El Mundo de Los Recuerdos - Juana Manuela Gorriti

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 380

JUAIA KA.NUELA GOUITI.

EL MUNDO
DI

LOS RECUERDOS.

BUE!(O:; AIllBS.
,tLIX LAoIOUANE. EOITOlt
(U8UIIII ClfduL8)

51 - PnO - S8.
1886

(IJ.wJ.o. ti. ,.., ................ J.


EL MUNDO
~

DE LOS RECUERDOS.
Dla perecriaaeionil lDei
SlRlt hlll'lli et lUli.

AL LECTOR.

E'n el fantástico paisaje de los sueños, allá


en los primeros años de la vida ¿recordais
unos extrafws rnirajes, largas séries de re-
miniscencias que un incidente cualquiera
desjJierta, y que se extie~en encadenados
en prolongacion infinita? Brillan como lám-
pos de vívida lu.:, despejando lwrüontes de
un pasado inmenso; y rápidas cual surgie-
ron, lutndense en los Umbos del olvido.
y la-'mente asomhrarla, formula algo co-
mo este pensam1~ento :-¿ En dónde ví todo
esto, yo, que recien comienzo á virir?
Vos~tros, los que venis despues, acostum-
.fJrfLos á grabar vuestros recuerdos en la me-
rnoria de muchos, á fin de poder encantrar-
los, de poder asirlos, en 6sta ó en otra ea;is-
lencia.
La Autora.
•• m
.... ,. "'.
"'p .........
t . . . . . ~·
t ......
M' l' I .... _~·

...........
..... sr

.........
ROlIERfA Á LA TIERRA NATAL.
ROMERIA Á LA TIERRA NATAL.
AL DOCTOR FRANCISCO J. ORTIZ.

l.
LAS MÁRGENES DEL PARANÁ.

Quien deEe'3 contemplar la naturale" a


en su lna3 riente esplendor, remonte el cur-
so do) este rio e~ un día d) verano, á la hc-
ra en que los rayos del sol, deBlizándofe en-
tre la fronda, iluminan las profundida¿e~
de la ex.uberante vege~acion que borda RES
orillas.
El álamo pira~nidal, el desmayado sau·
ce, la ceiba de purpúreas' flore'l, y nlÍl otras
variedad.es de la flOla guaraní,entretejien·
do su tupid) follaje, oste:Üa~l colores tan
vivos y de tan nlúltiples gradaciones, que
la mas rica paleta sería impotente pal'a
reproducirlos.
10 ROMERJA Á y,A TTERRA NATAL.

Apoyada en la borda del lindo vaporci-


to que surcaba la corriente, rápido como
una gaviota, ensordecido el oído toda-
vía por el ruidoso tumulto de Buenos
Aires, estasiábame en la contemplacion
dJ e.,a, sucesion de paisajes, á cual mas be-
llo, á cual mas apacible, que aparecían, se
acercaban, llegaban casi al alcance de mi
mano, arrojábanme el perfume de sus flo-
lOes, y se aleja.ban y desaparecian para
dar lugar á otros y otros en número in-
finito.
y f"'"llleiíos islotes alzábanse , desafian-
do la imretuosa cOlTiente: aquí uno, for-
mado por las raíces de nn árbol jigantesco
en cuya fronda gorgeaba un mundo de ala-
(:08 laLitantes; allí otro representado por
un f:rufo de higueras que inclinan sus ra-
mas, mojando en el agua sus bíblicos frutos.
Gracioses rece dos, donde remolineaba la
cOlTiente, abrigaban en sus ribazos pajizos
lancIlOs cfrcados de tedos los accesorios de
la v,iGa camreshe: la ramada; la troja; las
gallinas; los cabritos; y en el palenque el
ROMERIA Á I.. A TIERRA NATAL. 11
caballo ensillado pjafa y escarcear aguar-
dando á su dueño, que sentado entre el
auimado corro, agrupado en torno al fogon,
puntea la guitarra, camelando á su amada
con dolientes endechas.

11.
REMINISCENCIAS.

Comenzaba á anochecer.
El acre perfume de los bosques acariciaba.
mi olfato, llevando á la mente la dulce luz
de lejanos recuerdos.
-Orcones! lIjraflores! Gualialua! -lnur-
muraba el labio, aspirando con ansia la bri-
sa embalsamada.
y los radios<;>s mirajes del lejano pasa-
do, alzábanse ante mí cual blancas visio-
nes .....
Una bocanada de melodía ahuyentó aque-
llas gratas memorias.
Los pasajeros, enhe los que venía el cor-
tejo de una boda, habíanse reunido en la
cámara, y las notas del piano, ejecutadas
]2 FOMF.llTA Á T,A TTFRRA NATAL

por mano de artista, acompañaban el deli-


cioso soprano de la novia, que celebraba su
dicha en una amorosa romanza.
Dmpues, enlazada al brazo de su amado,
cantó con él e,e bellísimo duetfo, joya pre-
ciosa que Verdi forjó con a~or en el tesoro
de melodías encerrado en "Hernani " : -AIt!
'J/wrÍl' jJotesi adesso . ....
Aquellos acentos conocidos y amados,
ca:llbiaron el curso de mis ensueños, que en
a~as de la música, volaron léjos, muy léjos: al
tiempo en que por vez primera escuché esa
encantadora partitura.
Era una noche de fiesta en Lima, la má-
gica ciudad de los Reyes.
U n teatro adornado en su ancho peristilo
con trofeos y lazos de flores, abre sus puer-
tas á la multitud entusiasta que acude á
gozar los esplendores de un estreno.
Raudale3 de luz encerrados en el lustro
central y en millare3 de globos, iluminan
aquel recinto, poblado en tres órdenes ce
palcos, por un mundo de beldades que son-
rien, platican.,y se envian graciosos saludos.


La orquesta impJne silencio C0n l::ts pri-
meras notas de la magnífica oberturaque
reune en sí, r€lnedándolas, todas las bellezas
líricas del drama.
Pero si los labios callan, los ojos se bu.-
can, se encuentran y se hablan con ardien-
tes miradas.
El telon se alza.
Las almenadas murallas de un castillo
feudal, recortan su guerrera silueta en un
horizonte de lnontaña.
Al fondo de un salan ele este gjti~o edi-
ficio, aparece uña jó,~en de negros (abelles
y ojos de fuego. Su esbelto cuerpo viste las
galas de la desposada, que ella n1ira s(,n-
riendo con una sonrisa lúgubre, cual si fue-
ran ropas da duelo. U n pensamie~lto sinies-
tro parece agitar su ahna.
De repente, una puerta se abre y da en-
trada á un hombre cubierto con el capuz
del peregrino.
Avanza con paso lento, y se acerca á la
desposada.
-Elvira!-murmura á su oído .

14 nmIERIA. Á T.A. TIERRA. NATAl,.

-Herna3.i! -exclama ella-¿Vives, ó


ere3 su sCHubra que se alza del sepulcro?
-Pédida! - replica él- vivo todavía;
vivo para echarte en cara tu traicion!-
y arrojan::l0 el disfraz, el pr0scrito apa-
rece en toda su sombría belleza.
-~ o me condenes sin oirme-3uplica
ella, cayendJ á sus piés.-' La. tiranía de un
déspota queria llevarme al pié del altar;
mas yo guardaba e;¡te puñal para morir án-
tes de ser suya.-
EnterneJido, levántala él en sus brazos;
y am1)09, reclina b el un') en el otro, cantan
-Ah! morir potesi adesso . ....
y su.;; voce3 se C')UfU!ld.en en ese himno
de annr .....
Un pnsiic3 bo.~~ezo de la n0via me hizo
C3.er de la:; nubes.
HJ,l)bm);3 lle~ ld) á S3.U Nicolás, puerto
..caya linI), poblaJio!l se derrama ~omo un
pañl1) ue dije3 desde lo alto de un barran-
-e) h~jt:1 el bJrle del agU:1.
ROMERTA Á LA TIERRA NATAL. 1()

111.
EL .ROSARIO.

Dos horas despu3s el vaporcito a.tracaba


en el muelle de este puerto.
El Rosario parece un arr.1b:.tl d3 B ua303
Aires: las mismas casas; 13,g mis~nlS encan-
tadoras quintas y bulliciosas calles.
Yo no la miraba en el presa'lt3: contem-
plábala ea el porvenir, cuanio extendién-
dose en las delicios::1s orillas d3 su rio, sea.
una poderosa metrópoli .....
En el trayecto de·de este puntD á Córd'J-
ba comenzó, verdade:'aIl1ento, para Iní, In.
peregrinacion á la tierra, n<1tal.
Buenos Aire3 y el Litoral, son p-ceblos eu-
ropeos que p.:trecen tr~spLlnti11Js al suelo
americano, de tal In~lnera han t01llcldo S".l
fi33nomía, sus gust'J;3 y S:.1:3 costu:n:)t'83: pla'.l-
sibles JD)dificacion8s que h;1U e~lll)elle'Jid()
nuestras ciudades y civili~adJ nUGstr:1 cam-
piña.
lIas, ah! los ojos y el ahna saludaron con
religioso enterne~iInieato á e~e pue ')10 broll-
IR ROMRRTA Á I.A TIERRA NATAl,.

ceado, de pintoresco chiripá. que cabal~a


como los centáuros, que tiene en su porte y
e:1 su aspecto la régia majestad de la Pam-
pa, y que guiado por un héroe, alzóse un dja
y fué á hacer dos na~ione3 libres al otro
lado de los Ande".
IV.
CÓRDOBA..

Un anhelo del corazon me atraía hácia.


esta' ciuc1a:l.
Mi padre h Iltma1xt patria de su c~l)íri­
tu. Allí adquirió la. vasta. cruiicion q~le lo
hizo el orácul0 de su tiempo; 'y yo en 1112-
lnoria suyn" deseaba visitar su sa.;jra-lo re-
cinto.
Así, fué con respetuosa iev:)cion que mi
pié se posó en la roja arena de sus callo:}.
Miraba con filial enternecimient.o sus J.ll-
tiguos edificios, deplorando que mi pa3o, á
vuelo de ave, no llle permitiera pene~rar en
aquella veneranda Universidad de, donle
salieron t...'\ntos génios á ilumina:- el mU::ldo
amencano.
Rü:\IERIA.\. LA TIERRA NATAL. 17
Sin embargo, en esas breves horas al tra-
ves de la científica luetrópoli, el culto de
admiracion por una memoria querida, llevó-
:Q.le al cementerio, donde la inspirada Euge-
nia Echenique duerme el eterno sueño ..
Un enjambre de brillantes luariposas re-
voloteaba en torno alluonumento que guar-
da sus restos. Habríase creido que eran las
luminosas inspiraciones de aquella podero-
sa inteligencia.
Inclinéme y oré con fervor ante esa tUIU-
ba donde han ido á sepultarse tantas espe-
ranzas, y dejé en ella una corona de laurel
que mis manos tejieran para Eugenia, en
Buenos Aires, cuando la bella escritora res-
plandecia en plena gloria .....
. El resto del camino se pasó entre excla-
maciones de gozo y gritos de admiracion.
-Qué paisaje tan delicioso!
-Qué pintoresco grupo de árboles!
-Una alfombra de flores!
-lIn algarrobo cargado de doradas ba-
yas!
-Un mistolar con sus rojos frutos!
11
18 ROMERIA Á LA TIERRA NATAL.

-u na calándria!
-Una tórtola!
-Un avestruz!
-Los luminosos tucu-tucus!
y así, de éxtasis en éxtasis, llegué á la
bella Tucmnan, con la que tanto soñara la
lnente y que durante muchos dias solo me
fué dado vislumbrar como entre las nieblas
de un poético ensueño.

v.
TUCUlU.N.

U n velo de lluvia, con frecuencia rasga-


do por el rayo, ocultaba á mis ojos la ciu-
dad amada de los poetas.
No obstante, de vez en cuando, bocana-
das de perfume en que se mezclaban los
azahares del naranjo y el limonero, reve-
laban los vergeles que la circundan!
Las aV133 que anidan en su ralnaje pue-
blan de arrullos y lnelodías el ambiente de
la aurora.
El sol, oculto entre densos nimbos, pene-
ROMERIA. Á LA TIERRA NATAL. 19
trábalos de un calor vivificante que se difun-
dia en el aire.
Qué dulce bienestar encierra esta atmós-
fera embalsamada!. . . . . . .
Mecida por sus auras suavísimas impreg-
nadas de Ubios efluvios, de perfumes exqui-
sitos, sentia embargada el alma por una paz
de dulzura inefable; y parecíanme un sueño
los dolores y las tempestades de mi vida.

Un dia, en fin, al caer la noche, el viento


norte, precursor del buen tiempo, sopló bar-
riendo las nubes, que huyeron desgarradas
como girOD es de gasa en los azules espacios
tachonados de estrellas.
La mañana siguiente un sol esplendoroso
de Febrero, doraba las blancas cúpulas y los
rojos tejados de un pintore:mo hacinamiento
de edificios; y mas allá, un océano de vege-
tacion que se perdia á lo léjos en la nítida
trasparencia del cielo.
La tierra se oreaba exhalando gratos aro-
mas; una brisa fresca y ténue mecia la fron-
da de los huertos con un murmullo delicioso.
20 ROMERIA Á LA TIERRA NATAL.

Habríase dicho: el cuchichear de las


hadas.
Las campanas tañian alegres repiques;
los niños quemaban cohetes.
:Multitud de fruteras, pasteleras y floris-
tas, los brazos en jarras y sobre la cabeza
el canasto, recorrian las calles pregonando
sus mercaderías con un acento cadencioso
como su indolente andar.
Grupos de lindas jóvenes se cruzaban, sa-
ludándose al paso con besos y sonrisas.
Hácia la tarde, dos bellas hijas de mi fa-
milia vinieron á buscarme en carruaje, y
me llevaron á recorrer la ciudad.
Tucuman es, cual la mente habia soñado:
encantadora en toda la grata acepcion de
la palabra.
Mezcla pintoresca de edificios derruidos
y construcciones nuevas: éstas, coronadas de
graciosas cornisas, de primorosos miradores;
aquéllas ocultando su vetusto deterioro bajo
la exuberante vegetacion que borda sus car-
comidos aleros y las grietas de sus paredes
cuarteadas por el tiempo.
ROMERIA Á LA TIERRA NATAL. 21

VI.
LA CIUDADELA.
Tras largos dias de temporal, aquella tar-
de iluminada por una hermosa puesta de sol,
tenía un aire de fiesta que lo engalanaba to-
do : desde el cielo hasta el suelo.
Bandadas de blancas aves cruzaban el es-
pacio dejando en pos la melodía de sus
cantos.
El aire estaba saturado de suaves aromas;
cada patio ostentaba un jardin; cada venta-
na un ralnillete de beldades.
Cambiando con ellas saludos y sonrisas,
habíamos paseado por toda la ciudad sin
.apercibirnos de ello, hasta que nos encontra-
mos de nuevo en el punto de partida: la plaza
de armas: sitio encantador, circuido de una
doble alameda de na~anjos que dan sombra á
elegantes bancos de marnlo1, donde las be-
llas tucumanas se dan cita en las tardes para
tomar refrescos y platicar de amores.
Como nos enviaran todavía algunos des-
tellos de luz las doradas nubes de occiden-
22 RO~IERIA Á LA TIERRA NATAL.

te,-Quiero-dijo una de mis compañeras-


llevarte á un lugar de inolvidable memoria.
y volviéndose al cochero-A la Ciudade-
la-ordenó.
-Qué me place !--exclamó la otra-Con-
templado así, á este rojo claro oscuro, ese
paraje memorable, tendrá manchas de san-
gre y reflejos de gloria.~
Costeando largo trecho floridos setos de
rosales, jazmines y madreselva, entramos
en una vasta pradera que se extendia hasta
la oscura línea de los bosques.
Era ellegendario campo de triunfos y de--
sastres! .
En él, nuestros padres abatieron el pen-
don ibérico; en él, despues, en guerra fra-
tricida, perdieron patria y hogar ...... .
Cúbrelo un verde tapiz de cesped sembra--
do de flores y plantas odoríferas que á esa·
hora crepuscular exhalaban aromas suaví-
SImos.
Al centro y rodeada por un~ verja de hier-
ro, álzase una pirámide de mármol en cu-
yas faces están grabados con grandes carac-
ROMERIA Á LA TTERRA NATAL. 23
téres lm~ nombres de Belgrano, Castelli, 1.10-
reno y Monteagudo.
A la luz moribunda del poniente, aque-
llos nombres gloriosos COlno el símbolo que
los contenia, relalllpagueaban, ilulninando
en la mente extraños lnirajes.
-Escuchad! ..... -lnunnuró, temerosa
una de mis jóvenes ciceroni.-No habeis
oido? ..... Debajo esa lnata de anéUlO-
nas ha salido un genlido.
-Tengo lniedo !-exclamó la otra.
y anlbas corrieron espantadas á refugiarse
en el carruaje que nos aguardaba á lo léjos.
Reí de su terror; pero al cortar las rojas
flores de la consabida mata para completar
un ramillete, lni nlano estaba trémula y fria.
Los cuentos de la antigua nodriza, con su
séquito de espíritus y alnlas en pena, se
alzaron de repente y me siguieron hasta que
los hubo ahuyentado la cara barbuda y
terrestre del cochero.
Cuando regresamos á la ciudad, encontrá-
rnosla iluminada. Celebrábase aquella no-
che el centenario de San Martin.
24 ROMERTA Á Lf TrEllnA NATAL.

VII.
DOS FIESTA.S.

U na comision de la sociedad organiza-


dora de esa fiesta, aguardábame en casa pa-
ra acompañarme al teatro, donde debia to-
nlar parte en la solemnidad con que Tucu-
man iba á conmemorar las glorias de
aquel héroe inmortal.
Preciso fué, pues, galTapatear una fanta-
sía de la pluma, que la humilde peregrina,
con grande confusion suya, leyó en el pros-
cenio, bajo vistosos trofeos de banderas, ro-
deada de doce jóvenes beldades que debian
ejecutar la parte musical, y alentada por
las benignas miradas que de los palcos la en-
viaban los ojos mas bellos del nlundo.
Varios inteligentes jóvenes leyeron, en
prosa y verso, producciones dignas de los hi-
jos de ese país clásico de la poesía y del h~­
roísmo.
Despues de la lectura, el coro de hermosas
vírgenes entonó, con voces de inefable melo-
día, el himno de la patria.
ROMERTA. Á LA TIERRA NATAL.
. 25
En seguida, cada una de ellas cantó el
mas bello trozo de su repertorio.
Entre unos yotros, la orquesta ejecutaba,
en órden geográfico, los hünnos nacionales de
cada una de las repúblicas sud americanas.
Aquellas épicas lnelodías producian en mi
alma honda impresiono PareCÍannle la voz de
las conlarcas saludando á su Libertador.
Una lluvia de flóres en guinlaldas yrami-
lletes, caia á nuestros piés tras cada lectura,
tras cada cantar; y cuando dejamos el pros-
cenio, llevábamos cargados los brazos de es-
tos dones graciosos y perfunlados.
Aguardábametodavía otra ocasion de ver
reunidas en torno mio álas bellas hijas de Tu-
cuman.
Acercábase el dia de la partida.
Frustrada la radiosa esperanza de llegar á
Salta, esa tierra de mi amor, forzoso era tam-
bien abandonar la hospitalaria ciudad que
tan cariñosa acogida me hiciera.
Mis amigos y la preciosa fraccion de mi
familia que allí encontré, quisieron darme
una inolvidable desped ida.
26 ROMERIA Á. LA TIERRA NATAL.

Conmemorando esas asambleas de la inte-


ligencia inauguradas por mí en Lima, orga-
nizaron una velada literaria que tuvo lugar
en la residencia de mi familia, una bella casa
rodeada de anchas galerías donde circulaba
una brisa perfumada.
Hay en el curso delos acontecimientos de
que se compone la existencia, incidentes cuyo
recuerdo queda imperecedero en la mente
yel corazon. Frescos oásis en el desierto de
la vida, hácia ellos se vuelven siempre las
miradas elel alma.
Tal fué la que dejó en la nlia aquella
noche.
J amas, hasta entónces, habia visto reuni-
das tantas bellas artistas.
Allí estaban las encantadoras hijas de la
familia Posse, raza privilegiada por la her-
lIffiosura y el talento; la linda Emestina Lo-
pez; la graciosa Pereira; las Obando, more-
nas beldades que vieran la luz en Chuqui-
saca, la Aténas americana; las Padilla, y
aquella hechicera Nieves Frias, cuyas chis-
peantes gracias protestan contra su nombre.
ROMERIA Á LA TIERRA NATAL. 27
lIirando agruparse cariñosas en tomo mio
á esas bellas jóvenes, que ayer no conocia,
que hoy amaba, y de quienes, sin embargo
debia luego alejarme para siempre, pensaba
en aquel viajero de la leyenda, el cual te-
miendo la sensibilidad de su corazon, dejó-
lo, al partir, encerrado en una caja de plata.
En efecto, para quien viaja, es el corazon
un penoso bagaje. Arraiga en cada etapa,
y de cada etapa lleva consigo la nostálgia.

VIII;
OJEADAS EN EL PASADO.

N o quise dejar Tucuman sin visitar un mo-


numento de veneranda memoria: el recinto
donde el primer Congreso de los libres, de-
claró la Independencia Americana.
Mi padre hizo parte en aquella ilustre
asamblea: representaba á Salta, baluarte
inespugnable, que resistió solo, al embate de
ejércitos enemigos durante años de continua
lucha.
Impresionada por un sentimiento de pro-
28 ROMERJA Á J,A TIERRA NATAL.

fundo respeto, de religiosa uncion, pene-


tré en aquel lugar sagrado que la benevo-
lencia de sus guardianes abrió á mi contem-
placion.
Es una grande cámara vetusta y oscura,
situada en el fondo de un patio semejante á
una 'pradera por su extensiony el céspedque
la cubre.
Seis tirantes de roble sostienen la techum-
bre, agujereada por la accion de las lluvias
y del tiempo. Altas yerbas crecen en sus
umbrales; sus muros de un blanco amarillen-
to , tienen un ancho friso de moho que acu-
sa el abandono; pero en el aire que allí aspi-
raba, parecíame sentir el hálito sacro y pu-
ro de un pasado glorioso.
-Ah !-pensaba yo-qué sublimes aspi-
raciones, qué heroicos propósitos traerian á
este recinto los ilustres próceres que en él se
reunieron, para sancionar la libertad de un
mundo!
Cuán léjos estarian ellos :de presentir el in-
mensooleajedeiniquidadesquehabiadepasar
y repasar sobre la patria que,para sus hijos,
ROMERIA Á LA TIERRA NATAL. 29
con santas esperanzas, ese dia cimentáran.
Por dicha, si hoy, alzando la lápida de sus
sepulcros, esas laureadas frentes asomáran,
hallarian realizado, al ménos en el suelo ar-
gentino, su esplendoroso ensueño.-Liber-
tad, justicia, órden, riqueza, progreso; y
desde el palacio hasta la cabaña, inmenso
bienestar.
Dormid tranquilos el beatífico sueño,
ínclitos iniciadores de la grandiosa idea.
que fermenta en nuestro espíritu; no está
léjos la hora en que, cual nosotros, los hijos
de todos los pueblos americanos, se alzarán
unidos por un mismo pensamiento; cumpli-
rán en los infames que pretenden tiranizar-
los, corromperlos ó explotarlos, ejemplar jus-
ticia, y unabrazo de fraternidad hará, de la
América Latina, desde el golfo de Darien
hasta el estrecho de lIagallanes, la grande
y gloriosa nacion que vues.tra mente divi-
sara en un profético miraje ...... .
30 RO)IERIA Á LA TIERRA NATAl,.

\
IX.
EL REGRESO.-UN RELATO llISTERIOSO.

Partimos.
Eran las tres de la mañana, y yo contaba
con la influencia del sueño, que embargando
á mis amigas, me ahorrara el trance' amargo
de la despedida.
Pero aquellas queridas criaturas velaban
detras de las puertas, que al ruido de nues-
tros carruajes abrian, corriendo á estrechar-
me en sus brazos.
Besos y lágrimas: lágrimas mucho mas
alnargas para mí, que preveia un adios
€terno.
Ah! cuánto envidió mi corazon, en esta
hora de dolor, la caja de plata del viajero
del cuento!
Al llegar á la estacion, esquivando los
últimos abrazos, bajé rápidamente del coche
y me oculté entre el tumulto de los pasa-
jeros que tomaban el tren, pronto á partir.
Comenzaba á amanecer.
Asomada á una ventana del wagon, divi-
ROlIERIA Á LA TIERRA NATAl.. 31
lié largo tiempo los blancos pañuelos que
se agitaban, enviándome el adios postrero.
La oscura fronda de una arboleda me
robó aquella vision querida ..... .
Qué espléndida alborada!
Despues de tantos dias lluviosos y nubla-
d1s, el sol parecia mas resplandeciente.
Así lo sentian los árboles, las flores, las
aves, y lo expresaban llenando el aire de
perlumes y melodías.
El ferro-carril, desde Tucuman hasta Cór-
doba, se extiende al través de un verdadero
paraíso. Ora es una llanura cubierta de
verde pasto y abigarrados rebaños; ora una
pradera sembrada de flores y pintorescos
arbustos; ora una selva en cuyas sornbrías
profundidades la ilnaginacion forja mara-
villosas quimeras. . . . . .
En el linde ~e un bosque divisanl0s, indi-
cado por un pasajero, el paraje donde fué
asesinado °el General Alejandro Heredia, á
fines de 1838.
Todos, mas ó ménos, teníamos noticia de
aquel crimen perpetrado en uno de los hom-
32 ROMRRTA Á LA. TIERRA. NATAL.

bres mas prominentes de la. última Dicta-


dura; pero ignorábamos los terribles deta-
lles que nuestro compañero de viaje nos dió
en un relato gráficamente fantástico.
-Era la época del Terror-dijo, encen-
diendo un cigarro, y echando al aire azules
espirales de humo, que semejaban los re-
cuerdos de aquel lejano tiempo.-Heredia,
como todos los hombres, que apegados al
suelo de la patria, osaron quedarse en ella,
contaminóse en la deletérea atmósfera de la.
tiranía. Investido de poder omnímodo en
las dos mas importantes provincias de la.
Confederacion, él, soldado de los libres,
fundador de la Independencia, vióse forzado
á ejecutar las sanguinarias órdenes del Dic-
tador, concitándose numerosos enemigos.
Hé aquí reasumidos en breves palabras los
hechos que determinaron aquel trágico
acontecimiento.
En cuanto á las peripecias de éste,
Juana, la bella esposa de Heredia, las
vió por una influencia sobrenatural á la.
hora misma, y á muchas leguas de distan-
cia, en una lúgubre aparicion.
ROMERTA Á LA TIERUA NATAL. 33
Las palabras: influencia soórenaturlJl y
lúgubre aparicion, reunieron en torno al
viajero toda la seccion f8111enina. Él con-
tinuó.
-La enamorada consorte estaba ce losa:
una mujer le robaba el alllor de su esposo;
ella queria vengarse con una venganza ter-
rible como el dolor que devoraba su cora-
zon, y fué á pedirla á un hechicero de las
montañas de Iruya, solitario nigromante
que moraba en una caverna suspendida
sobre hondos precipicios.
Allí sube á buscarlo la ofendida esposa;
y penetrando en el antro, se acerca sin
miedo al sér misterioso que lo habita.
-En el nombre de Aquel que encierra, en
sí la Luz y la Ciencia-le dijo-te ordeno
escuchar y obedecer.
A la voz del poderoso conjuro: el mago
se inclinó reverente.
-Habla !-exclamó-ordena! Qué quie-
res? Un filtro?
-Un filtro!-dijo Juana, con desden.-
Quiero un rayo para aniquilar á la infame
s
R4 ROMF.RTA Á LA TIERRA. NATAl,.

que me ha arrebatado el alma de mi alma;


quiero para el ingrato que traiciona mi fe
un infierno de remordimientos ...... Quie-
ro ...... quiero-murmuró Juana; y calló,
porque un extraño sopor invadió sus senti-
dos, anubló sus ojos y extinguió la voz en
su labio ..... .
Luego, parecióle divisar un horizonte
inmenso, alumbrado por los postreros ful-
gores del dia; praderas, bosques, lejanas
montañas. Al frente una alameda de sau-
ces y coposas moreras se extendia, bordada
de floridos arbustos hasta la puerta de una
quinta circuida de jardines y elegantes
galerías.
-La Arcadia! mi casa !-balbuceó la
esposa de Heredia, en el angustioso estertor
de la pesadilla.
y el interior de aquella morada le apa-
reció de repente, cual si sus muros hubié-
ranse tornado de cristal.
y Juana vió en su propio lecho, en el lecho
conyugal, una mujer recostada" con volup-
tuoso abandono, en la actitud del que espera.
ROMERIA Á LA TIERRA NATAL. 35
-Fáusta!-articuló la encelada esposa;
y una explosion de cólera sacudió sus inertes
miembros ..... .
Oyóse un rumorde pasos. La que aguar-
daba sonrió ..... .
Abrióse una puerta; sonó una detonacion;
y una bala, penetrando en el desnudo seno,
ahogó aquella sonrisa en un lago de san-
gre ..... .
Un hombre embozado hasta los ojos yen
la mano un fusil, humeante todavía, salió
de la casa; arrojóse á su caballo y desapa-
reció tras las oscuras arboledas ..... .
Una nube pasó ante aquella escena y la
~ambió.
Un ancho sendero extiéndese en tortuo-
sas revueltas entre una pradera y los lindes
de un bosque cuyas frondas empieza á enne-
grecer la noche.
Juana divisó á lo léjos un carruaje que
se acercaba corriendo, al gallardo paso de
dos poderosos corceles.
Se aproxima; va á pasar.
De súbito, y de entre el ramaje del bosque,
36 ROMERIA Á T,A TIERRA NATAL.

un ginete, el hombre del fusil, salta ~l ca-


mino, se acerca al coche y arroja el embozo
que lo cubre.
-El marido de Fáusta !-murmura la
esposa de Heredia, á tiempo que el ginete,
encarando el arma, la descarga en el interior
del carruaje.
Diez soldados armados de lanzas, saliendo
de la espesura, uniéronse al asesino, que pe-
netró en el coche y arrastró á tierra, asido
por los cabellos, el cadáver sangriento de un
hombre, al que iba abrazado un hermoso ni-
ño, que lloraba con lamentos desesperados.
Juana exhaló un grito; porque aquel hom-
bre asesinado era su esposo; aquel niño era
·· ,..•••
su h lJO
El silbido de la locomotera interrumpió
al narrador.
Llegábalnos á la primera de las muchas
estaciones que pueblan el trayecto, frescas,
aseadas y provistas de elegantes comedores,
aguardan á toda hora á los pasajeros con
el cubierto puesto y la mesa apetitosamente
servida.
ROMERIA Á LA TIERRA NATAL. 37
---aY?-y?-y?-preguntaron los oyen-
tes; agrupándose en torno al viajero, con
anhelante curiosidad.
-Y? señoras lnias-respondió él, incli-
nándose galante.-Estais servidas: vamos
á almorzar.-
Sazonó la genuflexion con una graciosa
sonrisa, y rompiendo la marcha, seguido de
su auditorio, fué á sentarse á la mesa, don-
de nos probó que era ta~ bueno para yantar
como para referir .

• x.
Beautá, seeretd'en haut, rayon divin embleme;
Qui sait d'ou tu descends? qui sait pour quoi ron t'a.ime?
Lamartine.

Nuestro elenco se cOlllPonia de lo mas va-


riado en tipos, fisonomías yjondiciones.
Dos militares de luengas barbas y lllar-
cial continente; cuatro estudiantes; tres in-
genieros españoles; una banda de lugare-
ños, otra de agricultores; tres señoras de
edad, y una jóven de ojos negros, rasgados
como los de una árabe, y con una cabellera.
38 ROMERIA Á LA TIERRA NATAL.

blonda que semejaba á las doradas ntbeci-


llas de la aurora.
Encantadora criatura! Vestida de blanco,
y echado hácia atrás su velo azul, brilla-
ba entre nosotros como una estrella.
Por demas sería decir que todas las mira-
das eran para ella. Militares, estudiantes,
agricultores, ingenieros, contemplábanla ex-
tasiados.
Ella recibia aquel incienso con sencilla.
naturalidad; como un home·naje que le era
debido y al cual estuviera a~ostumbrada.
Todo esto con grandísima rabia de dos de
las viejas, que, envidiosas de esa muda ado-
racion, sonreian con amargura tras sus enor-
mes pencones.
Una de ellas, solterona por añadidura, in-
clinándose á mi oido: - N o puede darse-
dijo-nada tan ridículo, como la expresion
de estos enamorados. J a! ja! ja!
-Yo la encuentro sublime--la respondí.
-Interpreta un sentimiento que es el alma.
del Universo.
-Pero, señora, ¿ no ve U. que estos mo-
ROMERTA Á T,A 'I'IERRA NATAL. 39
zalvetes nos están echando su amor á la
cara? Desvergüenza!
-Ah! señorita, son jóvenes, qué harán,
si aman la belleza, sino expresarla su apa-
sionada admiracion? "quién no tiene el es-
píritu de su edad, de su edad tiene toda la
desgracia. "-
No sé si comprendió la pulla, que de puro
explícita era una perogrullada; mas, lo cier-
to fué, que desde ese TIlOnlento, ambas des-
confiaron de mí, y pude contemplar en paz
á la linda rubia, que sin sospechar el rencor
de aquellas arpías, reía, platicaba gozosa,
jugaba con las mariposas que penetraban
en el wagon, y recibia con candorosa com-
placencia las flores que sus adoradores co-
sechaban para ella en los campos, al parar
de cada estaciono
La preciosa niña hacia lindos ramilletitos
que nos obsequiaba con hechicera benevo-
lencia.
Las viejas los recibian fingiendo una son-
risa que de tan falsa parecia una mueca.
-Hé aquí-pensaba yo-el aspecto de
40 ROllrERIA Á LA TIERRA NATAL.

toda aglomeracion humana: mezcla de gran-


deza y de miseria: al lado del éter de Dios
el barro de Adan!

XI.
CÓRDOBA.

En la tarde del siguiente dia, las copas


de las palmeras, asomando en el horizonte,
nos anunciaron la cercanía de esta ciudad.
Cual la metrópoli de los K alifas , cuyo
nombre lleva, ésta, situada tambien, al fon-
do de una fértil hondonada, corónase, como
ella, con una guirnalda formada por el ga-
llardo follaje de esos árboles oriundos de la
Arabia.
Esta vez, mi paso por Córdoba no fué tan
rápido que no me permitiera visitar los be-
llos monumentos y los sitios de recreo que
la adornan: sus templos, sus jardines, su be-
llísimo lago, su Observatorio, su Universi-
dad, célebre por la falange de genios que de
ella salieron á ilustrar los fastos americanos.
Los juveniles recuerdos de mi padre res-
ROMERIA Á LA TIERRA NATAL 41
pecto á esos sitios queridos á su memoria,
estaban vivos en la mia. Así, al poner el pié
en aquel santuario del saber humano, hallé-
me en terreno conocido; y señalaba la topo-
grafía de sus localidades, cual si en otra
ocasion las hubiera ya recorrido.
Hé aquí la sala de grados; hé allí la de
espera.
En esta galería abren las puertas del n1U-
seo; en aquélla las de la biblioteca.
Aquél hallábase enriquecido por los tres
reinos de la Naturaleza con valiosos dones.
En cuanto á ésta, la biblioteca, no obstante
muchos vacíos en sus inmensos estantes, po-
see, en autores, riquísimos tesoros.
Entre los que llamaron mi atencion ad-
miré una lujosa edicion de Los Santos Evan-
gelios, traduccionde Bossuet, ilustrada por
Gustavo Doré con hermosos grabados copia-
dos de las fotografías de tipos y paisajes to-
mados por el mismo artista en las comarcas
bíblicas.
Allí, por vez primera, contemplé en las
imágenes de J esus y de María, la belleza he-
42 ROMERIA Á LA TIERRA NATAl,.

brea: misteriosa amalgama de la humana


forma con el destello divino, impreso por 108
relámpagos del Sinaí en el pueblo de
Dios ......
Anocheció, y forzoso fué dejar aquel re-
cinto donde absorbida por gratas emocio-
nes, habia pasado, sin sentirlo, muchas
horas.
Al atravesar el patio de honor, converti-
do, ahora, en un magnífico jardín, como vie-
ra al Rector aprestarse á cortar, para ob8e-
quiarme, un vástago lleno de rosas, 8upli-
quéle dejara en paz aquellas lindas flores, y
me permitiera formar con siemprevivas rojas
y musgo de los troncos, una guirnalda que
guardo en memoria de aquella romería cien-
tífi ca y filial.
Al amanecer del dia siguiente dejamos á
Córdoba, que envuelta en los azulados va-
pores del alba, dormia como una alondra en
• la concavidad de un surco florido.
De lo alto de su hondonada enviéle un
tierno adios y un ferviente voto por BU en-
grandecimiento y prosperidad.
ROMERIA Á LA TIERRA ~ATAT,. 43

XII.
INCIDENTES.

No habíamos recorrido muchas millas,


cuando una manga de langostas, tan densa
que interceptó el sol, vipo, impelida por el
viento nordeste, á pasar sobre nosotros con
un ruido aterrador.
Muchos de estos repugnantes insectos pe-
netraron en el wagon, asustando á la linda
rubia, que dió gritos de espanto, y se refu-
gió en mis brazos.
Sus admiradores arrojáronse sobre los po-
bres bichos; los decapitaron sin misericordia;
echaron afuera sus cadáveres, y levantaron
para impedir nueva invasion los cristales
de las ventanas. Cuán contentos estaban por
aqu'ella hecatombe ofrecida al objeto de su
culto!
Nuevo coleron para las viejas rivales de
la hermosa. -
Los agricultores que venian con nosotros
lamentaban la pérdida de sus cosechas, que
la. plaga iba ádevorar.
44 ROMERIA Á LA TIERRA NATAL.

Por dicha para ellos, un poderoso auxiliar:


el agua, vino á librarlos de aquel enemigo.
El uuen tiempo que desde Tucuman nos
acompañaba, cambió de repente.
Negras nubes cubrieron el cielo y un ver-
dadero diluvio cayó, durante nueve horas,
en la vasta llanura que se extiende hasta
las orillas del Paraná.
El aspecto de este no, á nuestra llegada al
Rosario, era formidable. Engrosado por una
fuerte creciente, habia arrastrado cuanto
encontró á su paso, incluso el muelle, y sus
olas, no hacia mucho tan límpidas, ennegre-
cidas por los aluviones cenagosos de la pam-
pa, lamian los cimientos de la ciudad.
Preciso fué, sin embargo, embarcarnos,
pues el capitan del "Galileo" que debia lle-
vamos de regreso á Buenos Aires, notaba
los anuncios de un próximo pampero y es-
peraballegar ántesqueél, al puerto de Cam- .
• pana.
ROMERIA Á LA TIERRA NATAl.. 45

XIII.
LA 'ÚLTI14A ETAPA.

Agrupados bajo la toldilla para guarecer-


nos de la lluvia, contemplábamos los estra-
gos de la creciente en aquellas orillas, ayer
no mas, rientes y frondosas.
El árbol del islote alzábase todavía, pero
despojado de sus l'amas, como un mástil náu-
frago: los canoros huéspedes que lo habita-
ban habian desaparecido con sus nidos y el
follaje que los cobijaba; el grupo de higue-
ras no existia; y los poéticos ranchos de los
ribazos, sumergidos en la espantosa inunda-
cion, mostraban solo, ay! sus pajizos techos
donde se habian refugiado sus moradores, que
llamaban con signos de angustia á los botes
enviados en auxilio suyo por el capitan del
" Galileo".
A ellos bajaron, mojados sus vestidos, tran-
sidos de frio; y fueron á pedir asilo en las
casas situadas sobre las barrancas de la dere-
c~a orilla, que se abrieron para ellas con fra-
terpa,l hospitalidad.
46 ROMERIA Á LA TIERRA NATAL.

Anochecia; y el aire húmedo y helado


nos obligó á dejar la toldilla y buscar abrigo
en la cámara.
La del" Galileo" , aseada y lujosa, tenía á
esa hora un atractivo mas para nosotros: en
una mesa de cuarenta cubiertos, una abun-
dante y exquisita comida que sazonaban: un
bromista y un hombre grave; el uno con sus
epigramáticas bw'las; el otro, á quien iban
dirigidas, por la imperturbable sangre fria
con que las aguantaba.
Aquél, subia de punto en sus malévolos
chistes, alentado por la risa del auditorio.
El hombre serio, cruzados los brazos sobre el
pecho, contemplábalo silencioso; pero con
una mirada fija é impasible que mas de una
vez desconcertó al bufon.
Hastiado de este tábano y del eterno mar-
tilleo de sus bromas, deseaba la presencia del
Capitan que pondria término á ellas.
-Dónde estará-pensaba yo, viendo va-
cío su asiento en la mesa.
Un ruido aterrador acompañadodehorri-.
ble sacudimiento, vino á darme la respuesta
ROMERTA Á LA TIERRA NATAL. 47
-El pampero !-gritamos con un clamor
unánime. Y callamos de repente, yertos
de lniedo; porque á los terribles balances
sucedió una extraña inlnovilidad; y el
" Galileo" se inclinó de costado hasta tocar
el agua con su borda.
-~Iisericordia !-exclamaron las señoras,
abrazándose con angustia.
El bufon perdió todo su aplomo.
Pálido y tembloroso, no pudiendo tenerse
en pié, arrojóse sobre un sofá y pedia agua
por señas; pues el .espanto le habia hecho
enmudecer.
Aquí fué el triunfo del hombre serio, que
se apresuró á socorrerlo: le dió á beber agua
con vino; frotó sus sienes con extracto de
colonia; hízole aspirar sales, y tuvo por él
cuidados tan refinadamente exquisitos, que
se adivinaba en ellos la venganza.
Aquella noche habríamos perecido, sin la
pericia y varonil entereza del Capitan, que
jugando el todo por el todo, hizo á fuerza
de vapor, saltar al "Galileo" del banco en
que el huracan lo habia sentado.
48 ROMERIA .Á. LA TIERRA NATAL.

El sacudimiento fué terrible y ocasionó


muchas averías en el lindo vaporcito; pero
nos habíamos salvado; y sin importarnos un
ardite el agua que nos calaba, introducién-
dose por las grandes aberturas que el vio-
lento arranque habia hecho en la cubierta.
del "Galileo", nos entregábamos á la ale-
gría del que ha escapado á la muerte.
Reunidos en la.cámara y otra vez senta-
dos á la mesa; un momento ántes con tanto
espanto abandonada, unos cantaban; otros
brindaban; todos, y singulannente las se-
ñoras, reíamos rocordando la grotesca facha
de los asustados.
El bromista, sobre todo, fué objeto de las
mas aceradas burlas. U na remedaba su
actitud; otra su temeroso azoramiento;
ésta lo calumniaba con un-Misericordia!;
aquélla con un-Pequé Señor!
El pobre hombre estaba anonadado.
El hombre serio, siguiendo en su papel
de protector, lo defendia con un acento pa-
• •
terllal que entrañaba la mas severa leccIOn.
.Así llegamos á Campana donde nuestros
ROMERIA Á LA TTERRA NATAL. 49
amigos habian acudido inquietos por el
horroroso temporal; y dedafiando la lluvia,
nos esperaban agrupados en el muelle.

XIV.
LA METRÓPOLI ARGENTINA •

•Cuán bello es Buenos Aires, sobre todo,


cuando tras una ausencia se vuelve á verla.
Encuéntrasela mas grandiosa; mas popu-
losas sus calles; sus edificios lnas suntuosos;
mas maje~tuoso su rio; mas riente su paisaje.
Ciudad querida! ¿por qué tu aire es letal
para aquella que teall1a con todos los alnores
del alnla?
Vuelvo á tí, anhelando tu dulce mansion,
sedienta de tus embalsamadas aui'as; y al
aspirarlas, absorbo en ellas nlortal desfalle-
cilniento.
Ah! quizá no está lejos el dia en que vaya
á pedirte, no la morada de tus elegantes
casas, ni el perfumado ambiente de tus verge-
.
les, sino . la sombra de un ciprés en tu poético
cementerio!
LUZ YSOMBRA.
LUZ Y SOMBRA.
l.
AGUINALDO.

Qué encantos encierra para todas las


edades de la vida esta florida época del
año!
Las sonrisas del Divino Infante vaganen
la luz nacarada de sus dias bendiWs, y
derraman en los corazones un bálsamo de
santa alegria, que los purifica, y toma á to.-
dos, niños.
Como los pastores de la Sagrada Leyen-
da, damos treguas á todos 108 amargos sen-
timientos de la vida, para mezclarnos al
regocijo de los ángeles que pueblan nUeB-
tros hogares; y reimos y cantamos con
ellos; y como ell08, tocamos carracas, come-
mos caramelos y vamos á extasiarn08 ante
ese mundo maravilloso de lindisimaa muñe-
54 LUZ Y SOMERA.

cas y preciosos juguetes en las vidrieras de


Florida y Victoria.
- i Quién hubiera tenido e3tas preciosi-
da.des en su tiempo !-decia anoche una se-
ñora mayor á su compañero, todavia de
mas edad que ella.
- i Ay!-exclamó él-á quién lo dices,
hija! Ayer, contemplando las piruetas de
un polichinela, en una tienda de Rivada-
via, rabié de que una señora lo comprara.
Ya que no me era dado jugar con él, queria
mirarlo .....
-¿ Llegaron al fin, las sombrillas ?-pre-
guntó en la "Porteña" una hermosajóven.
-Sí, señorita. ¿Quisiera usted verlas?
-Ciertamente, pues que necesito una pa-
ra Deidamia.-
El dependiente le presentó varias cajas
que ella abrió. Contenian sombrillas pre-
ciosa,s pero diminutas: un juguete.
Ella examinó una, gustóle mucho; la pa-
góy se fué.
-¿ Quién es Deidamia ?-pregunté al de-
pendien te, pensando en las dimensiones de
LUZ Y SOMBRA. 55
la sombrilla, á la vez que en el acento de
ternura con que la linda jóven pronunció
aquel nombre. El dependiente rió.
-Adivine usted, señora, quién es Deida-
nna.
-Mejor es que usted lo diga.
-Deidamia, es su muñeca. Todos los
años, en la época de los aguinaldos, lamu-
ñeca se convierte en una niña engreida,
caprichosa, que pide á su madre toda suer-
te de extravagancias; ella se apresura á
contentarlas; la lleva por todas partes; y
en noche buena, la compra los juguetes lnas
costosos.-
Reimos de aquella excentricidad. Sinem-
bargo más ó ménos, en estos dias de dulce. y
santa reminiscencia, todos gustan10s de paro-
diar esa hermosa edad de oro de la vida, oásis
donde vuelve siempre con delicia el alma.
y los héroes de esta bíblica fiesta, los
niños?
¡ Ah! nunca están, nunca, tan bellos, tan
espirituales, tan contentos.
Medianeros entre Dios y el hombre, sién-
56 LUZ Y SOMBRA.

tense orgullosos de esa hermosa lll1810n, y


toman el primer lugar, en las suntuosas ce-
remonias con que el cristianismo celebra el
nacimiento de Aquel, que los daba por mo-
delo á los que buscan el reino de los cielos.
¡ Hermosa edad de fé, entusiasmo y amor!
¿Por qué eres tan corta?
¡Ah! dichoso quien no dejó tus doradas
regiones, sino para regresar á la patria ce-
lestial!

TI.
LAS DOS FACES DE UN MIRME.

-Grato y de propicio agüero es comenzar


con un epitalánllo, sea un libro, Ó una sim-
ple conseja-entró diciendo un concurrente
á mi salon.
-Cuan dulce luz delTama en tomo suyo
una union formada por el amor, y en cuya
aureola brilla la belleza y la juventud!
-¿ Y á qué viene ese prólogo--preguntá-
ronle.
-Acabo de presenciar una boda.
J. . UZ y 80liRRA. 57
Y exaltado mas y lnas-Una boda!-con-
tinúo-es decir: el paso desde el azulado
nimbo donde el alma dormitaba solitaria, á
la region dorada, esplendorosa, de una do-
ble existencia.
U na boda! es decir: la primavera en el
paraiso, con la ciencia del bien. . . . . . -
Las picaruelas luuchachas que lo escu-
chaban an'ebatáronle la palabra, y paro-
diando su exaltacion, continuaron el rela.to
alternándose con gracia picante y encanta-
dora.
-Una boda! es decir ond<1,s de tul, de
encajes, de sedosas gasas.
-Rios de brillantes.'
-Bellísimas flores.
-Perfumes exquisitos.
-El nácar y el marfil bajo todas las for-
mas.
-Tesoros de raso, gró, terciopelo.
-Blondas, oro y perlas derramadas en
faldas, colas, manteletas, sombrillas, zapa-
titos, pantuflas, abanicos ....
- y allá, en el fondo de un suntuoso re-
118 LUZ Y ~OMBRA.

trete, sobre una· columna de alabastro, ese


delicioso vestido, ensueño de las jóvenes?
confeccionado con tul chantilly sobre raso
blanco, guarnecido de anchos volantes pren-
didcs con ramilletes de azahares ...
-Desde lo alto de la columna, tan largo
cerno la cauda que se extiende en cascadas
de blonda, esa prenda alegórica de la des-
posada, un velo de malinas, orlado con una
ancha guarda de bordado exquisito, se der-
rama sobre el delicioso vestido como una
vaForosa niebla .....
-Coronando este todo maravilloso, una
guirnalda de las mismas florEs que adornan
Ja túnica, abre sus blancos pétalos entre
hojr.s de esmeralda, dejando caer hácia atrás
un lr.J'f o ü:ston bnsta lo tajo de la falda.
lié dicho.-
El interrumpido orador, algo desconcer-
tado, concluyó saludando á las traviesas con
una reverenCIa.
-Señoritas U des. lo han adivinado todo y
nada me queda sino el epílogo. Con el rela-
to de la bendicion nupcial que acabo de
T.TiZ y ¡;:OMBRA. 59
contemplar, debia anunciar á ustmles que
dentro de pocos dias, Pablo R., su servidor,
y Delfina T. su aInada, serán protagonistas
en una escena igual.-
El futuro esposo se fué, y el círculo se
ocupó de los contrayentes desde su linaje
hasta los detalles de su posicion en el 111undo
de las finanzas.
Pablo era anlanuense en un n.nn~sterio;
Delfina, hija de un indefinido.
Al siguiente dia, vilo llegar des(·sperado.
-Delfina no me ama ya !-exclmn6.-¿Lo
crem'ia Vd.? La ingrata ll1e pide que le de-
vuelva sus juramentos; que la deje libre para
dar á otro su corazon y su lnano !.. . .Ah! por
dicha hay en el mundo tósigos yrevolvers!-
y dándome una nlirada sOlnbrl~1, díjome
adios, y se fué. Alannada por el estado en
que habia visto al desgraciado Pablo fui á
reñir á Delfina y echarla en cara su con-
ducta con aquel á quien tanto mnó.
-Antes de condenarme-respondió ella
-escucha el sueño que he tenido esta no-
60 LUZ Y ROMIIRA.

che, y juzga si no debo ver en él unareve-


lacion del cielo.
Soñé que vestida de blanco y envuelta
en el velo de novia, tendia mi mano á Pablo
para acercarme al altar; y yo miraba COID-
pl~cic1a á mi futuro esposo, que nunca me
pareció tan bello.
De repente, vi de.'ás de él surgir un
espectro horrible, descarnado, lívido, que
enviándome una nlirada siniestra, alzó la
mano en señal de amenaza.
Yo temblé por Pablo; y abrazándome á
él, apostrofé al fantasma-¿ quién eres-le
dije-y por qué nos amenazas?
-Soy la miseria-respondió con voz ca-
vernosa - y os aguardo en el ocaso de esa
dulce luna que vais á comenzar.-
El fantasma ca,lIó; y levantando el hara-
po que cubria su seno, mostróme prendidos
con avideL á sus pechos dos niños flacos,
pálidos, y hambrientos.
-Estos serán vuestros hijos-aña di6-por
que desprecias el ejemplo de las aves delcielo,
que forman el nido antes detraer lafamilia~ ..•
r~uz y SOMBRA. 61
Desperté, muy contenta de que aquello
.
fuera un sueño, pero resuelta á escuchar ~n
él la voz de Dios.
y yo desahucié á Pablo; porque en efec-
to, aquella vision era h')rrible.

lIT.
CHARLA, RISAS Y GORGEOS.

Espiritual, picante y con toda la sal del


Atica, era la de las lindas mnigas que senta-
das en C0l1'O al lado lnio, platicaban sobre
las cosas mas halagüeñas de la vida, en tan-
to que yo escribia lúgubres frases.
Sus frescas risas, sus graciosos dichos,
mezclados al sombrio cuadro que trazabami
pluma, parecÍalune esos blancos lirios que la
primavera abre entre las grietas de los már-
moles sepulcrales.
Pero, asi, como éstos perfulnan el c81nen-
terio, aquellos delTaIuan su alegria donde,
hace tanto tiempo, habita el dolor ... , "
Como las golondrinas en una mañana de
primavera, llegaban . riendo, cantando y
derramando en todas partes, á su paso, luz
y alegria, en todas partes ..... hasta en mi
corazon. Sus nombres mismos eran anuo-
niosos y dulces como una caricia: Emma!
Julia! Rosa! Eleodora! Cristina! Florinda!
El alma rejuvenece al contacto de esas jó-
venes flores, que comenzaban á abrir su cáliz
á las promesas de la vida; y plácele seguir
el vuelovaJoros::> de SlB ilusiones, como á la
Inirada, el de esas bandadas de blancas aves
que cruzan el cielo en las tardes de verano.
-Qué trozo tan bello es ese que acabas de
cantar, querida mia. No lo conozco ¿Aqué
partitura pertenece?
-Es una romanza de la ópera "Guara-
ní ", la última pieza de lni es~dio. Cierto
que es una música deliciosa, llena de dul-
zur:1, y de un carácter original. Sin embar-
go, la música no es para mí, realmente bella,
sino cU~!ldo refleja el recuerdo.
-¿ N o es verdad?.. P~ro, ah! tus recuer-
dos, risueños, frescos, datan de ayer, y los
enCIerra una aurora.-
Julia suspiró profundamente; y dejando la.
J,UZ y SOM:RRA. 63
rOlnanza del "Guaraní"; entonó, con 109
ojos llenos de lágrilnas-Caro nome que il
rnio cor-esa cascada de perlas Gel "Rigo-
leto" .
Entre las compañeras de Julia, una voz
murnluró un nombre :-l'laxÍlniano.-Re-
cordé entónces, que no hacia lnuchotiempo,
una mano aleve dió muerte á ese bello jóven
tan querido en la sociedad. Pobre Julia!
En el riente miraje de sus recuerdos, alzá-
base ya una cruz!
-Al riento las penas!-exclamó Florin-
da, pasando su pañuelo sobre los húmedos
ojos de la cantora. - Oh! si cada una fuera
á hablar de las suyas, el cuartel de Santa.
Ana, en el cementerio, puede decir si yo ten-
go derecho de estar entre los ·vivos.
-Tambien tú? -gritó Emma. - Esto
alnenaza volverse un de pro(undis! Bah!
silencio! y basta de sombra!. ... ¿ Quién ha
oido anoche el violin encantador de ",V hite ?
-Yo.
- y yo.
-Yo tambien.
64 LUZ Y SOMBRA.

T(d~s.

Qué melodia celestial! Ese instrumento


tiene un alma, y siente, habla, rie, llora.
- y "Un sueño en Buenos Aires !" Quého-
rizontes inmensos de azul y grana, poblados
de doradas quimeras, describen las notas
melodiosas de esa brillante fantasia! Al es-
cucharla, creia percibil' el murmullo de los
rios, el canto de las aves, el susurrar de la
brisa entre la fronda de las selvas.
-Tú te inclinas al idilio. A mí me apa-
recia un castillo feudal erizado de almenas y
torreones. Yo era su castellana y e.scucha-
ha, asomada á una gótica ojiva, el amarte-
lado canto da un trovador. .
-Aristócrata hasta. en sueños! Alma
mia,esi1 raza está amenazada de una enfer-
modad mortal: la poülla. Yo, niota de un
précer de la Independencia, hija de un re-
pu blicano, herman~ de republicanos, sueño
con un tribuno jóven y elocuente, que invo-
cando el símbolo sagrado de la ventura hu-
mana: Libertad, FrJ.ternidad, Igualdad,
dcctrice al pueblo con el calor de su palabra;
LUZ Y SOUBRA.. 65
con el fuego de su mirada; y que al descen-
der del pavez donde lo ha elevado el entu-
siasmo de la n1ultitud, caiga á mis pié s y 111e
llame su esposa.-
Aquellas hennosas soñadoras que reian,
cantaban y hablaban de sus halagüeñas ilu-
siones, parecíanme una lejion de ángeles
sembrando flores sobre un cmnino de espinas.

IV.
LOUXD.

De todos loslazos que me ligan en la tier-


ra, uno de los mas gratos es el que me une á
esta familia, allá en Lin1a, esa tierra, para
mí de afectos y dolores.
Formado por la sÍlnpatía y la mas pro-
funda gratitud, fortifícanlo el tiempo y el
estudio de la vida.
Con cuánto enternecimiento recuerdo sus
constantes bondades, sus afectuosos consue-
los en nús infortunios; su cordial hospita-
lidad, cuando, fatigado el cuerpo y el co-
5
66 LUZ y SOMBRA.

razonadolorido, llegaba á su casa al volver


de mis lúgubres visitas al cementerio.
Enriquetase apresuraba á prepararme un
fresco y perfumado baño en su tocador.
Su madre, la santa matrona, me sentaba
á su mesa, entre ella y su esposo, aquel
hombre angelical que ahora está en el cielo,
y que llenaba mi vaso de rico vino, son-
riendo con una sonrisa luminosa, reflejo de
su alma; y el bello y excelente Augusto,
cuyo chiste graciosísimo suavizaba mi pena.
Con lágrimas de agradecimient0'levoco
siempre, la memoria de aquel día que, ha-
biendo ido á saber de un viajero, noticias
de lni hija enferma, habiéndolas recibido
siniestras, agoviada de dolor, me detuve á
llorar á solas en la escalera.
El llanto habia empapado mi pañuelo;
y desfallecida, yacía sentada en un peldaño,
con la frente apoyada en las rodillas.
De repente, un brazJ cariñoso rodeó mi
cuello; y una lnano caritativa cambió el
pañuelo 111ojado en lágrimas, enjugando mis
ojos con otro, suave y perfumado.
LUZ Y SOMBRA. 67
Era l\fadame Lo:und.
Sabiendo el dolor que ma aguardaba,
habíalllS seguido, y estaba á mi la,d::>.
Esta accion, en otra oca3ion, sencilla y
natural, encerraba, en a1ueUa, tan dulce
ternura, tan entrañable conmiseracion, qua
vi en ella, un reflejo de la misericordia
divina; tan silencios3., dulce y con'301aclora
llegó á lní en aquella lnra de dJlor in~on·
mensurable.
Quiera el Dios remunerador no llevanns
de 63te nlundo, ante3 de 11::1,ber pa~,Klo,
siquiera sea en lo humano po.:üble, e3a in~n=m­
sa deuda del corazon!
flASIS.
OASIS.

l.
-Cuán bellos son los que circundan á
Lima, fOrInando en torno suyo un collar de
esmeraldas. Destácanse en semicírculo COlll0
verdes ramilletes en las rojas arenas de
la costa.
Bellavista, que se asienta entre el bu-
llicioso ferro-carril y el callado c81nenterio ;
L:t Maglalena, oculto COIllO un nido en la
fronda de los vergeles ; ~fatalechuz::t" la de
los exóticos huertos; Miraflores, con sus
almnedas de pinos y sus orientales palme-
ras; El Barranco, trozo del Eden, suspen-
dle!) á pico sobre las rocas del océano; San
B )l'ja, Piedraliza, Bocanegra y otros.
Asi numeraban una noche, en una ve-
lada, esos parajes floridos, asilo de solaz
en los calurosos dias del verano.
72 OÁSIS.

-:Mamá, tengo una idea. ¿ 11e permites


expresarla?-iijo la m3.S linda de las hijas
de la casa.
- i V éamos! U na idea de :Manuelita es
siempre orijinal.
--i Tanto nwjor! Héla aquí: mañana es
mi cumpleaños, y ......... .
- i Mañana! Yo creia que €ra el viérnes-
dijo un jóven.
-Ese día lne bautizaron ...... Oh! que
inlportuna es una interrupcion! Mañana es
lui cumpleaños; y tú, como de costumbre,
me obsequiarás doscientos soles, sin contar
banquete y soirée, ¿no es cierto?
-Si, Y creo que este año no tendrás
queja de mí.
-Pues bien, lnamá mia, quiero ahorrarte
esos gastos, y con mis doscientos soles, orga-
nizar una cabalgata para recorrer esos rien-
tes sitios y comprar todas las flores y frutas
que hallemos al paso.
-Pero, hija mia, en las actuales circuns-
tancias, ese paseo es terriblemente nes-
goso. ¿ Y los montoneros?
OÁSIS. 73
-Los montoneros son soldados, no la-
dI'ones.
-Pero hay ladrones que pueden hacer-
se lnontoneros y cargar, no solo con tus soles,
sino con sus conductoras.
-Nos acompañ':1rán e3tos c3,b':111eros, y
en caso necesario, sabrán defendernos.
-Oh! sí! que si ellos son lnontoneros, no-
sotros somos guardias nacionale3-dijeron á
la vez tres jovencitos.
-Qué diferencia, hijos mios! Los lnon-
toneros no temen ni deben,. y ustedes, si no
temen, se deben al amor de sus lnadres y á
la esperanza de sus fanulias ......... -
Mas, no obstante esas re~exione-3, la ale-
gre cabalgata partió seguida d3 un criado,
conductor de dos mulas cargadas de capa-
chos, para llevar los fiambres, y traer la
sabrosa y perfumada cOlupra ....... .

n.
-¿ y mi parte en el rico botin d 3 los oásis ?
¿ Dón le están las frutas y las flores prome-
tidas?-
OÁSTS.

Así llegue preguntando al dia siguiente á


las turistas de la víspera.
-Héhs aquí-dijo la del cumpleaños,
pr0sülltándome un magnífico ramillete com-
puesto de flores y frutas-pero la compra
lUC)llstrno, con grande gozo mio, no ha teni-
do lugar.
-¿ Cóm::> fué eso? Te dolió un gasto tan
fuerte?
-lJ:ejor que ello. Habíamos cosechado en
}Iatalechuzl1, cuyo propietario nos recibió
con feudales honores, y recorridas las huer-
tas de la Magdalena en su lado exterior, sin
rOGer penetrar en su recinto, á causa de la
aus:.mcia de sus dueños, dirigímonos á Surco
pa,ra hacer allí nuestra provision.
-Al atravesar los rieles del feno-carril,
en la estacion del Barranco, vimos bajo
de un olivo, y sentadas en el suelo, dos per:
sonas que llamaron dolorosalnente nuestra
atencion.
Eraa, U~l1, anciana y una jóven pálida y
demacrada, que reclinando la cabeza en el
OÁSIS. 7ó
hombro de aquella: dOrIllitaba, con la res-
piracion exhausta y oprinüda.
Cerca de ellas veíanse algun os bagajes:
una pobre cama envuelta en un petate, y
un saco de viaje -raido y casi vacío.
Sin consultarnos, lnis hermanas y yo, sal-
tamos del caballo y nos encontralUOS ro-
deando al triste grupo.
L1. anciana nos refirió, entónces, que los
m3dicos de la SDciedad de Señoras de Cari-
dld, habian ordenado á su nieta, enfel'llla del
pec1lO, el aire del campo; y que ella la ha-
bia traido, esperando hallar una habitacion
de precio proporcionado á su luiserable si-
tuacion, pero llegada allí, encontró tan ca-
ro, a"Ún el alquiler delluas pobre cuartucho,
que se veia en la necesidad de regresar á
Lhna, y resignarse á ver morir á su hija.
-Oh! no será así !-exclaluamos á la vez,
mis henuanas y YO-o-¿ No es verdad, ~Ianue­
li.ta?-decian ellas, pensando en los doscien-
tos soles que tenía en mi cartera.
-Ciertamente !-
y llorando, á la vez que de pena, del
76 OÁ8I8.

gozo de remediar aquella desgracia, tomé


lnis diez billetes de veinte soles y los puse
en manos de la anciana, que me miraba
lnuda de sorpresa y de enternecimiento.
Luego, auxiliada por mis compañeras, alqui-
lé un bonito cuarto con ventanas al campo
y todo aInueblado; compramos varias pro-
visiones, trasladamos á la enferma, y limi-
tando hasta allí nuestro paseo, regresamos
nluy contentas, no sin visitar los bellos jar-
dines de }liraflores.
-Ven á mis brazos, noble criatura!-
-exclamé, llorando á mi vez de enterneci-
lniento.-La santa obra conque ayer cele-
braste el dia de tu' natalicio, habrá sido glo-
rificada por los ángeles en cánticos celes-
tiales ......... .

cee
Ll PRIMERA DECEPfIO~.
LA PRIMERA DECEPCIOX.
A JOst M. ZUVIRIA.

l.
Entre las ruidosas pláticas de los solch,-
dos de mi padre, en torno al hogar noctur-
no, evocando el recuerdo de sus calnpañas,
extasiábame el eufonislno de una frase re-
petida por ellos con frecuencia.
-Los godos!
-Bajaron los godos -decian. - Ata2á-
ronnos los godos-Rechazalllos á los godos.
Los godos volaron, dejándonos Ull ri~()
botin.
y unos mostraban medallonos de Qi'O C:l1.-
jados de pedrería; otros, espada3 con rJln-
cientes empuñaduras; este, ua círculo dJ
rubíes en cuyo centro sonreia una LeIda.,l;
aquel un enorme brillante que resplallJc~í¡],
como una estrella.
80 LA PRIMERA DECEPCION.

-Los goc1os!-decia yo, saboreando es-


ta palabra-los godcs!-qué nombre tan
bello!
y la imaglnacion me los representaba
seres sobrenattrral, que colmados de her-
mosura y de riquezas, habitaban las regio-
nes etéreas, pues que bajaban, volaban y
dejaban, en pos suyo, los tesoros que yo ha-
bia visto á la luz del fogon, en poder de los
soldados.
y mis ojos los buscaban en las alturas;
y las doradas nubes del ocaso parecíanme
en sus fantásticas forulas, los muros, las
torres y cúpulas de la ciudad maravillosa
donde habitaban los godos.
y cada tarde, apartándome de los juegos
de mis compañeras, iba á sentarme en un
banco solitar:o, á espaldas de la casa, con
la vista fija en los fulgores de occidente,
halagada por la esperanza de ver á los
godos.
LA" PRBIERA DECEPCION. 81

11.
Un dia, por una hermosa puesta de sol,
estaba yo reclinada sobre las rodillas de mi
padre, que fumaba sentado en el consabido
banco; y contemplaba, no como él, la plá-
cida belleza del paisaje y las largas siluetas
de los árboles sobre el verdor esmaltado de
los campos, sino allá, en los aires, los en-
cantados alcázares de mis sueños.
-Qué bella está hoy la ciudad de los
godos!-exclamé, juntando las manos con
devota uncion.
Mi hermanito que leia, sentado al lado
de mi padre, cerró su libro y se quedó
mirándome.
-Cómo!-le dije-no la vés .... Allá,
arriba en los aires, sobre el cerro de Metán.
De alli bajaban los godos; y. atacaban á
nuestros soldados, y huian, volando; y de-
jaban joyas riquísimas que yo he visto en
manos de Lencinas, de Moreira y de Nica-
moto.-
Mi padre sonreía con la complacencia
6
82 LA PRIMERA. DECEPCION.

del que escucha el fantástico divagar de los


niños.
Pero mi hermano, que, por desdicha mia,
estudiaba en ese momento su Ganot, y era,
además, un pedantillo consumado.
- Oh! triple ignorante!-gritó indigna-
do, cual si oyera una blasfemia.-¿ Sabes lo
que son esos grupos aéreos que contemplas
embobada? Vapores condensados: se llaman
nubes y pertenecen á la categoría de los
cúmulus. Estos graciosos copitos grises di-
seIninados en el cenit, denomínanse cirrus;
y aquellas largas bandas extendidas en el
horizonte setentrional, stratus.
Los godos fueron un pueblo bárbaro que
invadió la Europa meridional, no volando,
sino al trote de sus corceles. Sentóse sobre
sus conquistas, reinó en ellas, y se extinguió,
perdiéndose entre otras razas.

111.
Despues de estas dos desastrosas leccio-
nes de física y de historia, mi hermanito
volvió á su: lectura, y yo me quedé como
LA PRIMERA DECEPCION. 83
se dice vulgarmente, con el alma á los
piés ....
-¡Adios! dorada metrópoli de resplan-
decientes cúpulas y alados habitantes! Tú
no eras mas que simples aglomeraciones de
vapores, y ellos, terrestres ginetes, que tro-
taban de una en otra comarca, como el últi-
mo de nuestros gauchos .....
y largo tiempo permanecí allí sola, con
la frente en las manos, lamentando SID
saberlo, la primera decepcion .....
E pUYO si muove!
La leccion de mi hermanito quedóme en
la memoria; pero las nubes de occidente
y la frase arriba dicha, tuvieron sIempre
para mí un misterioso encanto.

=Q Q
Á DOS PASOS DE LA MUERTE.
Á DOS PASOS DE LA MUERTE.
AL GENERAL ANDR~S A. CACERES.

1.
El sol ha bia abandonado ya los vetustos
muros de San Francisco de Paula, cuartel
de los enjuiciamientos militares. Eran las
cinco, y la comida del preso me llamaba á
casa.
-Hasta luego! - díjele, sonriendo para
ocultar la angustia que de mí se apoderaba
cada dia al dejarlo.
El, la adivinaba, sin embargo; porque
cada dia, tam bien, con el beso de depedida
-Madre-decia-no olvides mi ruego: ni
una palabra en demanda de mi libertad.
Sería para ti humillacion; deshonra para
mí.
y ese dia añadió - ¿ Hay algo mas ch liS-
eamen te lisonjero que estar preso por haber
88 Á DOS PASOS DE LA MUERTE.

dado una leccion de Ordenanza al mas vani-


doso de los gefes de Estado Mayor ha-
bidos y por haber?
Al salir del cuartel, vi relevar la guardia.
Aquellos soldados, pertenecientes al bata-
llon Chiclayo, montubios de las Quebradas
del Norte, tenian en sus rostros atezados al-
go de patibulario que me hizo estremecer.
y me alejé llena la mente de sombrías
cavilaciones. Pensaba en tantos y tantos
prisioneros muertos á manos de sus guar-
dianes, desde el general Blanco, Presidente
de Bolivia, cuya sangrehabia yo visto es-
talnpada en la paredes de su calabozo, has-
ta el caudillo Latorre, asesinado en el Ca- •
bildo de Salta. Y el general Córdova y sus
setenta compañeros de prision, degollados
durante 01 sueño en el Loreto de la Paz; y
Gamio y Herencia Zevallos en el fondo de
un bosque; y allí, en ese mismo cuartel don-
de dejaba á. mi hijo, el jóven Pignateli no
habia perecido, hacia poco, víctima de un
secreto de Estado?
La serie de ensangrentadas sombras des-
Á DOS PASOS DE LA. MUERTE. 89
filaba ante mi, mostrándome el sombrío edi-
ficio que encerraba á mi hijo, preso por un
rencor de amor propio fustigado, la ill::tS im-
placable de las malas pasiones.
El, que de tan lejos habia venido para to-
mar las armas en defensa de su patria, bueno
y en la flor de la vida, iba, quizá, á ser sa-
crificado con una muerte oscura, q, la celosa
vanidad de un jefe neClO y malvado .....

II.
Absorta en estos lúgubres pensalnientos,
habia atravesado el largo trayecto media-
nero entre la calle de Malambo y el puente
de madera, que une con la ciud::td este arra-
bal á la vera del ferro-carril andino: sitio
ameno y de rientes perspectivas, poblado á
esa hora fresca de la tarde de numerosos
paseantes.
En estado de completa abstraccion, y cual
una sonámbula, crucé el puente' entre el
bullicio de los transeuntes y el murmullo
del rio; puse maquinalmente en la mano
del garitero la moneda del peaje, y se-
90 Á DOS PASOS DE LA MUERTE. .

guí, distraida, mirando sin ver una mul-


titud de gente detenida allí, delante, mu-
da y anhelante, fijos los ojos en mí, y ten-
diendome los brazos.
Sin conciencia de ello, sentia que en torno
mio h!},biase hecho un gran silencio.
- i No asustarla, por Dios!-oí que dijo
una voz, con acento de angustia.
Al mismo tiempo, una ardiente bocana-
d3., y algo como el bufido de un monstruo,
me hicieron volver la cabeza ....... .
El tren de la Oroya, en rápida carrera,
venía sobre mí, y su llameante trompa que-
maba ya mis vestidos.
La sangre fria que, mas de una vez, me ha
servido en casos extremos, salvome, enton-
ces, de una horrible muerte.
Con un salto púseme fuera de los rieles;
y la locomotora, arrastrando catorce wago-
nes, pasó veloz, humeante, rozando mi cuer-
po con su áspero viento.
Quedéme inmovil y erguida, de pié al
borde de los rieles, contemplando el inminen-
te peligro que, cual un enemigo rabioso por
Á DOS PASOS DE T,A MUERTE. 91
no haber podido alcanzarme, se alejaba
bramando.
Al vermé salir bien de aquel torbellino
de humo, de ruido y de fuego, la multitud
se precipitó sobre mi con muestras de gozo
inmenso, casi feroz. Las mugeres me abra-
zaban; los hombres batian palmas y llena-
ban el espacio de ruidosos vítores.
y yo, que serena y con aire de triunfo
sonreia al trance que acababa de atravesar,
sentí desgarrarse mi corazon ante aquella
ovacion de piedad; y la debilidad femenil
con todos sus desfallecimientos, se apoderó
de mi sér.
El. cuadro espantoso de la catástrofe pre-
sentóseme con todo su horror. Un cuerpo
destrozado, rodando entre el polvo, y tocado
por manos extrañas; los comentarios del
vulgo; el dolor de mi hijo, á quien no le
habria sido dado ni el consuelo de recoger
mis ensangrentados despojos; el duelo de mi
hija, cuando le llegare, allá, al través de la.
distancia, la fatal nueva.
Caí, como abrumada por el peso de una gra-
!}2 Á nos PA~Ofl n~ LA MTT~RTR

ve dolencia, y lloré á S')UOZ')3 en brazos de


aquella multitud desconocida ....... .

IIl.
-N unca tenará la vergüenza que mere-
ce el haber ayer, delante de tanta gente,
llorado comonna chiquilla;-dije á un ami-
goque pocos momentos despues demi aven-
tura, me habia encontrado en la calle, escol-
tada, aún, por la turba admirada y contem-
plando mi salvacion como un milagro.
-lVO hay mal que por bien no venga-
respondió él, sonriendo con malicia.
-¿ Qué quiere decir eso, y el airecito de
sibila que me trae Vd.?
-Quiere decir-replicó el muy taimado
-que no hay como gritar para tener razono
-¿ Acabará Vd. con sus refranes deSan-
eho Panza?
-Brevedad?
-Brevedad!
-Pues héla aquí. Ayer, mientras me
narraba Vd. en la calle el terrible accidente
con los trájicos pensamientos que lo produ-
Á DOS PAfOS DE LA MUERTE. 93
jeron, sucedió que el Ministro M., saliendo
de ca..~a de un aluigo, encontrose, por casua-
lidad, caminando detrás de nosotros.
Por supuesto, escuchó el relato, que le
aseguro á Vd. era gráfico y palpitante á
no más, sobre todo, en el capítulo de los si-
niestros temores que torturaban el ahna de
la madre y su abstraccion, en tanto que la
muchedumbre aterrada la veia, sin atreverse
á dar un solo grito para despertarla, llegar
á los dinteles de la muerte.
El Ministro M., profundamente conmo-
vido, desvió se en su camino, y en vez de en-
trar en su casa, fué á ver al Fiscal que en-
tendia en el asunto.
Este le confió que tenía órden de dejarlo
dormir. El jefe de Estado Mayor General
temia el ridículo que iba á traerle la vista
del proceso.
AqueUa iniquidad indignó de tal suerte
al honrado Ministro, que allí mismo, en la
mesa del Fiscal, redactó una crónica que re-
producia con puntos y cómas el relato de
94 Á DOS PASOS DE LA MUERTE.

Vd. ; añadióle amargas reflexiones, y fué á


plantarse ante el culpable.
-¿ Qué dice Vd. de este reportaje que
publicarán hoy todos los diarios de Lima ?-
dijo, y le dió á leer el artículo.
El flamante Coronel lo recorrió, arrugan-
do el entrecejo. Despues, sonriendo entre
enfadado y vergonzoso.-En verdad que me
indignó-dijo, apretando todavia los puños,
-la arrogancia del mancebito. Dar á su
jefe una leccion de Ordenanza!. . .. y ma-
yor escándalo aún; por intermedio de un
Ayudante.
Estos muchachuelos se llenan la cabeza
de toda suerte de erudicion para darse el
gusto de e~hárnosla á la cara, á los que vi-
vimos de cosas mas sólidas. Queria yo á mi
vez enseñarle á él, con un mes de encierro,
la diferencia que hay de un tercer jefe de
artillería, á todo un jefe de Estado Mayor
General.
-Y?
- y dió una órden cuyos efectos verá Vd.
muy luego ...... qué digo! V éalos Vd .... .
Á DOS PASOS DE LA. MUERTE. 95
Era mi hijo que habia sido puesto en li-
bertad, y que llegaba y me estre~haba en
sus brazos.

OOQ
LONGEVIDAD DE UNA FRASE.
LONGEVIDAD DE UNA FRASE.
A SANTIAGO ESTRADA.

l.
Mientras que en el mundo haya ingratos
eterno será el tu quoque de César.
""':Eureka !-exclamará con Arquíme- •
des aquel que encuentre solucion á lo que
con afan buscaba.
y quien se obstina en un imposible, per-
síguelo con la heróica respuesta del prócer
imperial-"La guardia muere, no se rinde!"
Pero frases vulgares, insípidas, nacidas
de un incidente banal, y que con él deben
pasar y desvanecerse, ¿ por qué viven?
Misterios del acaso!
Eramos doce, entre niñas y muchachos.
Montados en ligeros caballos, corríamos,
precediendo el coche en que iba la gente
grande, á lo largo del camino sombreado
100 LONGEVIDAD DE UNA FRASE.

de sevilares que se extiende en hondos sen-


deros carriles, desde Yatásto á Concha, eta-
pa obligada, donde nos hospedaban cariño-
sos a'nigos, cuando de lIiraflores, nuestra,
residencia, íbamos á Sauces, morada de mi
hermana.
De allí regresábamos esta vez, tras dos.
meses de excursiones deliciosas en las veci-
nas estancias yen los pueblos del contorno.
Dos meses de ausencia! Dos siglos lejos
de nuestra casa, aquel nido de amor, donde
nos esperaban las muñecas, la pajarera, el
colmenar, el jardin con sus flores; el rastrojo
con sus frutas; lnamá Teresa con sus sabro-
sas meriendas, la de3pensa con sus riquísi-
mas golosinas. . . . . . . . .
y corríamos impulsados por estos podero-
sos móviles, sin escuchar los gritos que del
interior del coche partian, ordenándonos.
acortar nue3tra carrera.
De pronto, el ginete que iba adelante se
detuvo. Toda la banda sofrenó sus cab~lga­
gaduras.
-Qué sucede?
T,OXGRVrnAD DF. lTNA FRA~E. 101
-Veis allá, en el horizonte un grupo de
viajeros?
-Sí; Y por lnas señas parecen llevar poca
prisa. Pues ¿no van paso entre paso?
-De seguro, llevan consigo un enfermo
ó un difunto.
-Averigüéllloslo ?
-Averigüémoslo ! -
y echalnos á correr; y esta vez con tan
desenfrenada'carrera, que muy luego alcan-
Zainos, envolviéndolos en una nube de pol-
vo, á cuatro ginetes, entre los que iba una
daula embozada en den~os velos y calado
un sOlnbrero de anchurosas alas.
-Dios mio!-gritó ésta-qué hon'orosa
polvareda! Me ahogo! Ah! }.fr. Durand!
Mr. Durand! ¿ Valia lá pena de venir á
paso de tortuga para evitar el terral que
ahora traen estos diab. oo oo oestos niños en
las patas de sus caballos!
-Mi Sao Rosarito-respondió el interpela-
do con marcadísimo acento gascon-Mi Sao
Rosarito, ten paciencia! llegando á Con-
.eha, te .bañas; te peinas j te perfumaso-
102 LONGEVIDAD DE UNA FRASE.

La polvareda se disipó, y con ella la có-


lera de mi Sao Rosarito.
Pudimos ver entonces, que la caravana,
se componia ademas de Mr. Durand y mi
Sao Rosarito, de dos criados y tres mulas
cargadas, una de las cuales llevaba un
hermoso herbario.
Gracias al comunicativo espíritu francés,
que bullia en Mr. Durand, un momento
despues, sabíamos ya que era médico y bo-
tánico; que él y mi Sao Rosarito estaban
recien casados; que ésta, hija illllnada de
Buenos Aires, habia abandonado las dul-
zuras de su ciudad natal, para pasear la lu-
na de miel en un viaje científico; que ame-
nazados de cerca por los indios, habian vo-
lado en su silla de posta al través de las
etapas dela Pampa, sin que á mi Sao Rosa-
rito le pasara el susto, hasta que hubieron
Fenetrado bajo las frondas perfumadas de
Tucunlan. Que de allí, seducido ·él por la
exuberante flora de la comarca, habia ob-
tenido ce su compañera el sacrificio de se-
guir el viaje á caballo con el objeto de her-
LONGEVIDAD DE UNA FRASE. 103
borizar; que habia hecho un tesoro en
colecciones; y que se proponia llevar SUB
conquistas en aquella magnífica vegetacion
hasta el límite setentrional de la provincia
de Salta.
Amena era su plática, sazonada con in-
teresantes detalles; pero de todas las bellas
cosas que dijo, nada nos gustó tanto como
su exhorlacion á mi Sao Rosari to .
y viendo á ésta, calada la capucha del
bornoz, embozada hasta los ojos en su an-
cho velo de crespon verde; empuñado un
enorme abanico, y azuzando con él los flan-
cos de su caballo, comenzamos, con grande
impertinencia, á darle bromas conlO en las
máscaras; hacíamos caracolear nuestros ca-
ballos á su lado, y decíamos, remedando el
musical acento gascon :
-Mi Sao Rosarito, ten paciencia! llegan-
do á Concha, te bañas, te peinas, te per-
fumas.-·
Mr. Durand, cuya fisonomía revelaba la
mas plácida bondad, reia de nuestra repren-
sible travesura; pero mi Sao Rosarito rabia-
104 LONGEVIDAD DE UNA FRASE.

ba mentalmente bajo el ala de su chapeo.


y mucho; por que cuando el resto de la
comitiva nos hubo dado alcance; y lni
madre, viendo á una dama cabalgada en una
mala jwa, trotando en un camino polvoro-
so, bajo 108 rayos de nn sol abrasador, la.
instaló ~n el mejor asiento de su calTuaje,
mi Sao Rosarito, no bien hubo bajado su em-
bozo, mostrándonos un rostro encantador,
lanzó contra nosotros una formal acusacion.
Al saber mi madre que con aquel
cantulTiar nos burlábanlos de su huéspeda,
paseó sobre nosotros una mirada terrible y
nos mandó callar.
Obedecimos; pero no de allí á mucho,
galopábamos escoltando el coche; y supri-
midas las palabras, tarareábamos, en coro, la
música gascona de la consabida exhorta-
cion en un la-ra-la-ra-la-ra-lá-compren-
dido solamente por Mr. Durand, que reia
de ello, y mi Sao Rosarito, cuyos lindísimos
ojos nos enviaban relámpagos de indigna-
Clon.
y llegados á Concha, bifurcacion del ca-
LONGEVIDA.D DE UNA FRASE. 105_
mino en los ramales de Salta y ~Iiraflores,
mi Sao Rosarito, bañada, peinada y perfu-
mada, siguió su camino y nosotros el nues-
tro, no sin dirigirle á hurtadillas un pos-
trer-Mi Sao Rosarito, ten paciencia!-
etcétera, al que ella contestó, sin duda, con
una maldicion.

l l.

y pasaron años; y aquellos traviesos,


arrastrados por los aquilones de la vida,
barridos por la gran tormenta que lo trastor-
nó todo en el suelo de la patria, disper-
sáronse, llevando consigo, cual girones de un
velamen náufrago, los recuerdos de su pa-
sada existencia.
Recuerdos que, evocados por cualquier in-
cidente fortuito, servíanles de tema y de
dulce remembranza. .
Entre estos, la famosa exhortacion de Mr.
Durand tenía ancho campo y frecuente
aplicacion.
Ocurría á alguno impacientarse? Al pun-
106 LONGEVIDAD DE UNA FRASE.

to un coro de voces le zumbaba en torno-


Mi Sao Rosarito, ten paciencia!-
Rabiaba alguien por este ó el otro motivo?
- Mi Sao Rosarito, ten paciencia!-
Y por todas partes, en la larga odisea del
destierro, la frase del medico gascon viajaba
de comarca en comarca, y se esparcia como
semilla llevada por los vientos. Nuestros
amigos la adoptaban; y mas de una vez la
oí repetir á personas desconocidas.
y siempre, al escucharla, los bellos ojos
de mi Sao Rosarito, me aparecian, enoJa-
dos, y por ello mas lindos.

111.

Un dia, en Buenos Aires, acompañada


de una falange de jóvenes lindas, graciosas
y decidora~, paseábame en las alamedas del
Parque Tres de Febrero.
Era unDomingo; y llenábalas una mul-
titud mixta, donde todas las clases sociales
habian enviado su contingente: desde la bo-
ta. de charol hasta la alpargata; desde el
LONGEVIDAD DE liNA FRASE. 107
sombrerillo de blondas, hasta la mantilla de
estambre.
Escenario magnífieo, vasta tela para las
cortantes tijeritaS que me rodeaban.
Aquellas picaruelas cuchicheaban y reian
á su sabor, sin hacer caso alguno de mis
reprimendas.
De pronto, á nuestro lado, una pareja.
orijinal, echóse á andar delante de ellas,.
cual si quisiera ofrecer un blanco á sus ace-
radas bromas. J"

Qué era ello?


Un hombre alto, de largos cabellos blan-
cos que caian sobre sus espaldas anchas y
abovedadas. Apoyábase en un grueso baston
ferrado y llevaba colgada del brazo, con ga-
lante atencion, á una viejecilla Eeca, encor-
vada y rugosa conlO un perganlino.
La ridícula figurita inclinába~e con ade-
man mimoso hácia su cOlnpañero; y ten-
diendo acá y allá su grande abanico, seña-
laba las glorietas y los grupos de árboles,
enviándoles gestos de irónico desden.
Mucho menos necesitaba el humor travie-
108 I.O~(íEnD.m DE TINA FRASE.

so de mis amigas para dar vuelo á los do-


naires de su fantasia.
La gentil Isabel, doblando como una C
el gracioso cuerpecito, suspendióse al brazo
de :María Luisa, y se puso á decir con el
labio entre los dientes:
-Cuán distinto y cuánto mejor era este
paraje en los tieIllpOS de Liniers. En vez de
estos arbolillos escuálidos, achaparrados, los
grandes sauces, los copudos ombúes alzá-
banse en desórden pintoresco, formando dis-
cretos escondrijos, propicios á las dulces
pláticas ..... Te acuerdas, amado mio? Oh!
sí: tus ojos me dicen que te acuerdas.-
Risas ahogadas con el pañuelo.
-Isabel! un poco dejuicio!-murmura-
ba, yo, riendo á pesar luio de la inllnitable
parodia de aquel diablillo.
En ese momento, un elegante landó, con-
ducido por dos jovencitos, cruzó la alameda,
levantando un torbellino de polvo.
- i Malhayan los mozalvetes de ogaño!-
exclamó la picarilla- Pues no me han echa-
do encima cien kilógramos de arena!
LONGEVIDAD DE lTNA FRASE. 109
-Mi Sao Rosarito, ten paciencia!-gri-
taron las otras.
y no pudieron decir mas; porque al nOln-
bre de mi Sao Rosarito, la viejecita que iba
delante, volvió se hácia ellas con semblante
airado:
-A mí con esas?-demandó, fijando en
el grupo de muchachas una mirada de ba-
Rilisco:
- Mi Sao Rosarito - creo que se han
atrevido á decir! Yo no conozco á seme-
jantes malcriadas.
-Perdonad, señora, os equivocais-me
apresuré á decir, interviniendo en aquella
desagradable emergencia. Pero una, repen-
tina sensacion de asombro cortó, en mi la-
bio la frase. .
El hombre de los cabellos blancos, vol-
viéndose á su vez hácia nosotras, mostró-
me, en su plácida sonrisa, á pe3ar de los
estragos del tiempo las facciones de Mr.
Durand el médico gascon de la antigua le-
yenda.
110 T,ONGEVInAD DE UNA FRASE.

Era él; Y la viejecilla que pendia de su


brazo, era mi Sao Rosarito.
Mr. Durand era ya un anciano; mas, la
riente expresion de S11 mirada, iluminaba.
sus cabellos blancos con una aureola ju..
venil.
Pero ay! ella, mi Sao Rosarito, habíase
tornado una horrible lnegera. Sus ojos, en
otro tiempo tan bellos, eran ahora dos pu-
ñaladas sanguinolentas, en cuyo fondo se
divisaba el infierno.
-Hace U. bien de callar-díjome con
voz colérica, pero mas cascada todavia que
la que parodiaba Isabel.
-Debia U. avergonzarse -contin~­
de haber dado á sus hijas tan deplorable
educacion. -
y haciendo un mohin capaz de espantar
al diablo, asióse al brazo de su acompañan-
te, que sonreia siempre, volviónos la espal-
da y se fué.
Las chicas se quedaron riendo con la fe-
liz indolencia de su e:lad; y yo, con h tris-
teza de la mia, pensando cuántas felicidadeS,
LOXOBTIDAD DB mu PRASB. 111
cuá.ntas grandezas y glorias, ha.bian res-
plandecido, pasado y desvanecidose, desde
el tiempo en que me a.parecieron esos dos
protagonistas do este cuento, en tanto que
BU recuerdo, encarnado en una frase de nula
aignificacion, coma, vivo y jugueteando, al
travée de las edades!

al!lta
LA PAZ.
LA PAZ.
PASADO Y PRESENTB.

" 'UIIGO •• O PACH ECO.

l.
Un dia, el viento de la vida llevóme otra
vez; á Bolivia, ese país de dulces y doloro-
BOS recuerdos.
Cuán diferente lo encontré de la época
en que, con el alma en .duelo, ausentábame
dejándolo ensangrentado por la gueITa civil,
desiertos sus caminos, incultos sus campos y
sembrados de cadáveres.
Al llegar á Chiliyaya, primera etapa en
tierra boliviana, allí, donde antes se exten-
día un páramo inhospitalario, el viajero ha-
lla una poblacion formada de pintorescos
caserios, que se agrupan en torno á un hotel
elegante y confortable, visitado diariamente
116 LA PAZ.

por numerosos transeuntes que un activo


comercio lleva á ese improvisado puerto.
De allí, un servicio de diligencias condu-
ce en pocas horas, á través de una llanura.
poblada de estancias, sementeras y rebaños,.
á la bella ciudad que se asienta, escondida,
en el fondo de una profunda hondonada, á
las auríferas orillas del ehuquiapo.
Una ancha carretera que serpea atrevid~
entre precipicios, ha bia reemplazado el sen-
dero vertiginoso por donde el caminante lle-
vaba la vida suspendida sobre abismos, has-
ta las primeras calles de la Paz.

11.

Desde lo alto de la cuesta que á vuelo de.


ave la domina, contemplaba yo aquella ciu-
dad señalada por tantas catástrofes; y á la.
vez que la mirada abarcaba su vasto recin-
to, el pensamiento vagaba, evocando los ne-
fastos acontecimientos de su terrible, his-
toria.
Qué lúgubre epopeya encerrada en ese
LA. PAZ. 117
circulo de peñMcos, desde el cerco de Tu-
pac-Amaru hasta las barricadas de Mel-
garejo!
He allí el Alto de Santa Bárbara, donde
el Cacique de Guarina, delatado por un
traidor, fué sacrificado! ....
Allí, donde ahora eleva sus elegantes sur-
tidores una fuente de mármol, alzóse el ca-
dalso en que el ínclito Murillo pereció, legan-
do la antorcha inextinguible dela libertad, al
mundo americano.
De esas ventanas abiertas á la brisa de
la tarde, arrojó, un dia, la venganza popu-
lar, haciéndose cruenta justicia, los cadáve-
res ensangrentados de los españoles, desde
el gobernador Valdehoyos, hasta el último
de los que llloraban en la ciudad.
Allí los patíbulos del terrible Ricafort ;
allí los que tantos americanos renegados
alzaron para los patriotas sus hermanos.
Allí las matanzas fratricidas de la guerra.
ciVil.. Allí ....... Una ráfaga de alegres
aclamaciones llegó .hasta DÚ, y cambió el
curso de mis pensamientos.
118 LA PAZ.

En el recinto de esa misma plaza, tea-


tro en otro tiempo de tantos horrores, te-
nía ahora lugar una parada militar, prelu-
dio de las fiestas con que Bolivia celebra su
advenimiento á la vida de las naciones.
Tierra querida, que con amor me adop-
taste el dia que, sin patria ni hogar, llegué
á tí entre un grupo de proscritos:
Bendita y glorificada seas!

e Q 'O
EL A1IARTELO.
EL AMARTELO.

l.
ABNEGACION.

-Ya lo ves, querida Rosacha,-dije á la


mujer del soldado Challamunqui, inclinán-
dome para besar la helada frente de su
niño, muerto la noche anterior.-Te habia •
dicho que mi mano es fatal á aquellas que
lleva á la pila del bautismo. Tú te obsti-
naste, y. . . . . . ... he ahí como encuentro á
esta hermosa criatura que ayer, no mas,
sonreia en tus brazos. . . . . . .
Ah! pésame aumentar con mi dolor el
tuyo; pero nunca podré perdonarme el haber
traido sobre tu hijo ese funesto sino.
Al escuchar mi voz, la pobre madre le-
vantó la cabeza. Su rostro estaba pálido,
sus ojos secos y ardientes.
122 EL AMARTEJ,O.

-Nó !-dijo con sombría conviccion-


nó! nó! Aunque la Virgen Santísima lo hu-
biera tenido en la pila, mi hijo habría muerto.
Quién salvó jamás de ese mal inexorable?
-¿El crup?
- Nó! El crup se apodera de la gargan-
ta y es posible, alguna vez, arrancarle su
presa; el otro, se aferra al corazon, y no lo
suelta sino en la sepultura.
-Dios mio! ¿ cuál es, pues, esa horrible
enfermedad?
- El amartelo !-
y Rosacha, pronunciada esta palabra fa-
tídica, dejó caer otra vez la cabeza sobre
sus rodillas y volvió á su inmovilidad y si-
lencio.
El amartelo! Yo habia oido hablar con
espanto de esa Inisteriosa dolencia que se
apodera del alma de los niños, nostálgia de
amor que los mata con rápida consuncion,
en medio á los trances de una celosa rabia!
Pero ¿ qué habia podido producirla en aque-
lla criatura, objeto de idolatria para sus
padres?
EL AMARTELO. 123
Quise interrogar á Rosacha ; pero ella no
me oía: estaba absorta en su pena.
Challamunqui que, de pié, detrás de su
mujer, estaba triste y cabisbajo, acercóse á
mí y me señaló en silencio un ángulo del
cuarto.
Allí, sobre la hamaquita del niño muerto t
envuelto en una 1h"clla negra, donnia un
recien nacido.
Creí comprender: Rosacha habia tenido
otro hijo?
Pero el soldado murmuró á mi oido:
-Es el hijo de :Marta, la lnujer del desertor
de carabineros, muerta dos dias despues que.
fusilaron á su marido.
Cuando la enterraron, el niño quedó solo
en un rincon del cuartel. Rosacha lo trajo
consigo, pero nuestro hijo, desde que lo
vió, comenzó á entristecerse y murió.-
Al oir aquel relato que en pocas palabras
encerraba un poema de bondad,' de carida'd
y abnegacion, caí de rodillas antela humil-
de mujer del soldado, y la abracé con un
sentimiento de respeto y admiracion.
124 EL AMARTELO.

Aquella caricia despertó el enternecimien-


to en el~ alma de la pobre madre. Su dolor
hasta entonces mudo, estalló en gritos y so-
llozos. Arrojóse sobre el cuerpo del niño,
y arrebatándolo del lecho de flores en que
yacia, y estrechándolo contra su pecho,
lo llamó con todos 10s nombres que inventa
el cariño maternal, hasta que su voz, debi-
litada, se extinguió en un gemido.
y quedóse, así, abrazada del cadaver, in-
móvil y muda, hasta que lo arrancaron de
sus brazos para llevarlo al cementerio.

11.
ESTELA.

y pasaron ~ños; y yo vine á morar en


Lima, ese verdadero paraíso de los niños;
donde la vida les sonrie con todas las ter-
nezas del amor y de la abnegacion; donde
cada hogar es un templo á ellos consagra-
do, en el que reinan rodeados de ofrendas
y adoraciones.
ET, AUARTELO. 125
Así nada hay tan bello como los niños
en Lima.
Esos infantiles semblantes, iluminados
por la irradiacion de una dicha perpétua,
nos dan una idea de la beatífica sonrisa
de los ángeles. . . . .
-Todavia esas perversas tercianas que
tienen á Vd. relegada en casa, cuando yo
venia con la esperanza de llevarla á con-
templar la maravilla de la mia--exclamó
Godofredo C., encontrándome embozada en
mi chalon, dormitando la fiebre en el fondo
de una butaca.
- Ah !-continuó-lástima grande; por-
que hoy, como nunca, nos tiene á todos he-
chizados, esa hada de cuarenta centímetros.
-Dicen que es incomparable.
-Como su nombre: una estrella que
irradia sus plácidos fulgores sobre nuestra
vida y hace de ella una contínua fiesta. Si
V d. la viera! De solo mirarla, se &legra el
alma.
- y por qué no traerla contigo para en-
cantar mi dolencia?
126 EL AMARTELO.

- Oh! fuera de su escenario, seria privar-


se de la mitad de sus gracias. Donde .. ve~
daderamente las exhibe, es allí, en su pro-
pIO remo.
Hace un a,ño, que el tiempo es para no-
sotros una série de delicias. Hoy sus rosados
labios balbucean una frase; mañana la acen-
túan de mil maneras diversas, sazonándola
con un momito que no sé donde ha pescado
aquella refinada picarilla. Remeda todo: el
cantode una; el habla de la otra, el andar
de esta; el sonreir de aquella. Y esto con
un donaire, una sal ! .....
y es coqueta. Bah! desde que se despierta,
en la cama todavia, despues de santiguarse
con un garabato delicioso, ocúpase en aglo-
merar sus rizos sobre la frente; contempla
sus regordetes bracitos desnudos, y los besa
con una complacencia del todo mundana. Se
arroja en nuestros brazos y nos estrecha con
estremecimientos "de emocion; y pasand6de
esta á la alegria, rie con sonoras carcajadas.
,
. Sin énbargo, esto no obsta, para terribles
'.
EL AMARTELO. 127
rabietas, de vez en cuando, rabietas que
revelan un geniecillo de hierro.
Ayer, por ejemplo, viendo en manos de
su madre un lindo gorrito de blondas, que és..
ta confeccionaba para el futuro servidor
de Vd ........ .
-Ya?
-Si.
- y bien la picarílla quiso ensayarlo?
-Apoderose, en efecto, de aquella pren-
da; -fijó en ella una mirada escudriña-
dora, y se puso árasgarla en lnenudos tro-
zos, con una cólera violenta; y no se limitó
á esto, nó. Cuando nada quedó ya que
destruir, echóse á registrar todos los rinco-
nes del cuarto. ¿ Qué creis que buscaba?
-Al dueño del gorrito?
-Sí-afirmó Godofredo riendo -Háse
visto Medea como esta! celosa de quince
lneses! ......... Pero ah! ..... veo que á
Vd. no le hacen gracia esas voluntariedades,
severa educacionista: pues ¿ no se ha tor-
nado Vd. sombría?-
En verdad. Escuchando á Godofredo
128 EL AMA.RTELO.

extasiarse en la dramática precocidad de su


hija, la sombra de un lejano recuerdo cru-
zó mi mente: el recuerdo del hijo de Ro-
sacha......... .
-Llegó el deseado-gritó Godofredo, un
dia haciendo irrupcion en mi cuarto-llegó,
y se halla rodeado de admiradores, arropa-
ditoentre las perfumadas cortinas de su cuna.
- Un varon! Te felicito, y á Z~ila, aún
mas que á tí. Un hijo varon es para la ma-
dre un tesoro de celestiales fruiciones .....
Mas ¿ por qué arropadito en la cuna ? por-
qué no en el seno matern~l?
- Ah! esa es una historia!
- La adivino: pobre Estela!
-Pobre Estela! Hum! Apenas vió al
niño, que todavia en manos de improvisa-
das camareras,le vestian sus primeras ropas,
la pícara celosa corrió á echarse al cuello
de su madre; abrazóse á ella, y asi permane-
ció horas y horas, hasta que el sueño la hu-
bo rendido y que dormida, la llevaron á
la cama. Qué tal! Y decia Vd. ¡ pobre Este-
la! Ah! yo digo-¡ Pobre Rafael!
El, .ur.\ l:TELO. 129
Hola ! he aq ui ! otra vez el ceño triste~­
-¿Rafael ?-dije para desviar la aten-
cíon de Godofredo.
-Le hernos dado ese nOlllbre; y lo l11e-
:rece porque es bello como el arcángel que
lo lleva, y como él, es tambien dulce y apa-

cible. Pero, ni su belleza ni su dulzura, al-
canzan á desarmar la rivalidad de Estela,
que abrazándose :al pecho de la ruadre, ape-
naS oye el vagido que lo reclama, ha tOlna-
do á lactar, deJlarando al recien llegado
la mas cruda de las guerras : la guerra de
reClli--SOS.
-Cuidado! hijo mio-dije á Godofredo-
el caso es grave; no lo tomes á brOlua.
Creénle : dá nodriza á tu hijo, y apártalo de
Zoila.
-Imposible! ¿ CÓIUO determinarla á tal
sacrificio? Ahora lnislno decia Vd. lo que es
un hijo varon para las madres. Cómo de-
tenninarla á separarse del suyo.
Pero bah! ya veremos. Al lado de las
madres se hallan los reluedios. 'Por lo pron-
9
130 El, AMARTRLO.

to,.he aquí un e:3pediente para humani~ar á


Estela,
El sentimiento luaternal es innato en la
luujer; existe en ella desde la cuna, tan vivo
y palpitante, como el dia en que estrecha
en sus brazos á su recien nacido. La pri-
luera espontaneidad en su accion es el arru-
llo; y la vemos, prendida todavia del SEno de
la nodriza, mecer con amor á su muñeca.
y bien; disfrazando al niño con las ro-
pas de un lloran, lo colocaremos en los bra-
zos de Estela, y le diremos que es su hijo.
Eh ? ¿ qué dice Vd. de mi ide), ?
-Es buena. Ensáyala, y quiera Dios que
tenga buen éxito.
-Dice Vd. eso de una manera tan lúgu-
bre, que si el capricho de Estela no fuera
una frusleria pasajera, habria de asustarme.
- Pues, yo repito: dá nodriza á tu hijo.
- Voy á proponerlo á Zoila, pero segUro
de una protesta.-
Godofredo me dejó; y la somnolencia, de
la fiebre volvió con su cortejo de fantásticas
visiones. Entre el oscuro miraje del desva-
El. AMARTEl.O. 131
rio, ora como una estrella errante, ora como
un ángel de blancas alas, la niña de Godo-
fredo aparecia, pasaba y se desvanecia, para
volver otra vez, sonriendo con una sonrisa
amarga, que contraia dolorosamente susro-
sados labios ..... .

m.
EL AMOR nE LOS AMORES.

Por aquel tiempo, un dia que yo estaba


sola en lni cuarto, vi entrar, pararse delante
de lní, y quedarse contemplándome con pro-
fundo enternecimiento un hombre de raza
indígena, y cuyo aspectorevelabaalnülitar,
á pesar del vestido de paisano que llevaba.
Aquella fisononlia érame, ó habíalne sido
familiar, pero ¿en dónde? cuándo?
-Seiioray!-exclamó él notando mi
perplejidad-¿no me conoces yá? ¿Has ol-
vidado al asistente del Mayor en nuestro
batallon cuarto de línea, al soldado .....
-Challamunqui!-interrumpí yo, arre-
132 El, A~B.RTELO.

batándole aquel nombre, traido á la mente


en lejanas memorias, por ese dulcísimo vo-
cativo usado en las punas de Bolivia. -Cha-
llamunq ui! qué viento feliz te ha traido,
querido amigo, por estos mundos deDios?
-El viento del destino, señoray, el vien-
to del destino. . .. A tí tambien ¿ qué te ha
traido aquí, sinó el viento del destino?
-Cierto.... Mas .... si creo al traje que.
llevas, has colgado el uniforme.
-Eso, nunca, señoray. Soy sargento pri-
mero en Colorados, y he venido de Tacna
en una comision de mi General.
-Sargento! Pues yo pensando en tí, re-
cordando tu valor, inteligencia y honradez,
decíame.-Si Challalnunqui no ha muerto,
será ya, por lo menos, Coronel.
-No me han faltado ocasiones de surgir-
replicó él. -Cuando nlÍ :Mayor subió tan
alto, muchas veces, quiso ascenderme; pero
yo me negué á salir de clases.
-¿ y por qué esa extraña obstinacion?
·-Porque entre Challamunqui yel grado
:de oficial, .mediaba una afrenta que nada
EL AlIARTELO. 133
puede borrar: la servidumbre militar; ese
e,tigma de oprobio que la condicion de asis-
tente deja e!l la carrera del soldado.
-Dame tu mano, alnigo mio para que la
estre~he con respeto. Cuán altamente esa
noble altivez, te hom'a y eleva sobre galone.q
y charreteras.....
Pero, apresúrate á d,trme noticias de Ro-
sacha, tu linda y buena cOlnpañera. Por
supuesto, s~empre la mislna: cariñosa y ab-
negada.
-Ah!-exclamó Challalnunqui, y esta
ve~ con honda pena- el corazon de Rosa-
cha no era mio, era de su hijo; con él se fué
al sepulcro; y ella lnisma, apartándose de
mí, con despe go, fué á encerrarse en el con-
vento donde en otro tiempo vistió el hábito
de d~nadL
-Pobre Challamunqui! cuánto te haria
sufrir e~a terrible decepcion ..... Sin mnbargo,
R08acha te legó un compañero que no pudo
llevarse consigo: el hijo de Marta.
-No, ea verdad; porque nuestro niño
al morir, lo arrt;Ytró! y tres dias despues 4e
134 EJ. AMARTELO.

su entierro sepultamos en la misma tumba


al hijo del desertor.
De vuelta del cementerio, Rosacha cortó
sus hermosos cabellos, y llevándose, única-
mente las ropas de' su hijo, fué á tomar otra
vez en el convento, el hábito que dejó para
segUIrme.
-¡Pobre amigo! te queJaste solo .... Pero,.
al ménos, en tu dolor debió consolarte el
pensalniento de que, si Rosacha te abandonó
fué para volver á Dios. Su alma lacerada,
solo en él podia encontrar descanso.
Ah! la muger es hija, amante, e'3posa,.
hasta el dia qua es madre. Desde esa hora,
buena ó mala, piadosa ó descreida, reina ó
pastora, salvaje ó civilizada, la mugerya no
es, ya no sabe ser sino madre.
-Tanto es verdad lo que e,tás diciendo
señoray-replicó Challamunqui-tanto es
verdad, que un dia, poco despues del desas-
tre en que perdí hijo y esposa, pasando cerca
de Alloallo, nuestro pueblo, mi pobre madre
salió á esperarme á la orilla del camino. Es-
taba ya vieja y quebrantada; pero, viéndo-
:EL Al\rARTF.T,O. 135
llle solo, corrió á su choza, recogió en un
quépi lo poco que pOfeía, y volvió á danne
alcance incorporándose al grupo de rabonas,
sin que la arredraran el halnbre, el frio, ni la
fatiga; content.a de preparar lni alimento, de
cargar nli bagaje; de ofrecer á lni cansancio
el abrigo de su regazo .....
- y sin embargo, tú, entonces nlisnlo,
estarias pensando en Rosacha; suspirando
por ella y anhelando que e~e regazo fuera el
suyo.
-Ah! feñoray, na (S la ley de la vida.
El tronco solo a::;pil':1 á nutrir sus ranU1S;
pero estas fe extienden, .lejándose de él,
paraü' á enlazarse con las lianas de la
fronda.
-¿ y qué es de esta madre abnegada?
¿ Vive todavia?
-Sí; Y el anlOr maternal le ha prestado
fuerzas para seguir~ne al Perú.
Cuando entrábamos á Tacna, viéndola
entre la falange de rabonas que seguia al
ejército, una jóven aturdida, queriendo reir
de sus canas:
136 EL AMARTET,O.

- ¿ U no de estos soldados es tu marido ?-


la preguntó.
-Mi hijo, niñay-respondió ella, con
plácida Fencillez-mi hijo-
La jóven, que á pesar de su lijereza, ten-
dria buen corazon, profundamente conmo-
vida, se inclinó ante la humilde anciana,
y le besó la luano con respeto ..... -
Godofredo interrumpió esta plática. Lle-
gaba pálido y triste.
-Triste y pálido tú, el hijo mimado de
la alegría!-díjele sonriendo, para ocultar
mi inquietud.
-Vengo á cOifiar á U. mis temores-
respondió él, con dolorido acento. La preo-
cupacion celosa de Estela contra su hermano,
ha crecido de dia en dia, y hoy, es ya una
gra ve dolencia. En verdad no sufre ni se
queja de dolor alguno; pero se demacra y
palidece con pasmosa rapidez.
-Preparar un sepulcro !-mUl'ffim'ó Cha-
llamunqui á nlÍ oido.
Godofredo continuó-Estela es ahora una
sombra. Alegría, donaire, gracejo encan-
RT, Al a R'T'RLO . 1~7

. tador, todo esto ha desapare2ido,. sucedién-


dole una extraña inquietud, que se revela en
sus lniradas y en. todos sus lnovünientos.
Hasta en el sueño, sus manos buscan un
objeto imaginario al que se asen con ademan
hostil, y parece soltarlo para asirlo de
nuevo.
- j Preparar dos sepulcros !-parecióme
oir en los lábios de Challamunqui.
En ese mOlnento vinieron á llamar á Go-
dofredo; Estela se moría.
Yo debia acompañarlo. En ese trance
am:1rgo, mi puesto era entre él y su esposa.
Pero la -roz de Rmna gemia en mi corazon,
y no quise aumentar con su lamento aquel
dolor supremo.
La pI' 2diccion de Challamunqui se CUln-
plia:-
¡Un sepulcro!
Estela, asida sienlpre al seno nlaterno, se
~xtinguió sonriendo eon una sonrisa amarga
que se quedó grabada en sus lábios.
Cuando la madre se recobró del anonada-
miento en que aquella catástrofe la dejara,
138 EL AMA TITELO.

encontró su regazo ,,~acío. Estela habia


desaparecido; pero-delante de ella, Zoila vió
la euna de Rafael; el resto 4e felicidad que
le queJaba. •
Arrojóse á él Y lo estrechó en su seno,
loca de dolor, sedienta de las caricias de que
por tanto tiempo lo privara.
El hermoso niño sonreia con plácida sere-
nidad, en medio á aquellos besos desEspe-
rados, y comenzaba á adormecerse al arrullo
de los sollozos maternales.
Con la mejilla pegada al rostro de su hijo,
la boca sobre su frente, Zoila sentía aletar-
garse su dolor en la embriaguez de aquella
contemplaeion deliciosa, qu~ trasfonnánuose,
gradualmente,en éxtasis, comenzaba á ele-
varse á Dios.
De repente, la madre se endere.l.ó ríjida,
hosca la mirada, el pecho henchido de una
. .
lmprecaclOn.
La frente de Rafael quemaba sus lábios;
debajo sus blondos cabellos se levantaba una
atmósfera de fuego, y en su garganta so-
naba un estertor siniestro.
EL AMARTELO • 139

Era la fiebre cerebral, que llegando rá-
pida y alevosa como un asesino, mató al
niño en los brazos de su madre.
La prediccion de ~hallamunqui tuvo su
entero fatal cum.plimiento:
¡ Dos sepulcros!
Zoila, entrechando á su hijo contra el pe-
cho, permaneció silenciosa, inmóvil, fria
COlno una estátua de hielo. Fué necesario
elllplear la violencia., para arrancar á su con-
vulso abrazo el cadáver del niño.
y cuando lo hubieron llevado al cemen-
terio' la pobre Zoila, COlno en otro tiempo la
lnuger del soldado, quedóse caida en ti~rra
entre las dos cunas vacías de sus hijos,
llluda, pálida y sin lágrinlas.
Ah! era que en aquella hora aciaga, la
elegante dalna y la hUlnilde india, tenian un
lnlSlno corazon:
Corazon de nladre!

UN GRUPO DE CA~IINANTES.
UN GRUPO DE CAMINANTES.
A IIAFAEL. 08L.IGAOO.

l.
La hora era avanzada, el tiempo borl"as-
. coso; tenebrosa la noche, larga la etapa.
Eramos seis: el loquísüno Boado, Clodo-
miro el guitarrista; Contreras, el guia de
marras (*); un acaudalado vecino de Sal-
ta; quien e3tas líneas escribe, y una desco-
nocida que, ~nvuelta de piés á cabeza en un
gaban de ancho capuchon, se nos reunió en
medio á la oscuridad, y marchaba entre el
parlero grupo que la dirijia premiosas inter-
rogaciones, obstinadamente silenciosa.
Fastidiados por una lluvia que por dicha

(*) " Sueños y Rea tillades. "


• 144 UN G1WPO DE CAMI~ANTF.S.

habia cesado, caminábamos por senderos


fragosos, sin mas luz que la de l~s 'relám-
pagos.
Los brios de nuestros caballos se debili-
taban y cedian al peso de una marcha de
diez horas. El mio, á pesar de su leve car-
ga, aflojaba el paso; y á sus alegrés relin-
chos, sucedia una respiracion fatigosa, seme-
jante á u~ quejido.
De pronto, al descender una peque~a emi-
nencia, él y sus compañeros detuviéronse
con una brusca sentada.
-¿Qué es eso?-gritó Boado.
Un relámpago nos mostró, antes que el
guia, la causa de ese espanto.
Eran las olas rojas de un rio que rodaba,
llenando su cauce, con el silencio traidor de
las crecientes. Arboles enormes, arrastra-
dos por la fuerza del agua, pa&'1ban rápi-
dos, mostrando alternativamente, sus hojo-
sas ramas y las emnarañadas raices de su
tronco.
-Un rio! -continuó Boado-un rio se
vadea y asunto concluido. Hemos camÍna-
do veinte leguas; esuunos mojados, fatiga-
dOR y hambrientos. Debíamos hallarnos ya
en Concha, bajo el techo hospitaL'trio de la
bellisima Tránsito, con ropa seca y rica ce-
na servida por aquellas manitas que Dios
bendijo. . . . .. No señor! que con esta no-
che de todos los diablos, sin duda, deso-
rientados, nos hallamos no sé donde, dete-
nidos por un rio! . . . .. Pero ese guia ¿por
qué no aplica á su ruraco las decantadas
roncadoras y tienta el vado?
-Ruraco/-exclamó Contreras con ver-
dadera indignacion-ruruco! mi galiao!
No diga esa deshonestidá, jeñor/ Si en
veinte leguas á la reonda no hay caballo co-
mo él: ligero, aguantador y sahido como un
cristiano. Hablar no mas le falta; pero eso
es porque no qUlere.
-Pues entonces, barrabás ¿porqué Dolo
haces andar?
-Está empacao, je~ior. Ni el diablo lo
hacecamina.r: vadear, mucho menos. ¿No
ve je¡ior que este es el. río de las Piegras,
10
146 UN GRUPO m: CAMINANTES.

que cuando está de avenida no hay vicho


que se le atreva?
Aquí se ahogó ñor don N adal. . . . . .
-Bah! algun bobalicon que se dejó ar-
rastrar por la corriente.
-No jeñor: era un guapo como usted,
que no tenia paciencia para nada. Se echó
alrio desafiando la creciente, y el rio se lo
llevó . . . . .. Sí, jeñor. Por mas señas
que, como no encontraron su cuerpo para
darle sepultura en tierra bendita, la pobre
alma, hasta ahora, anda por aquí penando
en las noches de menguante. . . .. O sino,
mire, jeñor, al gatiao, cómo para las orejas.
Está viendo . . . . .. Dios nos guarde!
-Qué?
-Quién sabe!
-Ja! ja! quizás á fwr Nadal?
-Cállese, por Dios,jerwr! No está oyen-
do cómo bufa su tordillo? . . . . .
-Anda! mentecato ! Yo haré ver á tí,
al tordillo y tambien al alma de ñor N adal,
que no hay no que no se vadee, ni caballo
que no obedezca á este reclamo eficaz.-
mr _" _ CAJUNANTES. 147
y aquel loco, dió á su tordillo dos espola-
zos capaces de hacer saltar á. un peñaeco..
Pero con grandísima rabia suya, el caba-
llo, en vez de echar adelante, alzóse enca-
britado sobre las pataB traseras, y siguió en
sus temerosos bufidos.
No sé cuálfué mas cómico: si el despecho
de Boado, ó el gozo camastron de Contreras.
-. Qué tiene este. demonio! -bramaba el
uno.
-No le dije, jeñor?-decia el otro con
una sornita abrumadora. -Este rio es malo,
jeñor: los animales lo conocen; y cuando
viene de creciente, aunque los maten no se
le atreven.-
Elloco Boado, aun mas colérico por las
reflexiones de Contreras, arrebató á su caba-
llo, compeliéndolo á echarse al agua.
Pero el tordillo, que, al decir de Controras
husmeaba el peligro mejor que un cristiano,
mordió el freno; y dando media vuelta, em-
prendió, desbocado, una furiosa can'era.
Aquise le presentó al gatiao la ocasion de
revindiear su honor. Como eOITedor que
148 ~ GRUPO DE CAMINANTES.

era, guiado por su dueño, alcanzó muy luegO


al desbocado tordillo; lo emparejó, y recos-
tándosele al flanco con la matreria de cor-
redor consumado, púsolo al alcance de la
mano de Contreras, quien lo empuñó por el
bocado, y logró detenerlo.
Los que, en inquieta espectacion, aguar-
dábamos el desenlace de aquella hípica
aventura, reimos en coro de la tristísima
facha de caballo y caballero; el uno, cabiz-
bajo, conducido por el freno; el otro, suelta
la brida, y cruzados los brazos, en trájico
ademan.
-Ea, pues, derrotado ginete-díjole el
guitarrista-tú que tanto gustas reir, paro-
diando al andante paladin manchego en sus
dolientes endechas, qué dices ahora, en esta

desdichada emergencia?
- l Dónde estú, leñon mia,
Que no te duele mi mal?
Ú no lo 8&bes señora,
6 el el fals& y desleal.-

Exclamó el loco Boado, con lacrimoso


acento.
Reímos de nuevo.
UN GRUPO DE CAln~ANTES. 149
- ¿ y quién es-replicó el guitarrero-
esa misteriosa dama de tus desordenados
pensamientos?
-Quién ha deser, sino aquella por c\lYos
divinos ojos, habríame arrojado á ese pavo-
roso torrente y vencido sus airadas olas, á
no ser por la cobarde villanía de este
infalue rocinante?
-Ah! ah! ya! ya! la bella Tránsito?
-Calla! calla, y no profane tu labio im-
puro ese nombre excelso.
Inclínate y dí con devota uncion. -La
poderosa emperatriz de Concha, la esencia
de la hermosura.-
Algo como el susurro de una risita sorda
salió de bajo el capuchon de la desconocida.
Ella habia llevado su caballo alIado del
mio; y estábamos tan cerca, la una de la otra,
que yo percibia su respiracion y el perfume
de sus ropas y de sus cabellos.
-Pero por todos los di ... oses del abis-
mo-exclamó el loco Boado-fementido
guia, que haces ahí como un estafermo ante
la insostenible situa.cion creada por tu cul~
150 UN GRUPO DE CAMINANTES.

pable impericia: ¿qué haremos á esta hora,


con este tiempo, en esta desierta playa?
-Rezar ó contar cuentos, jeñor; porque
en cuanto á vadear el rio, ..... vea, jeñor,
lo que ahora viene arrastrando ...... -
En efecto, grandes masas de ramas, mez-
cladas á enormes pedruscos, impelidas por
una nueva creciente, pasaban entrechocán-
dose con un ruido siniestro, que hizo entrar
en razon á Boado, ó mas bien cambió el
curso de su mal humor.
-llaldito rio !-exclamó-daria tu épi-
ca celebridad por verte desaparecer en este
momento de la hidrografía terrestre.
- Tenga paciencia, jeñor, que la cre-
ciente pasará luego. Dentro de tres horas,
el rio estará de baja.
-Tres horas! demonio! quién las aguan-
ta? Si fuera posible echa~ pié á tierra y
encender fuego. Pero el suelo es un pan-
tano.
-¿Y por qué no seguimos el consejo de
Contreras?-aventuré yo,-rezar ó contar
UN GRUPO DE CAMINANTES. 151
cuentos. Yo me atengo á lo último. Quién
nos contara un cuento !
-Quién sino aquel que dió la receta?
sentenció Boado, volviéndose al guia con
solemne ademan.
- y por que no, jeñor ?-respondió Con-
treras-Yo no me enriedo en tan poco.
¿Qué quiere la compaña? El cuento de
Blanca Flor? el de laNiña Estrella? el de
Pedro U rdemálas?
-Blanca Flor! U rdemálas! -gruñó Boa-
do.-¡Anda! pelnlazo, que no son pocos los
males que tu cachaza está urdiendo á mi
apresuramiento.
-Pues, jeñor, para que vean ustedes lo
que cuesta el apresuramiento, van á oir la
historia de un sucedonazo, que cortó en dos
mi vida y me dejó solito en este mundo.

11.
-Yo tenia un amigo-prosiguió Contre-
ras-él y yo nos queríamos COlllO herma-
nos. Un dia nos encontramos. N unca nos
152 UN GRUPO DE CAMINANTER.

habíamos visto; pero me miró él; yo lo mi-


ré, y no~ pareció que hasta entonces había-
mos andado buscándonos.
Desde ese dia, siempre juntos: juntos en
los conchavos; juntos en los festejos, juntos
en todas partes.
Aquello que el uno quería, lo anhelaba el
otro tambien.
La gente nos llamaba los mellizos; y
cierto que lo parecíamos, por que entre nos-
otros todo era igual; aperos,pilchas, hasta
nuestros caballos, que eran dos lobunos mas
lindos! ....
- y tu gateado?
. - j Uf! . El gatiao estaba entonces en la
mente de Dios.
y asi andábamos tan contentos, de págo
en págo, entre mingas, rodeos y hierras.
Pero como todo tiene fin en esta vida,
llegó una hora en que nuestras voluntades
se apartaron.
Mi amigo se casó, y yo me quedé sol-
tero.
- ¡Tonto! -exclamó Boado-architon-
UN GRUPO DE CAMINANTES. 153
to! ¿ por qué no hiciste lo mismo? Las dos
mujercitas juntas, amándose como ,sus ma-
ridos se alnaban, habrian hecho de vuestra
vida un paraíso.
- Diande! jeñar, si diz que nunca se
han visto dos hembras, bajo un mismo techo,
en compañia de la.paz.
La madre de mi amigo, vivia por enton-
ces en Talahuascho. Allí, dejó él á su mu-
jer, y se volvió conlnigo á Ortega, al otro
lado del Salado, donde estábamos concha-
vados.
Pero cada tarde acabado el trabajo, cuan-
do la gente volvia á comer, mi amigo va-
deaba el rio, y se iba á pasar la noche en
Talahuascho..
-Ytú?
- Ah! jeñar, yo me quedaba solo con
los peones. Comia, triste, mi rancho, y me
iba á acostar en mi apero bajo el algarrobo
del patio; y mi pobre Lobuno y yo, pasába-
mos esas horas, él llamando con relinchos
á su compañero; yo pensando cómo el mio
me habia q~ta.do la mitad ~.~ su alma. •
154: UN GRUPO DE CAMINANTES.

Llególe el dia del santo al patron, hom-


bre rico y caudillo muy querido de la gent.e
fronteriza.
El gauchaje se descolgó en pandillas
toda la noche de la víspera; y desde el ama-
necer empezo el guitarreo, creciendo á cada
hora el festejo.
Era tiempo de elecciones; y como el pa-
tron queria asegurar votos, se portó en
grande. Mandó carnear doce· terneras; dió
vino y aguardiente á discrecion; y desde
mediodia, se veia, colgado en el algarrobo
del patio, un gallo relleno de plata para cor-
rerlo en la tarde.
Qué diablos !-me dijo mi compañero-
el repunte de "novillos despeó ayer á mi -
lobuno. Necesita para correr, que le refres-
que lo hijares y le frote los jarretes con ceni-
za de lapacho . ...... i Y eSas mujeres que
estarán queriendo venir á la fiesta y me
aguardan en Talahuascho!
-Yo iré á traerlas-le dije ; peroasi, con
no s~ qué espina en el alma.
-Vaya! hermano--me contestó el po-
mr URO" me CA)[J]UlITES. 155
bre ....... mas contento !-Apúrate, enton-
ces, que se hace tarde y va á comenzar la
corrida. Los dos hemos de quitar el gallo
para llevarlo á la Banda.- •
Salté á caballo y me eché á galope ten-
dido por ese camino, pechando á las gentes
que llegaban con punteos de guitarras y vi-
vas al patrono
Al vadear el rio, lo reparé muy turbio y
con mal olor el agua. Me acordé que toda
la noche, habia visto relampaguear por el
lado de las cabeceras, y apuré el paso para
volver antes que llegara la creciente.
:Qesde lejos, como si adivinaran, divisé á
suegra y nuera, listas y con un caballo ensi-
llado: porque mi amigo llevaba siempre á
su muger en ancas.
Mi lobuno era brioso y no aguantaba ni
una mosca por el lado de la cola. Así, que
no hubo mas remedio, sino que- el sillonero
de la suegra, un alazan petizo, cargara
con las dos mujeres; y echamos á media
rienda, campo abajo, hasta la barranca
del rio.
156 UN GRUPO DE CAMINANTES.

Pero por mUt.;ho que corrimos, la creciente


corrió mas, y llenaba las dos playas con una
agua cenagosa, arrastrando árboles y pie-
dras.
Si este rio es traicionero porque baja de
los cerros y trae fuerte corriente, el Salado
es ancho como un mar, sin ningun vado, y
todo remansos y remolinos.
La suegra vió el peligro y queria volver
á su casa; la nuera quiso pasar; arrebatan-
do al petizo, le dió de rienda y talon. El
animal apurao, se tiró al agua, y lueguito
se perdió hasta el hocico.
La pobre vieja, sentada en ancas, con el
agua al pecho, se santiguó y comenzó á re-,
zar, agarrada á la cabezada del lomillo.
Yo me eché corriente arriba, caminándo-
les al lado, para que no las arrastrase; y les
gritaba que mirasen arriba por miedo de
que se marearan.
Ah! jeñores, todo debalde; por que como
las mugeres pesaban, y el caballo era chico,
antes de llegar á la mitad del rio, se hW;l<lió
con ellas sin que yo pudiera remediarlo.
UN GRUPO DE CAMINANTES. 157
En un decir J esus! ya no vÍ mas que las
trenzas negra de la una y los cabellos blan-
cos de la otra.
Solté la rienda al lobuno, me eché ~obre
el estribo y logré pescar los cabellos blan-
cos. Pero cuando estiraba la otra mano pa-
raempuñar las trenzas negra~, un tala que
venia dando tumbos, se nos echó encima y se
las llevó enredadas en sus espinas.
No se cómo me sacó mi caballo de aquel
zambullan, ni cómo me llevó hasta la otra
banda con la viejecita, que se habia prendi-
do de mi brazo.
A ese tiempo, allá por el lado de Ortega,
entre una gran polvareda y gritería, vÍ venir
la corrida del gallo. }fi cOlnpañero lo traía
levantado sobre la cabeza, corriendo.
La gauchada lo seguia aullando como
demonios.
De repente lo vi sentar su caballo. Me
miró á mí, miró el rio, miró á su madre, que
lloraba gritando. - Se ha ahogado! se ha
ahogado!
-¿Qué has hecho de mimujer?-me di-
158 UN GRUPO DE CllUNANTES.

jo atropellándome, y con una voz como el


bramido de un tigre. - Por qué no la sal-
vaste?
- Por salvar á tu madre -le respondí.
-El mundo está lleno de mugeres; pero
el hombre no tiene sino una madre.-
- i Anda á juntarte con la tuya en el in-
fierno! - dijo y me atravesó, de banda á
banda, el pecho con una puñalada.
Dicen que despues, vendó los ojos á su ca-
ballo y se tiró al rio.
Dos leguas abajo, encontraron su cuerpo
y el de su muger enterrados entre la mate-
Z'a, que amontonó la creciente en la playa.
La pobre viejecita no duró ni una semana:
se la llevó la pena.
Todo esto lo supe de3pues, cuando abrí
los ojos,· tras haber estado muriendo, y me
hallé solo, sin mas señas de mi compañero
que el puñal que me dejó en el pecho, y que
hasta ahora guardo ahí mismo, como una
santa reliquia.-
y Con treras sacó del seno ac¡ uella arma,
UN GRUPO DE CAlmUJltTES. 159
que con sorpresa nuestra, vimos brillar á la
luz de la mañana.

III.

Habia amanecido!
N ueva sorpresa, aún! La creciente habia
pasado, y nos encontrábamos ante un rau-
dal cristalino.
Triple sorpresa! La incógnita del capu-
chon habia desaparecido. Tanto nos absor-
bió el trájico relato del guía, que aquellos
tres incidentes se produjeron sin que nos
diéramos cuenta de ello.
Atravesamos el temible torrente cuya
onda, llegaba apenas á los jarretes de nuestros
caballos; y dos horas despues, pisábamos los
dominios de aquella emperatriz de la henno-
sura preconizada por Boado, y nos apeiba-
mos en el anchuroso patio de su morada.
Cuál seria nuestro asombro, cuando en la
baranda del corredor que circuia la casa,
divisamos, extendido, secándose á los rayos
160 UN GRUPO DE CAMINANTES.

del sol, el misterioso c~puchon que encu-


bria á nuestra nocturna compañera.
Se6"uida de dos lindas niñas, la encanta-
dora dueña de casa, sonriendo con malicia,
salió á recibirnos con todo el hospitalario
agasajo de una castellana.
Tránsito L., muy digna de las quijotescas
exageraciones de Boado, era una deliciosa
jamona, frisando en los cuarenta; pero á cuya
belleza acompañaba tanta gracia y donaire,
que eclipsaba la beldad de sus hijas, como
eclipsa á las estrellas el lucero de la ma-
ñana!

UNA CONVERSIO~.
UNA CONVERSlON
• ANGEL J. CARRANZA

l.
Efraim era un bello jóven belga, jefe de
una de las principales casas comerciales de
Arequipa.
Su distincion y la gracia de su espíritu,
con quistábanle , en todas partes, envidiable
popularidad. Era el ídolo de los salones.
Los hombres, buscaban solícitos su amis-
tad; las jóvenes, allá, en el secreto virginal
de BU corazon, guardaban, todas, por él, al-
gun tierno sentimiento.
Sin embargo, en la blanca ciudad de amo-
rosas tradiciones, donde Himeneo tiene un
templo al que van á prosternarse los hijos
de todas las naciones, Efraim no tenia
nona.
164 UNA. CONVERSION.

Cortés y galante con todas las mugeres,


ninguna podia decir que hubiese pedido su
mano.
Amaba, en verdad, á la bella María D.
y era amado de ella; pero la jóven v (rgen ,
ocultaba este amor doliente y sin esperan-
za; porque entre ella y Efraim mediaba un
abismo.
María era cristiana, y él, profesaba la ley
de Moisés, culto rechazado por la Iglesia,
que cuenta á los judios en el número de los
infieles.
y no que en sus creencias Efraim lleva-
ra el fanatismo de los mosaistas. Era libe-
ral; pero veneraba profundamente las tra-
diciones de sus padres, y hacia de su obser-
vancia un punto de honor.
En vano sus amigas con el doble ascen-
diente de la belleza y la uncion cristiana,
vertian en su oido la súplica y la persua-
cion. Efraim las respondia con dulces son-
risas, tras las que sentíase una acerada
firmeza.
Pero las piadosas arequipeñas no se des-
UNA CONVRRSION. 165
animaban. Al contrario, aquella resisten-
cia encendía mas el celo de su ardiente ca-
ridad; y proseguían cerca de Efraim su
apasionada propaganda.
y l\Iaria? Ay! ella, católica ferviente,
lloraba en silencio, deplorando el anatema
de separacion que en este mundo y el otro,
la apartaba de su amado; pero, ni aun á
precio de la salvacion eterna, le habria pe-
dido una apostasía, que repugnaba á la
lealtad de su alma.
Mas he aquí, que un día, una nueva fatal
sorprendió á Arequipa, derramando en ella
la consternacion.
Efraim se moria.
U na de esas dolencias que mbran laten-
tes en las regiones del corazon, estalló de
repente; y siguiendo con rapidez inexora-
ble su desastroso curso, llegó victoriosa á la
postrera etapa ....
11.
Entre el claro oscuro de la antecámara
llena de gente, sentíase el siniestro rumor
de una expectacion dolorosa.
166 UNA CONVERSION.

Por la puerta entornada de la alcoba, di-


visábase un lecho en que yacia espirante un
hombre en la flor de la vida.
Los médicos con semblante sombrío, aban-
donaban, uno tras otro, la estancia, envian-
do, todos, á la mirada interrogadora de los:
que aguardaban, el mismo signo denega-
tivo:
El desahucio!
Cuando el último de ellos hubo salido,
una bella jóven que velaba oculta detrás
las cortinas del lecho, apareció de repente,
y cayendo de rodillas alIado del moribun-
do,lnurmuró á su oido con dolorido acento:
-Efraim!-
El, no la oia ya.
Pálido y cerrados los ojos, dormitaba en
el sopor de la agonía.
La jóven enjugó el sudor frio que bañaba
las sienes del enfenno, y acercó un vaso de
agua á sus cárdenos lábios, que á ese con-
tacto se agitaron.
-María! -articuló con voz tan débil,
UNA COVNERSION. 167
que solo el corazon de la jóven pudo perci-
birlo.
-Héme aquí-respondió ella, reclinan-
do su mejilla en la almohada del agonizante.
.,
- ¡ Mana.-repl 't'ó'
1 est e-a di'
os ... , ...
hasta el cielo!. . , . . .
-En nombre de Aquel que derramósu
sangre por todos, hasta el cielo! -exclamó
lIaría desde el fondo del corazon. Y estre-
chando la mano de Efraim, oculta otra vez
tras las cortinas del lecho, hundióse en mu-
da plegaria.
Entre tanto, en la cámara vecina, excla-
maban simultáneamente y con acento de
profunda consternacion:
-Señor! ¿será posible que este jóven,
noble, generoso y bueno, esté destinado al
infierno?
-El, que, apesar de sus horribles creen-
cias, posee las virtudes sublimes que enseña
el Evangelio, será desechado por tí, Dios re-
munerador? Lo excluirás de tu cielo, Dios
de bondad?
-No, no será. Nosotras abriremos sus
168 UNA CONVERSION.

ojos á la luz, antes que los haya cerrado la


muerte! No hemos convertido á Oerf? No
hemos convertido á White?
-Sí! al fin vencerán nuestros·ruegos, y
el poder de nuestra confianza en Dios ... -
y una á una, aquellas bellas piadosas, en-
traban en la fúnebre alcoba, é iban á pros-
ternarse al lado del moribundo, llamándole
con cariñosos nombres y santas invocaciones.
Pero, una á una, todas, se retiraban des-
alentadas, estallando en sollozos.

111.

De repente abrióse la puerta dando paso


á un religioso, jóven, alto, pálido, de grave
y apasible semblante, que saludó con las
palabras del apóstol :-La paz sea con vos-
otros!
-El paill'e Samuel! -exclamaron las
llorosas damas, corriendo al encuentro del
misionero, cuyas severas virtudes lo hacian
objeto de general veneracion.
-Oh! padre mio, venid en su auxilio,
mu. C01n'D8l0N. 169
nosotras hemos agotado en vaao persoacio-
nes, ruegos, lágrimas; él no quería escu-
chamos, y ahora no puede oimos, porque
está muriendo.
-Invoquemos la divina misericordia-
dijo el misionero entrando en la cámara, cu-
ya puerta cerró tras de si.
Las damas cayeron de rodillas y en anhe-
lante espera, oraban.
El misionero acercóse al moribundo, con-
templó su semblante con la certera mirada
del facultativo, y poniendo la mano sobre su
eorazon, que latia con la terrible turbulen-
cia del órgano próximo á estallar:
-Señor! -exclamó-la hora suprema
se acerca para este hombre, que, en medio al
error, ha vivido en tu ley por las virtudes in-
natas de su alma. Ten piedad de él, cual la.
tuviste de mi, cuando me arrancaste de la si-
nagoga para llevarme á tu Santo Templo (*)
y dígnate aceptar por BU salvacion mi
sangre.-

( *) El 'Padre Snmuel, rué judio convertido en


el templo del Santo Se¡'ulcro en Jerusalem.
170 UNA CONVERSION.

El misionero se prosternó ante el lecho de


muerte, desnudó su espalda enmagrecida
por las penitencias, y tomando de su seno
una disciplina formada con cuerdas y puas
de hierro, dióse á una horrible flagelacion.
La carne se amorataba en cárdenos sw'cos;
y luego hilos de sangre corrieron por el pa-
vimento, y rojas gotas salpicaron los blancos
cobertores del lecho.
Maria, abandonando su escondite, de pié
y tendidas sus manos contemplaba al reli-
gioso, que, elevada al cielo su serena mira-
da, proseguia, estático, aquel cruento mar-
tirio.
Profundo silencio, interrumpido solo por
los chasquidos de la disciplina sobre las ma-
ceradas carnes, aumentaba el horror de
aquella temerosa escena.
De repente los lábios del moribundo re-
moviérollse en confuso murmullo; su pecho
se infló con un ruido de sollozos y esterto-
res; sus ojos se abrieron fijando en el mi-
sionero una mirada intensa, é incorporán-
dose con un supremo esfuerzo:
UNA CONVERSION. 171
- Basta, padre! basta, hennano! - excla-
mó.-Soy cristiano!-
y cayó inerte en los brazos de María,
exhalando el último aliento, en el instante
que el religioso poseido de santo gozo, en la
mirada lm celeste destello, derramaba so-
bre su frente el agua sacra del bautismo ...
Al rumor de esta escena, aquellas, que an-
helantes esperaban, abrieron las puertas de
la alcoba y cayeron de rodillas, ante el su-
blime espectáculo que se ofreció á su vista!
FRANCESCO, EL MERCACHIFLE.
FRANCESCO, EL MERCACHIFLE.
A JOSEFINA PELLIZA DE S ... G ... ST ....

l.
Diez y ocho años tendria el rubio gioven-
neto. La alegría de la juventud reia en sus
azules ojos, abiertos con gozoso asombro,
cual si divisaran las venturas de la vida.
'l es ti do con una blusa parda y un panta-
Ion raido; ágil Y suelto de cuerpo; al hom-
bro, la vara cargada de muselinas y bajo el
brazo el carton de novedades, paseaba las
'calles pregonando con. voz luelodiosa y
acento genovés-Gasas d'ltalia! signoras;
blondas y recortes bordados! signoras. Tullo
lJUono, verdad, signoras.-
Placíame comprar sus mercaderías á aquel
176 FRANCESCO, EL MERCACHIFLE.

pobre niño, tan contento y animoso, en


medio á la exigüidad de su existencia.
Charlaba con él, mientras medía las telas
vendidas; interrogábalo, sobre su tierra
natal, pequeña aldea encerrada entre mon-
tañas; sobre sus proyectos, reducidos á ganar
el dinero necesario, para regresar á ese
amado rincon; comprar un trozo de tierra,
plantar un huerto, construir una cabaña, y
casarse con N anetta, la hija del sacristan
-La mia ámorosa-decia él con acento de
profunda ternura.
- y yo-añadia quien esto escribe, di-
virtiéndose en dar relieve á aquellos rientes
mirajes-yo, que para entonces seré rica,
viajando en Italia, llegaré de paso á la aldea
donde Francesco y N anetta, unidos por el
amor, saldrán á recibirme, llevando en bra-
zos un henno~o niño del que yo seré madrina,
y lo dotaré con un millon de liras.-
El sencillo muchacho acogia con el gozo
de la conviccion estos cuadros de un ventu-
roso porvenu·.
FRANCESCO, EL MERCACllIFLE. 177
_. ¿Qué me traes hoy,Baclticha-decíale,
apoderándome del carton.
-Ruchas de cinta, signora; redecillas de
seda para los cabellos, signora; pañuelos y
entredoses de batista bordados, signora.
Tutto buono, verdad signora.-
y mis túnicas, mis pelerinas, mis faldas
y sus volantes de encaje, procedieron todos,
de la vara y del carton de Francesco.
Mis amigas no querian creerlo: tal pri-
mor resultaba del piadoso esmero, que, por el
intel'és de mi protegido, ponia yo en la con-
feccion de esos objetos de vanidad femenil.
Pero, al fin, tenian que rendirse á la evi-
dencia; y entonces, hacíanse tambien par-
roquianas de la vara y el carton de Bachi-
cha, que prosperaba en su pequeño co-
.
merClO.
Para que el pobre niño pudiera ahorrar el
alquiler de vivienda, tan caro en las grandes
ciudades, influí para que un buen hombre,
arrendatario de una quinta antigua y de
vasto edificio, 8ituada en la calle de Ya-
11
178 FRANCESCO, EL MERCACHIFLE.

lambo, le diera un cuarto de los muchos


que tenia desocupados. .
Elpobre-muchacho me estaba enextremo
agradecido. Y no solo fué él: muy luego,
el arrendatario mismo, vino á darme gracias
por la adquisicion de aquel vecinito, que
alegraba la casa con sus risas y sus cantos.

11.

Por aquel tiempo, un asunto de interes


para mi familia, me obligó á emprender un
viaje á Bolivia.
Durante mi ausencia, una horrorosa epi-
demia visitó á Lima, haciendo terribles
estragos, sobre' todo en el bajo pueblo.
En menos de quince dias, callejones y
barandas de vecindad, quedaron desiertos,
y las anchas fosas del cementerio cerrábanse,
cada dia, repletas de cadávares.
Los médicos, por no alarmar á la ciudad,
abstuviéronse de dar al flagelo su verdadero
calificativo-fiebre amarilla.-
El vulgo, que de todo ríe, hasta de sus de-
FRANCESCO, EL MERCACHIFLE. 179
sastres, lo apellidó-la ferrolana-por haber
coincidido su aparicion, con el arribo de una
fragata de guerra, española, de este nombre,
procedente de la China.
A mi regreso á Lima, casi á nadie encon-
tré del mundo de gente pobre que cono cia.
Mi lavandera, mi costurera, la frutera que
me proveia, el suertero que me traia la de
ámil, la sanguera de la esquina, el jazmi-
nero: todos habían perecido.
Qué doloroso vacio para quien 8e apega
con cariño á cuanto la rodea! Reemplazar
á esos servidores perdidos; cuánta amar-
gura!
Otra pena mas: Francesco habia desapa-
recido. Ya no se oia en las calles su melo-
dioso pregonar, y nadie lo habia visto, ha-
cia tielnpo.
Habria sido tambien, víctima de la epi-
denlia el pobrecito Bachicha?
El anhelo de averiguarlo me llevó á la
quinta de Malambo.
Al fondo de un c~adro de legumbres di-
visé al arrendatario, ocupado en aporcar sus
180 FRANCESCO, EL MERCACHIFLE.

espárragos, y le envié desde lejos un saludo


y una interrogacion.
- Ah! señora - me dijo, cuando hube
llegado á él- nuestro pobre italianito ha
muerto, ó se ha enloquecido - Y como me
viera juntar las manos consternada.- Sí-
continuó-y hasta no me queda duda de
que lo uno y lo otro ha sucedido. Juzgue
Vd. De repente, el pobre muchacho dió en
la mania de encerrarse. Dias y dias quedá-
base en su cuarto, bajo llave, silencioso como
un muerto, él, tan alegre! ..... y, lo que era
peor, sin comer ni beber.
Acerquéme á preguntarle, al través de la
puerta, si estaba enfermo.
Respondióme que lo habia fatigado mucho
el trabajo en la última semana, y queria.
descansar,
Sin embargo, yo estaba inquieto: aquello
no era natural.
Cuando, hé aquí, que al oscurecer de una
noche, Francesco, arrebujado en un~ fraza-
da, salió todo agoviado, pero con cierto
aire furtivo, y tomó la calle.
FRA~CE~00. El, MEHCACHTF LE. 181
N o de allí á mucho, regresó, pero volvió
á salir ; y en el espacio medianero, hasta las
diez, hizo repetidos viajes.
Desde esa hora, el portero lo esperó en
vano para cerrar la puerta: Francesco no
volvió mas.
Otra cosa aún: y esto, es mas grave: el des-
venturado desapareció abandonando todo:
su cama, sus ropas, y hasta el carton de cin-
tas y la vara cargada de telas, que consti-
tuian, como él decia, riendo, toda su fortuna.
Sin duda, en algun acceso de fiebre ó de
locura, habia removido parte del'pavimen-
to del cuarto, dejando los ladrillos rotos, y
el suelo hondamente socavado. Habríase di-
cho que quiso cavar su sepultura.
Echélne á buscarlo por toda la ciudad;
pregunté á sus compatriotas. Nadie lo ha-
bia visto.
Rejistré el manicomio, y los hospitales,
sin que en ninguno de aquellos lugares
pudieran darme de él, noticia alguna. Eran
tantoS los moribundos, que, en aquellos ter-
ribles dias de epidemia, eran recogidos en
182 FRANCESCO, EL MERCACHIFLE.

las calles y llevados á espirar allí, descono-


cidos.
En fin, con gran pesar de todos, en la quin-
ta, porque de todos era querido el amable
muchacho, hemos tenido que ceder á la
la realidad, y contarlo entre los muertos.-
Hablando así, el arrendatario lloraba.
Yo tambien tenia lágrimas en los ojos.
Pesóme haber ido á buscar tan tristes nue-
vas.
-Pobre niño! -pensaba, atravesando el
puente, á la vista lejana del cementerio,
-hé allí donde ha ido á hundirse, con tu ju-
ventud y tu alegria, el poético idilio que so-
ñaba tu mente. Héte ahí perdido en una
ignorada fosa, olvidado de todos, excepto
de mi. ...... y quizá de Nanetta!

11 I.

y pasaron años.
Todo cambió, así en mi, como en el mun-
do de mi tiempo: todo, escenarios y prota-
gonistas.
FRA ~C'E~('O. 1':T, MRRCACHTFT.E. 183
El suelo se cubrió de ferro carriles que
se llevaron el perfume del sahumerio, y
trajeron el del gas, dela hulla y del asfalto.
Lima, olvidando los terremotos que con-
mueven el suelo en que asienta, aglomeró
pisos sobre sus casas, y subió á ellos el mar-
• mol y el granito.
¡ Adios, balcones de morunas e elosias , tan
propicios al delicioso espionaje de las jóve-
nes! Reemplazáronlos elegantes antepe-
chos de alabastro, donde las curiosas eran
el blanco de las miradas.
La fisonomia misma de la tradicional be-
lleza limeña, sufrió enorme trasformacion.
A los grandes ojos negros, ardientes y domi-
nadores; á las oscuras cabelleras rizadas, su-
cedian ojos azules de lánguido mirar; cabe-
llos que parecian robados á las doradas nu-
bes de la aurora.
- ¿ Quiénes son estás bellísimas rubias?
Diríase una ronda de ángeles.
- Son las de W olff.
- Gringui1:a.s, por supuesto.
184 FRANCESCO, EL MERCACHIFLE.

-Limeñas lejítimas; pero hijas del Cón-


sul aleman.
- y este buen mozo, pero lastÍmoso gi-
nete, cabalgando en cuclillas sobre ese mag-
nífico zaino?
-Es Rodolfo Sanchez, que va montado
á la inglesa: es decir, con la mas refinada
elegancia.
-Es posible?
-Nada mas cierto.-
Al retiro, donde grandes dolores me ha-
bian secuestrado, llegábanme, repetidos por
los écos de la política, de la finanza, de la
galanteria, nombres que me eran descono-
cidos. Parecíame, en pleno Lima, habitar
un país extrangero, tantas eran las indivi-
dualidades tenninadas en inni, cini, wortt,
eith, now, que poblaban las altas regiones so-
ciales, y ejercian en ellas poderosa influen-
cia, al frente de valiosas empresas yespecu-
laciones de alta importancia.
y en las esferas del placer, bailes, parti-
das de campo, regatas, carreras, festivales,
todo era organizado y dirigido por estas no-
FRANCESCO, El, MERCACHIFU~. 185
tabilidades exóticas que habian venido á
suplantar á los Zavala, Mendoza, Aliaga,
Lapuente, Salazar, etcétera, del hispano
cuño.
Un dia recibí de un amigo millonario el
siguiente parte:
- J ulian de la Vega, tiene' el honor de
participar á Vd. el enlace de su hija Ele-
na Rosa, con el Señor Arnolfo di Castelfrido.
- Castelfrido! ¿ N o es este el agente del
último mnpréstito ?
-Sí, Y dueño fundador de la gran casa
introductora del mismo nombre. Breve: una
aculuulacion de millones.
-Un jóven y bello argentino, un Go-
mez, adoraba á Elena, y era de ella ama-
do. ¿ Qué se hizo de ese poético noviazgo?
-Lo deshizo el áureo prestigio del ita-
liano.
-Oh!
- Qué? Nada mas lógico. A tiempo que
Gomez se hundia, tontamente, en la quiebra
de un socio bribon, Castelfrido llega, no
como sus compatriotas suelen venirnos, des-
186 FRANCE¡;CO. EL MERCACHIFT,E.

nudos y á comenzar fortuna, vendiendo pes-


cado frito tras el mostrador de una chinga-
na, sino trayendo consigo caudales. Dota al
país con el establecimiento de un gran cen-
tro cemercial, y efectúa con el gobierno un
negocio de capital importancia. Añádase
á esto, apenas treinta y cinco años, y todo
un buen mozo. Bah! razon le sobra á Elena.
-Pobre Gomez! Requiescat in pace!
Amen!-
Ay! hablando así, yo profetizaba. Sí,
requiescat in pace! porque no de allí á mu-
cho, el desgraciado Gomez moria, víctima,
decia él, de una antigua dolencia al cora-
zon ; pero, en verdad, al rigor de la honda
herida que abrió en su alma, la traicion de
Elena ..... .
Era necesario hacer la visita de boda.
Encontré la luna de miel instalada en una
casa magnífica, situada entre dos jardines.
Un palacio, oro, plata, mármol y piedras pre-
ciosas prodigadas por todas partes.
Elena, el hada de aquella deliciosa man-
osion, reclinada en el divan de una jardine-
FRANCF.f!CO. El, MF.RCArnTFT~E. 187
'a, rodeada de un círculo de aduladores, le-
rantóse y vino á mí, resplandeciente de be-
leza y felicidad.
-Picarilla !-munnuré á su oido al abra-
~arla-no necesitas decirme que eres dicho-
la; lo veo en esa carita, que se ha vuelto
~as linda, todavia.
- Conoce usted á mi esposo? - digo ella.
~on apasionada uncion.
- No; sino por lo mucho que de él, me
han hablado.
-Ah! cuando lo haya visto, sabrá usted
apreciar toda mi ventura.-
. Saludos y presentaciones. La conversa-
cion volvió á su tono festivo. Sirvieron re-
frescos.
Elena nos regaló en el piano con una de-
liciosa fantasía.
Sin embargo, yo estaba triste; pareciame
ver vagar entre aquellos esplendores la som-
bra doliente de Gomez. Y contemplando á
la ingrata, que sonreia alegre, mientras sus
ágiles dedos arrancaban al pI eyel armonio-
sas notas, recordaba los versos de una can-
188 FRANCESCO, EL 1I"ERCACHTFLR.

cion que, en sus últimos días, oí cantar á. 00-


mez en l~ guitarra:-
. . . • . . . . Tú, allá, .de mi olYidada,
Festin y placentera,
Ni un suspiro, I.Íquiera,
CoDIIIIPM , mi amor.

IV.
Interrumpió el curso de mis reflexiones, la
entrada de un apuesto caballero que atrave-
só el salon con gallarda soltura, y vino há-
cia nosotras, despues de saludar conla mano
al grupo masculino.
-Hélo aquí! qué le parece á usted?-
dijo Elena, estrechando mi brazo, á tiempo
que el recicn venido se inclinaba ante mi. Y
tomando la mano de éste.-Mi esposo-di-
jo; y señalándome á él. - La mas querida
amiga de mi familia, - concluyó.
Castelfrido i4e inclinó otra vez, pronun-
ciando galantes frases.
y en tanto yo, en extraña confusion, mi-
rando aquel hombre, pensaba-¿ Dónde he
visto yo esos ojoS abiertos, como la contero-
FRANCE8CO, EL MERCACHIFLE. 189
placion de una grata lontananza? Dónde he
oido la melodía de esa voz, que me recuerda.
no sé, qué lejanos tiempos?
-Lo veo -cuchicheó Elena á mi oido.-
Usted tambien lo encuentra distinguido y
bello. ¿No es cierto? Ah! en cuanto á mí,_
por mM que él, finge un orígen humilde, y se
da por hijo de pobres campesinos, yo tengo
la sospecha, casi la conviccion, de que es un
príncipe disfrazado, que oculta su grandeza
en la sombra del misterio. -
Yo, en el mismo tono, - mejor será hija
mia-· repuse-mucho mejor, que sea lo que
es: un hombre honrado y laborioso.-
Hablando así, contemplaba á Castelfrido,
y me preguntaba siempre: dónde habia vis-
to con familiar frecuencia, aquel risueño
semblante; dónde habia oido,.en amistosas
pláticas, aquella voz suave y atrayente.
Viéndonos inclinadas, la una hácia la
otra, hablar quedo, el esposo de Elena fijó
en ella una tierna mirada, y volviéndose
ámi.
190 FRANCESCO, EL MERCACHIFLE.

-Dulces confidencias !-exclamó.-Ver-


dad signora?-
Estas dos palabras, como un rayo de luz,
iluminaron en mi mente la extension de un
largo pasado.
Allí estaban los primeros tiempos de mo-
nLda en Lima; allí los dias de la Juventud,
con BU plácida. alegria, BUS perfumes y sus
galas, buscadas con gozoso anhelo, así en
los escaparates de los grandes emporios del
lujo, como entre las mercaderías callegeras
de vendedores ambulantes.
-Bachicha ¿qué me tra~ hoy?-escu-
chabáme decir, allá, en otro mundo.
-Gasas d' Italia, signora-oia que res-
pondia la voz que ahora hablaba.
Miré otra vez al brillante Castelfrido, y
mi labio murmlUÓ:
- ¡Francesco ?
-Si: el jóven hermoso y apuesto que es-
taba ante mí, y se inclinaba, sonrienuo con
graciosa galanteria, el millonario negocia-
dor de un empréstito nacional, era aquel
pobre muchacho que recorria las calles de
FRANCESCO, EL MERCACHIFLE. 191
Lima, vendiendo algunas varas de gasa y
las cintas contenidas en un carton. Era
Francesco, el mercachifle.
y Elena, siguiendo en sus afirmaciones,
díjome, y ahora en alta voz:
-Por mas que se niegue Vd. á decla-
rarlo, veo que lo cree como yo.
- Soñadora -dije, procurando reir para.
ocultar mi asombro-Dentro de poco ten-
drán ancho campo tus desvarios, paseando á
traves de la poética Italia.
-No, querida mia; yo soy de naturaleza
-sedentaria, y mi esposo ama á Lima como
si hubiera nacido en Malambo -dijo Ele-
na, sonriendo á su marido.
Rápida, pero visible emocion apareció en
el semblante de Castelfrido, y pasó como
una sombra.
Sin embargo, yo dudaba todavia; tan ex-
traña parecíame la asimilacion de aquellas
dos individualidades, tan distantes la una de
la otra, en la vida y en el tiempo.
y queriendo cercioraflne de la verdad que
tenia ante mí, sin poder creerla:
192 FRANCESCO, EL MERCACHIFLE.

-Ah! exclamé, riendo con desenfado-


hé aquí los caprichos del destino: Esta feliz
pareja, que podia realizar la mas bella de
las odiseas, se encierra prosáicamente en su
hogar, y yo he pasado mi juventud anhelan-
do, en vano un viaje á Italia, á esa mágica
Ausonia, que soñaba la mente ..... y cre-
yendo realizar esa deliciosa utopia, me tra-
zaba itinerarios, y me permitia castillos en
el aire, entre otros, uno á la intencion de
un bueno y amable muchacho, que trabaja-
ba sin mas ambicion que ganar el dinero
preciso para volver á su tierra natal, una
aldea perdida entre montañas; plantar un
huerto; construir una cabaña, y casarse con
su amada N anetta, la hija del sacristan.
Ay! si el pobrecito no hubiera pel·ecid"
en la terrible epidemia del año 60, es-
taria aguardando todavia, la promesa que
le hice, de ir, poderosamente rica, á visitarlo
en su aldea, ser la madrina de su primogé-
nito, y dotarlo con un millon.-
y riendo siempre, volvíme hacia Castel-
frido.
FRANCKSCO. EJ. KERCACH11PLK. 193
Los ojos del italiano, con una mirada

de profundo enternecimiento, estaban fijos
en mi.
Me habia. reconocido.
Luego, serenándose de pronto-¡ Intere-
sante leyenda!--cxclamó.-Ah! si U. me
pennitiera continuarla y darle fin! ....
-Qué Ine place! anlablc colaborndor-
respondí en el nwnno tono.
-lIagnífico!-gritó tlcna con unaexplo-
sion de gozo-SQño~ : hé aq uf dos nO\9clis-
~ que confeccionan un rOluanco. Escu-
chemos.-
y en tomo nuestro forlu6se un cú-culo do
oyent:a5.
v.
- y hicn!-continuó Ca8telfrido, son-
riendo con plácido despejo-Aquel pobre
muchacho. . . . .. Cómo llaluaremos, signora,
al héroe de nuestro relato ?

-Franoesco.
-Francesco, huérfano y pobre, abandonó
su tierra natal, pequeña aldea. encerrada en
11
19 ..~ FRANCESCO, EL MERCACHIFLE.

las hondas quebradas de los Alpes; dijo


adios á su patria, y embarcado entre la
dotacion de un buque mercante, llegó un
dia á estas playas, desnudo de todo, excepto
del valor y la esperanza.
Con arreglo á las condiciones de su en-
ganche, Francesco se halló libre al arribar
al Callao; y el rico negociante propietario
del buque, áquien interesaron la temprana
edad y el desamparo del pobre niño, lo reco-
mendó á un comerciante de la Ribera, que
lo habilitó con las mercaderías de su tienda.
Durante dos años, Francesco, hecho un
almacen ambulante de telas, cintas y enca-
jes, la vara al hombro y bajo el brazo un
carton de chucherias, recorria las calles de
Lima, de norte á sur y del setentrion al
mediodia, pregonando á voz en cuello:
Gasas d'Italia! Signoras; páñuelos y recor-
tes de batista bordados, signoras.
y repiqueteando con los dedos en el car-
ton de novedades-Collares de ooral y ca-
mafeos de lana, signoras!
y ellas, buenas y hospitalitarias, como
PILurCl8CO, EL 1lDC.lCBIPI.L 115
IOn la8 mugares en I.ima, apiadábaDM del
pobre niño extrangero, llamá.lwlJo de ven-
tanu y balcones, compraban con preferen-
cia 8US mercaderias, y le daban titiles con-
aep.....
una., entre e11u-pl'08iguió Castelúido,
enviándome una dulce mirada-una, 80-
bre todo, espfritu bromista, pero excelentA!
corazon, consagró al pobre BaclaicluJ. como
ella lo llamaba, una verdadera amistad.
Reía de 8US inocentadu, pero entraba con
entusiasmo en 8US proyectos, alentando 108
esperanzas Y fortaleciendo 8U fe en el por-
.
venlr.
Otras vece& divertJaae en 80iiar para él
hono~ y riquezas; predeciale la pc~ion
de la Villa Borglaese en Roma, del palacio
Doria en Génova, del de Pitt en Florencia.
Luego, d88C~ndiendo de aquellas lIuntua-
ria.s regiones, , las do la \ida práCtiC'A, le
prL'<licaba el órden y la economia, b88e do
toda prosperidad. I

Para e,yudarlo en estoa propósitos, intere-


só en thvor lUYO" UD hombre bondadoao,
196 FRANCESCO, EL lrIERCACHIli'LE.

arrendatario de una q1linta de vasto y ~nti­


guo edificio, que le dió en él una vivienda.
Era esta un cuarto abovedado, en el que
FranCes'co instaló su exiguo equipaje, muy
contento de la tranquilidad de la casa, ha-
bitada solo por el arrendatario y sus peones.
Muy luego, á uno y otros cautivó la ju-
venil alegría del muchacho, que, cuando
acabado el trabajo de la jornada, se reunia
á ellos bajo los árboles de la quinta, los di-
vertia con historias y cantos.
U na noche, el sacudimiento de uno de
esos temblores frecuentes en Lima, despertó
á Francesco, que dormia con el sueño pro-
fundo de los primeros años.
Pasado el ruidoso remezon, .v cuando
., el
jóven comenzaba de nuevo á [email protected].
un fenómeno lnas extraño, tcdavia, vino á
desvelarlo.
U na luz azulada, indecisa, encendióse .de
repente en un ángulQ del cuarto.
Habríase creido qu: era un rayo del ple-
nilunio, si la.. puerta y la ventana no estu-
vieren cerradas.

FRA~CESC(), EL 1fERCAmlfll'T,F. 197
Pero, luego, aqullla claridad, flameó en
llamaradas trémulas que lamieron el suelo
y se apagaron.
Las supersticiones de sus montañas nata-
les acudieron al ánimo de Francesco, que
tuvo miedo.
Mas, reponiéndose pronto, encendió BU
lámpara y registró el sitio, sin encontrar na-
da que pudiera darle la solucion de aquel
misterio.
A la mañana siguiente, cuando Frances-
co se preparaba á salir, llamaron á su puerta.
Era su lavandera, una negra vieja de la
Cofradia de San Lázaro, que le traía la ropa
á su nuevo domicilio.
. -Bienvenida, Chepita y compañia!-
~xclalnó el italianito. -Ya creia no volver
á verte.
-Guá! niño, ¿quiéu tiene de ello la cul-
pa sino "G., que muda de casa sin avisarme,
ni decir palabra en la baranda? .Si no es
porñoJositoelaguador, que le trajo lacama
en su bornco, no sé hasta cuándo hubiera
tenido su ropa, sin saber dónde llevársela.-
198 FRANCEflCO, EL MERCACHIFLE.

y mirando en torno-Ay! niño-prosi-


guió, con la volubilidad peculiar álos negros
-esta casa es muy pesada: aquípenan. En
otros tiempos, allá, cuando la ruina del Ca-
llao, diz que perteneció al marqués de To~­
reblanca, un ricacho muy perverso, salteador
de caminos, que enterró sus tesoros y murió
de mala muerte.
Desde entónces, el alma de aquel conde-
nado viene, á penar en los lugares donde los
escondió, asustando á las gentes con ruido
de cadenas y gemidos.
-Pue3, si llego á ver Ú oir por aquí ~
ese de la Torreblanca-dijo, riendo el ita-
lianito-he de pedirle me indique dónde
ocultó esas riquezas que á él, ya n~ pueden
servirle.
-¡Ave :María purísima!-exclamó Che-
pita, escandalizada- Niño, ¿no tiene usted
temor á Dios?
¿ Y si ~e acontece lo que al pobrecito g~­
go de la esquina del Tigre?
-Pues, qué le sucedió al~?
-Que se le puso en la cabtza que habia
FRANCESCO, EL MERCACHIFLE. 199
oculto un tesoro en un sitio de mi cuarto,
donde yo habia visto arder llamaradas de
fuego. En mala hora se lo dije una noche
en conversacion. Señor! que allí habia un
entierro,. y por mas, que le djje, no pude
quitárselo de la cabeza. Salió y volvió lue-
go con una barreta, y como yo tuviese nlie-
do me llevó donde una vecina, y él volvió á
encerrarse en el cuarto con la pena! . .... .
y se quedó, y se quedó; yyo aguardando,
aguardando, hasta que siendc ya muy tarde
fui á llamar á la puerta de lni cuarto que
se abrió al tocarla, mostrándome la vivien-
da solitaria, y en el sitio dónde ví arder
la llama, un hoyo, ni mas ni menos que una
sepultura.
De3de entónces nadie volvió á ver algrin-
go, que desapareció, como si la tierra que se
empeñó en socavar lo hubiera tragado.-
La negra charló, todavía, largo rato; pero
Francesco no la escuchaba ya, absorto y la
mirada fija en el sitio donde en 'la noche se
encendió la misteriosa llama.
Asi que la negra se hubo marchado, y que
200 FRANCESCO, EL lIERCACHIFLE.

el alTendatario y sus peones, en los trabajos


de la huerta, dejaron la casa sola, Francesco
fué á buscar en un cobertizo donde guarda-
ban los útiles de labranza, un azadon y una
pala, que llevó consigo á su cuarto donde se
encenó bajo llave, dándose á cavar, con ma-
llO enérgica, en el sitio consabido.
Los antiquísimos ladrillos del pavlluento,
cedian y se pulverizaban al golpe del azadon,
que Francesco interrumpia con fre~uencia
para escuchar con oido inquieto.
A l~ profundidad de un metro, el azadon
chocó en un cuerpo duro, y un doble sonido
luetálico salió del fondo del hoyo.
Francesco se estremeció: el tesoro del sal-
teador Torreblanca relampagueó en su men-
te. Animado de nuevo ardor, tomó la pala,
despejó la escavacion y saltó dentro.
Hallábase áoscuras, pero sus manos pal-
paron una aglomeracion de trozos duros,
frios y de enorme peso, que extrajo durante
lioras, en sucesion inacabable.
En fin, Francesco salió del hoyo ya yacio,
y fatigado, tembloroso, el pecho desbordando
FRANCESCO. EL MERCACHIFLE. 201
de tumultuosas emociones, sentóse en el
suelo, apoyó la cabeza en aquella lnisteriosa
masa, apilada por él en las tinieblas, y se en-
tregó á encontradas cavilaciones.
¿Qué era aquello que yacía alIado suyo,
y que llenaba su alma de ansiedades, de cu-
riosidad y de temor? Erale imposible ave-
rigUftrlo, porque la gente habia vuelto del
tr.abajo y la casa estaba llena de ruido.
Illlnóvil y silencioso, Francesco, aguar-
daba.
Cuando el arrendatario y la gente, con-
cluida la cena, se hubieron recogido, y Fran-
cesco pudo encender luz, se encontró delan-
te un gran monton de lingotes de oro.
A la vista de aquellos tesoros, el pobre
mercachifle sintió miedo, miedo de que otros
ojos lo vieran.
Las inquietudes del rico surgian en su
áninlO!
Apagó la luz, y pasó la noche meditando.
Al dia siguiente, Francesco tenia ya for-
mado un plan. Cuando la casa volvió á
quedar sola, aprovechando el momento en

202 FnA~c7Sco, EL MERCACHIFT,E.

que el portero fué á tomar la copa matinal


en la vecina bodega, salió furtivamente, des-
pues de echar llave á su cuarto, y fué á
hacer preparar en la tienda de un pintor del
Baratillo, un bote de barniz verdi-negro que
se llevó oculto en un pañuelo,. entre una pro-
vision de frutas y de pan.
El portero no habia vuelto aún, y Fran-
ce~co pudo entrar sin ser visto.
Encerróse de nuevo; encendió su lámpa-
ra y pasó, el dia entero, dando á aquellos tro-
zos de oro, una capa de barniz que los cam-
bió en barras de cobre oxidado.
Pero, era necesario que aquella pintura
secase sobre sus lingotes de oro; y Francesco
sufrió tres dias mas de encierro, silencio,
hambre y sed.
En fin, una noche pudo, embozado con
un cobertor, llevarlos, en repetidos viajes,
á la vivienda de su lavandera.
- Chepita -:-le dijo-me permites traer
aquí una partida de cobre que mi patron
de la Rióera ha comprado para mandarlo
mañana á Europa?
FRAN'CESOO, EL lfERCACHIFT..E. 203
-Eso y mas niño ..... Pero, guá! ¿ qué
tiene, que lo veo tan pálido y ojeroso?
-El trabajo, aniiga, el trabajo.
- Ah! lo que es ser uno pobre! ...... ni
enfermo puede descansar! Traiga, niño el
cobre; lo acomodaremos en el cuartito del
carbon 1 que está vacio, porque sepa usted
que mañana, yo, tambien, me voy al Callao,
y de mudada.
-- Pues hé aquí que esto nos conviene á.
los dos.
No necesitas tú una carreta para llevar tu
~quipaje?
. - Si; Y ya la pedí para las seis de la roa-
ñana á mi compadre Melo.
-Yo la pagaré, y en ella llevaremos tam-
bien este cobre, para embarcarlo en el buque
del señor Denegri, que se dá á la vela tem-
prano.-
y así se hizo: Francesco se embarcó lle-
vando consigo quinientas b~ de cohre,
que, un mes mas tarde, llegadas á Génova,
cobraban su primitivo color, y abrían á. su
dueño inmensos horizontes.
204 FRANCESCO. ET, MERCACHT1i'T,f:.

- y Nanetta?-interrogó álguien, en el
círculo que escuchaba atento.
-Olvidada!-respondió en coro el aü.di~
torio.
-Oh! que nó!-exclamó Castelfrido.-
Francesco guardaba su fe.
Apenas llegado á Génova, atravesó la
ciudad sin verla; y á pié, cual de ella saliera,
emprendió la peregrinacion á la'tierra natal,
aquel pobre burgo escondido entre montañas,
que albergó su infancia y los primeros dias
de su juventud.
y corria, anhelante, á lo largo del sendero
que, serpeando entre peñascos descendia á
la encrucijada de donde se divisaba el pue~
blo. Pero ay! al llegar á este, Francesco se
detuvo petrificado ..... .
La aldea habia desaparecido. En el pa~
raje, donde antes se alzaban sus pintorescas
casas, sus huertas y jardines, veíase la huella
del terrible alud, que, cayendo de lo alto de
los montes, los habia arrastrado, con sus ha~
bitantes, á lo hondo de un precipicio .....
Francesco lloró largo tiempo su ensueño
FRANCESCO, EL MERCACHIFLE. 205
desvanecido. Despues, cuando la resigna-
cion descendió á su alma, vió, en aquella ca-
tástrofe, los designios del destino que lo
llamaban á otra existencia.
Dió su vida al estudio y á largos viajes,
que hicieron del pobre mercachifle lm hom-
bre ilustrado, y abrieron á su ambicion vas-
tos espacios. '
Un dia Francesco sorprendió en su alma
un sentimiento nostálgico. El recuerdo de-
Lima.
La riente ciudad donde todo le fué
,propicio: todo, desde el corazon humano,
hasta la tielTa, que le diera los tesoros ocul-
tos en su seno, lo llmnaba con lnisteriosa.
atraccion.
·Franeesco, que, áun en medio á la opu-
leneia, llevaba el corazon triste y 'vacío: ce-
dió á ese grato reclamo, y volvió á Lima.
Contempló otra vez su esplendoroso cielo;
aspiró con delicia sus perfumadas auras, y
una hermosa virgen le dió, con BU amor, la
felicidad.-
Concluyó Castelfrido, inclinándose ante
206 FRANCESCO, EL MERCACIlIFLE.

mí, y sonriendo á su esposa con inefable ex-


preSIOno
-Bravo!-exclam6 ésta, y con ella el
auditorio.
-Bravo!-repetí yo, de pié para despe-
dirme. -Gracias, estimado colega- añadí
-por haber restituido la vida á aquel ama-
ble muchacho, y dádole las riquezas de que
era digno por su amor al trabajo y su exce-
lente corazon ....
-Aguarden ustedes, señores novelistas
-gritó Elena deteniéndome. - ¿y aquella
bromista amiga que en medio á sus burlas
tanto se interesaba por la suerte del pobre
Bachicha? ¿La buscó este cuando rico y
prestigioso volvió á Lima?
-No pudo hallal'la- apresuréme yo á
responder. -Rabia para ello una razon muy
sencilla: ella habia dejado el nombre de su
estado para· tomar el de su familia en el
mundo de las letras.
Un dia, sin embargo, por un juego del aca-
so, los antiguos camaradas se reconocieron
en medio á las frívolas pláticas de un salon.
FRANCESCO, EL llERCACHlFLE. 207
El, profundamente COlllllovido, iba á ha-
blar, á descubrirse; .pero ella que habia vi-
vido mucho y estudiado la sociedad, quiso
preservarlo de sus mezquinos juicios, le im-
puso el silencio, mirándolo con la mirada
indiferente y la fria sonrisa que se dan á los
estraños.-
. Mientras Elena y sus amigas batian pal-
mas y me obsequiaban con un nuevo bravo,
Castelfrido estrechó mi mano con visible en-
ternecimiento; y en el fondo de sus bellos
ojos azules, divisé una lágrima.

VI.
Un dia, 2 de Noviembre, iba yo con todo
Lima, camino del Cementerio, y compraba
flores á mi paso por las huertas de lIara-
villas.
Vecina al convento del Buen Pastor, lla-
mó mi atencion una casita preciosa, verda-
dera miniatura, con su puerta de verja en-
tre dos ventanas voladas j al fondo y dando
entrada al principal, una galería cubierta.
208 FRANCESCO, EL MERCACHIFLE • •

de madreselva, y por patio un delicioso jar-


dinito. Bosquecillos de rosales; grupos de
toda suerte de arbustos floridos, y el suelo
sembrado de violetas, claveles y margaritas.
Bajo un aromo que sombreaba la puerta,
en un sillon de junco, apoyado al tronco
del árbol, estaba sentado un viejecito de ca.-
bellos blancos, seco, encorvado, pero limpio,
bien vestido, y de apasible semblante.
_. i Qné hermosas flores tiene Vd., se-
ñor ! -díjele, saludándolo desde el umbral
de la puerta-¿ Quiére Vd. venderme al-
gunas para llevarlas á un sepulcro?
-No vendo flores, ni las corto, jamás-
respondió, levantando la cabeza para mi-
rarme-pero si son para los muertos, lleve
Vd. cuantas quiera.
- j Ah! señor Hidalgo, aunque no fuera
sino por sus bondadosas palabras, habia de
reconocerlo - exclamé apoderándome de las
manos del anciano p~ra besarlas con respeto.
- ¿ Con quién estoy hablando señora?-
preguntaba el viejito, contemplándome con
curiosidad.
, FRAN~. EL XERClCHIFI,E. 209
-Encastigode ese olvido, no he de de-
círselo, yo, que he reconocido á Vd. desde
la. primera mirada. Sepa Vd., 8010, que una.
amiga le pregunta qu~ ha sido de su vida
en tantos años, desde que dejó la quintade
Malambo .....
-Desde queme la quitaron-dirá Vd.-
po·m dársela á un rico antojadizo que la
arruinó, despues de arruinarme á mi, que
años y años he andado de aquí para allá, pa-
deciendo lo que padecen los pobres ..... .
Pero Dios es grande! Un dia, cuando mas
iniserable estaba, porque o.,to lne tomó ya
viejo y achacoso, comiendo en 10M Descalzos
y viviendc en un cuartucho de callejon, se
me apareció un cahallero lnuy ele,;a.nte y
buen mozo; sin duda, de la alta, pregun-
tando por ~l pobre lIidalgo.
Cuando le dije que era yo, no sé por qué,
me miró aSOInbrado ..... ~ Y,,Jo quo es nlas,
señora, se le cayeron las lági-imM. De3do
luego, era de lástuna, porque él no me
.
conOCla.
Puso en mi mano un billete do cien soles,
lA
210 FRANCESCO, EL MERCACHIFLE.

y me dijo que contara con una renta men-


sual, de igual cantidad, que me seria pagada
en la casa Castelfrido, y la propiedad de
una finca para alb~gar mis últimos años.
En efecto, ocho dias despues, el mismo
caballero vino á buscarme y me puso en po-
sesion de esta casita que encontré amuebla-
da, y que habito, hace un año.
Yo creo que debo esta obra de caridad á
una de esas sociedades benéficas ..... quizá
á los masones ........ Pero ¿ quién les habría
hecho pensar en mí, viejo, enfermo y des-
valido?
-Dios, señor Hidalgo; Dios que le de-
bia una recompensa para su generosa hospi-
talidad al pobre Francesco. . . . . .
-Ya sé quién e3 Vd., señora..Lgritó el
viejecito, tendiéndome las manos, en un
arranque de gozo-Ah! por Vd. tambien
han pasado, se vé, los dolores de la vida ...
Si; aquel pobre muchacho, tall: bueno, es-
tará rogando por mí en el cielo.
- y ese generoso protector que lloraba,
FRANCESCO, EL MERCACHIFLE. 211
sin duda, de gozo, al derramar sobre Vd.
su munificencia ..... .
-Ah! loado sea Dios! todaviahay almas
á quienes las riquezas no han pervertido ... -
y vosotros, pensé, los Zavala, Men-
doza, Aliaga, Salazar, podeis alabaros de
haber hecho tan noble uso de los tesoros
acumulados por vuestros padres?

*
Francesco : si un dia leés estas lineas, ve-
rás que he guardado tu secreto.
EL PROFESORADO.
EL PROFESORADO.

Qué tiempo aquel, de gratísimos recuer-


dos! Ah! quien dice que el magisterio es
una labor penosa, no sabe lo que son las
mas puras fruiciones del alma.
Vivir en una atmósfera de azul y oro,entre
una falange de ángeles que os piden les en-
señeis los caminos de la vida, y os traen las
reminiscencias del cielo.
Teresa, María, Enriqueta, Susana, Luisa,
Zoila, Clemencia! Sé que cual yo, recor-
dais con amor ese tiempo en que, reunidas en
torno á la gran pizarra del salon de clases,
era para nosotras un verdadero goce, ense-
ñar y aprender.
¿Recordais nuestro dictado gramatical,
ese prodigioso esfuerzo de vuestra inteli-
216 EL PROFESORADO.

gencia, asombro de los profesores que lo pre-


senciaban?
Yo misma no he podido explicármelo,
sino como una corriente magnética que
nuestro mútuo cariño establecia entre mi
mente y la vuestra.
N o os explicais vosotras tam bien así, el
hecho de referiros yo una leyenda, un relato·
cualquiera, que despues colectivamente es-
cribiais, párrafo á párrafo, por el solo dic-
tado gramatical de las parte3 de h, oracion?
Un dia tan lejos ya de vosotras y de aquel
venturoso tiempo encontré, hojeando pape-
les dos de esas leyendas LA ERA DE GRA.CIA Y
VIRTUD INF ANTIL, frutos de aquel fenómeno
mental.
Lloré sobre sus páginas lágrimas de en-
ternecimiento; y hoyos las consagro en este
libro.

cco
EL PROFESORADO. 217 •

LA ERA DE GRACIA.

1.
Reinaba Herodes en Judea, y en el Impe-
l'io Romano, Octavio Augusto.
Los antiguos dOlninios de Israel, por los
pecados de su pueblo, habian venido á ser
una prOVInCIa romana.
Los descendientes de sus reyes, en el
trascurso de largos cautiverios, habian per-
dido sus riquezas y confundídose entre la
multitud.
Vivian del trabajo, y solo en el rádio de
las relaciones familiares, era conocido su
preclaro origen.
Entre la régia prosápia, habia una VÍl·gen
de excelentes virtudes llamada María ó Mi-
rían, en lengua hebrea: Estrella del }Iar.
Habitaba una pequeña ciudad de nombre
Nazareth, situada en un valle de Galilea,
donde el perfume de santidad que de ella
emanaba, difundíase, oculto, cual el de la
violeta.
218 EL PROFEBORAOO.

~n su pObre morada, res.plandeciente de


nítida limpieza, brillaba algo tan misterio-
samente santo, que hacia de ella lilllugar
sagrado, visitado por los buenos, y donde los
malos, convertidos, se volvian á Dios.
María guardaba para unos y otros, en as-
piraciones de ardiente. caridad, consejos y
plegarias.
11.
Un dia, al anochecer~ prosternada en el
paraje mas sombroso de su jardincito, bajo
una tupida fronda de madreaelva, María
oraba con el alma arro bada en lm éxtasis
divino.
La tierra habia desaparecido de su men-
te, que llenaba la intuicion de la felicid.ad
eterna.
y las sombras del crepúsculo se exten-
dian bajo el ramaje; y las flores exhalaban
su mas esq uisito aroma.
De súbito, el rojo fulgor de Occidente
palideció á la claridad de una luz maravi-
llosa, que iluminó el espacio; y una voz ce-
. -EL PROFESORADO •
. 219
lestial exclamó con acento de profunda a.do-
racion : -Salve, oh! llena de gracia!-
La tínrida vírgen se turbó al escuchar es-

ta salutacion excelsa, que alarmó la humil-
dad de su alma.
-No temas, María -prosiguió el celeste
mensajero,-porque el Altísimo te ha esco-
gido para que en tí, se cUlnplan las profecias
que desde el principio de los tielllpOs, anun-

cian nacerá de una Vírgen, Aquel que será
enviado para redünir el mundo.-
María, cruzadas las manos sobre su pecho
é inclinada la frente en señal de obediencia:
-Hé aquí la esclava del Señor-exclalnó.
-¡Hágase en mí su voluntad!-
y como la V írgen en su profunda modes,;.
tia se creyese indigna de tan alta gracia; y
como su mente se abismara en la misteriosa
alianza de la maternidad con su inmacula-
da pureza:
-Dios es omnipotente- añadió el ángel;
y nada hay imposible para Él.
Hé ahí tu prima Elisabeth, que envejeció

220 EL PROFESORADO.

estéril, muy pronto dará al mundo un fruto


de bendicion.-
María inclinó. hasta el suelo la frente, y
adoró á Dios en la grandeza de sus obras.
Pasadó el místico arrobamiento producido
en ella por la celestial embajada, María se
halló sola; el ángel se habia alejado; pero la
maravillosa claridad permanecia resplande-
ciente en torno suyo: beatífica aureola, que
hizo saltar de gozo en el seno de Elisabeth
al niño que llevaba, cuando :María, poseida
de santa admiracion, fué presurosa á felici-
tarla por el prodigio que Dios habia reali-
zado en ella.
- ¿Cómó he podido merecer la dicha de
que la Madre de mi Señor venga á mí?-
exclamó la esposa de Zacarias, prosternán-
dose ante la augusta peregrina.- ¡Bendita
tú entre las mujeres! bendita tú, que llevas
en tus entrañas al Anunciado por los profe-
tas, al Deseado de las naciones, al Verbo de
Dios!
-El señor se ha dignado descender hasta
su esclava, y elevar mi alma á su grttndeza.
EL PROFESORADO. 221
para que me llamen Bienaventurada las
generaciones--respondió María, levantando
en SUB brazos á la santa matrona.

11I.
Pasados tres meses en piadosas pláticas,
y habiendo mecido sobre su regazo al Pre-
cursor, lIaría, de vuelta á Nazaret, vió
salir á su encuentro á su desposado, á José,
llamado el Justo, que cayendo de rodillas
ante ella-Elegida del Altfsimo--{'xclamó,
besando la orla de su túnica-dígnate habi-
tar el hogar de tu siervo; y derrama en él
la santidad que en tí se encierra.-
Maria tendió la mano á BU esposo con la
dignidad de Reina y el amor acendrado de
una tierna consorte.
y habitó bajo el humilde techo del car-
pintero, quien, aunque de real estirpe como
ella, cual ella tanlbiGn era poure y vivia del
trabajo de sus manos.
Por aquel tiempo, qaeriendo el (Ajsar sa-
ber el número de habitantes que poblabaQ.
su "Vasto Imperio, ordenó UD padron que
222 EL PROFESORADO.

llevó á sus súbditos á las ciudades de su na..


cimiento, para ser allí inscritos.
José y su e.sposa, abandonaron tambien su
apacible casa ~e N azareth pará subir á Belen,
la ciudad de David, su abuelo, y cumplir
como vasallos el imperial edicto.
Mas, cuando, en humildes cabalgaduras
hubieron llegado á la ciudad, llenábala una
inmensa multitud que ocupaba las casas y
posadas. Eran gentes acaudaladas que pa-
gaban expléndidamente la hospitalidad.
Pero ellos, pobres y desconocidos en la
ciudai de sus padres, fueron rechazados de
todas partes; y como no encontraran hos-
pedaje, y la noche habia negado, y fuera
húmeda y fria, hubieron de asilarse en una
gruta que servia de pesebre á los rebaños;
y allí buscaron descanso entre las tinieblas.
:Mas: ahnediar de aquella noche, unagran
claridad iluminó la comarca; y una legion
de ángeles, descendió al campo donde ve-
laban unos pastores en guarda de. sus ga-
nados; y formando en torno de ellos una
ronda celestial. -Alzaos-les dijeron y
EL PROFESORADO • 223

'Olvidad vuestras miseriaB, porque acaba de
nacer Aquel que viene á redimiros. Id á
adorarlo y lo hallareis reclinado en un pe-
sabre.-
y elevándose en los aires, pobláronl08 de
melodías, cantando: i Gloria á Dios en las
alturas y paz en la tierra á los hombres de
buena voluntad!

VIRTUD INFANTIL.

l.
A corta distancia de uno de 103 pueblos
del Norte del Perú, en una cabaña aislada
entre peñascos y matorrale3, vivia una po-
bre viuda, desamparada y sin mas compa-
ñia que una hija, niña de ocho años.
Aunque de tan corta edad, Maria era
animosa, inteligente y trabajadora.
De dia e3tudiaba alIado del fuego, en tan-
to que hacia el almuerzo, y la merienda, que
224 EL PROFESORADO.

servia á su madre bajo la fronda de una
parra plantada por ella y que comenzaba á
darles hermosos racimos.
El resto de las horas cosia y bordaba para
las señoras del pueblo.
Al anochecer, un anciano, antiguo precep-
tor del lugar, que habitaba una choza no 1e-
j')s de allí, venia á sentarse á la mesa de la
viuda, quien par tia con él su frugal comida.
Desf>ues de la cena, Maria daba al ancia-
no las lecciones que habia aprendido en me-
mo á sus faenas domésticas.
El resto de la noche, hasta las diez, em-
pleábalo en tejer blondas tan bellas, que des-
de la pobre cabaña dcmde sus ágiles deditos
las confeccionaban, iba á lucir en los salones
de Lima y. en sus primorosos dormitorios,
adheridas á la orla de fustanes, fundas y
sábanas, bajo nevadas faldas y cobertores de
terciopelo.
Luego, y durante una hora, leia en voz
alta, para ejercitarse, algun libro útil ó pia-
doso, y repasaba sus lecciones.
Cuando el guacco daba su tercer canto,
EL nOFFSORAOO. 225
Maria cerraba su libro, se amxlillaba ante
la imágen de la. V írgen, rezaba 8U8 oracio-
nes, recibia la bendicion lnak!rnal, y se dor-
mía tranquila en 8U camita blanca, segura
deque la cobijaba el Ala invisible del ángel
de 8U guarda.
A las cinco de la mañana, lfarla se 10\"8n-
taba, bania la C81J8,; 10 Meaba todo, prepB-
raba café para su madre y se 10 servia en la
cama.
Se bañaba y peinábase; vestia con coq oe-
tena 8\18 pobres ropi tas y voh·ia á las lDÍs-
J,D88 ocupaciones que llenaban 8U vid!\.
El domingo iba al pueblo con HU nladre,
oia. misa á 8U lado; p8Feaba Mida á AU Inano
en tomo á la pla7..a; comprablllllguna friole-
ra en las tiendas, otra en ellnercndo; jugaba.
con las niñas de 8U edad bajo las higu('rRR de
loa patios, mientra..., su., m'\dres platicaban
sentadas á su 8Ombra; y ti la caída elel 801,
regreaa.ba contenUshna á 8U ca..., cantandn,
aaltando, volviéndose de vez en cuando luida
8U madre, para darla gracias por 108 objeto.
que la habia comprado.
11
226 EL PROFESORADO.

y cU':l.ndo llegaban á su pobre cabaña, pa-


recíale á :María que no la habia visto en mu-
cho tiempo y lo contemplaba todo, extasia-
da: la mesa cargad), de labor; las camas,
hechas con esmero; el fogon con sus oUitas
limpias; los conejos; las gallinas, á las que
llamaba. por sus nombres, y que acudían á
comer las semillas y yerbecitas de los cam-
pos, que les traia en su bolsillo.
y así pasaba para la niña el tiempo, sin
que tuviera ni una hora de aburrimiento,
porque todas estaban consagrad3.s á algu-
na útil ó agradable ocupacion.

II.

Un dia que su 111adre habia ido al pueblo


llevandD costuras, llegó á la pobre casita un
viajero; y viendo á :María, que estaba re-
gando una luaceta de torongil en el jardin-
cito del patio. -Buenos dias, hermosa niña
-la dijo,-Serás tan buena que interce-
EL PROI'R8OJlU)(). 221
das con tu madre para que me conceda una
hora de hOtlpitalidad?
- Mi madre no Be halla en casa, señor-
respondió llarfa-pel'O yo puedo rogar A
usted en nombre suyo, que 8e apée y entro
á descansar bajo nuestro techo.-
El viajero, encantado de aquella invita-
cion tan graci088. y amable, echó pié á tier-
ra y siguió ó. la niña, que le dió asiento en
el sillon de BU madre, Y le sirvió la taza de
café que tenia preparad~ para ella. Todo
eso con tanta sencillez, con tan afectU080
apresuramiento, que el viajero la contem-
plaba enternecido.
-Pero, hija mia-la. dijo-¿créos que
tu madre lleve á. bien este agasajo á. un des-
conocido?
-Oh! si, señor ¿no 08 usted. UD pere-
grino?
-Ciér~! y de lejanas tierras llego.
- Pues eUa me ha en.~ñado las obras de
misericordia; y verá con gozo q uo sé prac-
ticarlas, y agradeceré ó. usted, ademas, que
me dé la ocasion, ofreciéndole la sabrosa pe-
228 EL PROFESORADO.

chuga de un pollo, que acabo de estofar


para nuestro almuerzo.-
y así diciendo, ponia delante del viajero,
en un extremo de la mesa una servilleta
muy blanca, un cubierto reluciente de lim-
pieza y un plato de loza con la pechuga
del pollo, flanqueada de una torta caliente,
cocida bajo el rescoldo, y amasada por sus
manos, para hacer de ella el pan del dia.
-Esa es la ventaja que los pobres tene-
mos sobre los ricos: nosotras preparamos
nuestro alimento; ellos reciben el suyo de
manos mercenarias. ¿No es cierto, se-
ñor, que esa pasta tiene una delicadeza de
que carece la que se confe?ciona en las pa-
naderias?
-En verdad, hija mia, que está exqui-
sita.
-Ah! señor!-exclamó la niña de pron-
to, y juntando las manos continuó -noso-
tras no tenemos vino!
-¿Qué importa eso, hija mia? Ahora.
mismo tenias en la mano un vaso de agua
cristalina que beberé con gusto.
EL PROFE~ORADO. 229
- y si usted prefiriera un vaso de chicha?
Le agrada á usted esa bebida del pobre?
-La chicha es para lní, hija mia, el me-
jor de los licores. Benditos los Incas, que nos
la dejaron en herencia ! -
y tomando el vaso de espumoso líquido
que la niña le presentaba,
- A tu salud, benéfica criatura !-dijo,
inclinándose ante ella.
y lo apuró con delicia.
-Gracias! señor.
Ahora voy á quitar el cubierto y poner
en su lugar este vaso de flores. Son su-
ches ......... Qué bien h\lelen! verdad?
Pues, su perfume nunca se desvanece, aun-
que se sequen .......... .
Pero, hé ahí á mamá, que viene del pue-
blo ........ ¡Pobrecita! ........ ¡cargada
con la canasta de recado! Voy á quitár-
sela.-
y corriendo al encuentro de su madre.
-¿ Por qué te maltratas así, madrecit3.
mia !-la dijo entre un abrazo y un beso.-
Pudiste pagar un real á ño Asencio el carga-
230 EL PROFESORADO.

dor, y te habria traido ese peso que para


él, es nada; mas, para ti, es dañoso y supe-
rior á tus fuerzas.
- Pues hijita, héme aquí muy fresca; y
con ese real te he comprado ....... Adivi-
na qué!
- ¿ Un carrete de hilo?
-No!
- Un dedalito.
-¡No!
-¿Agujas?
-No!
- ¿ Q ue, e3, pues, mamá mm..?

-Este bello grabado que tanto te gustó,


en la tienda del librero.
- ¡ Mi Niño Dios! mi lindo Niño Dios!-
exclamó la niña, besando la mano á su ma-
dre.
-Gracias mamá.. Pero sabes que en re-
compensa te re8ervo unas albricias? Adi-
vina tú tam bien.
- Cómo podré adivinarlo, cuando todo
cuanto haces, hija mia, es loable y santo!
EL PROFESORA no. 231
-Pero yo sé que entre e.30 loable de que
hablas, hay algo que habia de agradade
mas: dí!
-En verdad que no acierto ..... lIas ...
ya! ya sé!
Habráshecho un bello análisis gralnati-
cal, que te yaldrá los elojios de tu anciano
maestro.
-:Mejor que eso. ¿ Qué dices de practi-
cal' bajo nuestro pobre techo la hospita-
lidad?
-Oh! un peregrino!
- Si: y venido de larga distancia.
-Apié?
-No; que su corcel está pastando detrás
de la casa, la grama de mi praderi tao
-Pero ¿ dónde está nuestro huésped?
-Hélo aquí -respondió ella entrando en
la sala, y señalando al viajero, que se habia
puesto en pié, y saludaba con una profunda
reverenCIa.
-Siéntese usted, señor, y sea el bien ve-
nido-dijo la viuda-lIucho agradezco á
mi niña la satisfaccion que acaba de darme.
232 El. PROFESORADO.

-Ah! señora! y yo cuán hondamente


enternecido estoy ante la noble y generosa
piedad de esta criatura!
Sola, en la casa, no temió la entrada en
ella de un desconocido.
Pero, lejos de ello, acojióme con la dulce
confianza de una antigua amistad, y el
agasajo y solicitud de una hija. -
Encontraríame confundido ante tanta
bondad, si no estuviera encargado de darle
su recompensa.
-Qué dice usted señor! El deber no es un
mérito, y su recompensa está en cumplirlo.
-Pues, para que vean usted~s que Dios
me reserva la dicha de premiar la virtud de
esta niña, escuchen esta historia que en po-
cas palabras voy á referirles.

111.

-El gorro, el poncho y la vicuña que


me envuelven ocultan mi estado.
Soy sacerdote.
EL PROFESORADO. 233
A estas palabras, el viajero se descubrió
mostrando tonsurados, sus blancos cabellos.
María se puso en pié y besó la mano al
ministro del Altísimo.
Este continuó.
-No há mucho, viajando por Europa,
fuí á pasar el invierno en Niza. Alojéme en
un hotel con henllosas .vistas al ~leditelTá­
neo, rodeado de jardines y arboledas.
Vecino á mi cuarto, ocupaba un departa-
mento de primera clase, una mujer jóven y
bella, aunque en estreulO pálida.
Parecia enferma; y todos los dias, á la
hora que el sol brillaba en el cenit, salia
aCOlnpañada de una jóven negra que la ser-
via, y con lánguidos pasos iba á sentarse
en un banco del jardin.
Allí, permanecia horas enteras medita-
bunda, con las manos cruzadas sobre sus
rodillas y la mirada vagando, triste, en el
vasto horizonte que de allí se descubria.
La negra, sentábase en el suelo, y colo-
caba en su regazo los piés de su señora.
234 EL "PROFESORADO.

Un dia, el sol pasó sin que la pálida jóven


viniera á buscar sus calorosos rayos en el
banco del jardin.
A los alegres visitantes que llenaban de
ruido su salon, suceclieron otros taciturnos
y sombríos: eran lnédicos.
Un dia salieron moviendo la cabeza con
signos de lnal agüero. Y no volvieron lnas.
Ese dia al anochecer llamaron á la puerta
de mi cuarto. Era la negra.
- Señor-me dijo en excelente castella-
no, y con el agradable acento popular de
Lima-mi señorita desea hablar con su
merced y le ruega se digne escucharla, no
aquí, sino alIado de su cama, donde la tiene
postrada ya, su terrible dolencia.-
y la negra, llorando con angustia, me con-
dujo á la suntuosa morada de su mna.
Pasmáronme los rápidos efectos de la tísis
en aquella hermosa jóven.
Era ya un cadáver.
Todos la habian abandonado: todos: ex-
cepto la pobre negra, que arrodillada al pié
EL PROFESORADO. 235
del lecho, volvia el rostro.para ocultar sus
lágrünas.
-Acérquese usted señor-dijo con voz
apagada, la lllOribunda-Gracias, por la
prontitud con que se ha dignado usted acu-
dir á la deInand1. de una desconocida.-
Díjela que todos érmllOS hernIanos en J e-
sucristo, y nos debíamos auxilios y protec-
Clono
- i Ah! - exclalnó ella-cuán buena, her-
mosa y consoladora es la religion, aún para
aquellos que la olvidan.
Yo, padre mio, nací y me eduqué bajo su
santa ley; pero las riquezas y las vanidades
del mundo me perdieron.
Mas culpable que una pagana, conociendo
á Dios, he vivido sin pensar en Él, ni rendir-
le su debida adoracion!
Las riquezas que su munificencia nle ha-
bia dado hélas consagrad1.s al culto de lni
cuerpo, este ídolo de barro que yo cargaba
de joyas y telas precios:1s, cual si hubiera de
ser eterno, y que ahora yace destruido, y
próximo á volver al lodo de que fué formado.
236 EL PROFESORADO.

Hé aquí, llegada á su término esta vida que


se ha deslizado breve como un ensueño; inú-
til como un raudal ~l través de un yermo.
Mas, Dios en su misericordia ha permitido
á la pecadora volver atrás, desandar el mal
camino, y hacer, al fin, aquello que descuidó
en el principio.
Aunque usted no me conoce, padre mio,
yo crecí oyendo de su boca la palabra de
Dios, allá en mi pueblo natal, del que era
ustEd cura.
De manos de usted, recibí por vez primera
la santa Eucaristia, un dia que siendo muy
niña aún, arrebatada de fervorosa uncion
habíame acercado á la sagrada mesa, y jun-
tas las manos, esperaba el augusto luomento.
U sted fijó los ojos en mi y elevando la hos-
tia-Niña-me dijo-¿sabes lo que este
divino misterio encierra?
-El cuerpo de Jesu-Cristo-respondí
yo, entreabriendo mis labios.
- Recíbelo! - articuló usted con profun-
da emociono
EL PROFESORADO. 237
y luostrando á la venturosa niña, dijo á
los fieles que llenaban el t81nplo:
- " Si no os haceis como uno de estos, no
entrareis en el reino de los cielos" -
La moribunda vió en mis lágrimas que la
habia reconocido.
-Oh! padre mio! exclamó-jqué dife-
rencia entre ese ángel y la pecadora que os
habla!
-Hijamia!-repliqué procurando domi-
nar mi enternecinnento.
-Aquel que así habló un dia, respecto á
la inocencia, dijo, talnbien que el arrepenti-
miento era igualmente agradable á Dios, y
subia cual olor de suavidad hasta su trono
divino.-
Enel demacrado senlblante de ola enfer-
ma brilló un rayo de gozo.
-Oh! padre mio! ya es un signo de per-
don el haberos enviado cerca de lUí. -
Y buscando debajo su almohada un
pliego sellado. - Tomad, padre ln¡o-me
dijo alargándomelo con mallO desfallecida-
238 EJ, PROFESORADO.

este es uu testamento. Ruegoos que sealS


su ejecutor.
He dividido mis bienes en tres porciones:
Dad una á los pobres; una á esta buena
negra, que, cansada de llorar, está ahí dur-
miendo las largas vijilias de mi asistencia.
En cuanto á la última porcion, dotad con
ella á la niña mas buena, laboriosa y carita-
tiva de nuestro pueblo-
Acepté aquella santa mision, y la jóven,
confiada en mi promesa, murió tranquila en
los brazos de la pobre negra, que lloraba des-
consolada.
Cumplí fielmente la última voluntad de
la moribunda: Los pobres bendijeron su
memoria y pagaron sus beneficios con plega-
nas.
La negra regresó á Lima, trayendo con-
sigo los restos' de su señora, que no quiso
abandonar en tierra extrangera.
y yo, señora, -añadió el anciano sacerdo-
te, dirijiéndose á la viuda-he hallado en
esta criatura la niña buena, laboriosa y cari-
tativa, á quien qniso dotar la pobre finada.
El. PROFESORADO. 239
Tuyo es, hija mia, el resto de esos bienes
que ella legó á tan piadoso fin.
-Ah! señor-respondió María-si es la
voluntad de Dios que yo posea esos bienes,
acéptolos, pero será para emplearlos en el
alivio de los desgraciados.
Lo apruebas lnamá?
-En verdad, hija mia, que en ello no ha-
rás sino seguir el pensamiento que dictó ese
legado.
A hora ¿ qué harás para realizarlo?
-En prilner lugar, si te parece bien, com-
prarmnos el terreno en que está situada nues-
tra cabaña; y cerca de ella, haremos edificar,
entre jardines, una casa espaciosa y cómoda,
donde recibiremos niños huérfanos y sin asi-
lo y ancianos enfermos y desvalidos.-
La viuda abrazó á su hija llorando de go-
zo, y el sacerdote la bendijo, llena el alma
de profunda emociono
240 El, PROFESORADO.

IV.
Un año mas tarde, entre un jardin y una
huerta, alzábase un hermoso hospicio, diri-
jido por la venturosa madre de su infantil
fundadora, empleada tambien, como sir-
vienta y profesora en aquel benéfico estable-
...
cimiento.
LA VIDA AL PASAR.
LA VIDA AL PASAR.
A M E R e E oE S e A 8 E L L o oE e JI A B o N ERA.

l.
OVACION Á LA VIRGEN.

U na fiesta en el Callao, fiesta del todo


mundana!
Una boda!
En el mismo dia, á la hora misma, una
fiesta en la Iglesia Monserrat, fiesta piado-
sa. U na ovacion á la Virgen.
En aquella baile, cantos, banquete, char-
las.
En ésta se ora, se medita, se adora.
Por cuál decidirse.
-Vamos al Callao.
-Vamos á Monserrat.-
y el grupo dividióse en dos fracciones:
244 LA VIDA AL PASAR.

El grupo masculino se dirige á la esta-


Clon.
El grupo femenino costea las calles de
Valladolid, Piedra, Gremios; sigue adelan-
te y se detiene en fin, á la puerta de un
templo brillantemente iluminado.
Perfulnadas flores, mezcladas á magnífi-
cos ramilletes artificiales, lo adornan con
profusion; el aire está saturado de aromas
exquisitos; el órgano exhala patéticas melo-
días, acompañando voces dulcísimas que
elevan himnos al Eterno.
El tabernáculo está descubierto, y la ma-
gestad de Dios llena el santuario.
Sobre dos filas de reclinatorios, oraban ó
meditaban prosternadas, una multitud de
hermosas jóvenes, en cuyo silencioso reco·
gimiento, adivinábase una anhelante es-
pera.
La misa comenzó, entre ondas de incien-
so y de melodía que poblaban la mente
de místicas visiones.
Despues del evangelio, ocupó la cátedra
un hombre sublime.. Alto, pálido, demacra-
LA VIDA AL PASAR. 245
do, como aquellos, que segun la expresion
del profeta, devora el amor divino; llevaba
en su ancha frente, el sello de una beatí·
fica serenidad.
Habló, y su voz suave é intensa, como
elperfurne de la violeta, difundióse en to·
dos los ámbitos del templo. Habló, y su pa·
labra elocuente, poderosa, llena de uncion,
de conviccion profunda, penetraba en el
corazon como un bálsamo santo y sacudía el
alma con rnisteriosas vibraciones.
Yo lo escuchaba conmovida, maravilla-
da, derramando dulces lágrimas que alivia-
ron el corazon de su inmensa pesadumbre;
y cuando calló, escuchaba todavia su voz
como una rnúsica lejana.
Dichoso, quien, en la últirna hora de la vi-
da, recibiera la uncion de esa palabra que
embalsanle su alma, y le sirva de viático
en la peregrinacion eterna. . .....
Al concluir la ceremonia, la linda patro-
na de la fiesta, dejando su reclinatorio, fué
á sentarse ante la mesa de la limosna.
Una señora que estaba allí, cerca, pensó
246 LA VIDA AL PASAR.

que de bia hacer una erogacion. Para ello


habia echado en la bolsa un sol del se-
tenta y cuatro.
Pero oh! contrariedad, habíala olvidado
en su casa.
-Luisa-dijo á una jóven que estaba
á su lado, - tiene usted dinero?
- Oh sí, - contestó ésta con denuedo.
-Pues, separe su limosna y déme á mí el
resto.-
La jóven busca en el bolsillo y tendiendo
la mano cerrada, dejó en la de la señora ....
una peseta.
- Poco es,-dijo ésta, -pero en fin.-
Levantóse para salir, y al dejar el templor
pasó por delante de la lnesa para dejar su
ofrenda. Pero cuál sería su estupor al ver
el azafate de la limosna lleno de relucientes
soles, festoneados de billetes de á veinte.
- Yo no doy una peseta- díjose, é iba
á pasar adelante; cuando alzando, por acaso,
los ojos, en un altar que estaba al frente r
encontró una imágen de la Vírgen que la
LA VIDA AL PASAR.· 247
miraba con severa expresion, cual si vitu-
perase aquella nécia vanidad.
Asustada por aquella alucinacion, sol-
tó en el suntuoso azafate, su pobre pesetita
que hasta tenía el defecto de ser agujereada,
y que dió un tristísimo sonido, al hundir-
se entre aquellas resplandecientes ar~to­
craClas.

11.
ESTILETOS FE:UEXILES.

-Ay! niña! ¿ quién te arañó?


-Déjame, que fué por defender á Hn
hijo.-
Asi preguntó una mujer que venía, y res-
pondió otra, que iba delante de lní.
Eché sobre ésta una ojeada y ví sus meji-
llas surcadas por líneas sangrientas, cual sí
las hubiera trazado la punta de un puñal.
-¿Pero quién fué el demonio que hizo
talhoITor en tucara?-continuó la interpe-
!ante.
-Figúrate que llevaba de la mano á mi
248 LA VIDA AL PASAR.

hijo en la calle. Un aleman alto, espaldudo,


colorado, con unas patillas color de infierno
y un garrote por baston, viene, quiere pasar
adelante, se enreda en la cola de mi falda y
cae cuan largo es. :Mi hijo rie. ¿Qué sa-
bia el inocente? Mas, el maldito hereje,
sin entender de bromas, levántase furioso y
alza el palo para sacudir á mi niño. Pero,
yo, mas tijera que él, arrojéme delante y me
prendí de sus patillas, con tal fuerza, que
. . . . . desperté bañada en sangre ....
Tenia las uñas clavadas en mis propias
mejillas.
-¡Malhaya tu pesadilla, y la manera de
contarla.
-¡ Ah, hija, de algun modo he de volver
á alguien, el chasco que yo me dí~

111.
INGRATITUD.

Las últimas nieblas del invierno se des-


vanecen ya, al secante soplo del nordeste.
LA. VIDA AL PASAR. 249
,Hé ahi el éter con su azulado manto re-
camado de estrellas.
He ahí el sol con sus expléndidos rayos,
con sus nacarados celajes y su cálido aliento.
j Bienvenido sea el astro benéfico que
trasparenta el espacio, matiza las nubes,
abre las flores, sazona los frutos y da vida
al universo!
Pero ...... ah! este himno que repiten
todas las voces de la naturaleza, es en
Lima rechazado como una herejia. N o po-
deis decir-qué dia tan hermoso !-sin que
os respondan:
- ¿ Con este solazo que trae la fiebre
amarilla?
- ¡ y la escarlata!
- j y las viruelas!
- j y la pulmonia!-
No hay influencia perniciosa que no la
achaquen al padre de la luz, en esta su
ciudad favorita, la capital de su iInperio.
Qué hijos tan ingratos son los hijos del
Sol!
250 LA VIDA AL PASAR.

IV.

LOS REYES DE LA HABA.

-Has ofrecido darnos esta fiesta-entra-


ron diciendo con aire contristado, el treinta
y uno de Diciembre, las lindas hadas que
visitan nli hogar.
- y la tendreis-dije, mostrándolas en
lo alto de una de las montañas de Judea,
formada con musgosas rocas atTancadas á
la baiad 1, del Barranco, los tres coronados
viajeros, que llegaban guiados por la estrella
de Belen.
- j Ay, hija, es el caso que todas nosotras
tenemos que ausentarnos, antes del dichoso
dia. Papá me lleva el hInes á Huacho.
- Yo me voy pasado lnañana á Chorri-
llos' nlarná quiere tomar un mes de baños.
-}Ii abuelita carga conmigo á Ancon.
-Mi hermano me llama á su boda, que
se efectua el seis en La :Magdalena.
LA VIDA AL PASAR. 251
-Pues, no obstante, la fiesta tendrá
lugar.
-Con otras!
- Con vosotras.
- Nosotras estaremos lejos.
-¿ Qué itnporta? Querer es poder.
-No sé como harás.
-Ni yo.
-Ni yo tampoco.
-Dejad, dejad, que de ahora á entonces,
hay mueho cable que jalar, COlllO dice no
sé quién. A qué pensar en m.añana, debien-
do hallarnos hoy reunidas en la últitna ve-
lada del año? . . . . . .
La casa mas pobre tiene un aire explen-
doroso para quien entra en ella con la idea
de lUla fiesta. Adelnas, en esta ocasion,
casi todas eran jóvenes y bellas.
La belleza es luz. Así, el salon, estaba
doblemente ilulninado.
Su desnudez, remedaba los agostados cam-
pos de J udá, cuya ciudad se divisaba en el
fondo, dominada por el divino pesebre.
Al pié del monumento y colocado sobre
252 LA VIDA AL PASAR.

un almohadon, habia un azafate misterio-


samente cubierto, que excitaba una viva cu-
riosidad; pero estaba defendido por tantos
alfileres, que desalentó los traviesos dedos
que osaron acercársele.
A las doce menos cuarto, el té trajo con-
sigo un enorme bizcocho de Chancay,
que tomó luego la fornla de una rueda, cu-
yos rayos se repartieron con gran conten-
tamiento de las niñas, que alargaban la
mano, imitando á los chiquillos, para pedir
su porcion, y la alegria se pintaba en todos
los semblantes ....... En todos?
No; que la casualidad habia reunido á
una matrona con un pretendiente reproba-
do por ella, pero amado de su hija; y ella es-
taba ceñuda, y él, con toda la confusion de
un delincuente.
Mas, esos puntos negros desparecian entre
las ondas de gozo que circulaban en gra-
ciosos chistes y alegres carcajadas.
De súbito, óyense, casi á la vez dos gri-
tos de sorpresa.
Donatilda M. y Victor G. han sentido la
y,A VIDA Al, PASAR. 263
resistencia de algo como un guijarro entre
la sabrosa pasta de Chancay.
- ¡Vivan los reyes de la Haba !-gritaron
muchas voces; y abriéndose las puertas,
entraron pajes, escuderos y doncellas.
Estas, levantaron en fin, el paño que ocul-
taba el misterioso azafate, descubriendo dos
reales mantos, dos bandas estrelladas, dos
cétros y dos coronas: una de rosas blancas,
y otra de dorados laureles, con que revistie-
ron á los soberanos de nuevo cuño.
Nada tan bello como estos dos jóvenes bajo
esas galas de la grandeza mundana; el uno,
terciado el manto, la banda al pecho, y al
brazo la jarretera; ella, con su vestido blan-
co de aLulada trasparencia y prolongada
cauda, semejante á una cascada de espuma;
cruzado el pecho por una echarpa celeste
sombrada de cruces, y sobre sus negros ca-
bellos la florida guirnalda.
Sentárnoslos ceremoniosamente, sobre un
trono de cojines, y formamos circulo en
torno de ellos.
- ¡ y bien !-dije á mis bellas amigas-
254 LA VIDA AL PASAR.

¿ no ofrecí daros la fiesta de la Haba?


Héla aquí. ¿ Qué importa que sea el dia de
Reyes, ó el de San Silvestre? .... -
En ese momento el reloj dió las doce.
D na gozosa exclamacion acojió la última
campanada yel vecino de la derecha abrazó
á su vecino de la izquierda.
Tambien, por casualidad, la suegra recal-
citrante se encontraba en este rumbo, res-
pecto á su azareado pretendiente.
La alegria predispone á la benevolencia.
Por eso, la señora tras un momento de va-
cilacion, volvióse á él; Y encontrando su mi-
rada suplicante, fija en ella, tendióle al fin
los brazos. El jóven se arrojó en ellos, ex-
clamando en tono interrogativo-Madre
mia?
-Hijo mio!-respondió ella.
Así, la fiesta que solo tuvo por objeoo
alegrar á unas lindas muchachas, dió la fe-
licidad á dos ~orazones que se amaban.
LA VIDA. AL PASAR. 255

v.
EN LA. GUE.RRA. CIVIL.

La riente Lima está triste; envuélvela


una atmósfera de duelo.
Sus hijos, requiriendo la espada, corren
á la guerra.
¿ A una guerra nacional? Regocijémonos!
No! en son de combate, van al encuentro
de sus hermanos!
¡Plegue á Dios librarnos de una guerra
fratricida! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Los dias trascurren tormentosos, al son
de marchas bélicas; fúnebres marchas, que
alejan, camino de la guerra, á tantos hom-
bres, ornato de la sociedad: padres, esposos,
hijos, novios, hermanos ...... .
¡ Cuántos hogares vacios de alegria y de
felicidad!
¡ Cuándo volverán esos queridos ausen-
tes?
¡ Quién sabe!
256 LA VIDA AL PASAR.

Son tan impenetrables las nieblas del


porvenir, por mas que la esperanza se em-
peñe en trasparentarlas con rosados colores!
De todos esos corazones divididos ¿ cuál
es el que no tiene ni quiere consuelo? Di-
ganlo estas frases recojidas aqui y allá, de
lábios, que, poco antes, habian dado doloro-
sos adioses.
-Esta noche tenemos un' palco de se-
gunda, muy bien situado. ¿ Vendrá usted
con nosotras á admirar á la Repetto?
-Con gusto; pero usted está triste. ¿No
hará en ello un sacrificio?
-¡Oh! no! Papá al despedirse, me reco-
mendó distraer mi pena, y, en efecto ¿ qué
ganaria pensando en los peligros de la
guerra?
- ¡ Cuánto nos ha enternecido la tristeza
que Cárlos se esforzaba en ocultar! Sus ojos
se llenaron de lágrimas cuando te reunió
en un abrazo con los niños.
- Apenábalo, sobre todo, el alejarse de
ellos en el mes de los regocijos infantiles.
PeI'o yo lo reemplazaré. He de hacerles una
J,AVID.\ :\ L PASAR. 257
fiesta de noche buena, con árbol, baile y cena,
que no hayan visto semejante los queri-
dos angelitos.
- Vengo del Callao. j Partieron! Qué
• •
contento va lnl hermano! Lleva en perspec~-
tiva Arequipa: la vision dé sus ensue-
ños ....... Adios) que se hace tarde, y voy
corriendo á vestil'lne y renovar lni peina-
do, para il á la soirée de Florita. Tú estas
igualmente invitada. ¿ Vas?
-Eso depende ........ ¿ Qué semblante
mostraba Luis al eInbarcarse ?
-El que debia llevar en tal ocasion,
sereno.
-El quédebia llevar! ¿ Por qué no es to-
davia mi esposo? Bueno! yo tambien se-
renaré lni rostro; alegraré lni alnla, y no
me daré al dolor. Voy contigo á la soirée de
Florita ........ .
EN LA CAsA.-Mamá, la sopa está en la
mesa, ven á tOluar algo; hace dos dias que
te obstinas en no comer.
-No tengo ánimo para ello.
-Vas á dejarte Inorir!
17
258 .
LA VIDA Al, PASAR
. •

-No, que el d')lor es la vida de las


madres ....................... -
Escúchabase el lamento desgarrador de
la voz de Ramá en la estacion del ferro
carril del Callao; y como dice el profeta :
"Raquel lloraba á sus hijos y no queria ser
consolada. "
Sin embargo vi dos madres que abrazadas,
iban, la una llorando; la otra, enrojecidos
los ojos, enjugaba los de su amiga, y le de-
cia con cariñoso acento :
- ¡Basta, :María, basta!
- ¡Basta !-replicó la otra, exasperada
por el dolor, volviéndose con un ademan su-
blime,-¡No! quiero llorar todas las lágri-
mas de mi corazon! Quiero 1l0rarIas delante
del desnaturalizado padre que ha entre-
gado á mi hijo!
-Ven á derramarlas ante el Padre celes-
tial : El, te devolverá á tu hijo-insistió la
otra; y entró con ella á un templo ...... .
Cuán dulce es en medio á las agitaciones
y tumultuosos vaivenes de la vida humana,
buscar un refugio para el alma dolorida en
LA..VIDA AL PASAR. 259
el fondo de un tenlplo, al arrullo de la pala-
bra divina.

VI.
LAS AVES VIAJERAS.

Partió la luelodiosa bandada que vema


cada dia á posarse en torno mio, alumbran-
d0 mi alma con la luz de su alegria.
Ellas me traian los rumores del mundo,
las sonrisas de la vida.
¿ Cuándo regresarán estos argos que-
ridos de lhnpidos ojos, que todo lo ven?
Preciso era reemplazarlos, yendo á mez-
clarse á las palpitaciones de aquella popu-
losa Lima, que si muchos encantos ostenta,
encierra talnbien como parte integrante del
Valle de Lágrimas, hondos dolores.
Entre los rnármoles de sus palacios, bajo
sus áureos artesonados, banquetes y saraos,
regocijo; entre la sombra de los tugurios
que los avecinan, hambre, desnudez, deses-
peraClOn.
260 LA VIDA AL PASAR.

Ah! ¿ por qué el rico, alhacer limpiar el


polvo que se asienta en las doradas corni-
sas de su alcázar, no hace desaparecer tam-
bien la miseria de la morada del pobre?
Cómo guardar el bienestar que nos sobrar
si otros carecen de él ? ....... .
Un centenar de cartas esperaba mi re-
greso á casa.
Las habia de Huacho, de Chorillos, de la
Magdalena.
Por el pelfume exquisito que otras ex-
halaban, adivinábase que acababan de dejar
el elegante retrete de una bella.
-Es imposible,-decia una de las prime-
ras-es imposible que haya en el mundo, un
paisaje tan encantador, como el que en este
momento, contemplan mis ojos en ésta.
tierra de las naranjas y de los anúnales sin
noml)j'e.
Sentada en lo alto de un mirador, tengo
á mis piés el pueblo, con sus casas pinto-
rescas y sus intenlúnables huertas, cuya
matizada fronda se extiende'á lo lejos en on-
dulaciones interminables; á mi derecha el
LA VIDA AL PARAR. 261
Infinito, con sus azuladas olas, su majestuo-
so silencio, y su horizonte misterioso.
Pero yo no amo la vida contemplativa,
y prefiero á estos esplendores de la natura-
leza, el tumulto de las calles de Lima, la.
vista de las vidrieras, de sus almacenes, los
palcos de su teatro, las bulliciosas pláticas
de sus salones. }fis ojos, buscan sin cesar el
punto que ocupa en el espacio, y entre la
oscuridad de la noche, creo divisar la ardien-
te zona que la circunda.
-~1:e fastidio á no poder mas-decia
otra-en este pueblo solitario, sin tener á
quien hablar, y con una luna de miel al
lado! ¿ Conoces tú algo tan empalagoso
como un par de novios? Parecen dos ma-
niáticos.
Nombra ella á un hombre? El la lnira
con una fijeza brutal, cual si quisiera arran-
carle del fondo del alma uh recuerdo del
pasado. Alaba por casualidad lni hennano
algo en una mujer. La suya se echa á llo-
rar, y no quiere comer, y se va á esconder
262 LA VIDA AL PASAR.

en la huerta y es necesario ir á buscarla, ro-


garla y traerla en triunfo.
Te aseguro que nunca podré amar á mi
cuñada, á causa de haber presenciado suS'
necedades de recien casada.
Hace bien esa gente, de ir á pasar á solas,
en un hotel ó viajando, esta faz impertinen-
te de su existencia.
-Chorillos comienza á tomar un aspecto
fantástico-refiere una tercera-Sus salo-
nes se abren. se iluminan, se pueblan de
hermosas que agrupadas en los corredores
á la luz prestigiosa del gas, adornadas con
el lujo y la gracia que son nuestro patri-
monio, hacemos de este venturoso paraje,
una region encantada; el país de las hadas,
con su reina, silfos, etcétera. Pero yo soy
demasiado altiva, y tú dices que muy bella
. . . . . . .No entiendes?....... Llámame,
pues, la reina de las hadas!. . . . . . . . .
VII.
ROSA !lERCEDES RIGLOS DE ORBEGOSO.

Un dia, atravesando la plaza de la Vic-


toria, uno, de dos hOlnbres que iban delante
de mí, dijo en una conversacion ya conlen-
zada, y señalando un edificio de construccion
antigua:
-He ahí la casa de Riglos, uno de esos
nombres ilustres, desparecidos de un país
para ir á florecer en otro.
-Espere usted-interrumpió su interlo-
cutor,-En el" Autógrafo Americano", sec-
cion Perú, he leido uno, bellísimo, de Rosa
Mercedes Riglos, datado en Lüna.
Entre otras precitsas frases, ricas de dic-
cíon y de sentimiento, tiene estas, .que me
cautivaron:
- " Tanto, como la dicha de haber visto
h, primera luz de la vida en esta bella Lima.
habríame sido dulce comenzar la existencia
á las orillas del Plata, en esa heróica ciudad,
2G4 LA VIDA AL PASAR .

.cuyo hermoso pabellon ondeó sobre mI cu-


na" ..... -
No pude escuchar mas: los que hablaban,
desviáronse de mi camino,
Pero la mente y el corazon, recordaron
con ternura á aquella amiga querida, esa
lllujer de alta inteligencia y suprema distin-
cion, que brilla como un astro en el cielo
literario de Lima yen su alta sociedad; y
que tanto habria brillado, tambien aquí, en
la patria de sus padres.

---,""'-..<~---
DERROTAS DEL IlEROIS}IO
DERROTAS DEL HEROISl\fO.
AL DOCTOR RAMON CASTILLA.

I.
Miraflores, la bella estancia de las orillas
del Pasaje, hallábase un dia en grande
consternacion.
Desde la Sala hasta el último rancho,
oíase exclamar entre ayes y lágrimas:
-Guapito se lnuere!-
Guapito, el intrépido cazador de tigres;
el mas fuerte y activo de los peones; el gui-
tarrista; el payador; el alma de los festejos;
yacia, preso de horroroso delirio y atado de
piés y manos, para impedir que se arrojara
de la calna.
En un caluroso dia, en medio á las labo-
res del campo, habíalo asaltado el grano
malo, enfermedad contagiosa y mortal, en
aquel clima ardentísimo.
268 DERROTAS DEI, HEROISMO.

U na ancha aureola roja circuia la mejilla.


del paciente, concentrándose en círculos
cada vez mas encendidos, que terminaban
en un punto negro, protuberante, siniestro:
el grano malo.
lfi madre, preocupada, á la vez, por la
situacion del enfermo y el temor al conta-
gio, en una casa de numerosa familia, colo-
có á aquel en un cuarto aislado, y envió al
lnismo tiempo dos correos en busca de mé-
dicos, á Salta y á Tucuman, ordenándoles
la mayor diligencia.
-Señora-dijo fím' Isidro, un viejecito
del Seibal, que acertó á llegar en ese mo-
mento-de aquí á que esos hombres hayan
galopado, cada uno, sus cuarenta leguas y
vuelvan con los doctores, tiempo hay para
que Guapito se muera tres veces.
-¿Qué hacer?-respondió mi madre,
confundida-He agotado todos los reme-
dios ordinarios; pero este mal, terrible, ne-
ce3ita los altos recursos de la ciencia.
- No hay ciencia que iguale á la espe-
riencia-repuso ñor Isidro. -Cada una de
DERROTAS DEL HEROISUO. 269
estas-y estiraba las largas hebras de sus
cabellos canos-cada una de estas, es un
grado de doforeria.-
Mi madre rió del neologislno, pero con-
vencida de aquella verdad, suplicó al vieje-
cito la auxiliara en el presente conflicto.
Ñor Isidro se echó á pensar.
-Conozco muchos remedios para esta
enfermedad- dijo con la suficiencia de un
Hipócrates-uno sobre todo, eficaz, infa-
lible .... Solo. . .. que ....
-Qué?-interrogó lni madre-Hable
Vd. ¿ Cuál es esé remedio?
-El vientre del sapo.
-Jesus!
- Sí, señora: el vientre del sapo aplica-
do al absceso. Sí; Y desafio con esta receta
al mas afamado lnédico.
-Solo que-ha dicho Vd. -observó lni
madre,
-Mi solo que, era una prevision del Je-
sus! de Vd., señora; porque, en verdad, el
sapo inspira á todos, á lní, el primero, una
repugnancia, qué digo? un terror insupe-
270 DERROTAR DEL HEROISMO.

rabIe; y temo que nos encontremos pre-


guntándonos, quién pondrá el cascabel al
gato.
- Ah! - decia mi madre - yo, á pesar
del miedo, no vacilaria; pero habia de serme
imposible tocar á ese horrible animal, sin
espasmos nerviosos, que impedirian la apli-
caClOn.-
y volviéndose á las criadas, allí presen-
tes:
- Te atreverias á ello, Teresa?
-Oh! no, señora-respondió la vleJa
nodriza.
- y tú, Valentina?
-Por Dios! señora, moriria de miedo.
- y tú, Rosalia?-
Esta, una mocetona fornida, lloraba,
aguardando igual pregunta.
A mí nadie me solicitó.
Era una chicuela de ocho años; pero
como no tenia miedo á los sapos, vínome
á la idea tentar aquella aventura; y sin
escuchar el fin de la consulta habida entre
mi madre, ñor Isidro y las sirvientas, eché-
DERROTAS DEL HEROISMO. 271
me á buscar sapos en los alrededores de la
casa.

11.

Media hora despues, regazada la falda,


traia en ella una docena de estos animali-
tos tan inofensivos y sin embargo tan odia-
dos y perseguidos.
Apretándolos contra mi cuerpo para im-
pedir que se escaparan, deslicéme en el
cuarto del enfermo.
El pobre Guapito, tendido de espaldas,
atado á las columnas del catre, pálido, y
la mejilla cubierta por un círculo sangrien-
to, deliraba, payando la relacion de sus
atroces torturas.
Aterraba oir a.quel canto lúgubre, inter-
rumpido por hipos y estertores.
Pero, yo habia venido con la intencion
de ejecutar una hazaña; y cobrando ánimo
acerquéme al enfermo y cubrí la mancha
roja de su luejilla con el sapo mas grande
de mi colecciono
272 DERROTAS DEL HEROISMO.

Cual si lo hubiese echado á un charco, el


pobre animal comenzó á cantar. Yagitá-
base bajo mi mano, como si quisiese na-
dar ....
Aquella canturia, eran gemidos; yesos
movimientos, contorsiones de dolor.
De repente, la voz del sapo se extinguió.
Su cuerpo, tan frio, tornóse ardiente.
Cambiélo con otro, que cantó, agitóse en
convulsiones, y sufrió los mismDs. tran-
ces .....
Pero á medida que los sapos se sucedian,
cantando sobre la mejilla de Guapit.o, este
callaba y cesaban los hipos y estertores.
Copioso sudor bañó su cuerpo, y una pesa-
da somnolencia comenzó á embargarlo.
Al verlo inmóvil, crei que se moria, y
grande miedo se apoderó de mí: miedo de
que achacaran aquella lnuerte, á mi teme-
. .
rano an-oJo.
Sentí voces y pasos que se acercaban, r
corrí á ocultarme bajo la carpeta de una
mesa.
DERROTAS DEI, HEROTRMO. 273
Mi ma.dre, seguida de las criadas, entró
y se acercó al enfermo.
-Gracias á Dios! - oíla exclamar - se
ha salvado! Hé aquí el sudor copioso y el
sueño tranquilo, precursores de una crísis
favorable ..... Pero .... qué! si la fiebre
ha bajado inmensamente! -
En ese momento, un grito, dos, tres gri-
tos estallaron á la vez:
-Los sapos!
-Los sapos!
- Los sapos! - exclamaron las criadas,
dando saltos en torno á un monton de estos
animales que yacian muertos, hácia arriba
los amarillos vientres, salpicados de lIl:an-
chas amoratadas.
-La receta de ñor Isidro! - dijo mi ma-
dre con asombro-¿Quién ha podido apli-
carla?
-¿ Quién, sino yo que no tengo miedo á
los sapos?-dije, saliendo muy ufana de
bajo de la mesa.
Mi madre dió gritos de e3panto; y aca-
18
274 DERROTAS DEL HEROISMO.

bó, haciéndome recitar el Alaflnificat para


preservarme del contagio.
La convalescencia de Guapito fué rápi-
da; y cuando llegaron los doctores, Scribe-
ner y Verdia, encontráronlo sentado en la
galeria, entre los brazos la guitarra, en-
sayando las trovas del próximo carnaval.
¿y yo? Poseida de orgullo, creíame la
heroina de un hecho maravilloso; y de pié
ante los doctores, aguardaba el fin del re-
lato de mi madre, para recibir la ovacion
que me era debida ...... .
Pero ¡oh decepcion! los médicos rieron
de la receta de ñor Isidro, achacando á la
casualidad, aquella curacion milagrosa. Vol-
viéronse contra mí; asquearon mis manos,
que empleara en el manejo de tan inmundos
reptiles, y aconsejaron á mi madre me pro-
hibiera, con rigor, esas peligrosas volunta-
riedades.
y Guapito mismo, el ingrato! jamás me
perdonó el haberlo vuelto á la vida con ese
detestable reInedio.
Pero qué, mucho que aquellos médicos,
DERROTAS DEL HEROISMO. 275
que habian galopado cuarenta leguas para
venir á curar á un enfermo y lo hallaban
restablecido, despee/tados, renegaran mi
relnedio; y que Guapito, el presumido,
me achacara á delito, el haber alojado en
su mejilla esos detestados huéspedes; si, aho-
ra, en una época tan lejana de aquella de
terrores y supersticiones, ahora, que con san-
gre fria se manipula á esos pobres seres, para
entregarse con ellos á las crueldades de la
viviseccion, ayer mismo, un hombre ilus-
trado y valiente, díjome, transido de horror
al oir el relato que antecede:
-No measombra que haya Vd. tomado
parte en revoluciones, levantado barricadas
y asistido á combates: asómbralne, y lne
aterra, pensar que ha tenido en sus manos
ese horripilante animal.

COQ
BIBLIOGRAFÍA.
BIBLIOGRAFÍA.

l.
• Conferencias. •

Entre las bellezas que contiene este últi-


mo libro de la señora Josefina Pelliza de Sa-
gasta, entre sus sabias e:lseñanzas, ninguna
1083 tanto, COlno su santa propaganda contra
el funesto delirio de esas insensatas, que al
grito de- em,ancipacion de la mujer !-pre-
tenden asaltar tribunas y curules, abando-
nando el hogar, fuego sagrado, donde seela-
boran las naciones.
Ella que, herInosa, inteligente, adorada,
brillaria, cual ninguna, en esa region fan-
tástica soñada por aquellas ilusas; ella que}
con esos tres poderosos móviles, podia optar
á todo, sabe que el reino de la mujer es el
hogar; su trono, el escabel de su alcoba.
280 BIRUOORAFÍA.

Desde allí, idolatrada de su esposo, rodea-


da de sus hijos, una legion de ángeles, dan-
do el ejemplo de la felicidad de la mujer en
la tierra, nos envia 109 frutos de su inteli-
gencia: libros que todos leemos con delicia,
porque tienen el sello de la gracia y la bon-
dad de su autora.

11.
• Dorrego. , - • Glorias arJentinas .•

Preparábame á dar opinion sobre estas


obras del señor Mariano A. Pelliza mas, ha-
biéndome anunciado este, tener cartas mias
á su respecto, he preferido las impresiones
expresadas en el seno de la mas íntima
amistad; y hoy, les doy publicidad, vencien-
do naturales repugnancias.

Querido amigo:
Por Julio, sé que usted no ha recibido mi
carta contestauion á la suya, amabilísima,
fraternal y consoladora.
Fácil será á usted imaginar con que soli-
BIBLIOGRAFíA. 281
citud me apresuraría yo á darle respuesta.
Decia á usted que cada línea de su carta,
habíame traido un consuelo, una voz de
aliento, una esperanza.
Desde ese dia, no lloré mas ; porque us-
ted me demostró que para el alma de Mer-
cedes, la tierra era una morada estrecha y
triste, donde sufria nostálgia, asfixiándose
en el helado hálito de este mundo.
Sí: decíanlo sus dolientes versos; decíalo
el éco mismo de su voz, quejumbroso y
triste.
Nó; ya no lloro su muerte, que, cual usted
dice, ha sido el principio de su verdadera
vida.
Doilne, ahora, al culto de su lnemoria: es-
toy reuniendo sus poesías y sus escritos en
prosa, que ella no tenía cuidado de conser-
var. Cantaba, y como las aves, derramaba
y olvidaba sus cantos.
Voy á hacer de elloR y de lo que respecto
á ella se ha escrito, una publicacion luixta:
su biografía escrita por Obligado; su corona
fúnebre; y últimamente-Ecos del destier-
282 BIBLIOGRAFÍA.

ro.-Título dado por ella á sus composicio-


nes, publicadas, casi todas, durante su larga
proscripcion de Bolivia, en la época de Mel-
gareJo.
En mi carta hablaba tambien á usted de.
SU-DORREGO-y de las impresiones que me
produjo su lectura.
Decíale que, su bello libro, habia denibado
muchos ídolos del santuario de mi entusias-
lno, pero que habia, en cambio, avivado en
las gráficas memorias de la infancia, esce-
nas y palabras que hicieron en mí, profun-
da impresiono
Mi padre era gobernador de Salta.
El norte argentino estaba tranquilo; pero
en el sur la guerra civil agitaba su fúne-
bre tea.
Un dia que mi padre trabajaba en su des-
pacho, y que yo á su lado, apoyaba mi bra-
zo en su rodilla, un correo cubierto de pol-
vo, introducido cerca de él, puso en su mano
un pliego.
Mi padre, al leerlo, exclamó: - Ah, ma-
lo! . . .. lnalo!.... malo!.... No es
BIBLIOGRAFíA. 283

con sangre que se consolidará la Patria que


acabamos de conquistar! .... -
N o de allí á lnucho, el esposo de mi her-
mana recibió una carta. El, habia estado
muy triste, desde la llegada de aquel pliego
que arrancara á nü padre tan dolorosa ex-
clamacion.
Leyendo aquella luisiva, }lanuel Puch llo-
raba.
Quise saber el lnotivo de su llanto, y leí
por sobre el hombro de nü cuñado:
- " Tocayo "-escribía unalnano de mu-
jer.-" ¿Recuerda usted la dulce intimidad
" que me hacia darle este nombre, con que
" lo llamaba á usted nuestro Don"ego? Ay!
" de aquel ti81npo venturoso, nada queda
" yá, sinó un sepulcro, y una viuda desola-
" da. Eso es, ahora, aquella á quien usted
" llalnaba la náyade de los baños del Fuer-
" te. La nieve del dolor ha caido sobre su
" negra cabellera; 'y sus blancos cendales
" se han cambiado en eterno luto .... " -
Ahora es ocasion de decir á usted, querido
amigo, por qué no le envié á tiempo mis" im-
284 BIBUOGRAFtA.
presiones sobre el-DoRREGo.-Tenía que
expresar allí lo que antecede; y es esto tan
personal, tan íntimo, que para publicarlo,
me pareció una larnartinada; y yo soy muy
poco, para querer imitar á esa entidad
eminente ........................... .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ., ...
Leyendo el precioso libro: - GLORIAS AR-
GENTINAs-he comprendido por qué Alejan-
dro lloró, envidiando á Aquiles, nó sus ha-
zañas, sinó el divino historiador que las ha-
bia cantado.
La Historia, y cien bocas de contemporá-
neos, me hicieron conocer á esos héroes y
sus grandiosos hechos. Pero quien quiera
contemplarlos, cual fueron, en su radioso ca-
mino á través de la gloria, búsquelos en las
breves páginas de aquel libro, y los verá sur-
gir y elevarse, resplandecientes de su propia
luz, á las regiones de la inmortalidad.
Esas gráficas leyendas, eslabonadas entre
sí por la accion de sus gloriosos protagonis-
tag, aparecen, alojo encantado que las re-
corre, COlllO un collar de ricos medallones
\

RmUOGRAFtA. 285
cuyo broche, yaliosa joya colocada entre dos
puntos euhninantes:-Cancha Rayada y
Maipú, es la sublÍlne Hora de la prueóa.-
Ruégole que haga callar á su quisquillosa
11lodestia que no gusta de elogios, y reciba
benévolo, las felicitaciones que le envío.
EL BANQGETE DE LA MUERTE.
EL BANQUETE DE LA MUERTE.
A RICARDO PALMA.

1.

Tres años hacia, que, llevando la existen-


cia nómada de las esposas de 111ilitares, ha-
bia, en los frecuente3 cambios de guarnicion,
sucesivamente, habitado todas las ciudades
de la República: Tarija, el país de las her-
mosas; Sucre, la Aten<::ts boliviana; Potosí,
la de cimientos de plata; la legendaria
Paz, escondida entre peñascos y vergeles al
pié del Illimani; y Oruro, en útro tiempo,
rica y populosa, situada entre un Santuario
y una Fortaleza.
Allí me encontraba al inaugurarse la cam-
paña al Perú,en auxilio de su gobierno, con-
tra la revolucion de Salaberry.
19
290 EL BANQPETE DE L\ 1IIUERTE.

Allí tambien, resolví quedarme hasta el


regreso del ejército.
Apesar de la crudeza del clima, en aque-
lla elevada meseta de los Andes, azotada
por nevadas y huracanes, la sociedad, en
Oruro, es encantadora.
lVIezcla de cultura y de sencillez idílica,
el forastero es acogido en ella con lamas
cordial benevolencia.
Asi lo fuí yo, que nluy luego me vi rodea-
da de afectuosos amigos, y mi salonfrecuen-
tado por lo mas selecto de la juventud.
En honor suyo, organicé un centro litera-
rio que con el titulo de-Los caóalleros de
la espuela dorada-se reunia en asambleas
semanales de lectura, música y declama-
cion. Todo esto, sazonado con los relieves
de una crítica, rica de espiritualismo y ex-
pansIOn.
Estas asambleas tenidas en mi casa, hala-
gaban mis gustos sedentarios. .
Fatigada de la tumultuosa existencia de
la Paz y Chuquisaca, entre saraos, banque-
tes y partidas de cam.po, esperaba reposar en
EL BANQUETE DE T.A MUERTE. 291
aquel rinconcito mediterráneo, lejos de las
dos ruidosas metrópolis.
Vana esperanza! en el med il erráneo rin-
concito, y en salones abrigados del frio por
espesas cortinas, muelles alfombras y bra-
seros de fuego, en almuerzos, meriendas,
cenas y danzas, hoy aquí, mañana acullá,
se banqueteaba y bai1aba sin cesar.
Forzoso era, pues, decirse - En la tierra
donde fueres haz lo que l.:ie,'es.
Pero, si mucho se banqueteaba y bailaba,
lnucho tambien se bebia; y este era un
escollo, en que se estrellaban mis condescen-
dencias con las costumbres orureñas.
Mis amigas destruyeron este inconvenien-
te, enseñándome, bajo la condicion del ruad
profundo secreto, cierta treta, con la que
pude, desde entonces, hacer la razon á los
nlas fuertes bebedores.
Este hechizo era .. : . . . una esponja.
Habilmente oculta en el pañuelo, al en-
jugar el labio recibia el contenido de las co-
pas que con ademan denodado absorbíamos,
frescas y serenas, asombrando á nuestros co-
292 EL BANQUETE DE LA MUERTE.

mensales, muy agenos, los pobres, de esta


inocente supercheria.
Pero, aun para este mismo expediente sal-
vador, habia un obstáculo insuperable.
El fusilamiento!
Era el fusilamiento una ceremonia terrible
como su nombre.
El último llegado á una fiesta: sarao,
banquete ó soirée, era conducido con todo
el siniestro ap~rato, y sentado en una silla,
préviamente colocada en el centro del salon.
Allí, ligadas las manos, érale forzoso be-
ber: si era un hombre, con todas las señoras;
si una de estas, elegir el piquete de ejecu-
cion: cuatro copas irremisibles, empuña-
das por los cuatro dichosos elegidos.
Rehusar óperdonar este castigo, eran
otros tantos desaires inadmisibles.
Pero, tan temido era, que rara vez tenía
lugar un fusilamiento: tal prisa se daba
todo invitado, en ser exacto á la hora pres-
crita.
Al sonar esta, reunidos todos delante de
EL BANQUETE DE LA MUERTE. 293
la puerta, formab~n ronda y entraban jun-
tos.
Si alguno faltaba, una comision iba á
buscado.
Ay! de él, si no se hallaba enfermo en
cama, ó ausente.
Aquello era una tiranía; pero entrañaba
una sencillez patriarcal, y la mas cordial
amabilidad.

11.

De repente, á la placidez de aquellas ale-


gres fiestas, COlnenzó á mezclarse un el81nen-
to inquietante: el elemento revolucionario.
En los ángulos de los salones de baile,
grupos de hombres con aire preocupado,
vuelta la espalda á los valses y cuadrillas,
hablaban quedo; y los bailarines mismos,
entre cOlnpás y compás, sonriendo á la COln-
pañera, caulbiaban con ella extrañas frases:
-Los pueblos están apercibidos, y á la
hora, hora que nosotros, como punto cén-
294 EL BANQUETE DE I,A MUERTE.

trico, debemos señalar con nuestro mOVt-


miento se levantarán siinultáneos.
-El batallon C. está con nosotros.
- l f i hermano ha seducido en Sica-sica
al escuadron B, que está listo y á su órden.
-El cuerpo de guarnicion, de sargentos
abajo, es nuestro.
-No olvide usted, que en la cena habrá
un brindis envuelto en misteriosas fTases,
que nos pondrá de acuerdo con los gefes lle-
gados, hoy, del Perú.
-Lo tendré presente para no irme.
- J á! já! jaá! Y todo esto á las barbas
del frefecto y sin que siquiera lo huela!
-¿No es verdad que es un placer burlar
el despótico espionaje de estcs seides de Ta-
merlan?-
Hasta en nuestras asambleas artístico-
literarias, introdújose el soplo de la cons-
prraClOn.
A las románticas leyendas, á los versos
de amor, Rueedieron terribles marsellesas y
proclamas incendiarias.
¿De dónde venía esta tempestad?
EL BANQUETE DE T,A MUERTE. 295
De allende el Desaguadero.
Hacia tiempo que el General Santa Cruz,
declarado su protectorado en el Perú, habia
dado una nueva direccion á su política.
Llamado como auxiliar, y hallándose des-
pues, por la evolucion de los sucesos, investi-
do del poder supremo en la forzada alianza
de dos naciones rivales, hubo de adherirse á
la mas prestigiosa. Hizo de su capital la
sede de la Confederacion; rodeóse de su aris-
tocracia, y ejerció un gobierno sabio y pró-
bido.
En cuanto á Bolivia, colocó á la cabeza
de sus departamentos, hombres de su entera
confianza; dignos de ella, sin duda; pero que,
exagerando sus deberes, se extralilnitaban
en sus facultades, conciliándose así el ódio
de los pueblos.
No era necesario tanto, para exasperar á
los bolivianos, tan poco sufridos en achaques
de tiranía.
En aquel violento estado de los ánimos,
llegó el 24 de Setiembre, día en que la For-
296 EL BANQUETE DE LA MUERTE.

taleza de Oruro celebraba el aniversario de


su fundacion.
Hacía años que aquella fiesta, con gran
descontento de la guarnicion, limitábase
solo á salvas y dianas.
El gobernador era un misántropo, y diz
que un tacaño. Mas, por dicha, hallábase
ausente, y su delegado, el Coronel Nuñez,
gefe de la artilleria, prometió indemnizar-
los de la anterior parsimonia, dándoles un
aniversario que dejaria memoria ..... .
Ay! lo cumplió, ...... y muy mas allá
de lo que pensara! ..... .

II!.
-Vengo á poner puntos y comas á mi
circular de invitacion-~jo el Coronel Nu-
ñez, entrando de repente en mi salon, á esa
hora, en plena asamblea de la Espuela do-
loada.
Artículo primero: Nadie me falte maña-
na. . . . .. so pena de despiadado fusila-
nllento.
EL BANQUETE DE LA MUERTE. 297
Artículo segundo: A las siete todo el
mundo en la Fortaleza. Desayuno de pon-
che ardiente y lec/te-espuma,
Artículo tercero: A las diez, almuerzo
en torno á lo alto de las murallas, servido en
cien mesas de á cuatro cubiertos. En el salon
de banderas, baile hasta la hora del lunch.
Música y declamacion hasta la comida.
Artículo cuarto: Banquete y sus acceso-
rios, hasta lo infinito!-
Rió, saludónos y se fué.
1..1os tópicos de la asamblea fueron olvi-
dados, para no hablar sino de la fiesta del dia
siguiente.
-PreomÍpame sobre todo-dije á mis
amigos, cOluprOluetidos en la revolucion que
sordamente fermentaba-preocúpalue, la
actitud de Alzérreca, que como secretario
habrá de estar mañana al lado del Prefecto
á la hora peligrosa de los brindis: es decir,
á la hora fatídica del champagne. El, que
con un sorbo vacia todos los secretos de su
alma, ¿podrá resistir el hechizo de la mano
que le presente una copa?
298 EL BANQUETE DE LA MUERTE.

-He jm'ado no beber sino agua, en tan-


to que nuestra obra se realice-exclamó el
aludido, saliendo del centro de un grupo
que lo ocultaba. .
-Sí, señora, Alzérreca cum?lirá sujura-
mento!-
-Aunque sea Manita Alvarez quien se
empeñe en hacerlo quebrantar?
-Aunque sea la reina de las hadas!
-Loado sea Dios, y quiera afirmar á Vd.
en su propósito.-

IV.
La asamblea se disolvió; y yo me quedé
sola, embrollada la mente en pensamientos
inquietantes.
Era muy tarde; tenía sueño, pero apenas
habia tiempo para dormir. Era necesario
levantarse temprano, vestir de gala y acu-
dir á la cita á la hora precisa, para evitar el
fusilmniento.
Bajo el peso de tales alarmas, recosté la ca-
beza en la almohada y ID e dormí con un sue-
EL BANQUETE DE LA MUERTE. 299
ño fatigoso, poblado de visiones confusas,
que asomaban, se acercaban y desparecian
para volver de nuevo.
De repente, pa~ecióme ver la luz del
dia ..... .
Rabia amanecido! ........ y la fiesta?
Quise arrojarme de la cama; pero mis
miembros estaban paralizados y rehusaban
el movimiento.
Asíme á las columnas del catre, y logré
ponerme en pié. Despues, apoyándome en
los muebles, casi arrastrando, llegué al to-
cador. Qué trabajo para vestinne ! ..... .
y pasaba el tiempo, y ya vestida, éralne
imposible moyer los piés ..... no podia
. ,
camInar ....... .
Llamaron á la puerta ..... La comision!
-Adelante!-quise decir; pero lnis la-
bios inmóviles, no emitieron sonido alguno.
La puerta se abrió, y cuatro hombres ves-
tidos de negro, e~bozados hasta los ojos,
entraron con ademan solemne, arrebatáron-
me en sus brazos, y echaron á andar con-
mIgo, no ya á la luz del dia, sino entre
300 EL BANQUETE DE LA MUERTE.

las sombras de una noche tenebrosa, calla-


dos, luisteriosos, siniestros. .
Atravesaron las calles desiertas, silencio-
sas; el campo que las separa de la Forta-
leza; los fosos de esta, sus puertas, su an-
cha plaza. Penetraron en una vasta sala en
cuyo centro, alumbrada por cirios fúnebres,
alzábase la mesa de un festin.
Rodeábala una multitud de comensales,
embozados y tétricos como los conductores
que, en el momento de sentarme en la silla
de los fusilanlientos, descubrieron sus sem-
blantes; y á imitacion suya los otros .....
Eran esqueletos que con las órbitas
vacías de sus ojos, me miraban.
En el paroxismo del terror, exhalé un
grito ...... que me despertó.
- i Qué horrible pesadilla !-dije, son-
riendo al primer rayo de un bello sol prilna-
veral.
Luego, recordando con sobresalto la ho-
ra de la cita, llamé en mi auxilio á todas
las mujeres de la casa, y en diez minutos
estuve vestida y eu marcha á la fortaleza.
EL BANQUETE DE LA MUERTE. 301
Todo Oruro estaba reunido ante sus
puertas, que se abrieron al son dal himno
nacional, ejecutado por la banda de artille-
ría y los hun'as de la guarnicion, formada
en torno á la plaza, cubierta de banderas
y sembrada de flores.
El programa dol Coronel Nuñez se cum-
plia con galante exactitud.
El ponche llameante fué absorbido trai-
doralnente por nuestras esponjas; pero sa-
borealnos con delicia la leche-espuma, go-
losina tan esquisita, que, apesar de la grave-
dad trájica de los acontecimientos que
evoco, merece el honor de un párrafo á su
memorla.
Llénanse á Inedias, de leche azucarada,
dos cántaros de plata, que, herlnéticaluente
cerrados y envueltos en pieles de carnero,
empapadas en agua saturada de sal, co16-
canse, en angarillas, sobre el 10lno de una
mula, y se le da un trote de dos leguas,
que reduce la leche á espuma.
El frio de la atmósfera, congela el agua
embebida en las pieles y la leche-espuma
302 EL BA.NQUETE DE LA. MUERTE.

que llena los cántaros; y es servida en gran-


des tazas de porcelana dorada ...... .
Nada mas sencillamente suntuoso, que el
almuerzo babilónico en lo alto de las mu-
rallas, á nuestros piés la ciudad; yel inmen-
so paisaje perdiéndose á lo lejos, en las ro-
sadas brumas de la mañana.
Al almuerzo siguió el baile en la sala de
banderas. Excluida toda etiqueta en aque-
lla hora matinal, bailábanse las danzas po-
pulares, amorosas alegorías, mezcladas de
cantos y recitaciones.
Pasó la hora del lunch, llegó la de músi-
ca y declamacion.
Sin embargo~ en aquella fiesta de gala
departamental, el Prefecto no habiallega-
do todavia.
-Tanto mejor! - decian los conspirado-
res, que lo eran todos los allí reunidos.
- Tanto mejor! - decia yo, pensando en
Alzérreca, que lo acompañaba, y en su
nerviosa incontenible verbosidad.
En el segundo servicio de la comida,
cuando al silencio del primer plato comen-
ET, RASQUETE DE LA MUERTE. 303
zaban á suceder las ~legres pláticas, el Pre-
fecto, y con él su secretario, el excelente
pero temible Alzérreca, hicieron su entrada
en la sala del banquete.
Un soplo glacial con gran contento mio,
cayó sobre la efervescencia que comenza-
ba á surgir en los convidados.
Pero el Coronel N uñez, que presidia la
mesa, alzándose para ceder su asiento al
Prefecto, exclamó, parodiando el tono lú-
gubre de una sentencia:
-Pues que no nos es dado fusilar á la
primera autoridad del DepartaIuento, caiga
el condigno castigo sobre aquel que guarda
sus nefandos secretos, y que, por tanto, es
reo de complicidad. -
y volviéndose á nosotras:
- Señoras! -concluyó- Ahí lo teneis;
os lo entrego; ejecutadlo.-
Las jóvenes corrieron á apoderarse del
pobre Alzérreca; sentáronlo en el fatal si-
llon y ligaron sus manos; mas, por un con-
venio tácito, que obedecia al recuerdo del
juramento del secretario, todas llenaron
304 EL BA"SQUETE DE LA ~IUERTE.

furtivamente de agua sus copas y las hi-


. cieron beber al sentenciado.
Todas? No: la inocente E ulalita , hija
del Prefecto, agena, por supuesto, á la
conspiracion, y á la ingerencia en ella del
secretario, llenó concienzudamente, hasta
los bordes, su copa de un riquísimo mosto
verde, y no pestañeó, en tanto que el in-
feliz Alzérreca no b.ubo tragado la última
gota.
Quedéme helada de terror, y conmigo,
todos los que sabian la gravedad del caso.
Pero el Coronel N uñeL, que ignoraba la
existencia del peligroso fenómeno psicoló-
gico, estaba de un humor placidísimo; y
llenando su copa, inauguró los speeclt brin-
dando por la felicidad de Bolivia y la fu-
tura gloria de la fortaleza, cuyo aniversa-
rio, habíale- dijo-cabido la honra de
celebrar.-
El Prefecto contestó aquel brindis con.
otro por la prosperidad de la Confedera-
cion Perú-boliviana· y la gloria del General
Santa-Cruz.
EL BANQUETE DE L.\ MtTERTE. 305
A estas palabras, el mosto verde hirvió
en las venas de Alzérreca junto con su
sangre generosa.
Alzóse en pié, y mirándonos alternativa-
J,Ilente á los que habíamoslo escuchado la
noche anterior, volcó sobre la mesa su copa
vacía y exclalnó:
-Yo quiero hablar, no brindar! ..... .
- Alzérreca ! -murmuré mirándolo con
expresion suplicante.
-AlzélTeca! Alzérreca! -repitió él vol-
viéndose á mí, como el que busca algo en
la lllemoria.
Yo temblaba.
-Ah! ..... ya sé-exclamó-ya sé.
Quiere Vd. decirlne que el silencio debe se_o
llar nuestros lábios, hasta el dia en que ar-
ranquemos á Bolivia del ominoso yugo que
la oprime, y la ha tornado una colonia del
Perú á la que no le faltan prétores ni lugar-
tenientes. Ya sé que ....
- Señores! - interrumpió el capellan,
anciano religioso franciscano, que presidia
el otro extremo de la mesa - ¡ Cuán deplo-
10
306 EJ. BANQUETE DE LA MUERTE.

rabIe cambio se observa en las costumbres


de esta época de liberales y libres pensado-
res. Hé aquí un jóven que quiere hablar y
que habla, sin cuidarse de si el Ministro del
Altísimo, el hOlnbre de blancos cabellos, tie-
ne algo que decir él, tambien, en esta hono-
rable asamblea.
-Hable el padre capellan!-clamaron
todos los comensales.
Alzérreca que tenia ya el diablo en el
cuerpo-que hable-gritó -pero que .sea
pronto, fuerte y corto!
- Sí-respondió el capellan - pronto,
fuerte y corto. -
y de pié y a.lzando los brazos sobre la
mesa del festin, entonó con voz solemne las
notas del De p1'olundis.
Cuando volvimos del estupor producido
por aquel canto fatídico, el Prefecto habia
desaparecido.
-A las armas!-gritó el Coronel Nu-
ñez.
-Señores, estamos descubiertos y no
EL BANQUETE DE LA MUERTE. 307
podelnos aplazar una hora mas, la eJecu-
cion de nuestros proyectos. -
En un momento la guarnicion se puso
en armas y la revolucion estalló.
Las alegres- bailarinas, que poco antes,
danzaban, dando al aire sus blancos cen-
dales, temblando de lniedo, arrebozadas en
sus mantos, cOlTian á encerrarse en sus casas.
Debia acontecer algo horriblemente de-
sastroso. El batallon, que guarnecia la ciu-
dad, batallon con cuya adhesion contaban
los revolucionarios, formado, por órden del
Prefecto, delante del cuartel, en actitud hos-
til, los aguardaba.
Cu~ndo esto vieron las tropas revolucio-
nadas, creyéronse engañadas por sus gefes,
y volviéndose contra ellos, persiguiéronlos
hasta el interior de la fortaleza, donde los
asesinaron á todos.
El Coronel Nuñez y dos compañeros su-
o yos: Vedregal y Vizcarra, tomados vivos,
despues de un breve juicio, fueron fusilados.
Pocas horas despues, en la sala del ban-
quete, trasformada en capilla ardiente, fia-
308 EL BANQUETE DE LA MUERTE.

meaban fúnebres cirios ante los cadáveres


de aquellos, cuyos brindis hizo callar la voz
del De profundis.
y la sangre de esos hombres bravos
y buenos, se derramó inútil, para la causa
de los pueblos; y la ConfederacioJl cayó y
qesapareció, no por la revolucion, sino por
la fuerza incontrastable de los aconteci-
mientos.

CCI'Q
CHINCHA.
CHINCHA.
PELLIZII.

l. •
Mas, que la dolencia del cuerpo, la obs-
cesion del enemigo, profanando con su
planta la amada ciudad, me obligó á dejar-
la para ir á respirar, un poco de quietud, al
abrigo de las silenciosas frondas que rodean
aquel pueblo.
Sin embargo, alejábame de Lüna con
profunda pena.
Parecíame oir la voz de una amiga mo-
ribunda, que me reprochaba el abandonarla
en manos de sus verdugos.
Habria querido separar mi voto del de los
compañeros, con quienes pactara un vo-
luntario destierro; y quedarnle apegada á
312 CHINCHA.

esos sagrados muros, aguardando el pillaje,


la demolicion y la lnllerte.
Pero, allí mismo, donde me abrumaban
estas tristes reflexiones, en e] wagon que
nos llevaba, la presencia de los invasores
hacíanos anhelar el momento que pondria
entre ellos y nosotros, la lejanía del espacio.
En fin, llegados al puerto y, todavia,
aunque rncidentalmente, seguidos por esta
importuna compañia, nos embarcamos, y
flanqueando sus naves, surtas en la rada,
tomamos el vapor que debia conducirnos á '
Tambo de :Mora, distante una legua de
Chincha.
Partinlos.
- Loado sea Dios! - clamaba el coro
femenino -no verem03 ya nada de la ene-
miga gente-
Pero ¡ay! que cuando libl'es pensábamos
ya 1nÚ'a1'i1OS, vemos trelnolar, izada al tope
del palo lnayor, la fatídica enseña á cu-
ya sombra, habíanse perpetrado tantos her-
rores.
CHINCHA. 313
A esa vista fué tal la indignacion de las
damas que todas se marearon.
Súpolo el Capitan; y aquel hombre, ga-
lante y amabilísimo, para contentarlas , hizo
desaparecer la estrella solitaria, sustituyén-
dola, con grandes aplausos de los pasaje-
l'OS, por el s.impático leopardo de Inglaterra.

11.

A la mañana siguiente, nos despertamos


. al ancla delante el caserio de Tambo de
. Mora.
Mercedes Cabello de Carbonera, mi que-
rida cOlnpañera de viaje, vino á buscarme
á mi camarote, para que saliéralnos á reci-
bir al Capitan de ese extraño puerto, sin
muelle ni desembarcadero.
Aquel personaje, rubicundo y regordete,
nos hizo saber, entre mÍlnos y cUlnplidos,
que traia encargo del esposo de lt'Iercedes,
residente en Chincha, de hacernos desem-
barcar y expedirnos á aquel pueblo.
Tan poseido parecía de aquella mision,
314 CIDNCHA.

que no quiso permitir á mi hijo, se ocupara


de nosotras.
Mandó atracar su yola á la escala del
vapor, hizo trasladar á ella nuestro equipa-
je, y rogó á Julio nos precediera en el des-
embarque - porque- decia-era su deber
conducirnos él, solo.-
Cuando todo esto se hubo hecho, por
supuesto, en presencia de los pasajeros, en
linea, inclinados sobre la borda, dió una
soberbia mirada en torno, bajó corriendo la
escala y saltó gallardamente en la yola.
-Cómo- díjole Julio- qué ha hecho
Vd. de las señoras!
-Oh! qué cabeza la mia !-exclamó el
pobre hOlnbre-¿Pues no me habia olvida-
do de ellas?-
Y en Inedio á la carcajada general, vol-
vió á subir cuatro á cuatro los peldaños de
la escala; pero, esta vez, seguido de Julio,
que temió estuviera loco ó bon·acho.
En la última suposicion, no se engañó;
lo conocimos cuando se acercó á nosotras.
Hízome mil cortesías; nos pidió escusá-
CHINCHA.. 315
ramos aquella distraccion, achacándola á
vérti¡¡0s que de vez en cuando lo asaltaban.
Apoderóse de Mercedes, dió con ella en
la yola, y la hizo sentar á su lado en el
timon.
En seguida mandó desatracar, y nos pusi-
mos en marcha hácia tierra con un mar agi-
tadísimo, que nos llevaba del cielo al abis-
mo.
Abrazada á mi hijo, yo nada temia.
Pero, mi pobre Mercedes temblaba al
lado :le aquel galan que, diciéndose delegado
de su esposo, no permitia que nadie se acer-
cara á ella.
De repente, una ola inmensa, coronada
de una blanca cresta de espuma, llegó bra-
mando y se estrelló en la yola, que saltó
como una cáscara de nuez y se llenó de
agua.
Mercedes, quizá de miedo (pero yo sos-
peché que por castigar la borrachera del
Capitan) asió se á su corbata y se la retorció
hasta ahogarlo.
Por dicha, para el pobre diablo, aquella
316 CHINCHA.

ola tuvo tambien la gracia de varar la yola


en la arena de la ribera.
Estábamos salvos.
Mercedes soltó su presa, y cuatro negros
playeros nos tomaron en brazos, dejándonos
en la puerta de la Aduana.

III.

El camino de Tambo de Mora á Chincha


alta, es una deliciosa sucesion de viñas y
vergeles, donde se ocultan casitas pintores-
cas habitadas por gentes al parecer, tan .
felices, que "Mercedes y yo, nos dimos al pla-
cer de forjar á su intencion, una serie de
amOl'OSOS idilios, hasta que hubimos llegado
á las prÍlneras calles del pueblo.
Chincha Alta, e3 una grande villa donde
el esposo de Mercedes, residente allí, por
motivos de salud, tenia su casa y un valio-
so establecÍlniento farmacéutico.
El Dr. Carbonera, médico distinguido, era
el oráculo del vecindario que, debido á. su
CIDNCHA. 317
prestigio, nos hizo un lisonjero recibi-
miento.
El Dr. Carbonera habia tomado para mí
una preciosa casita amueblada, que sedujo
á Mercedes, y le inspiró la desercion del
techo conyugal, para venir á habitar con-
migo, aquel dije, desterrando á Julio, que
fué á hacer compañia al esposo abandonado.
Endulzamos el forzado convenio, prome-
tiendo á aquellos señores las delicias de una
esquisita mesa, cuyo menu, dirijido alterna-
tivamente por las dos amas de la casa, nada
dejaria que desear. :
y lo cumplimos al pedir de boca de
nuestros huéspedes.
Para que dos faldas y un hogm pudie-
1

ran durar, nos repartimos el gobierno en se-


manas.
Y, figúrese cualquiera, el cuidado que
pondria la una en no quedar atrás de la
otra, en el órden y primor de la casa, y. so-
bre todo, en las confecciones culinarias.
No queriendo atenernos á los abastos del
mercado, montábamos á caballo, y segui-
318 CHINCHA.

das del mayordomo, provisto de grandes se-


rones al anca de su montura, íbamos á com-
prar en las huertas y caserios de la campiña,
las frutas, las aves de coiral, los corderos de
leche y las e3cogidas legmubres, que tras-
formados en esquisitos platos de la cocina
moderna, eran las delicias de nuestros con-
vidados y hacian olvidar á Carbonera y á
Julio, su orfandad y viudez.
Llegado el sábado, último día de nuestro
gobierno, despues de servido el café de la
comida, reunidos en torno á la mesa, comen-
sales y sirvientes, la cesante leia su men-
saje, y cedia el asiento á su sucesora.
Echadas suertes, tocóme á mí la primera
semana, en cuyo término, inauguré la se-
rie de gobiernos con el siguiente
MENSA.JE.

" Señore~:
"Al finalizar el periodo consagrado á
vuestro servicio, tengo el honor de exponer
á vuestra consideracion, con el resÚIDen de
los trabajos ejecutados en el curso de este, la
CHINCHA. 319
indicacion de los que deben tener lugar en
el que comienza mi honorable colega.
Como base de toda operacion culinaria,
he procurado dar al conjunto del menaje
la lünpieza esmerada, que necesita, sobre-
todo, en este lugar de continuas polvaredas.
Observando la poca coccion que, por ahor-
rar cOlnbustible, el hijo del Celeste Im-
perio (*) daba á las viandas, he aprovecha-
do los mOlnentos en que e~te sér exótico se
ausentaba del fogon, para encenderlo de
nuevo, y dar á la comida, los hervores y la
~nservacion que le hacian falta para ser
servida.
En busca de modificaciones que se adap-
ten á todos los gustos, he ideado para la
salsa de peregil en reemplazo del desagra-
dable queso, el migajon de pan desleido en
la crema de leche, que le da un sabor deli-
cioso ; sustituyendo para esta y la de mira-
sol, el aromático jugo de la naranja, al indi-
gesto vinagre.
( *) Cocinero chino, llamado así para que, hallán-
dose presente, no me comprendiera.
320 CHINCHA.

He cambiado el uso de verduras tritu¡'a·


das en la confeccion del puchero, con un
manojo de yerbas olorosas que, cocidas con
la carne, dán á esta y al caldo, un sabor agra-
dable.
En el anhelo de extender el catálogo de
nuestros luanjares, he hecho apelacion á los
recuerdos de nü vida nómada, y tomado de
los diferentes países que me albergaron, lo
que encontré digno de nuestro delicado pa-
ladar ; y os he servido ~l estofado de seis
carnes, la ensalada de zapallo en flor; umin-
tas y pasteles asados entre piedras calcin~
das, y la carne con cuero de la Pampa natal.'
Tengo en la mente muchas deliciosas
confecciones, con que aun no me ha sido
dado regalaros, á causa del deplorable
estado de mi salud.
A este motivo dignaos achacar tambien
las faltas en el debido órden del servicio, que
por ello no me ha sido posible vijilar.
A vos, mi bella colega, que sois jóven, y
gozais el precioso don de la salud, á vos cor-
responde completar mi obra; y al pasar á
CHINCHA. 321

vuestras lindas manos este sÍlnholo de la
vida, la llave del comedor, (*) halágame
esa dulce esperanza.
Re dicho. "-

11.

Qué hora~ gratas pasé en aquel pue-


blo silencioso, al lado de esa lllujer colmada
de todas las virtudes d~l corazon y los do:nes
del 'eSpíritu: .
' \ Mercedes Cabello de Carbonera .
• omolo he dicho ya, es hija de una dis-
itnguida familia oriunda de Moquegua, y
por su belleza, inteli"gencia y erudicion, una
de las mujeres lnas notables del Perú.
Consagróse desde muy jóven al cultivo de
. las letras, en las que ha brillado cQn produc-
ciones de relevante mérito, que lnas de una
vez, en certámenes literarios, han adornadp
su linda frente con el laurel del triunfo.

(*) Una gran llave oxidada, que encontré en


UD cajon d~ fierro viejo.
322 CHINCHA.

Colabora en muchos periódicos europeos,


y no há mucho, "El Correo de Ultramar"
engalanaba sus columnas con una preciosa
. novela suya: El amor de Hortensia.
Hay en su pl~lma, mezclado á femenil sua-
vidad, tal sabor de viril fortaleza, que, oyén-
dola leer, una vez el poeta Palma, exclamó
con la frase de Gallegos: -~Iucho hombre es
esta mujer!-
Tras una terrible interrupcion en sus tra-
bajos literarios-la muerte q.e su, esposo,-
Mercedes ha vuelto á ellos, llevando ahora á
sus pájinas un colorido mas:
La sOlnbra del dolor!
En aquel tiempo, era feliz; y nos encon-
trábamos tan contentas en aquella existen-
cia de dulce fraternidad, que cual los discí-
pulos de In; l'/'ausfigw'acioJl, habríamos que.
Tido plantar nuestras tiendas y morar eterna-
lllente en aquel frondoso Tabo/·.
Pero ¡ay! tout passe. tout casse. como dice
el proverbio; y aquellos dias radiosos pasa-
ron rápidos, como pasa, en la tierra, lo bello
y lo bueno ..... .

l AGrED;\D~ DE Ll )lE~l[.


VAGUEDADES DE LA MENTE.
AL DOCTOR TOMAS BALESTRA.

1.
El entusiasmo, como todo los sentirnientos
3xaltados; es de corta duracion; conviértese
:m indiferencia, y muchas veces en hostili-
lado
Despues de la ovacion, huid, si no quereis
\~er que los hlllll10S se tornen en ultrajes,
y el culto en persecucion.
Cuán corta distancia, del triunfal hosan-
na á la ensangrentada cruz del Calvario!

11.
U n católico ferviente y un libre pensador
discutian delante de mí,• sobre religion, in-
terrumpiéndose, de vez en cuando, pa'ta diri-
jiJ:me un - ¿No es verdad, señora?
326 VAGUEDADES DE LA lIENTE.

-No sé! -respondíales yó; y re1a de


ellos.
Parecíame escuchar los comentarios de
dos ciegos de nacimiento, sobre las cuali-
dades de la luz. Qué saben éstos de los ra-
yos que el sol les envia?
Qué sabian los otros de las maravillas
sembradas, en torno suyo, por la mano del
Invisible? ..... .

II!.

La juventud no es indulgente, como afir-


man los psicólogos. Lejos está esta virtud
de esa hermosa edad de la vida.
La juventud es entusiasta, espontánea;
se adhiere, se apasiona, dá á los perros las
cosas santas, arroja margal'itas á los cerdos.
Pero ¡guay! de la hora del desengaño!
Maldice, execra y anatematiza, sin acor-
darse de que el :Mal, es hijo de nuestro pla-
neta: barro de Adan; y que no debemos
añadir hiel á su hedor.
VAGUEDADES DE LA ~IENTE. 327

.IV.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . Aquella asercion in-
famalfte, arrojada por la. voz de un hombre
ilustre y leal, como un puñado de lodo al
pedestal de una apoteósis, obtuvo la fe, con
que se acoge el mal; pero su autor, no con-
tento con este triunfo, pidió un juicio, de-
fendió su acusacion y se sinceró.
Sin elllbargo, ah! .... qué alllargo sa-
bor de?e quedar en la conciencia del que le-
vanta la voz para acusar!
El historiador encuéntrase, á veces, forza-
do á cumplir ese penoso deber. Traza el
camino de la HUlllanidad en el porvenir.
Este camino es la Historia; y se debe á la
verdad por severa que sea, á fin de que la
humanidad no se extravie.
Pero el historiador es un juez; y cuando
tiene que fallar en congeturas, debe opt~r
por las que absuelven: no pdr las que con-
denan.
·.
EL (iE~Ert\L lL\RTI~ (jUt:"~.
EL GENERAL !fARTIN GÜE~IES
,. LA MEMO"IA DEL ILUSTIIE GENEIIAL PEDERNEIIA •.

1.

De todas las. gtorias, objetivo de la hu-


mana ambicion, ninguna es tan envidiable
como la popularidad!
. La popularidad! es decir: el culto de lo
bello y de lo bueno: atributos de Dios.
La popularidad! el amor de la. multi-
tud, tan difícil de conquistar.
Si el amor de un solo corazon da tanta
ventura, cuál será sentirse amado de mu-
chos, envuelto en una extensa zona de
amor que os embalsama y deifica.
Asi vivió en su breve trayecto por la tier-
ra, y así pasó á la posteridad y á la historia,
el héroe á cuyo recuerdo consagro estas
líneas.
11.

Años hacia, era Salta el baluarte en que


venian á estrellarse, las huestes de los rea-
listas, que empujadas por las de San Martin
y de' Bolivar, ideaban, por una estratéjica
evolucion, apoderarse de las provincias del
Plata.
En porfiada lucha para .penetrar en este
codiciado suelo, tenian constantemente á
sus puertas un ejército de vanguardia, com-
puesto de sus mejores soldados, dirijido por
hábiles jefes.
Pero sus esfuerzos eran vanos.
Cada matorral, cada breña, cada bar-
ranca, eran otros tantos reductos formi-
dables que vOlnitaban sobre ellos mortífero
fuego; y, ora al frente, ora por los flancos,
ora á retaguardia, Güemes, y su flamíjera
espada, y su fantástico corcel, y sus gau-
chos, armados del temible lazo, trasforma-
dos en lanzas los puñales, caian sobr~ ellos
y los envolvian en las maniobras de una
El, GENERAl, MARTIN GÜE1IES. 333
táctica desconocida, derramando en sus
filas el espanto y la muerte.
Sin armamentos, sin dinero, sin ejército,
sin auxilio de las -vecinas provincias; sin
ma.s soldados que sus gauchos, aquel hom-
bre extraordinario contuvo aSÍ, é hizo re-
troceder, aterradas, las irrupciones dé
ejércitos disciplinados, aguerridos y valien-
tes.

II!.
Un dia, COlno he dicho antes, mis ojos
de niña contemplaron á ese héroe, cuyo
nombre oia pronunciar .con el de Dios.
Era una mañana de prim~avera; y yo
jugaba corriendo entre· las altas yerbas
que con salvaje desarrollo crecian en torno'
de la casa.
Qué profundamente se graban los recuer-
dos en la imaginacion infantil.
. Me parece que fué ayer.
Llamó mi atencion un rumor de voces y
pisadas de caballos.
334 EL GENERAL "MARTIN GUEMES.

Alcéme sobre la punta de los piés, y mi-


rando hácia el camino, vi dos ginetes que
tomaban el sendero de "la casa y se acerca-
ban galopando.
El uno, era un oficialito rigorosamente
abotonado en su uniforme verde, galoneado
en las costuras, y cubierta la cabeza coil
un capillo en forma de tW'bante, rematado
por una borla de oro.
Era el otro,. un guerrero, alto, esbelto,
de admirable postw'a. Una cabellera ne-
gra, qe largos bucles y una barba rizad~ y
brillante, encuadraban su bello rostro de
perfil griego y expresion dulce y benigna.
Vestia un elegante dorman azul con pan-
talon lnanwluco del luismo color; y una
graciosa gOJ'}'a de· cuartel, ondulaba la flo-
tante manga sobre su hombro; y al cinto,
pendiente de largos tiros galonead':>s, una
espada fina y corva, semejante á un alfan-
ge, brillaba ü los rayos del sol, como orgu-
llosa de pertenecer á tan hermoso dueño.
:Montaba este, con graeia infinita, un fo-
goso cauallo negro, cuya larga crin acari-
EL GENERAL MARTIN GUEMES. 335
ciaba con mano distraida, mientras incli-
nado hácia su compañero, hablaba en acti-
tud de abandono.
Aun en la corta edad que entónces al-
canzaba, ya habia yo visto á los hombres
más hennosos de Buenos Aires, el país de
los hombres hermosos. Habíanme apareci-
do embellecidos todavia, en el expléndido
uniforme de la época: blanco, azul y oro.
Pero jamás, ni alín en la fantástica ima-
ginacion infantil, habia soñado la brillante
aparicion que tenia ante los ojos y Ip.iraba
embebecida, hasta que el bizarro caballe-
ro que llegaba á galope, descubriendo entre
las yerbas la rubia cabeza de una niña, casi
bajo los piés de su caballo, hí~olo jiTar en
una vuelta rápida; desmontó: y me tomó
€ll sus brazos.
Pero la niña era huraña, y lloraba á. gri-
tos, mientras él,' sOill'iendo con eariñosa
lliansedulnbre, S€guido de su corcel, se di-
rijia á la casa.
En la puerta se hallaban grupos de h01n-
bres del campo y algunos. soldados que al
336 EL GENERAL MARTIS GÜElIER.

verlo llegar, precipitáronse á su encuentro,


clamando con delirante entusiasmo:
-Güemes!
-Güemes!
-Viva Güemes!
,-Viva nuestro general!-
y rodeáronlo, uqos de rodillas, descal-
zándole las espuelas; otros besando sus
lnanos y el puño de su espada.
lvIi madre, seguida de sus hijos salió á
recibirlo acojiéndolo con ternura y admi-
raClOn~

Pero mi tia, que habia acudido ámillan-


to, me recibió de los brazos del viajero fi-
jando en su bello semblante una extraña
mirada, y I,llurmurando con el acento so-
lemne que daba á sus predicciones.
-La niña ha llorado como si la hubiera
besado un lnuerto! Ay ! ay!-
He hablado ya en otras memorias del
carácter fantástico de esta hermana de mi
padre, y de esa' rara facultad de leer en el
porvenir, que con frecuencia se revelaba en
ella.
n GE~ERAL ~fARTIN GÜE)IES. 337
Pero sus profecias, como las de Casan-
dra, no eran creidas hasta que tenian su
fatal cumplimiento; y todos, nli madre,
la prünera, y á ejemplo suyo, Güemes l1llS·
roo, rieron de la lúgubre profetisa.
- Querida J uanita - díjola él, riendo-
¿ es posible que tan jóven me condene Vd.
á morir? Oh! déjeme, al lnenos, los dias
necesarios á la patria. Vea yo la aurora
de su gloria; y entónces, cúmplase en nlí
la voluntad de Dios -dijo, alzando al cie-
lo su dulce y serena lnirada.
y ella, la sibila, moviendo la cabeza, con
ademan fatídico. - Ay! ay! - repitió ....
Ah! poco despues, muy poco despues,
todos los écos de la COlnarca repetian ese
grito de dolor.
Los émulos del héroe, cortaron en plena
gloria, con la mas infmne de las traiciones~
los dias que él, pedia para la patria.

IV.
y dos años pasaron.
El luto habia. desaparecido en los uni-
!2
338 EL G"ENERAL MART1N GÜEMES.

formes de los compañeros de Güemes, pero


no de su corazon, donde vivia, como una
antorcha cineraria, la memoria del héroe
que yacia bajo los bosques del Chamical.
La guerra languideció por ese tiempo
en nuestro país.
Las tropas realistas habíanse concentrado
en el interior del Perú para reforzar el
ejército que Sucre batió en Ayacucho.
Mi padre, Gobernador de Salta, apro-
vechó esa tregua para cumplir un deber
caro á su alma.
Con una solemne convocatoria, llamó
á los amigos de Güelnes, para que lo acom-
pañaran á rendirle los últimos honores.
Preparóse la fúnebre ceremonia, y el
dia prefijado, el Gobernador y su séquito,
pusierónse en camino, seguidos de las ma-
sas populares, que siguieron, en silencioso
recogimiento, el largo trayecto medianero
entre la ciudad y el Chamical.
Llegados al lugar ele la sepultura, Ini
padre, retirando la señal que su mano ha-
bia dejado en ella, tomó la azada y apartó
EL GENERAL MARTIN GÜEMES. 339
la tierra que cubria los restos del héroe.
Abrazólos, él, primero, y cedió el sitio á
la multitud, que los rodeó de rodillas y ele-
vando al cielo un. inmenso gemido ...... .
Tengo presente todavia, el espectáculo
de ese cortejo fúnebre, que vi atravesar las
,calles de Salta, conducido por mi padre
vestido de luto y llevando de la mano á
dos niños: }Iartin y Luis GÜemes. Los
huérfanos, sin conciencia de su desgracia,
miraban con asombro en torno suyo.
Detrás venian dos hermosos caballos, en
arneses de duelo. Uno de ellos volvia tris-
temente la cabeza, cual si buscara á su
dueño. Era aquel negro, testigo de tantas
hazañas, y compañero del héroe, hasta la
nluerte.
Despues del fúnebre grupo seguia una
inmensa muchedumbre, pueblos enteros
que, de largas distancias, traian su ofrenda
de lágrimas y plegarias.
La ciudad guardaba profundo silencio,
interrulnpido solo por el clalllor de las cam-
340 EL GENERAL ~URTIN GUEMES.

panas, las preces de los sacerdotes y los


sollozos de la multitud.
La solemne procesion pasó ante mis
oJos como una VlSlOn mística, perdiéndose
en el pórtico y las profundas naves del
templo .....
Grato es y saludable para el alma, en
nuestra época descreida y degenerada,
evocar el recuerdo de esos hombres subli-
mes, y seguir la huella de luz que dejaron
en pos de sí, aureola de la eterna beatitud.

00=
MIRAFLORES.
MIRAFLORES.
A ROSA MERCEDES RIGLOS 'DE ORBEGOSO.

1.
Sombroso, fresco, perfumado, aquel oásis
encerraba un doble encanto.
Para los ojos, sus magníficos palacios, sus
Horidos vergeles, sus azules lontananzas.
Para el recuerdo, su nOlnbre: 1vliraflores!
Así llamábase taInbien, aquella amada
comarca, nido de los primeros dias de la vida,
miraje eterno del ahna ....
Con qué anhelo, cada sábado, concluidos
los trabajos de la semana, era esperada la
hora del tren, que, en álas del vapor, nos lle-
llevaba á ese delicioso paraje donde encon-
trábamos la frescura de los campos, el perfu-
me de las flores, los abrazos de la familia.
Blancos cendales flameaban al aire, salu-
dándonos, desde que el tren avistaba la esta-
cion; y coros de bellísimas criaturas, repre-
344 MIRAFLORE~.

sentando las edades floridas de la vida, se


agrupaban á lo largo del andén, aguardando
impacientes el descenso de los viajeros.
Dulces voces exhalaban gozosas excla-
maCIones.
El padre y la hija, el hermano y la herma-
na, el novio y la novia, entrelazadas las ma-
nos tras ocho dias de ausencia -ocho si-
glos!-platicando dulcemente, atravesaban
la avenida de astrapeas que se extiende
entre la estacion y el pueblo.
y la gozosa multitud se diseminaba á lo
largo de los setos floridos, entre los jardines,
los parques y bajo la alta fronda de4.0s huer-
tos, dirijiéndose á los suntuosos ranchos don-
de los esperaba el banquete de la hospitali-
dad, servido en elegantes comedores, ó á la
orilla del mar, puestos cubierto y mantel
sobre la fresca yerba y alIado de la hoguera
subterránea en que Ee asa la suculenta pa-
chamanca.
Yen la noche, la retreta, á la luz de la
luna, en la plaza del pueblo; yen las galerias
MIRAFLORES. 345
de los edificios que la circundaban, las jóve-
nes, entrelazados los brazos, bailaban las dan-
zas habaneras que con galante intencion
ejecutaba la banda, en tanto que la gente
vieja entregábase mas allá, en los salones,
al placer del chaquete, el ajedrez y el rocam-
bor.
y al siguiente dia, mañana del domingo,
el alegre reclamo de las campanas, reunía,
otra vez, á las gozosas viajeras, en la linda
iglesia que se alzaba sobre dos jardines, blan-
ca, prünorosa, cubierta de ofrendas que la
piedad fmuenilllevaba, atraida por la bella
imágen{de la Vírgen, que, de lo alto del ta-
berná,cur~ tendía los brazos sonriendo con
una sonrisa celestial, que llenaba de uncion
su alma ....
y oraban; y nunca la plegaria humana
subió mas ferviente y pura, al trono del
Eterno, que las dulces oraciones de ellas, el]
ese telnplo rústico que su piedad llenaba de
valiosos dones.
y saliendo del tenlplo, bañados todavia 1m
346 MIRAFLORES.

bellos semblantes de místicos reflejos, cor-


rian á las alegres excursiones del baño, de
los huertos, de las ruinas del palacio de los
vireyes y á la biblioteca del poeta Palma
residente allí, una de las mas ricas del Perú
y la mas interesante por las preciosidadas
literarias que encerraba. . . . .. contentas,
cantando, riendo.
Ay! reianycantabansobre un abismo! ...

11.

Un dia, el mar se cubrió de naves ene-


IDlgas.
Huestes invasoras profanaron el suelo pe-
ruano; y talando á sangre y fuego las cos-
tas del Océano, llegaron cerca de Lima y
miraron con ojos codiciosos la rica metrópoli.
Sus defensores, se situaron dentro una.
línea de reductos ante el pueblo de ~Iiraflo­
res, donde, rota traidoramente una tregua,
pelearon como buenos, y murieron como
héroes .....
MIRAFLORES. 347
Iberico, La Jara, Colina, Pignateli, Lava-
lle, Sanchez, Pino, Barron, Gomez, Alfaro
..... paz á vuestra gloriosa tumba! .....
El enemigo, vencedor, arrojóse hambrien-
to sobre el bello pueblo; lo pilló, disputándo-
se sus riquezas y lo entregó á las llamas.
La inmensa hoguera alumbró aquella no-
che toda la COlnarca.

111.

Pocos dias despues de la catástrofe que


decidió de los destinos del Perú, un senti-
miento de nostálgia, llevóme en peregrina-
cion á ese lugar de dulces memorias.
Era un monton de ruinas.
De la biblioteca de Palma no quedaban ni
cenizas: las habian llevado los vientos.
La poética iglesia, rotas sus puertas, es-
taba abierta, vacía, desmantelada.
De aquella aglomeracion de elegantes
construcciones: casas, parques, jardines, no
quedaba sino una aglomeracion de escom-
bros abrasados.
XtUFLOILIB.

Pero, como para dar fe do su nombre, de


t otro 108 calcinadOM DlUJ'OK, surgian aqui y

acullá, vástagos fIoridOlJ, de 1'08B8, jazmi-


nes y U~V88, que abriao 8WI peño-
1110008 cálicee al BOl de la mañana.

• ••
EPÍLOGO DE UNA TRAGEDIA.
EPÍLOGO DE UNA TRAGEDIA.
A CLORINDA MATTO DE TURNER.

l.

Qué bella es la juventud! Cuán rientes


son: sus pensamientos; cuán poéticas sus as-
piraciones; cuán ideales sus ensueños!
Asi e3cribia yo una noche en Buenos Ai-
res, el primer capítulo de cierta novela,
despues de una deliciosa velada entre un
grupo de beldades.
Reclinada la cabeza en la mano, y la
mente vuelta hácia aquella encantadora épo-
ca de la vida, tan lejana ya, y por lo nllsmo
enlbelleeida por todos los prestigios de la
distancia, lni labio repetia la frase con aIno-
rosa unClOn :
Qué bella es la juventud! ..... .
-Já! já! já!-
352 EPÍLOr:O DE FNA TRAGEDIA.

V olvíme con ademan airado, al escuchar


esta sacrílega risa.
Fernando S. el alférez de marina que yo
creia muerto, estaba detrás de mí, leia por
encima de mi hombro, y en su semblante,
antes, tan sentimental, vagaba ahora el
sarcasmo de su risa.
Pero ¿era Fernando S., ó el ingeniero in-
glés, de cerrado acento británico que di-
rijia las obras de ornamentacion en la plaza.
L,. y que mas de una vez habia fijado mi
atencion y entristecídome, por su semejanza.
con aquel infortunado jóven?
No.
Era Fernando, el apuesto alférez, apesar
de las huellas del tiempo en su altiva frente
y en sus rubios cabellos; no habiaduda: era
él, él mismo.
-Cómo es que vive usted, amigo queri-
do?-exch,~¡mabayó-'-cómo es que vive us-
ted ?-Y estrechaba sus manos con gozoso
enternecimiento.
Mas él, sin responder á esta cariñosa aco-
EPíLOGO DE UNA TRAGEDIA. 353
gida, con purísuno acento limeño, púsose á
'hacer de mis frases una parodia impía.
-Qué bella es' la juventud! - decia -
cuán calculadores son sus pensamientos;
cuán sólidas sus aspiraciones; cuán aurífe-
ros sus ensueños!
-Malhaya el escéptico, que viene del
otro mundo á echar en lni novela la sal del
mal agüero!-
Y solté sus manos con enfado.
-Al contrario, hija mia, dóile el interes
filosófico que le falta. Ah! tú te obstinas
todavia en hacer del éter tu atmósfera?
Cuidado! Sabe que en todas las edades
esa atmósfera es letal.
Yo tambien, allá, en un tiempo viví en
esa mágica region, Por dicha, un puntapié
en mitad del alma, me arrojó de allí, como
á ..... .
Calla! pues ¿ No iba á incunir en tamaño
fosilismo? . . . . .. Además, tu sabes esa
historia.
-No tal.
-Pues si la has referido.
354 EPÍLOGO DE UNA TRAGEDIA.

-No la recuerdo.
- Cómo; no sabias tú que yo amaba á Eli-
sa B., que era amado de ella, y que el dia
de mejor sol, cambió mi amor por el oro de
un judio? Pues, amiguita, nada menos
sucedió.
Mi rival contaba las esterlinas por millo-
nes; yo solo poseia del metal que se la forja,
mis galones de marino. El otro la obse-
quiaba un palacio; yo no podía ofrecerle
otra mansion que mi camarote á bordo de la
Apurimac.
Elisa me desechó.
Caí de las nubes.
El sér ideal que la imaginacion habia
formado con los rayos de la aurora y los na-
carados celajes de la tarde, no era sino una
mujer, una hija de Eva que me finjiera un
paraíso para hacerme gustar de8pues el
amargo fruto del desengaño.
:Menos paciente que Adan, quise hacer-
me justicia; y tomando el camino mas corto
arrojéme con la pérfida de lo alto de un
EPÍLOGO DE UNA TRAGEDIA. 355
peñasco á las embravecidas olas del mar, en
una fuerte resaca.
Unos pescadores, que recorrian aquellos
parajes velando sus redes, lograron salvar-
la, arrancándola á mi mortal abrazo.
Avergonzado de verme arrebatar mi ven-
ganza, hundíme en el abismo.
U n postrer destello de razon, mostróme
~n aquel morir solo, el mas tonto de los sui-
cidios; y me hizo volver á la luz, y vpgar
hácia las riberas de la vida.
Apoyado en una roca, los piés en la are-
na tibia por el sol de un largo dia; delante
de mí, el mar y sobre mi cabeza, los rayos
de la luna, entré en cuentas con mi corazon.
Prodigio! estaba tranquilo: el dolor, la
rabia, la desesperacion, habíanlo abandona-
do con el amor fatal que lo devastaba.
No era, pues, una fábula, la influencia
maravillosa que la antigüedad atribuia al
salto de Leucades. A mí me habia curado.
Tras 1m suspiro de bienestar, di una mi-
rada á mi situacion.
356 EPÍLOGO DE UNA TRAGEDIA.

Encontréla enormemente ridícula, y eché


de menos el fondo del Océano.
Mas, de ese pensamiento, surgió otro me-
nos lúgubre.
-Fernando-me dije, hé aquí una mag-
nífica oportunidad de realizar el deseo que
te roe hace tiempo: vivir en otra existencia.
Desparezcamos.
El mundo tiene vastos espacios donde
perderte y hacerte olvidar; oásis, dónde,
quién sabe si no te están aguardando el
amor y la felicidad.
-Hombres! hombres! Todavia no re-
puesto de aquel mortal zabullon, y ya
pensando en nuevos devaneos !-dijele yo.
-Pues si; y alzándome con denodada re-
solucion
-Fernando S. ha muerto! grité. Viya
Jorge Sheiman!-
Sentado delante demi, Fernando hablaba
de aquellos lejanos, pero terribles sucesos,
fumapdo su cigarro y con un desenfado que
me entristeció.
- y al tomar esa resolucion ¿ nó pensas-
EPíLOGO DE UNA TRAGEDIA. 357
teis en los que os amaban ?-le dije con
acento de reproche.
- ' Solo en el lnundo: ni madre ni her-
manos que me lloraran ...... .
-Solo! Y vuestros amigos, ingrato?
-Asunto de una Selnana ...... cuando
lnas.-Pobre Fernando! tan buen mucha-
cho! ...... -Nos amábanlOS desde el cole-
gio.-J untos entramos á la marina.-Lás-
tima grande!
y se acabó! Tierra sobre ese recuerdo.
Todo esto vínome á la mente en ese cuar-
to de hora, al rayo de la luna, apoyado en
un peñasco y los piés en la arena ardiente
de la playa.
Ví la sonrisa burlon.a con que esos amigos,
sabida ll1i aventura, acogerian mi vuelta á
la vida; imaginé sus comentarios, sus eter-
nas brOlllas en las veladas á bordo.
Quise huir de esta situacion verdadera-
mente falsa, y borré á Fernando S. del libro
de la vida.
Por dicha lnia, acababa de retirar mis
cortos fondos del Banco donde los deposita-
358 EPíLOGO DE UNA TRAGEDIA.

ba, y podia desparecer sin dejar en pos de


m~, rastro alguno.
Mi reloj marcaba ]as once.
Dirijíme al pueblo de la Magdalena, de
allí inmediato. Un chacarero, la única.
persona despierta á .esa hora, me vendió,
con su caballo ensillado, su poncho y su.
sombrero.
Embocéme en el uno, calé el otro hasta.
los ojos, monté, así, disfrazado, y tomé el
camino de Lima.
En la portada de Juan Simon, dejé el ca-
ballo al cuidado del guarda 'y entré en la.
ciudad, cuyas calles estaban llenas de gente
que rezaba las últimas oraciones de Viér-
nes Santo.
Llegué al hotel Maury, donde me alojaba.
Estaba abierto aún, á causa de sus hués-
pedes retardatarios.
Subí á lni cuarto, no sin recelo de mi cria-
do, muchacho en quien tenia confianza, y
aún, en último caso, pensaba asociar á mi
secreto.
EPíJ,OGO DE UNA TRAGEDIA. 359
Sentado en un sillon, el pobre diablo dor-
mia profundamenta.
Bendije aquel sueño providencial; y acer-
cándome silencioso á mi carpeta, cojí un
pliego de papel y escribí:
-Esta es mi últüna voluntad
Lego cuanto me pertenece en esta ha-
bitacion á Gaspar, mi sirviente y amigo-
Firmé y sellé el improvisado testamento,
tomé conmigo mi dinero, y dando una
afectuosa mirada de adios al pobre chico
que donnia esperándome, ajeno á nuestra
eterna separacion, salí del hotel, dejé la ciu-
dad, monté el caballo del. chacarero, y me
dirijí al Callao. .
Sabia que un ballenero inglés debia par-
tir en la lnañana siguiente. Estaba allí de
alTibada para hacer víveres y darse de nue-
vo á la vela prosiguiendo un largo viaje.
Yo conocia al piloto. Habia tenido oca-
sion de hablar con él, sin que supiera mi
nombre ni mi proíeaion; y podia presentár-
mele sin recelo.
Al prÍlner rayo del alba echéme en un
360 EPÍLOGO DE UNA TRAGEDIA.

bote y me hice llevar á bordo del ballenero.


Busqué al piloto y le dije que deseandQ
estudiar el oficio, le pedia se interesase con
el capitan, para que me admitiera como pa-
sajero ó como tripulante, para aquel pro·
longado viaje.
Fui recibido como pasajero, y pocas ho-
ras despues perdia de vista las costas del
Perú, donde quedaba sepultada para siem-
pre mi anterior existencia.

11.
En aquella larga morada entre ingleses,
tornéme un verdadero hijo de Albion.
Procuré olvidar el español, á fin de que
cuando lo hablase, fuera envuelto en un
fuerte acento británico.
Seis meses pasamos sin mas horizonte
que cielo yagua; ora con mar sereno;
ora agitado por terribles tempestades.
En atencion á tu horror por ~os peces,
hágote gracia de las ballenas que harponea-
lUOS, perseguimos y pescamos, así como del
EPfI,OGO DE UNA TRAOEDIA. 361
nauseabundo freir y achicharrar sus carnes,
para extraer ese aceite tan necesario á la
industria.
D n temporal nos llevó á las costas de Fran-
cia, y echó nuestra ancla en un puerto de
Bretaña.
Quien aporta á tierra francesa, es irresis-
tiblemente arrastrado por una atraccion su-
prema: París.
Poderoso reclamo para todos, lo es, toda-
via lnas, para aquellos que han vivido en
su seno.
Allí habíanw yo educado, allí comenza-
ron á formarse mis ideas, nlis gustos y mis
sentimientos. Era para mí como una segun-
da patria, y anhelaba volver á verla.
d Dónde mejor desaparecer que en ese in-
lnenso torbellino hunlano de todas las ra-
zas, renovado sin cesar?
Ademas, estaba bastante curtido por el
viento marino y borrado de lni habla el
acento laFino-americano, para que nadie
pudiera reconocerme.
Olvidé, pues, mis proyectos de largo via-
362 EPÍLOGO DE UNA TRAGEDIA.

je; me arrojé en un wagon del primer tren


que partia, y ála mañana siguiente desem-
barcaba en París.
La metrópoli se hallaba en los dias mas
brillantes del segundo imperio.
N apoleon ID habia puesto su· corona á
los piés de la bella Eugenia de Guzman; y
aquella explendente luna de miel, que derra-
maba fulgores sobre toda la Francia, hacia
de París una mansion encantada.
La Europa elegante, opulenta y artística,
habíase dado cita allí; y las altezas y ma-
gestades de la sangre, del arte y de la finan-
za, llenaban las calles, los teatros y bule-
vares.
Perdido como un átomo en aquella dora-
da niebla, halleme contentísimo durante
la primera semana; perplejo en la segunda,
seriamente inquieto en la tercera.
Juzga si para ello no habia razono
Mis recursos eran escasos y se agotarian
luego.
¿ Qué trabajo en contraria para procu-
Tarlos, con la premura necesaria, quien no
EPiLOGO DE UNA TRAGEDIA. 363
solo era extrangero, en aquella Babilonia,
sino en toda la extension de la tierra?
En uno de esos dias de duela y vacila-
cion, dos oficiales vecinos mios de hotel, ha-
blábanme de su próxima partida á Africa
en un regimiento que se estaba organi-
zando.
U na idea cruzó mi mente: hacenne sol-
dado.

111.

Al siguiente dia, presentábame como vo-


luntario en aquel cuerpo y me alistaba en
sus filas.
PartiInos; y poco despues me encontraba
en aquellas ardientes comarcas, haciendo esa
guerra de emboscada, de ardides y de salto
de mata, que tanto ha aguen'ido á los solda-
dos franceses.
Lo áspero, lo imprevisto del contínuo ba-
tallar, placia al estado de mi espíritu, que
no era ya el de Fernando S., sino el de Jor-
ge Sheiman.
364 EPíLOGO DE UNA TRAGEDIA.

Mis estudios en la Escuela Politécnica,


habian facilitado mi ascenso en la carrera:
era ya oficial, cuando un incidente que in-
fluyó de una manera extraña en mi destino,
me arrancó ~ esa vida de diarios combates,
volviéndome á Europa y á la muelle exis-
tencia de Paris.
Un dia que mi regimiento vivaqueaba en
una aldea cabila, abandonada, un escuadron
volante de artillería detúvose á pasar la no-
che en el mismo sitio, atraido por la vista de
un verde alfalfal que los árabes, no tuvie-
ron tiempo de destruir en su fuga.
Mas, este se hallaba ocupado por nuestra
caballada, que yo, con cuatro soldados, vi-
gilaba.
U n oficial del escuadron recien llegado,
pretendió introducir los caballos de este, en
el alfalfal. Yo, me opuse, ordenando á mis
soldados que los rechazaran.
Eloficial, indignado de aquella repulsa,
echó pié á tierra y vino á mí con ademan
hostil, easi requiriendo la espada.
Pero apenas me hubo mirado de cerca,
EPÍLOGO DE UNA TRAGEDIA. 365
pintóse en su semblante un profundo asom-
bro; y con estupor mio:
-Fernando!-exclamó, tendiéndome los
brazos.
-Jorge Sheiman, camarada-apresuré-
me á responder, dando un paso atrás, por
que yo tambien lo habia reconocido á él, Y
estaba profundamente conmovido.
-Perdonad- dijo-sé que no sois él;
vuestro acento me revela un inglés. Pero-
añadiÓ con doloroso enternecimiento-per-
mitid que abrace en vos, la imágen de un
amigo, muerto con una muerte trágica en la
flor de la vida.-
y me estrechó en su pecho; y sentí dos
lágrimas que caian de sus ojos.
Era Nicolás Bibesco, un príncipe slavo,
hijo del Hospodar de Valaquia; mi compa-
ñero en la Escuela Politécnica.
Nos amábamos desde aquel lejano tiem-
po, y él, abrazaba ahora, en mí, la menloria
de mi mismo.
-Ya veis, desabrido, escéptico, que exis-
ten corazones calorosos para los que la
366 EPÍLOGO DE UNA TRAGEDIA.

amistad es un culto -me apresuré á decir-


le. -Así tambien os recuerdan vuestros
amigos en Lima.
-Nicolás es una excepcion: un alma tier-
na, un espíritu caballeresco: un hombre de
los antiguos tiempos.
N uevo lazo de afecto volvió á unirnos; yo
amaba en él, al fiel amigo; él, en mí, la som-
bra del amigo muerto.

IV.
U na noche que Bibesco, al mando de una
avanzada, llevaba su gente sedienta, y ren-
dida al cansancio de una larga etapa al tra-
vés de abrasados arenales, detúvose á beber
en una fuente, la única que se encontraba en
aquel árido desierto.
Pero los cabila.;;, habian envenenado aque-
llas aguas con las raíces de un árbol de sus
montañas, enterradas en el fondo del cauce.
Algunas horas despues de haber bebido en
aquella fuente, los soldados de Bibesco, mo-
rian, presa de horribles dolores; y él mismo,
EPíLOGO DE UNA. TRAGEDIA. 367
exánime, moribundo, llegaba al campa-
mento.
Prontos y oportunos auxilios lograron sal-
varlo; pero los médicos, temiendo la influen-
cia del clima, le aconsejaron regresar á
Europa. .
Como el estado del convaleciente necosi-
tara todavia asíduos cuidados, á peticion
suya, fuí yo elegido para acompañarlo.
Bibesco, que se habia enrolado en el ejér-
cito francés por el gusto de hacer la campa-
ña de Afl'ica, me manifestó su propósito de
abandonar el servicio, donde ya habia apren-
dido bastante como soldado.
Escuchándolo, yo mismo, sentí disgusto
por aquella posicion de aventurero, á sueldo
en ageno país, peleando por conquistar y
avasallar pueblos libres, que defendian su
independencia y la tierra de sus padres.
Así, cuando hubimos llegado á París,
aun antes que Bibesco solicitara su separa-
cion del servicio, ya habia yo obtenido la
fila.
El cambio de clima y los dias de navega-
368 EPiLOGO DE UNA TRAGEDIA.

cion, influyeron tan favorablemente en la


. salud de Nicolás, que al llegar á Francia, en-
contrábase restablecido y fuerte.
Residian por entonces en París el Hospo-
dar su padre y el príncipe Jorge, su herma-
no menor. Nicolás les pidió, para mí, su
amistad y me presentó en los centros mas
distinguidos de aquella época.
Uno de ellos, quizá el mas brillante, era
la colonia americana, seccion excepcional,
cuyos salones reunen en democrática igual-
dad, lo que hay de mas elevado en nacimien-
to, ciencias,\rtes, industria y finanza.
Al traspasar aquellos republicanos um-
brales, los altos títulos descienden de su ár-
bol no biliario, para estrechar la callosa mano
del industrial; y las reinas, ocultando entre
flores su diadema, van allí á lnezclar su
charla á la de las viajeras limeñas, venezo-
lanas ó bonaerenses, que pasean su humor
turista, allende los mares.
De todas las fiestas de la sociedad pari-
siense, ningunas son tan apetecidas como
las que saben organizar, en sus suntuosas
EPiLOOÓ DE UNA TRAGEDIA. 369
residencias, esas hechiceras hijas de la
América latina, cuyo encanto agrupa en
torno suyo, todas las grandezas de la tien'a;
desde el czarowicth de las Rusias hasta el
radjha indiano; desde el potentado de las
orillas del Danubio, hasta el opulento par
de Inglaterra.
Nicolás Bibesco era acojido allí con las
preferencias lnas halagüeñas. Bello, elegan-
te, espiritual, era, además, rico, y llevaba
una vida fastuosa que añadia precio á su
mérito personal.
Empeñóse en presentarme en "quel mun-
do brillante. Yo acepté. Deseaba dar una
ojeada, bajo la máscara de Jorge Sheiman,
á esas lindas caritas de otro tiempo.
Mi presentacion tuvo lugar una noche de
Marzo, en la fiesta con que inauguraba su
palacio en la Avenida de los Campos Elí-
seos, uno de esos acaudalados personajes pe-
ruanos, luájicos trasformadores del incoloro
guano en auríferos resplandores; que, de
potencia á potencia, obsequian á los sobera-
370 EPíLOGO DE UNA TRAGEDIA.

nos con rl~gios presentes, y cumplen con los


príncipes la quinta de las corporales.
Imposible seria imaginar las riquezas ma-
teriales y artísticas, reunidas en los jardines,
salones, retretes y galerías de aquella ex-
pléndida mansion.
Todas las magnificencias que puede in-
ventar el arte y pagar el oro, estaban allí,
agrupadas y dispuestas con gusto exquj.-
sito.
Era tarde: el cotillon iba á comenzar.
Luisa, la hija-mayor de la casa, que debia
conducirlo con Bibesco, acercóse á este,
afectando un aire de misterio.
-Nicola- díjole, poniendo familiarmen-
te la mano en su hombro-gran noticia!
La bella cuyo retrato os cautivó, en aquel
album de hermosuras de otro mundo, se ha-
lla en París, y en este momento entre nos-
otros.
- Aquí! - exclamó Bibesco.
-Sí. Dos veces casada, llámase ahora
la condesa de Gualiama ... '. Pero, hela allí
EPÍLOGO DE UNA TRAGEDIA. 371.
que viene hácia nosotros ... ' Aquella que
dá el brazo al duque de Morny llega.....
Condesa, el príncipe Nicolás Bibesco; Mr.
Jorge Sheiman, oficial del ejército de Afri-
ca.-
Quedé inlnóvil, y un grito se escapó de
mi pecho, ahogado, felizme~te, por el ruido
de la fiesta.
Aquella mujer de cuyo retrato habíase
enamorado Bibesco, la condesa de Gualia-
ma, era ella, era Elisa, mas hermosa que an-
tes, alegre, risueña, indiferente; dando mi-
radas, seductoras al duque; á Bibesco, insi-
nuantes sonrisas.
En cuanto á Jorge Sheiman ... : Era
un modesto oficial, y á él, ni siquiera lo miró.
El cotillon estaba en pié y aguardaba la
última señal que no tardó en hacerse oir,
dando principio á ese baile, á la vez, bello y
tonto.
Organizadas todas sus evoluciones con el
espíritu travieso de sus conductores, eran á
cual mas caprichosa y original. Aquella,
372 EPíLOGO DE UNA TRAGEDIA.

sobre todo que debia terminarlo, tenia un


carácter picaresco de fina galantería.
La condesa de Gualiama era la hada de
los perfumes; y tendida la mano aguardaba
la ofrenda de flores que la Primavera, una
linda rubia de rizados cabellos, y túnica de
gasa plateada, distribuia entre los caballe-
ros, á quién un clavel, á quién un jazmin,
y aSÍ, vioJetas y gardénias, tulipanes y mar-
garitas, que ellos, formando una larga cade-
na depositarian á su paso, en la bella mano,
abierta coquetamente, y dejándolas caer á
sus piés, hasta hallar la flor cuyo perfume
buscaba.
Entonces aquella flor quedaria triunfante
en la mano de la hada; y su dueño, el ven-
turoso preferido, bailaria con ella la última
danza de la fiesta: el valse de los silfos.
Elcotillon se guia su curso entre risas y
aplausos. Sucedíanse escenas graciosas, sen-
timentales, grotescas.
Llegó por fin, su turno á la figura pos-
trera.
Envuelta en lID velo azulado y trasparen-
EPíLOGO DE TTN.\. TRAGRDIA. 373
te, la hada de los perfumes tendia sus ma-
nos en demanda de la florida ofrenda; y los
caballeros, inclinándose con galante cortesia,
dejaban en ellas, claveles, jazmines, violetas
y tulipanes: una lluvia de flores que ella de-
jaba caer á sus piés, con sonrisa desdeñosa.
Cuando 'hubo llegado mi vez, detúveme
ante ella; y mirándola fijarnente, tomé al
lnismo tiempo, del ojal del frac una rosa
de Alejandría que la Prünavera depositara
allí, y del bolsillo del chaleco una águila
californiana, la moneda lnas brutal y lnas
valiosa por su peso intrínseco, oculté la una
con los pétalos de la otra, y las dejé caer en
la alabastrina mano, que se estrelneció con
nerviosa convulsiono
La densa palidez que cubrió el semblante
de la condesa de Gualialna, indicóme que me
habia reconocido.
La flor permanecia en· su mano; ella,¡ no
podia arrojarla sin publicar la injuria que
acababa de recibir.
El cotillo n aplaudió el triunfo de la rosa
y formó galeria para dar paso al valse de los
374 EPíLOGO DE UNA TRAGEDIA.

silfos, que la orquesta comenzaba á ejecutar.


Sonreí á ese complemento de mi vengan-
za; yarrebatan40 á la condesa en mis bra-
zos, lancéme 'con ella en medio á los giros
violentos de esa danza, no como un galan
que baila con una dama, sino pomo un ene-
ririgo, estrujándola, ciñéndola en un abrazo
de ódio, hasta arrojarla desmayada en un
divan.
y el cotillo n aplaudió, achacando el ~es­
mayo de la condesa á la emocion de placer,
causada por la rapidez de aquel valse on-
ginal.

IV.
Al dia siguiente dejé París y la Francia.
Al ver de nuevo á aquella mujer aborre-
cida, sentí, mezclados á mi ódio, escombros
del antiguo amor, que me hacian imposible
la morada en el país que ella habitaba.
Embarquéme para Inglaterra, y allí he
pas,ado los años que de aquel tiempo me
. alejan, estudiando teórica y prácticamente
la profesion que hoy ejerzo ....... ·
EPíLOGO DE UNA TRAGEDIA. 375
--------
- y aquel oásis soñado una noche, la ca-
beza apoyada en un peñasco, ante el abismo
del mar y bajo los rayos de la luna? Lo ha-
beis encontrado?
- Ah! en cuanto á eso, dígote que la de-
cepcion que truncó mi vida, habia devorado
en mi alma todos los elementos con que se
forma un oásis.
- CÓlno ! .... alguna bella, pura y aman-
te criatura no os ha hecho olvidar esos lIll-
portunos recuerdos?
- U na muger? N o creo en ellas.
-- Y la memoria de vuestra madre ?-
Sonrió con dulce sonrisa; estrechó mis
manos y se fué ; no sin volverse en el um-
bral de la puerta, para reir, como protes-
tando de aquel enternecimiento.
y yo lne qtiedé pensando que ni el paso
del hw'acan, ni el del rayo, ni el de la peste,
hacen estragos tan horribles, COlllO los estra-
gos que hace, en el corazon del hombre, el
paso de una coqueta.
-----~;.<
....._ --
ÍNDICE.

Pálinas

Al lector ............................................................................................_............ -................... 5


Romerla á la tierra 76fJtal-
1. Las márgenes del Paraná ................................................................. 9
n. Reminiscencill.s ........... ·..· .................................................................... . 11
m. El Rosa.rio ............................................................_..................._............... 15
IV. Córdoba .....-....................................................... _........._............ _.............. 16
V. Tucuman ...............-................................................ -...................-............ 18
VI. La. Ciudadela ..............................................................................-.......... 21
vn. Dos tiestas .............-.-...-.-....................................-........................... 24
VID. Ojead&B en el pas&do .....- .......-.------- ......-................... 27
IX. El regreso-Un relato misterioso .....-.-.-....-........................:.. 30
X. Beauté, secret d'en haut, ra.yon divin embleme:
Qui ss.it d'ou tu descends? qui S&it pour quoi ron t'&Íme? 37
XI. Córdoba .....-_................- ..........._ ........_--.--..... _...-_..... _ ................. 40
XII. Incidentes .................................... , .....-.....................- _.......................... 43
xm. La última etapa ............_..- ......._.......-....................-......_.-..,......... 45
XIV. La metrópoli nrgentina ..--.........._.. ..,... _ _ ............................ 49
Lv:¡ y SO'IIIbra-
1. Aguinaldo ..................... _....................................................................... .. .53
n.L&B dos f&Bes de un miraje ............................ _.._..-... _..- ......... ..... 56
m. Charla, riss.s y gOTge08 ......-............................-._.-.---..._..- ~,
IV. Lound ....................._.................................... _ .......................................... . \
't:S .

\~
La primera deeepcicm ................................................................._........ -........-._.. ~ ..... ''1~
A doB p!UOB de la muerte oo . . . . . . . . . . - . . . . . .- . . . ._ _~
. . . . . . . . . . . . _ _ _. _ . _ _. . . . . _ _ . .

i I .', .
378 ÍNDICE.

LoI4geoidad de ,,_ fra.e _................ . 99


La Pa.. ..-.__.._. ___._ ...................................._._ ...... __._""._._"._".__ .._.. 115
El Amarlelo-
l. Abnegacion - ........ _..............._.........._.._ .... _._ .........__ _ ·121
n.Estela ... -.. _ _ _ _ ............................................_ .... _................... _ 124'
m. El amor de 10B amores ................______ ......................... . 131
U" grvpo de caminamu _ _._ _ _.___ .__.....___ ........._................. .. H3
163
Framuoo, el mercachifle ....... -,-............ - ...................................... _ ... __ ... _.~.._____ 175
El profeaorado-
La Era. de Gracia ..........-.......... - ..........._._.... __ .......... _............. 217
Virtud inf&ntil __.. _._ .............. __.......... _~........................ _.............. 223
La fJida al JI08ar-
l .• Ovacion al. la Virgen .......... _::. ........___ ....__.. _......................... 243
n. Eatiletos femeniles ........- .....- .....-...--.--__._.. _ ............... __ 247
m. Ingratitud .............. _................................._..... _.. _.. _ .............. _._ .... __ .. 248
IV. Los Reyes de la Haba ..................... ____.. _._._. __................ _... 250
V. En la guerra civil ........ __ ..... ______.• _ _ ..._.............. ___ 255
VI. Laa aves viaJeras ...........;_ .............................. _...._ ........ _........ _....... _. 259"
VII. Rosa Memede8 Riglos de Orbegoao ......_ ........................ _..._ 263
De~ del heroirmo ................. ..................................._..... __ .__..._.... _....._._ 267
Bibliografla.-
l. • Conferenciaa .... _.. _ ..... __ .._._. ___._._ _..__.. __ .... 279
n. . Dorrego • - • Glorias argentinaa' ............ _ ...__ ._.....-...._... 280
El Btmquete de la mllerk - ...-.._-.--.'"T"'------ 289
Clándw. _ .. _......__... _. _ _.______..___..._ _ :..._._____ 3ll
Vall"edadu de la mmre .-_.._____________ ........ _.... _........ 325
El GeMI'IIl MartWt. Güemu .......... _. __.._..':..._ ..._ .._ - _ .. _............._ 331
Mi,.,.~, ._._....... _........_._._.............._.. __.._. __..... ____._._.--_.- 343
Eptloge de "na trngedia ............... _ ...___- ....-........ ----........-......--....---.- 351

'1

También podría gustarte