Alfonso de Toro, Hacia Una Teoría de La Cultura Hibridez
Alfonso de Toro, Hacia Una Teoría de La Cultura Hibridez
Alfonso de Toro, Hacia Una Teoría de La Cultura Hibridez
transgredir límites).
Este cambio de racionalidad científica la postulaba Nietzsche
en Die Fröhliche Wissenschaft cuando afirma que Dios, es decir, la
filosofía occidental entendida como platonismo y cristianismo de corte
metafísico, dualista y empirista, estaba muerta. Así, ya en el siglo
XIX, no se dispone más de un sistema global válido del conocimiento,
la tríada semiótica pierde su consistencia en cuanto las determinaciones
a priori pierden su legitimación que afecta la relación significado/
significante. El significado mismo es cuestionado y con esto entra el
problema de la referencia en conflicto. En vez de estabilidad tenemos
un perenne proceso, una eterna dinámica, un eterno movimiento. Y si
la constitución del objeto comienza a navegar, a flotar, luego un tipo
de teoría fracasa, en particular aquella que parte de principios
determinados a priori con fuertes tendencias empiristas como lo ha
sido la mayoría en nuestra área. Una nueva organización y
representación de objetos exige nuevas concepciones teóricas, y si el
objeto es, por ejemplo, rizomático, la teoría no puede ser tal que vaya
contra el objeto, ya que ésta en el mejor de los casos constatará que
“el objeto es rizomático”, pero no nos llevará más allá, a la aprehensión
del objeto mismo. Como consecuencia –en semejante caso– fracasa
también la interpretación ya que de ésta se esperan proposiciones con
un valor interpretativo, valorante, y en el sistema cultural actual parece
ser que la decodificación con la finalidad de fijar una significación no
es ya más posible. La alternativa parece ser una actividad lectoral-
escritural deconstruccionista científica como búsqueda, como camino
por recorrer.
Partiendo de una serie de publicaciones actuales sobre la materia
y frente a la testaruda tesis de que estamos viviendo un “Endzeit”, un
momento apocalíptico, de absoluta relativización e indiferencia
producido por la postmodernidad; de que nos encontramos “at the
End of Theory” o “at the Ende of Epistemology”, “at the End of His-
tory”, “at the End of Disciplines” y con esto en el punto cero de nuestra
disciplina y civilización, nos preguntamos sobre qué bases podemos
seguir ejerciendo la profesión dentro de un contexto científico e
institucional. Hay que considerar en el contexto de esta pregunta que
revisión nos demuestra que por una parte contamos con una apertura
(Entgrenzung) de la ciencia, tenemos una red de conocimientos
(Wissensvernetzung) que no nos permite seguir aislando parcelas del
saber, debido a su complejidad y densidad y que muchas veces nos
hace capitular frente al objeto dándonos la impresión de un estado de
no-ciencia.
La solución del problema, me parece al menos, consistiría en
domesticar la deslimitación, y con ello la fragmentación del
conocimiento y de las disciplinas sin capitular o construir nuevos
muros. El hecho de que un tipo de teoría, o una concepción de
disciplina, no esté más al nivel del tiempo en que vivimos, no significa
el fin del pensar, el fin de la teoría, el fin de las disciplinas, sino de
esas teorías o de esas disciplinas. Por esto, me parece que los End
disciplinarios son una absolutización de determinados tipos de
construcción teórica imperantes y válidos hasta fechas muy recientes
y que habría que considerar la “hibridez” como no-teoría que ha venido
o está reemplazado los diversos “-ismos”. Lo que ha caducado es un
tipo o un modelo de teoría y de pensamiento cerrado y legitimista,
pero no la teoría como tal.
La teoría debe asumir una función de puente, de relacionar,
entrelazar la transversalidad de la cultura 1 y de los fenómenos
culturales, no para producir nuevos metadiscursos legitimistas, sino
para hacerle frente a la fragmentación en un mundo altamente
globalizante (totalizante) (cfr. también García Canclini 1990/1992/
2
1995; 1999/2000)2.
El hecho de que hoy en día los objetos culturales no puedan ser
tan solo comprendidos dentro de una “pluralidad significativa”, sino
más bien en el contexto de una “diseminación" no determinable de la
significación, no quiere decir, que por esto la significación no exista.
Del mismo modo no podemos condenar a otro tipo de construcción
teórica, por no ser la tradicional, de no ser ciencia. El concepto de
ciencia hoy por hoy conlleva siempre su cuestionamiento, es decir
una reflexión sobre los métodos aplicados, sea ésta implícita o explícita.
Este tipo de aproximación científica –con un nuevo concepto de ciencia
y racionalidad– ha transformado también en forma fundamental el
Hoy por hoy no es posible partir del intento, de cualquier modo que
éste sea, de reestablecer la “especificidad” del oficio de la CL como
disciplina “fuerte” para luego establecer una interacción o convergencia
con los EC.
La categoría de la ‘especificidad’ plantea un
primer problema: si no podemos marcar ni la especificidad teórica
(las escuelas, los ‘-ismos’ han desaparecido), ni mucho menos la
especificidad de los EC que son en su campo de objeto de por sí
ilimitados, ¿cuál sería la especificidad de la ciencia literaria? Ésta no
se puede reducir a su artefacto meramente estético o a su estatus
ficcional; éstos son aspectos centrales del arte en general (pero, ¿qué
es arte?) y, sin embargo, no los únicos.
Además, habría que indicar que la teoría y la coyuntura de las
épocas han definido lo que es literatura: yo osaría afirmar que la
categoría ‘literatura’, o una definición o comprensión de ésta, como
la hemos venido tratando académicamente no ha existido nunca en
forma aislada o inmanente, sino que la CL (u otras disciplinas) ha
hecho en gran parte de ella lo que presuntamente es o lo que se ha
entendido en una época que debería ser4, basada en un pensamiento
racionalista-dualista que se manifiesta en lo que se entiende como
2
1985: 58). Con lo anterior White nos revela cuán permeables, frágiles
y cuestionables son los criterios que dividen el discurso histórico del
discurso literario (ya ni siquiera el de la CL) (White 1978/21985: 122).
Estas concepciones del nuevo historicismo nos enseñan que partiendo
de la misma necesidad de salir de lo factible, de lo evidente y poder
alcanzar una “totalidad plural” es imprescindible ampliar el campo
de acción lo que no va en desmedro, sino en beneficio de las disciplinas
involucradas. Por esto, no se trata de la disolución de las disciplinas,
sino de otra forma de enlace, de otra funcionalidad de las disciplinas
tradicionales (en forma similar García Canclini 1996: 86), de su
permeabilidad o transversalidad.
Recordemos además que durante la predominancia del
formalismo ruso y del estructuralismo francés se entendió e interpretó
la literatura como un objeto inmanente que se definía desde adentro a
través de sus procedimientos literarios que llega en un momento a su
cúspide con la formulación de Roland Barthes de la “littérature
objectale” o con los análisis de “Les Chats” de Baudelaire por Lévi-
Starauss y Jakobson o en los años 70 y 80 por la estética de recepción
de la escuela de Constanza o por las categorías “realismo mágico”,
“violencia”, “literatura experimental” en la novela latinoamericana o
“literatura sin contenido”, “sin autor” en Francia. Con el desarrollo de
la semiótica todo era captado como signos, con la teoría de la recepción
no había interpretación sin la perspectiva del lector, en el
postestructuralismo de Kristeva no había análisis ni lectura sin la
intertextualidad (que pasa a ser un sinónimo de ‘literatura’, de
‘literariedad’), en el de Barthes no existía sin la categoría del “texto
escriptible” y de allí forman ambos autores un nuevo canon de lo que
es o no es literatura, etc., como lo habían hecho los formalistas rusos
a comienzos de siglo con la concepción de la “literatura como
procedimiento y como evolución” y Bajtín con el término de la
carnavalización e hibridez en los años treinta en adelante. Estas
aproximaciones eran todas reducciones evidentes, pero determinantes
para lo que se entendía como literatura y cómo se definía la disciplina.
En la CL en Europa se trató además durante algunos años (30-
70) de la fundación y legitimación científica de la disciplina donde la
mental, en cambio, fue que Said demostró que para poder deconstruir
discursos (hegemónicos o escencialistas), que parten de una
prefiguración del objeto como meras construcciones, y para
desenmascararlos como construcciones culturales hay que recurrir a
disciplinas vecinas y revelar la perspectiva de donde parten.
Los EC tienen varios problemas y riesgos, como disciplina, pero
también grandes oportunidades: por una parte disponen de un campo
de objetos ilimitados, por otra –como consecuencia de esta diversidad
de objetos– recurren a diversos tipos de aproximaciones teóricas; por
un lado están enlazados históricamente con un tipo de construcción
teórica aparentemente “anglosajona” (ya que al menos una parte de
los EC en EE.UU. son de corte postestructuralista, serían con esto, de
corte francés), y por otro tienden a una concentración en el objeto
(como en el caso de los estudios coloniales, postcoloniales,
postmodernos, de género, sobre migraciones, de identidad, que
desplazan los campos genuinos de la CL).
El lugar de nacimiento de la teoría de la EC produce un rechazo,
ya que el lugar geopolítico y los fenómenos allí analizados se dan en
un lugar de enunciación determinado, que no es, por ejemplo,
Latinoamérica. Esta argumentación conlleva el riesgo del esencialismo
y además se encuentra prácticamente al margen de las teorías
desarrolladas en Latinoamérica en los últimos quince años que recurren
a todo tipo de aproximaciones teóricas. Además, habría que anotar
que al parecer a los líderes de la discusión de los Estudios Coloniales,
Postcoloniales en EE.UU. no les produjo ningún problema el partir de
postulados filosóficos de Foucault (Said), de Lacan y Derrida (Bhabha)
o de Marx y Derrida (Spivak), sino más bien un beneficio para sus
propias aproximaciones. Lo mismo podemos decir de muchos y
centrales trabajos de García Canclini, Brunner, Monsiváis o Martín-
Barbero... (cfr. A. de Toro 1999).
Por esto, respondería que sólo la productividad de una teoría, o
de elementos de una teoría, es lo básico para su elección, no su lugar
de origen. Bajo ‘productividad’ teórica entiendo dos procesos
simultáneos: la potencialidad de explicación que nos ofrece el
instrumentario teórico elegido y su recodificación dentro del lugar
3. HYBRIDEZ – TRANSVERSALIDAD –
TRANSMEDIALIDAD – CUERPO/ SEXUALIDAD
3.4. Transmedialidad
Öhlschläger/Wiens 1997).
Finalmente, en nuestro contexto son de central importancia la
“performatividad”, “la recurrencia productiva” del cuerpo y la
resultante autor-escenificación como “copia sin original”, donde el
cuerpo no es esbozado a priori, sino en el transcurso de un proceso
(cfr. Butler 1990, 1993). El cuerpo como materialidad y portador de
saber que se inscribe o produce en éste es una permanente y cambiante
constructio que se va edificando por medio de iteración, apropiación
y/o rechazo sin terminar de construirse (Butler). A pesar de que But-
ler en su concepto psicoanalítico-antropológico no quiere entender el
cuerpo ni como “autorrepresentación teatral” ni como “performance”,
existe, a pesar de todo, un puente entre cuerpo y teatralidad, como lo
hemos venido demostrando hasta aquí. El cuerpo como materialidad
se presenta como superficie de inscripción basándose en reiteraciones
y, a través de diversas concretizaciones, se puede “leer”. Por lo tanto,
podemos entender el cuerpo como un “proscenio” teatral en el cual se
inscriben y se leen procesos culturales, produciendo al mismo tiempo
significación y diseminación. En la escritura, en los movimientos, en
los gestos, en las máscaras, en la vestimenta y en los accesorios se
inscriben residuos/ huellas del cuerpo.
BIBLIOGRAFÍA
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NOTAS
*
Partes de este trabajo provienen de una conferencia nunca publicada con el título
“Re-thinking Theory vs. The Apocalypse of Thinking? Thinking the Rhizome
in its ultimate Consequences, or the Return to Theory based on a ‘Transverse
Rationality’” presentada en el Coloquio Internacional en el Center for Research
on Comparative Literary Studies. School of Comparative Literary Studies de
Carleton University/Ottawa en septiembre de 1996.
1
Con respecto al término de ‘transversalidad’ vid. más abajo apartado 3.3 El
término proviene de Welsch pero su empleo dentro del contexto de las discipilinas
como dentro del contexto de la teoría de la cultura proviene de mis publicaciones
1997 y 1999a. Mojica (2000: 17) emplea una serie de formulaciones que
provienen de mis trabajos y no los cita. Así, por ejemplo, cita a Welsch (1996)
que no está traducido al castellano, de una cita y traducción mía en forma tex-
tual (nota 23, pag. 46 del trabajo de 1999a) e incluso ha dejado palabras fuera
que yo mismo salté. Luego, y esto es ya más serio, Mojica traspasa el término de
‘transversalidad’ de Welsch a la teoría de la cultura que es exactamente lo que
yo hice en ese trabajo, y así deja la impresión que es ella quien ha hecho ese
traspaso epistemológico. Además todas las interrelaciones entre Deleuze (rizoma),
Baudrillard (simulación) y Derrida (différance) vienen de mis trabajos ya a más
tardar del 97 y estaban ya desde el 92 en mis publicaciones sobre Borges, trabajos
todos estos internacionalmente conocidos. Este tipo de “apropiaciones” deberían
estar claramente citadas.
2
Mientras la fragmentación se da en el nivel del significado que se transforma en
un mero significante vacío que puede ser rellenado arbitrariamente siempre y
cuando cumpla su función mediatizante, la globalización se realiza en la
mediatización de la presentación entrelazada y transprotada por diversos medios
a la vez y en diversos lugares simultánemente.
3
William Rowe (1994-1995: 38) afirma con razón que: “[...] el estudio de la
cultura tiene que pasar por la pregunta por el objeto de estudio. No se debería
estudiar el campo cultural sin hacer la pregunta ¿cuáles son las condiciones de
existencia de un campo cultural dado?”.
4
Ruffinelli (1994-95: 49) indica, por ejemplo, que “lo que hoy conocemos y
entendemos por “literatura latinoamericana” es, en gran medida, resultado de lo
que se llamó el “boom de la novela latinoamericana” en los años sesenta [...]”.
5
En este sentido concordamos con Richard Johnson (1986: 69) en que “[...] hu-
man beings and sozial movements also strive to produce some coherence and
continuity [...]”, es decir, en establecer una teoría coherente. Mas desacordamos
en que la construcción teórica de corte postestructuralista sea en parte lo contrario
a coherencia por que se define como proceso. La categoría ‘proceso’ implica
más bien una conciencia metateórica, esto es, autorreferencial del proceder teórico
en sí.
6
A pesar del fracaso de modernización económica, tecnológica y científica de
Latinoamérica o de esa modernidad inacabada (pero no en el sentido de Habermas,
ya que la modernidad europea sí que llegó en grandes sectores a su conclusión)
y de la dependencia de las naciones hegemónicas industriales, la cultura
latinoamericana no fue homegenizada ni destruida como creía Angel Rama (cfr.
Schmidt 1994-95: 195) y Franco (1984: 69 citada en Schmidt 1994-95: 195)
muy por el contrario: la apertura a procedimientos narrativos y temas con una
recodificación local es la llave “mágica” del éxito de la nueva novela que pone
en práctica masiva eso que Borges había ya comenzado en los años 20 (vid. más
abajo).
7
Hull (1990: 16) parece nivelar el término ‘cultural studies’ con el de ‘cultural
theory’, no así con el de ‘theory of culture’, sin embargo queremos entender
estos dos últimos términos como sinónimos.
8
Hall (1990: 14ss.) habla de tomar “[...] questions of culture seriously”.
9
Ya muy pronto Richard Johnson (1986: 62) aboga por una descentración del
objeto (texto) como objeto inmanente de estudio: “»The text« is no longer stud-
ied for ist own sake, nor even for the social effects it may be thought to produce,
but rather for the subjective or cultural formas which it realises and makes
avaulable. The text is only a means in cultural studies; strictly, perhaps, it is a
raw material from which certain forms [...] may be abstracted. It may also form
part of a large disvursive field or combinationof forms occurring in other sozial
spaces with some regularity”.
10
Cfr. Rincón (1994-95: 8-9) quien argumenta de la misma forma: “La literatura
es el nombre adjudicado en muy diversos discursos a muy distintas formas de
artefactos, el discurso literario se entreteje con otros discurso y es objeto de
múltiples saberes”.
11
El término ‘transtextualidad’ es empleado ya por Genette (1982: 7ss.), García
Canclini (1990/1992/21995: 15) y Rincón (1994-95: 8) en la extensión aquí
utilizada por nosotros. Por otro lado, también Balme (1995: 7) habla de
“comunicación transcultural”. Una importante contribución, de la cual tomamos
nota cuando este trabajo ya estaba terminado, es la de Welsch (1997) y la de los
trabajos de ese volumen misceláneo en su totalidad.
12
Desistimos del empleo del término ‘Multiculturalidad’ ya que está cargado de
diversas implicaciones negativas, tanto políticas como ideológicas.
13
En todo caso: la definición de ‘transculturación’ de Ortiz es desde un punto de
vista histórico plenamente válida. El Descubrimiento y la Conquista de América
son en un primer lugar destrucción y eso hasta la Época Colonial. La definición
de ‘transculturación’ también varía en Ortiz, ya que por momentos parece estar
hablando de recodificaciones, esto es, a la vez de la inclusión de elementos
propios y nuevos, particularmente cuando se refiere a un “[...] doble trance de
desajuste y reajuste [...] al fin, de síntesis de transculturación” (ibíd.: 7). He
aquí también otra diferencia: nuestro término no implica una “síntesis”, sino
una tensión (no dialéctica) entre diversos elementos dentro de una estrategia de
hibridización.
14
Para un panorama de los campos y términos de la hibridez, cfr. Schneider/
Thomsen (1997).
15
Para una panorama al respecto vid. A. de Toro (1999a).
16
A saber, Deleuze/Guattari (1976) definen el rizoma basándose en seis principios
que describen la proliferación del rizoma en todas las dimensiones de n - 1, el
cambio de forma, su accidentalidad, la negación de la formación de árboles
genealógicos, del dualismo y de la estructura profunda. No se trata de la
codificación de diversos sistemas sígnicos, sino de fenómenos de diversa
naturaleza: biológicos, económicos, políticos, culturales, etc. El tercer criterio
lo definen como la multiplicidad, entendida como la falta de objeto y de sujeto;
lo único posible para su aprehensión es la determinación, la cantidad y la
dimensión. Simbólicamente hablando, el rizoma es una red, un tejido, donde
solamente existen líneas y no se permite la supracodificación. El rizoma descentra
el lenguaje hacia otras dimensiones y registros para encontrarse a sí mismo.
Este postulado se encuentra en estrecha relación con la concepción de la
“paralogía” y del “debate” de Lyotard y con la de “simulación” de Baudrillard.
Con el término de la “multiplicidad” se marca la determinación tradicional entre
sujeto y objeto. El rizoma es, por lo tanto, una red donde solamente se encuentran