El Mundo de Los Recuerdos - Juana Manuela Gorriti
El Mundo de Los Recuerdos - Juana Manuela Gorriti
El Mundo de Los Recuerdos - Juana Manuela Gorriti
EL MUNDO
DI
LOS RECUERDOS.
BUE!(O:; AIllBS.
,tLIX LAoIOUANE. EOITOlt
(U8UIIII ClfduL8)
51 - PnO - S8.
1886
DE LOS RECUERDOS.
Dla perecriaaeionil lDei
SlRlt hlll'lli et lUli.
AL LECTOR.
...........
..... sr
.........
ROlIERfA Á LA TIERRA NATAL.
ROMERIA Á LA TIERRA NATAL.
AL DOCTOR FRANCISCO J. ORTIZ.
l.
LAS MÁRGENES DEL PARANÁ.
11.
REMINISCENCIAS.
Comenzaba á anochecer.
El acre perfume de los bosques acariciaba.
mi olfato, llevando á la mente la dulce luz
de lejanos recuerdos.
-Orcones! lIjraflores! Gualialua! -lnur-
muraba el labio, aspirando con ansia la bri-
sa embalsamada.
y los radios<;>s mirajes del lejano pasa-
do, alzábanse ante mí cual blancas visio-
nes .....
Una bocanada de melodía ahuyentó aque-
llas gratas memorias.
Los pasajeros, enhe los que venía el cor-
tejo de una boda, habíanse reunido en la
cámara, y las notas del piano, ejecutadas
]2 FOMF.llTA Á T,A TTFRRA NATAL
•
La orquesta impJne silencio C0n l::ts pri-
meras notas de la magnífica oberturaque
reune en sí, r€lnedándolas, todas las bellezas
líricas del drama.
Pero si los labios callan, los ojos se bu.-
can, se encuentran y se hablan con ardien-
tes miradas.
El telon se alza.
Las almenadas murallas de un castillo
feudal, recortan su guerrera silueta en un
horizonte de lnontaña.
Al fondo de un salan ele este gjti~o edi-
ficio, aparece uña jó,~en de negros (abelles
y ojos de fuego. Su esbelto cuerpo viste las
galas de la desposada, que ella n1ira s(,n-
riendo con una sonrisa lúgubre, cual si fue-
ran ropas da duelo. U n pensamie~lto sinies-
tro parece agitar su ahna.
De repente, una puerta se abre y da en-
trada á un hombre cubierto con el capuz
del peregrino.
Avanza con paso lento, y se acerca á la
desposada.
-Elvira!-murmura á su oído .
•
14 nmIERIA. Á T.A. TIERRA. NATAl,.
111.
EL .ROSARIO.
-u na calándria!
-Una tórtola!
-Un avestruz!
-Los luminosos tucu-tucus!
y así, de éxtasis en éxtasis, llegué á la
bella Tucmnan, con la que tanto soñara la
lnente y que durante muchos dias solo me
fué dado vislumbrar como entre las nieblas
de un poético ensueño.
v.
TUCUlU.N.
VI.
LA CIUDADELA.
Tras largos dias de temporal, aquella tar-
de iluminada por una hermosa puesta de sol,
tenía un aire de fiesta que lo engalanaba to-
do : desde el cielo hasta el suelo.
Bandadas de blancas aves cruzaban el es-
pacio dejando en pos la melodía de sus
cantos.
El aire estaba saturado de suaves aromas;
cada patio ostentaba un jardin; cada venta-
na un ralnillete de beldades.
Cambiando con ellas saludos y sonrisas,
habíamos paseado por toda la ciudad sin
.apercibirnos de ello, hasta que nos encontra-
mos de nuevo en el punto de partida: la plaza
de armas: sitio encantador, circuido de una
doble alameda de na~anjos que dan sombra á
elegantes bancos de marnlo1, donde las be-
llas tucumanas se dan cita en las tardes para
tomar refrescos y platicar de amores.
Como nos enviaran todavía algunos des-
tellos de luz las doradas nubes de occiden-
22 RO~IERIA Á LA TIERRA NATAL.
VII.
DOS FIESTA.S.
VIII;
OJEADAS EN EL PASADO.
\
IX.
EL REGRESO.-UN RELATO llISTERIOSO.
Partimos.
Eran las tres de la mañana, y yo contaba
con la influencia del sueño, que embargando
á mis amigas, me ahorrara el trance' amargo
de la despedida.
Pero aquellas queridas criaturas velaban
detras de las puertas, que al ruido de nues-
tros carruajes abrian, corriendo á estrechar-
me en sus brazos.
Besos y lágrimas: lágrimas mucho mas
alnargas para mí, que preveia un adios
€terno.
Ah! cuánto envidió mi corazon, en esta
hora de dolor, la caja de plata del viajero
del cuento!
Al llegar á la estacion, esquivando los
últimos abrazos, bajé rápidamente del coche
y me oculté entre el tumulto de los pasa-
jeros que tomaban el tren, pronto á partir.
Comenzaba á amanecer.
Asomada á una ventana del wagon, divi-
ROlIERIA Á LA TIERRA NATAl.. 31
lié largo tiempo los blancos pañuelos que
se agitaban, enviándome el adios postrero.
La oscura fronda de una arboleda me
robó aquella vision querida ..... .
Qué espléndida alborada!
Despues de tantos dias lluviosos y nubla-
d1s, el sol parecia mas resplandeciente.
Así lo sentian los árboles, las flores, las
aves, y lo expresaban llenando el aire de
perlumes y melodías.
El ferro-carril, desde Tucuman hasta Cór-
doba, se extiende al través de un verdadero
paraíso. Ora es una llanura cubierta de
verde pasto y abigarrados rebaños; ora una
pradera sembrada de flores y pintorescos
arbustos; ora una selva en cuyas sornbrías
profundidades la ilnaginacion forja mara-
villosas quimeras. . . . . .
En el linde ~e un bosque divisanl0s, indi-
cado por un pasajero, el paraje donde fué
asesinado °el General Alejandro Heredia, á
fines de 1838.
Todos, mas ó ménos, teníamos noticia de
aquel crimen perpetrado en uno de los hom-
32 ROMRRTA Á LA. TIERRA. NATAL.
• x.
Beautá, seeretd'en haut, rayon divin embleme;
Qui sait d'ou tu descends? qui sait pour quoi ron t'a.ime?
Lamartine.
XI.
CÓRDOBA.
XII.
INCIDENTES.
XIII.
LA 'ÚLTI14A ETAPA.
XIV.
LA METRÓPOLI ARGENTINA •
TI.
LAS DOS FACES DE UN MIRME.
lIT.
CHARLA, RISAS Y GORGEOS.
T(d~s.
IV.
LOUXD.
l.
-Cuán bellos son los que circundan á
Lima, fOrInando en torno suyo un collar de
esmeraldas. Destácanse en semicírculo COlll0
verdes ramilletes en las rojas arenas de
la costa.
Bellavista, que se asienta entre el bu-
llicioso ferro-carril y el callado c81nenterio ;
L:t Maglalena, oculto COIllO un nido en la
fronda de los vergeles ; ~fatalechuz::t" la de
los exóticos huertos; Miraflores, con sus
almnedas de pinos y sus orientales palme-
ras; El Barranco, trozo del Eden, suspen-
dle!) á pico sobre las rocas del océano; San
B )l'ja, Piedraliza, Bocanegra y otros.
Asi numeraban una noche, en una ve-
lada, esos parajes floridos, asilo de solaz
en los calurosos dias del verano.
72 OÁSIS.
n.
-¿ y mi parte en el rico botin d 3 los oásis ?
¿ Dón le están las frutas y las flores prome-
tidas?-
OÁSTS.
cee
Ll PRIMERA DECEPfIO~.
LA PRIMERA DECEPCIOX.
A JOst M. ZUVIRIA.
l.
Entre las ruidosas pláticas de los solch,-
dos de mi padre, en torno al hogar noctur-
no, evocando el recuerdo de sus calnpañas,
extasiábame el eufonislno de una frase re-
petida por ellos con frecuencia.
-Los godos!
-Bajaron los godos -decian. - Ata2á-
ronnos los godos-Rechazalllos á los godos.
Los godos volaron, dejándonos Ull ri~()
botin.
y unos mostraban medallonos de Qi'O C:l1.-
jados de pedrería; otros, espada3 con rJln-
cientes empuñaduras; este, ua círculo dJ
rubíes en cuyo centro sonreia una LeIda.,l;
aquel un enorme brillante que resplallJc~í¡],
como una estrella.
80 LA PRIMERA DECEPCION.
11.
Un dia, por una hermosa puesta de sol,
estaba yo reclinada sobre las rodillas de mi
padre, que fumaba sentado en el consabido
banco; y contemplaba, no como él, la plá-
cida belleza del paisaje y las largas siluetas
de los árboles sobre el verdor esmaltado de
los campos, sino allá, en los aires, los en-
cantados alcázares de mis sueños.
-Qué bella está hoy la ciudad de los
godos!-exclamé, juntando las manos con
devota uncion.
Mi hermanito que leia, sentado al lado
de mi padre, cerró su libro y se quedó
mirándome.
-Cómo!-le dije-no la vés .... Allá,
arriba en los aires, sobre el cerro de Metán.
De alli bajaban los godos; y. atacaban á
nuestros soldados, y huian, volando; y de-
jaban joyas riquísimas que yo he visto en
manos de Lencinas, de Moreira y de Nica-
moto.-
Mi padre sonreía con la complacencia
6
82 LA PRIMERA. DECEPCION.
111.
Despues de estas dos desastrosas leccio-
nes de física y de historia, mi hermanito
volvió á su: lectura, y yo me quedé como
LA PRIMERA DECEPCION. 83
se dice vulgarmente, con el alma á los
piés ....
-¡Adios! dorada metrópoli de resplan-
decientes cúpulas y alados habitantes! Tú
no eras mas que simples aglomeraciones de
vapores, y ellos, terrestres ginetes, que tro-
taban de una en otra comarca, como el últi-
mo de nuestros gauchos .....
y largo tiempo permanecí allí sola, con
la frente en las manos, lamentando SID
saberlo, la primera decepcion .....
E pUYO si muove!
La leccion de mi hermanito quedóme en
la memoria; pero las nubes de occidente
y la frase arriba dicha, tuvieron sIempre
para mí un misterioso encanto.
=Q Q
Á DOS PASOS DE LA MUERTE.
Á DOS PASOS DE LA MUERTE.
AL GENERAL ANDR~S A. CACERES.
1.
El sol ha bia abandonado ya los vetustos
muros de San Francisco de Paula, cuartel
de los enjuiciamientos militares. Eran las
cinco, y la comida del preso me llamaba á
casa.
-Hasta luego! - díjele, sonriendo para
ocultar la angustia que de mí se apoderaba
cada dia al dejarlo.
El, la adivinaba, sin embargo; porque
cada dia, tam bien, con el beso de depedida
-Madre-decia-no olvides mi ruego: ni
una palabra en demanda de mi libertad.
Sería para ti humillacion; deshonra para
mí.
y ese dia añadió - ¿ Hay algo mas ch liS-
eamen te lisonjero que estar preso por haber
88 Á DOS PASOS DE LA MUERTE.
II.
Absorta en estos lúgubres pensalnientos,
habia atravesado el largo trayecto media-
nero entre la calle de Malambo y el puente
de madera, que une con la ciud::td este arra-
bal á la vera del ferro-carril andino: sitio
ameno y de rientes perspectivas, poblado á
esa hora fresca de la tarde de numerosos
paseantes.
En estado de completa abstraccion, y cual
una sonámbula, crucé el puente' entre el
bullicio de los transeuntes y el murmullo
del rio; puse maquinalmente en la mano
del garitero la moneda del peaje, y se-
90 Á DOS PASOS DE LA MUERTE. .
IIl.
-N unca tenará la vergüenza que mere-
ce el haber ayer, delante de tanta gente,
llorado comonna chiquilla;-dije á un ami-
goque pocos momentos despues demi aven-
tura, me habia encontrado en la calle, escol-
tada, aún, por la turba admirada y contem-
plando mi salvacion como un milagro.
-lVO hay mal que por bien no venga-
respondió él, sonriendo con malicia.
-¿ Qué quiere decir eso, y el airecito de
sibila que me trae Vd.?
-Quiere decir-replicó el muy taimado
-que no hay como gritar para tener razono
-¿ Acabará Vd. con sus refranes deSan-
eho Panza?
-Brevedad?
-Brevedad!
-Pues héla aquí. Ayer, mientras me
narraba Vd. en la calle el terrible accidente
con los trájicos pensamientos que lo produ-
Á DOS PAfOS DE LA MUERTE. 93
jeron, sucedió que el Ministro M., saliendo
de ca..~a de un aluigo, encontrose, por casua-
lidad, caminando detrás de nosotros.
Por supuesto, escuchó el relato, que le
aseguro á Vd. era gráfico y palpitante á
no más, sobre todo, en el capítulo de los si-
niestros temores que torturaban el ahna de
la madre y su abstraccion, en tanto que la
muchedumbre aterrada la veia, sin atreverse
á dar un solo grito para despertarla, llegar
á los dinteles de la muerte.
El Ministro M., profundamente conmo-
vido, desvió se en su camino, y en vez de en-
trar en su casa, fué á ver al Fiscal que en-
tendia en el asunto.
Este le confió que tenía órden de dejarlo
dormir. El jefe de Estado Mayor General
temia el ridículo que iba á traerle la vista
del proceso.
AqueUa iniquidad indignó de tal suerte
al honrado Ministro, que allí mismo, en la
mesa del Fiscal, redactó una crónica que re-
producia con puntos y cómas el relato de
94 Á DOS PASOS DE LA MUERTE.
OOQ
LONGEVIDAD DE UNA FRASE.
LONGEVIDAD DE UNA FRASE.
A SANTIAGO ESTRADA.
l.
Mientras que en el mundo haya ingratos
eterno será el tu quoque de César.
""':Eureka !-exclamará con Arquíme- •
des aquel que encuentre solucion á lo que
con afan buscaba.
y quien se obstina en un imposible, per-
síguelo con la heróica respuesta del prócer
imperial-"La guardia muere, no se rinde!"
Pero frases vulgares, insípidas, nacidas
de un incidente banal, y que con él deben
pasar y desvanecerse, ¿ por qué viven?
Misterios del acaso!
Eramos doce, entre niñas y muchachos.
Montados en ligeros caballos, corríamos,
precediendo el coche en que iba la gente
grande, á lo largo del camino sombreado
100 LONGEVIDAD DE UNA FRASE.
l l.
111.
al!lta
LA PAZ.
LA PAZ.
PASADO Y PRESENTB.
l.
Un dia, el viento de la vida llevóme otra
vez; á Bolivia, ese país de dulces y doloro-
BOS recuerdos.
Cuán diferente lo encontré de la época
en que, con el alma en .duelo, ausentábame
dejándolo ensangrentado por la gueITa civil,
desiertos sus caminos, incultos sus campos y
sembrados de cadáveres.
Al llegar á Chiliyaya, primera etapa en
tierra boliviana, allí, donde antes se exten-
día un páramo inhospitalario, el viajero ha-
lla una poblacion formada de pintorescos
caserios, que se agrupan en torno á un hotel
elegante y confortable, visitado diariamente
116 LA PAZ.
11.
e Q 'O
EL A1IARTELO.
EL AMARTELO.
l.
ABNEGACION.
11.
ESTELA.
m.
EL AMOR nE LOS AMORES.
UN GRUPO DE CA~IINANTES.
UN GRUPO DE CAMINANTES.
A IIAFAEL. 08L.IGAOO.
l.
La hora era avanzada, el tiempo borl"as-
. coso; tenebrosa la noche, larga la etapa.
Eramos seis: el loquísüno Boado, Clodo-
miro el guitarrista; Contreras, el guia de
marras (*); un acaudalado vecino de Sal-
ta; quien e3tas líneas escribe, y una desco-
nocida que, ~nvuelta de piés á cabeza en un
gaban de ancho capuchon, se nos reunió en
medio á la oscuridad, y marchaba entre el
parlero grupo que la dirijia premiosas inter-
rogaciones, obstinadamente silenciosa.
Fastidiados por una lluvia que por dicha
11.
-Yo tenia un amigo-prosiguió Contre-
ras-él y yo nos queríamos COlllO herma-
nos. Un dia nos encontramos. N unca nos
152 UN GRUPO DE CAMINANTER.
III.
Habia amanecido!
N ueva sorpresa, aún! La creciente habia
pasado, y nos encontrábamos ante un rau-
dal cristalino.
Triple sorpresa! La incógnita del capu-
chon habia desaparecido. Tanto nos absor-
bió el trájico relato del guía, que aquellos
tres incidentes se produjeron sin que nos
diéramos cuenta de ello.
Atravesamos el temible torrente cuya
onda, llegaba apenas á los jarretes de nuestros
caballos; y dos horas despues, pisábamos los
dominios de aquella emperatriz de la henno-
sura preconizada por Boado, y nos apeiba-
mos en el anchuroso patio de su morada.
Cuál seria nuestro asombro, cuando en la
baranda del corredor que circuia la casa,
divisamos, extendido, secándose á los rayos
160 UN GRUPO DE CAMINANTES.
UNA CONVERSIO~.
UNA CONVERSlON
• ANGEL J. CARRANZA
l.
Efraim era un bello jóven belga, jefe de
una de las principales casas comerciales de
Arequipa.
Su distincion y la gracia de su espíritu,
con quistábanle , en todas partes, envidiable
popularidad. Era el ídolo de los salones.
Los hombres, buscaban solícitos su amis-
tad; las jóvenes, allá, en el secreto virginal
de BU corazon, guardaban, todas, por él, al-
gun tierno sentimiento.
Sin embargo, en la blanca ciudad de amo-
rosas tradiciones, donde Himeneo tiene un
templo al que van á prosternarse los hijos
de todas las naciones, Efraim no tenia
nona.
164 UNA. CONVERSION.
111.
l.
Diez y ocho años tendria el rubio gioven-
neto. La alegría de la juventud reia en sus
azules ojos, abiertos con gozoso asombro,
cual si divisaran las venturas de la vida.
'l es ti do con una blusa parda y un panta-
Ion raido; ágil Y suelto de cuerpo; al hom-
bro, la vara cargada de muselinas y bajo el
brazo el carton de novedades, paseaba las
'calles pregonando con. voz luelodiosa y
acento genovés-Gasas d'ltalia! signoras;
blondas y recortes bordados! signoras. Tullo
lJUono, verdad, signoras.-
Placíame comprar sus mercaderías á aquel
176 FRANCESCO, EL MERCACHIFLE.
11.
11 I.
y pasaron años.
Todo cambió, así en mi, como en el mun-
do de mi tiempo: todo, escenarios y prota-
gonistas.
FRA ~C'E~('O. 1':T, MRRCACHTFT.E. 183
El suelo se cubrió de ferro carriles que
se llevaron el perfume del sahumerio, y
trajeron el del gas, dela hulla y del asfalto.
Lima, olvidando los terremotos que con-
mueven el suelo en que asienta, aglomeró
pisos sobre sus casas, y subió á ellos el mar-
• mol y el granito.
¡ Adios, balcones de morunas e elosias , tan
propicios al delicioso espionaje de las jóve-
nes! Reemplazáronlos elegantes antepe-
chos de alabastro, donde las curiosas eran
el blanco de las miradas.
La fisonomia misma de la tradicional be-
lleza limeña, sufrió enorme trasformacion.
A los grandes ojos negros, ardientes y domi-
nadores; á las oscuras cabelleras rizadas, su-
cedian ojos azules de lánguido mirar; cabe-
llos que parecian robados á las doradas nu-
bes de la aurora.
- ¿ Quiénes son estás bellísimas rubias?
Diríase una ronda de ángeles.
- Son las de W olff.
- Gringui1:a.s, por supuesto.
184 FRANCESCO, EL MERCACHIFLE.
IV.
Interrumpió el curso de mis reflexiones, la
entrada de un apuesto caballero que atrave-
só el salon con gallarda soltura, y vino há-
cia nosotras, despues de saludar conla mano
al grupo masculino.
-Hélo aquí! qué le parece á usted?-
dijo Elena, estrechando mi brazo, á tiempo
que el recicn venido se inclinaba ante mi. Y
tomando la mano de éste.-Mi esposo-di-
jo; y señalándome á él. - La mas querida
amiga de mi familia, - concluyó.
Castelfrido i4e inclinó otra vez, pronun-
ciando galantes frases.
y en tanto yo, en extraña confusion, mi-
rando aquel hombre, pensaba-¿ Dónde he
visto yo esos ojoS abiertos, como la contero-
FRANCE8CO, EL MERCACHIFLE. 189
placion de una grata lontananza? Dónde he
oido la melodía de esa voz, que me recuerda.
no sé, qué lejanos tiempos?
-Lo veo -cuchicheó Elena á mi oido.-
Usted tambien lo encuentra distinguido y
bello. ¿No es cierto? Ah! en cuanto á mí,_
por mM que él, finge un orígen humilde, y se
da por hijo de pobres campesinos, yo tengo
la sospecha, casi la conviccion, de que es un
príncipe disfrazado, que oculta su grandeza
en la sombra del misterio. -
Yo, en el mismo tono, - mejor será hija
mia-· repuse-mucho mejor, que sea lo que
es: un hombre honrado y laborioso.-
Hablando así, contemplaba á Castelfrido,
y me preguntaba siempre: dónde habia vis-
to con familiar frecuencia, aquel risueño
semblante; dónde habia oido,.en amistosas
pláticas, aquella voz suave y atrayente.
Viéndonos inclinadas, la una hácia la
otra, hablar quedo, el esposo de Elena fijó
en ella una tierna mirada, y volviéndose
ámi.
190 FRANCESCO, EL MERCACHIFLE.
- y Nanetta?-interrogó álguien, en el
círculo que escuchaba atento.
-Olvidada!-respondió en coro el aü.di~
torio.
-Oh! que nó!-exclamó Castelfrido.-
Francesco guardaba su fe.
Apenas llegado á Génova, atravesó la
ciudad sin verla; y á pié, cual de ella saliera,
emprendió la peregrinacion á la'tierra natal,
aquel pobre burgo escondido entre montañas,
que albergó su infancia y los primeros dias
de su juventud.
y corria, anhelante, á lo largo del sendero
que, serpeando entre peñascos descendia á
la encrucijada de donde se divisaba el pue~
blo. Pero ay! al llegar á este, Francesco se
detuvo petrificado ..... .
La aldea habia desaparecido. En el pa~
raje, donde antes se alzaban sus pintorescas
casas, sus huertas y jardines, veíase la huella
del terrible alud, que, cayendo de lo alto de
los montes, los habia arrastrado, con sus ha~
bitantes, á lo hondo de un precipicio .....
Francesco lloró largo tiempo su ensueño
FRANCESCO, EL MERCACHIFLE. 205
desvanecido. Despues, cuando la resigna-
cion descendió á su alma, vió, en aquella ca-
tástrofe, los designios del destino que lo
llamaban á otra existencia.
Dió su vida al estudio y á largos viajes,
que hicieron del pobre mercachifle lm hom-
bre ilustrado, y abrieron á su ambicion vas-
tos espacios. '
Un dia Francesco sorprendió en su alma
un sentimiento nostálgico. El recuerdo de-
Lima.
La riente ciudad donde todo le fué
,propicio: todo, desde el corazon humano,
hasta la tielTa, que le diera los tesoros ocul-
tos en su seno, lo llmnaba con lnisteriosa.
atraccion.
·Franeesco, que, áun en medio á la opu-
leneia, llevaba el corazon triste y 'vacío: ce-
dió á ese grato reclamo, y volvió á Lima.
Contempló otra vez su esplendoroso cielo;
aspiró con delicia sus perfumadas auras, y
una hermosa virgen le dió, con BU amor, la
felicidad.-
Concluyó Castelfrido, inclinándose ante
206 FRANCESCO, EL MERCACIlIFLE.
VI.
Un dia, 2 de Noviembre, iba yo con todo
Lima, camino del Cementerio, y compraba
flores á mi paso por las huertas de lIara-
villas.
Vecina al convento del Buen Pastor, lla-
mó mi atencion una casita preciosa, verda-
dera miniatura, con su puerta de verja en-
tre dos ventanas voladas j al fondo y dando
entrada al principal, una galería cubierta.
208 FRANCESCO, EL MERCACHIFLE • •
*
Francesco : si un dia leés estas lineas, ve-
rás que he guardado tu secreto.
EL PROFESORADO.
EL PROFESORADO.
cco
EL PROFESORADO. 217 •
LA ERA DE GRACIA.
1.
Reinaba Herodes en Judea, y en el Impe-
l'io Romano, Octavio Augusto.
Los antiguos dOlninios de Israel, por los
pecados de su pueblo, habian venido á ser
una prOVInCIa romana.
Los descendientes de sus reyes, en el
trascurso de largos cautiverios, habian per-
dido sus riquezas y confundídose entre la
multitud.
Vivian del trabajo, y solo en el rádio de
las relaciones familiares, era conocido su
preclaro origen.
Entre la régia prosápia, habia una VÍl·gen
de excelentes virtudes llamada María ó Mi-
rían, en lengua hebrea: Estrella del }Iar.
Habitaba una pequeña ciudad de nombre
Nazareth, situada en un valle de Galilea,
donde el perfume de santidad que de ella
emanaba, difundíase, oculto, cual el de la
violeta.
218 EL PROFEBORAOO.
11I.
Pasados tres meses en piadosas pláticas,
y habiendo mecido sobre su regazo al Pre-
cursor, lIaría, de vuelta á Nazaret, vió
salir á su encuentro á su desposado, á José,
llamado el Justo, que cayendo de rodillas
ante ella-Elegida del Altfsimo--{'xclamó,
besando la orla de su túnica-dígnate habi-
tar el hogar de tu siervo; y derrama en él
la santidad que en tí se encierra.-
Maria tendió la mano á BU esposo con la
dignidad de Reina y el amor acendrado de
una tierna consorte.
y habitó bajo el humilde techo del car-
pintero, quien, aunque de real estirpe como
ella, cual ella tanlbiGn era poure y vivia del
trabajo de sus manos.
Por aquel tiempo, qaeriendo el (Ajsar sa-
ber el número de habitantes que poblabaQ.
su "Vasto Imperio, ordenó UD padron que
222 EL PROFESORADO.
VIRTUD INFANTIL.
l.
A corta distancia de uno de 103 pueblos
del Norte del Perú, en una cabaña aislada
entre peñascos y matorrale3, vivia una po-
bre viuda, desamparada y sin mas compa-
ñia que una hija, niña de ocho años.
Aunque de tan corta edad, Maria era
animosa, inteligente y trabajadora.
De dia e3tudiaba alIado del fuego, en tan-
to que hacia el almuerzo, y la merienda, que
224 EL PROFESORADO.
•
servia á su madre bajo la fronda de una
parra plantada por ella y que comenzaba á
darles hermosos racimos.
El resto de las horas cosia y bordaba para
las señoras del pueblo.
Al anochecer, un anciano, antiguo precep-
tor del lugar, que habitaba una choza no 1e-
j')s de allí, venia á sentarse á la mesa de la
viuda, quien par tia con él su frugal comida.
Desf>ues de la cena, Maria daba al ancia-
no las lecciones que habia aprendido en me-
mo á sus faenas domésticas.
El resto de la noche, hasta las diez, em-
pleábalo en tejer blondas tan bellas, que des-
de la pobre cabaña dcmde sus ágiles deditos
las confeccionaban, iba á lucir en los salones
de Lima y. en sus primorosos dormitorios,
adheridas á la orla de fustanes, fundas y
sábanas, bajo nevadas faldas y cobertores de
terciopelo.
Luego, y durante una hora, leia en voz
alta, para ejercitarse, algun libro útil ó pia-
doso, y repasaba sus lecciones.
Cuando el guacco daba su tercer canto,
EL nOFFSORAOO. 225
Maria cerraba su libro, se amxlillaba ante
la imágen de la. V írgen, rezaba 8U8 oracio-
nes, recibia la bendicion lnak!rnal, y se dor-
mía tranquila en 8U camita blanca, segura
deque la cobijaba el Ala invisible del ángel
de 8U guarda.
A las cinco de la mañana, lfarla se 10\"8n-
taba, bania la C81J8,; 10 Meaba todo, prepB-
raba café para su madre y se 10 servia en la
cama.
Se bañaba y peinábase; vestia con coq oe-
tena 8\18 pobres ropi tas y voh·ia á las lDÍs-
J,D88 ocupaciones que llenaban 8U vid!\.
El domingo iba al pueblo con HU nladre,
oia. misa á 8U lado; p8Feaba Mida á AU Inano
en tomo á la pla7..a; comprablllllguna friole-
ra en las tiendas, otra en ellnercndo; jugaba.
con las niñas de 8U edad bajo las higu('rRR de
loa patios, mientra..., su., m'\dres platicaban
sentadas á su 8Ombra; y ti la caída elel 801,
regreaa.ba contenUshna á 8U ca..., cantandn,
aaltando, volviéndose de vez en cuando luida
8U madre, para darla gracias por 108 objeto.
que la habia comprado.
11
226 EL PROFESORADO.
II.
111.
IV.
Un año mas tarde, entre un jardin y una
huerta, alzábase un hermoso hospicio, diri-
jido por la venturosa madre de su infantil
fundadora, empleada tambien, como sir-
vienta y profesora en aquel benéfico estable-
...
cimiento.
LA VIDA AL PASAR.
LA VIDA AL PASAR.
A M E R e E oE S e A 8 E L L o oE e JI A B o N ERA.
l.
OVACION Á LA VIRGEN.
11.
ESTILETOS FE:UEXILES.
111.
INGRATITUD.
IV.
v.
EN LA. GUE.RRA. CIVIL.
VI.
LAS AVES VIAJERAS.
---,""'-..<~---
DERROTAS DEL IlEROIS}IO
DERROTAS DEL HEROISl\fO.
AL DOCTOR RAMON CASTILLA.
I.
Miraflores, la bella estancia de las orillas
del Pasaje, hallábase un dia en grande
consternacion.
Desde la Sala hasta el último rancho,
oíase exclamar entre ayes y lágrimas:
-Guapito se lnuere!-
Guapito, el intrépido cazador de tigres;
el mas fuerte y activo de los peones; el gui-
tarrista; el payador; el alma de los festejos;
yacia, preso de horroroso delirio y atado de
piés y manos, para impedir que se arrojara
de la calna.
En un caluroso dia, en medio á las labo-
res del campo, habíalo asaltado el grano
malo, enfermedad contagiosa y mortal, en
aquel clima ardentísimo.
268 DERROTAS DEI, HEROISMO.
11.
COQ
BIBLIOGRAFÍA.
BIBLIOGRAFÍA.
l.
• Conferencias. •
11.
• Dorrego. , - • Glorias arJentinas .•
Querido amigo:
Por Julio, sé que usted no ha recibido mi
carta contestauion á la suya, amabilísima,
fraternal y consoladora.
Fácil será á usted imaginar con que soli-
BIBLIOGRAFíA. 281
citud me apresuraría yo á darle respuesta.
Decia á usted que cada línea de su carta,
habíame traido un consuelo, una voz de
aliento, una esperanza.
Desde ese dia, no lloré mas ; porque us-
ted me demostró que para el alma de Mer-
cedes, la tierra era una morada estrecha y
triste, donde sufria nostálgia, asfixiándose
en el helado hálito de este mundo.
Sí: decíanlo sus dolientes versos; decíalo
el éco mismo de su voz, quejumbroso y
triste.
Nó; ya no lloro su muerte, que, cual usted
dice, ha sido el principio de su verdadera
vida.
Doilne, ahora, al culto de su lnemoria: es-
toy reuniendo sus poesías y sus escritos en
prosa, que ella no tenía cuidado de conser-
var. Cantaba, y como las aves, derramaba
y olvidaba sus cantos.
Voy á hacer de elloR y de lo que respecto
á ella se ha escrito, una publicacion luixta:
su biografía escrita por Obligado; su corona
fúnebre; y últimamente-Ecos del destier-
282 BIBLIOGRAFÍA.
RmUOGRAFtA. 285
cuyo broche, yaliosa joya colocada entre dos
puntos euhninantes:-Cancha Rayada y
Maipú, es la sublÍlne Hora de la prueóa.-
Ruégole que haga callar á su quisquillosa
11lodestia que no gusta de elogios, y reciba
benévolo, las felicitaciones que le envío.
EL BANQGETE DE LA MUERTE.
EL BANQUETE DE LA MUERTE.
A RICARDO PALMA.
1.
11.
II!.
-Vengo á poner puntos y comas á mi
circular de invitacion-~jo el Coronel Nu-
ñez, entrando de repente en mi salon, á esa
hora, en plena asamblea de la Espuela do-
loada.
Artículo primero: Nadie me falte maña-
na. . . . .. so pena de despiadado fusila-
nllento.
EL BANQUETE DE LA MUERTE. 297
Artículo segundo: A las siete todo el
mundo en la Fortaleza. Desayuno de pon-
che ardiente y lec/te-espuma,
Artículo tercero: A las diez, almuerzo
en torno á lo alto de las murallas, servido en
cien mesas de á cuatro cubiertos. En el salon
de banderas, baile hasta la hora del lunch.
Música y declamacion hasta la comida.
Artículo cuarto: Banquete y sus acceso-
rios, hasta lo infinito!-
Rió, saludónos y se fué.
1..1os tópicos de la asamblea fueron olvi-
dados, para no hablar sino de la fiesta del dia
siguiente.
-PreomÍpame sobre todo-dije á mis
amigos, cOluprOluetidos en la revolucion que
sordamente fermentaba-preocúpalue, la
actitud de Alzérreca, que como secretario
habrá de estar mañana al lado del Prefecto
á la hora peligrosa de los brindis: es decir,
á la hora fatídica del champagne. El, que
con un sorbo vacia todos los secretos de su
alma, ¿podrá resistir el hechizo de la mano
que le presente una copa?
298 EL BANQUETE DE LA MUERTE.
IV.
La asamblea se disolvió; y yo me quedé
sola, embrollada la mente en pensamientos
inquietantes.
Era muy tarde; tenía sueño, pero apenas
habia tiempo para dormir. Era necesario
levantarse temprano, vestir de gala y acu-
dir á la cita á la hora precisa, para evitar el
fusilmniento.
Bajo el peso de tales alarmas, recosté la ca-
beza en la almohada y ID e dormí con un sue-
EL BANQUETE DE LA MUERTE. 299
ño fatigoso, poblado de visiones confusas,
que asomaban, se acercaban y desparecian
para volver de nuevo.
De repente, pa~ecióme ver la luz del
dia ..... .
Rabia amanecido! ........ y la fiesta?
Quise arrojarme de la cama; pero mis
miembros estaban paralizados y rehusaban
el movimiento.
Asíme á las columnas del catre, y logré
ponerme en pié. Despues, apoyándome en
los muebles, casi arrastrando, llegué al to-
cador. Qué trabajo para vestinne ! ..... .
y pasaba el tiempo, y ya vestida, éralne
imposible moyer los piés ..... no podia
. ,
camInar ....... .
Llamaron á la puerta ..... La comision!
-Adelante!-quise decir; pero lnis la-
bios inmóviles, no emitieron sonido alguno.
La puerta se abrió, y cuatro hombres ves-
tidos de negro, e~bozados hasta los ojos,
entraron con ademan solemne, arrebatáron-
me en sus brazos, y echaron á andar con-
mIgo, no ya á la luz del dia, sino entre
300 EL BANQUETE DE LA MUERTE.
CCI'Q
CHINCHA.
CHINCHA.
PELLIZII.
l. •
Mas, que la dolencia del cuerpo, la obs-
cesion del enemigo, profanando con su
planta la amada ciudad, me obligó á dejar-
la para ir á respirar, un poco de quietud, al
abrigo de las silenciosas frondas que rodean
aquel pueblo.
Sin embargo, alejábame de Lüna con
profunda pena.
Parecíame oir la voz de una amiga mo-
ribunda, que me reprochaba el abandonarla
en manos de sus verdugos.
Habria querido separar mi voto del de los
compañeros, con quienes pactara un vo-
luntario destierro; y quedarnle apegada á
312 CHINCHA.
11.
III.
" Señore~:
"Al finalizar el periodo consagrado á
vuestro servicio, tengo el honor de exponer
á vuestra consideracion, con el resÚIDen de
los trabajos ejecutados en el curso de este, la
CHINCHA. 319
indicacion de los que deben tener lugar en
el que comienza mi honorable colega.
Como base de toda operacion culinaria,
he procurado dar al conjunto del menaje
la lünpieza esmerada, que necesita, sobre-
todo, en este lugar de continuas polvaredas.
Observando la poca coccion que, por ahor-
rar cOlnbustible, el hijo del Celeste Im-
perio (*) daba á las viandas, he aprovecha-
do los mOlnentos en que e~te sér exótico se
ausentaba del fogon, para encenderlo de
nuevo, y dar á la comida, los hervores y la
~nservacion que le hacian falta para ser
servida.
En busca de modificaciones que se adap-
ten á todos los gustos, he ideado para la
salsa de peregil en reemplazo del desagra-
dable queso, el migajon de pan desleido en
la crema de leche, que le da un sabor deli-
cioso ; sustituyendo para esta y la de mira-
sol, el aromático jugo de la naranja, al indi-
gesto vinagre.
( *) Cocinero chino, llamado así para que, hallán-
dose presente, no me comprendiera.
320 CHINCHA.
11.
l AGrED;\D~ DE Ll )lE~l[.
•
•
VAGUEDADES DE LA MENTE.
AL DOCTOR TOMAS BALESTRA.
1.
El entusiasmo, como todo los sentirnientos
3xaltados; es de corta duracion; conviértese
:m indiferencia, y muchas veces en hostili-
lado
Despues de la ovacion, huid, si no quereis
\~er que los hlllll10S se tornen en ultrajes,
y el culto en persecucion.
Cuán corta distancia, del triunfal hosan-
na á la ensangrentada cruz del Calvario!
11.
U n católico ferviente y un libre pensador
discutian delante de mí,• sobre religion, in-
terrumpiéndose, de vez en cuando, pa'ta diri-
jiJ:me un - ¿No es verdad, señora?
326 VAGUEDADES DE LA lIENTE.
II!.
.IV.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . Aquella asercion in-
famalfte, arrojada por la. voz de un hombre
ilustre y leal, como un puñado de lodo al
pedestal de una apoteósis, obtuvo la fe, con
que se acoge el mal; pero su autor, no con-
tento con este triunfo, pidió un juicio, de-
fendió su acusacion y se sinceró.
Sin elllbargo, ah! .... qué alllargo sa-
bor de?e quedar en la conciencia del que le-
vanta la voz para acusar!
El historiador encuéntrase, á veces, forza-
do á cumplir ese penoso deber. Traza el
camino de la HUlllanidad en el porvenir.
Este camino es la Historia; y se debe á la
verdad por severa que sea, á fin de que la
humanidad no se extravie.
Pero el historiador es un juez; y cuando
tiene que fallar en congeturas, debe opt~r
por las que absuelven: no pdr las que con-
denan.
·.
EL (iE~Ert\L lL\RTI~ (jUt:"~.
EL GENERAL !fARTIN GÜE~IES
,. LA MEMO"IA DEL ILUSTIIE GENEIIAL PEDERNEIIA •.
1.
II!.
Un dia, COlno he dicho antes, mis ojos
de niña contemplaron á ese héroe, cuyo
nombre oia pronunciar .con el de Dios.
Era una mañana de prim~avera; y yo
jugaba corriendo entre· las altas yerbas
que con salvaje desarrollo crecian en torno'
de la casa.
Qué profundamente se graban los recuer-
dos en la imaginacion infantil.
. Me parece que fué ayer.
Llamó mi atencion un rumor de voces y
pisadas de caballos.
334 EL GENERAL "MARTIN GUEMES.
IV.
y dos años pasaron.
El luto habia. desaparecido en los uni-
!2
338 EL G"ENERAL MART1N GÜEMES.
00=
MIRAFLORES.
MIRAFLORES.
A ROSA MERCEDES RIGLOS 'DE ORBEGOSO.
1.
Sombroso, fresco, perfumado, aquel oásis
encerraba un doble encanto.
Para los ojos, sus magníficos palacios, sus
Horidos vergeles, sus azules lontananzas.
Para el recuerdo, su nOlnbre: 1vliraflores!
Así llamábase taInbien, aquella amada
comarca, nido de los primeros dias de la vida,
miraje eterno del ahna ....
Con qué anhelo, cada sábado, concluidos
los trabajos de la semana, era esperada la
hora del tren, que, en álas del vapor, nos lle-
llevaba á ese delicioso paraje donde encon-
trábamos la frescura de los campos, el perfu-
me de las flores, los abrazos de la familia.
Blancos cendales flameaban al aire, salu-
dándonos, desde que el tren avistaba la esta-
cion; y coros de bellísimas criaturas, repre-
344 MIRAFLORE~.
11.
111.
• ••
EPÍLOGO DE UNA TRAGEDIA.
EPÍLOGO DE UNA TRAGEDIA.
A CLORINDA MATTO DE TURNER.
l.
-No la recuerdo.
- Cómo; no sabias tú que yo amaba á Eli-
sa B., que era amado de ella, y que el dia
de mejor sol, cambió mi amor por el oro de
un judio? Pues, amiguita, nada menos
sucedió.
Mi rival contaba las esterlinas por millo-
nes; yo solo poseia del metal que se la forja,
mis galones de marino. El otro la obse-
quiaba un palacio; yo no podía ofrecerle
otra mansion que mi camarote á bordo de la
Apurimac.
Elisa me desechó.
Caí de las nubes.
El sér ideal que la imaginacion habia
formado con los rayos de la aurora y los na-
carados celajes de la tarde, no era sino una
mujer, una hija de Eva que me finjiera un
paraíso para hacerme gustar de8pues el
amargo fruto del desengaño.
:Menos paciente que Adan, quise hacer-
me justicia; y tomando el camino mas corto
arrojéme con la pérfida de lo alto de un
EPÍLOGO DE UNA TRAGEDIA. 355
peñasco á las embravecidas olas del mar, en
una fuerte resaca.
Unos pescadores, que recorrian aquellos
parajes velando sus redes, lograron salvar-
la, arrancándola á mi mortal abrazo.
Avergonzado de verme arrebatar mi ven-
ganza, hundíme en el abismo.
U n postrer destello de razon, mostróme
~n aquel morir solo, el mas tonto de los sui-
cidios; y me hizo volver á la luz, y vpgar
hácia las riberas de la vida.
Apoyado en una roca, los piés en la are-
na tibia por el sol de un largo dia; delante
de mí, el mar y sobre mi cabeza, los rayos
de la luna, entré en cuentas con mi corazon.
Prodigio! estaba tranquilo: el dolor, la
rabia, la desesperacion, habíanlo abandona-
do con el amor fatal que lo devastaba.
No era, pues, una fábula, la influencia
maravillosa que la antigüedad atribuia al
salto de Leucades. A mí me habia curado.
Tras 1m suspiro de bienestar, di una mi-
rada á mi situacion.
356 EPÍLOGO DE UNA TRAGEDIA.
11.
En aquella larga morada entre ingleses,
tornéme un verdadero hijo de Albion.
Procuré olvidar el español, á fin de que
cuando lo hablase, fuera envuelto en un
fuerte acento británico.
Seis meses pasamos sin mas horizonte
que cielo yagua; ora con mar sereno;
ora agitado por terribles tempestades.
En atencion á tu horror por ~os peces,
hágote gracia de las ballenas que harponea-
lUOS, perseguimos y pescamos, así como del
EPfI,OGO DE UNA TRAOEDIA. 361
nauseabundo freir y achicharrar sus carnes,
para extraer ese aceite tan necesario á la
industria.
D n temporal nos llevó á las costas de Fran-
cia, y echó nuestra ancla en un puerto de
Bretaña.
Quien aporta á tierra francesa, es irresis-
tiblemente arrastrado por una atraccion su-
prema: París.
Poderoso reclamo para todos, lo es, toda-
via lnas, para aquellos que han vivido en
su seno.
Allí habíanw yo educado, allí comenza-
ron á formarse mis ideas, nlis gustos y mis
sentimientos. Era para mí como una segun-
da patria, y anhelaba volver á verla.
d Dónde mejor desaparecer que en ese in-
lnenso torbellino hunlano de todas las ra-
zas, renovado sin cesar?
Ademas, estaba bastante curtido por el
viento marino y borrado de lni habla el
acento laFino-americano, para que nadie
pudiera reconocerme.
Olvidé, pues, mis proyectos de largo via-
362 EPÍLOGO DE UNA TRAGEDIA.
111.
IV.
U na noche que Bibesco, al mando de una
avanzada, llevaba su gente sedienta, y ren-
dida al cansancio de una larga etapa al tra-
vés de abrasados arenales, detúvose á beber
en una fuente, la única que se encontraba en
aquel árido desierto.
Pero los cabila.;;, habian envenenado aque-
llas aguas con las raíces de un árbol de sus
montañas, enterradas en el fondo del cauce.
Algunas horas despues de haber bebido en
aquella fuente, los soldados de Bibesco, mo-
rian, presa de horribles dolores; y él mismo,
EPíLOGO DE UNA. TRAGEDIA. 367
exánime, moribundo, llegaba al campa-
mento.
Prontos y oportunos auxilios lograron sal-
varlo; pero los médicos, temiendo la influen-
cia del clima, le aconsejaron regresar á
Europa. .
Como el estado del convaleciente necosi-
tara todavia asíduos cuidados, á peticion
suya, fuí yo elegido para acompañarlo.
Bibesco, que se habia enrolado en el ejér-
cito francés por el gusto de hacer la campa-
ña de Afl'ica, me manifestó su propósito de
abandonar el servicio, donde ya habia apren-
dido bastante como soldado.
Escuchándolo, yo mismo, sentí disgusto
por aquella posicion de aventurero, á sueldo
en ageno país, peleando por conquistar y
avasallar pueblos libres, que defendian su
independencia y la tierra de sus padres.
Así, cuando hubimos llegado á París,
aun antes que Bibesco solicitara su separa-
cion del servicio, ya habia yo obtenido la
fila.
El cambio de clima y los dias de navega-
368 EPiLOGO DE UNA TRAGEDIA.
IV.
Al dia siguiente dejé París y la Francia.
Al ver de nuevo á aquella mujer aborre-
cida, sentí, mezclados á mi ódio, escombros
del antiguo amor, que me hacian imposible
la morada en el país que ella habitaba.
Embarquéme para Inglaterra, y allí he
pas,ado los años que de aquel tiempo me
. alejan, estudiando teórica y prácticamente
la profesion que hoy ejerzo ....... ·
EPíLOGO DE UNA TRAGEDIA. 375
--------
- y aquel oásis soñado una noche, la ca-
beza apoyada en un peñasco, ante el abismo
del mar y bajo los rayos de la luna? Lo ha-
beis encontrado?
- Ah! en cuanto á eso, dígote que la de-
cepcion que truncó mi vida, habia devorado
en mi alma todos los elementos con que se
forma un oásis.
- CÓlno ! .... alguna bella, pura y aman-
te criatura no os ha hecho olvidar esos lIll-
portunos recuerdos?
- U na muger? N o creo en ellas.
-- Y la memoria de vuestra madre ?-
Sonrió con dulce sonrisa; estrechó mis
manos y se fué ; no sin volverse en el um-
bral de la puerta, para reir, como protes-
tando de aquel enternecimiento.
y yo lne qtiedé pensando que ni el paso
del hw'acan, ni el del rayo, ni el de la peste,
hacen estragos tan horribles, COlllO los estra-
gos que hace, en el corazon del hombre, el
paso de una coqueta.
-----~;.<
....._ --
ÍNDICE.
Pálinas
i I .', .
378 ÍNDICE.
'1