El Desafío Cognitivo Detrás de Las Actividades
El Desafío Cognitivo Detrás de Las Actividades
El Desafío Cognitivo Detrás de Las Actividades
Introducción
a. Los estudiantes (los futuros docentes) llevan a cabo una micro-clase frente a
los compañeros de curso que pertenecen al mismo grupo y al profesor tutor a
cargo del dispositivo. La clase puede realizarse de manera individual o en
pareja pedagógica (según sea la elección de los estudiantes en cuestión). Las
micro-clases tendrán una duración de 20 minutos si se realiza de forma
individual y 30 minutos si se realiza como pareja pedagógica.
b. Al finalizar la clase, se realiza un ejercicio de retroalimentación, con las
siguientes instancias:
1. Los practicantes a cargo de la situación de enseñanza comparten cómo
se sintieron y qué les sucedió.
2. Luego, los colegas/pares–que fueran designados antes del inicio de la
clase para hacer de observadores- hacen la devolución a partir de su
registro de observación en función a un protocolo propuesto por la
cátedra.
3. Por último, intervienen los demás alumnos/colegas y el profesor tutor a
cargo del grupo, de forma complementaria a lo expuesto por los
alumnos “observadores”. Se realiza un intercambio en función a las
percepciones de todos los participantes con excepción del alumno que
protagonizó ese día su práctica.
4. Se invita a los estudiantes a cargo de la práctica simulada a escribir sus
reflexiones acerca de la experiencia, pasados unos días de la misma.
Para ello, se invita a los estudiantes a volver sobre las consignas que propusieron a
sus alumnos durante las prácticas simuladas e identificar el tipo de desafío cognitivo
que las mismas implican para quienes las llevaron a cabo, es decir, los procesos
cognitivos involucrados en la resolución de las actividades planteadas. Como afirman
Jimenez y Torres (2019-210), “todo proceso educativo compromete la realización de
tareas, ya sea bajo el acompañamiento del profesor en el escenario de clase o como
parte de un trabajo autónomo externo. Su desarrollo se consigue gracias a la
comprensión que realiza el estudiante de las tareas que el profesor gestiona en el
aula en función del aprendizaje (Díaz Bordenave, 1982) y la transformación de la
cognición (Altet, 1994; Doyle, 1995)”.
Otra taxonomía en la que podría apoyarse este tipo de reflexión, es, por ejemplo, la
denominada SOLO, formulada por el profesor Biggs (2004), que distingue entre una
primera fase cuantitativa y otra cualitativa, identificando diferentes niveles que se
pueden observar en la siguiente imagen:
El ejercicio de reflexión que se les propone a los estudiantes del profesorado, primero
se realiza de manera individual, y luego se genera una puesta en común con todo el
grupo que pretende hacer visible la importancia de la reflexión del profesor con foco
en el diseño de las actividades en favor del aprendizaje de los estudiantes.
Proporcionarles categorías teóricas, taxonomías, esquemas, listas de cotejo para el
análisis de la propia práctica no significa que se formen profesionales para poner un
tick en los casilleros. Muy por el contrario, la actividad está orientada a proporcionar
parámetros para guiar el diseño de forma lo más coherente posible para que las
actividades se encuentren en consonancia con lo que decimos querer lograr y por otra
parte ordenar la colaboración y discusión grupal ya que ofrece un eje de trabajo para
las mismas.
Poner la mirada en el desafío intelectual detrás de las actividades que diseñaron para
sus clases de práctica simulada, propone a los estudiantes preguntarse cómo están
enseñando a sus alumnos a “tocar” el instrumento del conocimiento. De esta manera
comenzamos a explorar la importancia de fomentar el aprendizaje basado en el
pensamiento, es decir, de aunar enseñar a pensar y enseñar contenidos fuera y
dentro de la disciplina.
Swartz, Costa, Beyer, Reagan y Kallick (2008) plantean que integrar la enseñanza del
pensamiento de orden superior en la enseñanza de los contenidos promueve una
mejora sustancial en el aprendizaje de contenidos por parte de los alumnos, en su
forma de pensar y de escribir, en los resultados que obtengan en sus exámenes y en
su imagen personal. Por ello, en línea con los autores mencionados, se propone
identificar y enseñar las destrezas de pensamiento que los alumnos tienen que
desarrollar para pensar de forma crítica ética y creativa, ser mejores estudiantes y
mejores ciudadanos Es decir, enseñar a los estudiantes a comparar y contrastar, a
resolver problemas y a hacer previsiones siguiendo los pasos necesarios, formulando
y respondiendo preguntas relevantes y reuniendo la información necesaria. Esto
implica enseñarles, también, a llevar a cabo este tipo de pensamiento en las
ocasiones apropiadas de manera rigurosa y atenta. Pensar no es una actividad que
pueda realizarse en el vacío. Cuando pensamos, pensamos en algo, el uso activo de
destrezas de pensamiento permite a los estudiantes aprender más acerca de los
contenidos curriculares y al mismo tiempo, ser capaces de aplicar de forma eficiente
las destrezas de pensamiento en diversas asignaturas y contextos.
El trabajo propuesto para “revisitar” las prácticas simuladas bajo el paraguas del
desafío intelectual propuesto, es en sí mismo una ocasión para desarrollar en los
futuros docentes no sólo estrategias de práctica profesional reflexiva sino que
constituye una invitación a desarrollar su propio pensamiento.
Si bien es muy común que desde el discurso, o las teorías adoptadas1, en términos
de Argyris y Schon (1974), los docentes estén convencidos sobre el valor de contribuir
con el desarrollo de las habilidades de pensamiento en sus estudiantes, es muy
común encontrar propuestas de enseñanza y consignas de actividades que no llevan
a los estudiantes en esta dirección. Muchas de las actividades que se les proponen
invitan a los estudiantes a identificar, enumerar, memorizar o reponer información sin
demasiada elaboración.
En algunos casos, niveles más altos de desafío cognitivo quedan expresados como
deseo en las intenciones educativas de los docentes, pero luego no se hacen
evidentes en lo que se invita a los estudiantes a “hacer” para aprender o para “dar
cuenta” de lo que han aprendido. A esta desconexión hace alusión John Biggs (2004)
, quien llama la atención a los docentes acerca de la importancia del “alineamiento
constructivo” de sus propuestas de enseñanza, entendido como el esfuerzo por
alinear los objetivos o propósitos, las estrategias de enseñanza y las tareas de
evaluación, de manera tal que promuevan la participación activa y el aprendizaje
1
Argyris y John sugieren que los individuos cuentan con dos teorías de la acción que no se oponen,
sino que se implican. Las teorías en uso están implícitas en lo que hacemos, y las teorías adoptadas
se ponen en juego al hablar de nuestras acciones, es decir pueden verbalizarse y conceptualizarse.
autónomo (Biggs, 2004). Apuntar al desarrollo del pensamiento de los estudiantes
implica, entonces, que el docente enuncie claramente los objetivos de aprendizaje y
diseñe actividades que propongan a los estudiantes poner en juego habilidades y
destrezas durante sus clases de manera tal que los estudiantes usen los procesos
cognitivos de alto nivel que sólo algunos estudiantes usan de modo autónomo. Este
ejercicio reflexivo invita a tomar conciencia de que las actividades que concretamente
se propone hacer a los alumnos en una clase promueven muy distintos tipos de
relación con el conocimiento. Transitar por experiencias que pongan en evidencia la
falta de “alineamiento constructivo” tiene un efecto importante en el docente en
formación. Como sostuvimos en párrafos iniciales creemos que la práctica es fuente
de conocimiento pedagógico-didáctico. Un primer nivel de este tipo de conocimiento
sería la experiencia empírica en sí misma pero la construcción epistemológico-
didáctica que requiere un profesional autónomo, acontece cuando esa empiria se
analiza y se utiliza para reflexionar de manera sistemática y a su vez dicho análisis
se profundiza cuando existen elementos teóricos que ayudan a transitarlo.
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