto
consentimiento, para llevarte a la etapa del morir al yo, para que reine
Cristo.
Nota como Pablo continúa diciendo cuál debe ser la actitud del siervo:
“que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les
conceda que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo del
diablo, en que están cautivos a voluntad de él” (2 Timoteo 2:25–26).
Meditemos lo que era ser un siervo en aquellos días, donde no se le tenía
misericordia, sino que lo humillaban y por eso se vivían quejando.
Cuando veas en la Biblia a un siervo que sea consecuente como el de
Abraham, aprende, porque los siervos antes no eran así. Imagínate a un
esclavo trabajando todo el día como una bestia, y recibiendo tantos
maltratos, sin ningún tipo de beneficio ni de derecho, sin salario y sin
futuro, pues hasta su mujer e hijos también eran esclavos del amo,
quienes los vendían y los mandaban lejos, según les pareciese. El que no
se queje de una situación así es porque está muerto. Por tanto, para uno
ser un siervo del Dios del cielo y no contender, ni pelear ni quejarse, sino
ser amable y sufrido, se necesita estar muerto a la carne, de otra manera,
¡que Dios nos ayude!, pues de lo contrario es algo imposible. Puede que
un esclavo para no ser castigado con el látigo se porte bien, pero por
dentro debe sentir un gran resentimiento, ¿o es que tampoco tienen
sentimiento? Mas, cuando se tiene un entendimiento de su rol y función,
el camino se hace más fácil.
Con esto, ya podemos tener una idea de lo que es ser sufrido. Quiere
decir que aunque me humillen, a pesar que me golpeen, aunque no tenga
derecho, aunque no me reconozcan, aunque me calumnien, aprendo a
sufrir por causa del que me enseñó. Pero no me voy a desviar, sino que
voy a seguir la ruta, legítimamente, nada me va a condicionar, y de
ninguna cosa haré caso para poder llegar hasta el final. Ahora, el fin de
todo discurso oído es este: de esas cinco comparaciones u oficios que
Pablo usó como ejemplo para ilustrar nuestra actitud en el reino (soldado,
atleta, labrador, obrero y siervo), para vivir como Dios demanda en este
tiempo, sin perder la fe y poder pasarla a la próxima generación, tú
necesitas ser esas cinco personas. Sí, mi hermano, ve a la gracia,
sumérgete en ella, toma de ella y equípate, tomando lo que es del
soldado, adquiriendo todo lo que es de un atleta, poseyendo todo lo que
es de un buen labrador, echando mano de todo lo que es de un obrero, y
apropiándote de todo lo que debe ser un siervo. Eso es necesario, porque
como bien le advirtió Pablo a Timoteo, muchos se van a ir a las fábulas (2
Timoteo 4:4). Las fábulas se van a predicar tanto que ya la gente no va a
creer en la Palabra, sino en cuentos de viejas, como está pasando
actualmente. Si le dices a la gente que Cristo salva, y que volverá en
gloria, ni caso te hacen; si les muestras el verdadero evangelio, te tildan
de ingenuo, fanático o anticuado, ¡no hacen caso! En cambio, ve y diles
que les vas a dar “el agua milagrosa”, “el manto sagrado”, la “rosa
bendecida”, y promételes un milagro, para que veas como te rodean. ¿Por
qué? Porque andan detrás de fábulas, y han cerrado sus oídos para no oír
a la verdad.
Ahora, ¿qué vas hacer tú como ministro de Dios, cuando la gente no
quiera oír? ¿Qué harás cuando le hablas de la verdad, y ellos te tilden de
cuentista y prefieran escuchar cuentos de viejas, a los cuales consideran
como la verdad legítima? ¿Qué vas a hacer? Precisamente, tienes que ser
un soldado para sufrir esas penalidades y no enredarte en los negocios de
esta vida; tienes que ser un atleta y actuar en todo legítimamente, para
que puedas correr bien en el camino de la justicia; tienes que ser un buen
labrador, entendiendo que si no trabajas primero, no podrás comer del
fruto; tienes que ser un obrero que trabaje y no un palabrero; y
finalmente, tienes que ser un siervo sufrido, no contencioso, sino amable
para con todos, apto para enseñar y con mansedumbre corregir a los que
se oponen. Y sobre todo eso, hacerlo todo legítimamente.
Aprobado y legítimamente son dos palabras que encierran la enseñanza
mayor del servicio a Dios. Para yo ser aprobado tengo que pasar el
entrenamiento de forma legítima, y después que esté en la tarea, tengo
que continuar haciendo las cosas tal como lo aprendí en el entrenamiento,
legítimamente. Pablo le dijo a Timoteo: “Retén la forma de las sanas
palabras que de mí oíste, en la fe y amor que es en Cristo Jesús.(...) Ten
cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto,
te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren” (2 Timoteo 1:13; 4:16). En
otras palabras: «guarda el depósito; lo que yo te enseñé, enseña también a
otros; retén la doctrina, no la adulteres; consérvala como la recibiste, pues
si así lo haces, estarás actuando legítimamente».
Hay algo de lo que yo tengo testimonio en mi espíritu y es que sé que
Dios no nos quiere desanimados en este tiempo, viendo las circunstancias
que nos rodean. Sabemos que cuando se sirve a la verdad, causa
indignación ver lo que está pasando en la iglesia, y que el celo de Jehová
nos consume, pero no podemos poner los ojos en eso. Cuando los setenta
discípulos llegaron contentos, y le dijeron a Jesús: “Señor, aun los
demonios se nos sujetan en tu nombre” (Lucas 10:17), el maestro le
contestó: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. He aquí os doy
potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del
enemigo, y nada os dañará. Pero no os regocijéis de que los espíritus se
os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los
cielos” (vv. 18-20). En otras palabras, no nos alegremos tanto por la
derrota del diablo, sino por el triunfo del reino de Dios. El evangelio no
son las derrotas del diablo, sino los triunfos de Cristo. Piensa en los
triunfos de Jesús, mira allá, al autor de la fe, sigue adelante, en el
entrenamiento, peleando legítimamente, caminando legítimamente,
adorando legítimamente, predicando legítimamente, haciéndolo todo
legítimamente, como lo hemos aprendido del Señor.
De hecho, si nos comportamos legítimamente, podremos pasar a la
próxima generación, intacto, lo que recibimos. Y cuando llegue el final
de la carrera de relevo, y sea a Jesús al que haya que pasarle la antorcha
encendida, Él se alegrará en su corazón al ver que ha recibido,
exactamente, lo que nos dio. Entonces dirá: «Espíritu Santo gracias.
Iglesia has sido fiel; guardaste el depósito. Ven, entra conmigo. Ya
puedes administrar cosas grandes, porque en lo pequeño fuiste fiel». ¿O
no crees que aquel día el Señor vaya a comparar lo que dio con lo que
recibió? No sé tú, pero yo quiero ser fiel, y dar lo mismo que recibí. Por
eso, quiero preservar lo mismo que los otros preservaron para mí, aun
dando sus vidas. No me importa lo que pase en este siglo, yo quiero
llegar al final.
Medita en tu corazón en esta hora, mi hermano, y te ruego como si
Dios rogara por medio mío, no mires al “vaso” ni a las circunstancias, ni
a cualquier otra cosa. Si consideras que he dicho algo que no debí decir,
perdóname a mí, pero recibe la esencia de este mensaje. No te desvíes por
un detalle, no vaya a ser que por una minucia pierdas algo mayor, como
es el depósito que Dios sacó de su corazón. Cuando Moisés metió la
mano en su seno y la sacó leprosa, la volvió entrar y la sacó limpia
(Éxodo 4:6-7). Ahí están las dos naturalezas: de la primera sale lepra,
pero la segunda sale nueva y limpia, como es el hombre nuevo, perfecto
en Cristo Jesús. Miremos de acuerdo a como Dios ve; entremos a lo
legítimo. Dios nos ha hablado, recibe la Palabra, pues yo que soy el
instrumento, por dentro estoy estremecido. Esto no lo digo para
estimularte, Dios sabe, sino que estoy recibiendo esta palabra de parte del
Señor al igual que tú, y no quiero olvidarla jamás.
Quiera Dios que mañana, si quisiera ser contencioso como siervo,
porque esté siendo provocado, que el Señor me ayude a ser amable, a no
quejarme cuando sufra. Espero que en la carrera no tenga que empujar a
otro hermano, para yo llegar primero a la meta, sino correr
legítimamente, porque todos tenemos un carril y una carrera que correr.
Dios nos facilitó un carril a cada uno, para que no tropecemos los unos
con los otros, como dice del ejército en el libro de Joel: “Ninguno
estrechará a su compañero, cada uno irá por su carrera; y aun cayendo
sobre la espada no se herirán” (Joel 2:8). Por tanto, corramos
legítimamente, y no obtengamos las cosas a fuerza de avaricia, lisonjas,
ni manipulación.
El Señor nos ayude, para no pasar al próximo segmento sin que Él haya
obrado esto en nuestro corazón. No nos cansemos de oír su Palabra; no la
menospreciemos, para que no se pierda nada de la intención santa.
Necesitamos en este tiempo, ese consejo que Dios le dio a la iglesia, a
través del apóstol, por tanto, ¡qué prevalezca lo de Dios y no lo nuestro!
Venga el reino de los cielos sobre todos nosotros, y sobre aquellos que
han de adoptar la vida del reino en su ministerio, en el nombre de Jesús.
Oro por aquellos que están en las naciones, a los que conocemos y a los
que no conocemos, pero que han abierto el corazón al reino de Dios, para
que formemos un frente unido, para que Dios pueda hacer lo que Él
quiere hacer en estos días, y podamos vivir legítimamente y en paz.
Esto es palabra profética de Jehová para la iglesia del reino de Dios que
está en las naciones. Dios te manda con autoridad a decirle a ese altar que
está en Bet-el, en la casa de Dios, instituido por el espíritu de Jeroboam:
«Altar, altar, así ha dicho Jehová, tú te vas a quebrar y tus cenizas van a
ser derramadas». Llénate en esta hora de esa palabra profética, llénate de
ese celo, porque este es un mandamiento para nosotros. Así como Dios
mandó a ese profeta, nos manda ahora a nosotros.
Después que el joven profetizó y dio la señal, el altar se rompió en dos.
Y cuando Jeroboam vio su altar destruido, lugar donde el convocaba al
pueblo, se llenó de ira. ¿Cuántos saben que los que apartan al pueblo de
Dios lo reúnen alrededor de la adoración al hombre? El altar hoy es el
culto al hombre que ha sustituido el culto a Dios. El becerro es el culto al
hombre que le dice a la iglesia: «¡Estos son los que han hecho por ti,
nosotros los ungidos, no Dios!». Jeroboam no pudo soportar su altar
quebrado, pero al ordenar que apresaran al joven, la mano que extendió
se le secó. Dios dijo: “No toquéis, dijo, a mis ungidos, Ni hagáis mal a
mis profetas” (1 Crónicas 16:22).
Cuando un hombre va en nombre de Dios, óyelo bien, el diablo y el
infierno levantarán su mano contra él, pero no prevalecerán. Te advierto
que el espíritu de Jeroboam va a levantar su mano contra ti, ministro de
Dios, así como el rey actúo en contra del joven, con autoridad, y usó su
mano (lo que nos habla de obras) en contra del mensajero. Por tanto,
cuando el espíritu de Jeroboam se sienta amenazado, y vea su altar
quebrado y las cenizas volando por el aire, hará obras contra los siervos
del Dios Altísimo. Ese espíritu se levanta contra los ungidos, de manera
personal, pero Dios dice que toda mano que se levante contra los
enviados del cielo se secará.
Luego vemos que Jeroboam tuvo que rogarle al profeta que orase por él
para que se restableciera su mano, y él oró (1 Reyes 13:6). Yo me
acuerdo de Acab, del cual dicen las Escrituras que no hubo lugar en la
tierra donde no buscó a Elías, y cuando le encontró le dijo: “¿Eres tú el
que turbas a Israel?” (1 Reyes 18:17). Pero su intención era matarle. Y el
profeta le contestó: “Yo no he turbado a Israel, sino tú y la casa de tu
padre, dejando los mandamientos de Jehová, y siguiendo a los baales”
(vv. 18). Así los siervos de Dios, óyelo bien, seremos acusados de
perturbadores, pero EL QUE PERTURBA A LA IGLESIA NO ES EL
QUE LA ACERCA A DIOS, SINO EL QUE LA ALEJA DE ÉL.
Elías se enfrentó al rey, y en vez de rematarlo, le dio una orden: Envía,
pues, ahora y congrégame a todo Israel en el monte Carmelo, y los
cuatrocientos cincuenta profetas de Baal, y los cuatrocientos profetas de
Asera, que comen de la mesa de Jezabel” (1 Reyes 18:19), porque cuando
un hombre va en nombre de Dios, y en su autoridad, el Señor respalda su
Palabra y a sus mensajeros. La autoridad que está con nosotros es más
poderosa que toda oposición del diablo, por eso, Dios nos dice a los
ministros, que no temamos a lo que nos puede hacer el hombre (Lucas
12:4; Isaías 51:7). No tengamos miedo a ninguna amenaza, tenemos un
compromiso con Dios y con Su reino de restaurar el altar. Tenemos un
llamado a volver el pueblo a Dios y derribar el altar del culto al hombre,
por eso ese profeta nos representa a nosotros.
Nota la claridad profética que tenía este hombre, los oráculos que había
en su boca, el respaldo, la señal que se cumplió de inmediato. También su
profecía fue correcta, y se cumplió trescientos años después, cuando un
hijo de David, llamado Josías, al ver los sepulcros que estaban en el
monte, envió a sacar los huesos de los sepulcros, y los quemó sobre el
altar para contaminarlo, tal y como el profeta lo había anunciado (2 Reyes
23:16). Es decir, el joven profeta tenía autoridad profética, unción y
poder, pero todo se dañó cuando desobedeció. Veamos qué ocurrió con el
profeta, después de haber orado por el rey, y que Jehová le restauró la
mano:
Creo que la enseñanza es mucha, pero hay algo que quiero enfatizar.
¿Cuántos sabrán que todo se pierde cuando se pierde la obediencia?
Ministro de Dios: CON LA UNCIÓN PODEMOS IMPRESIONAR A
LOS HOMBRES, PERO CON LA OBEDIENCIA AGRADAMOS A
DIOS. Tenemos el ejemplo de Sansón y de otros, los cuales usaron mal la
unción. El hecho de ser ungidos, en ocasiones, nos hace aparecer fuertes
delante de la vista de los hombres, pero la desobediencia nos hace débiles
delante de Dios. Un hombre puede ser muy ungido, pero si es
desobediente tarde o temprano mostrará su pie de barro, su inmadurez. La
unción no vale nada si no está respaldada de obediencia y sujeción a Dios
y a Su reino. Aunque tengamos unción, nuestro ministerio será impedido,
neutralizado e ineficaz, si carecemos de obediencia a Dios. Si queremos
ser ministros competentes contra el espíritu usurpador de Jeroboam, no
podemos apartarnos ni un ápice de la voluntad divina.
La obediencia es mejor que los sacrificios (1 Samuel 15:22), pues
SACRIFICIOS SIN OBEDIENCIA ES RITUALISMO. Hay muchos que
han caído en ritualismo en su adoración a Dios, porque su adoración es
como la de Caín: tiene belleza, tiene excelencia pero le falta sujeción,
amor, obediencia y fe en Dios. Ministro de Dios, no perdamos nuestra
eficacia en nuestro llamamiento; seamos obedientes a la voluntad del Rey
y Señor, si queremos tener poder y autoridad contra los enemigos del
reino, para restaurar a la iglesia, volviéndola a Dios. La iglesia cristiana
debe seguir, precisa y exactamente, las instrucciones de Dios, quien no
cambia su voluntad ni tampoco acepta sugerencias, sino que sigue al pie
de la letra lo que se dispuso hacer. La obediencia facilita a Dios ejecutar
lo que se ha propuesto hacer en nuestro ministerio.
¡Que triste ha sido la historia de este joven profeta! Él tuvo el poder, el
respaldo, la unción, la autoridad, la gloria de Dios manifiesta, y cuando
este hombre se marcha con la satisfacción del propósito cumplido, viene
y desobedece a Dios, cerrando con luto, acontecimientos tan gloriosos.
Me llama la atención algo muy importante, pues Dios nos habló de
cuidarnos en nuestras relaciones, y a este hombre le hicieron dos ofertas.
La primera se la hizo el rey, diciéndole: “Ven conmigo a casa, y comerás,
y yo te daré un presente” (1 Reyes 13:7). Cuidado con “trabarnos” en
relaciones que no vienen de Dios, simplemente porque veamos a una
persona con una posición o un status superior.
Josafat era un hombre de Dios y ¿sabes cómo cayó su reino y sus hijos?
Cuando se unió en pacto con la casa de Ocozías. La Biblia dice que se
“trabó” en amistad con él (2 Crónicas 20:35). ¿Cómo se traba uno en
amistad? Es como cuando un animal se traba en un lazo y se dice que
cayó en una trampa, se entrampó, se enredó. Toda relación con el reino
de los hombres es una traba para un hombre de Dios. Estos dos hombres
comenzaron una compañía para construir naves que fuesen a Tarsis a
buscar oro y mercancía para enriquecerse. Pero dice que vino Eliezer hijo
de Dodava, de Maresa, y profetizó contra Josafat, diciendo: “Por cuanto
has hecho compañía con Ocozías, Jehová destruirá tus obras” (v. 37). Las
naves se rompieron, y no pudieron ir a Tarsis, pues Jehová le acabó el
negocio, y así también hará con todo siervo suyo que haga alianza con “la
casa de Ocozías”, con “la casa de Jeroboam”, y con todos los que apartan
al pueblo de Dios, y usurpan su gloria. Los barcos (en este contexto tipo
de ministerios), serán destruidos y no irán a ningún lado, quedarán allí
también trabados.
Esa oferta puede llegar a ti, pues el espíritu del reino de los hombres
siempre está tratando de llevarnos a su casa. “Casa” significa su lugar de
morada, su cobertura, estar bajo su techo, estar bajo su gobierno.
¿Cuántas ofertas nos han hecho para que aceptemos relaciones y
coberturas que no son de Dios? Y ahí está la trampa, en ese «Yo
reconozco que tu eres de Dios, ven a mi casa y te honraré; te voy a dar lo
que mereces; voy a satisfacer tu necesidad. Únete conmigo, ven a mi
cobertura, enrédate en mi red, y yo te voy a honrar». Ya los oigo: «Tú
eres un ministro que apenas lo que tienes son setenta miembros, únete a
una organización fuerte y tú verás como vas a ser grande en la ciudad;
relaciónate con cientos de ministros para que tengas puertas abiertas y
tengas muchos púlpitos. ¿Quieres predicarles a los ministros? Pues ven,
únete conmigo, entra en la cobertura, entra bajo mi gobierno, bajo mi
autoridad». ¡Dios tenga de ellos misericordia!
Ahora, nota como el profeta respondió al rey: “Aunque me dieras la
mitad de tu casa, no iría contigo, ni comería pan ni bebería agua en este
lugar. Porque así me está ordenado por palabra de Jehová, diciendo: No
comas pan, ni bebas agua, ni regreses por el camino que fueres” (1 Reyes
13:8-9). El profeta estaba firme y claro en la instrucción que debía seguir,
algo que nos enseña que mientras él fue fiel, fue un buen testimonio para
nosotros. Así que le dijo, en otras palabras: «Con todas tus instituciones y
coberturas y todo lo que tú me ofreces, reuniones, pólizas, manuales,
tarjetas y credenciales –esto último que apela tanto a los ministros- mejor
obedezco a mi Dios». Yo he escuchado tantos ministros decirme:
«Hermano, me voy a unir a ellos, porque no tengo credencial y ellos me
la están ofreciendo, y usted sabe, sin eso no se puede hacer nada».
También supe de un ministro, bien reconocido en su localidad, al que el
concilio le negó la credencial, porque no había enviado la cuota en la
fecha indicada, y ellos exigían sin falta la cuota y el diezmo, para
mantener la credencial. Y me pregunto: ¿cuántos hay que han accedido a
entrar en la “casa” de esos movimientos con el espíritu de Jeroboam, por
una credencial, un título, un reconocimiento, por facilidades en el
ministerio, por púlpitos? Mas, el hombre de Dios dice: «Me puede dar
administrar todo lo que hay en la institución, hacerme parte de la junta o
la presidencia del comité directivo, pero mi vocación, y mi fidelidad a
Dios no tienen precio».
Los hombres de Dios no se venden ni comprometen el propósito divino
bajo ningún precio. Un hombre llamado no solo ama a Dios, sino que está
comprometido con Él y con su llamamiento, pues sabe lo que significa
que Dios haya puesto los ojos en él, al tenerlo por fiel poniéndolo en el
ministerio. Que un hombre sea tomado del pueblo, para ser apartado y
recibir la encomienda de Su propósito, es demasiada honra para
cambiarla por un plato de “lentejas” y ponerse debajo de una cobertura
enemiga de Dios. Por eso, los verdaderos “israelitas” dicen: «Dígale a
“Jeroboam”: Aunque me des lo que me des, no entraré en tu casa ni
comeré de tu pan». Podemos aplicar que comer el pan significa comer de
sus enseñanzas, como beber su agua es beber de su espíritu. El agua es
símbolo del Espíritu Santo, pero esta agua contaminada es símbolo de los
espíritus de la enseñanza y de la apostasía contra Dios. Esa agua
representa una falsa unción, la cual se parece a los que se llaman
apóstoles y no lo son, pero que hay una iglesia que los prueba y sabe que
son mentirosos (Apocalipsis 2:2).
Hay una iglesia restaurada que tiene discernimiento espiritual, y no
aprueba sin probar, y cuando prueba los haya mentirosos. Cuidado con la
falsa comida, la falsa enseñanza y la falsa unción en una cobertura que
contradice el reino de Dios. Ellos cambian el ministerio de Dios e
instituyen lo que les da la gana, en contra de lo que Dios estableció,
apartando al pueblo de la verdadera adoración.
El joven profeta dejó ver claro al rey, quién lo había enviado y a quién
él debía obedecer. Con todo, había una razón por la que Dios le dijo al
profeta: “No comas pan, ni bebas agua, ni regreses por el camino que
fueres” (1 Reyes 13:9). Jehová vomitaba de su boca lo que estaba
pasando en Bet-el, así como aborrece lo que está aconteciendo en la
iglesia hoy, ¿o no dice en Apocalipsis: “aborreces las obras de los
nicolaítas, las cuales yo también aborrezco” –Apocalipsis 2:6? Jehová
aborrece a Jezabel, y a los que se dicen ser apóstoles y no lo son. En la
Bet-el apóstata hay inmundicias, por eso Dios le dijo al profeta: «No te
contamines con la comida ni la bebida, apártate de las inmundicias; no
participes de los pecados ajenos». También Jehová le advirtió al profeta
sobre el camino. El camino hacia Bet-el en esa condición es un camino de
apostasía, de rebelión contra Dios, por eso le indicó otra ruta.
Nota que a Israel, después que cruzó el mar rojo, Jehová le prohibió
volver por ese camino, porque Él lo abrió y luego lo cerró, para que no
hubiera camino de regreso a Egipto, y ellos no pudieran devolverse
(Deuteronomio 17:16). Y a nosotros que hemos salido del Bet-el que ha
apostatado del Señor (porque todos hemos salido de esos lugares), Dios
nos dice: «Devuélvete, ni siquiera pases por ese camino; toma otro
sendero». Por tanto, ni siquiera debiéramos frecuentar esos lugares, sino
tomar otro camino. ¿Sabes cuál fue ese camino? El camino que manda
Dios, el de la obediencia. Así que si alguno pregunta acerca de ti: «¿Por
qué camino se fue?», alguien también pueda responder: «Él se fue por la
vía del reino, el camino de la obediencia a la instrucción que recibió de
Dios». Ese es el camino que Dios te encomienda, el de la absoluta
sujeción a la voluntad del Señor.
Hasta el momento, el joven profeta había actuado según lo que Jehová
le mandó, pero algo improvisto aconteció. El viejo profeta lo siguió por el
camino que tomó, hasta que lo alcanzó (1 Reyes 13:11-12). A mí me
llamó la atención que el profeta dijo a sus hijos que ensillasen el asno;
ellos se lo ensillaron, y él lo montó (1 Reyes 13:13). Y le pregunté a Dios
qué significaba eso, y él me dijo: «En este caso en particular, el asno de
este profeta representa el ministerio de los viejos profetas, aquellos
ministros que están en Bet-el, que se han aclimatado al ambiente, que
pudiendo levantar la voz para defender a la verdad, se callan, porque le
importa más la gloria del hombre que la de Dios». El burro en el lenguaje
bíblico es un animal que representa a los que no tienen entendimiento
(Isaías 1:3,4). Los ministros viejos que siguen el camino viejo, el vino
viejo de las tradiciones religiosas, de los espíritus que han cautivado a la
iglesia, adaptándose a los sistemas humanos, son profetas que antes
tenían revelación, pero ahora son mentirosos, que apartan a los hombres
de Dios; por lo cual, sus ministerios lo representa un burro y están
montados en él. Dios nos ha indicado que donde tú te montas es tu
ministerio. La zarza era insignificante y Dios moró en ella; Jesús entró en
una asno como “el rey humilde y sin corona”, pero al cielo se fue en una
nube y escoltado por los ángeles (Hechos 1:9).
Cuántos viejos ministros, acondicionados y comprometidos con el
sistema apóstata de la iglesia, están ensillando sus ministerios, para ir por
el camino donde va el profeta de Dios, a tratar de desviarlo del propósito
santo. Cuídate de esos viejos profetas, los cuales representan las
tradiciones, los ritos, los manuales, las pólizas, el vino viejo, las formas
humanas, el culto a los hombres, y el intelectualismo (el espíritu de
Grecia). También ellos representan al espíritu de Babilonia, el cual
cambia la dieta espiritual, y levanta la imagen del hombre, y obligan a los
siervos de Dios que le adoren, o los amenazan con echarlos a los leones.
Continuando con el relato, vemos que el viejo profeta halló al joven
sentado debajo de una encina (1 Reyes 13: 14). El Señor llamó mi
atención en la actitud del hombre de Dios, a quien encontramos ahora
sentado, descansando a la sombra de un árbol. Es decir que no estaba
activo, sino que hizo una pausa en el camino para descansar, y relajarse.
Estaba como David en aquella tarde, cuando se paseaba sobre el terrado
de la casa real; y vio desde allá a una hermosa mujer que se estaba
bañando y por estar de ocioso, ya sabemos lo que sucedió, y en vez de
estar peleando junto a su ejército, pecó (2 Samuel 11:2, 4-17). Pero este
joven, estaba bajo una encina, meditando, descansando, cuando vino el
engaño del viejo profeta, Él no estaba caminando, sino que se había
detenido en el camino de la obediencia. Dios le había dicho en otras
palabras «Muévete, rápido, sal corriendo de ahí», pues si no puede comer,
ni beber agua, ni regresar por el mismo camino, no es difícil deducir que
tampoco podía detenerse. Por tanto, tristemente, el hombre no siguió al
pie de la letra toda la instrucción.
El camino de la obediencia no es para descansar, sino para seguirlo
hasta llegar a Su perfecta voluntad. El joven fue engañado en el lugar
donde él estaba recreándose, paralizado, posiblemente en ociosidad.
¡Abre los ojos y toma consejo! Fíjate que el que sembró cizaña en el
campo esperó que todos estuvieran dormidos (Mateo 13:25). ¡Cuídate
ministro de Dios! Que en la carrera que llevas en tu ministerio, no te
detengas debajo de ningún árbol; Dios te mandó a que corras por el
camino de la obediencia, sigue corriendo.
“Ven conmigo a casa, y come pan” (1 Reyes 13:15), le propuso el viejo
profeta al joven. Los ministros compañeros donde estábamos antes, nos
llaman y nos invitan, y dicen: «Vuelve con nosotros, participa con
nosotros», pero te voy a compartir -pues quiero ser fiel- exactamente, con
las palabras textuales que Dios usó cuando me aplicó este mensaje. Este
profeta viejo, que desvió al profeta nuevo, representa a los ministros que
usan su reputación y su experiencia para convencerlos de que deben
seguirlos a ellos, pero su experiencia y su reputación no son más que
mañas antiguas, métodos trillados y formas repetidas (tradición y
religión) que no tienen ninguna eficacia en la vida del reino. El viejo
profeta le dijo al joven profeta, mintiendo: “Yo también soy profeta como
tú, y un ángel me ha hablado por palabra de Jehová, diciendo: Tráele
contigo a tu casa, para que coma pan y beba agua” (1 Reyes 13:18). Una
de las características que se destacan en los profetas viejos -que
representan a aquellos que les sirven a los sistemas eclesiásticos- es que
comprometen el llamamiento por un salario, haciéndose mercenarios
asalariados y no ministros de Dios. Éstos prefieren servirle a un sistema,
aplacando sus conciencias, que ser fieles al Dios que los llamó. Estos
ministros viven siempre invitando a los hombres de Dios, con una falsa
revelación, diciendo que Dios les habló.
Ya vimos que “casa” representa una cobertura, por lo que aplicamos
que este hombre estaba dándole una orden al joven profeta, como de parte
de Dios, de que entrara bajo su cobertura, para que coma pan y bebiera
agua. Entonces vemos cómo el joven volvió con él e hizo lo que el viejo
profeta le había dicho, lo que en otras palabras se puede interpretar como
que se unió a su ministerio -entró a su casa-, recibió de su enseñanza, de
su ministración -comió pan- y recibió de su unción -bebió agua- (1 Reyes
13: 19). Ahora, ¿qué pudo recibir este joven profeta de un ministro
mentiroso? ¿Qué pudo comer de su mesa? ¿Qué pudo beber bajo su
techo? ¡Cuántos ministros del reino de Dios están caminando bien y se
meten bajo el techo de los zorros viejos, para comer su comida y beber su
bebida, y después terminan matados por un león, como terminó aquel
joven que era boca de Dios (1 Reyes 13:24)!
La Biblia habla de un león que anda rugiente buscando a quien devorar,
y el viejo profeta le sirve a ese león. Cuidado con las coberturas de viejos
mentirosos, cuya experiencia son trucos ministeriales antiguos y cuya
autoridad torcida es basada en los años de servicios y en la mentira de
que Dios les habló. Ese es el truco de muchas organizaciones
eclesiásticas, que usan el instrumento de la seducción para apartar a los
hombres de la visión del reino de Dios. Este viejo, farsante y
embaucador, vivía en Bet-el y era testigo de los horrores de la apostasía,
y de ningún modo levantó su voz profética para exhortar ni combatir el
pecado; en ningún tiempo hizo algo para enderezar el camino torcido del
reino del norte. Pero cuando sus hijos le contaron todo lo que Dios había
hecho a través de ese joven, posiblemente sintió envidia, celo y
vergüenza y se consideró retado. Así hay muchos ministros que se han
adaptado a los sistemas antiguos por interés y conveniencia, y nunca
levantan sus voces, mas cuando ven a alguien que le sirve al reino de
Dios con integridad, tratan de acallarlos o desviarlos, para que los dos
estén iguales.
El viejo profeta al ver a uno que supo ser fiel a Dios quiso buscar
parentesco y relación con él, a tal punto que al morir dejó establecido que
lo enterrasen con el joven, para descansar los dos en el mismo hoyo (1
Reyes 13:31). Por tanto, te advierto que si oyes los trucos de los viejos
profetas mentirosos (que dicen que Dios les ha hablado, pero no saben
levantar la voz contra la inmoralidad, contra la apostasía y contra el reino
que está contra Dios), no solamente te va a comer el león, sino que vas a
ser enterrado con él, pues irán los dos al mismo agujero.
Ministro de Dios, cuídate que nadie te cambie el mensaje, porque la
estratagema del profeta viejo es tratar de cambiarte la instrucción,
modificarte la enseñanza y variarte el mandato divino. Jehová el Dios de
Israel te hizo su ministro, y te dio la dulzura para que los hombres se
acerquen a ti, por lo que entiendo que para ser fiel al llamamiento hay que
pagar un precio muy elevado. Mas, la unción santa está en ti, úsala para el
reino de Dios. Jehová tiene un camino para ti y es el camino del reino y te
dice: «Cuídate de los profetas viejos, tus antiguos amigos, los cuales
pretenderán apartarte del camino que Jehová Dios ha trazado para ti, tu
casa, tu iglesia y tu ministerio». El apóstol Pablo decía: “Mas si aun
nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del
que os hemos anunciado, sea anatema” (Gálatas 1:8). ¡Nadie nos va a
cambiar el mensaje de Dios! No importa que tenga apariencia de profeta,
no importa que venga con unción falsa, no importa que diga que Dios le
habló, no nos apartemos de la primera instrucción.
Ese joven vio un altar quebrarse y la ceniza derramarse; también
presenció cuando se secó la mano del que se levantó contra él y vio como
por su boca, Dios se la restauró, ¿cómo entonces pudo creer a una tonta
mentira? ¿Dónde está nuestra convicción del reino de Dios? La Palabra
dice: “Mas el justo vivirá por fe; Y si retrocediere, no agradará a mi
alma” (Hebreos 10:38). El camino del reino no es para retroceder “el
reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan” (Mateo
11:12). El Dios del cielo nos llamó como ministros y nos eligió de en
medio de todos esos ministros viejos y de todo lo que ellos representan,
para poner en nosotros su confianza, así que no vayamos a fallarle al que
nos honró. Cuando un hombre ha visto a Dios, y recibe una instrucción
divina, no debe cambiarla, no importa que el diablo se vista de ángel de
luz, para tratar de apartarlo del camino.
El ministerio cristiano no es una carrera de velocidad, sino de
resistencia: “el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Marcos
13:13). La mujer de Lot miró atrás y se convirtió en una estatua de sal
(Génesis 19:26), el joven profeta dejó el camino por donde iba, y se
convirtió en comida de león (1 Reyes 13:24). Pablo le dijo a los Gálatas:
“¡Oh gálatas insensatos! ¿Quién os fascinó para no obedecer a la verdad,
a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre
vosotros como crucificado? Esto solo quiero saber de vosotros:
¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe? ¿Tan
necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar
por la carne?” (Gálatas 3:1-3). Necio es el que deja el camino de Dios.
Óyelo bien, podemos durar cuarenta años en el ministerio, caminando
bien, pero si te desvías pierdes la honra de Dios, no importa cuántas cosas
tú hayas hecho correctamente en el servicio. Lo importante no es hacer
muchas cosas bien, sino hacer bien la instrucción que se recibió de Dios.
La Palabra dice: “con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio
que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia
de Dios” (Hechos 20:24). El fin es terminar la carrera, no tan solo
correrla; es llegar hasta el fin, no recorrer solo un tramo; es correr hasta
alcanzarlo. Cuídate que nadie te cambie el mensaje. No fui yo el que te
enseñó el reino, ni el predicador que visitó a tu iglesia, sino el mismo
Dios (Juan 6:45). El reino no es un dogma religioso que se enseña con
una instrucción humana, el reino de Dios se recibe por revelación, aunque
Dios use un vaso para instruirte. Conozco ministros que tienen años
predicando el reino de Dios, pero si les preguntaras cuántos lo han
recibido, te dirán «solamente unos pocos, muy pocos», así que “… no
depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene
misericordia” (Romanos 9:16). Y si Dios te ha llamado a ti y te ha abierto
el entendimiento, entonces sé obediente al que te llamó.
No dejemos este camino de vida por uno que nosotros mismos ya
hemos rechazado. El joven profeta dejó el otro camino, pero tú y yo ya
dejamos aquel camino, ahora andamos por la senda de la obediencia del
reino, ¿por qué volver al camino que ya hemos recorrido? Cuando el
hombre se devolvió, ya estaba en Bet-el otra vez, ya estaba en la
apostasía, para meterse bajo un régimen de letras, dejando al del Espíritu
(Romanos 7:6). Tú ministro, que por gracia de Dios estás leyendo este
libro, haz el compromiso de ser fiel a Dios que te llamó, de no cambiar el
mensaje, de no dejar el camino. Ve ahora, delante de la presencia de
Dios, búscale en oración y haz un voto de lealtad a Él y a Su reino,
confesándolo con tu boca. Pero no hagas un voto a la ligera, sino de
convicción. Dejemos de aclimatarnos a los viejos sistemas y alianzas, y
seamos los profetas fieles que el Señor ha enviado a la iglesia a
restaurarla.
¿A quién oye Dios? Al que siente como él, al que le interesa lo de él, al
que le importa su corazón. En otras palabras: «Te preocupa lo mío, pues a
mí me preocupa lo tuyo; me oyes, te oigo; te humillas, yo te levanto». Esa
es la correcta actitud frente a la amonestación y Palabra de Dios. Cuando
somos confrontados con la verdad, porque apareció el libro, asumamos
primeramente responsabilidad; segundo, humillemos nuestro corazón; y
tercero, consultemos a Jehová. En la narración de 2 Reyes, refiriéndose a
este hecho, el escritor usa la palabra ternura, cuando dice: “y tu corazón
se enterneció, y te humillaste delante de Jehová” (2 Reyes 22:19), una
expresión todavía más profunda, la cual nos revela a un corazón que se
suavizó, que se debilitó, que se afinó a las palabras que Dios había
hablado sobre ese lugar. ¡Ay mi hermano! Necesitamos el corazón de
Dios para conmovernos y para enternecernos frente a lo que es de Dios.
Después de esto, vemos como Josías recibe la instrucción y comienza a
tomar medidas (2 Crónicas 34: 28). ¿Qué hizo el rey? Reunió a los
príncipes, a los que estaban en autoridad, a los ancianos, a los sacerdotes,
a los levitas y a todo el pueblo, desde el mayor hasta el más pequeño, no
se quedó uno que no convocara para escuchar la lectura del libro, acerca
de lo que Jehová había dicho y haría (v. 29-30). Y no conforme con eso,
él hizo pacto y obligó a todo el pueblo a actuar conforme al mismo (vv.
31-32). Luego, limpió y destruyó todas las abominaciones de su tierra e
hizo que todos le sirvieran a Dios de acuerdo a como Él lo había
establecido en el libro. Pero además, cuidaba que no se apartaran del
libro, porque era lo que los preservaría, y los mantendrían en pacto con el
Dios de Israel (v. 33). Josías no se quedó con los brazos cruzados, en un
idealismo, llorando y frustrado, sino que dijo: «El libro apareció para que
andemos conforme a lo escrito; así que vamos a arreglar todo de acuerdo
a la Palabra de Dios. Es bueno confesar, y reconocer, pero también
actuar».
Es notable que tanto en 2 de Reyes como en 2 Crónicas, en la narración
de este incidente del hallazgo del libro, diga que Josías comenzó a
hacerlo todo en conformidad a lo que decía el libro. Tanto es el énfasis,
que el Señor me dio un mensaje, el cual titulamos: “Como, Según y
Conforme”, basando la enseñanza en la repetición de estas tres palabras
que, en forma de estribillo, se repiten en estos capítulos. Josías todo lo
que realizó en su reforma, lo hizo “conforme al libro”, “según el libro” y
“como estaba escrito en el libro”. Solo hay una manera de regresar al
camino, y es yendo al lugar donde lo perdimos. ¿Acaso no es lo que
hacemos cuando nos perdemos en una ruta, o nos pasamos de la salida en
la autopista? Regresamos al punto de partida. Pues, eso es lo que logra el
libro, volvernos al camino, porque tiene la instrucción de Dios. Tomemos
esta aplicación y veámosla a la luz del Nuevo Testamento, en un pasaje
muy conocido de nosotros:
¿Por qué el siervo de Dios les aconsejó que a esos profetas no les
oyeran? Porque los llevarían a los ídolos y no a Dios. No importa que el
mensaje tenga unción y mucha revelación, el asunto es si su predicación
me conduce a más inspiración y a más y más temor de Dios. Yo veo el
ejemplo de Pablo, el hombre de más revelación de la iglesia primitiva,
que incluso fue llevado al tercer cielo, instruyendo a la iglesia a celebrar
la santa cena levantando los emblemas del principio. Esto es extraño
porque la tendencia humana es que cuando una persona ha crecido
mucho, el crecimiento se le sube a la cabeza y su corazón se llena de
orgullo y altivez. Por eso, Dios le puso un aguijón en su carne (2
Corintios 12:7), para que se mantenga de acuerdo al libro.
¿Para qué ser tan originales? Volvamos al libro, incrustémonos en él.
La tendencia es ser cristiano, pero también ser parte de algo novedoso,
diferente, tomar partido en algo más. Sin embargo, lo esencial de un
cristiano es parecerse a Dios, porque apegado a Él siempre será nuevo e
incomparable. ¡Eso es algo elemental que enseña la Palabra! ¿Por qué el
Señor, cuando se le apareció a Pablo camino a Damasco [de manera tan
sobrenatural que lo cegó] no le dio esa gran revelación en ese momento?
El Señor le dijo: “Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes
hacer” (Hechos 9:6). Y el apóstol, ahora ciego, se fue allá y oró y ayunó
hasta el tercer día –no antes- que el Señor le mostró en visión a Ananías,
por medio a la imposición de sus manos recibiría la vista (v. 12). Y
cuando el Señor se le apareció en visión a su discípulo Ananías, y él le
obedeció y oró por Saulo para que recobrara la vista y sea lleno del
Espíritu Santo (v. 17), dice la Palabra que de sus ojos cayeron como
escamas y recibió la vista (18). Las escamas representaban todo lo que
era el judaísmo en la vida de este hombre, perseguidor de la iglesia. Pablo
pudo decir: «¡Ah, Dios se me ha aparecido, y me ha dado algo
sobrenatural! Tengo que empezar a testificar en todo Jerusalén y en las
naciones lo que he recibido». Pero Pablo ahora era miembro del cuerpo
del Señor, y pertenecía a su iglesia, por tanto, había ministros en
Damasco, autoridades espirituales de ese organismo vivo que tenían el
mismo depósito y él debía coordinarse con ellos.
Entendamos el corazón de Dios y cómo se revela en su Palabra. Nota
que el Señor usa a uno de sus discípulos -ni quiera uno de los doce- para
que vaya a instruir a Pablo y a unirlo con la iglesia del lugar (Hechos
9:19). Y el apóstol, a pesar de su juventud, asimiló de inmediato como se
actúa en el reino de Dios. Por eso, cuando él testifica que subió al tercer
cielo y fue llevado al paraíso, donde escuchó cosas inefables y gloriosas
que no puede el hombre expresar, acudió a los apóstoles y les expuso en
privado lo que recibió, y ellos, reconociendo la gracia que le había dado
Dios, le dieron la diestra de compañerismo (2 Corintios 12:2,4; Gálatas
2:2, 9). ¿Hubieras hecho tú lo mismo, después de una experiencia tan
gloriosa? Alguien que no tenga su estatura, en su lugar hubiese dicho: «A
qué voy yo a consultarle esto a Pedro, un pescador ignorante que ni
siquiera cerca ha estado de Gamaliel, ni mucho menos a Santiago o a
Juan, hombres sin estudio, remendones de redes a los cuales no les cabrá
en sus cabezas que un hombre haya llegado al tercer cielo». Pero no,
Pablo dijo: «Ellos son los ancianos, considerados columnas de la iglesia,
a los que se les encomendó la palabra, iré allá a exponerles la visión que
Dios me ha confiado».
Nota cómo al final de cada uno de sus viajes alrededor del mundo,
Pablo pasaba por Jerusalén y daba cuenta a los apóstoles, igualmente a su
congregación local, Antioquía, pues esta fue la iglesia que lo apartó y lo
envió a las naciones (Hechos 13:2, 3), porque Pablo entendía lo que era
mayordomía, lo que era estar bajo autoridad. Él entendía que no era
cuestión de «yo soy el apóstol, a mí es que todos debieran darme cuenta»,
sino que en el cuerpo de Cristo todos estamos sujetos los unos a los otros.
Así que Pablo daba cuenta a las iglesias, porque él seguía la instrucción
de apegarse al cuerpo, adherirse a la palabra, consolidarse donde está el
depósito, unirse a sus hermanos, a los que tienen su misma creencia, su
mismo espíritu, aquellos que como él, hablan la misma cosa, porque eso
preserva y mantiene en el Camino.
A mí me ministra profusamente lo que le dijeron los hermanos de la
iglesia de Jerusalén a Pablo, pues a parte de reconocer la gracia que Dios
le había dado, y darle la diestra en señal de compañerismo, para que fuese
a los gentiles, y ellos a la circuncisión, el apóstol dice que le dijeron:
“Solamente nos pidieron que nos acordásemos de los pobres; lo cual
también procuré con diligencia hacer” (Gálatas 2:9). En otras palabras:
«Pablo, eso que nos has compartido viene del cielo y es exactamente lo
que Dios nos ha revelado, solamente que has tenido la gracia de recibirla
de manera más poderosa y profunda. Él te llevó a sus alturas, hasta el
tercer cielo, pero a nosotros antes de irse nos dijo que cuidáramos de los
pobres, así que administra bien tus revelaciones, pero acuérdate de los
necesitados de la tierra. Cuida de ellos, no te olvides». Respecto a este
consejo, Pablo dijo: “lo cual también procuré con diligencia hacer”
(Gálatas 2:10), así que estuvo atento para recoger ofrendas para los santos
necesitados de muchos lugares. ¿Por qué hacía eso? Porque aunque
experimentó el grado más elevado de la vida en el Espíritu, no podía
olvidarse el sentido práctico. El propósito es llevarnos al cielo, pero no
debemos desconocer que estamos en la tierra. El Señor Jesús se
compadecía de los pobres, de los enfermos; se entristecía al ver la
multitud, desamparada y dispersa, como ovejas sin pastor. Cuando les
seguían a Él no le pasaba desapercibido, luego de tres días, que no tenían
qué comer, y procuraba alimentarlos. Y, antes de irse, nos encomendó en
el libro, incluso, a las viudas y a los huérfanos (Mateo 14:14; 9:36;
Marcos 8:2; Mateo 25:35; Santiago 1:27).
La iglesia es un cuerpo, formado por miembros, por lo cual no existe
iglesia independiente. Puede que haya muchas no afiliadas, en el sentido
de organización, pero nunca autónomas, pues ¡somos un cuerpo! Si tú
eres una célula de ese cuerpo no puedes estar fuera del mismo, porque te
mueres. Por eso, el libro dice que somos miembros los unos de los otros
(Efesios 4:25). No importa el nombre de tu iglesia o denominación, pues
somos uno delante de Dios. Aquí abajo hemos vivido fragmentados por
veinte siglos, pero el Padre nos ve a todos iguales. Así como cuando los
hijos se pelean, y uno no quiere estar cerca del otro, o que la esposa de
éste no se lleva con la de aquél, y que si el tío no quiero que su hijo se
junte con el sobrino, porque es una mala influencia. Pero el padre, como
los ama, media por todos. Luego, el día de alguna fecha especial, los
reúne para fortalecer la unidad familiar. Lo mismo hace el Señor con
nosotros, cuando nos ve peleando por teologías, metidos en énfasis; o que
cuando uno llega el otro se va, o que si sabe que alguno está invitado a
algún lugar mejor no asiste, etc. Por eso, Él dejó este ruego en el libro:
La frase con la que iniciamos esta sección es una figura que usó el
apóstol Pablo para hablar del uso del don de lenguas en los servicios, y en
las asambleas públicas de la iglesia. Pablo, con sabiduría, les explicó que
los instrumentos musicales transmiten diferentes notas y acordes, sin
embargo, cada sonido emitido se realiza en observancia, en dependencia,
para enviar un mensaje musical en consonancia, que guarde las reglas de
la armonía. En la música, la regla a seguir es la combinación del sonido y
el tiempo, para producir una melodía cuya estructura unitaria, al ser
percibida por el que escucha, le sea dulce y agradable al oído. El apóstol
Pablo toma esta ilustración para decir, que si hablamos en lenguas, pero
sin revelación, ciencia, profecía o doctrina, de nada aprovechará, sino que
será como metal que resuena, o címbalos que retiñe; un ruido y nada más
(1 Corintios 14:6; 13:1). No obstante, Pablo connota que cada sonido que
da la trompeta comunica algo.
Jehová instruyó a Moisés lo siguiente: “Hazte dos trompetas de plata;
de obra de martillo las harás, las cuales te servirán para convocar la
congregación, y para hacer mover los campamentos” (Números 10:1 – 2).
Es decir que las trompetas, primeramente, eran utilizadas para convocar y
movilizar el campamento. También dice: “Y cuando las tocaren, toda la
congregación se reunirá ante ti a la puerta del tabernáculo de reunión”
(Números 10:3). Quiere decir que cuando sonaban las dos trompetas, se
estaba enviando una instrucción, un mensaje, una convocación. Veámoslo
a continuación:
Es decir, cuando sonaban las dos trompetas el pueblo era convocado (v.
3); cuando sonaba una sola trompeta se llamaba a los príncipes y a los
jefes de los millares de Israel (v. 4); si el sonido era de alarma era una
señal para mover solo los campamentos de los que estaban acampados al
oriente (v. 5); pero si sonaba una segunda vez era para movilizar los
campamentos de los que estaban acampados al sur (v. 6); se daría sonido
de alarma solo para partir (v. 7); asimismo, se sonaría alarma para ir a la
guerra, pero también se tocarían las trompetas en las fiestas solemnes y
en momentos de alegría (vv. 8-10).
El salmista dijo que al principio del mes séptimo, cuando se celebraba
la fiesta de los tabernáculos, se tocará “la trompeta en la nueva luna, En
el día señalado, en el día de nuestra fiesta solemne. Porque estatuto es de
Israel, Ordenanza del Dios de Jacob” (Salmos 81: 3–4). El día señalado
era el día en que la luna estaba nueva, lo cual marcaba el día de su
festividad. Por tanto, era importante dar la nota correcta, emitir el sonido
de la ocasión, para que no hubiese confusión y cada uno pudiera
prepararse para lo que seguía. Algo interesante es saber que Dios también
oiría los sonidos de las trompetas para favorecerles y bendecirles.
Ahora, identificar el sonido de las trompetas era algo fundamental,
pues si la trompeta daba un sonido incierto, ¿quién se prepararía para la
batalla? Nota como Jeremías, conmovido en el éxtasis de sus visiones
proféticas, deliraba por la inminente venida de Nabucodonosor rey de
Babilonia, y anunciando el ineludible cautiverio del pueblo de Judá,
exclamaba: “¡Mis entrañas, mis entrañas! Me duelen las fibras de mi
corazón; mi corazón se agita dentro de mí; no callaré; porque sonido de
trompeta has oído, oh alma mía, pregón de guerra. Quebrantamiento
sobre quebrantamiento es anunciado; porque toda la tierra es destruida;
de repente son destruidas mis tiendas, en un momento mis cortinas.
¿Hasta cuándo he de ver bandera, he de oír sonido de trompeta?”
(Jeremías 4:19-21). El profeta distinguía el sonido de las trompetas, y se
conmovía al escuchar la alarma de guerra, la invasión de los enemigos.
Luego, él escribe en el libro de Lamentaciones lo que le ocurrió a la hija
de su pueblo; y como un arcángel lloró el castigo de Dios sobre Sion, la
ciudad del gran Rey; y gime por lo que le pasó a la casa de David, por el
pecado de Manasés.
De hecho, el profeta Jeremías no gemía porque era un alarmista o un
emocional, sino porque al escuchar la alarma sabía lo que se avecinaba.
Meditemos en ello un momento y pensemos cuál sería el resultado si los
enemigos tomaran a un pueblo desapercibido, cada quien haciendo lo
suyo: los niños jugando, las madres en sus afanes, los hombres: algunos
durmiendo la siesta, otros tomando un baño o algunos volviendo de sus
trabajos. Las ciudades antiguas estaban rodeadas de un muro o muralla,
donde sobre sus torres había centinelas y atalayas que estaban vigilando
todo lo que salía o entraba a la ciudad. El atalaya miraba y anunciaba, a
grandes voces, lo que veía, o tocaba la trompeta en caso de que fuese un
enemigo que se aproximara (Isaías 52:8; Ezequiel 33:6).
Recordemos lo que sucedió con aquel que venía corriendo a darle el
mensaje a David cuando murió su hijo Absalón. El rey se había sentado
en medio de las dos puertas, esperando las noticias, mientras el atalaya le
informaba quién se aproximaba, y le decía: «Veo a alguien que viene solo
o veo a alguien que viene corriendo y su correr se parece a tal persona (2
Samuel 18:24-28; 2 Reyes 9:20)», David respondía “Si viene solo,
buenas nuevas trae” o “Éste también es mensajero” , “Ése es hombre de
bien, y viene con buenas nuevas” (2 Samuel 18:25, 26). Igualmente
cuando ellos veían las banderas o veían el polvo que se levantaba, sabían
si eran dos o tres o era una tropa que se aproximaba (2 Reyes 9:27).
También podían ver, por la impetuosidad, si venían en pos de guerra o
venían en paz, y ¿qué hacían? Tocaban la trompeta y el pueblo se
apercibía para la batalla. Qué tal que esos atalayas fueran tan optimistas
que dijeran: « ¡Ah! Ellos vienen, pero no van a llegar acá; yo tengo fe, en
el nombre de Jesús, que ya están vencidos los enemigos, el Señor los va a
paralizar allá», en lugar de dar el sonido de trompeta que alerte al pueblo
y a la ayuda de Dios.
¿Qué crees que le pasará a una ciudad asediada por sus enemigos, si
todos sus ciudadanos están en sus menesteres, ocupados en sus asuntos
personales? Cuando sonaba la trompeta con alarma de guerra había
instrucciones y cosas que hacer. En la actualidad, con la perenne amenaza
terrorista, en la ciudad de Nueva York se hacen simulacros, y en
ocasiones se moviliza toda una ciudad, bomberos, policías, ambulancias,
etc., para simular situaciones de emergencias y aprender qué hacer si se
enfrentan a una realidad similar. Por ejemplo, ¿qué haces tú cuando vas
en tu automóvil por la carretera y escuchas la alarma de la ambulancia de
un hospital, del camión de bomberos, o la patrulla policial? Disminuyes
la velocidad y te echas a un lado del camino, porque ya sabes qué tienes
que hacer cuando oyes ese tipo de sonido. Ellos con su alarma te están
enviando un mensaje: «Hazte a un lado, llevo prisa, hay una emergencia
y no puedo detenerme, necesito llegar». Hay personas que se turban
cuando escuchan la sirena y no saben qué hacer y han ocasionado
accidentes, porque se quedan en el medio. Por eso, en situaciones de
emergencia también se usan agentes de tráfico para que ordenen las vías
y se les dé paso a los vehículos que llevan la muy esperada ayuda. Pues
así sucedía en las ciudades antiguas, donde era una responsabilidad de los
centinelas dar el sonido de alerta.
¿Qué sucedería si en lugar de dar sonido de alarma, el atalaya diera el
sonido de fiesta, porque se levantó contento o porque piensa que el
sonido es más bonito y menos estrepitoso? Te imaginas que el atalaya
diga: «Mi Dios, por ahí vienen esos caldeos a quienes les tenemos tanto
miedo por ser tan belicosos y sanguinarios… Mejor yo, en vez de tocar la
trompeta, con esa alarma tan ruidosa, toco la flauta, porque el sonido es
más suave y así el pueblo estará más calmadito y podrá encontrar las
armas para la batalla de forma menos atolondrada». ¡No quiero ni pensar
qué pasará con ellos! Por tanto, es responsabilidad del centinela dar el
sonido que corresponde en el momento preciso; no puede equivocarse,
debe ser firme y exacto: si es guerra, de guerra, si es de convocación, de
convocación.
Sin embargo, en la Palabra también encontramos otro tipo de alarma,
cuyo sonido considero muy extraño, y espero que tú nunca toques esa
trompeta, porque es la trompeta de los hipócritas. Mira lo que nos
advirtió el Señor: “Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los
hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa
de vuestro Padre que está en los cielos. Cuando, pues, des limosna, no
hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las
sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os
digo que ya tienen su recompensa” (Mateo 6:1-2). ¿Has oído alguna vez
el sonido de esa trompeta? Esa trompeta no es de metal, sino el sonido de
los hipócritas que sirven al ojo para ser vistos de los hombres, y el que es
espiritual distingue ese sonido. Ellos dicen: «Hermanos, para la gloria de
Dios, ayer me pasé el día entero visitando los enfermos, gloria a su
nombre. El otro día cancelé una importante cita que tenía y preferí -para
la honra y gloria de nuestro Señor- irme a la casa del ancianito fulano que
estaba enfermo y le cociné, le lavé y le limpié la casa». Pero el Señor dice
que cuando tú hagas algo que no sepa tu izquierda lo que hace la derecha,
porque si tú lo haces y eres alabado por los hombres por tu generosidad,
esa es tu recompensa (Mateo 6:3-5). Por tanto, cuando esos hombres se
mueran se acabó tu alabanza y reconocimiento, pero si es Dios que toca
la trompeta por ti en el cielo, grande será tu galardón, y eterno.
En el libro de Apocalipsis, por otra parte, podemos ver que después del
sonido de la trompeta se oyen voces y se ven escenas, y revelación de
sucesos futuros: “Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás
de mí una gran voz como de trompeta, que decía: Yo soy el Alfa y la
Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a
las siete iglesias que están en Asia: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira,
Sardis, Filadelfia y Laodicea. Y me volví para ver la voz que hablaba
conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los siete
candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que
llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Su
cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus
ojos como llama de fuego” (Apocalipsis 1:10-14). Es decir, Juan estaba
en el Espíritu, allí temblando, reverberando, cuando en medio de ese
trance santo oyó una voz detrás de él como de trompeta. Esa voz
aerófana, cuyo aire no solo vibraba, sino que hacía temblar todo el lugar,
por su tono agudo y sostenido, declaraba que era la persona divina y le
daba una instrucción. Pienso que Juan nunca olvidaría el sonido de
aquellas palabras que estremecían su fuero interno, pues al voltearse y ver
al que hablaba, vio al Señor glorificado. Era un sonido diferente, que
poseía ciertas características tonales tan peculiares y graves que lo hacían
único. Cada mensaje de Dios tiene su propio sonido, especial y distintivo,
al que luego le sigue una gran visión.
Juan vio escenas que se sucedían unas tras otras en la gran visión, las
cuales eran representaciones visuales de acontecimientos futuros. Sin
embargo, me llama la atención el que Dios anuncia estos siete mensajes a
través de sonidos de trompetas. Por ejemplo, cuando una persona no
puede hablar, ya sea porque es sorda-muda, no emite sonidos para poder
comunicarse, sino que usa un lenguaje dactilológico, icónico o signado,
para con las manos hacer señas, gestos, toques o indicación de objetos, y
hacerse entender. Este lenguaje es visual, cuyas imágenes sustituyen el
sonido. Pero aquí las siete trompetas son el preámbulo del anuncio de lo
que acontecería. En vez de decir: «Esto va a acontecer; va a suceder
aquello», las imágenes muestran el hecho en sí. Pero, ¿por qué una
trompeta precede a estos mensajes? Veamos cómo Juan describió los
mismos:
EL LLAMAMIENTO ES CONFORME A SU
HONRA
“… prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de
Dios en Cristo Jesús”
–Filipenses 3:14
El profeta contrasta que de la manera en que son más altos los cielos
que la tierra, así son los caminos de Dios, más altos que nuestros
caminos, y sus pensamientos más que los nuestros. También, les advierte
al hombre ateo e incrédulo que deje su camino, y al hombre malo y
perverso sus pensamientos y que se vuelvan a Jehová, Porque los
pensamientos de Dios no son como los de ellos, ni sus caminos como los
de Él. Nota que no solamente es un asunto de ubicación -más alto o más
bajo-, sino una definición de carácter o naturaleza. Los caminos y los
pensamientos de los que están abajo, en la tierra, son inicuos, pero los
pensamientos y los caminos del que está arriba, en lo alto, son santos y
puros. Dios no solo mora en “la altura”, sino también en “la santidad”
(Isaías 57:15). Él no solo es el Alto y Sublime y el que habita en la
eternidad, sino que su nombre es “el Santo” (v. 15).
Realmente, todo lo que proviene de Dios es supremo, y está “por
encima”. Refiriéndose al Señor Jesús, Juan el bautista dijo: “El que de
arriba viene, es sobre todos; el que es de la tierra, es terrenal, y cosas
terrenales habla; el que viene del cielo, es sobre todos” (Juan 3:31). Por
tanto, el llamamiento que hemos recibido de Dios debe ser realizado y
administrado en conformidad con la honra de Su procedencia. Así como
Dios es supremo, de la misma manera es su llamamiento y todo lo que
procede de Él. Por lo cual, todo ministro que conoce a Dios y le teme,
sabrá diferenciar entre lo santo y lo profano, entre lo terrenal y lo
celestial. Cuando administramos el supremo llamamiento como si fuera
algo común, es por una de dos razones: Primera, porque ignoramos quién
es Dios; o segunda, porque menospreciamos el don celestial. Después del
regalo de la salvación en Cristo Jesús, no hay otro don dado por Dios a
los hombres que sea más valioso y honroso que el llamado al ministerio.
La honra de la virgen es su virginidad (2 Corintios 11:2), y la honra de un
ministro es su llamamiento celestial (1 Samuel 2:27-35).
Cuando un ministro es ordenado o consagrado al ministerio, recibe de
parte de Dios, mediante la imposición de las manos del presbiterio, tres
cosas muy santas: delegación, autorización e impartición. 1) Delegación
para ir en nombre del Señor, pues a través de ésta se nos encomienda la
realización del propósito; 2) Autorización para llevar a cabo con
aprobación divina todas las funciones ministeriales; y 3) Impartición, a
través de la cual recibimos la dignidad de la investidura celestial
(Números 27:18-20), que son la unción (1 Samuel 16:13) y los dones
necesarios para hacer la obra del ministerio (1 Timoteo 4:14,15). La
manera cómo entendamos la gracia de esta condescendencia y el valor y
el precio de estos dones encomendados a nosotros, determinará el grado
de honra con el cual los administraremos para Dios.
Cuando decidimos honrar a Dios como es digno de Él y administrar lo
Suyo conforme a Su dignidad y carácter, entonces, en la delegación
representaremos Su nombre con el testimonio de sus atributos santos
(Efesios 4:1-3); Su autorización la realizaremos para edificación (2
Corintios 10:8; 13:10); y la impartición la ministraremos según el don y
el poder que hemos recibido, con humildad, mansedumbre y sabiduría (1
Pedro 4:10,11). Por tanto, te invito a que estudiemos juntos, más
ampliamente, lo que significa administrar el llamamiento conforme a la
honra suprema de Dios, en las siguientes enseñanzas.
5.1 “… y antes que la Lámpara de Dios fuese apagada”
La Biblia dice que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía, por eso
lo que se ve ilustra lo que no se ve (Hebreos 11:3). Lo que no percibimos
con nuestros ojos físicos es el mundo espiritual, así como lo que vemos y
palpamos es la materia. Dios es Espíritu y también el Invisible, y nos ha
revelado en su Palabra que lo que sucede en lo natural es una revelación
de lo que está sucediendo en lo espiritual.
Recuerdo que cuando yo no conocía la vida en el Espíritu, desde niño
me preguntaba: «Si Dios hizo el espacio ¿Qué existía antes en su lugar?»
Y cuando leí en la Biblia que a Dios ni los cielos de los cielos lo pueden
contener (1 Reyes 8:27), me rompía la cabeza pensando qué tan grande
puede ser Dios que no se puede acomodar, porque el vasto Universo es
muy pequeño para Él. Así me debatía en estos pensamientos, hasta que
Dios me reveló que antes de que existiera lo material, aun el espacio y el
tiempo, Él existía en el mundo espiritual, el cual es ilimitado. Desde ese
mundo espiritual, Dios hizo el mundo físico. Eso que puede sonar tan
simple, para nosotros es una revelación muy importante, porque lo que se
ve y nos rodea, revela lo que no se ve. De hecho, cuando entramos en la
vida del Espíritu comenzamos a relacionar todas las cosas. Por eso, el
hombre espiritual todo lo discierne en el Espíritu y todo lo relaciona con
el Espíritu (1 Corintios 2:14).
A veces ocurren situaciones a nuestro alrededor que son revelaciones
de lo que está pasando espiritualmente y, aunque lo experimentamos
constantemente, no nos percatamos, porque no tenemos los ojos abiertos
para mirar esas cosas. Hay que tener los ojos abiertos para ver (2 Reyes
6:17). El Señor nos habla por revelaciones, por sueños, por visiones, y a
través de Su Palabra. Por medio de ella, nos muestra ciertas cosas, a
veces en símbolos, en sombras, en tipologías, que por algunos detalles y
repeticiones en la narración, podemos discernir que hay una intención de
Dios en ellas. En la Palabra de Dios están contenidas cosas que si el
Señor no nos las revela mientras leemos, no las podríamos entender, pues
contienen mensajes y misterios que van más allá de las letras, pues la
Palabra es Espíritu y vida (Juan 6:63). Podemos, inclusive, hacer una
exégesis de las Escrituras, estudiando y analizando exhaustivamente
cualquier pasaje bíblico, y hasta estudiar cada palabra, una por una, en su
raíz original, de tal manera que no se nos escape ni siquiera una tilde ni
una coma, y todavía pasar por alto una inmensidad de cosas
profundísimas, pues la Palabra es un océano de verdades y revelaciones
que nuestra mente no puede, por sí misma, ahondar ni explorar. Partiendo
de esa premisa, si estudiamos en la Biblia el sacerdocio de Elí y el
llamamiento de Samuel, encontraremos una gran enseñanza para
nosotros, la cual se revela en este tema, veámoslo:
“Y cuando tus días sean cumplidos para irte con tus padres,
levantaré descendencia después de ti, a uno de entre tus hijos, y
afirmaré su reino. Él me edificará casa, y yo confirmaré su trono
eternamente. Yo le seré por padre, y él me será por hijo; y no
quitaré de él mi misericordia, como la quité de aquel que fue
antes de ti; sino que lo confirmaré en mi casa y en mi reino
eternamente, y su trono será firme para siempre” (1 Crónicas
17:10-14).
En otras palabras: «Un varón de tu casa, será hijo tuyo y a la vez Hijo
mío, y de esa manera, uniré mi casa con la tuya, porque tú me querías
edificar casa, pero seré yo el que te edificará casa a ti. Así que vamos a
combinar la casa que tú me quieres preparar, con la que yo te voy a dar.
Tú vas a poner tu tabernáculo y yo voy a poner el mío, y lo juntaremos de
manera que de dos, haremos uno». Por eso es que en Cristo Jesús están
unidas la casa de David y la casa de Dios, pues Él es cien por ciento
humano -Hijo de David (Mateo 1:1; 21:9)-, y cien por ciento divino -Hijo
de Dios (Lucas 1:35; 3:32-38). Por tanto, como el propósito de Dios
estaba en David, él era la lámpara de Dios en esos días. Por eso, estos
hombres dijeron: «No queremos que se apague… ¡vamos a cuidar la
lámpara!»
Entendamos que el ministerio de David, como rey, representaba la
lámpara, la luz de Dios en Israel, por lo que si David moría
eventualmente la lámpara se apagaría, y con ella todo Israel, porque él era
el ungido, el elegido de Dios y en él estaba la bendición en ese tiempo.
David era la vara del tronco de Isaí de cuyas raíces, dijo Dios, un vástago
retoñaría (Isaías 11:1). Jehová soportó reyes en Judá que no tenían el
corazón perfecto para Él, pero por amor a David su padre, Jehová
continuó sosteniendo lámpara en Jerusalén (1 Reyes 15:4). ¿Por qué y
para qué? Por el propósito que había en David y en sus hijos, para que se
cumpliera el tiempo en que llegara Jesucristo, quien ya no fue una
lámpara, sino la luz del mundo (Juan 8:12), pues por Jesucristo “El
pueblo asentado en tinieblas vio gran luz; Y a los asentados en región de
sombra de muerte, Luz les resplandeció” (Mateo 4:16).
El salmista dijo: “Tú encenderás mi lámpara” (Salmos 18:28), y Job,
cuando atravesaba su prueba exclamó: “¡Quién me volviese como en los
meses pasados, Como en los días en que Dios me guardaba, Cuando
hacía resplandecer sobre mi cabeza su lámpara, A cuya luz yo caminaba
en la oscuridad; Como fui en los días de mi juventud, Cuando el favor de
Dios velaba sobre mi tienda (…)!” (Job 29:2-4). Este hombre estaba
añorando la época en que él gozaba de mucho respeto entre jóvenes y
viejos, y aun los príncipes detenían sus conversaciones de sólo verlo
pasar (vv. 7-10). Job lo atribuía a que el favor de Dios velaba sobre su
tienda (v. 4), y su luz resplandecía sobre su cabeza. Como Job describía
en su discurso sobre toda la honra que Dios le había dado, entendemos
que para él, el favor y la honra de Dios era su lámpara.
Como hemos dicho desde el principio, ningún siervo de Dios tiene
nada, si no tiene la honra de Dios. Podemos poseerlo todo, ser prósperos
económicamente, pero nuestra mayor riqueza es servirle al Señor, porque
ahí radica nuestra honra y dignidad como individuos. Nuestra herencia es
esa distinción, el que Dios nos haya separado para Él; que nos haya
tenido por fieles poniéndonos en el ministerio, que nos haya hecho
lámparas, y nos haya dado su gracia y su favor. Por tanto, aplicando,
podemos decir que el ministerio, el propósito de Dios con mi vida, el
favor que me ha concedido y la honra que me ha dado, todo eso
constituye mi lámpara.
Observemos que Jehová había establecido como estatuto perpetuo en el
sacerdocio levítico, que las lámparas del tabernáculo de reunión tenían
que arder continuamente, y ser colocadas en orden, desde la tarde hasta la
mañana (Éxodo 27:20-21). Por tanto, el trabajo del sacerdote era evitar
que esa lámpara se apagase, porque la luz tenía que ser permanente, ya
que ese fuego lo encendió Jehová. Cuando se dedicó el tabernáculo del
testimonio y los levitas fueron dedicados, se presentó el primer
holocausto a Jehová, y dice la Palabra que salió fuego de la presencia de
Jehová que consumió todo lo que estaba sobre el altar, hasta las grosuras
(Levítico 9:24). Por lo cual, se cree que ese fuego continuó y el trabajo
del sacerdote era mantenerlo encendido, y de allí tomar las brasas de
fuego para llenar su incensario (Levítico 16:12).
De hecho, se cree que el pecado de Nadab y Abiú (hijos de Aarón), fue
el haber puesto en sus incensarios fuego que Jehová nunca les había
mandado (Levítico 10:1). A ese fuego Dios le llama “fuego extraño” por
ser un fuego que Él no mandó, sino que ellos mismos introdujeron. Por lo
cual, salió fuego de la presencia de Jehová que los mató, pues como luego
Dios sentenció: “En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia
de todo el pueblo seré glorificado” (v. 3).
Ahora que tenemos un poco más claro el concepto de “lámpara” en la
tipología bíblica, como propósito, honra y favor de Dios, entremos en
tema y miremos de nuevo en el libro de Samuel, qué ocurría con esa
lámpara en el templo de Jehová, y por qué se estaba apagando. En tiempo
de Samuel, la lámpara era Elí y su casa. Pero, como dijimos al principio,
lo que pasa en la vida natural es un reflejo de la vida espiritual,
consideremos que la misma actitud que Elí tenía hacia el ministerio y
hacia el oficio santo, representaba su lámpara. Meditemos en algunos
detalles que nos dicen el por qué la luz de su lámpara se estaba
extinguiendo.
EL LLAMAMIENTO ES CONFORME A SU
SOBERANÍA
“…Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de
Dios”
–Romanos 11:29.
Nota como ellos llamaron a José, “el soñador”, palabra que al final
tomará mucha relevancia en esta enseñanza. Ellos querían matar a José,
para que no se cumplan sus sueños y estaban dispuesto a hacerlo, incluso
hasta con sus propias manos. Aparentemente, decidieron llevarse del
consejo de Rubén y echarlo en una cisterna, en medio del desierto, para
que allí se muriera de sed e inanición. Salida que, aunque más lenta,
también conseguiría quitarlo de en medio, no sin antes, claro, despojarlo,
de aquella túnica de colores, tan codiciada por todos. Por lo que allí
quedó José, echado, en la profundidad de una fría cisterna, abandonado y
desnudo.
Detengámonos un momento, y analicemos, a la luz de la Biblia, el
significado de estar vestido y de estar desnudo. En el libro del Génesis se
nos indica tácitamente que nuestros padres estaban vestidos con la gloria
de Dios, pero desnudos de acuerdo a la vista humana. Allí no había
vergüenza de la desnudez, porque sus cuerpos estaban cubiertos con la
gloria de Dios. Mas, cuando el hombre pecó y fue destituido de la gloria
divina (Romanos 3:23), se malogró la inocencia y, por consiguiente,
perdió aquel vestido glorioso de la imagen y semejanza de Dios. Lo
primero que hicieron ellos, cuando se dieron cuenta de que estaban
desnudos, fue huir de la presencia de Dios y hacerse vestidos de hojas de
higuera. Esa actitud la interpretamos como un intento natural del hombre
de cubrir su desnudez con sus propias obras, ignorando que de todos
modos permanecerían desnudos. Luego vemos que Dios los cubrió con
un vestido diferente, un vestido de piel. Mas, para cubrirlos con piel hubo
un animal que tuvo que ser sacrificado, posiblemente fue el primer
animal que murió por causa del pecado. La iglesia siempre ha
interpretado que es una revelación de la justicia de Cristo, Dios cubriendo
al hombre, desde el principio.
Más adelante, vemos la historia de Noé que nos da otra enseñanza en
cuanto a la desnudez. Pasado ya el diluvio que destruyó el mundo antiguo
(Génesis 6:7), lo primero que hizo Noé cuando salió del arca fue un
sacrificio a Jehová (Génesis 8:29). Tiempo después, Noé labró la tierra y
también plantó una viña, y dice la Biblia que bebió del fruto de ella y se
emborrachó y se desnudó en su tienda. Su hijo Cam, al entrar a la tienda
lo vio, y en lugar de cubrirlo, salió y lo dijo a sus hermanos. Cuando Noé
se despertó de su embriaguez y lo supo, maldijo a Cam por no tener
temor, no tan solo de mirar la desnudez de su padre, sino de exponerla
(Génesis 9:22,24-25; Levítico 18:7). En Apocalipsis vemos, por ejemplo,
que el mensaje que el Señor le dio al ángel de la iglesia de Laodicea fue:
“Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa
tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable,
pobre, ciego y desnudo. Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro
refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, Y
QUE NO SE DESCUBRA LA VERGÜENZA DE TU DESNUDEZ; y
unge tus ojos con colirio, para que veas” (Apocalipsis 3:17-18).
Aplicando, vemos que estar desnudo, según la Biblia, es una vergüenza
que debe ser cubierta, así como el vestido representa honra.
En Ezequiel, por ejemplo, cuando se señala las abominaciones de
Jerusalén, se habla del parto, de cómo nació y como Dios la vistió,
diciendo: “Te hice multiplicar como la hierba del campo; y creciste y te
hiciste grande, y llegaste a ser muy hermosa; tus pechos se habían
formado, y tu pelo había crecido; pero estabas DESNUDA Y
DESCUBIERTA. Y pasé yo otra vez junto a ti, y te miré, y he aquí que tu
tiempo era tiempo de amores; y EXTENDÍ MI MANTO sobre ti, y
CUBRÍ TU DESNUDEZ; y te di juramento y entré en pacto contigo, dice
Jehová el Señor, y fuiste mía” (vv. 7-8). Este vestido era de honra y de
misericordia, pero también Dios viste de salvación. El salmista dijo: “Oh
Jehová Dios, levántate ahora para habitar en tu reposo, tú y el arca de tu
poder; oh Jehová Dios, sean vestidos de salvación tus sacerdotes, y tus
santos se regocijen en tu bondad (…) En gran manera me gozaré en
Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios; porque me vistió con vestiduras
de salvación, me rodeó de manto de justicia, como a novio me atavió, y
como a novia adornada con sus joyas” (2 Crónicas 6:41; Isaías 61:10).
También dijo: “Jehová reina; se vistió de magnificencia; Jehová se vistió,
se ciñó de poder. Afirmó también el mundo, y no se moverá” (Salmos
93:1).
Sin embargo, así como hay vestidos de gloria, también hay vestidos de
amargura, de dolor, de confusión y de maldición. En el libro de Esther,
vemos que al darse la orden de destruir, matar y exterminar a todos los
judíos, en un mismo día, y de apoderarse de sus bienes, Mardoqueo rasgó
sus vestidos, y dice que se vistió de cilicio y de ceniza, y se fue por la
ciudad clamando, con amarga lamentación (Ester 3:13; 4:1). El salmista
escribió: “A sus enemigos vestiré de confusión (…) Se vistió de
maldición como de su vestido” (Salmos 132:18 109:18). Por tanto, la
Biblia habla de muchos vestidos, y en la vida de José vemos, que cada
vez que le pasó algo importante, en cada prueba fue desvestido, pero Dios
siempre volvió a vestirle con mucho más honra.
Por tanto, podemos afirmar que el primer vestido que tuvo José fue de
honra. Aquel vestido hecho por su padre como una distinción, indicando
que José contaba y disfrutaba del amor de su padre, y que era más amado
que sus hermanos. Todos nosotros, como hijos de Dios, también fuimos
vestidos de esa misma manera, pues el Señor nos ha vestido a todos de
honra. La justicia de Cristo en la vida de un creyente es un vestido que
nos distingue entre toda la humanidad. Todo aquel que ha sido vestido de
Cristo tiene la distinción del Padre (Efesios 6:14). El vestido de la justicia
de Cristo es la manera de Dios decir: «A estos los amo, por eso he
quitado de ellos el oprobio, la vergüenza y desnudez del pecado, y los he
cubierto de salvación».
Asimismo, los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, de Cristo
estamos revestidos (Gálatas 3:27). Eso significa que el Padre te ama, pues
la vestidura de Jesús es una distinción, es el vestido de honor, de gloria;
es la manera de Dios expresar su elección, de que tú has sido elegido, has
sido llamado; de que pasaste de tinieblas a luz, y de muerte a vida. Es un
vestido que dice que ya no eres del mundo, ya no reina en ti el pecado, ya
no eres como los demás hombres, eres amado del Padre. De tal manera te
amó Dios que te vistió de Jesús; de tal manera te amó Dios que te tomó
caído, te limpió del polvo, del cieno, de todo lo que es vil y bajo, y
después de trasladarte al reino, cubrió la vergüenza de tu desnudez. Por
eso, eres distinto, tú tienes el vestido de Dios.
Así también José era el amado del padre, y él se lo quiso expresar de la
mejor manera: vistiéndolo, cubriéndolo. A veces juzgamos mal a Jacob, y
decimos que era un padre consentidor que no hizo bien con amar a José
más que a los demás, pero el amor viene de Dios, y lo que antes fue
escrito para nuestra enseñanza lo es. José es un tipo de Cristo, el Hijo
amado. Si estudias la vida de José, no hay en toda la Biblia una
ilustración o tipología más perfecta de lo que era Jesús, pues José fue
amado de su padre, envidiado por sus hermanos y traicionado por ellos;
vendido por monedas, y después llega a ser el que salva a su pueblo y
también a todas las demás naciones. Y por representar a Jesús, nos
representa también a nosotros, porque por fe somos hallados en Cristo.
Nota que Jesús era el amado del Padre, lleno de gracia y de verdad
como lo fue José, y nosotros también (Juan 1:14; Génesis 37:4; 1 Juan
4:10). José con el vestido de la honra, nosotros con el vestido de la
justicia del Señor, el vestido de la distinción, de la elección, del santo
llamamiento. Por eso nos aborrece el mundo, porque el Padre nos ama.
Lo dijo Jesús: “ Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha
aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría
lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por
eso el mundo os aborrece” (Juan 15:18-19). No somos del mundo, somos
del Padre. Mas, en el caso de José, fue aborrecido por sus hermanos,
porque tenía el amor del padre, y se le reveló el propósito del Padre
Celestial, de que él iba a reinar sobre sus hermanos, como un tipo del
reinado del Hijo de Dios, y de nosotros los creyentes, que también
reinaremos con Él (Apocalipsis 5:10).
Cada vez que José se ponía aquella túnica de diversos colores (parecida
a los que usaban los reyes y personas adineradas en aquellos días) estaba
diciendo: «Yo soy un príncipe, el hijo de un patriarca que está en pacto
con Dios; soy el amado del padre, hijo de Raquel, la elegida y amada por
el esposo». Sabemos que las demás mujeres de Jacob, llegaron a él por
engaño, y luego por disputas entre ellas (Génesis 29:25; 30:4); pero él
eligió una y esa fue la madre de José (Génesis 29:18), así como la iglesia
es la amada de Dios, y de ella nacieron los elegidos y amados del Padre.
Es glorioso ser vestido por Dios, tener el vestido de la elección y de la
distinción, pero al mismo tiempo eso implica el odio y la envidia de los
hermanos. José experimentó también ese dolor en carne viva.
Lo primero que hicieron los hermanos de José fue desnudarlo,
despojarlo de su túnica de colores, veamos: “Entonces tomaron ellos la
túnica de José, y degollaron un cabrito de las cabras, y tiñeron la túnica
con la sangre; y enviaron la túnica de colores y la trajeron a su padre, y
dijeron: Esto hemos hallado; reconoce ahora si es la túnica de tu hijo, o
no. Y él la reconoció, y dijo: La túnica de mi hijo es; alguna mala bestia
lo devoró; José ha sido despedazado. Entonces Jacob rasgó sus vestidos,
y puso cilicio sobre sus lomos, y guardó luto por su hijo muchos días. Y
se levantaron todos sus hijos y todas sus hijas para consolarlo; mas él no
quiso recibir consuelo, y dijo: Descenderé enlutado a mi hijo hasta el
Seol. Y lo lloró su padre. Y los madianitas lo vendieron en Egipto a
Potifar, oficial de Faraón, capitán de la guardia” (Génesis 37: 31-36).
Desnudaron a José, lo despojaron de la honra, le quitaron la distinción, lo
privaron del vestido que externamente lo señalaba como el amado del
padre, y lo dejaron desnudo. Y aunque me imagino que ya vendido, llegó
a Egipto cubierto, con algún manto beduino, en realidad sabemos que iba
desnudo, porque había sido cubierto con la “desnudez-envidia”,
“desnudez -odio”, “desnudez-traición”.
¡Cómo duele el trago amargo de la traición! El salmista clamó: “Porque
no me afrentó un enemigo, Lo cual habría soportado; Ni se alzó contra mí
el que me aborrecía, Porque me hubiera ocultado de él; Sino tú, hombre,
al parecer íntimo mío, Mi guía, y mi familiar; Que juntos comunicábamos
dulcemente los secretos, Y andábamos en amistad en la casa de Dios”
(Salmos 55:12-14). José sufrió lo indecible, y la túnica que le despojaron,
la tiñeron con la sangre de un cabrito, para enviársela al padre, como
prueba de que José había sido despedazado por algún animal salvaje
(Génesis 37:32-33). Mas, la verdad era que la fiera de la envidia y la
traición casi lo devoró.
Jesús también sufrió el ser traicionado, pues la Palabra dice que a los
suyos vino y los suyos no le recibieron (Juan 1:11), sino que lo
cambiaron por Barrabás, un ladrón (Mateo 27:26); odiando al César,
prefirieron al déspota que los oprimía antes que al Mesías de Israel que
los redimiría (Juan 19:15). ¡Traición! Luego le quitaron su túnica, y le
pusieron otra de color púrpura, que bien representaba su sangre preciosa,
derramada, como resultado de la brutal golpiza que sufrió. También le
colocaron una, muy ceñida, corona de espinas (Juan 19:5). A José lo
vendieron por 20 monedas de plata (Génesis 37:28), y a Jesús por treinta
(Mateo 26:15).
¿Qué paso después con José? Los mercaderes ismaelitas que lo
compraron se lo llevaron a Egipto (Génesis 37:28). Me imagino cómo se
sentía José, acostado en la joroba de aquel camello o caminando, a veces,
por la arena, atravesando el desierto, amarrado posiblemente con cadenas,
y sus lágrimas cayendo todo el camino a Egipto, mientras pensaba:
«¡Increíble que mis hermanos me hicieran esto! ¡Me separaron de mi
padre y de mi hermano Benjamín! Me desnudaron, me quitaron mi
túnica, para vestirme con el vestido de la deshonra; me quitaron el vestido
de hijo, para darme un vestido de esclavitud». Lo único bueno que
hicieron ellos con la túnica de José fue que la tiñeron de sangre,
anunciando algo muy importante: el sacrificio de Jesús.
Cualquiera de nosotros en esa situación diría: « ¡Qué injusticia!
¿Dónde está Dios cuando más se necesita?». Sin embargo, la Biblia dice
que Jehová estaba con José (Génesis 39:2). Por tanto, no importa lo que
te hagan tus hermanos, que te traicionen y te desnuden, si Dios está
contigo. Donde quiera que José iba, Jehová lo prosperaba, porque era hijo
de los amados: Abraham, Isaac y Jacob. Él era un hijo de pacto, como
nosotros somos hijos de pacto, y estamos bajo bendición. Nadie nos
puede maldecir, ni siquiera los “Balaamnes” con su sincretismo religioso,
mezclando lo pagano con la revelación, podrán maldecir al pueblo
escogido de Dios, porque en la misma boca Él le cambiará la maldición
por bendición (Números 24). Lo que es bendito por Dios es bendito para
siempre, porque cuando Dios bendice, no se retracta, porque en Él no hay
sombra de variación (Santiago 1:17). Dios es el mismo ayer, y hoy, y por
los siglos (Hebreos 13:8).
Ya en Egipto, José llegó a la casa de Potifar “desnudado” como
esclavo, ¿y qué hizo Dios? Lo vistió de mayordomo, un nuevo vestido de
honra (Génesis 39:4). Y no conforme con darle un puesto de relevancia,
Potifar le entregó su casa y todos sus bienes. Y como Dios bendice a los
que bendicen a sus hijos, la casa del egipcio empezó a prosperar. Por
tanto, no es que recibamos bendición, sino que llevemos esa bendición,
que ya hemos recibido, a donde quiera que vayamos. Ese vestido de
honra le dio una gran notoriedad a José, no tan solo en gracia, sino con
una bella presencia (Génesis 39:6), lo que ocasionó que surgiera alguien
que, otra vez, quisiera desnudarlo, veámoslo:
Este mensaje lo recibí de parte del Señor de una manera muy especial.
Un día, en que no estaba estudiando la Biblia ni meditando en nada
específico, vino Palabra de Dios a mi espíritu, llevándome a este pasaje
de las Escrituras. En el trato que hemos tenido con el Señor, Él me ha
enseñado a predicar por revelación, y no porque me guste un tema en
particular ni porque sea un lindo mensaje. Nuestras predicaciones son
revelaciones que el Señor, literalmente, nos dicta, de acuerdo al momento
profético que vivimos y que vive Su iglesia. Y cuando estamos en esa
comunión, no podemos detener la pluma hasta llegar al punto final, y
después cuando leemos, los primeros ministrados somos nosotros, pues
vemos que son palabras que salieron de su divino corazón. Este mensaje
tiene esa naturaleza, esa esencia de Dios, por eso es especial, pues sale de
una porción de la Escritura de la cual se ha predicado mucho. Pero como
la Palabra de Dios es multiforme, y no existe tal cosa como que hay una
sola interpretación o un solo significado para cada pasaje, sé que seremos
muy edificados con él.
La palabra de Dios no solamente es logos, también es rhema. Por tanto,
su dimensión y su altura, su profundidad y su longitud no radican tanto en
el logos (la palabra escrita), sino en el rhema que es la revelación. La
palabra iluminada que Dios saca del logos cuando se aplica, nos hace ver
dimensiones que nunca antes habíamos visto. Observa que cuando el
pueblo de Israel estaba próximo a entrar a la tierra prometida, Moisés le
aconsejó que no se olvidara de poner por obra los mandamientos que
Jehová les había dado, pues todas las aflicciones que habían confrontado
eran con el objetivo de hacerles saber que “no sólo de pan vivirá el
hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá…”
(Deuteronomio 8:3). Mas, cuando esas palabras llegaron a los labios de
Jesús en el desierto (Mateo 4:4), tuvieron una trascendencia poderosa y
vimos más de lo que estaba en el logos de Moisés. ¿Por qué? Porque en el
momento que Jesús la aplicó nos enriqueció en significado, y ahí se
formó un yunque en la predicación sobre el cual la iglesia ha usado
muchos martillos, y no se ha gastado todavía. Esa es la riqueza de la
revelación.
Tristemente, el “espíritu de Grecia” (el intelectualismo) nos ha afectado
tanto, que hemos limitado el contenido de la Palabra. Se estudian los
principios hermenéuticos, y se aplican las leyes y se dice: «Este texto
significa esto y se acabó», ¡caso cerrado! Y como lo hemos llevado hasta
ahí, hemos perdido muchas riquezas. Pero gloria a Dios que Él está
restaurando también el estudio de la Palabra, y nos está mostrando los
misterios del Rey, la riqueza de Su gracia, el don de Su justicia y los
tesoros de Su sabiduría. Es bueno decir estas cosas, porque el Señor en
este mensaje dará un martillazo otra vez sobre lo mismo. El Dios del
cielo está bajando lo que está muy elevado, levantando lo que está muy
bajo, y enderezando lo torcido, porque quiere manifestar Su gloria. Para
que se vea lo inconmovible, lo movible tiene que ser quitado.
Empecemos entonces, viendo la vida de Isaac, en el momento en que él
confronta un incidente muy parecido al que le había sucedido a su padre
Abraham. Cuando Isaac llega a Gerar y decide morar en aquel lugar, los
hombres le rodearon y le preguntaron acerca de su mujer, y él, temiendo
que ellos le hicieran daño, o lo mataran por causa de Rebeca, les mintió y
les dijo que era su hermana (Génesis 26:7). Aplicando, diremos que la
mujer es un tipo de la iglesia, y la iglesia es hermosa. En el libro de
Cantar de los Cantares dice: “¿Quién es ésta que se muestra como el alba,
Hermosa como la luna, Esclarecida como el sol, Imponente como
ejércitos en orden?” (Cantares 6:10). Para el Señor su amada iglesia es
preciosa, y la compara metafóricamente de muchas maneras, para
describir su belleza.
Satanás ha querido apropiarse de la iglesia, pero no se le ha permitido
ni tocarla, porque, a diferencia de Abraham e Isaac, Cristo nunca la ha
negado, ni ha dicho: «Ella es mi hermana», sino que ha dicho: «Esa es mi
esposa, mi amada, la cual he embellecido para mí, no para alguien más,
sino para presentármela a mí mismo “una iglesia gloriosa, que no tuviese
mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha”
(Efesios 5:27)». Cristo no niega a su iglesia, sino que dice: «Es mía, yo la
embellecí; toda su belleza es la que yo le di. Yo la encontré a ella hecha
una esclava y llena de harapos, y la lavé con mi sangre, la vestí, le puse
collar en el cuello, corona en su cabeza, la ceñí de verdad, de justicia, de
carácter, para que sea mi esposa (Ezequiel 16:9-16)».
Eso fue lo que Juan el bautista le quiso decir a sus discípulos, cuando
estos le reclamaron: “Rabí, mira que el que estaba contigo al otro lado del
Jordán, de quien tú diste testimonio, bautiza, y todos vienen a él” (Juan
3:26). Juan había dicho que Jesús era el Cordero de Dios y dio testimonio
de él y ahora la gente lo seguían a él, ya no a ellos, y por eso sus
discípulos sintieron preocupación (Juan 1:29,36). Pero Juan les dijo: “El
que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su
lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi
gozo está cumplido” (Juan 3:29). En otras palabras, el que tiene la esposa,
es el esposo, nadie es dueño de la iglesia, sino Cristo. Hay quienes se
adueñan de la iglesia, y comienzan a dar mandamientos e impiden que las
ovejas oigan a otros, que se mezclen, que reciban, que aporten, que
ofrenden, etc. Se adueñan de la grey como si fuera una finca privada, y
cuentan los miembros como si fueran cabezas de ganado.
Faraón no quería dejar ir a Israel, porque creía que ese pueblo era suyo.
No obstante, hizo las siguientes propuestas, con tal de que no se fueran:
1. Solamente irán los varones; 2. Que se queden las mujeres y los
ancianos; 3. Que se queden los niños (Éxodo 10:11); y 4. Que se queden
sus ovejas y vacas (Éxodo 10:24). ¡Cuántas cosas hizo y dijo, para retener
a Israel!, pero Moisés no negoció con él, porque sabía que el pueblo de
Dios no fue llamado a hacer ladrillos ni monumentos, ni pirámides, y
mucho menos ciudades de almacenamiento, sino que este pueblo fue
llamado para servir a Jehová en el desierto. Por eso le dijo a Faraón:
“Jehová el Dios de Israel dice así: Deja ir a mi pueblo a celebrarme fiesta
en el desierto” (Éxodo 5:1). No obstante, Faraón se rehusó y no quería
dejarlos ir.
También vemos en el libro de Daniel, cómo al llegar el tiempo en que
se cumplió los setenta años de las desolaciones de Jerusalén, y mientras el
profeta oraba y ayunaba por eso, el ángel Gabriel vino a revelarle la
visión que había tenido y le dijo: “Daniel, no temas; porque desde el
primer día que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la
presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras
yo he venido. Mas el príncipe del reino de Persia se me opuso durante
veintiún días; pero he aquí Miguel, uno de los principales príncipes, vino
para ayudarme, y quedé allí con los reyes de Persia” (Daniel 10:12-13).
¡Bendita sea la intercesión, porque nos permite vencer a principados que
siempre han querido retener al pueblo de Dios! Estos desean adueñarse de
la iglesia, porque codician la grey del Señor. Mas, Dios siempre
interviene y la saca y dice: «El que tiene a la esposa es el esposo. Cristo
es el esposo de la iglesia; devuelve la mujer a su marido (Juan 3:29;
Génesis 20:7)».
La tierra de los filisteos esconde para nosotros grandes enseñanzas. Ya
vimos como los hombres de Gerar querían apropiares de la mujer de
Isaac, de algo que no les pertenecía. Luego, cuando ya Isaac estaba
establecido y Dios lo bendijo, y se enriqueció, y fue prosperado de
manera que se convirtió en alguien muy poderoso, dueño de hato de
ovejas, y de vacas, y mucha labranza, dice la Biblia que los filisteos le
tuvieron envidia (Génesis 26:14). El proverbista dijo que la envidia es
carcoma de los huesos (Proverbios 14:30), y también dijo “Cruel es la ira,
e impetuoso el furor; Mas ¿quién podrá sostenerse delante de la envidia?”
(Proverbios 27:4). Los filisteos fueron los peores enemigos de Israel. El
pueblo de Dios vivió en guerra permanente con esta nación, y sus
conflictos con ellos fueron tenaces y constantes.
De esa historia bélica, de Israel contra los filisteos, podemos sustraer
una enseñanza muy útil para nosotros hoy. En el sentido espiritual, los
filisteos representan los adversarios más peligrosos para el pueblo de
Dios. Una vez predicamos un mensaje donde el Señor nos exhortaba a
cuidar los límites de nuestras fronteras. La enseñanza estaba basada en la
gran tarea de Israel de proteger su territorio de las amenazas de los
enemigos. Uno de los límites que tenían que guardar celosamente era el
de la tierra del lado de los filisteos, porque eran, geográficamente, los
vecinos más cercanos de Israel, pero también eran sus más encarnizados
contrincantes. Asimismo, los creyentes tenemos muchos adversarios, por
causa del propósito de Dios, pero entre ellos los “filisteos” son los más
hostiles, porque están tan cerca que es muy difícil hacer una demarcación
en la frontera. Los filisteos, inclusive, entraban al campamento de Israel,
se mezclaban y parecía que era un mismo pueblo, de tan cercanos que
eran. Y el Señor me mostró que los filisteos representan el espíritu de
institucionalismo, de estructura, de organización, que siempre ha sido el
instrumento que ha querido arruinar y matar al organismo viviente, que es
la iglesia.
El término “institucionalismo” puede ser que no exista en castellano,
por lo que quizás sea mejor decir: “institucionalizar” que es conferir a
algo carácter de institución, o convertir algo en institucional. Sin embargo
(y que me perdonen mis más férreos críticos), prefiero usar la palabra
“institucionalismo” por la siguiente razón: Cuando una acción se
convierte en tendencia y además se defiende y se enseña, llega a
convertirse en un sistema, doctrina o filosofía, por lo que debe ser
clasificada entre los “-ismos”. Por ejemplo, el vocablo “papismo” fue
inventado por los protestantes, para referirse a los católicos que están
gobernados por este sistema eclesiástico. El papismo no es más que el
“institucionalismo católico”. En la evolución histórica de la iglesia
cristiana, institucionalizar ha comenzado como una tendencia o
“necesidad justificada”, pero siempre -sin excepción- ha terminado en un
sistema o régimen, o sea, en institucionalismo. Observo que todos los
movimientos espirituales que han salido corriendo del institucionalismo,
con la sincera y noble intención de vivir la vida de Dios en el Espíritu, al
final han sido alcanzados y atrapados por este monstruo infernal. La
ironía consiste en que aquello que al principio se aborrece, al final se
termina amando y defendiendo.
Una particularidad del institucionalismo” es que logra convertir a los
perseguidos en perseguidores, y a sus enemigos en sus apologistas y
aliados. El institucionalismo ha sido más que una seducción para el
cristianismo, algo semejante a la ley del pecado, de la cual, el apóstol
Pablo escribió: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no
quiero, eso hago. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que
el mal está en mí” (Romanos 7:19, 21). Posiblemente, el engaño más sutil
del institucionalismo es que cuando se apodera de la iglesia, no solo la
gobierna, sino que la convence de que él, en sí mismo, es la iglesia. Te
hace creer que la organización (institucionalismo), es lo mismo que el
organismo (la iglesia). Martín Lutero, por ejemplo, antes de la reforma,
no distinguía entre una cosa y la otra. Mas, después que Dios le abrió los
ojos, y predicaba el puro evangelio, cuando los católicos le acusaban de
que estaba en contra de la iglesia de Cristo, él les respondía que no estaba
en contra de la iglesia, sino del papado.
No se puede confundir la gimnasia con la magnesia. Una cosa es la
iglesia, el Cuerpo de Cristo, los creyentes, y otra el institucionalismo. El
Señor me ha hecho identificar el institucionalismo como el espíritu de los
filisteos. Al estudiar las características de estos eternos rivales de la
nación de Israel, veremos la increíble semejanza con el institucionalismo,
como enemigo de la iglesia y su propósito. Nota que habían dos cosas
que hacían los filisteos: primero cegaban y llenaban de tierra los pozos,
ocultándolos (Génesis 26:15), para luego adueñase y reclamarlos para
ellos (Génesis 26:20-21). Esta perversa conducta, me hizo verla el Señor
en la historia de la iglesia, y también en la actualidad.
Si comenzamos a mirar, desde este punto de vista, el ministerio de
Jesús, veremos que el Hijo de Dios comenzó a levantar en Israel el pozo
mesiánico. El Mesías vino a la tierra a cumplir todo lo que estaba escrito
de él, en la ley de Moisés, en los profetas y en los Salmos (Lucas 24:44).
Jesucristo era la esperanza de Israel; Él fue levantado como la aurora que
nos visitó desde lo alto (Lucas 1:78), Él fue puesto para caída y para
levantamiento de muchos en Israel, y para señal que sería contradicha
(Lucas 2:34); y así como era luz, para revelación a los gentiles, también
era gloria de su pueblo Israel (Lucas 2:32). Por lo cual, cuando Jesús
comenzó a predicar y a decir: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos
se ha acercado” (Mateo 4:17), se levantó el sanedrín en contra del ungido
de Dios, la religión institucionalizada de Israel en aquel tiempo, cuyos
setenta ancianos gobernaban todo.
El sanedrín tenía un control absoluto sobre la nación israelita y una
total intervención sobre todo asunto religioso del pueblo. Aquel que no
pertenecía a una de las sectas, aprobadas por ellos, no podía desarrollar
un ministerio en Israel. Había que ser fariseo, saduceo, herodiano o
escriba, para ministrar de Dios al pueblo, de otra manera nadie más podía
hacerlo. Mas, cuando Jesús se levantó y ellos vieron que todo el pueblo le
seguía, y que se estaba erigiendo un pozo de gloria, el cual no se quedó
como pozo –por cierto- sino que se convirtió en una fuente de agua viva,
se llenaron de envidia (Mateo 27:18).
No hubo un pozo como el pozo de Jesús en Israel ni en toda la tierra!
Ellos no cometieron el error de reclamarlo como suyo, pero sí trataron de
echarle tierra y sepultarlo. Observa que inmediatamente se enteraron de
los milagros y señales que hacía Jesús, los principales sacerdotes y los
fariseos reunieron el concilio, y dijeron: “¿Qué haremos? Porque este
hombre hace muchas señales. Si le dejamos así, todos creerán en él; y
vendrán los romanos, y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación”
(Juan 11:47-48). Entonces, Caifás, el sumo sacerdote, se levantó y dijo:
“Vosotros no sabéis nada; ni pensáis que nos conviene que un hombre
muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca” (Juan 11:49). Y si
bien es cierto que Caifás, sin saberlo, estaba profetizando, porque era el
sumo sacerdote en ese tiempo, no es menos cierto que su intención era
arruinar la vida de un hombre a quien todo el mundo seguía, porque daba
testimonio de la verdad, y eso atentaba contra la preservación de las
tradiciones de su imperio religioso.
Es triste, pero el Espíritu de Dios me revela que ese espíritu de Caifás
todavía está en el pueblo de Israel, y en la actualidad, Jesús sigue siendo
un problema para ellos. Hay dos palabras que un judío no puede
escuchar: Jesús y cruz. Por eso, muchos quieren quitar la cruz de la
predicación a los hebreos, pero la Biblia nos muestra que los apóstoles
predicaron el mensaje de la cruz y dijeron a Israel: “Sepa, pues,
ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros
crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36). Y dice la
Palabra que al escuchar esto, ellos se compungieron de corazón (Hechos
2:37). De hecho, cuando llegue la plenitud de los gentiles, el Señor hará
una obra a su favor (Romanos 11:25-27). Entonces, los judíos serán
arrepentidos de corazón cuando vean al que traspasaron. De esta manera
es que ellos se van a arrepentir, no acomodándoles las cosas, ni
cambiándoles la cruz por un candelabro.
La cruz es la cruz y no hay salvación sin ella, pues no hay remisión sin
sangre. Claro, no vamos a cometer el pecado que ha cometido el espíritu
de la iglesia gentil, que les ha recriminado a los judíos por siglos, el que
hayan crucificado al Hijo de Dios. Los apóstoles no hablaron con ese
espíritu, sino que les dijeron: “Este Moisés es el que dijo a los hijos de
Israel: Profeta os levantará el Señor vuestro Dios de entre vuestros
hermanos, como a mí; a él oiréis. (…) Dios envió mensaje a los hijos de
Israel, anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo; éste es
Señor de todos” (Hechos 7:37; 10:36). Nota, es otro espíritu, no un
espíritu de confrontación, sino un espíritu de consolación, restauración y
perdón.
El libro de Ezequiel nos muestra el dolor de Dios, por la condición de
su pueblo, el buen pastor dispuesto a dar su vida por sus ovejas (Juan
10:11). Por eso, dijo: “Anduvieron perdidas mis ovejas por todos los
montes, y en todo collado alto; y en toda la faz de la tierra fueron
esparcidas mis ovejas, y no hubo quien las buscase, ni quien preguntase
por ellas. Por tanto, pastores, oíd palabra de Jehová: (…) Porque así ha
dicho Jehová el Señor: He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y
las reconoceré. Como reconoce su rebaño el pastor el día que está en
medio de sus ovejas esparcidas, así reconoceré mis ovejas, y las libraré de
todos los lugares en que fueron esparcidas el día del nublado y de la
oscuridad” (Ezequiel 34:6-7,11-12), y vino en la persona del Hijo a
recoger a Su pueblo. Por eso, Jesús dijo: “Yo soy el buen pastor; el buen
pastor su vida da por las ovejas” (Juan 10:11), y también dijo: “No soy
enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mateo 15:24).
Sin embargo, el espíritu de los filisteos que estaba en los judíos, los
impulsó a echarle tierra a ese pozo, para silenciarlo, y buscaban cómo
matarle. Por eso, Jesús les dijo: “¿Nunca leísteis en las Escrituras: La
piedra que desecharon los edificadores, Ha venido a ser cabeza del
ángulo. El Señor ha hecho esto, Y es cosa maravillosa a nuestros ojos?
Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será
dado a gente que produzca los frutos de él” (Mateo 21:42-43). Así,
cuando Jesús se dio cuenta que no podía brotar en su plenitud el pozo de
la salvación, que Él había traído a Israel, edificó Su iglesia, levantando un
pueblo gentil entre las naciones. Así que los apóstoles comenzaron a
abrir, primeramente, el pozo entre los judíos, pero ellos empezaron a
echarle tierra, con sangrientas persecuciones y falsas acusaciones. Por lo
cual, ellos sacudieron el polvo de sus pies en testimonio contra ellos, y
salieron de allí en dirección a donde les recibieran (Lucas 9:5; Hechos
13:50-51).
¿Qué hizo Isaac cuando le cerraron el primer pozo? Él no se puso a
reñir con ellos, como hicieron sus siervos, sino que abrió otro pozo
(Génesis 26:19-21). Aprendamos iglesia, no riñamos por los pozos,
levantemos otros. Cuando el concilio de Constanza quiso cegar el pozo
del valiente reformador Juan Huss, y el papado lo condenó a morir en la
hoguera, en el año 1415, él, mientras moría consumido por las llamas,
profetizó: «Ahora me asan a mí, pobre ganso –Huss, en su lengua natal
quiere decir ganso), pero dentro de cien años vendrá un cisne contra el
cual no prevalecerán» (Martín Lutero, Págs. 53, 54 por Federico Fliedner.
Libros Clie, Terrassa, España, 1980). Esta profecía fue sorprendente,
pues ciento dos años después, que este profeta de Dios dijera estas
palabras, mientras moría cantando himnos y alabando al Señor, aquel
“cisne” del cual profetizó, que fue Martín Lutero, fijó en la puerta de la
iglesia de Wittenberg, sus noventa y cinco tesis, dando origen a la Gran
Reforma (31 de octubre del 1517). Mas, a ese pozo, ellos no lo pudieron
matar ni tampoco cegar, pues cuando a Dios le ciegan un pozo, Él levanta
otro más poderoso, más profundo, que ninguna tierra podrá nunca
sepultar.
Jehová no se queda rezagado ni frustrado, Él defiende lo que es Suyo.
Cuando el racionalismo estaba azotando la fe en Europa, muchos vinieron
a decirle a Charles Spurgeon que se levante a favor de la Biblia y del
evangelio, pues él era un reconocido predicador en Inglaterra; pero él les
respondió -parafraseando: «¿Cuándo alguien ha salido a defender a un
león? La Palabra de Dios es un león, yo no tengo que defenderla, ella se
defiende sola». Efectivamente, el movimiento racionalista hoy es historia,
pero la Biblia es y sigue siendo el libro más leído y más publicado en el
mundo. Los apóstoles se fueron con su música a otra parte, y dejaron que
ellos cerraran el pozo en Israel, y abrieron pozos en muchas naciones y el
mundo fue lleno de la gloria de Dios. ¿Acaso no dijo Dios que, a través
del Mesías, Él iba a llenar la tierra de Su conocimiento, como las aguas
cubren el mar (Isaías 11:9)? Esto no lo hizo Israel, sino Jesús.
Pasado el tiempo apostólico, se levantó una generación que comenzó a
beber de los espíritus de las naciones, en lugar de la fuente de agua viva
del Espíritu Santo. Algunos padres de la iglesia comenzaron a beber de
fuentes filosóficas, y el mundo griego tomó apogeo. Los gentiles, aunque
se convirtieron, seguían con su mentalidad griega, y mezclaron la fe pura
del evangelio con la filosofía helénica, a tal punto que se “casó” la iglesia
con el poder de Roma, cuando Constantino se “convirtió”, e hizo del
cristianismo la religión oficial del imperio.
Es digno destacar lo que ocurrió en el concilio de Nicea, en el año 325
d.C., convocado por el emperador Constantino, cuando surgió una
controversia en cuanto a la naturaleza de Cristo. Algunos obispos
llegaron al concilio con las marcas físicas de su fidelidad a Cristo. Habían
sufrido torturas, cárceles o el exilio poco antes. Ellos llevaban las señales
en sus cuerpos de que habían venido de gran tribulación, y habían sido
mutilados en el campo de batalla, por defender el testimonio de la fe.
Éstos habían pagado el precio por causa del Evangelio y habían
sobrevivido. Ellos constituían los veteranos de la guerra del Señor. Como
bien dijo el célebre historiador, Eusebio de Cesarea: “allí se reunieron los
más distinguidos ministros de Dios, de Europa, de Lidia (África) y de
Asia”. ¡Qué cuadro hermoso y digno de lo que era la naciente iglesia de
Cristo! Pero ahora no, las cosas han cambiado, y nuestra reuniones están
muy lejos de ser como estas.
Ya sabemos lo que pasó de ahí en adelante en la iglesia, por trece
siglos. El pozo se cegó, pues la Vulgata (la Biblia traducida al latín)
aunque su nombre significa “edición para el pueblo”, se convirtió en un
libro que casi nadie leía, pues estaba en el idioma oficial del imperio, el
cual ellos no entendían. Por lo cual, eran muy pocos los que conocían las
Escrituras, y en esa ignorancia prevalecieron las tradiciones, concilios, y
todas esas cosas que vemos hoy. La iglesia fue institucionalizada, y en
consecuencia, corrompida. Constantino comenzó a llenarla de favores,
por lo que ésta, cada vez más, se comprometía con el imperio. Al final,
podemos decir que la iglesia vendió su primogenitura por un plato de
lentejas, por lo que su boca fue amordazada. Entonces, comenzaron a
vivir en el institucionalismo, a inventarse empresas y movimientos que
Dios nunca les mandó. Al paso de los siglos, ya no había un papa, sino
dos, porque el emperador de Francia consideró que el papa debía estar en
Aviñón y no en Roma, así que nombraron uno también allá, por lo que
cada uno se autoproclamaba como legítimo. Esto dio origen a lo que se
llamó “El Gran Cisma de Occidente” o división de la iglesia.
¡Y qué decir de las llamadas “indulgencias”! Con ellas, el papa daba la
remisión de las penas, absolviendo al pecador del castigo por sus
pecados. Al principio las indulgencias eran gratis, pero luego cuando la
iglesia cayó en problemas financieros, las vendían, incluso, a beneficio de
personas ya muertas, donde familiares podían asegurarles un buen puesto
a sus fenecidos familiares, en el “purgatorio”. De esta manera, las
indulgencias fueron tomando el lugar de la confesión y el verdadero
arrepentimiento. Fue así como el mover de Dios fue cegado por la
avaricia y el engaño.
Mas, en el siglo dieciséis, se levanta Dios y dice: «voy a levantar mi
pozo otra vez», y comenzó a levantar el pozo de los reformadores. En
Alemania levantó el pozo de Martín Lutero, en Suiza el pozo de Ulrich
Zwingli, y al francés Juan Calvino, establecido en Ginebra. Todos estos
movimientos predicaban lo mismo, sin haberse puesto de acuerdo. Hoy
está pasando igual, donde quiera que mires, la iglesia está hablando de la
gloria del Señor, y testificando en contra de todos esos espíritus que se
oponen a Cristo. La iglesia está entendiendo lo que es restauración, y está
cambiando su lenguaje, y estableciendo el reino de Dios en muchos
lugares de la tierra. No estamos solos, el Señor está nuevamente
levantando su pozo, el pozo de hoy, el pozo de esta generación.
Cuando los cegadores se levantaron en Paris y España, con el espíritu
de la contrarreforma, encabezado por el cura Ignacio de Loyola, en ese
mismo momento, la iglesia alemana hacía comparecer a Lutero, para que
se retractase de sus supuestas ideas. En la Dieta de Worms (asamblea
realizada en la ciudad de Worms, Alemania, en abril del 1521) antes de
condenarle y excomulgarle como hereje, Lutero, tomando la Biblia y
colocándosela en el pecho, dijo: «Puesto que su majestad imperial y sus
altezas piden de mí una respuesta sencilla, clara y precisa, voy a darla sin
rodeos de ninguna clase, de este modo: ‘El Papa y los concilios han caído
muchas veces en el error y en muchas contradicciones consigo mismos.
Por lo tanto, si no me convencen con testimonios sacados de las Sagradas
Escrituras, o con razones evidentes y claras, de manera que quedase
convencido y mi conciencia sujeta a esta palabra de Dios, yo no quiero ni
puedo retractarme, por no ser bueno ni digno de un cristiano obrar contra
lo que dicta su conciencia. Heme aquí, no puedo hacer otra cosa; que
Dios me ayude. Amén’ (Martín Lutero, por Federico Fliedner, Págs. 128,
129 Libros Clie, Terrassa, España, 1980). Este hombre tenía el pozo
adentro, el pozo de la revelación, del denuedo, del celo por lo que es de
Dios. Por eso, no pudieron ahogarlo, y su agua se multiplicó en los pozos
de los demás reformadores; y el pueblo de Dios tuvo libertad de
conciencia, saliendo del control y despotismo de la Roma de aquella
época.
Así comenzaron a disiparse las tinieblas, y Dios empezó a sacar de su
casa las tradiciones y las supersticiones. Entonces, el pueblo comenzó a
leer la Biblia en su propio idioma, y los sacerdotes comenzaron a adorar a
Dios. Ya no solamente cantaban los coros en los altares, sino que el
pueblo cantaba al Señor, pues les enseñaron que todos los creyentes son
gente santa, real sacerdocio, adoradores de Dios (Éxodo 19:6; 1 Pedro
2:5-9). También comenzaron a decir que la Biblia es la única autoridad en
asunto de fe; que la fe no la administraba la iglesia, sino que es el Espíritu
Santo quien administra la salvación y que únicamente por fe es el hombre
salvo en Cristo Jesús. ¡Tremendo pozo el de los reformadores, en medio
de tanta corrupción y confusión! Pero, ¿sabes qué pasó? El diablo dijo:
«Esto es un asunto de tiempo nada más y volveré a llenarlo de tierra. Yo
sé cómo hacerlo, ya lo hice con Roma, así que también lo haré con la
reforma». Tristemente, tuvo razón.
¿Qué ocurrió? Los reformadores en su buena intención de defender su
fe, la escribieron, y esa fe llegó a ser, no solamente el “credo” reformado,
sino la constitución de la reforma. Estos hombres se reunieron en el
palacio del obispo de Augsburgo, y frente al emperador Carlos V, leyeron
el documento, redactado por Felipe Melancthón (amigo cercano de
Lutero y profesor de Nuevo Testamento de la Universidad de Wittenberg)
al cual se le llamó “la Confesión de Augsburgo”. Al ver este documento
tan correctamente redactado, con principios de fe muy teológicos y
claramente expuestos, muchos dijeron: «Esa es nuestra fe y morimos por
ella». Mas, cuando la fe se escribe y se vuelve una constitución o manual
es como si se le hubiese puesto un límite a la revelación. Y así como en el
catolicismo, mientras adoran imágenes e idolatran a sus autoridades
espirituales, se han quedado recitando el credo: «Creo en Dios Padre
Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, y en Jesucristo, su único
Hijo nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu
Santo. Nació de Santa María, la virgen, padeció bajo el poder de Poncio
Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió al infierno, al
tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a
la diestra de Dios Padre, y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y los
muertos. Creo en el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia Católica, en la
comunión de los santos, en el perdón de pecados, la resurrección de la
carne y la vida eterna. Amen». Y todo eso es verdad, en lo que se refiere
a la persona del Padre y del Hijo, pero en cuanto a lo demás,
definitivamente, hay algo más.
Igualmente, los reformadores se concentraron simplemente en su
confesión de fe, pues luego de que empezaron a restaurar el templo
espiritual, comenzaron a institucionalizarse. Ellos dijeron: «Vamos a
organizarnos», y comenzaron entonces a ordenar a los ministros, y a
ponerles un nombre, sustituyendo al “papado” por el “sínodo” (junta de
ministros); un cambio de nombre nada más. De esta manera, se
organizaron y se constituyeron en la iglesia luterana o protestante, y con
su manual de fe, empezaron a formar a los ministros como profesionales
eclesiásticos, salidos de universidades, graduados en teología, filosofía,
etc. Por lo cual, ese celo, esa unción, esa fe gloriosa de la reforma se
volvió igual que la de Roma. Ahora vas a las iglesias luteranas, ves
tremendos edificios y un pequeño grupo de personas reunidas, pero no
hagas un llamado al altar, pues ellos no creen en eso. Ya tienen
quinientos años haciendo lo mismo, no han cambiado en nada, ¡se
estancaron! El pozo se cegó, y eso duele en el corazón de Dios.
Te mencionamos anteriormente, que nuestra congregación realizó una
misión para Dios, que consistió en ir a orar en todo lugar, donde en el
pasado hubo avivamiento del Espíritu, cuyo propósito profético, el Señor
llamó “desenterrar los pozos”. En esta actividad, a través de la autoridad
y unción profética, ordenábamos con un canto de fe, sobre cada uno de
estos lugares, “Sube, oh pozo…”, como hizo Israel en Beer (Números
21:16-18). En estos viajes, fuimos adonde estaban las siete iglesias del
Apocalipsis (lo que hoy es Turquía). Viajamos a la Isla de Patmos,
además de Europa, donde vivieron los valdenses; estuvimos también en la
casa donde nació John Wesley, etc. Pero cuando fuimos a Wittenberg,
donde histórica y simbólicamente comenzó la reforma, los hermanos que
enviamos allá, cuando regresaron, llegaron entristecidos. Recuerdo cómo
llegó el pastor Hugo Comuzzi, pero el testimonio que más me apeló fue
el del pastor Francisco Sánchez, cuando llorando (porque él es bien
sensible con las cosas del Señor), me dijo: «¡Qué dolor sentí, cuando fui a
la iglesia donde Martín Lutero clavó las noventa y cinco tesis, y vi que
era un museo! Allí pasean a los turistas y les dicen: «Miren, en este
púlpito predicó Lutero; esta es la Biblia que él usaba; aquí él descansaba,
allá se aseaba, etc.» También vi a personas ministrando como lo hacían
antes, vestidos como en el siglo dieciséis, porque era parte de la
exhibición. Al ver todo eso me dije: ‘¡Ayy! Yo que había oído tantas
cosas lindas de la reforma, y ver, quinientos años después, en lo que se ha
convertido, eso duele’». Sí... duele y mucho, todavía más sabiendo que
“Dios no es Dios de muertos, sino de vivos” (Mateo 22:32).
Ahora, ¿quién es el enemigo? ¿Quién dañó la obra del siglo dieciséis?
el institucionalismo con sus estructuras y organizaciones. Ese control se
adueña de la bendición y ahora la reclama y dice: «El pozo de Lutero es
nuestro; Lutero era luterano». Pero el mismo Lutero dijo que no le
pongan a la iglesia su nombre, porque él no murió por la iglesia, sino
Cristo, pero ellos todavía le llaman a esa iglesia “luterana”. Ellos se
adueñaron del pozo, y al ponerle el nombre del instrumento, lo cegaron,
por eso hoy es una galería. Pero dicen: «Esa es nuestra historia, ese es
nuestro movimiento, esa es nuestra reforma y ese es nuestro reformador.
El que quiera venir aquí, que pague, y le damos un tour por nuestro
museo». El pozo de donde nació la reforma hoy es un salón de
exhibición; le echaron tierra encima al pozo, lo cegaron, y los “filisteos”
se ufanan diciendo: «Esto es nuestro». Es así como el institucionalismo se
apodera de los movimientos del Espíritu, los seca y entierra, para luego
levantar el orgullo histórico de “fundador”.
Igualmente pasó con John Wesley (1703-1791), su padre era pastor de
la iglesia de Inglaterra. Wesley era el decimoquinto hijo de diecinueve
hermanos, pero el Dios del cielo en su providencia lo había elegido a él
para abrir un pozo. Cuentan que diariamente se levantaba a las cuatro de
la mañana a orar. Dios estaba haciendo brotar el pozo, haciendo subir sus
aguas por el Espíritu Santo, sube pozo, sube... Y se levantó aquel pozo,
junto a su hermano Carlos y a George Whitefield, desarrollando un
ministerio como predicador popular, y se hizo famoso. Pero cuando se
levantó aquel pozo, en la iglesia anglicana, (a pesar de que era hijo de un
pastor), de su propia iglesia lo echaron. En el lugar donde él creció y
adoraba a Dios con sus himnos, le dijeron: «Váyase de aquí, con esa
música a otra parte, nosotros somos anglicanos, esa no es nuestra cultura;
tampoco nosotros adoramos ni oramos así». Entonces, él se fue como
Isaac, diciendo: «Si me cierran el pozo aquí, lo abrimos allá, pero esto no
lo parará nadie». Así que Wesley tuvo que separarse de la iglesia que lo
vio crecer, y formar la suya, y les comenzaron a llamar por el nombre de
“Metodistas”, pues era notorio su capacidad de organización y los
métodos que aplicaban para el estudio de la Palabra. Luego, el
movimiento metodista se hizo fuerte y fue glorioso, llenando a Europa y
América del conocimiento de Dios. El Señor no detendrá su obra por falta
de pozos, sino que va a seguir abriendo pozos, y cuando le echan tierra
por un lado, él lo levantará por otro, como la ardilla que se mete por aquí
y sale por allá.
Juan y su hermano Carlos conocieron que a través de la alabanza su fe
se aumentaba, por lo que compusieron al Señor alrededor de seis mil
himnos (54 himnarios) y también poemas. John Wesley escribió más de
doscientos libros, también una gramática hebrea, otra latina y otra más de
francés e inglés; predicó 780 sermones, lo que significa dos sermones
diarios, durante cincuenta y cuatro años; visitaba a los enfermos, a los
hermanitos en sus casas y disertó sobre diferentes temas en sus obras,
incluyendo de la naturaleza, historia, etc. Pero cuando murieron, él y su
hermano Carlos, y se evaluó el impacto espiritual que su movimiento
había hecho, el pozo de agua viva que en ellos Dios había abierto, sus
seguidores comenzaron a decir: « ¿Por qué no escribimos acerca de lo
que pasó? ¿Por qué no hacemos un museo donde nació Wesley?», y
empezaron a echarle tierra hasta que lo cegaron. Cuando nuestros
misioneros fueron allá, a cumplir el mandato que Dios nos había dado de
desenterrar espiritualmente, por fe, estos pozos, y llegaron a la casa de
Wesley, encontraron que también estaba convertida en un museo. Y
ahora los metodistas dicen: «Nosotros somos el movimiento de Wesley»
y a la inspiración divina que este hombre recibió por el Espíritu Santo, le
pusieron su nombre: “teología wesleyana”, aunque toda su vida este
hombre la dedicó a darle gloria a Dios y a su Cristo.
Sabemos que donde había fuego, cenizas quedan, pero solo eso... La
iglesia metodista perdió el brillo que tuvo antes, y lo digo con dolor,
porque son mis hermanos, y yo estoy hablando de nuestra historia como
iglesia, recordemos que la iglesia de Cristo es una sola. El espíritu
religioso se adueñó del movimiento vivo, para convertirlo en una
institución. Ellos, que con su buena intención escribieron lo que habían
vivido en el Espíritu Santo, igualmente hicieron una liturgia de la
espontaneidad del Espíritu, volviendo a la rutina de donde el Señor los
había sacado. Y no niego que sus libros sean una bendición, y que sus
vidas, todavía, nos sirven de inspiración, pero ¡cegaron el pozo y se
adueñaron del nombre! Ellos hicieron de todo aquello una sala de
exhibición, y ahora son solo eso, parte de la historia de la iglesia.
Asimismo, en Estados Unidos había un hombre llamado Jonathan
Edwards (1703-1758), teólogo, filósofo y uno de los hombres más
brillantes, intelectualmente, de su época. Este hombre, aunque tenía
problemas con la visión, tenía unos lentes con grandes aumentos y leía
sus sermones, pero la gente se dormía al escucharle, y eso lo llevó a
frustrarse del púlpito. Esa inconformidad lo hizo orarle a Dios: « ¡Señor,
por favor! Yo quiero ser un predicador de poder», dejando el púlpito para
orar, y el día que menos oraba, oraba trece horas. Buscó tanto de corazón
a Dios, que Él lo vio y le mandó la unción, y comenzó el Señor a levantar
ese pozo, pues le habían cerrado el otro.
¡Qué tremendo pozo fue Jonathan Edwards! El hombre regresó al
púlpito, y sin cambiar su estilo de predicar -pues seguía leyendo los
sermones- ahora cuando los leía la gente temblaba, lloraba, se
quebrantaba, se humillaba, se podría decir que se agarraban de las
columnas de los templos, para no deslizarse a una eternidad sin Dios.
Pasaba por las aldeas, y la gente lloraba por su salvación, y comenzó una
sed, un deseo de buscar a Dios y se levantó un tremendo movimiento del
Espíritu. Y cuando Jonathan comenzó a predicar, y Dios a levantar este
nuevo avivamiento, comenzaron a discutir que si la santa cena hay que
dársela solamente a los que son de la fe que están en el templo, y otras
cosas como esa, y comenzaron a echarle tierra, y ¿sabes qué ocurrió? Que
el hombre fue despedido de su pastoreado, y tuvo que irse como
misionero, a favor de los indios americanos, porque el sistema ahogó el
pozo, a pesar que fue un tremendo movimiento de Dios.
Mas, aunque cerraron este pozo, Dios volvió a levantar otro, ahora en
un hombre llamado Charles G. Finney (1792-1875), en Adams, una
ciudad del estado de Nueva York en Norteamérica. En este hombre, el
Señor levantó un tremendo pozo de predicación ungida. Su vida fue tan
impactada por el poder de la Palabra que muchos lo consideraron un
segundo apóstol Pablo, por el impacto que tuvo en la iglesia en lo que se
refiere a la palabra predicada. Su unción fue tan poderosa, que se cuenta
que una vez pasó por un lugar, en un tren, y solamente su trayecto dejó a
su paso a personas que lloraban y se convertían al Señor. Dicen que una
vez entró a una factoría, y los operarios en sus máquinas, al verlo,
mientras trabajaban, comenzaron a llorar y a pedir perdón, ¡tremenda
unción de arrepentimiento!
Era tal la unción de Finney que se constituyó en el precursor de la
prédica espontánea, sin notas, en un tiempo donde la mayoría de los
sermones eran escritos y leídos. También fue el precursor de reuniones de
oración fuera de los templos, y del llamado a conversión y el testificar en
público. Él revolucionó la iglesia cristiana, pero, ¿sabes qué pasó?
Igualmente, como sus antepasados, tuvo que dejar su iglesia, porque le
ahogaron el pozo, cuando se originó una división entre la iglesia
presbiteriana de la “vieja escuela” y la “nueva”. Sus hermanos
comenzaron a espiarle en sus reuniones de oración, y se oponían a su
prédica espontánea. Así que Finney se dedicó solo a la enseñanza, como
profesor de teología en la universidad de Oberlin, con algunas
excepciones, añadiendo un nombre más a la lista de la historia del
avivamiento en la iglesia.
¿Qué pasó a principios del siglo pasado cuando Dios comenzó a
levantar el movimiento Pentecostal en 1906? Recomiendo un libro que se
llama “Azusa Street” (La calle Azusa), escrito por Frank Bartleman, un
varón de Dios, quien fue testigo de este avivamiento en el sur de la
ciudad de los Ángeles, el cual escribió sus impresiones acerca de ese gran
movimiento que luego llamaron “Pentecostal”. Ocurrió que el hermano
William Seymour, un predicador afroamericano, sin ningún atractivo, que
incluso se colocaba una caja en la cabeza y se escondía, para que no lo
vieran, en medio de la manifestación del Espíritu. Dios lo eligió, en el
tiempo en que, aunque la esclavitud había terminado, todavía quedaba un
fuerte sentir discriminatorio en Estados Unidos, para levantar y revivir la
iglesia, y esta fuese guiada por el Espíritu Santo.
De esta forma comenzó todo aquello, tan hermoso, donde nadie era
asignado para predicar, sino que en el momento dado el Espíritu señalaba
quien llevaría la Palabra de ese día, y cuando esa persona predicaba caía
la gloria de Dios. Entonces comenzaron a llegar a Estados Unidos del
mundo entero para mirar lo que estaba pasando ahí, y se acrecentó aquel
poderoso avivamiento, multiplicándose en congregaciones avivadas. Mas,
un día, cuenta Bartleman, pasó frente aquella vieja casa #312, vio un
letrero que habían colocado afuera, donde ya le habían puesto un nombre
al movimiento. Él dice que sintió que desde ahí comenzó la decadencia
de ese tremendo avivamiento, cuando le quisieron poner nombre a algo
de Dios. Se levantaron a darle nombre al pozo y también se adueñaron de
él, pues empezaron los diferentes concilios a reclamarlo como suyo. Así,
lo que inicialmente fue un movimiento del Espíritu en todas las iglesias,
se convirtió en una tremenda denominación, dividida en un montón de
pedazos llamados: “concilio” “asamblea” “misión”, etc. En fin, todo el
mundo reclamando la autoría, cuando únicamente pertenece al Espíritu
Santo de Dios.
De hecho, todos estos pedacitos se convirtieron en instituciones que -
cuando comenzaron- criticaban a los bautistas, a los metodistas y
presbiterianos, pero luego se convirtieron en uno de ellos, ¡iguales!
Erigieron instituciones, levantaron universidades, establecieron un
sistema burocrático, emitieron credenciales, etc., igual que los demás.
NADIE PUEDE ACUSAR A ALGUIEN DE HABER CEGADO Y
ECHADO TIERRA A LOS POZOS QUE DIOS HA LEVANTADO,
PORQUE ES UN PECADO HISTÓRICO, DEL CUAL TENEMOS QUE
ARREPENTIRNOS TODOS.
Hay gente que no se atreve a hablar de esto, tiene miedo. Mas, nosotros
lo hacemos, no por valientes, sino porque izamos la bandera del reino de
Dios. El Señor conoce el espíritu con el cual estamos diciendo estas
cosas. No estamos señalando, ni condenando a nadie, estamos
identificando nuestros enemigos para que no reinen entre nosotros, por
eso hablo y escribo lo que escribo, muy claro, porque la verdad nos hace
libres. ¿Quieres saber lo más reciente, lo último que el Espíritu me está
mostrando? Observando el panorama de lo que Dios está haciendo en las
naciones, en unos lugares más que en otros (no sé si es porque la
propaganda de algunos está por todas partes), noto que mientras Dios está
levantando pozos, ya hay quienes los están institucionalizando. Veo gente
que está haciendo redes apostólicas con constituciones, todo muy
parecido a lo que ha pasado con anterioridad. Incluso, esto va más rápido
que los movimientos anteriores, porque los luteranos duraron siglos y
décadas para llegar al punto de cerrar el pozo, pero estos no. El pozo del
ministerio apostólico está brotando, y ni siquiera el agua ha subido
totalmente, cuando ya se están adueñando, y le están poniendo nombres,
y lo están institucionalizando, ¡lo mismo! Es increíble, hermano, por eso
tenemos que orar. Dios nos dio los siete espíritus y los siete ojos para
velar, tenemos que cuidar la restauración que Dios está haciendo hoy en
la iglesia. Es necesario que nos levantemos y digamos a la iglesia:
¡Cuidado, no cometamos el mismo pecado; dejemos que brote el pozo!
Dios me mostró algo en el siguiente versículo: “Entonces dijo
Abimelec a Isaac: Apártate de nosotros, porque mucho más poderoso que
nosotros te has hecho” (Génesis 26:16), y él se fue (v. 17), y es que el
institucionalismo tiene dos formas: o le echa tierra al pozo y lo ciega; o se
adueña y te echa. A Jesús lo echaron (Lucas 4:29); a Pablo lo expulsaron
(Hechos 21:30); Lutero se fue, pero primero lo excomulgaron, a Wesley
también. Así echaron a Isaac y él se fue al Valle de Gerar. Y como
todavía estaba en el territorio de ellos, se sentían con derecho para
echarlo y adueñarse de todo, porque era su tierra. POR ESO EL
ESPÍRITU DE DIOS ME DICE QUE HAY QUE SALIR DEL
INSTITUCIONALISMO, DE LAS ESTRUCTURAS ECLESIÁSTICAS,
PARA QUE NO TENGAN DERECHO NI AUTORIDAD SOBRE
NOSOTROS NI DE LOS POZOS DEL SEÑOR.
El Señor me dijo: «Nota la trayectoria de Isaac, cuando lo echaron, se
movió un poquito, pensando que ahí estaría bien, pero vinieron todavía
allí a molestarle y a reñirle, porque él estaba en su territorio». Ellos le
dijeron en otras palabras: «Todavía tú estás en el valle del
institucionalismo, así que te debes a nosotros. Por lo que, aunque no
quieras, tienes que darnos cuenta. Aunque eso lo hayas hecho tú, es
nuestro». Personalmente, tuve esa experiencia, pues no pensaba salir de
donde yo estaba, sino que decía: «Esta es la iglesia de Dios», porque así
me enseñaron. Y cuando Dios me dijo que había una sola iglesia, en el
mundo entero, de todos modos, me dije: «Sí, Señor, me quedo aquí para
abrirles los ojos a todos estos», pero ¡qué equivocado estaba!
En ese sentir de permanecer en aquel lugar estuve, hasta que ellos
comenzaron a decirme: «Tú no vas a adorar así, porque nosotros no
somos pentecostales», y me quisieron quitar la alabanza. También me
dijeron: «Tú estás predicando que es por gracia y por fe, nosotros somos
un pueblo de ley», y con eso me abrieron más los ojos, por lo que decidí
irme. Después querían que yo me quedase, y les dije: «Hermanos, yo no
soy de aquí, ni soy de ustedes, pertenezco a Cristo y soy deudor de Su
gracia». Y ¿sabes por qué me querían retener? Porque Dios me estaba
bendiciendo y el pueblo recibía la Palabra, y muchos de los líderes que
asistían al discipulado se llenaron de temor, y me decían: «Quédate
Radhamés, mira que te vamos a hacer el evangelista de la organización;
permanece con nosotros y te vamos a dar una iglesia más grande; no te
vayas, porque te vamos a aumentar el presupuesto para tu programa de
radio; si te quedas te vamos a pagar tu doctorado en estudios teológicos».
Sin dudas, ellos me querían retener para adueñarse de la corriente de agua
viva, que Dios había desenterrado en mí, por eso dije: «Esta es una obra
de Dios y yo no se la voy a entregar a los filisteos. Me voy de aquí, y
abriré el pozo en otro lugar».
Recuerdo que, a pesar de que Dios, seis meses antes, me había dicho
que tenía que salir de ahí, y se lo dije a unos compañeros y se rieron de
mí, todo pasó, después se dieron cuenta que todo lo que el Señor me
había dicho se había cumplido. Seis meses antes, cuando lo anuncié, ya
tenía todas las evidencias de que tenía que salir de aquel lugar, pero
comenzaron a llegarme informes que aun los niños de la iglesia estaban
llorando por mi salida, y el presidente de los pastores me dijo:
«Radhamés, tu ida va a dejar un gran vacío en nuestro ministerio ». Y al
llegar a mis oídos todos esos informes, de que había otras congregaciones
llorando por mi partida, mi corazón de pastor se llenó de un inmenso
dolor, y tuve una necesidad, un deseo, un no sé si regresar, y de momento
me tiré de rodillas llorando, y dije: «¡Señor, Dios de Israel! Háblame hoy,
háblame hoy, por favor déjame oír tu voz». Entonces, el Señor me dijo:
«Te voy a hablar por un método que tu criticas mucho», y le dije: « ¿Cuál
es? Háblame como tú quieras».
Tengo que confesarte que el método que yo rechazaba era ese que usa
mucha gente que abren la Biblia al azar, y ponen el dedo sobre algún
versículo y dicen: «Aquí me habló Jehová», porque yo decía que eran
cristianos superficiales. Mas, Dios me dijo: «Por ese método que tú
aborreces, te hablaré. Abre la Biblia». Entonces, tomé la Biblia en mis
manos, y con los ojos cerrados la abrí, y coloqué mi dedo y cuando miré,
estaba señalando el verso 9 del capítulo 18 del libro de los Hechos, donde
el Señor le dice a Pablo: “No temas, sino habla, y no calles; porque yo
estoy contigo, y ninguno pondrá sobre ti la mano para hacerte mal,
porque yo tengo mucho pueblo en esta ciudad” (Hechos 18:9). Entonces,
entendí aquello que, meses antes, Dios me había dicho en una profunda
comunión: «Radhamés, yo te voy a mostrar mi pueblo en esta ciudad; yo
te voy a llevar a todas mis ovejas», y yo decía siempre a los hermanos,
predicando: «I have a dream (yo tengo un sueño)», recordándome de la
frase que hizo famosa Martin Luther King Jr. Sí, yo tenía un sueño que
Dios había puesto en mi corazón y era ver una iglesia enamorada de
Cristo, una iglesia donde Cristo es el Rey, una iglesia que no se guía por
estructuras, sino por el Espíritu Santo. Ahora mis ojos ven a ese pueblo
en esta ciudad y en las naciones, y glorifico a mi Señor.
Creo que la iglesia de Cristo la constituye todos los nacidos de Dios,
por la obra del Espíritu Santo. El nombre del movimiento donde fueron
evangelizados y el lugar donde perseveran no importa. De hecho, estoy
mirando una generación que brota, estoy observando un pozo que se
levanta, que busca la gloria del Rey, en un organismo viviente, no en una
organización. Mas, es necesario que entendamos que mientras Isaac
estuvo en tierra de los filisteos, ellos se sintieron con derecho sobre él.
Por eso, dice Dios: «Sal de Babilonia, oh cautiva hija de Sion, sal de ahí,
¡sal!» Hay un llamado del Señor de salir de esos espíritus, de esas
cárceles, hay que salir para que no tengan derecho en nuestras vidas. A
veces se adueñan hasta del derecho de autor de los que escriben libros
inspirados por el Señor, se adueñan de todo.
Nota lo que dicen las Escrituras: “Y volvió a abrir Isaac los pozos de
agua que habían abierto en los días de Abraham su padre, y que los
filisteos habían cegado después de la muerte de Abraham; y los llamó
por los nombres que su padre los había llamado” (Génesis 26:18).
Generalmente, después que muere el instrumento que Dios levanta, ahí es
que le echan la tierra con ganas, porque mientras está vivo el hombre que
tiene la guía del Espíritu hay cierto freno, pues él no permitiría todas esas
cosas, pero ya muerto, le arrebatan el nombre y le quitan el apellido de
Dios, para ponerle el de ellos. Ya no se llaman iglesia de Cristo, sino
concilio tal, iglesia tal, ya sea bautista, pentecostal, presbiteriana, y así
sucesivamente. Y dice Dios: «Iglesia, los llamados de mi nombre no
llevan el nombre de Juan el bautista, ni de ninguna doctrina, sino que
llevan el nombre de Cristo, del que los redimió». Ellos se ponen el
nombre de la denominación, y se llaman movimiento Luterano,
movimiento reformado, pero la iglesia no, ella se apellidará con el
nombre del Señor. Los engendrados de mi nombre, yo los salvé, yo los
hice, y los creé, para que lleven mi nombre a las naciones, no el de ellos».
Ya dije que el Señor nos envió a desenterrar, por fe, los pozos en las
naciones, pero el que los levanta es Dios. A través de un ministro de la
ciudad que nos predicó un mensaje sobre la epístola a los Hebreos 12:23,
acerca de los espíritus de los justos hechos perfectos, confirmamos lo que
el Señor nos había dicho meses antes: «Voy a resucitar el espíritu de la
reforma en este tiempo, pero lo voy a hacer con mi nombre, no con el
nombre de nadie. Voy a levantar el movimiento de Jonathan Edwards, el
espíritu de Wesley, pero no con el nombre de una denominación, sino con
mi nombre». Nosotros fuimos a la llanura piamontesa, a orar en aquel
valle donde se escondían Pedro Valdo y sus seguidores, los que
posteriormente fueron conocidos como “valdenses”, por el nombre de su
líder. Valdo entregó todas sus riquezas a los pobres, para seguir
radicalmente los preceptos de Cristo.
Estos hombres pelearon contra un imperio, porque les fue negado
predicar el evangelio, por ser, supuestamente, una prerrogativa de los
sacerdotes, únicamente, y los excomulgaron y fueron perseguidos
despiadadamente. No obstante, ellos constituyeron iglesias en aquel valle,
donde también se escondían, y decían a sus hijos «Ustedes serán
misioneros de Dios o no serán nada». Perdieron sus propiedades, sus
derechos, vivieron como errantes en las montañas, en los valles y cuando
los encontraban eran quemados, ahorcados, torturados, y ni siquiera así
renunciaron a la fe gloriosa de Jesús. El sistema los destruyó casi a todos,
y hoy son historia. Se dice que solo el papa Inocencio III mató cientos de
miles de valdenses, en tiempo de la inquisición. Mas, la sangre de los
mártires era semilla, y cuando mataban uno, por el testimonio de ese se
levantaban cien y hasta mil más. Así Dios va resucitar los pozos, pero con
el nombre de Cristo, no con el nombre de alguien más, pues nadie tiene
derecho a apropiarse de lo que es de Dios.
Meditando en el incidente de los pastores de Gerar contra los pastores
de Isaac, cuando les dijeron: “El agua es nuestra” (Génesis 26:20), vino a
mi mente lo que pasó, en la ciudad de Nueva York, cuando Dios le dio a
la iglesia hispana un avivamiento, y le dijo: «Tú irás a las naciones». Este
movimiento del Espíritu, Dios lo realizó a través de un conocido
ministerio radial, al cual también le dijo: «Tú vas a ser voz mía en las
naciones». El Señor levantó a sus ungidos, y la iglesia de la ciudad estaba
siendo muy bendecida y ya se estaba extendiendo el fuego a las naciones,
cuando el espíritu de los pastores de “Gerar” se suscitó en el ministerio, y
no escucharon a Dios, sino que se alzaron en contra de sus ungidos,
especialmente contra uno de ellos. A ese lo despojaron y le dijeron: «La
unción es nuestra; todo lo que tú has hecho aquí es de nosotros». Así lo
bloquearon y neutralizaron en la ciudad, lo despojaron y expulsaron, y se
adueñaron del pozo. Entonces, comenzaron a dar decretos: «No más
oración en este lugar, esto no es un templo», cambiando la visión y el
propósito que Dios había puesto en aquel instrumento.
Llegado el momento, la situación se hizo insostenible, pero me vi
diciéndole a ese ungido: «Mientras tú estés en el territorio de los filisteos,
te van a estar riñendo por el pozo, y no descansarán hasta arrebatarte la
bendición. ¡Sal de en medio de ellos! ¿No ves que ellos tienen las
corporaciones legales, las pólizas y los manuales, y la ley de los hombres
está a su favor?, ¿vas a pelear con lo legal? Nuestro único defensor es
Jehová, y nuestra herencia es espiritual, no física, pues nuestras armas
son espirituales, poderosas en Dios para destrucción de fortalezas (2
Corintios 10:4)». De hecho, así le dice el Espíritu a los que están pasando
hoy por la misma situación: “No temáis, manada pequeña, porque a
vuestro Padre le ha placido daros el reino” (Lucas 12:32). Quizás no
tenemos dinero, ni instituciones, ni nada, pero tenemos algo superior:
Tenemos al Rey, Su reino y Su mensaje. Sal de en medio de ellos para
que no tengan derecho en el pozo que Dios levante a través tuyo; para
que no te amordacen, ni te aten, ni te neutralicen; para que la obra de
Dios se pueda cumplir en ti, y a través de ti».
En la actualidad, todavía continúa la riña por ese pozo. Hay un pleito
que hasta llegó a la prensa, y por poco a los tribunales, pues se está
peleando por los derechos del pozo. Y Dios nos dio una revelación a
nosotros hace años atrás, y nos mostró ese ministerio como una cabrita,
donde fieras de muchos géneros (leones, osos, tigres, etc.) se lanzaron
sobre ella, porque tenían hambre de poder, hambre de dominio, de
adueñarse de lo que Dios había hecho, y que su pueblo había respaldado
voluntariamente, pero con mucho sacrificio. Dejaban que los ungidos
predicaran un poquito, para que la gente siga enviando ofrendas y
respaldando el ministerio, para luego ellos gobernarlo. Y el Dios del cielo
miraba todo aquello y lo guardaba en el corazón.
De hecho, el Señor me mostró en visión, en mi espíritu, que se
apoderaron de la cabrita, como lobos, y todo el mundo tomaba su tajada:
un muslo aquí, un pedazo de carne de allá, otro poco de acá, etc. Mas,
cuando quedaba solamente el esqueleto de la cabrita, las fieras con el
hocico lleno de sangre, comenzaron a pelearse entre ellas, unas contra
otras y viceversa. Esta visión parecía una fantasía, pero ahora que se está
cumpliendo al pie de la letra, pues se están peleando entre ellos, diciendo,
«Este pozo es mío», nos duele aun más en el corazón. Pero Dios dice:
«Yo hago los pozos para mi propósito, no para gloria del hombre»; y yo
digo: «no pelearé por pozos, sino que saldré como Isaac, y me seguiré
moviendo hasta que llegue a un lugar donde ya no sea tierra filistea, sino
de Jehová». Isaac llegó un momento que se cansó de abrir los pozos para
que los filisteos se adueñaran de ellos, por eso se apartó de allí (Génesis
26:21-22).
El espíritu de los filisteos se adueña de lo que no es de ellos, de la
gloria de los recursos de estos movimientos, se enriquecen y se hacen un
gran nombre, y lo que fue para gloria de Dios, ahora es para gloria del
hombre. Secan el pozo, como seco es el monte de Gilboa. Cuando Isaac
se apartó de allí y salió del territorio de los filisteos, al abrir un pozo en
aquel lugar le llamó Rehoboth, que significa “lugar amplio, calles
espaciosas” (Génesis 26:22). Y Dios me hizo ver y me dijo: «Cada vez
que un siervo de Dios sale de la tierra del institucionalismo y ellos no
tienen más el dominio sobre él, el próximo pozo es lugar espacioso». Y
así le dije a ese ungido: «No temas porque vas a llegar a tierra espaciosa
donde te vas a mover para el norte, para el sur, para el este y al oeste y
nadie te detendrá, porque ahora es territorio de Jehová y no de los
hombres».
Los pastores que conocen mi trayectoria, pueden confirmar este
testimonio. Antes, yo tenía un programa de radio y pastoreaba dos
iglesias pequeñas, y aunque cuando convocaba a la gente recibía un gran
respaldo, eso no se puede comparar con el lugar espacioso que Dios me
ha dado ahora. El Señor me ha llevado a predicarle a toda la ciudad y a
toda la iglesia en las naciones, teniendo un pueblo hermosísimo, fiel al
Señor y a la visión que nos ha dado en el Cuerpo. Una vez, cuando por un
tiempo salí del ministerio radial, vino a mí, la esposa de uno de los
pastores de la ciudad, llorando, al final de un servicio de adoración, y me
dijo: «Yo no sé la causa por la cual usted se ha salido de la radio, pero yo
le voy a decir una cosa, esa congregación que va camino a su casa, no son
las únicas ovejas suyas, usted tiene un rebaño en esta ciudad. Yo, desde la
primera vez que lo escuché, me dije: “ese es mi pastor”». Las palabras de
esa sierva vinieron del Señor, y ahora estoy en lugares espaciosos. Dios
me ha dejado conocer iglesias de las naciones, compartir con hermanos
que también salieron de tierra de los filisteos y estamos aquí, disfrutando
de la anchura, sin límite, sin bloqueo, en la libertad del Espíritu en Cristo
Jesús.
En ese lugar de esta ciudad, sufrí que el Espíritu del Señor dijera:
«Hagan esto», y que los de la institución dijeran: «No, nosotros somos la
junta directiva, y consideramos que eso no se hará», y como hay que
someterse al que está en autoridad, bajábamos la cabeza, y en humildad
respetábamos sus decisiones, pues eran el gobierno. Pero después que salí
de su territorio, para estar en el territorio de Dios, en lugares espaciosos
donde me gobierna el Rey de Reyes, nos dejamos guiar por un “así dijo
Jehová”. Ahí le hemos dado libertad al Espíritu y Él ha hecho como ha
querido, mostrando que él es Rey, Señor y dueño de todo. Por eso Dios
dice a su iglesia: «Sal de Babilonia, cautiva hija de Sion». La iglesia tiene
que salir de tierra de los filisteos, de otra manera no va a llegar a lugar
espacioso, y será atada y amordazada.
Un día me dijo Dios: «Hijo, yo quiero que ustedes mis siervos dejen el
bozal», y yo dije: «Dios mío, ¿cuál es el bozal?». En el momento no
entendí ese lenguaje tan extraño, de bozal, pues en el uso apropiado de la
palabra, se define como “bozal” a una pieza o aparato que se coloca en la
boca de los animales para impedir que muerdan, mamen o pasten en los
sembrados. Mas, el Señor me dijo: «El bozal es la ética ministerial, la
cual se usa para dar muestra de educación y de prudencia (por ejemplo:
“no digo eso porque se ofenden”, “no menciono aquello porque no me
vuelven a invitar”), pero no es otra cosa que hipocresía educada, para
callar la boca a mis profetas». Tremenda comparación. El apóstol Pablo
decía: “Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato
de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no
sería siervo de Cristo” (Gálatas 1:10). En la restauración, Dios nos ha
dado lengua de sabios para hablar al pueblo; nuestro mensaje no es de
condenación, ni de confrontar las cosas en la cara a nadie para
avergonzarle, sino para restaurarle.
El Señor nos dio el ministerio de la consolación, donde el mensaje se
da con amor, anunciándole a la iglesia las cosas nuevas, el nuevo orden
de Dios. Tenemos que decir que hay que salir a reedificar, pues en Sion
va a haber un templo y un Rey. Por eso nuestras palabras le traen algo
mejor, y es como bálsamo que le muestran los campos floridos que Dios
ha prometido: “Se alegrarán el desierto y la soledad; el yermo se gozará y
florecerá como la rosa. Florecerá profusamente, y también se alegrará y
cantará con júbilo; la gloria del Líbano le será dada, la hermosura del
Carmelo y de Sarón. Ellos verán la gloria de Jehová, la hermosura del
Dios nuestro” (Isaías 35:1-2). En el mensaje de restauración no hay
condenación. Sí se exhorta, sí se amonesta, pero también se edifica, y
también se consuela. LOS SIERVOS DE DIOS NO ESTAMOS EN
CONTRA DE NADIE, SINO A FAVOR DEL SEÑOR.
Se cuenta que en el tiempo de la guerra civil, en Estados Unidos, una
viejita como de ochenta y cinco años estaba a favor de los estados del
norte, y de momento salió de su casa, en medio de la balacera, con la
bandera del ejército de la unión, hacia el campo de batalla. Un soldado
que ve a la ancianita que con esfuerzo trataba de hondear la bandera de la
unión, lo más alta posible, se le tira encima, y le dice: « ¡Abuelita!,
pero… pero ¿cómo es posible? ¿Acaso usted ha perdido la cabeza? ¿Qué
hace usted en este lugar arriesgando su vida? ¿Qué logra con levantar la
bandera? ¿Cuál es su propósito?», y ella con una gran convicción le
contesta: «Yo no tengo arma, ni tampoco sé disparar, pero quiero que
todo el mundo sepa de parte de quién estoy». Intrépida la viejita, pero así
tenemos nosotros que levantar la bandera del reino de Dios y decir: «Yo
no tengo armas ni tampoco sé disparar, pero estoy aquí para que todos
sepan de cuál lado estoy, de parte del Rey Jesús».
Esforcémonos en Dios, porque al enemigo, como a aquel gigante, hay
que clavarle la piedra en la frente y luego cortarle la cabeza, con su
misma espada (1 Samuel 17:49,51), porque es la única manera de libertar
al pueblo de Dios y que huyan los “filisteos”. Para que eso ocurra no
podemos dar constantemente mensajitos de avivamiento, y « ¡aleluya,
Dios nos va a dar una iglesia grande!», « ¡llenaremos el estadio!», etc.
Eso no resuelve el problema, porque cuando llenamos el estadio, vienen
los “filisteos” y dicen: «Usted pertenece a nuestra organización, así que
todo esto es nuestro», y se adueñan de todo lo que Dios hace; ya tenemos
siglos en lo mismo. Mas, ahora Dios le va a decir a la iglesia: «Tú verás
como todo funcionará sin eso, quítate las armaduras de los hombres y
toma la piedrita del reino, vístete con la armadura de Dios, y verás que
vencerás».
Hemos dependido tanto del hombre que ya no sabemos funcionar con
Dios. Ya no sabemos ni predicar, porque ensayamos tanto los sermones y
lo que vamos a hacer y a decir, de manera que todo está estrictamente
calculado, por eso tropezamos con todo lo que encontramos. Así no
podremos llegar a los lugares espaciosos, y te lo digo con todo mi
corazón, rogando a Dios que recibas el espíritu de estas palabras. Las
lágrimas que han salido de mis ojos, solamente Dios las conoce, y las
frustraciones que viví como ministro, cuando veía que todos los esfuerzos
eran en vano, espero que ahora sirvan para poder transmitirte este
mensaje.
Este sentir no es nuevo, pues donde yo estaba, observé que cada cuatro
años cambiaban a los pastores, y yo me preguntaba el porqué. Entonces,
fuimos a preguntar a la organización y me contestaron: «Lo que pasa es
que cuando un pastor dura más de cuatro años en un lugar, los hermanos
le toman mucho cariño, y después, las iglesias no quieren que les
cambien a los pastores», y el Espíritu me dijo: «Aquí hay una estrategia,
una manipulación».
No obstante, puedo decir que fui el único pastor que duró siete años en
una iglesia, en vez de cuatro, porque los hermanos comenzaron a decirles:
«Dennos al pastor», y ellos comenzaron a temer, y me dejaron por un
tiempo.
Recuerdo que, viendo esta problemática, le dije a un compañero: «Es
duro, estar siete años aquí, agonizando, para entrar a esta iglesia en el
propósito de Dios y después venga un “extraño”, enviado por la
organización (desconocedor de lo que Dios está haciendo en medio
nuestro), y comienza a contradecir todo lo que hice, metiendo a la iglesia
otra vez en “religión”». Ellos con un solo sermón acababan con toda la
obra de siete años, porque son especialistas en matar todo lo que Dios
hace en el Espíritu, y por eso yo gemía. El compañero me decía: «Pero,
¿cuál es tu problema? ¿Tú le estás sirviendo a Dios? Haz tu trabajo y
olvídate», pero le dije: «No, yo no soy un agricultor que siembra, para
que venga después un rodillo a remover la semilla, ¡NO! Yo siembro para
ver fruto; yo quiero ver a Jehová en la tierra de los vivientes; quiero
terminar la obra, correr para alcanzarlo, no correr por correr». El salmista
inspirado dijo: “Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla;
Mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas” (Salmos 126:6).
Por lo cual, te digo que echemos fuera ese espíritu de conformismo, esa
mentalidad de «no importa que luego destruyan, yo cumplí con Dios». Es
posible, que muchos lectores consideren esto como algo inverosímil, pues
nunca han vivido situaciones similares. Esos deben darle gracias a Dios
que son “vírgenes”, pero esos pastores que salieron de todos esos
movimientos saben de lo que estoy hablando, porque ellos vivieron la
experiencia.De ninguna manera quisiera instigarte con un espíritu hostil
hacia alguien, pues no estamos en contra de nuestros hermanos ¡jamás!,
porque nosotros también estuvimos esclavos e ignorábamos. El mensaje
es ir con el Espíritu de Cristo y con lengua de restauración a decir a
nuestros hermanos: «Jehová quiere reedificar a Sion, ya el tiempo de
Babilonia terminó, ¿por qué no vamos juntos a edificar los muros y a
quitar los escombros, y a quitar la vergüenza de nuestro pueblo y a
cumplir el propósito de Dios en Sion?». Y estoy seguro que de esta forma
no habrá que empujar a nadie. Cuando el rey Asuero hizo banquete a
todos sus príncipes, cortesanos y gobernadores de provincias, para
mostrar las riquezas de la gloria de su reino y la magnificencia de su
poder, él brindó vino real, pero con ello dio una ley: Que nadie fuese
obligado a beber; sino que se hiciese según la voluntad de cada uno (Ester
1: 1:3, 4, 8). Tampoco Dios obliga a nadie a beber del vino nuevo, sino
que se lo da a aquel que lo desee. “Si alguno tiene sed, venga a mí y
beba”, dijo Jesús (Juan 7:37). El Señor dice que va a levantar un pueblo
que se someterá a Él voluntariamente en el día de Su poder (Salmos
110:3), no un pueblo obligado, manipulado o arrastrado por eslóganes
políticos. Ese pueblo será uno que conoce el corazón de Dios; que cuando
Dios le diga: «Vengan, vamos a edificar a Sion, salgamos de tierra de
cautividad», ese pueblo va a entender y como nosotros y millares de
iglesias cristianas en las naciones, saldrán detrás de su Señor.
Es bueno que entiendas que nadie va a llegar a los lugares
espaciosos, mientras esté cavando pozos en tierra filistea. Recuerdo,
en mi caso, los intentos que se hicieron para neutralizarme, pero llegó un
momento que ya no pudieron hacer nada, pues ya yo estaba fuera de su
dominio, y bajo la jurisdicción del Señor. Ahora ya podía hacer la
voluntad de Dios libremente, y lo que Él había puesto en mi corazón, sin
temor alguno. Por eso siento mucha compasión al viajar a las iglesias en
las naciones, cuando veo a siervos de Dios, pastores, gente linda de Dios,
llorando y diciendo: « ¿Qué hago? Dios me ha hablado así, yo hago el
esfuerzo, trato, pero no me puedo rebelar ¿Qué me aconseja?». Y es
verdad, no se pueden rebelar, porque en el reino hay que someterse a toda
autoridad superior, dice la palabra de Dios (Romanos 13:1), pero eso
hasta que Dios te diga: «Sal». Cuando llegue a ti la voz de Dios que te
manda a salir, deja todo y huye de ahí, sin mirar atrás. Cuando yo salí,
algunos me dijeron: «Tú puedes ser uno que desde la radio golpee ese
movimiento», pero dije no, a mí Dios no me llamó a atacar a nadie, yo
soy pastor. Dios me llamó a apacentar ovejas. Ellos son parte de la iglesia
y Dios sabe como tratará con ellos.
Nuestro llamado es a restaurar, no a señalar ni atacar a nadie. Espero
que tú interpretes el espíritu de lo que te estoy compartiendo, el cual es un
espíritu que todos conocemos, porque todos hemos participado del
mismo. Mas, hay una verdad de la cual estoy convencido, porque el
Espíritu me lo ha hablado repetidamente: «La iglesia no podrá llegar a
donde Dios quiere, mientras esté atada a un sistema humano», no importa
lo que digan. Hay personas que saben arreglar las cosas, y dicen: «Dios lo
hace», sí, Dios lo hace, pero también dijo: «Prepárame el camino para
que pase mi gloria», y ya sabes lo que es preparar el camino: es quitar la
gloria del hombre para que pase Dios (Isaías 40:3-5), y tenemos que
hacerlo como Cristo lo hizo, muriendo a la carne, para ser vivificados en
el Espíritu.
En la iglesia primitiva, Pablo no salió a desacreditar el judaísmo, todo
lo contrario, él decía: “Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia
me da testimonio en el Espíritu Santo, que tengo gran tristeza y continuo
dolor en mi corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de
Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la
carne” (Romanos 9:1-3). Pablo tenía confianza en la gracia, por eso
también decía: “Así que, teniendo tal esperanza, usamos de mucha
franqueza; y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro, para que
los hijos de Israel no fijaran la vista en el fin de aquello que había de ser
abolido. Pero el entendimiento de ellos se embotó; porque hasta el día de
hoy, cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo no
descubierto, el cual por Cristo es quitado” (2 Corintios 3:12-14). El
apóstol Pablo sabía, por la revelación del Espíritu, que llegará un día que
la nación de Israel será restaurada, y el Dios del cielo les quitará el velo a
los hebreos. Por tanto, no digas que ellos no tienen nada, no los
desprecies, son pueblo de Dios, y por causa de su endurecimiento,
nosotros fuimos insertados en el olivo de Dios. Un día, ellos van a tener
que ver al que crucificaron y van a tener que ir al Egipto de las naciones a
ver al José que entregaron, como un malhechor, a los romanos. En ese
momento, él les va a decir: «Yo soy Jesús, vuestro hermano que ustedes
entregaron a los romanos, pero salvé a las naciones y ahora vengo a
darles pan a ustedes». Ellos lo verán, y Él les va enseñar las cicatrices que
le hicieron en casa de sus amigos (Zacarías 13:6). Y eso lo dice Jehová,
por la Palabra y por el testimonio, no yo. El tiempo ya llegó, pero Dios va
a despertar el espíritu de los profetas, como Daniel se despertó cuando se
cumplieron los setenta años, y va a despertar el espíritu de Ciro, y va
despertar el espíritu de todos aquellos que quieren salir y van a salir.
Mas, Dios no hará nada en su iglesia mientras ésta persista en
permanecer en el terreno con los filisteos. El Señor me repitió varias
veces una palabra, momento antes en que me disponía a expresar este
mensaje, y era: «No heredará la esclava con la libre». En la actualidad,
hay mucha diplomacia y se hacen muchos arreglos, pero la historia de la
iglesia y la Biblia dicen otra cosa, por lo que yo me voy a guiar por la
Palabra y por el testimonio de veinte siglos ocurriendo lo mismo. Oremos
por el mover de Dios, continuemos orando por lo que estuvo pasando en
algunos lugares donde están brotando pozos, obras lindas en peligro de
convertirse en lo mismo, pues ya están preparando los títulos de
propiedad. Jesús dijo a los fariseos: “El que quiera hacer la voluntad de
Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia
cuenta” (Juan 7:17). El que quiere hacer la voluntad de Dios no se ofende
con la verdad, muy al contrario, dice: «Dime, porque quiero corregirme,
yo deseo andar en el camino de Dios».
Es interesante que iglesias de cuarenta y cincuenta miembros, ahora
tengan más de diez mil y realizan cultos multitudinarios. Ellos están
imitando a esos movimientos de crecimiento, haciendo células en los
hogares, y tratando de hacer crecer aún más la iglesia, con métodos
humanos, a pesar que antes vieron la gloria de Dios manifestarse en ellos,
siendo pocos. Ellos fueron testigos de cómo Dios de la nada, levantó
miles y miles de vidas renovadas que vienen a adorar a Dios junto a ellos,
y sin embargo quieren más, cayendo en el mismo error que hemos
estudiado. Hay que orar por esos siervos de Dios, para que abran los ojos
y se den cuentan que si Dios ha hecho la obra con pocos y sin nosotros,
¿por qué tenemos que ayudarle? ¿Por qué tenemos que introducir el
espíritu del institucionalismo, y métodos humanos? Un método puede
producir muchos prosélitos, pero nunca podrá convertir un alma de las
tinieblas a la luz. Esto es obra solo del Espíritu Santo.
Iglesia, paguemos el precio en oración constante por nuestros
hermanos, y defendamos como siervos de Dios lo que Él nos ha dado.
Oremos por esos siervos, oremos por esos movimientos, oremos, no nos
cansemos de orar, para que no pase lo mismo que ha pasado siempre, que
el diablo le echa tierra a lo que Dios ha hecho. Vayamos a esos pozos de
Dios y clamemos al Señor para que impida que los hombres dañen su
obra. Celemos lo que Dios está haciendo en ese lugar, para que el hombre
no le ponga la mano y lo entierre. Oremos para que Dios abra los ojos a la
iglesia, porque de otra manera no nos van a escuchar, todo lo contrario, se
harán enemigos nuestros, pero no importa, continuemos orando.
Ya pronto viene un tiempo donde Dios no va a transigir, ni va a
negociar, y eso yo lo quiero ver, porque te aseguro en Dios, que Jehová te
está hablando. Yo no quiero impresionarte, pero tengo una convicción en
mi espíritu, que Jehová se levantará como león en el campo de batalla,
sacudirá su melena y dirá al Hijo: «Mi gloria no me la quita nadie,
descendamos y confundamos las lenguas humanas». Eso terminará con
las obras del hombre, y volverá a la iglesia a su orden original. Esa es la
señal, la iglesia regresará al diseño de Dios.
Nota que Isaac, cuando se alejó de los filisteos, subió a Beerseba
(Génesis 26:23). Los que conocen un poquito de la geografía bíblica
saben que Beerseba estaba en el extremo sur de Canaán, y cuando ellos
llegaron al límite sur de la tierra prometida, ocurrió lo siguiente: “Y se le
apareció Jehová aquella noche, y le dijo: Yo soy el Dios de Abraham tu
padre; no temas, porque yo estoy contigo, y yo bendeciré, y multiplicaré
tu descendencia por amor de Abraham mi siervo” (Génesis 26:24).
Jehová se le apareció cuando se acercaron a su “propósito”, ya lejos de
los enemigos, lejos de todas esas cosas. Y aquel es el pozo del juramento,
el pozo del pacto, por eso reposó el hombre y le pudo hacer un altar a
Jehová sin ningún contratiempo, y adorarle con toda libertad. Es
importante entender que Beerseba no era tierra de los filisteos, sino que
era parte de la tierra que Dios prometió a Abraham. Mientras Isaac estaba
en territorio de los filisteos (institucionalismo) aunque los pozos fueron
cavados por Abraham y le pertenecían, los filisteos los reclamaban como
suyos, porque estaban en su tierra.
Cuando Israel estaba en Egipto tuvo que servir a Faraón, aunque no
quería; cuando estuvo en Babilonia tuvo que servir a los reyes de allí, a
pesar que no lo deseaba. Solamente cuando estamos en el reino de Dios
podemos servir a Dios voluntariamente, con gozo y alegría. Por eso el
Señor, después de los lugares espaciosos, quiere llevarte a Beerseba, al
pozo del juramento y darte casa firme, pues fue allí donde Dios le juró y
ratificó el pacto a Isaac, y él pudo hacerle altar a Jehová, y establecerse
en aquel lugar.
¿Sabes qué ocurrió luego? el rey de los filisteos vino a ver a Isaac,
porque se dio cuenta que desde que salió el hombre de la bendición se
secó todo. Hay lugares que han sido bendecidos porque los ungidos están
ahí, pero apenas ellos se vayan, se seca todo aquello. Lo anuncié
proféticamente con relación al mencionado ministerio radial, en Nueva
York, y así aconteció. Donde lo que era gloria se convirtió en vergüenza,
y lo que era herramienta para equipar se convirtió en escándalo, porque
no oyeron a Dios. Las instituciones se van a quedar vacías. Ya no es un
secreto que ciertas iglesias están reclutando ministros, porque no tienen, y
sus templos están siendo rentados a los movimientos del Espíritu. Sus
edificios son monumentos majestuosos, pero cuando entras, están vacíos.
Eso es triste y no me gusta decirlo, pero es la manera de que veamos y
abramos nuestros ojos y entendamos.
Cuando el Señor nos estableció en nuestro edificio donde hoy
adoramos, recuerdo que vino a verme un líder de una iglesia en particular
(me reservo el nombre de la denominación, porque mi propósito es
edificar, no señalar), y me prometió tremendo sueldo, y me invitó a pasar
unos meses por el seminario de ellos, para enseñarme algunas cositas que
a sus ojos yo necesitaba saber, para ser un empleado de su iglesia. Yo le
dije: «Mi hermano, perdóname, gracias porque he encontrado gracia
delante de tus ojos, pero yo no vuelvo a ser parte de otro sistema». En ese
mismo tiempo, recuerdo que también me echaron de un lugar y después
me llamaron pidiendo disculpa, así harán también con todos los que
decidan vivir el reino. Los van a llamar y les van a decir: «Ahora
entendemos que ustedes son como ángeles de Dios entre nosotros».
David estaba en tierra de los filisteos cuando lo llamaron, para que
reinase en Hebrón y después en todo Israel. Te van a llamar, dice Jehová,
y esos que creían que éramos sus enemigos se van a dar cuenta que por
causa nuestra fueron bendecidos, porque la unción de Jehová y su
bendición son las que enriquecen. Por tanto, la hora viene y la hora
llegará en que las instituciones se quedarán con muchos escritorios,
muchísimas camas de hospitales, bastantes médicos y una gran cantidad
de monumentos y estructuras, pero estarán vacías, entonces ellos dirán:
«¡Ay, perdónanos Señor!» y en aquel momento sus ojos les serán
abiertos. Luego, ellos van a buscar a los movimientos del Espíritu que
ellos criticaban y menospreciaban, y les dirán: «Hermanos, perdónennos,
ahora entendemos a Dios, y los comprendemos a ustedes». ¡Vive Jehová
que nos van a buscar, y van a reconocer que los pozos son de Dios y van
a admitir que la tierra no es suya ni nuestra, sino de Cristo, el Señor!
Nota lo que le dijo Abimelec a Isaac, cuando vino a él desde Gerar, con
Ahuzat, amigo suyo, y Ficol, capitán de su ejército: “Hemos visto que
Jehová está contigo; y dijimos: Haya ahora juramento entre nosotros,
entre tú y nosotros, y haremos pacto contigo, que no nos hagas mal, como
nosotros no te hemos tocado, y como solamente te hemos hecho bien, y te
enviamos en paz; tú eres ahora bendito de Jehová” (Génesis 26:28-29).
De la misma manera, nos dirán: «Hagamos pacto, cuando ustedes estaban
entre nosotros había ofrendas, había personas, había avivamiento, cultos
gloriosos, ahora no hay nada. Ahora tenemos que vender anuncios e
inventarnos distintas actividades, para facturar y poder pagar». Esto
sucederá porque fue profetizado, y vive Jehová y vive mi alma, que si hay
arrepentimiento genuino, vamos para allá, pues llamarán a los ungidos,
para decirles: «Vengan» y esa será la manera de rescatar a los Abimelec
que hay en la iglesia. Ellos no verán el propósito ni los pozos hasta que
no salgamos de entre ellos y vean que Jehová hace distinción entre Egipto
y Gosén (Éxodo 9:26), entre un campamento y otro.
Muy pronto se sabrá de parte de quién ha estado Dios; a favor de una
generación de siervos y siervas que aman su corazón y quieren agradarle;
de esos que no están en contra de nadie, pero disciernen los espíritus y
detectan a los enemigos, y huyen de sus terrenos, porque quieren servirle
al Dios vivo y verdadero. Esta es palabra profética de Dios, nuestros ojos
lo han visto y lo veremos. La hora viene y ya está cerca, donde la tierra
de los filisteos se va a quedar vacía. “Babilonia” quedará desierta,
“Persia” estará desolada, “Roma” quedará deshabitada; y las iglesias del
Espíritu estarán llenas y avivadas. Mas, ellos van a llorar y tratarán de
pelear y reclamando dirán: «¿Qué está pasando que la gente se está yendo
de aquí?», y ni siquiera así van a entender, pero nosotros sí sabremos por
qué las personas están saliendo de esos lugares. La gente buscará los
pozos que Dios está abriendo; pozos que sacian la sed; pozos que dan el
agua gratuitamente; pozos que no dan agua salada y dulce a la vez; pozos
de agua pura; pozos que están conectados a la fuente del agua de la vida.
Hay pozos que son hondos como el de Jacob. La mujer samaritana dijo
a Jesús: “Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De
dónde, pues, tienes el agua viva?” (Juan 4:11). Así hay pozos tan hondos
que algunos dicen: «Ni el Señor puede sacar agua de ahí, está muy
hondo», pero Dios no solamente saca agua de ese pozo, sino que hace que
sus aguas salten para vida eterna. Déjame decirte que Dios va a levantar
el pozo de la reforma, y va a hacer brotar el pozo de los valdenses, el
pozo de Wesley, el pozo de Jonathan Edwards, de Finney, el pozo
Pentecostal, etc., porque son pozos de Dios. Pero ahora éstos van a tener
el nombre de Dios, porque van a pertenecer al Señor y serán
administrados por los siervos de Su reino, para que hagan buen uso de
ellos y cumplan el propósito para el cual Él los abrió.
Cree a la palabra de Dios, mi hermano, mi hermana, y recíbela en el
espíritu con el cual Dios te la está diciendo. Perdóname, si al exponerte
este mensaje profético tuve que mencionar nombres, pero me he dado
cuenta que con simulacros y una actitud imprecisa no vamos a llegar a
ninguna parte. Tengo testimonio en mi espíritu que hablando con
ambigüedad no vamos a abrir los ojos a la gente. Dios me ha dicho que
hay que hablar claro para que el pueblo vea los errores, identifique los
espíritus que los han esclavizado, y puedan ser libertados. Todos hemos
cometido el mismo pecado, y lo que tenemos que hacer es arrepentirnos.
Es mi deseo que oremos por la iglesia de Cristo, y pidamos perdón, como
ya hay iglesias llorando en muchos lugares. Israel va llorar también,
cuando vea la cruz, pero de arrepentimiento, no de juicio, pues solamente
Cristo quita el velo (2 Corintios 3:14-18).
No engañen a los judíos diciéndoles que son bendecidos, y que no
importa lo que hagan, Dios está con ellos, pues no es verdad. En una
ocasión que visité a Israel, estuve frente al Presidente de Israel y le di un
mensaje de parte de Dios. Le dije: «Dios quiere que ustedes administren a
Israel, en el temor de Jehová, como reinó David, Josías y Ezequías.
Siempre que Israel ha estado bien con Dios le ha ido bien. La fuerza de
Israel no es su ejército, sino Dios». Yo no lo engañé, le dije la verdad,
porque Israel confía mucho en su ejército, y en su linaje en la carne
(porque son hijos de Abraham), y creen que por eso Dios tiene que
bendecirlos, mas como dijo Juan el bautista, Dios puede levantar hijos a
Abraham aun de las piedras (Mateo 3:9). Lo único que quiere Dios es ver
fruto digno de arrepentimiento. Hablemos como hablaron los profetas
antiguos, ellos no ocultaban la verdad al pueblo, ni los engañaban.
Jesús tampoco engañó a Israel, sino que le dijo toda la verdad. Así
también nosotros dejemos la diplomacia, la hipocresía educada y
hablemos la verdad, como lo hizo el Maestro. No tenemos que hablar en
el contexto antiguo testamentario, porque tenemos el Nuevo Pacto, el
lenguaje del Espíritu y las promesas, pero digámosle al pueblo quiénes
son nuestros enemigos, y de dónde es que hay que salir. Hablémosles
claro, no les hablemos en una manera como que se lo decimos y no se lo
decimos. Si hay cosas qué corregir, hablémoslas francamente; digamos lo
que hay que decir, sea lo que sea y a quién sea. Hablemos sin temor a que
se ofendan, pues si nuestra motivación es en amor, corrigiendo lo
deficiente, hablaremos con verdad, y no con redondeo, y al final no se le
está diciendo nada, y todo se quedará igual. ¿Sabes por qué hacemos eso?
Porque tenemos el problema de querer ser aceptados y aprobados, pero ya
hemos sido aceptados por Cristo y aprobados por Dios, y eso es más que
suficiente.
Aclaro que este mensaje no está en contra de una denominación o
concilio en particular, sino en contra del institucionalismo en la iglesia
cristiana, el cual se apodera del patrimonio de la visión y el propósito de
Dios, para luego administrar los dones, con el fin de sostener los intereses
de una estructura eclesiástica. Lo que ha sucedido históricamente es que
el institucionalismo absorbe la visión de Dios, la anula, la neutraliza o la
esclaviza, y usa todos los recursos del reino de Dios para engrandecer sus
estructuras. En vez de la organización ser un instrumento de ayuda para
llevar a cabo el propósito del Reino de Dios, se convierte en la
usurpadora. Con el pretexto de “administrar” el propósito, se convierte en
el propósito mismo. En lugar de ser una sierva del propósito, llega a
esclavizarlo, y ella se convierte entonces en ama y señora. El caballo
(organización) debe usar su fuerza para arrastrar a la carreta (el
propósito), pero sucede lo contrario, la carreta moviliza al caballo.
Cuando la organización está sometida y subordinada al propósito de Dios,
y a la vez, usa sus medios y capacidades para servir al organismo (la
iglesia), llega a ser una bendición. Lo contrario es lo que llamo
“institucionalismo” y lo identifico y lo catalogo como: “filisteo, enemigo
de Dios”.
Cuando todo movimiento del Espíritu crece, considera necesario
organizares, para poder realizar el propósito de Dios eficientemente.
Cuando es pequeño no se dificulta hacerlo todo en el Espíritu, pero el
crecimiento trae consigo muchas demandas que requieren atención, y
todo se complica. Es en este momento que la iglesia se ve obligada a
depender de la organización, para poder funcionar. Pero el mal en la
iglesia no ha estado en la organización en sí misma, sino en nuestra
incapacidad para evitar que el organismo se convierta en
institucionalismo. Solo hay una manera de lograr esto, y es sometiendo la
organización al Espíritu Santo y velar para que nunca esta sustituya la
obra del Consolador y guía de la iglesia. Notemos lo que sucedió con la
iglesia apostólica:
Pero la narración de Hechos 6:1 dice: “En aquellos días, como creciera
el número de los discípulos, hubo murmuración…”, por lo que
entendemos que el crecimiento trae consigo muchas complicaciones,
necesidades y demandas. Pero pongamos atención como actúa una iglesia
llena del Espíritu Santo ante crisis y problemas. He aquí un ejemplo de
cómo el crecimiento requiere organización, y cómo esta no se convierte
en institucionalismo. Es notable la claridad que tenían los apóstoles
cuando dijeron que no era justo que ellos dejaran la Palabra de Dios para
servir a las mesas, por lo que es menester que varones llenos de Espíritu
Santo se encarguen de ese trabajo (organización), para ellos persistir en la
oración y el ministerio de la Palabra (propósito). Los apóstoles
aprendieron del Espíritu Santo a nunca sacrificar el ministerio de la
Palabra y la oración, lo cual constituye el propósito de Dios con la iglesia,
para convertirse en sistema o estructura. La organización siempre debe
servir al propósito, nunca lo contrario.
Jehová te dé entendimiento y convicción de que esta palabra viene del
cielo. Un precio muy grande vas a pagar, iglesia de las naciones, pero no
te preocupes, Abimelec vendrá a decir que tú tenías razón, que Dios está
contigo; y que desde que te fuiste ellos perdieron la bendición. Un día,
aun el diablo le va a tener que decir a Jesús: «Venciste Nazareno, yo fui
un rebelde, que no supe administrar la honra que Dios me dio en el cielo,
por eso fui tirado a la huesa y al Seol. Tú eres bueno y yo un perverso».
De la boca de Satanás saldrán estas palabras al fin de los días, y los malos
se van a dar cuenta que Dios tenía razón, y admitirán la bondad y verdad
del Señor. Ya hemos visto en este segmento que lo que Dios se ha
propuesto con el ministerio de la iglesia, lo logrará en el tiempo señalado,
pues Su soberanía está por encima de todas las cosas. Llegado el tiempo,
ningún poder, ni humano ni infernal, podrá vencer ni alterar el designio y
consejo de Su santa voluntad.
Siclag (ciudad filistea) era la aldea que Aquis, rey de Gat, le había dado
a David para que viviera (1 Samuel 27:5-6), y cuando él salía a la guerra
con sus hombres, dejaba a su familia allí. Entonces, vinieron los
amalecitas, le prendieron fuego y se llevaron cautivos a todos los que
estaban allí, incluyendo a las mujeres de David y de sus hombres. No es
casualidad que mientras Saúl estaba peleando contra los filisteos, en la
última batalla donde lo mataron, a David lo estaban atacando los
amalecitas, ¿por qué? ¿Acaso no era Saúl el rey de Israel? ¿Por qué los
amalecitas no se unieron con los príncipes filisteos, para acabar con Saúl?
Porque el espíritu de Amalec sabía que David era el sucesor del trono, y
ellos querían destruir a Israel, para evitar que se cumpla el designo
divino.
Cuando David vio aquel panorama horroroso y devastador, donde no
había rastros de su familia ni la de sus hombres, se echó a llorar. Las
Escrituras dicen que todos lloraron hasta que les faltaron las fuerzas (1
Samuel 30:4). Amalec hace llorar; Amalec quita las fuerzas; Amalec
quita la fe; Amalec da angustia; Amalec pone al pueblo en contra tuya;
llena de amargura el alma y hace que cada quien piense en lo suyo, en sus
circunstancias (1 Samuel 30:6). El enfrentar a Amalec, a David casi le
cuesta el trono, su vida y la pérdida de su familia. Mas, dice la Palabra
que David se fortaleció en Jehová su Dios, y mira lo que él hizo: “Y dijo
David al sacerdote Abiatar hijo de Ahimelec: Yo te ruego que me
acerques el efod. Y Abiatar acercó el efod a David. Y David consultó a
Jehová, diciendo: ¿Perseguiré a estos merodeadores? ¿Los podré
alcanzar? Y él le dijo: Síguelos, porque ciertamente los alcanzarás, y de
cierto librarás a los cautivos” (1 Samuel 30:7-8). ¡Qué hermoso y
reconfortante es consultar a Jehová, aun en situaciones que, por lógica,
creemos saber el paso a dar! Eso es gobierno de Dios, y ser un verdadero
líder, reconocer que el que reina en Israel, no es él, sino el Rey Jehová.
David simplemente era una cabeza visible, un instrumento para hacer la
voluntad del Rey de reyes, y Señor de señores. De hecho, cuando el
pueblo pidió a Samuel un rey, como tenían las demás naciones, éste se
entristeció, y Jehová le dijo: “Oye la voz del pueblo en todo lo que te
digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para
que no reine sobre ellos” (1 Samuel 8:7). Entendamos que Jehová había
declarado que Israel era pueblo suyo, de su exclusiva posesión
(Deuteronomio 26:18), y los redimió en Egipto, para que también le
perteneciera por redención.
Nota ahora lo que sucedió, cuando David fue al rescate de los suyos:
“Y libró David todo lo que los amalecitas habían tomado, y asimismo
libertó David a sus dos mujeres. Y no les faltó cosa alguna, chica ni
grande, así de hijos como de hijas, del robo, y de todas las cosas que les
habían tomado; todo lo recuperó David” (1 Samuel 30:18-19). David
recuperó todo, por consiguiente, ¡todo lo que se lleve Amalec hay que
recuperarlo, en el nombre de Jesús! Tú tienes que hacer como David:
fortalecerte en Dios, consultar a Jehová, arremeter contra los enemigos y
no dejar nada que pertenezca al reino de Dios en la tierra de Amalec,
porque es el botín de Jehová.
David fue el instrumento para debilitar a los amalecitas, mas, fueron
los hijos de Simeón los que los eliminaron totalmente de la faz de la
tierra. Veámoslo en los siguientes versículos: “… quinientos hombres de
ellos, de los hijos de Simeón, fueron al monte de Seir, llevando por
capitanes a Pelatías, Nearías, Refaías y Uziel, hijos de Isi, y destruyeron a
los que habían quedado de Amalec, y habitaron allí hasta hoy” (1
Crónicas 4:42-43). Simeón significa “oído”, “oyendo” y representa,
tipológicamente, la intercesión; Judá significa “alabanza”, por eso es un
tipo de la adoración. Los dos habitan juntos, y también van a la guerra
juntos (Génesis 29:33; Jueces 1:1-3).
Hay batallas que se ganan con alabanza, pero el que rae de la tierra al
espíritu de Amalec es la intercesión delante del trono de Dios, en
Jesucristo. Los “simeones” destruyen a Amalec, porque son los que
“oyen” la voz de Jehová, y oran como conviene. ¿Acaso no fue eso lo que
le dijo el profeta a Saúl: “está atento a las palabras de Jehová” (1 Samuel
15:1), para que hubiese sido confirmado en el reino? David venció a
Amalec consultando a Jehová, por medio del efod y siguiendo sus
instrucciones (1 Samuel 30:7,8). El enemigo de Amalec es Jehová; es
Dios el que arremete contra él, porque dijo que tendría guerra para
siempre contra Amalec, entonces, vayamos a Jehová y consultémosle
acerca de cómo podemos destruir a su enemigo. Hay que oír a Dios para
destruir a Amalec, pues no solamente es vencerle, sino también quitarle
lo que nos pertenece. Observa que David le quitó el botín, y Simeón
poseyó la tierra.
Es importante que no nos demos por vencidos, porque es una guerra
espiritual, la cual durará hasta el fin. La Biblia dice que Simeón destruyó
a Amalec hasta hoy (1 Crónicas 4:43), sin embargo, también nos advierte
que Jehová tendrá guerra contra él para siempre (Éxodo 17:16). ¿Por
qué? Porque el espíritu de Amalec es un espíritu que se levantará contra
Dios de generación en generación (Éxodo 17:16). ¿Está o no está el
espíritu de Amalec en el día de hoy? Sí está, porque es algo espiritual, no
es contra un pueblo físico, ubicado en el medio oriente, sino que nuestra
lucha es, como dice la Palabra: “contra principados, contra potestades,
contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes
espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12). Nota que
el apóstol manda a la iglesia a vestirse de la coraza del Espíritu, y a orar
en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, velando en ello
con toda perseverancia por todos los santos, porque la intercesión es que
podrá vencer y también podrá apagar todos los dardos de fuego del
maligno amalecita.
¿Sabes por boca de quién Jehová lanzó la sentencia contra Amalec?
Por la misma boca que quiso maldecir a Israel. Por las palabras de aquel
profeta falso, Balaam, que al subir a la montaña, miró y viendo a Amalec,
tomó su parábola y dijo: “Amalec, cabeza de naciones; Mas al fin
perecerá para siempre” (Números 24:20). Nota que Amalec está a la
cabeza en toda institución, en todo gobierno, en toda nación, en cada
iglesia, porque es el espíritu que está contra el trono de Dios, y de Su
reino establecido. Mas, ¿quién se ha levantado en contra de Jehová y ha
prevalecido?, ¿a quién que ha peleado contra Él le ha ido bien? Por tanto,
ya sabemos que la guerra es para siempre, y que Dios al final vencerá
también.
Hemos dicho que a Amalec se vence con la oración, pero no podemos
perder de vista que es una guerra y se tiene que organizar la incursión.
Veamos qué dijo Moisés a Josué cuando Amalec le salió al paso y peleó
contra Israel en Refidim: “Escógenos varones, y sal a pelear contra
Amalec; mañana yo estaré sobre la cumbre del collado, y la vara de Dios
en mi mano” (Éxodo 17:9). Aplicando, podemos decir que lo primero es
que los intercesores son varones llamados a interceder veinticuatro horas,
siete días a la semana, pues será hasta que acabe la guerra. Lo segundo es
que el líder debe subir al monte (tipo de presencia de Dios) y con la vara
en su mano (tipo de autoridad ungida), a clamar por la ayuda divina. Por
eso, dice la Palabra: “Tomó también Moisés la vara de Dios en su mano”.
La vara era de Jehová, porque ya Moisés la había dedicado a Él y Dios la
estaba usando para su gloria, reino y propósito. Mas, hay algo más que
debe incluirse en esa guerra contra el enemigo del trono de Dios, y lo
encontraremos en la siguiente narración bíblica:
Nota que el deseo de Dios era que la casa de Elí anduviera delante de
Él perpetuamente, pero indignado por la manera que lo había deshonrado,
dijo que nunca honrará a los que les desprecian, sino que serán tenidos en
poco. El juicio divino se puede resumir en dos géneros de castigo: la casa
humillada y cortada. Presta atención a estas palabras: “… cortaré tu brazo
y el brazo de la casa de tu padre, de modo que no haya anciano en tu casa.
Verás tu casa humillada, mientras Dios colma de bienes a Israel; y en
ningún tiempo habrá anciano en tu casa. 33 El varón de los tuyos que yo
no corte de mi altar [ministerio], será para consumir tus ojos y llenar tu
alma de dolor; y todos los nacidos en tu casa morirán en la edad viril” (1
Samuel 2:31-33). La señal de que esta sentencia se cumpliría era que sus
dos malvados hijos, morirían en un mismo día. Y así aconteció:
“Pelearon, pues, los filisteos, e Israel fue vencido, y huyeron cada cual a
sus tiendas; y fue hecha muy grande mortandad, pues cayeron de Israel
treinta mil hombres de a pie. Y el arca de Dios fue tomada, y muertos los
dos hijos de Elí, Ofni y Finees” (1 Samuel 4:10-11).
La destrucción de la familia sacerdotal de Elí se cumplió, parcialmente,
cuando Saúl mató a los sacerdotes de Nob, los cuales eran descendientes
de este (1 Samuel 22:11-20); y se terminó de cumplir cuando Salomón
destituyó del sacerdocio a Abiatar, al único sobreviviente de esta
matanza, y traspasó el sacerdocio a la familia de Sadoc (1 Reyes 2:26, 27,
35). Mas, después de expresar su juicio a la casa de Elí, con severidad y
enojo, el Señor se consoló a sí mismo, anunciando proféticamente: “Y yo
me suscitaré un sacerdote fiel, que haga conforme a mi corazón y a mi
alma; y yo le edificaré casa firme, y andará delante de mi ungido todos
los días” (1 Samuel 2:35). El Señor se estaba refiriendo a Sadoc, su casa
y ministerio. Pero esta declaración divina es aplicable a todos los
ministros que sirven a Dios con fidelidad. Dios prometió casa firme a
cambio de fidelidad, aun a personas tan indignas como Saúl y a Jeroboam
(1 Samuel 13:13,14; 1 Reyes 11:29-31, 38).
Según 1 Samuel 2:35, la promesa de casa firme es dada a aquellos que
realizan para Dios un sacerdocio fiel. Pero también nos dice que solo el
que tiene el corazón de Dios puede dar el grado, pues Él dijo: “que haga
conforme a mi corazón y a mi alma”. Pensemos en Abraham. Dios no
solo le prometió una casa firme, sino una casa numerosa y bendecida
(Génesis 12:1-3; 17:1-8). El hombre que fue llamado “amigo de Dios”,
tenía también su corazón y su alma. El Señor lo comprobó cuando le
pidió que le ofreciese en sacrificio a su amado y único hijo, Isaac, el cual
éste no le rehusó (Génesis 22:1-18). Abraham demostró con su vida que
era un sacerdote fiel. Las huellas de su peregrinaje quedaron
indeleblemente marcadas en los altares que edificaba en cada estancia,
para adorar a Dios (Génesis 12:7-8; 13:4,18; 22:9).
Este hombre administró el sacerdocio de su casa, de tal manera que el
mismo Dios dio testimonio de él diciendo: “Porque yo sé que mandará a
sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová,
haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo
que ha hablado acerca de él” (Génesis 18:19). ¿Quién no aprende temor
de Dios cuando lee la manera como Abraham hizo jurar por Jehová a su
mayordomo, para que éste no tomara mujer cananea para su hijo Isaac?
Él interpuso juramento para asegurar la pureza de su linaje.
Históricamente, Israel como nación ha sido infiel. Eso quiere decir que
según el pacto de la ley de Moisés no merece existir. La existencia de
Israel como nación se puede considerar un milagro de la historia. Este
prodigio no es otra cosa que la fidelidad de Dios a su siervo Abraham,
porque le prometió casa firme. Cada vez que Israel estuvo en peligro de
extinción o en aflicción ha sucedido lo mismo que dice el libro de Éxodo:
“Y oyó Dios el gemido de ellos, y se acordó de su pacto con Abraham,
Isaac y Jacob. 25 Y miró Dios a los hijos de Israel, y los reconoció Dios”
(Éxodo 2:24-25).
Ahora consideremos a Aarón, al cual Dios prometió un sacerdocio
perpetuo (Éxodo 29:1-9). Por esa razón, la vara de Aarón reverdeció
(Números 17:8). De los cuatro hijos de Aarón, dos fueron infieles, y por
eso fueron cortados. Estos fueron Nadad y Abiú, los cuales murieron
delante de Jehová, porque ofrecieron en el altar fuego extraño (Levítico
10:1-11). El verso 12 dice que quedaron vivos dos hijos de Aarón,
Eleazar e Itamar.
En el caso de Baal-peor, cuando los hijos de Israel fornicaron con las
hijas de Moab y adoraron sus dioses, el Señor se airó y mató miles del
pueblo. Esta mortandad terminó, porque Dios contó por justicia el celo de
Finees, hijo de Eleazar, el cual mató a un príncipe de Israel y a una mujer
madianita, que en medio de la indignación de Jehová, se atrevieron a
entrar a una tienda a fornicar (Números 25:1-9). Noten lo que el Señor
dijo acerca de este varón: “Entonces Jehová habló a Moisés, diciendo: 11
Finees hijo de Eleazar, hijo del sacerdote Aarón, ha hecho apartar mi
furor de los hijos de Israel, llevado de celo entre ellos; por lo cual yo no
he consumido en mi celo a los hijos de Israel. 12 Por tanto diles: He aquí
yo establezco mi pacto de paz con él; 13 y tendrá él, y su descendencia
después de él, el pacto del sacerdocio perpetuo, por cuanto tuvo celo por
su Dios e hizo expiación por los hijos de Israel” (Números 25:10-13). El
Señor entregó el sacerdocio perpetuo de la casa de Aarón a Finees,
porque mostró que tenía el corazón de Dios, al defender con celo el
nombre de Dios.
Esta es la línea genealógica de la casa firme y el sacerdocio perpetuo,
que Dios prometió a Aarón; el Señor fue descalificando a los infieles y
cumpliendo la promesa con los fieles. Cortó a Nadad y Abiú y solo
quedaron Eleazar e Itamar. Eleazar fue fiel y su casa permaneció firme.
De él nació Finees, el cual también fue fiel y el Señor le prometió el
sacerdocio perpetuo. Del linaje de Finees nació Sadoc (1 Crónicas 6:1-12,
ver los versículos 4,12). A este Sadoc se refirió Dios cuando dijo: “Y yo
me suscitaré un sacerdote fiel, que haga conforme a mi corazón y a mi
alma; y yo le edificaré casa firme, y andará delante de mi ungido todos
los días” (1 Samuel 2:35).
Sadoc ministró en el sacerdocio, durante el reinado de David (2 Samuel
8:17). Este hombre a quien David llamó “el vidente” (2 Samuel 15:27),
hizo alianza con David, y después de la muerte de Saúl permaneció fiel a
su rey (1 Crónicas 27:17). Huyó con David durante la rebelión de
Absalón (2 Samuel 15:23-29). Permaneció fiel al propósito de Dios, no se
unió a Adonías cuando éste quiso usurpar el reinado que Jehová y David
habían dado a Salomón (1 Reyes 1:5-8). Luego vemos que cuando
Salomón fue ungido, el día de su coronación, Sadoc recibió también el
ungimiento como sacerdote (1 Crónicas 29:22).
Abiatar había servido junto con Sadoc, fielmente, como líder en el
sacerdocio, durante el reinado de David, pero cuando Adonías, hijo de
David, quiso usurpar el trono de Salomón, Abiatar se unió a este (1 Reyes
1:7), así que Salomón, después que fue coronado, lo quitó del sacerdocio
y en su lugar puso a Sadoc. La Biblia narra así: “Y el rey dijo al sacerdote
Abiatar: Vete a Ana-tot, a tus heredades, pues eres digno de muerte; pero
no te mataré hoy, por cuanto has llevado el arca de Jehová el Señor
delante de David mi padre, y además has sido afligido en todas las cosas
en que fue afligido mi padre. 27 Así echó Salomón a Abiatar del
sacerdocio de Jehová, para que se cumpliese la palabra de Jehová que
había dicho sobre la casa de Elí en Silo. (…) Y el rey puso en su lugar a
Benaía hijo de Joiada sobre el ejército, y a Sadoc puso el rey por
sacerdote en lugar de Abiatar” (1 Reyes 2:26, 27,35). Cuando Abiatar fue
depuesto del sacerdocio, no solo fue cortado él, sino Elí e Itamar. Lo que
quiero decir es que de los dos hijos de Aarón que quedaron, Eleazar e
Itamar, el sacerdocio perpetuo fue dado a Eleazar, por la fidelidad de
Finees y Sadoc. Elí pertenecía a la familia de Itamar, así que este perdió
la perpetuidad de su casa cuando la casa de Elí fue infiel. La sentencia de
Dios se terminó de cumplir cuando Abiatar fue echado del sacerdocio (1
Reyes 2:27).
La decadencia del sacerdocio de Itamar, por causa de la infidelidad de
la casa de Elí, se hace notoria en el reinado de David. La Biblia dice que
David dividió el sacerdocio en veinticuatro turnos, de los cuales dieciséis
pertenecían a la casa de Eleazar y solo ocho a la de Itamar (1 Crónicas
24:1-6). La Escritura dice: “Y David, con Sadoc de los hijos de Eleazar, y
Ahimelec de los hijos de Itamar, los repartió por sus turnos en el
ministerio. 4 Y de los hijos de Eleazar había más varones principales que
de los hijos de Itamar; y los repartieron así: De los hijos de Eleazar,
dieciséis cabezas de casas paternas; y de los hijos de Itamar, por sus casas
paternas, ocho” (1 Crónicas 24:3-4).
El profeta Ezequiel habla de un nuevo templo, con una adoración
diferente. Muchos interpretan que este templo y su servicio pertenecen al
tiempo del milenio, y otros interpretan que el profeta está hablando de un
sacerdocio ideal, en un tiempo de restauración. No importa cuál sea la
interpretación, el profeta dice algo acerca del sacerdocio que revela
mucho con relación a lo que estamos estudiando, leámoslo:
Nota lo que afirma este pasaje, que los sacerdotes y levitas infieles
serán degradados y se les asignarán labores inferiores e insignificantes,
pero de los sacerdotes, hijos de Sadoc dice: “Mas los sacerdotes levitas
hijos de Sadoc, que guardaron el ordenamiento del santuario cuando los
hijos de Israel se apartaron de mí, ellos se acercarán para ministrar ante
mí, y delante de mí estarán para ofrecerme la grosura y la sangre, dice
Jehová el Señor. 16 Ellos entrarán en mi santuario, y se acercarán a mi
mesa para servirme, y guardarán mis ordenanzas” (Ezequiel 44:15-16).
Ezequiel profetizó aproximadamente 380 años, después de la coronación
de Salomón y del ministerio de Sadoc, sin embargo, el profeta habla de la
fidelidad de este linaje sacerdotal y de la promesa de una casa firme para
ellos, de parte de Dios.
También, puedo ilustrar la verdad que enseño en este epílogo,
mencionando el ejemplo de David, el cual fue un hombre a quien Dios
edificó una casa firme. La Biblia dice: “Y será afirmada tu casa y tu reino
para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente.
(…)Y entró el rey David y se puso delante de Jehová, y dijo: Señor
Jehová, ¿quién soy yo, y qué es mi casa, para que tú me hayas traído
hasta aquí? (…) Ahora pues, Jehová Dios, confirma para siempre la
palabra que has hablado sobre tu siervo y sobre su casa, y haz conforme a
lo que has dicho. 26 Que sea engrandecido tu nombre para siempre, y se
diga: Jehová de los ejércitos es Dios sobre Israel; y que la casa de tu
siervo David sea firme delante de ti. (…) Ten ahora a bien bendecir la
casa de tu siervo, para que permanezca perpetuamente delante de ti,
porque tú, Jehová Dios, lo has dicho, y con tu bendición será bendita la
casa de tu siervo para siempre” (2 Samuel 7:16, 18, 25-26, 29). Dios
mismo dio testimonio que David era un hombre conforme a su corazón
(Hechos 13:22; 1 Samuel 13:14). Cuando el Señor se refirió a David
como un hombre conforme a su corazón, añadió: “quien hará todo lo que
yo quiero” (Hechos 13:22). Esta descripción coincide con la palabra: “Y
yo me suscitaré un sacerdote fiel, que haga conforme a mi corazón y a mi
alma; y yo le edificaré casa firme, y andará delante de mi ungido todos
los días” (1 Samuel 2:35).
David fue un sacerdote fiel, porque amaba a Dios, lo celaba y tenía su
afecto en la casa de Dios (1 Crónicas 29:3). Era un adorador que sabía
ministrar a Dios y entrar en Su santuario (1 Samuel 6:14-22). Él sirvió a
su generación (Hechos 13:36); y preparó todo a su hijo Salomón para que
éste pudiese continuar el plan de Dios. Los despojos de las naciones que
el Señor entregó en sus manos, él los donó para la construcción del
templo y no rehusó nada a Dios (1 Crónicas 29:1-5). David acostumbraba
a consultar al Señor los asuntos del reino y los personales, porque quería
hacerlo todo conforme a Su corazón y Su agrado (1 Samuel 23:2,4; 2
Samuel 2:1; 5:19, 23). David expresó el deseo supremo de su corazón
cuando quiso hacer casa a Jehová. Pero sucedió todo lo contrario, el
Señor le prometió que Él le daría casa a David. La casa que el Señor
ofreció a su siervo no fue una construcción de cedro o pino, sino una casa
firme, un linaje real que fuese eterno. Dios le concedió a David lo que
nunca dio a ningún otro hombre, hizo parentesco con él. Pero la promesa
fue cumplida, a través del reino eterno, de Jesucristo. El Señor Jesús
nació del linaje de David, según la carne, por eso fue llamado “hijo de
David”. Pero como también era Hijo de Dios, según el Espíritu, así que a
la vez fue llamado “Hijo de Dios”.
En la persona de Jesucristo se unió la casa de Dios y la casa de David,
y simultáneamente, el reino de David, y el reino de Dios. Al unirse el
reino de David con el de Dios, en la persona de Jesús, el reino de David
se hace eterno, y su casa firme y estable para siempre. Estos son las
palabras del ángel Gabriel a María: “María, no temas, porque has hallado
gracia delante de Dios. 31 Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz
un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. 32 Éste será grande, y será llamado
Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; 33
y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin”
(Lucas 1:30-33). Que Dios hiciese parentesco con una casa humana y con
un reino terrenal es parte del misterio de la condescendencia divina. ¿Has
pensado alguna vez lo que significa que la casa de Dios y el reino
celestial se fusionasen por medio de un parentesco, con una casa humana
y un reino terrenal? En la respuesta de esa pregunta se encuentra lo
inefable e imponderable que fue la honra que el Señor concedió al siervo,
que Él mismo llamó: “… varón conforme a mi corazón, quien hará todo
lo que yo quiero” (Hechos 13:22). Esta misericordia de Dios, manifestada
a David, revela lo que Él es capaz de hacer para hacer notoria su
complacencia, cuando está agradado con un ministro que le ha honrado.
Quiero terminar esta obra diciéndote que lo más agradable que un
ministro le pueda dar a Dios como ofrenda de servicio, es un sacerdocio
fiel. De la misma manera, también te digo que la honra más grande y
elevada que Dios concede, como manifestación de agrado y aprobación a
un ministro suyo, es ésta: “… y yo le edificaré casa firme” (1 Samuel
2:35). Estas son las lecciones que podemos sustraer de esta enseñanza y
que Dios quiere que vivamos y siempre la recordemos:
E-mail: [email protected]
http://www.elamanecer.org