909-Confesion Bautista de Fe de 1689
909-Confesion Bautista de Fe de 1689
909-Confesion Bautista de Fe de 1689
bautista de fe
de 1689
Preparada por los
ANCIANOS y HERMANOS
de muchas
CONGREGACIONES
de
cristianos (bautizados por profesión de fe)
en Londres y el resto de Inglaterra.
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2
Acerca de la Declaración
de fe de 1689
3
la época de la Reforma. Se empezó a trabajar en esta confesión en julio de 1645, siguien-
do con muchas interrupciones hasta ser terminada en diciembre de 1646. La confesión o
declaración fue presentada a ambas Cámaras del Parlamento en 1647 bajo el título: “El
humilde consejo de la Asamblea de Teólogos, con citas y pasajes de las Escrituras anexa-
das, presentado por ellos a ambas Cámaras del Parlamento.”
La Confesión de Westminster es un resumen de las principales creencias cristianas
en treinta y tres capítulos. Está saturada de la teología bíblica reformada clásica, con én-
fasis en las relaciones de pacto entre Dios y el hombre. En cuanto al gobierno de la igle-
sia, presenta el concepto presbiteriano: con presbíteros (o sínodos) que supervisan a las
congregaciones locales. En cuanto al bautismo, conserva al bautismo infantil, en con-
cordancia con el concepto de pacto de la herencia cristiana. Éste mantiene que Dios con
frecuencia salva a familias enteras, y que el infante es considerado parte del pacto a tra-
vés de sus padres creyentes, mientras no pruebe lo contrario por medio de sus decisiones
relacionadas con su estilo de vida.
A fin de explicar la declaración, la Asamblea de Westminster preparó un Catecismo
Mayor para ser enseñado públicamente por los pastores desde el púlpito. Se publicó un
Catecismo Menor para la instrucción de los niños.
Aunque la Confesión de Westminster fue usada sólo brevemente por la Iglesia Angli-
cana, fue adoptada por la Asamblea general de la Iglesia de Escocia en 1647 para uso ge-
neral. La Confesión de Westminster sigue siendo hasta hoy la declaración de fe
autoritativa de la mayoría de las iglesias presbiterianas.
Declaración de Savoy (1658)
Muchos cristianos evangélicos conservadores consideraban que la Confesión de
Westminster era una afirmación correcta de la fe según las Escrituras, pero no coinci-
dían con las afirmaciones sobre el gobierno de la iglesia y el bautismo. Éstos formaron
dos grupos: los congregacionalistas y los bautistas.
A fin de mantener el crecimiento del que disfrutaban, el 29 de septiembre de 1658 se
reunieron en el Palacio Savoy en Londres, en una asamblea de líderes congregacionalis-
tas. El sínodo adoptó una “Declaración de fe y orden, observados y practicados en las
iglesias congregacionalistas.” Basada mayormente en la Confesión de Westminster, la
Declaración de Savoy incluía una sección sobre “La institución de iglesias y el orden es-
tablecido en ellas por Jesucristo”. Defendía la forma congregacional para el gobierno de
la iglesia.
Confesión Bautista de Londres de 1677
Los que consideraban que las Escrituras enseñan el bautismo del creyente también
necesitaban una declaración de fe clara. A éstos los conocían como “bautistas”. Sintién-
dose sustancialmente unidos con el sufrimiento de los presbiterianos y los congregacio-
nalistas bajo la misma injusticia cruel, los bautistas se reunieron para publicar su
armonía sustancial con ellos en cuestiones de doctrina.
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Se envió una carta circular a las Iglesias Bautistas Particulares en Inglaterra y Gales,
pidiendo a cada congregación que enviara representantes a la reunión en Londres en
1677. Se aprobó y publicó una declaración inspirada en la Confesión de Westminster.
Desde entonces lleva el nombre de Confesión de Londres de 1677. Debido a que este do-
cumento fue desarrollado en las oscuras horas de opresión, fue lanzado bajo el anonima-
to.
El prefacio de la publicación original de 1677 dice en parte: “Han pasado ya muchos
1
años desde que varios de nosotros... sentimos la necesidad de publicar nuestra confesión
de fe, para la información y satisfacción de quienes no entendían cabalmente cuáles eran
nuestros principios, o que habían tenido prejuicios contra nuestra profesión...
“En vista de que en la actualidad esta confesión1 no está al alcance de todos, y de que
muchos otros también han aceptado la misma verdad que contiene; juzgamos necesario
juntarnos para dar un testimonio al mundo de nuestra adherencia firme a estos sanos
principios...
“Llegamos a la conclusión de que era necesario declararnos más plena y decidida-
mente... y no encontrando defecto en este sentido en la adoptada por la Asamblea [de
Westminster], y después de ella por los congregacionalistas, llegamos a la conclusión
que sería mejor retener el mismo orden en nuestra presente declaración de confesión...
mayormente sin ninguna variación en los términos... haciendo uso de las mismas pala-
bras de ambos... Esto hicimos para... convencer a todos que no tenemos ningún deseo de
dificultar la religión con palabras nuevas, sino de esa manera dar nuestro inmediato con-
sentimiento a las palabras sanas que han sido usadas por otros antes que nosotros... En
aquellas cosas en las que diferimos con otros, nos hemos expresado con toda candidez y
sencillez... Nuestro propósito dista de querer crear una polémica en todo lo que hemos
hecho en esta cuestión.”
Confesión de fe de Londres de 1689
William y Mary subieron al trono de Inglaterra en 1689. El 24 de mayo de ese año se
promulgó la Ley de Tolerancia. A los dos meses, varios pastores londinenses pidieron
una reunión general de bautistas procedentes de Inglaterra y Gales. Se reunieron en
Londres representantes de ciento siete congregaciones desde el 3 al 12 de septiembre.
Adoptaron la Confesión de Londres de 1677 con algunas importantes correcciones.
Una de las razones del crecimiento de las congregaciones bautistas eran las caracte-
rísticas particulares del movimiento. Los bautistas no reconocían los sacramentos como
tales, como los reconocían los anglicanos y los católicos romanos. Creían en dos orde-
nanzas: la Cena del Señor y el bautismo de los que profesaban ser creyentes. Los prime-
ros bautistas preferían ser bautizados por inmersión en “aguas vivas”; agua que corría en
un río o arroyo. En el gobierno eclesiástico bautista, la congregación tenía completa au-
1
Habían pasado 33 años desde que la Declaración de Londres anterior había sido expedida (en 1644) por
siete congregaciones bautistas en Londres. Aquel documento había sido desarrollado para distinguir a las
iglesias bautistas reformadas (que siguieron la fe evangélica histórica de la Reforma), de los anabautistas y
los recientemente formados bautistas arminianos.
5
toridad. Podía llamar a su pastor y despedirlo. No había obispos ni superintendentes en
la estructura bautista. Ningún grupo tenía poder gubernamental sobre otras congregaci-
nes individuales.
En resumen, las interpretaciones de fe cristiana evangélica tal como las proclaman
las Escrituras fueron presentadas en la Confesión de Westminster en 1647. Se realizaron
actualizaciones 1) para el gobierno eclesiástico congregacional en la Declaración de Sa-
voy en 1658 y 2) para el bautismo del creyente en la (primera) Confesión de Londres de
1677.
El mensaje principal de la Confesión de Westminster fue nuevamente preservada en
la Confesión de fe de Londres de 1689, que incorporó las revisiones menores tanto de la
Declaración de Savoy y la primera Confesión de Londres. La presente Confesión Bautis-
ta Fe de 1689 ha pasado la prueba del tiempo y ha llegado a ser una de las afirmaciones
más importantes de la fe evangélica en la historia de la iglesia. Es utilizada en la actuali-
dad por miles de congregaciones alrededor del mundo.
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Confesión Bautista
de Fe de 1689
2. Bajo el nombre de Sagradas Escrituras o Palabra de Dios escrita, están incluidos to-
dos los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, que son:
Antiguo Testamento
Génesis 2 Crónicas Daniel
Éxodo Esdras Oseas
Levítico Nehemías Joel
Números Ester Amós
Deuteronomio Job Abdías
Josué Salmos Jonás
Jueces Proverbios Miqueas
Rut Eclesiastés Nahúm
1 Samuel Cantar de los Cantares Habacuc
2 Samuel Isaías Sofonías
1 Reyes Jeremías Hageo
7
2 Reyes Lamentaciones Zacarías
1 Crónicas Ezequiel Malaquías
Nuevo Testamento
Mateo Efesios Hebreos
Marcos Filipenses Santiago
Lucas Colosenses 1 Pedro
Juan 1 Tesalonicenses 2 Pedro
Hechos de los Apóstoles 2 Tesalonicenses1 Juan
Romanos 1 Timoteo 2 Juan
1 Corintios 2 Timoteo 3 Juan
2 Corintios Tito Judas
Gálatas Filemón Apocalipsis
Todos ellos fueron dados por inspiración de Dios para ser la regla de fe y de vida1.
1. 2 Ti. 3:16 con 1 Ti. 5:17,18; 2 P. 3:16.
4. La autoridad de las Sagradas Escrituras, por la que debe ser creída, no depende del
testimonio de ningún hombre o iglesia1, sino enteramente de Dios (quien es la verdad
misma), el autor de ella; por lo tanto, debe ser recibida porque es la Palabra de Dios2.
1. Lc. 16:27-31; Gá. 1:8,9; Ef. 2:20.
2. 2 Ti. 3:15; Ro. 1:2; 3:2; Hch. 2:16; 4:25; Mt. 13:35; Ro. 9:17; Gá. 3:8; Ro. 15:4; 1 Co. 10:11; Mt. 22:32;
Lc. 16:17; Mt. 22:41ss; Jn. 10:35; Gá. 3:16; Hch. 1:16; 2:24ss; 13:34,35; Jn. 19:34-36; 19:24; Lc.
22:37; Mt. 26:54; Jn. 13:18; 2 Ti. 3:16; 2 P. 1:19-21; Mt. 5:17,18; 4:1-11.
6. Todo el consejo de Dios tocante a todas las cosas necesarias para su propia gloria, la
salvación del hombre, la fe y la vida, está expresamente expuesto o necesariamente con-
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tenido en las Sagradas Escrituras; a las cuales nada, en ningún momento, ha de añadirse,
ni por nueva revelación del Espíritu ni por las tradiciones de los hombres1.
Sin embargo, reconocemos que la iluminación interna del Espíritu de Dios es nece-
saria para un entendimiento salvador de las cosas reveladas en la Palabra,2 y que hay al-
gunas circunstancias tocantes a la adoración de Dios y al gobierno de la Iglesia, comunes
a las acciones y sociedades humanas, que han de determinarse conforme a la luz de la
naturaleza y de la prudencia cristiana, según las normas generales de la Palabra, que han
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de guardarse siempre.
1. 2 Ti. 3:15-17; Dt. 4:2; Hch. 20:20,27; Sal. 19:7; 119:6,9,104,128.
2. Jn. 6:45; 1 Co. 2:9-14. 3. 1 Co. 14:26,40.
7. No todas las cosas contenidas en las Escrituras son igualmente claras en sí mismas1
ni son igualmente claras para todos;2 sin embargo, las cosas que son necesarias saber,
creer y guardar para salvación, se proponen y exponen tan claramente en uno u otro lu-
gar de las Escrituras que no sólo los eruditos, sino los que no lo son, pueden adquirir un
entendimiento suficiente de tales cosas por el uso adecuado de los medios ordinarios.3
1. 2 P. 3:16. 2. 2 Ti. 3:15-17.
3. 2 Ti. 3:14-17; Sal. 19:7-8; 119:105; 2 P. 1:19; Pr. 6:22,23; Dt. 30:11-14.
8. El Antiguo Testamento en hebreo (que era el idioma del pueblo de Dios en la anti-
güedad),1 y el Nuevo Testamento en griego (que en el tiempo en que fue escrito era el
idioma más generalmente conocido entre las naciones), siendo inspirados inmediata-
mente por Dios y mantenidos puros a lo largo de todos los tiempos por su especial cui-
2
dado y providencia, son, por lo tanto, auténticos; de tal forma que, en toda controversia
religiosa, la iglesia debe recurrir a ellos como autoridad determinante.3 Pero debido a
que estos idiomas originales no son conocidos por todo el pueblo de Dios, que tiene de-
recho a las Escrituras e interés en las mismas, y se le manda leerlas16 y escudriñarlas4 en
el temor de Dios, han de traducirse a la lengua común de toda nación a la que sean lleva-
5
das, para que morando abundantemente la Palabra de Dios en todos, puedan adorarle de
manera aceptable y para que, por la paciencia y consolación de las Escrituras, tengan es-
peranza.6
1. Ro. 3:2. 2. Mt. 5:18. 3. Is. 8:20; Hch. 15:15; 2 Ti. 3:16,17; Jn. 10:34-36.
4. Dt. 17:18-20; Pr. 2:1-5; 8:34; Jn. 5:39,46. 5. 1 Co. 14:6,9,11,12,24,28.
6. Col. 3:16; Ro. 15:4.
10. El juez supremo, por el que deben decidirse todas las controversias religiosas, y por
el que deben examinarse todos los decretos de concilios, las opiniones de autores anti-
guos, las doctrinas de hombres y espíritus particulares, y cuya sentencia debemos acatar,
no puede ser otro sino las Sagradas Escrituras entregadas por el Espíritu. A dichas Escri-
turas así entregadas, se reduce nuestra fe en definitiva.1
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1. Mt. 22:29,31,32; Ef. 2:20; Hch. 28:23-25
2. Teniendo Dios en sí mismo y por sí mismo toda vida, gloria, bondad y bienaventu-
ranza, es todo suficiente en sí mismo y respecto a sí mismo, no teniendo necesidad de
ninguna de las criaturas que ha hecho, ni derivando ninguna gloria de ellas, sino que
solamente manifiesta su propia gloria en ellas, por ellas, hacia ellas y sobre ellas;1 él es la
única fuente de todo ser, de quien, por quien y para quien son todas las cosas, teniendo
sobre todas las criaturas el más soberano dominio para hacer mediante ellas, para ellas y
2
sobre ellas todo lo que le agrade; todas las cosas están desnudas y abiertas a sus ojos; su
conocimiento es infinito, infalible e independiente de la criatura, de modo que para él no
hay ninguna cosa contingente o incierta.3 Es santísimo en todos sus consejos, en todas
sus obras y en todos sus mandatos;4 a él se le debe, por parte de los ángeles y los hom-
bres, toda adoración, todo servicio u obediencia que como criaturas deben al Creador, y
cualquier cosa adicional que a él le placiera demandar de ellos.5
1. Jn. 5:26; Hch. 7:2; Sal. 148:13; 119:68; 1 Ti. 6:15; Job 22:2,3; Hch. 17:24,25.
2. Ap. 4:11; 1 Ti. 6:15; Ro. 11:34-36; Dn. 4:25,34,35.
3. He. 4:13; Ro. 11:33,34; Sal. 147:5; Hch. 15:18; Ez. 11:5.
4. Sal. 145:17; Ro. 7:12. 5. Ap. 5:12-14
3. En este Ser divino e infinito hay tres subsistencias, el Padre, el Verbo o Hijo y el Es-
píritu Santo,1 de una sustancia, un poder y una eternidad, teniendo cada uno toda la
esencia divina, pero la esencia indivisa:2 el Padre no es de nadie, ni por generación ni por
procesión; el Hijo es engendrado eternamente del Padre, y el Espíritu Santo procede del
Padre y del Hijo;3 todos ellos son infinitos, sin principio y, por tanto, son un solo Dios,
10
que no ha de ser dividido en naturaleza y ser, sino distinguido por varias propiedades re-
lativas peculiares y relaciones personales; dicha doctrina de la Trinidad es el fundamento
de toda nuestra comunión con Dios y nuestra consoladora dependencia de él.
1. Mt. 3:16,17; 28:19; 2 Co. 13:14. 2. Ex. 3:14; Jn.14:11; 1 Co. 8:6.
3. Pr. 8:22-31; Jn. 1:1-3,14,18; 3:16; 10:36; 15:26; 16:28; He. 1:2; 1 Jn. 4:14; Gá. 4:4-6.
2. Aunque Dios sabe todo lo que pudiera o puede pasar en todas las condiciones que se
puedan suponer,1 sin embargo nada ha decretado porque lo previera como futuro o como
aquello que había de suceder en dichas condiciones.2
1. 1 S. 23:11,12; Mt. 11:21,23; Hch. 15:18.
2. Is. 40:13,14; Ro. 9:11-18; 11:34; 1 Co. 2:16.
5. A los humanos que están predestinados para vida, Dios (antes de la fundación del
mundo, según su propósito eterno e inmutable y el consejo secreto y beneplácito de su
voluntad) los ha escogido en Cristo para gloria eterna, meramente por su libre gracia y
amor,1 sin que ninguna otra cosa en la criatura, como condición o causa, le moviera a
ello.2
1. Ro. 8:30; Ef. 1:4-6,9; 2 Ti. 1:9. 2. Ro. 9:11-16; 11:5,6
11
6. Así como Dios ha designado a los escogidos para la gloria, de la misma manera, por el
propósito eterno y libérrimo de su voluntad, ha preordenado todos los medios para ello;1
por lo tanto, los que son escogidos, habiendo caído en Adán, son redimidos por Cristo,2
eficazmente llamados a la fe en Cristo por su Espíritu obrando a su debido tiempo, son
3
justificados, adoptados, santificados y guardados por su poder, mediante la fe, para sal-
4
vación; nadie más es redimido por Cristo, o eficazmente llamado, justificado, adoptado,
santificado y salvado, sino solamente los escogidos.5
1. 1 P. 1:2; 2 Ts. 2:13; Ef. 1:4; 2:10. 2. 1 Ts. 5:9,10; Tit. 2:14.
3. Ro. 8:30; Ef. 1:5; 2 Ts. 2:13.
4. 1 P. 1:5. 5. Jn. 6:64,65; 8:47; 10:26; 17:9; Ro. 8:28; 1 Jn. 2:19
4. De la creación
1. En el principio agradó a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo,1 para la manifestación de
2
la gloria de su poder, sabiduría y bondad eternos, crear o hacer el mundo y todas las co-
sas que en él hay, ya sean visibles o invisibles, en el lapso de seis días,4 y todas muy bue-
3
nas.5
1. He. 1:2; Jn. 1:2,3; Gn. 1:2; Job 26:13; 33:4.
2. Ro. 1:20; Jer. 10:12; Sal. 104:24; 33:5,6; Pr. 3:19; Hch. 14:15,16.
3. Gn. 1:1; Jn. 1:2; Col. 1:16. 4. Gn. 2:1-3; Ex. 20:8-11.
5. Gn. 1:31; Ec. 7:29; Ro. 5:12
2. Después que Dios hubo creado todas las demás criaturas, creó al hombre, varón y
hembra, con almas racionales e inmortales, haciéndolos aptos para la vida con Dios para
la cual fueron creados;1 siendo hechos a imagen de Dios, en conocimiento, justicia y san-
tidad de la verdad;2 teniendo la ley de Dios escrita en sus corazones, y el poder para cum-
plirla y, sin embargo, con la posibilidad de transgredirla, por haber sido dejados a la
libertad de su propia voluntad, que era mutable.3
1. Gn. 1:27; 2:7; Stg. 2:26; Mt. 10:28; Ec. 12:7.
2. Gn. 1:26,27; 5:1-3; 9:6; Ec. 7:29; 1 Co. 11:7; Stg. 3:9; Col. 3:10; Ef. 4:24.
3. Ro. 1:32; 2:12a,14,15; Gn. 3:6; Ec. 7:29; Ro. 5:12.
12
5. De la divina providencia
1. Dios, el buen Creador de todo,1 en su infinito poder y sabiduría,2 sostiene, dirige, dis-
pone y gobierna3 a todas las criaturas y cosas, desde la mayor hasta la más pequeña,4 por
su sapientísima y santísima providencia,5 con el fin para el cual fueron creadas,6 según su
presciencia infalible, y el libre e inmutable consejo de su propia voluntad;7 para alabanza
de la gloria de su sabiduría, poder, justicia, infinita bondad y misericordia.8
1. Gn. 1:31; 2:18; Sal. 119:68. 2. Sal. 145:11; Pr. 3:19; Sal. 66:7.
3. He. 1:3; Is. 46:10,11; Dn. 4:34,35; Sal. 135:6; Hch. 17:25-28; Job 38-41.
4. Mt. 10:29-31. 5. Pr. 15:3; Sal. 104:24; 145:17. 6. Col. 1:16,17; Hch. 17:24-28. 7. Sal.
33:10,11; Ef. 1:11. 8. Is. 63:14; Ef. 3:10; Ro. 9:17; Gn. 45:7; Sal. 145:7
3. Dios, en su providencia ordinaria, hace uso de medios;1 sin embargo, tiene la libertad
de obrar sin ellos,2 por encima de ellos3 y contra ellos,4 según le plazca.
1. Hch. 27:22,31,44; Is. 55:10,11; Os. 2:21,22. 2. Os. 1:7; Lc. 1:34,35.
3. Ro. 4:19-21. 4. Ex. 3:2,3; 2 R. 6:6; Dn. 3:27.
13
1. 2 Cr. 32:25,26,31; 2 S. 24:1; Lc. 22:34,35; Mr. 14:66-72; Jn. 21:15-17.
2. Ro. 8:28.
6. En cuanto a aquellos hombres malvados e impíos a quienes Dios, como juez justo,
ciega y endurece a causa de su pecado anterior,1 no sólo les niega su gracia, por la cual
podría haber iluminado su entendimiento y obrado en sus corazones,2 sino que también
algunas veces les retira los dones que tenían,3 y los deja expuestos a las cosas que su co-
rrupción convierte en ocasión de pecado;4 y, a la vez, los entrega a sus propias concupis-
cencias, a las tentaciones del mundo y al poder de Satanás,5 por lo cual sucede que se
endurecen bajo los mismos medios que Dios emplea para ablandar a otros.6
1. Ro. 1:24-26,28; 11:7,8. 2. Dt. 29:4. 3. Mt. 13:12; 25:29.
4. Dt. 2:30; 2 R. 8:12,13. 5. Sal. 81:11,12; 2 Ts. 2:10-12.
6. Ex. 7:3; 8:15,32; 2 Co. 2:15,16; Is. 6:9,10; 8:14; 1 P. 2:7; Hch. 28:26,27; Jn. 12:39,40.
7. Del mismo modo que la providencia de Dios alcanza en general a todas las criaturas,
así también de un modo más especial cuida de su iglesia y dispone todas las cosas para el
1
bien de la misma.
1. Pr. 2:7,8; Am. 9:8,9; 1 Ti. 4:10; Ro. 8:28; Ef. 1:11,22; 3:10,11,21; Is. 43:3-5,14.
2. Por este pecado, nuestros primeros padres cayeron de su justicia y rectitud original y
1
de su comunión con Dios, y nosotros en ellos, por lo que la muerte sobrevino a todos;
viniendo a estar todos los hombres muertos en pecado, y totalmente corrompidos en to-
das las facultades y partes del alma y del cuerpo.2
1. Gn. 3:22-24; Ro. 5:12ss.; 1Co. 15:20-22; Sal. 51:4,5; 58:3; Ef. 2:1-3; Gn. 8:21; Pr. 22:15.
2. Gn. 2:17; Ef. 2:1; Tit. 1:15; Gn. 6:5; Jer. 17:9; Ro. 3:10-18; 1:21; Ef. 4:17-19; Jn. 5:40; Ro. 8:7.
3. Siendo ellos la raíz de la raza humana, y estando por designio de Dios en lugar de
toda la humanidad, la culpa del pecado fue imputada y la naturaleza corrompida trans-
mitida a toda la posteridad que descendió de ellos mediante generación ordinaria, siendo
ahora concebidos en pecado, y por naturaleza hijos de ira, siervos del pecado, sujetos a la
14
muerte y a todas las demás desgracias –espirituales, temporales y eternas–, a no ser que
el Señor Jesús los libere.1
1. Ro. 5:12ss.; 1 Co. 15:20-22; Sal. 51:4,5; 58:3; Ef. 2:1-3; Gn. 8:21; Pr. 22:15; Job 14:4; 15:14.
5. La corrupción de la naturaleza permanece durante esta vida en los que son regenera-
dos;1 y, aunque aquella sea perdonada y mortificada por medio de Cristo, ella misma y
sus primeros impulsos son verdadera y propiamente pecado.2
1. 1 Jn. 1:8-10; 1 R. 8:46; Sal. 130:3; 143:2; Pr. 20:9; Ec. 7:20; Ro. 7:14-25; Stg. 3:2.
2. Sal. 51:4,5; Pr. 22:15; Ef. 2:3; Ro. 7:5,7,8,17,18,25; 8:3-13; Gá. 5:17-24; Pr. 15:26; 21:4; Gn. 8:21; Mt.
5:27,28.
15
8. De Cristo el mediador
1. Agradó a Dios,1 en su propósito eterno,2 escoger y ordenar al Señor Jesús, su Hijo
unigénito, conforme al pacto hecho entre ambos,3 para que fuera el mediador entre Dios
y el hombre; profeta, sacerdote, y rey; cabeza y Salvador de la iglesia, el heredero de to-
das las cosas y juez del mundo;4 a quien dio, desde toda la eternidad, un pueblo para que
fuera su simiente y para que a su tiempo lo redimiera, llamara, justificara, santificara y
glorificara.5
1. Is. 42:1; Jn. 3:16. 2. 1 P. 1:19. 3. Sal. 110:4; He. 7:21,22.
4. 1 Ti. 2:5; Hch. 3:22; He. 5:5,6; Sal. 2:6; Lc. 1:33; Ef. 1:22,23; 5:23; He. 1:2; Hch. 17:31.
5. Ro. 8:30; Jn. 17:6; Is. 53:10; Sal. 22:30; 1 Ti. 2:6; Is. 55:4,5; 1 Co. 1:30.
3. El Señor Jesús, en su naturaleza humana así unida a la divina, en la persona del Hijo,
fue santificado y ungido con el Espíritu Santo sin medida, teniendo en sí todos los teso-
ros de la sabiduría y del conocimiento, en quien agradó al Padre que habitase toda pleni-
tud, a fin de que siendo santo, inocente y sin mancha, y lleno de gracia y de verdad, fuese
completamente apto para desempeñar el oficio de mediador y fiador;1 el cual no tomópor
sí mismo, sino que fue llamado para el mismo por su Padre, quien también puso en sus
2
manos todo poder y juicio, y le ordenó que lo cumpliera.
1. Sal. 45:7; Col. 1:19; 2:3; He. 7:26; Jn. 1:14; Hch. 10:38; He. 7:22.
2. He. 5:5; Jn. 5:22,27; Mt. 28:18; Hch. 2:36.
16
4. El Señor Jesús asumió de muy buena voluntad este oficio,1 y para desempeñarlo, na-
ció bajo la ley,2 la cumplió perfectamente y sufrió el castigo que nos correspondía a noso-
tros, el cual deberíamos haber llevado y sufrido,3 siendo hecho pecado y maldición por
nosotros;4 soportando las más terribles aflicciones en su alma y los más dolorosos sufri-
5
mientos en su cuerpo; fue crucificado y murió, y permaneció en el estado de los muer-
tos, aunque sin ver corrupción.6 Al tercer día resucitó de entre los muertos con el mismo
cuerpo en que sufrió,7 con el cual también ascendió al cielo,8 y allí está sentado a la dies-
tra de su Padre intercediendo,9 y regresará para juzgar a los hombres y a los ángeles al
final del mundo.10
1. Sal. 40:7,8 con He. 10:5-10; Jn. 10:18; Fil. 2:8. 2. Gá. 4:4. 3. Mt. 3:15; 5:17.
4. Mt. 26:37,38; Lc. 22:44; Mt. 27:46. 5. Mt. 26-27. 6. Fil. 2:8; Hch. 13:37.
7. Jn. 20:25,27. 8. Hch. 1:9-11. 9. Ro. 8:34; He. 9:24.
10. Hch. 10:42; Ro. 14:9,10; Hch. 1:11; Mt. 13:40-42; 2 P. 2:4; Jud. 6.
6. Aun cuando el precio de la redención no fue realmente pagado por Cristo hasta des-
pués de su encarnación, sin embargo la virtud, la eficacia y los beneficios de la misma
fueron comunicados a los escogidos en todas las épocas desde el principio del mundo,1
en las promesas, tipos y sacrificios y por medio de los mismos, en los cuales fue revelado
y señalado como la simiente que heriría la cabeza de la serpiente,2 y como el Cordero
inmolado desde la fundación del mundo,3 siendo el mismo ayer, hoy y por los siglos.4
1. Gá. 4:4,5; Ro. 4:1-9. 2. Gn. 3:15; 1 P. 1:10,11. 3. Ap. 13:8. 4. He. 13:8.
8. A todos aquellos para quienes Cristo ha obtenido redención eterna, cierta y eficaz-
1 2
mente les aplica y comunica la misma, haciendo intercesión por ellos, uniéndoles a sí
mismo por su Espíritu,3 revelándoles en la Palabra y por medio de ella el misterio de la
salvación,4 persuadiéndoles a creer y obedecer,5 gobernando sus corazones por su Palabra
y Espíritu,6 y venciendo a todos sus enemigos por su omnipotente poder y sabiduría,7 de
manera y en formas que más coincidan con su maravillosa e inescrutable dispensación;8
y todo por su gracia libre y absoluta, sin prever ninguna condición en ellos para gran-
jearla.9
1. Jn.6:37,39; 10:15,16; 17:9. 2. 1 Jn. 2:1,2; Ro. 8:34. 3. Ro. 8:1,2.
4. Jn. 15:13,15; 17:6; Ef. 1:7-9. 5. 1 Jn. 5:20.
6. Jn. 14:16; He. 12:2; Ro. 8:9,14; 2 Co. 4:13; Ro. 15:18,19; Jn. 17:17.
17
7. Sal. 110:1; 1 Co. 15:25,26; Col. 2:15. 8. Ef. 1:9-11. 9. 1 Jn. 3:8; Ef. 1:8.
9. Este oficio de mediador entre Dios y el hombre es propio sólo de Cristo, quien es el
Profeta, Sacerdote y Rey de la iglesia de Dios; y no puede, ni parcial ni totalmente, ser
transferido de él a ningún otro.1
1. 1 Ti. 2:5.
10. Esta cantidad y orden de oficios son necesarios; pues, por nuestra ignorancia, tene-
mos necesidad de su oficio profético;1 y por nuestra separación de Dios y la imperfección
del mejor de nuestros servicios, necesitamos su oficio sacerdotal para reconciliarnos con
Dios y presentarnos aceptos para con él;2 y por nuestra falta de disposición y total inca-
pacidad para volver a Dios y para rescatarnos a nosotros mismos y protegernos de nues-
tros adversarios espirituales, necesitamos su oficio real para convencernos, subyugarnos,
3
atraernos, sostenernos, librarnos y preservarnos para su reino celestial.
1. Jn. 1:18. 2. Col. 1:21; Gá. 5:17; He. 10:19-21. 3. Jn. 16:8; Sal. 110:3; Lc. 1:74,75.
5. Esta voluntad del hombre es hecha perfecta e inmutablemente libre para querer sólo
el bien, únicamente en el estado de gloria.1
1. Ef. 4:13; He. 12:23.
18
10. Del llamamiento eficaz
1. A aquellos a quienes Dios1 ha predestinado para vida,2 tiene a bien en su tiempo seña-
lado y aceptable,3 llamar eficazmente4 por su Palabra5 y Espíritu,6 sacándolos del estado
de pecado y muerte en que están por naturaleza y llevándolos a la gracia y la salvación
por Jesucristo;7 iluminando de modo espiritual y salvador sus mentes, a fin de que com-
prendan las cosas de Dios;8 quitándoles el corazón de piedra y dándoles un corazón de
carne,9 renovando sus voluntades y, por su poder omnipotente, induciéndoles a querer
10
hacer lo bueno, y llevándoles eficazmente a Jesucristo; pero de modo que acuden a él
con total libertad, habiendo recibido por la gracia de Dios la disposición para hacerlo.11
1. Ro. 8:28,29. 2. Ro. 8:29,30; 9:22-24; 1 Co. 1:26-28; 2 Ts. 2:13,14; 2 Ti. 1:9.
3. Jn. 3:8; Ef. 1:11.
4. Mt. 22:14; 1 Co. 1:23,24; Ro. 1:6; 8:28; Jud. 1; Sal. 29; Jn. 5:25; Ro. 4:17.
5. 2 Ts. 2:14; 1 P. 1:23-25; Stg. 1:17-25; 1 Jn. 5:1-5; Ro. 1:16,17; 10:14; He. 4:12.
6. Jn. 3:3,5,6,8; 2 Co. 3:3,6. 7. Ro. 8:2; 1 Co. 1:9; Ef. 2:1-6; 2 Ti. 1:9,10.
8. Hch. 26:18; 1 Co. 2:10,12; Ef. 1:17,18. 9. Ez. 36:26.
10. Dt. 30:6; Ez. 36:27; Jn. 6:44,45; Ef. 1:19; Fil. 2:13.
11. Sal. 110:3; Jn. 6:37; Ro. 6:16-18.
3. Los niños escogidos ∗ que mueren en la infancia son regenerados y salvados por Cris-
to por medio del Espíritu, quien obra cuándo, dónde y cómo quiere;1 así lo son también
todas las personas escogidas que sean incapaces de ser llamadas externamente por el mi-
nisterio de la Palabra.
1. Jn. 3:8.
4. Otros, que no son escogidos, aunque sean llamados por el ministerio de la Palabra y
tengan algunas de las operaciones comunes del Espíritu,1 como no son eficazmente traí-
dos por el Padre, no quieren ni pueden acudir verdaderamente a Cristo y, por lo tanto,
no pueden ser salvos;2 mucho menos pueden ser salvos los que no reciben la religión
cristiana, por muy diligentes que sean en conformar sus vidas a la luz de la naturaleza y
a la ley de la religión que profesen.3
1. Mt. 22:14; Mt. 13:20,21; He. 6:4,5; Mt. 7:22. 2. Jn. 6:44,45,64-66; 8:24.
3. Hch. 4:12; Jn. 4:22; 17:3.
∗
Elegidos – no aparece en algunas ediciones de la Confesión, pero sí en la original.
19
11. De la justificación
1. A quienes Dios llama eficazmente, también justifica gratuitamente,1 no infundiéndo-
les justicia y rectitud sino perdonándoles sus pecados, y considerando y aceptando sus
personas como justas;2 no por nada que hay en ellos o hecho por ellos, sino solamente
por causa de Cristo;3 no imputándoles la fe misma, ni la acción de creer, ni ninguna otra
obediencia evangélica como justicia; sino imputándoles la obediencia activa de Cristo a
toda la ley y su obediencia pasiva en su muerte para la completa y única justicia de ellos
4
por la fe, la cual tienen no de sí mismos; es don de Dios.
1. Ro. 3:24; 8:30. 2. Ro. 4:5-8; Ef. 1:7. 3. 1 Co. 1:30,31; Ro. 5:17-19.
4. Fil. 3:9; Ef. 2:7,8; 2 Co. 5:19-21; Tit. 3:5,7; Ro. 3:22-28; Jer. 23:6; Hch. 13:38,39.
3. Cristo, por su obediencia y muerte, saldó totalmente la deuda de todos aquellos que
son justificados; y por el sacrificio de sí mismo en la sangre de su cruz, sufriendo en el
lugar de ellos el castigo que merecían, satisfizo adecuada, real y completamente a la jus-
ticia de Dios en favor de ellos;1 sin embargo, por cuanto Cristo fue dado por el Padre para
2 3
ellos, y su obediencia y satisfacción fueron aceptadas en lugar de las de ellos, y ambas
4
gratuitamente y no por nada en ellos, su justificación es solamente de pura gracia, a fin
de que tanto la precisa justicia como la rica gracia de Dios fueran glorificadas en la justi-
ficación de los pecadores.5
1. Ro. 5:8-10,19; 1 Ti. 2:5,6; He. 10:10,14; Is. 53:4-6,10-12. 2. Ro. 8:32.
3. 2 Co. 5:21; Mt. 3:17; Ef. 5:2. 4. Ro. 3:24; Ef. 1:7. 5. Ro. 3:26; Ef. 2:7.
5. Dios continúa perdonando los pecados de aquellos que son justificados,1 y aunque
ellos nunca pueden caer del estado de justificación,2 sin embargo pueden, por sus peca-
dos, caer en el desagrado paternal de Dios; y, en esa condición, no suelen recibir la res-
tauración de la luz de su rostro, hasta que se humillen, confiesen sus pecados, pidan
perdón y renueven su fe y arrepentimiento.3
1. Mt. 6:12; 1 Jn. 1:7–2:2; Jn. 13:3-11. 2. Lc. 22:32; Jn. 10:28; He. 10:14.
3. Sal. 32:5; 51:7-12; Mt. 26:75; Lc. 1:20.
6. La justificación de los creyentes bajo el Antiguo Testamento fue, en todos estos sen-
tidos, una y la misma que la justificación de los creyentes bajo el Nuevo Testamento.1
20
1. Gá. 3:9; Ro. 4:22-24.
12. De la adopción
1. A todos aquellos que son justificados,1 Dios se dignó,2 en su único Hijo Jesucristo y
por amor de éste,3 hacerles partícipes de la gracia de la adopción, por la cual son inclui-
dos en el número de los hijos de Dios y gozan de sus libertades y privilegios, tienen su
nombre escrito sobre ellos,4 reciben el espíritu de adopción, tienen acceso al trono de la
gracia con confianza, reciben capacitación para clamar: “Abba, Padre,”5 reciben compa-
ción, protección, provisión y corrección como por parte de un Padre, nunca son
6
desechados, sino que son sellados para el día de la redención, y heredan las promesas
como herederos de la salvación eterna.7
1. Gá. 3:24-26. 2. 1 Jn. 3:1-3. 3. Ef. 1:5; Gá.4:4,5; Ro. 8:17,29.
4. Ro. 8:17; Jn. 1:12; 2 Co. 6:18; Ap. 3:12.
5. Ro. 8:15; Ef. 3:12; Ro. 5:2; Gá. 4:6; Ef. 2:18.
6. Sal. 103:13; Pr. 14:26; Mt. 6:30,32; 1 P. 5:7; He. 12:6; Is. 54:8,9; Lm. 3:31; Ef. 4:30.
7. Ro. 8:17; He. 1:14; 9:15.
13. De la santificación
1. Aquellos que están unidos a Cristo, son llamados eficazmente y regenerados, tenien-
do un nuevo corazón y un nuevo espíritu, creados en ellos en virtud de la muerte y la
resurrección de Cristo,1 son aún más santificados de un modo real y personal,2 mediante
3 4
la misma virtud, por su Palabra y Espíritu que moran en ellos; el dominio del cuerpo
entero del pecado es destruido, y las diversas concupiscencias del mismo se van debili-
tando y mortificando más y más, y se van vivificando y fortaleciendo más y más en todas
las virtudes salvadoras, para la práctica de toda verdadera santidad,5 sin la cual nadie verá
6
al Señor.
1. Jn. 3:3-8; 1 Jn. 2:29; 3:9,10; Ro. 1:7; 2 Co. 1:1; Ef. 1:1; Fil. 1:1; Col. 3:12; Hch. 20:32; 26:18; Ro.
15:16; 1 Co. 1:2; 6:11; Ro. 6:1-11.
2. 1 Ts. 5:23; Ro. 6:19,22. 3. 1 Co. 6:11; Hch. 20:32; Fil. 3:10; Ro. 6:5,6.
4. Jn. 17:17; Ef. 5:26; 3:16-19; Ro. 8:13.
5. Ro. 6:14; Gá. 5:24; Ro. 8:13; Col. 1:11; Ef. 3:16-19; 2 Co. 7:1; Ro. 6:13; Ef. 4:22-25; Gá. 5:17. 6.
He. 12:14.
3. En dicha guerra, aunque la corrupción que aún queda prevalezca mucho por algún
tiempo,1 la parte regenerada triunfa a través de la continua provisión de fuerzas por parte
21
del Espíritu santificador de Cristo;2 y así los santos crecen en la gracia, perfeccionando la
santidad en el temor de Dios, prosiguiendo una vida celestial, en obediencia evangélica a
todos los mandatos que Cristo, como Cabeza y Rey, les ha prescrito en su Palabra.3
1. Ro. 7:23. 2. Ro. 6:14; 1 Jn. 5:4; Ef. 4:15,16. 3. 2 P. 3:18; 2 Co. 7:1; 3:18; Mt. 28:20.
14. De la fe salvadora
1. La gracia de la fe, por la cual los escogidos reciben capacidad para creer para la salva-
ción de sus almas, es la obra del Espíritu de Cristo en sus corazones, y ordinariamente se
1
realiza por el ministerio de la Palabra; por la cual, y por la administración del bautismo
y la Cena del Señor, la oración y otros medios designados por Dios, esa fe aumenta y se
fortalece.2
1. Jn. 6:37, 44; Hch. 11:21,24; 13:48; 14:27; 15:9; 2 Co. 4:13; Ef. 2:8; Fil. 1:29; 2 Ts. 2:13; 1 P. 1:2.
2. Ro. 10:14,17; Lc. 17:5; Hch. 20:32; Ro. 4:11; 1 P. 2:2.
2. Por esta fe, el cristiano cree que es fidedigno todo lo revelado en la Palabra por la au-
toridad de Dios mismo, y también percibe en ella una excelencia superior a todos los
demás escritos y todas las cosas en el mundo, pues muestra la gloria de Dios en sus atri-
butos, la excelencia de Cristo en su naturaleza y oficios, y el poder y la plenitud del Espí-
ritu Santo en sus obras y operaciones; y de esta forma, el cristiano recibe capacidad para
1
confiar su alma a la verdad así creída; y también actúa de manera diferente según sea el
contenido de cada pasaje en particular: produciendo obediencia a los mandatos,2 tem-
blando ante las amenazas,3 y abrazando las promesas de Dios para esta vida y para la ve-
nidera;4 pero las principales acciones de la fe salvadora tienen que ver directamente con
Cristo: aceptarle, recibirle y descansar sólo en él para la justificación, santificación y vida
5
eterna, en virtud del pacto de gracia.
1. Hch. 24:14; 1 Ts. 2:13; Sal. 19:7-10; 119:72. 2. Jn. 15:14; Ro. 16:26.
3. Is. 66:2. 4. 1 Ti. 4:8; He. 11:13. 5. Jn. 1:12; Hch. 15:11; 16:31; Gá. 2:20.
3. Esta fe, aunque sea de un nivel diferente y pueda ser débil o fuerte,1 es, sin embargo,
aun en su nivel más bajo, diferente en su clase y naturaleza (como lo es toda otra gracia
salvadora) de la fe y la gracia común de aquellos creyentes que sólo lo son por un tiem-
po;2 y consecuentemente, aunque muchas veces sea atacada y debilitada, resulta, sin em-
bargo, victoriosa,3 creciendo en muchos hasta obtener la completa seguridad4 a través de
5
Cristo, quien es tanto el autor como el consumador de nuestra fe.
1. Mt. 6:30; 8:10,26; 14:31; 16:8; Mt. 17:20; He. 5:13,14; Ro. 4:19,20.
2. Stg. 2:14; 2 P. 1:1; 1 Jn. 5:4. 3. Lc. 22:31,32; Ef. 6:16; 1 Jn. 5:4,5.
4. Sal. 119:114; He. 6:11,12; 10:22,23. 5. He. 12:2.
22
15. Del arrepentimiento para vida y salvación
1. A aquellos de los escogidos que se convierten cuando ya son adultos, habiendo vivido
por algún tiempo en el estado natural,1 y habiendo servido en el mismo a diversas con-
cupiscencias y placeres, Dios, al llamarlos eficazmente, les da arrepentimiento para vida.2
1. Tit. 3:2-5. 2. 2 Cr. 33:10-20; Hch. 9:1-19; 16:29,30.
2. Si bien no hay nadie que haga el bien y no peque,1 y los mejores hombres, mediante
el poder y el engaño de la corrupción que habita en ellos, junto con el predominio de la
tentación, pueden caer en grandes pecados y provocaciones,2 Dios, en el pacto de gracia,
ha dispuesto misericordiosamente que los creyentes que pequen y caigan de esta manera
sean renovados mediante el arrepentimiento para salvación.3
1. Sal. 130:3; 143:2; Pr.20:9; Ec. 7:20.
2. 2 S. 11:1-27; Lc. 22:54-62. 3. Jer. 32:40; Lc. 22:31,32; 1 Jn. 1:9.
3. Este arrepentimiento para salvación es una gracia evangélica1 por la cual una persona
a quien el Espíritu hace consciente de las múltiples maldades de su pecado,2 mediante la
fe en Cristo3 se humilla por él con una tristeza que es según Dios, lo abomina y se abo-
rrece a sí mismo, ora pidiendo el perdón y las fuerzas que proceden de la gracia,4 con el
propósito y empeño, mediante la provisión del Espíritu, de andar delante de Dios para
5
agradarle en todo.
1. Hch. 5:31; 11:18; 2 Ti. 2:25. 2. Sal. 51:1-6; 130:1-3; Lc. 15:17-20; Hch. 2:37,38.
3. Sal. 130:4; Mt. 27:3-5; Mr. 1:15. 4. Ez. 16:60-63; 36:31,32; Zc. 12:10; Mt. 21:19; Hch. 15:19;
20:21; 26:20; 2 Co. 7:10,11; 1 Ts. 1:9. 5. Pr. 28:13; Ez. 36:25; 18:30,31; Sal. 119:59,104,128; Mt.
3:8; Lc. 3:8; Hch. 26:20; 1 Ts. 1:9.
5. Tal es la provisión que Dios ha hecho a través de Cristo en el pacto de gracia para la
preservación de los creyentes para salvación que, si bien no hay pecado tan pequeño que
1
no merezca la condenación, no hay, sin embargo, pecado tan grande que acarree conde-
nación a aquellos que se arrepienten, lo cual hace necesaria la predicación constante del
arrepentimiento.2
1. Sal. 130:3; 143:2; Ro. 6:23. 2. Is. 1:16-18; 55:7; Hch. 2:36-38.
23
2. Estas buenas obras, hechas en obediencia a los mandamientos de Dios, son los frutos
y evidencias de una fe verdadera y viva;1 y por ellas los creyentes manifiestan su gratitud,2
fortalecen su seguridad,3 edifican a sus hermanos,4 adornan la profesión del Evangelio,5
tapan la boca de los adversarios6 y glorifican a Dios, cuya hechura son, creados en Cristo
7
Jesús para ello, para que teniendo por fruto la santificación, tengan como fin la vida
8
eterna.
1. Stg. 2:18,22; Gá. 5:6; 1 Ti. 1:5.
2. Sal. 116:12-14; 1 P. 2:9,12; Lc. 7:36-50 con Mt. 26:1-11.
3. 1 Jn. 2:3,5; 3:18,19; 2 P. 1:5-11. 4. 2 Co. 9:2; Mt. 5:16.
5. Mt. 5:16; Tit. 2:5,9-12; 1 Ti. 6:1; 1 P. 2:12. 6. 1 P. 2:12,15; Tit. 2:5; 1 Ti. 6:1.
7. Ef. 2:10; Fil. 1:11; 1 Ti. 6:1; 1 P. 2:12; Mt. 5:16. 8. Ro. 6:22; Mt. 7:13,14,21-23.
3. La capacidad que tienen los creyentes para hacer buenas obras no es de ellos mismos
en ninguna manera, sino completamente del Espíritu de Cristo. Y para que ellos puedan
tener esta capacidad, además de las virtudes que ya han recibido, necesitan una influen-
cia real del mismo Espíritu Santo para obrar en ellos tanto el querer como el hacer por
1
su buena voluntad; sin embargo, no deben volverse negligentes por ello, como si no es-
tuviesen obligados a cumplir deber alguno aparte de un impulso especial del Espíritu,
sino que deben ser diligentes en avivar la gracia de Dios que está en ellos.2
1. Ez. 36:26,27; Jn. 15:4-6; 2 Co. 3:5; Fil. 2:12,13; Ef. 2:10.
2. Ro. 8:14; Jn. 3:8; Fil. 2:12,13; 2 P. 1:10; He. 6:12; 2 Ti. 1:6; Jud. 20,21.
4. Quienes alcancen la máxima obediencia posible en esta vida quedan tan lejos de lle-
gar a un grado supererogatorio, y de hacer más de lo que Dios requiere, que les falta mu-
cho de lo que por deber están obligados a hacer.1
1. R. 8:46; 2 Cr. 6:36; Sal. 130:3; 143:2; Pr. 20:9; Ec. 7:20; Ro. 3:9,23; 7:14 ss.;
Gá. 5:17; 1 Jn. 1:6-10; Lc. 17:10.
5. Nosotros no podemos, aun por nuestras mejores obras, merecer el perdón del pecado
o la vida eterna de la mano de Dios, a causa de la gran desproporción que existe entre
nuestras obras y la gloria que ha de venir,1 y por la distancia infinita que hay entre noso-
tros y Dios, a quien no podemos beneficiar por dichas obras, ni satisfacer la deuda de
nuestros pecados anteriores; hasta cuando hemos hecho todo lo que podemos, no hemos
sino cumplido con nuestro deber y somos siervos inútiles;2 y tanto en cuanto son buenas
proceden de su Espíritu;3 y en cuanto son hechas por nosotros, son impuras y están
mezcladas con tanta debilidad e imperfección que no pueden soportar la severidad del
castigo de Dios.4
1. Ro. 8:18. 2. Job 22:3; 35:7; Lc. 17:10; Ro. 4:3; 11:3. 3. Gá. 5:22,23.
4. 1 R. 8:46; 2 Cr. 6:36; Sal. 130:3; 143:2; Pr. 20:9; Ec. 7:20; Ro. 3:9,23; 7:14ss.;
Gá. 5:17; 1 Jn. 1:6-10.
6. No obstante, por ser aceptados los creyentes por medio de Cristo, sus buenas obras
también son aceptadas en él;1 no como si fueran en esta vida enteramente irreprochables
e irreprensibles a los ojos de Dios;2 sino que a él, mirándolas en su Hijo, le place aceptar
y recompensar aquello que es sincero aun cuando esté acompañado de muchas debilida-
des e imperfecciones.3
1. Ex. 28:38; Ef. 1:6,7; 1 P. 2:5.
24
2. 1 R. 8:46; 2 Cr. 6:36; Sal. 130:3; 143:2; Pr. 20:9; Ec. 7:20; Ro. 3:9,23; 7;14ss.; Gá. 5:17; 1 Jn. 1:6-10.
3. He. 6:10; Mt. 25:21,23.
7. Las obras hechas por hombres no regenerados, aunque en sí mismas sean cosas que
Dios ordena, y de utilidad tanto para ellos como para otros,1 sin embargo, por no proce-
der de un corazón purificado por la fe2 y no ser hechas de una manera correcta de acuer-
do con la Palabra,3 ni para un fin correcto (la gloria de Dios4), son, por tanto,
pecaminosas, y no pueden agradar a Dios ni hacer que alguien sea digno de recibir gracia
por parte de Dios.5 Y a pesar de esto, el descuido de las buenas obras es más pecaminoso
y desagradable a Dios.6
1. 1 R. 21:27-29; 2 R. 10:30,31; Ro. 2:14; Fil. 1:15-18.
2. Gn. 4:5 con He. 11:4-6; 1 Ti. 1:5; Ro. 14:23; Gá. 5:6.
3. 1 Co. 13:3; Is. 1:12. 4. Mt. 6:2,5,6; 1 Co. 10:31.
5. Ro. 9:16; Tit. 1:15; 3:5. 6. 1 R. 21:27-29; 2 R. 10:30,31; Sal. 14:4; 36:3.
25
5. 1 Jn. 2:19,20,27; 3:9; 5:4,18; Ef. 1:13; 4:30; 2 Co. 1:22; 5:5; Ef. 1:14.6. Jer. 31:33,34; 32:40;
He. 10:11-18; 13:20,21.
3. Esta seguridad infalible no pertenece a la esencia de la fe hasta tal punto que un ver-
dadero creyente no pueda esperar mucho tiempo y luchar con muchas dificultades antes
de ser partícipe de tal seguridad;1 sin embargo, siendo capacitado por el Espíritu para co-
nocer las cosas que le son dadas gratuitamente por Dios, puede alcanzarla,2 sin una reve-
lación extraordinaria, por el uso adecuado de los medios; y por eso es el deber de cada
uno ser diligente para hacer firme su llamamiento y elección; para que así su corazón se
26
ensanche en la paz y en el gozo en el Espíritu Santo, en amor y gratitud a Dios, y en
fuerza y alegría en los deberes de la obediencia, que son los frutos propios de esta seguri-
dad: así está de lejos esta seguridad de inducir a los hombres al libertinaje.3
1. Hch. 16:30-34; 1 Jn. 5:13.
2. Ro. 8:15,16; 1 Co. 2:12; Gá. 4:4-6 con 3:2; 1 Jn. 4:13; Ef. 3:17-19; He. 6:11,12; 2 P. 1:5-11.
3. 2 P. 1:10; Sal. 119:32; Ro. 15:13; Neh. 8:10; 1 Jn. 4:19,16; Ro. 6:1,2,11-13; 14:17; Tit. 2:11-14; Ef.
5:18.
2. La misma ley que primeramente fue escrita en el corazón del hombre continuó sien-
do una regla perfecta de justicia después de la Caída;1 y fue dada por Dios en el monte
2
Sinaí, en diez mandamientos, y escrita en dos tablas; los cuatro primeros mandamientos
contienen nuestros deberes para con Dios, y los otros seis, nuestros deberes para con los
hombres.3
1. Para el Cuarto Mandamiento, Gn. 2:3; Ex. 16; Gn. 7:4; 8:10,12; para el Quinto Mandamiento, Gn.
37:10; para el Sexto Mandamiento, Gn. 4:3-15; para el Séptimo Mandamiento, Gn. 12:17; para el
Octavo Mandamiento, Gn. 31:30; 44:8; para el Noveno Mandamiento, Gn. 27:12; para el Décimo
Mandamiento, Gn. 6:2; 13:10,11.
2. Ro. 2:12a, 14,15. 3. Ex. 32:15,16; 34:4,28; Dt. 10:4.
3. Además de esta ley, comúnmente llamada ley moral, agradó a Dios dar al pueblo de
Israel leyes ceremoniales que contenían varias ordenanzas típicas; en parte de adoración,
27
prefigurando a Cristo, sus virtudes, acciones, sufrimientos y beneficios;1 y en parte pro-
poniendo diversas instrucciones sobre los deberes morales.2 Todas aquellas leyes cere-
moniales, habiendo sido prescritas solamente hasta el tiempo de su reforma, cuando
fueron abrogadas y quitadas por Jesucristo, el verdadero Mesías y único legislador, quien
3
fue investido con poder por parte del Padre para ese fin.
1. He. 10:1; Col. 2:16,17. 2. 1 Co. 5:7; 2 Co. 6:17; Jud. 23.
3. Col. 2:14,16,17; Ef. 2:14-16.
4. Dios también les dio a los israelitas diversas leyes civiles, que acabaron cuando acabó
aquel pueblo como Estado, no siendo ahora obligatorias para nadie en virtud de aquella
institución;1 siendo solamente sus principios de equidad utilizables en la actualidad.2
1. Lc. 21:20-24; Hch. 6:13,14; He. 9:18,19 con 8:7,13; 9:10; 10:1.
2. 1 Co. 5:1; 9:8-10
5. La ley moral obliga para siempre a todos, tanto a los justificados como a los demás, a
que se la obedezca;1 y esto no sólo en consideración a su contenido, sino también con
2
respecto a la autoridad de Dios, el Creador, quien la dio. Tampoco Cristo, en el evange-
3
lio, en ninguna manera cancela esta obligación sino que la refuerza considerablemente.
1. Mt. 19:16-22; Ro. 2:14-15; 3:19-20; 6:14; 7:6; 8:3; 1 Ti. 1:8-11; Ro. 13:8-10; 1 Co. 7:19 con Gá. 5:6;
6:15; Ef. 4:25—6:4; Stg. 2:11-12.
2. Stg. 2:10-11. 3. Mt. 5:17-19; Ro. 3:31; 1 Co. 9:21; Stg. 2:8.
6. Aunque los verdaderos creyentes no están bajo la ley como pacto de obras para ser
1
por ella justificados o condenados, sin embargo ésta es de gran utilidad tanto para ellos
como para otros, en que como regla de vida les informa de la voluntad de Dios y de sus
deberes, les dirige y obliga a andar en conformidad con ella,2 les revela también la peca-
minosa contaminación de sus naturalezas, corazones y vidas; de manera que, al exami-
narse a la luz de ella, puedan llegar a una convicción más profunda de su pecado, a sentir
humillación por él y odio contra él; junto con una visión más clara de la necesidad que
tienen de Cristo, y de la perfección de su obediencia.3 También la ley moral es útil para
los regenerados a fin de restringir su corrupción, en cuanto que prohíbe el pecado; y sus
amenazas sirven para mostrar lo que sus pecados todavía merecen, y qué aflicciones
pueden esperar por ellos en esta vida, aun cuando estén libres de la maldición y el puro
4
rigor de la ley. Asimismo sus promesas manifiestan a los regenerados que Dios aprueba
la obediencia y cuáles son las bendiciones que pueden esperar por el cumplimiento de la
misma,5 aunque no como si se les deba por la ley como pacto de obras;6 de manera que si
alguien hace lo bueno y se abstiene de hacer lo malo porque la ley le manda lo uno y le
prohíbe lo otro, no por ello demuestra que se encuentre bajo la ley y no bajo la gracia.7
1. Hch. 13:39; Ro. 6:14; 8:1; 10:4; Gá. 2:16; 4:4,5.
2. Ro. 7:12,22,25; Sal. 119:4-6; 1 Co. 7:19. 3. Ro. 3:20; 7:7,9,14,24; 8:3; Stg. 1:23-25.
4. Stg. 2:11; Sal. 119:101,104,128. 5. Ef. 6:2,3; Sal. 37:11; Mt. 5:6; Sal. 19:11.
6. Lc. 17:10.
7. Véase el libro de Proverbios; Mt. 3:7; Lc. 13:3,5; Hch. 2:40; He. 11:26; 1 P. 3:8-13.
7. Los usos de la ley ya mencionados tampoco son contrarios a la gracia del evangelio,
sino que concuerdan armoniosamente con él; pues el Espíritu de Cristo subyuga y capa-
28
cita la voluntad del hombre para que haga libre y alegremente lo que requiere la volun-
tad de Dios, revelada en la ley.1
1. Gá. 3:21; Jer. 31:33; Ez. 36:27; Ro. 8:4; Tit. 2:14.
2. Esta promesa de Cristo, y la salvación por medio de él, es revelada solamente por la
Palabra de Dios.1 Ni las obras de la creación ni la providencia, con la luz de la naturaleza,
revelan a Cristo, o la gracia que es por medio de él, no en forma general ni velada;2 igual
como tampoco los hombres que no tengan una revelación de él por la promesa del evan-
3
gelio pueden obtener una fe salvadora o arrepentimiento.
1. Hch. 4:12; Ro. 10:13-15. 2. Sal. 19; Ro. 1:18-23.
3. Ro. 2:12a; Mt. 28:18-20; Lc. 24:46,47 con Hch. 17:29,30; Ro. 3:9-20.
3. La revelación del evangelio a los pecadores, hecha en diversos tiempos y distintos lu-
gares, con el agregado de promesas y preceptos para la obediencia que éste requiere de
las naciones y personas a quienes es concedida, es sólo por la voluntad soberana y el be-
neplácito de Dios;1 no apropiándosela en virtud de promesa alguna, no obteniéndose por
un buen uso de las capacidades naturales de los hombres, ni en virtud de la luz común
2
recibida aparte de él, lo cual nadie hizo jamás ni puede hacer. Por lo tanto, en todas las
épocas, la predicación del evangelio ha sido concedida a personas y naciones, en su ex-
tensión o restricción, con gran variedad, según el consejo de la voluntad de Dios.
1. Mt. 11:20. 2. Ro. 3:10-12; 8:7,8.
4. Aunque el evangelio es el único medio externo para revelar a Cristo y la gracia salva-
1
dora, y es, como tal, completamente suficiente para este fin, para que los hombres que
están muertos en sus delitos puedan nacer de nuevo, ser vivificados o regenerados, es
además necesaria, en toda alma, una obra eficaz e insuperable del Espíritu Santo, con el
fin de producir en ellos una nueva vida espiritual; sin ésta, ningún otro medio puede
efectuar su conversión a Dios.2
1. Ro. 1:16,17. 2. Jn. 6:44; 1 Co. 1:22-24; 2:14; 2 Co. 4:4,6.
29
21. De la libertad cristiana
y de la libertad de conciencia
1. La libertad que Cristo ha comprado para los creyentes bajo el evangelio consiste en
su libertad de la culpa del pecado, de la ira condenatoria de Dios y de la severidad y mal-
dición de la ley,1 y en ser librados de este presente siglo malo de la esclavitud a Satanás y
del dominio del pecado,2 del mal de las aflicciones, del temor y aguijón de la muerte, de
la victoria sobre el sepulcro y de la condenación eterna,3 y también consiste en su libre
acceso a Dios, y en rendirle obediencia a él, no por un temor servil, sino por un amor
filial y una mente dispuesta.4
Todo esto era sustancialmente aplicable también a los creyentes bajo la ley;5 pero ba-
jo el Nuevo Testamento la libertad de los cristianos se ensancha mucho más porque es-
tán libres del yugo de la ley ceremonial a que estaba sujeta la iglesia judía, y tienen ahora
mayor confianza para acercarse al Trono de gracia, y tienen una comunicación más ple-
6
na con el Espíritu libre de Dios que ordinariamente tenían los creyentes bajo la ley.
1. Jn. 3:36; Ro. 8:33; Gá. 3:13.
2. Gá. 1:4; Ef. 2:1-3; Col. 1:13; Hch. 26:18; Ro. 6:14-18; 8:3.
3. Ro. 8:28; 1 Co. 15:54-57; 1 Ts. 1:10; He. 2:14,15.
4. Ef. 2:18; 3:12; Ro. 8:15; 1 Jn. 4:18.
5. Jn. 8:32; Sal. 19:7-9; 119:14,24,45,47,48, 72,97; Ro. 4:5-11; Gá. 3:9; He. 11:27,33,34.
6. Jn. 1:17; He. 1:1,2a; 7:19,22; 8:6; 9:23; 11:40; Gá. 2:11ss.; 4:1-3; Col. 2:16,17;
He. 10:19-21; Jn. 7:38,39.
3. Los que bajo el pretexto de la libertad cristiana practican cualquier pecado o abrigan
cualquier concupiscencia, al pervertir así el propósito principal de la gracia del evangelio
para su propia destrucción,1 en consecuencia, destruyen completamente el propósito de
la libertad cristiana, que consiste en que, siendo librados de las manos de todos nuestros
enemigos, sirvamos al Señor sin temor, en santidad y justicia delante de él, todos los días
de nuestra vida.2
1. Ro. 6:1,2. 2. Lc. 1:74,75; Ro. 14:9; Gá. 5:13; 2 P. 2:18,21.
30
22. De la adoración religiosa
y del día de reposo
1. La luz de la naturaleza muestra que hay un Dios, que tiene señorío y soberanía sobre
todo; es justo, bueno y hace bien a todos; y que, por lo tanto, debe ser temido, amado,
alabado, invocado, creído y servido con toda el alma, con todo el corazón y con todas las
fuerzas.1 Pero el modo aceptable de adorar al verdadero Dios fue instituido por él mismo,
y está de tal manera limitado por su propia voluntad revelada que no se debe adorar a
Dios conforme a las imaginaciones e invenciones de los hombres o a las sugerencias de
Satanás, ni bajo ninguna representación visible ni en ningún otro modo no prescrito en
las Sagradas Escrituras.2
1. Jer. 10:7; Mr. 12:33.
2. Gn. 4:1-5; Ex. 20:4-6; Mt. 15:3,8,9; 2 R. 16:10-18; Lv. 10:1-3; Dt. 17:3; 4:2; 12:29-32; Jos. 1:7; 23:6-8;
Mt. 15:13; Col. 2:20-23; 2 Ti. 3:15-17.
3. Siendo la oración, con acción de gracias, una parte de la adoración natural, la exige
Dios de todos los hombres.1 Pero para que pueda ser aceptada, debe hacerse en el nom-
bre del Hijo,2 con la ayuda del Espíritu,3 conforme a su voluntad,4 con entendimiento,
reverencia, humildad, fervor, fe, amor y perseverancia;5 y cuando se ora con otros, debe
hacerse en una lengua conocida.6
1. Sal. 95:1-7; 100:1-5. 2. Jn. 14:13,14. 3. Ro. 8:26. 4. 1 Jn. 5:14.
5. Sal. 47:7; Ec. 5:1,2; He. 12:28; Gn. 18:27; Stg. 5:16; 1:6,7; Mr. 11:24; Mt. 6:12,14,15; Col. 4:2; Ef.
6:18.
6. 1 Co. 14:13-19,27,28.
4. La oración debe ser por cosas lícitas, y a favor de toda clase de personas vivas, o que
vivirán más adelante;1 pero no a favor de los muertos ni de aquellos de quienes se pueda
saber que han cometido el pecado de muerte.2
1. 1 Jn. 5:14; 1 Ti. 2:1,2; Jn. 17:20.
2. 2 S. 12:21-23; Lc. 16:25,26; Ap. 14:13; 1 Jn. 5:16.
31
3. Col. 3:16; Ef. 5:19. 4. Mt. 28:19,20. 5. 1 Co. 11:26.
6. Est. 4:16; Jl. 2:12; Mt. 9:15; Hch. 13:2,3; 1 Co. 7:5. 7. Ex. 15:1-19; Sal. 107.
7. Así como es la ley de la naturaleza que, en general, una proporción de tiempo, por
designio de Dios, se dedique a la adoración a Dios, así en su Palabra, por un mandamien-
to positivo, moral y perpetuo que obliga a todos los hombres en todas las épocas, Dios ha
señalado particularmente un día de cada siete como día de reposo, para que sea guardado
santo para él;1 el cual desde el principio del mundo hasta la resurrección de Cristo fue el
último día de la semana y desde la resurrección de Cristo fue cambiado al primer día de
la semana, que es llamado el Día del Señor y debe ser perpetuado hasta el fin del mundo
como el día de reposo cristiano, siendo abolida la observancia del último día de la sema-
2
na.
1. Gn. 2:3; Ex. 20:8-11; Mr. 2:27,28; Ap. 1:10.
2. Jn. 20:1; Hch. 2:1; 20:7; 1 Co. 16:1; Ap. 1:10; Col. 2:16,17.
8. El día de reposo se guarda santo para el Señor cuando los hombres, después de la de-
bida preparación de su corazón y de haber ordenado de antemano todos sus asuntos co-
tidianos, no solamente observan un santo descanso durante todo el día de sus propias
labores, palabras y pensamientos1 acerca de sus ocupaciones y diversiones seculares, sino
que también se dedican todo el tiempo al ejercicio público y privado de la adoración de
Dios, y a los deberes que son por necesidad y por misericordia.2
1. Ex. 20:8-11; Neh. 13:15-22; Is. 58:13,14; Ap. 1:10. 2. Mt. 12:1-13; Mr. 2:27,28.
2. Los hombres sólo deben jurar por el nombre de Dios, y al hacerlo, han de usarlo con
todo temor santo y reverencia. Por lo tanto, jurar vana o temerariamente por este nom-
bre glorioso y temible, o simplemente jurar por cualquier otra cosa, es pecaminoso y de-
32
be reprobarse.1 Sin embargo, en asuntos de peso y de importancia, para confirmación de
la verdad y para poner fin totalmente a una contienda, la Palabra de Dios justifica el ju-
ramento, por eso, cuando una autoridad legítima exija un juramento lícito en tales ca-
sos, el juramento debe hacerse.2
1. Dt. 6:13; 28:58; Ex. 20:7; Jer. 5:7.
2. He. 6:13-16; Gn. 24:3; 47:30,31; 50:25; 1 R. 17:1; Neh. 13:25; 5:12; Esd. 10:5; Nm. 5:19,21; 1 R. 8:31;
Ex. 22:11; Is. 45:23; 65:16; Mt. 26:62-64; Ro. 1:9; 2 Co. 1:23; Hch. 18:18.
3. Todo aquel que haga un juramento justificado por la Palabra de Dios debe considerar
seriamente la gravedad de un acto tan solemne, y no afirmar en el mismo nada sino lo
que sepa que es verdad, porque por juramentos imprudentes, falsos y vanos se provoca al
Señor y por razón de ello la tierra gime.1
1. Ex. 20:7; Lv. 19:12; Nm. 30:2; Jer. 4:2; 23:10.
4. Un juramento debe hacerse con palabras comunes cuyo sentido es claro, sin equívo-
cos ni reservas mentales.1
1. Sal. 24:4; Jer. 4:2.
2. Es lícito para los cristianos aceptar cargos dentro de la autoridad civil cuando sean
llamados a ocuparlos;1 en el desempeño de dichos cargos deben mantener especialmente
la justicia y la paz, según las buenas leyes de cada reino y estado; y así, ahora con este
propósito, bajo el Nuevo Testamento, pueden hacer lícitamente la guerra en ocasiones
justas y necesarias.2
1. Ex. 22:8,9,28,29; Daniel; Nehemías; Pr. 14:35; 16:10,12; 20:26,28; 25:2; 28:15,16; 29:4,14; 31:4,5;
Ro. 13:2,4,6.
2. Lc. 3:14; Ro. 13:4.
33
3. Habiendo sido instituidas por Dios las autoridades civiles con los fines ya menciona-
dos, se les debe rendir sujeción1 en el Señor en todas las cosas lícitas2 que manden, no
sólo por causa de la ira sino también de la conciencia; y debemos ofrecer súplicas y ora-
ciones a favor de los reyes y de todos los que están en autoridad, para que bajo su go-
3
bierno vivamos una vida tranquila y sosegada en toda piedad y honestidad.
1. Pr. 16:14,15; 19:12; 20:2; 24:21,22; 25:15; 28:2; Ro. 13:1-7; Tit. 3:1; 1 P. 2:13,14.
2. Dn. 1:8; 3:4-6,16-18; 6:5-10,22; Mt. 22:21; Hch. 4:19,20; 5:29. 3. Jer. 29:7; 1 Ti. 2:1-4
2. El matrimonio fue instituido para la mutua ayuda de esposo y esposa;1 para multipli-
car el género humano por medio de una descendencia legítima2 y para evitar la impure-
za.3
1. Gn. 2:18; Pr. 2:17; Mal. 2:14. 2. Gn. 1:28; Sal. 127:3-5; 128:3,4. 3. 1 Co. 7:2,9.
26. De la Iglesia
1. La iglesia católica o universal,1 que (con respecto a la obra interna del Espíritu y la
verdad de la gracia) puede llamarse invisible, se compone del número completo de los
electos que han sido, son o serán reunidos en uno bajo Cristo, su cabeza; y es la esposa,
el cuerpo, la plenitud de aquel que llena todo en todos.2
1. Mt. 16:18; 1 Co. 12:28; Ef. 1:22; 4:11-15; 5:23-25,27,29,32; Col. 1:18,24; He. 12:23.
2. Ef. 1:22; 4:11-15; 5:23-25,27,29,32; Col. 1:18,24; Ap. 21:9-14.
2. Todos en todo el mundo que profesan la fe del evangelio y obediencia a Dios por Cris-
to conforme al mismo, que no destruyen su propia profesión mediante errores funda-
34
mentales o conductas impías, son y pueden ser llamados santos visibles;1 y de tales deben
estar compuestas todas las congregaciones locales.2
1. 1 Co. 1:2; Ro. 1:7,8; Hch. 11:26; Mt. 16:18; 28:15-20; 1 Co. 5:1-9.
2. Mt. 18:15-20; Hch. 2:37-42; 4:4; Ro. 1:7; 1 Co. 5:1-9.
3. Las iglesias más puras bajo el cielo están sujetas a la impureza y al error,1 y algunas
se han degenerado tanto que han llegado a ser no iglesias de Cristo sino sinagogas de
Satanás.2 Sin embargo, Cristo siempre ha tenido y siempre tendrá un reino en este mun-
do, hasta el fin del mismo, compuesto de aquellos que creen en él y profesan su nombre.3
1. 1 Co. 1:11; 5:1; 6:6; 11:17-19; 3 Jn. 9,10; Ap. 2 y 3.
2. Ap. 2:5 con 1:20; 1 Ti. 3:14,15; Ap. 18:2.
3. Mt. 16:18; 24:14; 28:20; Mr. 4:30-32; Sal. 72:16-18; 102:28; Is. 9:6,7; Ap. 12:17; 20:7-9.
4. La Cabeza de la Iglesia es el Señor Jesucristo, en quien, por el designio del Padre, to-
do el poder requerido para el llamamiento, el establecimiento, el orden o el gobierno de
1
la iglesia, está suprema y soberanamente investido. No puede el papa de Roma ser cabe-
za de ella en ningún sentido, sino que él es aquel Anticristo, aquel hombre de pecado e
hijo de perdición, que se ensalza en la iglesia contra Cristo y contra todo lo que se llama
Dios, a quien el Señor destruirá con el resplandor de su venida.2
1. Col. 1:18; Ef. 4:11-16; 1:20-23; 5:23-32; 1 Co. 12:27,28; Jn. 17:1-3; Mt. 28:18-20; Hch. 5:31; Jn.
10:14-16.
2. 2 Ts. 2:2-9.
5. En el ejercicio de este poder que le ha sido confiado, el Señor Jesús, a través del mi-
nisterio de su Palabra y por su Espíritu, llama a sí mismo del mundo a aquellos que le
1
han sido dados por su Padre para que anden delante de él en todos los caminos de la
obediencia que él les prescribe en su Palabra.2 A los así llamados, les ordena andar juntos
en congregaciones concretas, o iglesias, para su edificación mutua y la debida observan-
cia del culto público, que él requiere de ellos en el mundo.3
1. Jn. 10:16,23; 12:32; 17:2; Hch. 5:31,32. 2. Mt. 28:20.
3. Mt. 18:15-20; Hch. 14:21-23; Tit. 1:5; 1 Ti. 1:3; 3:14-16; 5:17-22.
6. Los miembros de estas iglesias son santos por su llamamiento, y en una forma visible
manifiestan y evidencian (por su profesión de fe y su conducta) su obediencia al llama-
1
miento de Cristo; y voluntariamente acuerdan andar juntos, conforme al designio de
Cristo, dándose a sí mismos al Señor y mutuamente, por la voluntad de Dios, profesando
sujeción a los preceptos del evangelio.2
1. Mt. 28:18-20; Hch. 14:22,23; Ro. 1:7; 1 Co. 1:2 con los vv. 13-17; 1 Ts. 1:1 con los vv. 2-10; Hch.
2:37-42; 4:4; 5:13,14.
2. Hch. 2:41,42; 5:13,14; 2 Co. 9:13.
7. A cada una de estas iglesias así reunidas, el Señor, conforme a su voluntad declarada
en su Palabra, ha dado todo el poder y autoridad en cualquier sentido necesario para rea-
lizar el orden en la adoración y en la disciplina que él ha instituido para que lo guarden;
juntamente con mandatos y reglas para el ejercicio propio y correcto y la ejecución del
mencionado poder.1
1. Mt. 18:17-20; 1 Co. 5:4,5,13; 2 Co. 2:6-8.
35
8. Una iglesia local, reunida y completamente organizada de acuerdo con la voluntad de
Cristo, está compuesta por oficiales y miembros; y los oficiales designados por Cristo pa-
ra ser escogidos y apartados por la iglesia (así llamada y reunida), para la particular ad-
ministración de las ordenanzas y el ejercicio del poder o el deber, que él les confía o a los
que los llama, para que continúen hasta el fin del mundo, son los obispos o ancianos, y
los diáconos.1
1. Fil. 1:1; 1 Ti. 3:1-13; Hch. 20:17,28; Tit. 1:5-7; 1 P. 5:2.
9. La manera designada por Cristo para el llamamiento de cualquier persona que ha si-
do calificada y dotada por el Espíritu Santo1 para el oficio de obispo o anciano en una
iglesia, es que sea escogido para el mismo por la votación común de la iglesia misma,2 y
solemnemente apartado mediante ayuno y oración con la imposición de manos de los
ancianos de la iglesia, si es que hay algunos constituidos anteriormente en ella;3 y para el
oficio de diácono, que sea escogido por la misma votación y apartado mediante oración y
la misma imposición de manos.4
1. Ef. 4:11; 1 Ti. 3:1-13.
2. Hch. 6:1-7; 14:23 con Mt. 18:17-20; 1 Co. 5:1-13.
3. 1 Ti. 4:14; 5:22. 4. Hch. 6:1-7.
10. Siendo la obra de los pastores atender constantemente al servicio de Cristo, en sus
iglesias, en el ministerio de la Palabra y la oración, velando por sus almas, como aquellos
que han de dar cuenta a él,1 es la responsabilidad de las iglesias a las que ellos ministran
darles no solamente todo el respeto debido, sino compartir también con ellos todas sus
2
cosas buenas, según sus posibilidades, de manera que tengan una provisión adecuada,
sin que tengan que enredarse en actividades seculares,3 y puedan también practicar la
hospitalidad hacia los demás.4 Esto lo requiere la ley de la naturaleza y el mandato expre-
so de Nuestro Señor Jesús, quien ha ordenado que los que predican el evangelio vivan
del evangelio.5
1. Hch. 6:4; 1 Ti. 3:2; 5:17; He. 13:17.
2. 1 Ti. 5:17,18; 1 Co. 9:14; Gá. 6:6,7.
3. 2 Ti. 2:4. 4. 1 Ti. 3:2. 5. 1 Co. 9:6-14; 1 Ti. 5:18.
11. Aunque sea la responsabilidad de los obispos o pastores de las iglesias, según su ofi-
cio, estar constantemente dedicados a la predicación de la Palabra, la obra de predicar la
Palabra no está tan particularmente limitada a ellos, sino que otros también dotados y
calificados por el Espíritu Santo para ello y aprobados y llamados por la iglesia, pueden y
deben desempeñarla.1
1. Hch. 8:5; 11:19-21; 1 P. 4:10,11.
12. Todos los creyentes están obligados a unirse a iglesias locales cuándo y dónde tengan
oportunidad de hacerlo. Asimismo, todos aquellos que son admitidos a los privilegios de
una iglesia también están sujetos a la disciplina y el gobierno de la misma, conforme a la
norma de Cristo.1
1. 1 Ts. 5:14; 2 Ts. 3:6,14,15; 1 Co. 5:9-13; He. 13:17.
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13. Ningún miembro de iglesia, por alguna ofensa recibida, habiendo cumplido el deber
requerido de él hacia la persona que le ha ofendido, debe perturbar el orden de la iglesia,
o faltar a las reuniones de la iglesia o abstenerse de la pariticipación de ninguna de las
ordenanzas por tal ofensa de cualquier otro miembro, sino que debe esperar en Cristo
1
mientras prosigan las actuaciones de la iglesia.
1. Mt. 18:15-17; Ef. 4:2,3; Col. 3:12-15; 1 Jn. 2:7-11,18,19; Ef. 4:2,3; Mt. 28:20.
14. Puesto que cada iglesia, y todos sus miembros, están obligados a orar continuamente
por el bien y la prosperidad de todas las iglesias de Cristo en todos los lugares, y en todas
las ocasiones ayudar a cada una dentro de los límites de sus áreas y vocaciones, en el
ejercicio de sus dones y virtudes,1 así las iglesias, cuando estén establecidas por la provi-
dencia de Dios de manera que puedan gozar de la oportunidad y el beneficio de ello,2 de-
ben tener comunión entre sí, para su paz, crecimiento en amor y edificación mutua.3
1. Jn. 13:34,35; 17:11,21-23; Ef. 4:11-16; 6:18; Sal. 122:6; Ro. 16:1-3; 3 Jn. 8-10 con 2 Jn. 5-11; Ro.
15:26; 2 Co. 8:1-4,16-24; 9:12-15; Col. 2:1 con 1:3,4,7 y 4:7,12.
2. Gá. 1:2,22; Col. 4:16; Ap. 1:4; Ro. 16:1,2; 3 Jn. 8-10.
3. 1 Jn. 4:1-3 con 2 y 3 Juan; Ro. 16:1-3; 2 Co. 9:12-15; Jos. 22.
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2. Los santos, por su profesión, están obligados a mantener entre sí un compañerismo y
comunión santos en la adoración a Dios y en el cumplimiento de los otros servicios espi-
rituales que tiendan a su edificación mutua,1 así como a ayudarse unos a otros en las co-
sas externas según sus posibilidades y necesidades.2 Según la norma del evangelio,
aunque esta comunión deba ejercerse especialmente en las relaciones en que se encuen-
tren, ya sea en las familias o en las iglesias,3 debe extenderse, según Dios dé la oportuni-
dad, a toda la familia de la fe, es decir, a todos los que en todas partes invocan el nombre
del Señor Jesús.4 Sin embargo, su comunión mutua como santos no quita ni infringe el
derecho o la propiedad que cada hombre tiene sobre sus bienes y posesiones.5
1. He. 10:24,25; 3:12,13.
2. Hch. 11:29,30; 2 Co. 8,9; Gá. 2; Ro. 15.
3. 1 Ti. 5:8,16; Ef. 6:4; 1 Co. 12:27.
4. Hch. 11:29,30; 2 Co. 8,9; Gá. 2; 6:10; Ro. 15.
5. Hch. 5:4; Ef. 4:28; Ex. 20:15.
2. Estas santas instituciones han de ser administradas solamente por aquellos que estén
calificados y llamados para ello, según la comisión de Cristo.1
1. Mt. 24:45-51; Lc. 12:41-44; 1 Co. 4:1; Tit. 1:5-7.
2. Los que realmente profesan arrepentimiento para con Dios y fe en Nuestro Señor Je-
sucristo y obediencia a él son los únicos adecuados para recibir esta ordenanza.1
1. Mt. 3:1-12; Mr. 1:4-6; Lc. 3:3-6; Mt. 28:19,20; Mr. 16:15,16; Jn. 4:1,2; 1 Co. 1:13-17; Hch. 2:37-41;
8:12,13,36-38; 9:18; 10:47,48; 11:16; 15:9; 16:14,15,31-34; 18:8; 19:3-5; 22:16; Ro. 6:3,4; Gá. 3:27; Col.
2:12; 1 P. 3:21; Jer. 31:31-34; Fil. 3:3; Jn. 1:12,13; Mt. 21:43.
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1. Mt. 3:11; Hch. 8:36,38; 22:16. 2. Mt. 28:18-20.
3. El Señor Jesús, en esta ordenanza, ha designado a sus ministros para que oren y ben-
digan los elementos del pan y del vino, y que los aparten así del uso común para el uso
sagrado; que tomen y partan el pan, y tomen la copa y (participando también ellos mis-
mos) den ambos a los participantes.1
1. 1 Co. 11:23-26; Mt. 26:26-28; Mr. 14:24,25; Lc. 22:19-22.
4. Negar la copa a los miembros de la iglesia,1 adorar los elementos, elevarlos o llevarlos
de un lugar a otro para adorarlos y guardarlos para cualquier pretendido uso religioso,2
es contrario a la naturaleza de esta ordenanza y a que Cristo instituyó.3
1. Mt. 26:27; Mr. 14:23; 1 Co. 11:25-28. 2. Ex. 20:4,5. 3. Mt. 15:9.
5. Los elementos externos de esta ordenanza, debidamente separados para el uso orde-
nado por Cristo, tienen tal relación con el Crucificado que en un sentido verdadero, aun-
que en términos figurativos, se llaman a veces por el nombre de las cosas que
representan, a saber: el cuerpo y la sangre de Cristo;1 no obstante, en sustancia y en na-
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turaleza, esos elementos siguen siendo verdadera y solamente pan y vino, como eran an-
tes.2
1. 1 Co. 11:27; Mt. 26:26-28. 2. 1 Co. 11:26-28; Mt. 26:29.
6. La doctrina que sostiene un cambio de sustancia del pan y del vino en la sustancia
del cuerpo y la sangre de Cristo (llamada comúnmente transustanciación), por la consa-
gración de un sacerdote, o de algún otro modo, es repugnante no sólo a las Escrituras1
sino también al sentido común y a la razón; echa abajo la naturaleza de la ordenanza; y
ha sido y es la causa de muchísimas supersticiones y, además, de crasas idolatrías.
1. Mt. 26:26-29; Lc. 24:36-43,50,51; Jn. 1:14; 20:26-29; Hch. 1:9-11; 3:21; 1 Co. 11:24-26; Lc. 12:1; Ap.
1:20; Gn. 17:10,11; Ez. 37:11; Gn. 41:26,27.
7. Los que reciben dignamente esta ordenanza,1 participando externamente de los ele-
mentos visibles, también participan interiormente, por la fe, de una manera real y verda-
dera, aunque no carnal ni corporal, sino alimentándose espiritualmente de Cristo
crucificado y recibiendo todos los beneficios de su muerte.2 El cuerpo y la sangre de Cris-
to no están entonces ni carnal ni corporal sino espiritualmente presentes en esta orde-
nanza para la fe de los creyentes, tanto como los elementos mismos lo están para sus
sentidos corporales.3
1. 1 Co. 11:28. 2. Jn. 6:29,35,47-58. 3. 1 Co. 10:16.
8. Todos los ignorantes e impíos, no siendo aptos para gozar de la comunión con Cristo
son, por lo tanto, indignos de la mesa del Señor y, mientras permanezcan como tales, no
pueden, sin pecar grandemente contra él, participar de estos sagrados misterios o ser
admitidos a ellos;1 además, quienquiera que los reciba indignamente es culpable del
cuerpo y la sangre del Señor, pues come y bebe juicio para sí.2
1. Mt. 7:6; Ef. 4:17-24; 5:3-9; Ex. 20:7,16; 1 Co. 5:9-13; 2 Jn. 10; Hch. 2:41,42; 20:7; 1 Co. 11:17-
22,33,34.
2. 1 Co. 11:20-22,27-34.
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3. Sal. 23:6; 1 R. 8:27-49; Is. 63:15; 66:1; Lc. 23:43; Hch. 1:9-11; 3:21; 2 Co. 5:6-8; 12:2-4; Ef. 4:10; Fil.
1:21-23; He. 1:3; 4:14,15; 6:20; 8:1; 9:24; 12:23; Ap. 6:9-11; 14:13; 20:4-6.
4. Lc. 16:22-26; Hch. 1:25; 1 P. 3:19; 2 P. 2:9.
2. Los santos que se encuentren vivos en el último día no dormirán, sino que serán
transformados,1 y todos los muertos serán resucitados2 con sus mismos cuerpos, y no
con otros,3 aunque con diferentes cualidades,4 y éstos se unirán otra vez a sus almas para
siempre.5
1. 1 Co. 15:50-53; 2 Co. 5:1-4; 1 Ts. 4:17.
2. Dn. 12:2; Jn. 5:28,29; Hch. 24:15.
3. Job 19:26,27; Jn. 5:28,29; 1 Co. 15:35-38,42-44.
4. 1 Co. 15:42-44,52-54. 5. Dn. 12:2; Mt. 25:46.
3. Los cuerpos de los injustos, por el poder de Cristo, serán resucitados para deshonra;1
los cuerpos de los justos, por su Espíritu,2 para honra,3 y serán hechos entonces semejan-
tes al cuerpo glorioso de Cristo.4
1. Dn. 12:2; Jn. 5:28,29. 2. Ro. 8:1,11; 1 Co. 15:45; Gá. 6:8. 3. 1 Co. 15:42-49.
4. Ro. 8:17,29,30; 1 Co. 15:20-23,48,49; Fil., 3:21; Col. 1:18; 3:4; 1 Jn. 3:2; Ap. 1:5.
3. Así como Cristo quiere que estemos totalmente persuadidos de que habrá un Día de
Juicio, tanto para disuadir a todos los hombres de pecar,1 como para ser de mayor con-
suelo de los piadosos en su adversidad;2 así también quiere que los hombres no sepan
cuándo será ese día, para que se desprendan de toda seguridad carnal y estén siempre
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velando porque no saben a qué hora vendrá el Señor;3 y estén siempre preparados para
decir: Ven, Señor Jesús; ven pronto.4 Amén.
1. 2 Co. 5:10,11. 2. 2 Ts. 1:5-7. 3. Mr. 13:35-37; Lc. 12:35-40. 4. Ap. 22:20
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