Adiel Cañizares-Monólogo Del Phallus

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Monólogo del phallus

Adiel Cañizares

Colección
Literatura Erótica

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Dirección de Contenidos: Ivana Basset
Diseño de cubierta: Emil Iosipescu
Diagramación de interiores: Federico de Giacomi

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Primera edición en español en versión digital


© LibrosEnRed, 2005
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ÍNDICE

Presentación 7

Prólogo 9

Introducción 10

Uno 12

Dos 22

Tres 25

Cuatro 33

Cinco 37

Seis 43

Siete 47

Ocho 50

Nueve 53

Diez 55

Once 57

Doce 60

Trece 63

Acerca del autor 67

Editorial LibrosEnRed 68
El pene es un asta
donde hondean unos labios
en un clímax de felicidad.
Para Marbella, mi esposa,
quien tiene un phallus mejor que el mío,
y una vagina con vida propia que me subyuga.
PRESENTACIÓN

“El placer sexual es el más fuerte de los


placeres. Por eso está en condiciones de
crear las ligazones más fuertes. Si alguien
nos da un gran placer erótico,trataremos
de encontrarlo de nuevo, una y otra vez”.
Sigmund Freud

Este libro no se terminará de escribir sin su participación, por eso necesita


de su invaluable colaboración para crecer y crecer hasta convertirse en una
gran perfoliata; en tal sentido, es de vital importancia para su culminación
que cada lector dé su sincera opinión. Igualmente, quiero dejar bien claro
que las opiniones contenidas en cada tema no son infalibles ni inmuta-
bles, en consecuencia, amigos lectores, mis opiniones virarán de sentido
cuando su acertada opinión así lo aconseje; o en todo caso, su divergente
opinión será presentada a los demás lectores para que la analicen y lleguen
a conclusiones personales. Es tan cierto esto que, con el tiempo y su inter-
vención, espero que este libro también cambie su título de Monólogo del
Fhallus, por: Millones de Monólogos del Phallus. Ahora bien, como en toda
propuesta sometida a la consideración de terceros es seguro que se levan-
tarán voces de justificados desacuerdos, aunque sé que también se oirán
voces de singular empatía, y todos serán tomados en cuenta. Sin embargo,
lo más importante es que logre motivarlo a expresarse, yo le garantizo que
una vez que haya leído este libro tendrá algo que decir. El tema, como se
verá en su desarrollo, nos incumbe a todos, por tal, su participación fluirá
de la manera más espontánea.
Para estar seguro de su participación, la publicación de este libro se hará en
la red; es decir, a través de Internet; y así, todos tendremos la oportunidad
de saber cuánto sabemos sobre un órgano fundamental de nuestro cuer-
po, y no sólo eso, sino qué opinamos sobre el phallus y qué placer sabemos
obtener de el.
Sé que puede parecer chocante la afirmación de que “todos los seres hu-
manos tenemos pene”, no obstante, es lo tajante de esa propuesta la que
me garantiza su opinión personal.

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Adiel Cañizares

De otro lado, también tengo que advertir al lector que este libro no es una
disertación científica sobre el tema, pero tampoco cae en la obscenidad ni
la pornografía. De igual modo, su contenido no pretende ser en un sentido
literal: erótico, sexual ni sensual; sino más bien, es un guiño poético, un
santo y seña, una picaresca dedicatoria al phallus. Así que, relájese, lea con
inquisitiva atención, y opine. ¡Ah fabulosa oportunidad! ¿No cree? Su edad
o sexo es lo de menos, así que no se asuste, pues, a pesar de que existe un
arraigado tabú sobre el particular, será como hablar sobre lo mucho que sa-
be sobre sus manos, pies, cara, pelo…; o en el mejor de los casos, aproveche
la oportunidad para saber qué opinan otros sobre el pene. No obstante lo
antes dicho, debo decir que este Monólogo del Phallus, está referido, con-
cretamente, al phallus masculino.
Quizás, lo más sensato es que hubiese hecho una encuesta antes de pre-
sentar cualquier opinión sobre el pene; sin embargo, es muy engorroso,
embarazoso, difícil, comprometido, espinoso afrontar a un hombre para
preguntarle sobre su pene –sobre todo si se trata de un desconocido–, es-
to a pesar de que los hombres siempre hablamos abiertamente sobre la
sexualidad; pero, cosa distinta es abordar a alguien para que hable de su
pene y de sus experiencias, ya que, de seguro, lo primero que va a pensar
es que está frente a un pervertido o un invertido. Y ni se diga de pedirles
la opinión a las mujeres que siempre se escudan en su recato para no ha-
blar sobre cualquier tema sexual. No obstante, muchas de las opiniones es-
tán amparadas por las conversaciones sostenidas en reuniones de hombres
donde se habla sin mucho tapujo sobre relaciones sexuales; pero que por
lo general están más referidas a la fanfarronería masculina sobre potencia
viril y la exageración del tamaño del miembro. Sin embargo, el gran son-
deo se hará con su participación a través de la red; como lo comprobará, la
totalidad de los temas planteados están diseñados con interrogantes para
que usted, amigo lector, opine.
He de dejar muy en claro que este libro no pretende competir o disentir con
el extraordinario libro Monólogos de la Vagina, de la estupenda escritora
Eve Ensler. Su tema resultó ser fascinante porque permitió a muchas muje-
res redescubrir sus vaginas. Por el mismo camino espero que redescubran
sus phallus (pene-clítoris).
Por último, desde el punto de vista masculino, grupo al que pertenezco, es
bastante lo que sé sobre mi pene; en tal sentido, aquí les dejo mi opinión.
Advertencia final: El sexo es un tema inagotable, y las experiencias son tan
personalísimas que nadie más que uno mismo está en capacidad para eva-
luarlas; es como el cuento de nunca acabar, pero donde todos tenemos la
última palabra.

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PRÓLOGO

En cuanto a sensaciones y placeres sexuales


aún queda mucho por decir.

Esta página estará en blanco por ahora; pues ha de ser escrita por usted. Es
la primera oportunidad que le doy para que participe de la realización de
este libro. Muy pronto habrá un prólogo en esta página, y llevará su nom-
bre. ¡Escríbalo, por favor!

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INTRODUCCIÓN

“La belleza es la carnada con que el deleite


seduce al hombre para aumentar la especie”.
Edmund Spencer

Todos los seres humanos tenemos pene. Y esto no es ninguna afirmación


fútil; pero para entender mejor esta afirmación tan rotunda tenemos que
describir la anatomía de los penes. Entonces, tenemos que: “El pene mas-
culino es un tubo cerrado, formado por tres haces de tejido vascular unidos
por tejido conjuntivo y cubiertos por piel laxa. Dos haces grandes de teji-
do, los cuerpos cavernosos, forman la parte superior del pene y contienen
numerosos compartimentos que se llenan de sangre durante la excitación
sexual, lo que provoca la erección y rigidez del pene y que permite su intro-
ducción en la vagina para la eyaculación de la esperma. Los nervios sacros
controlan el flujo de sangre hacia el interior de los cuerpos cavernosos, de-
bajo de éstos se encuentra el tercer haz de tejido: el cuerpo esponjoso. Este
haz está perforado por la uretra por donde circulan el semen y la orina. El
extremo del pene ostenta un ensanchamiento en forma de bellota, muy ri-
co en terminaciones nerviosas sensitivas que recibe el nombre de glande, el
cual está cubierto por una capa cutánea retráctil llamada prepucio. El pene
cuelga libre cuando no está erecto”.
Pues bien, ahora descubramos el pene femenino, veamos qué es el clítoris:
“Pequeño órgano erógeno y eréctil, muy vascularizado e inervado, equiva-
lente femenino del pene, aunque mucho más pequeño; se localiza debajo
de los labios menores, su glande es de 3 a 5 mm, está cubierto por una
caperuza similar al prepucio, y es anterior al orificio vaginal, pero indepen-
diente de la uretra. Al igual que el pene, cuando se estimula sexualmente
experimenta erección, y es una de las zonas más importantes de excitación
y placer sexual en la mujer”.
Según el diccionario, phallus se deriva del latín, y era aplicado antiguamen-
te para identificar indistintamente tanto al pene como al clítoris.
La similitud entre el pene y el clítoris es consecuencia de su origen en la de-
terminación de la formación sexual en el útero; esto es, que surgieron del
mismo órgano cuando se determinó la sexualidad.

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Monólogo del phallus

Con lo anteriormente expuesto, creo que no hay lugar a dudas sobre la


realidad de que todos los seres humanos tenemos pene, salvando, no obs-
tante, algunas pequeñas diferencias anatómicas y de funcionalidad. En tal
sentido convengo con los antiguos, quienes se percataron y definieron in-
distintamente al phallus como un mismo órgano (pene/clítoris).
Ahora bien, si nos avenimos en esta afirmación, todos tenemos algo que
decir sobre el pene, ya que todos lo conocemos desde siempre, nacimos con
un pene; por consiguiente, siempre ha estado ahí al alcance de nuestras
manos, y bien o mal, siempre nos hemos servido de el.
Aunque, como se dijo anteriormente, aquí quien va a hablar es el pene
masculino; pero, como son ellas quienes se sirven de dicho phallus, en con-
secuencia, no puede existir mejor perito para dejarnos saber sobre sus ex-
periencias: buenas o malas; veamos, entonces, qué opinan ellas sobre el
pene masculino. No obstante, retornando a la afirmación inicial de la in-
troducción, donde se afirma que todos los seres humanos tenemos pene,
las reto a que redescubran ese órgano echado al olvido; está ahí al alcance
de la mano. Así que, si no queréis opinar sobre el phallus de él, de seguro
algo tendréis que decir sobre el phallus vuestro; que dicho sea de paso, es
muy poco lo que se escribe, y ni se diga habla, sobre el clítoris. Motivo por
el cual, el último apartado está dedicado especialmente al clítoris/pene.

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UNO

“El deseo sexual es el alfa y omega de todos


los deseos”.

El principal motor que mueve las acciones del hombre está referido a
la sexualidad. El sexo marca y determina todo nuestro comportamiento
emocional y psicológico desde mucho antes de nacer. En consecuencia, el
anormal desarrollo de algunos patrones sexuales influye y determina el
comportamiento emocional o psicológico de los individuos, siendo la causa
de muchas de las desviaciones, fobias o traumas que subyugan a los adul-
tos. Al respecto, Sigmund Freud afirma: “Lo más alto y lo más bajo se hallan
más intima y enérgicamente reunidos que en ningún otro lado como en la
sexualidad.”
Ahora bien, la historia de la aparición de la vida es tratada desde el pun-
to de vista religioso y científico con distintos enfoques, así tenemos dos
teorías: creacionista y evolucionista. La teoría evolucionista no será tema a
tratar aquí. La teoría creacionista, contenida en el Génesis, nos habla de la
creación de Adán y Eva por Dios, y es de la unión de este primer hombre y
esta primera mujer de donde desciende toda la raza humana.
Una de las cosas que más llama la atención es lo relativo al llamado pe-
cado original; es decir, la forma como Eva es engañada y luego induce a
Adán a cometer el mismo acto pecaminoso –con lo que se trata de justifi-
car, consecuencialmente, la desaparición del Jardín del Edén (Paraíso), la
pérdida de la gracia de Dios, el surgimiento de una humanidad inmoral y
su merecido castigo; así como la conversión de la tierra en el mundo hos-
til, y la vez hermoso, que conocemos–; sin embargo, no es claro el Génesis
sobre las razones que motivan al demonio-serpiente a inducir a la hembra
humana a comerse la susodicha manzana. ¿Qué había en esa inofensi-
va fruta? ¿Por qué una manzana? Además, ¿por qué se comprometió la
serpiente en tan infernal embrollo? Y, por último, ¿por qué Dios dejó al
alcance de la mano de los humanos tamaña tentación? Dígame eso: “El
árbol de la ciencia del bien y el mal” Sin ánimo de parodiar el Génesis
me atrevo a disentir del medio utilizado por el señor de las tinieblas para
hacer pecar a los humanos, así como los motivos. En consecuencia, aquí el

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Monólogo del phallus

motivo es la venganza, y el medio utilizado, el sexo. Esta propuesta no re-


suelve ninguna de las interrogantes sobre la conducta sexual humana, es
sólo una inquietud personal salvada por la magia de la imaginación. Nada
en serio. Pero no deje de prestarle atención a esta propuesta de creación
apócrifa y profana, tal vez convenga conmigo en que hay algo que los
sabios teólogos no han querido revelarnos. ¿Será que son conniventes los
científicos en ello?
Es probable que esté pensando que este libro se inicia con un tema que no
tiene nada que ver con la propuesta inicial sugerida en el título ni con su
presentación o introducción; sin embargo, como el propósito del libro es
plantearle algunas propuestas que lo muevan a participar en la realización
del mismo, dígame si está de acuerdo en que cambiemos la fruta del árbol
de la ciencia del bien y el mal, por la fruta de Eva que sabe bien y no es
nada mal, ¡claro!, una vez que haya leído el tema que sigue.

Anoche tampoco fue mi noche. ¡Qué largas son las noches del insomnio!,
¿verdad? Larga noche, noche larga. Noche de vueltas y vueltas y más vuel-
tas en el lecho. La cama amanece hecha un nido, las almohadas retorcidas y
las ojeras renegridas. En los brazos mortificantes del insomnio uno se deva-
na los sesos entretejiendo toda clase de pensamientos absurdos e inútiles,
incluso el absurdo de cerrar los ojos y contar ovejas; hace y deshace miles
de ideas, entretanto, se revuelca en su cama. Añora una lágrima de sueño,
aunque sea un sueño ligero. Si al día siguiente se tiene que trabajar, enton-
ces uno cae en desesperación y repite una y mil veces: «¡Tengo que dormir,
tengo que dormir, tengo que...!»
Anoche, después de recorrer sin cesar la geografía de mi lecho, de haber
ido innecesariamente al baño muchas veces, de haber revisado sin ningún
objetivo el refrigerador otras tantas; por fin, al último grito de la aurora,
cuando los gallos ya estaban desgañitados de tanto gritarle al viento,
unos hilos dorados entretejieron mis ojos cuando el mazo del ogro insom-
ne dejó de golpearme, me dormí; pero, entonces raudo me arrullé en los
brazos de la subconciencia onírica. Soñé. Soñé que soñaba el primer sue-
ño del hombre. Era Adán que soñaba. Dios soñaba para Adán y él soñaba
para mí. Algún día quizá alguien diga que fue una revelación; otro, una
herejía. Yo sólo soñé. Mi sueño me reveló la génesis de todas las cosas,
concretamente, los primeros y únicos días de la existencia del Paraíso.
Ahora les cuento sobre un Génesis apócrifo, pero lo soñé así, o al menos,
es como lo recuerdo.

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LUZBEL, EVA Y ADÁN


“Desde el cielo, a través del mundo, hasta
el infierno”.
Goethe-Fausto

Al inicio del tiempo: era el Paraíso una versión terrenal del cielo, un re-
manso de paz y gloria donde reinaba la armonía y abundancia de toda la
creación. Este mundo había sido creado tan recientemente por Dios, que
aún reinaba en el ambiente el divino aroma de su gloria; todo carecía de
nombre, en consecuencia, la principal ocupación de Adán era descubrir y
ponerle nombre a todo lo que estaba al alcance de cualesquiera de sus sen-
tidos, y también poblar el mundo con su descendencia.
Tampoco existía la experiencia de ninguna clase de sentimientos: ni buenos
ni malos. Como todo estaba al alcance de la mano, Adán y Eva no tenían
que hacer el más mínimo esfuerzo por conseguir nada. El mundo era en
aquel entonces redondo como una naranja, y Pangea era una franja única
de tierra firme que se extendía alrededor del Ecuador, y era plana como la
palma de la mano.
Pero una vez que Dios hubo terminado su creación y heredada la tierra
paradisíaca a Adán y Eva, después de su partida, ocurrió un hecho extraor-
dinario que nos ha dado este singular mundo que hoy disfrutamos y su-
frimos. Como consecuencia de ese hecho, Dios enfureció y convirtió este
planeta en un mundo convulsivo y feroz ahora dividido en enormes franjas
de tierra separados por insalvables mares y océanos; con un inalcanzable
y helado Everest, incandescentes volcanes, eternos casquetes polares, un
ardiente Sahara y la cima que besa el cielo del Kilamanjaro. Ahora que, en
cuanto al cuento de la serpiente del paraíso que engañó a Eva con la pro-
hibida manzana, no es cierto que Dios haya cometido el descuido de dejar
al alcance de la mano de la ignorante Eva y el idiota de Adán, el árbol de la
ciencia del bien y el mal; si no que, es otro el cuento.
Lo que en realidad ocurrió es que para aquel entonces el diablo ya andaba
suelto; sí, como lo oyen, para el momento en que Dios tomó la decisión
de crear la vida en este nuevo mundo y seres a su imagen y semejanza, ya
se había producido un cisma en el cielo; por tanto, Dios andaba de malas
con su lugarteniente, su comandante en jefe, su ángel principal y seguro
heredero al trono, quien fue y será al tenor de los siglos su archienemigo,
nada menos que Luzbel; y que eternamente ha de ser conocido por estos
confines universales como el Rey de las tinieblas, Lucifer, don Satanás, Man-

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Monólogo del phallus

dinga...; el único con la fuerza suficiente como para echarle a perder a Dios
su obra de creación más cara, porque después Dios tuvo que sacrificar a su
hijo único para enmendar el mal.
En verdad no somos una obra planificada por Dios, sino una consecuencia
fortuita, ya que, Él en su estado de desilusión y desengaño porque se había
producida esa gran rebelión en su reino –el cielo–, la cual tuvo que sofocar
con la expulsión de los revoltosos y el retiro de su gracia, se había dado a
la tarea de recorrer sus dominios universales (algo así como el patio de su
casa, pero que nosotros vemos como infinito universo); entonces fue así co-
mo, andando por ahí, de pronto se encontró con un ínfimo e insignificante
sistema planetario con bolitas materiales como esta que llamamos tierra y
su pequeña lamparilla luminosa llamada estrella; y fue su voluntad crear la
vida; ¡claro!, previa creación de las condiciones indispensables para la vida
como agua, oxigeno, y muchísimas más. Decidiéndose luego a crear una
criatura a su propia imagen y semejanza, y otras de orden menor. ¡Enhora-
buena, somos como Dios! Bien, fue de esa manera como vinimos a parar a
este planeta azul.
Ahora bien, conocido nuestro origen y las circunstancias que lo motivaron,
ahora retornemos de nuevo al Paraíso. Tenemos a un macho y una hembra
a su lado, recibida ésta como obsequio; digo, como compañera. (Las mu-
jeres se enfurecerían hasta con Dios, si se llega a revelar que fueron dadas
como regalo al hombre para que gozara y no se sintiera solito). Pues bien,
la divina Eva que no tenía que hacer nada para sí ni para Adán, y que para
aquel entonces ya está en pleno disfrute y goce del Paraíso, parece estar un
tanto fastidiada, aburrida; pues, no hay otras mujeres para chismear ni de
quienes sentir celos o envidia, tampoco hay nada que ambicionar: es dueña
absoluta del mundo donde vive. Piensa ella que es patética su vida, ¡qué
Paraíso tan aburrido! Realmente no entiende la apatía de Adán, quien la
ignora casi todo el tiempo; esto es, que el muy tonto parece no percatarse
que ella es hermosa y que anda como Dios la echó al mundo –ni siquiera se
había inventado el traje de hoja de Eva–. Pero Eva ignoraba que Dios no iba
a dejar cabos sueltos; razón por la cual, una vez hecha (no creada) ella de
la costilla del hombre procedió a implantarle su ciclo menstrual para que se
iniciara su proceso ovular, y después de haberles dado la orden inapelable
de poblar el mundo con su descendencia, le dijo al oído a Adán que debía
esperar hasta que su compañera menstruara, y que un olor muy especial le
iba a indicar cuando podía realizar la cópula; entre tanto, debía dar gracias
al Creador, su Dios, y dar nombre a todo ser vivo y a cada cosa material o
inmaterial que se le presentaba. Así realizado esto; es decir, terminada to-
da su obra creadora (durante seis días más el descanso), Dios cogió todos

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sus cachivaches, montó en su nave y se fue a echarle un vistazo al cielo que


había dejado solo durante los siete días que estuvo haciendo la vida en es-
te mundo, y los muchos otros días que estuvo haciendo lo mismo en otros
mundos y dándose una paseadita por su enorme universo; pero que en
tiempo de omnipresencia divina es ya, ahora, al instante.
Pero como reza el dicho: “Que nunca falta el diablo a misa”; Dios que coge
vuelo al cielo y el angelito Luzbel que llega. Vino, en realidad, sólo a echar
un vistazo para ver qué era lo nuevo que había creado su antiguo jefe por
estos rincones del universo. En medida de tiempo luciferino eso fue al ins-
tante, así: ¡zas! Pero, en tiempo terrenal, ya habían transcurrido varias fases
lunares, y esto para Eva era más que suficiente para aburrirse de tanta vida
inactiva, tanta pasividad; sobre todo, nada de aquello...
Corría el día treinta y tres después de la creación, hacía ya varios días que a
Eva se le había quitado la regla. Ella estaba plácidamente recostada sobre
un lecho de hojas que Adán le había construido bajo la fresca de un frondo-
so panjí que estaba a orillas de un cristalino río, –entretanto, se despereza
voluptuosamente en su cama de hojas, y suspira profundamente mientras
se saca los piojos y los tritura con los dientes–. En las proximidades pacían
el cordero junto al león en edénica armonía, –todavía los gatos negros,
murciélagos, cabras, chacales, cuervos, sapos, culebras, el chupacabras...,
no eran bichos malos–; su oído era deleitado con el hermoso trino de los
pájaros del Edén. Aunque todavía no se había inventado el amor ni el ero-
tismo, su cabeza estaba llena de pensamientos extraños que le estremecían
el cuerpo; pues, su vulva se había hinchado un poco y estaba enrojecida y
húmeda, y despedía un excitante hálito que ya empezaba a inquietar al in-
genuo de Adán, quien se pasaba el día entero reconociendo los alrededores
e inventando sonidos nuevos para identificar cada ser vivo o cosa que veía.
Lo que ella no sabía es que Dios le había dicho a Adán antes de irse para el
cielo que el estro de Eva, al igual que el de los otros animales, le iba a indi-
car el momento preciso de cumplir con la orden de la reproducción; era por
ello que Adán estaba cumpliendo la orden de ponerle nombre a todo. Eva
estaba entregada a sus pensamientos y todo era divinamente apacible en el
Jardín del Edén; cuando de pronto: ¡zas!, y el demonio que aparece. ¡Pero
claro que no fue cualquier pobre diablo el que se materializó, sino Luzbel
en persona, Mefistófeles de carne y hueso, sí señor, además, con un mundo
de diabluras en su cabeza! En verdad, él sólo quería echar un vistazo pa-
ra ver cuál era la novedad de Dios en este mundillo, sólo por mangoneo;
ahora que, no fue que tuvimos la mala suerte de que Luzbel se apareciera
donde estaba Eva, sino que el muy poderoso señor de las tinieblas también
tiene el poder de la omnipresencia, y lo primero que hizo fue clavarle el ojo

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Monólogo del phallus

a Eva, quien muy inocente se estaba revolcando voluptuosamente sobre su


lecho como gata en celo y estaba teniendo pensamientos impuros. ¡Claro!,
que al primer golpe de vista enseguida se percató Luzbel de quienes eran
los favorecidos de Dios, y de inmediato se le ocurrieron sus diabólicos pen-
samientos. Por supuesto, nada personal con Adán y Eva, sino viejas rencillas
que saldar con Dios. Entonces chasqueando los dedos se dijo: «¡Ay papá, ya
sé, me tiro a Eva, y me cago en Dios y su nuevo mundillo!» Así fue.
Siendo Luzbel un ángel lleno de belleza deslumbrante cuando se hizo pre-
sente ante la nueva semejanza de Dios quedó horrorizado por la fealdad
que Él había puesto a sus nuevas criaturas humanas, y no cabía duda de que
todo había sido adrede, pues, no guardaban la más mínima semejanza con
sus huestes celestiales. En verdad que Eva estaba muy lejos de la lindeza,
puesto que tenía una cabellera enmarañada que le caía hasta las nalgas
(con más de treinta días sin peinarse), ya estaba algo gorda por todo lo
que se había tragado en el Paraíso; era cejuda, color endrino, ojos oblicuos
y pies aplanados; tenía las uñas largas y llenas de mugre, mal aliento, olía
a cebollas porque ya había desarrollado sobaquina; era torpe y sin gracia
en el andar, pues caminaba semierguida. También hay que decir que tenía
el sexo abrupto y almizclero, e igualmente tenía pelos en casi todo el cuer-
po; era baja de estatura y no sabía ni cocinar agua; es decir, que tampoco
era buena ama de casa; el pobre Adán vivía a régimen de frutas silvestres,
miel y los mendrugos de maná que no llovían con regularidad, tal vez por
descuido del ángel encargado de proveer las raciones, y que más bien pa-
recían sobras de los opíparos banquetes celestiales ya que algunos estaban
mordisqueados. Pero bueno, hay que decir a favor de ella que todavía no
se había inventado el fuego y que vivían bajo el techo del cielo a la bue-
na de Dios. Por último, hay que decir que para ese entonces a la hembra
humana le empezaba su época de celo (al igual que los otros animales), y
por tal, ella ya empezaba a despedir el olor sexual de celo; esto es, su estro
natural. Algo que olía así como una mezcla de huevo podrido revuelto con
queso rancio, leche cortada, pescado piche, mierda de gato, orines de ca-
ballo, almizcle de zorrillo, mariscos podridos y cebollas maceradas con ajos;
todo coronado con el olor dulzón de lirios, alelíes, azucenas y canela. Ese
aroma que acabamos de describir sería el delicioso y excitante olor sexual
de una mujer en celo, olor que según la historia inicial del Paraíso los hom-
bres percibiríamos a kilómetros de distancia, así podríamos saber cuando
una hembra estaba receptiva y nos volveríamos locos de pasión por ella, y
andaríamos con las pingas erectas tratando de copular, donde sólo las más
fuertes lo obtendrían. Pero hoy día, sólo los ricos. Ya saben, cuestión de
interés; es decir, asunto de mujeres.

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Al momento de la aparición de Luzbel, Eva se quedó como petrificada; en


ese instante creyó que había provocado la ira de Dios por sus pensamientos
impúdicos y un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Ante sus ojos estaba un
ser hermosísimo, era un varón de radiante belleza, espectacular y deseable,
¡humm! –Lo primero que había hecho Luzbel era hacerse desear por Eva–.
Él tampoco tenía puesta ninguna vestidura, era alto y atlético, de ojos azu-
les y enigmáticos como el mar, y era rubio como el sol; así mismo, se sabía
dueño de un poder tan grande como el de Dios mismo, y no lo ocultaba.
Pero había algo más: exhibía un hermoso miembro erecto entre sus piernas
que perturbaba a Eva y la tenía embelesada y le hacía explayar los ojos;
además, el muy hijo de..., estaba moviendo las caderas a ritmo de tambores
africanos que sólo Él oía. Entre tanto, sonreía feliz y dejaba al descubierto
la albura de sus dientes luciferinos, cuyos incisivos estaban forrados en oro
de infernal esplendor. Eva, que no era ni tan caída de la mata, enseguida
comprendió que semejante ricura no iba con ninguna encomienda de Dios,
sino que, sus intenciones eran otras... Lo comprendió también porque un
extraño escalofrío la recorrió por todo el cuerpo, algo extraño le causaba
un desasosiego lujurioso, y una humedad incontrolable le empezó a correr
por la entrepierna aumentando el olorcito que venía teniendo; era algo
nuevo e indescriptiblemente maravilloso, ¡qué placer, Dios! Ella sintió el
impulso y la necesidad de arrojarse a sus pies, bueno, no era precisamente
eso lo que quería, sino echarse en sus brazos y que ocurriera lo que Dios
quisiera, digo, lo que al diablo le diera la gana. Aunque la verdad es que
no estaba pensando en Dios, a quien suponía en su reino divino; ni en Lu-
cifer, porque desconocía su existencia; ni en Adán, pues no sabía dónde se
hallaba, cosa que tampoco le importaba en lo absoluto; sino que su pensa-
miento volaba con las alas doradas del deseo y el amor profundo, es decir,
amor en carne viva.
Toda su atención seguía centrada en ese ser maravillosamente bello y de-
seable que estaba ante sus ojos, ¡hummm, ñam, ñam!, ¡qué rico mango,
papito lindo! Nada parecido al bobalicón de Adán que era bajo y de hom-
bros caídos, cara peluda, pómulos anchos, nariz gruesa, cejudo y con ojos
pequeños como de gorila; también era bembón y andaba con la boca siem-
pre abierta escurriendo babas; tenía las piernas gruesas, cortas, cascorvas y
peludas; y para colmo de males ni siquiera se fijaba en ella. En ese momento
pensó Eva que Dios no tenía muy buen gusto para esculpir, aunque nunca
le había visto la cara, mas si ésa era su semejanza, era evidente que Dios no
tenía espejos en el cielo; pero, a lo mejor Dios estaba tan anciano y decrépi-
to para entonces que le fallaba el pulso y por eso no puso mucha gracia a su
figurilla de barro. Lo que Eva ignoraba es que Dios los había creado así ex
profeso, ya que, Él había puesto demasiada belleza a sus Ángeles, Arcánge-

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les, Querubines y Serafines, siendo esa la principal causa de las rivalidades


en el cielo; ahora que, por ser Luzbel el ángel más bello e importante, había
sido éste quien inició la revuelta que lo hizo caer arrastrando consigo una
buena legión de compatriotas celestiales; es así como la belleza ha venido
a ser una de las principales armas del diablo para causar perturbación.
Pero también había algo que le producía una gran inquietud a Eva, y era
que Lucifer exhibía su hermoso animal toreado, su unicornio de oro, cosa
que ella quería evitar mirar de frente acaso para no parecer una descarada,
(lo que instintivamente ha sido transmitido a las mujeres, pues, no parecen
tener interés en mirar lo que hay en la entrepierna de un hombre descono-
cido); sin embargo, desde el primer golpe de vista ella se había percatado
de su encabritada postura. Así que, se hacía la remolona y parpadeaba,
luego bajaba la vista y en ese intervalo miraba eso que le estaba causando
un desosiego incontrolable en todo el cuerpo y la inundación que le bajaba
por los muslos provocándole unas ganas inmensas de que él se le echara
encima y le hiciera algo que ella estaba segura que se podía hacer. Las
sensaciones que estaba experimentando la inocente Eva las provocaba de
propósito Luzbel, quien se había propuesto cambiar la obra de Dios, y para
tal fin, nada más apropiado que pervertir a los nuevos seres terrícolas.
Luzbel aún no había pronunciado palabra alguna, sólo mantenía una son-
risa arrobadora que dejaba al descubierto su luciferina dentadura, y Eva no
podía escapar al embrujo de tan llamativa expresión de afabilidad y cordial
invitación a la amistad y confianza. Él estaba satisfecho por el efecto que
causaba en ella, esa era su intención, en consecuencia, no le extrañaba.
Sabía que con su poder omniscio podía darle un vuelco al Jardín del Edén,
luego hacer de él un nuevo paraíso terrenal diabólicamente divino; es decir,
un mundo a su fruición; pues, no entendía ese gusto tan insípido del Crea-
dor de mantener a sus hijos en perpetua alabanza y adoración, y él quería
ponerle un poco más de pimienta a la vida, cosa que parecía fácil, ya que
Evita estaba dando señales de querer una vida distinta...
Cuando Luzbel se dirigió a Eva, esto fue lo que le dijo: (Lo sabemos por-
que el flirteo se ha transmitido a través de todas las generaciones, siendo
un lenguaje que ellas, a cualquier edad, entienden a la perfección porque
está grabado en sus almas femeninas y es su esencia; los hombres lleva-
mos una eternidad tratando de entenderlo y todavía no sabemos por qué
las mujeres son así. Al menos hoy sabremos cómo se inició el asunto y, tal
vez, el porqué; aunque todo comenzó de la manera más inocente. ¿La
coquetería femenina es un don divino legado a las mujeres? ¿Tuvo algo
que ver Luzbel?)
― ¡Hola preciosa! –dijo Luzbel.

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Adiel Cañizares

― ¡Hola, señor! –respondió Eva.


― ¿Qué hace una mujer tan linda aquí solita?
― Es que no hay nadie que me acompañe.
― Bueno, ¡qué tal si yo te acompaño, Evita!
― ¿Y cómo sabe mi nombre?
― Pues..., me lo dijo un pajarito.
― No sí, ya le creo. ¿Y usted quién es?
― Soy un Ángel de Luz.
― ¿Y por qué está aquí?
― Porque vi una mujer linda muy solita, y me dije que quizá querría algo
de compañía, digo...
― ¿Seguro que vino sólo por eso?
― ¡Claro linda!, ¿por qué otra cosa iba a ser!
― No sé. Pero si usted lo dice, así será –dijo Eva. Despertada su curiosi-
dad femenina, quiso saber más, y acuciosa e inquisitiva inquirió: –Y, ¿qué
quiere de mí? ¿Por qué me mira así?
― ¿Tú qué crees maja? –respondió Luzbel conspicuo, epicúreo y sicalíptico.
Como del dicho al hecho hay poco trecho, quiso Luzbel pasar de las palabras
a los hechos, entonces se acercó a Eva y tocó sus carnes, concretamente,
colocó su dedo medio en el phallus de ella, y fue como derramar una gota
de roja tinta sobre una fuente de agua cristalina, la cual se expande en un
radio rápido e indetenible manchando todo a su paso; lo mismo ocurrió
en el cuerpo de ella, ya que, una corriente sensitiva se expandió por todo
su cuerpo convirtiéndola toda en un mapa erótico. Luego abrió sus oídos
al idilio, pues, le dijo toda suerte de palabras románticas y sensuales que
marcaron su corazón y su razón, y quedó para siempre jamás predispuesta
al romance, así ha sido trasmitido al tenor de los siglos a las féminas. Las
emociones y sensaciones que experimentaba Eva eran provocadas adrede
por el sibarita Luzbel; las cosas cambiarían para siempre, la obra creadora
no sería la misma nunca jamás.
Sometida la voluntad de Eva bajo el dominio de sus excites carnales fue
presa incondicional en su entrega; la cópula fornicante se producía con
desenfreno. El íncubo saturnal se estaba consumando, y Él era uno y era le-
gión. Este acto lúbrico se estaba cometiendo cuando llegó Adán, mayor no
pudo ser su sorpresa ante tal liviandad. Pero, Luzbel indujo a Eva a que se

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Monólogo del phallus

mostrara voluptuosa ante Adán, y ella le mostró su conejo abierto en canal,


su corazón partido, su animalito rajado y famélico; entonces Luzbel abrió
los ojos de Adán, y éste vio tan apetitosa fruta que para siempre jamás ha
podido dejar de desearla.
Para concluir su obra corruptora, Luzbel convirtió a Adán y Eva –y descen-
dencia– en seres concupiscentes, cuyos placeres serían su propio erebo;
igualmente, para que no tuvieren ciclo de celo eliminó el estro de ella y en-
cegueció la nariz de él, esto para que fornicaran cuando les diera la gana.
Para garantizarse de que fuere así para siempre, en el vientre de Eva había
sembrado el aciago germen, él sería el hacedor de su primigenia descen-
dencia, luego todo se mezclaría y entremezclaría sin fin.
Dios descubrió enseguida el pecado, pero ya era demasiado tarde. Enton-
ces enfureció, echó a Adán y Eva del Paraíso, les quitó la gracia divina, hizo
la tierra un planeta convulsivo y feroz y los dejó a su merced. Pero como
habían sido engañados les dio una promesa de redención.
Era el año quince después de la creación cuando un lamentable accidente
truncó la vida de Abel al caerse de un manzano, y, un día después, una ser-
piente venenosa acabó con la vida de Adán. Fue así como la Muerte nació a
la vida en este mundo, y sólo de un día para otro ya había hecho dos mues-
cas en su hasta entonces inmaculado mapa de la muerte. Caín, el primogé-
nito de Eva, quedó a cargo del nuevo clan humano que estaba compuesto
por Eva, que era apenas diez meses mayor que él, de sus doce hermanas y
de un escuincle de pecho llamado Set; como el único hombre de la familia
tuvo que hacerse cargo de la situación, y continuar con la propagación de
la descendencia humanal.
Fue así como lo soñé.

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DOS

“El amor es lo único humano que siente al


animal”.

Al momento de concluir la revisión de este libro estoy compartiendo la


mesa con una pequeña mujer, mi hija de doce años. Estoy seguro que ella
ya tiene su propia idea formada de lo que va a tratar este escrito: el pene.
Ahora bien, todo lo que aquí se diga, mejor dicho, se escriba; será contado
por el rey del sexo, bueno eso tiene sus matices, porque él es un rey como
el del ajedrez, ya que quien tiene el poder, –si por poder entendemos la
libertad de movimientos–; es la dama, en verdad es ella la que manda. Pero
eso no es lo que importa ahora, sino que nos puede dejar saber el pene a
través del siguiente monólogo.
Creo que no es desacertado que les dediquemos el monólogo del phallus
a ellas, que en fin de cuentas, un pene es también asunto de mujeres; no
sólo por ser un producto para damas, sino porque es un órgano que com-
partimos.
En consecuencia, no puede haber mejor destinatario que las dulces, her-
mosas, profundas, insaciables, bellas, voluptuosas, sensuales, seductoras,
deliciosas, sagaces, dominadoras, complacientes, sensibles, delicadas, amo-
rosas, y pare usted de contar, mujeres; porque a ellas les podemos dedicar
casi todos los adjetivos que se nos puedan venir a la mente; en fin, para
todas las hembras del mundo. Para empezar, una dedicación muy especial a
la mujer más importante que un hombre tiene en su vida, ésa que sólo nos
puede sentir salir; el caso de Edipo es detestable, ¿verdad? Y da igual así
sea sólo un complejo. Cuando era niño escuchaba un cuento que era como
una versión distorsionada del Complejo de Edipo. Contaban que un hom-
bre muy desconfiado de la fidelidad femenina decía que no había mujer
fiel, que por ambición eran capaces de todo; dudaba de la probidad hasta
de su propia madre, cosa que quiso demostrar a todos; entonces partió
un día de su hogar; es decir, se hizo trotamundo. En sus correrías participó
en guerras y muchas otras tropelías mundanas logrando amasar una gran
fortuna. Después de veinte años regresó al que fuera su hogar y se encon-
tró con la noticia de que su padre había muerto, además, que su familia

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Monólogo del phallus

estaba en la ruina; su madre que siempre había disfrutado de la buena vida


aún se conservaba joven y bella. Entonces él enamoró a su propia madre
logrando vencer sus negativas sin mucho esfuerzo. Cuando estaba a punto
de consumar su teoría dijo: «voy a ver si puedo entrar por donde salí un
día». Fue entonces cuando ella cayó en la cuenta de que estaba a punto de
entregarse a su propio hijo.
Dejando de lado ese cuento de mal gusto quiero dedicar este poema a las ma-
dres del mundo, hoy también es el día de mamá, al igual que todos los días.

CUANDO EN TU VIENTRE MORABA


Quisiera dormirme en tus entrañas
en la alberca tibia de tu vientre,
ser parte íntima de tu cuerpo y
beber la sabia de tu amor en gestación.
Y retozar con sublime alegría
haciendo piruetas de trapecista
con el cordón que me sostiene
por el medio de mi frágil anatomía.
Y jugar mis diversiones preferidas:
con tu vejiga, al fútbol solitario,
y al box, con el carrete articulado
de tus costillas desprevenidas.
Sé que haré muchos cambios en tu figura
y que no te verás hermosa y deseable;
pero, pido poco, sólo paciencia y ternura,
te prometo que cuando todo esto acabe
llenaré tu vida de dulzura.
Sólo quiero antes que el tiempo fenezca
seguir inmerso en tus aguas florales,
y al mismo tiempo que tu vientre crezca
compartir tus pensamientos y ansiedades;
ser la risa alegre en tus noches taciturnas,
por mí, sin culpa, la ignota criatura.
Que tú como Dios, en tu vientre demiurgo,
diseñas, trazas y formas con la roja arcilla
de tu vernácula sangre nutritiva
al hijo de tus entrañas que darás a luz al mundo.
Dentro, la vida es fácil;
fuera, la vida es dura,

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Adiel Cañizares

lo primero que hacen


es cortar el hilo de la atadura.
Al nacer algo acaba, todo empieza.
La vida que sigue nos recibe con rudeza,
pues, nada más asomar la cabeza
alguien corta el hilo de vida y hace ligaduras,
y como el que sale al mundo llega a oscuras
no puede verle la carnicera mirada
al desalmado que le da la nalgada.
¡Ni te creas que eso es todo, camarada!
Te sigue un baño de agua helada.
Pero en verdad yo no sabía que,
entrar a la vida es cosa tan extraordinaria.
¡No es algo fácil salir de la nada!
Empezando por dos que quieran compartir sus ansias,
el tiempo oportuno y las semillas filigranas;
sigue la colosal batalla por la genitiva semilla X,
donde competidores por millar en veloz carrera
van como renacuajos viajando en tinieblas
por viscoso canal en nado sin tregua,
quien llegue y entre el primero: ¡la vida se lleva!
Sí, era tú cuerpo el paraíso.
Mas, Dios así lo quiso
que en la brevedad de nueve meses terminara
la magnífica obra que con un beso se iniciara.
¡Ah felicidad sublime, madre,
cuándo en tu vientre moraba!
¡Había tintes de rosa por doquier miraba!

¡Ah!, pero antes de que pase al siguiente tema, si usted fuera jurado en un
concurso de poesía y tuviera que calificar del uno al diez, dígame; ¿cuántos
puntos le otorgaría al poema que acaba de leer?

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TRES

“El odio también sirve para que en


nombre del amor los cónyuges duerman
juntos”.

La humanidad no tiene memoria exacta desde cuando el matriarcado per-


dió su hegemonía y ellas dizque fueron sometidas bajo la fuerza bruta; es
decir, a partir de qué momento se invirtieron los papeles y ellos tomaron
el control. Algunos creen que pudo ser desde que nos volvimos sedenta-
rios; esto es, desde que dejamos la recolección y nos sometidos al ciclo de
las siembras y la cría doméstica. Pero, ¿se produce realmente el cambio
de poder? El ejercicio del dominio sobre el grupo social pudo haber sido
cedido a conveniencia, o sólo en apariencia; es decir, ellas aceptaron so-
meterse a cambio de protección y suministro alimenticio para sí y su des-
cendencia; sin embargo, quizá siguieron dominando desde la casa, sobre
todo porque ellas desarrollaron el lenguaje e impartieron las órdenes.
Ahora que, desde el punto de vista sexual, ¿qué consecuencias tuvo ese
cambio de dominio? Aunque, ¿verdaderamente ha habido algún cambio
en el control del poder sexual? ¿Es qué no han dispuesto ellas siempre del
embrujo de sus encantos y de sus añagazas femeninas? ¿Será qué hay una
víctima real y efectiva en la interacción sexual humana? Durante buen
tiempo ellas lo han asumido así. Pues bien, una vez que alguien platea
una queja sobre algún maltrato se erige en víctima, en consecuencia, sólo
nos queda encontrar al culpable.
A continuación veremos los cargos que se le imputan al pene. Van desde
quejas leves hasta imputaciones muy graves. Las listas de los cargos no son
taxativas, sino meramente enunciativas; es decir, que las imputaciones pue-
den variar; más si las elaboró un hombre.
En esta sección yo asumo la defensa en nombre de ellos, en consecuen-
cia, les corresponde a ellas asumir la función acusadora. Y como dije
antes, la lista de cargos lesivos puede variar porque aún no les he dado
la oportunidad de participar en el acto acusatorio. Así que, mujeres,
preparen sus argumentos, dejen oír sus voces, aprovechen para desaho-
garse.

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Adiel Cañizares

Si este libro llegare a tener alguna virtud consistirá precisamente en que lo


culminaremos entre todos, en tal sentido, ruego a las mujeres que lo lean
que nos dejen saber todo lo que piensan sobre el pene masculino.
Bien, veamos los cargos.

Acusado, póngase parado, digo, de pie. Se oyen los cargos:

CAUSAS LEVES
Ser externos
Vergonzantes
Feos
Pendientes
Despertar en público
Tener hambre a destiempo
Perder el hambre mientras come
Flojedad
Muy deprisa
Perder el tiempo
Salir en público
Andar sin ropa
Comer de madrugada
Pagarse su alimento
Salir de cacería
Comerse la luz roja
Quererlas a todas por igual
No perder el tiempo en pormenores
Saltarse el preludio
Comer carne en cuaresma
Penetrar en carne viva
Vomitar mientras lo bañan para la cena
Derretirse con el primer beso
Falto de firmeza
Estar tibio en momentos de calor
Ser pequeño
Entregarse por entero
Ser un regalado, ofrecido, dadivoso...
Querer estar siempre adentro

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Monólogo del phallus

Aceptar cualquier invitación a pasear


Decir siempre sí
No esperar en la puerta
Irse de cabeza

CAUSAS GRAVES
Golpear duro cuando se lo piden
Andar buscando piedras sueltas
Arrancar suspiros al alma
Buscar gemidos a cualquier precio
Bucear tras las perlas negras
Meterse hasta el cuello
Entrar y salir a toda prisa
Hacer hasta lo inimaginable para que te vengas
Amar con todo el cuerpo
Elevar suspiros al cielo
Buscar el llanto de las entrañas
Caminar con firmeza en terreno resbaladizo
Bucear sin casco de protección
Acabar con la fiesta apenas empieza
Escapar de casa y ser leño de otra hoguera
Visitar casas de citas
Querer comer a media noche
Aceptar damas de compañía
Quemar toda la pólvora en un solo tiro
Dejar a alguien con hambre
No esperar el tiempo necesario
Evitar el para siempre
Comer y volar
Amanecer en nido de otro
Dejarla como la pomarrosa: con la semilla suelta
Hablar poco mientras comes
No decir, te amo, sin fin veces
Olvidar que eres flor que me vino del cielo
Excederse en maromas de trapecista
No encontrar el punto G
No apagar el incendio que has causado
Prender la hoguera para que otro ase su salchicha
Mentir para que te den
No ser rico ni famoso

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Adiel Cañizares

No perdonar lo que tú mismo haces


Vaciar la carga en la puerta
Salirse
No comulgar con la palabra orgasmo
Olvidar que la piel toda es un mar de erotismo
No decir palabras dulces
Olvidar la ternura al acabar
Olvidar que una palabra a tiempo es más valiosa que el oro
Entrar y salir sin amor
No llegar a tiempo
Olvidar una cita
Dar golpes duros a una flor encendida
Despreciar el aroma del nardo enardecido
No beber la miel que hiciste para mí
No ver esa mirada que dice mucho
Equivocar las insinuaciones
No hacerla sentir la más importante
Dejarla con ganas

CAUSAS GRAVÍSIMAS
Entrar a la fuerza
Comerse la manzana tierna
Comer la fruta que tu mismo has cultivado
Entrar en cualquier lugar sin protección y llevar peste a tu casa
Estar contaminado
Ser alcahuete en la venta de placeres
Comprar amores tardíos
Dejar un corazón partío
No cumplir promesas
Duplicar, triplicar, cuadruplicar edades.
Aflojar resistencias con dinero
Comer fuera de casa
Utilizar la otra vía sin lubricar
Sembrar incestos
Ser invertido
Desear tu propia imagen
Complacerte a solas teniendo compañera
Sentir lo mismo, pero con cosas
Compartir con tu mejor amigo, lo suyo
Complacerte en el dolor ajeno

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Monólogo del phallus

Construirte un harén
Exhibirte en público
Preferir golpes por sexo
Amarte a ti mismo más que a nadie
Dejar una novia vestida
Comer carne inerte
Matar para comer
Romper y dañar lo que deseas
Complacerte en otra especie
Querer entrar por donde has salido.

EL ABOGADO DEL DIABLO


Bien, ya hemos escuchado los cargos. Se ha colocado al pene en el banqui-
llo de los acusados y oímos de qué se le acusa; toca ahora hacer el trabajo
de la defensa. Por la cantidad de cargos casi que tendríamos que admitir su
culpabilidad, pero nadie es culpable hasta tanto no se le pruebe la culpabi-
lidad; es decir, se presume inocente hasta prueba en contrario. Pero, ¿quién
quiere defender a un indiciado con tamaña lista de cargos? Alguien debe
hacer el trabajo. En alguna parte tiene que estar el abogado del diablo.
Presente. Defenderé al indefendible, al más odiado y amado, al presunto
culpable. Ustedes serán juez, acusador y jurado a la vez, por lo que, la tarea
de convencerlas será ardua.
Para empezar quiero esgrimir en una sola frase todos los argumentos de la
defensa, y consiste en que “el pene es bueno”. Con base en esto debo decir:
¡qué “bueno” es! Sí señor, ¡buenísimo! Sin ironías ni sarcasmos, pero nadie
es tan bueno como el pene. Algunas veces se oye decir que es de pinga.
Otras veces su magnanimidad sólo se puede expresar con un ¡oh!, ¡ah!
Ahora bien, algo tan bueno no puede ser malo, ¿verdad? Si logramos po-
nernos de acuerdo en que el pene es bueno, ya no tendremos argumentos
que desvirtuar, ya no vemos esa supuesta incubada maldad; no hay inquina
en algo bueno, lo bueno sólo puede ser bueno. Ya se dijo antes que esta
defensa se iba a basar en un solo argumento, convencerlas de que el pene
no es malo, sino todo lo contrario: es bueno. Para este propósito tengo que
ser un auténtico abogado del diablo, y hablando de diablo hay quienes se
conduelen de él y dicen que es digno de lástima: “pobre diablo que perdió
la gracia de Dios”.
Bien, podemos decir esto del diablo, pero nadie quiere tomar en sus manos
la defensa del inocente, dulce y bueno del pene. Tal vez sea oportuno pre-

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Adiel Cañizares

guntarnos, ¿por qué el pene se ha hecho merecedor de tanto descrédito


y odio-amor? ¿Quiénes se han encargado de hacerle tales señalamientos?
Por principio, como abogado, siempre he creído en la inocencia del indicia-
do; aunque los cargos parezcan abrumadoramente infalibles. He elegido su
defensa a conciencia, creo que me merecía ser su abogado; lo digo porque
lo conozco a la perfección, sé qué siente y cómo siente; conozco sus gustos
y debilidades; sé qué lo alegra y qué le entristece. También reconozco que
no es bueno estar tan involucrado con el cliente; pero, en fin, sólo soy su
defensor, no soy quien lo va a juzgar; por tal, no peco de parcial. También
debo decir que mi defensa será férrea, me lo juego todo, la buena defensa
de mi defendido será crucial para su vida futura. Ahora sí, manos a la obra.
Ya dije que es bueno, no lo diré más; pero les pido que lo tengan siempre
presente, es fundamental al momento de decidir, por ninguna razón va-
yan a dejar de valorar tan magnífica cualidad. He querido insistir en esto
porque nada tan terrible en un enjuiciado que tener fama de malo. To-
dos detestamos la maldad, cualidad que sólo atribuimos a Lucifer. Aunque,
Shakespeare dijo: “Nada es bueno ni malo, lo que pensamos es lo que hace
que algo sea bueno o malo”. También ha dicho el Papa Juan Pablo II: «Lo
que es bueno no es malo», claro, en otro sentido.
Bien, digamos que el pene no es una blanca paloma. Pero tal vez nos equi-
vocamos en la concepción o apreciación de los conceptos “blanca y palo-
ma”; donde blanca no es sinónimo de inmaculada, y donde paloma no es
sinónimo de mansedumbre, porque ningún animal es más sanguinario y
rencoroso cuando pelea, pues, no deja a su adversario hasta convertirlo en
pluma y pellejo ensangrentados, y todavía le sigue dando picotazos para
cerciorarse de que está bien muerto (a).
Ahora vayamos al análisis de los cargos, no se le puede juzgar por ser ex-
terno, y para algunos, feo. No será que no se le ha visto con buenos ojos,
la belleza es muy subjetiva, es una sutil expresión estética que necesita ser
vista con buenos ojos; es decir, con ojos de experto. Sí, ya sé lo que están
pensando ellas. Bien, lo aceptamos, su forma no es la un corazón partido
rebosante de amor, tampoco tiene la forma y belleza de la orquídea con
ese rubor en sus labios que invita a la caricia, ni ese aroma que embriaga,
ni ese pistilo apenas asomado que nos dice que ese pequeño botoncito
manda más energía que dinamo de avión, ni esa pequeña gruta que nos
invita a seguir el camino que lleva al cielo; pero si tiene la fortaleza del tallo
donde ella crece. Es muy probable que por estar todo el tiempo expuesto a
la vista de todos sea por lo que se ha dejado de apreciar su belleza, así co-
mo su clara inocencia e indefensión mientras duerme sobre sus dos tiernas
gemelas; o la clara fuerza de triunfo cuando está despierto y listo para el

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Monólogo del phallus

combate. Quiero pedirles que cierren los ojos por un momento y lo visuali-
cen: primero, en la fragilidad de su inocencia mientras duerme; luego, en la
hermosura de su figura erguida cuando esta listo para entregarse de cuer-
po entero. ¿Verdad que es lindo? Ahora mírenlo como una pequeña, frágil
e inocente criatura que llora de hambre. Definitivamente no hay nada malo
en él. Había prometido no repetir que era bueno. Pero convengan conmi-
go, ¿verdad que es bueno? Lo digo en el más sutil y placentero sentido de
la palabra.
Sí, algunas veces la riega y acaba con la fiesta apenas empieza; otras, se
duerme mientras come; o no consigue las piedras sueltas porque hay que
martillar tan duro y tan deprisa que pierde todas sus fuerzas. Pero se han
detenido a pensar por qué le ocurren tales cosas; creo que es oportuno
decirlo ahora, pues bien, a veces las ansias lo traicionan, otras porque ha
pasado por períodos depresivos o de angustia, exceso de trabajo o prolon-
gadas hambrunas. ¿Qué pasa después de un día agotador por exceso de
trabajo? ¿Qué creen que puede sentir después de haber sido despedido del
trabajo; quedar arruinado en la bolsa; tener abrumadoras deudas; que le
hayan robado el auto; ser presa de angustias, depresiones, saberse cornudo
o sentirse un pobre diablo? Impotencia. Disfunción eréctil.
¿Qué creen que puede pasar después de meses sin probar bocado? ¿Qué
creen que pueda ocurrir si es la primera vez que va a subirse al tren del
amor? ¿Qué piensan que ocurre si de pronto obtiene el premio por el que
tanto ha suspirado? Viaje rápido. Vergüenza. Eyaculación precoz.
También ocurre a veces que almizcles muy rancios o túneles demasiado an-
chos o comidas muy repetidas o demasiada manteca alrededor o un pozo
muy encharcado le quiten las ansias, entonces no se levanta el espíritu. No
lo culpen por eso.
A veces su ansia necesita ver las flores bien exhibidas, una palabra que le-
vante el ánimo, el vuelo frágil de unas manos buceadoras y la seguridad de
ser el único para que no falle la pólvora. Él necesita de ti para hacer bien
su trabajo.
La defensa reconoce que no es lícito forzar las puertas, gozarse en el dolor
ajeno, contaminar la fuente limpia, comerse una fruta demasiado verde o
la que uno mismo ha cultivado, atizar con su leño el fuego de otra hoguera,
comerse la comida ajena, hacer de animal, invertir los cables; y, por último,
lo más grave y censurable, matar por hambre y comerse una fruta que ha
sido arrancada de la vida.
En tal sentido, la defensa admite que se condene cuando se haya violado
una cerradura, aunque sea difícil vivir con hambre cuando se ve tanta carne

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Adiel Cañizares

disponible; ni que se golpee o se hiera, a pesar de que sea sugerido u or-


denado; ni que se propaguen las sales contaminantes, cuando sea hecho a
conciencia; ni que se cojan las manzanas antes de tiempo, aun con todo lo
urgido que se pueda estar; o que se coma lo que se ha cosechado en casa.
Sentencia condenatoria para el que caza, nada lo justifica; la flor que se
arranca y macera con los pies pierde toda su belleza; por último, no com-
prendo a los carroñeros, no son excusables los necrófilos.
Pero pido se redima al que busca fuera lo que se le niega en casa; pero si la
presa es ajena, mala pata para el que no ha sabido cuidar lo suyo y alguien
lo consigue. Igual para el que se complace consigo mismo o cambia los gus-
tos; pido respeto por las preferencias ajenas.
Para concluir, quiero decir que no ha existido jamás nadie tan incompren-
dido y vituperado como el pene. A él es fácil endilgarle toda clase de im-
properios, siempre ha sido fácil culpar al pene de todas las debilidades y
bajezas imaginables. Hoy se le juzga y, quizás, se le condene. Pero he de
decir a su favor que siempre ha trabajado por amor; ha sido convexo cada
vez que ha habido un cóncavo que lo admita. Su entrega ha sido siempre
de cuerpo entero, ha dado todo sin que le quede nada por dentro, hasta
la última gota.
Quienes más lo desprecian siempre han sido sus amas, dueñas y señoras; es
un producto hecho especialmente para ellas, hecho a la medida de su más
profunda satisfacción; en definitiva, objeto de su complacencia y felicidad.
Pero bueno, que se le va a hacer, el mundo está lleno de malagradecidas.
No obstante, ¡arriba esos ánimos! Señores, mantengan sus cabezas en alto,
anden con sus cuerpos bien erguidos, ¡levantados siempre! Permanezcan
despiertos, vamos, a pararse. Es hora de trabajar. Hay que dar golpes duros,
como verdaderos machos. Duro duro; sólo así los prefieren.
Bien, miembros del jurado, ¡decidan!

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CUATRO

“Soy grande, soy pequeño, soy un pene”.

ASÍ ES EL PENE
Divino dios Príapo. Así soy. Simplemente soy así. Como cualquier cosa
laga y cilíndrica. Falo que folla y falla, a veces. Algo largo y redondeado,
así que, cada vez que veas algo con esa figura te puedes figurar que ese
soy yo. Sólo tengo pata, cuerpo y cabeza, por eso cuando me voy de ca-
beza me llevo todo el cuerpo y me meto hasta la pata. Me acompañan
mis dos inseparables compañeras depositarias de toda mi confianza y
poder; sobre ellas reposo en mis horas de sueño, también las arrastro en
mis embestidas.
Algunas veces soy como Siberia, que todos saben donde está; pero que
nadie quiere ver ni visitar. Como no soy vanidoso hablo poco de mí mismo,
tampoco me gusta hacerme la víctima. Durante algún tiempo tuve mucho
poder, de hecho fui el símbolo del poder, aunque he de confesar que fue
un poder usurpado o sólo en apariencia; porque siempre ha sido otra quien
ha dominado. Hoy día está claro quien manda, por supuesto...
Hace tiempo ya que tres monjas hicieron una apuesta para salir de du-
das de cómo era yo. Una decía que era un pellejo inerte; otra, que era un
nervio duro; y la tercera, decía que era de hueso. Pues bien, para salir de
la porfía me buscaron tras la bragueta de un borrachito. Entonces dijo la
primera: «vean, no se los dije que era un pellejo flácido». Todavía dormía
plácidamente. Luego me tomó la segunda entre sus manos e hizo que me
despertara un poco, entonces dijo: «miren, es un nervio duro, no es ningún
cuero flojo ni tiene hueso». Le tocó el turno a la tercera; ya para entonces
me había despertado del todo, estaba levantado y duro; y dijo ella: «no les
dije niñas que era un hueso, observen lo duro que está». Ella seguía frotan-
do y frotando, razón por la cual dejé escapar toda mi sabia, por lo que ella
se declaró ganadora y llena de júbilo dijo: «¡Yo gané, es de hueso, miren, le
acabo de sacar el tuétano!»

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Adiel Cañizares

La lista que leerá enseguida estará completa una vez que usted la haya
aprobado e incrementado. Dé su opinión, ¡por favor!

SOY ASÍ, ASÍ SOY:


Yang en la China
Joni en la India
Largo como suspiro de enamorados
Como tronco de árbol
Como una morcilla
Como un chorizo
Como una salchicha
Como dulce de albaricoque
Como pistilo de flor
Dormilón como una perezosa
Como un cuerno
Rígido como un cadáver
Ardoroso como clavo al rojo vivo
Frágil como un pajarito
Inofensivo
Ávido de caricias
Con dos corazones para amarte mejor
Con la gorra siempre puesta
Firme como soldado
Siempre dispuesto
Duermo como murciélago, colgado cabeza abajo
Ciego y sordomudo
Entregado por completo
Más dulce que la miel
Sueño de una noche de verano
Complaciente
Sensible a las burlas
Queriendo llenar todos los espacios
Dando siempre por millones
A veces muy tímido
Tomando siempre la iniciativa
Mendigando ser aceptado
Pidiendo algo de comer
Avergonzado por no ser más grande
De cuerpo esbelto y cabeza delicada
Terminado en algo glande

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Monólogo del phallus

Neurótico cuando el ayuno es prolongado


Espontáneo como risa de niño
Fisgón si me dejan
Fetichista, a veces
Guerrero que sitia y toma su botín
Argos alerta para ver lo que me gusta
Guerrero que es derrotado en todas las batallas
Luchador que emplea todas sus fuerzas hasta el desmayo
Muerto de tristeza cuando no logro levantarme
Un niño que llora y quiere ser feliz en tus labios
Mariposa que pasa
Pez vivo del mar muerto
Pargo rosado del mar azul
Pato que emigra
Parchita, sin amarguras
Sensible al vuelo frágil de tus manos
Inocente como las manos de mi abuela en su plegaria
Todo lo que has pensado
Libre como un pájaro
Incomprendido
Arrugado en el frío
¡Vivo de leches!
Explorador del túnel de la vida
Desgarrador de hímenes
Manguera de bombero
Tirando sin ser arma de fuego
Producto para hembras
Indispensable en la reproducción
Una vaca lechera
Soy un perro que lame
Soy feliz

¿IMPORTA EL TAMAÑO?
El único primate que tiene un pene grande es el hombre –y la ciencia aún
no sabe por qué ni para qué; debe de ser que no han oído a las mujeres–;
sin embargo, la preocupación más común de la mayoría de los hombres
sigue centrada en el tamaño del pene. Según lo ha comprobado la ciencia
médica, el tamaño del pene de un hombre adulto es de veintiséis centí-
metros, de los cuales trece centímetros forman la base interna, y los otros

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Adiel Cañizares

trece centímetros constituyen la parte externa del pene; es decir, el pene


propiamente dicho. Quiere decir esto que un pene normalmente es de sólo
trece centímetros de largo cuando está erecto, y eso es así en la gran ma-
yoría de la población masculina, sobre todo la asiática; porque la población
masculina negra constituye la excepción, pues, la parte externa es mucho
más grande que la interna, llegando a medir entre diecisiete a veinticin-
co centímetros de largo cuando está erecto. ¿Para qué sirve un pene muy
grande? ¿Es símbolo de gran potencia viril? ¿Realmente requieren las mu-
jeres un pene inmenso para lograr el orgasmo? Los sexólogos, expertos en
la materia, creen que la zona erógena que permite a las mujeres alcanzar
el orgasmo está en los primeros cuatro centímetros de la vagina; pero, que
principalmente lo alcanzan a través del clítoris, el cual es externo. Entonces,
¿importa el tamaño? ¿Mito o realidad? De todas maneras, los fabricantes
de juguetes sexuales tienden a tener preferencia por los de gran tama-
ño. Mas, la verdad es que está comprobado que los penes grandes dejan
de ponerse erectos mucho antes que los de tamaño promedio, esto es así
debido a que paulatinamente dejan de percibir una buena irrigación san-
guínea. Sin embargo, todos prefieren superar el tamaño promedio de los
trece centímetros, ese logro genera mucha confianza varonil. Nadie quiere
poseer entre sus piernas un miembro que pueda ser calificado de pequeño,
menos aún uno que pueda ser considerado como mini, eso causa terror al
hombre y, quizás, desilusión a la mujer. Porque, no nos andemos por las
ramas, ellas son poseedoras de una gran voracidad vaginal y no les importa
que los ovarios se los bombeen hasta el cuello. Aunque, probablemente
sea cierta la aseveración que alguien hacía en un programa de televisión:
el susodicho explicaba que la profundidad vaginal, debido a su elasticidad,
podía alcanzar hasta treinta y ocho centímetros. Así pues, tiene sentido la
afirmación de una linda, hermosa y famosa actriz y modelo de televisión,
quien al responder sobre cuál era su tipo de hombre preferido, dijo: «El que
es inteligente de la cintura para arriba, y burro de la cintura para abajo».
Por último, forma parte de la creencia popular el suponer que es fácil des-
cubrir a simple vista el tamaño del pene de un hombre por algunas señales
físicas; en este sentido, se dice que un pie grande es garantía de un miem-
bro grande, lo mismo se cree del hombre nalgón; asimismo, se ha creído
durante mucho tiempo que los enanos lo tienen grande; pero, ¿es que no
importa el tamaño del pie?
Y, ¿usted qué piensa?

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CINCO

“Cuando la naturaleza llama para cumplir


con la propagación de la especie, nace el
amor”.

ESTÍMULOS: SEXO EN TODOS LOS SENTIDOS


¿Fisgón yo? Detesto que me llamen mirón, o en el peor de los casos, que
mi necesidad de ver se le tilde de aberración, desviación o enfermedad.
Me gusta ver. No sólo me gusta ver, sino que necesito ver; es mi debilidad
y no lo puedo evitar; pero, no por eso se me califique mal, es algo que vie-
ne conmigo. Lo que a ellas les hace voltear la cara, a mí me embelesa. Lo
que ellas ven con disimulo, yo lo veo con descaro; es decir, con petrificante
obsesión. Justifico la exhibición porque yo quiero ver, ellas lo saben. ¿De
dónde me viene tal afición? A lo mejor desde aquel remoto día en que
estaba solo en el Paraíso y Dios puso delante de mí la escultural belleza de
una Eva en su plácida desnudez. ¿Me comprenden ahora? Íngrimos en el
Jardín del Edén, con tan caro regalo que Dios me dio, su orden inapelable
de poblar el mundo, Eva en cueros, nunca jamás le he podido quitar los
ojos de encima. Esa primera visión sembró el amor en mis ojos, incendió
el erotismo en mi retina, y ahí se ha quedado por siempre; nada desde
entonces me hace más feliz que la visión de la figura femenina; llegando,
incluso, a conformarme con un mínimo atisbo, por eso no dejo de ver el
picón de unas piernas cruzadas. No me imagino ciego, un mundo táctil u
olfativo, es un mundo sólo femenino.
Pues bien, quiero dejar claro de una vez y para siempre que en el orden de
los estímulos que a mis sentidos despiertan, ninguno tan dominante, tan
subyugante como la vista, por eso la he puesto en primer lugar.
¿A usted también le gusta ver? ¿Qué opina sobre el gusto de ver al sexo
bello?
Sin ánimo de restarle importancia a lo antes dicho, la verdad es que ama-
mos con todos los sentidos; es decir, nos entregamos de cuerpo entero, nos
involucramos por completo, vamos al amor con los cinco sentidos.

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Adiel Cañizares

Las propuestas que leerá a continuación también necesitan de su opinión


para que lleguen a estar completas. Si no tiene una nueva sugerencia, por
lo menos puede decir cuál de esas propuestas acierta a expresar con mejor
precisión el placer o debilidad masculina por ver, acariciar, oler, escuchar,
lamer e imaginar al sexo hermosísimo. Sin embargo, últimamente los clubes
de “strippers” masculinos se llenan a reventar, ¿acaso algo está cambian-
do?, ¿ahora a ellas también les gusta ver?

ME GUSTA VER
Desnuda, que tu figura es sólo hermosura
Desnuda, que tu hermosura es mejor desnuda
El camisón que se desliza por tu espalda
Tu entrega, así sea en otros brazos
La cascada de tu cabellera derramada por la almohada
Esa mirada que dice tómame
Ver como enloqueces cuando me cabalgas
A otros cuando lo hacen
Unas piernas cruzadas que muestran algo y nada
Ese contoneo de comadreja cuando caminas
El vaivén de tus caderas cuando bailas
Esas colinas con que adornas tu pecho
Tus labios entreabiertos listos para el beso
La placidez de tu cuerpo desnudo mientras duermes
Mirar entre tus piernas
Las piernas abiertas en ángulo de 90°
El brillo de tu concha excitada
Tus labios interiores cuando están hinchados
Verte en cuatro
Tu cara sonrosada y distorsionada por el orgasmo
Esas poses, gestos y miradas que me insinúan algo
Esa mirada que dice atrévete

ME GUSTA DE SENTIR
Tu mano trémula buscando en mi bragueta
Tu lengua cuando nada entre mis fauces
Ese aliento tibio en mis orejas
El recorrido húmedo de tu lengua por mi cuello

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Monólogo del phallus

El mordisqueo juguetón por mis nalgas flacas y escurridas


Ser barquilla entre tus labios
Que me lubriques con saliva
Que succiones con cariño
Que no olvides lamer el par de bombones
Tu mano aferrada a mi tallo endurecido
Tocar tu pubis de rosa
Recorrer con la yema de los dedos tus labios rasurados
Sentir entre mis manos la almohada mullida
de tus hirsutos bellos enmarañados
Tocar esos labios hinchados y húmedos
Mojar mis labios con tus jugos viscosos
Bajar al pozo cuando tus ansias están desbordadas
Bañar mi cara con el mar de tus entrañas
Hundir mi cara entre tus pechos
Lamer la fresa ardiente de tus pezones
Recorrer con mi lengua la geografía de tu garganta
Entrar de cuerpo entero en tus entrañas
Cabecear el cuello de tu útero con mi glande
Entrar y salir y entrar y salir en dulce vaivén
Llenar la ansiedad de tu vagina que grita de espasmos
en el mortal y sublime momento del orgasmo
Descubrir con la lengua la fragilidad de tu clítoris
y la ternura de esos labios abiertos en flor
El calor que me brinda tu cuerpo

ME GUSTA COMO HUELE


Tu piel recién bañada
El marisco fresco de tu concha
Y es aroma:
A almizcle
A queso
A orquídea
A ansias
A leche cortada
A rosas rojas
A piel de bebé
A cielo azul que se abraza con el mar
A animal en canal

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Adiel Cañizares

A mar abierto
A sexo puro
A puerto de pescadores
A luna llena
A piel erizada de deseo
A entrega sin límites
A perfume de hembra en celo
A cosa profunda y buenísima
A jardín de confites
A queso de mano de mi abuela
A dicha infinita
A felicidad suprema
A la única fragancia del mundo que excita
A ti

ME GUSTA COMO SABE


El sabor indefinido de tu lengua
El trigo maduro de tu piel
El jugo cristalino de tus entrañas
Esos melones coronados con duraznos
La fresa delicada de tu clítoris
La dulzura infinita de tus labios interiores
El mar que ocultas dentro de ti
El jazmín de tu saliva
La llama encendida del lóbulo de tu oreja
La lozanía de tus muslos
La cuenca de tu cuello cuando la cabalgo con mi lengua
Me gusta cuando sabes:
A mariscos
A queso
A agua fresca
A primavera
A piel encendida
A guayaba madura
A manjar salado
A agua de coco
A coñac en noche de invierno
A champaña de aniversario
A vino de Italia

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Monólogo del phallus

A almizcle narcotizante
A sueños infantiles
A helado de chocolate
A chocolate caliente
A paella española
Al Paraíso después del pecado original
A miel de África

ME GUSTA OÍRTE
Tu voz será siempre canto de Ninfas, será el mejor estímulo a mis oídos, no
pares de hablar mi amor.
Tu voz es música a mis oídos, por eso, háblame cuando callas, susúrrame tus
emociones al oído; dime las palabras que me hechizan, dime algo sencillo y
profundo a la vez, empieza por:

Tómame
Hazme tuya
Sí, para siempre
Quiero hacerte feliz
Abrázame fuerte
Quédate esta noche
¡Oh, sí!
Te espero
¡Vente mi vida!
Eres fuerte
Estás tan duro
¡Oh, qué caliente!
¡Más profundo, mi amor!
¡Te extraño!
Entra
¡Métemela toda!
Soy tuya
Mi amor eterno
Eres el primero
No quiero compartirte con nadie
A tu lado soy feliz
Estás dentro de mí

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Adiel Cañizares

TAMBIÉN ME GUSTA
A veces tengo que buscar el estímulo que está siempre al alcance de la
mano, no piense nadie que la autocomplacencia es lo que más me satis-
face; prefiero pensar que mis manos me ayudan a encontrar el placer, y
no quisiera mencionar ese calificativo que parece algo feo, enfermizo,
aberrante, pecaminoso y sombrío. Masturbación le dicen los entendidos;
el pueblo llano le dice hacerse la paja; pero en realidad es el primer recur-
so de la adolescencia y un desahogo para los momentos de soledad o de
falta de pareja.
También hay momentos en que me recreo con el recuerdo de lo que hici-
mos, lo que deseo que hiciésemos, o en definitiva, con lo que sueño poder
hacer contigo, o con cualquiera otra. De igual modo, a veces me complazco
con alguna pertenencia tuya y hago de ella mi objeto erótico.
No soy pornógrafo, pero me complace ver
No soy machista, pero sueño con mi harén
No soy fetichista, pero me excita oler tus bragas
No soy sádico, pero me gustaría morderte las nalgas
No soy masoquista, pero me gusta que me cabalgues
No soy violador, pero me provocas pensamientos oscuros
Ahora, dígame, ¿cree que debemos agregar estos estímulos como algo en-
teramente normal? Ya sabe, en cuanto a gustos y colores nada está escrito.
Las fantasías eróticas son interminables e incognoscibles; pues bien, ya exis-
tes, luego imagina y siente.

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SEIS

“No hay hombres impotentes, sino mujeres


sin maña”.

MIS TEMORES, MIS TERRORES…


Este apartado está dedicado especialmente a los hombres que por alguna
circunstancia padecen disfunción eréctil, motivo por el cual, amigo lector,
le ruego que si se siente aludido nos haga saber su experiencia.
Nada es tan auténtico como la erección del pene. En consecuencia, nadie
puede fingir nunca una erección. La erección se tiene o no se tiene. Ellas
jamás tendrán ese problema; no obstante, no comprenden y se irritan, y no
lo perdonan.
Es definitivo, no puede haber penetración si el pene no está erecto, o al
menos, semierecto; pero de todas formas requiere la firmeza necesaria para
poder penetrar; lo podemos comparar con el hecho de tratar de enhebrar
una aguja con un hilo demasiado largo, necesitaríamos de una magia espe-
cial para que la hebra de hilo se mantenga extendida, estirada, recta para
introducirla en el ojo de la aguja. Algo así como el famoso acto de magia
indio, ingeniosidad donde una cuerda se eleva desde un cesto obedeciendo
una música especial y luego una persona trepa por ella.
Nunca podrá haber mayor vergüenza y frustración para un hombre como
la de comprobar que no consigue la erección. Hoy le decimos disfunción
eréctil, algo así como que el mecanismo de erección no funciona. ¿Cuál
mecanismo? ¿Hay alguna máquina dentro de nosotros que se apaga y se
enciende por medio de un interruptor? ¿Qué es lo que falla?
Probablemente las mujeres jamás lleguen a comprender cuanto padece un
hombre su falta de erección. Es posible que sientan conmiseración y traten
de consolarnos; pero no alcanzarán nunca a entender ese estado de frus-
tración e impotencia que experimenta un hombre ante el penoso fracaso
sexual. En definitiva, ¿se puede hacer el amor sin que haya penetración de-
bido a imposibilidad de erección? Algunos entusiastas opinan que sí. Pero
eso sería algo así como asistir muerto de hambre a un suculento almuerzo

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Adiel Cañizares

y limitarse sólo a mirar la comida y beber agua. ¿Qué tal, eh? ¡Cómo la ves!
¡Pobre consuelo¡
¡Qué suerte tienen las mujeres! Ellas no necesitan que un colgajo nervio-
so forrado con un pellejo arrugado reciba una descarga de sangre a toda
presión para que salga de su estado inerte, flojo, fofo, flácido y se ponga
erecto, y luego se mantenga así durante largo tiempo, o al menos, el tiem-
po necesario para el coito.
A pesar de que una erección es la cosa más natural del mundo, algo que
ocurre con mucha frecuencia y de forma espontánea, instintiva, y en ocasio-
nes, casi involuntaria; no obstante, a veces se requiere del estímulo preciso,
el momento oportuno, la persona adecuada y la condición física necesaria.
También somos sensibles. La cuestión es, ¿somos iguales o hay marcadas di-
ferencias sexuales? Una mujer puede iniciar el coito sin ninguna excitación,
sólo un poco de lubricación que puede ser saliva; sin embargo, terminar en
un placentero orgasmo. Un hombre jamás lo podría hacer, porque necesita
la dureza necesaria para la penetración; un pene sin erección es una cosa
flácida que sólo se podría refregar, untar, pasar como una brocha.
Las mujeres asocian el amor con el deseo erótico, y éste con la erección, en
consecuencia, si un hombre la ama, también la desea profundamente, por
consiguiente tiene excelente erección; en caso de que la relación sea oca-
sional, al menos espera despertar un gran deseo erótico. Definitivamente,
ellas siempre esperan que la erección sea excelente, que al momento de
la penetración el pene esté bien duro; pero, además, que esté así mucho
tiempo. Una erección prolongada le sugiere un deseo prolongado, es más,
le garantiza su propio placer. Si la erección falla es porque no hay amor ni
deseo, y eso las irrita mucho.
El hombre ante la falta de erección empieza por alarmarse, luego le da mie-
do, ese temor lo conduce a la angustia, la angustia lo desespera y lo frustra;
y al final, eso lo mata.
Somos vulnerables, no lo podemos evitar; en realidad somos más débiles
que ellas. Nuestra fuerza sexual es sólo una coraza de hojalata tan que-
bradiza como una galleta; por consiguiente, una mínima burla, una risa
despectiva, una mirada insidiosa o un reto nos pueden desbaratar como un
castillo de arena. Como nuestra sexualidad es externa, la erección debemos
exhibirla en toda su magnitud, a ojos vista, se demuestra con hechos. No
obstante, las fallas se presentan.
Respondiendo a la incógnita de por qué fallamos, a continuación veremos
una serie de propuestas que tratan de recoger las posibles causas de dis-
función eréctil, así como los sentimientos de frustración que esta ocasiona

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Monólogo del phallus

en el hombre. Su orden es aleatorio, esto es, que no reflejan, por ahora, un


orden prioritario ni cardinal de las causas que producen las fallas del pe-
ne. Sé que la lista que usted leerá enseguida no recoge en su totalidad las
causas de disfunción eréctil, en consecuencia, se requiere de su experiencia
personal, es por eso que se le pide su sincera opinión. Pero, también puede
participar eligiendo entre las propuestas del autor y así tendremos en el
futuro un orden prioritario de las causas de la falta de erección del pene,
ya sean ocasionales o patológicas.

EL CUÁNDO, CÓMO Y POR QUÉ...


La maravillosa primera vez
Por miedo
La primera vez con alguien
El miedo al miedo
Una mala experiencia anterior
Complejo de inferioridad
Me cuesta creer que lo haya conseguido
No lo sé
Mis sentidos no andan bien
Estaba muy ebrio
Tal vez tenga algún problema
Fue tan fácil que temí enfermarme
Estaba pensando en mi pareja
Me aterra el sida
No era de mi total agrado
Su almizcle era muy fuerte
Parecía que había algo podrido ahí abajo
Soy muy tímido
Era tremenda hembra, me asusté
Estaba angustiado, era casada y estaba en su casa
Había echado un polvo hacía poco
Estuve trabajando muy duro todo el día
Era muy gorda
No me gustó cuando la vi desnuda
Temía preñarla
Sentía que era poca cosa
Estaba tan desesperada que me asustó
Nunca he podido con putas
Era tan tímida que me enfrió
Estaba tan niña que me aterré

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Adiel Cañizares

Desde que la besé y no sentí nada, ya sabía que no iba a poder


Creo que ya me estoy poniendo viejo
Estuve mucho tiempo sin hacerlo
No lo necesito, soy marica y no me importa
Mi corazón falló, y eso también
Mi mujer me dijo que soy poco hombre,
ahora no puedo con ninguna
Pienso que ella se va a enfurecer si no llega al orgasmo,
eso me atemoriza y predispone
Ella me baja la autoestima con su crítica a mi tamaño.

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SIETE

“Ningún perfume me excite más que el


tuyo”.

El pene pertenece al mundo de las cosas inodoras, esto es, no huele a na-
da, claro, lavado. Los hombres no tenemos almizcle, todo lo contrario de las
vaginas que sí tienen su olor característico. Esto, por supuesto, sería absolu-
tamente cierto si los orines fueran inodoros, el semen no tuviese un aroma
específico, el glande no guardara bajo su prepucio un sebillo aromático y los
testículos no se aromatizaran con el sudor. Pero en realidad el pene puede
oler a lo que huele el dorso de la mano, la mejilla, la frente... No somos como
ellas que parecen guardar algo del mar en sus entrañas con toda la gama de
sus apetitosos olores. Pero... el pene huele a un sinfín de emociones.
La lista que usted leerá a continuación requiere de su aprobación y, ade-
más, de esa sugerencia suya que incrementará las propuestas del autor. Ya
sabe, este libro le permite no sólo votar por la propuesta que le parezca
más atractiva, sino que, también puede proponer otras.

¿A QUÉ HUELE EL PENE?


A vidrio
Fuerza bruta
A hierro candente
Clavo ardoroso
Cosa divina
Fuego en las entrañas
A Antonio Banderas
A tigre
A queso rancio
A una noche de verano
A tallo de nardo
Hongos al vino
A nada
A agua salada

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Adiel Cañizares

A mí
Torre de Babel
Pulpa de coco
Arroz con leche
Bacalao
Noche en el desierto
Tierra de titanes
A azufre
A ensalada de cebolla
A bate de béisbol
A caballo
A condón
¡Diablo!
Kalúa con brandy
Vino tinto
Whisky en las rocas
Calorcito suave
Cazuela de mariscos
A toda velocidad
Algo desconocido
Perfume por descubrir
Nido de gorila
Fuente de placer
Chupete y rechupete
Tierra mojada
Narcisos níveos
Pájaro de cristal cortado
Volcán en erupción
Ristra de ajos
Clavo al rojo vivo
Collar de cebollas
Sol de mediodía
A ojo de tigre
Merengue de frambuesa
Barquilla derretida
Chocolate blanco
Cometa que pasa
Marciano enamorado
Yogurt natural
Bahía azul
Ostras alegres

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Monólogo del phallus

Risa de tiburón
Perros anudados
Al primer beso
Amanecer llanero
Salitre de Sodoma y Gomorra
Incienso de naranja
Orines, nada más
Selenita enamorado de la luna

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OCHO

“En ningún hombre normal falta una


agregación de carácter perverso al fin
sexual normal”.
Sigmund Freud.

VESTIDO DE FIESTA
Sólo la imaginación nos puede salvar del hastío. El sexo, a pesar de ser la
sal o la miel de la vida, no escapa al tedio de la rutina. Una de las principa-
les causas de infidelidad es ocasionada por la monotonía sexual; dicen los
versados. Pero es difícil saber qué es lo que prefiere tu pareja, a excepción
de que expresamente haya una comunicación sincera sobre las fantasías
eróticas; sin embargo, hay fantasías eróticas irrealizables –por equis razo-
nes–; esto por un lado, y por otro, el temor a la incomprensión impide la
confesión sincera.
Ahora que, la decisión de poner en práctica una fantasía erótica puede
surgir como resultado de una disposición individual porque quieras sor-
prender, por pedimento de tu pareja o porque ambos lo convengan. No
obstante, al final, debe existir el factor sorpresa para que dé los resultados
queridos.
Bien, si un día has de recibir o dar la sorpresa de un pene disfrazado, ¿cómo
pudiera ser ese disfraz?, ¿de qué te gustaría que se disfrace?, ¿qué disfraz
elegirías para sorprender?
Las propuestas del autor están lejos de agotar la imaginación erótica; algu-
nas son sólo una traza poética, en consecuencia, irrealizables en la práctica,
pero no por eso dejan de complacer o satisfacer la fantasía erótica. ¿Que-
rrías un pene disfrazado de tarde de toros o de largo suspiro? Sólo imagina.
Ya existes, luego piensa.
Como en todos los apartados de este libro, su conclusión está supeditada
a que exprese su opinión, ya sea eligiendo entre las propuestas del autor o
proponiendo otras. Esta es una fiesta de disfraces, elija el suyo.

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Monólogo del phallus

¿QUÉ DISFRAZ PREFIERE?


Forrado en piel de anaconda
De gato que duerme
De palito chino
Gemido prolongado
Largo suspiro
Inquietud visceral
Báculo de Moisés
Varita mágica
Bate de Galárraga
Obelisco
Chupeta de cereza y chicle
Envuelto en cuero negro
De barquilla
Anillado con donas
Manguera de bombero
Árabe con turbante
De Batman
Bañado en miel
De viaje al infinito
Una larga delicia
Cohete rumbo a Venus
Pajarito alegre
Colina inalcanzable
Hijo de puta
Brandt Pitt
Jeque
Unicornio
Tarde de toros
Espada de Gladiador
Explorador de grutas
Serpiente domesticada
Trompa de elefante
Entrega incondicional
Mío para siempre
Algo que cauce dulce martirio
Bienmesabe
Cosa rica rica rica
Listo para chupar
Suspiro del alma

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Adiel Cañizares

Horizonte en mis manos


Algo que te llene la taza
Martillo para clítoris
De rompe virgos
África indomable
Vaivén que estremece
Bolero baila pegado
Condón con espinas
Una cinta roja
Anillos de plata
De perro caliente (hot dog)
Salchicha alemana
Bañado de chocolate
Con un corbatín
Un pañuelo de seda
Lubricado con miel
De Pedro Navaja
Con lentejuelas de colores
Con aceite de almendras
De pintalabios rojo
Envuelto en mi bandera
Tatuado de tigre de bengala
Empapado en licor dulce
Con casco de guayaba y queso crema
De muñeco de nieve con crema de afeitar
Algo fácil de chupar
Listo para hornear
Cambur con leche condensada
Palito Ortega
Verdugo sodomita
De huérfano que busca una buena mamá

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NUEVE

Soy un helado. Un helado cálido, tierno


y sensible, soy esbelto y apetecible. Soy
lo que quieras lamer o chupar; me hago
grande en tu boca. Soy un pene.

Para mí constituye un premio muy especial recibir una caricia oral. Antes,
durante y después del coito nada es tan grato como una buena... Me gusta,
definitivamente que sí. Es maravilloso recibir una succión, no importa si es
suave o fuerte, o sólo lamido, siempre será divino. ¡Ah divina fellatio! Es su-
blime y excitante ver subir y bajar una boca ansiosa, unos labios suaves, esa
lengua húmeda y el aliento tibio; y ver como parte de mi cuerpo se pierde
en tus fauces. No te veo como a una esclava cuando estás de rodillas frente
a mi haciéndome sexo oral, muy por el contrario, eres la dueña de todas mis
emociones, en ese momento tienes en tu boca toda mi fuerza varonil; eres
mi dueña, me dominas: ¡ahhh!, me voy.
¿Usted qué opina? ¿Cómo lo prefiere?

¡AH DIVINA FELLATIO!


Con almíbar de fresa
Con leche condensada
Con saliva pura
Con ganas locas
Despacio
Boca ardiente
Licor de menta
Garganta profunda
Con lamidos suaves
Chupar sólo la punta
Mordiscos cariñosos
Como una becerra
Sin parar
Con lengua inquieta

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Adiel Cañizares

Con cerveza helada


Una boca refrigerada previamente
Crema de helado
Sin olvidar las bolitas de chocolate
Succionando, succionando
Sin chicle
Como quieras
Con los ojos cerrados
Como si estuviera por acabarse
Con todas las ganas
Con miel de abejas
Con el dulce que tú prefieras
¡Como gustes!
A tú elección
Sin asco
Con adoración
Con ansiedad
Con toques suaves de labios encendidos
A cualquier hora
No me importa
A dos bocas
Hasta que acabe
No sé
No lo he pensado
Sin derramar nada
Es un asco

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DIEZ

“A veces, una cosa vez, y otra es”. Refrán.

SEXO FUERTE
La verdad sea dicha y aceptada sin pudor, somos verdaderos títeres en or-
den al poder y la fuerza sexual. Nos parecemos a un reinado meramente
decorativo, donde el verdadero poder lo detenta otro. Es en esto donde de-
finitivamente nos perecemos a un juego de ajedrez, somos el rey, pero un
rey maniatado en movimientos; en verdad, toda la libertad de movimiento
lo detenta la dama que, además, como un ave fénix cae y resucita sin im-
portar las veces; mientras que el rey cae y listo, se acabó.
Dependemos de una buena carga de testosterona, un excelente torrente
sanguíneo, tranquilidad emocional, condición física adecuada y, esa opor-
tunidad precisa y necesaria.
Es cierto que durante muchos años hemos tratado de suplir o disimular esa
inferioridad y dependencia haciendo uso de la fuerza física, el dominio a lo
bruto, sometimiento a la fuerza. Eso ha aplacado nuestros miedos, ha sido
una engañifa necesaria para disimular o esconder nuestra inferioridad. Pe-
ro lo hemos tenido que pagar con creces, pues, siempre nos ha asaltado el
temor de que en un momento determinado se nos exija demostrar dónde
esta el verdadero poder. Ellas siempre han estado conscientes de ello, sólo
que nos han dejado alardear; sin embargo, como siempre han tenido ese co-
nocimiento recóndito, ha sido inevitable que no hayan movido los hilos a su
favor. La humillación de ver el alarde del poder hurtado, el uso continuado
de la fuerza bruta, esa violencia soportada con estoicismo durante siglos:
siempre ha sido sutilmente vengada; o en todo caso, soportada por el bene-
ficio de la protección que siempre ha brindado el macho fuerte. Ahora bien,
como siempre han conocido la debilidad del verdugo y, en consecuencia,
conscientes del poder verdadero, ellas no han dudado en consumar su dulce
venganza. Para ello no ha sido menester disponer de gran inteligencia, ya
que, la mujer más inocua siempre ha sabido usar bien sus armas, y en esto ha
demostrado una inteligencia superior al hombre. Y, ¿qué es lo que ha tenido

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Adiel Cañizares

que hacer? Simple. Sólo usar su cuerpo, y ni siquiera es necesario disponer


de belleza alguna. Es aquí donde la mujer más simple puede dominar y ser
superior al hombre más culto y sensible. Sí, podemos aceptar que la belleza
sea el arma principal de seducción femenina; pero para la ceguera erótica del
hombre no es exclusivamente necesaria. Nuestra burda utilización de los sen-
tidos nos vuelve presa fácil de la más simple argucia de seducción de la mujer;
si bien nuestro erotismo depende en buena medida de la vista, no dejamos
de ser miopes ante la más simple artimaña de la añagaza fémina.
Ahora bien, en el terreno netamente sexual, al momento de la prueba
máxima de dominio, siempre llevamos las de perder. Todo se reduce a mero
alarde, puro cacareo; nos parecemos al pavo envalentonado que al menor
enfrentamiento amaina la cola. ¿Será que fuimos hechos sólo para cumplir
la función reproductora? ¿Somos tan básicos? Mientras que las féminas es-
tán capacitadas para la reproducción y el placer; por eso es que ellas pue-
den apreciar toda una gama de sensaciones y emociones ricas en placer, ya
que pueden percibir todo un mundo de olores, fragancias, sonidos, sensa-
ciones y palabras. Ellas van al acto amoroso con todos los sentidos alertos,
conscientes de lo que hacen, es por eso que saben valorar y valorarse. Noso-
tros nos vamos de bruces, escasamente vemos el objeto erótico; esto es, el
cuerpo. No obstante, se nos embotan los sentidos y se nos nubla la mente.
Hablamos de cazar al tigre, pero al momento de la cacería lo queremos
atrapar a manos limpias, luego terminamos en sus fauces. Somos sólo inde-
fensos pajaritos a merced de la habilidad del gato, nuestra mejor defensa
no es otra que la de estar atentos para comer y volar.
También tenemos una emotividad de cristal. Si una mujer quiere desbaratar
la demostración de alarde de un hombre, sólo le basta con una mirada de
burla o conmiseración del pene, o un gesto de menosprecio. De otro lado,
puede ser que le exija más, que lo rete a demostrar su virilidad, o que sim-
plemente lo atosigue de ofrecimiento.
Tenemos grandes carencias, no sólo en capacidad emotiva y sensorial don-
de Eros nos dejó de lado, sino que también físicas. No tenemos erecciones
prolongadas y repetitivas ni eyaculaciones múltiples. El harén no es más que
un infantil sueño erótico para disponer de variedad y no para demostrar
virilidad. Ya resulta harto difícil tener contenta a una sola, qué tal un gran
número. Mientras que, una mujer puede despachar a uno tras otro cuando
así lo quiera, y todos contentos; o simplemente para humillar a su hombre,
nada más tiene que pedirle o decirle que quiere más, y otra vez más, y ya,
él no tendrá ninguna otra opción sino rendirse y aceptarlo, no puede.
Ya es hora de que lo aceptemos sin pudor ni vergüenza, el sexo fuerte es
cosa de hembras.

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ONCE

Por fin lo comprendo, las mujeres son de


Venus.

COMO HACERLA FELIZ PARA SIEMPRE


¿Se puede hacer feliz a una mujer y no morir en el intento?
Sí. ¡Claro que sí! Es la cosa más sencilla del mundo. Lo único que tenemos que
hacer es dejar de lado a una insignificante categoría de mujeres imposibles; es
decir, tenemos que olvidarnos de las histéricas, las ambiciosas, las inconformes,
las neuróticas, las arribistas, las celosas, las ninfomaníacas, las heteras, las va-
nidosas, las andrólatras, las beatas, las religiosas, las presumidas, las prejuicio-
sas, las engreídas, las lesbianas, las marimachos, las sexistas, y sobre todo, las
regañonas, las bravas (las cuaimas). Tal parece que la lista de exclusión se lleva
el noventa y nueve por ciento. Se ve un tanto desalentador, no se preocupe,
queda una de cada ciento, y ésa, es precisamente la suya. Bien, todo esto es
exagerado, no en las cualidades, por supuesto, sino en la cuantificación. Por
suerte es sólo un reducido grupo femenino el que reúne muchas de estas cua-
lidades; esto es, que una sola puede reunir en sí misma muchos de estos bellos
atributos, y ésa, es la que tenemos que evitar; o en todo caso, si usted tuvo la
desdicha de que le tocara una en suerte, pues, hágase a un lado, no le con-
viene. Las demás son todas adorables. Pero, para que no se vuelva la vida de
cuadritos tratando de conseguir la mujer ideal, lo invito a seguir este acertado
consejo: “opinión fue de no sé que sabio que no había en todo el mundo sino
una sola mujer buena, y daba por consejo que cada uno pensase y creyese que
aquella sola buena era la suya, y así viviría contento”. Cervantes-Don Quijote.
Los hombres vivimos profundamente preocupados por la felicidad de ellas.
De corazón deseamos verla feliz, eso nos proporciona mucha tranquilidad
y estabilidad emocional. Pero la verdad es que somos ciegos, básicos, ele-
mentales; reducimos la felicidad fémina a que tengan satisfechas las nece-
sidades ordinarias cotidianas: techo, comida, vestido y algo de sexo.
Es innegable que somos seres emotivos, por eso vivimos bajo el dominio ex-
clusivo de las emociones, siendo en consecuencia, nuestra cualidad humana

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Adiel Cañizares

más cara; ahora bien, la racionalidad nos permite comprenderlo; pero no


somos seres sólo racionales, de ser así, seríamos como máquinas pensantes;
precisamente la emotividad nos aleja de lo instintivo de los animales y de la
perfección y frialdad de las máquinas.
Las mujeres dicen tener un grado de sensibilidad emocional más desarrollado
que el hombre y se declaran sensibles; es decir, que sus emociones tienen una
fragilidad muy especial que se quiebra fácilmente; por consiguiente, requie-
ren de una atención constante y exclusiva para que sus emociones sean esta-
bles. ¿Será eso lo que los hombres no comprendemos? ¿O quizá esa atención
perenne termina por agotarnos? Parece complicado, ¿verdad? ¿Tenemos que
hacer un sacrificio extenuante para mantenerla contenta? Algunos, como se
dice, no se lo calan y renuncian; otros, las tratan a las patadas, y ellas parecen
felices; también hay quienes se parten el lomo tratando de complacerlas y lo
único que consiguen es un mal trato. ¿Por qué son tan complicadas las relacio-
nes afectivas entre parejas? Para resolver nuestras diferencias, desavenencias
y desigualdades nos amparamos en un sentimiento difícil, frágil y escurridizo
como lo es el amor. El amor todo lo perdona. Quien ama comprende, quien
comprende todo lo perdona. Pero el amor necesita de una ceguera absoluta
y un sacrificio constante; además de la renuncia incondicional del yo. Somos
una sola carne; esto es, yo dejo de existir y soy lo que tú quieras. En el co-
incidencial momento en que ese sentimiento es recíproco, –ideal de todo el
que ama– nadie duda de lo extraordinariamente maravilloso del amor. Pero
dejemos de lado lo excelso y sublime del amor puro y recíproco, o idílico, o
platónico o literario y vayamos a las complejas relaciones cotidianas de pa-
rejas ordinarias. Algo así como decir, bajemos de las nubes y pongamos los
pies sobre la tierra. Esforcémonos por averiguar qué hace feliz a mi mujer y
cómo conseguirlo. Como partimos del supuesto de que ya tenemos pareja,
por tal, dejamos de lado la etapa de la seducción, eso, es etapa ya superada.
Primer gran error masculino, por dos razones: una, para ellas la seducción
debe durar toda la vida, (no olvidar los detalles y galanteos); y dos, porque
debemos aprender que la mujer elige al hombre que ella quiere que la elija;
que ¿cómo ocurre eso? Simple, ella se fija en ti, luego envía las señales y pre-
para la red. (Exceptuamos al gran seductor y al chulo; también a las grandes
estrellas del arte y los millonarios). Sigamos, ahora digamos que si tienes pa-
reja es porque alguna cualidad especial ha visto ella en ti después de haberte
olido, sentido y presentido, gustado y degustado, palpado y sopesado, oído
y analizado, medido y valorado; es decir, que después de un análisis profun-
do, consciente y emocional ella ha decidido ponerte a prueba. Pero ten en
cuenta que la entrega femenina va en cuentagotas. No nos equivoquemos
que porque una mujer nos ha abierto las piernas eso implica que su corazón

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Monólogo del phallus

también está de par en par, nada va incluido, todo a su tiempo; he ahí el


detalle de la continuidad que ella exige.
Continuamos en el mismo supuesto de pareja, donde durante un tiempo
todo parece diáfano, armonioso, comprensible y estable, pero... de manera
casi imperceptible se han operado cambios. Puedo admitir que el amor se
haya ido, lo que no me perdonaré jamás es no haberme dado cuenta que se
estaba muriendo poco a poco. ¿Qué pasó? Pero si todo estaba bien, ¿cómo
no pude darme cuenta? ¡Dios, qué hizo de mí la costumbre!

¡CÓMO NO LO DIJE SIN FIN VECES!


Te amo
Te extraño
Me haces falta
Pienso en ti
Estás siempre en mi mente
La vida es difícil sin ti
Necesito tu calor
No me dejes
Siempre a tu lado
Hasta que la muerte nos separe
Mi vida, esta noche sí
Estás hermosa
Nadie como tú
Hasta que te encontré…
Sin ti no soy nadie
Te quiero y te querré
Te quiero mucho, mucho, mucho...
Todo el día he pensado en ti
Sin tu amor me muero
Me haces tan feliz
Eres la persona que más amo en el mundo
Mi vida, mi cielo, mi todo
Contigo conocí el amor
Te deseo
Eres lo máximo
Tengo la mujer más bella del mundo
A tu lado no pasa el tiempo
Estando contigo me olvido de todo
Nunca me voy a separar de ti.

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DOCE

MACHO MACHO
Las mujeres están siempre predispuestas a
odiarse entre sí; sólo ahora entiendo por
qué a veces nos llevamos tan mal: ellas
odian la parte de mujer que hay en cada
hombre.

¿Qué somos, otra variedad de mujer? Es amargo, pero no estamos desti-


nados a ser hombres por completo sino otra forma de ser mujer; sólo el día
que nos quitemos equis parte de nuestro cuerpo dejaremos de ser hombres
a medias y resucitaremos machos por entero. Dios no se equivoca jamás, y,
natura non facit saltus; sin embargo, hay una realidad que clama por una
explicación convincente. ¿Será que en algún momento de la evolución la
sabia naturaleza sí produjo un error de cálculo genético en el macho huma-
no? Ahora bien, ¿ha existido el varón que no haya poseído el cromosoma
X? Quizás Adán, quien no fue engendrado sino creado; ése si fue un macho
verdadero. Pero a sus descendientes, ¿cómo nos afecta el cromosoma X? El
sexo femenino (XX), ¿es el sexo perfecto? ¿Por qué ellas no producen óvu-
los con cromosomas XY, y así la determinación sexual sería más casual?
Al respecto, la ciencia nos da la información precisa: en los humanos, las
hormonas –en especial la testosterona– que intervienen en la diferencia-
ción sexual y en el desarrollo son los andrógenos. “En los embriones cuyo
sexo no está aún diferenciado, la testosterona estimula el desarrollo del sis-
tema de los conductos de Wolff, precursores del aparato reproductor mas-
culino. Más tarde, la testosterona, junto con las gonadotropinas secretadas
por la glándula pituitaria, estimula la espermatogénesis. Asimismo, se cree
que el sistema de conductos de Müller, precursores embrionarios del apara-
to genital femenino, se diferencia de forma espontánea, sin la intervención
de un estímulo hormonal. Cuando el sexo de las hembras está ya definido,
el estrógeno, que se produce en los ovarios y en la placenta, desempeña un
papel preponderante en el desarrollo y en el funcionamiento del aparato
reproductor femenino”.

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Monólogo del phallus

Por lo visto, para que un óvulo termine siendo embrión masculino no es


suficiente que un cromosoma Y lo fecunde; sino que debe producirse, ade-
más, un estímulo hormonal preciso; es decir, que es algo más complejo,
pues, un gen llamado SRY del cromosoma Y debe estimular a las gónadas
embrionarias destinadas a convertirse en testes, las cuales deben produ-
cir testosterona, hormona masculina de las llamadas andrógenos; en tanto
que, para que se convierta en sexo femenino no se requiere ningún estímu-
lo hormonal; es decir, que es espontánea.
Por lo tanto, en la determinación sexual humana, lo predeterminado es
ser mujer, en consecuencia, todo hombre lleva una mujer por dentro, y
todo como secuela de equis parte femenina que llevamos por dentro.
Derivación directa de ello es que la emasculación temprana produce un
desarrollo físico femenino, e incluso, la castración después del desarrollo
también conlleva a una regresión a la feminización. Los eunucos no sólo
tienden a la homosexualidad, sino que adquieren una fisonomía andró-
gina. Los hombres estamos peligrosamente expuestos a la metamorfo-
sis sexual; mejor dicho, a la regresión al sexo predeterminado. El peligro
también puede estar determinado por un error hormonal, pues, una falla
de testosterona en la etapa embrionaria hace que se imponga una pro-
ducción de estrógeno que puede conllevar a un posible seudohermafro-
ditismo, o quien iba a ser varón termina en una hembra con vagina, pero
sin ovarios ni matriz; o quizá, un genuino marimacho; esto es, una mujer
produciendo testosterona porque inicialmente iba a ser hombre; o tal
vez, una mujer estéril porque sus ovarios están atrofiados, pues, de acuer-
do a su fecundación (XY) iba a ser varón. Además, está tan arraigada la
predeterminación femenina, que en cualquier momento de la vida adulta
al hombre que se le suministre dosis de estrógeno puede producirle esa
metamorfosis sexual; esto es, la conversión física al sexo femenino. Este es
el recurso que emplean los transexuales. ¿Es que la naturaleza ha creado
en los machos una hibridación sexual?
Mire bien a su alrededor, es posible que esa hermosa hembra que acaba
de ver sea en realidad un prototipo masculino frustrado por un error hor-
monal; o que sea un eunuco o un transexual. En la India hay una categoría
social de apariencia femenina denominada hijra, que en realidad son hom-
bres castrados en la niñez. Se dice que durante la edad media en los coros
monásticos y catedralicios las voces altas las hacían los eunucos porque no
les estaba permitido a las mujeres hacerlo; así mismo, las monarquías tam-
bién han usado los eunucos como acompañantes de féminas.
Un caso muy distinto lo constituyen los homosexuales que, sin ocultar su
aspecto de hombre, sólo imitan la feminidad queriendo agradar a los otros

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Adiel Cañizares

varones, ya sean homosexuales, heterosexuales o bisexuales. Pero, en fin,


no es el caso que interesa en el presente tema referido a los machos ma-
chos.
Sin embargo, dice Freud: «Mas aún: nos hemos habituado a reconocer en
todo individuo cultural cierta medida de represión de impulsos perversos,
de erotismo anal, homosexual, etc.».
Ahora es su turno, ¿qué piensa del sexo masculino? ¿Somos tan varones
como creemos? ¿Cree que debemos redefinir el concepto de macho? ¿Será
verdad que llevamos una mujer por dentro?

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TRECE

El amor es el único afrodisíaco que no


falla.

LO QUE NO SE HABÍA DICHO SOBRE EL CLÍTORIS O PENE FEMENINO


(Advertencia: este apartado sólo podrá ser admitido o desmentido por ellas).
Esto es lo que dicen los científico sobre el clítoris: “Pequeño órgano eróge-
no y eréctil, muy vascularizado e inervado, equivalente femenino del pene,
aunque mucho más pequeño; se localiza debajo de los labios menores, su
glande es de 3 a 5mm, está cubierto por una caperuza similar al prepucio, y
es anterior al orificio vaginal, pero independiente de la uretra. Al igual que
el pene, cuando se estimula sexualmente experimenta erección, y es una de
las zonas más importantes de excitación y placer sexual en la mujer”.
Sí, el clítoris o phallus femenino es la zona más importante de excitación y
placer sexual en la mujer; pero, además, es el único órgano humano dise-
ñado por la naturaleza exclusivamente para producir placer sexual, y no es
ninguna otra su función.
El clítoris es extremadamente sensible y juega un papel fundamental en la
estimulación sexual femenina, así pues, es el responsable directo del 99% de
los orgasmos femeninos; es decir, los orgasmos “clitorianos”, e indirectamen-
te del 1% de los orgasmos vaginales, que por lo general son uterinos. (?) No
obstante, con la penetración, la torpeza masculina se lanza de cabeza tras
el insignificante uno por ciento. Quien tenga dudas de lo afirmado que se
informe con el cada día mayor número de homosexuales femeninas, o con la
incalculable cantidad de féminas que consiguen sus orgasmos a través de la
masturbación; esto es, con las adecuadas caricias del clítoris. Dicho esto, tal
parece que ellas no nos necesitan para nada, salvo para la reproducción, ¡por
ahora! Sin embargo, las vaginas son profundamente felices con un pene en
sus entrañas, en cuyos vaivenes se involucra el clítoris, y a veces, ¡zas!, orgas-
mo que vienen, que llega, que explota. ¡Definitivamente!
La excitabilidad, sensibilidad y goce del clítoris están garantizados por ser el
receptor de cuatro millones y medio (?) de terminaciones nerviosas y refle-

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Adiel Cañizares

jos emocionales que confluyen en su diminuta estructura, –por eso manda


más energía que dinamo de Jet–; mas su equivalente masculino apenas
supera el tres por ciento de esa cifra. Asimismo, esa excitabilidad y sensibi-
lidad extremas le permiten al phallus femenino responder al estímulo de
cualesquiera de los cinco sentidos; así mismo, al sexto sentido de la imagi-
nación y, al sin sentido del interés –lo que no justifica desde ningún punto
de vista la afirmación de Freud, de que las mujeres sienten envidia del pene
masculino–. Por consiguiente, muy a pesar del orgullo masculino, el clíto-
ris o pene femenino es excepcional; esto a pesar de que tienen un origen
común y que comparten mucha similitud, pues, lo que al clítoris le falta
en tamaño, le sobra en funcionalidad. En consecuencia, el clítoris no sólo
participa de la excitabilidad, sino que supera a su equivalente masculino en
sensibilidad y placer. Si comparamos el pene masculino con el femenino,
indudablemente, los hombres llevamos las de perder, encontraremos una
diferencia abismal, veremos que nos lleva una morena; pues, sería como
comparar un arcabuz con una ametralladora; luego comprobamos como el
arcabuz es un arma de fuego antigua que dispara un tiro a la vez, a conti-
nuación hay que cargarla de nuevo para el siguiente tiro –si la pólvora no
falla, por supuesto–; mientras tanto, con la ametralladora se hacen cientos
de disparos sucesivos y sin ningún esfuerzo. ¡Así están las cosas!
El clítoris ama con los seis sentidos y todas las inteligencias; particularmen-
te, con el sexto sentido y la inteligencia emocional. Las afirmaciones: yo
tengo un sexto sentido, y una corazonada, tienen una característica muy
femenina; es decir, yo tengo un clítoris, en consecuencia, soy dueña de un
superórgano; además, tengo un olfato muy certero para decidir sobre el
amor. En definitiva, un clítoris sólo puede ser sinónimo de mujer, es el dis-
tintivo femenino por excelencia.
El clítoris ama y odia con igual intensidad; llora de tristeza o de felicidad; es
el esclavo incondicional que cumple todos los deseos de su ama; su autoes-
tima, a un mismo tiempo, es frágil como el cristal y fuerte como el acero;
asimismo, es capullo que florece feliz con el amor, pero si lo hieren sufre
de ostracismo; es como un perro fiel que acepta todo tipo de caricias, y los
golpes duros del vaivén copulativo; a veces, vive inadvertido hasta de su
propia dueña; finalmente, para su desgracia, ha sido duramente castigado
por tradiciones mutiladoras.
Clítoris, ¡ah malaya uno! Sería maravilloso que en la parte final y superior
del pene tuviésemos un clítoris uñoso, y que en el momento mortal del
amor se produjese un contacto eléctrico entre ambos, y que al unísono,
pudiésemos ver un universo de luces de colores.
Todo clítoris constituye en sí mismo un gran misterio. Y,

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Monólogo del phallus

¿QUÉ HAY DENTRO?


El secreto mejor guardado por la naturaleza
El bello sino
La piedra filosofal
El misterio de la vida y la muerte
Una rosa azul
El mapa de los puntos eróticos
La mar de felicidad
Una noche cerrada sin puertas
Un grito del alma
Un volcán en erupción
El universo sin tiempo
El amor en carne viva
Energía pura
Un tesoro orgásmico
Todo el oro de Venus
El último unicornio
Ninfas de ágata
Afrodita con sus delicias
Lo que nos quedó del Paraíso
La nota que faltaba
El sexto sentido
Los secretos del Cama Sutra
Los hilos que nos comunican con la luna
La estela de un cometa
La sabiduría de Salomón
La espada de Damocles
El Aleph del amor
Un sendero sin fin
La sonrisa de la Mona Lisa
La musa que inspira
Una cadena de gritos
Una gota de amor y otra de odio
Una ristra de gemidos
El centro universal del placer
El receptor de todos los sentidos
Algo tan inflamable que se enciende con una mirada
Un punto de locura
El amor perfecto
La caja de Pandora

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Adiel Cañizares

Toda la verdad sobre el Yin


La fuerza gravitacional del Yang
La verdad sobre el adroginismo de Apolo
Un grano de barro de la costilla de Adán
El asa de la taza
Algo que se hincha de felicidad
La última nota del amor
Un átomo del Big Bang
Una gota de perfume del Jardín del Edén
El guardián de la concha
Un jardín con mil aromas
Un interruptor que lo enciende y lo apaga
El punto G.

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Acerca del autor

Adiel Cañizares
E-mail: [email protected]

Adiel Cañizares es abogado, graduado en la Univer-


sidad de Los Andes (Venezuela). Casado con Marbe-
lla Dugarte, tiene dos hijos: Radwin Orielso y Oriana
Farah. Desde los dieciséis años escribe poesía y desde
hace algún tiempo se dedica también a la prosa.
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