El Papado Bajo La Sombra de Francia-1

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UNIVERSIDAD ADVENTISTA DOMINICANA

FACULTAD DE TEOLOGIA

SUSTENTANTE:

Emilio Cabral de la Cruz

MATRICULA

2004-150

ASIGNATURA

Historia de la Iglesia Cristiana II

Trabajo de:

El papado bajo la sombra de Francia

FACILITDOR:

Pastor Carlos Reyes

FECHA:

5 de octubre del 2021


Objetivos Generales
El objetivo general del presente trabajo es dar a conocer un poco más acerca de la historia
del papado en Francia, así como la incidencia del estado y los monarcas de la región entre los siglos
XIV y XV.
introducción
Durante el período del del papado en Francia, siguió habiendo conflictos semejantes al de la
era de los “altos ideales”. La diferencia principal fue que ahora esas luchas involucraron tanto a los
emperadores, como a algunos de los monarcas cuyo poder creciente eclipsaba al del Imperio.
Particularmente, las tirantes relaciones entre el papado y la monarquía francesa fueron uno de los
principales factores en la historia de la iglesia en los siglos XIV y XV.
Luego de la renuncia de Celestino V, conocido como el papa flojo, fue electo en 1294,
Benedecto Gaetai, mejor conocido como Bonifacio VIII. Este era hombre de relaciones, pues como
legado pontificio, había tenido tratos con reyes y magnates europeos, y no perdió oportunidad de
promover su campaña para ocupar el trono de San Pedro. De hecho, se comentaba que la renuncia
de Celestino V no fue voluntaria, sino el resultado de presiones ejercida por Bonifacio VIII.
A pesar de tales corrientes de oposición, los primeros años del pontificado de Bonifacio
contribuyeron a afianzar su concepto de la autoridad del papa. El nuevo pontífice creía firmemente
que el papa era superior a todos los soberanos de la tierra, y entre sus tareas estaba la de establecer
la paz entre esos soberanos. Su lema principal fue: “Es de absoluta necesidad para la salvación
que todas las criaturas humanas estén bajo el pontífice romano.”
Bonifacio VIII se dedicó a frustrar los planes de guerra entre el rey de Francia, Felipe IV el
Hermoso y Eduardo I de Inglaterra, ya que estos no hicieron caso de la orden papal de llegar a un
acuerdo entre las dos naciones. Con el fin de proteger supuestamente las propiedades de la iglesia
Bonifacio VIII les ofreció ayuda a ambos con su campaña, pero los fondos para tales campañas
tendrían que salir de las exenciones de impuestos de la corona que tenían ambos soberanos. Los
dos reyes se negaron a aceptar tales condiciones y el papa tomó medidas amenazando con
excomulgar a cualquier prelado o laico que no aceptara su medida.
Fue así como ambos soberanos tomaron medidas en contra del clero. Eduardo I de Inglaterra
declaró que, como el clero estaba exento de contribuir con el estado, se le quitaba toda protección
legal del estado al clero y ordenó que se les quitaran sus mejores caballos y otros bienes. Tal
medida obligó al arzobispo de Canterbury, otorgar al rey los fondos requeridos.
La respuesta de Felipe IV fue más directa. Un edicto real prohibió toda exportación de
moneda, metales preciosos, caballos, armas o cualquier otro objeto de valor, sin la autorización
expresa del Rey. Otro prohibió que se utilizaran los bancos e instrumentos de crédito para exportar
riqueza alguna. La intención clara de estos dos edictos era privar al Papa de todo ingreso procedente
de Francia. Debido a esas medidas tanto Felipe IV de Inglaterra como Eduardo I enfrentaron una
crisis que los llevó a ambos a aceptar la ayuda del papa. De esa manera, el Papa quedó en posesión
provisional de los territorios que todavía estaban en disputa
Se acercaba entonces el año 1300, y Bonifacio proclamó un gran jubileo eclesiástico,
prometiéndoles indulgencia plenaria a quienes visitaran el sepulcro de San Pedro. Roma se vio
inundada de peregrinos que acudían a rendirle homenaje, no sólo a San Pedro, sino también a su
sucesor, que parecía ser la figura cimera de Europa.
Pero el entusiasmo del jubileo no duró largo tiempo, y pronto comenzó el ocaso del gran
papa. Sus relaciones con Felipe el Hermoso se volvieron cada vez más tirantes. El rey de Francia
tomó posesión de varias tierras eclesiásticas, le prestó refugio en su corte a Sciarra Colonna, el más
temible miembro de esa familia enemiga del Papa, y le ofreció la mano de su propia hermana al
emperador Alberto de Austria, a quien Bonifacio había declarado usurpador y regicida. El Papa le
enviaba castas a Felipe IV y éste a su vez le respondía por cartas también, las cuales eran cada vez
más agrias, hasta que, a principios de 1302, una bula papal fue quemada en presencia del Rey. Ese
mismo año, Felipe convocó a los Estados Generales —el parlamento francés— en los que por
primera vez tuvo representación, además de los dos “estados” tradicionales de la nobleza y el clero,
el “tercer estado” de la burguesía. Estos Estados Generales enviaron varias comunicaciones a Roma
en defensa del Rey.
La respuesta de Bonifacio fue la famosa bula Unam sanctam, en la que se exponía la
autoridad papal de un modo sin precedente. Bonifacio puso por obra su alta opinión de la autoridad
pontificia al ordenarles a todos los prelados franceses que acudieran a Roma a principios de
noviembre, para allí tratar el caso de Felipe. Este respondió prohibiendo que cualquier obispo o
abad que abandonase el reino, so pena de confiscación de todos sus bienes. Además, se apresuró a
hacer las paces con Eduardo.
El 7 de septiembre de 1303, un día antes de la proyectada excomunión de Felipe, Sciarra
Colonna y Guillermo de Nogaret invadieron a Anagni, y pronto eran dueños de la persona del Papa,
mientras el pueblo saqueaba su casa y las de sus parientes. El propósito de los franceses era obligar
a Bonifacio a abdicar. Pero el anciano Papa se mostró firme, respondiendo sencillamente que no
abdicaría y que, si querían matarlo, “Aquí está mi cuello; aquí mi cabeza”. Nogaret lo abofeteó, y
después lo humillaron obligándole a montar de espaldas en un caballo fogoso, y paseándolo por la
ciudad.
A su regreso a Roma, luego de tal ultraje, Bonifacio no pudo inspirar más que una sombra
del respeto de que antes gozó. Alrededor de un mes más tarde murió. Aún después de su muerte sus
enemigos lo persiguieron, haciendo correr rumores de que se había suicidado, cuando todo parece
indicar que murió serenamente, rodeado de sus seguidores más fieles.
El momento era difícil para el papado, y los cardenales pronto eligieron Papa a Boccasini.
Este Papa, que tomó el nombre de Benito XI, era hombre de origen humilde y costumbres
intachables, miembro de la Orden de Predicadores de Santo Domingo. Dado el poderío de Felipe el
Hermoso, lo más sabio parecía ser seguir una política de reconciliación, y esto fue lo que intentó el
nuevo papa. Les restauró a los Colonna las tierras que Bonifacio VIII les había quitado, comenzó a
tratar de hacer las paces con Felipe el Hermoso, y perdonó a todos los enemigos de Bonifacio,
excepto Nogaret y Sciarra Colonna.

El papado en Aviñón
A la muerte de Benito XI los cardenales no encontraban el modo de ponerse de acuerdo
acerca de quién sería su sucesor. Por una parte, los partidarios de la buena memoria de Bonifacio,
bajo la dirección del cardenal Mateo Rosso Orsini, insistían en que fuera electo alguien que siguiera
la política del ultrajado pontífice. Frente a ellos otro bando, encabezado por Napoleón Orsini,
sobrino del anterior, se prestaba a los manejos del rey de Francia, y buscaba el modo de hacer elegir
un papa dócil.
Tras largos meses de disputas, los cardenales lograron ponerse de acuerdo gracias a una
artimaña de Napoleón Orsini y los suyos. Uno de los candidatos que el partido del otro Orsini había
sugerido, al principio de las negociaciones, era Bertrand de Got, el arzobispo de Burdeos, quien
llegó a ser elegido Papa por medio de una artimaña de Napoleón Orsini, adoptando el nombre de
Clemente V, cuyo pontificado fue funesto para la iglesia romana.
Durante todo su reinado, este papa no visitó a Roma ni siquiera una vez. Al parecer,
esto no se debió a una decisión tomada por él, sino sencillamente a su carácter indeciso.
Puesto que al rey de Francia le interesaba tener al Papa cerca de él, sus agentes hacían todo lo
posible por postergar la partida del pontífice hacia Italia. Mes tras mes, y año tras año,
Clemente se paseó por Francia y sus cercanías, sin acceder a las peticiones que le hacían los
romanos, rogándole que viniera a su ciudad. Uno de los lugares donde pasó buena parte de su
pontificado fue Aviñón, ciudad junto a la frontera francesa que era propiedad papal, y donde sus
sucesores fijaron después su residencia por largos años. La política de Clemente se puso de
manifiesto en el primer nombramiento de cardenales, pues nueve de los diez nombrados eran
franceses. Durante todo su pontificado, creó veinticuatro cardenales, y veintitrés de ellos eran
franceses. Además, varios eran sus sobrinos o allegados, y con ello Clemente le dio gran auge al
nepotismo, que sería una de las grandes lacras de la iglesia hasta el siglo XVI. Con el Papa de su
lado y casi todos los cardenales de su parte Francia se aseguró de recuperar todo lo que el papado le
había quitado durante el pontificado de Benedicto VIII y eliminar algunas restricciones que les
fueron impuestas.
Felipe IV aprovechó muy bien el pontificado de Clemente V, pues utilizó la debilidad de
éste para eliminar a los templarios acusándolos de herejes y de los más bajos crímenes contra la
iglesia y el estado. Los templarios habían acumulado grandes riquezas y tierras, que ahora pasaban
a manos de la realeza. Clemente V murió en 1314. Su pontificado fue índice de las condiciones en
las que el papado seguiría por varias décadas.
Luego de Clemente V fue electo Juan XXII (1316-1334), a los setenta años. Se pensaba que
ocuparía su posición por poco tiempo, pero duró 18 años como papa. Fue a él que se debió buena
parte de un complejo sistema de impuestos eclesiásticos cuyo propósito era hacer fluir hacia las
arcas pontificias los recursos necesarios para los designios políticos y los sueños arquitectónicos del
papado.
Benito XII (1334-1342), este pretendió que Roma ya no era la cede del papado e hizo traer
los archivos papales a su residencia en Aviñón. Este Pontífice se unió a los anteriores que alegaban
que no regresarían a Roma porque era objeto de muchos disturbios, los cuales eran ocasionados por
la ausencia del Pontífice.
El próximo papa fue Clemente VI (1342-1352), siguió apoyando los planes bélicos de
Francia y llevó al punto culminante el nepotismo y del derroche excesivo de su corte. Inocencio VI
luchó por retornar el pontificado a Roma, pero murió sin ver su sueño realizar.
El siguiente Papa fue Urbano V (1362-1370). Su principal tarea fue simplificar la vida de la
curia. Despidió a varios cortesanos papales y él mismo optó por vestir ropas menos vistosas y
costosas que sus predecesores. Gracias a su esfuerzo incansable Urbano V sí pudo regresar a Roma,
donde lo recibieron con mucho entusiasmo. Pero debido a que las cosas estaban muy complicadas
en Roma, él mismo tomó la decisión de regresar a Aviñón en 1370.
Gregorio XI (1370-1378), fue hecho cardenal por su tío Clemente V a los 17 años. Quiso
regresar a Roma, pero cuando vio el intento fallido de su antecesor, desistió.

Santa Catalina de Siena


De esa manera fue que entró en la historia un personaje muy interesante cuyo nombre era:
Santa Catalina de Siena, quien nació en 1347. Era hija de una numerosa familia en un barrio de
curtidores. A los 17 años se unió a las “hermanas de la penitencia de Santo Domingo”, una
organización que les permitía vivir en sus casas y practicar la contemplación. Catalina comenzó a
experimentar visiones muy significativas. En 1366, a los 19 años, tuvo una visión en la que Jesús se
le apareció y contrajo nupcias místicas con ella.
Luego de tal experiencia cambió su ministerio cambió y centró en la vida espiritual de los
demás y no solo en ella misma. Como resultado muchas mujeres notables e incluso sacerdotes se le
unieron, pues se dedicó a enseñar. Muchas mujeres y hombres le escuchaban y aprendían de ella
sobre la vida espiritual. En 1390 tuvo un trance de cuatro horas. Cuando despertó dijo que había
estado con el Señor. Le rogó que le permitiese quedarse, pero el Señor le dijo que ella tenía que
bendecir a muchos más en la tierra. Su tarea más fuerte fue la lucha por llevar el papado de vuelta a
Roma. Ella se empeñó en la ardua tarea y le escribió al Papa Gregorio XI que Dios le había
mostrado que era su voluntad el devolver el papado a Roma. El monarca por fin accedió luego de la
insistencia de Catalina y el 17 d enero de 1377, a solo tres años antes de la muerte de Catalina,
Gregorio XI entraba con júbilo general a Roma para dar fin a lo que se llamó “la cautividad
babilónica de la iglesia”.
En 1970 Catalina tuvo el homenaje póstumo con el título de “doctor de la iglesia”. Mención
que la iglesia católica solo ha otorgado a Santa Teresa de Calcuta y a Santa Catalina de Siena
Luego de la muerte da Santa Catalina de Siena y pese a las guerras constantes en Italia dejó
con muy pocos recursos al papado, por tal razón los pontífices de Aviñón y Juan XXII elaboraron
todo un sistema de impuestos eclesiásticos, con miras a recolectar de todos los países europeos,
fondos para retomar el poderío del papado, pero el papado recibió oposición de varios países como
Alemania, por ejemplo, donde se sostenía que la iglesia debía manejarse separada del esta civil.
Todo esto, así como el modo en que fue acogida la predicación de Catalina de Siena y de
muchos otros como ella, nos da a entender que había un sentimiento profundo de insatisfacción
contra la iglesia y sus dirigentes. A través de todo el período que se ha estudiado, se puede apreciar
que, al tiempo que la estructura eclesiástica parece hundirse cada vez más, van surgiendo
numerosos movimientos reformadores.

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