9.1. Castel (2004) - Dar Seguridad Al Trabajo

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INTRODUCCIÓN

Se pueden distinguir dos grandes tipos de protecciones. Las


protecciones civiles garantizan las libertades fundamentales y
la seguridad de los bienes y de las personas en el marco de un
Estado de derecho. Las protecciones sociales “cubren” contra
los principales riesgos capaces de entrañar una degradación de
la situación de los individuos, como la enfermedad, el acciden­
te, la vejez empobrecida, dado que las contingencias de la vida
pueden culminar, en última instancia, en la decadencia social.
Desde este doble punto de vista vivimos probablemente -al
menos en los países desarrollados- en las sociedades más segu­
ras que jamás hayan existido. Las comunidades no pacíficas,
desgarradas por luchas intestinas, donde la justicia era expedi­
tiva y la arbitrariedad permanente, parecen, vistas desde Euro­
pa occidental o desde América del Norte, la herencia de un le­
jano pasado. El espectro de la guerra, esa terrible generadora
de violencia, también se alejó: ahora ronda y a veces hace es­
tragos en los confines del mundo “ civilizado” . Análogamente,
se ha alejado de nosotros esa inseguridad social permanente
que resultaba de la vulnerabilidad de las condiciones y conde­
naba en otras épocas a una gran parte del pueblo a vivir “ al
día” , a merced del más mínimo accidente que pudiera surgir
12 ROBERT CASTEL

en el camino. Nuestras existencias ya no se desarrollan, desde


el nacimiento hasta la muerte, sin redes de seguridad. Una
bien llamada “ seguridad social” se ha vuelto un derecho para
la inmensa mayoría de la población, y ha generado una multi­
tud de instituciones sanitarias y sociales que se ocupan de la
salud, de la educación, de las discapacidades propias de la
edad, de las deficiencias psíquicas y mentales. A tal punto que
se ha podido describir este tipo de sociedades como “ socieda­
des aseguradoras” , que aseguran , de alguna manera de dere­
cho, la seguridad de sus miembros.
Sin embargo, en estas sociedades rodeadas y atravesadas
por protecciones, las preocupaciones sobre la seguridad per­
manecen omnipresentes. No se puede eludir el carácter
perturbador de esta constatación pretendiendo que el senti­
miento de inseguridad es sólo un fantasma de personas aco­
modadas que habrían olvidado el precio de la sangre y de las
lágrimas, y hasta qué punto la vida antes era ruda y cruel.
Tiene tales efectos sociales y políticos que, por cierto, forma
parte de nuestra realidad y hasta estructura en gran medida
nuestra experiencia social. Hay que reconocer que, si bien las
formas más masivas de la violencia y de la decadencia social
han sido ampliamente neutralizadas, la preocupación por la
seguridad es por cierto de naturaleza popular, en el sentido
fuerte del término.
¿Cómo dar cuenta de esta paradoja? Ella conduce a for­
mular la hipótesis de que no habría que oponer inseguridad y
protecciones como si pertenecieran a registros opuestos de la
experiencia colectiva. La inseguridad moderna no sería la au­
sencia de protecciones, sino más bien su reverso, su sombra
llevada a un universo social que se ha organizado alrededor
de una búsqueda sin fin de protecciones o de una búsqueda
desenfrenada de seguridad. ¿Qué es estar protegido en estas
condiciones? No es estar instalado en la certidumbre de poder
INTRODUCCIÓN 13

dominar perfectamente todos los riesgos de la existencia, sino


más bien vivir rodeado de sistemas que dan seguridad, que
son construcciones complejas y frágiles, las cuales conllevan
en sí mismas el riesgo de fallar en su objetivo y de frustrar las
expectativas que generan. Por lo tanto, la propia búsqueda de
protecciones estaría creando inseguridad. La razón de ello se­
ría que el sentimiento de inseguridad no es un dato inmediato
de la conciencia. Muy por el contrario, va de la mano de con­
figuraciones históricas diferentes, porque la seguridad y la in­
seguridad son relaciones con los tipos de protecciones que
asegura -o no- una sociedad, de manera adecuada. En otras
palabras, hoy en día estar protegido es también estar amena­
zado. El desafío que nos interesa subrayar sería entonces
comprender mejor la configuración específica de esas relacio­
nes ambiguas protección-inseguridad, o seguros-riesgos, en la
sociedad contemporánea.
Aquí propondremos una línea de análisis para convalidar
esta hipótesis. El hilo conductor es que las sociedades moder­
nas están construidas sobre el terreno fértil de la inseguridad
porque son sociedades de individuos que no encuentran, ni en
ellos mismos ni en su medio inmediato, la capacidad de ase­
gurar su protección. Si bien es cierto que estas sociedades se
han dedicado a la promoción del individuo, promueven tam­
bién su vulnerabilidad al mismo tiempo que lo valorizan. De
ello resulta que la búsqueda de las protecciones es consustan­
cial al desarrollo de este tipo de sociedades. Pero esta búsque­
da se asemeja en muchos aspectos a los esfuerzos desplegados
para llenar el tonel de las Danaides, que siempre deja filtrar el
peligro. La sensación de inseguridad no es exactamente pro­
porcional a los peligros reales que amenazan a una población.
Es más bien el efecto de un desfase entre una expectativa so­
cialmente construida de protecciones y las capacidades efecti­
vas de una sociedad dada para ponerlas en funcionamiento.
14 ROBERT CASTEL

La inseguridad, en suma, es en buena medida el reverso de la


medalla de una sociedad de seguridad.
Idealmente, ahora habría que volver a trazar la historia de
la organización de estos sistemas de protecciones y de sus
transformaciones hasta el momento -es decir, hasta hoy- en
que su eficacia parece precarizada por la mayor complejidad
de los riesgos que supuestamente neutralizan, así como por la
aparición de nuevos riesgos y de nuevas formas de sensibilidad
a los riesgos. Programa que, evidentemente, no podrá ser rea­
lizado aquí por completo. Nos conformaremos con esbozar es­
te proceso a partir del momento en que la problemática de las
protecciones se redefine alrededor de la figura del individuo
moderno que vive la experiencia de su vulnerabilidad. Pero in­
sistiremos también en la diferencia entre los dos tipos de “ co­
berturas” que intentan neutralizar la inseguridad. Hay una
problemática de las protecciones civiles y jurídicas que remite
a la constitución de un Estado de derecho y a los obstáculos
experimentados para encarnarlos lo más cerca posible de las
exigencias manifestadas por los individuos en su vida cotidia­
na. Y hay una problemática de las protecciones sociales que
remite a la construcción de un Estado social y a las dificulta­
des que surgen para que pueda asegurar al conjunto de los in­
dividuos contra los principales riesgos sociales. Esperamos que
la cuestión de la inseguridad contemporánea pueda esclarecer­
se si se consigue captar la naturaleza de los obstáculos que
existen en cada uno de los dos ejes de la problemática de las
protecciones para realizar un programa de seguridad total, y
también si se toma conciencia de la imposibilidad de hacer su­
perponer por completo estos dos órdenes de protecciones.
Entonces tal vez estemos en condiciones de comprender
por qué es la propia economía de las protecciones la que pro­
duce una frustración sobre la situación de la seguridad cuya
existencia es consustancial a las sociedades que se construyen
INTRODUCCIÓN 15

alrededor de la búsqueda de la seguridad. Y ello por una do­


ble razón. En primer lugar, porque los programas protectores
jamás pueden cumplirse completamente y producen decep­
ción y aun resentimiento. Pero también porque su logro, aun­
que relativo, al dominar ciertos riesgos, hace emerger otros
nuevos. Es lo que sucede hoy en día con la extraordinaria ex­
plosión de esta noción de riesgo. Tal exasperación de la sensi­
bilidad a los riesgos muestra bien a las claras que la seguridad
jamás está dada, ni siquiera conquistada, porque la aspira­
ción a estar protegido se desplaza como un cursor y plantea
nuevas exigencias a medida que se van alcanzando sus objeti­
vos anteriores. Así, una reflexión acerca de las protecciones
civiles y sociales debe conducir igualmente a interrogarse so­
bre la proliferación contemporánea de una aversión al riesgo
que hace que el individuo contemporáneo nunca pueda sen­
tirse totalmente seguro. Pues ¿qué nos protegerá -dejando de
lado a Dios o la muerte- si para estar plenamente en paz hay
que poder dominar por completo todas las contingencias de
la vida?
No obstante, esta toma de conciencia de la dimensión pro­
piamente infinita de la aspiración a la seguridad en nuestras
sociedades no debe conducir a cuestionar la legitimidad de la
búsqueda de protecciones. Todo lo contrario, es la etapa críti­
ca necesaria que hay que atravesar para definir las acciones
que hoy se requieren para hacer frente del modo más realista
a las inseguridades: combatir los factores de disociación so­
cial que están en la raíz tanto de la inseguridad civil como de
la inseguridad social. No conseguiremos la seguridad de estar
liberados de todos los peligros, pero se podría ganar la opor­
tunidad de habitar un mundo menos injusto y más humano.
C a p ít u lo 5

¿CÓMO COMBATIR
LA INSEGURIDAD SOCIAL?

¿En qué podría consistir tal reorganización? ¿Cóm o re­


componer protecciones que impondrían principios de estabili­
dad y dispositivos de seguridad en un mundo nuevamente
confrontado con la incertidumbre del mañana? Indudable­
mente, se trata del gran desafío que tenemos hoy, y no es se­
guro que podamos resolverlo. N o pretendemos aportar aquí
respuestas minuciosas a estas preguntas, que invitan más a la
búsqueda de nuevas fórmulas que a aportar o concluir en cer­
tezas. Pero se puede intentar precisar los temas que recubren
ateniéndonos a los dos principales sectores que se han anali­
zado hasta aquí, el de la protección social propiamente dicha
y el de las acciones destinadas a dar seguridad a las situacio­
nes de trabajo y a las trayectorias profesionales.1

1. He de recordar que, para ser exhaustivo, habría que integrar una re­
flexión sobre los servicios públicos, parte importante de la propiedad social.
El ejemplo del derrumbe reciente de la Argentina ilustra a contrario la im­
portancia de esta temática. La inseguridad social en la cual ha caído ese país
no se debe solamente al aumento de una pobreza de m asas, a la precariza-
ción de las situaciones sociales, incluidas las clases medias, o a una reduc­
ción drástica de las prestaciones sociales. Es también la consecuencia del de­
88 ROBERT CASTEL

Reconfigurar las protecciones sociales

Veamos pues en primer lugar el terreno de la protección


social propiamente dicha, que corresponde a lo que se llama
en Francia la seguridad social (seguros de enfermedad, invali­
dez, accidentes de trabajo, vejez, desempleo, subsidios fami­
liares y ayuda social), a la que se han agregado desde comien­
zos de la década de 1980 diversas políticas de inserción y de
“ lucha contra las exclusiones” . Las transformaciones que se
observan desde hace unos veinte años no tomaron el carácter
de una revolución brutal. El sistema sigue estando am plia­
mente dominado por los seguros ligados al trabajo y financia­
dos por medio de cotizaciones recaudadas sobre el trabajo.
Sin embargo, aparecieron dificultades crecientes y nuevos
planteos que cuestionan la hegemonía de este modo de pro­
tección.
En primer lugar, bloqueo financiero. El desempleo masivo
y la precarización de las relaciones de trabajo, por un lado, y
la reducción de la población activa por razones demográficas
y la extensión de la esperanza de vida, por el otro, desestabi­
lizan profundamente el financiamiento del sistema. Como di­
ce Denis Olivennes, el riesgo sería que pronto una minoría de
activos tenga que aportar para asegurar a una mayoría de
inactivos.2 Pero más allá de la argumentación financiera, la

rrumbe de los servicios públicos en un país en vías de privatización comple­


ta. N o puedo detenerme para explicar aquí este punto, pero la discusión de
los temas que intervienen en el cuestionamiento actual de los servicios públi­
cos se inscribiría directamente en las observaciones que siguen.
2. Véase Denis Olivennes, “ La société de transferí” , en Le Débat, n° 69,
marzo-abril de 1992. Los aportes y contribuciones obligatorios efectuados a
partir del trabajo representaban un 80% de los gastos de la protección so ­
cial en 1997.
¿CÓMO COMBATIR LA INSEGURIDAD SOCIAL? 89

polémica atañe también al modo de funcionamiento del siste­


ma y a su incapacidad para hacerse cargo de todos los que es­
tán en ruptura con el mundo del trabajo. La protección social
clásica profundizaría así, paradójicamente, la distancia entre
un público que puede seguir beneficiándose de protecciones
fuertes, otorgadas de manera incondicional porque corres­
ponden a derechos emanados del trabajo, y el flujo creciente
de todos los que van quedando separados de esos sistemas de
protecciones o no llegan a inscribirse en ellos. Entonces, más
profundamente que la cuestión del financiamiento, es la es­
tructura misma de este tipo de protecciones, que descansa en
la constitución de categorías homogéneas y estables de pobla­
ciones y que brinda sus prestaciones de una manera automá­
tica y anónima, lo que las haría no aptas para atender la di­
versidad de las situaciones y de los perfiles de individuos a la
espera de protecciones.
A partir de estas constataciones, desde hace unos veinte
años se ha observado el desarrollo de lo que bien podría re­
presentar un nuevo régimen de la protección social orientado
a los dejados-de-lado de las protecciones clásicas. Se ha ido
organizando progresivamente en los márgenes del sistema a
través de la promoción de medidas sucesivas: multiplicación
de las prestaciones mínimas sociales condicionadas a los re­
cursos o ingresos (nulos o muy reducidos) de los beneficia­
rios, desarrollo de políticas locales de inserción y de políticas
de la ciudad, de dispositivos de ayuda para el empleo, de so­
corro a los que menos tienen y de “ lucha contra la exclu­
sión” . Estas disposiciones no obedecieron a un plan de con­
junto, pero sin embargo parecen esbozar un nuevo referente
de protección muy diferente del de la propiedad social carac­
terizada por la hegemonía de las protecciones incondicionales
fundadas en el trabajo. Bruno Palier sintetiza la oposición de
los dos registros de la siguiente manera:
90 ROBERT CASTEL

Apertura generalizada e igualitaria versus objetivos y discri­


minación positiva; prestaciones uniformes versus definición de
las prestaciones a partir de necesidades sociales; sectores sepa­
rados unos de otros (enfermedad, accidentes de trabajo, vejez,
familia) versus tratamiento transversal del conjunto de los pro­
blemas sociales experimentados por una misma persona; admi­
nistraciones centralizadas para la gestión de un riesgo o de un
problema versus gestión participativa sobre la base de relaciones
contractuales con el conjunto de los actores (administrativos,
políticos, asociativos, económicos) suceptibles de intervenir; “ ad­
ministración de gestión” versus “ administración de misión” ;
“ centralización y administración piramidal” versus “ descentrali­
zación y territorialización” .3

Una consecuencia importante de estos cambios es que in­


troducen cierta flexibilidad en el régimen de las protecciones.
En efecto, estas nuevas intervenciones sociales se caracterizan
por su diversificación, porque supuestamente se ajustan a la
especificidad de los problemas de las poblaciones de las que
se hacen cargo y, en última instancia, a una individualización
de su implementación. Dos términos ausentes del vocabulario
de la protección clásica ocupan un lugar estratégico en estas
nuevas operaciones: el contrato y el proyecto. La organiza­
ción del ingreso mínimo de reinserción (RMI en sus siglas en
francés) a partir de 1988, por ejemplo, ejemplifica muy bien
el espíritu de este nuevo régimen de protecciones. Su obten­
ción depende en principio de la puesta en marcha de un “ con­
trato de inserción” por el cual el beneficiario se compromete
a la realización de un proyecto. El contenido de este proyecto
está definido a partir de la situación particular del beneficia­
rio y de las dificultades que le son propias. Asimismo, las po­

3. Bruno Palier, Gouverner la sécurité sociale, Paris, PUF, 2002, pág. 3.


¿CÓMO COMBATIR LA INSEGURIDAD SOCIAL? 91

líticas territoriales que se implementaron en los barrios desfa­


vorecidos en nombre de la inserción a partir de comienzos de
la década de 1980 y que culminan hoy en la “ política de la
ciudad” se apoyan en proyectos locales, que implican la m o­
vilización de los habitantes y de los diferentes sectores de la
comunidad. Esta tendencia a la implicación personalizada de
los usuarios inspira también cada vez más las políticas de lu­
cha contra el desempleo (véase la instauración reciente del
PA R E/ que suscita -im pone- la participación activa de los
desempleados en la búsqueda de empleo). En todos estos nue­
vos procedimientos se trata de pasar del consumo pasivo de
prestaciones sociales brindadas de modo automático e incon­
dicional a una movilización de los beneficiarios que deben
participar en su rehabilitación. “ Activación de los gastos pa­
sivos” , como se dice, pero que pasa también por una activa­
ción de las personas involucradas.
Estas transformaciones obedecen así a una lógica de con­
junto. Se trata de políticas que tienden a la individualización
de las protecciones, en correspondencia con la gran transfor­
mación social que se ha descripto, atravesada también ella
por procesos de descolectivización o de reindividualización.
En este sentido, se presentan como una respuesta a la crisis
del Estado social cuyo funcionamiento centralizado, adminis­
trador de reglas universales y anónimas, se revelaría inadap­
tado en un universo cada vez más diversificado y móvil. La
nueva economía de las protecciones exige, se dirá, que se
vuelva, más allá de la estatización de lo social, a una conside­
ración de estas situaciones particulares y en última instancia
de los individuos singulares.

* PARE, sigla de Plan d’Aide au Retour a l’Em ploi (Plan de Ayuda para
el Retorno al Empleo) (n. del t.).
92 ROBERT CASTEL

Empero, ese desplazamiento tiene un costo que podemos


preguntarnos si no es demasiado elevado al menos por dos
razones. En primer lugar, llevado al límite implica un recen-
tramiento de las protecciones sobre las poblaciones ubicadas
fuera del régimen común porque sufren de una desventaja o
discapacidad entendidas en el sentido amplio de la palabra:
situaciones de gran pobreza; déficit diversos, físicos, psíquicos
o sociales; “ inempleabilidad” , etc. Protección significaría aquí
tomar a cargo a los caídos en desgracia. Pero llamar a estas
nuevas medidas “ discriminación positiva” no basta para bo­
rrar la estigmatización negativa que siempre se vinculó con
este tipo de medidas.
Sin embargo, se dirá, estas nuevas protecciones rompen la
tradición desresponsabilizante de la asistencia en la medida
en que promueven una movilización de los beneficiarios que
son incitados a volver a hacerse cargo de sí mismos. De he­
cho, el contrato de inserción del RMI, por ejemplo, represen­
ta justamente una disposición original y seductora, ya que
apela a la participación del beneficiario que será acom paña­
do y ayudado para cumplir con su propio proyecto. Pero es­
tas intenciones respetables subestiman la dificultad y con fre­
cuencia el irrealismo que hay en apelar a los recursos del
individuo, tratándose de individuos que carecen precisamen­
te de recursos. Es paradójico que a través de estas diferentes
medidas de activación se pida mucho a quienes tienen poco
-y a menudo más que a los que tienen mucho-. Por lo tanto,
no hay que sorprenderse de que el éxito efectivo de estas em­
presas sea más bien la excepción que la regla. Así, los múlti­
ples informes de evaluación del RM I muestran que más de la
mitad de los beneficiarios no obtienen ningún contrato, y
que en la mayor parte de los casos el RM I sirve sobre todo
de “ bocanada de oxígeno que mejora marginalmente las con­
diciones de vida de los beneficiarios sin poder transform ar­
¿CÓMO COMBATIR LA INSEGURIDAD SOCIAL? 93

las” ,4 y que solamente en el 10 al 15% de los casos se llega a


una “ inserción laboral” , es decir, a la obtención de un em­
pleo estable o las más de las veces precario. De la misma ma­
nera, las políticas de inserción territorial dan resultados muy
pálidos desde el punto de vista de la participación efectiva de
los usuarios.5
Estas constataciones no entrañan ninguna condena de es­
tas tentativas de inventar nuevas protecciones. Por el contra­
rio, sin estas medidas la situación de las diferentes categorías
de víctimas de la crisis de la sociedad salarial habría estado
todavía más degradada. Entonces se puede -y en mi opinión
se debe- defender el RMI, las políticas de la ciudad y las pres­
taciones mínimas sociales (condicionadas a los recursos de los
beneficiarios), aunque cabe interrogarse por su alcance. Des­
de este punto de vista, está fuera de discusión que, tal como
están implementadas hoy en día, puedan representar una al­
ternativa global a las protecciones anteriormente elaboradas
contra los principales riesgos sociales, salvo que se convalide
una fantástica regresión de la problemática de las proteccio­
nes: reducir la protección social a una ayuda, a menudo de
mediocre calidad, reservada a los más desfavorecidos.
A decir verdad, nadie defiende, indudablemente, esta posi­
ción en su forma extrema. Si el sistema de las protecciones

4. Le R M I à l'épreuve des faits, París, Syros, 1991, pág. 63.


5. Véase por ejemplo Évaluation de la politique de la ville, París, Délé­
gation interministérielle de la ville, 1993, caps. I y II. Para un balance más
bien pesimista sobre la “ ciudadanía local” , véase C. Jacquier, “ La citoyen­
neté urbaine dans les quartiers européens” , en J. Roman (dir.), Ville, exclu­
sion et citoyenneté. Entretiens de la ville, II, Paris, Éditions Esprit, 1993. Pa­
ra una actualización de la cuestión presente y una comparación con la
situación en Estados Unidos, véase J. Donzelot, C. Mevel, A. Wyvekens, Fai­
re société, París, Seuil, 2003.
94 ROBERT CASTEL

“ se sostiene” aún hoy es porque amplios bloques, los más ex­


tensos, permanecen dominados por las coberturas de seguros
brindadas sin tener en cuenta las condiciones de recursos de
los beneficiarios.6 Pero esto significa que estas nuevas medi­
das no consiguieron superar la dualización, que a menudo se
le reprocha instaurar a la protección clásica, entre coberturas
contra los riesgos sociales que siguen siendo eficaces en la me­
dida en que están vinculadas a condiciones estables de traba­
jo, y un abanico de ayudas más o menos circunstanciales co­
rrespondientes a la diversidad de las situaciones de privación
social. Lo que sucedió a lo largo de estos últimos veinte años
es de hecho una transformación profunda, en el sentido de
una degradación, de la concepción de la solidaridad. En últi­
ma instancia, ya no se trataría de proteger colectivamente el
conjunto de los miembros de la sociedad contra los principa­
les riesgos sociales. Los gastos de solidaridad, de los que el
Estado seguiría siendo responsable, se dirigirían preferente­
mente al sector residual de la vida social poblado por “ los
más desprotegidos y carentes” . Estar protegido significaría
entonces estar provisto apenas del mínimo de recursos nece­
sario para sobrevivir en una sociedad que limitaría sus ambi­
ciones a asegurar un servicio mínimo contra las formas extre­
mas de la privación. Semejante dicotomía en el régimen de
protecciones sería ruinosa para la cohesión social.7

6. La cantidad de beneficiarios de las prestaciones mínimas sociales, en


progresión constante, no representa, sin embargo, más que un porcentaje
apenas superior al 10% de la población francesa.
7. De hecho, este dualismo entre protecciones fuertes e incondicionales
construidas a partir del trabajo y ayudas dirigidas a poblaciones alejadas del
mercado del empleo es demasiado esquemático, pues por el lado de las pro­
tecciones basadas en el seguro también se ejercen fuertes presiones en el sen­
tido de su diversificación en función de los recursos de los beneficiarios. Pa-
¿CÓMO COMBATIR LA INSEGURIDAD SOCIAL? 95

N o es fácil decir cómo se la podría superar. Pero una pri­


mera razón del carácter profundamente insatisfactorio de la
situación actual se debe a la fragmentación de las nuevas me­
didas que se fueron tomando por separado desde hace unos
veinte años y que o bien se superponen o bien dejan subsistir
zonas grises, que son zonas de ausencia de derecho. Un pri­
mer tipo de reformas sería asegurar una continuidad de los
derechos más allá de la diversidad de las situaciones genera­
doras no sólo de perjuicios materiales sino también de dis­
continuidades en la distribución de las prestaciones y de la
arbitrariedad en su atribución: que un régimen homogéneo
de derechos cubra el campo de la protección que no depende
de las coberturas colectivas de seguro es una propuesta que
tiene el mérito del realismo, cuyo costo financiero sería muy
razonable, y las dificultades técnicas de aplicación totalmen­
te superables.8

rece que nos orientamos hacia una reconfiguración del régimen de las pro­
tecciones en tres polos, o a tres velocidades: protecciones dependientes de la
“ solidaridad nacional” financiadas por el impuesto y que garantizan, según
la lógica de la asistencia, recursos y coberturas mínimas a las poblaciones
más desfavorecidas (ejemplo, la cobertura médica generalizada y las presta­
ciones mínimas sociales); protecciones de seguro básicas que se siguen cons­
truyendo a partir del empleo, pero con disminución de los riesgos cubiertos
y/o del umbral de su responsabilización (ejemplo, la reducción de los riesgos
de salud y/o de sus tasas de cobertura directamente cubiertos por la seguri­
dad social); seguros complementarios privados cada vez más extendidos que
tienen que ver con la elección de los individuos y que son financiados por
ellos (ejemplo, la evolución de los regímenes de jubilación en el sentido de
su capitalización al menos parcial). En un segundo plano se esboza el pasaje
de un Estado social universalista a un Estado social que funciona de acuer­
do con el principio de discriminación “ positiva” . Al respecto, véase Nicolás
Dufourcq, “ Vers un État-providence sélectif” , en Esprit, diciembre de 1994.
8. Véanse las preconizaciones de Jean-Michel Belorgey en este sentido
96 ROBERT CASTEL

Una segunda cuestión, más difícil y más ambiciosa, consis­


te en interrogarse sobre la naturaleza y la consistencia de esos
nuevos derechos. Es un viejo debate que siempre se planteó
respecto del derecho a la asistencia [droit au secours ]. Que al­
gunas acciones asistenciales tengan su fundamento en el dere­
cho (es el caso en Francia desde las leyes de asistencia de la III
República) no obsta para que su acceso esté subordinado a
una evaluación del beneficiario, quien debe justificar que pa­
dece necesidades para recibir el beneficio. Además, las presta­
ciones así distribuidas siempre deben ser inferiores a las que
se aseguran por el trabajo (la less eligibility de los anglosajo­
nes). Alexis de Tocqueville -que no era precisamente un de­
fensor del Estado social, y que incluso escribió esas líneas
contra la “ caridad legal” de los ingleses- subraya con énfasis
la diferencia entre dos tipos de derechos: “ Se les confiere a los
hombres derechos ordinarios en función de algunas ventajas
adquiridas respecto de sus semejantes. Este -Tocqueville hace
referencia al derecho a la asistencia- se concede en razón de
una inferioridad, la cual resulta así legalizada” .9 Los “ dere­
chos ordinarios” son los derechos ligados a la ciudadanía.
Son “ ordinarios” porque son comunes, no discriminatorios, y
otorgan igual dignidad a todos los sujetos de derecho. Es el
caso de los derechos civiles y políticos en una democracia: es­
tán en el fundamento de la ciudadanía.
¿El derecho a la asistencia puede fundar una ciudadanía
social? N o si es “ concedido en razón de una inferioridad, la
cual resulta así legalizada” . Una vía para superar esta vieja

(Jean-Michel Belorgey et al., Refonder la protection sociale, París, La Dé­


couverte, 2001).
9. Alexis de Tocqueville, Mémoire sur le paupérisme, Académie de Cher­
bourg, 1834.
¿CÓMO COMBATIR LA INSEGURIDAD SOCIAL? 97

aporía podría ser la profundización de las políticas de inser­


ción. Se ha destacado el carácter ambiguo y más bien decep­
cionante de las realizaciones llevadas a cabo hasta el presente
bajo este rótulo. Pero es también porque han instrumentado
una versión trunca de la noción. Si, com o lo proclama el ar­
tículo I o de la ley que instituye el RM I, “ la inserción social y
profesional de las personas con dificultades es un imperativo
nacional” , su realización implicaría una movilización efecti­
va, si no de toda la nación al menos de una amplia gama de
participantes, mucho más allá de los sectores sociales que in­
tervienen y de los representantes del mundo asociativo: res­
ponsables políticos y administrativos, mundo de la empresa.
Ello sucede muy pocas veces, y el tratamiento sectorial de la
problemática de la inserción, principalmente dejada en ma­
nos de los profesionales de lo social, limitó mucho su alcan­
ce. La idea de un acompañamiento efectivo de las personas
con dificultades para ayudarlas a salir de su estado es una
propuesta exigente. En relación con la administración clásica
de la asistencia, presenta la ventaja de dirigirse a la persona
a partir de la especificidad de su situación y de las necesida­
des que le son propias. Pero no debe reducirse a un sostén
psicológico. H asta hoy, la tendencia de los profesionales de
la inserción ha sido generalmente dar prioridad a la norma
de interioridad , es decir, intentar m odificar la conducta de
los individuos con dificultades incitándolos a cambiar sus re­
presentaciones y reforzar sus motivaciones para “ salir” , co­
mo si fueran los principales responsables de la situación en la
que se encuentran.10 Pero para que el individuo pueda real­
mente hacer proyectos, establecer y mantener contratos con­

10. Véase el prefacio de François Dubet a Denis Castra, L ’insertion pro­


fessionnelle des publics précaires, Paris, PUF, 2003.
98 ROBERT CASTEL

fiables, debe poder apoyarse en una base de recursos objeti­


vos. Para poder proyectarse en el futuro hay que disponer en
el presente de un mínimo de seguridad.11 En consecuencia,
tratar sin ingenuidad como un individuo a una persona con
dificultades es querer poner a su disposición esos soportes
que le faltan para conducirse como un individuo pleno. So­
portes que no consisten solamente en recursos materiales o
en acompañamiento psicológico, sino también en derechos y
en reconocimiento social necesarios para asegurar las condi­
ciones de la independencia.12
M ás allá del RMI, estas consideraciones podrían valer pa­
ra el conjunto de las políticas territoriales implementadas des­
de comienzos de la década de 1980. Esbozan lo que podría
funcionar como idea reguladora para reinsertar a los sectores
que han quedado desconectados de las protecciones procura­
das por el trabajo, o que no consiguen inscribirse en ellas: tra­
tarlos no como personas asistidas sino como miembros igua­
les provisoriamente privados de las prerrogativas de la
ciudadanía social, fijándose como objetivo prioritario procu­
rarles los medios, que no son sólo materiales, de recuperar
esa ciudadanía. M ás en concreto, y paralelamente a la conti­
nuidad de los derechos ya mencionada, habría que promover

11. Podemos recordar aquí el análisis clásico de Pierre Bourdieu sobre la


imposible relación de los subproletarios argelinos con el porvenir. Véase P.
Bourdieu (con A. Dabel, J.-F. Rivet, C. Seibel), Travail et travailleurs en Al­
gérie, Paris, Mouton, 1964.
12. Para la explicitación de esta noción de soporte concebido como la ba­
se de recursos necesarios para poder conducirse positivamente como un indi­
viduo, me permito remitir al lector a Robert Castel, Claudine Haroche, Pro­
priété privée, propriété sociale, propriété de soi, Paris, Fayard, 2000 [trad.
cast.: Propiedad privada, propiedad social, propiedad de sí, Rosario, Homo
Sapiens, 2002].
¿CÓMO COMBATIR LA INSEGURIDAD SOCIAL? 99

una continuidad y una sinergización de las prácticas que


apuntan a la reintegración de los sectores con dificultades.
Así se pueden concebir verdaderos colectivos de inserción ,13
especie de agencias públicas que reagruparían, con financia-
mientos propios y su poder de decisión, las diferentes instan­
cias actualmente encargadas de facilitar la ayuda al empleo y
de luchar contra la segregación social, la pobreza y la exclu­
sión. De este modo estarían centralizadas, pero en un nivel lo­
cal, bajo un poder unificado de decisión y de financiamiento,
los diferentes tipos de actores participantes que ahora están
implicados en forma dispersa en la recalificación de las perso­
nas con dificultades. Semejante dispositivo no resolvería sin
duda todos los problemas que nos plantea la presencia de po­
blaciones duraderamente alejadas del mercado laboral, pero
representaría con toda seguridad un avance decisivo para re­
lanzar una dinámica de inserción capaz de culminar en su
reintegración en el régimen común.14

13. Acerca del funcionamiento de las actuales comisiones locales de in­


serción del RMI y sus deficiencias, véase Isabelle Astier, Revenu mínimum et
souci d ’insertion, París, Desclée de Brouwer, 1997.
14. Sobre esta concepción de la inserción por una “ vía estrecha” , pero
necesaria para promover políticas sociales activas, véase también P. Rosan-
vallon, L a nouvelle question sociale, París, Seuil, 1995, cap. 6 [trad. cast.:
La nueva cuestión social, Buenos Aires, M anantial, 1995]. Existe teórica­
mente otra posibilidad de superar el carácter estigmatizante del derecho a la
asistencia. Sería conceder de derecho, incondicionalmente y a todo el mun­
do, un ingreso de existencia. Esta posibilidad abre un debate complejo, so­
bre todo en razón de la diversidad de las versiones propuestas por los de­
fensores de esta opción: subsidio universal, ingreso de ciudadanía, ingreso
de existencia, ingreso social garantizado, etc. Para resumir esquemáticamen­
te la posición que se desprende de esta reflexión sobre las exigencias míni­
mas de una política de protecciones: en la mayoría de las versiones preconi­
zadas, la instauración de un ingreso mínimo tendría por efecto, más bien,
100 ROBERT CASTEL

De manera más general, se ha insistido en que el conjunto


de los dispositivos de protección social hoy parece atravesado
por una tendencia a la individualización, o a la personaliza­
ción, que apunta a vincular el otorgamiento de una presta­
ción con la consideración de la situación específica y la con­
ducta personal de los beneficiarios. Un modelo contractual de
intercambios recíprocos entre demandantes y proveedores de
recursos sustituiría así en última instancia el status incondi­

agravar la situación y tornar irreversible la degradación del mercado del


empleo. En efecto, proponen un mediocre ingreso de subsistencia, insufi­
ciente para llevar una vida decente, y que debería completarse a cualquier
precio -en particular aceptando un trabajo bajo cualesquiera condiciones-.
Al separar completamente trabajo y protecciones, el ingreso mínimo “ libe­
ra ” así el mercado de trabajo y representa la única contrapartida “ social” ,
anhelada por otra parte por los ultraliberales tales como Milton Friedman,
al despliegue de un liberalismo salvaje. Invalida al mismo tiempo todos los
esfuerzos de las políticas activas de inserción para asegurar un retorno al
mercado laboral ordinario. Las cosas podrían ser diferentes si se tratara de
un ingreso “ suficiente” , para retomar la expresión de André Gorz, quien
adhirió a esta opción después de haberla combatido enérgicamente (Misère
du présent, richesses des possibles, Paris, Galilée, 1997. [trad. cast.: Mise­
rias del presente, riquezas de lo posible, Buenos Aires, Paidós, 1998], es de­
cir, una prestación suficiente para asegurar la independencia social de los
beneficiarios. Sin duda habría que ubicarla, siendo modestos, alrededor del
SMIC: un SMIC para todos los ciudadanos, sin ninguna contrapartida de
trabajo. Aun teniendo en cuenta el hecho de que este subsidio economizaría
otras prestaciones sociales, lo que no dejaría por otra parte de entrañar
efectos perversos, no se ve cómo semejante medida podría tener la mínima
oportunidad de imponerse políticamente en el contexto actual. Tal vez sea
una utopía, pero puede haber también utopías peligrosas si desvían de la
búsqueda de otras alternativas. (Sobre estas cuestiones, véase, entre otros,
un número especial de la revista Multitudes, n° 8, 2002, que, dejando de la­
do mi propia contribución, va en el sentido de la defensa e ilustración de es­
tas medidas.)
¿CÓMO COMBATIR LA INSEGURIDAD SOCIAL? 101

cional del derechohabiente.15 Semejante evolución puede te­


ner consecuencias positivas en la medida en que corrige el ca­
rácter impersonal, opaco y burocrático que caracteriza en
general la distribución de prestaciones homogéneas. Es la
porción de verdad que contiene la consigna “ reactivar los
gastos pasivos” . N o obstante, la lógica contractual, cuyo pa­
radigma es el intercambio mercantil, subestima gravemente la
disparidad de las situaciones entre los contratantes. Sitúa al
beneficiario de una prestación en situación de demandante,
como si dispusiera del poder de negociación necesario para
anudar una relación de reciprocidad con la instancia que dis­
pensa las protecciones. Ello sucede rara vez. El individuo ne­
cesita protecciones precisamente porque, como individuo, no
dispone por sí solo de los recursos necesarios para asegurar
su independencia. Por consiguiente, endilgarle la principal
responsabilidad del proceso que debe asegurarle esta indepen­
dencia equivale a tratarlo como a un tonto.
Recurrir al derecho es la única solución que se ha encon­
trado hasta hoy para salir de las prácticas filantrópicas o pa­
ternalistas -aunque se ejerzan en instancias oficiales o por
profesionales de la ayuda social- que conducen a considerar
con mayor o menor benevolencia o suspicacia la suerte de los
desgraciados para apreciar si, y en qué medida, merecen real­
mente que se los ayude. Se puede reivindicar un derecho por­
que un derecho es una garantía colectiva, legalmente institui­
da, que más allá de las particularidades del individuo, le
reconoce el status de miembro hecho y derecho de la socie­
dad, por ello mismo “ derechohabiente” para participar en la
propiedad social y gozar de las prerrogativas esenciales de la

15. Véase Robert Lafore, “ Du contrat d’insertion au droit des usagers” ,


Partage, n° 167, agosto-septiembre de 2003.
102 ROBERT CASTEL

ciudadanía: derecho a llevar una vida decente, recibir aten­


ción médica, tener vivienda, ser reconocido en su dignidad...
Las condiciones de aplicación y de ejercicio de un derecho
pueden negociarse, pues no se puede confundir la universali­
dad de un derecho y la uniformidad de su puesta en práctica.
Pero un derecho como tal no se negocia, se respeta. Por lo
tanto, podemos aplaudir los esfuerzos realizados para reorga­
nizar la protección social a fin de acercarla a las situaciones
concretas y las necesidades de los usuarios, pero hay una lí­
nea roja que no se debe franquear. Es la que confundiría el
derecho a estar protegido con un intercambio de tipo mercan­
til, que subordina el acceso a las prestaciones únicamente a
los méritos de los beneficiarios o, incluso, al carácter más o
menos patético de la situación en la cual se hallan. Hay que
recordar con firmeza que la protección social no es solamente
el otorgamiento de ayudas en favor de los más desamparados
para evitarles una caída total. En el sentido fuerte de la pala­
bra, es la condición de base para que todos puedan seguir
perteneciendo a una sociedad de semejantes.

Dar seguridad al trabajo

El segundo gran capítulo para intentar reorganizar hoy en


día las protecciones sociales es el de dar seguridad a las situa­
ciones laborales y a las trayectorias profesionales. Para ello,
conviene partir de un diagnóstico tan preciso como posible de
la situación actual. En la sociedad salarial se podía hablar
inequívocamente de ciudadanía social en la medida en que los
derechos incondicionales (“ derechos ordinarios” , para hablar
como Tocqueville) estaban asociados a la situación profesio­
nal. El estatuto del empleo constituía la base de esa ciudada­
nía y aseguraba una asociación fuerte de derechos-proteccio­
¿CÓMO COMBATIR LA INSEGURIDAD SOCIAL? 103

nes (derecho laboral y protección social). Desde la “ gran


transformación” que comienza en la década de 1970 asisti­
mos, esforzándonos por calibrar muy bien el sentido de las
palabras, a un debilitamiento de esta asociación. Un debilita­
miento, o una erosión, y no un derrumbe, como pretenden
ciertos discursos catastrofistas que llevan al límite, y a veces
hasta el absurdo, el proceso de degradación de las situaciones
laborales y de las protecciones asociadas al trabajo.16 Frente a
lo que se presenta a veces como un campo de ruinas, hay que
recordar algunas evidencias: aunque sean frágiles y estén
amenazadas, estamos todavía en una sociedad rodeada y
atravesada por protecciones (véase el derecho laboral, la se­
guridad social); aunque la relación con el empleo se haya
vuelto cada vez más problemática, el trabajo conserva su cen-
tralidad (lo cual incluye, y quizás en primerísimo lugar, a
aquellos que lo han perdido o sobre quienes pende la amena­
za de perderlo; véanse las investigaciones sobre los desocupa­
dos y los precarizados); aunque ya no sea cuasihegemónica, la
relación trabajo-protecciones sigue siendo determinante (cer­
ca del 90% de la población francesa, contando los “ derecho-
habientes” , está “ cubierta” a partir del trabajo, incluidos los
que están situados fuera del trabajo, como los jubilados y en
parte los desempleados).
Por consiguiente, alrededor del empleo sigue articulándose
una parte esencial del destino social de la gran mayoría de la
población. Pero la diferencia en relación con el período ante­

16. Véase por ejemplo A. Gorz, Miserias del presente, riquezas de lo po­
sible, op. cit., Viviane Forrester, L ’horreur économique, París, Fayard, 1996
[trad. cast.: El horror económico, Buenos Aires, FCE, 1998], así como todos
los profetas del fin del trabajo que parecían tener viento en popa hace algunos
años, pero cuya audiencia parece hoy felizmente empañada.
104 ROBERT CASTEL

rior -que es enorme- radica en que, si bien el trabajo no ha


perdido su importancia, ha perdido mucho de su consistencia,
de la cual extraía lo esencial de su poder protector. La movili­
dad generalizada impuesta a las situaciones laborales y las
trayectorias profesionales (véase el capítulo anterior) sitúa la
incertidumbre en el centro del porvenir en el mundo laboral.
Si se toma en serio esta transformación, da la medida del de­
safío que hoy debe afrontarse: ¿es posible asociar nuevas pro­
tecciones a esas situaciones laborales caracterizadas por su hi-
permovilidad? M e parece que la vía regia a explorar es la de
la búsqueda de nuevos derechos capaces de dar seguridad en
esas situaciones aleatorias y asegurar las trayectorias marca­
das por la discontinuidad.
Desde esta óptica, en la actualidad hay que volver a exa­
minar el estatuto del empleo. En la sociedad salarial, las ga­
rantías con las que se beneficia el trabajador están vincula­
das a las características y a la permanencia del empleo. El
trabajador “ ocupa” un empleo y recibe de él, a la vez, obli­
gaciones y protecciones. Esta situación está en corresponden­
cia con la permanencia de las condiciones laborales en el
tiempo (hegemonía de los contratos efectivos [contrato de
duración indeterminada, CDI]) y de la definición de las ta­
reas que implicaban (grillas de calificación estrictamente de­
finidas, homogeneidad de las categorías profesionales y de
los salarios, estabilidad de los puestos de trabajo, gestión
permanente de las carreras...). Había un estatuto del empleo
que escapaba ampliamente a las fluctuaciones del mercado y
a los cambios tecnológicos, y que constituía la base estable
de la condición salarial.17 En la actualidad asistimos cada

17. Para la constitución de ese estatuto del empleo y su diferencia con el


contrato de trabajo de inspiración liberal, véase Alain Supiot, Critique du
¿CÓMO COMBATIR LA INSEGURIDAD SOCIAL? 105

vez más a una fragmentación de los empleos, no sólo a nivel


de los contratos laborales propiamente dichos (multiplica­
ción de las formas llam adas “ atípicas” de contratación res­
pecto del empleo efectivo [CDI]), sino también a través de la
flexibilización de las tareas de trabajo. De ello resulta una
multiplicación de situaciones de fuera-de-derecho, o de situa­
ciones débilmente cubiertas por el derecho, lo que Alain Su-
piot llama “ las zonas grises del empleo” :18 trabajo a tiempo
parcial, intermitente, trabajo “ independiente” pero estrecha­
mente subordinado a un contratista o demandante, nuevas
formas de trabajo a domicilio como el teletrabajo, terceriza-
ción o subcontratación, trabajo en red, etc. Al mismo tiem­
po, el desempleo aumentó y las alternancias de períodos de
actividad e inactividad se han multiplicado. Parece entonces
que la estructura del empleo, en una cantidad creciente de
casos, no es ya un soporte suficientemente estable para aso­
ciarle derechos y protecciones realmente permanentes.
Una respuesta a esta situación consistiría en transferir los
derechos del estatuto del empleo a la persona del trabajador.
Es la idea de un

estado profesional de las personas, que no se define por el ejerci­


cio de una profesión o de un empleo determinado, sino que en­
globa las diversas formas de trabajo que toda persona es capaz
de cumplir durante su existencia.19

droit du travail, París, PUF, 1994. Existen por supuesto varios estatutos del
empleo, y los de la función pública son los más protegidos sin duda. Sin em­
bargo, todos los empleos clásicos, incluso en el sector privado, son empleos
con estatuto, amparados por el derecho laboral y la protección social.
18. Alain Supiot, Au-delà de l’emploi, París, Flammarion, 1999.
19. Ibid., pág 89.
106 ROBERT CASTEL

De este modo se restablecería una continuidad de los de­


rechos a través de la discontinuidad de las trayectorias profe­
sionales, lo que incluiría también los períodos de interrup­
ción del trabajo (desempleo, pero también interrupciones del
trabajo para la formación o por razones personales o fami­
liares).
Se objetará tal vez que semejante desplazamiento plantea­
ría muchos problemas que no es capaz de resolver. Supone, en
efecto, que el trabajador dispone de “ derechos de extracción”
[droits de tirage] que utilizaría para “ cubrir” los diferentes
períodos de su trayectoria. ¿Cómo se alimentaría semejante
provisión, por quién sería administrada, con qué garantías,
cómo imponerla a las diferentes organizaciones sociales re­
presentativas, cuál sería el papel del Estado en esta configura­
ción? Preguntas que hoy están abiertas, de modo que se trata
de un tema que aún queda por descifrar. Además, se plantea
la cuestión de saber si ese nuevo estatuto profesional de las
personas debería concernir a las “ zonas grises del empleo”
que no están cubiertas por los estatutos clásicos o lo están
imperfectamente, o bien si debería haber una ambición de
reestructurar completamente el conjunto de las protecciones
vinculadas a todas las formas de trabajo. Cuestión esencial
porque, en la primera hipótesis, se completa un sistema de
protecciones ya dado en sus grandes lincamientos para exten­
der la seguridad a las zonas de ausencia de derecho, mientras
que en la segunda se lo refunda enteramente sobre nuevas ba­
ses. Lo cual equivale entonces a renunciar por completo al es­
tatuto clásico del empleo, aún hoy fuertemente representado
no sólo en la función pública sino en numerosos núcleos esta­
bles del sector privado. La respuesta depende, de hecho, del
diagnóstico que se haga sobre la amplitud de la crisis actual
del empleo. Es indiscutible que la relación de trabajo -llam a­
da “ fordista”- , edificada sobre la base de la gran industria, y
¿CÓMO COMBATIR LA INSEGURIDAD SOCIAL? 107

cuya expansión correspondió al desarrollo del capitalismo in­


dustrial, está profundamente descompuesta. Pero, ¿se debe
asimilar la totalidad de los estatutos del empleo a la relación
salarial “ fordista” ?20
Sea cual fuere la respuesta que se dé a esta pregunta, es in­
discutible que amplios sectores del empleo ya pasaron de un
régimen estable a lo que se puede llamar un régimen transi-
cional que conlleva cambios de orientación, bifurcaciones, pe­
ríodos de interrupción y a veces rupturas. La movilidad del
empleo acarrea de ahora en más frecuentes pasajes, o transi­
ciones, no sólo dentro de un mismo empleo sino también en­
tre dos empleos y a veces entre empleo y pérdida de él (de­
sempleo). De allí surge la necesidad de organizar esas
transiciones, de disponer pasarelas entre dos estados que de
este modo no se traducirían por una pérdida de recursos y
una degradación del status. Es el program a de “ mercados
transicionales del trabajo que conciliarían movilidad y protec­
ciones” .21 Los derechos de extracción [droits de tirage] socia­

20. Mi impresión es que se ha abusado con harta frecuencia de la expre­


sión “ relación salarial fordista” para calificar el conjunto de los empleos de
la sociedad salarial cuya gama es muy amplia, desde el obrero no calificado
hasta el ejecutivo, desde el empleado del sector privado hasta el funcionario.
Esta observación tiene mucha importancia cuando uno se pregunta en qué
medida hoy en día hay que ir “más allá del empleo” . M e parece que aún si­
gue habiendo muchos tipos de empleos correspondientes a lo que antes se
llamaba “ oficios” , es decir, calificaciones profesionales estables que asegu­
ran la independencia social de sus poseedores. En consecuencia, habría un
riesgo, al liquidar completamente el modelo del empleo, de soltar la presa
por la sombra. He intentado una primera explicitación de este punto de vis­
ta en Robert Castel, “ Droit du travail: redéploiement ou refondation?” ,
Droit social, n° 6, mayo de 1999.
21. Véase Bernard Gazier, Tous “sublimes” . Vers un nouveau plein em­
ploi, París, Flammarion, 2003.
108 ROBERT CASTEL

les preconizados por el informe Supiot se inscriben en esta ló­


gica. Pero es posible concebir, más ampliamente, una batería
de derechos a la transición [droits a transitions] abiertos a los
trabajadores, que harían

qu e u n a serie de e ta p a s fu era de lo s em p leo s, p ero socialm en te


p a u ta d a s, se conviertan en p arte integrante de un a carre ra p ro fe ­
sio n al en lu gar de in terru m p irla.22

Desde esta perspectiva, la formación para el cambio [for­


mation au changement] está llamada a ocupar un lugar pre­
ponderante. Mucho más allá de la formación permanente ac­
tual, se trataría de instaurar un verdadero derecho a la
formación de los trabajadores, que los dotaría, a lo largo de
sus recorridos, de saberes y de calificaciones necesarios para
hacer frente a la movilidad. Bernard Gazier observa que los
daneses, que lograron mantener una situación de cuasipleno
empleo en un marco de “ flexiseguridad” , como dicen, tam ­
bién han forjado el neologismo de learnfare, asistencia me­
diante la formación, que se propone reemplazar el workfare
autoritario de los anglosajones, para asegurar el retorno al
empleo mejorando significativamente las calificaciones de los
trabajadores.
Estas iniciativas no permiten aún disponer de un modelo
para dar seguridad al trabajo que tenga la consistencia del
empleo clásico. Pero su interés se mide en relación con la
cuestión fundamental que afrontan: ¿cómo conciliar movili­
dad y protecciones dotando al trabajador móvil de un verda­
dero estatuto? Asimismo, ¿cómo tener en cuenta la considera­
ble ampliación de formas nuevas de trabajo situadas por

22. Ibid., pág. 162.


¿CÓMO COMBATIR LA INSEGURIDAD SOCIAL? 109

fuera del marco del empleo clásico (véanse las esperanzas que
muchos sitúan en el desarrollo de un tercero o de un cuarto
sector, de una economía social o de una economía solidaria,
etc.) sin que se trate de dar rienda suelta a la proliferación de
actividades con estatuto degradado en relación con el derecho
laboral y con la protección social? La inseguridad laboral se
ha vuelto indudablemente -com o lo era por otra parte antes
del establecimiento de la sociedad salarial- la gran proveedo­
ra de incertidumbre para la mayoría de los miembros de la
sociedad. Se trata de saber si debe ser aceptada como un des­
tino ineluctablemente ligado a la hegemonía del capitalismo
de mercado.
La amplitud de las desregulaciones que afectaron a la or­
ganización del trabajo este último cuarto de siglo, la profun­
didad de las dinámicas de individualización que reconfiguran
el paisaje social, no incitan a hacer gala de un optimismo
exagerado. Pero no por ello hay que ceder el paso al espíritu
catastrófico como si fuera la única posibilidad de lectura del
porvenir. La mutación reciente del capitalism o ha chocado
de frente con el compromiso social de la sociedad salarial
que, mal que bien, había equilibrado la exigencia, gobernada
por el mercado, de producir al menor costo el máximo de ri­
quezas, y la exigencia de proteger a los trabajadores que son,
tanto como el capital, los productores de esas riquezas. Sigue
abierto el interrogante de saber si se trata de un período
transitorio entre dos formas de equilibrio -entre el capitalis­
mo industrial y un nuevo capitalismo que aún no sabemos
cómo calificar-,23 es decir, de un momento de “ destrucción

23. Sobre las características y la naturaleza de este “ nuevo capitalismo” ,


véase un estimulante debate en C. Vercelone (dir.), Sommes-nous sortis du
capitalisme industriel?, op. cit.
110 ROBERT CASTEL

creadora” , como diría Schumpeter, o del régimen de crucero


del capitalismo de mañana. N o es para nada evidente que las
formas más salvajes de instrumentalización del “ capital hu­
m ano” sean las más adaptadas a las exigencias del nuevo
modo de producción. Si el trabajador está obligado a dar
pruebas de flexibilidad, de polivalencia, de sentido de la res­
ponsabilidad, de espíritu de iniciativa y de capacidad de
adaptación a los cambios, ¿puede comportarse de semejante
modo sin un mínimo de seguridad y protecciones? ¿El traba­
jo está condenado a seguir siendo la principal “ variable de
ajuste” para maximizar los beneficios? Se empiezan a vis­
lumbrar los primeros esbozos, incluso en los medios de ad­
ministración empresarial y patronales, de cierta toma de con­
ciencia de los efectos contrarios a la productividad del burn
out de los trabajadores, como también de los efectos destruc­
tivos en el seno de las culturas empresariales de reestructura­
ciones o de modos de administración exclusivamente regidos
por lógicas financieras.24 Por otro lado, tampoco es evidente
que la relación de fuerzas tan globalmente desfavorable para
los asalariados desde hace unos veinte años en un contexto
dom inado por el desempleo masivo siga siendo el mismo en
el futuro, entre otras, por razones dem ográficas.25 De todas
form as, no se trata de profetizar de qué estará hecho el m a­
ñana, sino más bien de constatar su relativa imprevisibilidad,
y dependerá también de lo que hagamos o no hagam os hoy

24. Véase Daniel Cohén, Nos temps modemes, París, Flammarion, 1999
[trad. cast.: Nuestros tiempos modernos, Barcelona, Tusquets, 2001].
25. A partir de 2006-2007, la población activa francesa debería perder
un promedio de 300.000 trabajadores por año. Esto es lo que permite augu­
rar a los más optimistas un retorno al pleno empleo a fines de la década de
2010. Pero mucho deberá hacerse antes para ayudar al porvenir.
¿CÓMO COMBATIR LA INSEGURIDAD SOCIAL? 111

para intentar dominarlo. Esta coyuntura de incertidumbre no


invalida la cuestión de las protecciones, sino que subraya en
cambio su candente actualidad. En gran medida, sólo se po­
drá neutralizar el aumento de la inseguridad social si se le
da, o no, seguridad al trabajo.

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