Relaciones Suelo Maquina

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Relaciones suelo máquina.

Condicionantes y consecuencias de la labor

Eficiencia de la labor de aflojamiento de capas densificadas

Como se ha discutido en parte en apartados anteriores, la eficiencia de la labor de


descompactación puede ser entendida de múltiples perspectivas, relacionadas con aspectos
energéticos, edáficos y económicos entre otros. Por ello, se discutirán algunos de los
distintos puntos de vista que surgen de numerosos trabajos de investigación llevados
adelante en los últimos 30 años alrededor de esta problemática. Cholaky (2003) realiza una
interesante revisión bibliográfica que ha sido tomada como base para comenzar el análisis
de la problemática, ya que la misma plantea 4 aspectos básicos para el tratamiento del
tema: La eficiencia de la labor, sus aspectos condicionantes, los efectos principales y la
persistencia del trabajo efectuado. De este trabajo, se han tomado los antecedentes más
relevantes que conducen a alcanzar conclusiones que permitan identificar las principales
relaciones suelo – máquina que inciden sobre la utilidad de la labor de descompactación
En relación con la eficiencia de la descompactación, Mckyes (1985), propone
evaluar la eficiencia de la labor de aflojamiento del suelo desde dos puntos de vista: 1) a
través de la eficiencia en el esfuerzo de tracción del implemento, es decir la energía
específica utilizada para cortar un volumen de suelo, y 2) a través de la eficiencia de ruptura
de la capa densificada, en la cual se tiene en cuenta la calidad de la estructura resultante de
la labor, (forma, tamaño y nuevas propiedades físicas de la matriz del suelo). Los aspectos
de energía quedan restringidos habitualmente al análisis de esfuerzo de tracción, área
removida y resistencia específica, es decir aspectos inherentes a la realización de la
descompactación que resultan importantes, pero quedan minimizados en parte por lo que
implica la eficiencia de ruptura. De nada sirve ser eficiente energéticamente si los resultados
sobre el suelo, producto de la ruptura de la capa compactada no son exitosos. Esta plantea
un abanico de propiedades que, condicionadas por la estructura resultante, modifican
aspectos físicos, químicos y biológicos que incluyen la capacidad portante del suelo (la
traficabilidad), la resistencia a la penetración del suelo, la densidad aparente, la capacidad
de almacenamiento de agua, la infiltración y conductividad hidráulica, erosión y pérdida de
nutrientes, mineralización del nitrógeno, el potencial redox, los procesos de desnitrificación,
el crecimiento de las raíces y las posibilidades de exploración del perfil, el desarrollo de la
fauna del suelo, la nodulación entre otras.
Erbach et al., (1992) sostienen que un sistema de laboreo y siembra es efectivo
cuando crea condiciones de suelo favorables para la infiltración de agua, la germinación de
semillas, la emergencia de plantas, el crecimiento temprano y el desarrollo de raíces,
mantiene la cobertura superficial para el control de los procesos erosivos y da respuesta
favorable en los rendimientos de cultivos. Klein et al. (1992), sostienen que en la evaluación
de una labor de preparación del suelo se debiera analizar el conjunto de aspectos
intervinientes en la misma, a los fines de no emitir valoraciones incorrectas sobre ella.
Habría que considerar además, el tiempo que perdura el efecto de esa labor, buscando que
el mismo se mantenga al menos durante gran parte del ciclo del cultivo a implantar.
Extrañamente, muchos de los estudios y análisis de los efectos de descompactación
abarcan solamente las variables de sistemas de labranza utilizados, o de algunos diseños
de máquinas dentro de alguna alternativa de labranza y su efecto sobre algunos de los
parámetros mencionados diseños, aunque en muchos de ellos solo se cuantifica si tuvo un
efecto “significativo” sobre el rendimiento. Cuando en un proceso, como el someramente
descrito, intervienen tantos factores, íntimamente relacionados y condicionados además por
las condiciones agroclimáticas locales o regionales en un período dado, debería incluirse
como parámetro a valorar, cuantificar y discutir la disminución o eventualmente aumento del
riesgo que se alcance por medio de este tipo de labores. No obstante ello, se incorporan a
continuación los aportes más o menos integrales o parciales que ayudan a comprender en
su conjunto la variabilidad y complejidad de respuestas de los sistemas al pasaje de la
máquinas, como se indicó inicialmente, más antiguas y simples de trabajo del suelo
Henin (1960), por ejemplo, plantea que el subsolado resulta una operación poco
eficaz en suelos profundos, pero que puede resultar interesante en aquellas terrenos que
presentan capas endurecidas dentro del perfil cultural. En este sentido, Cerana y Nicollier
(1969) manifiestan que la destrucción de una capa densa, puede no reflejarse en un mayor
crecimiento de las raíces y de las plantas, cuando las condiciones climáticas son lo
suficientemente satisfactorias, como para que la capa no genere una resistencia mecánica
apreciable. Cuando el agua es un factor limitante en el ciclo del cultivo, el subsolado puede
incrementar la humedad y el N disponible, por un aumento en el espacio explorado por las
raíces (Sojka et al., 1990). Debe quedar claro que el término puede, solo afirma la
posibilidad y constituye al mismo tiempo tanto una conclusión, como una hipótesis. Debe
recordarse, que, en relación a las condiciones físicas del perfil que resultan apropiadas para
el crecimiento vegetal, Vepraskas (1988) afirma que a partir de 1,5 MPa comienza a
restringirse el crecimiento radical y que a partir de una densidad aparente de 1,55 Tn m-3,
la compactación, en combinación con la textura, puede generar restricciones para el
crecimiento radicular a tensiones de humedad de 0,1 MPa. Los valores mencionados, deben
tomarse como indicativos, para condiciones generales del desarrollo de los cultivos, puesto
que en diferentes estadíos los límites varían según las especies, resultando menores
habitualmente en las etapas iniciales. En la capa superficial donde se asienta la semilla, Al
respecto, En cuanto a los efectos de la compactación superficial sobre la implantación de
cultivos, Hadas y Stibbe (1977) indicaron que bajos niveles de emergencia se producen en
condiciones de suelo muy seco, muy húmedo o muy duro y, en general, el proceso de
germinación es más rápido y completo con densidades aparentes de 1,2 Mg o menores y
con valores de resistencia a la penetración menores de 1,4 MPa. Según Nasr y Seles
(1995), la densidad aparente afecta la emergencia principalmente por cambios en el
volumen y continuidad de los poros en la cama de siembra. Estudios experimentales han
demostrado también que la germinación, la elongación de las raíces, la elongación del
coleoptile y la emergencia del trigo pueden ser afectadas con estrés en la interfaz mayores a
3, 2,3, 1,7 y 0,8 MPa, respectivamente (Collis-George & Yoganathan, 1985). En relación con
los efectos adversos de inadecuadas condiciones físicas del suelo para el desarrollo del
sistema radicular, Threadgill (1982) indicó que registros de 2 a 2,5 MPa son capaces de
detener el mismo. Carter (1988) menciono también que valores de 1,5 MPa pueden reducir
el crecimiento de las raíces. En relación con la densidad aparente, Vehimeyer y
Hendrickson (1948) determinaron que valores de 1,46 Mg m-3 constituyen el umbral crítico
para el desarrollo radicular de gramíneas, mientras que Daddow y Warrington (1983)
establecieron que 1,65 Mg m-3 es el umbral de crecimiento radical. Por otra parte, en suelos
franco arenosos, valores de porosidad de aireación inferiores al 30% comienzan a ser
restrictivos para el crecimiento vegetal, mientras que un 10% resulta suficiente en algunos
suelos arcillosos (Hakansson y Liepic, 2000). La diferencia se basa en la geometría,
continuidad y estabilidad del espacio poroso en los diferentes tipos de suelos. (Hakansson y
Liepic, 2000).
Visto desde la óptica de la descompactación, cada vez que se superan los valores
límites especificados de densidad aparente y/o resistencia a la penetración y tensión de
humedad o porosidad de aireación, existen condiciones bajo las cuales, la labor podría
generar condiciones que disminuyan los riesgos de implantación, afectación del crecimiento
radical, absorción de nutrientes y rendimiento de cultivo. Sin embargo, la descompactación
no garantizará más que la modificación de las condiciones físicas del suelo que pueden
incidir en todos los demás factores mencionados.
Algunos de estos valores han sido fuertemente cuestionados. Tal vez sea la
densidad aparente uno de los parámetros de menor sensibilidad para establecer
requerimientos de descompactación. Por un lado, la fuerte porosidad textural de algunos
suelos reduce las posibilidades de una fácil interpretación del real estado del suelo. La
determinación de la densidad de las partículas según el tipo de suelo también puede ayudar,
puesto que se ampliarán notablemente las diferencias y valores vinculados a la porosidad
estructural. Otra posibilidad de análisis más útil que los valores de densidad aparente es la
densidad relativa de un suelo, comparada con aquella posible de alcanzar con alguna
metodología estandarizada. Una de las más antiguas y difundidas es la de Proctor (1933) o
sus modificaciones más recientes. En esta línea de trabajo, Hakansson y Liepic (2000)
establecieron cuatro grupos de cultivos según el grado de compactación de la capa
comprendida entre los 4 -25 cm de profundidad que optimiza su crecimiento; cultivos como
cebada (Hordeum vulgere L)., remolacha azucarera ( Beta vulgaris L)., Vicia (Vicia Faba L).
y papa (Solanum tuberosum L), poseen un grado de compactación óptimo de 87, 85, 84 y 82
% respectivamente. Por lo general, cuando el grado de compactación supera el 85% y el
suelo se encuentra a un potencial agua próximo al del punto de marchitez permanente (1,5
MPa), la resistencia a la penetración en la mayoría de los casos puede exceder el valor
critico de 3 MPa que limita el crecimiento radicular (Da Silva et al.,1994). En la actualidad,
también esta línea de análisis es parcialmente cuestionada, principalmente, en algunos
sistemas de labranza. Concretamente, según algunos investigadores, indican que en
sistemas de siembra directa de cultivos, los resultados no son tan malos como sería dable
esperar en base a las determinaciones de compactación relativa realizadas, ya que los
rendimientos no pueden considerarse inadecuados. Obviamente, los cambios en la
estructura del suelo bajo siembra directa, en la medida que el sistema sigue evolucionando,
brindan el marco para nuevas hipótesis, metodologías de cuantificación y calificación del
“estado de salud” del suelo. La ciencia y su avance ponen permanentemente nuevos límites,
pero también las comparaciones sobre los antiguos o tradicionales sistemas de labranza van
perdiendo validez, a medida que pasan los años. Nótese que en la mayoría de los trabajos,
el testigo, la base de comparación ha sido el sistema con arados de reja y vertedera, el cual
fue abandonado en numerosos sitios del mundo, por la profunda degradación en el estado
físico del suelo y la imposibilidad de alcanzar una producción sustentable a partir del
mismo. No obstante, muchos trabajos marcan como un éxito, si los sistemas
conservacionistas alcanzan los rendimientos de aquello que desean desterrar.
En cuanto a los efectos de las operaciones de labranza uno de los aspectos
importantes es su efecto sobre el tamaño de terrones producido, al ser este esencial para el
control de la erosión y la obtención de camas de siembra con condiciones adecuadas para
el establecimiento de los cultivos (Macks et al., 1996). También, en los últimos 5 años, ha
sido una de las variables de mayor discusión, en virtud de las propuestas efectuadas por
Spoor et al., (2003).
Con respecto a este tema, Unger (1997) sostiene que una adecuada calidad del
suelo resulta de suma importancia para la producción sostenible de cultivos en las tierras
agrícolas, indicando que la misma es afectada tanto por la cantidad y distribución de
tamaños de agregados secos al aire, como la de los estables al agua. Deibert, (1981) por su
parte, sostiene que el tamaño, forma, calidad y cantidad de los agregados determina la
facilidad con que el aire, el agua y las raíces de las plantas penetran en el suelo.
Braunack y Dexter (1989), señalan que el rango de tamaño de agregados que
influye en las principales propiedades físicas del suelo se encuentra entre 0,1- 16 mm.
Tisdall y Oades, (1982) sostienen que una adecuada estructura para el crecimiento de los
cultivos depende de la presencia de agregados de 1 a 10 mm de diámetro, que permanecen
estables cuando se humedecen. En relación a ello, Dobrzanski et al., 1975 y Mac Rae y
Mehuys, 1987, citados por Carter, 1992, afirman que en general, los tamaños de agregados
entre 1 y 5 mm son los más favorables para el crecimiento de las plantas. Agregados ≤ 2
mm permitirían, según los estudios realizados por Misra et al. (1988), una mejoría en la
exploración radicular inter e intrapeds, a partir de un incremento en la longitud total de raíces
y de la proporción de raíces creciendo dentro de los agregados. Esto podría atribuirse según
Misra et al.(1986) a una menor impedancia a la penetración radicular en los agregados de
menor dimensión. Además, podría esperarse que se produzca una menor alteración
morfológica de la raíz según lo que expresa Logsdon et al.,(1987). Por otro lado, Unger y
Jones (1994) observaron que la velocidad de infiltración en un suelo Paleustol era mayor en
el rango de tamaño de agregados comprendido entre 0,42 y 2 mm. Por encima de este
tamaño, los terrones están generalmente conformados por agregados menores, que a
medida que el agua ingresa al suelo se van desintegrando, disminuyendo de este modo la
velocidad de infiltración. Por el contrario, agregados de menor dimensión, están asociados
a poros más pequeños, los que reducen la velocidad de movimiento del agua. Resultados
similares fueron obtenidos por Arshad et al. (1999), en suelos franco limosos y franco
arenosos.
Relacionados a estos aspectos, se encuentran los condicionantes, o sea las
variables que inciden en la efectividad del subsolado. Algunos investigadores han tomado
estos aspectos, y analizaron la conveniencia de realizar o no una labor de subsolado,
planteando que esta labor era justificable, entre otros aspectos, cuando el Diámetro
Ponderal Medio de los agregados de la capa densificada era < 2 mm (Vepraskas y Gurthrie
(1992). Tomaron este valor como indicador, ya que por debajo del mismo, la estructura de
los suelos sobre la que trabajaron, Paleudults arenic, con textura arenosa gruesa y
Densidad Aparente > 1, 6 T m-3 en la capa compactada, era en grano suelto y masiva en
otros casos, sin grietas visibles para la exploración radicular, por lo que la capa
representaba una barrera física para las raíces. Por encima de 2 mm de diámetro, los
agregados eran diferenciables y presentaban un adecuado agrietamiento entre ellos,
pudiendo las raíces atravesar la capa, no justificando por lo tanto, la labor de subsolado.
.Mckyes (1985), sostiene que el cambio en la densidad del suelo por el efecto de
una labor de aflojado dependerá de varios factores, incluyendo la densidad del suelo, el
contenido de humedad, la geometría de la herramienta y la velocidad de labor.
Complementariamente, Tollner et al., (1984) afirman que los cambios generados por la
labranza en la densidad aparente y en las impedancias mecánicas del suelo, están
afectados de una manera muy compleja por la textura, estructura y el contenido de humedad
del suelo al momento de realizar las labores. Mialhe, (1996) indica que la capacidad para
movilizar el suelo que presenta un implemento, es función de la condición inicial del mismo
(densidad y humedad), de las condiciones operativas, básicamente la profundidad y
velocidad de trabajo, y de las características de diseño del implemento.
Ayers (1987) sostiene, en cambio, que no existe una tendencia general en cuanto al
efecto de la humedad sobre la cohesión y el ángulo de fricción interna entre partículas, por
lo que es necesario definir los efectos que el tipo de suelo, densidad y humedad, ejercen
sobre estas propiedades, para poder explicar cambios en la interacción suelo - herramienta
(esfuerzo de tracción por ejemplo), ante variaciones en las propiedades del suelo. Por lo
tanto, La alteración de la estructura por compactación puede ser atenuada mediante un
mejor entendimiento del comportamiento del suelo laboreado ante diversos contenidos
hídricos y niveles de compactación del mismo y de este modo sería posible generar guías
orientativas sobre el momento adecuado para realizar las labores, (Shafiq et al., 1994).
Estos mismos autores, estudiaron el efecto de la compactación y la humedad al momento
del laboreo, sobre la densidad aparente de suelos franco arcillosos y observaron que la
densidad aparente, generada por la labor, aumentaba con el incremento en el contenido de
humedad antecedente y el nivel de compactación original. Cuando la condición inicial de
suelo estaba más compactada, el contenido hídrico tuvo un efecto más pronunciado sobre el
aumento de la densidad aparente. Por otro lado, observaron que la resistencia a la
penetración aumentaba cuando se incrementaba la compactación y este incremento era
más pronunciado cuando la compactación era inducida a elevados contenidos de humedad
del suelo. Resultados similares fueron obtenidos por Richard et al., (1999) quienes
observaron que la porosidad estructural disminuía linealmente, a medida que se
incrementaba el contenido de agua al momento del tránsito del implemento agrícola, aunque
el incremento fue superior cuanto mayor era la porosidad estructural previa al tránsito. El
análisis morfológico del perfil posterior al tránsito mostró, que el volumen y la profundidad
del área compactada se incrementaba con el aumento de la humedad al momento del
tráfico.
Ha sido demostrado también, que tanto el tipo de implemento de labranza, como el
número de pasadas del mismo, influyen sobre la distribución de tamaño de agregados secos
al aire (Braunack y McPhee, 1991). Sin embargo, según Unger, (1993), también el
contenido de agua del suelo al momento de realizar la labor influye en el grado de
fracturación del mismo. Tanto la estabilidad de los agregados, frente al humedecimiento,
como el contenido de humedad del suelo al momento de realizar la labor cambian según la
historia de uso de una situación determinada (Perfect et al., 1990) y la historia de uso
influye sobre la distribución de tamaño de agregados secos al aire (Ambrust et al., 1982).
Braunak y McPhee (1991) estudiaron el efecto del contenido de agua al momento
de realizar la labor, sobre el tamaño de agregados y demostraron que los suelos laboreados
a bajos contenidos de humedad formaron agregados de menor tamaño. Machado et
al.,(1996) trabajando en un suelo arenoso franco, encontraron que tanto el diámetro medio
geométrico de agregados, como la porosidad media total y la estabilidad de los agregados,
fueron mayores cuando se laboreó el suelo con 12% de humedad que cuando se lo realizó a
7%, coincidiendo con lo encontrado por Adam y Erbach (1992).
Vallejos et al., (1998) evaluaron el efecto de diferentes implementos de labranza
vertical sobre la descompactación de un Haplustol éntico y encontraron que el trabajo
realizado con subsolador fue ineficiente, debido a la excesiva humedad y separación de los
cuerpos del implemento, lo que generó un escaso estallido de la capa compactada.
Stafford (1979) sostiene que a medida que la humedad del suelo se incrementa, el
modo en que el suelo se disturba, cuando es laboreado por rejas angostas, cambia. A bajo
contenido de humedad el suelo rompe como un material rígido, quebradizo, a través de
delgadas superficies de falla. Cuando el contenido de humedad es alto, el volumen completo
de suelo, que se encuentra en frente de la reja, fluye en forma plástica, y no se evidencian
planos de falla principales. El cambio de un tipo de falla o ruptura a otro, ocurre a contenidos
de humedad cercanos, pero inferiores al límite plástico del suelo y tendrá un efecto principal
sobre el tamaño de agregados. Sin embargo, cuando el suelo se encuentra excesivamente
húmedo, según Snyder y Miller (1989), el requerimiento de energía para el fracturamiento
es mayor que cuando el mismo se presenta friable, ya que parte de dicha energía se gasta
en la deformación plástica previa. El suelo rompe bajo un patrón de ruptura “flexivo o
combado”, en el que se fragmenta hacia adelante del extremo cortante, definiendo una
superficie de corte curva, en donde el suelo pierde contacto con la herramienta hasta que
cae por su propio peso, momento en el que sufre fracturamiento ( Elijah y Weber 1971),
definiendo un tamaño de terrones mayor a aquellos generados con menor humedad edáfica,
debido al cambio en el patrón de fisuramiento del suelo hacia un modo en “plano de corte”.
Por el contrario, cuando el suelo está friable se vuelve quebradizo, respondiendo a un modo
de ruptura en “plano de corte”, en la que la fuerza ejercida al suelo se incrementa a partir del
extremo de la herramienta hacia el resto de la masa del suelo formando planos de corte,
desde el extremo de la herramienta hasta la superficie, con un ángulo próximo al valor
teórico de (45° - ϕ/2), (Elijah y Weber, 1971; Stafford, 1979).
Baver et al. (1972), sostienen que una labor de aflojamiento realizada en una
condición de humedad del suelo cercana al límite de plasticidad, es poco eficiente ya que no
se produce fracturamiento del subsuelo, siendo la condición ideal para la labranza el
intervalo de humedad correspondiente a la consistencia friable.
Rajaram and Erbach (1996) mencionan que cuando el suelo se presenta friable, el
suelo puede romper en forma de “colapso”, modo que resultaría similar al patrón en “plano
de corte” mencionado por Elijah y Weber (1971). Este tipo de fracturamiento se produciría
cuando la estructura del suelo colapsa al comprimirse la masa del suelo en frente de la
herramienta. Según los autores, este tipo de fracturamiento parecería estar asociado con la
formación de agregados de menor dimensión, comparados con los generados por otros
formas de fisuramiento. Los mismos autores plantean otro patrón de ruptura, el de “fractura
o agrietamiento”, el cual se genera en la mayoría de los suelos cuando la humedad no
excede el límite plástico. El tamaño medio de agregados esperado respondería a un rango
intermedio entre el anterior modo de fracturamiento y aquel generado a elevados contenidos
hídricos.
Machado et al. (1996), trabajando con un escarificador de timones rectos con rejas
estrechas a 20 cm de profundidad, sobre un suelo arenoso franco, encontraron que cuando
el contenido hídrico ascendía de 7 a 12 %, el tamaño medio de los agregados ascendía, lo
cual fue atribuído a un incremento en la resistencia de los terrones a desintegrarse.
Resultados semejantes fueron obtenidos por Cresswell et al., (1991) determinaron que
existía interacción entre la intensidad de laboreo y la humedad edáfica previa a la labranza
en un suelo franco limoso, observando que cuando la intensidad era elevada y el contenido
hídrico correspondía a 0,58 veces la humedad del límite inferior de plasticidad, la proporción
de agregados pequeños se incrementaba con respecto a la labor realizada a un contenido
hídrico cercano a ese límite, pero los agregados generados a mayor contenido hídrico
fueron más inestables mecánicamente que los producidos a menor humedad. De acuerdo a
Hadas y Wolf (1983) en suelos muy secos el proceso de fragmentación de los terrones
durante la labranza se produce por la acción abrasiva entre los mismos terrones y de la
superficie del implemento.
Otro aspecto mencionado como condicionante del resultado de la descompactación
es la densidad aparente. El incremento de la densidad aparente de los suelos por lo general
incrementa la resistencia al corte, (McNabb y Boersma, 1993), aumentando tanto los
valores de cohesión como de ángulo de fricción interna (Ayers, 1987) y por lo tanto la
energía invertida en la operación de labranza. Wells y Treesuwan, (1978) encontraron que
el índice de cono, el módulo de deformación o ruptura y el ángulo de fricción interna del
suelo, mostraban una dependencia apreciable con el contenido de humedad y la densidad
aparente del mismo.
Klein et al., 1992, evaluaron el efecto de diferentes escarificadores sobre el diámetro
de agregados de un suelo arcilloso y encontraron que los valores de diámetro medio
geométrico eran menores a los obtenidos por Klein (1990), citado por Klein et al., (1992)
en ese mismo suelo, atribuyéndolo a que en este último, la densidad del suelo era mayor. A
similar resultado arribaron Spoor y Fry (1983), trabajando en un suelo franco arenoso;
evaluaron el disturbio producido por la labranza con rejas planas y angostas, encontrando
que el aflojamiento fue mayor en el suelo con mayor DAP. En la condición de menor DAP,
en cambio hubo un leve incremento de la compactación en la profundidad y en superficie.
Smith et al., (1989) sostienen que la densidad del suelo modifica el patrón de ruptura
del mismo. A elevada DAP, el suelo se desplaza tridimensionalmente: hacia arriba, hacia
delante y hacia los costados de la herramienta de labranza. Cuando la DAP es baja, el
movimiento del suelo se produce en dos direcciones: hacia delante y hacia los costados de
la herramienta, pudiendo generar compresión ambos lados de la herramienta. Griffith
(1924), citado por Snyder y Miller (1989), analiza la deformación y fracturamiento del suelo
sometido a fuerzas de tensión. Sostiene que en materiales elásticos, el agrietamiento del
suelo producto de las fuerzas de tensión y corte aplicadas, comienza una vez que la
concentración de las fuerzas de tensión en los extremos aguzados de las cavidades
dispuestas perpendicularmente a la dirección de la fuerza aplicada, alcanza un valor máximo
característico de cada material, a partir del cual se inicia la propagación o crecimiento de las
grietas. Este valor de tensión máxima es varias veces mayor que la fuerza aplicada y
depende de la geometría de los poros o cavidades existentes.
Spoor y Godwin (1978), evaluaron el aflojamiento profundo del suelo producido por
diferentes púas rígidas y afirman que existe una profundidad crítica para cada forma y
configuración de herramienta y para cada condición de humedad y densidad del suelo
laboreado. Además, Sostienen, además, que el aflojamiento del suelo probablemente
durará más tiempo, si las unidades estructurales disturbadas sufren un reacomodamiento o
reorientación cuando caen unas sobre otras. El reacomodamiento más efectivo en
profundidad se produce con rejas aladas y mientras mayor sea la altura de elevación de la
misma, mejor es el reacomodamiento de las nuevas unidades estructurales. Evaluaron
además la incidencia del ancho de las alas, de la altura de elevación de las mismas y de la
posición de estas en la reja del subsolador, sobre la fuerza de tracción, el área disturbada y
la resistencia específica. Encontraron que a mayor ancho del ala, mayor es el esfuerzo de
tracción y el área disturbada, siendo mayor su incidencia sobre esta última, por lo que la
resistencia específica es menor. De la comparación de tres alturas de elevación del ala, de
25, 20 y 15 mm, observaron que el valor intermedio era el que menos incrementaba el
esfuerzo de tracción y su resistencia específica era significativamente menor que con la de
mayor valor. Con respecto al posicionamiento del ala en la reja del subsolador, encontraron
que ésta no influía sobre el esfuerzo de tracción ni sobre el área disturbada, coincidiendo
con lo observado por Ahmed y Godwin (1983). Busscher et al., (1988) por su parte,
encontraron que el grado de fragmentación de las capas compactadas por efecto del
subsolado, fue más extenso cuando se utilizaron montantes rectos angulados, tipo
paraplow, que cuando se laboreó con aquellos curvados en forma parabólica.
En cuanto a la distribución de los agregados en el perfil, Davis et al., (1982) indican
que la cama de siembra y el lecho ideal el desarrollo del sistema radical, debe contener los
gránulos o agregados más finos y más firmes en profundidad y los de mayor tamaño en
superficie, de modo que éstos puedan reducir el impacto de las gotas de lluvia. En
contraposición a esto, Baver et al., (1972) indican que el tamaño de los agregados en
superficie no debe ser demasiado grande de modo de permitir un íntimo contacto entre el
suelo y la semilla. En función de ello, se desprende que las condiciones del suelo que
reducen sus riesgos de erosión, no son necesariamente las mismas que propician una cama
de siembra favorable, para la implantación de los cultivos, por lo que los aspectos
relacionados a la protección mecánica de la superficie con residuos de cosecha, resultan de
suma importancia también al evaluar una operación de labranza. El porcentaje de cobertura
remanente y la rugosidad superficial generada por la labor brindan protección a la capa
superficial. La cobertura superficial disipa la energía de la gota directa de la gota de lluvia y
reduce la erosión. Provee, además, resistencia mecánica al flujo de agua , por lo que
decrece el potencial de erosión (Foster et al., 1982).
Tal como se desprende de las contradicciones especificadas en el párrafo anterior,
las condiciones de labranza y los objetivos perseguidos, plantean frecuentemente distintas
alternativas que hacen necesario un nuevo análisis de las situaciones creadas, ante los
nuevos escenarios. Por ejemplo, los escarificadores, en general, como fue explicado en
apartados anteriores, producen un fuerte efecto de estratificación de los agregados, por lo
que resultan aperos de labranza funcionales la idea de Davis et al., (1982), favoreciendo en
ese mismo proceso que los agregados de mayor tamaño queden a nivel superficial y
atiendan por lo tanto a los criterios conservacionistas de reducir los riesgos de erosión
hídrica y eólica como también las posibilidades de encostramiento por impacto de la gota de
lluvia. Además, la elevación del terreno, el cambio de posición de los agregados y la
presencia de residuos en superficie aumentan la rugosidad espacial, tanto sistemática,
producto del desplazamiento lateral del suelo de la línea de trabajo de las rejas, como la
aleatoria, producto de la ubicación individual de los agregados sobre la superficie del suelo.
Planteado de esta forma y tratando de imaginar la situación en el campo, difícilmente
alguien visualice la situación descrita como aquella en la cual se pueda pensar en un
funcionamiento adecuado y eficiente de una máquina sembradora para alcanzar un alto
grado de precisión en la distribución de la semilla en la línea de siembra, tanto en lo referido
a equidistancia como uniformidad de profundidad.
En los sistemas con remoción, este tipo de inconvenientes, tiene una solución
relativamente sencilla, lo cual no quiere decir adecuada o económica, menos aún viable
desde el punto de vista de un balance energético, ni de la sustentabilidad del sistema. Si los
agregados que quedan en superficie, producto de una labor de descompactación resultan de
un tamaño excesivo, se puede solucionar con algún tipo de rastras o combinación de aperos
de laboreo secundario que tienen como principal característica de trabajo justamente esa:
romper, desagregar, disminuir el tamaño de los terrones, tratando de generar un Diámetro
Ponderal Medio compatible con la implantación de los cultivos. En algunos sistemas, resulta
habitual que la labor de descompactado se efectúe cerca del momento de siembra, luego de
haber prácticamente terminado de preparar la cama para el depósito de la semilla. En otros,
el uso de descompactadores de profundidad combinados, se realiza al principio del
barbecho, mientras que algunos planteos, como combinaciones de descompactadores y
rastras de discos tratan de solucionar la totalidad de los objetivos planteados en un único
pasaje sobre el suelo
En sistemas sin remoción del suelo, con problemas de compactación y por lo tanto
necesidad de descompactación la solución de los problemas parece muchas veces más
sencilla de lo que realmente es. Si el suelo está compactado, se debe descompactar. Sin
embargo, las soluciones deben atender en este caso, fuertemente a realizar el mínimo de
pasajes posibles sobre el suelo, a disturbar lo menos posible la superficie, crear la menor
cantidad de irregularidades (aleatorios o sistemáticas) a no perder el capital de residuos
acumulados en los años de instalación del sistema y resolver el problema de
descompactación subsuperficial y frecuentemente también a nivel superficial.
En el análisis, se vuelve entonces al inicio del problema y a las contradicciones
permanentes que existen hoy en la mecanización agrícola: Se debe descompactar porque el
suelo se compactó. Se debe generar una determinada cantidad de “tierra fina” agregados de
pequeño tamaño, pero los mismos deben ubicarse en distintos lugares, superficial o
subsuperficialmente según el objetivo principal. Las diferentes máquinas agrícolas cumplen
con distintos objetivos de labranza según las características de diseño más importantes, por
lo cual, es difícil encontrar una sola máquina que resuelva todos los objetivos; sin embargo,
las necesidades de un balance energético positivo, los costos productivos y cuestiones
intrínsecas de los distintos sistemas de labranza conllevan en los últimos años a la
disminución en el uso de maquinaria de labranza y se afirma la tendencia de la siembra sin
roturación previa, con un único pasaje de la máquina sembradora. A ello se suma que el
suelo más compactable, es el que ha sido recientemente labrado y es necesario labrar, para
poder descompactar. Luego de descompactar, se sigue transitando para sembrar,
pulverizar, fertilizar, cosechar, sacar los granos del lote y se lo hace tratando de aumentar la
eficiencia a partir de la reducción de costos, con tractores y máquinas cada vez más
pesadas y potentes. O sea que volvemos al principio, o sea a producir procesos de
compactación, que por hacerlo con tractores cada vez más pesados, será cada vez a
mayores profundidades en el perfil del suelo y abarcará cada vez más estratos, de manera
más severa. Por otra parte, si la selección de rodados no es la adecuada, el perfil del suelo
se compactará desde la superficie. Como conclusión surge por lo tanto, que el problema
sigue siendo, aún, un problema.
Spoor et al. (2003) realizan, en un trabajo de revisión, un abordaje integral de la
problemática de la compactación de suelos, los procesos de descompactación,
recompactación y las posibilidades de prevenir o minimizar la misma. En lo referente al
tamaño de agregados, afirman que la labor de descompactación debe “fisurar” el suelo,
generar grietas aliviando la capa compactada, sin modificar el estado aparente del resto del
suelo. Este tipo de roturación del suelo puede ser definido como fisuración sin aflojamiento,
permitiendo que la capacidad de soporte del sea mantenida. Este objetivo puede ser
alcanzado de mejor manera, según los autores, sometiendo la capa compactada a la
fractura por tensión permitiendo que el suelo entre las fracturas permanezca intacto. La
fractura por tensión puede ser alcanzada por la elevación del suelo por medio de una reja
subsuperficial, que somete a la flexión al estrato de suelo inmediatamente por encima de
ella (Fig. 47)
Dirección de avance

reja

Figura 47. Esquema de roturación por flexión de la capa del suelo endurecida por flexión
El tipo de descompactadores que son capaces de efectuar este tipo de rituración del
suelo son los subsoladores alados, los subsoladores de montante angulado (lateralmente,
tipo Para till) y los escardillos subsuperficiales. Un esquema de los 3 implementos se
muestra en la figura 48.
Subsolador
alado

Escardillo
subsuperficial

Paratill

Figura 48. Esquema de los distintos tipos de descom`pactadotes aptos para fisurar sin
aflojar (Adaptado de Spoor et al., 2003)

Los subsoladores alados, con sus distintas variables de diseño y operativas, fueron
descritos anteriormente, al igual que las distintas alternativas y características de los
descompactadores de montantes angulados. En cambio, los escardillos o cultivadores
subsuperficiales no fueron siquiera mencionados hasta el presente. En la República
Argentina, este tipo de aperos de labranza jamás fue utilizado a nivel subsuperficial. Los
mismos podrían asimilarse a los cultivadores del tipo de escardillos grandes, con reducido
ángulo de ataque. También resultan semejantes a los aperos denominados “Pié de Pato”,
difundidos en la región semiárida, para el trabajo a nivel superficial, produciendo el control
de malezas, junto a una mínima remoción del suelo. El tamaño de las rejas, para esos
implementos era de 0,60 a 0,90 m de ancho para cada órgano activo, a diferencia de los
usados internacionalmente para descompactación subsuperficial, que rondan 0,4 a 0,6 m de
ancho de labor por reja
El grado de fisuramiento del suelo y el tamaño de las fisuras producidas durante la
operación sobre el terreno depende no sólo de la altura de elevación del subsolador alado o
de la aleta, sino también de la profundidad de trabajo y de las condiciones de humedad del
suelo. Para un determinada altura de elevación producida por las alas del subsolador,
cuanto mayor sea la profundidad de trabajo del descompactador, menor será la perturbación
del suelo, menor la cantidad de las fisuras creadas y más limitadas en su extensión. Del
mismo modo, con la aplicación de una determinada altura de elevación a una profundidad
de trabajo constante, cuanto más cerca se encuentre la condición de humedad del suelo de
la que se corresponde con el estado plástico del mismo, menor cantidad de fisuras se
generarán con la labor. Si estas condiciones ocurren en un suelo con una alta cohesión
interna, es probable que no se produzcan fisuras, en particular cuando la profundidad de
trabajo es alta. El grado de fisuras que se producen, por lo tanto, dependen en gran medida
de las decisiones que toma el operario de máquinas agrícolas. Ajustes a la altura de
elevación del ala o de la aleta y / o de la profundidad de trabajo del subsolador, a lo largo de
una amplia gama de condiciones de humedad, puede permitir que la perturbación del suelo
deseada sea realmente alcanzada
La uniformidad de las fisuras en el terreno depende del espaciamiento de los
órganos activos, y este debe ajustarse para garantizar que la masa del suelo en el área
problema se levante. Un espaciamiento entre órganos activos entre 1,5 y 2,0 veces la
profundidad de trabajo, dependiendo de las condiciones de humedad del suelo, suelen ser
necesarios para lograr este objetivo; Estos espaciamientos también deberán dejar la
superficie del suelo nivelada. La profundidad de trabajo, según estos investigadores,
idealmente debe ubicarse justo por debajo de la zona problema, solamente algo más
profundo puesto que es lo que se requiere para producir el tipo de perturbación del suelo
buscada. Indican además, que idealmente, la operación de “fisuramiento” debe llevarse a
cabo lo más tarde posible en cualquier secuencia de las operaciones sobre el terreno, de
preferencia justo antes, si no después de la siembra, lo que reduce el riesgo de volver al
estado de compactación anterior por el pasaje posterior de las ruedas de los vehículos que
transitan el suelo después del descompactado. Cuanto más largo es el período de tiempo
disponible para tratar que el perfil del suelo logre estabilizarse, antes de ser sometido a más
carga, mayor es la posibilidad de recuperar la resistencia del suelo y más permanente y la
mejora es probable que sea más exitosa se. También es importante que después se realice
la siembra de cultivos con un vigoroso y profundo sistema de enraizamiento, como por
ejemplo, el de los cereales, para completar el proceso de estabilización.
Sin lugar a dudas, la propuesta resulta, como tal, original y diferente a lo que
habitualmente se asocia a las labores de descompactación, roturación intensa de la capa
compactada y un gran aflojamiento del suelo. La recomendación básica que surge del
análisis de la problemática es que cuanto más tarde sea necesario realizar una
descompactación mejor será; por ello, resulta fundamental evitar lo más posible que la
compactación efectivamente se produzca. Un concepto adicional, es que la presencia del
piso de labor o de una capa compactada, solamente debe ser removida cuando la misma
limita el crecimiento radical, el drenaje o la aireación. Asociado a esto, serán las plantas y
sus raíces, el mejor y más sencillo indicador para establecer cuándo es necesario realizar
una intervención mecánica en el suelo. La misma, no debe tratar de realizar todo el trabajo,
sino el mínimo que brinde una nueva posibilidad para que sean los factores biológicos los
que estabilicen el sistema y le den continuidad en el tiempo.

La labor profunda y sus efectos


Si hay alguna característica que puede destacarse de los trabajos que han intentado
comprender los distintos efectos de la descompactación mecánica del suelo es la
variabilidad, principalmente en los aspectos vinculados al rendimiento en grano de los
cultivos. No ocurre lo mismo en lo referente a las propiedades físicas, donde
mayoritariamente es notable una mejora en la mayoría de las mismas, aunque su duración
en el tiempo suscita algunas divergencias. También es cierto, que la mayoría de los trabajos
han subestimado los aspectos inherentes al diseño de la propia máquina y a los aspectos
operativos de la misma, que pueden tener efectos relevantes en las consecuencias del
trabajo sobre el suelo y el cultivo. Tal vez, los mismos no son tenidos en cuenta dentro del
sistema bajo estudio, por entender que existen factores de mayor jerarquía. Si bien esto es
cierto, muchas veces los efectos no pueden ser entendidos, si no se conocen las
particularidades de diseño del descompactador, como por ejemplo el ancho de la reja, el
ángulo de las rejas, el ancho de las alas, el ángulo de las alas, la altura de elevación, la
velocidad real de avance, la distancia entre órganos activos. Peor aún, no es común que se
hagan calicatas para determinar si se superó la profundidad crítica y si se alcanzó un
fracturamiento adecuado en profundidad, entre los órganos activos. Dentro de este marco,
es que se transcriben y analizan distintos aportes efectuados sobre las consecuencias del
laboreo profundo
Cisneros et al., (1998 (b)) evaluaron el efecto de aflojamiento del suelo con un
subsolador alado “reja cero”, sobre el grado de homogenización física del perfil,
comparándolo con una situación bajo siembra directa. El diseño utilizado (Fig. 49), es una
clara demostración de la aplicación de los aspectos conceptuales del diseño de rejas aladas
a la solución del problema de degradación física del suelo, tratando de ser eficaces y
eficientes. Para ello, utilizaron un bastidor de arado de reja y vertedera en desuso, al cual le
adaptaron rejas del tipo “pata de ganso” (escardillo chico). Encontraron que luego de cuatro
años de laboreo con este dispositivo, se había logrado una significativa homogenización
física tanto en sentido vertical como horizontal de los primeros 30 cm del perfil, con
disminución en la resistencia a la penetración y en la densidad aparente de esta capa.
Bricchi et al., (1996), observaron que luego de una labor de subsolado con “reja cero” en un
suelo Haplustol tipico, la disposición de los terrones era fragmentaria, pudiéndolos
individualizar claramente.
Figura 49. Vista lateral y frontal del apero Reja Cero

Ferreras et al.,(1998) trabajando en un Argiudol típico, bajo un sistema de siembra


directa y labranza vertical observó que en el primer caso, un 62 % de la superficie del perfil
presentaba estado compacto y, de este sector, un 40% no presentaba porosidad visible. Por
el contrario, el perfil bajo labranza vertical presentaba un 58,8% de suelo no compactado,
con predominio de tierra fina en superficie. En profundidad, solo un 27,8% no presentaba
porosidad interna. Estos resultados se tradujeron en diferencias en el rendimiento del
cultivo, a favor de la labranza vertical.
Clark, et al. (1993), evaluaron el efecto del paraplow (MR) y encontraron que a
medida que la frecuencia de pasaje de esta herramienta disminuía, aumentaba la resistencia
del suelo, disminuía la tasa de infiltración y el efecto de la labor se hacía más superficial.
Además, sostuvieron que, a pesar de que en el rendimiento de cultivos influye una
diversidad de factores, con los efectos positivos que produce un aflojamiento anual, esta
herramienta estaría minimizando los problemas para el crecimiento de cultivos generados
por la compactación del suelo.
Sojka et al., (1993); Carter et al., (1996) y Pikul y Aase (1999), observaron
incrementos en la velocidad de infiltración del agua como y consecuentemente
disminuciones en la erosión producida por el escurrimiento, debido a la labor de subsolado.
Los autores atribuyeron el incremento en la velocidad de entrada del agua al suelo, a que la
labor de subsolado genera continuidad del espacio poroso producido por ella.
Erbach et al., (1992) compararon el efecto de varias herramientas de labranza
vertical con tratamientos no laboreados y con aquellos que recibieron arado de reja y
vertedera, sobre la cobertura superficial y encontraron que el paraplow (MR) produjo un
adecuado aflojamiento del suelo, preservando en promedio un 67% de cobertura superficial,
diferenciándose sólo en un 15% o menos con el tratamiento bajo no labranza. El arado de
cinceles mantuvo en promedio un 36% de cobertura superficial, mientras que el arado de
reja y vertedera produjo una inadecuada cobertura superficial del suelo. En esta variable
interviene también el tipo de reja utilizado en la labranza. Las rejas aladas y las tipo pie de
pato de corona baja, dejan mayor porcentaje de cobertura superficial que las rejas tipo cincel
convencionales y éstas más que aquellas de extremos retorcidos y las helicoidales (SCS-
USDA, 1992; Johnson, 1988).
En relación con el crecimiento del sistema radical, Harrison et al., (1994) observaron
que el efecto del subsolado condujo a un significativo aumento en la conductividad hidráulica
de la capa compactada, en la longitud de raíces y en el porcentaje total de raíces presentes
por debajo de los 30 cm, lo que finalmente se tradujo en un mayor rendimiento del cultivo,
comparado con una situación no subsolada.
En una experiencia de 7 ciclos de cultivo, llevada a cabo en un suelo franco arenoso
compactado, Orellana et al. (1990) demostraron que la labranza profunda redujo la
resistencia del suelo, estimuló el enraizamiento profundo y promovió un crecimiento radical
rápido. Sojka et al., (1997), evaluaron diferentes labores de subsolado y encontraron que si
se consideraba una profundidad de 0,50 m, el 60% de los valores de índice de cono eran
inferiores a 1,5 MPa, mientras que en las parcelas no subsoladas, esta proporción sólo era
de un 30%. Gill et al., (1996), observaron incrementos en la profundidad y densidad de
raíces, debido al efecto de la labranza profunda comparada con la labranza convencional y
Vepraskas y Miner (1986) y Orellana et al., (1990) encontraron que el número de raíces,
creciendo por debajo de la capa originalmente densificada, se había incrementado en las
parcelas subsoladas a diferencia de lo ocurrido en aquellas no subsoladas.

Persistencia del aflojamiento producido por la labranza profunda


La duración de los efectos de las labores de descompactación adquiere relevancia
en relación con la energía requerida para la misma, los costos que conlleva y los menores o
mayores beneficios generados, desde el punto de vista de las propiedades físicas del suelo
como así también de los efectos sobre el rendimiento de los cultivos. Además, la
persistencia de las condiciones de baja resistencia a la penetración, debidas a la labranza
profunda, es relevante al momento de definir la frecuencia de este tipo de operación (Barber,
1994). Sojka et al., (1990) sostienen que los beneficios de aflojamiento del perfil mediante el
subsolado dependen de la profundidad y magnitud de la disrupción y de la persistencia de la
misma a lo largo de la estación de crecimiento del cultivo.
En este contexto, Raper (2005) menciona que el escarificado a profundidades
excesivas, además de implicar un incremento en la energía necesaria para su realización,
puede promover futuros problemas y a mayores profundidades, como consecuencia del
tráfico posterior a la labranza.
En relación a la persistencia del efecto de aflojamiento, existen resultados diversos
en las experiencia citadas en la bibliografía. La persistencia de adecuadas condiciones
físicas del suelo, baja resistencia a la penetración, debidas a la labranza profunda, es
relevante al momento de definir la frecuencia de este tipo de operación
Dexter (1991), sostiene que un suelo con inadecuadas condiciones físicas (sin
agregación, masivo, duro, anaeróbico), puede ser transformado temporalmente, a través de
la labranza , en un suelo con estructura aparentemente cercana a la óptima (cama de
siembra con agregados entre 1-5 mm de diámetro, sobre un subsuelo flojo y bien drenado).
Sin embargo, esta estructura está lejos de encontrarse en equilibrio, siendo inestable
mecánicamente, con posibilidades de colapsar cuando se humedece, pudiendo quedar
físicamente tan mal o a veces peor que antes del laboreo.
Busscher et al.(1986), observaron que un suelo franco arenoso, débilmente
estructurado, la resistencia postlabor se había incrementado de 1,5 a 2,5 MPa en un año,
punto a partir del cual el estado mecánico del suelo fue restrictivo para las raíces y toda
traza del subsolado previo, había desaparecido dentro de los dos años posteriores a la
labranza. Sojka et al. (1990), trabajando en un suelo similar al anterior (Paleudult franco
arenoso) encontró que la reconsolidación ocurrió dentro de un período de 27 días después
del subsolado, produciéndose después de una lluvia, y todos los signos del subsolado
habían desaparecido al final de la estación del cultivo.
Unger (1993) encontró que el aflojamiento del suelo, a través del cincelado, era de
corta duración, debido a las subsecuentes labranzas que provocaron la reconsolidación del
suelo. Este mismo autor, evaluó la duración del efecto del aflojamiento con paraplow (MR),
utilizando las variaciones en la resistencia a la penetración y en la densidad aparente como
indicadores de la reconsolidación del suelo y encontró que no existía una tendencia clara de
como el suelo volvía a su condición original, atribuyéndolo a variaciones en el contenido de
humedad del suelo al momento de realizar el subsolado y en las operaciones de labranza
secundaria.
Carter, (1988 (a)) comparó la persistencia del aflojamiento del suelo con arado de
rejas, paraplow y siembra directa. Encontró que al cabo de 5 meses después de la labor, la
profundidad de suelo aflojado con arado de rejas había declinado en un 30% y en el caso
del suelo laboreado con paraplow en un 60%. Observó, además, que en el transcurso de la
estación de crecimiento del cultivo, en todos los tratamientos, se produjo un incremento
gradual de la resistencia a la penetración. Esto, probablemente se debió a la reconsolidación
producida por las operaciones de manejo de postsiembra y a las uniones entre partículas y
agregados del suelo, debido a los procesos de humedecimiento y secado (Koolen y
Kuipers, 1983).
Vepraskas et al., (1995) encontraron que el efecto residual del subsolado sobre el
crecimiento de raíces, se mantenía alrededor de los dos años posteriores a la labranza, para
desaparecer al tercer año por efecto de la recompactación. Estos autores sostienen,
además, que el beneficio máximo de la labranza profunda, sobre los rendimientos, ocurrió
cuando la misma se realizó anualmente, coincidiendo con lo postulado por Busscher et al.,
(1986) quienes plantean que el efecto del subsolado se manifiesta en las etapas tempranas
del crecimiento de las raíces de cultivos, ya que posteriormente se produce la
recompactación de las capas aflojadas.
Por otro lado, Karlen et al. (1991) sugirieron que dos o tres años de subsolado,
generarían una fragmentación estable de la capa laboreada, lo que podría proveer, a largo
plazo, efectos benéficos para el crecimiento de cultivos, sin necesidad de subsolar
anualmente.
Carter et al. (1996) estudiaron la persistencia de la labor de aflojamiento bajo
condiciones de mínimo tráfico vehicular. Encontraron que la recompactación, de las capas
aflojadas, ocurrió dentro de los tres años posteriores a la labranza, iniciándose durante el
primer año después de la misma. Estos mismos autores sostienen además que los cambios
periódicos que ocurren en la geometría porosa como resultado de ciclos de humedecimiento
- secado, congelamiento - deshielo, podrían favorecer el proceso de reconsolidación.
Barber (1994) en un ensayo de 4 años de duración, observó que la reconsolidación,
posterior a la labranza, no afectaba el crecimiento de raíces tan severamente como el suelo
compactado previo a la labranza. Las diferencias, con respecto a una situación de labranza
convencional, se mantuvieron por al menos 3 años posterior a la labranza. Este mismo autor
probó diferentes labranzas profundas y en todas ellas observó una reducción de la
resistencia del suelo por efecto de la labranza. Sin embargo, en todas ellas se produjo
recompactación, alcanzando valores de resistencia a la penetración restrictivos para la raíz,
después de los dos años de la labor. El proceso de recompactación se produjo tanto desde
abajo hacia arriba, como desde arriba hacia abajo.
Barber (1994) explica en parte este comportamiento, sosteniendo que cuando las
precipitaciones ingresan al perfil disgregan los terrones débilmente estructurados,
promoviendo un reacomodamiento y empaquetamiento cerrado de las partículas,
conformando nuevamente una matriz densa. Sojka et al. (1990) sostienen que la
reconsolidación de la capa laboreada después de una lluvia, es un problema común en
suelos Paleodults franco arenosos finos. Otra de las posibles causas de este
comportamiento estaría relacionada a la baja capacidad de autoregeneración estructural que
presentan los suelos de textura franco limosa, atribuída a la falta de minerales expansibles,
lo que ocasiona un moderado cambio de volumen y por lo tanto una escasa formación de
porosidad de aire (microgrietas y fisuras ) a medida que el suelo se seca (Jayawardane y
Greacen, 1987; Dexter, 1988). Consentino et al. (1998) evaluaron las curvas de
expansión-contracción, de suelos con 30% de arcillas illíticas de la Pampa Ondulada, y
encontraron que las mismas tenían un comportamiento muy rígido. Tendencias similares
fueron halladas por Taboada et al. (1996), aunque (Barbosa et al. 1999) , concluyen que
los suelos franco limosos no son totalmente rígidos y que la baja capacidad de regeneración
de poros no se relaciona con la falta de arcilla expansible.
Barbosa et al. (1997) estudiaron el efecto del régimen de humedad sobre la
regeneración de la estructura y encontraron que los pequeños macroagregados,
microagregados y partículas inicialmente presentes, al ser puestos a humedad constante,
tendieron a unirse naturalmente entre si, dando así lugar a un aumento en el DPM de
agregados. La probabilidad de contacto entre partículas aumenta con la presión ejercida por
el mismo suelo, lo cual podría explicar los aumentos de DPM observados en las capas
subsuperficiales. Cuando se produjeron ciclos de humedecimiento-secado, con vegetación
presente, el DPM de los agregados fue mayor que a humedad constante, debido
probablemente a que la extracción de humedad por las raices generó un desecamiento más
pronunciado del suelo, favoreciendo el endurecimiento debido a la cementación que sufren
las partículas por óxidos de Fe , Al y Si.
La velocidad de secado del suelo, según Gerard et al.(1962), es otro factor que
influiría en el grado de empaquetamiento generado posteriormente a la labranza. Cuando el
secado es lento, el empaquetamiento es más compacto, con ligaduras físico-químicas más
fuertes entre partículas que cuando el mismo se produce rápidamente. El secado lento
genera una mejor distribución y orientación de las partículas, especialmente de arcilla y limo,
mientras que en el desecamiento rápido, se produce una acción disruptiva de la estructura,
al perderse las moléculas de agua, generando de este modo un mayor espacio de poros que
en el secado lento. Estos autores sostienen, además, que la velocidad de reordenamiento
de las partículas es relativamente rápida, por lo que los efectos benéficos del subsolado
tendrían poca duración.
Cholaky (2003) analiza los efectos del trabajo con descompactadores de diseño
alado sobre dos condiciones de compactación, baja y alta que se corresponden con terrenos
previamente subsolados y no subsolados respectivamente. La situación de: baja
compactación (BC), presentaba un efecto acumulado de cinco años de aflojamiento con
subsolador alado “reja cero”, en donde se observaban sectores en los que perduraba el
efecto de las labores previas asociados a otros en los que se había producido
recompactación; es decir que la capa a descompactar con la labranza se presentaba
discontinua en cuanto al nivel de compactación. La situación de alta compactación (AC), se
encontraba bajo siembra directa durante el mismo período, en donde la capa a aflojar se
presentaba uniformemente compactada (Foto 2). El ensayo se efectuó 2 años después del
último trabajo de descompactación realizado.
Foto 2: Capa densificada de la situación de Alta Compactación.

Para la descripción y análisis del perfil cultural, utilizó la metodología propuesta por
Gautronneau y Manichon, (1987), la cual presenta algunos puntos de contacto con la
recomendada por Spoor et al., (2003) para identificar aquellos lotes que requieren tareas de
descompactación.
De la observación de la capa del perfil afectada anualmente por las labranzas (0,3
m), denominada según Henin (1960), el " perfil cultural", se evidenció una partición vertical
correspondiente a la diferenciación de las capas generadas por los diferentes manejos que
han recibido las situaciones de compactación, además de los horizontes pedológicos.
Figura Evaluación de 2 condiciones de suelo, alta y baja compactación de acuerdo con la
metodología del Perfil Cultural (Cholaky, 2004)

En el perfil correspondiente a la situación de AC, se diferenciaron 4 capas: H1, H6


H8 y P1 (figura 1), mientras que en BC se distinguieron cinco capas desde la superficie
hacia la profundidad del perfil: H1, H6, H7, H8 y P1 (figura 2). H1, correspondió a la capa
superficial, caracterizada por un alto grado de pulverización estructural. H6 y H8
correspondieron a capas densificadas, comúnmente denominadas "piso de rastra" y "piso de
arado" respectivamente, por corresponder a las profundidades normales de trabajo de
dichos implementos. P1 correspondió a la cabeza del horizonte genético Bw1. H7 fue el
sector donde aún perduraba el efecto de la labor de descompactación con reja cero
realizada durante los cinco años previos a la medición. H8 correspondió como se expresó
previamente, a una compactación de orígen antrópico, producto de la extensa historia de
uso agrícola a la que habían estado sometidos los suelos de la región manisera del centro
de Córdoba . En la situación de AC, la capa densificada (H8), se presentó uniformemente
compacta desde los 0,12 a 0,30 m de profundidad aproximadamente (figura 1), lo cual
indicaría que la misma sería el resultado del tránsito combinado de tractores e implementos.
En relación a ello, Mckyes (1985), sostiene que es evidente que no sólo el peso del equipo
influye en la densificación generada por su tránsito, sino también el número de pasadas que
realiza el mismo, ya que a medida que se incrementa la cantidad de pasajes, aumenta
progresivamente la profundidad y el ancho del volumen de suelo compactado. En BC en
cambio, (figura 2), el espesor de la capa densificada se presentó desuniforme debido a que
en la misma profundidad, H8 apareció entrecortado por sectores de menor cohesión
denominados H7, correspondientes al efecto de las labores anteriores con reja cero. Según
la autora, resultó evidente que en BC se había producido una recompactación o
reconsolidación de los terrones disgregados por la antigua labor con reja cero, indicando
que la reconsolidación del pan inducido se produjo desde arriba y desde abajo del perfil
cultural. En el primer caso como resultado del tránsito posterior a la labranza, el cual
imprime fuerzas sobre un medio poco resistente. En el segundo, por efecto de las lluvias
que al ingresar en el perfil van desmorando los terrones inestables y por lo tanto arrastrando
partículas hacia la base del perfil, donde vuelven a reacomodarse, coincidiendo con lo
observado por Barber (1994). Como resumen de lo expuesto, la duración del efecto de
descompactación en los suelos en los que se llevó adelante la experiencia, duraron al
menos 2 años, pero la evolución del perfil cultural muestra claramente el avance de los
procesos de recompactación
Del trabajo realizado por Cholaky en el año 2002, que incluyó como variables
también el estado de humedad al momento de realizar la labor, se desprenden, según la
misma, una serie de conclusiones, que reafirman algunos de los conceptos ya analizados y
brindan algunos elementos novedosos e interesantes de seguir investigando. Entre ellas se
destacan los siguientes aspectos.
Por un lado, la labor con subsolador alado “reja cero”, generó una marcada
fragmentación del perfil cultural de ambos niveles de compactación y variantes de humedad
evaluadas, definiendo una disposición de los terrones fragmentaria, en la que es posible
individualizarlos claramente. Sin embargo, la labor no modificó el estado interno de los
terrones, caracterizado por una alta cohesión, con caras de ruptura lisas, sin porosidad
visible. Esto implicaría, la necesidad de cuidar en sobremanera la condición física del suelo,
para no llegar a estructuras como las mencionadas, de carácter casi irreversible.
El fracturamiento producido en el perfil cultural por la labor con el subsolador alado,
fue independiente del nivel de compactación al momento de realizar la labor y en ambas
situaciones de compactación, la mayor reducción de la densidad aparente y del diámetro
ponderal medio de agregados se produjo en las capas más densas y próximas a la
profundidad de trabajo de la reja. Si a ello se agregan los efectos de estratificación de los
agregados, es posible entender que se generan condiciones para los procesos de
recompactación en profundidad, independientemente del tránsito posterior a la labor.
La condición de humedad al momento de realizar la labor, ejerció una influencia
marcada en el cambio producido en la DAP, en el DPM de los agregados y en la RP del
perfil cultural. La labor realizada en Suelo Húmedo, produjo el mayor grado de
fracturamiento de la capa densificada, evidenciado a través del cambio producido en la DAP,
la RP y en la proporción de agregados < 11 mm. Con el mayor contenido de humedad, la
labranza produjo una reducción en la DAP con respecto a la condición original pero fue
menos intensa que en las restantes condiciones de humedad y se concentró en la
proximidad de la reja de la herramienta. A nivel superficial, en cambio, se incrementó la DAP
y el DPM de agregados de la capa superficial y disminuyó la porosidad de aireación a
valores subóptimos para una adecuada permeabilidad del aire.
La compactación y la humedad al momento de realizar la labor, influyeron sobre la
eficiencia energética de la labor. Además, pudo tener influencia la configuración de los
órganos activos que definieron la relación separación entre rejas / profundidad de trabajo. La
labor en SM fue la labor más eficiente energéticamente en ambas situaciones de
compactación. Sin embargo fue la labor que produjo menor cambio en la condición física del
perfil e incluso lo empeoró con respecto a la situación de partida, por lo tanto
agronómicamente fue la situación más desfavorable para la labor de subsolado con reja
cero. En la condición de Alta Compactación, la labor en SH fue igualmente eficiente que la
realizada en SM, sin embargo el grado de fracturamiento del perfil fue superior al de la
situación más húmeda, indicando Cholaky por lo tanto que agronómicamente fue más
eficiente.
Esta calificación, al menos hoy, resulta discutible a partir de la propuesta de Spoor et
al., (2003). ¿Será el mayor fracturamiento una labor más eficiente o esa eficiencia es lo
suficientemente efímera para que la evaluación general en sistemas reales implique una
peor condición final en relativamente poco tiempo?
La evaluación efectuada, tuvo en el tiempo una duración limitada, dado que la
experiencia fue llevada a cabo en campos productivos y tenía como objetivos evaluar los
efectos de la labor y no del tránsito posterior a la misma para las distintas variables
analizadas. Tal vez, lo que resultó mejor por el tipo de fracturamiento alcanzado, no hubiese
soportado las cargas del tránsito posterior poco tiempo después, dependiendo de qué
vehículos fuesen utilizados.
Otro aspecto interesante, es que el efecto de la humedad sobre la eficiencia
energética y agronómica de la labor varió en función del estado de compactación inicial.
Cuando la situación se presentó homogéneamente compactada, la condición de humedad
más favorable resultó la de Suelo Húmedo, donde el suelo se encontraba friable. Cuando la
situación de partida provino de anteriores labores con subsoladores alados, tanto la labor en
Suelo Húmedo como en Suelo Seco produjeron resultados adecuados desde el punto de
vista energético y agronómico.
Por un lado, surge claramente que la resistencia específica no es una variable de
síntesis de la "eficiencia global" de la labor, ya que contempla parcialmente a los aspectos
que definen el logro del objetivo de labor. La condición física final del perfil cultural, debería
considerarse de manera conjunta con la energía insumida para generarla. Por otra parte,
identifica también que cada situación de densidad y humedad puede provocar diferentes
resultados. No hay una humedad mejor para la labor, ni siquiera para un suelo dado. La
mejor humedad será aquella que permite alcanzar los objetivos planteados, que pueden ser
diferentes para un agricultor de los de su vecino. La condición de compactación, es decir, la
historia previa del lote, tiene una marcada influencia en el resultado final alcanzado. La
pregunta, desde el punto de vista de la maquinaria, que surge rápidamente es si el diseño
de la máquina permite o no obtener los objetivos planteados para las distintas condiciones
de trabajo.
La respuesta, seguramente será poco concreta y recurrirá como primera palabra a
“depende”. Muchas veces se ha escrito que los escarificadores, en forma general, son
implementos versátiles, que permiten adaptarse en mejor medida que otros a diferentes
condiciones de labor. Sin embargo, son pocos los operarios que realmente utilizan esa
característica y a veces, los diseños ni siquiera ofrecen variables para que se logre una
mayor eficiencia en el trabajo. A los efectos de ejemplificar estos aspectos se podría
recordar que, en apartados anteriores, se mencionó que el estado final del suelo en el
trabajo con subsoladores alados dependía, entre otros factores, también de la profundidad
de trabajo. El ángulo de ataque de la reja y de las alas, su ancho y longitud, que determinará
para estas últimas la altura de elevación incidirán sobre el tipo de fracturamiento según la
humedad y la velocidad de trabajo. Estas variables, al menos, conforman un núcleo básico
que debería ser siempre tenido en cuenta, al momento de efectuar la labor. El implemento
debe proveer la posibilidad de cambio de rejas y alas, de diferentes ángulos de ataque, de
distintas alturas de elevación, en forma independiente cada variable de las otras. El operario
debería evaluar el efecto sobre el suelo, cambiar la profundidad, modificar las regulaciones
para alcanzar los objetivos, esperar eventualmente a una mejor condición de humedad
además de tener que sacar o poner órganos activos según el balance de potencia entre la
oferta del tractor y la demanda del equipo. Lamentablemente, muchas veces los órganos
activos son únicos, como así también las posibilidades de alistamiento o regulación que se
limitan a un solo punto de anclaje al montante y de este al bastidor. Tampoco ayudan
frecuentemente las características de los sistemas productivos, basados en el servicio de
trabajos por contratistas, que deben realizar la tarea en poco tiempo para muchos
productores. Menos aún si no existen instancias formales de capacitación para los mismos.
Por ello, muchas veces las máquinas más versátiles terminan siendo solamente las más
simples, las menos reguladas, las que llegan al campo, se clavan, se ajusta profundidad
según la demanda energética, trabajan, se levantan y se van, sin la evaluación y adecuación
correspondiente para alcanzar los objetivos de labor de corto, mediano y largo plazo.
En relación con los efectos de compactación, descompactación y recompactación,
Terminiello et. al., (2007) evaluaron los efectos del tránsito de un tractor – sembradora sobre
sectores del terreno descompactados y sin descompactar en un sistema de siembra directa
de cultivos. El tratamiento mecánico de descompactación perduró durante todo el ciclo del
cultivo, con valores estadísticamente significativos y menores de índice de cono, en relación
al tratamiento que no recibió laboreo, para todo el horizonte de trabajo del descompactador.
El perfil bajo SD presentó un índice de cono un 100%, 92%, 84% y 76% mayor que el
tratamiento SDD, en relación con los meses considerados. Además, los valores del
parámetro mencionado se mantuvieron por debajo de los citados como limitantes para el
crecimiento radical durante todo el ciclo y, solamente, superaron el nivel de 1,5 MPa al final
del ciclo del cultivo de soja, en concordancia con la reducción de humedad que varió entre el
18% y el 21% para los distintos estratos de medición. Como puede observarse en la Tabla 1
el tratamiento de descompactación produjo incrementos en el rendimiento del cultivo con
diferencias estadísticas significativas. El aumento resultó en promedio del 16,3% a favor del
tratamiento con cultivie (SDD) en relación al testigo no descompactado (SD). Señalan
además, que los valores de IC para el estrato en evaluación para que ningún subtratamiento
de tránsito produjo reducciones significativas en el rendimiento del cultivo. Ello fue atribuido
a los reducidos niveles de carga sobre el eje del tractor y de la máquina utilizados. Ambos
vehículos presentaron valores inferiores a los citados por Hakkansson et al., (1987) como
causales de compactación a nivel subsuperficial. A su vez, la presión en el área de contacto
tampoco alcanzó valores que impliquen riesgos de compactación a nivel superficial (Smith y
Dickson, 1990) dada la alta capacidad portante del suelo, característica de los sistemas de
siembra directa, en acuerdo con lo indicado por Domínguez Britos et al. (2000). A su vez, un
pasaje de vehículos de baja carga sobre el eje, no resultaría suficiente para causar
compactación a nivel subsuperficial, tal como fue detallado por Jorajuría y Draghi (1997),
quienes concluyeron que 10 era el número de pasadas crítico para que se pudiera emular el
efecto de altas cargas en el eje. No obstante ello, para ambos tratamientos se observa un
ordenamiento de los valores en función de la masa de los vehículos con menores valores de
rendimiento para la huella del tractor en relación al testigo. Esto podría sugerir que, de
aumentar el peso de los vehículos utilizados, podrían incrementarse las diferencias en el
rendimiento. Para el caso del tratamiento mecánico del suelo y posterior tránsito de siembra,
estas diferencias podrían ser mayores debido a la menor capacidad portante que
presentaría el sustrato por el pasaje del descompactador. Para el caso del ensayo, esas
diferencias fueron de 4,13% para el tratamiento con labranza y del 2,41 % para el
tratamiento sin descompactación, en relación al testigo correspondiente. Al respecto
Munkholm et al., (2005) reportan mayores rendimientos para trigo en los tratamientos
descompactados que recibieron, posteriormente, tránsito con cargas menores a 6 Mg por
eje en relación al tratamiento descompactado y transitado con cargas por eje mayores a
dicho valor. La ausencia de diferencias producto del tránsito, en el tratamiento
descompactado muestra también la eficiencia de la roturación en relación con su
persistencia, confirmando lo expresado por Spoor et al. (2003) ya que el efecto de
“fisuramiento” del montante angulado curvo no disminuyó la capacidad portante del suelo
para los niveles de cargas ejercidas por el paso posterior del tractor y la máquina
sembradora.
Terminiello et al., (2007a). llevaron a cabo ensayos con la finalidad de evaluar la
respuesta del suelo conducido en siembra directa luego del tráfico sin y con tratamiento de
remoción mediante un escarificador de montantes curvos. La información obtenida en la
primera instancia de medición muestra que la resistencia a la penetración para el
tratamiento escarificado con un descompactador de montantes curvos angulados
lateralmente (culti-vie) resultó menor para todos los rangos de profundidad comparada con
el tratamiento sin remoción, con una reducción media del 24%. En concordancia con dichos
resultados, la densidad aparente experimentó para el tratamiento escarificado una reducción
del 3.5%. Los resultados indicarían que la labor de escarificado persiste cinco meses más
tarde, aún luego del tráfico de pulverización subsecuente. En dicha instancia, los
tratamientos tuvieron una tendencia similar, salvo a nivel superficial, donde no se registraron
prácticamente variaciones en los sectores escarificados. En la última instancia de medición,
luego del tráfico volvieron a existir importantes diferencias tanto en resistencia a la
penetración como en densidad aparente, prácticamente en la totalidad de los estratos
evaluados.
En estos ensayos, curiosamente, si se considera el perfil de suelo por debajo de la
profundidad de labor y no obstante la disminución en el contenido de humedad, los estratos
correspondientes a 30-40, 40-50 y 50-60 cm muestran una pronunciada y significativa
reducción de la resistencia a la penetración para las diferentes instancias de medición en el
tratamiento descompactado. Si por lo contrario se focaliza la atención en los estratos
superficiales, (0-10 y 10-20 cm) resulta evidente que el suelo escarificado muestra un
significativo incremento en la compactación luego del tráfico, evidenciado tanto por la
resistencia a la penetración como por la densidad aparente. Entre la primera y última
instancia de medición el incremento promedio entre 0 y 20 cm fue, para el suelo sin
escarificado, del 7.5% mientras que para el suelo con tratamiento mecánico resultó del 17%.
Una tendencia similar puede observarse en la densidad aparente. Lo expuesto concordaría
con lo puntualizado con Schäfer-Landefeld et al., (2004), quienes concluyen que los
incrementos en la compactación superficial son mayores en suelos previamente
descompactados comparados con suelos sin remoción. Sin embargo, La diferencia más
importante es la disminución de la compactación en los estratos por debajo de la
profundidad de labor (30 cm), como indican tanto la resistencia a la penetración como la
densidad aparente.
Busccher et al. (2002) evaluaron la recompactación en suelos de la llanura costera
en el sureste de EE.UU., que requieren la realización de labranza profunda para
proporcionar un medio ambiente adecuado para el enraizamiento de cultivos como el maíz
(Zea mays L.), trigo (Triticum aestivum L.) y soja (Glycine max L. Merr.) La
descompactación fue llevada a cabo con un subsolador de montante angulado recto (Paratill
®) a una profundidad de 0.35-0.40 m. Establecieron que la precipitación acumulada explica
67-91% de la recompactación El proceso de recompactación fue lento y continuaba 6 años
después de la labranza (el final del experimento), probablemente por el extricto control de
tráfico que se efectuó en la misma huella, en la medida de lo posible. Según los autores, si
bien la recompactación en este estudio fue lenta, tareas de labranza pueden ser necesarias
cada año, o estacionalmente, porque el rendimiento puede reducirse incluso por incompleta
recompactación que aumenta la resistencia del suelo después de un año o menos, a valores
que restringen el crecimiento y rendimiento de los cultivos.
Es posible enumerar una gran cantidad de trabajos más vinculados a la
recompactación de suelos, luego de efectuar una descompactación a nivel subsuperficial.
En algunos casos, la duración no llegó a un año, en otros dos, tres o cuatro. Por lo general
no más allá de ello, cuando se siguió con esquemas de tráfico convencional, de manera
aleatoria según las características de las distintas máquinas que intervienen en el ciclo de
cultivo y cosecha. En otros casos, la duración puede llegar a ser mayor, si se realiza tráfico
controlado. De cualquier forma, las mejoras en la condición física del suelo, no se traduce
todos los años que duran las mismas en mejoras en los rendimientos de los cultivos. Las
condiciones ambientales, harán que las se potencien o minimicen las diferencias, llegando
incluso a veces a tener una peor respuesta los suelos subsolados a los no subsolados. Por
ello, tal como se dijo en un principio la descompactación no debe ser nunca la primera
alternativa, sino la intervención justa cuando el sistema realmente la necesita.
Consideraciones Finales

Sin lugar a dudas, existen aún en el trabajo con implementos de labranza vertical,
escarificadores, cinceles, descompactadores subsuperficiales, una gran cantidad de dudas,
respuestas variables, aspectos complejos e interdependientes que dificultan en algunas
ocasiones la compresión de las cuestiones más elementales de la relación suelo – máquina
y las consecuencias posteriores a la labor. En lo referente a los procesos de
descompactación de suelos, seguramente lo más claro que los investigadores tienen hasta
el momento es que no compactar el suelo es la mejor medida para no tener que intervenir
en el sistema. También es posible afirmar, que solamente se tendrán adecuadas
posibilidades de éxito en los procesos de descompactación, cuando se atienda a minimizar
el tráfico de vehículos en los lotes de producción, tratando de respetar lugares recirculación
lo más acotados posibles.
Rodolfo Gil, en un Congreso realizado en la Argentina por parte de una asociación de
productores, cuyo lema era “Darse cuenta”, durante su conferencia se refirió al mismo
diciendo “volviendo al darse cuenta, lo importante es trabajar sobre la causa de los
problemas y no sobre las consecuencias”. Algo similar implica el término “preocuparse”: De
los problemas hay que ocuparse con anterioridad a que se transformen en algo imposible de
solucionar o de muy difícil solución. Relacionando estas reflexiones con la compactación y
descompactación de suelos, ocuparse de los problemas es ocuparse de la compactación y
establecer todas las acciones para no compactar el suelo. Ocuparse de la descompactación
es ocuparse de las consecuencias, es decir no haberse preocupado en tiempo y forma de la
solución de posibles problemas.
Las dudas, las inconsistencias planteadas a lo largo de todo el libro, serán seguramente
nuevas hipótesis de trabajo, que servirán para tratar de dar respuesta a las incógnitas que
plantea en los inicios del siglo XXI, la más simple y antigua de las máquinas de labranza.

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