Shepherd-Gnecco-Haber-Arqueología y Decolonialidad
Shepherd-Gnecco-Haber-Arqueología y Decolonialidad
Shepherd-Gnecco-Haber-Arqueología y Decolonialidad
ArqueologíA y decoloniAlidAd
Nick Shepherd
Cristóbal Gnecco
Alejandro Haber
COLECCIÓN El desprendimiento
Globalization and the Humanities
Project (Duke University)
Gnecco, Cristobal
Arqueología y decolonialidad / Cristobal Gnecco ; Haber, Alejandro Favio ; Nick
Shepherd. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Del Signo, 2015.
180 p. ; 21 x 15 cm.
ISBN 978-987-3784-30-9
Reservados los derechos para todos los países. Ninguna parte de la publicación inclui-
do el diseño de cubierta, puede ser reproducido, almacenado o transmitido de ningu-
na forma, ni por ningún medio, sea este electrónico, químico, mecánico, electroóptico,
grabación, fotocopia o cualquier otro, sin la previa autorización escrita por parte de
la editorial.
PREFACIO ...................................................................................7
Walter Mignolo
ARQUEOLOGÍA INDISCIPLINADA Y
DESCOLONIZACIÓN DEL CONOCIMIENTO ................123
Alejandro Haber
Walter Mignolo
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do, sino una vía, un camino para rehacernos en la búsqueda de formas
de vivir y de gobernar(nos) en las que no vivamos para trabajar/produ-
cir/consumir, sino que trabajemos para con-vivir. Las dificultades que
los estados y las corporaciones ponen a la marcha de estos proyectos
y procesos no deben ser ignoradas pero tampoco debemos rendirnos
ante ellas.
La crisis de la modernidad está en que Occidente (e.g., Estados
Unidos y el corazón de la Unión Europea) ya no controla la matriz
colonial de poder. No obstante, la disputa por el dominio de la matriz
(el ascenso económico político de China y Rusia, junto con los esta-
dos BRICS) reproduce la colonialidad al mismo tiempo que disputa
su control. Entre los esfuerzos por re-occidentalizar el mundo, por un
lado y la imparable desoccidentalización en la esfera de los estados
y las corporaciones, por el otro, se extiende la emergente fuerza po-
lítica, ética y epistémica de la sociedad política global con proyectos
al margen de los estados y las corporaciones. Al margen no quiere
decir afuera, sino en los bordes. De ahí la necesidad urgente del des-
prendimiento en sus múltiples manifestaciones arraigadas en historias
locales y la inevitable urgencia del habitar y pensar en las fronteras.
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Para nuestras esposas: Cristina, Nicola y Silvina.
Y para nuestros hijos: Emilio, Felix, Francisco, Giles, Ignacio,
Isabel, Rosa, Santiago y Valentina.
INTRODUCCIÓN: ¿POR QUÉ ARQUEOLOGÍA?
¿POR QUÉ DECOLONIAL?
Nick Shepherd
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INTRODUCCIÓN: ¿POR QUÉ ARQUEOLOGÍA? ¿POR QUÉ DECOLONIAL?
áreas del sur global en lugares para hacer trabajo de campo, sitios
donde podían extraerse datos y materiales que serían enviados a las
metrópolis para ser transformados en conocimiento. Para las audien-
cias de cada país las narrativas arqueológicas y las culturas materiales
fueron básicas para encuadrar, mediar e imaginar encuentros con seres
y formas de vida no occidentales descritos como nativos, indígenas,
orientales, indios o negros.
En segundo lugar, al pensar en la arqueología y la historia como
disciplinas básicas en la elaboración y la mediación de las compren-
siones del tiempo. En la medida en que la modernidad occidental se
presenta como una nueva comprensión de ser en el tiempo, este ha
sido una dimensión insuficientemente debatida en las discusiones con-
temporáneas sobre decolonialidad. La arqueología, incluso más que la
historia, extiende las concepciones occidentales modernas del tiempo
a lo largo de la longue durée, a través de las nociones de tiempo pro-
fundo y “prehistoria”. A modo de introducción podemos hacer dos
observaciones con relación a la colonialidad del tiempo. La primera
es que el colonialismo no sólo estaba preocupado con la conquista
del espacio o del territorio sino, también, con la conquista del tiempo.
La conquista del tiempo tomó muchas formas, incluyendo la captura
de las historias locales y la reconfiguración de las temporalidades lo-
cales. Entrar en la modernidad es entrar en un nuevo espacio-tiempo
y existir en una relación transformada con el pasado y con el futuro.
Desde sus inicios el tiempo-espacio de la modernidad fue concebido y
organizado como un espacio diferenciado, dividido por la proporción
de la diferencia colonial. Como algunos autores han señalado (e.g.,
Fabian 1983; Mignolo 2016) morar en la periferia es hacerlo en el
tiempo del pasado. Una de las formas adoptadas por el colonialismo
es la negación de la coetaneidad. El arqueólogo y el indígena entran
en la misma sala, se sientan en la misma mesa, pero se entiende que
ocupan el tiempo de otra manera: la ciencia, la modernidad, el desa-
rrollo y la orientación hacia el futuro están con el arqueólogo mientras
que el indígena habla por la cultura, la tradición y una preocupación
performativa con identidades enraizadas en pasados imaginados. En el
intercambio que sigue la ciencia esencializada, cuyos símbolos son la
bata blanca de laboratorio y un lenguaje técnico alienado, se encuentra
con la identidad esencialista, escenificada en torno a la ejecución de la
cultura y la invención de la tradición.
En tercer lugar, la relación entre arqueología y decolonialidad está
mediada por la dimensión material, performativa y encarnada del tra-
bajo y la práctica arqueológicos. Esto es inusual en los contextos de
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INTRODUCCIÓN: ¿POR QUÉ ARQUEOLOGÍA? ¿POR QUÉ DECOLONIAL?
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Violencia epistémica
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La revolución silenciosa
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La colonialidad de la arqueología
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Teoría viajera
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Calle Prestwich
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razones reales para impedir que los esqueletos sean reubicados (sic)”
(Kassiem 2003:1).
El 4 de septiembre se puso en marcha el Comité La Calle Prest-
wich No Se Toca (HOC, por sus siglas en inglés). En ese momento
la oposición a las exhumaciones se desplazó del proceso de consulta
pública, aprobado oficialmente, a la sociedad civil y a la política de
la acción de masas. El 12 de septiembre HOC interpuso un recurso
ante SAHRA pidiendo un alto a las exhumaciones. El documento de
apelación sostiene que…
En el Café Verdad
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litar la relación entre Rio Tinto y estos grupos e intereses locales. Rio
Tinto carece de redes locales creíbles en muchas partes del mundo. El
WAC pondría sus redes a disposición de Rio Tinto, junto con el capital
simbólico de su trayectoria y reputación como partidario de las causas
indígenas. A cambio Rio Tinto daría una gama de fondos, incluyendo
dinero para pagar una secretaría asalariada a tiempo completo para el
WAC.
Era evidente que se habían celebrado reuniones preliminares entre
los directivos del WAC y representantes de Rio Tinto y que esos direc-
tivos estaban a favor de estas negociaciones4. En ese momento Claire
Smith, arqueóloga de la Universidad de Flinders, era Presidente del
WAC. Smith nos dijo que la minería era un “hecho de la vida” y una
“realidad” de la práctica arqueológica. En lugar de retirarnos de esta
realidad necesitábamos “articularnos” con ella, en primera instancia a
través de una asociación con Rio Tinto. La financiación de Rio Tinto
“profesionalizaría” al WAC y lo haría “sostenible”. Nuestra impresión
fue que desde la perspectiva de las directivas del WAC este era un
trato ya cerrado. Nos habían reunido para tomar decisiones de largo
alcance. Solo teníamos que dar nuestro asentimiento para que estas
riquezas cayeran en el regazo de la organización.
En este punto es necesario insertar una nota sobre Rio Tinto, cuyo
historial en materia de derechos indígenas y el medio ambiente ha
sido objeto de considerables comentarios críticos, litigios y protestas.
Según una rueda de prensa dada por Friends of the Earth Internatio-
nal (descrita por SourceWatch como “la mayor red mundial medioam-
biental de base “) el 7 de abril de 2004:
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ciones centrales del WAC. Se pedían dos casos de prueba en los que
habría alguna articulación entre miembros del WAC situados local-
mente y operarios de Rio Tinto. Propusimos que esos casos de prueba
fueran en Camerún (donde Rio Tinto estaba iniciando operaciones)
y en Argentina. La evolución futura dependería de los resultados de
estos casos de prueba. Se estableció una comisión de trabajo conjunta
para supervisar estas actividades.
A partir de ese momento los eventos se precipitaron rápidamente.
Rio Tinto rechazó el caso de prueba en Argentina. Smith y el vicepre-
sidente del WAC, el arqueólogo de la Universidad de Ibadan Adebayo
Folorunso, procedieron a cerrar el debate y la disidencia dentro de la
organización. Haber fue excluido de la lista de correo electrónico del
Comité Directivo. Como editor de Archaeologies hice una convoca-
toria abierta de artículos para debatir la asociación propuesta. Smith
rescindió esta convocatoria después de que Rio Tinto se opusiera a
los términos del debate. Fui informado de que los contenidos futuros
de la revista tenían que ser revisados por el Comité Ejecutivo. Los
miembros de la delegación del WAC fueron informados por Smith de
que la discusión en marcha con Rio Tinto significaba que estábamos
obligados a respetar códigos de confidencialidad y no divulgación6. La
planeada discusión abierta entre miembros del WAC en el congreso
de Dublín fue cancelada. En su lugar hubo un debate general sobre
políticas para guiar los acuerdos entre el WAC y “organizaciones de
terceros”. Poco después Haber y yo publicamos una relación de estos
hechos y una vez más desafiamos al Comité Ejecutivo del WAC y a
Rio Tinto a un debate abierto (Shepherd y Haber 2011). La respuesta
del liderazgo del WAC fue hostil y paranoica. Folorunso nos llamó
traidores a la organización y lamentó que Smith y él hubieran “tolera-
do” la disidencia7.
Parte del relato sobre el WAC y Rio Tinto –la parte banal de la histo-
ria– tiene que ver con la captura de un liderazgo organizacional. Una
6 En el encuentro entre WAC y Rio Tinto se circularon copias de muestra de
dos acuerdos entre Rio Tinto y una tercera parte: un “Memorando de entendimiento”
(2007) y un “Acuerdo de relación” (2007). Ambos contenían cláusulas de
confidencialidad. Sin embargo, en contra de la posición de los dirigentes de WAC,
no se acordó nada sobre confidencialidad durante los dos días de la reunión ni se
mencionó como condición de nuestra discusión.
7 “Como yo lo puedo percibir, la Presidenta estaba despreocupada y toleró los
excesos de algunos individuos en nombre del debate abierto” (Folorunso 2012:191).
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parte más importante del relato tiene que ver con la captura de un
lenguaje de compromiso por parte de intereses corporativos transna-
cionales. En los veinte años que separan la fundación del WAC y la
reunión en Melbourne las formulaciones del WAC sobre multicultu-
ralismo, práctica ética y participación indígena han sido absorbidas
como parte del lenguaje corporativo de “relaciones comunitarias”. En
Melbourne nuestro lenguaje sobre “globalización ética” fue reflejado
por los expertos de Rio Tinto en relaciones con la comunidad; muchos
de esos expertos eran más conocedores del tema que los miembros de
la delegación del WAC. De hecho, esta convergencia se extiende mu-
cho más allá del lenguaje para incluir una complementariedad básica
del proyecto y de la misión. En Melbourne se nos dijo en repetidas
ocasiones que “nosotros [WAC y Rio Tinto] nos necesitamos mutua-
mente”. Es instructivo considerar la naturaleza de esta necesidad. Rio
Tinto elige a sus ONGs asociadas con base en su “capacidad de actuar
como intermediarios confiables entre Rio Tinto y las comunidades/or-
ganizaciones relevantes” (Rio Tinto 2005, 2007a). Surgen varias pre-
guntas: ¿qué significa actuar como “ intermediario”? ¿Qué cualidades
se requieren para ser un “intermediario confiable”? ¿Qué hace que una
comunidad u organización sea “relevante” desde la perspectiva de Rio
Tinto?
Podríamos tomar esta sosa pieza del lenguaje corporativo y utili-
zarla como base para el siguiente cuento. Las formas locales de vida
y de ser son opacas para la mirada global; no se pueden leer, no pasan
fácilmente de un lugar a otro. No sólo son ilegibles sino que su opa-
cidad y resiliencia se experimentan como una amenaza: piénsese en
la carga emocional que el mundo occidental otorga a palabras como
“vudú”, “loco”, “fetiche”, “fakir”, “hechicero”, “sacrificio”. El trabajo
de ciertos discursos globales se dedica a intervenir en el ámbito local
para traducirlo y reconfigurarlo en términos que sean legibles para la
mirada global. Este acto de traducción implica actos de edición y re-
formulación: algunos fenómenos se desechan o se desconocen, otros
son transmutados, a otros se dan nuevos significados. Críticamente,
se trata de que las formas de vida y de ser locales se adecúen a los
tipos de matrices, jerarquías y marcos que informan el pensamiento y
la práctica occidental moderna. En el África colonial, por ejemplo, se
trataba de tomar una multiplicidad de formas de vida y traducirla a un
mundo de razas y culturas junto con designaciones tribales, lenguas,
costumbres, supersticiones y así sucesivamente. Más tarde este mundo
tribalizado fue traducido a un mundo de “naciones”.
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El pasado presente
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te. Es cierto que hay poco espacio para las ilusiones. Por un lado,
nos vemos obligados a reconocer la flexibilidad y la inventiva de los
intereses globales del capital al atrapar los campos de la investiga-
ción, absorbiendo los vocabularios críticos y usando las energías de la
oposición para su provecho. Por otra parte, sugiere que la crítica y la
contra-posición tienen que ser, al menos, tan audaces y creativas. Para
los arqueólogos de cierta generación, criados en la expectativa de un
cierto tipo de política, los acontecimientos de las últimas dos décadas
han sido desafiantes y desconcertantes. Nos inscribimos en un tipo
de disciplina y nos encontramos habitando otro tipo. Esto hace que
una contra-posición viable sea más que una cuestión de disposición
o de preferencia por una escuela teórica que otra. Es una cuestión de
supervivencia profesional con dignidad. El pensamiento y el análisis
decoloniales están dirigidos a nivel de la episteme, a nivel de las for-
mas y la naturaleza del conocimiento. En su nivel más amplio toma
la forma de una crítica de la narrativa maestra de la modernidad colo-
nial, contada desde los centros canónicos del pensamiento occidental.
Las líneas de este análisis corren en varias direcciones. Una línea de
análisis pone el conocimiento occidental moderno en una geopolítica
global del conocimiento inaugurada por el advenimiento de la moder-
nidad colonial a finales del siglo xv. De hecho, el reconocimiento de
que existe una geopolítica global del conocimiento se convierte en un
primer paso. En la versión eurocéntrica de este relato el conocimiento
surge en occidente y se extiende a aquellas partes del mundo donde
antes sólo había costumbre, tradición y creencia. Una segunda línea de
análisis pregunta por el destino de los saberes y formas de ser locales,
subalternizados y “desaparecidos” por el proceso de la globalización
de una episteme occidental moderna. En los términos de este análisis
la modernidad colonial es más que la captura de personas y territo-
rios; también gesta nuevos órdenes de conocimiento y nuevas formas
de estar en el mundo que son jerárquicas, racializadas, binarizadas,
secularizadas e instrumentalizadas. La “colonialidad” refiere al con-
junto de disposiciones, guías lógicas y formas de práctica forjado en
estos mundos modernos/coloniales. Informa los discursos y discipli-
nas “desde dentro” como una lógica interna, en gran parte invisible,
que forma la base de nuestra relación con el mundo y con nosotros
mismos.
La arqueología como un proyecto disciplinario jugó (y juega) un
papel importante, incluso central, en estos procesos en la medida en
que trata con algunos de los aspectos más profundos, más íntimos y
secretos de las vidas y temporalidades locales. Más aún, trata con un
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a mano es fácil ver qué hacen los arqueólogos –y por qué. El pasado
enterrado que excavan es material –está compuesto de huellas de la
vida preservadas del paso del tiempo por su materialidad. Para ser
conocido tiene que ser expuesto, despojado, desnudado, iluminado, en
fin, excavado de su lugar enterrado en la oscuridad en su encarnación
material. Los arqueólogos excavan porque el pasado está allí, en al-
gún lugar, en su forma material: enterrado. La manera arqueológica de
revivir el pasado (de hacerlo real) es a través de su salida a la luz por
medio de la excavación y leído por el método. Predicado sobre estos
hechos, no es sorprendente que el nivel más elevado del negocio ar-
queológico sea saber dónde excavar para recuperar el pasado enterra-
do. El secreto del gremio –cuyo acceso otorga privilegios y un sentido
corporativo y cuyo entrenamiento es la raison d’être del aparato insti-
tucional– es cómo descifrar el pasado que está enterrado y codificado;
en suma, cómo descubrir los significados enterrados. El desempeño
adecuado de descubrir/decodificar es el fin último del juego. El signi-
ficado otorgado a esa adecuación ha cambiado con los años, desde el
sentido común no regulado a los protocolos científicos. Mientras los
procedimientos para descubrir/decodificar han cambiado permanecen
inalterables la definición y el significado de lo que está cubierto/codi-
ficado y por lo tanto, a la espera de ser descubierto/decodificado por el
bien del conocimiento arqueológico –o, como los arqueólogos prefie-
ren decir, por el bien de la humanidad. No hay duda: los arqueólogos
excavan. Se vuelven parte del gremio cuando saben dónde y cómo
excavar. La obtención de la “licencia de excavación”, una patente de
corso otorgada por el Estado en muchos países del mundo y que per-
mite a su poseedor hacer y decir arqueológicamente, es tanto el regis-
tro de legitimidad y de legalidad de quien la adquiere como el sello
de su vínculo con la modernidad. La experiencia del trabajo de campo
(legitimada por la excavación) es la ocasión esencial, la fuente, de la
arqueologidad –el sentido de ser un arqueólogo. Esa experiencia es
despojada de su sentido de acontecimiento y reificada como encuentro
con el pasado –como si este fuese algo externo a los sujetos.
La historia de la arqueología (moderna) es la historia de la brecha
entre naturaleza y cultura3. Los arqueólogos comparten la idea de que
tratan con ciertas cosas que pertenecen a la naturaleza (y sólo a la na-
3 Ahora que lo pienso no debí poner moderna entre paréntesis en esta oración
porque esto es igualmente cierto para las versiones “posmodernas” y alternativas de
la arqueología, incapaces de escapar de los principios modernos en los que se basa
la disciplina, como la idea de que el pasado está enterrado y encriptado en cosas que
deben ser leídas de manera verdadera (la que otorga el método) para que su realidad
salga a la luz, para que sea.
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¿para qué desenterrar el pasado? Toda una teoría política del tiempo
–que es, cómo no, una teoría política de la sociedad– interviene en la
respuesta.
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fue más manejable que el presente, tan incierto; fue el lugar temporal
donde el futuro pudo ser creado con libertad.
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¿Cómo puede ser resuelta esta paradoja? ¿Volviendo local aquello que
la modernidad quiere universal? ¿No es esa una manera de reforzar
la modernidad? Este no es un asunto menor. Una arqueología contra-
hegemónica mira con preocupación cómo los antiguos adversarios
fortalecen la disciplina en el proceso de volverla suya. Quizás ya sea
hora de avanzar decididamente por otros lados, no proponiendo ar-
queologías alternativas (y, de paso, apuntalando la modernidad) si no
buscando construir alternativas a la arqueología que sean, en realidad,
alternativas a la cosmología moderna. Por eso la intervención decolo-
nial en arqueología no es otro punto de vista para añadir al catálogo de
las perspectivas arqueológicas. Es un punto de vista que busca alterar
la arqueología, alterar sus principios disciplinarios –indisciplinarla,
para usar las palabras de Alejandro Haber (2013)– y la vasta violencia
(ontológica, incluso más que epistémica) que ha ejercido por tantos
años a través de la conquista moderna del tiempo mediante la obje-
tivación, el universalismo y la teleología. El asunto es mucho más
que devolver un contexto negado; el asunto es relocalizar y potenciar
alteridades negadas y hacerlo por fuera de la estructura binaria de la
modernidad.
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la18 sino mediante otra relación y una voluntad genuina por entenderla,
acompañarla, aprender y actuar en consecuencia.
VII
“…porque no puede ser que no haya otra cosa”, como escribió Cortá-
zar que dijo Johnny Carter en El perseguidor. Porque no puede ser que
la arqueología sea este esoterismo desaforado; este desinterés por lo
que sucede alrededor, en este tiempo; porque no puede ser esta meta-
realidad tan irreal, este dar la espalda al mundo; porque no puede ser
esta acomodación oportunista a la reorganización global de la socie-
dad y la política; porque no puede ser esta entrega brutal al mercado;
porque no puede ser. Porque no puede ser que no haya otra cosa la
arqueología conmovida por el empuje decolonial no huye de las pa-
labras que dijo André Breton el 7 de junio de 1946 en una velada en
homenaje a Antonin Artaud, recién liberado del manicomio de Rodez:
“Me parece motivo de burla toda forma de compromiso que no llegue
a este objetivo triple e indivisible: transformar el mundo; cambiar la
vida; rehacer, completamente, el entendimiento humano”. Porque la
arqueología que se deja mover, desplazar, alterar por el empuje deco-
lonial participa de la transformación del mundo y de un debate global
para aprender a desaprender lo que nos han enseñado porque no es-
tamos condenados a reproducir el canon disciplinario y sus formas
atrabiliarias de relación con otros sujetos y cosmologías. El futuro no
tiene por qué ser el lugar de reproducción del presente. Hace un tiem-
po Hugo Achugar (2001:79) señaló que “entre las muchas cosas que
han entrado en crisis o están siendo cuestionadas se debe agregar la
idea de la fundación como momento de clausura de un pasado y de
comienzo de una nueva época, única e irrepetible en el tiempo”. Esta
observación inquietante pone el dedo en la llaga: con el multicultura-
lismo la nación bien puede haber sido alterada, pero ¿no hay un nuevo
momento fundacional a mano? Muchos países se complacen en la idea
de forjar mosaicos culturales sólo para descubrir que era muy arriesga-
da, demasiado ambiciosa o demasiado ambigua. Ante este hecho algu-
18 La incorporación de voces locales que promueven algunas variantes de las
arqueologías “alternativas” (un giro metodológico conocido como multivocalidad)
es la recaptura de lo que se había extraviado, una declaración acerca de cómo pasar
el filtro disciplinario a través de la prueba de la democracia y la apertura, dejando
de lado creencias y cosmologías, parte esencial de la comprensión y el activismo
interculturales pero no de la “vida real” de la arqueología, donde son poco más que
ruido.
115
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ARQUEOLOGÍA INDISCIPLINADA Y
DESCOLONIZACIÓN DEL CONOCIMIENTO
Alejandro haber
Nombrar a Catamarca
¿Quiénes eran los que aquí vivían?, es la más común de las preguntas
con las que me interpelan mis vecinos de Catamarca ni bien se enteran
que es arqueólogo quien está a su lado. Con alguna ingenuidad po-
dría pensar que suponen que como arqueólogo debería serme sencillo
responderles; sin embargo se trata de situaciones que me incomodan,
no sólo por lo que una respuesta pudiera contener de información sus-
tantiva, sino porque la pregunta en sí en una durísima interpelación a
la geopolítica del conocimiento que un investigador disciplinado está
convocado a reactualizar. Es que la pregunta es de las que supone
un determinado tipo de respuesta. Nadie se muestra satisfecho si mi
apuesto por un minimalismo extremo respondiendo “gente”, hacién-
dome el que supone que con eso será suficiente, o un poco más pro-
vocador, contesto “catamarqueños”. La pregunta lleva en su formu-
lación la anticipación de un tipo particular de respuesta: no basta con
decir que aquí vivía gente, hay que decir “quiénes eran”. Y “quiénes
eran” parece consistir en su nombre, al menos como primera preocu-
pación; si uno dijera la respuesta esperada la pregunta siguiente sería
por el “adelanto” relativo a otras civilizaciones. Hace unas décadas el
nombre esperado era “los calchaquíes” o “los diaguitas calchaquíes”,
más recientemente “los aguada”. Ambas designaciones reconocen un
origen en la disciplina arqueológica: diaguitas o diaguita-calchaquíes
era el nombre con el que los arqueólogos de mediados del siglo xx
designaban a los autores de los restos que describían (Márquez Miran-
da 1946), un poco por derivación del nombre con el que habían sido
designados por los conquistadores, pero sobre todo generalizando esa
designación a una amplia variedad de restos de distintas épocas y lu-
gares. La Aguada es el nombre de una localidad del norte chico de Be-
lén que fue aplicado por los arqueólogos de la década de 1950 y 1960
para designar una cultura arqueológica (González 1964) cuya exten-
sión y cronología fueron progresivamente puestas en discusión por las
generaciones posteriores (Gordillo 2007; Laguens 2006; Pérez Gollán
& Heredia 1990). Es una designación que claramente sigue la regla
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Sedimentación y catástrofe
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estado, por un lado, y los agenciamientos locales por el otro. Tal vez
sea la industria turística aquella que ejemplifica más claramente el
proceso. Estando occidente tan ávido de experimentar su otro y reco-
nocerse a sí como expresión del tiempo vectorialmente orientado, los
destinos turísticos –siempre más exóticos– son objeto de elaboración
mercantil. Investigaciones llevadas adelante por disciplinas como la
antropología y la arqueología son un manantial de conocimiento con-
vertible en mercancía. Investigadores y profesionales, o bien terceros
que fungen de brokers o intermediarios, re-escriben el discurso dis-
ciplinario en términos mercantilizables, tarea que ha recibido la muy
explícita denominación de “poner en valor” o “rentabilizar” (Criado
2001). Como parte integrante de la “puesta en valor” mercantil de
aquello que forma parte de las vidas locales, el rostro del otro tal como
es, la ruina así arruinada como está, la pobreza arropada en la miseria,
acaba por resultar intolerable para el turista. Este no desea recibir la
imagen del otro en sus propios términos pues le devuelve las marcas
de la violencia colonial (Yúdice 2002). La expectativa del turista oc-
cidental es conocer al otro, pero no como otro en sí, sino como otro
de sí, alteridad cultural respecto de sí mismo, pues es él mismo la
referencia de centralidad que debe ser reforzada por la experiencia de
su otro y no –en cambio– conmovida por la experiencia de su propia
violencia (Carvalho 2010). Así, el simulacro reemplaza progresiva-
mente al otro, las ruinas se despejan de malezas y se reconstruyen, los
indios se visten como tales abandonando sus andrajos indigentes, sus
casas se reconstruyen con materiales tradicionales dejando a un lado
los desechos industriales de la arquitectura de la pobreza, sus músicas,
danzas, rituales, cultos, son editados para que puedan ser apreciados
por el turista sin llegar a espantarlo.
Aún peores consecuencias que el simulacro tiene el efecto depre-
dador del avance de la frontera sobre la tenencia de tierras. Siendo
que las comunidades indígenas y campesinas suelen mantener una
relación con la tierra que, aunque consuetudinaria, no acaba de ser
reconocida por el estado, el avance del mercado turístico promueve
la especulación inmobiliaria sobre las tierras, de las cuales terminan
por ser despojados aquellos cuyos lugares, culturas y tradiciones eran
el original atractivo de la promoción turística de esos mismos luga-
res. Cuando la frontera turística se expande más agresivamente, como
por ejemplo al incorporarse un sitio o paisaje en vidrieras turísticas
internacionales tales como la Lista de Patrimonio de la Humanidad
promovida por UNESCO, los procesos de simulacro y despojo son
particularmente rápidos y trágicos (la quebrada de Humahuaca, Jujuy,
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Metodologías decoloniales
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Arqueología indisciplinada
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Se dice que Jorge Luis Borges, quien habría desdeñado las etimolo-
gías (García Jurado 2002), consideraba que sólo servían para saber
aquello que las palabras ya no significan. Precisamente por ello es
que considero que la etimología tiene un enorme potencial decolo-
nial, pues es una de las vías por las que podemos comprender cómo
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Relacionalidades y conocimientos
Los seres que integran los mundos locales están relacionados entre sí.
Por ejemplo, una familia con la familia vecina; la familia con su casa,
sus animales y su sembradío; el agua de la acequia con las plantas que
la acequia riega; la pala con la que se abre, cierra y limpia la acequia;
el manantial de donde nace el agua que va a parar a la acequia; el
cerro nevado a cuya falda se encuentra el manantial; los niños y los
abuelos; los vivos y los difuntos; en fin, múltiples relaciones fluyen
en el mundo local. A su vez, estas relaciones se relacionan entre sí; y
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protocolar prefijada que impide relacionarse con aquello que del mun-
do es verdaderamente sorprendente).
La arqueología indisciplinada no es una nueva propuesta al seno
del ámbito académico, sino una urgencia de comunicación con la
teoría de frontera. Esta es la que, habitando en la frontera colonial,
piensa el lenguaje/paisaje a contrapelo, desde sus agenciamientos te-
rritoriales y como parte de las luchas de sentido en los entramados te-
rritoriales poscoloniales. En esos contextos la teoría decolonial se está
produciendo como condición de supervivencia, y la arqueología indis-
ciplinada ya se desarrolla. La tarea pendiente para los medios acadé-
micos –los lugares del conocimiento hegemónico– es precisamente el
de ponerse en relación de conversación con, reconocimiento y apren-
dizaje de la teoría de frontera, no para reducirlos a insumos para su
propio conocimiento científico-académico, sino como conocimientos
por derecho propio. Para el conocimiento académico, ello supone in-
terpelaciones epistémico-políticas y oportunidades de mudanza de su
domicilio allende las posiciones hegemónicas. La arqueología indisci-
plinada es una nometodología en la descolonización de conocimiento.
161
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166
UNA CONVERSACIÓN SUR-SUR
Nick Shepherd,
Cristóbal Gnecco y
Alejandro haber
Nick: Al igual que Ale, no creo que alguna vez haya sido un ar-
queólogo convencional. No hubo un momento único cuando cayó la
venda de mis ojos, por así decirlo, sino un largo proceso de construc-
ción de una forma de práctica arqueológica opuesta a una posición de
consenso. Llegué a la Universidad de Ciudad del Cabo a mediados
de la década de 1980 y, al igual que muchos de mis contemporáneos,
pronto ingresé a la política estudiantil y recibí una educción política.
Esta fue la época de las revueltas en los asentamientos (townships) y
del Estado de Emergencia. El país estaba en llamas pero la arqueo-
logía todavía se enseñaba como una ciencia positivista binfordiana,
sin nada que decir sobre el estado actual de las cosas. La experiencia
fue muy disyuntiva. Por la noche dormíamos en diferentes casas de
amigos, tratando de evadir a la policía de seguridad. Durante el día
estábamos en el salón de clases, hablando de pasados imaginados ubi-
cados en el tiempo profundo, sin referencia a la idea de que la historia
se estaba haciendo frente a nuestros ojos. En mi último año de estudios
de pregrado un grupo de nosotros se rebeló contra el plan de estudios
y lo reemplazó por un programa propio. Se suponía que íbamos a ha-
cer un semestre de arqueometría; en su lugar armamos algo llamado
“Una búsqueda de herramientas” que era, realmente, una búsqueda de
herramientas teóricas y conceptuales enfocada en teoría política, teo-
167
ría crítica, y así sucesivamente. Invitamos a un grupo de académicos
que trabaja en la UCT para que nos hablara, incluyendo al historiador
Patrick Harries y al escritor John Maxwell Coetzee. Martin Hall aún
era profesor en la universidad y persuadió a sus colegas en el De-
partamento de Arqueología para que nos permitieran seguir adelante
con este programa –por lo que siempre estaré en deuda con Martin
por abrir el espacio en el que podíamos pensar. Lo que recuerdo de
la arqueología en esa época es su empirismo extremo y su postura
anti-teórica. La mayor parte de los arqueólogos se limitaba a lo que
construía como “los hechos en el terreno” y era reacia a aventurar en
un territorio que la llevaría lejos de la idea de que la arqueología era
una tecnociencia que podía ser practicada sin referencia a la historia
y la política. En ese momento pensé que se trataba de un fenómeno
peculiar a Sudáfrica y un producto del apartheid; Sólo más tarde me di
cuenta de que Sudáfrica no se manifestaba como una aberración sino,
más bien, como dijo Derrida, como una “intensificación” de fuerzas
y relaciones vistas en otros lugares –como una especie de juego de la
pasión que puso de manifiesto muchas de las fuerzas subyacentes de
la modernidad occidental (racismo, autoritarismo, totalitarismo). Aún
así, fue un momento emocionante para ser estudiante y un periodo de
optimismo en la historia del país. Estábamos rehaciendo el mundo,
poco a poco. Recuerdo cuando recibimos los libros de Shanks y Tilley
y los circulamos de mano en mano. Fue como recibir noticias del gran
mundo que confirmaron todo lo que estábamos pensando. En retros-
pectiva no es difícil ver el positivismo de la arqueología de Sudáfrica
en la década de 1980 como una retirada de la historia. La sorpresa es
que las formas de arqueología practicadas en Sudáfrica en la actuali-
dad quizás son menos políticas, más empíricas y menos preparadas
para salir de un conjunto estrecho de temas. En cierto sentido esto no
debería ser una sorpresa. El predominio global de la arqueología de
contrato y la neoliberalización de las universidades y de disciplinas
como la arqueología han cambiado la naturaleza del juego. Cada vez
es menos posible practicar “arqueología convencional”; de hecho, la
lucha se convierte en una lucha por encontrar una forma de arqueolo-
gía dentro o fuera de la disciplina que no haya sido capturada, que no
sea funcional a los diseños globales. Para mí la tarea teórica y concep-
tual urgente es encontrar formas de análisis que sean adecuadas a estas
nuevas circunstancias. Si hubo un momento de desilusión en mi vida
como arqueólogo tuvo que ver con los acontecimientos relacionados
con el Congreso Mundial de Arqueología (World Archaeological Con-
gress, WAC) y la transnacional minera Rio Tinto que describo en la
168
parte de mi ensayo sobre “La revolución silenciosa”. Fue una sorpresa
ver la manera resuelta como la Presidenta de WAC, Claire Smith, y el
Vicepresidente, Bayo Folorunso, actuaron para eliminar la disidencia
en la organización, cómo se opusieron a abrir la discusión y el debate
y cómo asumieron sin problema el acuerdo con Rio Tinto. Eso me
llevó a pensar no sólo cómo había sido capturado el liderazgo de la
organización sino, también, cómo todo un lenguaje de compromiso y
articulación –y campos enteros de investigación– se había vuelto fun-
cional a los intereses globales del capital. Cuando las transnacionales
mineras financian la discusión sobre “descolonización de la arqueo-
logía” y sobre “arqueología indígena” entonces nos vemos obligados
a reflexionar sobre la flexibilidad e inventiva del capitalismo global
al defender sus intereses y definir el ámbito del compromiso y la ar-
ticulación. Cualquier tipo de respuesta teórica crítica tiene que ser, al
menos, tan ingeniosa y atrevida.
169
se discutían las ideas de los antropólogos mexicanos que criticaban el
indigenismo, hizo eco de la lucha indígena. Varios estudiantes y profe-
sores participaron en el movimiento social que se estaba gestando. La
facultad era un lugar de tumulto y confrontación. Las asambleas estu-
diantiles ocurrían con frecuencia. Yo quería participar pero mi ocupa-
ción con el pasado me situaba fuera de cualquier activismo y mantenía
mi cabeza en la trinchera de la excavación, tal como había sido ins-
truido. Después de terminar mis estudios de pregrado tuve que tomar
una decisión: si iba a ser un arqueólogo, sería uno de verdad. Eso
significaba hacer estudios de postgrado en el mundo metropolitano, de
acuerdo con un modelo colonial de la educación que avalaba sin saber.
Yo quería ir a España, el lugar de tantos poetas amados, pero un amigo
de mis padres, antiguo funcionario del Ministerio de Educación con
una autoridad impecable, me convenció de que la modernidad estaba
en otra parte. Empaqué y me fui a Estados Unidos, donde me inscribí
en un Departamento de Antropología conocido por su enfoque cien-
tífico duro sobre la disciplina. Allí tomé un seminario sobre teoría ar-
queológica con una profesora muy respetada. Casi no recuerdo nada al
respecto, salvo la presencia de John Dendy, otro estudiante de doctora-
do. Hippie militante, con el pelo largo como símbolo de su militancia
indeleble y orgulloso de haber estado en la Marcha sobre Washington
con King y miles de otras personas, John se convirtió en un amigo
muy querido. Un día me encontré con él en un pasillo y me preguntó si
había leído la obra de Paul Feyerabend. Al enterarse de que no lo había
hecho, John tuvo una gran sorpresa reservada para mí. Al día siguiente
fue a mi oficina con su copia gastada de Adiós a la razón. La poderosa
elocuencia de Feyerabend contra la ciencia y los expertos mostró a un
hombre de 27 años de edad que el marco cosmológico en el que ope-
raba (y en el que creía, tal vez como un acto de fe) podría estar cons-
truido sobre cimientos débiles. En el otoño de 1987, en una hermosa
ciudad del Medio Oeste, había perdido mi inocencia. Mi relación con
la arqueología, con la arqueología científica y descontextualizada que
había ido a aprender a Estados Unidos, entró en una fase de cuidados
intensivos. Necesitaría otros eventos para completar el extrañamiento.
Pronto llegaron. En 1991 Colombia estrenó una nueva Constitución.
El asunto no hubiera tenido mucha importancia en un país donde las
constituciones son modificadas o reemplazadas de acuerdo con la vo-
luntad de los gobernantes de turno pero esta vez se trataba de algo di-
ferente porque la nueva carta anunciaba cambios importantes. La idea
bicentenaria de un país monoétnico y monocultural fue abandonada y
el papel de la Iglesia Católica perdió protagonismo. Colombia había
170
entrado en la era multicultural. En los años siguientes las disciplinas
sociales, muchas de los cuales habían sido interlocutoras activas en los
debates que condujeron a la Constitución, empezaron a participar en la
construcción del nuevo país. Los antropólogos, en particular, jugaron
un papel destacado en la obtención de los derechos de las minorías y
de las colectividades y ayudaron a posicionar la idea de un país con
muchas culturas y la necesidad de garantizar la diversidad. Los ar-
queólogos permanecieron conspicuamente alejados, ocupados en su
negocio habitual. Tal vez oyeron hablar de una nueva Constitución y
de profundos cambios sociales y políticos que ocurrían a su alrede-
dor pero asumieron (de nuevo) que esos asuntos contemporáneos no
tenían nada que ver con ellos. Después de todo, sus relaciones eran
con el pasado, no con el presente. Expertos celosos del pasado de re-
banadas específicas de tiempo-espacio habían añadido recientemente
a su negocio una empresa muy rentable, la arqueología de contrato, y
estaban completamente preocupados con su regulación. Sin embargo,
algunos de ellos poco a poco empezaron a adoptar las acomodaciones
promovidas en el mundo metropolitano, resumidas bajo la etiqueta de
arqueología pública. En ese momento fue claro para mí que mis cole-
gas estaban dedicados a la violencia irresponsable de la arqueología
académica, al negocio de la arqueología del contrato o a la desver-
güenza de la arqueología multicultural. Mi extrañamiento definitivo
de la arqueología convencional había sido sellado.
171
sus ámbitos de intervención. Pero muchos años como profesor y tan-
tos otros como asistente a reuniones profesionales me han convencido
de que el lugar para realizar una arqueología “decolonial” está en otra
parte. Tal vez la arqueología podía haberse re-formado cuando era to-
talmente moderna pero los acontecimientos de las últimas tres décadas
han endurecido su núcleo filosófico. En primer lugar, los arqueólogos
están muy contentos con las concesiones que han hecho a la sombra de
las políticas multiculturales globales. Esas concesiones han sido pre-
sentadas como transformaciones disciplinarias pero en realidad son
meras acomodaciones a acontecimientos globales a los que la arqueo-
logía ha contribuido poco o nada. Al abrirse a la gente (en educación
patrimonial y a través de los medios de comunicación, por ejemplo),
al ser más democráticos (renunciando a o compartiendo su control
sobre temas seleccionados, no cruciales, de la escena arqueológica)
y mediante su adopción de la consulta y la participación controlada
los arqueólogos se sienten libres para continuar su negocio habitual.
Sus pretensiones universales/modernas también dan forma a su moral
posmoderna/multicultural –la justicia de conocimiento arqueológico
(sobre todo del inspirado por la ciencia); el carácter benigno de las
intervenciones arqueológicas; y la misión ilustrada de las arqueolo-
gías activistas. En segundo lugar, la arqueología de contrato ha creado
un sinnúmero de oportunidades de empleo y se ha convertido en una
fuente de ingresos que agrada a los practicantes disciplinarios. Su im-
pacto global es tan penetrante que incluso ha influido en los planes
curriculares, transformándolos para que se adapten a las necesidades
del mercado de contrato. Estos dos asuntos (las concesiones multi-
culturales y la arqueología de contrato) han creado un fuerte sentido
corporativo, incesantemente fortalecido por las asociaciones profesio-
nales y los códigos éticos –básicamente dirigidos a regular los valores
de la disciplina y a excluir a los agentes no deseados. Por estas razo-
nes creo que la arqueología (moderna) dará la pelea y que el impulso
para cambiarla (algo que la mayoría de los arqueólogos simplemente
desdeña) se encuentra en otro lugar, en red con otros agentes (pueblos
indígenas, campesinos, habitantes de la ciudad, desposeídos) que tam-
bién están interesados en los mismos temas que los arqueólogos pero
por otras razones y a través de otras conceptualizaciones. Esos agentes
son enemigos de la modernidad y se encuentran en su exterioridad, no
en un lugar intocado por ella (un afuera ontológico, digamos) sino en
un exterior constituido como diferencia por el discurso hegemónico,
como señaló Arturo Escobar. Este trabajo conjunto puede crear redes
de conocimiento y acción en torno a temas cruciales como el tiempo,
172
el pasado, los ancestros. Mi visión es, pues, bastante pesimista con
respecto al potencial transformador de los actores disciplinarias pero
optimista sobre el potencial que ofrecen las redes con otros agentes.
173
políticos de la izquierda e informa a parte del campo en arqueolo-
gía –esto se ve en la arqueología pública y en la arqueología indíge-
na, por ejemplo. Sin querer sonar demasiado metafísico creo que a
cada uno se le ofrece un conjunto de opciones y que podemos optar
por ser agentes pensantes o capitular ante alguna posición ya hecha.
Lo que me interesa más que el “quién” es el “dónde” y el “cómo”.
¿Cómo nombrar el lugar desde el que pensamos? Fetichizar lo local
se convierte en un callejón sin salida, el mismo tipo de callejón al
que conduce la fetichización de formas esencialistas de identidad o
ciencia. Vivimos y experimentamos a nivel local pero la disciplina
nos convierte en seres globalizados –aunque somos diferencialmente
globales, dependiendo de dónde nos encontramos con relación a la di-
ferencia colonial. Entonces, ¿cómo comenzamos a conceptualizar este
tipo de posicionalidad flexible? Aquí es donde creo que son útiles las
formulaciones decoloniales sobre el pensamiento fronterizo y la pra-
xis. El yo pensante localizado en la frontera precede supuestos episté-
micos, formas de derecho disciplinario, identidades esencializadas, y
puede imaginar una conversación con otros yos. Me gusta pensar en la
idea de “interlocutores” y de “conversaciones de relevancia”. Uno en-
cuentra sus interlocutores donde puede y tiene conversaciones de re-
levancia dondequiera que puedan suceder: en la montaña, en la playa,
tomando un café, incluso en el salón de clase. Al mismo tiempo estoy
de acuerdo con ustedes en que la neoliberalización de la disciplina y
de la academia significa que este tipo de conversaciones es vital, más
que nunca; incluso puede convertirse en una cuestión de supervivencia
con dignidad. Estamos en la posición peculiar de que en el tiempo de
nuestras vidas profesionales la arqueología, como un campo, ha sido
casi totalmente capturada. Hay una especie de desnudez y de falta de
disculpa en la manera como la arqueología de contrato se posiciona en
relación con los intereses corporativos y el capital global que, en reali-
dad, puede ser refrescante. No hay que hacerse ilusiones. En mi texto
describo esto como la transición de la arqueología como tecnología de
conquista colonial a la arqueología como habilitadora de diseños glo-
bales –en realidad, en la práctica se vuelven muy similares. El “cómo”
también es interesante para mí. Todos hemos tenido experiencias en
WAC. Por un lado, siempre estaré agradecido con el WAC por presen-
tarme a interlocutores maravillosos. Por otra parte, en un cierto punto
la experiencia en el WAC se volvió banal. Para mí la mejor parte de
WAC fue la de los talleres pequeños, más centrados (como los de que
organizaron SEPHIS y CODESRIA). Podía imaginar más de esos ta-
lleres: de otra manera, como digo, hay que tener conversaciones donde
174
se pueda. Por otra parte, me gustaría saber cómo ustedes conciben su
ubicación. Me llama la atención que los tres estamos situados a cierta
distancia de las metrópolis disciplinarias: en el interior de Colombia,
en las estribaciones de los Andes del sur, en la punta de África. ¿Es
esto útil? ¿Cómo funciona esto sobre nuestro pensamiento? Hemos
pasado mucho tiempo en el norte global: ¿cómo concebimos nuestras
transacciones con la academia en el norte global? Hemos llamado a
este intercambio “Una conversación sur-sur”. ¿Qué queremos decir
con ello? Creo que tengo tantos colegas aburridos en el sur global
como en el norte global. ¿Estamos corriendo el riesgo de fetichizar el
“sur” como lugar de resistencia, alteridad, etc.?
175
todavía vivo) fui a una tienda cercana para comprar refrescos (o tal
vez cervezas) un mediodía muy caluroso de verano. En el camino un
vecino viejo salió de la esquina y se presentó. Al principio pensé que
era una instancia de la conocida etiqueta que prescribe presentarse a
los vecinos cuando se mudan al vecindario, por lo que comencé a pre-
sentarme cuando el hombre detuvo su presentación. Me interrumpió
bruscamente, diciendo: “Sí, usted es Alejandro Haber, el arqueólogo.
Usted trabaja en la universidad y da este curso y este otro; usted traba-
ja aquí y allá”. Quedé petrificado cuando terminó mi propia presenta-
ción para mí y luego dijo: “Usted es Alejandro Haber, arqueólogo. Yo
soy Chumbita, el descendiente de los jefes indios de este valle. Yo sé
dónde están sus tumbas. Nunca se lo diré”. Diciendo esto desapareció
en su casa. Como se puede imaginar me tomó mucho tiempo enten-
der lo que acababa de suceder pero debo a Chumbita esta lección en
esta y muchas más conversaciones. Uno es siempre un arqueólogo
mientras viva en Catamarca; no hay una forma de ser un arqueólogo
diferente a la forma como uno vive. Uno siempre está viviendo con
las consecuencias de su trabajo y una parte importante de su persona
social está determinada por su disciplina, independientemente de qué
tipo de arqueólogo tiene la intención de ser. Esto fue, y sigue siendo,
muy desafiante y, de alguna manera, da forma a mi público de una
manera muy diferente a si uno trabajara en una academia central. Los
lectores no son sólo mis colegas y mis estudiantes (y los de otros)
sino, también, mis vecinos, a quienes uno encontrará al comprar una
bebida en la tienda más cercana, no sólo en el congreso o en el aula.
En esta tierra académica marginal en la que vivo ser vecino y ser ar-
queólogo son la misma cosa. No estoy diciendo que mi forma de ser
arqueólogo fuera una consecuencia inevitable de la interpelación de
Chumbita porque yo podía haber considerado sus palabras como una
tontería, a él ignorante y continuado mi camino ya delineado al cono-
cimiento. Estoy diciendo que la interpelación de Chumbita fue una
oportunidad y que estas oportunidades son más difíciles de encontrar
si uno está encerrado en un entorno académico selecto, donde todo el
mundo piensa más o menos lo mismo sobre su lugar en la política del
conocimiento. Como dice Nick la división norte-sur puede llegar a
ser una coartada para mantener los mismos privilegios. Creo que “el
sur” puede ser un lugar interesante si se piensa como un lugar desde
el cual se puede objetar el conocimiento hegemónico. En ese sentido,
“el sur” no es un lugar donde uno está/es sino una orientación. Puede
ser global, como en “sur global”, sólo como una referencia general a
un “norte global”. Pero el “sur” siempre es local; conserva las textu-
176
ras de las interacciones concretas. También conozco muchos colegas
aburridos que actúan desde una posición hegemónica y viven en el
sur geográfico y son quienes, con probabilidad, desfiguran, niegan y
censuran los trabajos anti-hegemónicos. Son quienes actúan como el
“norte global”. A veces este “norte global” puede tener más extensas
manifestaciones, como dentro del WAC, específicamente con relación
al asunto WAC/Rio Tinto, como recuerda Nick. Pero tengo colegas lo-
cales que trabajan para la misma escala de corporaciones mineras aquí
en Catamarca; por eso prefiero pensar en el “norte global” de manera
menos general y abstracta. El “Norte global” tiene rostros concretos,
discursos y prácticas específicas, y aliados y enemigos conocidos. En
resumen, el norte global resulta bastante local una vez que se está en
la frontera; se convierte en global sólo como una cuestión de discurso
e interrelación. Las conversaciones sur-sur también son una manera de
ampliar las interrelaciones, como está haciendo en muchas partes del
mundo. Tuve la oportunidad de interactuar con ustedes y sus estudian-
tes en Popayán y Ciudad del Cabo y sentí el mismo tipo de interpe-
lación social amplia al locus académico de la universidad. Podríamos
cegarnos frente a esas interpelaciones pero no nos ocurre así y por eso
nos encontramos juntos en esta conversación.
177
Pero la cercanía que tuve alguna vez con ese modelo fue finalmente
extrañada. Ahora no sólo soy crítico de sus principios sino que traba-
jo para perturbarlos. ¿Soy impreciso si digo que nuestras investiga-
ciones, publicaciones y activismo no académico están dirigidos, en
parte, hacia ese objetivo? Creo que no. Tomemos el caso de las citas,
muy sintomático del orden académico global dominante. El “círcu-
lo de citas” en el mundo metropolitano ignora la literatura publicada
por académicos (y activistas) no metropolitanos en medios impresos
no metropolitanos y en idiomas distintos del inglés. Pero eso es algo
más que la simple ignorancia de una lengua. Es un absoluto despre-
cio por todo lo que escapa a las reglas de la academia metropolitana.
Hemos estado luchando con eso, pero no buscando el reconocimiento
del centro académico sino mediante la creación de espacios públicos
en el sur geopolítico en los que el orden colonial global pueda ser im-
pugnado y en los que se puedan ofrecer alternativas –revistas, libros,
programas académicos, intercambios, redes de activismo. Dudo que a
los académicos y activistas más comprometidos en el sur geopolítico
les preocupe que los citen (o no) en el mundo metropolitano o en ser
influyentes en el mundo internacional de la ciencia. Que la academia
angloparlante no lea o cite nuestro trabajo no es una pena ni un pro-
blema; es un síntoma del modelo colonial todavía predominante en
la educación y el conocimiento. El problema es mucho más vasto: el
orden académico colonial global que postula que los países no metro-
politanos producen datos y los centros metropolitanos de aprendizaje
producen conocimiento “real” –y en el que el vehículo de aprendizaje
es una lengua metropolitana supuestamente localizada fuera de cual-
quier relación de poder. Pero mientras se ha producido abundante lite-
ratura sobre el norte geopolítico poco se ha dicho sobre la condición de
ser en el sur, en la que la hipocresía y la doble moral vagan libremente
con inusitada frecuencia. Es como si una especie de “meridionalidad”
nos aislara de aceptar y reproducir el mundo real de las desigualdades
(académicas y de otro tipo). Pero no es así. El caso de los arqueó-
logos marxistas en América Latina es emblemático en este sentido.
Herederos de una ventaja moral construida en un compromiso con la
clase obrera (una condición supuestamente todavía existente en el sur,
pero en su mayoría suprimida en otros lugares), sin embargo ignoran
las cosmologías no modernas y sus reclamaciones concomitantes e
incluso apoyan la vía rápida de la modernidad en asuntos arqueológi-
cos y patrimoniales –como consultores de UNESCO o como ávidos
practicantes de la arqueología de contrato, por ejemplo. Su orgullosa
“meridionalidad” contribuye poco a las alternativas a la modernidad
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que nos esforzamos por alcanzar a través de nuestro trabajo en una
arqueología re-formada.
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litanos es posible que entiendan la idea de una manera abstracta pero
son libres de ignorarla o de archivarla como una pieza más de teoría
ingeniosa porque una de las consecuencias de su posición es que esta
los protege de la inmediatez de este conocimiento, salvo que procedan
de una minoría subalternizada, en cuyo caso es posible otro tipo de
conversación.
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