07 Badui de Zogbi

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LOS DOS COM BATES DE DON Q U IJO TE

M aría Banura Badui de Zogbi

En la segunda parte de E l ingenioso hidalgo don Quijote de la


M ancha se encuentran los dos combates que el caballero manchego
sostiene con el Caballero de los Espejos y con el Caballero de la Blanca
Luna (Cap. X II, X III, XIV y LXÓI). Son dos singulares situaciones en
las que don Quijote tendrá diversa suerte y además m arcarán con notas
muy nítidas el proceso de desm itiñcación del protagonista.
Es sabido que la fuente de muchas acciones de los protagonistas
del Quijote es el relato caballeresco. En un enriquecedor diálogo de
literaturas, varios pasajes del libro se estructuran, se relatan y se rematan
como verdaderos episodios caballerescos, puesto que la parodia constitu­
ye el entramado básico.
En el Quijote de 1605 ese entramado es más firm e, porque el
voluntarism o del personaje concreta sus deseos de imitación de sus
héroes. Recordamos los episodios en los que se arm a caballero, vela las
armas, arremete contra desaforados gigantes”. En el de' 1615 el espíritu
caballeresco se mantiene en episodios de mucha importancia para la vida
presente y futura del protagonista. Ellos son el enfrentamiento con el
C aballero de los Espejos, el episodio de la Cueva de Montesinos y la
batalla con el Caballero de la Blanca Luna.

Un combate a oscuras

Si buscamos en el libro un episodio anterior que tenga alguna


correspondencia con los combates que nos ocupan, no dudamos en
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señalar el de los cueros de vino (1, XXXV). El suceso irrum pe violenta­


m ente en medio de la lectura que se estaba haciendo de la novela "El
Curioso Im pertinente", cuando Sancho aparece pidiendo a voces que
socorran a su amo "porque anda envuelto en la más reñida y trabada
batalla que mis ojos han visto; ¡Vive Dios!, que ha dado una cuchillada
al Gigante enemigo de la princesa Micomicona, que le ha tajado la cabeza
cercen a cercen, como si fuera un nabo!" (p. 436)1. Sabremos inmediata­
mente que don Quijote ha peleado con los cueros de vino que estaban en
la habitación de la venta creyendo que eran gigantes. El molde caballeres­
co se ha cumplido: don Quijote peleó porque creyó que, matando al
gigante, defendía a la princesa Micomicona a quien había prometido
devolverle su reino. Sancho imagina la cabeza del gigante aún con sus
barbas (en los relatos de caballerías la cabeza del enemigo se cortaba y
se enviaba al señor). Pero don Quijote ha peleado dormido y la batalla ha
sido a oscuras. Don Quijote estaba solo. La batalla ha sido unilateral, sin
oponente. Los gigantes fueron producto de la imaginación del caballero.
Cuando se conoce la verdad, el recurso del encantamiento tiene la
respuesta definitiva, como en muchas otras oportunidades.

El Caballero de los Espejos

El capítulo XE de la segunda parte com ienza diciendo "La noche


que siguió al día del encuentro con la m uerte (...)" . El episodio anterior
fue el encuentro con la carreta que llevaba a los comediantes vestidos
para la representación, y entre ellos iba la M uerte. Este encuentro da pie
para el rico diálogo que mantienen don Quijote y Sancho "debajo de unos
altos y sombrosos árboles". Es de noche, y en el silencio la conversación
se desliza fácilmente hacia la confidencia. Don Quijote reflexiona sobre
d arte de la comedia y sobre la comedia de la vida. Queda en evidencia
el pensamiento barroco de la vida como sueño y representación. Sancho
reconoce que la compañía de don Quijote lo ha hecho más discreto: "Sí,
que algo se me ha de pagar de la discreción de vuestra merced -respondió
Sancho- que las tierras que de suyo son estériles y secas, estercolándolas
y cultivándolas vienen a dar buenos frutos " (p. 106), La calidad de su
lenguaje lo hace sentirse más cerca de su am o, y más agradecido. Amo
Los dos combates de don Quijote 103

y escudero tienen conciencia de la unidad y de la dualidad, si bien su


relación ha tenido diversos m atices, porque cada uno ha puesto en ese
nosotros lo que es y lo que traía desde antes. En este capítulo se patentiza
la relación de am istad a la que han llegado. Sancho la expresa muy bien
en su reconocimiento a las enseñanzas recibidas, en la libertad que
dem uestra con su conducta y, hacia el final del capítulo, en su decisión
de seguir siendo un escudero ñel.
La presencia del Caballero de los Espejos se inserta en la
narración por medio de sensanciones auditivas percibidas por don Quijote
mientras Sancho duerm e (recordem os otros episodios que, como en este
caso, ingresan en el cuerpo de la narración anunciados por sonidos o
voces; es el caso de D orotea). D on Quijote oye el ruido de las armas de
que venía armado el caballero que hasta allí había llegado. Inmediatamen­
te escucha cómo el caballero "templando está un laúd o vigüela". Más
adelante el Caballero del Bosque (prim er nombre con el que aparece)
canta un soneto. A la gradación en el matiz auditivo (ruidos, sonidos,
canto de la voz humana) se han sumado señales que indican que éste es
un caballero enamorado. "No hay ninguno de los andantes que no lo sea
-dijo don Quijote" (pp. 109-110).
Ante esta realidad que lo ha sorprendido, don Quijote entiende
que una interesante aventura puede suceder. El narrador no deja ningún
aspecto librado al azar: el Caballero del Bosque viene de camino y busca
descanso en un bosque, llega de noche, está armado, trae un escudero,
es refinado, sabe cantar y su canto expresa su pena de amor por Casildea
de Vandalia. La escena se completa con el encuentro de los dos caballe­
ros.
El tema caballeresco se recorta con nitidez. Todos sus elementos
han ingresado paulatinamente a la escena pará conformar un reducto casi
teatral, de connotaciones atem porales. El relato nos ha llevado poco a
poco al mundo mítico caballeresco donde ambos caballeros enamorados
tignen una misma dolencia y parece que por esto se entenderán toda una
vida "como si al rom per del día no se hubieran de romper las cabezas"
(p. 112), anticipa el narrador.
Por razones estructurales, se refiere prim ero la conversación de
los escuderos. V arias notas de peso se pueden señalar en ese diálogo. El
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del Bosque aconseja a Sancho la conveniencia de regresar a su casa.


Insiste tres veces en ello. Sancho, aunque oscila entre el querer abando­
nar todo y el quedarse, finalmente la rechaza. En el entramado de la
aventura preparada por Sansón Carrasco, esta insistencia tiene muchísima
importancia porque deja ver que el ataque es a dos frentes: uno es
convencer a Sancho para que regrese (tal vez sin escudero don Quijote
desista de andar buscando aventuras); el otro, es la burla al mismo don
Quijote.
Otra nota para destacar es la riqueza del diálogo de los escude­
ros. En él se hallan datos de la España de la época, del lenguaje, usos y
costumbres, además de una profunda cercanía espiritual. Con respecto al
valor de los diálogos en la obra dice Avalle Arce: "En realidad, una de
las tantas maravillas que encierra el Quijote es la perfecta relación entre
diálogo y narración inhallable en los anales literarios anteriores. (...) En
el Q uijote, y mucho antes que él, el diálogo es, en su expresión más
profunda, forma de conocimiento2.
El diálogo de los caballeros está preparado para provocar la
batalla. Se desarrolla en el capítulo XIV que se inicia así: "Entre muchas
razones que pasaron don Quijote y el Caballero de la Selva, dice la
historia que el del Bosque dijo a don Quijote: -Finalmente, señor
caballero (...)" (p. 120). Conviene señalar aquí la polionomasia con la
que Cervantes enriquece las connotaciones del texto y la presencia del
problema del autor.
En el caso de la polionomasia, el caballero tiene hasta ahora dos
nombres: "del Bosque" y "de la Selva". M ás adelante se llamará "de los
Espejos". Los tres tienen su soporte en la realidad. El caballero fue
descubierto cuando llegó al bosque, realidad que se asoció a la selva, y
luego, a la luz del día don Quijote podrá ver que "Sobre las armas traía
una sobrevista o casaca, de una tela, al parecer de oro finísimo,
sembradas por ellas muchas lunas pequeñas de resplandecientes espejos,
que le hacían en grandísim a manera galán y vistoso" (p. 126). A partir
de esta descripción se llamará el Caballero de los Espejos.
Recordemos la cita: "entre muchas razones, (...) dice la
historia". Sin duda el segundo autor ha ejercido su libertad narrativa y ha
seleccionado de entre esas "muchas razones" que cuenta Cide Hamete en
Los dos combates de don Quijote 105

la historia, las que ha creído más atinentes al desarrollo de los aconteci­


mientos. Y lo más atinente es el diálogo que llevará a los personajes al
enfrentamiento final.
El Caballero del Bosque le hace saber a don Quijote que su dama
le ha pedido que "haga confesar a todos los andantes caballeros que por
ellas Oas provincias de España]3 vagaren que ella sola es la más aventaja­
da en hermosura de cuantas hoy viven, y que yo soy el más valiente y el
más bien enamorado caballero del orbe; ( ...) ” (p. 121), y él ha vencido
a muchos caballeros entre ellos al más famoso, a don Quijote de la
M ancha.
Ante la adm iración de don Quijote allí presente, el del Bosque
asegura haber vencido a un personaje de ese nombre. Para justificarlo
menciona datos de la vida del protagonista que los lectores ya conocen.
Se hace evidente el arte de correspondencias que tan bien maneja
Cervantes, ajustando con precisión el entramado narrativo para admira­
ción no solo de don Quijote sino de los lectores, ya que tanto en el
capítulo II como en éste el que conoce la historia impresa, el libro, es
Sansón Carrasco (aunque aquí todavía está bajo el disfraz de Caballero
de los Espejos). Él es al mismo tiempo personaje de la ficción y portavoz
de los lectores reales.
Don Quijote no admitirá excelencia de otra belleza que no sea la
de Dulcinea. Hábilmente el Caballero de los Espejos ha buscado el atajo
para hacer necesario el enfrentamiento, que se realizará cuando llegue el
día.
Hasta este momento, las sombras de la noche habían permitido
que el diálogo se instalara entre los personajes sin interrupciones. La
palabra por sí sola había soportado el peso de los acontecimientos. Pero
al salir el sol, el aspecto físico de los personajes se suma a la comenzada
burla. No sale aún el lector de su asombro cuando Sancho ve la gigantes­
ca nariz del escudero: "Cuéntase en efecto, que era de demasiada
grandeza, corva en la mitad y toda llena de verrugas, de color amorata­
do, como de berenjena; bajábale dos dedos más abajo de la boca; cuya
grandeza, color, verrugas y encorvamiento así le afeaban el rostro ( ...) ”
(p. 126). La hipérbole hum orística ha provocado en Sancho la reacción
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de tem or esperada. Sin duda Sansón era buen lector» porque tuvo en
cuenta los aspectos del carácter de Sancho al preparar la burla.
A la descripción del escudero» sobre todo de su nariz» sigue la
descripción del atuendo del caballero» de donde surgirá el nombre de
Caballero de los Espejos. Todo se ordena casi teatralm ente. Ahora será
la visión» no ya la palabra, la que oriente las acciones. "Todo lo m iró y
rem iró don Quijote» y juzgó de lo visto y m irado que el ya dicho
caballero debía de ser de grandes fuerzas; pero no por eso temió como
Sancho Panza (...) (p. 127).
Las "extrañas narices del escudero" no adm iran a don Quijote
menos que a Sancho y» a partir del prim er momento en que se nombran»
quedan en el episodio como motivo central del humorismo del suceso.
Ese tono humorístico se mantiene hasta el encuentro de los caballeros en
que la batalla se resuelve en una serie de equívocos. Cuando don Quijote
arremete» el de los Espejos estaba detenido en la carrera:

En esta buena sazón y coyuntura halló don


Q uijote a su contrarío embrazado con su caballo y
ocupado con su lanza, que nunca, o no acertó o no tuvo
lugar de ponerla en ristre. Don Quijote, que no m iraba
en estos inconvenientes, a salvamano y sin peligro
alguno encontró al de los Espejos con tama fuerza, que
mal de su grado le hizo venir al suelo por las ancas del
caballo, dando tal caída, que, sin mover pie ni mano,
dio señales de que estaba muerto (p. 129).

La caída es resultado del choque fortuito, no de una lucha. El


encuentro es lamentable. Es la prim era'vez que don Quijote enfrenta a un
caballero que no es producto de su imaginación, vestido como él y , como
él, enamorado. H asta aquí el plano del ideal. Pero pronto aparecen los
detalles de la parodia degradante, tristísim a para la historia personal del
protagonista. Aunque el de los Espejos haya resultado vencido, los
caballeros no han corrido, las espadas no se han alcanzado a sacar. La
caballería aparece remedada con burla e ironía.
Los dos eombates de don Quijote 107

Si recordamos el episodio de los cueros de vino, se hace clara la


diferencia. Allí el protagonista, aunque lo suponemos dormido, sacó la
espada, peleó, cortó cabezas, puso en práctica su voluntarismo. Pero aquí
se ha hecho trizas el ediñcio del ideal al descender a una acción
empobrecida. Del mismo modo el motivo de las narices, que en principio
fue burlesco, luego humorístico, se debilita aquí cuando dice el escudero
que las lleva en la faltriquera. El montaje de la aventura ha quedado al
descubierto en su intimidad más desagradable, como cuando en el
episodio de los cueros de vino a don Quijote lo ven en paños menores y
él se avergüenza.
Don Quijote ve en el Caballero de los Espejos tendido en el suelo
"la misma figura" de su vecino y amigo Sansón Carrasco. El mito
caballeresco se ha deslizado hacia el engaño. ¿Ha sido engañado don
Q uijote? Sí, pero por los encantadores. Así lo reconoce él, aunque
Sancho oscila entre creer que el horrible narigudo es Tomé Cecial su
vecino y com padre, o creer a su amo la labor de los encantadores.
"Finalmente se quedaron con este engaño amo y mozo" (p. 132).
El procedimiento narrativo se particulariza en este caso, y en
toda la segunda parte, por presentar las aventuras desprovistas de notas
aclaratorias o anticipatorias. Con ello se logra que los personajes, los
espectadores y hasta los mismos lectores queden sorprendidos. En la
aventura que nos ocupa, la explicación para los lectores se incluye en el
capítulo XV donde se comunica el origen y el motivo de la aventura. Don
Quijote y su escudero, al dejar la escena, ignorarán para siempre lo que
se hace saber al lector.
La aventura del Caballero de los Espejos no puede ser considera­
da una batalla. En ella ya se perfilan los signos de la decadencia del
protagonista. El humor, la parodia, el grotesco abren en esta aventura
una brecha por donde hace agua el heroísm o de don Quijote. Muy lejos
han quedado las puntuales y efectivas acciones frente a los molinos de
viento o a los rebaños de ovejas. En aquellos casos, aunque el caballero
embistió a un enemigo que él había fabricado, su comportamiento fue
veraz. La energía que desplegó, el uso de las arm as, el dinamismo que
puso en juego faltan en este encuentro en el que sí tiene un enemigo
concreto, y más aún, un caballero, un igual con quien pelear.
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El Caballero de la Blanca Luna

El cura, el barbero y Sansón Carrasco, vecinos y amigos de


Alonso Quijano, son los encargados de buscar una solución para la locura
de su amigo. Traerlo de regreso a su aldea parece ser lo más convenien­
te. Y serán el cura y el barbero los responsables del episodio de la
princesa Micomicona y de conseguir el regreso de don Quijote a su aldea
en la primera parte. A Carrasco le corresponde esa misión en el Quijote
de 1615. Y tal vez por su juventud o por ser un hombre culto que ha leído
los mismos libios que don Quijote, Sansón Carrasco se erige en caballero
andante para batallar de igual a igual con el protagonista. Es su igual en
la realidad y asume la representación de caballero andante en la ficción.
El encuentro con el Caballero de la Blanca Luna sucede en
Barcelona y está enmarcado por el relato de Ana Félix. En el capítulo
XLIV, y en un remanso de la narración, aparece sin dilaciones la
aventura:

Y una mañana, saliendo don Quijote a pasearse


por la playa armado de todas sus arm as, porque, como
muchas veces decía, ellas eran sus arreos, y su descanso
el pelear, y no se hallaba sin ellas un punto, vio venir
hacia él un caballero, armado asimismo de punta en
blanco, que en el escudo traía pintada una luna resplan­
deciente; el cual, llegándose a trecho que podía ser oído,
en altas voces, encaminando sus razones a don Quijote,
dijo: -Insigne caballero y jam ás como se debe alabado
don Q uijote de la M ancha, yo soy el Caballero de la
Blanca Luna (...) (p. 545).

El episodio tiene trazos más nítidos que el anterior. Ya no se trata


de la noche sino de la mañana. Don Quijote se encuentra solo. Solo se
encontró en el combate con los cueros de vino. La soledad con la que
cada hombre debe enfrentar sus sueños es la misma con la que debe
enfrentar su nacimiento y su muerte. Por eso es significativo que aquí don
Los dos combates de don Quijote 109

Quijote esté solo, aunque haya testigos, porque de esta aventura depende
su pertenencia al mito caballeresco.
Inmediatamente se presenta el caballero con su nombre. El
provocador sabe de caballerías: lo elogia, m anifiesta a qué viene, por qué
motivo mantendrán batalla y las condiciones del enfrentamiento. No hay
un solo lugar en sombras.
El Caballero de la Blanca Luna es desconocido para don Quijote.
No lo registra entre sus lecturas ni en la realidad. Es un acierto de
Cervantes haber hecho ingresar un nuevo caballero a la novela. La
novedad impacta mejor en el desafiado quien "quedó suspenso y atónito"
(p. 545). La respuesta de don Quijote tam bién es clara, directa y muy
lógica.
U na vez planteada la batalla, el relator necesita arm ar el
escenario de la contienda. Para ello va creando un clima teatral muy afín
al que se da en casi toda la segunda parte y especialmente en la casa de
los Duques. El Visorrey, don Antonio M oreno y otros muchos caballeros
salieron a la playa. Forman parte de los espectadores. El V isorrey piensa
que es una nueva aventura fabricada por don Antonio M oreno, aunque
por momentos piensa que es verdadera. Sin embargo la interpreta como
burlas, y se suma a la representación de este suceso.
Las condiciones de la batalla impuestas por el Caballero de la
Blanca Luna exigen que don Quijote reconozca la hermosura de Casildea
de Vandalia como superior a la de Dulcinea y, si pierde en el encuentro,
debe regresar a su aldea y no tomar armas por el término de un afío. Para
el ofensor el objetivo se centra, sin duda, en el segundo asunto. Pero para
don Quijote lo imposible de adm itir es lo prim ero.
Conviene citar el texto:

(...) tomó a tom ar otro poco más de campo, porque vio


que su contrario hacía lo mesmo, y sin tocar trom peta ni
otro instrumento bélico que le diese señal de arrem eter,
volvieron entrambos a un mesmo punto las riendas a sus
caballos; y como era más ligero el de la Blanca Luna
llegó a don Quijote a dos tercios andados de la carrera,
y allí le encontró con tan poderosa tuerza, sin tocarle
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con la lanza -que la levantó, al parecer, de propósito-,


que dio con Rocinante y con don Quijote por el suelo
una peligrosa caída. Fue luego sobre él, y poniéndole la
lanza sobre la visera le dijo:
-Vencido sois, caballero, y aun muerto, si no
confesáis las condiciones de nuestro desafío (p. 547).

El enfrentamiento dura apenas segundos. El ritual caballeresco


está menos deslucido que en el combate anterior, pero comienza con
faltas: sin tocar trompeta ni otro instrumento bélico. Además ha sido,
como en el otro caso, un golpe de los animales lo que derribó a don
Quijote. A propósito está puesta la aclaración entre guiones: la lanza no
ha sido usada.
El dinamismo que el narrador ha impreso a la escena intenta que
lo sorpresivo actúe a favor del desafiante. Y lo logra. Pero don Quijote
no puede aceptar ser infiel a su señora. La entrega de su persona en acto
de vasallaje fue de por vida. Por eso responde: "Aprieta, caballero, la
lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la honra" (p. 547).
Don Quijote ha sido vencido. Ha perdido la honra, y sin ella no
puede vivir. "El hombre sin honra peor es que un muerto"4. Y el
manchego es caballero "puntual y verdadero". Su grandeza lo lleva a
respetar y asumir lo pactado hasta sus últimas consecuencias. Ahora sí el
objetivo inicial de Sansón Carrasco puede cum plirse: don Quijote
regresará a su aldea.
Los testigos del hecho fueron los que presenciaron la escena: el
V isorrey, don Antonio M oreno, y otros muchos caballeros. Es la
autoridad; por ello no podrá haber falseamiento, porque lo sucedido
cam biará el rumbo de la historia: desde este momento nos dejará para
siempre don Quijote.
Sancho está tan asombrado como los dem ás. Pero su preocupa­
ción es diferente. Sus intereses y la aflicción por lo sucedido a su amo
van juntos. Él sabe que algo se ha roto, y es el mundo de la caballería
andante:
Los dos combates de don Quijote 111

Sancho, todo triste, todo apesarado, no sabía


qué decirse ni qué hacerse: parecíale que todo aquel
suceso pasaba en sueños y que toda aquella máquina era
cosa de encantam iento. Veía a su señor rendido y
obligado a no tom ar armas en un año; imaginaba la luz
de la gloria de sus hazañas escurecida, las esperanzas de
sus nuevas prom esas deshechas como se deshace el
humo con el viento (p. 548).

El procedimiento narrativo es sim ilar al de la aventura anterior.


El narrador ha creado un clim a de asombro y expectación que no se
rompe mientras dura la aventura ni viene precedido de anticipos. En el
capítulo siguiente Sansón Carrasco da las explicaciones del caso a don
Antonio Moreno, quien fue el espectador en la ficción y representa a los
lectores. La exposición del bachiller es un recuento de los sucesos
pasados. Dentro de la técnica narrativa de Cervantes estas referencias a
hechos anteriores contribuyen a guardar una interrelación entre los
distintos momentos de la obra y avalan el sentido de unidad compositiva.
Es el entramado que, de vez en cuando, actualiza los hilos anteriores para
sumarlos al dibujo de la tram a actual.
Si recordam os el episodio narrado en I, XXV, en él las conse­
cuencias de la batalla no fiieron más allá de la pérdida del vino que
contenían los cueros. Aquí, la pérdida de la batalla cierra para siempre
la vida caballeresca de don Quijote. Así lo entendió don Antonio M oreno:
"-¡O h señor -dijo don Antonio- Dios os perdone el agravio que habéis
hecho a todo el mundo en querer volver cuerdo al más gracioso loco que
hay en él ¿No veis, señor, que no podrá llegar el provecho que cause la
cordura de don Quijote a lo que llega el gusto que da con sus desvarios?"
(p. 549).
Quienes lo conocieron y participaron de la reactualización del
mundo caballeresco perderán, con la ausencia del caballero, tanto como
si con él se fuera la fantasía, la locura, la creatividad, el arte.
El capítulo siguiente pone fin al episodio:
112 María Banura Badui de Zogbi R.L.M. 28 (1995/96)

Al salir de Barcelona, volvió don Quijote a


m irar el sitio donde había caído, y dijo:
-Aquí fue Troya! Aquí mi desdicha, y no mi
cobardía, se llevó mis alcanzadas glorias; aquí usó la
fortuna conmigo de sus vueltas y revueltas; aquí se
escurecieron mis hazañas; aquí, finalmente, cayó mi
aventura para jam ás levantarse! (p. 554).

Dice Avalle Arce: "La victoria de este caballero [el de la Blanca


Luna] implica la expulsión de don Quijote del orbe mítico y perfecto de
la caballería5. Después del último combate, nunca más recorrerá los
caminos ni dormirá bajo las frondas de los árboles con la esperanza del
encuentro de una nueva aventura. Nunca más defenderá su pertenencia
al mundo de la caballería andante. Pero sus locuras abrirán caminos de
reflexión y sus palabras se proyectarán como bienhechora sombra a lo
largo del tiempo.
Bien lo sabía Cervantes cuando escribió acerca de su obra,
interpretando la voz de la fama (...)" los niños las manosean, los mozos
la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran" (p. 42).
Los dos combates de don Quijote

N o tas

1. M iguel de Cervantes Saavedra. El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la


Mancha. Edición, estudio y notas de Juan Bautista Avalle-Arce. 1a ed. M adrid,
Alhambra, 1979. La presente cita y las siguientes corresponden a esta edición.
Se indicará solo el número de página.

2. Juan Bautista Avalle-Arce. Don Quijote como forma de vida. M adrid,


Castalia, 1976; p. 284.

3. El agregado es mío.

4. M iguel de Cervantes Saavedra. El Ingenioso Hidalgo..., I, XXXIII; p. 402.

5. Juan Bautista Avalle-Arce. Op. cit.; p. 268. El agregado es mío.

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