La Lógica de La Populorum

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LA LÓGICA DE LA POPULORUM

Cuando la lógica del mercado y la lógica del Estado se ponen de acuerdo para mantener el
monopolio de sus respectivos ámbitos de influencia, se debilita a la larga la solidaridad en
las relaciones entre los ciudadanos, la participación, el sentido de pertenencia y el obrar
gratuitamente, que no se identifican con el «dar para tener», propio de la lógica de la
compraventa, ni con el «dar por deber», propio de la lógica de las intervenciones públicas,
que el Estado impone por ley. La victoria sobre el subdesarrollo requiere actuar no sólo en
la mejora de las transacciones basadas en la compraventa, o en las transferencias de las
estructuras asistenciales de carácter público, sino sobre todo en la apertura progresiva en
el contexto mundial a formas de actividad económica caracterizada por ciertos márgenes
de gratuidad y comunión. El binomio exclusivo mercado-Estado corroe la sociabilidad,
mientras que las formas de economía solidaria, que encuentran su mejor terreno en la
sociedad civil aunque no se reducen a ella, crean sociabilidad. El mercado de la gratuidad
no existe y las actitudes gratuitas no se pueden prescribir por ley. Sin embargo, tanto el
mercado como la política tienen necesidad de personas abiertas al don recíproco.

40. Las actuales dinámicas económicas internacionales, caracterizadas por graves


distorsiones y disfunciones, requieren también cambios profundos en el modo de entender
la empresa. Antiguas modalidades de la vida empresarial van desapareciendo, mientras
otras más prometedoras se perfilan en el horizonte. Uno de los mayores riesgos es sin
duda que la empresa responda casi exclusivamente a las expectativas de los inversores en
detrimento de su dimensión social. Debido a su continuo crecimiento y a la necesidad de
mayores capitales, cada vez son menos las empresas que dependen de un único
empresario estable que se sienta responsable a largo plazo, y no sólo por poco tiempo, de
la vida y los resultados de su empresa, y cada vez son menos las empresas que dependen
de un único territorio. Además, la llamada deslocalización de la actividad productiva puede
atenuar en el empresario el sentido de responsabilidad respecto a los interesados, como
los trabajadores, los proveedores, los consumidores, así como al medio ambiente y a la
sociedad más amplia que lo rodea, en favor de los accionistas, que no están sujetos a un
espacio concreto y gozan por tanto de una extraordinaria movilidad. El mercado
internacional de los capitales, en efecto, ofrece hoy una gran libertad de acción. Sin
embargo, también es verdad que se está extendiendo la conciencia de la necesidad de
una «responsabilidad social» más amplia de la empresa. Aunque no todos los
planteamientos éticos que guían hoy el debate sobre la responsabilidad social de la
empresa son aceptables según la perspectiva de la doctrina social de la Iglesia, es cierto
que se va difundiendo cada vez más la convicción según la cual la  gestión de la empresa
no puede tener en cuenta únicamente el interés de sus propietarios, sino también el de
todos los otros sujetos que contribuyen a la vida de la empresa : trabajadores, clientes,
proveedores de los diversos elementos de producción, la comunidad de referencia. En los
últimos años se ha notado el crecimiento de una clase cosmopolita de manager, que a
menudo responde sólo a las pretensiones de los nuevos accionistas de referencia
compuestos generalmente por fondos anónimos que establecen su retribución. Pero
también hay muchos managers hoy que, con un análisis más previsor, se percatan cada
vez más de los profundos lazos de su empresa con el territorio o territorios en que
desarrolla su actividad. Pablo VI invitaba a valorar seriamente el daño que la trasferencia
de capitales al extranjero, por puro provecho personal, puede ocasionar a la propia
nación[95]. Juan Pablo II advertía que invertir tiene siempre un significado moral , además
de económico[96]. Se ha de reiterar que todo esto mantiene su validez en nuestros días a
pesar de que el mercado de capitales haya sido fuertemente liberalizado y la moderna
mentalidad tecnológica pueda inducir a pensar que invertir es sólo un hecho técnico y no
humano ni ético. No se puede negar que un cierto capital puede hacer el bien cuando se
invierte en el extranjero en vez de en la propia patria. Pero deben quedar a salvo los
vínculos de justicia, teniendo en cuenta también cómo se ha formado ese capital y los
perjuicios que comporta para las personas el que no se emplee en los lugares donde se ha
generado[97]. Se ha de evitar que el empleo de recursos financieros esté motivado por la
especulación y ceda a la tentación de buscar únicamente un beneficio inmediato, en vez
de la sostenibilidad de la empresa a largo plazo, su propio servicio a la economía real y la
promoción, en modo adecuado y oportuno, de iniciativas económicas también en los
países necesitados de desarrollo. Tampoco hay motivos para negar que la deslocalización,
que lleva consigo inversiones y formación, puede hacer bien a la población del país que la
recibe. El trabajo y los conocimientos técnicos son una necesidad universal. Sin embargo,
no es lícito deslocalizar únicamente para aprovechar particulares condiciones favorables, o
peor aún, para explotar sin aportar a la sociedad local una verdadera contribución para el
nacimiento de un sólido sistema productivo y social, factor imprescindible para un
desarrollo estable.

41. A este respecto, es útil observar que la iniciativa empresarial tiene, y debe asumir
cada vez más, un significado polivalente. El predominio persistente del binomio mercado-
Estado nos ha acostumbrado a pensar exclusivamente en el empresario privado de tipo
capitalista por un lado y en el directivo estatal por otro. En realidad, la iniciativa
empresarial se ha de entender de modo articulado. Así lo revelan diversas motivaciones
metaeconómicas. El ser empresario, antes de tener un significado profesional, tiene un
significado humano[98]. Es propio de todo trabajo visto como «actus personae»[99] y por
eso es bueno que todo trabajador tenga la posibilidad de dar la propia aportación a su
labor, de modo que él mismo «sea consciente de que está trabajando en algo
propio»[100]. Por eso, Pablo VI enseñaba que «todo trabajador es un creador»[101].
Precisamente para responder a las exigencias y a la dignidad de quien trabaja, y a las
necesidades de la sociedad, existen varios tipos de empresas, más allá de la pura
distinción entre «privado» y «público». Cada una requiere y manifiesta una capacidad de
iniciativa empresarial específica. Para realizar una economía que en el futuro próximo sepa
ponerse al servicio del bien común nacional y mundial, es oportuno tener en cuenta este
significado amplio de iniciativa empresarial. Esta concepción más amplia favorece el
intercambio y la mutua configuración entre los diversos tipos de iniciativa empresarial, con
transvase de competencias del mundo non profit al profit y viceversa, del público al propio
de la sociedad civil, del de las economías avanzadas al de países en vía de desarrollo.

También la autoridad política tiene un significado polivalente, que no se puede olvidar


mientras se camina hacia la consecución de un nuevo orden económico-productivo,
socialmente responsable y a medida del hombre. Al igual que se pretende cultivar una
iniciativa empresarial diferenciada en el ámbito mundial, también se debe promover una
autoridad política repartida y que ha de actuar en diversos planos. El mercado único de
nuestros días no elimina el papel de los estados, más bien obliga a los gobiernos a una
colaboración recíproca más estrecha. La sabiduría y la prudencia aconsejan no proclamar
apresuradamente la desaparición del Estado. Con relación a la solución de la crisis actual,
su papel parece destinado a crecer, recuperando muchas competencias. Hay naciones
donde la construcción o reconstrucción del Estado sigue siendo un elemento clave para su
desarrollo. La ayuda internacional, precisamente dentro de un proyecto inspirado en la
solidaridad para solucionar los actuales problemas económicos, debería apoyar en primer
lugar la consolidación de los sistemas constitucionales, jurídicos y administrativos en los
países que todavía no gozan plenamente de estos bienes. Las ayudas económicas
deberían ir acompañadas de aquellas medidas destinadas a reforzar las garantías propias
de un Estado de derecho, un sistema de orden público y de prisiones respetuoso de los
derechos humanos y a consolidar instituciones verdaderamente democráticas. No es
necesario que el Estado tenga las mismas características en todos los sitios: el
fortalecimiento de los sistemas constitucionales débiles puede ir acompañado
perfectamente por el desarrollo de otras instancias políticas no estatales, de carácter
cultural, social, territorial o religioso. Además, la articulación de la autoridad política en el
ámbito local, nacional o internacional, es uno de los cauces privilegiados para poder
orientar la globalización económica. Y también el modo de evitar que ésta mine de hecho
los fundamentos de la democracia.

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