Dignidad Humana
Dignidad Humana
Dignidad Humana
27, 2005
ÍÑiGO DE M I G U E L B E R I A I N
1. INTRODUCCIÓN
Dignidad. Así, a solas con ella, la palabra suena tan familiar que
a nadie inquieta. Son tantas y tantas las veces que la hemos escu-
chado que ha entrado a formar parte de u n a forma casi inapreciable
de nuestro vocabulario diario. De hecho, n o creemos exagerado
afirmar que todos nosotros la hemos utilizado alguna vez, sobre
todo en aquellas ocasiones en los que queríamos mostrar u n a forta-
leza extrema en nuestras posturas. ¿Quién, a fin de cuentas, no ha
pronunciado expresiones como «no lo hago por dignidad», o «mi
dignidad m e lo impide», o «ha perdido la dignidad»? Lo curioso
del caso es que este uso tan generalizado del concepto de dignidad
es relativamente novedoso. No tanto porque el vocablo no exista
desde hace ya cientos de años, no, sino porque nunca había ocupado
u n lugar t a n relevante en el contexto filosófico-jurídico como en
los últimos cincuenta o sesenta años. Tanto es así que, si en otro
tiempo su empleo era casi u n reducto de ilustrados, en nuestros
que atañe a este punto: GONZÁLEZ PÉREZ, J., La dignidad de la persona, Madrid: Ci-
vitas, 1986, págs. 19 y 20; DE CASTRO CID, B., «Biotecnología: La nueva frontera de
los Derechos Humanos», en A. A. V. V., Horizontes de la Filosofía del Derecho. Home-
naje a Luis García San Miguel, Tomo I, Alcalá de Henares: Universidad de Alcalá,
2002, págs. 565-566.
^ En lo que a este punto se refiere, conviene destacar u n artículo aparecido re-
cientemente y que ha levantado una agria polémica: MACKIN, R., «Dignity is a useless
concept», British MedicalJoumal, volumen 327, diciembre 2003, págs. 1419-1420.
' Básicamente, porque, como veremos, es un concepto construido a partir de
juicios de valor, y no de datos empíricos, al menos si entendemos como tales los que
estudiem las ciencias de la naturaleza, lo cual hace que sea posible la existencia de des-
cripciones alternativas y rivales. E n las siguientes páginas, precisamente, nuestro
cometido será poner algo de orden entre todas ellas.
' Cfr: FEITO, L., «Los Derechos Humanos y la ingeniería genética: la dignidad
como clave», ISEGORIA, n° 27, 2002, pág. 151.
* Cabe resaltar, en lo que a esta afirmación concierne, que, como tal paradigma,
nuestra explicación intentará encontrar su consistencia en su capacidad explicativa y
confíguradora, y no tanto en una idea estricta de veracidad, a nuestro juicio absurda
en términos fílosófíco-jurídicos. Del mismo modo, no trataremos en ningún momen-
to de demostrar que otros de los modelos propuestos sean falsos, sino, en todo, caso,
de mostrar sus deficiencias explicativas o sus implicaciones negativas.
' Para la redacción de estas líneas dedicadas a la evolución histórica del concepto
de dignidad humana nos hemos basado principalmente en los siguientes trabajos: PE-
CES-BARBA, G., La dignidad de la persona desde la Filosofía del Derecho. Cuadernos
Bartolomé de las Casas, Madrid: Instituto de Derechos Humanos Bartolomé de las Ca-
sas, Universidad Carlos in-Dykinson, 2001, n.° 26, 2002, págs. 21-61, LOBATO, A, Dig-
nidad y aventura humana, Salamanca: San Esteban-Edibesa, 1997, pág. 56 y ss; PO-
RRAS DEL CORRAL, M., «Sobre la dignidad humana y los derechos humanos», en
Estudios jurídicos. Conmemoración del X aniversario de la facultad de Derecho de la
Universidad de Córdoba, tomo II, 1991, págs. 351-384; SPAEMANN, R., «Sobre el
concepto de dignidad humana», Persona y Derecho, n.° 19, 1988, págs. 13-33; SI-
MÓN, J., «La dignidad del hombre como principio regulador en Bioética», en Revista
de Derecho y Genoma Humano, n.° 13, 2000, págs. 25-39; VIDAL, M., «La dignidad del
hombre en cuanto «lugar» de apelación ética», Moralia, vol. 2, n.° 8, 1980, págs. 365 y
ss; MARTÍNEZ MORAN, N., «Persona, dignidad humana e investigaciones biomédi-
Ccis», en MARTÍNEZ MORAN, N. (Coord.), Biotecnología, Derecho y dignidad humana.
Granada: Gomares, 2003, págs. 20 y 21; y JUNQUERA DE ESTÉFANI, R., «Dignidad
Humana y Genética», 10 palabras clave en la nueva genética, en prensa.
'" Citamos textualmente: «en su origen dignidad humana no es un concepto jurí-
dico como pueda serlo el derecho subjetivo, el deber jurídico o el delito, n tampoco
político como Democracia o parlamento, sino más bien una construcción de la filo-
sofía para expresar el valor intrínseco de la persona derivado de una serie de rasgos de
identificación que la hacen irrepetible, que es el centro del mundo y que está centra-
da en el mundo» (C&-: PECES-BARBA, G.,La dignidad de la persona desde la Filosofía
del Derecho, cit., pág 65).
" Como dice enfáticamente ALEGRE MARTÍNEZ, «La Biblia enseña que el hom-
bre —y sólo el hombre— ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios. El origen de la
dignidad humana es, por tanto, divino. Su fundamento no puede ser el propio hombre
porque ha sido un Ser superior el que ha infundido razón y libertad en la materia de
que estamos hechos» (Cfr: ALEGRE MARTÍNEZ, M. A., La dignidad de la persona
como fundamento del ordenamiento constitucional español, León: Universidad de
León, 1996, pág. 22). Véase también, en lo que a este punto atañe: COTTA, S., «Né
Giudeo né Grecco, o w e r o della posibilita dell'ugliaglanza», Revista Intemazionale di
Filosofía del Diritto, 1976, pág. 331 y ss.
'^ Véase: PECES-BARBA, G., La dignidad de la persona desde la Filosofía del Dere-
cho, cit., pág 27.
'^ La Constitución Gaudium et Spes, sin ir más lejos, señala en su apartado 22 que
«Cristo es el nuevo Adán, imagen visible de Dios. En Él la naturaleza humana ha sido
levantada a una sublime dignidad». En un sentido similar, recordaremos que el Papa
Pío XII incluyó en su mensaje navideño las siguientes palabras: «El misterio de la Na-
vidad proclama esta dignidad inviolable del hombre con un vigor y una autoridad sin
apelación, que excede infinitamente de aquellos que pudieran provenir de todas las
declaraciones posibles de los derechos del hombre» (Cfr: ALEGRE MARTÍNEZ, M. A.,
La dignidad de la persona como fundamento del ordenamiento constitucional español,
cit., páe. 22). Sobre la fundamentación divina de la dignidad, puede consultarse:
GONZÁLEZ PÉREZ, J., La dignidad de ¡apersona, cit., págs. 24 y ss. Este visión, pu-
ramente religiosa, se puede hallar también en la obra de algunos autores, como MI-
LLAN (Cfr: MILLÁN PUELLES, A., Persona Humana y justicia social, Madrid: Rialp,
1982, pág. 21) o GONZÁLEZ (Cfr: GONZÁLEZ PÉREZ, J., La dignidad de la persona,
Madrid: Civitas, 1986, págs. 26 y ss).
'" Cfr: PECES-BARBA, G., La dignidad de la persona desde la Filosofía del Derecho,
cit., págs 24 y 25.
•^ Véase: BULLÓN HERNÁNDEZ, J., «Liberación cristiana y dignidad humana»,
Moralia, volumen XXVI, 2003/2-3, pág. 477.
" Así, por ejemplo, la dignidad más elevada corresponderá al emperador. Después
vendrán los nobles y las clases altas.
" El estoicismo es, de hecho, frecuentemente citado como el movimiento fílosó-
fíco más estrechamente ligado al nacimiento del concepto de la igual dignidad de to-
dos los hombres. Así, por ejemplo, Encamación FERNÁNDEZ h a escrito que «El es-
toicismo afirma la unidad universal de los hombres». El origen de este universalismo
o cosmopolitismo se encuentra en el estoicismo medio, concretamente en la obra de
Panecio de Rodas, en la que aparece por primera vez la conciencia de igual dignidad
de todos los hombres como algo previo a su pertenencia a cualesquiera grupos y la ne-
cesidad de u n idéntico respeto a todos ellos. Esta idea será recogida por Cicerón y Sé-
neca» (Cfr: FERNÁNDEZ, E., Igualdad y Derechos Humanos, Madrid. Tecnos, 2003,
pág. 26).
'^ Cfr: PECES-BARBA, G., La dignidad de la persona desde la Filosofía del Derecho,
cit., págs 25 y 26.
" Véase; PÉREZ LUÑO, A. E., Teoría del Derecho. Una concepción de la experien-
cia jurídica, Madrid: Tecnos, 1997, pág. 223 y ss; JÜRGEN, S., «La dignidad del hom-
bre como principio regulador en Bioética», cit., pág. 27.
^^ Cfr: KANT, L, Fundamentación para una metafísica de las costumbres, Madrid:
Alianza Editorial, 2002, págs. 115, 116, 123 y 124.
^' Véase al respecto: BLOCH, E., Derecho natural y dignidad humana, Madrid:
Aguilar, 1980.
^^ Especialmente reveladoras resultan en este sentido las palabras de DWORKIN
cucindo escribió que nadie que pretenda tomar en serio los derechos humanos puede
dejar de lado la «vaga pero poderosa idea de dignidad humana» (Cfr: DWORKIN, R.,
Taking rights seriously, Cambridge: Harvard University Press, 1977). SPIEGELBERG,
a su vez, ha considerado a la dignidad como «uno de los pocos valores comunes de las
sociedades pluralistas en que vivimos» (Cfr: SPIEGELBERG, H., «Human dignity: A
Challenge to Contemporay Philosophy», en GOTESKY, R, and E. LASZLO (Eds.), Hu-
man dignity. This Century and the Next, New York, Gordon and Beach, 1970, pág. 62).
El profesor SERNA, por su parte, ha manifestado que «los derechos humanos se
fundan en la dignidad, o carecen por completo de fundamento alguno, debiendo en-
tonces ser reconocidos exclusivamente como bandera de u n a lucha política marcada
por el signo de la arbitrariedad. Ello equivale a decir que la suerte de los derechos,
desde el punto de vista ético-axiológico, correrá paralela a la suerte de la dignidad. Si
ésta puede fundamentarse, se habrá logrado u n a justificación para la obligatoriedad
de los derechos; si por el contrario, no cabe encontrar fundamento sólido a la digni-
dad, los derechos sólo podrán reivindicarse por motivos no precisamente universali-
zables» (Cfr: SERNA, P. «La dignidad de la persona como principio de Derecho Fú-
blico». Derechos y Libertades. Revista del Instituto Bartolomé de las Casas, n." 4, 1995,
págs. 295). Todo ello justifica, a nuestro juicio, las palabras con las que PECES-
BARBA inaugura su excelente aportación sobre la materia: «la importancia de la
dignidad h u m a n a es decisiva para el Derecho y en m á s de u n a de sus ramas se en-
cuentran razones parciales que justifican esa importancia» (Cfr: PECES-BARBA, G.,
La dignidad de ¡a persona desde la Filosofía del Derecho, cit., pág. 11), palabras, por otra
parte, perfectamente coherentes con su descripción de la dignidad como fuente última
del Derecho.
^' Nuestra propia Carta Magna proclama en su artículo 10.1 que «la dignidad de la
persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la per-
sonalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden
político, y de la paz social». En sentido parecido, la Ley Fundamental de la República
Federal de Alemania dice, en su Eirtículo 1 I que «la dignidad de la persona es intan-
gible».
^* Sin ir más lejos, la Declaración de Derechos Humanos o los Pactos Internacio-
nales que la desarrollaron son claros ejemplos de esta tendencia. Véase al respecto:
PECES-BARBA, G., La dignidad de la persona desde la Filosofía del Derecho, cit., pág.
11 y ss. En lo que se refiere a documentos aún m á s recientes, conviene consultar la si-
guiente referencia: ANDORNO, R., «La dignidad h u m a n a como noción clave en la de-
claración de la UNESCO sobre el genoma humano». Revista de Derecho y Genoma Hu-
mano, n.° 14, 2001, pág. 45 y ss.
25 O, al menos, responder a la cuestión de cómo podrían rellenarse en cada mo-
mento. Porque, como veremos, no está tan claro si el concepto de dignidad es pura-
mente formal o contiene, además alguna prescripción material.
2^ Hay autores, como Roberto ANDORNO que prefieren hablar de dignidad on-
tológica y dignidad ética (Véase en lo que a ello se refiere su excelente obra Bioética y
dignidad de la persona, Madrid: Tecnos, 1998, pág. 57). Otros, por su parte, utilizan los
términos dignidad ad intra y ad extra (Cfr: ROBLES, G., Los derechos fundamentales y
la Ética en la sociedad actual, Madrid: Cuadernos de Civitas, 1992, págs. 187-189. Aquí,
sin embargo, hemos elegido, con salvedades, la terminología utilizada por el profesor
MARTÍNEZ MORAN en su excelente artículo sobre la persona humana, ya citado
(Cfr: MARTÍNEZ MORAN, N., «Persona, dignidad h u m a n a e investigaciones biomé-
dicas», en MARTÍNEZ MORAN, N. (Coord.), Biotecnología, Derecho y dignidad hu-
mana, cit, pág. 22), terminología, de otro lado, compartida por otros autores (Véase,
por ejemplo: BALLESTEROS, J., «La constituzione deirimagine attuale dell'uomo»,
en YARZA, I. (Coord), Imagini dell'uomo. Percorsi anotropologici nella filosofía mo-
derna, Roma: Armando editore, 1997, pág. 23 y ss).
^' Ya que a partir de aquí vamos a defender la idea de que la noción de dignidad
está íntimamente unida a la de valor, creemos conveniente introducir, aunque sea a
pie de página, u n a nota que permita comprender qué queremos decir cuando habla-
mos de algo valioso. Y, para más desgracia, comenzaremos por reconocer que no po-
demos definir el término en sí mismo, que es u n a de esas nociones primarias que no
cabe descomponer en elementos que lo conforman. De este modo, u n a persona no
puede entender qué queremos decir cuando señalamos que algo es valioso a través de
una definición. O es u n concepto compartido, o no existe como tal. Por fortuna, la ex-
periencia nos indica que todo ser humano es perfectamente capaz de distinguir entre
la idea de valor y de disvalor. Lo cual, por supuesto, no significa que debamos tam-
bién estar de acuerdo acerca de qué es lo valioso, por mucho que haya quienes in-
tenten convencemos de la existencia de u n orden valorativo objetivo perfectamente re-
cognoscible por la vía del razonamiento. Por el contrario, defenderemos aquí la idea
de que no se puede decir de nada que sea valioso en u n sentido objetivo o, al menos,
no de la forma en que entendemos la objetividad cuando señalamos que un árbol que
cae emite u n sonido. El ruido provocado por el árbol existirá aún cuando no haya na-
die capaz de escucharlo. Aún cuando no hubiese habido jamás nadie capaz de perci-
bir un sonido, el sonido existiría. Entre otras cosas, porque la ciencia ha demostrado
que la hipótesis del silencio permanente y absoluto es palmariamente errónea. Las on-
das sonoras existirían como datos empíricos, incluso en el caso de que nadie fuera ca-
paz de interpretarlas como sonido. Cuando hablamos de algo VEJÍOSO, en cambio, nos
referimos a otra categoría de apreciación. Su objetividad nunca será del mismo tipo
que la de los hechos empíricos, dado que, para juzgar si algo es valioso o no, es ne-
cesario que exista algo o alguien que le otorgue ese valor. Así, por ejemplo, no es ver-
dad que el sol sea necesariamente algo valioso. Lo es para el ser humano, en cuanto
que necesita de esa energía para sobrevivir. Pero tal vez no lo fuera para otros tipos de
seres, incapaces de sobrevivir al más mínimo rayo de luz o a la más liviana fuente de
calor. Lo valioso se define no tanto por el objeto evaluado sino por el sujeto que lo
evalúa, de manera que no existe otra objetividad que la que nos proporciona el acuer-
do entre los evaluadores. Así, si toda la humanidad, si todos los seres humanos deci-
mos que el sol es valioso, resultará que finalmente el astro rey es vcJioso. Lo que ocu-
rre es que, p o r suerte o desgracia, el ser h u m a n o es, de a c u e r d o con n u e s t r o
conocimiento, el único capaz de valorar las cosas o, al menos, es el único capaz de en-
contrar juicios de valor compartidos. Por eso, acaba resultando superfluo añadir
siempre la coletilla de «para el ser humano». Nadie dice, por ejemplo, que el agua es
algo valioso «para el ser humano». Basta con decir, en general, que es algo valioso. El
resto de la frase se presupone o, al menos, debería presuponerse. El problema surge,
sin embargo, cuando hay quienes intentan extraer de esta sentencia un hecho empí-
rico y no un juicio de valor, olvidando así que pertenece al género de las proposiciones
sometidas a condición. Se llega así a lo que muchos h a n criticado como «falacia na-
este modo, ha sido definida como «el valor de cada persona, el res-
peto mínimo a su condición de ser humano, respeto que impide que
su vida o su integridad sea sustituida por otro valor social»^*; «el
valor único e incondicional que reconocemos en la existencia de
todo individuo, independientemente de cualquier «cualidad acceso-
ria» que pudiera corresponderle»^^; el «valor intrínseco de la persona,
derivado de una serie de rasgos que la hacen única e irrepetible,
que es el centro del mundo y que está centrada en el mundo»^°; o el
«valor espiritual y moral inherente a la persona»^'. Se puede, por tan-
to, partir ya de una noción fundamental: hablar de dignidad humana
es tanto como hablar de valor. Del valor que tiene el ser humano des-
de el momento mismo en que es persona^^.
La idea de dignidad se encuentra, en consecuencia, estrecha-
mente ligada con el valor propio de la persona, hasta el extremo de
que no puede haber persona sin dignidad ni de dignidad fuera del
ámbito de la persona^^. La dignidad constituye, por consiguiente.
' ' Ambos caracteres podrían, en realidad, sintetizarse en uno, ya que ambos se
presuponen. Así, la libertad moral sólo puede existir desde el mismo momento en que
el hombre es capaz de distinguir entre el bien y el mal, de tal modo que elija entre uno
y otro siendo consciente de lo que hace. Lo contrario no sería libertad, al menos en el
sentido ahora descrito. En cuanto a lo contrario, peirece cierto que la capacidad de di-
ferenciar entre el bien y el mal sólo tiene u n sentido valioso desde el mismo momen-
to en que el hombre tiene capacidad para actuar, esto es, elegir u n o u otro. Un hom-
bre consciente de que lo que hace es malo pero privado de la posibilidad de actuar en
distinto sentido sería u n hombre sometido a u n a tortura permanente. Lo que es se-
guro, en cualquier caso, es que la relación entre dignidad y libertad reúne cEiracterís-
ticas especiales, ya que, si bien la libertad es requisito necesario peira la dignidad, ésta,
a su vez, será quien dote de valor a la libertad. Esta idea, en cualquier caso, está di-
rectamente unida a la obra de Kant, quien consideraba que «la autonomía es, pues, el
fundamento de la dignidad de la naturaleza h u m a n a y de toda naturaleza razonable y
racional» (Cfr: KANT, I., Fundamentación de la metafísica de las costumbres, cit.,
pág. 94). Véase también, sobre este tema: PÉREZ-LUÑO, A. E.., «El papel de Kant en
la f o r m a c i ó n histórica de los derechos h u m a n o s » , en P E C E S BARBA, G., E.
FERNÁNDEZ y R. DE ASÍS, Historia de los derechos fundamentales, Madrid: Dykin-
son, 2001, pág. 471.
''° Y lo que es muy importante, gracias a su racionalidad el hombre es capaz de co-
municarse con otros hombres, y hacerlo a través de argumentos que los otros puedan
llegar a entender. El lenguaje, en este sentido, es u n a cualidad única del hombre que
nos posibilita a hablar de humanidad como u n conjunto de sujetos interrelacionados.
leza, es un ser digno. Pero el hombre, además de ser digno, posee dig-
nidad, en el sentido de que no sólo es valioso por lo que es, sino que
también adquiere vídor por lo que hace. Y esta dignidad variable, aso-
ciada a los actos es la que denominamos habitualmente dignidad fe-
nomenológica o ética o, si se prefiere, vertiente ética o fenomenoló-
gica de la dignidad"'.
¿De dónde proviene esta segunda forma de dignidad? Recapaci-
temos un poco. Hemos dicho que el hombre, por su propio ser, posee
dignidad lo cual, a su vez, implica reconocer que tiene la posibilidad
de decidir libremente cómo actuar en los casos en los que se le pre-
sentan varias opciones diferentes. Y todo esto no queda en el marco
de lo teórico, ni mucho menos, sino que el ser humano ha de en-
frentarse a diario con esta inevitable realidad, porque es una criatu-
ra impelida a la acción. El hombre, como tal, está obligado a ac-
tuar''^. Y en muchos de sus actos, todos aquellos en los que
intervenga su capacidad de emitir juicios morales, deberá elegir li-
bremente si adopta una línea de actuación ajustada o no a lo que le
diga su conciencia. Por eso mismo, es condición natural del hombre
la formación de una conciencia ética, esto es, de un mecanismo que
le diga cuándo y cómo actúa de una forma ajustada''^. Surge así,
inevitablemente asociada a la propia idea de dignidad, la necesidad
de una ética que sea capaz de advertirle de cuál ha de ser la respues-
"' La distinción entre u n tipo de dignidad y otra tiene u n sentido, por cuanto una
viene a resulteír otorgada por el hecho de ser, mientras que la otra proviene del actuar.
Una, por tanto, es ñja, la otra variable. Pero, en el fondo, ambas son lo mismo: veilor
de la persona. Por eso, parece también satisfactoria la idea de unirlas en u n solo con-
cepto, si bien con dos vertientes diferentes. Acerca de todo ello, consúltese: ANDOR-
NO, R., Bioética y dignidad de la persona, cit., pág. 57 y ss; MELENDO, T., L. MILLÁN
PUELLES, Dignidad: ¿Unapalabra vacía?, Barañáin: EUNSA, 1996, págs. 173-175.
*^ A este respecto, nos permitiremos citar a COTTA, quien decía que «estimulado
por lo infinito, por lo eterno, por lo absoluto que hay en él, el hombre tiende sin cesar
al movimiento, a la acción, a superar su propia imperfección y realizar su naturaleza
integra también del lado de lo infinito, de lo eterno, de lo absoluto» (Cfr: COTTA, S.,
¿Qué es el Derecho?, Madrid: RIALP, 3.^ edición, 2000, pág. 40).
'*^ Por eso mismo, la dignidad se debe caracterizar como el punto de destino de la
ética. No se entiende la ética sin la dignidad, ya que el fin de la ética es justamente in-
crementEír la dignidad fenomenológica. A esta primera consideración podríamos aña-
dir que tampoco se puede entender el origen de la ética, su fundamento, su razón úl-
tima de ser, es la dignidad, entendida ahora en u n sentido ontológico, dado que es
precisamente esa capacidad de trascendencia la que hace que surja la necesidad de de-
cidir por qué hemos de realizar unas acciones y por qué abstenemos de otras. La dig-
nidad es, en consecuencia, tanto como el principio y el fin de la ética, su alfa y su
omega, lo que explica de dónde surge y a dónde va, cuáles son sus principios y sus fi-
nes (Véase, a este respecto: PECES-BARBA, G., La dignidad de la persona desde la Fi-
losofía del Derecho, cit., pág. 19).
'*' Cabe, así, considerar a la dignidad como la fuente, la misma fuente de norma-
tividad ética (Cfr: VIDAL, M., «La dignidad del hombre en cuanto «lugar» de apela-
ción ética», Moralia, cit., pág. 377; JUNQUERA DE ESTÉFANI, R., «Dignidad Hu-
mana y Genética», 10 palabras clave en la nueva genética, en prensa).
"•^ Y esto es algo común a la concepción de los seres humanos de la ética, hasta el
punto de que si cilguien lo niega, es que no ha entendido la propia naturaleza de la éti-
ca. De este modo, y tal como diría Wittgenstein II, nadie puede mostrarse indiferente
ante u n reproche ético. Así, por ejemplo, si señalamos a alguien que ha actuada de
forma contraria a lo que demanda la ética, sólo podrá reconocerlo, y sentirse apena-
do por ello, o negarlo, lo que implica tanto como afirmar que el acto que ha efectua-
do se ajusta a su ética. Lo que jamás podrá decir es que no le importa nada saber si
nuestra crítica es correcta o no, so pena de que no haya entendido, en sí, el juego de la
ética.
"^ La cita es de JUAN PABLO II. Puede hallarse en: GONZÁLEZ PÉREZ, J., La dig-
nidad de la persona, cit., pág. 59. El Pontífice, en cualquier caso, n o viene aquí sino a
recoger una idea sobradamente fundamentada en la obra, por ejemplo, de ORTEGA y
GASSET.
4. DIGNIDAD Y HONRA
Uno de los puntos más conflictivos dentro de un tema tan suma-
mente complejo como el que estamos tratando ahora mismo es el
que se refiere a la relación entre honra y dignidad o, si se prefiere, la
que existe entre la dignidad de uno y la opinión de los demás al res-
pecto, cuestión que, desde luego, va íntimamente unida a la de si son
sólo nuestros actos o también los de los demás los que inciden sobre
nuestra propia dignidad. Ya hemos afirmado en apartados anteriores
que la dignidad ética o fenomenológica, al contrario que la ontoló-
gica, se incrementa o disminuye en fiinción de nuestros actos. De
este modo, si nos comportamos de una forma adecuada desde una
perspectiva ética, mejoraremos nuestra dignidad, mientras que ésta
perderá enteros si adoptamos posturas contrarias a lo que la ética
prescribe.
Este punto de partida básico plantea, inmediatamente dos cues-
tiones básicas, que deben ser contestadas, si de verdad queremos
articular un discurso coherente. En primer lugar, cuando hablamos
de ética en este caso, ¿nos referimos a una ética social o, por el con-
trario, a una ética individual? O, lo que es lo mismo, ¿qué es lo que
influye sobre nuestra dignidad, hacer lo que nuestra conciencia nos
indica que debemos hacer o, por el contrarío, lo que la ética social
prescribe? En segundo lugar, ¿tienen incidencia sobre nuestra dig-
nidad los actos de otros seres humanos, o son sólo los nuestros los
que repercuten sobre ella? Dedicaremos este apartado, precisamente,
a responder a ambas.
fundamento jurídico 4 que «en tal aspecto, parece evidente que el honor del hidalgo
no tenía los mismos puntos de referencia que interesan al hombre de nuestros días, si
otrora la honestidad y recato de las mujeres (según perdura todavía en una de las
acepciones del diccionario) era su componente principal, parigual con el valor o co-
raje del varón, hoy como ayer son la honradez e integridad el mejor ingrediente del
crédito personal en todos los sectores. En el desarrollo evolutivo que puede fecharse
en las postrimerías del siglo xvín y heista ahora, el trabajo ha ido ganando terreno, des-
de una concepción servil a una consideración máxima en el orden de los valores so-
ciales».
5" STC 180/1999, de 11 de octubre, fundamento jurídico 4, reiterado en la STC
127/2003, fundamento jurídico 6. En similares términos: STC 112/2000, de 5 de
mayo, fundamento jurídico 6; STC 297/2000, de 11 de diciembre, fundamento jurídi-
co 7; STC 49/2001, de 26 de febrero, fundamentojurídico 5.
^^ Citaremos, en primer lugar, a VIDAL MARTIN, quien ha manifestado que el de-
recho al honor consiste «en el derecho a ser respetado por los demás; cuyo ámbito de
protección puede disminuir como consecuencia de la conducta del sujeto contraria a
sus deberes jurídicos y, en general, a sus deberes ético-sociales, así como en relación
con las concepciones sociales imperantes en un momento determinado» (Cfr: VI-
DAL MARTÍN, T, El derecho al honor y su protección desde la Constitución española,
Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2000, pág. 66).
^' Y aquí el adjetivo de nítido es relevante, en cuanto que puede haber una dife-
rencia sustancial entre la valoración que una persona tiene de sí misma y la que la so-
ciedad tiene de ella. Y esa diferencia puede deberse a dos factores, a su vez: una di-
ferencia en los criterios de juicio, esto es, una diversidad sustancial entre el modelo
ético individual y social; o a un fallo en la transmisión de la información. Siguiendo
esta última circunstancia, cabe perfectamente que una persona sea socialmente de-
nostada sencillamente porque la sociedad no ha interiorizado satisfactoriamente una
información concerniente a ella que, de haber sido asimilada de otro modo, hubiese
cambiado radicalmente su honra.
" Fundamento jurídico 4.
'^ Así, por ejemplo, la STC 170/94 expresó en su fundamento jurídico 4 caracteri-
zó al valor dignidad humana como «núcleo irreductible del derecho al honor». De si-
milar modo, la STC 105/90 declaró en su fundamento jurídico 3 que la protección del
derecho al honor «responde a valores constitucionalmente consagrados, vinculados a
la dignidad de la persona». Véanse, en este mismo sentido las siguientes sentencias:
STC 105/1990, fundamento jurídico 8; STC 40/1992, fundamento jurídico 3.
" En este punto, convendría traer a la memoria a los miles de personas que, a lo
largo de la Historia, han padecido terribles consecuencias como fruto de una actitud
coherente con su propia conciencia.
esto, a un mismo tiempo, que lo que los demás nos hacen, que los ac-
tos de los demás no inciden sobre nuestra dignidad?
A primera vista, la respuesta más obvia debe ser negativa, justa-
mente por lo que acabamos de mostrar acerca de la distinción entre
dignidad y honra: si la dignidad ontológica pertenece al ser de la
persona y la fenomenológica sólo varía en atención a la respuesta que
demos a los dilemas morales que encierran nuestros actos, parece
evidente que no hay un resquicio para la influencia de los demás en
la configuración de la dignidad de la persona*". De hecho, no cree-
mos ser excesivamente originales si señalamos que la historia del
concepto se ha significado, inequívocamente, por un giro radical en
su sentido, que se trasluce en la imposición de una idea radicalmen-
te interna de la dignidad sobre la acepción puramente externa del
mismo que correspondía a la concepción clásica*' y medieval*^. Esta
primera afirmación debe ser, no obstante, convenientemente pon-
derada por dos factores que resultarán decisivos en este punto de la
discusión.
Así, y en primer lugar, hay un dato realmente contundente que no
cabe dejar de lado: si hemos dicho que la dignidad es la cucilidad que
reconocemos a la persona, es obvio que su propia atribución viene a
resultar condicionada, precisamente, por ese dato previo. Porque, si
bien es cierto que la condición de persona y digno se adquieren si-
multáneamente, también lo es que resulta demasiado sencillo impe-
dir que un ser humano llegue a ser digno negando, por ejemplo,
que sea persona. Así, por ejemplo, durante mucho tiempo se dieron
circunstancias tan paradójicas como que las constituciones que pro-
clamaban los derechos inspirados en la dignidad humana permitie-
'" Nuestro Alto Tribunal ha expresado esta idea de una forma clara cuando ha di-
cho que «debemos rechazar resueltamente que la identificación de una persona como
posible víctima de unos hechos presuntamente delictivos conlleve su escarnecimien-
to, humillación en la consideración ajena. En otras palabras, repugna a los valores y
principios inspiradores de nuestro ordenamiento constitucional admitir que quien,
como aquí sucede, ha podido ser sujeto pasivo de cuatro delitos de violación y dos de
abusos deshonestos, cometidos por su propio padre, pueda padecer, además, estig-
matización alguna a resultas de la divulgación de tal circunstancia» (STC 127/2003, de
30 de junio, fundamento jurídico 6).
^' Con la excepción, evidentemente, de la doctrina estoica, tal y como hemos ya se-
ñalado.
" Véase, en lo que se refiere a este punto: JUNQUERA DE ESTÉFANI, R., «Dig-
nidad humana y genética», en BLÁZQUEZ, J. (Ed.), 10 Palabras Clave en la Nueva Ge-
nética, cit.; COÑILL, J., «La dignidad humana como concepto», Eidon (Revista de la
Fundación de Ciencias de la Salud), n.° 11, 2002, págs. 50 y 51; MARCOS DEL CANO,
A. M., «Dignidad h u m a n a en el final de la vida», en MARTÍNEZ MORAN, N., (Co-
ord.). Biotecnología, Derecho y Dignidad Humana, cit., págs. 242 y 243.
" Recuérdese aquí el modelo segregacionista de los Estados Unidos o, más aún, el
deplorable Apartheid que practicó la República Sudafricana hasta tiempos muy re-
cientes.
^ No son pocas, en este sentido, las culturas que no h a n considerado como per-
sonas a las mujeres. Nuestra propia civilización occidental tendría mucho que decir
en este punto.
' ' De especial importancia resulta rememorar aquí todos los excesos del régi-
m e n nacionalsocialista alemán de tan infausto recuerdo.
'^ Recordemos, en este sentido, que la dignidad procede de un juicio de valor de
las personas. Por eso mismo, basta con que u n o se crea digno para que lo sea.
^' Véase: ÁLVAREZ GONZÁLEZ, N., Hacia una teoría crítica de la dignidad hu-
mana, Alcalá de Henares: Universidad de Alcalá, 1999, pág. 19.
^* Cabe, en este sentido, citar a HOERSTER, cuando dice que «si el principio de
dignidad humana, como se h a argumentado, sólo puede ser sensatamente en el sen-
tido que implica proteger las formas legítimas de la autodeterminación humana, en-
tonces es inevitable que la aplicación de este principio esté vinculada con u n juicio va-
lorativo normal» » (Cfr: HOERSTER, N., En defensa del positivismo jurídico, cit.,
pág. 96).
^' Y en ese esfuerzo se enmarca la obra de filósofos de la talla de Jürgen HABER-
MAS o K. O. APEL, por citar sólo algunos de los m á s conocidos, quienes se h a n es-
forzado en los últimos años en elaborar una teoría al respecto de las posibilidades del
diálogo como forma de creación de valores.
'" Cobran aquí especial relevancia las palabras de RENAUT, cuando anuncia que
«puesto que somos modernos y puesto que el cielo de las ideas está vacío necesitamos
inventar nuestros valores y, a no ser que imaginemos u n a especie de intuición de las
verdades morales, no podremos esperar encontrarlas ya de aquí en adelante partien-
do cada uno de sí, sino únicamente en esta confrontación entre argumentaciones que
obliga a cada cual a situarse en el punto de vista de todos los demás y produce de ese
modo u n a especie de práctica efectiva del imperativo categórico» (Cfr: RENAUT, A.,
El futuro de la ética, Barcelona: Círculo de Lectores, 1998, pág. 110).
' ' Cfr: D'AGOSTINO, F., «La dignidad humana, tema bioético», Centro de Docu-
mentación de Bioética de la Universidad de Navarra, en internet: www.unav.es/cdb/un-
ciblb.html. E n el mismo sentido, HOERSTER ha escrito lo siguiente: «cuan vacía es
necesariamente la fórmula del principio de la dignidad humana: no es nada m á s y
nada menos que el vehículo de u n a decisión moral sobre la admisibilidad o inadmi-
sibilidad de formas posibles de la limitación de la autodeterminación individual. La
dignidad h u m a n a no es (...) algo dado, cognoscible (como por ejemplo la vida hu-
mana), sobre lo que pudiera determinarse objetivamente cuáles acciones lo lesionan
o protegen» (Cfr: HOERSTER, N., «Acerca del significado del principio de la dignidad
humana», en su obra recopilatoria, En defensa del positivismo jurídico, Barcelona: Ge-
disa, 1992, pág. 102).
'* De u n modo muy gráfico, Eusebio FERNANDEZ ha manifestado que utilizará
«el principio de la dignidad de la persona como fuente de los valores de autonomía,
seguridad, libertad e igualdad, que son los valores que fundamentan los distintos tipos
de derechos humanos» (Cfr: FERNÁNDEZ, E., Dignidad Humana y Ciudadanía Cos-
mopolita. Cuadernos Bartolomé de las Casas, cit., pág. 20). Del mismo modo, PE-
CES-BARBA ha escrito que «la dignidad h u m a n a es el fundamento y la razón de la
necesidad de de esos valores superiores, el la raíz última de todo, y creo que su in-
clusión entre los valores superiores no es metodológicamente correcta, puesto que és-
tos son los caminos para ser real y efectiva la dignidad humana» (Cfr: PECES-BARBA,
G., Los valores superiores, Madrid: Tecnos, 1984, págs. 85 y 86.
" Nos h a c e m o s aquí eco a u n a definición p r o p o r c i o n a d a p o r Eusebio
FERNÁNDEZ, que configura la dignidad como el «derecho a tener derechos» o, más
exactamente, como «un bien traducible inmediatamente en el derecho a tener dere-
chosi> (Cfr: FERNÁNDEZ, E., Dignidad Humana y Ciudadanía Cosmopolita. Cuadernos
Bartolomé de las Casas, cit., pág. 13 y 91). Ambas variantes n o son, n o obstante,
equiparables. Así, si identificamos la dignidad con u n derecho, como parece hacer la
primera, resulta complicado evitar llegar a la conclusión de que, si nos privan de ese
derecho (aunque sea el derecho a tener derechos), lesionan nuestra dignidad. Dado
que aquí vamos a defender la idea de la dignidad de u n a persona como tal no puede
ser lesionada (otra cosa serán los derechos emanados de ellas), consideraremos m á s
ajustado proclamar que la dignidad dota al ser h u m a n o del derecho a tener derechos
(esto es, que es la fuente de ese primer y básico derecho) que identificarla con él di-
rectamente y, por tanto, nos quedaremos con la segunda de las vertientes de la defi-
nición de dignidad que acabamos de exponer.
'" Como bien h a señeJado HOERSTER, «el principio de la dignidad humana tiene
justamente que cumplir la función ético-jurídica y jurídico-constitucional de fijar lí-
mites al derecho (positivamente) vigente. Si la acción de A no lesiona el principio de
la dignidad h u m a n a porque sólo es conforme EII derecho vigente, entonces la tortura
en los interrogatorios no violaría el principio de dignidad humana en caso de que es-
tuviera prevista en el derecho vigente» (Cfr: HOERSTER, N., En defensa del positi-
vismo jurídico, cit., pág. 95).
*' Si bien, desde luego, sería, inmediatamente, el Derecho objetivo quien los otor-
gase. Permítasenos, por el momento, pasar de puntillas sobre esta cuestión. La dis-
cusión de si todo derecho subjetivo procede o no de u n sistema normativo objetivo es,
de todos modos, demasiado complicada para exponerla aquí. Baste, en cualquier
caso, con decir, de momento, que, aun cuando no reconociésemos como tales dere-
chos a aquellas reivindicaciones que se hicieran en nombre de la dignidad humana,
pocos serían los que se atrevieran a arrebatarles al menos la vocación de convertirse
en tales derechos subjetivos.
*^ Así, por ejemplo, citaremos de nuevo a Ensebio FERNANDEZ, quien h a mani-
festado que, en lo que se refiere a la relación entre derechos fundamentales y dignidad
humana, «éstos h a n de verse como su medio de protección, es decir, como condicio-
nes inexcusables de u n a vida digna». Nosotros, sin embargo, defenderemos u n a idea
u n tanto diferente: los derechos humanos encuentran su fundamento en la dignidad
humana, que ejerce, en tal caso, el papel de fuente de todo tipo de derechos. Si alguien
atenta contra u n derecho humano, lesionará el derecho, pero no la fuente de la que
surge. Así, por ejemplo, cuando Nelson Mándela padecía u n a pena de prisión por sus
convicciones antirracistas, quienes lo mantenían confinado atentaban contra el de-
recho del señor Mándela a la libertad, pero n o contra su dignidad, fuente del derecho.
¿O es que alguien puede decir que nuestro protagonista era u n ser menos digno por
haber sido condenado a prisión a causa de la defensa de u n a s ideas como las suyas?
*' Ya que negar su existencia, negar que todo hombre, por el mero hecho de serlo
tiene derechos es tanto como negar en sí misma la existencia de derechos subjetivos y
afirmar a u n mismo tiempo que la dignidad es el fundamento de ese sistema jurídico
es u n absurdo lógico.
*'' Hemos introducido aquí algunos ejemplos relacionados con lo que tradicio-
nalmente se considera el contenido de la dignidad humana, n o debemos olvidar, de
cualquier forma, que ese contenido, en cuanto que fruto de u n consenso es intersub-
jetivo, lo cual implica que, en otros contextos, algunos de esos derechos dejaran de
asociarse a la dignidad h u m a n a .
^^ En este sentido, se debe decir, p o r ejemplo, que, frente a lo expresado p o r
nuestro Alto Tribunal en su sentencia 53/1985, una mujer que es violada por u n
hombre, no pierde u n ápice de dignidad, ni, en caso de ser asesinada, muere indigna.
El único que podría ver disminuida su dignidad sería, en todo caso, su agresor, y eso
siempre que tuviera conciencia de haber efectuado u n acto moralmente censurable, ya
que de lo contrario, no sería responsable del mismo. De la misma forma, no tiene nin-
gún sentido afirmar, por ejemplo, que la utilización de la fecundación in vitro pudie-
ra afectar a la dignidad de los embriones generados mediante este procedimiento ya
que ellos en ningún caso podrían perderla por algo que otros deciden por ellos. Así se
explica, de cualquier modo, esa aparente paradoja que se les plantea a quienes de-
fienden la teoría de que la FIV constituye u n atentado a la dignidad del embrión, y
que no es otra que la de defender que se crean con u n a dignidad disminuida con res-
peto a otros embriones y, sin embargo, nacen con la misma que el resto de los bebés.
*' Así, por ejemplo, u n hombre que intenta asesinar a otro con u n a pistola de agua
no comete un intento de homicidio, por mucho que su voluntad sea la descrita. Y si
las únicas pistolas que existiesen fueran las de agua, poca duda existe de que no
tendría sentido relacionar normativamente el uso de éstas con el homicidio. La im-
posibilidad real de hallar entre ambos elementos de la cadena normativa, acto y con-
secuencia, relaciones causales impediría su asociación normativa. Del mismo modo,
en el caso del atentado contra la dignidad, estaríamos hablando de lo imposible, en el
sentido de que, por mucho que u n a persona lo intentara, jamás conseguiría m e r m a r
la dignidad de otra.
6. CONCLUSIONES
*' La única excepción a esta formalidad del concepto de dignidad lo puede cons-
tituir, a nuestro juicio, el principio de igualdad, tan indisolublemente asociado al pri-
mero que no cabe concebir uno sin otro. Entiéndase, de cualquier forma, que la ad-
misión del principio de igualdad introduce una serie de concreciones materiales que
ahora no desarrollaremos, pero, sobre todo, una consecuencia formal, cual es la ne-
cesidad de que las opiniones de todos cuenten con el mismo peso a la hora de incar-
dinar materialmente el concepto de dignidad, de modo que nadie sea excluido por lo
que es.
** O, visto desde otra perspectiva, será m u c h o más sencillo que quien cometa
barbaridades lo haga si está convencido de obedecer u n a alta misión de imponer sus
juicios de valor (por supuesto verdades absolutas) a quien no es capaz de apreciarlas
y debe, por tanto, ser obligado a interiorizarlas por vía sanguínea. Y quien no esté de
acuerdo con ello, creemos, debería repasar u n poco la historia humana, y después re-
velamos cuántas matanzas se h a n cometido en nombre de la verdad.